La sangre del sueño
Página 2 de 2. • Comparte
Página 2 de 2. • 1, 2
Re: La sangre del sueño
La ansiada llegada al templo dejó un sabor agridulce cuando el portón se cerró tras ellos y la figura del elfo perdido fue encontrada presidiendo la gran sala desde el altar. Con brazos cruzados y su habitual e irritante parsimonia. No parecía afectado, ni mostró la más mínima respuesta emocional. Debía ser el único. No obstante, no hubo tiempo de reproches ni explicaciones, y lo que hasta el momento todos habían creído una operación de rescate se presentó entonces como algo mucho más perturbador.
La aparición de aquella elfa incorpórea, cuya existencia se había perdido hacía ya varias generaciones, no dejó indiferente a ninguno. Lejos de generar admiración en aquellos que habían sido educados en el respeto a los antepasados y la devoción por sus enseñanzas, no causó otra cosa que dudas, conflicto y negación. Educada en la importancia de los lazos de sangre, en las remembranzas de sus gentes pasadas para no condenarlas al olvido, en los destinos erigidos por las deidades, no pudo evitar sentir que había traicionado su fe al sorprenderse de que aquel espectro fuese real. No eran pocas las enseñanzas que hablaban de espacios ligados a los ancestros, técnicas de invocación, prácticas para adentrarse en el misticismo y conectar con el pasado. Todas sonaban grandilocuentes, mas no sencillas de creer. Es decir, como hija de Sandorai conocía esa sensación que remueve por dentro al llevar a cabo rituales, ofrendas y plegarias para mantenerse ligada a los que se fueron o conectar con aquellos que determinan el curso de las propias experiencias, aceptaba las creencias que instaban a la práctica de la introspección para hallar la armonía entre lo divino y lo material, lo mágico y lo efímero. Aunque, desde un plano más racional, en ocasiones era fácil pararse a cuestionar la aceptación de todas aquellas afirmaciones al no llegar nunca a ser verdaderamente tangibles.
Observó a Turenn, la que sin lugar a dudas habría precedido al Indirel. Sus rasgos la delataban, así como su porte elegante y su discurso condescendiente. Incluso logró descentrar a la humana tanto como lo hacía su descendiente. Tarek tampoco fue capaz de mantener las emociones a raya, aunque… Quién habría podido hacerlo de estar en su lugar. Obcecado en su verdad, que poniendo atención en las palabras de la aparición cada vez parecía alejarse más de la realidad, el elfo del rostro marcado se dejó doblegar ante la ira, decidido a descargarla por entero sobre la recién descubierta mestiza, quien a su vez parecía dispuesta y deseosa de verse en aquel enfrentamiento. Nousis intervino antes de que el filo de la hoz del ojosverdes acariciara la garganta de la morena y en cuestión de minutos la tensión generada entre los tres pudo palparse. Resopló, resignada, ante la escena que comenzaba a verse como un bucle donde la crispación iba en aumento. El verse encerrados parecía haberlos hecho obviar dónde se encontraban y quienes los perseguían con el único objetivo de darles muerte. Una última advertencia de la fantasmal figura terminó por hacerlos entrar en razón, después todo sucedió más rápido de lo que pudo asimilar.
Tras disiparse el vívido recuerdo, se devolvió el silencio y la estática a la estancia, tardando unos segundos en recomponerse. Sin haber realizado movimiento alguno, aquella experiencia se había sentido tan real. Y confusa. Todos los nombres tallados en piedra tenían ahora rostro y voz, sin embargo, se encontraba lejos de entender quiénes eran o qué tendrían que ver con ellos, con ella, y las escuetas explicaciones de Turenn no dejaban nada en claro, más allá de saber que había utilizado sus lazos de sangre para contactarlos. Un nuevo acceso se abrió tras la retirada del anillo incrustado en la pared y al final del mismos, un nuevo ente incorpóreo los recibió expectante.
—Nan’Kareis Inglorien— se presentó, con tono sosegado, desprendiendo no obstante la costumbre de ser obedecido. Centró su atención en lori, después en Tarek. —Me alegra poder hablar una última vez con mis descendientes. Sé que no me defraudaréis, nuestra sangre no contempla esa opción. Colocad la reliquia y proseguid conociendo los hechos pasados.
Sin dar lugar a cuestiones, indicó una nueva abertura en la pared donde la silueta de una daga se distinguía a la percepción. La mirada del espectro se clavó entonces en la elfa, que comprendiendo el requerimiento echó mano del arma indicada. Se volvió un instante hacia el grupo antes de dirigirse a la ranura. Respuestas, cada vez más cercanas. Tal vez sus compañeros ya tenían demasiadas, mas no era su caso. En ninguno de los presentados en aquella visión había encontrado un rasgo familiar o un nombre resonado en su ascendencia, no obstante aquella daga había permanecido cuidadosamente conservada en un estuche durante años en su hogar, antes de haberla sustraído sin mayor conciencia de su procedencia. Ahora, ante ella se aparecía la primera oportunidad en años de obtener las explicaciones que le habían sido negadas tiempo atrás. Vaciló un instante tras desenfundar y sostenerla en sus manos, fijando la mirada en los restos de la sangre del Lyeyanna que, ya secos, embadurnaban la hoja.
—Basta de palabrería, habla claro. ¿Cuántos hay? ¿Qué queréis? Y ¿dónde está él?— incapaz de contenerse, clavó el filo en la frente del elfo de la túnica cuando Tarek se lo expuso, inmovilizándolo por el cuello.
—Los suficientes para acabar con vosotros varias docenas de veces.
—¡Cuántos!— exigió saber sin detener el corte, hundiendo más la hoja en la carne.
—Basta Aylizz— el ojosverdes frenó su impetuosa mano y desquitándola del mango la instó a terminar su desesperado intento por ganarles la ventaja a los Lyeyanna. —Nosotros no somos como ellos. Que hayan perdido la perspectiva y maten a los suyos no significa que nosotros debamos hacer lo mismo.
Negó con la cabeza para sí, en una sacudida que dispersó el recuerdo de lo acontecido hacía ya horas. Antes de enfrentarse a los custodios, de reprimir una emboscada, de dar con el templo, de encontrar a Nousis. La prueba de que había sucumbido al único lenguaje que sus perseguidores entendían y de que habría llegado hasta el final, sin reparos, de no haber sido centrada por aquel que ahora poco parecía preocuparse por tener que enfrentarse a su congénere. Finalmente, introdujo la reliquia en la roca y la sala, tal y como la presenciaban, volvió a desaparecer.
Los seis integrantes del grupo, los mismos a los que momentos antes habían acompañado en su huída como meros espectadores, se encontraban ahora encerrados, deambulando por el interior de aquel mismo templo, con una apariencia que dejaba claro que no eran pocos los días que llevaban allí. La líder del grupo, la mujer de cabellos de fuego, revisaba febrilmente el pequeño altar de la primera estancia.
—Déjalo ya, Wia— la voz enrabietada de uno de los dos elfos que integraban el grupo se alzó hacia su líder —Moriremos aquí. Los dioses lo han querido así.
—¡NO!— respondió en un grito. Una segunda integrante se acercó a ella. Con ternura, acarició su mejilla antes de abrazarla, para después guiarla hasta un rincón donde la invitó a sentarse.
—La consientes demasiado, Edenisse.— replicó la ya conocida Turenn, recibiendo como única respuesta la mirada impregnada en ira de la aludida.
Nan’Kareis paseaba sin rumbo fijo por otras estancias, desconocidas para los que observaban intrusos en la visión. Otra de las elfas, sin embargo, permanecía agazapada a la luz de una fogata, escribiendo en un pequeño pergamino, sólo alzando la voz cuando Inglorien se colocó a su vera.
—Alu, no creo que nadie lo lea, ¿sabes?— apuntó con gentileza.
En un parpadeo, la escena se disolvió, mostrándose una nueva ante sus ojos. Ahora todos portaban armas frente a Wia Hellum, que enloquecida y herida aguardaba junto al altar, con tan sólo una de sus camaradas interpuesta entre ella y el resto del grupo, quienes mostraban claras intenciones de acabar con su líder.
—Sabía que tarde o temprano saldría a relucir tu sangre sucia— escupió Turenn, en un ataque moral hacia la pelirroja.
—¡DEJADLA!— espetó Edenisse —¡NO LO HARÁ!
—¡NO PODEMOS CORRER EL RIESGO!— replicó Nan’Kareis
Una flecha certera a manos de Aluvalia se clavó en el hombro de Wia, que cayó antes de que su protectora pudiese intervenir. Dos se encargaron de reducir a Edenisse, quien contempló como varias estocadas de sus demás compañeros terminaron con la vida de quien fuera su amante. Al sentarse, la elfa desarmada miró a sus compañeros con auténtico odio.
—Nos habría asesinado a todos si se lo hubiéramos permitido— aseguró Caudior Faeren, tendiendo su mano al levantarse. La antecesora de los Lyeyanna rechazó el gesto envuelta en ira.
—Yo, por los dioses y por la eternidad os maldigo a todos y cada uno de vosotros, asesinos.— masculló, masticando el rencor —Yo moriré aquí, pero mi sangre se encargará de que vuestros linajes no perduren, de que vosotros no salgáis jamás de aquí tras morir. Por su sangre permaneceréis con ella. El mismo día que vuestros últimos descendientes sean menos que nosotros, acabaremos con cada hombre y mujer. No merecéis menos.— sentenció, antes de quitarse la vida.
La estancia retomó su normalidad, la bruma que mostraba el recuerdo de lo ocurrido se disolvió y Nan’Kareis suspiró ante los presentes.
—Ninguno la creimos— afirmó entonces —Poco tiempo después nos fuimos apagando uno a uno a causa del hambre y la sed. Un destino terrible. Aunque lo peor estaba por llegar— añadió, esbozando una ligera sonrisa lejos de la alegría —Cada uno fuimos enclaustrados en una habitación del templo, en espíritu. Desconozco cuantas décadas o siglos han pasado pero, llegado el momento, la sangre de Edenisse cumplió sus palabras. Todos llegaron aquí, pudimos sentirlos hace escaso tiempo, esos Lyeyanna, y comprendimos que también nosotros teníamos una oportunidad.
—¿Qué pretendía Wia Hellum?— inquirió Nousis con el ceño fruncido.
—Un hechizo de tiempos perdidos. Utilizar la poca vida que nos quedaba para activar la senda mágica que comunicaba esta isla con otro punto del continente. Fue necesario. Para romper la conexión que os ata al pasado, y la nuestra con este lugar, os quedan varios pasos que dar fuera de aquí— reveló por fin —Este templo tiene cuatro puertas más antes de llegar a eliminar la maldición de Edenisse. Una reliquia más, en manos del linaje de los Faeren. Y tras ello, tan sólo os quedará demostrar cuanto habéis llegado a ser.
—O sea, que se acabó. Estamos aquí encerrados.— Tarek irrumpió, tomando aire para no maldecir —A menos que Nousis pueda sacarse a un Faeren del bolsillo o, convenientemente, uno de nosotros resulte ser también descendiente suyo... A estas alturas se inventaran lo que haga falta...— puntualizó, murmurando para sí.
Aylizz dirigió sus pasos en silencio hasta la daga, que devolvió a su funda colgante de la cintura tras terminar de limpiarla con los bajos de la camisa. Confusa, hizo caso omiso a las increpancias del ojosverdes, perdiendo su mirada en el recoveco que ahora quedaba desnudo, tallado en la roca. Asumiendo la veracidad de lo mostrado había algo que no alcanzaba a comprender, aquel pedazo de pergamino escrito, olvidado por el paso del tiempo en las ruinas del corazón de la isla… Si nadie salió de allí con vida, si Edenisse Yllia había dado su vida en aquella maldición… Quién. Y cómo.
—El último hechizo de Wia consiguió lo que esperaba, aunque ella misma no pudiera hacer uso de él. La estirpe de Caudior Faeren... — Inglorien pareció dudar antes de seguir —No la encontraréis en Sandorai. La corona de los Faeren ciñe la cabeza de quien se hace llamar su reina. Hace tiempo que dejaron atrás su condición de elfos, su castillo se alza en Urd. Y es ahí donde deberéis dirigiros.
—Así que toda esta... Aventura es para resarciros por lo que le hicisteis a Wia Hellum y que vuestras estirpes no desaparezcan. Aún a pesar de que hicisteis lo que considerásteis más adecuado en aquel momento.— puntualizó Tarek —¿Por qué ahora? Lleváis siglos muertos. ¿Qué ha cambiado?
—Únicamente que nuestros linajes han mermado hasta el punto que ella esperaba cuando nos maldijo. Algo así, fruto del resentimiento, no es perfecto. No va a terminar con toda nuestra descendencia, pero se ha puesto en marcha. Los Lyeyanna, la sangre de Edenisse, han quedado atados a su juramento. Sólo si os matan serán liberados. Y entonces vuestros espíritus serán encadenados aquí, junto a los nuestros.
—Tuvieron ocasiones para acabar con nosotros— replicó Nousis.
—El sadismo les pudo más, no cabe duda. Su intención no era otra que encerraros aquí para que tuvieseis el mismo final que nosotros. Cuando lo vieron imposible, decidieron atacar directamente.
La humana dejó escapar entonces un suspiro de exasperación que puso fin al silencio que hasta el momento había mantenido, cruzándose de brazos ante las explicaciones que, en mínima medida, arrojaban luz a tan perturbadora experiencia.
—Perfecto, pues a mí, si no os importa, me dejáis por el camino. Ya hay uno de cada para tan élfica e ilustre misión— murmuró.
—Eres la última de mi estirpe, muchacha— indicó Nan’Kareis, más serio que antes —Nunca dejarán de perseguirte.
—Dejad de confundir con palabras.— instó al ente, denotando en la mirada la falta de creencia en sus palabras —Si mis padres fueron unos ladrones, o si obtuvieron el anillo como regalo, yo no lo sé. No sé nada, no es mi responsabilidad eso a lo que vosotros le dais tanta importancia. ¿La estirpe? Yo no tengo de eso... Yo me tengo a mí y a mi vida. El único Inglorien presente lo tienes justo ahí, enfadado con el mundo, como siempre— suspiró antes de continuar, mostrando las manos delante de sí, en señal de paz —Ya lo he regresado a dónde pertenecía ¿vale? Estamos en paz.
—No soy más que un recuerdo— asintió Nan —y no es mi deber convencerte del lugar donde provienes. En algún momento llegarás a asumirlo. Pero si no les acompañas, fracasarán. No estás aquí por casualidad. Y fracasar implica la muerte, muchacha. ¿Estás preparada para verles morir?
—¿Qué? Qué demonios.... ¡Qué exagerados sois los elfos!— en aquella afirmación de la mestiza se dejó entrever un instante de duda —Está bien...— admitió finalmente con voz derrotada —Vamos a iluminar la vida de esos vampiros.
—Sea como sea— añadió el ojosverdes —aquello que Wia preparó nos sacará de este infierno, ¿no? Así que para qué esperar más…
Nadie añadió una palabra. El grupo se dispuso entonces junto al altar, siguiendo las indicaciones de la aparición, quien antes de despedirlos les hizo una última indicación. El regreso no sería tan fácil como la marcha.
—Buena suerte.
____La aparición de aquella elfa incorpórea, cuya existencia se había perdido hacía ya varias generaciones, no dejó indiferente a ninguno. Lejos de generar admiración en aquellos que habían sido educados en el respeto a los antepasados y la devoción por sus enseñanzas, no causó otra cosa que dudas, conflicto y negación. Educada en la importancia de los lazos de sangre, en las remembranzas de sus gentes pasadas para no condenarlas al olvido, en los destinos erigidos por las deidades, no pudo evitar sentir que había traicionado su fe al sorprenderse de que aquel espectro fuese real. No eran pocas las enseñanzas que hablaban de espacios ligados a los ancestros, técnicas de invocación, prácticas para adentrarse en el misticismo y conectar con el pasado. Todas sonaban grandilocuentes, mas no sencillas de creer. Es decir, como hija de Sandorai conocía esa sensación que remueve por dentro al llevar a cabo rituales, ofrendas y plegarias para mantenerse ligada a los que se fueron o conectar con aquellos que determinan el curso de las propias experiencias, aceptaba las creencias que instaban a la práctica de la introspección para hallar la armonía entre lo divino y lo material, lo mágico y lo efímero. Aunque, desde un plano más racional, en ocasiones era fácil pararse a cuestionar la aceptación de todas aquellas afirmaciones al no llegar nunca a ser verdaderamente tangibles.
Observó a Turenn, la que sin lugar a dudas habría precedido al Indirel. Sus rasgos la delataban, así como su porte elegante y su discurso condescendiente. Incluso logró descentrar a la humana tanto como lo hacía su descendiente. Tarek tampoco fue capaz de mantener las emociones a raya, aunque… Quién habría podido hacerlo de estar en su lugar. Obcecado en su verdad, que poniendo atención en las palabras de la aparición cada vez parecía alejarse más de la realidad, el elfo del rostro marcado se dejó doblegar ante la ira, decidido a descargarla por entero sobre la recién descubierta mestiza, quien a su vez parecía dispuesta y deseosa de verse en aquel enfrentamiento. Nousis intervino antes de que el filo de la hoz del ojosverdes acariciara la garganta de la morena y en cuestión de minutos la tensión generada entre los tres pudo palparse. Resopló, resignada, ante la escena que comenzaba a verse como un bucle donde la crispación iba en aumento. El verse encerrados parecía haberlos hecho obviar dónde se encontraban y quienes los perseguían con el único objetivo de darles muerte. Una última advertencia de la fantasmal figura terminó por hacerlos entrar en razón, después todo sucedió más rápido de lo que pudo asimilar.
Tras disiparse el vívido recuerdo, se devolvió el silencio y la estática a la estancia, tardando unos segundos en recomponerse. Sin haber realizado movimiento alguno, aquella experiencia se había sentido tan real. Y confusa. Todos los nombres tallados en piedra tenían ahora rostro y voz, sin embargo, se encontraba lejos de entender quiénes eran o qué tendrían que ver con ellos, con ella, y las escuetas explicaciones de Turenn no dejaban nada en claro, más allá de saber que había utilizado sus lazos de sangre para contactarlos. Un nuevo acceso se abrió tras la retirada del anillo incrustado en la pared y al final del mismos, un nuevo ente incorpóreo los recibió expectante.
—Nan’Kareis Inglorien— se presentó, con tono sosegado, desprendiendo no obstante la costumbre de ser obedecido. Centró su atención en lori, después en Tarek. —Me alegra poder hablar una última vez con mis descendientes. Sé que no me defraudaréis, nuestra sangre no contempla esa opción. Colocad la reliquia y proseguid conociendo los hechos pasados.
Sin dar lugar a cuestiones, indicó una nueva abertura en la pared donde la silueta de una daga se distinguía a la percepción. La mirada del espectro se clavó entonces en la elfa, que comprendiendo el requerimiento echó mano del arma indicada. Se volvió un instante hacia el grupo antes de dirigirse a la ranura. Respuestas, cada vez más cercanas. Tal vez sus compañeros ya tenían demasiadas, mas no era su caso. En ninguno de los presentados en aquella visión había encontrado un rasgo familiar o un nombre resonado en su ascendencia, no obstante aquella daga había permanecido cuidadosamente conservada en un estuche durante años en su hogar, antes de haberla sustraído sin mayor conciencia de su procedencia. Ahora, ante ella se aparecía la primera oportunidad en años de obtener las explicaciones que le habían sido negadas tiempo atrás. Vaciló un instante tras desenfundar y sostenerla en sus manos, fijando la mirada en los restos de la sangre del Lyeyanna que, ya secos, embadurnaban la hoja.
—Basta de palabrería, habla claro. ¿Cuántos hay? ¿Qué queréis? Y ¿dónde está él?— incapaz de contenerse, clavó el filo en la frente del elfo de la túnica cuando Tarek se lo expuso, inmovilizándolo por el cuello.
—Los suficientes para acabar con vosotros varias docenas de veces.
—¡Cuántos!— exigió saber sin detener el corte, hundiendo más la hoja en la carne.
—Basta Aylizz— el ojosverdes frenó su impetuosa mano y desquitándola del mango la instó a terminar su desesperado intento por ganarles la ventaja a los Lyeyanna. —Nosotros no somos como ellos. Que hayan perdido la perspectiva y maten a los suyos no significa que nosotros debamos hacer lo mismo.
Negó con la cabeza para sí, en una sacudida que dispersó el recuerdo de lo acontecido hacía ya horas. Antes de enfrentarse a los custodios, de reprimir una emboscada, de dar con el templo, de encontrar a Nousis. La prueba de que había sucumbido al único lenguaje que sus perseguidores entendían y de que habría llegado hasta el final, sin reparos, de no haber sido centrada por aquel que ahora poco parecía preocuparse por tener que enfrentarse a su congénere. Finalmente, introdujo la reliquia en la roca y la sala, tal y como la presenciaban, volvió a desaparecer.
Los seis integrantes del grupo, los mismos a los que momentos antes habían acompañado en su huída como meros espectadores, se encontraban ahora encerrados, deambulando por el interior de aquel mismo templo, con una apariencia que dejaba claro que no eran pocos los días que llevaban allí. La líder del grupo, la mujer de cabellos de fuego, revisaba febrilmente el pequeño altar de la primera estancia.
—Déjalo ya, Wia— la voz enrabietada de uno de los dos elfos que integraban el grupo se alzó hacia su líder —Moriremos aquí. Los dioses lo han querido así.
—¡NO!— respondió en un grito. Una segunda integrante se acercó a ella. Con ternura, acarició su mejilla antes de abrazarla, para después guiarla hasta un rincón donde la invitó a sentarse.
—La consientes demasiado, Edenisse.— replicó la ya conocida Turenn, recibiendo como única respuesta la mirada impregnada en ira de la aludida.
Nan’Kareis paseaba sin rumbo fijo por otras estancias, desconocidas para los que observaban intrusos en la visión. Otra de las elfas, sin embargo, permanecía agazapada a la luz de una fogata, escribiendo en un pequeño pergamino, sólo alzando la voz cuando Inglorien se colocó a su vera.
—Alu, no creo que nadie lo lea, ¿sabes?— apuntó con gentileza.
En un parpadeo, la escena se disolvió, mostrándose una nueva ante sus ojos. Ahora todos portaban armas frente a Wia Hellum, que enloquecida y herida aguardaba junto al altar, con tan sólo una de sus camaradas interpuesta entre ella y el resto del grupo, quienes mostraban claras intenciones de acabar con su líder.
—Sabía que tarde o temprano saldría a relucir tu sangre sucia— escupió Turenn, en un ataque moral hacia la pelirroja.
—¡DEJADLA!— espetó Edenisse —¡NO LO HARÁ!
—¡NO PODEMOS CORRER EL RIESGO!— replicó Nan’Kareis
Una flecha certera a manos de Aluvalia se clavó en el hombro de Wia, que cayó antes de que su protectora pudiese intervenir. Dos se encargaron de reducir a Edenisse, quien contempló como varias estocadas de sus demás compañeros terminaron con la vida de quien fuera su amante. Al sentarse, la elfa desarmada miró a sus compañeros con auténtico odio.
—Nos habría asesinado a todos si se lo hubiéramos permitido— aseguró Caudior Faeren, tendiendo su mano al levantarse. La antecesora de los Lyeyanna rechazó el gesto envuelta en ira.
—Yo, por los dioses y por la eternidad os maldigo a todos y cada uno de vosotros, asesinos.— masculló, masticando el rencor —Yo moriré aquí, pero mi sangre se encargará de que vuestros linajes no perduren, de que vosotros no salgáis jamás de aquí tras morir. Por su sangre permaneceréis con ella. El mismo día que vuestros últimos descendientes sean menos que nosotros, acabaremos con cada hombre y mujer. No merecéis menos.— sentenció, antes de quitarse la vida.
La estancia retomó su normalidad, la bruma que mostraba el recuerdo de lo ocurrido se disolvió y Nan’Kareis suspiró ante los presentes.
—Ninguno la creimos— afirmó entonces —Poco tiempo después nos fuimos apagando uno a uno a causa del hambre y la sed. Un destino terrible. Aunque lo peor estaba por llegar— añadió, esbozando una ligera sonrisa lejos de la alegría —Cada uno fuimos enclaustrados en una habitación del templo, en espíritu. Desconozco cuantas décadas o siglos han pasado pero, llegado el momento, la sangre de Edenisse cumplió sus palabras. Todos llegaron aquí, pudimos sentirlos hace escaso tiempo, esos Lyeyanna, y comprendimos que también nosotros teníamos una oportunidad.
—¿Qué pretendía Wia Hellum?— inquirió Nousis con el ceño fruncido.
—Un hechizo de tiempos perdidos. Utilizar la poca vida que nos quedaba para activar la senda mágica que comunicaba esta isla con otro punto del continente. Fue necesario. Para romper la conexión que os ata al pasado, y la nuestra con este lugar, os quedan varios pasos que dar fuera de aquí— reveló por fin —Este templo tiene cuatro puertas más antes de llegar a eliminar la maldición de Edenisse. Una reliquia más, en manos del linaje de los Faeren. Y tras ello, tan sólo os quedará demostrar cuanto habéis llegado a ser.
—O sea, que se acabó. Estamos aquí encerrados.— Tarek irrumpió, tomando aire para no maldecir —A menos que Nousis pueda sacarse a un Faeren del bolsillo o, convenientemente, uno de nosotros resulte ser también descendiente suyo... A estas alturas se inventaran lo que haga falta...— puntualizó, murmurando para sí.
Aylizz dirigió sus pasos en silencio hasta la daga, que devolvió a su funda colgante de la cintura tras terminar de limpiarla con los bajos de la camisa. Confusa, hizo caso omiso a las increpancias del ojosverdes, perdiendo su mirada en el recoveco que ahora quedaba desnudo, tallado en la roca. Asumiendo la veracidad de lo mostrado había algo que no alcanzaba a comprender, aquel pedazo de pergamino escrito, olvidado por el paso del tiempo en las ruinas del corazón de la isla… Si nadie salió de allí con vida, si Edenisse Yllia había dado su vida en aquella maldición… Quién. Y cómo.
—El último hechizo de Wia consiguió lo que esperaba, aunque ella misma no pudiera hacer uso de él. La estirpe de Caudior Faeren... — Inglorien pareció dudar antes de seguir —No la encontraréis en Sandorai. La corona de los Faeren ciñe la cabeza de quien se hace llamar su reina. Hace tiempo que dejaron atrás su condición de elfos, su castillo se alza en Urd. Y es ahí donde deberéis dirigiros.
—Así que toda esta... Aventura es para resarciros por lo que le hicisteis a Wia Hellum y que vuestras estirpes no desaparezcan. Aún a pesar de que hicisteis lo que considerásteis más adecuado en aquel momento.— puntualizó Tarek —¿Por qué ahora? Lleváis siglos muertos. ¿Qué ha cambiado?
—Únicamente que nuestros linajes han mermado hasta el punto que ella esperaba cuando nos maldijo. Algo así, fruto del resentimiento, no es perfecto. No va a terminar con toda nuestra descendencia, pero se ha puesto en marcha. Los Lyeyanna, la sangre de Edenisse, han quedado atados a su juramento. Sólo si os matan serán liberados. Y entonces vuestros espíritus serán encadenados aquí, junto a los nuestros.
—Tuvieron ocasiones para acabar con nosotros— replicó Nousis.
—El sadismo les pudo más, no cabe duda. Su intención no era otra que encerraros aquí para que tuvieseis el mismo final que nosotros. Cuando lo vieron imposible, decidieron atacar directamente.
La humana dejó escapar entonces un suspiro de exasperación que puso fin al silencio que hasta el momento había mantenido, cruzándose de brazos ante las explicaciones que, en mínima medida, arrojaban luz a tan perturbadora experiencia.
—Perfecto, pues a mí, si no os importa, me dejáis por el camino. Ya hay uno de cada para tan élfica e ilustre misión— murmuró.
—Eres la última de mi estirpe, muchacha— indicó Nan’Kareis, más serio que antes —Nunca dejarán de perseguirte.
—Dejad de confundir con palabras.— instó al ente, denotando en la mirada la falta de creencia en sus palabras —Si mis padres fueron unos ladrones, o si obtuvieron el anillo como regalo, yo no lo sé. No sé nada, no es mi responsabilidad eso a lo que vosotros le dais tanta importancia. ¿La estirpe? Yo no tengo de eso... Yo me tengo a mí y a mi vida. El único Inglorien presente lo tienes justo ahí, enfadado con el mundo, como siempre— suspiró antes de continuar, mostrando las manos delante de sí, en señal de paz —Ya lo he regresado a dónde pertenecía ¿vale? Estamos en paz.
—No soy más que un recuerdo— asintió Nan —y no es mi deber convencerte del lugar donde provienes. En algún momento llegarás a asumirlo. Pero si no les acompañas, fracasarán. No estás aquí por casualidad. Y fracasar implica la muerte, muchacha. ¿Estás preparada para verles morir?
—¿Qué? Qué demonios.... ¡Qué exagerados sois los elfos!— en aquella afirmación de la mestiza se dejó entrever un instante de duda —Está bien...— admitió finalmente con voz derrotada —Vamos a iluminar la vida de esos vampiros.
—Sea como sea— añadió el ojosverdes —aquello que Wia preparó nos sacará de este infierno, ¿no? Así que para qué esperar más…
Nadie añadió una palabra. El grupo se dispuso entonces junto al altar, siguiendo las indicaciones de la aparición, quien antes de despedirlos les hizo una última indicación. El regreso no sería tan fácil como la marcha.
—Buena suerte.
Turenn Indirel #00ff00
Nan'Kareis Inglorien #ffcc66
Edenisse Yllia #00cc99
Wia Hellum #ff9900
Caudior Faeren #ff3300
Aluvalia Nivellen #9999ff
Aylizz Wendell
Moderador/a
Moderador/a
Cantidad de envíos : : 585
Nivel de PJ : : 2
Re: La sangre del sueño
Su mente había decidido funcionar a una velocidad vertiginosa. Imparable, había dividido todo el mar de sus pensamientos en las tres personas que le acompañaban. El mundo se había reducido a eso tras las revelaciones de Turenn y las indicaciones de Nan Kareis y Caudior Faeren.
Se sentía insultado, humillado, incomprendido por entero. Las reacciones de Tarek así como las de Iori en cualquier otro momento, con cualquier otra criatura, las habría detenido frontalmente y de manera despiadada. Sólo la calma de Aylizz, así como su ausencia de ataques hacia él, lo había reconfortado lo necesario para no recubrir cada poro de su piel con la ira que, como lava, fundía su forzada tranquilidad.
Observó el rostro del joven elfo, adusto, revelando como libro abierto la mostrada reticencia a encontrarse allí. Junto a ellos. Junto a él.
Nou apretó los dientes. Aquel maldito muchacho había tenido la osadía de acusarlo de mentir. ¡A ÉL! De haberle engañado. No sabía nada, no conocía nada. Era por completo incapaz de entender la magnitud de la tormenta que el espadachín guardaba dentro de sí. Y se atrevía a juzgarlo. Si los dioses le hubiesen permitido un única y diferente opción… mas no fue así. Las respuestas no fueron las que se desearon, sino las que la realidad terminó por tallar, a golpe de decepciones, miedos e inseguridades. Había visto los mismos sentimientos que los ojos de Tarek rezumaban en numerosos seres, a menudo terminaban con un cruce de acero. Por un instante, deseó matar al muchacho. Eran elfos, y su sangre era valiosa para el futuro. Sus creencias, adecuadas, pese a un necesario pulimento. Pero en absoluto iguales. No estaba en posición de exigir nada. Si Nousis había decidido no hablar de aquello, ¿acaso era incapaz de comprender que tendría razones contundentes? Tal demostración sólo manifestaba que creía que su joven juicio se creía equiparable al del Indirel. Demasiada arrogancia.
“Protegiste a la humana”
Su escena, interponiéndose entre ambos, le hizo dejar de respirar durante unos segundos, y colocar sus ojos grises sobre la espesura. Era lo necesario en aquel momento. Los espíritus precisaban de los cuatro. Resultaba imposible saber qué podría ocurrir si perdía uno de ellos. Y haberlos traído allí era un peso sobre sus hombros. No necesitaba las punzantes palabras de ambos muchachos para darse cuenta que si estaban en peligro se debía únicamente a la capacidad de Turenn para atacar su mente. Ojalá hubiesen podido sentir una leve caricia del brutal sufrimiento que le produjo entrar en cada sueño, se dijo sombrío.
El odio del Inglorien por los humanos quemaba como el suyo por el auténtico enemigo. Pero era su llama alta, ondulante, caótica, abrasaba sin medida. Precisaba tiempo, templanza, para evitar que ese fuego no se extinguiera, apuntase a la dirección más correcta. Aunque en esos momentos, ni siquiera estaba seguro de desear algo más para él que el filo de su espada. Casi lo había tratado de traidor. Pocas ofensas le habían herido más en casi un siglo.
Sus pensamientos se deslizaron hacia esa humana de cabello oscuro y mirada cuyo olvido resultaba más difícil que crear una llama del hielo. También ella había acudido, y también ella le había mostrado rechazo, acusación y apenas menos confianza que el propio miembro de su raza. No había vuelto a verla desde que sus caminos se separaron en Lunargenta, y al cruzar el dintel del templo, la contempló con cuidado, inmersos en sus recuerdos lejanos y en aquellos de ese mismo día. Todo ello había cristalizado en descubrirse prestándole atención como alguien bien conocido y a la vez, por entero diferente.
Casi inconscientemente, metió la mano en su bolsa de viaje, acariciando aquel peine grabado de madera con las yemas de los dedos.
Ella tampoco parecía comprenderle en absoluto. Se había abierto a esa humana en dos ocasiones, y aún con cuanto había averiguado, no había permitido que el hijo adoptivo de Eithelen la asesinase allí mismo. Los elfos no debían mezclarse con otras razas, todo cuanto eran podría llegar a diluirse. Si ella tenía sangre de Sandorai, implicaba demasiadas variables. Había sufrido por sus ideas, y lo único que había recibido de la joven era decepción. Resultaba demasiado cambiante, había visto demasiadas variaciones en su carácter y ello le resultaba irritante. Prefería encerrarse en su maldita concha, o escapar. Una vez más. No quería comprender la gravedad de lo que la rodeaba. Y él no entendía que alguien fuera capaz de renegar de un conocimiento que se le ofrecía. El saber siempre era mejor que el desconocimiento, siempre.
Pero no era esa otra la verdad. Al entrar en el templo había removido en él las conocidas sensaciones que no estaba dispuesto a delatar, menos aún de dos elfos como eran Aylizz y Tarek. Precisaba hablar con ella, llegado el momento.
Curiosamente, admitió cuando su mirada se dirigió a la muchacha rubia, había demostrado temple y una capacidad de mantener la compostura que el resto perdió. Sin posicionarse, pese a su juventud, resultó el nexo que tal vez evitó que los problemas dentro del pequeño grupo llegasen a más. Parecía tener madera de diplomática, pensó el espadachín. O sencillamente era la única capaz de ver todo lo que estaba ocurriendo de forma menos personal.
Era la última a la que había visto, antes de la locura en la que esos días se habían convertido. Casi podía decir que la había visto madurar desde los sucesos con los criminales humanos hasta los problemas de Midgar. No podía asegurar que la elfa había ganado en seguridad. Sí en cambio, que las aventuras juntos le habían llegado a querer que su vida no finalizase a manos de uno de los vampiros que poblaban la oscura región de Urd. Y sin lugar a duda, la iba a necesitar. Los rostros de Tarek y Iori auguraban que el camino no iba a resultar sencillo.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 417
Nivel de PJ : : 4
Re: La sangre del sueño
Estaba presente pero se sentía apenas una espectadora del teatro en el que se había convertido aquello. Asistió en silencio a la discusión sobre qué camino tomar por parte de los elfos. Ella estaba allí en desventaja y se había comprometido a seguirlos hasta el final de aquella aventura. Hasta su muerte. En circunstancias normales hubiera disfrutado del la habilidad que Ayl usó sobre Tarek para obligarlo a seguirles, pero hacía tiempo que no se sentía parte de todo aquello.
No tenía mucho apetito pero se obligó a comer. Sabía en dónde estaba su mente. En el anillo que Tarek se había llevado para dormir a la afueras de la aldea. Tan solo quería cerrar los ojos y volver a estar en lo alto de la ladera que llevaba a su pequeña aldea. Sabían los Dioses que en cuanto fuese capaz de volver a poner los pies en ella, no saldría de allí ni los días de mercado en la comarca. No hablaba con nadie, no se relacionaba con nadie, pero obedecía obediente a la decisión tomada mayoritariamente. Para salir de la trampa en la que ella misma se había metido solamente le quedaba seguir avanzando hacia delante.
Fue en el improvisado campamento de esa noche, cuando la voz de Ayl en su charla con Tarek la sacó del silencio que se había auto impuesto. - ¿Y a ella?- señalço a Iori con la cabeza. La humana parpadeó como si escuchase por primera vez en días, y esbozó la sonrisa más traviesa que podía en esas circunstancias. Dirigió la vista hacia Iori, con evidente rictus de desagrado. -Me puso una corona de flores en la cabeza... - respondió en un tono más bajo y cargado de desdén, al tiempo que observa a la humana con mirada asesina.
Iori tragó el pedazo de manzana que estaba masticando y sin poder evitarlo, sueltó una carcajada al aire. - Y eso te convirtió en el ser más guapo de todos los que había en aquel festival - aseguró con total sinceridad. Ayl quedó muda un momento, atónita ante la inesperada respuesta —Perdona, ¿Cómo has dicho?— y si antes había sido comedida en la risa, ahora sueltó una carcajada.
- Tampoco es que hubiese una competencia digna - le sueltó a Iori, como diciendo "evidentemente, soy un elfo, no hay nada más maravilloso en este mundo que yo". Iori alzó los ojos al cielo, acostumbrada ya a aquel tipo de mensajes por parte de Tarek. Sus palabras de desprecio no suponían nada para ella. Suspiró mientras sus compañeros seguían hablando y ella se centraba en terminar la manzana. Le tocaría la guardia en segundo lugar, por lo que se tumbó de espaldas a la pequeña hoguera y el cansancio del día obró el milagro. Durmió sin sueños, lo cual agradeció mucho.
Fue entonces cuando con un suave gesto, Nousis la despertó para guiarla a su lugar de guardia. La humana se levantó con lentitud pero recobra la consciencia de en qué situación está al momento. Estiró el cuerpo y tomando la capa que solía tener guardada en la alforja se cubrió para pasar la guardia lejos del calor del fuego. Cuando están ya tras los primeros árboles, el la miró directamente, durante unos segundos. Parecía calmado, exactamente como siempre. Aunque la primera pregunta que dice resulta demasiado simple para cuanto está pensando -¿Cómo te encuentras?- y a las claras está que no se refería al físico.
La mirada relajada de Iori se tomó la pregunta de Nousis como si fuese un ataque. Él puede ver de forma casi palpable como tras sus palabras, la humana se puso en guardia. - Nunca tuve tantas ganas de estar lejos de vosotros. De ti - se apartó un poco y buscó entre los árboles un lugar cómodo por el que trepar fácilmente. - ¿Es por aquí por donde hiciste la guardia? mejor desde lo alto - añadió colocando el pie en el tronco y probando la resistencia de la primera rama para subir.
Él la cogió entonces del antebrazo. Estaba serio, pero no frío. -¿De qué me culpas?- preguntó con un punto de suavidad - Ya me escuchaste. Yo tampoco estoy aquí por propia voluntad. No quería meteros en esto. - Tensa el cuerpo al instante, pero no rechaza su agarre. - No te culpo. Ni a ti, ni a Ayl, ni si quiera a ese idiota de Tarek. Nadie tiene la culpa excepto yo misma.- aparta la vista y mira las pocas estrellas visibles entre las tupidas copas de los árboles. - Estoy aquí por seguir mi propio camino, guiado por un anillo que se convirtió en mi pertenencia más preciada hasta encontrar a su legítimo dueño. Me siento perdida ahora... - Tiró entonces con suavidad para soltar su antebrazo de la mano de Nousis. - Siempre digo lo mismo, pero esta vez será de verdad. Volveré a mi aldea cuando todo esto termine, y viviré como pueda una apacible vida de humana. Ya no necesito buscar nada más en el pasado. -
Nou retiró la mano pero se acercó a ella -¿Lo dejas todo? Ese anillo no es de Tarek, pero te niegas a aceptarlo. Yo tampoco estaba dispuesto a ello. Y sin embargo, no queda más remedio que ver la realidad - se detiene un momento y sonríe un breve instante - Aunque es cierto que en cada ocasión que nos hemos encontrado, has tenido problemas. Tal vez el querer alejarte sea instinto. Pero una cosa es la precaución, y otra vivir aferrada a una mentira -
La alarma cubrió la expresión facial de Iori y lo miró de cerca, sin apartarse de su proximidad. - ¿En serio? Nousis, tú... ¿Te has golpeado en la cabeza? Nada de lo que dijeron esos espíritus tiene sentido porque, yo soy humana, no soy una de vosotros, no soy mestiza. Desconozco cómo ese anillo estaba entre mis pertenencias pero de ahí a compartir sangre con vosotros... - Niega con la cabeza mientras intenta, a la luz de las palabras de Nousis valorar la posibilidad. La posibilidad que se daba de frente con sus redondeadas orejas y la soledad de su vida. - Ellos también pueden estar equivocados. Excepto que puedas ver el pasado nadie puede darnos la verdad - asegura antes de girarse con rapidez y lanzarse a escalar por el árbol que previamente había estudiado.
- Ellos son el pasado. Y Nan Kareis te ha señalado como sangre de su sangre. El anillo, la historia de Eithelen... Hay cosas que desconoces. Que yo tampoco sé enlazar. ¿Y si es cierto? Mentiría si te dijera que esperaba que no lo fuera, estaba convencido de que tenía que haber otra explicación. Que tenías - remarcó la palabra - que ser humana. ¿Parte de tu sangre llega a Sandorai? - suspiró - Alejarte no tiene la capacidad de negar algo si es cierto.-
Se sentó de forma cómoda en una rama unos dos metros por encima de la cabeza del elfo, pero la distancia en altura no la aleja de sus incómodas palabras. - Eithelen...- murmura pronunciando por primera vez ese nombre. -.... ¿Quién era él? El padre de Tarek ¿no? tú lo conocías? - La voz de Nousis llegó con claridad a ella un par de metros por debajo - Nunca llegué a conocerlo, pero tenía fama entre los nuestros, especialmente en acciones de frontera. Ya había muerto cuando yo aún no había salido de los bosques. - El elfo miró alrededor. Parecía tranquilo. - ¿Cómo murió? -
-Unos humanos intentaron atacar Sandorai. Perdió la vida protegiendo a los nuestros y rechazando a esos invasores. No volvieron muchos. Mi maestra, Tirinlae, utiliza desde esos días su ejemplo para los elfos jóvenes, como uno de los valores del bosque. - Iori frunció el ceño y se llevó una mano a la sien, frotando. - No veo ningún punto de conexión. ¿Solo porque el anillo era suyo? Ya os lo dije, lo más probable es que quienes me dejaron en aquella cueva lo hubieran robado. Seguramente algún humano que luchó en ese combate se lo quedó y regresó con él como botín de guerra. Fin de la historia. La hija de un humano mercenario. Y tiene más sentido que vuestro cuento de hadas. - Resopló y se estiró encima de la rama con la cabeza alta.
- Os acompañaré, ya os dije que lo haría. No tengas miedo, no pienso dejaros en la estacada. Pero de ahí a creer esas locuras... Yo siempre estuve sola y eso seguirá así. Ni necesito un linaje ni un pasado, ni un lugar al que pertenecer - Lo miró clavando los ojos azules desde arriba en la mirada gris del elfo. - Vete a descansar lo que puedas, aprovecha el calor de la hoguera. -
-Tal vez tu mundo acabe por romperse - apuntó el espadachín - ¿Vas a permanecer ahí? - Aquella última frase la molestó. La hirió de una extraña forma ya que, realmente su mundo ya estaba roto. Desde que había perdido contacto con aquel anillo tan especial para ella. Lo miró con enfado en los ojos y se dejó caer haciendo el mismo ruido que un gato a los pies el elfo de nuevo. - Y quizá quieres ser tú el que lo rompa en pedazos ¿no?- le preguntó golpeando su pecho con una mano, intentando hacerlo retroceder. - Qué vida tan cómoda y feliz debió de ser la tuya, creciendo mientras mirabas a la cara a las personas a las que debes tus rasgos. ¿Es eso lo que te hace tan insoportablemente prepotente? -
Él no apartó los ojos de los de la humana - Yo no sé lo que quiero - seis palabras dichas en un tono extraño, como si englobase un mundo diferente, pronunciadas justo antes de besarla. Lo vio ir hacia ella, pero no fue capaz de apartarse. Se sintió una estúpida porque, aunque estaba realmente molesta con él en aquel momento, su cuerpo todavía era débil a la influencia que el moreno tenía sobre ella. El recuerdo del primer beso en la celda, la despedida en el bosque, el último encuentro en Lunargenta... eran los momentos de los que había vivido rememorando al elfo en sus memorias.
Y ahora estaba allí, en una aventura que no deseaba creando uno nuevo, un nuevo recuerdo mientras apretaba rodeando por el cuello a Nousis, en un beso que le devolvía con pasión duplicada. Las manos de él ciñeron su rostro mientras sus cinturas conectaban. La humana le devolvió el beso hasta sentir demasiado calor. Cuando notó que el cuerpo del elfo la cubría hasta el punto de comenzar a sentirse ahogada se tensó. Fue automático, ya que Nousis la soltó entendiendo su deseo sin que ella dijese nada. Jadeó y lo miró a los ojos a unos escasos centímetros.
Apenas había claridad suficiente pero podía entrever los bellos rasgos del elfo. - Buenas noches - siseó como el murmullo de una hoja, antes de girarse para desaparecer en el mismo árbol. Subiendo ahora más arriba todavía para evitar la tentación que la esperaba abajo. - Buenas noches - repetiría él- alejándose tras un momento de vacilación. Lo escuchó alejarse con sus pasos mientras sentía que ya no echaba de menos el calor del fuego de la hoguera.
No tenía mucho apetito pero se obligó a comer. Sabía en dónde estaba su mente. En el anillo que Tarek se había llevado para dormir a la afueras de la aldea. Tan solo quería cerrar los ojos y volver a estar en lo alto de la ladera que llevaba a su pequeña aldea. Sabían los Dioses que en cuanto fuese capaz de volver a poner los pies en ella, no saldría de allí ni los días de mercado en la comarca. No hablaba con nadie, no se relacionaba con nadie, pero obedecía obediente a la decisión tomada mayoritariamente. Para salir de la trampa en la que ella misma se había metido solamente le quedaba seguir avanzando hacia delante.
Fue en el improvisado campamento de esa noche, cuando la voz de Ayl en su charla con Tarek la sacó del silencio que se había auto impuesto. - ¿Y a ella?- señalço a Iori con la cabeza. La humana parpadeó como si escuchase por primera vez en días, y esbozó la sonrisa más traviesa que podía en esas circunstancias. Dirigió la vista hacia Iori, con evidente rictus de desagrado. -Me puso una corona de flores en la cabeza... - respondió en un tono más bajo y cargado de desdén, al tiempo que observa a la humana con mirada asesina.
Iori tragó el pedazo de manzana que estaba masticando y sin poder evitarlo, sueltó una carcajada al aire. - Y eso te convirtió en el ser más guapo de todos los que había en aquel festival - aseguró con total sinceridad. Ayl quedó muda un momento, atónita ante la inesperada respuesta —Perdona, ¿Cómo has dicho?— y si antes había sido comedida en la risa, ahora sueltó una carcajada.
- Tampoco es que hubiese una competencia digna - le sueltó a Iori, como diciendo "evidentemente, soy un elfo, no hay nada más maravilloso en este mundo que yo". Iori alzó los ojos al cielo, acostumbrada ya a aquel tipo de mensajes por parte de Tarek. Sus palabras de desprecio no suponían nada para ella. Suspiró mientras sus compañeros seguían hablando y ella se centraba en terminar la manzana. Le tocaría la guardia en segundo lugar, por lo que se tumbó de espaldas a la pequeña hoguera y el cansancio del día obró el milagro. Durmió sin sueños, lo cual agradeció mucho.
Fue entonces cuando con un suave gesto, Nousis la despertó para guiarla a su lugar de guardia. La humana se levantó con lentitud pero recobra la consciencia de en qué situación está al momento. Estiró el cuerpo y tomando la capa que solía tener guardada en la alforja se cubrió para pasar la guardia lejos del calor del fuego. Cuando están ya tras los primeros árboles, el la miró directamente, durante unos segundos. Parecía calmado, exactamente como siempre. Aunque la primera pregunta que dice resulta demasiado simple para cuanto está pensando -¿Cómo te encuentras?- y a las claras está que no se refería al físico.
La mirada relajada de Iori se tomó la pregunta de Nousis como si fuese un ataque. Él puede ver de forma casi palpable como tras sus palabras, la humana se puso en guardia. - Nunca tuve tantas ganas de estar lejos de vosotros. De ti - se apartó un poco y buscó entre los árboles un lugar cómodo por el que trepar fácilmente. - ¿Es por aquí por donde hiciste la guardia? mejor desde lo alto - añadió colocando el pie en el tronco y probando la resistencia de la primera rama para subir.
Él la cogió entonces del antebrazo. Estaba serio, pero no frío. -¿De qué me culpas?- preguntó con un punto de suavidad - Ya me escuchaste. Yo tampoco estoy aquí por propia voluntad. No quería meteros en esto. - Tensa el cuerpo al instante, pero no rechaza su agarre. - No te culpo. Ni a ti, ni a Ayl, ni si quiera a ese idiota de Tarek. Nadie tiene la culpa excepto yo misma.- aparta la vista y mira las pocas estrellas visibles entre las tupidas copas de los árboles. - Estoy aquí por seguir mi propio camino, guiado por un anillo que se convirtió en mi pertenencia más preciada hasta encontrar a su legítimo dueño. Me siento perdida ahora... - Tiró entonces con suavidad para soltar su antebrazo de la mano de Nousis. - Siempre digo lo mismo, pero esta vez será de verdad. Volveré a mi aldea cuando todo esto termine, y viviré como pueda una apacible vida de humana. Ya no necesito buscar nada más en el pasado. -
Nou retiró la mano pero se acercó a ella -¿Lo dejas todo? Ese anillo no es de Tarek, pero te niegas a aceptarlo. Yo tampoco estaba dispuesto a ello. Y sin embargo, no queda más remedio que ver la realidad - se detiene un momento y sonríe un breve instante - Aunque es cierto que en cada ocasión que nos hemos encontrado, has tenido problemas. Tal vez el querer alejarte sea instinto. Pero una cosa es la precaución, y otra vivir aferrada a una mentira -
La alarma cubrió la expresión facial de Iori y lo miró de cerca, sin apartarse de su proximidad. - ¿En serio? Nousis, tú... ¿Te has golpeado en la cabeza? Nada de lo que dijeron esos espíritus tiene sentido porque, yo soy humana, no soy una de vosotros, no soy mestiza. Desconozco cómo ese anillo estaba entre mis pertenencias pero de ahí a compartir sangre con vosotros... - Niega con la cabeza mientras intenta, a la luz de las palabras de Nousis valorar la posibilidad. La posibilidad que se daba de frente con sus redondeadas orejas y la soledad de su vida. - Ellos también pueden estar equivocados. Excepto que puedas ver el pasado nadie puede darnos la verdad - asegura antes de girarse con rapidez y lanzarse a escalar por el árbol que previamente había estudiado.
- Ellos son el pasado. Y Nan Kareis te ha señalado como sangre de su sangre. El anillo, la historia de Eithelen... Hay cosas que desconoces. Que yo tampoco sé enlazar. ¿Y si es cierto? Mentiría si te dijera que esperaba que no lo fuera, estaba convencido de que tenía que haber otra explicación. Que tenías - remarcó la palabra - que ser humana. ¿Parte de tu sangre llega a Sandorai? - suspiró - Alejarte no tiene la capacidad de negar algo si es cierto.-
Se sentó de forma cómoda en una rama unos dos metros por encima de la cabeza del elfo, pero la distancia en altura no la aleja de sus incómodas palabras. - Eithelen...- murmura pronunciando por primera vez ese nombre. -.... ¿Quién era él? El padre de Tarek ¿no? tú lo conocías? - La voz de Nousis llegó con claridad a ella un par de metros por debajo - Nunca llegué a conocerlo, pero tenía fama entre los nuestros, especialmente en acciones de frontera. Ya había muerto cuando yo aún no había salido de los bosques. - El elfo miró alrededor. Parecía tranquilo. - ¿Cómo murió? -
-Unos humanos intentaron atacar Sandorai. Perdió la vida protegiendo a los nuestros y rechazando a esos invasores. No volvieron muchos. Mi maestra, Tirinlae, utiliza desde esos días su ejemplo para los elfos jóvenes, como uno de los valores del bosque. - Iori frunció el ceño y se llevó una mano a la sien, frotando. - No veo ningún punto de conexión. ¿Solo porque el anillo era suyo? Ya os lo dije, lo más probable es que quienes me dejaron en aquella cueva lo hubieran robado. Seguramente algún humano que luchó en ese combate se lo quedó y regresó con él como botín de guerra. Fin de la historia. La hija de un humano mercenario. Y tiene más sentido que vuestro cuento de hadas. - Resopló y se estiró encima de la rama con la cabeza alta.
