Fue un elfo [Privado, Eilydh]
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Fue un elfo [Privado, Eilydh]
La anciana se balancea en la hamaca. Mirar lo que tiene enfrente sin saber discernir en lo que sucede. El presente no existe para ella, todo cuanto ve y escucha es una sopa de recuerdos pasados, pesadillas que está convencida que han cobrado viva e invenciones con las que se siente más cómoda, segura. Cree estar rodeada de árboles y que unas manos amigas la conducen bajo la sombra de Árbol Madre para que pueda descansar en paz. La mujer ríe divertida a la vez que dirige una mirada de agradecimiento donde cree que se encuentran sus amigos que han venido a verla. La realidad es diferente. La mujer abandonó Sandorai dos semanas atrás. No por su propio pie, ella no puede caminar sin ayuda. Unas manos fuertes (las del joven elfo Iannazzo, criado de la mujer) levantaron a la anciana y la sacaron de su casa. Ella no quiso marchar. Lloró e hizo acopio de aferrarse a los muros de su casa-árbol. ¡Es su casa! No tienen derecho a tirarla de ella. A las manos fuertes le siguió una voz grave que aconsejó a la anciana a que se tranquilizase y le aseguró que no le harían ningún daño. Han pasado dos semanas desde entonces. La caravana en la que la subieron ha levantado un asentamiento en la playa de los ancestros. Iannazzo y Sallalá, la esposa de éste, cuidan de la anciana como si fuera parte de su misma familia. Observan a la anciana delirar, señalar a los árboles que cree tener en frente a la vez que recita la especie de cada uno. En la playa no hay más que arena. La pareja de elfos no se atreve a decirlo en voz alta. La anciana se encuentra con sus inexistentes amigos, celebrando una fiesta privada cuyo acceso es dado por la falta de cordura.
—¡Árbol Madre! ¡Hemos llegado! ¿No es precioso, hijo mío? Sí que lo es, sí que lo es. Este es el lugar donde nacen las cosas buenas y donde van a morir las cosas que se han convertido en malas. ¡Mira sus hojas! — levanta la mano como si estuviera abrazando la rama de un árbol — Son maravillosas. ¿Verdad que lo son, hijo mío?
Iannazzo se sitúa detrás de la silla de la anciana. Pone sus manos en el respaldo de la siento, para que ella pueda notarlo. Instintivamente, la anciana coloca sus manos encima de las del chico en busca de cariño. Iannazzo se lo ofrece con gusto.
—Sarez, pon tus manos en esta rama y Árbol Madre sanará todas tus heridas. Podrás regresar a Sandorai. Los Dioses son compasivos, te perdonarán si te disculpas. Hazme caso. Todos han venido a verte. ¡Mira cuánta gente! Han venido a ver cómo te curas.
—Cree que soy su hijo — dice Iannazzo en voz baja a su esposa.
—Pobre mujer… — responde la elfa que se acerca con paso de bailarina. Acaricia el hombro de la anciana y dice con una voz cándida —. Es hora de comer, señora Sereah.
Sereah Rennethal olvida que estaba haciendo y dirige su escasa atención a los dos ojos verdes que le hablan. Levanta las manos de la inexistente rama y abre la boca obediente de igual forma que lo haría un pajarito recién nacido esperando a recibir comida de la boca de mamá pájaro. Los árboles se han desvanecido y, también, los amigos que habían ido a ver a su hijo curarse. Sereah regresa a la parcial realidad donde hay unas manos poniéndole un barbero y otras removiendo un bote de papilla. Nada más. No recuerda la identidad de los cuerpos que pertenecen las manos, pero sabe que puede confiar en ellas. Las manos son mamá pájaro.
Un grupo de guardias humanos nos informa que la entrada a Sandorai está cerrada. Merrigan emite un corto gruñido de fastidio a la vez que hace presión con sendas manos sobre su vientre. ¿Contracción o frustración?
—Debemos entrar — digo mirando a Merrigan que, con un movimiento de cabeza, me indica que está bien —. Buscamos a alguien — buscamos a los Dioses elfos para que conciban a mi bebé como un elfo.
