Prólogo: La Compañía De Teatro Ambulante [Solitario][Cerrado]
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Prólogo: La Compañía De Teatro Ambulante [Solitario][Cerrado]
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Desde hacía un par de años, el nombre de la Compañía de Teatro Ambulante de Aerandir se había hecho muy popular. Sus obras eran de gran calidad y contaban algunas de las excitantes aventuras de héroes históricos y de personajes legendarios. El nivel interpretativo de su elenco veraniego era excelente, contando con algunas estrellas aerandianas de gran nivel, cómo pueden ser Pol NuevoHombre, Elizabeth Telón o Llamas Dean.
Las tabernas y plazas dónde actuaban se llenaban de personas, que gustosamente pagaban 10 aeros para disfrutar de un pase de la función. Tras un par de pases por noche, llegaba el momento de continuar con la ruta y la Compañía se despedía de un nuevo lugar, mientras sus estrellas eran aclamados entre vítores.
El éxito alcanzado había sido impensable años atrás, pero al parecer, los habitantes de Aerandir siempre estaban dispuestos a disfrutar de un espectáculo para evadirse durante unas horas de sus numerosos problemas.
Pero el mayor de los artistas de La Compañía de Teatro Ambulante de Aerandir se encontraba entre bastidores y nunca había subido al escenario. Un extraño joven brujo que siempre vestía de negro, cuyo nombre en el público nadie conocía. Su pelo era moreno y corto, ligeramente peinado hacia atrás. Sus ojos eran igual de oscuros. Su fina barba recorría su rostro, proporcionándole un aspecto algo desaliñado. La antítesis de lo que un artista debe ser. Alguien que pasa desapercibido.
Situado entre el público, sus ojos no perdían detalle de cada momento de la obra. Desde su mente, proyectaba imágenes hacia el fondo del improvisado escenario y creaba paisajísticas ilusiones que encandilaban al público. Otras veces, creaba monstruos de leyenda que asustaba a algunos de los asistentes y que hacía llorar a los niños.
Al acabar la obra, no se llevaba reconocimiento alguno. No era algo que le importase, ya que le pagaban bastante bien. Si la cuantía de su salario disminuía, amenazaba con marcharse. Pero cómo todos sabían que el éxito de la compañía se debía en gran parte a él, siempre conseguía acabar con los aeros suficientes en el bolsillo. Podría prescindir de los elogios del público y de la fama, pero nunca del dinero. Amaba el dinero.
Cuándo el verano llegaba a su fin, los actores de primera línea volvían hasta Lunargenta, dejando paso a intérpretes insignificantes que buscaban una oportunidad para abrirse un hueco en el exclusivo mundo teatral durante la gira otoñal.
El joven brujo disfrutaba especialmente esta época del año: aunque la recaudación de los pases era menor, su proporción aumentaba ligeramente y podía permitirse ser más creativo, tomarse algunas licencias artísticas en sus ilusiones, para comprobar cómo era la reacción del público, para añadirlas o no en la próxima primavera. Los actores de la gira otoñal eran más humildes y querían cooperar con él, aportándole sugerencias e ideas que el joven de negro siempre escuchaba con atención. Incluso en esa época era más fácil sacar algún sobresueldo metiendo la mano en los bolsillos de algunos espectadores.
Pero lo que no sabía este brujo de apariencia sombría es que aquel otoño iba a complicársele más de lo que esperaba...
Las tabernas y plazas dónde actuaban se llenaban de personas, que gustosamente pagaban 10 aeros para disfrutar de un pase de la función. Tras un par de pases por noche, llegaba el momento de continuar con la ruta y la Compañía se despedía de un nuevo lugar, mientras sus estrellas eran aclamados entre vítores.
El éxito alcanzado había sido impensable años atrás, pero al parecer, los habitantes de Aerandir siempre estaban dispuestos a disfrutar de un espectáculo para evadirse durante unas horas de sus numerosos problemas.
Pero el mayor de los artistas de La Compañía de Teatro Ambulante de Aerandir se encontraba entre bastidores y nunca había subido al escenario. Un extraño joven brujo que siempre vestía de negro, cuyo nombre en el público nadie conocía. Su pelo era moreno y corto, ligeramente peinado hacia atrás. Sus ojos eran igual de oscuros. Su fina barba recorría su rostro, proporcionándole un aspecto algo desaliñado. La antítesis de lo que un artista debe ser. Alguien que pasa desapercibido.
Situado entre el público, sus ojos no perdían detalle de cada momento de la obra. Desde su mente, proyectaba imágenes hacia el fondo del improvisado escenario y creaba paisajísticas ilusiones que encandilaban al público. Otras veces, creaba monstruos de leyenda que asustaba a algunos de los asistentes y que hacía llorar a los niños.
Al acabar la obra, no se llevaba reconocimiento alguno. No era algo que le importase, ya que le pagaban bastante bien. Si la cuantía de su salario disminuía, amenazaba con marcharse. Pero cómo todos sabían que el éxito de la compañía se debía en gran parte a él, siempre conseguía acabar con los aeros suficientes en el bolsillo. Podría prescindir de los elogios del público y de la fama, pero nunca del dinero. Amaba el dinero.
Cuándo el verano llegaba a su fin, los actores de primera línea volvían hasta Lunargenta, dejando paso a intérpretes insignificantes que buscaban una oportunidad para abrirse un hueco en el exclusivo mundo teatral durante la gira otoñal.
El joven brujo disfrutaba especialmente esta época del año: aunque la recaudación de los pases era menor, su proporción aumentaba ligeramente y podía permitirse ser más creativo, tomarse algunas licencias artísticas en sus ilusiones, para comprobar cómo era la reacción del público, para añadirlas o no en la próxima primavera. Los actores de la gira otoñal eran más humildes y querían cooperar con él, aportándole sugerencias e ideas que el joven de negro siempre escuchaba con atención. Incluso en esa época era más fácil sacar algún sobresueldo metiendo la mano en los bolsillos de algunos espectadores.
Pero lo que no sabía este brujo de apariencia sombría es que aquel otoño iba a complicársele más de lo que esperaba...
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Devon
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