- Os acompañaré, ya os dije que lo haría. No tengas miedo, no pienso dejaros en la estacada. Pero de ahí a creer esas locuras... Yo siempre estuve sola y eso seguirá así. Ni necesito un linaje ni un pasado, ni un lugar al que pertenecer - Lo miró clavando los ojos azules desde arriba en la mirada gris del elfo. - Vete a descansar lo que puedas, aprovecha el calor de la hoguera. -
-Tal vez tu mundo acabe por romperse - apuntó el espadachín - ¿Vas a permanecer ahí? - Aquella última frase la molestó. La hirió de una extraña forma ya que, realmente su mundo ya estaba roto. Desde que había perdido contacto con aquel anillo tan especial para ella. Lo miró con enfado en los ojos y se dejó caer haciendo el mismo ruido que un gato a los pies el elfo de nuevo. - Y quizá quieres ser tú el que lo rompa en pedazos ¿no?- le preguntó golpeando su pecho con una mano, intentando hacerlo retroceder. - Qué vida tan cómoda y feliz debió de ser la tuya, creciendo mientras mirabas a la cara a las personas a las que debes tus rasgos. ¿Es eso lo que te hace tan insoportablemente prepotente? -
Él no apartó los ojos de los de la humana - Yo no sé lo que quiero - seis palabras dichas en un tono extraño, como si englobase un mundo diferente, pronunciadas justo antes de besarla. Lo vio ir hacia ella, pero no fue capaz de apartarse. Se sintió una estúpida porque, aunque estaba realmente molesta con él en aquel momento, su cuerpo todavía era débil a la influencia que el moreno tenía sobre ella. El recuerdo del primer beso en la celda, la despedida en el bosque, el último encuentro en Lunargenta... eran los momentos de los que había vivido rememorando al elfo en sus memorias.
Y ahora estaba allí, en una aventura que no deseaba creando uno nuevo, un nuevo recuerdo mientras apretaba rodeando por el cuello a Nousis, en un beso que le devolvía con pasión duplicada. Las manos de él ciñeron su rostro mientras sus cinturas conectaban. La humana le devolvió el beso hasta sentir demasiado calor. Cuando notó que el cuerpo del elfo la cubría hasta el punto de comenzar a sentirse ahogada se tensó. Fue automático, ya que Nousis la soltó entendiendo su deseo sin que ella dijese nada. Jadeó y lo miró a los ojos a unos escasos centímetros.
Apenas había claridad suficiente pero podía entrever los bellos rasgos del elfo. - Buenas noches - siseó como el murmullo de una hoja, antes de girarse para desaparecer en el mismo árbol. Subiendo ahora más arriba todavía para evitar la tentación que la esperaba abajo. - Buenas noches - repetiría él- alejándose tras un momento de vacilación. Lo escuchó alejarse con sus pasos mientras sentía que ya no echaba de menos el calor del fuego de la hoguera.
Última edición por Iori Li el Vie Jun 11 2021, 21:37, editado 1 vez
Iori Li
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 373
Nivel de PJ : : 3
Re: La sangre del sueño
La cegadora luz que envolvió al grupo se desvaneció tan repentinamente como había llegado, mostrándose ante ellos un paisaje desconocido para Tarek y diametralmente diferente a la sala en la que se encontraban apenas unos segundos antes. Urd… los escasos viajes que lo habían hecho partir de Sandorai jamás lo había llevado hasta aquel paraje. Pero el sonido que los envolvió, el crepitar de la vida a su alrededor y el penetrante olor del bosque, lo hicieron perder por un segundo el hilo de la conversación que empezaba a fraguarse en el pequeño y desligado grupo que formaban los cuatro. Aquella isla estaba muerta y los espectros de sus supuestos antepasados esperaban que volviesen a ella…
- ¿Eres un elfo de honor, Nousis Indriel? –la voz de Ayliz y su incoherente pregunta lo sacaron de su ensimismamiento. ¿Honor? ¿Nousis? Aquel que se había cruzado ante su filo para proteger a una humana, que mentía y engañaba solo para conseguir lo que quería… “Pff… seguro”.
Su susurrada respuesta debió llegar a oídos de Aylizz, pues la vio sonreír por el rabillo del ojo, antes de soltar una nueva réplica al elfo pelinegro. Aparentemente estaba tan poco complacida con la situación como los demás, pero parecía confiar en Nousis, algo que a Tarek le resultaba incomprensible.
-Si vamos a seguir juntos. Es mejor zanjar todo esto ahora. Seguramente nos juguemos la vida, algo que ya he hecho con cada uno de vosotros en al menos una ocasión, y parecéis pensar que todo esto lo he orquestado yo, los dioses saben por qué. Si tenemos que combatir, con la desconfianza estamos muertos. –las palabras del Indriel le hicieron soltar un bufido, mezcla de risa e incredulidad. El joven elfo se preguntó si realmente su curtido congénere se creería todas aquellas grandilocuentes palabras que siempre parecía tener a mano.
- ¿Sin confianza estamos muertos? ¿En serio? ... –fue finalmente su venenosa respuesta. Tuvo que desviar la vista un segundo y morderse la lengua para no pronunciar las palabras y reproches que acudieron en ese momento a su mente.
-Si tienes algo que decirme, va a ser tu mejor momento –Nousis, con una deliberada y poco natural calma se cruzó de brazos, en una actitud que, aunque aparentemente pasiva, mostraba una agresividad poco habitual.
La voz de la humana se alzó entre ellos. Por unos instantes, Tarek se había olvidado por completo de ella, de lo que representaba, de su nefasta presencia. La llamada de auxilio de Nousis no era la causa de su enfado, ni siquiera la invasión de sus sueños… Era la traición relacionada con ella lo que realmente le dolía.
- Tuviste opciones en otras ocasiones y decidiste callarte. No sé por qué deberíamos creerte ahora... –Nousis mentía. A él le había mentido, de forma directa y premeditada. ¿Y ahora pretendía hacerse la víctima?
-¡Dioses! –la irritación era patente en la voz del elfo mayor- ¿En qué momento esperabas que te contase simples conjeturas? Una máxima de la lógica dicta no hablar cuando no se está seguro. ¿Querías que te hablase de ella? ¿De mis sospechas? ¿Habría hecho bien? Yo mismo no lo creía hasta hoy. Te lo dije, y lo vuelvo a repetir. Pero no te atrevas a llamarme mentiroso –su tono fue de advertencia- Yo no miento a los míos. La verdad no puede moldearse. El tiempo que necesites para aceptarla depende de ti mismo. En eso no puedo ayudarte.
- Pues quizás yo tampoco pueda ayudaros. Si lo que decís es cierto, yo no os hago falta... Dame un solo motivo para seguir con esta locura. Danos a todos un motivo para no dejarte aquí, plantado, como te merecerías -Nousis les había dado la espalda, aunque estaba claro que sus réplicas y acusaciones empezaban a hacer mella en el otro elfo. Bien. Si aquello acababa en sangre al menos podría desfogarse.
- ¿Lo conoces mucho, Tarek? - Aylizz intentó mediar en el conflicto- ¿Por qué tomaste la decisión de jugarte el cuello por él cuando te reclamó?
- Esta no es mi aventura. Yo no quise esto, en ningún momento, y no puedo darte más motivos que los que nuestros antepasados han mencionado ya. ¿Quieres regresar? ¿A dónde, si unas palabras han conseguido trastocar de tal modo tu ánimo? Es posible que aún queden puntos por conocer, para bien o para mal, y eres tú solamente quien debe decidir qué hacer con sus pasos. Pero ninguna de las acciones que he podido decidir hacer han tenido otra intención que callar ante lo que no podía probar –más filosofía barata… palabras que llenaban el vacío de las razones que no podía o no quería dar. Una sarta de sandeces…
- Decidí acudir porque confiaba en él –fue su respuesta a la elfa, al tiempo que señalaba a al otro elfo- Porque me había parecido que era una persona en la que se podía confiar... Pero al parecer me equivoqué. Así que no, no lo conozco en absoluto.
- Bien pues... Yo no te conozco, así que por mí puedes hacer lo que estimes oportuno. ¿Alguna idea de por dónde empezar? - Tarek observó con incredulidad como ella le daba la espalda y, sin mayor vacilación, acompasaba sus pasos a los de Nousis. ¿Acaso no se sentía agraviada?
Con resolución, se cruzó de brazos, negándose a seguirlos. Sabía que era una actitud infantil, pero no iba a dar un solo paso. Se negaba a seguir el enfermizo juego iniciado por el elfo mayor, a seguir aguantando a aquella insufrible humana, a seguir escuchando más mentiras y falsas verdades. No tenía razón para continuar con aquella falacia. Los espíritus de la isla llevaban largo tiempo muertos, un par de años, décadas o incluso siglos no serían nada para ellos. No iba a jugar… el golpe lo cogió por sorpresa, al tiempo que su campo visual viraba cuarenta y cinco grados, dejándolo con la vista clavada en el cielo. Algo lo arrastraba… o más bien alguien. Aylizz… al parecer sus dioses habían decidido juntarlo no solo con una humana insufrible y un elfo ególatra mentiroso, sino también con una alegre y animada perturbada. Malditas pesadillas y malditos todos ellos…
[…]
La noche los alcanzó en su periplo rumbo al norte, sin que la tensión y el ánimo general mejorasen demasiado con el pasar de las horas. Circunstancia que no cambió en absoluto cuando alcanzaron el claro en el que debían pasar la noche. El sonido el río y el incesante chapoteo de Aylizz en un intento de pescar algo, fueron el único rumor que los acompañó mientras acomodaban sus pertenencias y recogían lo necesario para acampar. El bosque que los rodeaba no era tan frondoso como aquellos en los que Tarek había crecido, pero sin duda lo suficientemente extenso como para guarecer puntos ciegos y lugares donde cualquiera podría esconderse. Debía admitir, a contra gusto, que Nousis había elegido un buen lugar para acampar, si uno sabia como vigilarlo.
Una vez repuestas sus reservas de agua, la perspectiva de permanecer en el claro, en un ininterrumpido silencio y constantes miradas de desconfianza se le hizo insoportable. Con presteza y agilidad se encarnó a uno de os árboles que se erguían en la periferia del lugar, a la espera de poder discernir desde las alturas el destino que debían alcanzar; así como huir por un rato de la indeseable compañía a la que estaba encadenado. La quietud del bosque y sus vívidos sonidos lo arrullaron al tiempo que el día perdía los últimos rastros de luminosidad, dejando paso a la estrellada noche y el fulgor del fuego que se alzaba, con brío, desde el centro del claro.
- De acuerdo – fue su seca respuesta a la indicación de que debía llevar a cabo la tercera guardia, antes de tomar parte de los alimentos que el eran ofrecidos y aplacar, en silencio, un hambre que no recordaba tener.
Observó con atención al resto de los presentes. Nousis aparentaba estar en calma, aunque su posición delataba la incomodidad que debía sentir; Aylizz se peinaba despreocupada el cabello; y la humana, con expresión perturbada, disponía sus enseres para dormir. ¿Realmente podían confiar en que el resto los mantuviese con vida durante las largas horas de guardia, en un territorio donde el enemigo elegía precisamente la noche para cazar? Nousis parecía haberse tragado por completo la historia de los espectros, así que los sacaría de allí solo para cumplir con su promesa; Aylizz confiaba en él, por lo que haría lo propio; y la humana… parecía perdida en aquel mundo inhóspito, por lo que se agarraría al resto como a un clavo ardiendo para sobrevivir. Estaban condenados a ayudarse, aunque lo único que sintiesen por los demás era desprecio.
Lejos del fuego, aunque sin perder del todo la estela de calor que desprendía, decidió aprovechar las horas de sueño que le quedaban por delante. El periplo por la isla había sido duro, agotador incluso; y los acontecimientos en la sala del templo demasiado abrumadores como para permitirse una noche más de insomnio. A pesar de ello, no pudo más que contemplar el cielo estrellado mientras el sueño huía de él. El anillo de Eithelen descansaba en su mano derecha, donde debía haber estado desde la muerte de su progenitor, pero su peso se le hacía ajeno, extraño… como si fuese otra la mano que debía portarlo. Pensamientos e imágenes se agolpaban incontrolablemente en su mente… No fue hasta que la arrulladora voz de Aylizz se alzó en medio del claro, entonando una canción largamente conocida y que despertaba en él una agradable melancolía, que el esquivo sueño decidió finalmente darle una tregua.
[…]
Apenas podía recordar qué estaba soñando (si es que realmente había llegado a soñar algo) cuando sintió como algo lo agarraba e invadía su espacio personal. ¿Estaba soñando? ¿Dónde estaba? ¿Los estaban atacando? El último pensamiento le hizo abrir los ojos, al recordar de repente donde se encontraba. Sobre él –o más bien pegada a él- se encontraba la humana que, repentinamente, lo empujó de vuelta contra el suelo, al tiempo que dirigía su mirada hacia el pecho del elfo. El anillo. Instintivamente, Tarek retiró la mano, escondiéndola de su vista. El dolor se reflejó en los ojos azules de la muchacha que, con ademanes fieros, se levantó y alejó rumbo a la hoguera.
Algo encajó en la mente de Tarek, mientras la observaba alejarse. Acababa de ¿besarlo?
- Pero qué… - antes de que pudiese terminar la frase, la voz de la muchacha se dejó oír, amenazante, desde el otro lado del claro.
- Es tu turno de guardia
Perplejo la observó acostarse de nuevo en el lugar que había tomado tras la cena y darle la espalda. ¿Realmente había sucedido? No. Seguro que solo se había acercado para hacerse con el anillo. Al fin y al cabo, lo había observado con demasiada intensidad. Quizás había pensado que lo llevaba colgado al cuello… Sabía que eran escusas absurdas, pero cualquier cosa era mejor que… aquello. Tenía que comenzar su guardia. Con parsimonia se puso en pie, al tiempo que escupía a un lado y se limpiaba la boca. No había pasado… no volvería a pasar... como lo intentase de nuevo la mataría.
[…]
El horizonte comenzaba a clarear cuando decidió que era hora de Aylizz tomase el relevo. Su guardia había transcurrido en relativa calma, sin visitas inesperadas que lamentar. La elfa se encontraba encaramada, en una postura poco digna, a la rama de un árbol, oculta entre las ramitas de una improvisada hamaca, que retiró somnolienta ante los intentos de Tarek por despertarla.
- Es un buen sitio, yo lo aprovecharía -fue su adormilada respuesta, al descender de su improvisada cama, lo que hizo sonreír al joven elfo.
- Lo tendré en cuenta. Siento despertarte, pero está próximo a amanecer y es tu turno
- Descuida, es el mejor momento, cuando Anar e Isil cruzan sus energías. Aún podrás dormir un poco.
Bajándose del árbol para dejarle paso, la contempló caminar hacia los restos de la hoguera, donde un bulto oscuro marcaba el lugar donde dormía la humana. Un escalofrío bajó por su espalda. Probablemente el árbol fuese buena opción, no quería más despertares desagradablemente inesperados.
- Que tengas buena guarda. Presta atención al norte, hay un punto ciego por culpa de los árboles.-añadió, antes de trepar por las ramas hasta alcanzar la “cama” de Aylizz. Un par de horas más de sueño no le vendrían mal.
- ¿Eres un elfo de honor, Nousis Indriel? –la voz de Ayliz y su incoherente pregunta lo sacaron de su ensimismamiento. ¿Honor? ¿Nousis? Aquel que se había cruzado ante su filo para proteger a una humana, que mentía y engañaba solo para conseguir lo que quería… “Pff… seguro”.
Su susurrada respuesta debió llegar a oídos de Aylizz, pues la vio sonreír por el rabillo del ojo, antes de soltar una nueva réplica al elfo pelinegro. Aparentemente estaba tan poco complacida con la situación como los demás, pero parecía confiar en Nousis, algo que a Tarek le resultaba incomprensible.
-Si vamos a seguir juntos. Es mejor zanjar todo esto ahora. Seguramente nos juguemos la vida, algo que ya he hecho con cada uno de vosotros en al menos una ocasión, y parecéis pensar que todo esto lo he orquestado yo, los dioses saben por qué. Si tenemos que combatir, con la desconfianza estamos muertos. –las palabras del Indriel le hicieron soltar un bufido, mezcla de risa e incredulidad. El joven elfo se preguntó si realmente su curtido congénere se creería todas aquellas grandilocuentes palabras que siempre parecía tener a mano.
- ¿Sin confianza estamos muertos? ¿En serio? ... –fue finalmente su venenosa respuesta. Tuvo que desviar la vista un segundo y morderse la lengua para no pronunciar las palabras y reproches que acudieron en ese momento a su mente.
-Si tienes algo que decirme, va a ser tu mejor momento –Nousis, con una deliberada y poco natural calma se cruzó de brazos, en una actitud que, aunque aparentemente pasiva, mostraba una agresividad poco habitual.
La voz de la humana se alzó entre ellos. Por unos instantes, Tarek se había olvidado por completo de ella, de lo que representaba, de su nefasta presencia. La llamada de auxilio de Nousis no era la causa de su enfado, ni siquiera la invasión de sus sueños… Era la traición relacionada con ella lo que realmente le dolía.
- Tuviste opciones en otras ocasiones y decidiste callarte. No sé por qué deberíamos creerte ahora... –Nousis mentía. A él le había mentido, de forma directa y premeditada. ¿Y ahora pretendía hacerse la víctima?
-¡Dioses! –la irritación era patente en la voz del elfo mayor- ¿En qué momento esperabas que te contase simples conjeturas? Una máxima de la lógica dicta no hablar cuando no se está seguro. ¿Querías que te hablase de ella? ¿De mis sospechas? ¿Habría hecho bien? Yo mismo no lo creía hasta hoy. Te lo dije, y lo vuelvo a repetir. Pero no te atrevas a llamarme mentiroso –su tono fue de advertencia- Yo no miento a los míos. La verdad no puede moldearse. El tiempo que necesites para aceptarla depende de ti mismo. En eso no puedo ayudarte.
- Pues quizás yo tampoco pueda ayudaros. Si lo que decís es cierto, yo no os hago falta... Dame un solo motivo para seguir con esta locura. Danos a todos un motivo para no dejarte aquí, plantado, como te merecerías -Nousis les había dado la espalda, aunque estaba claro que sus réplicas y acusaciones empezaban a hacer mella en el otro elfo. Bien. Si aquello acababa en sangre al menos podría desfogarse.
- ¿Lo conoces mucho, Tarek? - Aylizz intentó mediar en el conflicto- ¿Por qué tomaste la decisión de jugarte el cuello por él cuando te reclamó?
- Esta no es mi aventura. Yo no quise esto, en ningún momento, y no puedo darte más motivos que los que nuestros antepasados han mencionado ya. ¿Quieres regresar? ¿A dónde, si unas palabras han conseguido trastocar de tal modo tu ánimo? Es posible que aún queden puntos por conocer, para bien o para mal, y eres tú solamente quien debe decidir qué hacer con sus pasos. Pero ninguna de las acciones que he podido decidir hacer han tenido otra intención que callar ante lo que no podía probar –más filosofía barata… palabras que llenaban el vacío de las razones que no podía o no quería dar. Una sarta de sandeces…
- Decidí acudir porque confiaba en él –fue su respuesta a la elfa, al tiempo que señalaba a al otro elfo- Porque me había parecido que era una persona en la que se podía confiar... Pero al parecer me equivoqué. Así que no, no lo conozco en absoluto.
- Bien pues... Yo no te conozco, así que por mí puedes hacer lo que estimes oportuno. ¿Alguna idea de por dónde empezar? - Tarek observó con incredulidad como ella le daba la espalda y, sin mayor vacilación, acompasaba sus pasos a los de Nousis. ¿Acaso no se sentía agraviada?
Con resolución, se cruzó de brazos, negándose a seguirlos. Sabía que era una actitud infantil, pero no iba a dar un solo paso. Se negaba a seguir el enfermizo juego iniciado por el elfo mayor, a seguir aguantando a aquella insufrible humana, a seguir escuchando más mentiras y falsas verdades. No tenía razón para continuar con aquella falacia. Los espíritus de la isla llevaban largo tiempo muertos, un par de años, décadas o incluso siglos no serían nada para ellos. No iba a jugar… el golpe lo cogió por sorpresa, al tiempo que su campo visual viraba cuarenta y cinco grados, dejándolo con la vista clavada en el cielo. Algo lo arrastraba… o más bien alguien. Aylizz… al parecer sus dioses habían decidido juntarlo no solo con una humana insufrible y un elfo ególatra mentiroso, sino también con una alegre y animada perturbada. Malditas pesadillas y malditos todos ellos…
[…]
La noche los alcanzó en su periplo rumbo al norte, sin que la tensión y el ánimo general mejorasen demasiado con el pasar de las horas. Circunstancia que no cambió en absoluto cuando alcanzaron el claro en el que debían pasar la noche. El sonido el río y el incesante chapoteo de Aylizz en un intento de pescar algo, fueron el único rumor que los acompañó mientras acomodaban sus pertenencias y recogían lo necesario para acampar. El bosque que los rodeaba no era tan frondoso como aquellos en los que Tarek había crecido, pero sin duda lo suficientemente extenso como para guarecer puntos ciegos y lugares donde cualquiera podría esconderse. Debía admitir, a contra gusto, que Nousis había elegido un buen lugar para acampar, si uno sabia como vigilarlo.
Una vez repuestas sus reservas de agua, la perspectiva de permanecer en el claro, en un ininterrumpido silencio y constantes miradas de desconfianza se le hizo insoportable. Con presteza y agilidad se encarnó a uno de os árboles que se erguían en la periferia del lugar, a la espera de poder discernir desde las alturas el destino que debían alcanzar; así como huir por un rato de la indeseable compañía a la que estaba encadenado. La quietud del bosque y sus vívidos sonidos lo arrullaron al tiempo que el día perdía los últimos rastros de luminosidad, dejando paso a la estrellada noche y el fulgor del fuego que se alzaba, con brío, desde el centro del claro.
- De acuerdo – fue su seca respuesta a la indicación de que debía llevar a cabo la tercera guardia, antes de tomar parte de los alimentos que el eran ofrecidos y aplacar, en silencio, un hambre que no recordaba tener.
Observó con atención al resto de los presentes. Nousis aparentaba estar en calma, aunque su posición delataba la incomodidad que debía sentir; Aylizz se peinaba despreocupada el cabello; y la humana, con expresión perturbada, disponía sus enseres para dormir. ¿Realmente podían confiar en que el resto los mantuviese con vida durante las largas horas de guardia, en un territorio donde el enemigo elegía precisamente la noche para cazar? Nousis parecía haberse tragado por completo la historia de los espectros, así que los sacaría de allí solo para cumplir con su promesa; Aylizz confiaba en él, por lo que haría lo propio; y la humana… parecía perdida en aquel mundo inhóspito, por lo que se agarraría al resto como a un clavo ardiendo para sobrevivir. Estaban condenados a ayudarse, aunque lo único que sintiesen por los demás era desprecio.
Lejos del fuego, aunque sin perder del todo la estela de calor que desprendía, decidió aprovechar las horas de sueño que le quedaban por delante. El periplo por la isla había sido duro, agotador incluso; y los acontecimientos en la sala del templo demasiado abrumadores como para permitirse una noche más de insomnio. A pesar de ello, no pudo más que contemplar el cielo estrellado mientras el sueño huía de él. El anillo de Eithelen descansaba en su mano derecha, donde debía haber estado desde la muerte de su progenitor, pero su peso se le hacía ajeno, extraño… como si fuese otra la mano que debía portarlo. Pensamientos e imágenes se agolpaban incontrolablemente en su mente… No fue hasta que la arrulladora voz de Aylizz se alzó en medio del claro, entonando una canción largamente conocida y que despertaba en él una agradable melancolía, que el esquivo sueño decidió finalmente darle una tregua.
[…]
Apenas podía recordar qué estaba soñando (si es que realmente había llegado a soñar algo) cuando sintió como algo lo agarraba e invadía su espacio personal. ¿Estaba soñando? ¿Dónde estaba? ¿Los estaban atacando? El último pensamiento le hizo abrir los ojos, al recordar de repente donde se encontraba. Sobre él –o más bien pegada a él- se encontraba la humana que, repentinamente, lo empujó de vuelta contra el suelo, al tiempo que dirigía su mirada hacia el pecho del elfo. El anillo. Instintivamente, Tarek retiró la mano, escondiéndola de su vista. El dolor se reflejó en los ojos azules de la muchacha que, con ademanes fieros, se levantó y alejó rumbo a la hoguera.
Algo encajó en la mente de Tarek, mientras la observaba alejarse. Acababa de ¿besarlo?
- Pero qué… - antes de que pudiese terminar la frase, la voz de la muchacha se dejó oír, amenazante, desde el otro lado del claro.
- Es tu turno de guardia
Perplejo la observó acostarse de nuevo en el lugar que había tomado tras la cena y darle la espalda. ¿Realmente había sucedido? No. Seguro que solo se había acercado para hacerse con el anillo. Al fin y al cabo, lo había observado con demasiada intensidad. Quizás había pensado que lo llevaba colgado al cuello… Sabía que eran escusas absurdas, pero cualquier cosa era mejor que… aquello. Tenía que comenzar su guardia. Con parsimonia se puso en pie, al tiempo que escupía a un lado y se limpiaba la boca. No había pasado… no volvería a pasar... como lo intentase de nuevo la mataría.
[…]
El horizonte comenzaba a clarear cuando decidió que era hora de Aylizz tomase el relevo. Su guardia había transcurrido en relativa calma, sin visitas inesperadas que lamentar. La elfa se encontraba encaramada, en una postura poco digna, a la rama de un árbol, oculta entre las ramitas de una improvisada hamaca, que retiró somnolienta ante los intentos de Tarek por despertarla.
- Es un buen sitio, yo lo aprovecharía -fue su adormilada respuesta, al descender de su improvisada cama, lo que hizo sonreír al joven elfo.
- Lo tendré en cuenta. Siento despertarte, pero está próximo a amanecer y es tu turno
- Descuida, es el mejor momento, cuando Anar e Isil cruzan sus energías. Aún podrás dormir un poco.
Bajándose del árbol para dejarle paso, la contempló caminar hacia los restos de la hoguera, donde un bulto oscuro marcaba el lugar donde dormía la humana. Un escalofrío bajó por su espalda. Probablemente el árbol fuese buena opción, no quería más despertares desagradablemente inesperados.
- Que tengas buena guarda. Presta atención al norte, hay un punto ciego por culpa de los árboles.-añadió, antes de trepar por las ramas hasta alcanzar la “cama” de Aylizz. Un par de horas más de sueño no le vendrían mal.
Tarek Inglorien
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 225
Nivel de PJ : : 1
Re: La sangre del sueño
El sol de medio día se filtraba entre los árboles al aparecerse en aquel rincón del bosque, perdido en mitad de quién sabía qué parte del territorio de los seres de la noche.
—De todos los rincones del continente tenía que ser en Urd…
Frotándose la frente con gesto de exasperación trató de dejar a un lado los recuerdos de sus experiencias pasadas en aquellos bosques. Dos habían sido las ocasiones en las que se había visto atravesando aquellas tierras, dos fueron los encuentros con aquellas criaturas de los que a duras penas había logrado zafarse, dos de los allí presentes sus acompañantes en tales desventuras. No fue la única a la que el paisaje pareció evocar recuerdos, encontrándose con la mirada del elfo que en aquella ocasión se vió envuelto en los problemas que tenían que ver únicamente con la joven. Bueno, únicamente… La humana, ajena a los sucesos que se dieron tras la quema de aquella vampira en la hoguera, había sido la principal razón por la que la corte a la que pertenecía decidió tomar venganza, quien propició el final envuelto en llamas de la no-muerta que las atacó aquella noche. No obstante, jamás habría facilitado que dieran con ella y tampoco ahora pensaba descubrirla las consecuencias.
—Si tenemos que hacernos con la tercera reliquia— comentó entonces Nousis —debemos dar con esa Faeren. Un castillo de vampiros no puede ser difícil de encontrar.
Parecía resignado a dar por cierto todo lo expuesto en la isla, ¿quién no lo haría? Cuando las palabras se acompañan de hechos tan fehacientes la veracidad de una historia como aquella se hacía innegable. Aun así, ni Tarek ni Iori parecían encontrarse dispuestos a tomarse aquellas explicaciones como ciertas. La voz apagada dotó al elfo de una apariencia sincera y comprensiva, mas no sirvió para convencer a ninguno. Al contrario. Las tensiones acumuladas, contenidas a flor de piel, podían palparse al tiempo que las dudas y quebraderos de cabeza se reflejaban en los rostros de los presentes, terminando por deshacerse de su control y estallando directamente sobre la figura del Indirel.
—Entonces... Tenemos hasta que caiga el sol para tomar una decisión. Si anochece, ¿alguno piensa que saldremos de ahí?— expuso como si fuese la única a la que preocupaba la contrarreloj, señalando con la cabeza hacia el bosque que se abría no muy lejos hacia Urd.
Y entonces, el que había sido su compañero en variopintas andanzas, apeló a lo que en cualquier otro momento habría sido lo más sensato, pero que en aquella ocasión hablar de confianza, cuando había traspasado los límites de la intimidad, fue recibido como la burla que terminó de provocar el estallido de la discordia. La elfa, haciendo un último esfuerzo por contener la rabia, tornó su rencor hacia una propuesta que aspiraba a lograr un entendimiento. Al fin y al cabo era su vida la que estaba en juego, aunque aún no alcanzaba a comprender dónde encajaba su existencia en aquellos sucesos del pasado. Sólo tenía por sabido que una de las nombradas reliquias se encontraba en su poder.
—Dudo que alguno estemos aquí bajo amenaza— afirmó, mirando de reojo a los dos que parecían haberse encallado en las reticencias para continuar —Al menos yo llegaré hasta el final. No obstante...— hizo una pausa para dirigirse al elfo directamente, acercándose a él unos pasos —¿Sigues siendo un elfo de honor, Nousis Indirel?
La respuesta no fue otra que un gesto de extrañeza en rostro del espadachín, completada con un susurro de desaprobación a su espalda procedente del otro elfo, al que ella, sin poder contener el esbozo de una media sonrisa, hizo caso omiso.
—Acudimos y nos jugamos la vida sin explicación ninguna. Por los dioses, ¡si nisiquiera nos miraste a la cara!— se contuvo un segundo antes de continuar —Cuando esto acabe responderás a todas las preguntas que tengamos y aguantarás las palabras que cada cual quiera dedicarte.— terminó por exponer ante los otros dos.
Iori pareció conformarse con el acuerdo que de manera unilateral había adquirido la elfa, pero Tarek no pudo esperar, menos cuando Nousis terminó por incitar, de manera directa, a que se expresara libremente. El joven elfo aceptó sin miramientos su propuesta y al momento comenzó un intercambio verbal que aumentó en intensidad a cada palabra y que por momentos pareció acabar con el sosiego de ambos, dejando ver la dificultad de los dos por no llegar a cruzar sus filos. Aylizz, al borde de la exasperación por presenciar una discusión que parecía entrar en bucle y que mantenía a los varones lejos de toda conciencia del paso del tiempo y de cómo el sol continuaba su curso en el cielo mientras ellos intercambiaban acusaciones, terminó por entrometerse. Si no iban a entenderse, si allí se acabaría su encuentro, si cada cuál iba a optar por seguir su propio camino, ¡bien! Lo haría, no sería la primera vez y, desde luego, no sería la última. No perdería más el tiempo y no se demoraría en buscar un lugar a resguardo para sobrevivir a la noche, pero tampoco se iría sin respuestas. El ojosverdes se sentía traicionado y en su fuero interno alcanzaba a comprenderlo, ninguno obtuvo explicación ninguna hasta el final y Nousis parecía contar con respuestas antes de los demás haberse podido parar a formular las preguntas, añadido aquello al hecho de haber descubierto una verdad que para alguien con sus ideales era indigerible. Sin embargo, la empatía que podía sentir ella hacia la decepción que había supuesto ser el elfo de oscura melena no iba más lejos que de haberlo visto rebajado a lo mismo que ya un enemigo logró una vez. Uno al que él mismo aseguraba odiar y querer erradicar a toda costa. Uno al que ambos habían sufrido y que había dejado una grieta difícil de cicatrizar.
—Cómo. Cómo entraste en mi cabeza. Y por qué. Qué intentabas, qué hacías, en qué estabas pensando.— se interpuso entre ellos, clavando los ojos en los de Nousis, bañando su rostro en una seriedad que el elfo nunca antes había presenciado.
—No tengo la menor idea— contestó, todavía reacio a apartar los ojos de Tarek —Sólo recuerdo el dolor, como si me retorcieran, apretaran cada nervio de mi cuerpo y mi cabeza buscase estallar para terminar con aquello— hablaba con naturalidad, pero la mirada lo traicionó un instante, apartándola un segundo hacia abajo y hacia un lado —Me vi sin comprenderlo dentro de vuestros pensamientos. Observando, participando, obligado a aparecerme. ¿Acaso creéis— miró de nuevo hacia Iori y Tarek antes de volver a ella —que me gustó hacerlo? No tuve ninguna opción. No os elegí. De haber podido habría venido solo.
Y ella le creyó. La profundidad de aquellos ojos grises clavados en los suyos propios hizo tambalear su resquemor. Los mismos que la despidieron con cortesía tras contraer una deuda por su vida en Baslodia al conocerse, que trató de saldar al toparse nuevamente en el norte con él envuelto en problemas y que sólo sirvió para reafirmarse en sus debilidades, esos ante los que se rompió al encontrarlo en su regreso a un Sandorai destruído por la guerra. Cómo podía no confiar en él después de haberlo visto blandir la espada a favor de su vida tantas otras veces y de haber aceptado una forzosa y última despedida para evitar que ella presenciara sus facciones más oscuras. Suspiró tras guardar silencio un instante.
—¿Sabes algo más que nosotros desconozcamos?— quiso saber, esta vez más calmada.
—No— respondió rotundo —Nos hacemos con esa corona, regresamos y terminamos con todo esto cuanto antes. Eso fue lo que los espectros han pedido y confío sea cierto.— puso el punto y final al darse la vuelta para comenzar a andar —Os agradezco que estéis aquí.— añadió al final, tras un momento de visible vacilación.
Emprendieron, por fin, el camino, siempre cerca del río. Nousis los guiaba, tras él, en silencio, caminaba la humana y junto a ella, la elfa. Tarek, por el contrario, optó por verlos avanzar, cruzándose de brazos, negándose a continuar. En fin, todo lo que tenía de atractivo lo gastaba en temperamento, pareciendo incapaz de pararse a pensar un instante en la situación en la que se encontraban. Ninguno pareció preocuparse por su decisión, Aylizz tampoco lo hizo al principio, mas al comprobar que aquella actitud no era un farol y que no mostraba ninguna intención por seguir sus pasos, terminó por amarrarlo desde la distancia por los tobillos haciendo sobresalir una raíz que, amarrada a su mano, utilizó para arrastrar al elfo tras ellos.
—¡Créeme, no querrás quedarte ahí sólo!
Unos árboles de ribera, todavía a una prudencial distancia del abrupto bosque, sirvieron de paradero aquella noche. A lo lejos se dejaban ver las cumbres de Urd, en cuyo noroeste el Indirel aseguraba conocer la existencia de un castillo que se creía abandonado, pudiendo hallar algunas aldeas a lo largo del camino hasta la que asumieron que podría tratarse de la corte que buscaban.
Tras una cena protagonizada por un tenso silencio, cada cual se dispuso en el lugar que consideró más apropiado para dormir. Ella, que aún mantenía la humedad en sus ropas y cabellos tras una accidentada sesión de pesca, prefirió esperar junto al fuego para terminar de secarse. Perdida su mirada en el balancear de las llamas, sus pensamientos se alejaron tanto que de manera inconsciente se ausentó del entorno que la rodeaba. Como si la nostalgia se hiciese dueña ahora de su consciencia, se sorprendió a sí misma tarareando una melodía que tantas veces había escuchado en las veladas de la aldea, una lección de vida grabada en el subconsciente en forma de canción en su lengua madre.
Nousis fue el primero en comenzar las guardias previstas para la noche, levantándose tras terminar la cena y apartándose del grupo. ¿Quién en su piel se hubiera quedado a esperar nuevos ataques? Lo sintió alejarse, pero ni lo miró. Iori y Tarek, por su parte, se acomodaron y no tardaron en quedar dormidos. La elfa, por su parte, prefirió aprovechar la inquietante calma que rodeaba el lugar, tan sólo interrumpida por el chasquear de las ramas en la lumbre, para reorganizar su cabeza y sus energías antes de subirse a un árbol y acomodarse en él hasta su guardia. Isil se dejaba ver clara y radiante, si bien no llegaba a estar completa, no faltarían más de tres noches para verse totalmente llena. Sus rayos, lejos de otorgar la calidez que prestaba Anar, servirían para equilibrar el desorden emocional en el que se había visto envuelta en los últimos días y que preveía no terminar de recomponer hasta terminar con todo aquello. Sólo cuando comenzó a notar que la meditación dejaba paso a la ensoñación se encaramó en una de las ramas más robustas, formando una confortable hamaca con ramas y lianas más pequeñas entrelazadas.
El despertar fue agradable, a pesar de interrumpir la profundidad de su descanso. La delicadeza y consideración que mostró el elfo al sacarla de su sueño horas antes del amanecer hizo difícil regodearse en los gruñidos que otras ocasiones habría emitido al despertarse. En el silencio de la noche que poco faltaba para llegar a su fin y sin que nadie más tuviera su atención puesta en él, incluso parecía ser buena compañía. Puede que lo hubiera prejuzgado, al fin y al cabo, no lo había conocido en el momento más apacible.
Caminaron durante el día, realizando únicamente las paradas necesarias para no demorarse demasiado en atravesar los entornos más abruptos del bosque. A medida que avanzaban, el nerviosismo que la elfa peleaba internamente por controlar iba poco a poco ganando terreno a la calma. Cada vez se encontraban más cerca del corazón de Urd. Tenebroso, macabro, peligroso. Y cada vez quedaba menos tiempo hasta la noche.
—¿Sabes cómo de lejos estamos de aquel lugar?— preguntó a Nousis de manera repentina, nerviosa, con el recuerdo de su desafortunado último encuentro en aquellas tierras nítido y latente en su cabeza.
—En media tarde hubiésemos llegado— respondió, dejando a las claras no llegarían siquiera a acercarse por el templo donde a punto estuvo de acabar convertida.
Vislumbraron una aldea en la lontananza cuando ya el cielo se había teñido de naranja y la caída del sol había comenzado. Nada más llegar, un aldeano dió la voz de alarma y muchos de los lugareños que aún se encontraban en las calles comenzaron a correr de aquí para allá. Puertas y ventanas cerradas a su paso, tan sólo media docena de personas permanecieron a la espera de los viajeros en la plaza, junto a tres niños. A escasos pasos de ellos, uno de los pueblerinos empujó a los infantes con suavidad hacia el grupo.
—¿Qué esperáis que hagamos con ellos?— se extrañó la elfa, indicando a los niños que volvieran junto al resto —No venimos a causar problemas.
Los aldeanos se miraron entonces entre sí, más aterrados que antes, si cabe. Muchos de ellos optaron por recogerse a sus hogares, no queriendo saber nada de los extranjeros, ni quiénes eran, ni a qué venían.
—¿No… no son de vuestro agrado?— preguntó temerosa una de las mujeres —Por favor, ¡no lo sabíamos!
—Pero ¿qué...?— murmuró molesta —Nos confundís— aseguró, descubriendose la cabeza, dejando caer la capucha hacia atrás —No venimos con la noche.
—Ella es humana— añadió Tarek, señalando a Iori —Nosotros elfos.
—Siempre han venido otros— explicó otro de los aldeanos —¿No les servís?— preguntó, denotando clara desubicación ante la presencia de los foráneos.
—¿Dais a los vuestros a los vampiros?— inquirió entonces Nousis, con asco.
—Toda la región es suya, unas treinta millas a la redonda, no sólo nuestra aldea. La otra opción es terminar como el pueblo de Carsevor. Muchos murieron por negarse al pago, el resto fue exterminado por ellos cuando trataron de escapar a otras regiones...
—¿Cómo se llama su clan?
—Se llaman a sí mismos Faeren. Sólo les manda ella.
Una respuesta del todo esperada, de hecho, la que buscaban. Si habían dado con alguien que pudiera darles alguna información sobre aquel clan, dónde se ubicaban, cómo llegar a ellos, de qué manera enfrentarlos, debían aprovechar todo lo que estuvieran dispuestos a compartir con ellos.
—Qué clase de vida es esta...— murmuró la elfa para sí, mirando alrededor de la aldea, cuando los padres de los niños les indicaron que se retiraran a casa —¿Cómo se organizan esos Faeren?
—No lo sabemos. Sin embargo, los cultivos prosperan y los animales se multiplican, es una zona rica y nunca pasamos hambre. Hay gente que tiene heladas, inundaciones o hambre. Nosotros los tenemos a ellos.
El tono resignado casi daba pavor. En el punto de aquella conversación ya sólo quedaban el hombre y la mujer que habían mostrado el valor suficiente para tratarlos.
—¿A costa de vuestros hijos?— rezongó en rabia contenida —¿Los criais como a ganado?
—Eso es lo que son los humanos, ¿no? Animales que matan incluso a los suyos por subsistir…— puntualizó Tarek, mirándolos con nada disimulado desprecio.
—¿¡Acaso alguien ha venido a ayudarnos?!— espetó entonces la mujer —¿Quién entrega a sus hijos por salvarse? No nos quieren a nosotros. Unos niños salvan a todos los demás. Y no siempre mueren. En ocasiones…
—¿Cómo tratáis con ellos?— intervino tratando de no imaginar el final del relato —¿Desde dónde dirigen sus territorios?
—El castillo Faeren, a medio día de aquí. Nunca vamos en esa dirección.— indicó, señalando a lo lejos.
—¿Alguna vez alguien se ha enfrentado a ellos? ¿Alguien aquí sabe luchar? ¿O cuántos son?
—Muchos lo han intentado durante generaciones. En ocasiones vuelven transformados, recaudando la sangre cada tres años. Cada año, niños de una aldea. Este, el mal cae sobre nosotros.
—Esto tiene que terminar— expuso Nousis, conteniendo el odio en su mirada.
—¿Cuándo vendrán a cobrar el tributo?
—No lo sabemos. Mañana, puede que en meses. Pero llegarán.
El bombardeo de preguntas de las que apenas escuchaba las respuestas denotaba un nerviosismo en la elfa que ya difícilmente podía ocultar. Llevando su mirada a cielo y bosque, indistintamente, tratando de mantener el control a su alrededor, le resultaba cada vez más costoso si atendía a las perturbadoras explicaciones de los lugareños.
—¿Acaso habéis olvidado qué o quién nos ha traído aquí? No hemos venido para esto.
Tarek irrumpió en la conversación, desviándose de la información prestada. ¿De verdad? ¿Acaso no podía dejar, por un momento, de ser tan irritante y pararse a pensar? Su odio desmedido hacia los vidacorta, que por otro lado suponía estar segura de que era infundado, lo cegaba. ¿O quizá es que no alcanzaba mayor inteligencia? Si hubiese vivido al menos la mitad de lo que ella había experimentado frente a aquellas criaturas del averno, si hubiese sentido en su cuello mínimamente el roce de esos afilados dientes, fríos, inertes…
—Precisamente por lo que nos trae aquí. Estamos en sus tierras, sabemos dónde están.
—Pues vayamos a por ellos. Quedarse aquí para defender a estos humanos no es parte de nuestra misión. Consigamos lo que necesitamos y larguémonos.
—¿Has visto alguna vez alguna de esas cosas, Tarek?— inquirió acercándose inquieta. Estaba segura de la respuesta, de lo contrario no querría caminar por aquellos lares tan a la ligera. —¿Crees que puedes llegar y ensartarlos sin más?
—No, no las he visto nunca. Pero tampoco creo que quedarnos aquí para jugar a los buenos samaritanos vaya a hacerlos menos peligrosos. Ellos no son cosa nuestra. Estoy seguro de que burlar a esas criaturas será difícil, pero si insistís en protegerlos será imposible.
No pudo evitar otra cosa que dejar escapar una risa irónica, cargada de exasperación. Si bien aquel no era un elfo estirado, se trataba de otros tantos cerrados de mente, con los que sería más sencillo golpearse de cabeza contra un muro antes que hacerle ver que el fin justifica los medios y que un enemigo común puede servir para conseguir aliados.
—No entiendo cómo no te entiendes con él— señaló a Nousis con la cabeza finalmente —Discute con él la estrategia, os entenderéis.
—Si queréis más información, si tenéis intención de enfrentaros a esos monstruos sin ir a ciegas...— terminó de exponer la mujer, armandose de valor —ayudadnos. Descansad hoy aquí. Hablad mañana con la aldea y os contaremos lo que sepamos.
______________________________—De todos los rincones del continente tenía que ser en Urd…
Frotándose la frente con gesto de exasperación trató de dejar a un lado los recuerdos de sus experiencias pasadas en aquellos bosques. Dos habían sido las ocasiones en las que se había visto atravesando aquellas tierras, dos fueron los encuentros con aquellas criaturas de los que a duras penas había logrado zafarse, dos de los allí presentes sus acompañantes en tales desventuras. No fue la única a la que el paisaje pareció evocar recuerdos, encontrándose con la mirada del elfo que en aquella ocasión se vió envuelto en los problemas que tenían que ver únicamente con la joven. Bueno, únicamente… La humana, ajena a los sucesos que se dieron tras la quema de aquella vampira en la hoguera, había sido la principal razón por la que la corte a la que pertenecía decidió tomar venganza, quien propició el final envuelto en llamas de la no-muerta que las atacó aquella noche. No obstante, jamás habría facilitado que dieran con ella y tampoco ahora pensaba descubrirla las consecuencias.
—Si tenemos que hacernos con la tercera reliquia— comentó entonces Nousis —debemos dar con esa Faeren. Un castillo de vampiros no puede ser difícil de encontrar.
Parecía resignado a dar por cierto todo lo expuesto en la isla, ¿quién no lo haría? Cuando las palabras se acompañan de hechos tan fehacientes la veracidad de una historia como aquella se hacía innegable. Aun así, ni Tarek ni Iori parecían encontrarse dispuestos a tomarse aquellas explicaciones como ciertas. La voz apagada dotó al elfo de una apariencia sincera y comprensiva, mas no sirvió para convencer a ninguno. Al contrario. Las tensiones acumuladas, contenidas a flor de piel, podían palparse al tiempo que las dudas y quebraderos de cabeza se reflejaban en los rostros de los presentes, terminando por deshacerse de su control y estallando directamente sobre la figura del Indirel.
—Entonces... Tenemos hasta que caiga el sol para tomar una decisión. Si anochece, ¿alguno piensa que saldremos de ahí?— expuso como si fuese la única a la que preocupaba la contrarreloj, señalando con la cabeza hacia el bosque que se abría no muy lejos hacia Urd.
Y entonces, el que había sido su compañero en variopintas andanzas, apeló a lo que en cualquier otro momento habría sido lo más sensato, pero que en aquella ocasión hablar de confianza, cuando había traspasado los límites de la intimidad, fue recibido como la burla que terminó de provocar el estallido de la discordia. La elfa, haciendo un último esfuerzo por contener la rabia, tornó su rencor hacia una propuesta que aspiraba a lograr un entendimiento. Al fin y al cabo era su vida la que estaba en juego, aunque aún no alcanzaba a comprender dónde encajaba su existencia en aquellos sucesos del pasado. Sólo tenía por sabido que una de las nombradas reliquias se encontraba en su poder.
—Dudo que alguno estemos aquí bajo amenaza— afirmó, mirando de reojo a los dos que parecían haberse encallado en las reticencias para continuar —Al menos yo llegaré hasta el final. No obstante...— hizo una pausa para dirigirse al elfo directamente, acercándose a él unos pasos —¿Sigues siendo un elfo de honor, Nousis Indirel?
La respuesta no fue otra que un gesto de extrañeza en rostro del espadachín, completada con un susurro de desaprobación a su espalda procedente del otro elfo, al que ella, sin poder contener el esbozo de una media sonrisa, hizo caso omiso.
—Acudimos y nos jugamos la vida sin explicación ninguna. Por los dioses, ¡si nisiquiera nos miraste a la cara!— se contuvo un segundo antes de continuar —Cuando esto acabe responderás a todas las preguntas que tengamos y aguantarás las palabras que cada cual quiera dedicarte.— terminó por exponer ante los otros dos.
Iori pareció conformarse con el acuerdo que de manera unilateral había adquirido la elfa, pero Tarek no pudo esperar, menos cuando Nousis terminó por incitar, de manera directa, a que se expresara libremente. El joven elfo aceptó sin miramientos su propuesta y al momento comenzó un intercambio verbal que aumentó en intensidad a cada palabra y que por momentos pareció acabar con el sosiego de ambos, dejando ver la dificultad de los dos por no llegar a cruzar sus filos. Aylizz, al borde de la exasperación por presenciar una discusión que parecía entrar en bucle y que mantenía a los varones lejos de toda conciencia del paso del tiempo y de cómo el sol continuaba su curso en el cielo mientras ellos intercambiaban acusaciones, terminó por entrometerse. Si no iban a entenderse, si allí se acabaría su encuentro, si cada cuál iba a optar por seguir su propio camino, ¡bien! Lo haría, no sería la primera vez y, desde luego, no sería la última. No perdería más el tiempo y no se demoraría en buscar un lugar a resguardo para sobrevivir a la noche, pero tampoco se iría sin respuestas. El ojosverdes se sentía traicionado y en su fuero interno alcanzaba a comprenderlo, ninguno obtuvo explicación ninguna hasta el final y Nousis parecía contar con respuestas antes de los demás haberse podido parar a formular las preguntas, añadido aquello al hecho de haber descubierto una verdad que para alguien con sus ideales era indigerible. Sin embargo, la empatía que podía sentir ella hacia la decepción que había supuesto ser el elfo de oscura melena no iba más lejos que de haberlo visto rebajado a lo mismo que ya un enemigo logró una vez. Uno al que él mismo aseguraba odiar y querer erradicar a toda costa. Uno al que ambos habían sufrido y que había dejado una grieta difícil de cicatrizar.
—Cómo. Cómo entraste en mi cabeza. Y por qué. Qué intentabas, qué hacías, en qué estabas pensando.— se interpuso entre ellos, clavando los ojos en los de Nousis, bañando su rostro en una seriedad que el elfo nunca antes había presenciado.
—No tengo la menor idea— contestó, todavía reacio a apartar los ojos de Tarek —Sólo recuerdo el dolor, como si me retorcieran, apretaran cada nervio de mi cuerpo y mi cabeza buscase estallar para terminar con aquello— hablaba con naturalidad, pero la mirada lo traicionó un instante, apartándola un segundo hacia abajo y hacia un lado —Me vi sin comprenderlo dentro de vuestros pensamientos. Observando, participando, obligado a aparecerme. ¿Acaso creéis— miró de nuevo hacia Iori y Tarek antes de volver a ella —que me gustó hacerlo? No tuve ninguna opción. No os elegí. De haber podido habría venido solo.
Y ella le creyó. La profundidad de aquellos ojos grises clavados en los suyos propios hizo tambalear su resquemor. Los mismos que la despidieron con cortesía tras contraer una deuda por su vida en Baslodia al conocerse, que trató de saldar al toparse nuevamente en el norte con él envuelto en problemas y que sólo sirvió para reafirmarse en sus debilidades, esos ante los que se rompió al encontrarlo en su regreso a un Sandorai destruído por la guerra. Cómo podía no confiar en él después de haberlo visto blandir la espada a favor de su vida tantas otras veces y de haber aceptado una forzosa y última despedida para evitar que ella presenciara sus facciones más oscuras. Suspiró tras guardar silencio un instante.
—¿Sabes algo más que nosotros desconozcamos?— quiso saber, esta vez más calmada.
—No— respondió rotundo —Nos hacemos con esa corona, regresamos y terminamos con todo esto cuanto antes. Eso fue lo que los espectros han pedido y confío sea cierto.— puso el punto y final al darse la vuelta para comenzar a andar —Os agradezco que estéis aquí.— añadió al final, tras un momento de visible vacilación.
Emprendieron, por fin, el camino, siempre cerca del río. Nousis los guiaba, tras él, en silencio, caminaba la humana y junto a ella, la elfa. Tarek, por el contrario, optó por verlos avanzar, cruzándose de brazos, negándose a continuar. En fin, todo lo que tenía de atractivo lo gastaba en temperamento, pareciendo incapaz de pararse a pensar un instante en la situación en la que se encontraban. Ninguno pareció preocuparse por su decisión, Aylizz tampoco lo hizo al principio, mas al comprobar que aquella actitud no era un farol y que no mostraba ninguna intención por seguir sus pasos, terminó por amarrarlo desde la distancia por los tobillos haciendo sobresalir una raíz que, amarrada a su mano, utilizó para arrastrar al elfo tras ellos.
—¡Créeme, no querrás quedarte ahí sólo!
[...]
Unos árboles de ribera, todavía a una prudencial distancia del abrupto bosque, sirvieron de paradero aquella noche. A lo lejos se dejaban ver las cumbres de Urd, en cuyo noroeste el Indirel aseguraba conocer la existencia de un castillo que se creía abandonado, pudiendo hallar algunas aldeas a lo largo del camino hasta la que asumieron que podría tratarse de la corte que buscaban.
Tras una cena protagonizada por un tenso silencio, cada cual se dispuso en el lugar que consideró más apropiado para dormir. Ella, que aún mantenía la humedad en sus ropas y cabellos tras una accidentada sesión de pesca, prefirió esperar junto al fuego para terminar de secarse. Perdida su mirada en el balancear de las llamas, sus pensamientos se alejaron tanto que de manera inconsciente se ausentó del entorno que la rodeaba. Como si la nostalgia se hiciese dueña ahora de su consciencia, se sorprendió a sí misma tarareando una melodía que tantas veces había escuchado en las veladas de la aldea, una lección de vida grabada en el subconsciente en forma de canción en su lengua madre.
- Spoiler:
Nousis fue el primero en comenzar las guardias previstas para la noche, levantándose tras terminar la cena y apartándose del grupo. ¿Quién en su piel se hubiera quedado a esperar nuevos ataques? Lo sintió alejarse, pero ni lo miró. Iori y Tarek, por su parte, se acomodaron y no tardaron en quedar dormidos. La elfa, por su parte, prefirió aprovechar la inquietante calma que rodeaba el lugar, tan sólo interrumpida por el chasquear de las ramas en la lumbre, para reorganizar su cabeza y sus energías antes de subirse a un árbol y acomodarse en él hasta su guardia. Isil se dejaba ver clara y radiante, si bien no llegaba a estar completa, no faltarían más de tres noches para verse totalmente llena. Sus rayos, lejos de otorgar la calidez que prestaba Anar, servirían para equilibrar el desorden emocional en el que se había visto envuelta en los últimos días y que preveía no terminar de recomponer hasta terminar con todo aquello. Sólo cuando comenzó a notar que la meditación dejaba paso a la ensoñación se encaramó en una de las ramas más robustas, formando una confortable hamaca con ramas y lianas más pequeñas entrelazadas.