—Este camino está cerrado, como todos los demás. Sandorai está inmersa en una guerra de no te menees — la expresión humana quiere decir: una guerra muy grande —. Por orden del rey de Verisar, no se ha cerrado las fronteras a civiles y mercaderes — al ver que no me movía de mi posición, el humano insiste —. Los tuyos han hecho lo mismo. Anoche mismo vimos a un montón de caravanas salir del bosque. Si te sirve de algo, se dirigían a la playa. Lejos de la guerra. Lo más seguro es que esa persona que busques se encuentre allí. Eso si no ha muerto a manos de esos malhechores.
—Vámonos, Sarez — Merrigan hace avanzar a la mula por el lado contrario al guardia, dando por finalizada la conversación.
El animal lleva a Merrigan con paso lento y seguro. A ella le cuesta caminar. Tiene las piernas hinchadas, dice que por la retención de líquidos. Alquilamos la mula unos días antes, durante la famosa carrera de upeleros. El animal es manso y sumiso. Permitió, sin poner resistencia alguna, que Merrigan se subiese encima. Obedece las órdenes de la elfa con rectitud. Cruzó ríos y senderos pedregosos de buena gana.
Llegamos a la playa de los ancestros. Merrigan dice que el bebé nacerá pronto. ¿Cuándo es pronto? Unos días más, supone.
—Me duele a veces, pero no mucho — contesta sonriendo.
Los elfos han levantado tiendas de campaña y refugio provisionales en la playa. Nos mezclamos en la multitud. Tapo mis rasgos faciales con la capucha.
—Terminará la guerra y entraremos a Sandorai — le digo a Merrigan en voz baja. La elfa sufre otro dolor. Continuó hablando con suavidad para tranquilizarla —. Nuestro hijo nacerá. Los Dioses elfos le verán nacer. Será un elfo. Árbol Madre le acogerá en sus senos.
—La leche de árbol no es buena para un bebé — bromea Merrigan con dificultad.
—¡Árbol Madre! ¡Hemos llegado! ¿No es precioso, hijo mío? Sí que lo es, sí que lo es. Este es el lugar donde nacen las cosas buenas y donde van a morir las cosas que se han convertido en malas. ¡Mira sus hojas! — levanta la mano como si estuviera abrazando la rama de un árbol — Son maravillosas. ¿Verdad que lo son, hijo mío?
Iannazzo se sitúa detrás de la silla de la anciana. Pone sus manos en el respaldo de la siento, para que ella pueda notarlo. Instintivamente, la anciana coloca sus manos encima de las del chico en busca de cariño. Iannazzo se lo ofrece con gusto.
—Sarez, pon tus manos en esta rama y Árbol Madre sanará todas tus heridas. Podrás regresar a Sandorai. Los Dioses son compasivos, te perdonarán si te disculpas. Hazme caso. Todos han venido a verte. ¡Mira cuánta gente! Han venido a ver cómo te curas.
—Cree que soy su hijo — dice Iannazzo en voz baja a su esposa.
—Pobre mujer… — responde la elfa que se acerca con paso de bailarina. Acaricia el hombro de la anciana y dice con una voz cándida —. Es hora de comer, señora Sereah.
Sereah Rennethal olvida que estaba haciendo y dirige su escasa atención a los dos ojos verdes que le hablan. Levanta las manos de la inexistente rama y abre la boca obediente de igual forma que lo haría un pajarito recién nacido esperando a recibir comida de la boca de mamá pájaro. Los árboles se han desvanecido y, también, los amigos que habían ido a ver a su hijo curarse. Sereah regresa a la parcial realidad donde hay unas manos poniéndole un barbero y otras removiendo un bote de papilla. Nada más. No recuerda la identidad de los cuerpos que pertenecen las manos, pero sabe que puede confiar en ellas. Las manos son mamá pájaro.
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Un grupo de guardias humanos nos informa que la entrada a Sandorai está cerrada. Merrigan emite un corto gruñido de fastidio a la vez que hace presión con sendas manos sobre su vientre. ¿Contracción o frustración?
—Debemos entrar — digo mirando a Merrigan que, con un movimiento de cabeza, me indica que está bien —. Buscamos a alguien — buscamos a los Dioses elfos para que conciban a mi bebé como un elfo.
—Este camino está cerrado, como todos los demás. Sandorai está inmersa en una guerra de no te menees — la expresión humana quiere decir: una guerra muy grande —. Por orden del rey de Verisar, no se ha cerrado las fronteras a civiles y mercaderes — al ver que no me movía de mi posición, el humano insiste —. Los tuyos han hecho lo mismo. Anoche mismo vimos a un montón de caravanas salir del bosque. Si te sirve de algo, se dirigían a la playa. Lejos de la guerra. Lo más seguro es que esa persona que busques se encuentre allí. Eso si no ha muerto a manos de esos malhechores.
—Vámonos, Sarez — Merrigan hace avanzar a la mula por el lado contrario al guardia, dando por finalizada la conversación.
El animal lleva a Merrigan con paso lento y seguro. A ella le cuesta caminar. Tiene las piernas hinchadas, dice que por la retención de líquidos. Alquilamos la mula unos días antes, durante la famosa carrera de upeleros. El animal es manso y sumiso. Permitió, sin poner resistencia alguna, que Merrigan se subiese encima. Obedece las órdenes de la elfa con rectitud. Cruzó ríos y senderos pedregosos de buena gana.
Llegamos a la playa de los ancestros. Merrigan dice que el bebé nacerá pronto. ¿Cuándo es pronto? Unos días más, supone.
—Me duele a veces, pero no mucho — contesta sonriendo.
Los elfos han levantado tiendas de campaña y refugio provisionales en la playa. Nos mezclamos en la multitud. Tapo mis rasgos faciales con la capucha.
—Terminará la guerra y entraremos a Sandorai — le digo a Merrigan en voz baja. La elfa sufre otro dolor. Continuó hablando con suavidad para tranquilizarla —. Nuestro hijo nacerá. Los Dioses elfos le verán nacer. Será un elfo. Árbol Madre le acogerá en sus senos.
—La leche de árbol no es buena para un bebé — bromea Merrigan con dificultad.
Sarez
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
Agarró fuerte la mano de la figura alta que la custodiaba. El hombre barbilampiño se giró de manera serena hacia ella y le apretó la mano comprendiendo el miedo que reflejaban sus ojos. Los segundos después de ese leve gesto se hicieron menos ensombrecidos, todo estaba bien cuando no había rabia en los ojos de Garomir.
Eilydh apartó su mirada del foco mismo que miraban el resto de elfos que la rodeaban. La mayoría con la impasividad que les caracterizaba, los más jóvenes, como ella, compungidos y aterrados por la magnitud de la escena que se estaba llevando a cabo. Un elfo cruzó la mirada con la joven Eilydh, ambos parecían estar igual de asustados, y sin embargo, aquel chico se esforzó en dirigirle una sonrisa. Eilydh se sonrojó y se la devolvió casi de inmediato. Era su primera ceremonia de intercambio a pesar de lo que había escuchado de todas ellas, el estar allí y verse rodeada por la solemnidad del resto de elfos y tribus elfas no hacía juicio a lo que había oído.
A su lado, uno de sus hermanos, apenas 3 años mayor que la propia elfa. Para él también su primera ceremonia, pero su gesto se esforzaba por parecer casi tan impasible como el de su padre, tan solo reflejando el temor en sus puños cerrados en una actitud en estado de alerta. Eilydh lo miró entendiendo a quién intentaba parecerse, y miró hacia el lado donde estaba su madre, vestida con las túnicas de plañideras se rodeaba del resto de las otras elfas comenzando los gemidos y llantos primero de manera pausada y aumentando a medida que la ceremonia avanzaba. Agarró el puño de su hermano y compuso un gesto triste, guiada por aquellas a quien ella debía parecerse en unos años.
El ritmo sordo e los tambores había pasado desapercibido hasta entonces pero a medida que el grupo de elfos guerreros se acercaba al árbol madre cargados con los cuerpos envueltos en sábanas, el sonido de esto se hizo más grave y rápido, anunciando lo que estaba a punto de pasar. Los cuerpos fueron entonces dispuestos frente a la multitud, de espaldas al árbol. Eilydh pudo entonces comprobar el diferente estado de descomposición de muchos, que iba desde algunos apenas tapados por unas sábanas manchadas con ungüentos para apartar el olor y otros enfrascados en lo que parecía ser hojas secas que los mantenía de una pieza.
Su corazón latía.