El despertar fue agradable, a pesar de interrumpir la profundidad de su descanso. La delicadeza y consideración que mostró el elfo al sacarla de su sueño horas antes del amanecer hizo difícil regodearse en los gruñidos que otras ocasiones habría emitido al despertarse. En el silencio de la noche que poco faltaba para llegar a su fin y sin que nadie más tuviera su atención puesta en él, incluso parecía ser buena compañía. Puede que lo hubiera prejuzgado, al fin y al cabo, no lo había conocido en el momento más apacible.
[...]
Caminaron durante el día, realizando únicamente las paradas necesarias para no demorarse demasiado en atravesar los entornos más abruptos del bosque. A medida que avanzaban, el nerviosismo que la elfa peleaba internamente por controlar iba poco a poco ganando terreno a la calma. Cada vez se encontraban más cerca del corazón de Urd. Tenebroso, macabro, peligroso. Y cada vez quedaba menos tiempo hasta la noche.
—¿Sabes cómo de lejos estamos de aquel lugar?— preguntó a Nousis de manera repentina, nerviosa, con el recuerdo de su desafortunado último encuentro en aquellas tierras nítido y latente en su cabeza.
—En media tarde hubiésemos llegado— respondió, dejando a las claras no llegarían siquiera a acercarse por el templo donde a punto estuvo de acabar convertida.
Vislumbraron una aldea en la lontananza cuando ya el cielo se había teñido de naranja y la caída del sol había comenzado. Nada más llegar, un aldeano dió la voz de alarma y muchos de los lugareños que aún se encontraban en las calles comenzaron a correr de aquí para allá. Puertas y ventanas cerradas a su paso, tan sólo media docena de personas permanecieron a la espera de los viajeros en la plaza, junto a tres niños. A escasos pasos de ellos, uno de los pueblerinos empujó a los infantes con suavidad hacia el grupo.
—¿Qué esperáis que hagamos con ellos?— se extrañó la elfa, indicando a los niños que volvieran junto al resto —No venimos a causar problemas.
Los aldeanos se miraron entonces entre sí, más aterrados que antes, si cabe. Muchos de ellos optaron por recogerse a sus hogares, no queriendo saber nada de los extranjeros, ni quiénes eran, ni a qué venían.
—¿No… no son de vuestro agrado?— preguntó temerosa una de las mujeres —Por favor, ¡no lo sabíamos!
—Pero ¿qué...?— murmuró molesta —Nos confundís— aseguró, descubriendose la cabeza, dejando caer la capucha hacia atrás —No venimos con la noche.
—Ella es humana— añadió Tarek, señalando a Iori —Nosotros elfos.
—Siempre han venido otros— explicó otro de los aldeanos —¿No les servís?— preguntó, denotando clara desubicación ante la presencia de los foráneos.
—¿Dais a los vuestros a los vampiros?— inquirió entonces Nousis, con asco.
—Toda la región es suya, unas treinta millas a la redonda, no sólo nuestra aldea. La otra opción es terminar como el pueblo de Carsevor. Muchos murieron por negarse al pago, el resto fue exterminado por ellos cuando trataron de escapar a otras regiones...
—¿Cómo se llama su clan?
—Se llaman a sí mismos Faeren. Sólo les manda ella.
Una respuesta del todo esperada, de hecho, la que buscaban. Si habían dado con alguien que pudiera darles alguna información sobre aquel clan, dónde se ubicaban, cómo llegar a ellos, de qué manera enfrentarlos, debían aprovechar todo lo que estuvieran dispuestos a compartir con ellos.
—Qué clase de vida es esta...— murmuró la elfa para sí, mirando alrededor de la aldea, cuando los padres de los niños les indicaron que se retiraran a casa —¿Cómo se organizan esos Faeren?
—No lo sabemos. Sin embargo, los cultivos prosperan y los animales se multiplican, es una zona rica y nunca pasamos hambre. Hay gente que tiene heladas, inundaciones o hambre. Nosotros los tenemos a ellos.
El tono resignado casi daba pavor. En el punto de aquella conversación ya sólo quedaban el hombre y la mujer que habían mostrado el valor suficiente para tratarlos.
—¿A costa de vuestros hijos?— rezongó en rabia contenida —¿Los criais como a ganado?
—Eso es lo que son los humanos, ¿no? Animales que matan incluso a los suyos por subsistir…— puntualizó Tarek, mirándolos con nada disimulado desprecio.
—¿¡Acaso alguien ha venido a ayudarnos?!— espetó entonces la mujer —¿Quién entrega a sus hijos por salvarse? No nos quieren a nosotros. Unos niños salvan a todos los demás. Y no siempre mueren. En ocasiones…
—¿Cómo tratáis con ellos?— intervino tratando de no imaginar el final del relato —¿Desde dónde dirigen sus territorios?
—El castillo Faeren, a medio día de aquí. Nunca vamos en esa dirección.— indicó, señalando a lo lejos.
—¿Alguna vez alguien se ha enfrentado a ellos? ¿Alguien aquí sabe luchar? ¿O cuántos son?
—Muchos lo han intentado durante generaciones. En ocasiones vuelven transformados, recaudando la sangre cada tres años. Cada año, niños de una aldea. Este, el mal cae sobre nosotros.
—Esto tiene que terminar— expuso Nousis, conteniendo el odio en su mirada.
—¿Cuándo vendrán a cobrar el tributo?
—No lo sabemos. Mañana, puede que en meses. Pero llegarán.
El bombardeo de preguntas de las que apenas escuchaba las respuestas denotaba un nerviosismo en la elfa que ya difícilmente podía ocultar. Llevando su mirada a cielo y bosque, indistintamente, tratando de mantener el control a su alrededor, le resultaba cada vez más costoso si atendía a las perturbadoras explicaciones de los lugareños.
—¿Acaso habéis olvidado qué o quién nos ha traído aquí? No hemos venido para esto.
Tarek irrumpió en la conversación, desviándose de la información prestada. ¿De verdad? ¿Acaso no podía dejar, por un momento, de ser tan irritante y pararse a pensar? Su odio desmedido hacia los vidacorta, que por otro lado suponía estar segura de que era infundado, lo cegaba. ¿O quizá es que no alcanzaba mayor inteligencia? Si hubiese vivido al menos la mitad de lo que ella había experimentado frente a aquellas criaturas del averno, si hubiese sentido en su cuello mínimamente el roce de esos afilados dientes, fríos, inertes…
—Precisamente por lo que nos trae aquí. Estamos en sus tierras, sabemos dónde están.
—Pues vayamos a por ellos. Quedarse aquí para defender a estos humanos no es parte de nuestra misión. Consigamos lo que necesitamos y larguémonos.
—¿Has visto alguna vez alguna de esas cosas, Tarek?— inquirió acercándose inquieta. Estaba segura de la respuesta, de lo contrario no querría caminar por aquellos lares tan a la ligera. —¿Crees que puedes llegar y ensartarlos sin más?
—No, no las he visto nunca. Pero tampoco creo que quedarnos aquí para jugar a los buenos samaritanos vaya a hacerlos menos peligrosos. Ellos no son cosa nuestra. Estoy seguro de que burlar a esas criaturas será difícil, pero si insistís en protegerlos será imposible.
No pudo evitar otra cosa que dejar escapar una risa irónica, cargada de exasperación. Si bien aquel no era un elfo estirado, se trataba de otros tantos cerrados de mente, con los que sería más sencillo golpearse de cabeza contra un muro antes que hacerle ver que el fin justifica los medios y que un enemigo común puede servir para conseguir aliados.
—No entiendo cómo no te entiendes con él— señaló a Nousis con la cabeza finalmente —Discute con él la estrategia, os entenderéis.
—Si queréis más información, si tenéis intención de enfrentaros a esos monstruos sin ir a ciegas...— terminó de exponer la mujer, armandose de valor —ayudadnos. Descansad hoy aquí. Hablad mañana con la aldea y os contaremos lo que sepamos.
#ffcc66 Aldeano
#cc66ff Aldeana
Aylizz Wendell
Moderador/a
Moderador/a
Cantidad de envíos : : 585
Nivel de PJ : : 2
Re: La sangre del sueño
Era el momento de continuar.
Miró al cielo nocturno y vio reflejado en él su propio rostro, compuesto de cansancio, odio y dudas. Entrecerró los grises ojos. Hacía semanas que no sentía suya su propia vida, y había cargado demasiado. El viento ululaba como la noche anterior, la misma en la que se había dejado llevar una vez más con esa humana incapaz de escuchar. Su vista se perdió en la noche, salvo una leve y tétrica mirada por encima del hombro. Ninguno sabía nada. ¿Por qué demonios se estaba esforzando tanto en controlarse, en hacerles comprender, cuando nada era culpa suya?
“Todo sería más fácil si desapareciesen. Tarek podría morir contra los mercenarios. Nunca se pueden preveer todas las estocadas. Y Iori… ¿no has aguantado suficiente?”- ronroneó su parte más oscura- “Es una cría carente de la capacidad de unir dos piezas elementales. No les debes nada. Antes todo era perfecto. ¿Aún escucharás sus insultos, su desprecio?”
Sangre de Sandorai. Se dijo a sí mismo, con una seriedad que fundía cualquier otra expresión. Turenn lo dejó claro. Son necesarios.
“O sus antepasados temían el fin de su linaje- rebatió esa voz que mordía su jaula- ¿Qué son capaces de hacer ellos que no logres solo? Sabes que NADA…- enfatizó- ¿De veras vas a protegerles? ¿Vas a poner en peligro tu vida por quienes no dan una mera muestra de agradecimiento, de empatía? Incluso te culpan…- las palabras modularon en evidente mofa- que el hacha de sus errores caiga sobre el cuello de los Inglorien. ¿Intentarás detenerla con tus mismas manos? Tan sólo Aylizz merece ese respeto…”
Sus pensamientos eran sombríos. ¿Aún podría Turenn vislumbrar en el interior de su cerebro? Nada sentía desde que habían abandonado el templo de la isla. Tan sólo el aumento de la esa parte de sí mismo, más difícil de mantener a raya. Se pasó una mano por el rostro, ni siquiera el sueño deseaba su compañía. Sonrió con macabra ironía, no esperaba otra cosa en un viaje como el que estaban llevando a cabo.
No había sido difícil, rememoró, encontrar a los pobres e incautos humanos que se enfrentaban a los Faeren. El mero hecho de que no hubiera sido ya exterminados por el clan vampiro indicaba sin lugar a dudas que no los consideraban siquiera un estorbo. Ni siquiera habían sido rivales para su grupo.
Sus ojos enfocaron una rama cuyas hojas bailaban acompasadas, y su semblante se tensó. Si esa anciana no era otra que una nocturna, había puntos en ello que el elfo aún no comprendía. Su mente voló a Nayru y Fémur. A Tarso y su magia de voz. Al enorme poder de Ulna. Con suficiente capacidad, podrían haberles echado encima a toda la aldea. O jugaban con la comida, o no las tenían todas consigo.
Y por primera vez, agradeció la decisión de sus compañeros. Necesitaba como nunca refugiarse en un mar de sangre, antes de que sus tajos se desviaran a objetivos más cercanos e irritantes. No había perdido la cordura hasta el punto de no reconocer la maldad en las ideas de su propia oscuridad. Caminó unos pasos, cruzándose de brazos. Nada se había sentido bien desde hacía meses.
“Carece de sentido que sigas pensando así. De él y de ella. No lo merecen”
El espadachín suspiró una vez más. Discutir consigo mismo resultaba agotador.
[…]
El castillo se encontraba más silencioso que de costumbre.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Había vuelto a llover, y ella, la autoproclamada Señora de los Faeren, una familia, un clan que había creado por sí misma, tamborileaba con los dedos en la gran silla labrada que para ella había fabricado un artesano local. Había sido un buen trabajo. Tanto, que de sus tres hijos solo había asesinado a uno por su tardanza. Era necesario templar los instintos en ocasiones.
No ocurrió así al enterarse de la muerte de Valeria. Su pequeño clan rendía vasallaje a los Faeren, y algunos de sus seguidores habían llegado buscando refugio a su fortaleza. No obstante, vengar la muerte de su líder no era asunto suyo. No, al menos, hasta que tuvo aquel extraño sueño.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Jamás había experimentado nada semejante, y aún así, no se movió de su castillo en Urd. Aquel invasor que había tratado de penetrar en sus pensamientos fracasó, y las palabras de su supuesto abuelo tan sólo provocaron unas frías carcajadas tras el siguiente anochecer. Inútiles seres inferiores. Su odio a los dioses élficos era tan profundo como el océano, y su ira nunca se había desatado tanto en los últimos ciento diez años como al enterarse de la derrota de los Jinetes Oscuros y la salvación de Sandorai.
Mas aún estaba a tiempo de cobrarse una pequeña venganza. No le había costado entrelazar las descripciones de la elfa que terminó con Valeria, ni la de la humana que mató a su protegida, con las que Caudior le había regalado para que las… ayudase. Sólo un elfo podía ser tan profundamente crédulo. Tan profundamente estúpido. El hecho de haber nacido de algo así aún provocaba en ella un odio que debía desviar hacia cualquier otro ser presente.
La historia de los viejos compañeros de su abuelo terminaría allí, en sus cámaras de tortura. Ella no era la Quinta. Era la única. No tenía compañeros, sino vasallos. Era la Reina.
Silenciosas y con ánimo templado, sus dos lugartenientes se presentaron sin ser convocadas. Eran varias las décadas que se hallaban a su servicio.
-¿Habéis encontrado a Tambris? – preguntó.
-No…- respondió con una extrema suavidad la bellísima Irvial, inclinando la cabeza, coronada por una lisa melena plateada- Parece haber escapado.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
El rictus de su señora hizo dar un paso atrás instintivamente a ambas. Miró al techo, suspirando a fin de calmarse. Ya habría tiempo de desatarse con los recién llegados.
-Aredis- ordenó- Dile a Nemonet que quiero que encuentre a un grupo específico. No los quiero muertos. Necesito entretenimiento- la fémina se esfumó de la regia presencia en un instante- Irvial, avisa a Guenros. Y dile que si vuelve a… perder… uno de mis regalos, me enfadaré- sonrió- Y todo lo que hace en esa mazmorra que cree horror, lo multiplicaré aquí hasta que deje de resultarme divertido.
-¿Nunca?- aventuró la lugarteniente. La sonrisa de la aludida se acentuó- Partiré de inmediato.
Con ambas fuera de su presencia, se levantó de su sitial, camino a sus aposentos.
Ansiaba diversión…
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 417
Nivel de PJ : : 4
Re: La sangre del sueño
Una vivienda abandonada cuyos muros y cimientos habían visto mejores días hizo de refugio aquella noche, al menos para tres de ellos. Sintiendo una mínima seguridad al encontrarse en un entorno habitado en mitad de aquellas tierras bajo el control y la amenaza latente de los Faeren, la elfa no mostró reparo en hacerse con uno de los sacos prestados y acostarse en un rincón. Dormir sería la única forma de no pensar. A la mañana siguiente, la misma mujer la noche anterior había tenido a bien recibirlos y ofrecerles un techo donde mantenerse a cubierto en la oscuridad, abrió la puerta con gesto vacilante, solicitando a los viajeros su presencia en la casa de reuniones, tal como habían acordado la noche anterior. No obstante, la ausencia del ojosverdes causó extrañeza en ella, no pudiendo evitar preguntar por él.
—Decidió ir a su suerte— explicó la rubia con pocas palabras, encogiéndose de hombros, restándole importancia —¿Por dónde?— quiso saber entonces, situándose junto a la puerta, a la espera, para seguir a la mujer.
Precedidos por ella, fueron acompañados hasta una de las cabañas más grandes, situada junto a la plazuela central donde la noche anterior fueron recibidos. Fuera, los últimos rezagados se disponían a entrar a la reunión. Dentro, unas treinta personas aguardaban, susurrando, cuchicheando y mirando sin recato alguno a los forasteros. Sentados de manera ordenada en semicírculo en sillas de madera, aguardaban que las dos situadas al frente fueran ocupadas por quienes debían presidir la asamblea. Ellos, siguiendo las indicaciones de la anciana, se situaron frente a ellas, dando la espalda a los demás, tomando la mujer asiento en una. Apenas un par de minutos después, el hombre que junto a ella les había recibido a su llegada tomó asiento en la restante, haciéndose entonces el silencio en la estancia.
—¿Qué buscáis en nuestra región?
—Ya lo sabéis— el elfo fue el primero en contestar, hastiado —Nos hemos quedado por esa supuesta información.
—¿Vais a ayudarnos?
—Tenemos intereses comunes— intervino entonces la elfa, señalando con la cabeza hacia fuera, en la dirección donde, en la lejanía, debía encontrarse el castillo de los Faeren —Colaborar, no ayudar.— corrigió —Si os queréis beneficiar, implicaros.
—Nadie ha conseguido acabar con ellos en generaciones. Pero os podemos indicar maneras de obtener nuestra ayuda y la de otro pueblo, y gentes que están en contra de esos demonios. Eso nos beneficiará, si, pero es vuestra mejor opción.
—Habla pues.
—Es imposible atacar el castillo, y menos siendo sólo los que sois. Existe un grupo que se enfrenta a esos animales. Si les lleváis provisiones que llevamos casi una semana retrasando por los ataques, podréis conseguir aliados. Además, los vampiros tienen una tropa mercenaria a sus órdenes, guiada por Nemonet. Son humanos, pero reciben favores depravados de los chupasangre. Si os deshacéis de él, perderán buena parte de la fuerza que les custodia durante el día.
Los murmullos entre los presentes se hicieron resonar con gestos de asco y odio al nombrarse aquel mercenario que dirigía a sus hombres en favor de los vampiros. El anciano, sin embargo, tratando de hacer caso omiso al murmullo y solicitando la templanza de los aldeanos con un gesto tranquilizador, continuó su exposición.
—Una última cuestión es la siguiente. Se rumorea que la puerta del castillo, la verja exterior, debe abrirse mediante magia. Dra´Alin y quienes luchan por nosotros han llegado a descubrir que tal magia está contenida en una runa y sólo hay un humano en la región que cuente con la confianza de los Faeren, Lord Guenros. Dirige el pueblo de Uldevar, a unas horas de aquí. Pero es aún más sanguinario que sus amos.
—Ese grupo de mercenarios... ¿Cuántos son?¿Y cómo actúan?
—Nunca hemos visto más de doce. Se dedican a aterrorizar las aldeas para evitar que nadie trate de rebelarse contra los Faeren. Les gusta emborracharse en los pueblos mayores.
La elfa torció el gesto. No contaba con que obtener la última de las reliquias fuese a ser tarea sencilla, no obstante, jamás habría apostado por que los vida corta, principal fuente de alimento de aquellos que trataban de enfrentar, hubiesen llegado a crear alianzas tan férreas con sus depredadores. Miedo, desesperación o mera estupidez. Siendo así, su mejor opción, para empezar, sería apostar por aquellos que, pareciendo más racionales, habían optado por resistirse a la opresión.
—Esos posibles aliados... ¿Cuánto tiempo nos llevaría llegar a ellos?
—A media tarde, al noroeste de aquí, se esconden en...— de pronto, guardó silencio —Será mejor que ellos os encuentren por seguridad. Cuando vean que les lleváis provisiones y de dónde venís, no tendréis problemas.
Disponiendo así de información suficiente, sopesaron sus opciones. Si dejaban la aldea en esa mañana, podrían llegar al castillo antes del anochecer, dejando a un lado el resto de pormenores. Aquella decisión sería la más rápida, no obstante, un suicidio, según habían sido advertidos. Tratar de conseguir la colaboración de los rebeldes, sin embargo, podría darles la ventaja que necesitaban, aunque aquello implicaba abandonar el camino directo hasta los Faeren y nadie les aseguraba que los mentados humanos se mostrasen a favor de prestarles sus servicios. Suspiró, frotándose la frente, al deliberar con sus compañeros, aceptando, finalmente, realizar la entrega de las provisiones.
Tras reunirse con Tarek y haciendo caso omiso a su oposición por colaborar con los humanos, siguieron las indicaciones de los ancianos tomando una calzada bastante bien conservada que se bifurcaba antes de llegar al bosque. De haber tomado el camino hacia el este hubieran dado con la corte vampírica a la caída del sol, mas no vacilaron y se mantuvieron en su decisión. Las horas de caminata, adentrándose en el frondoso bosque, fueron tensas. La moral del grupo se mantenía herida y antes que comenzar de nuevo una batalla verbal donde acusaciones y reproches fueran utilizados como armas arrojadizas todos optaron por mantenerse en silencio y sólo cuando las piernas comenzaron a flaquear y los estómagos a hacer notar su necesidad de alimento se permitieron hacer un alto en el camino. Nousis dispuso entonces, frente al resto, el almuerzo que los aldeanos habían tenido a bien prepararles y nadie mostró objeción alguna. Ni siquiera el joven elfo, que para renegar con todo su ser de los humanos, no le había visto rechazar ninguna de sus ofrendas de alimento.
Incomodada por el silencio y aun sin terminar de comprender por qué aquellos dos se habían mantenido junto al espadachín aun cuando mostraban claro desagrado hacia su compañía, se dirigió hacia el que menos conocía del grupo. La humana era impredecible, voluble, intensa, estaba acostumbrada a verla vacilar entre el amor y el odio hacia el moreno. Pero el ojosverdes… Aun dudaba si podía brindarle su confianza. Nunca había tratado con alguien de su clan, mas no eran poco conocidas sus actitudes y pensamientos. Altivos, orgullosos, cerrados. No como la mayoría de los elfos, iban un paso más. Remitiéndose a los hechos recientes, incluso se había enfrentado al Indirel, a la sangre, tan sólo por no compartir sus ideales. No obstante, desconocía hasta qué punto el joven estaba vinculado con ellos más allá de los evidentes rasgos que compartían, pues su nombre abanderaba otro clan.
—¿Y cómo conociste a Nousis, Tarek?— preguntó entonces, curiosa, sin abandonar bocado.
—¿Qué?— la inesperada alusión a su persona pareció pillarlo por sorpresa, haciendole atragantarse —Nos encontramos por casualidad en Lunargenta. Él estaba metido en un conflicto y me ofrecí a ayudar.
—Conflicto— repitió ella, soltando una ligera risa irónica —Menuda novedad. ¿Y a ella?— señaló entonces a Iori con la cabeza.
—Me puso una corona de flores en la cabeza...— respondió en un tono más bajo y cargado de desdén, al tiempo que observó a la humana con mirada asesina.
La humana, que parecía absorta en sus propios pensamientos, soltó una carcajada al aire al escucharlo.
—Y eso te convirtió en el ser más guapo de todos los que había en aquel festival— replicó, asegurando con total sinceridad.
—¿Cómo dices?
La elfa quedó muda un momento, atónita ante la inesperada respuesta. ¿Entonces aquellos dos se conocieron por casualidad? Tal vez por destino divino. Y si antes había sido comedida en la risa, ahora soltó una carcajada al imaginarse aquella escena.
—Tampoco es que hubiese una competencia digna.— espetó el elfo hacia la humana, antes de dirigirse de nuevo hacia Aylizz. —¿Cómo os conocisteis vosotros?— quiso saber él.
—Ah bueno, casualidad. Una se encuentra a las afueras del bosque y cuando menos se lo espera cuatro metros de reptil sobrevuelan su cabeza, persiguiéndolo a él— señaló a Nousis —Iori estaba en el bosque. Lugar equivocado, momento inoportuno... Para el dragón. Le saltó un ojo.— comentó sin mayor importancia —Después de aquello, un recibimiento nada hospitalario en una de las ciudades de los hombres y de ahí...— los miró a uno y otro, rememorando su primer encuentro y los siguientes —Bueno, los dioses tienen bastante sentido del humor— suspiró finalmente, con una caída de ojos, divertida.
—Ya veo que vas cosechando amistades por donde pasas...— instó hacia Iori con sorna, antes de hablar de nuevo hacia a la elfa —Y que tus dioses, al igual que los míos, parecen empeñados en cruzar nuestros caminos con compañías poco certeras...
—Deberías preguntarte entonces si hay algo que te están queriendo decir.— apuntó la humana, con lengua viperina.
—¿Acaso pones en duda las decisiones de las deidades, ojosverdes?— la rubia arqueó una ceja, esbozando media sonrisa desafiante, queriendo poner a prueba a su congénere —¿Qué haces todavía aquí entonces?
—Ahora ya tengo perfectamente claro su mensaje, descuida.— respondió primero a la humana. —No dudo de ellos, Aylizz, aunque a veces me cueste comprender a la primera sus mensajes— añadió, sin apartar la mirada de desprecio hacia la morena —¿Qué hago aquí? Me lo pregunto a cada minuto que pasa. Pero sé que si me voy podría perjudicar vuestra supervivencia. Su vida— indicó, señalando a Iori —me da igual, pero no voy a ser el culpable de que vosotros perezcáis. Dime, ¿por qué sigues tú aquí?
Se tomó un momento antes de responder, más para analizar la última respuesta brindada por el elfo que para pensar en qué contestar. Parecía tratarse, entonces, de uno más de tantos que pondrían su vida en peligro por la raza, aun cuando de quien se tratase fuera alguien en quien no confiaba, de quien desconocía su pasado, experiencias, pensamientos. Y por otro lado, capaz de dar la espalda a alguien que sin rasgos comunes podría tratarse de alguien a quien mereciese la pena tener como aliado. Uno más de tantos que siguen a ciegas las enseñanzas de un colectivo, sin pararse a pensar como individuo. Ella podría rajarle el cuello mientras dormía, si quisiera, sin que él desconfiase por su condición de elfa. Aunque cabría esperar que ella no lo haría, por ser él uno de los suyos. Paradojas de una vida y cultura compartidas, a pesar de no conocerse. Contradicciones que hacían tambalear sus propios valores.
Miró a Nousis, pensativa. No hacía mucho que habían mantenido, en aquella cueva, ese mismo debate que ahora ella tenía de manera interna. Aunque discutirle las ideas al elfo estirado era como darse de cabeza contra un muro. Si, ¿por qué seguía ella allí? Su parte más racional buscaba una respuesta coherente, esforzándose por no reconocer que parecía sentir debilidad por causas como aquella en las que, para variar, pudiera experimentar la vida por ella misma, sin pararse a pensar en que ello supusiera arriesgarla. Como ella misma había admitido al espadachín, no quería una vida aburrida. Esbozó una sonrisa cómplice al pensar en sus andanzas y cómo haberse visto al límite a su lado la había obligado a explotar su potencial y a ahondar después en él, llegados los momentos de calma. Cambiando de tercio, llevó sus ojos hasta la humana. Muchos envidiarían la lealtad mostrada por Iori en sus contados encuentros, incluso cuando no había sido recíproca. No había vuelto a verla desde que tomó aquel barco en el norte y aun sabiendo que tras aquello la fue bien, a pesar de tener problemas, no se perdonaba haberla abandonado a su suerte. Negó con la cabeza tratando de no ruborizarse cuando el recuerdo de aquel beso se apareció en su cabeza en un instante fugaz. Ella, humana efervescente, impredecible, inolvidable. Si el ojosverdes supiera de qué pasta estaba hecha...
—Porque con él funciona así. Esa espada ha derramado sangre que habría sido mía de no aparecer, así que cuando me busca suplicando mi ayuda no puedo negarme.— contestó al fin, burlona —A ella no pienso dejarla, además no será necesario hacerlo, de un momento a otro desaparecerá.— añadió, acompañando sus palabras con un gesto con la mano, emulando el truco de un ilusionista —Pero sobre todo, porque he crecido con historias y leyendas. Como tú. Y nunca había oído hablar de nada así. Una maldición de sangre de los ancestros.
—Ninguno vais a morir— comentó entonces Nousis con la mirada en su espada, ahora limpiándola tras afilarla al haber terminado su almuerzo. Sin jactancia, sin levantar la voz. Tan solo denotando seguridad categórica.
—Decidió ir a su suerte— explicó la rubia con pocas palabras, encogiéndose de hombros, restándole importancia —¿Por dónde?— quiso saber entonces, situándose junto a la puerta, a la espera, para seguir a la mujer.
Precedidos por ella, fueron acompañados hasta una de las cabañas más grandes, situada junto a la plazuela central donde la noche anterior fueron recibidos. Fuera, los últimos rezagados se disponían a entrar a la reunión. Dentro, unas treinta personas aguardaban, susurrando, cuchicheando y mirando sin recato alguno a los forasteros. Sentados de manera ordenada en semicírculo en sillas de madera, aguardaban que las dos situadas al frente fueran ocupadas por quienes debían presidir la asamblea. Ellos, siguiendo las indicaciones de la anciana, se situaron frente a ellas, dando la espalda a los demás, tomando la mujer asiento en una. Apenas un par de minutos después, el hombre que junto a ella les había recibido a su llegada tomó asiento en la restante, haciéndose entonces el silencio en la estancia.
—¿Qué buscáis en nuestra región?
—Ya lo sabéis— el elfo fue el primero en contestar, hastiado —Nos hemos quedado por esa supuesta información.
—¿Vais a ayudarnos?
—Tenemos intereses comunes— intervino entonces la elfa, señalando con la cabeza hacia fuera, en la dirección donde, en la lejanía, debía encontrarse el castillo de los Faeren —Colaborar, no ayudar.— corrigió —Si os queréis beneficiar, implicaros.
—Nadie ha conseguido acabar con ellos en generaciones. Pero os podemos indicar maneras de obtener nuestra ayuda y la de otro pueblo, y gentes que están en contra de esos demonios. Eso nos beneficiará, si, pero es vuestra mejor opción.
—Habla pues.
—Es imposible atacar el castillo, y menos siendo sólo los que sois. Existe un grupo que se enfrenta a esos animales. Si les lleváis provisiones que llevamos casi una semana retrasando por los ataques, podréis conseguir aliados. Además, los vampiros tienen una tropa mercenaria a sus órdenes, guiada por Nemonet. Son humanos, pero reciben favores depravados de los chupasangre. Si os deshacéis de él, perderán buena parte de la fuerza que les custodia durante el día.
Los murmullos entre los presentes se hicieron resonar con gestos de asco y odio al nombrarse aquel mercenario que dirigía a sus hombres en favor de los vampiros. El anciano, sin embargo, tratando de hacer caso omiso al murmullo y solicitando la templanza de los aldeanos con un gesto tranquilizador, continuó su exposición.
—Una última cuestión es la siguiente. Se rumorea que la puerta del castillo, la verja exterior, debe abrirse mediante magia. Dra´Alin y quienes luchan por nosotros han llegado a descubrir que tal magia está contenida en una runa y sólo hay un humano en la región que cuente con la confianza de los Faeren, Lord Guenros. Dirige el pueblo de Uldevar, a unas horas de aquí. Pero es aún más sanguinario que sus amos.
—Ese grupo de mercenarios... ¿Cuántos son?¿Y cómo actúan?
—Nunca hemos visto más de doce. Se dedican a aterrorizar las aldeas para evitar que nadie trate de rebelarse contra los Faeren. Les gusta emborracharse en los pueblos mayores.
La elfa torció el gesto. No contaba con que obtener la última de las reliquias fuese a ser tarea sencilla, no obstante, jamás habría apostado por que los vida corta, principal fuente de alimento de aquellos que trataban de enfrentar, hubiesen llegado a crear alianzas tan férreas con sus depredadores. Miedo, desesperación o mera estupidez. Siendo así, su mejor opción, para empezar, sería apostar por aquellos que, pareciendo más racionales, habían optado por resistirse a la opresión.
—Esos posibles aliados... ¿Cuánto tiempo nos llevaría llegar a ellos?
—A media tarde, al noroeste de aquí, se esconden en...— de pronto, guardó silencio —Será mejor que ellos os encuentren por seguridad. Cuando vean que les lleváis provisiones y de dónde venís, no tendréis problemas.
Disponiendo así de información suficiente, sopesaron sus opciones. Si dejaban la aldea en esa mañana, podrían llegar al castillo antes del anochecer, dejando a un lado el resto de pormenores. Aquella decisión sería la más rápida, no obstante, un suicidio, según habían sido advertidos. Tratar de conseguir la colaboración de los rebeldes, sin embargo, podría darles la ventaja que necesitaban, aunque aquello implicaba abandonar el camino directo hasta los Faeren y nadie les aseguraba que los mentados humanos se mostrasen a favor de prestarles sus servicios. Suspiró, frotándose la frente, al deliberar con sus compañeros, aceptando, finalmente, realizar la entrega de las provisiones.
Tras reunirse con Tarek y haciendo caso omiso a su oposición por colaborar con los humanos, siguieron las indicaciones de los ancianos tomando una calzada bastante bien conservada que se bifurcaba antes de llegar al bosque. De haber tomado el camino hacia el este hubieran dado con la corte vampírica a la caída del sol, mas no vacilaron y se mantuvieron en su decisión. Las horas de caminata, adentrándose en el frondoso bosque, fueron tensas. La moral del grupo se mantenía herida y antes que comenzar de nuevo una batalla verbal donde acusaciones y reproches fueran utilizados como armas arrojadizas todos optaron por mantenerse en silencio y sólo cuando las piernas comenzaron a flaquear y los estómagos a hacer notar su necesidad de alimento se permitieron hacer un alto en el camino. Nousis dispuso entonces, frente al resto, el almuerzo que los aldeanos habían tenido a bien prepararles y nadie mostró objeción alguna. Ni siquiera el joven elfo, que para renegar con todo su ser de los humanos, no le había visto rechazar ninguna de sus ofrendas de alimento.
Incomodada por el silencio y aun sin terminar de comprender por qué aquellos dos se habían mantenido junto al espadachín aun cuando mostraban claro desagrado hacia su compañía, se dirigió hacia el que menos conocía del grupo. La humana era impredecible, voluble, intensa, estaba acostumbrada a verla vacilar entre el amor y el odio hacia el moreno. Pero el ojosverdes… Aun dudaba si podía brindarle su confianza. Nunca había tratado con alguien de su clan, mas no eran poco conocidas sus actitudes y pensamientos. Altivos, orgullosos, cerrados. No como la mayoría de los elfos, iban un paso más. Remitiéndose a los hechos recientes, incluso se había enfrentado al Indirel, a la sangre, tan sólo por no compartir sus ideales. No obstante, desconocía hasta qué punto el joven estaba vinculado con ellos más allá de los evidentes rasgos que compartían, pues su nombre abanderaba otro clan.
—¿Y cómo conociste a Nousis, Tarek?— preguntó entonces, curiosa, sin abandonar bocado.
—¿Qué?— la inesperada alusión a su persona pareció pillarlo por sorpresa, haciendole atragantarse —Nos encontramos por casualidad en Lunargenta. Él estaba metido en un conflicto y me ofrecí a ayudar.
—Conflicto— repitió ella, soltando una ligera risa irónica —Menuda novedad. ¿Y a ella?— señaló entonces a Iori con la cabeza.
—Me puso una corona de flores en la cabeza...— respondió en un tono más bajo y cargado de desdén, al tiempo que observó a la humana con mirada asesina.
La humana, que parecía absorta en sus propios pensamientos, soltó una carcajada al aire al escucharlo.
—Y eso te convirtió en el ser más guapo de todos los que había en aquel festival— replicó, asegurando con total sinceridad.
—¿Cómo dices?
La elfa quedó muda un momento, atónita ante la inesperada respuesta. ¿Entonces aquellos dos se conocieron por casualidad? Tal vez por destino divino. Y si antes había sido comedida en la risa, ahora soltó una carcajada al imaginarse aquella escena.
—Tampoco es que hubiese una competencia digna.— espetó el elfo hacia la humana, antes de dirigirse de nuevo hacia Aylizz. —¿Cómo os conocisteis vosotros?— quiso saber él.
—Ah bueno, casualidad. Una se encuentra a las afueras del bosque y cuando menos se lo espera cuatro metros de reptil sobrevuelan su cabeza, persiguiéndolo a él— señaló a Nousis —Iori estaba en el bosque. Lugar equivocado, momento inoportuno... Para el dragón. Le saltó un ojo.— comentó sin mayor importancia —Después de aquello, un recibimiento nada hospitalario en una de las ciudades de los hombres y de ahí...— los miró a uno y otro, rememorando su primer encuentro y los siguientes —Bueno, los dioses tienen bastante sentido del humor— suspiró finalmente, con una caída de ojos, divertida.
—Ya veo que vas cosechando amistades por donde pasas...— instó hacia Iori con sorna, antes de hablar de nuevo hacia a la elfa —Y que tus dioses, al igual que los míos, parecen empeñados en cruzar nuestros caminos con compañías poco certeras...
—Deberías preguntarte entonces si hay algo que te están queriendo decir.— apuntó la humana, con lengua viperina.
—¿Acaso pones en duda las decisiones de las deidades, ojosverdes?— la rubia arqueó una ceja, esbozando media sonrisa desafiante, queriendo poner a prueba a su congénere —¿Qué haces todavía aquí entonces?
—Ahora ya tengo perfectamente claro su mensaje, descuida.— respondió primero a la humana. —No dudo de ellos, Aylizz, aunque a veces me cueste comprender a la primera sus mensajes— añadió, sin apartar la mirada de desprecio hacia la morena —¿Qué hago aquí? Me lo pregunto a cada minuto que pasa. Pero sé que si me voy podría perjudicar vuestra supervivencia. Su vida— indicó, señalando a Iori —me da igual, pero no voy a ser el culpable de que vosotros perezcáis. Dime, ¿por qué sigues tú aquí?
Se tomó un momento antes de responder, más para analizar la última respuesta brindada por el elfo que para pensar en qué contestar. Parecía tratarse, entonces, de uno más de tantos que pondrían su vida en peligro por la raza, aun cuando de quien se tratase fuera alguien en quien no confiaba, de quien desconocía su pasado, experiencias, pensamientos. Y por otro lado, capaz de dar la espalda a alguien que sin rasgos comunes podría tratarse de alguien a quien mereciese la pena tener como aliado. Uno más de tantos que siguen a ciegas las enseñanzas de un colectivo, sin pararse a pensar como individuo. Ella podría rajarle el cuello mientras dormía, si quisiera, sin que él desconfiase por su condición de elfa. Aunque cabría esperar que ella no lo haría, por ser él uno de los suyos. Paradojas de una vida y cultura compartidas, a pesar de no conocerse. Contradicciones que hacían tambalear sus propios valores.
Miró a Nousis, pensativa. No hacía mucho que habían mantenido, en aquella cueva, ese mismo debate que ahora ella tenía de manera interna. Aunque discutirle las ideas al elfo estirado era como darse de cabeza contra un muro. Si, ¿por qué seguía ella allí? Su parte más racional buscaba una respuesta coherente, esforzándose por no reconocer que parecía sentir debilidad por causas como aquella en las que, para variar, pudiera experimentar la vida por ella misma, sin pararse a pensar en que ello supusiera arriesgarla. Como ella misma había admitido al espadachín, no quería una vida aburrida. Esbozó una sonrisa cómplice al pensar en sus andanzas y cómo haberse visto al límite a su lado la había obligado a explotar su potencial y a ahondar después en él, llegados los momentos de calma. Cambiando de tercio, llevó sus ojos hasta la humana. Muchos envidiarían la lealtad mostrada por Iori en sus contados encuentros, incluso cuando no había sido recíproca. No había vuelto a verla desde que tomó aquel barco en el norte y aun sabiendo que tras aquello la fue bien, a pesar de tener problemas, no se perdonaba haberla abandonado a su suerte. Negó con la cabeza tratando de no ruborizarse cuando el recuerdo de aquel beso se apareció en su cabeza en un instante fugaz. Ella, humana efervescente, impredecible, inolvidable. Si el ojosverdes supiera de qué pasta estaba hecha...
—Porque con él funciona así. Esa espada ha derramado sangre que habría sido mía de no aparecer, así que cuando me busca suplicando mi ayuda no puedo negarme.— contestó al fin, burlona —A ella no pienso dejarla, además no será necesario hacerlo, de un momento a otro desaparecerá.— añadió, acompañando sus palabras con un gesto con la mano, emulando el truco de un ilusionista —Pero sobre todo, porque he crecido con historias y leyendas. Como tú. Y nunca había oído hablar de nada así. Una maldición de sangre de los ancestros.
—Ninguno vais a morir— comentó entonces Nousis con la mirada en su espada, ahora limpiándola tras afilarla al haber terminado su almuerzo. Sin jactancia, sin levantar la voz. Tan solo denotando seguridad categórica.
Aylizz Wendell
Moderador/a
Moderador/a
Cantidad de envíos : : 585
Nivel de PJ : : 2
Re: La sangre del sueño
El ulular de las aves rapaces rompía esporádicamente la quietud de la noche. Sabía que había tomado una decisión poco prudente: dormir a solas en un bosque desconocido en un territorio plagado de vampiros… Pero la alternativa era inasumible. Una aldea humana. ¿Acaso no estaban allí para recuperar la última reliquia y deshacer lo que sus antepasados habían enredado? La tensa conversación de aquella tarde volvió a su mente. ¿A qué jugaban? No había dudado en que la humana se pondría de parte de los suyos, pero Aylizz y Nousis… toda aquella situación era absurda, una pérdida de tiempo…
[…]
La luz del amanecer y el incesante parloteo de los gorriones lo despertaron de su sueño. En algún momento de la noche, el cansancio había ganado la batalla a la precaución y se había sumido finalmente en un profundo sueño. Allí, sobre la rama de un árbol, perdido en medio de un territorio que le era desconocido, con el sol asomando entre las hojas, casi podía pensar que los últimos días no habían sido más que el resultado de su perturbada imaginación. Una pesadilla más, como aquellas que asolaron sus noches durante años. Pero por desgracia aquel no era su hogar, aquella tierra no olía como Sandorai. Allí solo había sangre y muerte.
- ¡Eh! - una voz infantil lo sacó de su ensimismamiento -¿Eres uno de ellos?
Incorporándose ligeramente sobre la rama en la que se encontraba Tarek pudo ver, a escasos metros de su posición, a tres críos desarrapados y claramente atemorizados, escondidos tras el tronco de un árbol. “Críos humanos, lo que faltaba” pensó, mientras ponía los ojos en blanco. Por un segundo pensó en no responderles, al fin y al cabo, no le interesaba en absoluto lo que pudieran decirle… pero finalmente no pudo evitar preguntar.
- ¿Qué es lo que se supone que soy?
- Uno de los extranjeros que han llegado al pueblo- fue la temerosa respuesta de una segunda voz, cuyo autor, consciente de su atrevimiento, decidió ocultarse todavía más a la sombra del árbol.
- ¿O espías para los que se nos llevan? –aquella sin duda era la voz de mocoso que lo había increpado primero.
- ¡Calla! –le recriminó el tercero- ¿Quieres que nos coma?
Con clara expresión de hastió y tras poner nuevamente los ojos en blanco, descendió del árbol. Estaba claro que su tranquila mañana había llegado a su fin.
- ¿No deberíais estar escondidos como ratones en vuestra aldea? ¿Acaso no teméis aquello que mora oculto en el bosque… – a lo que añadió tras un breve silencio- como yo?
Uno de los mocosos, atenazado por el terror, no pudo más que salir corriendo de vuelta a su aldea, mientras sus compañeros, aún con expresión de miedo, se mantenían firmes en su posición.
- Da igual que tengas espada. Olnar también tenía y se lo comieron por ir solo al castillo –explicó con rapidez el que parecía ser el cabecilla del grupo.
-Yo no me escondo - fue la ufana respuesta de su compañero- De día podemos salir, dice madre.
- ¿De veras? ¿Crees que de día no existen peligros solo porque las criaturas que moran el castillo son nocturnas? –preguntó el elfo con tono jocoso- Quizás Olnar falló en su misión precisamente porque llevaba una espada –añadió, al tiempo que sacaba su “extraña" arma- y porque no llevó a sus anfitriones el regalo adecuado... Les gustaban los críos impertinentes, ¿verdad?
La expresión de terror que cruzó sus jóvenes rostros hizo que la sonrisa en los labios del elfo se intensificase. – Humanos… -murmuró divertido, al tiempo que los mocosos corrían de vuelta a la aldea como perseguidos por el peor de los demonios. Uno de ellos tropezando a medio camino y acompañando la restante carrera de tenues sollozos. Si contaban aquello en la aldea probablemente acabaría en problemas, pero a esas alturas le daba igual si aquello terminaba en sangre. Necesitaba desahogarse de alguna manera o acabaría volviendo a discutir con el resto del grupo por cualquier cosa.
Algo más alegre que la noche anterior, siguió los pasos de los críos, hasta localizar el camino de entrada a la aldea. Allí lo encontraron sus compañeros, acostado contra el tronco de un árbol, algunas horas después.
[…]
Horas más tarde seguía preguntándose qué sentido tenía aquello. Tras dejar la aldea lo habían informado de que, para recuperar la reliquia, debían reunir aliados, matar a un noble humano cuyo nombre no se había dignado a recordar y enfrentarse a un grupo de mercenarios. Cometidos nada desdeñables, a excepción de que en ese momento se dirigían, como vulgares transportistas, a entregar provisiones a un grupo de rebeldes humanos. Por él podrían morirse de hambre, al fin y al cabo, qué ventaja podía darles aliarse con ellos… Miró la manzana que tenía entre las manos… a menos que se entregasen voluntariamente como comida para los vampiros mientras ellos entraban a coger la reliquia… aquello sería sin duda una buena distracción.
- ¿Qué? –la pregunta de Aylizz lo cogió desprevenido, atragantándose con el pedazo de manzana que tenía en la boca. Su primer encuentro con Nousis… observó al elfo mayor, que se mantenía ajeno, pero atento a la conversación. Quizás si no le hubiese ofrecido ayuda aquel nefasto día, todo aquello no habría sucedido… pero era absurdo lamentarse por el pasado y aún más creer que no volvería a hacer lo mismo de encontrarse en esa situación. Por alguna extraña razón se había sentido impelido a ayudarle. Por el contrario, observó a la humana cuando la conversación se tornó sobre ella, si pudiese volver al festival, a ella le rajaría el cuello sin pensárselo dos veces.
[…]
El bosque fue mudando a su alrededor según el grupo, dirigido por Nousis, fue avanzado entre la maleza. Pisadas mal disimuladas y hierva aplastada fueron indicativo suficiente de que se encontraban en el territorio rebelde. Por lo que el aviso del elfo mayor no los cogió del todo desprevenidos, cuando el silbido de las saetas atravesó el bosque.
-Cubríos –indicó, al tiempo que se colocaba de espaldas contra un árbol.
- ¡RENDÍOS! –una voz, con tintes humanos, resonó en el bosque- ¡ESTÁIS RODEADOS!
Desde su posición, al amparo de un árbol, no pudo evitar cruzar la mirada con el elfo mayor. ¿Rodeados? Estaba claro que aquello era un farol. A lo sumo, atendiendo al ruido que hacían, tenían “enemigos” al frente y uno de sus costados. Por lo tanto, o eran más sigilosos que un elfo, algo que dudaba, o mentían para intentar amedrentarlos.
- ¿Rendirnos de qué? ¿De caminar? estamos de viaje –la voz de la humana, agazapada tras un árbol cercano fue la primera respuesta del grupo. A veces se preguntaba cómo había sobrevivido hasta ese momento, si su táctica siempre era hacerse la tonta y golpear antes de preguntar.
Aprovechando la ligera distracción y tras avisar con un gesto a Nousis, Tarek se agazapó entre la maleza, aprovechando la cobertura del monte bajo para intentar localizar y acercarse a uno de los individuos.
- ¡NO PERMITIMOS INTRUSOS EN NUESTRO BOSQUE! ¡MARCHAOS U OS CONSIDERAREMOS ENEMIGOS!
- ¿Vuestro bosque? solo queremos cruzar... se nos debió de pasar el cartel de propiedad en algún sitio. Vosotros nos dejáis avanzar, y no volveréis a vernos por aquí.
Al menos la insulsa humana servía de distracción. Con cautela, se acercó a uno de los humanos, cuyo pertrecho dejaba mucho que desear, pues apenas llevaba una armadura de cuero, un arco y un cuchillo corto y ancho. Si aquel era el promedio de los rebeldes, bien podrían haberse evitado el viaje. El hombre, nervioso, escrutaba hacia el lugar que ocupaban sus compañeros, al tiempo que lanzaba fútiles miradas al lugar donde debía encontrarse su líder. La presa perfecta, demasiado nerviosa para darse cuenta de lo que va a suceder. Rodeándolo con sigilo, el joven elfo se colocó a su espalda, para proceder a golpearle un pie y desestabilizarlo, inmovilizándolo al tiempo que se levantaba y colocando en su cuello la hoja de su arma.
- Eso o vuestro amigo pierde la cabeza –gritos de sorpresa y miedo resonaron en el bosque tras sus palabras.
- ¿Y vosotros retáis a los vampiros? – fue el burlón comentario de Nousis ante la clara indecisión de los humanos- Tenéis suerte. No venimos a haceros daño. Guardad las armas.
- ¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí? –fueron las quedas preguntas del que aparentemente parecía ser el líder de la rebelión, al tiempo que indicaba a sus compañeros que guardase el acero.
- Venimos de la aldea, para que no muráis de hambre –fue la breve y desdeñosa respuesta de Aylizz.
- Esto... ¿puede soltarme...?- la temblorosa voz de su prisionero se sobrepuso a la conversación que ese estaba desarrollando ante ellos. Sin duda el hombre estaba asustado y probablemente, por un segundo, había pensado que el alto al fuego supondría su liberación. ¿Acabaría estallando una lucha entre ellos y aquellos humanos si lo decapitaba? Probablemente sí… y lo peor de todo es que estaba deseando que eso pasase.
- No lo sé... ¿puedo? –le susurró al oído, apretando más el agarre y el filo contra su cuello, para unos segundos después soltarlo y pasar a su lado golpeándole el hombro.
Por mucho que lo desease, no tenían tiempo para batallas absurdas. Además, si aquellos eran los aliados prometidos, solo servirían como cebo y para eso debían seguir vivos.
[…]
La luz del amanecer y el incesante parloteo de los gorriones lo despertaron de su sueño. En algún momento de la noche, el cansancio había ganado la batalla a la precaución y se había sumido finalmente en un profundo sueño. Allí, sobre la rama de un árbol, perdido en medio de un territorio que le era desconocido, con el sol asomando entre las hojas, casi podía pensar que los últimos días no habían sido más que el resultado de su perturbada imaginación. Una pesadilla más, como aquellas que asolaron sus noches durante años. Pero por desgracia aquel no era su hogar, aquella tierra no olía como Sandorai. Allí solo había sangre y muerte.
- ¡Eh! - una voz infantil lo sacó de su ensimismamiento -¿Eres uno de ellos?
Incorporándose ligeramente sobre la rama en la que se encontraba Tarek pudo ver, a escasos metros de su posición, a tres críos desarrapados y claramente atemorizados, escondidos tras el tronco de un árbol. “Críos humanos, lo que faltaba” pensó, mientras ponía los ojos en blanco. Por un segundo pensó en no responderles, al fin y al cabo, no le interesaba en absoluto lo que pudieran decirle… pero finalmente no pudo evitar preguntar.
- ¿Qué es lo que se supone que soy?
- Uno de los extranjeros que han llegado al pueblo- fue la temerosa respuesta de una segunda voz, cuyo autor, consciente de su atrevimiento, decidió ocultarse todavía más a la sombra del árbol.
- ¿O espías para los que se nos llevan? –aquella sin duda era la voz de mocoso que lo había increpado primero.
- ¡Calla! –le recriminó el tercero- ¿Quieres que nos coma?
Con clara expresión de hastió y tras poner nuevamente los ojos en blanco, descendió del árbol. Estaba claro que su tranquila mañana había llegado a su fin.
- ¿No deberíais estar escondidos como ratones en vuestra aldea? ¿Acaso no teméis aquello que mora oculto en el bosque… – a lo que añadió tras un breve silencio- como yo?
Uno de los mocosos, atenazado por el terror, no pudo más que salir corriendo de vuelta a su aldea, mientras sus compañeros, aún con expresión de miedo, se mantenían firmes en su posición.
- Da igual que tengas espada. Olnar también tenía y se lo comieron por ir solo al castillo –explicó con rapidez el que parecía ser el cabecilla del grupo.
-Yo no me escondo - fue la ufana respuesta de su compañero- De día podemos salir, dice madre.
- ¿De veras? ¿Crees que de día no existen peligros solo porque las criaturas que moran el castillo son nocturnas? –preguntó el elfo con tono jocoso- Quizás Olnar falló en su misión precisamente porque llevaba una espada –añadió, al tiempo que sacaba su “extraña" arma- y porque no llevó a sus anfitriones el regalo adecuado... Les gustaban los críos impertinentes, ¿verdad?
La expresión de terror que cruzó sus jóvenes rostros hizo que la sonrisa en los labios del elfo se intensificase. – Humanos… -murmuró divertido, al tiempo que los mocosos corrían de vuelta a la aldea como perseguidos por el peor de los demonios. Uno de ellos tropezando a medio camino y acompañando la restante carrera de tenues sollozos. Si contaban aquello en la aldea probablemente acabaría en problemas, pero a esas alturas le daba igual si aquello terminaba en sangre. Necesitaba desahogarse de alguna manera o acabaría volviendo a discutir con el resto del grupo por cualquier cosa.
Algo más alegre que la noche anterior, siguió los pasos de los críos, hasta localizar el camino de entrada a la aldea. Allí lo encontraron sus compañeros, acostado contra el tronco de un árbol, algunas horas después.
[…]
Horas más tarde seguía preguntándose qué sentido tenía aquello. Tras dejar la aldea lo habían informado de que, para recuperar la reliquia, debían reunir aliados, matar a un noble humano cuyo nombre no se había dignado a recordar y enfrentarse a un grupo de mercenarios. Cometidos nada desdeñables, a excepción de que en ese momento se dirigían, como vulgares transportistas, a entregar provisiones a un grupo de rebeldes humanos. Por él podrían morirse de hambre, al fin y al cabo, qué ventaja podía darles aliarse con ellos… Miró la manzana que tenía entre las manos… a menos que se entregasen voluntariamente como comida para los vampiros mientras ellos entraban a coger la reliquia… aquello sería sin duda una buena distracción.