La lider del consejo comenzó sus palabras:
-...Y por Ímbar pues, estos son los dos extremos de una misma hebra; y vio Ímbar que esta hebra daba fruto, y la plantó en tierra santa, y pasado un tiempo regando Anar la hebra con su luz, las ramas comenzaron a florecer. Y asentando aquella hebra, las raíces dieron a aquella nueva planta la sabiduría y fuerza que necesitaba para seguir creciendo. Forjando así las dos caras de una misma moneda: La vida y la muerte. La muerte que da paso a una vida más sabia. La vida misma que tan solo acabará en muerte. Ímbar vio pues, que aquello era bueno, y así se hizo, desde el resurgir del éter.
Las elfas plañideras, como la propia madre de Eilydh, que hasta ahora habían estado llorando la muerte de aquellos cadáveres, parecieron parar con la entrada en escena de las sacerdotisas, cada una cargando un bebé en sus manos, envueltos con sedas de colores similares a las que envolvían a los cadáveres. Éstas se posicionaron frente a cada uno de ellos y alzaron a los bebés sobre los mismos, durante algunos segundos mientras la lider recitaba oraciones aclamando a Anar y su luz.
-Haz pues que las raíces de éstos elfos perecidos haga brotar las ramas de estos nuevos elfos que a tí consagramos hoy aquí.-
Tras esto, los guerreros que habían cargado los cuerpos descubrieron huecos escarvados en las raíces del árbol madre y fueron depositando bajo estas los cadáveres frente a ellos. Una vez enterrados entrelazados con las raíces, cada una de las sacerdotisas que cargaba a un bebé agarró una hoja cercana a donde habían sido enterrados los cuerpos y la posicionaba entre las sedas que cubrían a los niños antes de devolvérselos a las madres.
El sonido sordo del comenzar de los tambores asustó a Eilydh que agarró a su hermano más fuerte. Al sonido de tambores se le fueron uniendo los cantos sobre vida y muerte de las plañideras al que se fueron sumando el resto de los presentes hasta aunarse en una misma voz. Para cuando el sol alcanzó su punto más alto, el eco en élfico de los cantos inundaba cada rincón del árbol madre como un eco disperso entre sus ramas.
------------------
Eilydh llevaba siguiéndoles la pista varios días.
La elfa no pudo comprender exactamente la fuerza interna que la llevaba a seguir a aquella pareja de la que se había olvidado. Pero el hecho de que tras casi 10 meses el destino la hubiese hecho volver a encontrarse con aquel par tan dispar debía significar algo. Y si la elfa creía en el Karma, era ilógico no prestar atención al destino.
Los había descubierto casi por casualidad. Llevaba tiempo queriendo comprar una montura, pero Eilydh era casi igual de quisquillosa para aquello como para la elaboración de sus trenzas día si día también. No esperaba encontrar nada en aquel lugar y se dio de bruces con que al parecer, la figura poco comun de un elfo fuera de sandorai y acompañado de una mestiza llamó su atención. La elfa no pudo decir que no notó el vientre abultado de la mujer antes incluso de darse cuenta de quienes eran: Una mujer en cinta por los caminos y sin montura era algo peligroso.
Su plan era simple: Aquella mujer no había escuchado sus palabras cuando la aconsejó, quizás el fruto de esos 10 meses la escuchase más y mejor. Se odiaba un poco por aquello, pero estaba segura que los elfos no iban a aceptar a aquella aberración como parte de sus clanes. No veía a aquel elfo y a Merrigan sumidos en un abrazo en una ceremonia de intercambio, y el pequeño le arruinaría las pocas posibilidades de ser feliz que tenía Merrigan. No... aquel niño debía ser separado de su padre. Ambos el bebé y Merrigan debían serlo.
No entendía muy bien de donde provenía aquella ira hacia dos personas que apenas conocía pero estaba en un momento de su vida en el que cualquier cosa que le causase ira ocultaba cualquier otro sentimiento y aquello era una victoria. Esos dos desconocidos iban a mantener a su cabeza entretenida durante varios días, ideal.
Eilydh resopló al ver cómo ambos cargados con su mula intentaban ganar entrada en Sandorai. Cualquier elfo honorable hubiese dado una simple ojeada a Merrigan y cuestionado aquella meta, cuanto menos haberlo dejado pasar a tierra santa, pero las razones que los impidieron entrar crearon curiosidad en su mente: Una guerra... ¿en Sandorai?
Eilydh los siguió de cerca a medida que la pareja se hacía un hueco a través de las dunas de los ancestros. Se le acababan los árboles y vegetación donde esconderse... ¿Dónde iban esos dos insensatos?
Eilydh apartó su mirada del foco mismo que miraban el resto de elfos que la rodeaban. La mayoría con la impasividad que les caracterizaba, los más jóvenes, como ella, compungidos y aterrados por la magnitud de la escena que se estaba llevando a cabo. Un elfo cruzó la mirada con la joven Eilydh, ambos parecían estar igual de asustados, y sin embargo, aquel chico se esforzó en dirigirle una sonrisa. Eilydh se sonrojó y se la devolvió casi de inmediato. Era su primera ceremonia de intercambio a pesar de lo que había escuchado de todas ellas, el estar allí y verse rodeada por la solemnidad del resto de elfos y tribus elfas no hacía juicio a lo que había oído.
A su lado, uno de sus hermanos, apenas 3 años mayor que la propia elfa. Para él también su primera ceremonia, pero su gesto se esforzaba por parecer casi tan impasible como el de su padre, tan solo reflejando el temor en sus puños cerrados en una actitud en estado de alerta. Eilydh lo miró entendiendo a quién intentaba parecerse, y miró hacia el lado donde estaba su madre, vestida con las túnicas de plañideras se rodeaba del resto de las otras elfas comenzando los gemidos y llantos primero de manera pausada y aumentando a medida que la ceremonia avanzaba. Agarró el puño de su hermano y compuso un gesto triste, guiada por aquellas a quien ella debía parecerse en unos años.
El ritmo sordo e los tambores había pasado desapercibido hasta entonces pero a medida que el grupo de elfos guerreros se acercaba al árbol madre cargados con los cuerpos envueltos en sábanas, el sonido de esto se hizo más grave y rápido, anunciando lo que estaba a punto de pasar. Los cuerpos fueron entonces dispuestos frente a la multitud, de espaldas al árbol. Eilydh pudo entonces comprobar el diferente estado de descomposición de muchos, que iba desde algunos apenas tapados por unas sábanas manchadas con ungüentos para apartar el olor y otros enfrascados en lo que parecía ser hojas secas que los mantenía de una pieza.
Su corazón latía.
La lider del consejo comenzó sus palabras:
-...Y por Ímbar pues, estos son los dos extremos de una misma hebra; y vio Ímbar que esta hebra daba fruto, y la plantó en tierra santa, y pasado un tiempo regando Anar la hebra con su luz, las ramas comenzaron a florecer. Y asentando aquella hebra, las raíces dieron a aquella nueva planta la sabiduría y fuerza que necesitaba para seguir creciendo. Forjando así las dos caras de una misma moneda: La vida y la muerte. La muerte que da paso a una vida más sabia. La vida misma que tan solo acabará en muerte. Ímbar vio pues, que aquello era bueno, y así se hizo, desde el resurgir del éter.
Las elfas plañideras, como la propia madre de Eilydh, que hasta ahora habían estado llorando la muerte de aquellos cadáveres, parecieron parar con la entrada en escena de las sacerdotisas, cada una cargando un bebé en sus manos, envueltos con sedas de colores similares a las que envolvían a los cadáveres. Éstas se posicionaron frente a cada uno de ellos y alzaron a los bebés sobre los mismos, durante algunos segundos mientras la lider recitaba oraciones aclamando a Anar y su luz.
-Haz pues que las raíces de éstos elfos perecidos haga brotar las ramas de estos nuevos elfos que a tí consagramos hoy aquí.-
Tras esto, los guerreros que habían cargado los cuerpos descubrieron huecos escarvados en las raíces del árbol madre y fueron depositando bajo estas los cadáveres frente a ellos. Una vez enterrados entrelazados con las raíces, cada una de las sacerdotisas que cargaba a un bebé agarró una hoja cercana a donde habían sido enterrados los cuerpos y la posicionaba entre las sedas que cubrían a los niños antes de devolvérselos a las madres.
El sonido sordo del comenzar de los tambores asustó a Eilydh que agarró a su hermano más fuerte. Al sonido de tambores se le fueron uniendo los cantos sobre vida y muerte de las plañideras al que se fueron sumando el resto de los presentes hasta aunarse en una misma voz. Para cuando el sol alcanzó su punto más alto, el eco en élfico de los cantos inundaba cada rincón del árbol madre como un eco disperso entre sus ramas.