- ¿Qué? –la pregunta de Aylizz lo cogió desprevenido, atragantándose con el pedazo de manzana que tenía en la boca. Su primer encuentro con Nousis… observó al elfo mayor, que se mantenía ajeno, pero atento a la conversación. Quizás si no le hubiese ofrecido ayuda aquel nefasto día, todo aquello no habría sucedido… pero era absurdo lamentarse por el pasado y aún más creer que no volvería a hacer lo mismo de encontrarse en esa situación. Por alguna extraña razón se había sentido impelido a ayudarle. Por el contrario, observó a la humana cuando la conversación se tornó sobre ella, si pudiese volver al festival, a ella le rajaría el cuello sin pensárselo dos veces.
[…]
El bosque fue mudando a su alrededor según el grupo, dirigido por Nousis, fue avanzado entre la maleza. Pisadas mal disimuladas y hierva aplastada fueron indicativo suficiente de que se encontraban en el territorio rebelde. Por lo que el aviso del elfo mayor no los cogió del todo desprevenidos, cuando el silbido de las saetas atravesó el bosque.
-Cubríos –indicó, al tiempo que se colocaba de espaldas contra un árbol.
- ¡RENDÍOS! –una voz, con tintes humanos, resonó en el bosque- ¡ESTÁIS RODEADOS!
Desde su posición, al amparo de un árbol, no pudo evitar cruzar la mirada con el elfo mayor. ¿Rodeados? Estaba claro que aquello era un farol. A lo sumo, atendiendo al ruido que hacían, tenían “enemigos” al frente y uno de sus costados. Por lo tanto, o eran más sigilosos que un elfo, algo que dudaba, o mentían para intentar amedrentarlos.
- ¿Rendirnos de qué? ¿De caminar? estamos de viaje –la voz de la humana, agazapada tras un árbol cercano fue la primera respuesta del grupo. A veces se preguntaba cómo había sobrevivido hasta ese momento, si su táctica siempre era hacerse la tonta y golpear antes de preguntar.
Aprovechando la ligera distracción y tras avisar con un gesto a Nousis, Tarek se agazapó entre la maleza, aprovechando la cobertura del monte bajo para intentar localizar y acercarse a uno de los individuos.
- ¡NO PERMITIMOS INTRUSOS EN NUESTRO BOSQUE! ¡MARCHAOS U OS CONSIDERAREMOS ENEMIGOS!
- ¿Vuestro bosque? solo queremos cruzar... se nos debió de pasar el cartel de propiedad en algún sitio. Vosotros nos dejáis avanzar, y no volveréis a vernos por aquí.
Al menos la insulsa humana servía de distracción. Con cautela, se acercó a uno de los humanos, cuyo pertrecho dejaba mucho que desear, pues apenas llevaba una armadura de cuero, un arco y un cuchillo corto y ancho. Si aquel era el promedio de los rebeldes, bien podrían haberse evitado el viaje. El hombre, nervioso, escrutaba hacia el lugar que ocupaban sus compañeros, al tiempo que lanzaba fútiles miradas al lugar donde debía encontrarse su líder. La presa perfecta, demasiado nerviosa para darse cuenta de lo que va a suceder. Rodeándolo con sigilo, el joven elfo se colocó a su espalda, para proceder a golpearle un pie y desestabilizarlo, inmovilizándolo al tiempo que se levantaba y colocando en su cuello la hoja de su arma.
- Eso o vuestro amigo pierde la cabeza –gritos de sorpresa y miedo resonaron en el bosque tras sus palabras.
- ¿Y vosotros retáis a los vampiros? – fue el burlón comentario de Nousis ante la clara indecisión de los humanos- Tenéis suerte. No venimos a haceros daño. Guardad las armas.
- ¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí? –fueron las quedas preguntas del que aparentemente parecía ser el líder de la rebelión, al tiempo que indicaba a sus compañeros que guardase el acero.
- Venimos de la aldea, para que no muráis de hambre –fue la breve y desdeñosa respuesta de Aylizz.
- Esto... ¿puede soltarme...?- la temblorosa voz de su prisionero se sobrepuso a la conversación que ese estaba desarrollando ante ellos. Sin duda el hombre estaba asustado y probablemente, por un segundo, había pensado que el alto al fuego supondría su liberación. ¿Acabaría estallando una lucha entre ellos y aquellos humanos si lo decapitaba? Probablemente sí… y lo peor de todo es que estaba deseando que eso pasase.
- No lo sé... ¿puedo? –le susurró al oído, apretando más el agarre y el filo contra su cuello, para unos segundos después soltarlo y pasar a su lado golpeándole el hombro.
Por mucho que lo desease, no tenían tiempo para batallas absurdas. Además, si aquellos eran los aliados prometidos, solo servirían como cebo y para eso debían seguir vivos.
Tarek Inglorien
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 225
Nivel de PJ : : 1
Re: La sangre del sueño
Había funcionado. Su estúpido intento de charla para liarlos había servido para dar el tiempo necesario a sus compañeros de tomar posiciones. Y el que más alegremente y más rápido se había escurrido para tomar una posición de poder sobre los humanos fue, oh, sorpresa, Tarek el Bondadoso. Iori se incorporó mientras todos los que se encontraban en aquella zona del bosque descubrían sus posiciones y se reagrupaban ligeramente.
La armas seguían cerca de las manos y la desconfianza estaba presente, pero por lo menos habían comenzado a hablar. Dra’Alin se presentó como el líder de los rebeldes, y decidió dejarlos a todos con el culo torcido ante la súbita revelación. La encantadora abuelita que le había dado las indicaciones la noche anterior en la aldea estaba muerta. - La líder de esa aldea está muerta. Su funeral tuvo lugar hace cinco días. Era mi abuela. - Iori no estaba preparada para aquel giro de los acontecimientos. - Espera, ¿Y entonces? -
El humano parecía distraído, aunque siguió refiriéndose a ellos en su charla. -Tengo que enviar hombres a investigar esto. Os agradezco las provisiones - parecía verdaderamente preocupado. Normal por otro lado, si la muerte ya no era definitiva como estaba en su naturaleza, Iori ya no sabía en qué se podía confiar. - Ahí tenéis vuestro agradecimiento por ayudarlos - suelta Tarek en voz baja pasando junto a ellos con rintintín. - Eh! Demuestra al menos tu agradecimiento. O las provisiones volverán por donde llegaron.-
- No te falta razón. Os pido disculpas por el recibimiento y os doy las gracias por haber llegado aquí - inclina la cabeza un momento. Fue entonces cuando se acercó al líder con paso firme y lo miró con la seguridad de quien reconoce a un igual después de tantas emociones intensas entre elfos. - Vamos a darle de lo suyo a los vampiros. ¿Existe alguna información que nos puedas dar? -
- Atacar el castillo directamente es un suicidio, o ya lo habríamos hecho. El dinero que necesitan proviene de las recaudaciones de lord Guenros, cuyas caravanas atacamos. Su fuerza durante el día, de los mercenarios de Nemonet. Residen cerca, a un día de viaje, aunque a veces logramos matar a alguno que se acerca demasiado. Están bien entrenados. - Fue Ayl la que se sumó ahora. - El Lord. ¿Qué puedes decirnos de él? - Dra´Alin torció el gesto - Es el preferido de los Faeren, y tan sádico como ellos. No lucha, ya no. Pero le gusta el sufrimiento y se cuenta que tiene una cámara para torturar él mismo a sus enemigos. -
- Es la octava vez que escucho algo así - apuntó Nou ya caminando - Y sólo resultó verdad una de ellas. - Y Iori lo creyó. Mil Batallitas Nousis tenía más edad que cualquiera de los ancianos de su aldea. Y todo el mundo sabía la afición incontenible que tiene la gente de su edad por acumular todo tipo de historias. - Seguro que podríamos llevarnos bien - dijo Tarek mirándose las uñas.
- Los falsos nobles humanos son tan...— y soltó un sonido tipo agg de exasperación —Dices que sus mercenarios residen cerca. ¿Cuántos puede haber? - El líder de los rebeldes contestó sin dudar. - Quince o veinte. Se renuevan cada cierto tiempo al perder a alguno de los suyos. Sólo les une el oro, Nemonet y el gusto de humillar a lo campesinos -
-¿Nemonet? ¿Su líder? ¿No se puede... negociar con él? o quizás acercarse lo suficiente para... - hizo el gesto de cortar el cuello. - Parece amable, educado, leal... - traga con dificultad - Y es extremadamente veloz y certero. Nunca le he visto recibir una herida. Su negociación siempre lleva a matar. Si sonríe, huid. - Tarek miró entonces de lado a Nousis - Podrías pasarte a hablar con él, seguro que os entendéis y sino... pues vaya.-
Ayl sueltó una ligera risa de resignación —Os vais a divertir— comentó hacia Tarek y Nousis. Se acercó al humano que les ha dado la información y agarra una bolsita pequeña de provisiones — Agradecimientos aceptados. Y perdona por eso.— señala a la marca del cuello de las raíces y se echa la bolsita al hombro con toda la decisión del mundo. -Si sobrevives, siempre puedes volver - dijo Dra´Alin claramente, pero de una manera educada.
¿En serio? Iori casi soltó una carcajada ante aquel comentario anhelante del pringado que tenía delante. Por algún motivo aquel intento de filtreo con Ayl la molestó profundamente. Como si alguien como él pudiese llegar a interesar a la elfa mínimamente. No tuvo que estrujarse los sesos para plantarle una contestación afilada, en su lugar Tarek, todo simpatía él le hizo el favor de adelantarse. Miró al tipo con asco - Es demasiado para ti.. humano -
Se giró con gesto digno y siguió los pasos de Nousis, que ya se estaba alejando bastante del punto de reunión en el que se habían encontrado todos. Iori estaba de acuerdo con el ojos verdes. Asintió satisfecha para si misma, y miró una última vez las caras del grupo de humanos a los que les habían entregado las provisiones. - Suerte - les deseó sin acritud, antes de lanzarse a otro largo tramo de caminata con sus compañeros.
Fue al cabo de unas ocho horas, cuando estaban descansando por turnos, cuando Ayl los despertó en el primer momento de su guardia. Iori estaba teniendo un sueño ligero, por lo que se incorporó en seguida. Se frotó el borde de su cadera mientras escuchaba a su compañera ponerlos al día. —No sé qué era, quién era, pero los gritos... No sonaban lejanos - No fue necesario que esperasen mucho para que hacia el lugar en el que se encontraban se abriese paso una figura. Todos se pusieron en guardia.
ra joven, lleva la túnica rota y la capa rasgada. Sin armas. Algunos cortes en la cara y el brazo izquierdo parecía que no lo movía en absoluto. Y como colofón, tenía rasgos élficos. Eso sería un alivio para Tarek. Sin duda con él sería más proactivo. -Ayudadme- pide extenuado, cayendo de rodillas - Huargos - resopla - Huargos me siguen la pista. Tengo que huir ¡tengo que huir! - Fue ella la que fiándose de nuevo de que no existía malicia en las personas que acababa de conocer la que se acercó con paso rápido y le ofreció apoyarse en su brazo. Parecía extremadamente débil. - ¿Huargos? -
Él no la miró, le cuesta hasta levantar la cabeza - Los envían a buscar a quienes se atreven a escapar- su voz era un susurro. - ¿Escapar de donde? - le preguntó Tarek con calma pero tenso. - San... San Taril. Esos monjes nos drogaron y torturaron. ¡No ayudamos a los vampiros, sólo éramos comerciantes! ¡No nos escucharon! - su angustia era patente.
Tarek lo observó y comentó - Dudo que pueda correr más que esos huargos. Quizás debamos subirlo a un lugar alto, donde no puedan alcanzarlo... ni alcanzarnos - Nou en cambio permaneció quieto. - Un monasterio. Un templo de la extraña religión de los humanos que llegaron a nuestro mundo cuando mi padre era aún joven. ¿Están en contra de los vampiros? ¿O sólo se dedican a asesinar con un pretexto?- parecía hablar más para sí que para el grupo. - ¿Acaso importa? Han torturado a uno de los nuestros y ahora nos pide auxilio... ¿No vas a brindárselo? -
Nousis se giró hacia Tarek. - He visto a uno de los nuestros asesinar aldeas enteras y comerse a sus habitantes. Y no olvides que Ella antes era elfa. Le ayudaremos sí, pero no seas tan ingenuo para pensar que nuestro pueblo no tiene ramas que cortar. - Tarek lo miró fijamente y respondió. - No te preocupes, es algo que me has enseñado muy bien - Iori estuvo a punto de silvar ante aquel hiriente comentario. - Y tú empiezas a hacérmelo entender de nuevo -
El elfo se presentó como Nimbeorth, y según sus palabras, San Taril estaba en otra dirección a los dos lugares que eran originalmente el objetivo principal. —Esos monjes... ¿Qué hacen aquí? No pensé que nadie compartiera territorio con los vampiros - El elfo respondió con desesperación -¡No lo sé! Nos invitaron a pasar la noche por una obligación religiosa según ellos. ¡Y nos despertamos con cadenas! Vi morir a dos compañeros...- añadió apesadumbrado. - ¿Nos? -
- Éramos cuatro. Sólo yo conseguí huir - Aquello traía nuevas dudas. —¿Por qué hay elfos aquí? ¿Tan al oeste? ¡¿Hay más?! - El elfo parecía contrariado. -Somos comerciantes, de paso por éstas tierras. Nos dijeron que eran seguras. -
La estupefacción de Ayl fue evidente en su voz. —¡¿Seguras?! ¿Quién podría pensar tal cosa?— se volvió hacia los tres —Esto no me gusta, nada, de hecho. Le llevamos o le dejamos, pero... Vámonos.- y Iori quiso aplaudir. Se inclinó de nuevo hacia el elfo que seguía apoyado en su brazo. - ¿Te encuentras en condiciones de caminar? - pareció temeroso. -¿Hacia donde os dirigis?-
- Hacia un lugar diferente del que vienes. Aunque quizás no uno más seguro - Se incorporó del todo sobre sus dos piernas, prescindiendo del apoyo que le suponía la humana. - Entonces aquí nos despedimos. Me veré en tierras más seguras cuanto antes - Tarek parecía sorprendido. - Has dicho que dos de tus compañeros han muerto. ¿Qué pasa con el tercero? ¿Vas a abandonarlo así sin más? -
Se sacudió y miró asombrado a Tarek - No soy un guerrero. Rezaré por él y enviaré ayuda, si puedo. Pero ¿enfrentarme a esos torturadores? ¿A vampiros malvados de la zona y a huargos? No soy un héroe de leyenda, amigo. -
Desde luego que no. —Usa tu luz si es que te queda, no llegarás muy lejos así. Y que los dioses te guarden. -
El elfo respondió entonces en un idioma que Iori no comprendió. Asumió que era élfico y lo miró en silencio mientras se alejaba. Sin añadir más palabra ni mirar hacia atrás, el elfo desapareció por un recodo tras los árboles. Con huargos por la zona en la que se encontraban no parecía el mejor lugar para continuar descansando lo que les quedaba de noche. Decidieron avanzar camino algo más de una hora, y cuando pensaron encontrar un lugar adecuado establecieron allí el campamento.
En esa ocasión Iori tardó algo más en encontrar el sueño.
La armas seguían cerca de las manos y la desconfianza estaba presente, pero por lo menos habían comenzado a hablar. Dra’Alin se presentó como el líder de los rebeldes, y decidió dejarlos a todos con el culo torcido ante la súbita revelación. La encantadora abuelita que le había dado las indicaciones la noche anterior en la aldea estaba muerta. - La líder de esa aldea está muerta. Su funeral tuvo lugar hace cinco días. Era mi abuela. - Iori no estaba preparada para aquel giro de los acontecimientos. - Espera, ¿Y entonces? -
El humano parecía distraído, aunque siguió refiriéndose a ellos en su charla. -Tengo que enviar hombres a investigar esto. Os agradezco las provisiones - parecía verdaderamente preocupado. Normal por otro lado, si la muerte ya no era definitiva como estaba en su naturaleza, Iori ya no sabía en qué se podía confiar. - Ahí tenéis vuestro agradecimiento por ayudarlos - suelta Tarek en voz baja pasando junto a ellos con rintintín. - Eh! Demuestra al menos tu agradecimiento. O las provisiones volverán por donde llegaron.-
- No te falta razón. Os pido disculpas por el recibimiento y os doy las gracias por haber llegado aquí - inclina la cabeza un momento. Fue entonces cuando se acercó al líder con paso firme y lo miró con la seguridad de quien reconoce a un igual después de tantas emociones intensas entre elfos. - Vamos a darle de lo suyo a los vampiros. ¿Existe alguna información que nos puedas dar? -
- Atacar el castillo directamente es un suicidio, o ya lo habríamos hecho. El dinero que necesitan proviene de las recaudaciones de lord Guenros, cuyas caravanas atacamos. Su fuerza durante el día, de los mercenarios de Nemonet. Residen cerca, a un día de viaje, aunque a veces logramos matar a alguno que se acerca demasiado. Están bien entrenados. - Fue Ayl la que se sumó ahora. - El Lord. ¿Qué puedes decirnos de él? - Dra´Alin torció el gesto - Es el preferido de los Faeren, y tan sádico como ellos. No lucha, ya no. Pero le gusta el sufrimiento y se cuenta que tiene una cámara para torturar él mismo a sus enemigos. -
- Es la octava vez que escucho algo así - apuntó Nou ya caminando - Y sólo resultó verdad una de ellas. - Y Iori lo creyó. Mil Batallitas Nousis tenía más edad que cualquiera de los ancianos de su aldea. Y todo el mundo sabía la afición incontenible que tiene la gente de su edad por acumular todo tipo de historias. - Seguro que podríamos llevarnos bien - dijo Tarek mirándose las uñas.
- Los falsos nobles humanos son tan...— y soltó un sonido tipo agg de exasperación —Dices que sus mercenarios residen cerca. ¿Cuántos puede haber? - El líder de los rebeldes contestó sin dudar. - Quince o veinte. Se renuevan cada cierto tiempo al perder a alguno de los suyos. Sólo les une el oro, Nemonet y el gusto de humillar a lo campesinos -
-¿Nemonet? ¿Su líder? ¿No se puede... negociar con él? o quizás acercarse lo suficiente para... - hizo el gesto de cortar el cuello. - Parece amable, educado, leal... - traga con dificultad - Y es extremadamente veloz y certero. Nunca le he visto recibir una herida. Su negociación siempre lleva a matar. Si sonríe, huid. - Tarek miró entonces de lado a Nousis - Podrías pasarte a hablar con él, seguro que os entendéis y sino... pues vaya.-
Ayl sueltó una ligera risa de resignación —Os vais a divertir— comentó hacia Tarek y Nousis. Se acercó al humano que les ha dado la información y agarra una bolsita pequeña de provisiones — Agradecimientos aceptados. Y perdona por eso.— señala a la marca del cuello de las raíces y se echa la bolsita al hombro con toda la decisión del mundo. -Si sobrevives, siempre puedes volver - dijo Dra´Alin claramente, pero de una manera educada.
¿En serio? Iori casi soltó una carcajada ante aquel comentario anhelante del pringado que tenía delante. Por algún motivo aquel intento de filtreo con Ayl la molestó profundamente. Como si alguien como él pudiese llegar a interesar a la elfa mínimamente. No tuvo que estrujarse los sesos para plantarle una contestación afilada, en su lugar Tarek, todo simpatía él le hizo el favor de adelantarse. Miró al tipo con asco - Es demasiado para ti.. humano -
Se giró con gesto digno y siguió los pasos de Nousis, que ya se estaba alejando bastante del punto de reunión en el que se habían encontrado todos. Iori estaba de acuerdo con el ojos verdes. Asintió satisfecha para si misma, y miró una última vez las caras del grupo de humanos a los que les habían entregado las provisiones. - Suerte - les deseó sin acritud, antes de lanzarse a otro largo tramo de caminata con sus compañeros.
[...]
Fue al cabo de unas ocho horas, cuando estaban descansando por turnos, cuando Ayl los despertó en el primer momento de su guardia. Iori estaba teniendo un sueño ligero, por lo que se incorporó en seguida. Se frotó el borde de su cadera mientras escuchaba a su compañera ponerlos al día. —No sé qué era, quién era, pero los gritos... No sonaban lejanos - No fue necesario que esperasen mucho para que hacia el lugar en el que se encontraban se abriese paso una figura. Todos se pusieron en guardia.
ra joven, lleva la túnica rota y la capa rasgada. Sin armas. Algunos cortes en la cara y el brazo izquierdo parecía que no lo movía en absoluto. Y como colofón, tenía rasgos élficos. Eso sería un alivio para Tarek. Sin duda con él sería más proactivo. -Ayudadme- pide extenuado, cayendo de rodillas - Huargos - resopla - Huargos me siguen la pista. Tengo que huir ¡tengo que huir! - Fue ella la que fiándose de nuevo de que no existía malicia en las personas que acababa de conocer la que se acercó con paso rápido y le ofreció apoyarse en su brazo. Parecía extremadamente débil. - ¿Huargos? -
Él no la miró, le cuesta hasta levantar la cabeza - Los envían a buscar a quienes se atreven a escapar- su voz era un susurro. - ¿Escapar de donde? - le preguntó Tarek con calma pero tenso. - San... San Taril. Esos monjes nos drogaron y torturaron. ¡No ayudamos a los vampiros, sólo éramos comerciantes! ¡No nos escucharon! - su angustia era patente.
Tarek lo observó y comentó - Dudo que pueda correr más que esos huargos. Quizás debamos subirlo a un lugar alto, donde no puedan alcanzarlo... ni alcanzarnos - Nou en cambio permaneció quieto. - Un monasterio. Un templo de la extraña religión de los humanos que llegaron a nuestro mundo cuando mi padre era aún joven. ¿Están en contra de los vampiros? ¿O sólo se dedican a asesinar con un pretexto?- parecía hablar más para sí que para el grupo. - ¿Acaso importa? Han torturado a uno de los nuestros y ahora nos pide auxilio... ¿No vas a brindárselo? -
Nousis se giró hacia Tarek. - He visto a uno de los nuestros asesinar aldeas enteras y comerse a sus habitantes. Y no olvides que Ella antes era elfa. Le ayudaremos sí, pero no seas tan ingenuo para pensar que nuestro pueblo no tiene ramas que cortar. - Tarek lo miró fijamente y respondió. - No te preocupes, es algo que me has enseñado muy bien - Iori estuvo a punto de silvar ante aquel hiriente comentario. - Y tú empiezas a hacérmelo entender de nuevo -
El elfo se presentó como Nimbeorth, y según sus palabras, San Taril estaba en otra dirección a los dos lugares que eran originalmente el objetivo principal. —Esos monjes... ¿Qué hacen aquí? No pensé que nadie compartiera territorio con los vampiros - El elfo respondió con desesperación -¡No lo sé! Nos invitaron a pasar la noche por una obligación religiosa según ellos. ¡Y nos despertamos con cadenas! Vi morir a dos compañeros...- añadió apesadumbrado. - ¿Nos? -
- Éramos cuatro. Sólo yo conseguí huir - Aquello traía nuevas dudas. —¿Por qué hay elfos aquí? ¿Tan al oeste? ¡¿Hay más?! - El elfo parecía contrariado. -Somos comerciantes, de paso por éstas tierras. Nos dijeron que eran seguras. -
La estupefacción de Ayl fue evidente en su voz. —¡¿Seguras?! ¿Quién podría pensar tal cosa?— se volvió hacia los tres —Esto no me gusta, nada, de hecho. Le llevamos o le dejamos, pero... Vámonos.- y Iori quiso aplaudir. Se inclinó de nuevo hacia el elfo que seguía apoyado en su brazo. - ¿Te encuentras en condiciones de caminar? - pareció temeroso. -¿Hacia donde os dirigis?-
- Hacia un lugar diferente del que vienes. Aunque quizás no uno más seguro - Se incorporó del todo sobre sus dos piernas, prescindiendo del apoyo que le suponía la humana. - Entonces aquí nos despedimos. Me veré en tierras más seguras cuanto antes - Tarek parecía sorprendido. - Has dicho que dos de tus compañeros han muerto. ¿Qué pasa con el tercero? ¿Vas a abandonarlo así sin más? -
Se sacudió y miró asombrado a Tarek - No soy un guerrero. Rezaré por él y enviaré ayuda, si puedo. Pero ¿enfrentarme a esos torturadores? ¿A vampiros malvados de la zona y a huargos? No soy un héroe de leyenda, amigo. -
Desde luego que no. —Usa tu luz si es que te queda, no llegarás muy lejos así. Y que los dioses te guarden. -
El elfo respondió entonces en un idioma que Iori no comprendió. Asumió que era élfico y lo miró en silencio mientras se alejaba. Sin añadir más palabra ni mirar hacia atrás, el elfo desapareció por un recodo tras los árboles. Con huargos por la zona en la que se encontraban no parecía el mejor lugar para continuar descansando lo que les quedaba de noche. Decidieron avanzar camino algo más de una hora, y cuando pensaron encontrar un lugar adecuado establecieron allí el campamento.
En esa ocasión Iori tardó algo más en encontrar el sueño.
Iori Li
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 373
Nivel de PJ : : 3
Re: La sangre del sueño
Los pensamientos del elfo volaron durante cierto lapso hacia el congénere que habían encontrado de manera tan sorpresiva, tan extraña, preguntándose qué habría sido de él. Esperaba que hubiera sobrevivido, y que ellos continuasen sin ver ni rastro de los huargos que había asegurado le perseguían. Nimbeorth… sacudió la cabeza. Ocurriera lo que ocurriese en San Taril, había aprendido por las malas que no podía salvar a todo el mundo. Carecía del poder suficiente. Sin embargo, dentro de sí la culpa iba royendo lentamente su arrogancia, al menos hasta el límite que era capaz. Lo que tenía entre manos era lo bastante importante para compensar, esperaba, su inacción.
Eran noches tristes, melancólicas las de aquellos días, como si la falta de luz penetrase incluso en la mente. No había tenido un grupo de compañeros al que le uniesen más lazos que finalizar un trabajo y la consiguiente recompensa desde hacía años. No desde que había comenzado sus viajes por el continente, fuera de Sandorai. Resultaba extraño, y a la vez, preocupante. Miró las copas de los árboles, el movimiento de las ramas a causa del viento, y elevó una plegaria silenciosa. Estaba cansado, y sentía la ansiedad manifestarse de manera sorda, a causa del peligro intermitente que les acechaba y que nunca terminaban de dejar atrás. No por él. Nunca se había sentido así de haberse encontrado solo. No dormía demasiado, callaba aún más de lo habitual y no podía escapar, irse de allí o abandonar la misión para despejar la mente. Tampoco desquitarse con nada, ni con nadie. Estaba encerrado en sí mismo y a la vez, en la tarea que tenían entre manos. En contadas ocasiones habían precisado tanto autocontrol como en esos días. Ellos no lo entenderían, pensó, cuando fueron despertando.
Tal vez para sentirse útil, la muchacha humana decidió ser la avanzadilla cuando por fin tuvieron a la vista la aldea donde se refugiaban los mercenarios liderados por Nemonet. El espadachín lo consideró de inmediato una pésima idea. Una vista menos desarrollada que cualquiera de los tres elfos que la acompañaban, y un entrenamiento a una distancia sideral del que poseían Tarek o él mismo. No obstante, el ambiente estaba tenso, y Nou, aún con lo ocurrido hacía poco entre ellos, aún con esa conversación que consideraba pendiente, no emitió más que una sencilla pregunta. No quitó la vista de Iori hasta que se perdió en el pueblo humano, esperando tenso como la cuerda de un arco. Para su sorpresa, llevó la misión a cabo por eficacia y sin el menor contratiempo. Por fin algo empezaba a salir bien.
Su mente trabajaba en silencio, al mismo tiempo que la muchacha les relataba cuanto había averiguado. Cuando escuchó lo suficiente, tuvo nítidamente claro el curso a seguir. No veía otro aceptable, y el apoyo de la humana le extrañó para bien.
“Tiempo de sangre, tiempo de muerte, fuego y brasa, observa de frente” canturreó esa parte de él que disfrutaba con lo que estaba por venir- “Uno menos, calcinado, otro sin vida, desesperado..”
El elfo sacudió la cabeza. Si hacía aquello era para terminar deprisa, para acabar cuanto antes y enfrentarse a los auténticos problemas.
La noche fue arropando tanto al grupo como a su tétrico plan. Como un pelotón en territorio enemigo encargado de eliminar puntos concretos de resistencia, fueron capaces de coordinarse y la posada pronto estuvo en llamas. Gritos, caos, miedo… cuando Nousis había esperado fue cumpliéndose de manera paulatina. Hasta que todo dio un vuelco que hizo al espadachín guardar una blasfemia en la punta de la lengua. ¿Es que NADA podía salir bien? ¿¡NADA!?
Nemonet tenía que haberlos vigilado. No sabía cómo lo había logrado, pero resultaba una casualidad demasiado exasperante que les hubiera dado caza en ese preciso momento. Le habían subestimado y ahora se encontraban pagando el precio de dicha estupidez.
Casi por intuición, hasta que consiguió volver a los pensamientos fríos necesarios en una situación así, fue quedándose el último, confiando en que sus compañeros tomasen la misma dirección a la hora de huir. Él nunca había formado parte de quienes formaban el aguante de un ejército, las tropas pesadas, los que cuya fuerza y resistencia protegían a los demás. No, él golpeaba. Sus victorias se basaban en ser más rápido, más ágil, más sanguinario que su rival. En que sus cortes, sus puñaladas, enviasen a la muerte a su rival antes de caer él mismo al suelo. No era apto para detener a una tropa de mercenarios dispuestos a asesinarlos a todos. Y aún así, sus pies se plantaron en el suelo, dando la espalda a Iori, Tarek y Ayl, esperando al primer enemigo. El humo y las llamas de la taberna inundaban ya la vista en millas la redonda.
El mercenario, con un martillo de guerra, se lanzó a por él con una sonrisa aviesa, buen conocedor de la situación. Si no lo mataba, sus compañeros pondrían todo a su favor cuando llegasen a intervenir en el combate. Nou también sonreía, pese al momento, al peligro. No era ningún suicida, se dijo pensando en la varita que tenía en su bolsa de viaje. Tenía metas que cumplir, mas cada instante, los pasos de quienes habían acudido a su llamada a través del sueño se alejaban, y eso le producía una sensación que casi podía traducirse en tranquilidad. Casi.
Y tras un breve intercambio de golpes, esquivando con habilidad, una estocada afortunada le hizo herir en el muslo al espada vendida*. Nada serio, calculó, tan sólo suficiente para volverse y comenzar su propia huida, al ver a cuatro hombres más yendo hacia él. Todo tenía un límite.
Dejaron atrás el pueblo, y para su desesperación, constató que la elfa había decidido colocarse en la parte alta de uno de los árboles de las primeras líneas de bosque. De haber tenido fuerza o poder suficiente, hubiese sentido la tentación de derribar el tronco. Aquello era el camino más rápido a la muerte. Serían rodeados y exterminados. La imitación por parte de Tarek de la idea de Aylizz produjo en él el efecto contrario. Estaban perdiendo de golpe todo el terreno que había conseguido ganar a sus perseguidores. Bolas de fuego abrasaban la primera línea de bosque, y Nousis permanecía quieto, espada en mano, refugiándose de los proyectiles. Tan sólo le consolaba el hecho de que Iori no había dejado de correr, escapando de la batalla y de lo que estaba aun por llegar. Una flecha se clavó a dos palmos de su rostro y de nuevo, procedió a cubrir la retirada de sus dos compañeros, enfrentándose a una mercenaria que portaba dos espadas cortas que casi volaban como la suya.
O conseguían escapar de las huestes de Nemonet, o no verían otro amanecer, se dijo, volviendo a correr tras los suyos.
“Cuando esa piedra por la que te tienes se quiebre, todo será muucho más divertido”
El elfo no se respondió.
-------------------------------------------------
Uso de habilidad: Nivel 0: Sombra milagrosa (Marcial. Activable)
Última edición por Nousis Indirel el Vie Feb 04 2022, 14:04, editado 1 vez
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 417
Nivel de PJ : : 4
Re: La sangre del sueño
—Entonces habrá que hacerlo con sutileza. habrá que dar con ellos tratando de pasar desapercibidos y esperar que para cuando quieran darse cuenta, sus bajas sean suficientes. La taberna parece un buen lugar para empezar. Dudaría de que uno bebiese solo.
—¿Te refieres a cazarlos uno a uno?
—¿No hacen aquellos a los que sirven lo mismo?
—¿Te refieres a cazarlos uno a uno?
—¿No hacen aquellos a los que sirven lo mismo?
Habría sido más sencillo. Al menos eso pensó, sumergida en la oscuridad de aquel lago. Fuera, a varios metros sobre su cabeza, el resplandor de las llamaradas que trataban de alcanzarlos se reflejaba en la superficie del agua. Buscó un lado y a otro. Nada, sólo oscuridad. Había saltado, le había visto hacerlo. Volteó sobre sí misma, sosteniendo el último rescoldo de oxígeno que sus pulmones habían podido aguantar. Nada, sólo oscuridad. Fuera, el sonido distorsionado de las voces que, a gritos, los perseguían. Aunque, poco a poco, parecían alejarse. Emergió tras las hierbas altas, oculta bajo las raíces sumergidas. Desde allí pudo seguir con la mirada la cola del pelotón que se alejaba a la carrera tras el elfo, supuso, al ser el único que quedó tras ellos en la huída. La humana tampoco optó por saltar, siguió corriendo, tuvo que verla seguir. ¿Fue con ella? ¡¿Por qué no saltaron?!
—No pensaba quedarme esperando a que volviera.— espetó, cuando el ojosverdes sopesó ir tras él. —¡Aunque debería!— elevó entonces el tono al cielo —El héroe, el protector, el mártir. ¡CUÁNTAS VECES NECESITAS HACER ESTO PARA SENTIRTE EN PAZ!— refunfuñó a gritos, como si estuviera delante, dando voces hacia la dirección en que los mercenarios habían marchado, sin aguardar un segundo a ponerse en seguir tal camino.
No tardaron en alcanzar a escuchar sus insultos al aire, el grupo había bajado el ritmo y aparentemente también el número, obligando a los elfos a rebajar también su paso para continuar manteniendo distancia. Al poco de encontrarse, el terreno comenzó a cambiar de nuevo, iniciando un ascenso hacia las colinas que se levantaban al frente, teniendo ahora que elevar el mentón para verlas al completo. Se habían dividido, fue fácil de deducir cuando comenzaron a alargarse el trecho entre avistamientos enemigos. Agrupados en tres, cinco, siete… abarcaban el terreno empinado, con expresiones desconcertadas, mirando a un lado y a otro, estando alerta y al mismo tiempo absortos en su búsqueda, tanto que ni repararon en los que, agazapados, trataban de dar con su mismo objetivo.
—¿Sería posible que los hubiera dado esquinazo?— preguntó en voz alta, como pensamiento a regañadientes.
—Teniendo en cuenta su actitud, no me parece un pensamiento descabellado. ¿Qué hacemos? Parecen vigilar todo a su alrededor.— el Inglorien contestó a su retórica en un susurro inesperado que, por un instante, erizó su piel.
—Un poco más.— afirmó, sin apartar la mirada de la subida.
[...]
El cansancio hacía mella en ellos. La aldea había quedado atrás, considerablemente atrás, tanto que la columna de humo que nacía en la taberna que cedía ante las llamas era casi imperceptible en la lontananza. Empapados. La tierra, las ramas, la hojarasca, el polvo… se pegaban a sus ropas y a su piel a medida que avanzaban, atravesando la maleza, que se volvía más abrupta a medida que abandonaban el sendero y ascendían por la colina. Metros más arriba, la pendiente desembocó en un claro presidido por un palacete de ostentosa edificación.
—Esto no me lo esperaba...— comentó Tarek, con clara sorpresa, aún desde la linde del bosque, a cobijo entre las sombras.
—Supongo que si odias las visitas...— se encogió de hombros con ironía al vislumbrar la vivienda —¿Qué piensas? Si él hubiese llegado hasta aquí. ¿Habría llamado a la puerta o habría saltado el muro?— bromeó, sin abandonar la ironía.
—Probablemente habría llamado a la puerta... y se sentiría ofendido de recibir un trato descortés— sonrió ahora él de forma sarcástica, aunque sin abandonar un gesto de preocupación —No es posible que haya escapado. Quiero decir… Vale, es Nousis, pero aún así lo perseguía medio ejército... ¿Dónde estará?
—Y Iori.— añadió —Iba con él, ¿no?— ahora ya no tan convencida de que el elfo hubiera sumado sus pasos a los de la humana.
—Ni idea— sentenció el ojosverdes, con clara indiferencia.
Una mirada más exhaustiva entre los árboles que coronaban la cima sirvió para avistar una pendiente, oculta entre las sombras del bosque, imperceptible a primera vista. Era el único resquicio de terreno que podría suponer un refugio seguro en los alrededores. Y así se dio. Agazapados, llegaron hasta la estrecha y rocosa garganta, encontrando en ella, apoyado contra la pared, a un incrédulo Nousis que no los recibió con demasiado entusiasmo.
—¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo habéis llegado? ¿Y por qué?
—Qué haces tú aquí. ¿En qué pensabas? ¡No! No contestes. Sé perfectamente en qué pensabas.
—Se suponía que ahora estaríais lo suficientemente lejos de ellos— frunció el ceño al mismo tiempo que daba una respuesta.
No podía creerlo. Aunque la verdad, sí que podía. Toda esa apariencia formal y estirada que portaba el elfo, enfundado en su armadura, se caía cada vez que su prepotencia tomaba el mando. Cada vez, porque había perdido la cuenta de cuántas. Se obligó a no alimentar la rabia que apretaba las entrañas, en aquella pendiente no habían encontrado a tantos como esperaba.
—¿Y dónde está Iori?
Aquella pregunta pareció pillar a contrapié, llevándolo a mirar alrededor, como esperando verla de un momento a otro.
—¿No la habéis traído?
—¡¿Traerla?!— le miró atónita. Ella encabezaba el grupo, él lo cerraba. Ella se movía por instinto, él con la visión global del terreno. Había asumido, sin pararse por un segundo a cuestionarselo, que habría tomado su misma dirección. Al ver que no saltó con ellos, ¿la iba a dejar a su suerte? —No sal... No saltó al agua— titubeó al comprender la situación —Siguió corriendo, ¡maldita sea! ¡¿Acaso no fuiste tras ella?!
Nousis aguardó en silencio un momento, llevándose la mano al rostro, con evidente muestra de querer controlarse, antes de explicar el plan que había urdido y llevado a cabo, de forma unilateral, con voz extremadamente suave. Aylizz fue incapaz de distinguir si aquella actitud fue un falso intento por parecer paciente o un retorcido cinismo espetado por alguien que si antes se creía mejor que ellos, ahora los había sentenciado como auténticos patanes. La rabia se desprendió del estómago, hinchándose el pecho, mas tuvo que redirigirla hacia sus puños, limitándose a apretarlos, cuando Tarek respondió por los dos. Fue frustrante tener que templar su bravura, no obstante, se sintió ciertamente gratificante el hecho de que el ojosverdes acertase sus propios pensamientos con cada una de las réplicas.
—Resultaba.... evidente— sentenció con frialdad el Indirel —Me alejé para evitar que os persiguieran, ¡maldita sea! Sólo teníais que seguir en línea recta, ¡no venir a buscarme!
Lo que antes era rabia desapareció de un plumazo tras aquellas palabras. Fue como un dardo haciendo diana en lo más profundo, que pinchó el globo que se esforzaba por mantener a raya, aunque lejos de provocar su estallido, se desinfló en un instante. En silencio, sin armar escándalo. Ellos continuaron en su cruzada, pero ella ya no los escuchaba. Mal que la pesara, Nousis estaba en lo cierto. No había sido aquella la primera vez que había tomado la misma vía de escape, alejar el peligro, aun a costa de su propia salvaguarda. Nunca había entendido por qué lo hacía, más bien por qué se obcecaba en hacerlo solo, como si nadie más pudiera urdir un plan de disuasión, o al menos seguir uno. ¿Tanto le importaban las vidas de los demás? ¿Más que la suya propia? ¿Y por qué parecía sentarle a cuerno quemado que el resto se preocupase? ¿Por orgullo? ¿De verdad? Lo tenía por alguien más inteligente. Claro que, a menudo, las personas inteligentes tienen tendencia a creerse más que los demás.
Gruñó para sí. No, no era con él con quien estaba molesta. En realidad, el elfo no había hecho nada que no se pudiera esperar de él. A sus ojos, desde su primer encuentro, ella no habría sido otra cosa que una chiquilla a la que proteger, una carga a la que mantener con vida. Por convicción, por imperativo de sangre. Y ella, lejos de asumir que así eran las cosas para él, de ignorar sus actitudes, de centrarse en vivir por sí misma, lo seguía sin miramientos, aún cuando él sólo buscaba alejarse. ¿Esperando qué? ¿Demostrar qué? ¿Demostrarle qué? Parecía buscar la aprobación que ella misma no era capaz de darse y aquello no le costaba más que menosprecios y dejar en el camino a quienes sí la miraban como alguien en quien confiar.
—Tiene razón Tarek, hay cosas muy evidentes.— se limitó a puntualizar, con soberbia, sin mirarlos, ubicándose alrededor hasta dar con el lago en el punto de mira —Descuida, no volverá a ocurrir.— añadió sin apartar la mirada, encapuchandose y comenzando el descenso hacia el lago.
[...]
—Oye Ayl... puedo preguntarte... ¿qué piensas de todo esto? Lo que ha pasado en los últimos días, la información que nos dieron en el templo...
—¿Por qué lo preguntas? ¿No crees en lo que ven tus ojos?— bromeó —Yo... No sé si he empezado a perder la perspectiva... ¿Eres consciente de lo que vamos a hacer?— se mordió el labio como si ella misma se estuviese advirtiendo callar —Cuando nos conocimos buscabas respuestas, cruzaste el continente tras ellas. Ahora las tienes. Viste y oíste lo mismo que yo, qué quieres que piense.
—¿Te suena el elfo padre de Tarek? Ese tal Eithelen.
—Aquel nombre resonó en Sandorai en sus tiempos, aunque jamás lo conocí, yo era una chiquilla que no debía preocuparse por esas cosas.
—¿Por qué lo preguntas? ¿No crees en lo que ven tus ojos?— bromeó —Yo... No sé si he empezado a perder la perspectiva... ¿Eres consciente de lo que vamos a hacer?— se mordió el labio como si ella misma se estuviese advirtiendo callar —Cuando nos conocimos buscabas respuestas, cruzaste el continente tras ellas. Ahora las tienes. Viste y oíste lo mismo que yo, qué quieres que piense.
—¿Te suena el elfo padre de Tarek? Ese tal Eithelen.
—Aquel nombre resonó en Sandorai en sus tiempos, aunque jamás lo conocí, yo era una chiquilla que no debía preocuparse por esas cosas.
Realmente, no se sorprendió al ver a Iori abalanzarse sobre el elfo. Si la muchacha continuaba allí, tan sólo era porque creía estar cerca de su verdad. Después de todo lo ocurrido, la línea entre la calma y la histeria era casi imperceptible, más cuando la persona que puede darte las respuestas que tanto tiempo llevas buscando no sólo te las niega, sino que te acusa y te sentencia. La chica era puro nervio y la histeria se reflejaba en sus ojos, estaba enfadada y frustrada, además sabía que lejos de lo que pudiera parecer, tenía fuerza. Aunque en eso último no estaba segura que fuese a ganar a Tarek, que ahora mostraba su definido y cuidado torso desnudo, evidente fruto del entrenamiento. Aylizz no hizo ni un mínimo intento por intervenir, una parte de ella no creía siquiera que la humana fuera capaz de llevar a cabo ninguna de sus amenazas contra el ojosverdes, pues hasta cuando su vida se había visto amenazada había presenciado la benevolencia de su ser. Además, después de lo ocurrido tenía derecho a no atender a razones y la elfa no se sentía en la posición de poder dar ninguna lección moral, no después de cómo la había tratado. Y por si su percepción se equivocaba, Nousis se hizo cargo.
Cuando las cosas entre ambos parecieron calmarse, no por otra razón que no fuera la distancia que ellos mismos pusieron, alejándose de la hoguera cada cual por un camino, cualquier intento de organizar las guardias de aquella noche quedó en nada. Bien, cada cual cuidaría de su propio pellejo. Ella optó por quedarse al calor del fuego, sus ropas seguían extendidas sobre el suelo, terminando de desprenderse de la humedad que acumulaban y su piel aún no había recuperado del todo el calor, a pesar de haber presenciado la acalorada escena anterior con cierto punto de
—Creo que te debo una disculpa.— expresó, tras sentarse a su lado.
—Creo que me debes varias, pero te escucho. ¿Por cuál te decantas?
—Supongo que di por hechas demasiadas cosas. Buscaba que no os ocurriese nada.— explicó, tras pararse a observarla por unos segundos.
Ella no contestó al instante. Ladeó su cabeza hacia él, apoyándola sobre las rodillas que mantenía abrazadas y suspiró. No estaba enfadada, no con él, sino con ella misma.
—Eso lo sé. Y en realidad...— se frotó la frente —...no es por eso que debas disculparte. No conmigo, al menos. Haberte seguido hasta allí es sólo culpa mía, a estas alturas ya debería saber leer tus intenciones. Subí aquella colina porque de verdad pensaba que los dos estarías juntos, que habrías ido tras ella. Actué sin pensarlo bien, porque es lo que yo habría hecho, porque es lo que habría esperado que hicieras tú. Pero ese es mi error, no el tuyo.
—Tienes derecho a haberte molestado. Ya conoces mi vida, trabajar en equipo no suele ser algo familiar para mí. Y vosotros no sois mercenarios prescindibles.
—No hace falta que lo jures— bromeó, aliviando la tensión —No dudé por un instante cuando dijiste que de haber podido, habrías venido solo. Y está bien, tú mismo, es tu decisión no compartir el riesgo. Pero el hecho es que estamos aquí.— hizo una pequeña pausa, como si le costara admitir lo siguiente —No sé lo que te une a ellos dos, ni me importa, la verdad. Pero esperaba encontrar mayor confianza en mi persona.
—Con Tarek, sangre en Lunargenta. Sobrevivir, supongo. Es un muchacho al que le vi futuro, nuestra gente necesita a más como él— antes de seguir, miró a Ayl directamente —No niego que su pasado le nubla el juicio y no ve a los auténticos enemigos. Los humanos no son brujos al fin y al cabo— se detuvo un momento —Iori... No sé si llegaré a entenderla. No acepta la verdad cuando se la muestras de frente. Se envuelve en burbujas cómodas sin la menor lógica. Y continúa siendo impredecible y frágil. Y ambos han llegado aquí. No puedo evitar pensar que debo protegerles. Con respecto a ti...— respiró lentamente una vez más, mirando al bosque —No me falta confianza alguna y te he visto luchar. Pero también entré en tu sueño y por eso estás aquí. Responsabilidad.— resumió.
Lejos de reconfortarla, la elfa soltó un gruñido para si y como si aquellas palabras la removieran por dentro, se deshizo del ovillo de sí misma en el que se había envuelto para estirarse hacia atrás sobre el árbol a su espalda, apoyando la cabeza en el tronco y mirando hacia las ramas.
—Responsabilidad. ¿Quién te has creído que eres, Nousis? Entraste en nuestras cabezas, sí, y aunque me encantaría castigarte por ello, ese asunto quedó zanjado en el momento en que el más allá cruzó la penumbra para explicarnos las razones. Que estemos aquí no es tu decisión, es la nuestra. Podíamos haberte obviado.— hizo una pausa y respiró con calma para abandonar la exaltación que empezaba a elevar su tono —Siempre hablas como si... si mi vida estuviera en tus manos, como si... tenerme a tu lado no fuera más que una carga que asumir, una decisión impuesta que no has tomado, pero que aceptas porque es tu misión... Dónde está la confianza en eso. Me has visto luchar.— ahora lo miró directamente —Y también salvarte la vida.
—Lo sé.— afirmó, esbozando una sonrisa cercana —Tengo falta de costumbre de pelear al lado de gente que no me sea indiferente. Un cosa es proteger nuestras fronteras, prácticamente sin ver bajas durante décadas y con gente entrenada para combatir junta desde que han nacido, y otra adentrarme a lo desconocido, a peligros cada día, con la posibilidad de muerte a la vuelta de la esquina con personas a las que también tengo aprecio.
La elfa, poco acostumbrada a ver aquella facción relajada en su compañero, le devolvió la sonrisa con complicidad. En los momentos en que su cabeza bullía de manera incontrolada se le pasaban cientos de ataques y réplicas contra el espadachín pero, a la hora en que lo encaraba, siempre encontraba las palabras que devolvían la templanza a su carácter. Antes de decir nada más, tomó sus prendas, ya secas, y se las acomodó.
—Hemos llevado vidas muy distintas y has vivido décadas que yo ni siquiera alcanzo a imaginar.— reconoció, sentándose de nuevo a su lado —Pero, con perspectiva, no son tantas si las comparas con las que, si los dioses se prestan, aun quedan por delante. Por desgracia para ti, es más lo desconocido que lo aprendido. Pero, y a los hechos me remito, en ese punto nos encontramos todos. Y si esos dos no terminan por matarse, aun tenemos que acabar con todo esto. La verdad, me gustaría poder vivir con la seguridad de que ninguna maldición del pasado vendrá a buscarme mientras duermo.— sentenció, guiñándole un ojo.
—Cuando acabemos con ésta, quiero pensar que no.— confesó, con cara de resignación, pero sin abandonar la sonrisa.
El bailar de las llamas, el calor que la abrazó al vestirse de nuevo y su caos interior apaciguado por la voz calmada de elfo penetraron en ella, dejando que el cansancio se adueñara por fin de sus intentos por mantenerse alerta. Sus ojos fueron cerrándose, pese a los inútiles intentos por estar despierta, hasta que finalmente perdió la noción de cuando dejó caer su cabeza sobre el hombro del Indirel para quedarse dormida sobre él.
Aylizz Wendell
Moderador/a
Moderador/a
Cantidad de envíos : : 585
Nivel de PJ : : 2
Re: La sangre del sueño
Siempre era fácil ver los errores en retrospectiva, una vez que habían pasado y se tenía el tiempo de analizarlos. El “pacífico” encuentro con los refugiados les había hecho bajar la guardia… la relativa facilidad para llegar a aquella aldea, pensar que tenían una posibilidad… ¿pero acaso no se lo habían advertido solo unas horas antes? La líder la aldea en la que habían recibido indicaciones estaba muerta, pero se paseaba entre los vivos… Si habían llegado hasta allí era porque sus enemigos lo habían permitido. ¿Por qué? Solo ellos lo sabían y Tarek temía que no iba a gustarle la respuesta.
Se acomodó entre las ramas del árbol sobre el que se encontraba. Nuevamente había cometido la imprudencia de alejarse del grupo, de abandonarlos en las horas del ocaso, aquellas en las que sus enemigos eran más fuertes y debían permanecer juntos… Cerró los ojos, intentando conciliar el sueño, pero a su mente acudía una y otra vez los sucesos de la noche anterior. Sin duda, ver las cosas en retrospectiva le permitía ser consciente de su propia estupidez.
La bulliciosa aldea en la que se suponía que estaban asentados los mercenarios no había sido demasiado “apacible” desde el principio. Incluso la descastada humana había tenido problemas para aplicar su usual “carisma” con las gentes del lugar. La humana… Tarek cogió aire con calma para serenarse… Tras unos instantes, recuperó su hilo original de pensamiento. La aldea estaba sitiada por mercenarios, eso lo habían sabido, por ello habían ideado aquel plan que parecía no tener fallas. Era arriesgado, pero su mejor solución para mermar las fuerzas del enemigo. Apenas recordaba quién lo había propuesto, quién había sugerido encerrar a los mercenarios en la taberna y prenderle fuego… A él le había parecido un buen plan: humanos ardiendo era igual a humanos muertos. No había tenido objeción alguna.
Pero ¿cómo era posible que en aquellas largas horas de espera hasta el anochecer a ninguno se les hubiese ocurrido que algo podía salir mal? ¿Qué sus enemigos eran conscientes de su presencia y solo jugaban con ellos? Quizás habían estado demasiado ocupados en sus propias miserias como para prestar atención a nada más. Al menos él, había tenido la cabeza ocupada en otros pensamientos.
- ¿Ves posible acabar con ellos? –Tarek había aprovechado un impasse en la recogida de material incendiario para acercarse a Nousis que, alejado del resto, contemplaba pensativo la aldea, desde el lugar que había escogido para esperar el anochecer. A lo lejos podía reconocerse la chimenea de la taberna, cuyo futuro y el de sus ocupantes era arder.
- No tenemos demasiadas opciones. Si nos atacasen cuando invadamos el castillo, estamos muertos –fue la ecuánime respuesta del elfo mayor, sin dejar vislumbrar ni un atisbo de ira o molestia. El silencio se instauró por un momento entre ellos.
- Te debo una disculpa –el joven elfo recordaba haber dicho aquellas palabras con toda sinceridad, sin dejar de observar el pueblo en la lejanía, incapaz de mirar a Nousis a los ojos. – Sigo pensando que lo que hiciste fue… poco ético –añadió, como respuesta a la sorpresa en el rostro del otro elfo que, con cara de “he oído mal”, lo observó arqueando una ceja- Pero también sé que no nos has arrastrado hasta aquí por voluntad propia. No debí culparte por eso.
- No voy a decir que entiendo lo que estás pasando –fue su queda respuesta, al tiempo que analizaba los materiales hallados para crear una antorcha- Sólo que no esperaba muchas cosas que han sucedido. Abriremos el cráneo a esa vampiresa, volveremos a la isla, y que los muertos descansen en paz de una vez.
- Que así sea. –se sintió impelido a añadir- No te digo esto porque confíe de nuevo en ti. Solo quería que lo supieras por si... por si alguno de los dos no vuelve... En ningún caso será culpa tuya. Venir fue mi decisión –guardó silencio de nuevo por un momento, para finalmente añadir- Te respeto, por lo que eres y por lo que representas. Pero quiero que entiendas que lo que hiciste... lo que no dijiste... Hay tantos secretos y mentiras tras su muerte... –notó como la voz se le entrecortaba. No podía seguir hablando de aquello- No importa. Solo quería que lo supieses.
-Ten cuidado ésta noche –las palabras de Nousis, a las que respondió con un leve asentimiento, dieron por finalizada su conversación, al tiempo que se alejaba del pensativo elfo.
¿Acaso no habrían podido discernir las intenciones del grupo de mercenarios de haber observado mejor la aldea? Sin embargo, Nousis, en su funesta y larga contemplación, no había podido advertir nada. Si solo hubiese estado menos preocupado por acallar aquellos horribles remordimientos que llevaban días susurrando en el fondo de su mente que debía disculparse… Aunque de haberlo sabido, probablemente no habrían podido ni imaginar la magnitud de lo que después sucedió.
El incendio de la taberna fue relativamente sencillo. Tarek y la humana habían vigilado desde los oscuros callejones aledaños, hasta que la zona había quedado vacía y el único sonido que se escuchaba eran las risas y el chocar del cristal y madera en el interior de la posada. Aylizz había demostrado ser una, más que efectiva, distracción para que el joven elfo atrancase la puerta, a pesar de que la sorpresa apenas duró unos instantes. El fuego, prendido desde cuatro puntos diferentes, se extendió sobre aquella endeble estructura como el mar sobre la arena de la playa. Lo habían conseguido… o quizás no. A través de las sucias ventas del antro, solamente él pudo observar las caras de espanto de los aldeanos de aquella “pacífica” villa, que tosían y se retorcían debido al humo junto un puñado –apenas una docena- de mercenarios. Humanos quemados es igual a humanos muertos, fue su primer pensamiento… un pensamiento de venganza cumplida que ocupó el lugar de la alarma que su propia mente debería haberle dado al darse cuenta de que no habían atrapado a los mercenarios… y si estos no estaban dentro de la taberna, estarían fuera.
Se acomodó una vez más en la rama. Desde su llegada a la isla había ido acumulando golpes, cortes y moratones, perceptibles a cada movimiento que hacía. Aunque, sin duda, aquel día los había multiplicado al menos por dos. La huida de la aldea había sido frenética. Si pensaba en ello, solo podía recordar el estruendo del ejército tras ellos, la voz de Nousis azuzando su avance y el rubio pelo de Aylizz ondeando ante él. Ni siquiera el bosque había servido de refugio y había terminado, al igual que la taberna, sumido en llamas. El silbar de flechas que, apenas por unos centímetros, no rozaron su piel… un desafortunado tropiezo, que casi les cuesta la vida a la rubia elfa y a él… Un caos que solo se aplacó bajo las aguas de aquel gélido lago, en el que no dudó en sumergirse, tras ver a Aylizz hacer lo mismo. Si el bosque no los amparaba, pensó, quizás la oscuridad del agua lo haría.
Un plan mucho más fructífero que su predecesor, si Nousis no hubiese decidido seguir por su cuenta, arrastrando con él al pelotón de mercenarios. Tarek, empapado, había avanzado por la orilla, sin alejarse demasiado de la protección del agua, en un intento de comprender qué había llevado al elfo mayor a hacer aquello. Cruzando poco después la mirada de Aylizz, apenas a unos metros de él, oculta tras unas rocas.
- Quizás si los seguimos podamos emboscarlos por detrás y evitar que atrapen a Nousis –la respuesta de la elfa no dejó lugar a dudas de lo airada que se encontraba en aquel momento y Tarek no pudo evitar reírse, por lo cómico de la situación y por toda la tensión acumulada hasta ese momento- Deberíamos darnos prisa.
El camino, plagado de mercenarios, había sido relativamente… tranquilo. Algo que no dejaba de preocupar al joven elfo. Aunque la descontrolada carrera de apenas unas horas antes debía haberlos dejado tan exhaustos como a ellos mismos. Su sorpresa fue mayor cuando, el interminable descenso que marcaba el camino los llevó hasta un claro en el bosque, en el que una majestuosa edificación ocupaba todo el horizonte.
- Esto no me lo esperaba... – comentó un poco sorprendido, aún desde la linde del bosque, a cobijo entre las sombras
- Supongo que si odias las visitas...— fue la irónica respuesta de Aylizz, encogiéndose de hombros—¿Qué piensas? Si él hubiese llegado hasta aquí. ¿Habría llamado a la puerta o habría saltado el muro?
- Probablemente habría llamado a la puerta... y se sentiría ofendido de recibir un trato descortés –el tono irónico se tornó en otro más serio- No es posible que haya escapado. Quiero decir, vale es Nousis, pero aun así lo perseguía medio ejército... ¿Dónde estará?
La respuesta les llegó poco después, cuando descubrieron al elfo moreno recostado, con tranquilidad contra una de las paredes del límite de aquella enorme vivienda.
- ¿Ya has probado a llamar a la puerta? – fue la respuesta casual de Tarek, ante la incrédula mirada del elfo mayor.
- ¿Qué hacéis aquí? –su tono, mezcla de sorpresa y enojo. Sentimiento que pareció ganar terreno cuando tanto él como la rubia elfa se percataron de la ausencia de la humana- Vosotros ibais tras ella. Yo quise despistarlos. Se suponía que os iríais juntos. Yo ya os alcanzaría cuando me fuera posible –el enfado era patente en su voz.
- Ya bueno... comprenderás que en medio de una persecución la transmisión no verbal suele ser... deficiente. ¿Cómo íbamos a saber cuál era tu plan?
- Resultaba.... evidente- fue su fría respuesta- Me alejé para evitar que os persiguieran, ¡maldita sea! ¡Sólo teníais que seguir en línea recta, no venir a buscarme!
- Pues lamento decirte que tan "evidente" no debió de ser, si estamos aquí charlando tan amigablemente contigo –tornó el tono jocoso en otro más serie- Estábamos preocupados por ti.
Con evidente hastío y enojo, el elfo mayor no pudo sino gruñir y darles la espalda, antes de girarse de nuevo a ellos de brazos cruzados- Si vuelve a ocurrir algo así, dejadme solo. Sé cuidar de mí mismo, sé bien lo que hago. Aunque –el esfuerzo de lo que iba a decir fue patente- os agradezco la intención.
Una furibunda Aylizz apenas le dejó contestar, antes de marchar con paso ligero de nuevo hacia el lago en busca, sin duda, de la insufrible humana. Tarek no pudo más que poner los ojos en blanco. ¿No podrían haberse olvidado de ella? Quizás los mercenarios la hubiesen matado…
Ojalá hubiese sido así, pensó en aquel momento sobre la rama del árbol, al tiempo que la noche avanzaba inmisericorde, negándole el tan ansiado descanso. El reencuentro había sido tenso, tanto por el humor general como por la inesperada situación en la que se encontraban. Habían perdido cualquier tipo de ventaja que pudiesen haber albergado y planificar a ciegas iba a ser complicado.
Finalmente, el día había dejado paso a la noche y, siguiendo la marcada tradición del grupo, se habían reunido en torno a una fogata, no muy lejos de la enorme construcción del claro, pero lo suficiente lejos como para ser imperceptibles.
- Eran más mercenarios de los esperados –caviló Nousis, mientras comía algo sin demasiado entusiasmo, hablando como si pensase- Nemonet nos esperaba. ¿Por qué si no apareció en ese momento?
- ¿Diversión? No parece alguien a quien le importen sus hombres.— Aylizz se había ido despojando de las húmedas prendas exteriores de su atuendo, para extenderlas junto al fuego- Y si nos esperaba, ¿cómo? ¿Y quién dice que no lo estará haciendo ahora ahí arriba? –añadió señalando en dirección al palacete con la cabeza
- O quizás nos han delatado. ¿Recordáis lo que dijeron los rebeldes sobre la líder de la aldea y su supuesta muerte? –Tarek, siguiendo el ejemplo de Ayl, se había desprendido de la parte superior de su atuendo para escurrirla. Craso error. Fue consciente de la mirada de la humana sobre ambos que, al parecer, con cierta dificultad, intentaba seguir la conversación.
- Eso pienso yo también... si alguien nos ha mentido, todo se va a complicar en exceso. Dra Alin estaba donde se nos dijo. Sólo espero que la gema también se encuentre en la casa.
—Suponiendo que esa gema verdaderamente exista y esto no sea una treta para tenernos donde quieren y terminar de darnos caza.
- Eso no podemos descartarlo. –Nousis exhaló disgustado- Sea quien fuera aquella anciana, no tenemos más sendas que seguir.
- Es decir, aún suponiendo que todo es una trampa y nos han delatado, no tenemos muchas más opciones que seguir con esto. –El derrotista encogimiento de hombros de Nousis y su mirada de "que maldito remedio", no dejó lugar a dudas.
- Que significa...- la voz de la humana interrumpió la conversación. Tenía los ojos clavados en Tarek. Con presteza, se puso en pie- Lo que tienes en el pecho, es una de las palabras que había en aquella inscripción en el muro. ¿Qué significa?
El joven elfo, que había omitido su presencia hasta aquel momento, la miró de soslayo alzando una ceja y, tras unos largos segundos de silencio, con calma y parsimonia, le contestó- Eso no es de tu incumbencia.
Cegada por la furia, la humana se abalanzó sobre él, no sin antes golpear una de las brasas de la hoguera, que Tarek a duras penas consiguió esquivar. Segundo que ella aprovechó para aterrizar sobre él y asestarle un puñetazo en la cara.
Con cuidado tocó la magulladura resultante de aquel golpe. El cansancio había jugado en su contra y ella lo había cogido desprevenido. Maldita psicópata…
- ¿Acaso estás loca? – preguntó de forma furibunda tras esquivar una patada, mesándose la mejilla y observando como la humana forcejeaba con Nousis, que había intervenido en el acto- Eres una maldita desequilibrada
- Tú sabes lo que significa, sabes lo que significa toda la inscripción. ¡¿Qué es la palabra que tienes tatuada?!
- ¡Oh, venga! -Aylizz observaba divertida la escena en la distancia— Deja que se desahogue, esto es enfermizo para todos— comentó atusándose el pelo con clara indiferencia —Contesta a sus preguntas y te dejará en paz.
- Si quieres que se desahogue, quizás deberías darte un revolcón con ella –le respondió de sopetón- Y a ti -señalando a Iori- no tengo que decirte absolutamente nada. Evidentemente sé lo que significa, pero eso no quiere decir que vaya a compartirlo contigo, humana –la última palabra abandonó sus labios con evidentemente asco.
- Hoy no me apetece, pero puede que otro día, cuando no esté destinando mis energías a salvar la vida. ¿Quieres que te mantenga informado? -respondió con sorna una sonriente Aylizz, ante la asqueada mirada de Tarek.
- Está claro que aquí sobra uno de los dos y si no fuera porque ellos están aquí, ya estarías muerta –le indicó a la humana, recogiendo posteriormente la casaca que nunca debería haberse quitado y sacudíendola antes de ponérsela- No pienso dormir ni remotamente cerca de ti. Espero que vosotros dos –dirigiéndose a Aylizz y Nousis- sigáis vivos por la mañana.
Se acomodó entre las ramas del árbol sobre el que se encontraba. Nuevamente había cometido la imprudencia de alejarse del grupo, de abandonarlos en las horas del ocaso, aquellas en las que sus enemigos eran más fuertes y debían permanecer juntos… Cerró los ojos, intentando conciliar el sueño, pero a su mente acudía una y otra vez los sucesos de la noche anterior. Sin duda, ver las cosas en retrospectiva le permitía ser consciente de su propia estupidez.
La bulliciosa aldea en la que se suponía que estaban asentados los mercenarios no había sido demasiado “apacible” desde el principio. Incluso la descastada humana había tenido problemas para aplicar su usual “carisma” con las gentes del lugar. La humana… Tarek cogió aire con calma para serenarse… Tras unos instantes, recuperó su hilo original de pensamiento. La aldea estaba sitiada por mercenarios, eso lo habían sabido, por ello habían ideado aquel plan que parecía no tener fallas. Era arriesgado, pero su mejor solución para mermar las fuerzas del enemigo. Apenas recordaba quién lo había propuesto, quién había sugerido encerrar a los mercenarios en la taberna y prenderle fuego… A él le había parecido un buen plan: humanos ardiendo era igual a humanos muertos. No había tenido objeción alguna.
Pero ¿cómo era posible que en aquellas largas horas de espera hasta el anochecer a ninguno se les hubiese ocurrido que algo podía salir mal? ¿Qué sus enemigos eran conscientes de su presencia y solo jugaban con ellos? Quizás habían estado demasiado ocupados en sus propias miserias como para prestar atención a nada más. Al menos él, había tenido la cabeza ocupada en otros pensamientos.
- ¿Ves posible acabar con ellos? –Tarek había aprovechado un impasse en la recogida de material incendiario para acercarse a Nousis que, alejado del resto, contemplaba pensativo la aldea, desde el lugar que había escogido para esperar el anochecer. A lo lejos podía reconocerse la chimenea de la taberna, cuyo futuro y el de sus ocupantes era arder.
- No tenemos demasiadas opciones. Si nos atacasen cuando invadamos el castillo, estamos muertos –fue la ecuánime respuesta del elfo mayor, sin dejar vislumbrar ni un atisbo de ira o molestia. El silencio se instauró por un momento entre ellos.
- Te debo una disculpa –el joven elfo recordaba haber dicho aquellas palabras con toda sinceridad, sin dejar de observar el pueblo en la lejanía, incapaz de mirar a Nousis a los ojos. – Sigo pensando que lo que hiciste fue… poco ético –añadió, como respuesta a la sorpresa en el rostro del otro elfo que, con cara de “he oído mal”, lo observó arqueando una ceja- Pero también sé que no nos has arrastrado hasta aquí por voluntad propia. No debí culparte por eso.
- No voy a decir que entiendo lo que estás pasando –fue su queda respuesta, al tiempo que analizaba los materiales hallados para crear una antorcha- Sólo que no esperaba muchas cosas que han sucedido. Abriremos el cráneo a esa vampiresa, volveremos a la isla, y que los muertos descansen en paz de una vez.
- Que así sea. –se sintió impelido a añadir- No te digo esto porque confíe de nuevo en ti. Solo quería que lo supieras por si... por si alguno de los dos no vuelve... En ningún caso será culpa tuya. Venir fue mi decisión –guardó silencio de nuevo por un momento, para finalmente añadir- Te respeto, por lo que eres y por lo que representas. Pero quiero que entiendas que lo que hiciste... lo que no dijiste... Hay tantos secretos y mentiras tras su muerte... –notó como la voz se le entrecortaba. No podía seguir hablando de aquello- No importa. Solo quería que lo supieses.
-Ten cuidado ésta noche –las palabras de Nousis, a las que respondió con un leve asentimiento, dieron por finalizada su conversación, al tiempo que se alejaba del pensativo elfo.
[---]
¿Acaso no habrían podido discernir las intenciones del grupo de mercenarios de haber observado mejor la aldea? Sin embargo, Nousis, en su funesta y larga contemplación, no había podido advertir nada. Si solo hubiese estado menos preocupado por acallar aquellos horribles remordimientos que llevaban días susurrando en el fondo de su mente que debía disculparse… Aunque de haberlo sabido, probablemente no habrían podido ni imaginar la magnitud de lo que después sucedió.
El incendio de la taberna fue relativamente sencillo. Tarek y la humana habían vigilado desde los oscuros callejones aledaños, hasta que la zona había quedado vacía y el único sonido que se escuchaba eran las risas y el chocar del cristal y madera en el interior de la posada. Aylizz había demostrado ser una, más que efectiva, distracción para que el joven elfo atrancase la puerta, a pesar de que la sorpresa apenas duró unos instantes. El fuego, prendido desde cuatro puntos diferentes, se extendió sobre aquella endeble estructura como el mar sobre la arena de la playa. Lo habían conseguido… o quizás no. A través de las sucias ventas del antro, solamente él pudo observar las caras de espanto de los aldeanos de aquella “pacífica” villa, que tosían y se retorcían debido al humo junto un puñado –apenas una docena- de mercenarios. Humanos quemados es igual a humanos muertos, fue su primer pensamiento… un pensamiento de venganza cumplida que ocupó el lugar de la alarma que su propia mente debería haberle dado al darse cuenta de que no habían atrapado a los mercenarios… y si estos no estaban dentro de la taberna, estarían fuera.
Se acomodó una vez más en la rama. Desde su llegada a la isla había ido acumulando golpes, cortes y moratones, perceptibles a cada movimiento que hacía. Aunque, sin duda, aquel día los había multiplicado al menos por dos. La huida de la aldea había sido frenética. Si pensaba en ello, solo podía recordar el estruendo del ejército tras ellos, la voz de Nousis azuzando su avance y el rubio pelo de Aylizz ondeando ante él. Ni siquiera el bosque había servido de refugio y había terminado, al igual que la taberna, sumido en llamas. El silbar de flechas que, apenas por unos centímetros, no rozaron su piel… un desafortunado tropiezo, que casi les cuesta la vida a la rubia elfa y a él… Un caos que solo se aplacó bajo las aguas de aquel gélido lago, en el que no dudó en sumergirse, tras ver a Aylizz hacer lo mismo. Si el bosque no los amparaba, pensó, quizás la oscuridad del agua lo haría.
Un plan mucho más fructífero que su predecesor, si Nousis no hubiese decidido seguir por su cuenta, arrastrando con él al pelotón de mercenarios. Tarek, empapado, había avanzado por la orilla, sin alejarse demasiado de la protección del agua, en un intento de comprender qué había llevado al elfo mayor a hacer aquello. Cruzando poco después la mirada de Aylizz, apenas a unos metros de él, oculta tras unas rocas.
- Quizás si los seguimos podamos emboscarlos por detrás y evitar que atrapen a Nousis –la respuesta de la elfa no dejó lugar a dudas de lo airada que se encontraba en aquel momento y Tarek no pudo evitar reírse, por lo cómico de la situación y por toda la tensión acumulada hasta ese momento- Deberíamos darnos prisa.
El camino, plagado de mercenarios, había sido relativamente… tranquilo. Algo que no dejaba de preocupar al joven elfo. Aunque la descontrolada carrera de apenas unas horas antes debía haberlos dejado tan exhaustos como a ellos mismos. Su sorpresa fue mayor cuando, el interminable descenso que marcaba el camino los llevó hasta un claro en el bosque, en el que una majestuosa edificación ocupaba todo el horizonte.
- Esto no me lo esperaba... – comentó un poco sorprendido, aún desde la linde del bosque, a cobijo entre las sombras
- Supongo que si odias las visitas...— fue la irónica respuesta de Aylizz, encogiéndose de hombros—¿Qué piensas? Si él hubiese llegado hasta aquí. ¿Habría llamado a la puerta o habría saltado el muro?
- Probablemente habría llamado a la puerta... y se sentiría ofendido de recibir un trato descortés –el tono irónico se tornó en otro más serio- No es posible que haya escapado. Quiero decir, vale es Nousis, pero aun así lo perseguía medio ejército... ¿Dónde estará?
La respuesta les llegó poco después, cuando descubrieron al elfo moreno recostado, con tranquilidad contra una de las paredes del límite de aquella enorme vivienda.
- ¿Ya has probado a llamar a la puerta? – fue la respuesta casual de Tarek, ante la incrédula mirada del elfo mayor.
- ¿Qué hacéis aquí? –su tono, mezcla de sorpresa y enojo. Sentimiento que pareció ganar terreno cuando tanto él como la rubia elfa se percataron de la ausencia de la humana- Vosotros ibais tras ella. Yo quise despistarlos. Se suponía que os iríais juntos. Yo ya os alcanzaría cuando me fuera posible –el enfado era patente en su voz.
- Ya bueno... comprenderás que en medio de una persecución la transmisión no verbal suele ser... deficiente. ¿Cómo íbamos a saber cuál era tu plan?
- Resultaba.... evidente- fue su fría respuesta- Me alejé para evitar que os persiguieran, ¡maldita sea! ¡Sólo teníais que seguir en línea recta, no venir a buscarme!
- Pues lamento decirte que tan "evidente" no debió de ser, si estamos aquí charlando tan amigablemente contigo –tornó el tono jocoso en otro más serie- Estábamos preocupados por ti.
Con evidente hastío y enojo, el elfo mayor no pudo sino gruñir y darles la espalda, antes de girarse de nuevo a ellos de brazos cruzados- Si vuelve a ocurrir algo así, dejadme solo. Sé cuidar de mí mismo, sé bien lo que hago. Aunque –el esfuerzo de lo que iba a decir fue patente- os agradezco la intención.
Una furibunda Aylizz apenas le dejó contestar, antes de marchar con paso ligero de nuevo hacia el lago en busca, sin duda, de la insufrible humana. Tarek no pudo más que poner los ojos en blanco. ¿No podrían haberse olvidado de ella? Quizás los mercenarios la hubiesen matado…
[---]
Ojalá hubiese sido así, pensó en aquel momento sobre la rama del árbol, al tiempo que la noche avanzaba inmisericorde, negándole el tan ansiado descanso. El reencuentro había sido tenso, tanto por el humor general como por la inesperada situación en la que se encontraban. Habían perdido cualquier tipo de ventaja que pudiesen haber albergado y planificar a ciegas iba a ser complicado.
Finalmente, el día había dejado paso a la noche y, siguiendo la marcada tradición del grupo, se habían reunido en torno a una fogata, no muy lejos de la enorme construcción del claro, pero lo suficiente lejos como para ser imperceptibles.
- Eran más mercenarios de los esperados –caviló Nousis, mientras comía algo sin demasiado entusiasmo, hablando como si pensase- Nemonet nos esperaba. ¿Por qué si no apareció en ese momento?
- ¿Diversión? No parece alguien a quien le importen sus hombres.— Aylizz se había ido despojando de las húmedas prendas exteriores de su atuendo, para extenderlas junto al fuego- Y si nos esperaba, ¿cómo? ¿Y quién dice que no lo estará haciendo ahora ahí arriba? –añadió señalando en dirección al palacete con la cabeza
- O quizás nos han delatado. ¿Recordáis lo que dijeron los rebeldes sobre la líder de la aldea y su supuesta muerte? –Tarek, siguiendo el ejemplo de Ayl, se había desprendido de la parte superior de su atuendo para escurrirla. Craso error. Fue consciente de la mirada de la humana sobre ambos que, al parecer, con cierta dificultad, intentaba seguir la conversación.
- Eso pienso yo también... si alguien nos ha mentido, todo se va a complicar en exceso. Dra Alin estaba donde se nos dijo. Sólo espero que la gema también se encuentre en la casa.
—Suponiendo que esa gema verdaderamente exista y esto no sea una treta para tenernos donde quieren y terminar de darnos caza.
- Eso no podemos descartarlo. –Nousis exhaló disgustado- Sea quien fuera aquella anciana, no tenemos más sendas que seguir.
- Es decir, aún suponiendo que todo es una trampa y nos han delatado, no tenemos muchas más opciones que seguir con esto. –El derrotista encogimiento de hombros de Nousis y su mirada de "que maldito remedio", no dejó lugar a dudas.
- Que significa...- la voz de la humana interrumpió la conversación. Tenía los ojos clavados en Tarek. Con presteza, se puso en pie- Lo que tienes en el pecho, es una de las palabras que había en aquella inscripción en el muro. ¿Qué significa?
El joven elfo, que había omitido su presencia hasta aquel momento, la miró de soslayo alzando una ceja y, tras unos largos segundos de silencio, con calma y parsimonia, le contestó- Eso no es de tu incumbencia.
Cegada por la furia, la humana se abalanzó sobre él, no sin antes golpear una de las brasas de la hoguera, que Tarek a duras penas consiguió esquivar. Segundo que ella aprovechó para aterrizar sobre él y asestarle un puñetazo en la cara.
[---]
Con cuidado tocó la magulladura resultante de aquel golpe. El cansancio había jugado en su contra y ella lo había cogido desprevenido. Maldita psicópata…
- ¿Acaso estás loca? – preguntó de forma furibunda tras esquivar una patada, mesándose la mejilla y observando como la humana forcejeaba con Nousis, que había intervenido en el acto- Eres una maldita desequilibrada
- Tú sabes lo que significa, sabes lo que significa toda la inscripción. ¡¿Qué es la palabra que tienes tatuada?!
- ¡Oh, venga! -Aylizz observaba divertida la escena en la distancia— Deja que se desahogue, esto es enfermizo para todos— comentó atusándose el pelo con clara indiferencia —Contesta a sus preguntas y te dejará en paz.
- Si quieres que se desahogue, quizás deberías darte un revolcón con ella –le respondió de sopetón- Y a ti -señalando a Iori- no tengo que decirte absolutamente nada. Evidentemente sé lo que significa, pero eso no quiere decir que vaya a compartirlo contigo, humana –la última palabra abandonó sus labios con evidentemente asco.
- Hoy no me apetece, pero puede que otro día, cuando no esté destinando mis energías a salvar la vida. ¿Quieres que te mantenga informado? -respondió con sorna una sonriente Aylizz, ante la asqueada mirada de Tarek.
- Está claro que aquí sobra uno de los dos y si no fuera porque ellos están aquí, ya estarías muerta –le indicó a la humana, recogiendo posteriormente la casaca que nunca debería haberse quitado y sacudíendola antes de ponérsela- No pienso dormir ni remotamente cerca de ti. Espero que vosotros dos –dirigiéndose a Aylizz y Nousis- sigáis vivos por la mañana.
[---]
De esa forma había acabado sobre aquella rama. Lamentando lo sucedido la noche anterior y agradecido de estar todavía vivo. Sin duda ver las cosas en perspectiva te daba otra idea de las mismas… y con ese pensamiento y la idea de matar a la humana en cuanto volviese a cruzarse con ella, consiguió al fin conciliar el sueño.Tarek Inglorien
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 225
Nivel de PJ : : 1
Re: La sangre del sueño
-¿Estás segura? - fue su única pregunta con un tono que a Iori le pareció querer decir "seguro que eres incapaz". Apartó la vista de él y se centró en Ayl. —¿De verdad? ¿Ella? Cualquiera de nosotros podría acercarse menos y ver mejor. - Iori extendió una sonrisa por primera vez en días y miró a la elfa. - Soy menuda, ágil y silenciosa. Puedo acercarme sin que noten mi presencia, te lo aseguro -
- Además, los mercenarios son humanos... como ella.- añadió Tarek. — Ag, cállate — resopló —Vamos chica menuda y silenciosa, seré tus ojos en la sombra — comenzó a caminar delante de Iori.
Ayl iría con ella y se quedaría a una distancia prudente, acechante. La humana avanzó, con tres pares de ojos en ella.
Vio algunos habitantes trabajando unos pequeños campos, y otros la miraron curiosos cuando se aproximó más. Fue viendo casas de madera y piedra, y gentes que salvo extrañarse de verla ahí, no parecían hostiles. Era de día, y la gente andaba por las calles. Vio de lejos, en la plaza del pueblo, un templo modesto y una construcción mayor que parecía una taberna. Iori se lanzó entonces, sin hablar con los otros, se movió con seguridad pensando que se encontraba en una aldea de Verisar cualquiera. Agarrando bien sus cosas avanzó por las calles y se acercó a la primera persona con pinta de amable - Hola, perdone que le moleste pero, estoy un poco perdida desde hace unos días. Es un alivio haber encontrado esta aldea. ¿Podría indicarme en dónde nos encontramos?-
El hombre al que se dirigió la miró sorprendido -¿Viajas sola por ésta zona? - añadió en voz baja - Vete ya. Cuanto antes, antes de que te vean - La mujer a su lado lo increpó por esas palabras -¿Quieres que nos maten? Iori parpadeó con su mejor cara de inocente. - ¿Perdón? ¿¿matar?? ¿¿quién?? Yo solo quería comprar unas pocas provisiones...- El hombre insiste - Si te encuentran... - sacude la cabeza - Vete muchacha, lejos de aquí. Al menos corre tres días al sur.- -Muy peligroso- masculla la mujer.
Fue entonces cuando un hombre armado salió de la taberna, y miró a su alrededor, despreocupado, antes de apoyarse al lado de la puerta. Iori se agazapó al notar la presencia del hombre y miró con alarma a los campesinos que hablan con ellas. - ¿Hombres armados? ¿en la taberna? - El hombre hizo un gesto para que avanzase delante de ellos, hasta girar otra calle y entonces habló deprisa - Son los mercenarios de Nemonet. Dirige a las tropas de los vampiros que controlan la comarca. Huye muchacha. - Puedo ayudaros. ¿Cuántos son? ¿Todos dentro de la taberna?- -¿Ayudarnos? - dijo la mujer escéptica - Llevan años aquí, y son una veintena, niña. Haz caso a éste, y lárgate de aquí y ten hijos y nietos en paz Oh sí, hijos y nietos. El gran sueño de Iori.
Asientió con la cabeza y se preparó con precaución. - Volveré - aseguró antes de salir del pueblo con más cuidado del que usó para entrar. Escogió de forma deliberada un camino diferente, para, una vez internándose en la zona boscosa rodear la aldea y avanzar hacia dónde estaba su equipo. Se encontró por el camino con Ayl y Nou para ponerlos al corriente. - Parece una aldea común, que es usada como base para los mercenarios. Hablé con dos campesinos que me urgieron a salir de allí. Pude ver a uno salir de lo que es la taberna del pueblo, aunque técnicamente hay otros veinte en la aldea. –
- Si son tan vehementes con los extranjeros, los mercenarios nos advertirán al instante. Y dudo que podamos contra veinte en una batalla campal - razonó Nou. — Entonces habrá que hacerlo con sutileza. habrá que dar con ellos tratando de pasar desapercibidos y esperar que para cuando quieran darse cuenta, sus bajas sean suficientes. La taberna parece un buen lugar para empezar. Dudaría de que uno bebiese solo -¿Te refieres a cazarlos uno a uno? - —¿No hacen aquellos a los que sirven lo mismo? - Nou sonrió - De noche, sería una posibilidad - —¡¿Quieres esperar a la noche?! - - De día nos cazarían a nosotros - opinó el elfo. —¿Y si aparecen? - Nou miró a la humana a ver qué opinaba. - Quizá esperar a la noche sea mejor.... más alcohol en el cuerpo, menos luz, más cansados...-
Ayl arrugó la nariz y soltó un pequeño gruñido — Bien. ¿Cómo? - El espadachín sonrió. Una sonrisa... extraña -Quemando la taberna - — Pero... Así...— lo miró con cierta desconfianza — No sabemos cuántas más personas hay dentro... - -¿Quieres pedir su opinión? - señaló hacia atrás con desdén, apuntando por detrás de si, refiriéndose a Tarek de forma retórica - Irán saliendo y podremos ir acabando con ellos. Difícil, pero al menos estarán desorientados -
- No creo por como hablaron los campesinos que en esa taberna dejen entrar a personas que no sean parte de los mercenarios... y de haber no serán muchos. Yo creo que el plan de Nousis puede funcionar - —¿Piensas que no le parecerá bien abrasarlos como en una pira?— replicó con sorna —Es mí a quien le preocupan los daños colaterales...— se cruzó de brazos pensativa mirando hacia el poblado unos segundos en silencio —¿Y cómo le prendemos fuego? - Nou saca yesca y pedernal de su bolsa de viaje - Con tres o cuatro antorchas será suficiente para empezar -
Nou entonces se dirigió a encontrar lo apropiado para algunas antorchas - Que ardan pues - Todos ayudaron a Nou a encontrar material inflamable. Tras hacer acopio de materiales, Ayl y Iori se sentaron juntas a esperar, mientras los otros dos elfos estaban próximos. —¿Qué detalles recuerdas de la taberna? Del pueblo, las calles.— preguntó a Iori. - La aldea tiene una calle principal con pequeños ramales, entre los que se sitúan pequeñas parcelas de cultivo y casa unifamiliares. La taberna tiene una superficie aproximadamente del doble de una, quizá algo más. Tiene una puerta de entrada y una puerta trasera, pero desconozco que ambas son útiles. Solo vi salir a un mercenario por la principal. Hay tres ventanas en el cuerpo lateral de un tamaño que nos permitiría a ti y a mí entrar, pero no creo que una persona más fornida y con armadura y armas pudiera atravesar. -
—¿Podremos llegar hasta allí, así sin más? - - No existen obstáculos hasta la taberna. De hecho parece que todos los caminos conducen allí. Como si fuese el núcleo poblacional.- Observó por encima del hombro hacia donde se encontraban Tarek y Nousis, y se arrimó un poco más a Ayl en gesto íntimo. - Oye Ayl... puedo preguntarte... ¿qué piensas de todo esto? Lo que ha pasado en los últimos días, la información que nos dieron en el templo... - —¿Por qué lo preguntas? ¿No crees en lo que ven tus ojos?— bromea —Yo... No sé si he empezado a perder la perspectiva... ¿Eres consciente de lo que vamos a hacer?— se mordió el labio como si ella misma se estuviese advirtiendo callar —Cuando nos conocimos buscabas respuestas, cruzaste el continente tras ellas. Ahora las tienes. Viste y oíste lo mismo que yo, qué quieres que piense. -
Iori alzó los ojos hacia el cielo, al escuchar las palabras de aceptación de Ayl. No entendía qué parte de ella sonaba mínimamente a elfo en sus cabezas. - ¿Te suena el elfo padre de Tarek? ¿ese tal Eithelen? - No podía evitar sentir curiosidad por su figura, aunque no creyese una palabra en lo que dijo la nubosidad élfica del templo. —No personalmente, pero aquel nombre resonó en Sandorai en sus tiempos. Pero era una chiquilla y no debía preocuparme por esas cosas.— se encogió de hombros. Iori guardó silencio entonces, escondiendo en su interior la curiosidad.
Llegada la noche, Iori y Tarek vigilaban en las sombras desde un callejón. Tras cenar, los aldeanos van yéndose a casa y se veía el humo de la posada. Entraron varios mercenarios portando diferentes armas. No había gente por las calles y se escurrieron de un par de patrullas que volvían a la posada. El ruido era bastante para saber que había unas treinta personas al menos. Todo sucedió muy rapido entonces. Cada uno de ellos se movió ocupándose de una tarea, y de una forma casi sorprendente la posada comenzó a arder con mucha facilidad.
Mientras comenzaba a arder la taberna Iori se alejó de la fuente de luz para poder ver mejor en la noche. Fue entonces cuando vio llegando, con bastante parsimonia, a un hombre a caballo seguido de un pequeño pelotón. Esta figura vio como empiezaba a arder la posada con tranquilidad. Supo que habían llegado los problemas, pero trató de contener el temir mientras avisaba. - Tenemos compañía a las 9 en punto - y se agazapó aprovechando que ellos están delante del fuego y que por ello, los que miraban de frente a las llamas deberían de tener problemas para verlos.
- No podemos luchar en dos frentes. Es un suicidio - dijo Nou, con la espada desenvainada - Corred.- En la posada siguían oyéndose golpes contra la puerta y gritos y las llamas se extendieron con mucha rapidez. No hizo falta para ninguno de los cuatro que Nou repitiese sus palabras. El crepitar de la madera mezclado con el olor que era claramente distinguible para ella la hizo recordar otro momento y otro lugar.
Las calles de Lunargenta, el olor a moho presente en la cisterna de la ciudad. El cuerpo de la bruja ardiendo e impregnando con la esencia de la carne abrasada todo el lugar... La silueta de aquel enorme rubio cruzó su mente y espoleó sus piernas para hacer que la humana echase a correr con todas sus fuerzas. Como si estuviese huyendo del mismo mago que la torturó en aquel lugar de la capital, no se detuvo hasta bien pasado un rato sin escuchar sonidos de lucha ni paso tras ella. Tanto corrió que se alejó también de sus tres compañeros de equipo.
Pero de eso se dio cuenta tarde, cuando ya se habían separado.
Analizando el entorno en el que se encontraba gracias a la claridad de la luna, Iori asumió que habían bordeado por lados opuestos el gran lago que estaba frente a ella. Tras un rato subida a las ramas de un árbol y comprobar que no aparecían, decidió continuar andando por el otro extremo hasta que los cuatro se encontrasen en el mismo punto. No supo decir cuánto tiempo pasó en concreto hasta que una voz clara y fina se escuchó en la noche.
—¡IOOOOOORIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!— La humana apuró el paso cuando escuchó la voz de Ayl y los vió de frente. -¡Gracias al cielo! - - Dado que el hecho de matar a Nemonet se nos ha ido de las manos, deberíamos intentar la tarea siguiente - sugirió el elfo sin perder tiempo, mirando atrás, nada seguro que no les sigan. - Si... gracias al cielo - masculló Tarek en claro tono de ironía. - ¿Qué propones entonces, abordar la casa del claro? - le pregunta a Nousis. - Si ese humano tiene la runa para abrir la puerta del castillo... no veo otra opción - suspiró. Claramente le disgustaba no disponer de opciones.
—Ya conoces el camino.— apuntó con desdén, encogiéndose de hombros —Mi único plan ahora mismo es prender una hoguera, secar mis ropas y descansar.— explicó como si nada, mientras se escabulle entre los árboles de la orilla para buscar maderos para encender. - Estupendo...- masculló algo irritado. Iori observó a Ayl e ignorando a Tarek le pregunta a Nousis. - Desde que echamos a correr no me detuve. ¿Qué pasó con vosotros? ¿de qué casa hablais? -
- Imaginé que ambos te seguirían - se explicó con tranquilidad - y traté de atraer a los mercenarios para que fuera más fácil. No esperaba que Tarek y Aylizz me siguieran a mí.- Se detuvo un instante antes de seguir - Hemos visto una ¿casa? mansión, fortaleza... depende de cómo prefieras definirla. Por la dirección y opulencia, debe tratarse del hogar del tal Guenros. -
Entonces apareció Aylizz con unos cuantos leños, ajena a la conversación que mantenían los otros tres —Lo que no entiendo...— comentó como pensamientos en voz alta cuando vuelve con el resto —Es que si prendimos fuego a esa taberna, de dónde salieron tantos hombres. - - Se supone que eran un ejército de mercenarios... así que no deben ser pocos - -Estamos demasiado cerca de ellos- señaló a lo alto - Una hoguera nos delataría y adiós a la pequeña ventaja que tenemos. No podemos encender un fuego aún. Tenemos que alejarnos -
Aylizz dejó por un momento de chascar las piedras para hacer chispa y miró a Nousis con expresión indescifrable —Me arriesgaré.— y volvió a prestar atención a las piedras. Después de un par de chasquidos más, vuelve a detener la operación y suspira resignada —¿Y qué propones? - -Recorrer unas millas en dirección a la mansión. En cuanto encontremos algún lugar medianamente decente, descansaremos. Aquí es casi un suicidio - —¿Millas?— queda atónita un instante antes de soltar una carcajada de agotamiento. —En mitad de la noche, por estos bosques. Si, qué podría salir mal. -
-Menos cosas que si nos quedamos aquí- replicó él. Sin enfado, ni molestia. Ecuanimidad pura, en contraste a la elfa. - Además ellos son humanos y nosotros elfos. El bosque es nuestro hogar no el suyo, nos dará ventaja. —No son los humanos quienes me preocupan. - Nou se puso en camino, deteniéndose un momento, esperando ser seguido. - Él consiguió darles esquinazo, a todos - señaló con la cabeza a Nousis - quizás sea buena idea hacerle caso - y con eso le lanzó una última mirada a Ayl, sin molestarse en mirar a Iori, y siguió a Nou.
Iori se paró entonces al lado de Ayl, le acarició el brazo y le hizo un gesto de ánimo con la cabeza. —Si, ahora es buena idea.— masculla entre dientes —Y tú— se dirigió a Iori —Si también vas a ir por libre te agradecería que me informases. Me ahorrarás muchas preocupaciones. - E inició la marcha detrás de Nousis. La humana abrió la boca, atónita ante la salida de Ayl pero comprendiendo que había echado a correr de manera desaforada. Agachó la cabeza y avanzó detrás de los elfos cerrando la comitiva.
Observaba con cierta somnolencia las llamas de la hoguera mientras asistía prácticamente ausente a la conversación de sus compañeros. El calor del fuego había calado en sus huesos, y la sensación de confort la adormecía. Ayl y Tarek se habían puesto cómodos también, y se habían sacado la ropa para quitarle la humedad que cubría sus cuerpos.
Entonces lo vio.
Sin ser capaz de apartar los ojos de la piel de Tarek, Iori alzó la mano, concentrada en su mente, y dibujó frente a ella unas letras que se había encargado de memorizar en Mittenwald. Había más de lo que reconocía en el pecho de Tarek, pero, al menos los primeros dibujos de letras estaban allí, claros a sus ojos. - Que significa...- Clavó los ojos azules ahora en la mirada de Tarek y se puso de pie. - Lo que tienes en el pecho, es una de las palabras que había en aquella inscripción en el muro. - Su tono de voz se hizo más duro mientras su corazón latía ahora con ansia. - ¿Qué significa?- su pregunta fue más urgente, y su voz profunda.
Hacía días que la humana mantenía un perfil bajo, una sombra que seguía dócilmente a los elfos. En cambio ahora se sentía algo en ella como un volcán a punto de explotar. Algo por lo que luchar de verdad. No un favor hacia Nousis o hacia los demás. Tarek, que había pasado de ella hasta ese momento, la miró de soslayo alzando una ceja y tras unos largos segundos de silencio, con toda la calma y parsimonia del mundo le contestó - Eso no es de tu incumbencia. -
Respuesta equivocada. La mente de Iori explotó y ya no fue capaz de pensar con claridad. Sin meditarlo, sin evitarlo. Iori pateó con rapidez una de las ramas que sobresalían del centro de la hoguera y lanzó la madera ardiente hacia Tarek para tirarse ella misma a continuación sobre él. Ante la expectativa de churruscarse con la rama prendida, Tarek se apartó, pero perdió por un segundo de vista a Iori, por lo que no fue capaz de esquivarla a tiempo.
Iori aterrizó sobre Tarek y aprovechando que el elfo estaba deslumbrado y poco ágil, le intentó pegar un buen puñetazo en la cara. Acertó. Con toda su furia. Antes del segundo, Nou la inmovilizó. Intentó un segundo golpe con la pierna mientras él la retenía pero ya estaba lejos del peliblanco. -¿Acaso estás loca? - dijo mientras se mesaba la mejilla en la que recibió el puñetazo - Eres una maldita desequilibrada - Iori rechinó los dientes mientras forcejeaba con el elfo.
- Cálmate - pidió Nou con el mismo tono que usaría para ponerle una mano en la frente a un crío de 6 años que intentase pegarle un puñetazo. Un tono que le dolió como si le hubiese dado un bofetón en la cara. A él solamente le importaba su misión. Tiró con más fuerza, con ganas de golpear ahora al moreno pero se concentró en su verdadero rival. - Tú sabes lo que significa, sabes lo que significa toda la inscripción. ¡¿Qué es la palabra que tienes tatuada?! - prácticamente ladra mientras desea tirarse de nuevo encima de él.
—Oh, ¡venga!— exclama divertida, aunque apartada de la acción —Deja que se desahogue, esto es enfermizo para todos.— comentó como si nada, atusándose el pelo con clara indiferencia —Contesta a sus preguntas y te dejará en paz.— le dijo a Tarek. Claramente insensible hacia la rabia de la humana, por lo menos había roto una lanza a su favor. - Si quieres que se desahogue, quizás deberías darte un revolcón con ella - le suelta a Ayl de sopetón - Y a ti - señala a Iori - no tengo que decirte absolutamente nada. Evidentemente sé lo que significa, pero eso no quiere decir que vaya a compartirlo contigo, humana - y dijo la última palabra con absoluto asco.
Iori aprietó más los dientes, prometiéndose a si misma en el fondo de la cabeza que en algún momento se dormiría Tarek... y sin embargo no deja de tirar con fuerza para intentar separarse de Nousis. - Nunca como ahora me ha sobrado tu contacto de encima elfo - siseó hacia Nousis antes de hacer un nuevo intento de tirar hacia delante para soltarse - Cuando consigas contenerte, me separaré de ti lo que te venga en gana. Pero no os vais a matar mientras yo esté aquí, no hay más que hablar. - Perfecto, así la quería Nousis, respirando pero jodida.
Aylizz estiró los brazos hacia arriba, desperezándose, como si nada —Hoy no me apetece, pero puede que otro día, cuando no esté destinando mis energías a salvar la vida. ¿Quieres que te mantenga informado?— respondió con sorna y una sonrisa al anterior comentario de Tarek. Este miró a Ayl con evidente desagrado, antes de volver a mirar a Iori con desprecio - Está claro que aquí sobra uno de los dos y si no fuera porque ellos están aquí, ya estarías muerta -recogió su "camiseta" y la sacudió antes de ponérsela - No pienso dormir ni remotamente cerca de ti. Espero que vosotros dos sigáis vivos por la mañana - y se dio la vuelta para irse.
Iori siguió con los ojos la figura de Tarek hasta que se perdió entre la arboleda. Allí iba su respuesta, el siguiente eslabón de una cadena que había pensado que no tenía importancia, pero que al final era la que había guiado su vida en los últimos meses. Su cabeza funcionaba a toda velocidad intentando encontrar una solución para aquello. La forma en la que Tarek se dignase en abrir aquella despreciable boca suya para contarle la verdad.
No tenía manera posible.
No había nada que ella pudiera hacer para convencerlo. Aunque hiciese polvo cada uno de sus huesos, estaba segura de que el elfo no compartiría por voluntad propia el misterio de aquella inscripción. La desesperación hizo que su cuerpo se venciese perdiendo el tono muscular entre los brazos de Nousis. Este a su vez aflojó el agarre y la soltó completamente. Tenía ganas de girarse y pegarle ahora un puñetazo a él. Él y su estúpida misión. No había dudado en buscar su pista tras aquel sueño, lo había seguido en todo el camino guiada únicamente por su intención de ayudar.
Pero él no lo haría con ella. Solo importaban los elfos y la misión. Guardó silencio con la cabeza baja antes de avanzar en dirección contraria a Tarek y perderse en el bosque, tentada de darle un golpe en los huevos a Nousis. No había ya razón para que ella siguiera siendo parte de aquel grupo.
- Además, los mercenarios son humanos... como ella.- añadió Tarek. — Ag, cállate — resopló —Vamos chica menuda y silenciosa, seré tus ojos en la sombra — comenzó a caminar delante de Iori.
Ayl iría con ella y se quedaría a una distancia prudente, acechante. La humana avanzó, con tres pares de ojos en ella.
Vio algunos habitantes trabajando unos pequeños campos, y otros la miraron curiosos cuando se aproximó más. Fue viendo casas de madera y piedra, y gentes que salvo extrañarse de verla ahí, no parecían hostiles. Era de día, y la gente andaba por las calles. Vio de lejos, en la plaza del pueblo, un templo modesto y una construcción mayor que parecía una taberna. Iori se lanzó entonces, sin hablar con los otros, se movió con seguridad pensando que se encontraba en una aldea de Verisar cualquiera. Agarrando bien sus cosas avanzó por las calles y se acercó a la primera persona con pinta de amable - Hola, perdone que le moleste pero, estoy un poco perdida desde hace unos días. Es un alivio haber encontrado esta aldea. ¿Podría indicarme en dónde nos encontramos?-
El hombre al que se dirigió la miró sorprendido -¿Viajas sola por ésta zona? - añadió en voz baja - Vete ya. Cuanto antes, antes de que te vean - La mujer a su lado lo increpó por esas palabras -¿Quieres que nos maten? Iori parpadeó con su mejor cara de inocente. - ¿Perdón? ¿¿matar?? ¿¿quién?? Yo solo quería comprar unas pocas provisiones...- El hombre insiste - Si te encuentran... - sacude la cabeza - Vete muchacha, lejos de aquí. Al menos corre tres días al sur.- -Muy peligroso- masculla la mujer.
Fue entonces cuando un hombre armado salió de la taberna, y miró a su alrededor, despreocupado, antes de apoyarse al lado de la puerta. Iori se agazapó al notar la presencia del hombre y miró con alarma a los campesinos que hablan con ellas. - ¿Hombres armados? ¿en la taberna? - El hombre hizo un gesto para que avanzase delante de ellos, hasta girar otra calle y entonces habló deprisa - Son los mercenarios de Nemonet. Dirige a las tropas de los vampiros que controlan la comarca. Huye muchacha. - Puedo ayudaros. ¿Cuántos son? ¿Todos dentro de la taberna?- -¿Ayudarnos? - dijo la mujer escéptica - Llevan años aquí, y son una veintena, niña. Haz caso a éste, y lárgate de aquí y ten hijos y nietos en paz Oh sí, hijos y nietos. El gran sueño de Iori.
Asientió con la cabeza y se preparó con precaución. - Volveré - aseguró antes de salir del pueblo con más cuidado del que usó para entrar. Escogió de forma deliberada un camino diferente, para, una vez internándose en la zona boscosa rodear la aldea y avanzar hacia dónde estaba su equipo. Se encontró por el camino con Ayl y Nou para ponerlos al corriente. - Parece una aldea común, que es usada como base para los mercenarios. Hablé con dos campesinos que me urgieron a salir de allí. Pude ver a uno salir de lo que es la taberna del pueblo, aunque técnicamente hay otros veinte en la aldea. –
- Si son tan vehementes con los extranjeros, los mercenarios nos advertirán al instante. Y dudo que podamos contra veinte en una batalla campal - razonó Nou. — Entonces habrá que hacerlo con sutileza. habrá que dar con ellos tratando de pasar desapercibidos y esperar que para cuando quieran darse cuenta, sus bajas sean suficientes. La taberna parece un buen lugar para empezar. Dudaría de que uno bebiese solo -¿Te refieres a cazarlos uno a uno? - —¿No hacen aquellos a los que sirven lo mismo? - Nou sonrió - De noche, sería una posibilidad - —¡¿Quieres esperar a la noche?! - - De día nos cazarían a nosotros - opinó el elfo. —¿Y si aparecen? - Nou miró a la humana a ver qué opinaba. - Quizá esperar a la noche sea mejor.... más alcohol en el cuerpo, menos luz, más cansados...-
Ayl arrugó la nariz y soltó un pequeño gruñido — Bien. ¿Cómo? - El espadachín sonrió. Una sonrisa... extraña -Quemando la taberna - — Pero... Así...— lo miró con cierta desconfianza — No sabemos cuántas más personas hay dentro... - -¿Quieres pedir su opinión? - señaló hacia atrás con desdén, apuntando por detrás de si, refiriéndose a Tarek de forma retórica - Irán saliendo y podremos ir acabando con ellos. Difícil, pero al menos estarán desorientados -
- No creo por como hablaron los campesinos que en esa taberna dejen entrar a personas que no sean parte de los mercenarios... y de haber no serán muchos. Yo creo que el plan de Nousis puede funcionar - —¿Piensas que no le parecerá bien abrasarlos como en una pira?— replicó con sorna —Es mí a quien le preocupan los daños colaterales...— se cruzó de brazos pensativa mirando hacia el poblado unos segundos en silencio —¿Y cómo le prendemos fuego? - Nou saca yesca y pedernal de su bolsa de viaje - Con tres o cuatro antorchas será suficiente para empezar -
Nou entonces se dirigió a encontrar lo apropiado para algunas antorchas - Que ardan pues - Todos ayudaron a Nou a encontrar material inflamable. Tras hacer acopio de materiales, Ayl y Iori se sentaron juntas a esperar, mientras los otros dos elfos estaban próximos. —¿Qué detalles recuerdas de la taberna? Del pueblo, las calles.— preguntó a Iori. - La aldea tiene una calle principal con pequeños ramales, entre los que se sitúan pequeñas parcelas de cultivo y casa unifamiliares. La taberna tiene una superficie aproximadamente del doble de una, quizá algo más. Tiene una puerta de entrada y una puerta trasera, pero desconozco que ambas son útiles. Solo vi salir a un mercenario por la principal. Hay tres ventanas en el cuerpo lateral de un tamaño que nos permitiría a ti y a mí entrar, pero no creo que una persona más fornida y con armadura y armas pudiera atravesar. -
—¿Podremos llegar hasta allí, así sin más? - - No existen obstáculos hasta la taberna. De hecho parece que todos los caminos conducen allí. Como si fuese el núcleo poblacional.- Observó por encima del hombro hacia donde se encontraban Tarek y Nousis, y se arrimó un poco más a Ayl en gesto íntimo. - Oye Ayl... puedo preguntarte... ¿qué piensas de todo esto? Lo que ha pasado en los últimos días, la información que nos dieron en el templo... - —¿Por qué lo preguntas? ¿No crees en lo que ven tus ojos?— bromea —Yo... No sé si he empezado a perder la perspectiva... ¿Eres consciente de lo que vamos a hacer?— se mordió el labio como si ella misma se estuviese advirtiendo callar —Cuando nos conocimos buscabas respuestas, cruzaste el continente tras ellas. Ahora las tienes. Viste y oíste lo mismo que yo, qué quieres que piense. -
Iori alzó los ojos hacia el cielo, al escuchar las palabras de aceptación de Ayl. No entendía qué parte de ella sonaba mínimamente a elfo en sus cabezas. - ¿Te suena el elfo padre de Tarek? ¿ese tal Eithelen? - No podía evitar sentir curiosidad por su figura, aunque no creyese una palabra en lo que dijo la nubosidad élfica del templo. —No personalmente, pero aquel nombre resonó en Sandorai en sus tiempos. Pero era una chiquilla y no debía preocuparme por esas cosas.— se encogió de hombros. Iori guardó silencio entonces, escondiendo en su interior la curiosidad.
[...]
Llegada la noche, Iori y Tarek vigilaban en las sombras desde un callejón. Tras cenar, los aldeanos van yéndose a casa y se veía el humo de la posada. Entraron varios mercenarios portando diferentes armas. No había gente por las calles y se escurrieron de un par de patrullas que volvían a la posada. El ruido era bastante para saber que había unas treinta personas al menos. Todo sucedió muy rapido entonces. Cada uno de ellos se movió ocupándose de una tarea, y de una forma casi sorprendente la posada comenzó a arder con mucha facilidad.
Mientras comenzaba a arder la taberna Iori se alejó de la fuente de luz para poder ver mejor en la noche. Fue entonces cuando vio llegando, con bastante parsimonia, a un hombre a caballo seguido de un pequeño pelotón. Esta figura vio como empiezaba a arder la posada con tranquilidad. Supo que habían llegado los problemas, pero trató de contener el temir mientras avisaba. - Tenemos compañía a las 9 en punto - y se agazapó aprovechando que ellos están delante del fuego y que por ello, los que miraban de frente a las llamas deberían de tener problemas para verlos.