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Eilydh llevaba siguiéndoles la pista varios días.
La elfa no pudo comprender exactamente la fuerza interna que la llevaba a seguir a aquella pareja de la que se había olvidado. Pero el hecho de que tras casi 10 meses el destino la hubiese hecho volver a encontrarse con aquel par tan dispar debía significar algo. Y si la elfa creía en el Karma, era ilógico no prestar atención al destino.
Los había descubierto casi por casualidad. Llevaba tiempo queriendo comprar una montura, pero Eilydh era casi igual de quisquillosa para aquello como para la elaboración de sus trenzas día si día también. No esperaba encontrar nada en aquel lugar y se dio de bruces con que al parecer, la figura poco comun de un elfo fuera de sandorai y acompañado de una mestiza llamó su atención. La elfa no pudo decir que no notó el vientre abultado de la mujer antes incluso de darse cuenta de quienes eran: Una mujer en cinta por los caminos y sin montura era algo peligroso.
Su plan era simple: Aquella mujer no había escuchado sus palabras cuando la aconsejó, quizás el fruto de esos 10 meses la escuchase más y mejor. Se odiaba un poco por aquello, pero estaba segura que los elfos no iban a aceptar a aquella aberración como parte de sus clanes. No veía a aquel elfo y a Merrigan sumidos en un abrazo en una ceremonia de intercambio, y el pequeño le arruinaría las pocas posibilidades de ser feliz que tenía Merrigan. No... aquel niño debía ser separado de su padre. Ambos el bebé y Merrigan debían serlo.
No entendía muy bien de donde provenía aquella ira hacia dos personas que apenas conocía pero estaba en un momento de su vida en el que cualquier cosa que le causase ira ocultaba cualquier otro sentimiento y aquello era una victoria. Esos dos desconocidos iban a mantener a su cabeza entretenida durante varios días, ideal.
Eilydh resopló al ver cómo ambos cargados con su mula intentaban ganar entrada en Sandorai. Cualquier elfo honorable hubiese dado una simple ojeada a Merrigan y cuestionado aquella meta, cuanto menos haberlo dejado pasar a tierra santa, pero las razones que los impidieron entrar crearon curiosidad en su mente: Una guerra... ¿en Sandorai?
Eilydh los siguió de cerca a medida que la pareja se hacía un hueco a través de las dunas de los ancestros. Se le acababan los árboles y vegetación donde esconderse... ¿Dónde iban esos dos insensatos?
Eilydh
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
—Sarez. ¡Has venido! Corre, te están esperando. Debes ir a Árbol Madre. Los Dioses te escucharán y aceptarán tus disculpas. Debes hablar con claridad y justicia para que te escuchen. ¿De acuerdo? Has caso a tu madre y verás cómo irá bien. Toda esta gente ha venido a verte.
La mano de la anciana, deformada por el paso del tiempo, ha atapado el brazo de Iannazzo. No lo deja escapar. Lo sujeta, sin ejercer presión, de la misma manera que lo haría un cuervo para sujetarse de la rama en la que se encuentra apostado. El joven elfo no hace acopio de escapar, aunque reconoce para sus adentros que, a una parte de él, quizás la más lozana y alocada, le gustaría deshacerse del agarre y salir por patas. Es debido a los valores inculcados por su familia y que Sallalá reforzó, que Iannazzo se mantiene al lado de la anciana. No es justo abandonar a los débiles y a los elfos. Se dice mentalmente. Sereah es ambas cosas. La pena tras la pérdida de su hijo la hizo enfermar con todas las enfermedades de la mente que los doctores desconocen. La vejez hizo el resto. Por cada año que pasaba, Sereah envejece mucho más de lo que debería. Un elfo sano, a su edad, todavía podría verse atractivo, por lo manos para los humanos que desconocen los enredos de la longevidad de la raza. Ningún humano, por muy mayor que éste fuera, podría encontrar el atractivo en Sereah. Tiene el aspecto de un cadáver que se niega a morir, al cual le sigue creciendo el pelo y las uñas.