- No podemos luchar en dos frentes. Es un suicidio - dijo Nou, con la espada desenvainada - Corred.- En la posada siguían oyéndose golpes contra la puerta y gritos y las llamas se extendieron con mucha rapidez. No hizo falta para ninguno de los cuatro que Nou repitiese sus palabras. El crepitar de la madera mezclado con el olor que era claramente distinguible para ella la hizo recordar otro momento y otro lugar.
Las calles de Lunargenta, el olor a moho presente en la cisterna de la ciudad. El cuerpo de la bruja ardiendo e impregnando con la esencia de la carne abrasada todo el lugar... La silueta de aquel enorme rubio cruzó su mente y espoleó sus piernas para hacer que la humana echase a correr con todas sus fuerzas. Como si estuviese huyendo del mismo mago que la torturó en aquel lugar de la capital, no se detuvo hasta bien pasado un rato sin escuchar sonidos de lucha ni paso tras ella. Tanto corrió que se alejó también de sus tres compañeros de equipo.
Pero de eso se dio cuenta tarde, cuando ya se habían separado.
Analizando el entorno en el que se encontraba gracias a la claridad de la luna, Iori asumió que habían bordeado por lados opuestos el gran lago que estaba frente a ella. Tras un rato subida a las ramas de un árbol y comprobar que no aparecían, decidió continuar andando por el otro extremo hasta que los cuatro se encontrasen en el mismo punto. No supo decir cuánto tiempo pasó en concreto hasta que una voz clara y fina se escuchó en la noche.
—¡IOOOOOORIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!— La humana apuró el paso cuando escuchó la voz de Ayl y los vió de frente. -¡Gracias al cielo! - - Dado que el hecho de matar a Nemonet se nos ha ido de las manos, deberíamos intentar la tarea siguiente - sugirió el elfo sin perder tiempo, mirando atrás, nada seguro que no les sigan. - Si... gracias al cielo - masculló Tarek en claro tono de ironía. - ¿Qué propones entonces, abordar la casa del claro? - le pregunta a Nousis. - Si ese humano tiene la runa para abrir la puerta del castillo... no veo otra opción - suspiró. Claramente le disgustaba no disponer de opciones.
—Ya conoces el camino.— apuntó con desdén, encogiéndose de hombros —Mi único plan ahora mismo es prender una hoguera, secar mis ropas y descansar.— explicó como si nada, mientras se escabulle entre los árboles de la orilla para buscar maderos para encender. - Estupendo...- masculló algo irritado. Iori observó a Ayl e ignorando a Tarek le pregunta a Nousis. - Desde que echamos a correr no me detuve. ¿Qué pasó con vosotros? ¿de qué casa hablais? -
- Imaginé que ambos te seguirían - se explicó con tranquilidad - y traté de atraer a los mercenarios para que fuera más fácil. No esperaba que Tarek y Aylizz me siguieran a mí.- Se detuvo un instante antes de seguir - Hemos visto una ¿casa? mansión, fortaleza... depende de cómo prefieras definirla. Por la dirección y opulencia, debe tratarse del hogar del tal Guenros. -
Entonces apareció Aylizz con unos cuantos leños, ajena a la conversación que mantenían los otros tres —Lo que no entiendo...— comentó como pensamientos en voz alta cuando vuelve con el resto —Es que si prendimos fuego a esa taberna, de dónde salieron tantos hombres. - - Se supone que eran un ejército de mercenarios... así que no deben ser pocos - -Estamos demasiado cerca de ellos- señaló a lo alto - Una hoguera nos delataría y adiós a la pequeña ventaja que tenemos. No podemos encender un fuego aún. Tenemos que alejarnos -
Aylizz dejó por un momento de chascar las piedras para hacer chispa y miró a Nousis con expresión indescifrable —Me arriesgaré.— y volvió a prestar atención a las piedras. Después de un par de chasquidos más, vuelve a detener la operación y suspira resignada —¿Y qué propones? - -Recorrer unas millas en dirección a la mansión. En cuanto encontremos algún lugar medianamente decente, descansaremos. Aquí es casi un suicidio - —¿Millas?— queda atónita un instante antes de soltar una carcajada de agotamiento. —En mitad de la noche, por estos bosques. Si, qué podría salir mal. -
-Menos cosas que si nos quedamos aquí- replicó él. Sin enfado, ni molestia. Ecuanimidad pura, en contraste a la elfa. - Además ellos son humanos y nosotros elfos. El bosque es nuestro hogar no el suyo, nos dará ventaja. —No son los humanos quienes me preocupan. - Nou se puso en camino, deteniéndose un momento, esperando ser seguido. - Él consiguió darles esquinazo, a todos - señaló con la cabeza a Nousis - quizás sea buena idea hacerle caso - y con eso le lanzó una última mirada a Ayl, sin molestarse en mirar a Iori, y siguió a Nou.
Iori se paró entonces al lado de Ayl, le acarició el brazo y le hizo un gesto de ánimo con la cabeza. —Si, ahora es buena idea.— masculla entre dientes —Y tú— se dirigió a Iori —Si también vas a ir por libre te agradecería que me informases. Me ahorrarás muchas preocupaciones. - E inició la marcha detrás de Nousis. La humana abrió la boca, atónita ante la salida de Ayl pero comprendiendo que había echado a correr de manera desaforada. Agachó la cabeza y avanzó detrás de los elfos cerrando la comitiva.
[...]
Observaba con cierta somnolencia las llamas de la hoguera mientras asistía prácticamente ausente a la conversación de sus compañeros. El calor del fuego había calado en sus huesos, y la sensación de confort la adormecía. Ayl y Tarek se habían puesto cómodos también, y se habían sacado la ropa para quitarle la humedad que cubría sus cuerpos.
Entonces lo vio.
Sin ser capaz de apartar los ojos de la piel de Tarek, Iori alzó la mano, concentrada en su mente, y dibujó frente a ella unas letras que se había encargado de memorizar en Mittenwald. Había más de lo que reconocía en el pecho de Tarek, pero, al menos los primeros dibujos de letras estaban allí, claros a sus ojos. - Que significa...- Clavó los ojos azules ahora en la mirada de Tarek y se puso de pie. - Lo que tienes en el pecho, es una de las palabras que había en aquella inscripción en el muro. - Su tono de voz se hizo más duro mientras su corazón latía ahora con ansia. - ¿Qué significa?- su pregunta fue más urgente, y su voz profunda.
Hacía días que la humana mantenía un perfil bajo, una sombra que seguía dócilmente a los elfos. En cambio ahora se sentía algo en ella como un volcán a punto de explotar. Algo por lo que luchar de verdad. No un favor hacia Nousis o hacia los demás. Tarek, que había pasado de ella hasta ese momento, la miró de soslayo alzando una ceja y tras unos largos segundos de silencio, con toda la calma y parsimonia del mundo le contestó - Eso no es de tu incumbencia. -
Respuesta equivocada. La mente de Iori explotó y ya no fue capaz de pensar con claridad. Sin meditarlo, sin evitarlo. Iori pateó con rapidez una de las ramas que sobresalían del centro de la hoguera y lanzó la madera ardiente hacia Tarek para tirarse ella misma a continuación sobre él. Ante la expectativa de churruscarse con la rama prendida, Tarek se apartó, pero perdió por un segundo de vista a Iori, por lo que no fue capaz de esquivarla a tiempo.
Iori aterrizó sobre Tarek y aprovechando que el elfo estaba deslumbrado y poco ágil, le intentó pegar un buen puñetazo en la cara. Acertó. Con toda su furia. Antes del segundo, Nou la inmovilizó. Intentó un segundo golpe con la pierna mientras él la retenía pero ya estaba lejos del peliblanco. -¿Acaso estás loca? - dijo mientras se mesaba la mejilla en la que recibió el puñetazo - Eres una maldita desequilibrada - Iori rechinó los dientes mientras forcejeaba con el elfo.
- Cálmate - pidió Nou con el mismo tono que usaría para ponerle una mano en la frente a un crío de 6 años que intentase pegarle un puñetazo. Un tono que le dolió como si le hubiese dado un bofetón en la cara. A él solamente le importaba su misión. Tiró con más fuerza, con ganas de golpear ahora al moreno pero se concentró en su verdadero rival. - Tú sabes lo que significa, sabes lo que significa toda la inscripción. ¡¿Qué es la palabra que tienes tatuada?! - prácticamente ladra mientras desea tirarse de nuevo encima de él.
—Oh, ¡venga!— exclama divertida, aunque apartada de la acción —Deja que se desahogue, esto es enfermizo para todos.— comentó como si nada, atusándose el pelo con clara indiferencia —Contesta a sus preguntas y te dejará en paz.— le dijo a Tarek. Claramente insensible hacia la rabia de la humana, por lo menos había roto una lanza a su favor. - Si quieres que se desahogue, quizás deberías darte un revolcón con ella - le suelta a Ayl de sopetón - Y a ti - señala a Iori - no tengo que decirte absolutamente nada. Evidentemente sé lo que significa, pero eso no quiere decir que vaya a compartirlo contigo, humana - y dijo la última palabra con absoluto asco.
Iori aprietó más los dientes, prometiéndose a si misma en el fondo de la cabeza que en algún momento se dormiría Tarek... y sin embargo no deja de tirar con fuerza para intentar separarse de Nousis. - Nunca como ahora me ha sobrado tu contacto de encima elfo - siseó hacia Nousis antes de hacer un nuevo intento de tirar hacia delante para soltarse - Cuando consigas contenerte, me separaré de ti lo que te venga en gana. Pero no os vais a matar mientras yo esté aquí, no hay más que hablar. - Perfecto, así la quería Nousis, respirando pero jodida.
Aylizz estiró los brazos hacia arriba, desperezándose, como si nada —Hoy no me apetece, pero puede que otro día, cuando no esté destinando mis energías a salvar la vida. ¿Quieres que te mantenga informado?— respondió con sorna y una sonrisa al anterior comentario de Tarek. Este miró a Ayl con evidente desagrado, antes de volver a mirar a Iori con desprecio - Está claro que aquí sobra uno de los dos y si no fuera porque ellos están aquí, ya estarías muerta -recogió su "camiseta" y la sacudió antes de ponérsela - No pienso dormir ni remotamente cerca de ti. Espero que vosotros dos sigáis vivos por la mañana - y se dio la vuelta para irse.
Iori siguió con los ojos la figura de Tarek hasta que se perdió entre la arboleda. Allí iba su respuesta, el siguiente eslabón de una cadena que había pensado que no tenía importancia, pero que al final era la que había guiado su vida en los últimos meses. Su cabeza funcionaba a toda velocidad intentando encontrar una solución para aquello. La forma en la que Tarek se dignase en abrir aquella despreciable boca suya para contarle la verdad.
No tenía manera posible.
No había nada que ella pudiera hacer para convencerlo. Aunque hiciese polvo cada uno de sus huesos, estaba segura de que el elfo no compartiría por voluntad propia el misterio de aquella inscripción. La desesperación hizo que su cuerpo se venciese perdiendo el tono muscular entre los brazos de Nousis. Este a su vez aflojó el agarre y la soltó completamente. Tenía ganas de girarse y pegarle ahora un puñetazo a él. Él y su estúpida misión. No había dudado en buscar su pista tras aquel sueño, lo había seguido en todo el camino guiada únicamente por su intención de ayudar.
Pero él no lo haría con ella. Solo importaban los elfos y la misión. Guardó silencio con la cabeza baja antes de avanzar en dirección contraria a Tarek y perderse en el bosque, tentada de darle un golpe en los huevos a Nousis. No había ya razón para que ella siguiera siendo parte de aquel grupo.
Iori Li
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 373
Nivel de PJ : : 3
Re: La sangre del sueño
Cuando el elfo despertó, separó con el mayor cuidado posible a Aylizz de sí, evitando que la muchacha despertarse. Tras el día que habían pasado, sin duda necesitaba descansar, y prefería no estorbárselo en absoluto. Miró alrededor, desperezándose, rememorando un poco de la conversación que habían mantenido. Sonrió ante la inocencia que permanecía en sus argumentos.
Todo se rompería en algún momento, sólo confiaba en que fuese lo más tarde posible. Resultaba casi tierno que pensase que no era él el baluarte de la seguridad de todos. ¿Quién si no? ¿Iori, todo impulsividad? ¿Tarek y su odio cerval? ¿Ella y su inexperiencia? No era algo que desease, todo se resumía en la opción más lógica.
Se alejó, tras asegurar el perímetro del campamento, siguiendo el sonido de la corriente de agua más cercana. Despejar la mente, se decía tras desnudarse y entrar en el pequeño río, dado algunas brazadas, siempre era más sencillo después de un buen baño. Sentía los músculos agarrotados, doloridos, fruto de la tensión física y mental que apenas le había abandonado desde hacía semanas. Se pasó ambas manos por el cabello varias veces, disfrutando de la tranquilidad, sin perder de vista su equipamiento de la orilla, antes de realizar algunos círculos con los hombros, primero el derecho, luego el izquierdo. Se frotó la cara, y tras mover el cuello de un lado a otro, fue saliendo con calma hasta la blanda hierba que sentía bajo los pies desnudos. Lavó sus prendas, dejándolas secar al sol en la roca más expuesta al mismo mientras espada en mano, se permitió cerrar un momento los ojos, procurando atenuar la respiración y dejar la mente en blanco, punto que rara vez conseguía.
Afiló su espada cuando la humedad desapareció de su vestimenta y le fue posible volver al campamento. Las palabras de Tarek le sorprendieron. Creía haber comprendido el carácter del joven elfo, y sin embargo, pese a cuanto le quemaba en el interior, fue capaz de ofrecerle aquella disculpa… aunque fuera con reservas. Aún así, seguía siendo sangre élfica, continuaba siendo su compañero, y debía protegerle en aquella locura.
Observó el cielo, y la posición del sol, antes de dirigir sus ojos grises hacia el sur, hacia la isla a la cual tarde o temprano deberían volver, y continuaban con vida. En su mente se dibujó la figura de Turenn Indirel, así como la de Nan´Kareis Inglorien. Detestaba no comprender por qué necesitaban a todos. ¿No eran suficientes sus reliquias para terminar con la maldición? ¿Iba a cambiar algo la presencia de alguno allí? Pero no se engañaba. No podía. Las palabras de la humana, su manera de comportarse, habían terminado por hacer calar en él la frialdad previa a cuanto había ocurrido en aquel bosque, en Lunargenta, incluso en esa misma región. Sí, podía entenderla. Podía comprender esa necesidad de buscar unas raíces QUE ÉL MISMO YA LE HABÍA MOSTRADO. Respiró. No podía soportar ser cuestionado cuando le asistía la razón. Le había mostrado el sol indicándole que era de día, y ella se afanaba en meter la cabeza en una madriguera para insistir en que era de noche. No podía hacer más de lo que ya había hecho. Era ella quien debía continuar sola. Se sintiese o no atraída por él, Nou estaba cansado de bregar con la misión, con las rencillas de sus compañeros entre sí y con él, con los peligros del día a día, como para detenerse a realizarse un paréntesis sentimental. Creía haber dejado clara su postura días atrás. Existían puntos oscuros, mas no otros. Tomase la decisión que tomase, dilucidó, tendría para el espadachín sus ventajas. O eso pensaba, cuando una voz oscura rio quedo en su interior, mofándose de sí mismo.
Sólo cuando todos despertaron, informó de que iría a examinar la zona circundante, de la que sólo había descubierto la senda que le había llevado al río. Dejando el desayuno hecho a fin de que se entretuvieran con él y le dejasen solo, fue explorando con calma bosques y caminos, rocas y recodos, arroyos y rastros, siempre con la orientación enfocada en la mansión que había visto desde la altura de las montañas. Si los dioses tenían a bien darles alguna alegría, sería la morada de Guenros. De lo contrario, no sabía qué haría.
Hay ocasiones en las que las cosas terminan siendo como deben, y esa fue una de ellas. Los indicios resultaban evidentes. Por lo que habían escuchado en la aldea, ninguna otra casa se comparaba a la del aristócrata seguidor de los vampiros, y la riqueza y monumentalidad de la edificación parecían sentenciarlo. Revisó cuanto pudo de los alrededores, extrañado de la falta de guardias en el exterior, antes de volver con su variopinto grupo. Una reunión enteramente élfica, a falta de una Iori por la que el espadachín no preguntó.
-Sería más prudente esperar a la noche -expresó Tarek con toda lógica- pero supongo que nos quedamos sin tiempo. -Nou mostró sus propias teorías surgidas en el camino de retorno.
-La falta de vigilancia resulta extraña- admitió- O no temen un ataque, o se limitan a vigilar el interior.
-Lo que no comprendo... cuando nos hablaron de los mercenarios, los rebeldes y el señor del castillo, siempre parecían actores separados, sin conexión. En cambio, ahora los mercenarios parecen proteger a Lord Guenros...- el elfo de mayor edad comprendió que el hijo de Eithelen no había captado una visión de conjunto. Todo giraba en torno a los Faeren.
-Más bien, diría que Nemonet ha intentado cazarnos. Dudo que esperase llegar hasta aquí- y de veras lo pensaba. Sin duda, tanto él como Guenros tenían sus propias misiones y no interferían en los asuntos del otro. Aliados compartimentados de los nocturnos.
- ¿No piensas entonces que puedan haberse aliado?- le preguntó directamente.
-Todo es posible- contestó el espadachín por mera cortesía- pero no lo creo. No al menos hasta hoy- se guardó sus últimos pensamientos. Si ambos colaboraban, las cosas se pondrían aún peor para ellos. Alzó la vista cuando Aylizz los dejó solos, a fin de buscar a Iori. Esperaba que lo hiciese pronto. Nada les ofrecía seguridad allí.
- ¿Tienes alguna idea de cómo entrar? -volvió al tema principal Tarek, cuando Nou aún continuaba pensando en otros asuntos. Rápidamente, recondujo sus pensamientos en la dirección adecuada. No tardó en dar con una idea plausible.
- ¿Recuerdas que nos hablaron de que atacaban caravanas que iban a la casa...?
- ¿Los rebeldes? ¿O los extraños monjes que atacaron a Nimbeorth?
-Los rebeldes- repitió él. Había olvidado al elfo fugitivo durante unas horas, más problemas a los que ya tenían. San Taril debía arreglárselas sin ellos- Si nos hacemos con una caravana, quizá podríamos entrar. Una cosa es no ver guardias fuera, pero me parece imposible que no lo haya dentro. Fácil- suspiró, completamente seguro- no va a ser.
- A mí me preocupa más una posible alianza... – continuó el elfo más joven, en sus trece- Los mercenarios ya nos han visto la cara y saben cuántos somos... y por desgracia algunos no pasamos tan desapercibidos como otros -explicó señalando tanto su cabello como su tatuaje- Pero es un buen plan. Al menos el único coherente.
Aún no se había vuelto a habituar a ser tratado con cierta corrección por parte de su compañero, y se permitió unos segundos antes de responder. Tal vez por ello, calmaba su habitual dureza a la hora de negar asuntos en los que estaba seguro.
-Cierto. Si hablan antes de que entremos, no habrá manera de hacerlo. Tiene que ser hoy -asintió, pensando en todos y cada uno de quienes lo acompañaban. Masculló unos insultos a la nada, debidos a la falta de información, de planificación y de fuerzas contra lo que estaba por venir.
- Recemos pues para encontrar una caravana y que los rebeldes no tengan la magnífica idea de asaltarla antes de que llegue aquí- sugirió su congénere. Aquello sí hizo que Nousis no pudiese evitar una sonrisa de total incredulidad. Por lo que había comprobado, esos humanos resultaban lamentables, pero el regreso de ambas mujeres, centrado en la expresión de la humana, asesinó su expresión, volviendo a una seriedad manifiesta. Esperó a que fuese Tarek quien hablase de cuanto habían comentado.
- Bien, tenemos cómo entrar. ¿Qué haremos cuando estemos dentro? Independientemente de que haya guardias o no, deberíamos tener un plan sobre qué hacer. ¿Atacar a Genros? ¿Intentar de nuevo la táctica de la distracción y robar la gema sin que nos pillen?
Con un tono monótono, el Indirel tomó la palabra, buscando detallar en la medida de lo posible.
-No tenemos planos, y poca información. Habrá que colarse como podamos, evitando una matanza a ser posible. Nuestra matanza – apuntó.
- Es cierto. Pero cuando incendiamos la taberna, ni siquiera habíamos pensado si debíamos volver a reunirnos en un punto. Si huir juntos o separados... y nos cogieron por sorpresa. Creo que al menos deberíamos decidir si, llegado el caso, vamos a permanecer juntos o cada uno va a luchar por su propia vida.
—Coincido con Tarek, lo de la taberna fue un desastre. Y dadas las circunstancias... Separarse dado el caso podría terminar de perdernos. Si es necesario hacerlo, deberíamos volver aquí y encontrarnos.
El espadachín comprendió nítidamente que estaban recordando su plan tratando de quitarles de encima a los mercenarios. Suspiró. Si fuesen capaces de seguir órdenes todo sería mucho más sencillo. Los acuerdos llevaban tiempo, y solían ser ineficaces, sobre todo en ocasiones como aquella. Claro que tampoco existía confianza, los motivos eran dispares, y las habilidades no se complementaban. Un grupo estupendo.
-¿Y dentro de la casa?- preguntó Nou a ambos. Estaba convencido que si lograban entrar, no habría forma de reunirse fuera si era separados por algún motivo.
- Yo cubriré vuestra espalda hasta la muerte, si vosotros cubrís la mía. A menos que liberar a los espíritus de la isla sea más importante que nuestra vida. En ese caso, el portador deberá ser el sujeto más importante. Pero lo cierto es que aprecio más mi vida que su libertad... no sé vosotros- No esperaba menos de Tarek, y tragó una sonrisa. Había visto que podía cuidarse solo, si no se dejaba llevar por los sentimientos de odio. Era diestro, competente.
—Desconocemos cómo es el interior, sólo lo que se aprecia a simple vista, que no es poco. Si tan importante es esa gema, no estará lejos de él. Podría incluso llevarla encima.— la visión de Aylizz resultó lógica y concisa —Y por supuesto que nuestra vida no vale menos que cualquier gema. ¿No es una llave? ¿Cuándo nos ha hecho falta una para entrar en cualquier parte?
-Tiene sentido que esté cerca de él- corroboró Nou- Será mejor no separarnos. Y si no nos es posible hacernos con ella, escapar juntos.
- Que así sea- remachó el Inglorien. Tras el fracaso ante Nemonet, las cosas podrían volver a enderezarse si tenían éxito ésta vez. Contempló a los tres apenas un segundo.
Era hora de ponerse en marcha.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 417
Nivel de PJ : : 4
Re: La sangre del sueño
Perdió la noción del tiempo que había dormido, pero no le pareció mucho ni suficiente cuando notó a Nousis levantarse. Aún era escasa la claridad que se sentía a ojos cerrados, el silencio continuaba envolviendo el bosque y al comprobar que el elfo, lejos de despertar al resto, se alejó sin generar el menor alboroto, optó por envolverse en la capa que hacía ahora de manta y remolonear un poco más. Volteó el cuerpo, tratando de acomodarse hacia el otro lado del tronco, complicándose la tarea ahora que el reforzado costado del elfo no hacía de apoyo. Despierta, aunque negándose a admitirlo, se mantuvo con los ojos cerrados un rato más, arañando el escaso tiempo de descanso que restaba.
Terminó por levantarse cuando el rumor de la voz de Tarek llegó a sus oídos, acompañado del ligero sonido de agua corriente, procedente de algún tramo fluvial a varios metros de ella. Fue ligeramente reconfortante comprobar que al menos uno de los que la noche anterior les había mandado al cuerno había decidido mantenerse en el grupo, no obstante, la ausencia de Iori la mantenía intranquila. Quería pensar que, al igual que el elfo, habría pasado la noche a solas con sus pensamientos y de un momento a otro aparecería para templar las cosas o, incluso, como si nada hubiera pasado.
—Mírate, pero si estás entero, parece que finalmente Iori ha decidido no matarte mientras dormías.— saludó a Tarek con gracia al encontrarlo junto al río, al tiempo que se cruzaba con Nousis, ausentandose tras preparar el desayuno. —¿Deberíamos seguirlo?— añadió, con el mismo humor.
—Podrá arreglárselas solo...— contestó con seriedad, lejos de mostrarse dispuesto a igualar el tono jocoso de la elfa. —¿Alguna idea de lo que tiene planeado?
—Ninguna— afirmó con total normalidad, sin acritud, mientras hundía sus manos en el agua para frotarse la cara y terminar de despejarse —Como habrás podido advertir, la comunicación no es su fuerte.
—No hace falta que lo jures. A veces creo que se reserva información para hacerse el interesante.
No pudo contener una risa ante el inesperado comentario que, por otra parte, podía en algún momento no alejarse de todo de la realidad. Tras reponerse del ligero atragantamiento, encontró en aquellas palabras una excusa para sacar a relucir sin más miramientos lo acontecido la pasada velada.
—¿Por eso lo haces tú?
—Es algo personal, que no incumbe a nadie más que a mí mismo. Pero si tienes tanto interés, puedo decirte lo que significa.
Los verdes ojos del elfo se clavaron en ella durante unos serios y largos segundos, antes de desviar la mirada. ¿De verdad se lo contaría, así, sin más? ¿Después del estallido de la noche anterior? No iba a negarse si él se prestaba.
—A esa no tengo por qué contarle nada.— puntualizó antes de explicar los detalles —Si llevo esta marca es por lo que su especie le hizo a mi familia. Es una promesa, una que no debo olvidar nunca.
Aylizz lo miró pensativa un momento, antes de responder. Observó con mayor detalle el tatuaje en el rostro del joven que, había podido comprobar, se extendía a lo largo del torso, ahora cubierto. Si bien la hoguera había propiciado la iluminación necesaria para advertirlo en la oscuridad, el altercado con la humana había hecho imposible que prestara atención a su desnudez y mucho menos a la lectura de las inscripciones que recorrían su piel.
—Una promesa, ¿eh? Mentiría si dijera, más después de lo de anoche, que no tengo curiosidad. Es un dialecto obsoleto, nunca lo había visto hasta que ella me enseñó el an...— cortó sus palabras un instante, mejor no continuar por ese camino. Algo la llevaba a pensar que el muchacho podría no recibir de la mejor forma la noticia de que, para ella, la existencia de la sortija no era ninguna novedad —No importa.
—Es un dialecto local, del clan en el que me crié. Sólo unos pocos lo hablaban cuando era niño, ahora apenas quedamos un par de personas… Y cuando nosotros perezcamos, desaparecerá para siempre.
Un sentimiento compasivo afloró en ella cuando, tras escuchar su explicación, sacó el anillo y lo bailó entre sus dedos, mientras en la mirada de Tarek se reflejaban pensamientos que para ella resultaban imposibles de descifrar. Aun así, ahora podía comprender el natural desprecio hacia Iori y su desmedida oposición y negación a todo cuanto habían descubierto sobre ellos dos. Pensó en la humana y la primera vez que acudió a ella en busca de respuestas sobre la joya. Desde un punto de vista ajeno al problema, resultaba frustrante ver cómo a pesar de tener intereses afines, de buscar ambos la información que completara los vacíos de sus recuerdos, de sus vidas, no fueran capaces de alcanzar un punto de entendimiento, siquiera un objetivo común por el que pudiera merecer la pena apartar sus enfrentamientos. No obstante, ¿quién podría hacerlo en su situación? Aunque Iori no tuviera nada que ver con lo ocurrido, aunque el anillo hubiera acabado en sus manos por capricho divino o porque por alguna razón estuviera ligado a ella, la humana era la única figura en la que el elfo podía enfocar su odio, su ira, su resentimiento y así ¿cómo puede llegar nadie a entenderse?
Ver aparecer de nuevo a Nousis de entre los árboles apartó cualquier intención de continuar con aquella conversación de la cabeza de ambos, aguardando la llegada del espadachín que, sin más preámbulos, no tardó un momento en exponer las conclusiones a las que había llegado tras un primer reconocimiento de la zona. Con la escasa información que disponían del interior de la vivienda o de quienes se encontraban en ella, los tres divagaron entre las opciones que, a ciegas, proponían para llevar a cabo la incursión. Finalmente, lo harían. No sabían cómo, pero el allanamiento parecía ser necesario, aun sin saber a ciencia cierta la veracidad de todo lo que unos y otros les habían hecho saber acerca de los Faeren y lo que les rodeaba. En aquel punto, si la decisión estaba tomada, optó por ponerse en pie y mientras los varones discutían los detalles, se dirigió hacia la frondosidad por la que la noche anterior se había escabullido la humana, esperando encontrarla no demasiado lejos.
La encontró sentada sobre la segunda rama de un roble, a unos tres metros sobre el suelo, recostada contra el tronco, aunque despierta, balanceando una pierna que dejaba colgar. No era difícil intuir su enfado, la tensión que desprendía su figura era claramente apreciable. La elfa se situó bajo la rama, precavida, discurriendo la mejor forma de iniciar el acercamiento.
—Has… ¿Dormido algo?
—La verdad es que no.— afirmó la humana, girando la cabeza hacia ella, atendiendo a la llamada de atención, suavizándose su expresión al dar con la elfa. La humana chasqueó la lengua, dejando que el cabreo tiñese su voz. —Estuve pensando toda la noche en cómo acercarme para estrangular a Tarek y arrancarle la piel a tiras. También pensé en hacer sufrir a Nousis, ese asqueroso elfo vendido.
Fijándose en la enrabietada mirada de la joven, por un momento dudó si las intenciones referidas hacia el ojosverdes estaban firmemente contempladas y de verdad trataba de llevarlas a cabo o si aquellas palabras eran nacidas del odio y una forma de dejarlo salir para temblar su humor. Sin embargo, fue la amenaza dirigida al Indirel lo que causó en ella mayor desconcierto.
—¿A Nousis?— repitió extrañada, al tiempo que trepaba hasta la rama y se abría hueco junto a ella —¿Por qué? ¿Por no dejar que lo mataras?
—Por su indiferencia, por su falta de liderazgo, por su pasividad. Mçiranos, somos el grupo más disfuncional del mundo. ¿Qué ha hecho para suavizarlo? Nos ha metido a todos en esto y me ha agotado más el ambiente de tensión que los días de camino. Pero, por encima de su falta de gestión sobre este infierno...— la morena se tomó un momento para respirar tras haber comenzado a alzar la voz —Por encima de todo eso siento que me ha dado la espalda. Vine hasta aquí sin dudar porque él me necesitaba. Nos necesitaba. Ayer fui yo la que lo necesitaba. Y no estuvo ahí.— expuso, terminando por agachar la cabeza con gesto de derrota.
La elfa no respondió inmediatamente, si pensaba hacerlo debería escoger adecuadamente sus palabras. De repente, aquel grupo de cuatro parecía haberse dividido en dos bandos con un único objetivo en común entre tantos otros dispares y todo lo que pasaba por su cabeza como una posible respuesta era susceptible de interpretarse como un posicionamiento a favor de unos frente a otros. Antes de decidirse a contestar, sacó de entre la capa una pequeña tela dispuesta a modo de paquete en el que había envuelto algo de desayuno antes de partir en su busca. La comida resultaba ser un elemento disuasorio en las disputas y con el alboroto nocturno, no recordaba cuándo había visto a la humana alimentarse por última vez.
—¿Indiferencia y pasividad? Si, absoluta. Aunque eso no es algo que debiera sorprenderte. ¿Falta de liderazgo?— suspiró, en aquel punto no podía dar la razón a la joven, aunque algo la hacía pensar que, en el fondo, ella tampoco consideraba cierta aquella afirmación. —Es un soldado. O lo fue. Creo...— dudó un segundo, frotándose la sien como queriendo recordar los detalles que conocía de la vida del elfo, teniendo muy presente la última conversación que habían mantenido —En cualquier caso, es el único con preparación para estos menesteres. Aunque… La comunicación sí es un rasgo de un buen líder… Y bueno, puedo entender cómo te sientes. Yo tampoco sé qué tiene que ver algo de esto conmigo.
—¡Exacto! Lo has hecho por él, por fidelidad, por lo que hemos compartido. Es lo mismo que me ha movido a mí. Pero ya no más, no pienso seguir a cambio de nada en esta estúpida empresa.
—Lo que habéis compartido.— destacó de entre sus palabras. Tenía que hacerlo, ¿verdad? Morderse la lengua y obviar el comentario no era una opción para ella. Se arrepintió de mencionar el tema en el momento en que se escuchó a ella misma pronunciando aquella frase, no obstante, la mirada que los ojos azules de la chica le lanzaron no dejaron opción a salir por otros derroteros. —La verdad, sí esperaba haberlo visto más… ¿Interesado? No sé, después de tal descubrimiento… Iori, la mestiza.— apuntó, gesticulando con las manos, como si dibujara un titular en el aire —Eso debería solucionar algunas cosas...— añadió, encogiéndose de hombros. No hubo mayor respuesta que un pesado suspiro. —Y entonces, ¿qué piensas hacer?
—Me voy, no tengo motivo para seguir. He perdido la fe en él y esto no tiene nada que ver conmigo. Lo único que ansío ahora es tirarle de la lengua a ese dichoso ojosverdes y sé que preferiría morirse antes que decirme lo que significa su tatuaje.— la firmeza con la que se declaró lejos de seguir junto a ellos se disipó al guardar silencio un instante, dirigiendo ahora una dubitativa mirada a la elfa. —Verás... En el último encuentro con Nousis, en Lunargenta, una pareja de humanos se acercó a mí. Me confundieron con una mujer llamada Ayla, a la que según ellos me parecía mucho. Pero las fechas no coincidían, ella debería de ser mayor que yo. La pista de su existencia me llevó a una aldea abandonada cerca de Ulmer, y ¿adivina? Allí, entre las ruinas, me encontré con Tarek por segunda vez. No tengo ni idea de qué estaba haciendo él allí. ¿Recuerdas el anillo? No tengo ni idea de lo que pone, pero tengo el dibujo de la escritura grabado a fuego en mi cabeza. En la pared de una de las casas encontré una inscripción que compartía caracteres con el anillo. Él la leyó y sé que entendió lo que ponía, pero jamás me lo dijo. Una de esas palabras que estaban allí inscritas es exactamente igual que una de las que forman su tatuaje. La que tiene a la altura del corazón. Perdí los papeles. Sé que él sabe, pero me lo oculta. Y puede que sea la única pista para saber algo sobre quienes eran mis padres.
Las dos guardaron silencio tras aquellas explicaciones. Nada como atender a las dos partes para entender no sólo el disgusto mutuo, sino las pocas -por no decir nulas- posibilidades de que ambos llegasen siquiera a tolerarse. Resopló. La opción más sensata en aquel punto pasaba claramente por no involucrarse en aquello, dejar de hablar, desearla suerte y esperar que la razón volviese a ella antes de dejarse llevar por la ira y abandonarlos. Pero, por supuesto, la elfa no podía dedicarse a la opción más sensata.
—Es un dialecto antiguo que su clan se apropió y está casi obsoleto, abogado a desaparecer si no siguen transmitiendolo— explicó pensativa, tratando de seleccionar la información proporcionada por Tarek que, bajo su punto de vista, no desvelaba tanto como para considerar que lo estaba traicionando.
—¿Has hablado con él?— los ojos de Iori se abrieron ahora de forma desorbitada.
—Él mismo se ofreció a contármelo.— contestó, tras asentir con la cabeza.
—¡¿En serio?! Será desgraciado… Dios. Odia a los humanos como Nousis odia a los brujos. Y yo los odio a ambos. Círculo cerrado.
La elfa tuvo que esforzarse por no reírse ante la desesperación de la humana. Lejos de mostrarse insensible ante su drama, ver cómo sus pensamientos corrían por su cabeza como la pólvora, conectando unas ideas con otras de manera que parecía incluso aleatoria, dotaba de cierta ternura divertida la encrucijada en la que se encontraba. No obstante, perdió la gracia cuando fue Iori la que rió entre dientes, de forma ligeramente inquietante, antes de volver a clavar su anhelante mirada en la elfa.
—Ayl, ¿me ayudarías?
Y así, en un parpadeo, se vio de lleno ante una decisión cuyo desenlace podría ser, sin caer en el pesimismo, malo o muy malo. No, no podía pedirle aquello, era un tema demasiado delicado y con implicaciones demasiado profundas que ni tenían que ver con ella ni estaba segura de alcanzar a comprender. Al menos no como ellos lo harían.
—La verdad es que... No sé hasta qué punto podría hacerlo. Esto es algo que parece duro también para él…
La alegría inicial se desdibujó del rostro de Iori, que cambió a una expresión más concentrada. La elfa, en silencio y pensativa, aguardaba para recibir las recriminaciones que cabía esperarse de la humana al recibir su negativa. Sin embargo, antes de obtener respuesta alguna, decidió hacer un añadido. Al fin y al cabo, Tarek se había ofrecido a compartir con ella su historia, no había maldad ninguna en escuchar lo que de manera voluntaria quisiera contarla. La crítica la encontraría en saber determinar hasta qué punto podría o de qué manera sería conveniente compartir esa información con Iori.
—Contigo jamás lo compartirá, pero... Puede que con alguien más afín...— valoró para sí, como un pensamiento en voz alta. —Qué te parece esto. Trataré de averiguar lo que pueda y si doy con algo que pueda ser importante que sepas, mediaré por ti.
Consciente de que acababa de firmar su intromisión, se consoló pensando en que aquello podría ser el mal menor. Sin que entre ellos hubiera nada en contra, no conocía a Tarek más allá del explosivo carácter que había mostrado durante el viaje y desde el primer momento que se cruzaron, mas había tenido fugaces ocasiones de intimidad y cercanía en las que se había dejado ver una actitud más relajada, incluso accesible a un acercamiento más allá del trato cortés que hasta el momento se habían visto obligados a mantener, dadas las circunstancias.
—Hecho. Te seguiré a ti Ayl.— aseguró entonces la humana, de forma solemne, como si aquella no fuera su mejor opción, sin embargo, si la única a la que podía aferrarse. Al menos por el momento.
La elfa esbozó una sonrisa complaciente y con ligeros tintes de compasión. En aquel punto dudó sobre sus propias intenciones, no sabiendo determinar si se había comprometido a ayudarla por desear el bienestar de la joven o por sentirse incapaz de aceptar su marcha. Comprendía, de verdad que lo hacía, su imperiosa necesidad por encontrar respuestas y también sabía que podría cuidarse sola. Incluso podía considerar que alejarse de ellos en aquel momento era más seguro que continuar con sus planes. Sin embargo, a pesar de su negativa en tener algo que ver con los sucesos en la isla, se sentía obligada a conseguir que permaneciera a su lado para poder terminar con la maldición que, por otro lado y de ser cierta, la perseguiría. A todos.
Antes de bajar del árbol, se aventuró a lo que sabía que sería la forma más rastrera de mantenerla junto a ella. Sin darle más vueltas y sin dejar de despreciarse a sí misma por aquello, tomó el rostro de la joven y besó sus labios con ternura.
—Sólo hazme el favor de no desaparecer de nuevo.
Aylizz Wendell
Moderador/a
Moderador/a
Cantidad de envíos : : 585
Nivel de PJ : : 2
Re: La sangre del sueño
Clavó los ojos en la figura de Ayl mientras recordaba la sensación de su boca presionando en sus labios. Avanzaban en silencio, y Iori desde luego no tenía ninguna intención de hablar con ninguno de sus compañeros. Excepto con ella. Tras la conversación que habían tenido en lo alto del árbol, el único motivo que hacía que siguiese adelante era la fe que sentía en la esbelta figura de cabellera rubia que tenía justo al frente.
El elfo de pelo oscuro no tenía un hilo de sentimientos claros como otra veces. Hasta el momento la humana era capaz de definir con cierta precisión lo que Nousis suponía para ella. Atracción, misterio, admiración, deseo... todo eso había volado con la misma rapidez con la que él la encerró entre sus brazos la otra noche. Ahora restaba una mezcla entre desengaño y resentimiento.
Paseó la vista por el paisaje que tenía delante centrándose en el camino, y percibió por el rabillo del ojo a Tarek. Su pelo refulgía bajo cualquier luz, lo único claro y bonito que había en él. La rivalidad que hasta entonces había sido casi anecdótica para Iori, se había convertido tras la pasada noche en una promesa de venganza y dolor en la furia de la humana. Pasadas las horas más oscuras del día se sentía algo más inclinada a reducir el nivel de violencia hacia él. Pero de poder le arrancaría de su piel aquellas palabras que se negaba a traducirle. Él podía quedarse con el significado. Ella se quedaría con su pellejo a cambio.
Apretó los dientes y cerró con fuerza las manos, buscando distraerse de los pensamientos sangrientos que bailaban en su cabeza para apretar el paso. Terminaron llegando a la edificación que era su destino, y continuaron según el plan en el que ella no participó. Prefería no abrir los labios ya que sentía que los comentarios que pujaban por salir eran muerte y destrucción para los machos del grupo. Procedieron según lo establecido y con una facilidad que la sorprendió incluso a ella, la estratagema funcionó.
Fueron guiados al interior de unas dependencias en donde les indicaron que deberían de quedarse. Por lo menos tendrían un lugar en el que descansar. Observó la cama con sorpresa entre todas las que había en la habitación a la que llegaron, y sin hacerle muchos remilgos a la falta de limpieza que se intuía en la ropa de cama, la humana se estiró sobre ella cuán larga era. Ya tendría tiempo de disfrutar de unas sábanas perfumadas y secadas al sol de Verisar cuando terminase aquella misión. Por el momento se contentaba con poder descansar en algo más blando que el suelo los huesos.
Y llenar el estómago con algo de comida caliente en un plato. El pobre muchachito sin lengua se llevó el jabón que le regaló, y Iori solo esperaba que no le clavase el diente a escondidas en otro lugar. Esperaba que por aquellos lares supiesen un mínimo sobre higiene. Al menos como para identificar una pastilla de jabón.
No era el mejor plato que había probado pero por lo menos le sirvió para calmar su estómago vacío desde hacía horas. Sus compañeros no parecían dispuesto a imitarla y sin embargo en la mente de Iori, no existía ni la más mínima sospecha para desconfiar sobre aquella comida. Un error más para añadir a la larga lista de fallos de Iori. Justo debajo de la línea que ponía Nousis Indirel.
El elfo de pelo oscuro no tenía un hilo de sentimientos claros como otra veces. Hasta el momento la humana era capaz de definir con cierta precisión lo que Nousis suponía para ella. Atracción, misterio, admiración, deseo... todo eso había volado con la misma rapidez con la que él la encerró entre sus brazos la otra noche. Ahora restaba una mezcla entre desengaño y resentimiento.
Paseó la vista por el paisaje que tenía delante centrándose en el camino, y percibió por el rabillo del ojo a Tarek. Su pelo refulgía bajo cualquier luz, lo único claro y bonito que había en él. La rivalidad que hasta entonces había sido casi anecdótica para Iori, se había convertido tras la pasada noche en una promesa de venganza y dolor en la furia de la humana. Pasadas las horas más oscuras del día se sentía algo más inclinada a reducir el nivel de violencia hacia él. Pero de poder le arrancaría de su piel aquellas palabras que se negaba a traducirle. Él podía quedarse con el significado. Ella se quedaría con su pellejo a cambio.
Apretó los dientes y cerró con fuerza las manos, buscando distraerse de los pensamientos sangrientos que bailaban en su cabeza para apretar el paso. Terminaron llegando a la edificación que era su destino, y continuaron según el plan en el que ella no participó. Prefería no abrir los labios ya que sentía que los comentarios que pujaban por salir eran muerte y destrucción para los machos del grupo. Procedieron según lo establecido y con una facilidad que la sorprendió incluso a ella, la estratagema funcionó.
Fueron guiados al interior de unas dependencias en donde les indicaron que deberían de quedarse. Por lo menos tendrían un lugar en el que descansar. Observó la cama con sorpresa entre todas las que había en la habitación a la que llegaron, y sin hacerle muchos remilgos a la falta de limpieza que se intuía en la ropa de cama, la humana se estiró sobre ella cuán larga era. Ya tendría tiempo de disfrutar de unas sábanas perfumadas y secadas al sol de Verisar cuando terminase aquella misión. Por el momento se contentaba con poder descansar en algo más blando que el suelo los huesos.
Y llenar el estómago con algo de comida caliente en un plato. El pobre muchachito sin lengua se llevó el jabón que le regaló, y Iori solo esperaba que no le clavase el diente a escondidas en otro lugar. Esperaba que por aquellos lares supiesen un mínimo sobre higiene. Al menos como para identificar una pastilla de jabón.
No era el mejor plato que había probado pero por lo menos le sirvió para calmar su estómago vacío desde hacía horas. Sus compañeros no parecían dispuesto a imitarla y sin embargo en la mente de Iori, no existía ni la más mínima sospecha para desconfiar sobre aquella comida. Un error más para añadir a la larga lista de fallos de Iori. Justo debajo de la línea que ponía Nousis Indirel.
Iori Li
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 373
Nivel de PJ : : 3
Re: La sangre del sueño
El tenso ambiente que se había originado tras el iracundo ataque de la humana todavía era palpable aquella mañana en el improvisado campamento. Nousis parecía algo más taciturno que de costumbre y la inagotable alegría de Aylizz semejaba haber perdido parte de su resplandor. Por suerte, pensó Tarek, la humana seguía en paradero desconocido. El joven elfo se había planteado seriamente, mientras observaba amanecer, cómo procedería en caso de encontrase con ella a su llegada al campamento. La mejor alternativa que había encontrado había sido la de ignorarla… a menos que la muy insensata decidiese volver a atentar contra su integridad física. En ese caso la mataría, sin importarle lo que aquella acción pudiese propiciar en sus compañeros. Por ventura, la infeliz criatura había decidido exonerarlos de su desagradable presencia.
La lúgubre marchar de Nousis acabó, de nuevo, en una medianamente animada charla entre el elfo y Aylizz, en la que la elfa no tardó en sacar a coalición la pelea de la noche anterior.
- ¿Por eso lo haces tú? –inquirió, refiriéndose a su negativa a contar a la humana el significado de su tatuaje.
- Es algo personal, que no incumbe a nadie más que a mí mismo. Pero si tanto interés tienes, puedo decirte lo qué significa –respondió de forma sincera, fijando la vista serio en Aylizz. No dudaría en contárselo, si ella se lo pedía, le debía al menos eso a sus muertos- Pero a... esa no tengo porque contarle nada –desvió la mirada con rabia- Si llevo esta marca –añadió, tocando el tatuaje que marcaba su cara- es por lo que su especie le hizo a mi familia. Es una promesa, una que no debo olvidar nunca.
—Una promesa, ¿eh? –fue su queda respuesta. La elfa pareció dudar un instante antes de continuar- Mentiría si dijera, más después de lo de anoche, que no tengo curiosidad. Es un dialecto obsoleto, nunca lo había visto hasta que ella me enseñó el an.... No importa –la premura con la que acabó aquella oración no dejó demasiadas dudas respecto a lo que se refería. El anillo… Tarek sintió su peso sobre la falange. La humana debía habérselo mostrado a cada desgraciado elfo con el que había cruzado su camino… por desgracia para ella, cualquiera que pudiese leerlo, la mataría antes de que pudiese hacer la pregunta que tanto parecía corroerla.
- Es un dialecto local, del clan en el que me crié. Solo unos pocos lo hablaban cuando era niño, ahora apenas quedamos un par de personas... y cuando nosotros perezcamos, desaparecerá para siempre –con cierta reverencia se sacó la sortija del dedo, para mirarlo con una mezcla de nostalgia y acritud.
El lúgubre instante se vio interrumpido por el regreso de Nousis que, sin preámbulos, pasó a exponer la información que había conseguido reunir en su paseo matutino. La situación se presentaba compleja. La casa palaciega no parecía contar con guardas en el exterior, pero la envergadura de sus murallas la convertían en un fuerte casi inexpugnable.
- Sería más prudente esperar a la noche –reflexionó Tarek en voz alta, al tiempo que devolvía el anillo a su dedo- pero supongo que nos quedamos sin tiempo.
- La falta de vigilancia resulta extraña –Nousis, como siempre, parecía pensar más allá de lo perceptible a primera vista- O no temen un ataque, o se limitan a vigilar el interior.
- Lo que no comprendo... –el joven elfo había reflexionado sobre aquello desde el incidente de la taberna- cuando nos hablaron de los mercenarios, los rebeldes y el señor del castillo… siempre parecían actores separados, sin conexión. En cambio ahora, los mercenarios parecen proteger a Lord Guenros...
- Más bien, diría que Nemonet ha intentado cazarnos. Dudo que esperase llegar hasta aquí.
- ¿No piensas entonces que puedan haberse aliado?
- Todo es posible - fue la respuesta del elfo mayor- pero no lo creo. No al menos hasta hoy…-comentó pensativo, al tiempo que observaba como Aylizz desaparecía entre la floresta.
- ¿Tienes alguna idea de cómo entrar? –Tarek decidió seguir indagando sobre sus posibilidades.
- ¿Recuerdas que nos hablaron de que atacaban caravanas que iban a la casa...? –el brillo en los ojos del elfo moreno dejaba claro que había reflexionado antes sobre ello.
- ¿Los rebeldes? ¿O los extraños monjes que atacaron a Nimbeorth?
- Los rebeldes -indicó Nousis con énfasis, como si sus intenciones tuviesen que estar claras para su interlocutor- Si nos hacemos con una caravana, quizá podríamos entrar. Una cosa es no ver guardias fuera, pero me parece imposible que no lo haya dentro. Fácil -suspiró- no va a ser.
- A mí me preocupa más una posible alianza... Los mercenarios ya nos han visto la cara y saben cuántos somos... y por desgracia algunos no pasamos tan desapercibidos como otros –añadió señalándose a si mismo- Pero es un buen plan. Al menos el único coherente.
- Cierto. –respondió el otro elfo pensativo- Si hablan antes de que entremos, no habrá manera de hacerlo. Tiene que ser hoy –la irritación era patente en su voz y los mascullados insultos que siguieron a aquella sentencia dejaron claro su parecer respecto a la celeridad con la que debía cumplirse el plan.
- Recemos pues para encontrar una caravana y que los rebeldes no tengan la magnífica idea de asaltarla antes de que llegue aquí –aunque aquello era tan poco factible como que Gernos entregase la joya sin oponer resistencia. Si aquellos rebeldes eran la única fuerza contra los hijos de la noche, no era de extrañar que los vampiros asolasen aquellas tierras.
Pensamiento que Nousis parecía compartir, vista la mirada irónica que le dirigió tras escuchar sus palabras.
Un sonido frente a ellos los hizo ponerse alerta, pero la calmada voz de Aylizz se dejó escuchar momentos después entre la vegetación. Regresaba en compañía de la humana, que les dirigió a ambos una mirada de absoluto odio en cuanto pisó el claro en el que se encontraban. Al parecer Nousis se había ganado su desprecio tanto como él por su actuación la noche anterior. Mejor, así tal vez sufriese menos si ella sufría un inesperado “accidente” en su periplo de regreso a la isla.
- Bien, tenemos cómo entrar. ¿Qué haremos cuando estemos dentro? Independientemente de que haya guardias o no, deberíamos tener un plan sobre qué hacer. ¿Atacar a Genros? ¿Intentar de nuevo la táctica de la distracción y robar la gema sin que nos pillen?
- No tenemos planos, y poca información. Habrá que colarse como podamos, evitando una matanza a ser posible. Nuestra matanza –añadió Nousis en el último instante. Mansión humana y matanza no sonaba tan mal a oídos de Tarek en aquel momento.
- Es cierto. Pero cuando incendiamos la taberna, ni siquiera habíamos pensado si debíamos volver a reunirnos en un punto. Si huir juntos o separados... y nos cogieron por sorpresa. Creo que al menos deberíamos decidir si, llegado el caso, vamos a permanecer juntos o cada uno va a luchar por su propia vida.
- Coincido con Tarek, lo de la taberna fue un desastre. Y dadas las circunstancias... separarse dado el caso podría terminar de perdernos. Si es necesario hacerlo, deberíamos volver aquí y encontrarnos –Aylizz parecía tan deseosa como él de poder aferrarse a algún tipo de plan, por muy suicida que fuese.
- ¿Y dentro de la casa? -inquirió Nousis a ambos.
- Yo cubriré vuestra espalda hasta la muerte, si vosotros cubrís la mía. A menos que liberar a los espíritus de la isla sea más importante que nuestra vida… en ese caso, el portador deberá ser el sujeto más importante –guardó un segundo de silencio- Pero lo cierto es que aprecio más mi vida que su libertad... no sé vosotros. -al fin y al cabo, sus supuestos antepasados ya estaban muertos… ¿Qué era lo peor que podía pasarles?
- Desconocemos cómo es el interior, sólo lo que se aprecia a simple vista, que no es poco. Si tan importante es esa gema, no estará lejos de él. Podría incluso llevarla encima. — Aylizz meditó un segundo tras el comentario de Tarek —Y por supuesto que nuestra vida no vale menos que cualquier gema. ¿No es una llave? ¿Cuándo nos ha hecho falta una para entrar en cualquier parte?
- Tiene sentido que esté cerca de él. Será mejor no separarnos. Y si no nos es posible hacernos con ella, escapar juntos.
- Que así sea
El plan sin duda hacía aguas por todas partes, pero dada su situación y las alternativas, no tenían más opciones que intentarlo. Pero primero debían abordar un carruaje. El plan acordado era sencillo, pero aparentemente eficaz. Aylizz y la necia humana pedirían ayuda al primer carruaje que se cruzase en su camino, simulando un percance. Mientras, Tarek y Nousis abordarían el vehículo por detrás, para placar a sus ocupantes. Simple y probablemente con más fallos de los que podrían asumir si la cosa salía mal.
El sol marcaba el mediodía cuando alcanzaron un punto adecuado para esperar, alejado de la colosal casa y lo suficientemente oculto para no ser vistos, pero accesible para que la elfa y la humana pudiesen ejecutar su actuación. A pesar de ello, tuvieron que esperar varias horas en la linde del bosque, agazapados y ocultos de la vista de mercenarios y viandantes, hasta que en la lejanía se dibujó el perfil de un carruaje. Una caravana sencilla, formada por un vehículo principal y una pequeña carreta de mercancías.
“Es el momento”. El susurro de Nousis puso en marcha todo el plan. Aylizz arrastró a una desfallecida humana hasta el camino, pidiendo ayuda de forma lastimera y aludiendo a un incidente del todo improbable. Los ocupantes del primer carro, perplejos ante la escena, tardaron pocos segundos en salir a su encuentro, al tiempo que los ocupantes de la segunda carreta frenaban en seco e intentaban discernir qué había parado la marcha.
El abordaje al carro de mercancías fue tan sencillo que Tarek apenas se lo podía creer y no pudo evitar dirigir la vista al camino tras ellos, esperando la llegada de una comitiva mayor que los emboscaría de un momento a otro. Pero nada más surgió en el horizonte. Apenas habían terminado de inmovilizar y amordazar a los mercaderes, cuando escucharon alaridos provenientes de la carreta principal. Aylizz y la humana debían haber dado cuenta del resto de mercaderes. El plan había funcionado… más les valía marcharse y no tentar la suerte en medio de un camino aparentemente concurrido.
- ¿Qué hacemos con los humanos? – preguntó Nousis. Tarek no tuvo duda, la mejor opción era matarlos y así lo expresó.
- Yo no pienso perder el tiempo –fue la seca respuesta de Aylizz- Haz lo que quieras, pero yo no voy a colaborar en matarlos –para reforzar su afirmación se subió al primer carro, tomando las riendas.
- Su ropa es muy similar a la de los aldeanos con los que nos topamos. Y ha sido absurdamente fácil tomarla. Ni resistencia, ni nada parecido- Nousis parecía pensativo- Ésta gente... –la duda era patente en su voz y la compasión visible en su cara.
- Es igual a que la que había en la taberna... y ahí no tuvisteis tantos remilgos en quemarlos vivos.
- Allí había opción a terminar con casi todos los enemigos. Estos no son una amenaza. Yo no mato inocentes –el joven elfo alzó las cejas perplejo ante el comentario de Nousis, que procedió a tomar las riendas del segundo carro.
- Una aprende de sus errores –“si ambos necesitan mentirse para vivir tranquilos, que así sea” pensó Tarek, al tiempo que dirigía hacia los cautivos.
- Deberíais agradecer a vuestros dioses su clemencia... –añadió mirándolos con cierto asco, mientras les retiraba algunas prendas. Debían pasar desapercibidos, aunque vestirse con ropa portada por humanos fuese lo más bajo que le había tocado hacer nunca- Como mi camino vuelva a cruzarse con el vuestro, no tendréis tanta suerte.
Repartidos entre los dos carruajes y una vez revisadas las mercancías a bordo, partieron rumbo a la casa de Gernos. La marcha fue breve, puesto que el abordaje se había producido a pocos quilómetros de la fortaleza, pero la magnitud de la edificación se hizo nuevamente patente apenas la vislumbraron en la distancia. Sus colosales puertas se encontraban apenas a unos metros cuando Tarek preguntó con cierta sorna. - ¿Llamamos?
Pero fue innecesario, un grito se alzó desde el interior de la fortaleza y las grandes puertas comenzaron a entornarse, empujadas por dos guardias cada una. Al parecer, esperaban a los mercaderes. Un amplio claustro les dio la bienvenida, precedido de dos torreones y, a ambos lados, dos amplios pasillos techados que daban paso a otras zonas del recinto. Ocho soldados montaban guardia en el patio y no dudaron el acercarse a los carros para dar cuenta de su contenido. A su vez, el que parecía su capitán, se dirigió al carro ocupado por Aylizz y la humana.
- ¿Por qué tanta seguridad ésta vez? –preguntó a la elfa, acariciando la crin de uno de los caballos- Soléis ser menos.
- ¿A caso no estáis al tanto de lo ocurrido en Evópolis? Nos prevenimos –Aylizz sonó casual, como si no hubiese tenido nada que ver con el incidente.
- ¿En Evópolis? ¿Qué? –el capitán frunció el ceño con desconocimiento.
- Un grupo arrasó en llamas la taberna, qué sé yo, eso se cuenta. –Tarek no pudo evitar sonreír internamente, la elfa jugaba al despiste con presteza.
- Nos llegan pocas noticias. Tan sólo las andanzas de la turba de Nem –añadió el capitan riéndose- Serían esos rebeldes, no tardarán en ser eliminados –el desprecio era patente en su voz- Las habitaciones de los que nos traéis los pedidos están en el ala occidental –finalizó, indicando con la mano la dirección correcta, añadiendo que las armas no estaban permitidas en el interior de la edificación.
- Esto está siendo demasiado sencillo –susurró quedamente Tarek al elfo pelinegro, cuya tensa expresión le indicó que pensaba lo mismo que él.
Desarmados, se dirigieron hacia las estancias de servicio, bajando unas estrechas escaleras laterales hasta alcanzar lo que parecía una sala de guardia. Uno de sus ocupantes, pertrechado con una cota de malla y portando una alabarda, parecía vigilar el acceso a la misma. Un segundo individuo parecía rebuscar algo de importancia en uno de los escasos armarios que decoraban la habitación.
- ¡¿Pero cuantos sois?! –la sorpresa era patente en el rostro del primer guardia
- Dos por carreta, ¿qué esperabais? Extramuros están nerviosos. –nuevamente Aylizz enfrentaba la situación con fluidez.
- Cruzad la puerta, vuestras camas están al otro lado.
La lúgubre marchar de Nousis acabó, de nuevo, en una medianamente animada charla entre el elfo y Aylizz, en la que la elfa no tardó en sacar a coalición la pelea de la noche anterior.
- ¿Por eso lo haces tú? –inquirió, refiriéndose a su negativa a contar a la humana el significado de su tatuaje.
- Es algo personal, que no incumbe a nadie más que a mí mismo. Pero si tanto interés tienes, puedo decirte lo qué significa –respondió de forma sincera, fijando la vista serio en Aylizz. No dudaría en contárselo, si ella se lo pedía, le debía al menos eso a sus muertos- Pero a... esa no tengo porque contarle nada –desvió la mirada con rabia- Si llevo esta marca –añadió, tocando el tatuaje que marcaba su cara- es por lo que su especie le hizo a mi familia. Es una promesa, una que no debo olvidar nunca.
—Una promesa, ¿eh? –fue su queda respuesta. La elfa pareció dudar un instante antes de continuar- Mentiría si dijera, más después de lo de anoche, que no tengo curiosidad. Es un dialecto obsoleto, nunca lo había visto hasta que ella me enseñó el an.... No importa –la premura con la que acabó aquella oración no dejó demasiadas dudas respecto a lo que se refería. El anillo… Tarek sintió su peso sobre la falange. La humana debía habérselo mostrado a cada desgraciado elfo con el que había cruzado su camino… por desgracia para ella, cualquiera que pudiese leerlo, la mataría antes de que pudiese hacer la pregunta que tanto parecía corroerla.
- Es un dialecto local, del clan en el que me crié. Solo unos pocos lo hablaban cuando era niño, ahora apenas quedamos un par de personas... y cuando nosotros perezcamos, desaparecerá para siempre –con cierta reverencia se sacó la sortija del dedo, para mirarlo con una mezcla de nostalgia y acritud.
El lúgubre instante se vio interrumpido por el regreso de Nousis que, sin preámbulos, pasó a exponer la información que había conseguido reunir en su paseo matutino. La situación se presentaba compleja. La casa palaciega no parecía contar con guardas en el exterior, pero la envergadura de sus murallas la convertían en un fuerte casi inexpugnable.
- Sería más prudente esperar a la noche –reflexionó Tarek en voz alta, al tiempo que devolvía el anillo a su dedo- pero supongo que nos quedamos sin tiempo.
- La falta de vigilancia resulta extraña –Nousis, como siempre, parecía pensar más allá de lo perceptible a primera vista- O no temen un ataque, o se limitan a vigilar el interior.
- Lo que no comprendo... –el joven elfo había reflexionado sobre aquello desde el incidente de la taberna- cuando nos hablaron de los mercenarios, los rebeldes y el señor del castillo… siempre parecían actores separados, sin conexión. En cambio ahora, los mercenarios parecen proteger a Lord Guenros...
- Más bien, diría que Nemonet ha intentado cazarnos. Dudo que esperase llegar hasta aquí.
- ¿No piensas entonces que puedan haberse aliado?
- Todo es posible - fue la respuesta del elfo mayor- pero no lo creo. No al menos hasta hoy…-comentó pensativo, al tiempo que observaba como Aylizz desaparecía entre la floresta.
- ¿Tienes alguna idea de cómo entrar? –Tarek decidió seguir indagando sobre sus posibilidades.
- ¿Recuerdas que nos hablaron de que atacaban caravanas que iban a la casa...? –el brillo en los ojos del elfo moreno dejaba claro que había reflexionado antes sobre ello.
- ¿Los rebeldes? ¿O los extraños monjes que atacaron a Nimbeorth?
- Los rebeldes -indicó Nousis con énfasis, como si sus intenciones tuviesen que estar claras para su interlocutor- Si nos hacemos con una caravana, quizá podríamos entrar. Una cosa es no ver guardias fuera, pero me parece imposible que no lo haya dentro. Fácil -suspiró- no va a ser.
- A mí me preocupa más una posible alianza... Los mercenarios ya nos han visto la cara y saben cuántos somos... y por desgracia algunos no pasamos tan desapercibidos como otros –añadió señalándose a si mismo- Pero es un buen plan. Al menos el único coherente.
- Cierto. –respondió el otro elfo pensativo- Si hablan antes de que entremos, no habrá manera de hacerlo. Tiene que ser hoy –la irritación era patente en su voz y los mascullados insultos que siguieron a aquella sentencia dejaron claro su parecer respecto a la celeridad con la que debía cumplirse el plan.
- Recemos pues para encontrar una caravana y que los rebeldes no tengan la magnífica idea de asaltarla antes de que llegue aquí –aunque aquello era tan poco factible como que Gernos entregase la joya sin oponer resistencia. Si aquellos rebeldes eran la única fuerza contra los hijos de la noche, no era de extrañar que los vampiros asolasen aquellas tierras.
Pensamiento que Nousis parecía compartir, vista la mirada irónica que le dirigió tras escuchar sus palabras.
Un sonido frente a ellos los hizo ponerse alerta, pero la calmada voz de Aylizz se dejó escuchar momentos después entre la vegetación. Regresaba en compañía de la humana, que les dirigió a ambos una mirada de absoluto odio en cuanto pisó el claro en el que se encontraban. Al parecer Nousis se había ganado su desprecio tanto como él por su actuación la noche anterior. Mejor, así tal vez sufriese menos si ella sufría un inesperado “accidente” en su periplo de regreso a la isla.
- Bien, tenemos cómo entrar. ¿Qué haremos cuando estemos dentro? Independientemente de que haya guardias o no, deberíamos tener un plan sobre qué hacer. ¿Atacar a Genros? ¿Intentar de nuevo la táctica de la distracción y robar la gema sin que nos pillen?
- No tenemos planos, y poca información. Habrá que colarse como podamos, evitando una matanza a ser posible. Nuestra matanza –añadió Nousis en el último instante. Mansión humana y matanza no sonaba tan mal a oídos de Tarek en aquel momento.
- Es cierto. Pero cuando incendiamos la taberna, ni siquiera habíamos pensado si debíamos volver a reunirnos en un punto. Si huir juntos o separados... y nos cogieron por sorpresa. Creo que al menos deberíamos decidir si, llegado el caso, vamos a permanecer juntos o cada uno va a luchar por su propia vida.
- Coincido con Tarek, lo de la taberna fue un desastre. Y dadas las circunstancias... separarse dado el caso podría terminar de perdernos. Si es necesario hacerlo, deberíamos volver aquí y encontrarnos –Aylizz parecía tan deseosa como él de poder aferrarse a algún tipo de plan, por muy suicida que fuese.
- ¿Y dentro de la casa? -inquirió Nousis a ambos.
- Yo cubriré vuestra espalda hasta la muerte, si vosotros cubrís la mía. A menos que liberar a los espíritus de la isla sea más importante que nuestra vida… en ese caso, el portador deberá ser el sujeto más importante –guardó un segundo de silencio- Pero lo cierto es que aprecio más mi vida que su libertad... no sé vosotros. -al fin y al cabo, sus supuestos antepasados ya estaban muertos… ¿Qué era lo peor que podía pasarles?
- Desconocemos cómo es el interior, sólo lo que se aprecia a simple vista, que no es poco. Si tan importante es esa gema, no estará lejos de él. Podría incluso llevarla encima. — Aylizz meditó un segundo tras el comentario de Tarek —Y por supuesto que nuestra vida no vale menos que cualquier gema. ¿No es una llave? ¿Cuándo nos ha hecho falta una para entrar en cualquier parte?
- Tiene sentido que esté cerca de él. Será mejor no separarnos. Y si no nos es posible hacernos con ella, escapar juntos.
- Que así sea
El plan sin duda hacía aguas por todas partes, pero dada su situación y las alternativas, no tenían más opciones que intentarlo. Pero primero debían abordar un carruaje. El plan acordado era sencillo, pero aparentemente eficaz. Aylizz y la necia humana pedirían ayuda al primer carruaje que se cruzase en su camino, simulando un percance. Mientras, Tarek y Nousis abordarían el vehículo por detrás, para placar a sus ocupantes. Simple y probablemente con más fallos de los que podrían asumir si la cosa salía mal.
El sol marcaba el mediodía cuando alcanzaron un punto adecuado para esperar, alejado de la colosal casa y lo suficientemente oculto para no ser vistos, pero accesible para que la elfa y la humana pudiesen ejecutar su actuación. A pesar de ello, tuvieron que esperar varias horas en la linde del bosque, agazapados y ocultos de la vista de mercenarios y viandantes, hasta que en la lejanía se dibujó el perfil de un carruaje. Una caravana sencilla, formada por un vehículo principal y una pequeña carreta de mercancías.
“Es el momento”. El susurro de Nousis puso en marcha todo el plan. Aylizz arrastró a una desfallecida humana hasta el camino, pidiendo ayuda de forma lastimera y aludiendo a un incidente del todo improbable. Los ocupantes del primer carro, perplejos ante la escena, tardaron pocos segundos en salir a su encuentro, al tiempo que los ocupantes de la segunda carreta frenaban en seco e intentaban discernir qué había parado la marcha.
El abordaje al carro de mercancías fue tan sencillo que Tarek apenas se lo podía creer y no pudo evitar dirigir la vista al camino tras ellos, esperando la llegada de una comitiva mayor que los emboscaría de un momento a otro. Pero nada más surgió en el horizonte. Apenas habían terminado de inmovilizar y amordazar a los mercaderes, cuando escucharon alaridos provenientes de la carreta principal. Aylizz y la humana debían haber dado cuenta del resto de mercaderes. El plan había funcionado… más les valía marcharse y no tentar la suerte en medio de un camino aparentemente concurrido.
- ¿Qué hacemos con los humanos? – preguntó Nousis. Tarek no tuvo duda, la mejor opción era matarlos y así lo expresó.
- Yo no pienso perder el tiempo –fue la seca respuesta de Aylizz- Haz lo que quieras, pero yo no voy a colaborar en matarlos –para reforzar su afirmación se subió al primer carro, tomando las riendas.
- Su ropa es muy similar a la de los aldeanos con los que nos topamos. Y ha sido absurdamente fácil tomarla. Ni resistencia, ni nada parecido- Nousis parecía pensativo- Ésta gente... –la duda era patente en su voz y la compasión visible en su cara.
- Es igual a que la que había en la taberna... y ahí no tuvisteis tantos remilgos en quemarlos vivos.
- Allí había opción a terminar con casi todos los enemigos. Estos no son una amenaza. Yo no mato inocentes –el joven elfo alzó las cejas perplejo ante el comentario de Nousis, que procedió a tomar las riendas del segundo carro.
- Una aprende de sus errores –“si ambos necesitan mentirse para vivir tranquilos, que así sea” pensó Tarek, al tiempo que dirigía hacia los cautivos.
- Deberíais agradecer a vuestros dioses su clemencia... –añadió mirándolos con cierto asco, mientras les retiraba algunas prendas. Debían pasar desapercibidos, aunque vestirse con ropa portada por humanos fuese lo más bajo que le había tocado hacer nunca- Como mi camino vuelva a cruzarse con el vuestro, no tendréis tanta suerte.
Repartidos entre los dos carruajes y una vez revisadas las mercancías a bordo, partieron rumbo a la casa de Gernos. La marcha fue breve, puesto que el abordaje se había producido a pocos quilómetros de la fortaleza, pero la magnitud de la edificación se hizo nuevamente patente apenas la vislumbraron en la distancia. Sus colosales puertas se encontraban apenas a unos metros cuando Tarek preguntó con cierta sorna. - ¿Llamamos?
Pero fue innecesario, un grito se alzó desde el interior de la fortaleza y las grandes puertas comenzaron a entornarse, empujadas por dos guardias cada una. Al parecer, esperaban a los mercaderes. Un amplio claustro les dio la bienvenida, precedido de dos torreones y, a ambos lados, dos amplios pasillos techados que daban paso a otras zonas del recinto. Ocho soldados montaban guardia en el patio y no dudaron el acercarse a los carros para dar cuenta de su contenido. A su vez, el que parecía su capitán, se dirigió al carro ocupado por Aylizz y la humana.
- ¿Por qué tanta seguridad ésta vez? –preguntó a la elfa, acariciando la crin de uno de los caballos- Soléis ser menos.
- ¿A caso no estáis al tanto de lo ocurrido en Evópolis? Nos prevenimos –Aylizz sonó casual, como si no hubiese tenido nada que ver con el incidente.
- ¿En Evópolis? ¿Qué? –el capitán frunció el ceño con desconocimiento.
- Un grupo arrasó en llamas la taberna, qué sé yo, eso se cuenta. –Tarek no pudo evitar sonreír internamente, la elfa jugaba al despiste con presteza.
- Nos llegan pocas noticias. Tan sólo las andanzas de la turba de Nem –añadió el capitan riéndose- Serían esos rebeldes, no tardarán en ser eliminados –el desprecio era patente en su voz- Las habitaciones de los que nos traéis los pedidos están en el ala occidental –finalizó, indicando con la mano la dirección correcta, añadiendo que las armas no estaban permitidas en el interior de la edificación.
- Esto está siendo demasiado sencillo –susurró quedamente Tarek al elfo pelinegro, cuya tensa expresión le indicó que pensaba lo mismo que él.
Desarmados, se dirigieron hacia las estancias de servicio, bajando unas estrechas escaleras laterales hasta alcanzar lo que parecía una sala de guardia. Uno de sus ocupantes, pertrechado con una cota de malla y portando una alabarda, parecía vigilar el acceso a la misma. Un segundo individuo parecía rebuscar algo de importancia en uno de los escasos armarios que decoraban la habitación.
- ¡¿Pero cuantos sois?! –la sorpresa era patente en el rostro del primer guardia
- Dos por carreta, ¿qué esperabais? Extramuros están nerviosos. –nuevamente Aylizz enfrentaba la situación con fluidez.
- Cruzad la puerta, vuestras camas están al otro lado.
Tarek Inglorien
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 225
Nivel de PJ : : 1
Re: La sangre del sueño
Sin su arma se sentía casi desnudo. Todo su entrenamiento había girado en torno a esa hoja y la necesidad de recuperarla palpitaba en su sien, entre tantas otras cosas. Entraron en la mansión de una forma tan sencilla que el elfo casi reventó de desconfianza. Todas sus alertas mentales le pidieron a gritos que escapasen, que dejasen todo aquello, que sus compañeros se separasen de él y entre sí, y huyesen a los cuatro vientos.
Sonrió para sí, pese a todo lo que esos tres habían mostrado hacia él. Iori era puro terral, calentándose hasta un límite insufrible para quienes tenían la desgracia o fortuna de hallarse cerca, pasión o guerra. Su mirada cuando la apartó de Tarek aún seguía con él, y todas las palabras que deseaba dirigir a la muchacha sólo evocaban rencor. Era mejor permanecer callado. Si comenzaba a hablar, no sería capaz de detenerse. No podía darse el lujo en la situación actual.
Dejó su arma al igual que los demás, planteándose cualquier cosa que iban encontrando hasta llegar a las habitaciones que les habían reservado como arma. Ni siquiera en la isla se había visto en una posición más desventajosa que en ese mismo instante. No había habido tiempo para llevar a cabo un reconocimiento de la villa en condiciones, primer punto inexcusable en sus trabajos. No meterse en un lugar sin saber cómo salir, el segundo. Calibrar las fuerzas del oponente, un tercero. Y allí estaban. Sin información, improvisando y sin más ayuda que la que pudiesen entre sí proporcionarse. Sintió la tentación de reír a carcajadas por esa última ocurrencia.
Apenas prestó atención a las viandas que un chiquillo les trajo, delgado, y con la mirada rota de quienes ya no esperan nada. Ojos así turbaban sus pensamientos y las palabras de la humana, cuando dejó la habitación, fueron puro alimento para cuanto deseaba tener bajo control. La prueba de que las palabras de los aldeanos sobre el noble afín a los Faeren eran ciertas nada importaba, no ahora. Estaban prácticamente en una cárcel subterránea con un desconocido número de guardias y de estancias, con un tiempo limitado para encontrar una joya y desarmados, salvo por el palo de Iori. Magnífico.
Cerró los ojos un instante. Necesitaba calmarse, ir dos pasos más allá, de lo posible a lo probable, cuando sintió la voz del Inglorien. El joven mostraba la frialdad del cierzo, su fuerza momentánea dirigida de manera específica, mas capaz, sospechaba, de barrerlo todo si algo le provocaba lo suficiente. Seco, en calma hasta que era desatado.
-Debemos decidir cómo vamos a seguir. No creo que sea prudente quedarse más de lo necesario, más aún sin saber que esperan de nosotros. – expresó Tarek, con una mirada a la puerta- Si le falta la lengua será para que no hable. Imaginaos lo que le pasará a la persona que encuentren robando – terminó, con el gesto de cortarse una mano.
-Saldremos en cuanto podamos- apoyó el espadachín. Su mente estaba en cambio pintando cuadros de tortura para ese maldito humano. Extremadamente gráficos.
-¿Y si hubiera pasadizos? Muchas construcciones de esta envergadura los tienen- intervino entonces Aylizz.
El nexo. Cada día que transcurría, Nousis lo tenía más claro. Él podía intentar guiarles o protegerles, pero era ella la escasa unión que permanecía entre las rencillas interpersonales. Un poniente capaz de regular su temperatura según la estación del año, trayendo lo que suele necesitarse. Manifestaba aridez o lluvia, como ella comprensión o dureza.
Hablando, sólo Iori había comido de lo que el muchacho había traído consigo. Y su tono de voz al dirigirse a la elfa alarmó a los tres, que la miraron con extrañada sorpresa.
Pero su mirada, el brillo de su piel, una sonrisa desconectada de la situación… conocía esos síntomas. Miró el plato y maldijo con una sensación de frío interno al saberse incapaz de hacer algo si se trataba de algo que podría poner en riesgo la vida de la humana. El rostro de Ayl reflejó incomprensión, y Nou pudo relajarse un poco cuando la vio respirar con normalidad tras unos minutos. No era veneno.
-Oh, venga ya. Iori...— suspiró resignada la elfa—¿Cómo te encuentras?
-Eres espectacular...- comentó en voz excesivamente alta Iori, con las manos en su amiga. - Me siento algo mareada - deteniéndose en las caderas de la elfa. Ésta la llevó hasta la cama, sentándola con cuidado.
Los problemas se multiplicaban.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 417
Nivel de PJ : : 4
Re: La sangre del sueño
Tras dejar a Iori tendida sobre la cama, no tardaron en escucharse pasos que se dirigían nuevamente hacia la habitación. Esta vez más firmes, de alguien que llevaba calzado al menos, no como el muchacho anterior, al que casi no habían escuchado llegar hasta que estuvo dentro de la sala. Sin tener demasiado tiempo para idear un plan y sin parecer que hubiera una salida distinta a la puerta por la que habían entrado, descartando de todo punto tratar de cruzar la sala de entrenamiento, repleta de guardias, no tuvieron otra opción que seguir los planes que quienes fueran aquellos se habían propuesto. Considerando el estado de la humana, podían suponer que esperaban que todos estuvieran igual y quien bajaba las escaleras, venía a comprobarlo.
Tomando cada uno un camastro, la elfa escogió el contiguo al de la chica. Cuando terminaba de acomodarse, el guardia en cuestión entornó la puerta, precavido, sólo entrando cuando hubo comprobado desde fuera que los cuatro se encontraban tranquilos. Por fortuna, por comodidad o por atracción, quién sabrá, el hombre se dirigió primero hacia Iori. Mientras éste le daba la espalda, comprobando que, en efecto, la muchacha estaba fuera de combate, la elfa, con los ojos entreabiertos, pudo distinguir en su cinturón una espada corta, o un cuchillo largo, tampoco importaba. Si podía hacerse con él, empezarían a tener algo de ventaja. Tentada a levantarse y abordarlo por la espalda, antes de poder hacerlo, el hombre se apartó de la humana, interrumpiendo sus intenciones. Volviendo a fingir estar dormida, esperó tener otra oportunidad. Mantuvo la respiración lo más calmada que pudo, viéndose obligada a contenerla por un momento para poder controlarla de nuevo, cuando tuvo el rostro del hombre a escasos centímetros del suyo. Cuando se hubo inclinado sobre ella para comprobar sus pupilas, de la misma forma que había hecho con Iori, sólo debía levantar la mano unos centímetros para alcanzar el arma.
Para cuando el hombre advirtió que la mirada de la elfa, mantenida y fija en sus propios ojos, era consciente e intencionada, quiso, como era de esperar, echar mano de la espada. Pero la joven fue más rápida. Alcanzando con su mano izquierda el puño de la misma y aprovechando la fuerza con la que desenfundó y su inercia, lanzó una estocada, apenas controlada, que acertó a clavarse en el cuello del hombre, atravesándolo, haciéndolo morir en el acto. La elfa, que dejó escapar el aire contenido, ahora jadeaba, empapada en sangre, con el peso de aquel muerto sobre ella. Sin pararse a pensarlo siquiera, se lo quitó de encima, dejándolo caer a plomo en el suelo. Utilizando las sábanas, limpió su rostro hasta que su visión quedó despejada y se puso en pie, en silencio. Volteó el cuerpo con el pie y lo dejó sujeto al suelo, colocando el peso de su pierna sobre el pecho, antes de inclinarse hacia él y desclavar el arma del cuello inerte. La tomó en sus manos y la limpió con los bajos de su capa, igualmente en silencio, antes de volverse a sus compañeros.
Sin cruzar más palabras de las necesarias, utilizaron las sábanas y mantas para limpiar, en la medida de lo posible, aquel desastre que, al menos, les habría dado algo de tiempo. Envolvieron el cadáver entre las mismas, no sin antes registrarlo, y lo cargaron hasta la capilla, donde con suerte tardarían en encontrarlo. Habiendo solucionado aquel contratiempo, se tomaron un momento para recapitular sus opciones y pensar en su siguiente paso. Sus armas y demás pertenencias continuaban fuera, en los carros y de aquel guardia sólo habían podido sacar una espada corta y una llave, curiosa, pero que no parecía servir de nada en aquella sala. Tenían dos opciones. Esperar a que los guardias de la sala contigua concluyeran su entrenamiento, lo que por otro lado les exponía a que alguien más bajase a comprobar por qué el primero no había regresado, o tratar de salir por donde habían entrado. Poner sobre la mesa sus opciones fue todo lo que el tiempo les permitió hacer, antes de que volvieran a escucharse pasos, escaleras abajo. Parecían más fuertes y rápidos esta vez. En fin, si una vez había funcionado, por qué no dos. Volvieron a tumbarse sobre las camas y en esta ocasión, dos fueron los guardias que entraron en la dependencia, notablemente más alterados que el anterior, lo que no les daría mucho más tiempo de reacción. Los elfos fueron rápidos en sus maniobras y antes de que pudieran dar la voz de alarma, los silenciaron. Nada de pararse a pensar de nuevo.
El joven Ojosverdes propuso entonces salir solo, comprobar si era una salida efectiva o se meterían de lleno en una ratonera, asegurando volver con la información suficiente para trazar un plan. Por qué no creerlo, por qué no confiar en que si encontraba la salida no los dejaría allí, tampoco había otras ideas. Al cabo de un rato, el elfo regresó, negando que aquel camino fuese una opción segura. Sin embargo, las voces y sonidos ajetreados de la sala contigua había cesado paulatinamente, hasta parecer en silencio. Bueno, en algún momento pararían a descansar, ¿no? La elfa abrió la puerta, entornando unos pocos centímetros, los justos para poder ver al otro lado. Nadie, tan sólo muñecos de madera, dianas y varas de entrenamiento. Antes de salir, los varones se hicieron con las armas que portaban los otros dos guardias y cuando Nousis hubo cargado a la humana sobre sus hombros, todavía adormilada, cruzaron la puerta y atravesaron la sala.
Al cruzar la única puerta que salía de aquella estancia, dieron con otra, más pequeña, que hizo revolver las tripas de la elfa y herir su sensibilidad, obligándola a apartar la mirada. La sala, repleta de celdas en las que colgaban cuerpos en descomposición, de los que algunos era imposible distinguir algo más que el tamaño, estaba envuelta en un hedor que se hacía difícil soportar. De entre dos celdas separadas, se dejaba ver otra puerta por la que les faltó tiempo para cruzar. Sin embargo, no todos parecían tener la misma urgencia por salir de aquella fosa común. Tarek, a saber los dioses por qué, tuvo el valor de fijarse en los cadáveres con mayor atención y entre los cuerpos, dio con un clavo en la pared del que colgaba una segunda llave, no tan llamativa como la primera, pero tampoco regular. Sin embargo, tampoco parecía servir para nada en aquel lugar vomitivo. Finalmente, dieron con el espacio siguiente. Parecía ser un separador entre las distintas zonas de la casa, con varias puertas que no daban a ninguna parte porque eran imposibles de abrir. Salvo una, que finalmente cedió a los muchos intentos.
Nada parecido a lo anterior, una habitación con olor a cerrado, aunque sin duda preferible al anterior, que albergaba en su interior estanterías repletas de libros, perfectamente ordenados, rodeando una única mesa con recientes estudios sobre bestias y tortura. La elfa tragó saliva, ¿en la casa de qué chalado se habían metido?
Aylizz Wendell
Moderador/a
Moderador/a
Cantidad de envíos : : 585
Nivel de PJ : : 2
Re: La sangre del sueño
Extrañamente irreal. Todo lo que percibía tenía la pátina difusa de un sueño poco claro. Se sentía ligera, y lo que sucedía a su alrededor carecía de importancia. Percibió un olor familiar de forma clara, y la tierra huyó de sus pies cuando una nube la cargó. Una nube que olía como cierto elfo... pero no le importó. Bostezó pesadamente mientras sonidos imprecisos llegaban con claridad a ella.
Una puerta. ¿Ese era el problema? Con los pies pisando suelo firme, Iori reconoció a una de las personas que hablaban. Era el buenorro de Tarek. Que parecía tener problemas con cruzar el dintel que tenía delante. Era mejor que le enseñase el camino. La humana apartó con mano temblorosa a Tarek del hueco de la puerta y avanzó con pasos imprecisos hacia la nueva sala en la que estaban seis guardias. O mejor dicho seis bailarines. Iori sonrió con gesto perdido al reconocer que había llegado a la plaza mayor, lugar en el que se concentraba la fiesta.
-¡Oh venga ya! - sueltó un guardia - ¿Quién ha estado jugando con las prisioneras otra vez?- parecía más hastiado que otra cosa - ¡Ya sabéis que hay que encerrarlas otra vez! - y apoyando la lanza en la pared, fue hacia Iori, terminando por sonreír. Los otros se miraron, alguno sonriendo por lo bajo con una cara de violador cosa fina. Iori al más puro estilo bebé de seis meses, reaccionó en modo espejo, sonriéndole de vuelta ante la sonrisa del soldado. Uno de ellos, que estaba apoyado contra la pared, dijo señalando a algunos - Vosotros dos, id a ver que todas las celdas están bien cerradas - y separándose del muro se desperezó. - Supongo que no pasará nada por entretenernos un rato. - Cuatro se quedaron con Iori mientras dos se encaminaron hacia la biblioteca.
La fiesta comenzó entonces en medio de un baile lleno de sonidos y colores. La gente se movía con rapidez a su alrededor mientras la humana se esforzaba por coordinar algún movimiento. Se encontraba excepcionalmente torpe y sus pies tropezaban constantemente entre ellos. Terminó en algún momento con el cuerpo en el suelo sin saber por qué, y fue allí en donde Nousis la agarró para ayudarla a incorporarse. Sí, aquel elfo estaba también absurdamente bueno, pero sabía que era un gilipollas. Por alguna razón. Aunque no la recordarse en ese mismo momento.
No importaba. Nada iba a impedir que disfrutase de la verbena de esa noche. Continuó con sus compañeros, siguiéndolos con paso perezoso e impreciso con una sonrisa tibia en la cara. La música había cesado y parecía que estaban buscando otro lugar en el que sumarse al gentío. La visión de Iori era algo borrosa a varios metros, por lo que no le quedaba otra que dejarse llevar. Quizá esa noche, ¿podría volver a intentar algo con Ayl? Aunque los dos elfos eran difíciles de dejar de mirar, lo cierto es que la belleza femenina del suave cuerpo de la rubia era como poco escultural. Cada leve curva avivaba las ganas que tenía de recorrerla con sus manos. Y con los labios. E incluso si se dejaba con la lengua.
Su sonrisa perdida se acentuó aún más mientras se fijaba en lo que ella creía que era la espalda de Aylizz caminando frente a ella. Estaba buscando las palabras para preguntarle si quería tener sexo esa noche cuando se detuvieron de golpe. Una puerta. Otra más. Iori había perdido la cuenta. Aquel lugar parecía una cocina. ¿Deberían de trabajar allí esa noche? A Iori se le daban bien los quehaceres domésticos. Ayl había cogido una olla y vaciado su contenido, y sin duda ahora faltaba la parte de lavar. Ella tenía jabón.
Lavar y jabón.
Asintió para si misma, satisfecha con la conclusión a la que había llegado y rebuscando de forma brusca en su alforja encontró una de las pastillas que con tanto mimo había fabricado en su última estancia en su aldea. ¿De lavanda? Quizá de limón... los aromas resultaban complicados de diferenciar en aquel momento. Alzó la mano y extendió la pastilla, la cual resbaló de entre sus dedos y fue hacia el suelo. Un gran estruendo sonó cuando el cocinero con aspecto extraño cayó de golpe en el suelo. ¿Había sido su culpa? Miró a sus compañeros, tratando de obtener información de sus borrosas caras.
Una puerta. ¿Ese era el problema? Con los pies pisando suelo firme, Iori reconoció a una de las personas que hablaban. Era el buenorro de Tarek. Que parecía tener problemas con cruzar el dintel que tenía delante. Era mejor que le enseñase el camino. La humana apartó con mano temblorosa a Tarek del hueco de la puerta y avanzó con pasos imprecisos hacia la nueva sala en la que estaban seis guardias. O mejor dicho seis bailarines. Iori sonrió con gesto perdido al reconocer que había llegado a la plaza mayor, lugar en el que se concentraba la fiesta.
-¡Oh venga ya! - sueltó un guardia - ¿Quién ha estado jugando con las prisioneras otra vez?- parecía más hastiado que otra cosa - ¡Ya sabéis que hay que encerrarlas otra vez! - y apoyando la lanza en la pared, fue hacia Iori, terminando por sonreír. Los otros se miraron, alguno sonriendo por lo bajo con una cara de violador cosa fina. Iori al más puro estilo bebé de seis meses, reaccionó en modo espejo, sonriéndole de vuelta ante la sonrisa del soldado. Uno de ellos, que estaba apoyado contra la pared, dijo señalando a algunos - Vosotros dos, id a ver que todas las celdas están bien cerradas - y separándose del muro se desperezó. - Supongo que no pasará nada por entretenernos un rato. - Cuatro se quedaron con Iori mientras dos se encaminaron hacia la biblioteca.
La fiesta comenzó entonces en medio de un baile lleno de sonidos y colores. La gente se movía con rapidez a su alrededor mientras la humana se esforzaba por coordinar algún movimiento. Se encontraba excepcionalmente torpe y sus pies tropezaban constantemente entre ellos. Terminó en algún momento con el cuerpo en el suelo sin saber por qué, y fue allí en donde Nousis la agarró para ayudarla a incorporarse. Sí, aquel elfo estaba también absurdamente bueno, pero sabía que era un gilipollas. Por alguna razón. Aunque no la recordarse en ese mismo momento.
No importaba. Nada iba a impedir que disfrutase de la verbena de esa noche. Continuó con sus compañeros, siguiéndolos con paso perezoso e impreciso con una sonrisa tibia en la cara. La música había cesado y parecía que estaban buscando otro lugar en el que sumarse al gentío. La visión de Iori era algo borrosa a varios metros, por lo que no le quedaba otra que dejarse llevar. Quizá esa noche, ¿podría volver a intentar algo con Ayl? Aunque los dos elfos eran difíciles de dejar de mirar, lo cierto es que la belleza femenina del suave cuerpo de la rubia era como poco escultural. Cada leve curva avivaba las ganas que tenía de recorrerla con sus manos. Y con los labios. E incluso si se dejaba con la lengua.
Su sonrisa perdida se acentuó aún más mientras se fijaba en lo que ella creía que era la espalda de Aylizz caminando frente a ella. Estaba buscando las palabras para preguntarle si quería tener sexo esa noche cuando se detuvieron de golpe. Una puerta. Otra más. Iori había perdido la cuenta. Aquel lugar parecía una cocina. ¿Deberían de trabajar allí esa noche? A Iori se le daban bien los quehaceres domésticos. Ayl había cogido una olla y vaciado su contenido, y sin duda ahora faltaba la parte de lavar. Ella tenía jabón.
Lavar y jabón.
Asintió para si misma, satisfecha con la conclusión a la que había llegado y rebuscando de forma brusca en su alforja encontró una de las pastillas que con tanto mimo había fabricado en su última estancia en su aldea. ¿De lavanda? Quizá de limón... los aromas resultaban complicados de diferenciar en aquel momento. Alzó la mano y extendió la pastilla, la cual resbaló de entre sus dedos y fue hacia el suelo. Un gran estruendo sonó cuando el cocinero con aspecto extraño cayó de golpe en el suelo. ¿Había sido su culpa? Miró a sus compañeros, tratando de obtener información de sus borrosas caras.
Iori Li
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 373
Nivel de PJ : : 3
Re: La sangre del sueño
Tarek contempló una última vez los cuerpos ensangrentados de la capilla, antes de cerrar la puerta tras él. Se preguntaba si la comida drogada que les habían procurado era algo habitual en las caravanas que llegaban a la mansión de Genros o si, por el contrario, sospechaban de ellos. En cualquier caso, quedarse allí no era una opción. Aylizz y Nousis, parecían pensar lo mismo.
- Iré yo primero –ambos se giraron hacia él- Si uno de nosotros intenta salir por donde llegamos, quizás sea menos llamativo que si vamos todos. Puedo intentarlo. Si no regreso, ya sabéis por dónde no debéis ir.
El elfo pelinegro, aunque reticente, asintió ante sus palabras, al fin y al cabo, no podían sacar de allí a la humana en su estado y estaba claro no iba a dejarla atrás. Si por Tarek fuese, la dejaría encerrada en la capilla con sus congéneres. Una Aylizz más reticente y bañada en sangre, acabó también por ceder ante su plan. Sin más dilación, cruzó la puerta que les había dado acceso a aquel lugar.
Su ascenso fue sencillo, puesto que los guardas de la estancia contigua a penas le prestaron atención. ¿Acaso no estaban al tanto del plan para drogarlos? La fría brisa nocturna golpeó su rostro cuando alcanzó el patio, ocupado en ese momento por único pelotón de cuatro guardias. Sin duda, el señor del castillo confiaba en sus murallas. El carro con el que habían llegado hasta allí y donde todavía se encontraban sus armas, se encontraba en el mismo lugar en el que lo habían dejado. Con tranquilidad se acercó al mismo.
- ¿Acaso planeáis marcharos? –el elfo se sobresaltó cuando un solitario guardia, que parecía custodiar el vehículo, se acercó hasta él- Viajar de noche es peligros en esta región.
- Solamente venía a por algunos enseres personales –fue su rápida respuesta, que se esforzó en que sonase amable.
-Las reglas son claras. Sólo los guardias podemos llevar armas en la casa de lord Guenros.
- Vaya... disculpad. Desconocía ese dato... Soy de un grupo nuevo y nuestros predecesores tuvieron el infortunio de perecer antes de poder comunicarnos todo lo importante –fingiendo pensar sus siguientes palabras, añadió- Escueta guardia la de este lugar, teniendo en cuenta los peligros que mencionáis.
- ¿Escueta? –preguntó riendo- Somos unos veinte. Con estos muros, podríamos protegernos de cien o más enemigos.
- Vuestro señor debe confiar, sin duda, mucho en vos y vuestros compañeros, aún a pesar de los altos muros que protegen su fortaleza –si algo había descubierto el joven elfo era que nada soltaba más la lengua de los humanos que las falsas alabanzas, aunque en su interior sintió nauseas por cada una de las palabras pronunciadas.
- Nos paga bien- se encogió de hombros- Y hay poco trabajo. No se puede pedir más
- Sin duda. Mucho mejor que recorrer los caminos a expensas de fieras y maleantes. Sois un hombre con suerte – y girándose hacia el edificio principal - ¿Habéis estado alguna vez dentro? –preguntó, indicando la mansión- Jamás había visto algo tan colosal, nuestra aldea apenas tiene chozas de dos alturas. Es algo increíble... no puedo ni imaginarme cómo debe ser por dentro
- Claro. Los elfos vivís en los árboles ¿no? no construís cosas así –la arrogante sonrisa del guarda le hizo desear tener su arma entre las manos- Este lugar tiene de todo ¿Sabes? incluso salas de guardias o perreras dentro.
- Ciertamente. Lo nuestro no es la piedra –fue su parca respuesta, acompañada de una fingida sonrisa de complicidad, mientras pensaba cómo iba a despellejarlo vivo cuando todo eso acabase- ¿Perreras en su interior? Vaya... Entonces si hay salas de guardia, ¿vos vivís en el interior? Sois realmente un hombre con suerte
- Hacemos rondas. Eres el primer mensajero con el que hablo –comentó distraído- Seguramente no nos veremos cuando os vayáis, nunca me coincide el turno.
- Lamento oírlo. Habéis sido realmente… revelador. Nunca me habría imaginado todo lo que acabáis de contarme. En fin... supongo que debo volver dentro, con mis compañeros. Sin armas - añadió levantando las manos - Espero que tengáis buena ronda -<>, pensó para sí, mientras daba la espalda al humano.
- Buen viaje –añadió este antes de retornar su puesto.
No podían marcharse sin la gema y, vista la magnitud de las defensas, aquella salida no se planteaba como una opción viable, sino como su último recurso. Por suerte había conseguido sonsacar cierta información a aquel incauto humano, que les permitiría moverse dentro de la mansión a sabiendas de lo que podían encontrase.
- Apenas son una veintena de guardias, diecisiete, si descontamos a los de la capilla. Pero tienen perreras en el interior, supongo que con perros entrenados para atacar- añadió, tras compartir con sus compañeros la información que había recabado. Cambiando de tema les comentó- Creo que la comida es una prueba. El guarda con el que he hablado, o no sabe nada de la droga, lo cual no descarto puesto que nunca ve a los viajeros marcharse, o asume que no hemos comido porque sabemos de qué va el asunto. Quizás sea una trampa para incautos y espías –observó a la dormida humana con desagrado mientras pronunciaba las últimas palabras.
Su única opción era, por lo tanto, tomar la puerta que daba a la sala de entrenamiento. Los horrores que contemplaron al cruzarla no hicieron sino aumentar el odio de Tarek hacia los humanos. Solo aquellos despreciables seres eran capaces de generar aquellos escenarios de terror con sus propios congéneres. Odio que aumentó al observar las afiladas orejas de algunos de los putrefactos cadáveres que pendían de los más disparatados artilugios en su camino hacia la siguiente estancia. Siquiera la biblioteca, un lugar de sabiduría y paz, se libraba del horror, pues numerosos volúmenes parecían encuadernados con piel que, claramente, no era de origen animal. La colección era sin duda extensa y algunos volúmenes, a medio escribir, reposaban en la mesa que ocupaba el centro de la estancia. Aún antes de mirarlos, Tarek presintió cual iba a ser el tema de lectura. Estaba claro que el señor de la casa, o quizás su bibliotecario, sentían fascinación por la sangre y el dolor.
Las estanterías, inusualmente ordenadas, apenas aportaban nada más que pudiese ser de utilidad. Con cautela, Tarek se acercó a la única otra puerta que se encontraba en aquella estancia. Al otro lado, seis guardas reían tranquilos, seguros de que nada podría alterar su calma.
- Quizás deberías entrar primero y soltarles algo sobre el honor del guerrero que los deje fuera de juego –le susurró a Nousis.
Pero el otro elfo apenas tuvo tiempo de mostrar estupor ante sus palabras, cuando una muy perjudicada Iori, decidió apartarlos de su camino y entrar en la sala contigua, con el mismo ánimo con el que habría entrado en su propia casa, sin preocuparse por la media docena de guardias que parecían encontrarse dentro. <> pensó el joven elfo, pero los inadecuados comentarios de aquellos míseros humanos le hicieron replantearse aquellas palabras. Nadie, ni siquiera aquella insufrible criatura, se merecía lo que aquellos desgraciados pretendían hacerle. El batallón, receloso de la presencia de la humana, decidió dividirse. Dos de los guardias atravesaron la biblioteca sin reparar en los elfos, que se ocultaron entre las sombras de la pesada puerta de madera que la humana acababa de atravesar. Mientras, sus compañeros comenzaron a cercar a la muchacha entre risas cómplices.
Intentaron ser sigilosos, pero su ataque no fue ni de lejos todo lo limpio que habrían deseado. Aylizz consiguió tomar desprevenido a uno de los enemigos, mientras Tarek y Nousis únicamente hicieron gala de su ineptitud, al no conseguir golpear a sus contrincantes en el primer embiste. La lucha, que se alargó más de lo necesario y generó un tumulto que pudo haber alertado a media mansión, acabó cuando el elfo peliblanco empaló, no sin cierto placer, al último de los guardias, mientras Nousis noqueaba a otro de ellos. Tres muertos y uno inconsciente, de entre cuyos ropajes Nousis consiguió otra de aquellas extrañas llaves.
Apenas tuvieron que cruzar una mirada entre los tres para saber cuál era el siguiente paso: acabar con los dos guardias que habían atravesado la biblioteca. Dejarlos con vida podía comprometer su, ya de por sí, delicada situación. En cuanto alcanzasen las celdas y fuesen conscientes de su ausencia o retornase a aquel lugar y encontrasen los cadáveres, darían la voz de alarma. Dejarlos von vida no era una opción. Su muerte fue rápida y limpia, sin apenas altercados.
Ya de regreso a la sala en la que se había producido el altercado, se encontraron con tres nuevas puertas. Al parecer, Genros o quien fuese que había mandado construir aquel lugar, disfrutaba de entorpecer su tránsito. Tarek solo esperaba recordar el camino si se veía obligado a dar marcha atrás. Sin muchas más opciones, decidieron abrir con cautela cada una de las puertas. La primera de ellas, quedó descartada al momento de entornarla, pues en su interior pudieron observar un bullicioso comedor, en el que al menos una veintena de guardias parecían disfrutar de la cena. Sin duda, debían encontrarse en el ala destinada al reposo y disfrute de la guardia de la mansión, aquella que había mencionado el vigía del carro. La puerta contigua les mostró unas poco aseadas letrinas; mientras la tercera les dio acceso a un almacén. Con expresión de entendimiento, Tarek observó como Aylizz cogía los botes con peor aspecto de todos los que ocupaban las estanterías. Uno nunca podía ser lo suficientemente precavido en aquel lugar, sobre todo cuando carecían de sus propias armas.
Aquella nueva estancia daba acceso a dos puertas más, una de las cuales resultó ser un segundo almacén, en el que se acumulaban alimentos frescos. La segunda, de la que procedían ruidos metálicos, era la cocina. Aunque Tarek apenas pudo observar su distribución antes de que un cuchillo, lanzado con presteza desde el interior, le hiciese un feo corte en el brazo derecho. Sorprendido por lo sucedido, fue incapaz de esquivar la puerta, que se estampó con fuerza contra su cara, empujada desde dentro. Aturdido, observó como la puerta se abría de nuevo, dejando paso a una lanza que se dirigía directamente a su cara. Solamente la rápida reacción de Nousis le libró de recibir el golpe. Este, acto seguido, se internó en la cocina para enfrentarse a su atacante. Al parecer el chef de Genros poseía más habilidades que las meramente culinarias. Aylizz siguió la estela del pelinegro, para lanzar una olla hirviendo a su contrincante quién, no solo fue capaz de esquivar el golpe, sino que lanzó uno de sus cuchillos hiriendo a la elfa. Por su parte, en un acto de extrema estupidez y una inventiva poco convencional, la humana lanzó una pastilla de jabón a los pies del cocinero, haciéndolo resbalar y caer sobre una, poco disimulada, trampilla. Pero apenas pudieron prestar atención a la misma, pues en seguros, el supuesto humano, se transformó ante sus ojos en un dragón.
- ¡Al pasillo! -al contrario que en otras ocasiones, no dudaron el seguir el mandato de Nousis, perseguidos por el dragón que, sin mayor esfuerzo, traspasó la puerta haciéndola añicos.
El fuego comenzó a crepitar en el fondo de la garganta de la criatura, que parecía dispuesta a calcinarlos, cuando la humana, nuevamente haciendo gala de una impulsividad poco sana, lanzó su palo contra uno de los ojos del dragón. El ataque, aunque acertado, tuvo poca repercusión, pues su estado de intoxicación le hizo fallar estrepitosamente, consiguiendo únicamente enfadar a la bestia. Aylizz, por su parte, presa quizás del pánico, comenzó a lanzar los extraños botes que había sustraído del almacén contra aquel ser, generando una desmesurada reacción química que generó una nube tóxica que les hizo toser incontroladamente. El dragón, aturdido, intentó escapara de la nube mortal, lo que les dejó espacio para internarse en la cocina y atravesar la trampilla, no sin antes contener el aire para atravesar la venenosa nube.
La trampilla les dio acceso a un pasaje subterráneo, iluminado por numerosas antorchas, que desembocaba en una modesta sala, al fondo de la cual pudieron identificar la gema. Esta se encontraba guarecida en una vitrina, custodiada por un ingente mecanismo dorado, en cuyo centro se distinguían tres cerraduras de perfil singular. Tarek llevó la mano a uno de sus bolsillos, para extraer la llave que había conseguido en las mazmorras. Su forma coincidía con una de las tres cerraduras. Aylizz y Nousis parecían haberse percatado de lo mismo. Todavía no sabía qué les había llevado a recolectar aquellas llaves. Quizás la esperanza de que sirviesen para algo… o quizás la propia gema los había estado llamando. Desconocían su poder real y lo que era capaz de hacer, pero aquellas llaves acababan de cobrar sentido.
Aylizz fue la primera en introducir la llave en la cerradura, mientras una aún turbada Iori bailoteba por la sala. El cerrojo se abrió con un contundente sonido, desvelando en el interior de un tubo metálico un pergamino, en el que podían leerse las siguientes palabras:
Se miraron con perplejidad. Además de las torturas y las puertas, parecía que Genros sentía cierta inclinación por los acertijos.
- Mi nombre –la rubia elfa pareció tenerlo claro. Su voz, alta y clara al pronunciar la respuesta, desató una serie de sonidos metálicos y una de las barras doradas que cerraban la vitrina se deslizó, despejando parte del mecanismo que protegía la gema. Aquel ingenio parecía necesitar las llaves para activarse, pero la voz, con las palabras correctas, era lo que lo ponía en funcionamiento.
Tarek introdujo la segunda llave, repitiendo el proceso. El nuevo pergamino contenía otro acertijo, que leyó con cierta cara de desconcierto.
- Un féretro –la voz de la humana, que había chillado alegremente aquellas palabras, hizo que los tres se volteasen hacia ella con pasmo. Segundos después, el segundo mecanismo se activó, deslizándose una segunda barra hacia uno de los laterales.
- Eso no me lo esperaba… -murmuró Tarek, más para sí que para sus compañeros.
Nousis repitió el proceso con la tercera llave, que les desveló un acertijo mucho más complejo.
Se miraron entre ellos desconcertados, sin comprender del todo qué era lo que debían decir. Además, ¿qué sucedería si fallaban? ¿Se reactivaría el mecanismo? ¿Se bloquearía el último engranaje?
- ¿Me matarás con tu hechizo? –la duda era patente en la voz de Nousis, pero el chirrido que acompañó a su respuesta dejó claro que había acertado. Tarek miró a Aylizz que le respondió encogiéndose de hombros, tan perdida con él con aquella respuesta.
La vitrina finalmente se abrió, dándoles acceso a la gema. De cerca parecía una simple joya, sin brillo, runas o indicios de poseer el poder que les habían dicho que tenía. El peliblanco solo esperaba que todo aquello hubiese valido la pena.
- ¿Y ahora qué hacemos? – Sus opciones eran malas. Cualquier camino que tomasen entrañaba un peligro, más ahora que habían robado al señor de la casa. En el piso superior todavía flotaba la tóxica nube química provocada por Aylizz; un dragón merodeaba por los pasillos de la mansión y, a esas alturas, los guardas ya habrían encontrado alguno de los cadáveres que habían dejado a su paso. La situación era desesperanzadora.
- Iré yo primero –ambos se giraron hacia él- Si uno de nosotros intenta salir por donde llegamos, quizás sea menos llamativo que si vamos todos. Puedo intentarlo. Si no regreso, ya sabéis por dónde no debéis ir.
El elfo pelinegro, aunque reticente, asintió ante sus palabras, al fin y al cabo, no podían sacar de allí a la humana en su estado y estaba claro no iba a dejarla atrás. Si por Tarek fuese, la dejaría encerrada en la capilla con sus congéneres. Una Aylizz más reticente y bañada en sangre, acabó también por ceder ante su plan. Sin más dilación, cruzó la puerta que les había dado acceso a aquel lugar.