Sereah hace acopio de impulsarse hacia delante, exaltada por sus oraciones. Iannazzo la detiene a tiempo, poniendo su mano libre en el pecho de la mujer, en el lugar donde antes existió un pecho redondo y turgente. Sallalá, que eran veinte años mayor que su marido, le había dicho que conoció a Sereah cuando era pequeña. Iannazzo mostró una sonrisa picarona, pensando que su Sallalá estaba bromeando. La elfa dio su palabra. ¡De verdad que lo era! Los Rennethals eran reconocidos por su hermosura, incluso dentro de la raza elfa, la más bella y elegante de Aerandir. Todo lo que tenían de guapos, lo tenían de desafortunados. Perdieron una fortuna, mucho antes de que Sarez naciese, en los juegos de azar. Sereah nació pobre y por eso tuvo que ganarse la vida como se la ganó. Iannazzo preguntó por el oficio de Sereah y Sallalá le contestó con un codazo. ¡No delante de ella!
Ver a la mujer sonreír, hablando con su hijo como si lo tuviera en frente, hace que Iannazzo recuerde las conversaciones que tuvo con Sallalá hablando del pasado de Sereah. ¿Cómo fue Sereah? ¿Y cómo es Sarez? Si es que todavía sigue con vida, cosa que Iannazzo duda. Ha pasado muchos años desde que el hijo de Sereah fue desterrado, más de los que el mismo Iannazzo tiene.
Sereah levanta la cabeza como un animal asustado por haber escuchado un ruido extraño. Iannazo consigue liberarse, sin disimular su alivio, del agarre de la mujer. Sereah no tiene fuerza para dejarle moratón y Sallalá se preocupa por cortarle las uñas, así que tampoco le habrá dejado ningún arañazo. La anciana mira a ambos lados. Iannazzo reconoce esa expresión, está buscando a alguien que no existe.
—Él también ha venido. ¡Ha venido! — el grito de Sereah suena como el graznido de un ave —. ¡Quiere verle! No le dejes que lo encuentre. No le dejes que lo vea. ¿Lo harás? Tienes que hacerlo. Tienes que esconderlo. Esconde al niño. Perderá el apellido y el nombre, pero es mejor así. ¡Que no lo encuentre!
Iannazzo ejerce presión sobre el torso de la anciana. Sereah hace fuerza para levantarse de la silla. ¡Van a por su bebé! ¡Quieren quitarle el bebé! Pero ella no dejará que se lo quiten. Lo esconderá. Sabe las consecuencias que tiene negarse a entregar el bebé y ha decidido asumirlas.
—Tranquila, Sereah. Él no encontrará a tu niño — Iannazzo sigue el juego de la mujer, mejor eso que discutir sobre lo real e irreal.
—¿Lo has escondido? — los ojos de Sereah están inundados de lágrimas.
—Sí, lo he escondido. Él no lo encontrará.
—¿Dónde lo has escondido? Quiero verlo. Tráelo. ¿Dónde está mi bebé? Quiero verlo. Él quiere quedárselo, pero yo no dejaré que lo haga.
Iannazzo traga saliva. No sabe qué responder para tranquilizar a la anciana.
—¡Es él! — la anciana señala a un encapuchado que tira de la rienda de una mula con su mujer (Iannazo supone que es su mujer) encima.
—¿Quién es él?
—El padre de mi bebé. El padre del hijo de Sereah — repite la última frase en perfecto élfico. La fonética de “hijo de Sereah” es la misma que se utiliza con el nombre de Sarez —. Dell’Cher.
Delarion Acherau, el elfo negro. Iannazzo conocía la historia. Se trataba de un sanguinario guerrero elfo, el peor y mejor de la raza. Sus botas están manchadas con la sangre un centenar de familias, principalmente de brujos. Iannazzo pensaba que había muerto. Un brujo pronunció la maldición justo antes de que su cabeza fuera cercenada por la cimitarra del guerrero: “y el que mata morirá en soledad, su apellido se convertirá en cenizas y acompañará a su nombre”. En otras palabras: Delarion morirá sin descendencia.
—¡Delarion, descubre tu rostro! — grita anciana, llamando la atención de los elfos del alrededor.
Sallalá regresa con dos cuencos de guiso de verduras, lo que habrían sido el almuerzo de la pareja de no ser por el ataque de Sereah. La chica deja los cuencos en la mesa y acude a ayudar a su marido a tranquilizar a la anciana.
Sereah hace una finta hacia el suelo, recoge una piedra y la lanza a la cabeza del encapuchado repitiendo el nombre maldito. ¡Descubre tu rostro Delarion!