Su ascenso fue sencillo, puesto que los guardas de la estancia contigua a penas le prestaron atención. ¿Acaso no estaban al tanto del plan para drogarlos? La fría brisa nocturna golpeó su rostro cuando alcanzó el patio, ocupado en ese momento por único pelotón de cuatro guardias. Sin duda, el señor del castillo confiaba en sus murallas. El carro con el que habían llegado hasta allí y donde todavía se encontraban sus armas, se encontraba en el mismo lugar en el que lo habían dejado. Con tranquilidad se acercó al mismo.
- ¿Acaso planeáis marcharos? –el elfo se sobresaltó cuando un solitario guardia, que parecía custodiar el vehículo, se acercó hasta él- Viajar de noche es peligros en esta región.
- Solamente venía a por algunos enseres personales –fue su rápida respuesta, que se esforzó en que sonase amable.
-Las reglas son claras. Sólo los guardias podemos llevar armas en la casa de lord Guenros.
- Vaya... disculpad. Desconocía ese dato... Soy de un grupo nuevo y nuestros predecesores tuvieron el infortunio de perecer antes de poder comunicarnos todo lo importante –fingiendo pensar sus siguientes palabras, añadió- Escueta guardia la de este lugar, teniendo en cuenta los peligros que mencionáis.
- ¿Escueta? –preguntó riendo- Somos unos veinte. Con estos muros, podríamos protegernos de cien o más enemigos.
- Vuestro señor debe confiar, sin duda, mucho en vos y vuestros compañeros, aún a pesar de los altos muros que protegen su fortaleza –si algo había descubierto el joven elfo era que nada soltaba más la lengua de los humanos que las falsas alabanzas, aunque en su interior sintió nauseas por cada una de las palabras pronunciadas.
- Nos paga bien- se encogió de hombros- Y hay poco trabajo. No se puede pedir más
- Sin duda. Mucho mejor que recorrer los caminos a expensas de fieras y maleantes. Sois un hombre con suerte – y girándose hacia el edificio principal - ¿Habéis estado alguna vez dentro? –preguntó, indicando la mansión- Jamás había visto algo tan colosal, nuestra aldea apenas tiene chozas de dos alturas. Es algo increíble... no puedo ni imaginarme cómo debe ser por dentro
- Claro. Los elfos vivís en los árboles ¿no? no construís cosas así –la arrogante sonrisa del guarda le hizo desear tener su arma entre las manos- Este lugar tiene de todo ¿Sabes? incluso salas de guardias o perreras dentro.
- Ciertamente. Lo nuestro no es la piedra –fue su parca respuesta, acompañada de una fingida sonrisa de complicidad, mientras pensaba cómo iba a despellejarlo vivo cuando todo eso acabase- ¿Perreras en su interior? Vaya... Entonces si hay salas de guardia, ¿vos vivís en el interior? Sois realmente un hombre con suerte
- Hacemos rondas. Eres el primer mensajero con el que hablo –comentó distraído- Seguramente no nos veremos cuando os vayáis, nunca me coincide el turno.
- Lamento oírlo. Habéis sido realmente… revelador. Nunca me habría imaginado todo lo que acabáis de contarme. En fin... supongo que debo volver dentro, con mis compañeros. Sin armas - añadió levantando las manos - Espero que tengáis buena ronda -<
- Buen viaje –añadió este antes de retornar su puesto.
No podían marcharse sin la gema y, vista la magnitud de las defensas, aquella salida no se planteaba como una opción viable, sino como su último recurso. Por suerte había conseguido sonsacar cierta información a aquel incauto humano, que les permitiría moverse dentro de la mansión a sabiendas de lo que podían encontrase.
- Apenas son una veintena de guardias, diecisiete, si descontamos a los de la capilla. Pero tienen perreras en el interior, supongo que con perros entrenados para atacar- añadió, tras compartir con sus compañeros la información que había recabado. Cambiando de tema les comentó- Creo que la comida es una prueba. El guarda con el que he hablado, o no sabe nada de la droga, lo cual no descarto puesto que nunca ve a los viajeros marcharse, o asume que no hemos comido porque sabemos de qué va el asunto. Quizás sea una trampa para incautos y espías –observó a la dormida humana con desagrado mientras pronunciaba las últimas palabras.
Su única opción era, por lo tanto, tomar la puerta que daba a la sala de entrenamiento. Los horrores que contemplaron al cruzarla no hicieron sino aumentar el odio de Tarek hacia los humanos. Solo aquellos despreciables seres eran capaces de generar aquellos escenarios de terror con sus propios congéneres. Odio que aumentó al observar las afiladas orejas de algunos de los putrefactos cadáveres que pendían de los más disparatados artilugios en su camino hacia la siguiente estancia. Siquiera la biblioteca, un lugar de sabiduría y paz, se libraba del horror, pues numerosos volúmenes parecían encuadernados con piel que, claramente, no era de origen animal. La colección era sin duda extensa y algunos volúmenes, a medio escribir, reposaban en la mesa que ocupaba el centro de la estancia. Aún antes de mirarlos, Tarek presintió cual iba a ser el tema de lectura. Estaba claro que el señor de la casa, o quizás su bibliotecario, sentían fascinación por la sangre y el dolor.
Las estanterías, inusualmente ordenadas, apenas aportaban nada más que pudiese ser de utilidad. Con cautela, Tarek se acercó a la única otra puerta que se encontraba en aquella estancia. Al otro lado, seis guardas reían tranquilos, seguros de que nada podría alterar su calma.
- Quizás deberías entrar primero y soltarles algo sobre el honor del guerrero que los deje fuera de juego –le susurró a Nousis.
Pero el otro elfo apenas tuvo tiempo de mostrar estupor ante sus palabras, cuando una muy perjudicada Iori, decidió apartarlos de su camino y entrar en la sala contigua, con el mismo ánimo con el que habría entrado en su propia casa, sin preocuparse por la media docena de guardias que parecían encontrarse dentro. <
Intentaron ser sigilosos, pero su ataque no fue ni de lejos todo lo limpio que habrían deseado. Aylizz consiguió tomar desprevenido a uno de los enemigos, mientras Tarek y Nousis únicamente hicieron gala de su ineptitud, al no conseguir golpear a sus contrincantes en el primer embiste. La lucha, que se alargó más de lo necesario y generó un tumulto que pudo haber alertado a media mansión, acabó cuando el elfo peliblanco empaló, no sin cierto placer, al último de los guardias, mientras Nousis noqueaba a otro de ellos. Tres muertos y uno inconsciente, de entre cuyos ropajes Nousis consiguió otra de aquellas extrañas llaves.
Apenas tuvieron que cruzar una mirada entre los tres para saber cuál era el siguiente paso: acabar con los dos guardias que habían atravesado la biblioteca. Dejarlos con vida podía comprometer su, ya de por sí, delicada situación. En cuanto alcanzasen las celdas y fuesen conscientes de su ausencia o retornase a aquel lugar y encontrasen los cadáveres, darían la voz de alarma. Dejarlos von vida no era una opción. Su muerte fue rápida y limpia, sin apenas altercados.
Ya de regreso a la sala en la que se había producido el altercado, se encontraron con tres nuevas puertas. Al parecer, Genros o quien fuese que había mandado construir aquel lugar, disfrutaba de entorpecer su tránsito. Tarek solo esperaba recordar el camino si se veía obligado a dar marcha atrás. Sin muchas más opciones, decidieron abrir con cautela cada una de las puertas. La primera de ellas, quedó descartada al momento de entornarla, pues en su interior pudieron observar un bullicioso comedor, en el que al menos una veintena de guardias parecían disfrutar de la cena. Sin duda, debían encontrarse en el ala destinada al reposo y disfrute de la guardia de la mansión, aquella que había mencionado el vigía del carro. La puerta contigua les mostró unas poco aseadas letrinas; mientras la tercera les dio acceso a un almacén. Con expresión de entendimiento, Tarek observó como Aylizz cogía los botes con peor aspecto de todos los que ocupaban las estanterías. Uno nunca podía ser lo suficientemente precavido en aquel lugar, sobre todo cuando carecían de sus propias armas.
Aquella nueva estancia daba acceso a dos puertas más, una de las cuales resultó ser un segundo almacén, en el que se acumulaban alimentos frescos. La segunda, de la que procedían ruidos metálicos, era la cocina. Aunque Tarek apenas pudo observar su distribución antes de que un cuchillo, lanzado con presteza desde el interior, le hiciese un feo corte en el brazo derecho. Sorprendido por lo sucedido, fue incapaz de esquivar la puerta, que se estampó con fuerza contra su cara, empujada desde dentro. Aturdido, observó como la puerta se abría de nuevo, dejando paso a una lanza que se dirigía directamente a su cara. Solamente la rápida reacción de Nousis le libró de recibir el golpe. Este, acto seguido, se internó en la cocina para enfrentarse a su atacante. Al parecer el chef de Genros poseía más habilidades que las meramente culinarias. Aylizz siguió la estela del pelinegro, para lanzar una olla hirviendo a su contrincante quién, no solo fue capaz de esquivar el golpe, sino que lanzó uno de sus cuchillos hiriendo a la elfa. Por su parte, en un acto de extrema estupidez y una inventiva poco convencional, la humana lanzó una pastilla de jabón a los pies del cocinero, haciéndolo resbalar y caer sobre una, poco disimulada, trampilla. Pero apenas pudieron prestar atención a la misma, pues en seguros, el supuesto humano, se transformó ante sus ojos en un dragón.
- ¡Al pasillo! -al contrario que en otras ocasiones, no dudaron el seguir el mandato de Nousis, perseguidos por el dragón que, sin mayor esfuerzo, traspasó la puerta haciéndola añicos.
El fuego comenzó a crepitar en el fondo de la garganta de la criatura, que parecía dispuesta a calcinarlos, cuando la humana, nuevamente haciendo gala de una impulsividad poco sana, lanzó su palo contra uno de los ojos del dragón. El ataque, aunque acertado, tuvo poca repercusión, pues su estado de intoxicación le hizo fallar estrepitosamente, consiguiendo únicamente enfadar a la bestia. Aylizz, por su parte, presa quizás del pánico, comenzó a lanzar los extraños botes que había sustraído del almacén contra aquel ser, generando una desmesurada reacción química que generó una nube tóxica que les hizo toser incontroladamente. El dragón, aturdido, intentó escapara de la nube mortal, lo que les dejó espacio para internarse en la cocina y atravesar la trampilla, no sin antes contener el aire para atravesar la venenosa nube.
La trampilla les dio acceso a un pasaje subterráneo, iluminado por numerosas antorchas, que desembocaba en una modesta sala, al fondo de la cual pudieron identificar la gema. Esta se encontraba guarecida en una vitrina, custodiada por un ingente mecanismo dorado, en cuyo centro se distinguían tres cerraduras de perfil singular. Tarek llevó la mano a uno de sus bolsillos, para extraer la llave que había conseguido en las mazmorras. Su forma coincidía con una de las tres cerraduras. Aylizz y Nousis parecían haberse percatado de lo mismo. Todavía no sabía qué les había llevado a recolectar aquellas llaves. Quizás la esperanza de que sirviesen para algo… o quizás la propia gema los había estado llamando. Desconocían su poder real y lo que era capaz de hacer, pero aquellas llaves acababan de cobrar sentido.
Aylizz fue la primera en introducir la llave en la cerradura, mientras una aún turbada Iori bailoteba por la sala. El cerrojo se abrió con un contundente sonido, desvelando en el interior de un tubo metálico un pergamino, en el que podían leerse las siguientes palabras:
“Hay algo que, aunque te pertenezca, la gente siempre lo utiliza más que tú. ¿Qué es?”
Se miraron con perplejidad. Además de las torturas y las puertas, parecía que Genros sentía cierta inclinación por los acertijos.
- Mi nombre –la rubia elfa pareció tenerlo claro. Su voz, alta y clara al pronunciar la respuesta, desató una serie de sonidos metálicos y una de las barras doradas que cerraban la vitrina se deslizó, despejando parte del mecanismo que protegía la gema. Aquel ingenio parecía necesitar las llaves para activarse, pero la voz, con las palabras correctas, era lo que lo ponía en funcionamiento.
Tarek introdujo la segunda llave, repitiendo el proceso. El nuevo pergamino contenía otro acertijo, que leyó con cierta cara de desconcierto.
“El que me compra no me necesita. El que me hace no me quiere. El que me usa no me aprecia. ¿Qué soy?”
- Un féretro –la voz de la humana, que había chillado alegremente aquellas palabras, hizo que los tres se volteasen hacia ella con pasmo. Segundos después, el segundo mecanismo se activó, deslizándose una segunda barra hacia uno de los laterales.
- Eso no me lo esperaba… -murmuró Tarek, más para sí que para sus compañeros.
Nousis repitió el proceso con la tercera llave, que les desveló un acertijo mucho más complejo.
“Si me dices la verdad, te mataré con mi espada. Si me mientes, te mataré con mi hechizo. ¿Qué debes decir para sobrevivir?”
Se miraron entre ellos desconcertados, sin comprender del todo qué era lo que debían decir. Además, ¿qué sucedería si fallaban? ¿Se reactivaría el mecanismo? ¿Se bloquearía el último engranaje?
- ¿Me matarás con tu hechizo? –la duda era patente en la voz de Nousis, pero el chirrido que acompañó a su respuesta dejó claro que había acertado. Tarek miró a Aylizz que le respondió encogiéndose de hombros, tan perdida con él con aquella respuesta.
La vitrina finalmente se abrió, dándoles acceso a la gema. De cerca parecía una simple joya, sin brillo, runas o indicios de poseer el poder que les habían dicho que tenía. El peliblanco solo esperaba que todo aquello hubiese valido la pena.
- ¿Y ahora qué hacemos? – Sus opciones eran malas. Cualquier camino que tomasen entrañaba un peligro, más ahora que habían robado al señor de la casa. En el piso superior todavía flotaba la tóxica nube química provocada por Aylizz; un dragón merodeaba por los pasillos de la mansión y, a esas alturas, los guardas ya habrían encontrado alguno de los cadáveres que habían dejado a su paso. La situación era desesperanzadora.
Tarek Inglorien
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 225
Nivel de PJ : : 1
Re: La sangre del sueño
Sí, estaba preocupado. Una variable más que no podía controlar y no sin importancia. ¿Cuándo había llegado a ser incapaz de aislarse por completo para llevar a cabo sus propios planes? Tal vez no era el peor momento, pero sí uno de los peores.
Los primeros guardias muertos sellaron los pasos que habrían de dar. Ya no podrían escudarse en la treta que los llevó a entrar en la mansión. Habían asesinado a parte de las fuerzas que protegían tanto a Guenros como al objeto por el que estaban allí, aquel que teóricamente les abriría las puertas del nido de vampiros. No podía sino que pensar que continuaban cavando un agujero de proporciones épicas. Restaba saber si serían enterrados por la misma tierra que iba sacando a la superficie. Más oscuridad, más peligro.
Sintió una reconfortante calidez al segar la vida de uno de los dos guardias que a continuación inspeccionaron la estancia donde les habían alojado. Como un ciervo que encara a los perros de caza, eliminar al menos a una de las amenazas electrizó su columna vertebral, hallando no pocas dificultades en sortear una sonrisa que ya asomaba a sus labios. Apretó con fuerza la tosca espada que robó al cadáver, echando extremadamente de menos la delicadeza y soltura que le imprimía a la suya.
Las drogas no tardaron demasiado en ir siendo asimiladas por la humana, y el espadachín procuraba no perderla de vista. Sí, estaba irritado, resentido por la estúpida manera que había tenido de tratarle, como una chiquilla caprichosa tan envuelta en sus necesidades que no prestaba atención a nada más. Por un momento, envidió el simple odio que Tarek mostraba por ella, capaz sin duda de dejarla a merced de los mercenarios de Guenros. Y él, a sus casi noventa años, habiendo recorrido casi una década el continente, enfrentado a la muerte en más ocasiones que edad tenía Iori, estudiado con los mejores maestros de Sandorai, e incluso con un objeto del 19 en su misma bolsa de viaje, había llegado a detestarse a sí mismo por la influencia que esa muchacha tenía en él. Inmerecida. Cada paso que recorrían juntos resultaba una nueva prueba para tales pensamientos. Debía volver a sus orígenes, casi había sacrificado sus ideales por mera ¿lujuria?.
“¿Sabes?- arrastró su voz interna palabras que nada quería escuchar- De haberla poseído en la taberna de Lunargenta, o en el bosque… nada estaría ocurriendo. Como otras veces, se desvanecería”
“Y ahora te mira como un leproso… -rió de forma sombría- ¡A ti! Y no haces nada… protegerla, protegerla, protegerlos…”
“No hay futuro, no existe… -continuó- no la volverás a ver una vez termine el cuento que os ata. Criará ovejas con alguien que morirá antes de que seas siquiera anciano. O atravesada por una espada por meterse en cosas que no le incumben. Habrás sufrido para nada. Si no puedes evitarlo… al menos deja que muera cuando llegue su momento. Tan solo te busca para satisfacer algo inmediato” Recordó las manos de la humana en él, hacía muy poco tiempo...
Volvió a la realidad con la útil información de que trajo consigo el Inglorien. Restaban poco más de una docena de guardias, y por lo que habían comprobado, la mayoría se encontraba patrullando o entrenando en la parte subterránea de la mansión. Ello era tan buena noticia como mala. Todo dependía si lograban regresar a la superficie.
Continuaron atravesando salas y más salas, con las extrañas llaves en su poder, hasta alcanzar la cocina y enfrentarse a un reto mayor de lo esperado. El elfo suspiró con la resignación de mercenario cuando volvían mal dadas. Cuan poco le gustaba enfrentarse a tales bestias…
Mas la sensación de peligro no sólo creció, si no que los envolvió con la frialdad de la Muerte. Si bien pudo ayudar a Tarek con un afortunado acto de reflejos, nada consiguió detener a Aylizz, quien quizá presa del pánico supuso su compañero, dio rienda suelta a lanzar al dracónido cuanto tuvo a su alcance. Alquimia básica, nunca resultaba buena idea mezclar frascos desconocidos. Aunque sus pulmones comenzaron a sufrir, esperó a que todos bajasen por la trampilla a un nuevo nivel de subsuelo, y tosiendo, con una opresión en el pecho dolorosa y seca, cerró.
Teniendo por fin un instante de asueto, evaluó la situación nuevamente. Todos continuaban con vida, mas portando armas precarias y encerrados aún más en lo profundo de la mansión. Sí, allí estaba el objeto por el que había arriesgado la vida, si la información que habían recibido era correcta. El siguiente paso antes de terminar con la heredera de sangre de Caudior Faeren, y regresar a isla Tortuga a terminar con la maldita misión. Dioses…
Apenas pudo ocultar su sorpresa ante las acertadas respuestas de Aylizz y Iori a las preguntas que había planteado la estructura que contenía la piedra preciosa. Guenros había preparado un sistema para protegerla realmente complejo de traspasar, entre guardias, la propia ubicación de la gema y el laberinto de estancias subterráneas. Con un punto de orgullo, Nou observó su premio. Pese a todo, lo habían conseguido.
Claro que ahora…
Reprimió con virulencia la voz que mordía desde esa oscura parte de su cerebro antes de comenzar a hablar. Miró a los tres con quienes había pasado ya tantas penurias. Cansados, macilentos, heridos… Sólo veía una opción lógica desde su propia manera de ver el mundo y a sí mismo.
-Quedan unos doce guardias y la nube tóxica continuará expandiéndose según abran habitaciones- caviló- El único escape medianamente seguro son las letrinas. Iori debe abandonar este lugar cuanto antes, y alguien debe acompañarla- contempló a Tarek y a Aylizz. Pese a todo lo ocurrido, la decisión era sencilla- Ayl- pidió, mostrando el único punto de sentimiento por ambas que no pudo soslayar, estaba demasiado cansado para ello- Salid de aquí, y lleváos la gema. Nosotros volveremos a por todas nuestras cosas. No esperéis en loa alrededores, podrían capturaros. Esperadnos, si no llegamos nosotros antes, a media legua al noroeste. No hay tiempo para discutir. Tenemos armas e intentaremos huir aprovechando la confusión. ¡Vamos!- ordenó.
Nada más verlas partir, un peso se aligeró dentro del elfo. Confiaba en que esa salida fuese lo segura que él esperaba, y sin embargo, estaba convencido que les sería más fácil escapar siendo dos, armados que…
“Te mientes”
Rechinó los dientes, tomando la vanguardia conteniendo la respiración. La destrucción a pequeña escala dejada por el dragón les servía como guía para continuar avanzando. Tan sólo frenaron su escapada a causa de la idea del Inglorien. Ahora sí le veía utilidad a disfrazarse como guardias de la mansión. Unos segundos podrían decantar la balanza en un ataque y en cruzar a la sala siguiente.
Cuando echaron a correr una vez más, el espadachín pensó en su arma, reforjada tras la victoria de Árbol Madre. Y aún necesitaba un nombre…
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 417
Nivel de PJ : : 4
Re: La sangre del sueño
La voz de Nousis pronunciando su nombre se clavó en ella, haciendo que pudiera sentir que su latir se saltaba un pulso. A pesar de la seriedad que mostraba su apariencia, de la firmeza de sus palabras, fue capaz de percibir algo, además de la siempre presente preocupación y responsabilidad que el elfo acostumbraba a cargar sobre sus hombros. La culpabilidad por el error al que le había llevado la inseguridad llegada al pánico, provocando que ahora la única salida de aquel subterráneo hubiese quedado invadida por la toxicidad, quedó ahora opacada por un algo que la pellizcó por dentro y la atrapó.
Probablemente el silencio que guardó apenas fue percibido por los demás, pero ella lo sintió como si el tiempo hubiese pasado tan lento que se hubiera llegado a detener. Por un momento fue incapaz de apartar la atención del ruido interno que provocaba su propia respiración, pero hizo por controlarla cuando el elfo explicó con pocas palabras, pero todo detalle, la única oportunidad que parecían tener para salir de allí. Notó que sus ojos trataban de humedecerse. Quiso cuestionarlo, tratar de persuadirlo y llegar a otra manera que supusiera separarse, volver a perderse. Tragó saliva y apretó la lengua contra el paladar, logrando evitarlo.
Una mirada de reojo fue dirigida un momento hacia el elfo joven, por encima del hombro del más maduro, frente a ella. Ahora consideraba que no hubiese sido tan malo conocerlo en otras circunstancias. Y aún tenía que discurrir cómo podría ayudar a Iori en su búsqueda, si es que podía hacerlo. Iori… Sus pupilas la buscaron. Nousis tenía razón, en su estado lo mejor que podía hacer era alejarse de aquel lugar. Se ocuparía de que así lo hiciera.
Volviendo al elfo, extendió la mano y tomó la gema. Rozar su mano la hizo sentir un impulso por lanzarse contra él, aferrarse a su cuerpo y envolverlo. Sus acercamientos habían sido contados y limitados, no obstante, en las ocasiones en las que temía por su porvenir, su mera presencia la hacía sentir segura. Aunque jamás lo admitiría, sería darle demasiado poder. Por eso, en lugar de convertir aquello en algo sentimental, se limitó a arrancar la manga de su camisa, desgarrada tras el desliz de la cocina que le había costado un tajo en el brazo, para envolver en ella la joya. Después, desenganchó el cordón de su bota y lo amarró al paquete para poder llevarlo atado al cuello.
—Venga, preciosa… Vamos a darnos un baño.— se limitó a decir, dirigiéndose a Iori, aunque dedicándole una sonrisa divertida a los elfos, a quienes miró de medio lado.
Tomando con delicadeza el brazo de la chica la llevó hasta la trampilla que daba al exterior. Poniendo a la joven frente a ella, tomó el cuello de sus prendas y lo subió hasta cubrir la mitad inferior de su rostro, dejando únicamente sus ojos al descubierto. Después, tomó una de sus manos y la llevó a su boca. Desconocía el alcance que los efectos de la droga habían tenido en ella, así que optó por hacer que la tarea de supervivencia resultase sencilla.
—Cúbrete, respira despacio y mantén el cuerpo agachado. Sigue hasta las letrinas. Estaré a tu espalda, no te detengas.
Levantando la trampilla, lo justo para que la humana se colarse hacia arriba, le indicó con un gesto que saliese antes que ella. Cuando hubo cruzado tres cuartos de su cuerpo se dispuso a seguirla.
—Tómatelo con calma, Tarek.— se dirigió al elfo joven antes de tomar el impulso de subida —Su orgullo le obligará a estar por encima de tí, no es personal.— añadió, refiriéndose al Indirel, en un envenenado tono jocoso, dejando ver una sonrisa velada —Nos vemos en media legua.— afirmó.
Tomando aquello como una despedida, se tomó un momento para cubrirse la cara, del mismo modo que había hecho con la humana, antes desaparecer tras el hueco abierto en el techo.
Aylizz Wendell
Moderador/a
Moderador/a
Cantidad de envíos : : 585
Nivel de PJ : : 2
Re: La sangre del sueño
Un baño. Sí, eso sonaba bien. La verdad es que hacía días desde la última vez que el agua y el jabón se habían juntado sobre su piel. En concreto, la última noche antes de partir por la mañana con su chica pirata hacia la isla de la muerte. Una sonrisa torcida se perfiló casi imperceptible en la boca de Iori. Recordaba con precisión como las pompas brillaban de forma iridiscente a la luz de las velas sobre los pechos de su compañera. Aquel había sido un buen baño. De los divertidos y largos. Como a ella le gustaban.
Pensar en tener la oportunidad de uno con Aylizz hizo que sus sentidos se despertasen del extraño letargo a través del cual percibía el mundo desde hacía un rato. ¿Sería verdad? Le costaba creerlo, pero lo acababa de escuchar. Peleándose con la razón de su mente en silencio, se dejó guiar obediente. Quizá por una vez, podía dejarse hacer. Por una vez, entregarle a otra persona el control. ¿Podría ser que en la dulzura y feminidad de Ayl encontrara ese punto de confianza que precisaba?
Atolondrada, comprendió que cuando la elfa aferró el cuello de su ropa no era para bajársela o parar atraerla a ella con fuerza. La cubrió como quien arropa a un niño pequeño y el rostro de Iori se iluminó con un sentimiento a medias entre el asombro y la traición. ¿Entonces no habría baño juntas?
No le dio tiempo a ordenar sus pensamientos, u organizar en su mente un contraataque sexual que hiciese rendir a la elfa a sus encantos. Ayl tenía prisa por salir de allí y el agujero en el suelo parecía ser el único camino. Olía mal. A un aroma que a Iori le recordó a medias a tripas de cerdo y abono fermentado de semanas de maduración. Se sintió volar unos segundos antes de caer con torpeza hundiendo sus pies en un suelo demasiado blando como para ser estable.
Estuvo a punto de caer pero terminó encontrando pie contra una pared. Agua hedionda la cubría hasta las rodillas, y tardó unos segundos en apartarse cuando comprendió que la elfa iba a seguirla a su camino por lo que parecía un conducto de aguas fecales. Aferró con más fuerza la mano que tenía cubriendo su rostro y trató de anular la pestilencia del lugar buscando centrarse en el olor de la parte interior de su ropa.
Manzana.
Guiándose de alguna manera, caminó al lado de la rubia, obligando a sus piernas a superar la resistencia que aquella corriente mugrienta oponía a su avance. Dejando atrás la techumbre que recubría el canal, terminaron saliendo a cielo abierto frente a un lateral de una corriente más grande, que las saludó aligerando el mal olor que ya se había quedado impregnado a sus cuerpos. - No sé si el jabón nos ayudará - indicó entre dientes mientras ascendía por una inclinación de la orilla hasta hundir los pies en hierba mullida. Necesitarían estar a remojo un buen rato para conseguir asearse esa vez.
Pensar en tener la oportunidad de uno con Aylizz hizo que sus sentidos se despertasen del extraño letargo a través del cual percibía el mundo desde hacía un rato. ¿Sería verdad? Le costaba creerlo, pero lo acababa de escuchar. Peleándose con la razón de su mente en silencio, se dejó guiar obediente. Quizá por una vez, podía dejarse hacer. Por una vez, entregarle a otra persona el control. ¿Podría ser que en la dulzura y feminidad de Ayl encontrara ese punto de confianza que precisaba?
Atolondrada, comprendió que cuando la elfa aferró el cuello de su ropa no era para bajársela o parar atraerla a ella con fuerza. La cubrió como quien arropa a un niño pequeño y el rostro de Iori se iluminó con un sentimiento a medias entre el asombro y la traición. ¿Entonces no habría baño juntas?
No le dio tiempo a ordenar sus pensamientos, u organizar en su mente un contraataque sexual que hiciese rendir a la elfa a sus encantos. Ayl tenía prisa por salir de allí y el agujero en el suelo parecía ser el único camino. Olía mal. A un aroma que a Iori le recordó a medias a tripas de cerdo y abono fermentado de semanas de maduración. Se sintió volar unos segundos antes de caer con torpeza hundiendo sus pies en un suelo demasiado blando como para ser estable.
Estuvo a punto de caer pero terminó encontrando pie contra una pared. Agua hedionda la cubría hasta las rodillas, y tardó unos segundos en apartarse cuando comprendió que la elfa iba a seguirla a su camino por lo que parecía un conducto de aguas fecales. Aferró con más fuerza la mano que tenía cubriendo su rostro y trató de anular la pestilencia del lugar buscando centrarse en el olor de la parte interior de su ropa.
Manzana.
Guiándose de alguna manera, caminó al lado de la rubia, obligando a sus piernas a superar la resistencia que aquella corriente mugrienta oponía a su avance. Dejando atrás la techumbre que recubría el canal, terminaron saliendo a cielo abierto frente a un lateral de una corriente más grande, que las saludó aligerando el mal olor que ya se había quedado impregnado a sus cuerpos. - No sé si el jabón nos ayudará - indicó entre dientes mientras ascendía por una inclinación de la orilla hasta hundir los pies en hierba mullida. Necesitarían estar a remojo un buen rato para conseguir asearse esa vez.
Iori Li
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 373
Nivel de PJ : : 3
Re: La sangre del sueño
Las observó partir, perderse por aquella trampilla que les había dado acceso a la cámara secreta de Genros y a la gema… tras la cual solo encontrarían caos y una miríada de enemigos a los que abatir para poder sobrevivir. La sugerencia de Nousis de separarse le había tomado por sorpresa. Jamás habría imaginado al elfo mayor proponiendo aquello… y aún menos que su propuesta implicase que uno de ellos permaneciese con él. Vistos los antecedentes, Nousis parecía ser el tipo de guerrero que se sacrificaba por sus compañeros, no el que pedía a los demás que se quedasen y sacrificasen con él. Realmente no se lo había pedido… aunque tampoco habría hecho falta. Bajo ningún concepto lo habría dejado enfrentarse solo a lo que los esperaba… y probablemente la discusión habría arrastrado a Aylizz y todo el grupo se hubiese mantenido junto.
Fuese una decisión estratégica o simplemente la constatación de que no podía hacer aquello solo, la cuestión es que su futuro inmediato no pintaba halagüeño. Con una última mofa, Aylizz desapareció por la trampilla. Tarek no pudo evitar que lo invadiese una leve risa. Con calma, desató las cintas que llevaba en el brazo izquierdo. Ni aún tras el cambio de vestuario en el carro había querido dejarlas atrás. Eran una marca distintiva de la indumentaria de su pueblo. Le pasó una a Nousis.
- Ayudarán a atravesar la nube tóxica y será más cómodo para combatir –sopesando la segunda por un momento, se dirigió al elfo pelinegro una vez más para aclarar una cuestión- ¿Recuerdas lo que hablamos antes de quemar la taberna? Te dije que no te culpaba por lo ocurrido y que si moría en esta misión tú no debías sentirte culpable… Pues no lo hagas. Solo saldremos de aquí los dos si luchamos por sobrevivir. No hagas ninguna heroicidad estúpida y yo intentaré mantenerme con vida. Además, siendo pragmáticos, tú eres el más útil de los dos… así que no me hagas sacrificarme para cubrir tu estupidez.
Sin dirigirle la mirada, se cubrió pare del rostro con la tela, al tiempo que se dirigía a la trampilla. Aguardar más tiempo allí no los beneficiaría. Debían aprovechar el caos reinante para intentar atravesar aquella mansión de los horrores sin perecer en el intento.
La cocina, así como la sala contigua, se encontraban vacías y sumidas en silencio. Al parecer el truco de los frascos de Aylizz y la estampida del dragón habían espantado hasta a las ratas. Con cautela y manteniéndose agachando, para evitar en lo posible la nube tóxica, se dirigió a la salida. Tras él, los sutiles pasos de Nousis le indicaron que el otro elfo lo seguía. Una vez abandonaron el almacén percibieron en la lejanía el sonido de un apagado tumulto. Al parecer su despliegue de medios había puesto en alarma a todo el castillo y se había desatado el caos.
Un gesto de Nousis, que caminaba parejo a él con la mano sobre la empuñadura de la espada, le indicó que debían deshacer el camino que los había llevado hasta las cocinas. Sin duda, lo más seguro era regresar por donde habían llegado, esperando que sus dioses fueran misericordiosos con su memoria y no se equivocasen de puertas… aunque el reguero de cadáveres que habían ido dejando a su paso quizás sirviese de guía para su propósito. En poco tiempo alcanzaron la sala en la que el grupo de guardas habían acosado a la humana. Tarek se detuvo en seco, mirando los cuerpos esparcidos por el suelo. Nousis, al notar que no lo seguía, se giró con mirada inquisitiva.
- Podríamos vestirnos de soldados. –fue su quedo susurro- Con el caos y la confusión podría darnos una oportunidad de pasar desapercibidos. Aparte, gracias a la nube de Aylizz, tenemos una excusa para llevar la cara tapada.
Con gesto de resignación, el elfo mayor se dirigió hacia el guardia más cercano. – Quizás funcione aquí, pero nos darán el alto al salir al patio y acabarán por reconocernos.
Sopesando sus posibilidades, Tarek tomó la túnica de uno de los cadáveres. La reyerta había dejado las vestiduras manchadas de sangre, pero vista la situación, no sería tan extraño que dos soldados estuviesen heridos. Debían solucionar el asunto del patio… y tendría que ocurrírseles algo antes de cruzar la puerta que daba acceso al mismo.
Retomaron el camino, con la cabeza gacha y avanzando con rapidez en dirección a lo que sabían que era la salida. Extrañamente, el camino estaba despejado. Probablemente los guardias habían aprovechado el tiempo que ellos habían usado en la cámara de la gema para huir del dragón y la nube de tóxica. Por lo que todos se encontrarían en el exterior… debían despejar el patio de alguna manera.
A punto de entrar en la habitación en la que los habían hospedado, Tarek agarró al otro elfo del brazo.
- Espera –susurró lo suficientemente alto como para que lo escuchase- Dame unos minutos y luego pide ayuda –Nousis lo miró interrogante, pero no tenía tiempo de explicaciones- Tú solo hazlo.
Corriendo por el camino que acababan de atravesar, se dirigió a la biblioteca, parando solamente un instante en la sala contigua para tomar una antorcha. Al parecer la tenebrosa colección de Genros iba a servir para algo y quizás el fuego, en un acto purificador, liberaría a todos los que habían sido atormentados para construir aquella monstruosidad. Sin pensárselo dos veces, incendió la estancia, estantería a estantería, libro a libro. El fuego se alzó violento en poco tiempo, consumiendo los libros con premura e inundando de humo los pasillos aledaños. Sin dilación, retornó junto a Nousis, dejando una estela de fuego a su paso.
La figura del elfo de cabello oscuro se recortaba ya al fondo de la estancia, cuando lo vio girarse y gritar por ayuda, avanzando a continuación hacia él. El humo empezaba a escocerles en los ojos y a hacerlos toser, cuando el ruido de los soldados descendiendo los peldaños hasta allí les aseguró que el plan había funcionado.
- ¡Por los dioses! – exclamó el primero que alcanzó la estancia. Su compañero, apenas vio la situación, regresó por donde había venido al grito de “fuego”- ¿Qué está pasando? –los miró por un momento- ¿Hasta dónde llega?
-Biblioteca… dragón –respondió Tarek con voz rasposa.
El soldado lo observó, percatándose de la mancha de sangre en la túnica de Tarek- Tu compañero está herido –indicó a Nousis- sácalo de aquí cuanto antes.
Antes de que el elfo pelinegro pudiese responder, varios soldados cargados con calderos de agua, los obligaron hacerse a un lado. En pocos segundos una decena de ellos había formado una cadena desde el patio y se afanaba en transportar agua para evitar que las llamas se propagasen.
Apoyándose en Nousis, Tarek se dejó “arrastrar” hasta el patio, fingiendo estar herido. El tumulto provocado por el fuego los hizo pasar desapercibidos. Pero sus esperanzas de una rápida huida se desvanecieron cuando comprobaron que el carro en el que se encontraban sus cosas había desaparecido. El elfo peliblanco miró a su espalda… el incendio no entretendría para siempre a los soldados y ponerse a rebuscar sus cosas por la mansión no era una opción. Además, allí a cielo abierto eran fácilmente reconocibles.
- Allí –el joven elfo se giró para mirar a Nousis, que indicaba con gesto resolutivo una puerta localizada en el patio central superior.
- ¿Qué? ¿Cómo lo sabes? –preguntó en un susurro, aunque no dudó en seguir al otro elfo, que se dirigía seguro hacia allí.
La sala, a la que sorprendentemente llegaron sin problemas, estaba custodiada. Aunque el soldado que se encontraba en su interior apenas pudo abrir la boca para pedir ayuda cuando Nousis, certero en su ataque, lo dejó fuera de combate. Tarek lo había visto combatir un par de veces hasta entonces, pero nunca había visto aquel brillo asesino en su mirada.
Tomando las cosas del grupo, las juntaron en un improvisado hatillo, al tiempo que se enfundaban sus propias armas. El peso de la kusarigama en su mano lo hizo sentirse seguro por un momento. Pero su huida no había llegado a término, todavía quedaba la parte más complicada. Las grandes puertas de la muralla permanecían cerradas a cal y canto, como una barrera inexpugnable que los separaba de su libertad. Además, Tarek dudaba que todos los guardias se encontrasen apagando el fuego. Seguramente habían dejado refuerzos tras de si, vigías que evitasen entradas o salidas indeseadas.
- Hay que separarse –había terminado sentándose en el suelo, contra la pared de la puerta, de forma que pudiese observar el patio sin ser visto. Tras un nuevo y fugaz vistazo, reposó la cabeza contra la pared- Uno de los dos debe abrir la puerta… el otro tendrá que hacer ruido. –miró a Nousis cavilar y tomar una rápida decisión. Empuñando su espada, abandonó la estancia. El sonido del metal chocando contra metal, no tardó en dejarse oír. Así que le tocaba la puerta.
Relegando una vez más el cansancio a un segundo plano, se puso en pie y contó hasta diez. Tiempo suficiente para que Nousis apartase a los soldados de aquel lugar, dándole margen para alcanzar la puerta. Sin pensárselo ni por un segundo, salió corriendo rumbo a ella, sin pararse a mirar la refriega que había provocado el otro elfo.
Un soldado, con expresión de incredulidad, custodiaba la puerta. Era el mismo que había hablado con Tarek solamente unas horas antes. El mismo al que se había jurado desollar. Al parecer sus dioses le sonreían. Aprovechando la inercia que le proporcionaba la carrera, empuñó su arma y, frenando en el último momento, impulso el peso que pendía de uno de los extremos de la cadena. El sonido de la bola la golpear el cráneo del soldado reverberó por el patio. Quizás no tuviese tiempo de desollarlo, pero al menos se había asegurado de que nunca más se volvería a reír de los suyos.
Se centró de nuevo en la puerta. A pesar de su magnitud, el mecanismo que la mantenía cerrada era bastante simple y, quizás para ahorrar en efectivos, le habían instalado un sistema de apertura que, con algo de esfuerzo, podía accionar una sola persona. La lucha de Nousis continuaba escuchándose de fondo cuando empezó a girar el torno que tiraba de la cuerda que descorría el madero que atrancaba la puerta. Minuto tras minuto y metro tras metro de cuerda, la tranca se fue descorriendo, hasta dejar liberada una de las hojas de la puerta, que el elfo peliblanco se apresuró a abrir. Ahora solo quedaba recuperar a Nousis. Pero el sonido del entrechocar de metal había cesado.
Al girarse observó como varios soldados se dirigían hacia él. No había ni rastro del pelinegro. “No pueden haberlo vencido… a él no” pensó Tarek con cierta angustia. Nousis era de lejos el guerrero más diestro que había conocido, después de Eithelen. No podía haber caído en una razia con soldados humanos… no allí, mientras él le daba la espalda.
Miró a su atrás un segundo. La libertad se encontraba solo a unos pasos de distancia, mientras frente a él un grupo de nuevos adversarios se aproximaba implacable. No se marcharía, no sin Nousis, aunque lo único que pudiese cargar fuese su cadáver. Un nuevo ruido y gritos en el extremo opuesto del patio hicieron parar a sus atacantes, que se volvieron para ver al elfo pelinegro cabalgando sobre un caballo rumbo a la puerta. Tarek exhaló con alivio. No estaba muerto... y algún día tendría que contarle cómo lo había conseguido, pero aquel no era el momento.
Se agarró al brazo tendido de Nousis para subir al caballo, que apenas redujo la marcha para permitir la maniobra. El corcel atravesó la puerta llevándolos hacia su libertad. Gritos a su espalda y el silbido de flechas los acompañaron por varios minutos, hasta que la mansión se convirtió en un borrón a sus espaldas.
- Hemos salido… los dos… Por un momento pensé que habías muerto –comentó Tarek, al tiempo que se agarraba con fuerza a la túnica de Nousis- Creo que me han alcanzado con una flecha.
Fuese una decisión estratégica o simplemente la constatación de que no podía hacer aquello solo, la cuestión es que su futuro inmediato no pintaba halagüeño. Con una última mofa, Aylizz desapareció por la trampilla. Tarek no pudo evitar que lo invadiese una leve risa. Con calma, desató las cintas que llevaba en el brazo izquierdo. Ni aún tras el cambio de vestuario en el carro había querido dejarlas atrás. Eran una marca distintiva de la indumentaria de su pueblo. Le pasó una a Nousis.
- Ayudarán a atravesar la nube tóxica y será más cómodo para combatir –sopesando la segunda por un momento, se dirigió al elfo pelinegro una vez más para aclarar una cuestión- ¿Recuerdas lo que hablamos antes de quemar la taberna? Te dije que no te culpaba por lo ocurrido y que si moría en esta misión tú no debías sentirte culpable… Pues no lo hagas. Solo saldremos de aquí los dos si luchamos por sobrevivir. No hagas ninguna heroicidad estúpida y yo intentaré mantenerme con vida. Además, siendo pragmáticos, tú eres el más útil de los dos… así que no me hagas sacrificarme para cubrir tu estupidez.
Sin dirigirle la mirada, se cubrió pare del rostro con la tela, al tiempo que se dirigía a la trampilla. Aguardar más tiempo allí no los beneficiaría. Debían aprovechar el caos reinante para intentar atravesar aquella mansión de los horrores sin perecer en el intento.
La cocina, así como la sala contigua, se encontraban vacías y sumidas en silencio. Al parecer el truco de los frascos de Aylizz y la estampida del dragón habían espantado hasta a las ratas. Con cautela y manteniéndose agachando, para evitar en lo posible la nube tóxica, se dirigió a la salida. Tras él, los sutiles pasos de Nousis le indicaron que el otro elfo lo seguía. Una vez abandonaron el almacén percibieron en la lejanía el sonido de un apagado tumulto. Al parecer su despliegue de medios había puesto en alarma a todo el castillo y se había desatado el caos.
Un gesto de Nousis, que caminaba parejo a él con la mano sobre la empuñadura de la espada, le indicó que debían deshacer el camino que los había llevado hasta las cocinas. Sin duda, lo más seguro era regresar por donde habían llegado, esperando que sus dioses fueran misericordiosos con su memoria y no se equivocasen de puertas… aunque el reguero de cadáveres que habían ido dejando a su paso quizás sirviese de guía para su propósito. En poco tiempo alcanzaron la sala en la que el grupo de guardas habían acosado a la humana. Tarek se detuvo en seco, mirando los cuerpos esparcidos por el suelo. Nousis, al notar que no lo seguía, se giró con mirada inquisitiva.
- Podríamos vestirnos de soldados. –fue su quedo susurro- Con el caos y la confusión podría darnos una oportunidad de pasar desapercibidos. Aparte, gracias a la nube de Aylizz, tenemos una excusa para llevar la cara tapada.
Con gesto de resignación, el elfo mayor se dirigió hacia el guardia más cercano. – Quizás funcione aquí, pero nos darán el alto al salir al patio y acabarán por reconocernos.
Sopesando sus posibilidades, Tarek tomó la túnica de uno de los cadáveres. La reyerta había dejado las vestiduras manchadas de sangre, pero vista la situación, no sería tan extraño que dos soldados estuviesen heridos. Debían solucionar el asunto del patio… y tendría que ocurrírseles algo antes de cruzar la puerta que daba acceso al mismo.
Retomaron el camino, con la cabeza gacha y avanzando con rapidez en dirección a lo que sabían que era la salida. Extrañamente, el camino estaba despejado. Probablemente los guardias habían aprovechado el tiempo que ellos habían usado en la cámara de la gema para huir del dragón y la nube de tóxica. Por lo que todos se encontrarían en el exterior… debían despejar el patio de alguna manera.
A punto de entrar en la habitación en la que los habían hospedado, Tarek agarró al otro elfo del brazo.
- Espera –susurró lo suficientemente alto como para que lo escuchase- Dame unos minutos y luego pide ayuda –Nousis lo miró interrogante, pero no tenía tiempo de explicaciones- Tú solo hazlo.
Corriendo por el camino que acababan de atravesar, se dirigió a la biblioteca, parando solamente un instante en la sala contigua para tomar una antorcha. Al parecer la tenebrosa colección de Genros iba a servir para algo y quizás el fuego, en un acto purificador, liberaría a todos los que habían sido atormentados para construir aquella monstruosidad. Sin pensárselo dos veces, incendió la estancia, estantería a estantería, libro a libro. El fuego se alzó violento en poco tiempo, consumiendo los libros con premura e inundando de humo los pasillos aledaños. Sin dilación, retornó junto a Nousis, dejando una estela de fuego a su paso.
La figura del elfo de cabello oscuro se recortaba ya al fondo de la estancia, cuando lo vio girarse y gritar por ayuda, avanzando a continuación hacia él. El humo empezaba a escocerles en los ojos y a hacerlos toser, cuando el ruido de los soldados descendiendo los peldaños hasta allí les aseguró que el plan había funcionado.
- ¡Por los dioses! – exclamó el primero que alcanzó la estancia. Su compañero, apenas vio la situación, regresó por donde había venido al grito de “fuego”- ¿Qué está pasando? –los miró por un momento- ¿Hasta dónde llega?
-Biblioteca… dragón –respondió Tarek con voz rasposa.
El soldado lo observó, percatándose de la mancha de sangre en la túnica de Tarek- Tu compañero está herido –indicó a Nousis- sácalo de aquí cuanto antes.
Antes de que el elfo pelinegro pudiese responder, varios soldados cargados con calderos de agua, los obligaron hacerse a un lado. En pocos segundos una decena de ellos había formado una cadena desde el patio y se afanaba en transportar agua para evitar que las llamas se propagasen.
Apoyándose en Nousis, Tarek se dejó “arrastrar” hasta el patio, fingiendo estar herido. El tumulto provocado por el fuego los hizo pasar desapercibidos. Pero sus esperanzas de una rápida huida se desvanecieron cuando comprobaron que el carro en el que se encontraban sus cosas había desaparecido. El elfo peliblanco miró a su espalda… el incendio no entretendría para siempre a los soldados y ponerse a rebuscar sus cosas por la mansión no era una opción. Además, allí a cielo abierto eran fácilmente reconocibles.
- Allí –el joven elfo se giró para mirar a Nousis, que indicaba con gesto resolutivo una puerta localizada en el patio central superior.
- ¿Qué? ¿Cómo lo sabes? –preguntó en un susurro, aunque no dudó en seguir al otro elfo, que se dirigía seguro hacia allí.
La sala, a la que sorprendentemente llegaron sin problemas, estaba custodiada. Aunque el soldado que se encontraba en su interior apenas pudo abrir la boca para pedir ayuda cuando Nousis, certero en su ataque, lo dejó fuera de combate. Tarek lo había visto combatir un par de veces hasta entonces, pero nunca había visto aquel brillo asesino en su mirada.
Tomando las cosas del grupo, las juntaron en un improvisado hatillo, al tiempo que se enfundaban sus propias armas. El peso de la kusarigama en su mano lo hizo sentirse seguro por un momento. Pero su huida no había llegado a término, todavía quedaba la parte más complicada. Las grandes puertas de la muralla permanecían cerradas a cal y canto, como una barrera inexpugnable que los separaba de su libertad. Además, Tarek dudaba que todos los guardias se encontrasen apagando el fuego. Seguramente habían dejado refuerzos tras de si, vigías que evitasen entradas o salidas indeseadas.
- Hay que separarse –había terminado sentándose en el suelo, contra la pared de la puerta, de forma que pudiese observar el patio sin ser visto. Tras un nuevo y fugaz vistazo, reposó la cabeza contra la pared- Uno de los dos debe abrir la puerta… el otro tendrá que hacer ruido. –miró a Nousis cavilar y tomar una rápida decisión. Empuñando su espada, abandonó la estancia. El sonido del metal chocando contra metal, no tardó en dejarse oír. Así que le tocaba la puerta.
Relegando una vez más el cansancio a un segundo plano, se puso en pie y contó hasta diez. Tiempo suficiente para que Nousis apartase a los soldados de aquel lugar, dándole margen para alcanzar la puerta. Sin pensárselo ni por un segundo, salió corriendo rumbo a ella, sin pararse a mirar la refriega que había provocado el otro elfo.
Un soldado, con expresión de incredulidad, custodiaba la puerta. Era el mismo que había hablado con Tarek solamente unas horas antes. El mismo al que se había jurado desollar. Al parecer sus dioses le sonreían. Aprovechando la inercia que le proporcionaba la carrera, empuñó su arma y, frenando en el último momento, impulso el peso que pendía de uno de los extremos de la cadena. El sonido de la bola la golpear el cráneo del soldado reverberó por el patio. Quizás no tuviese tiempo de desollarlo, pero al menos se había asegurado de que nunca más se volvería a reír de los suyos.
Se centró de nuevo en la puerta. A pesar de su magnitud, el mecanismo que la mantenía cerrada era bastante simple y, quizás para ahorrar en efectivos, le habían instalado un sistema de apertura que, con algo de esfuerzo, podía accionar una sola persona. La lucha de Nousis continuaba escuchándose de fondo cuando empezó a girar el torno que tiraba de la cuerda que descorría el madero que atrancaba la puerta. Minuto tras minuto y metro tras metro de cuerda, la tranca se fue descorriendo, hasta dejar liberada una de las hojas de la puerta, que el elfo peliblanco se apresuró a abrir. Ahora solo quedaba recuperar a Nousis. Pero el sonido del entrechocar de metal había cesado.
Al girarse observó como varios soldados se dirigían hacia él. No había ni rastro del pelinegro. “No pueden haberlo vencido… a él no” pensó Tarek con cierta angustia. Nousis era de lejos el guerrero más diestro que había conocido, después de Eithelen. No podía haber caído en una razia con soldados humanos… no allí, mientras él le daba la espalda.
Miró a su atrás un segundo. La libertad se encontraba solo a unos pasos de distancia, mientras frente a él un grupo de nuevos adversarios se aproximaba implacable. No se marcharía, no sin Nousis, aunque lo único que pudiese cargar fuese su cadáver. Un nuevo ruido y gritos en el extremo opuesto del patio hicieron parar a sus atacantes, que se volvieron para ver al elfo pelinegro cabalgando sobre un caballo rumbo a la puerta. Tarek exhaló con alivio. No estaba muerto... y algún día tendría que contarle cómo lo había conseguido, pero aquel no era el momento.
Se agarró al brazo tendido de Nousis para subir al caballo, que apenas redujo la marcha para permitir la maniobra. El corcel atravesó la puerta llevándolos hacia su libertad. Gritos a su espalda y el silbido de flechas los acompañaron por varios minutos, hasta que la mansión se convirtió en un borrón a sus espaldas.
- Hemos salido… los dos… Por un momento pensé que habías muerto –comentó Tarek, al tiempo que se agarraba con fuerza a la túnica de Nousis- Creo que me han alcanzado con una flecha.
Tarek Inglorien
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 225
Nivel de PJ : : 1
Página 2 de 2. • 1, 2
Temas similares
» La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
» El sueño naranja [Trabajo]
» El último sueño [Libre] [3/3] [Cerrado]
» El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
» El sueño de Odín [Evento Social. Yule]
» El sueño naranja [Trabajo]
» El último sueño [Libre] [3/3] [Cerrado]
» El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
» El sueño de Odín [Evento Social. Yule]
Página 2 de 2.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Ayer a las 23:14 por Iori Li
» Laboratorio Harker [Alquimia+Ingeniería]
Ayer a las 19:13 por Zelas Hazelmere
» Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Ayer a las 16:18 por Mina Harker
» El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Ayer a las 05:53 por Lukas
» El retorno del vampiro [Evento Sacrestic]
Ayer a las 00:33 por Vincent Calhoun
» La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Mar Nov 19 2024, 22:49 por Eltrant Tale
» Entre Sombras y Acero [LIBRE][NOCHE]
Mar Nov 19 2024, 22:42 por Cohen
» [Zona de culto] Altar de las Runas de los Baldíos
Lun Nov 18 2024, 12:29 por Tyr
» Susurros desde el pasado | Amice H.
Lun Nov 18 2024, 04:12 por Amice M. Hidalgo
» [Zona de culto] Iglesia del único Dios
Sáb Nov 16 2024, 21:38 por Tyr
» Enjoy the Silence 4.0 {Élite]
Miér Nov 13 2024, 20:01 por Nana
» Vampiros, Gomejos, piernas para qué las tengo. [Privado]
Mar Nov 12 2024, 04:51 por Tyr
» Derecho Aerandiano [Libre]
Dom Nov 10 2024, 13:36 por Tyr
» Propaganda Peligrosa - Priv. Zagreus - (Trabajo / Noche)
Vie Nov 08 2024, 18:40 por Lukas
» Lamentos de un corazón congelado [Libre 3/3]
Vie Nov 08 2024, 01:19 por Tyr