Y lo hace: el extraño se quita la capucha. Sallalá y Iannazo dejan de hacer lo que están haciendo, como muchas otras familias de elfos de los alrededores, para dirigir su mirada en el rostro marcado del desconocido encapuchado.
—Es la marca del destierro — susurra Sallalá.
—Ya lo sé — responde su marido con voz inexpresiva —. ¿Es Dell’Cher?
—Delarion murió hace muchos años— responde Sallalá.
El encapuchado ha soltado la rienda de la mula y se dirige hacia la pareja de elfos. Su acompañante, una semielfa a juzgar por sus orejas cuasipuntiagudas y los generosos mofletes, sigue al elfo desterrado.
—¡Dell’cher! ¡No dejaré que te lleves al bebé! ¡No lo harás! Nacerá sin nombre y apellido. Bien que lo sé. Bien que sé que el deshonor es preferible a la muerte. ¡Aléjate, Dell’Cher! No lo encontrarás.
El elfo se arrodilla a una distancia prudencial. La anciana lanza un fuerte suspiro.
—Tiene tu cabello plateado y tu nariz respingona. Los ojos son míos.
—Sarez — dice Sallalá atónita.
Iannazzo y el desconocido se giran hacia la mujer, uno recriminándola por su atrevimiento y el otro con un millar de preguntas en su cabeza.
—Es mi madre — pregunta Sarez sin utilizar la entonación correcta.
La mano de la anciana, deformada por el paso del tiempo, ha atapado el brazo de Iannazzo. No lo deja escapar. Lo sujeta, sin ejercer presión, de la misma manera que lo haría un cuervo para sujetarse de la rama en la que se encuentra apostado. El joven elfo no hace acopio de escapar, aunque reconoce para sus adentros que, a una parte de él, quizás la más lozana y alocada, le gustaría deshacerse del agarre y salir por patas. Es debido a los valores inculcados por su familia y que Sallalá reforzó, que Iannazzo se mantiene al lado de la anciana. No es justo abandonar a los débiles y a los elfos. Se dice mentalmente. Sereah es ambas cosas. La pena tras la pérdida de su hijo la hizo enfermar con todas las enfermedades de la mente que los doctores desconocen. La vejez hizo el resto. Por cada año que pasaba, Sereah envejece mucho más de lo que debería. Un elfo sano, a su edad, todavía podría verse atractivo, por lo manos para los humanos que desconocen los enredos de la longevidad de la raza. Ningún humano, por muy mayor que éste fuera, podría encontrar el atractivo en Sereah. Tiene el aspecto de un cadáver que se niega a morir, al cual le sigue creciendo el pelo y las uñas.
Sereah hace acopio de impulsarse hacia delante, exaltada por sus oraciones. Iannazzo la detiene a tiempo, poniendo su mano libre en el pecho de la mujer, en el lugar donde antes existió un pecho redondo y turgente. Sallalá, que eran veinte años mayor que su marido, le había dicho que conoció a Sereah cuando era pequeña. Iannazzo mostró una sonrisa picarona, pensando que su Sallalá estaba bromeando. La elfa dio su palabra. ¡De verdad que lo era! Los Rennethals eran reconocidos por su hermosura, incluso dentro de la raza elfa, la más bella y elegante de Aerandir. Todo lo que tenían de guapos, lo tenían de desafortunados. Perdieron una fortuna, mucho antes de que Sarez naciese, en los juegos de azar. Sereah nació pobre y por eso tuvo que ganarse la vida como se la ganó. Iannazzo preguntó por el oficio de Sereah y Sallalá le contestó con un codazo. ¡No delante de ella!
Ver a la mujer sonreír, hablando con su hijo como si lo tuviera en frente, hace que Iannazzo recuerde las conversaciones que tuvo con Sallalá hablando del pasado de Sereah. ¿Cómo fue Sereah? ¿Y cómo es Sarez? Si es que todavía sigue con vida, cosa que Iannazzo duda. Ha pasado muchos años desde que el hijo de Sereah fue desterrado, más de los que el mismo Iannazzo tiene.
Sereah levanta la cabeza como un animal asustado por haber escuchado un ruido extraño. Iannazo consigue liberarse, sin disimular su alivio, del agarre de la mujer. Sereah no tiene fuerza para dejarle moratón y Sallalá se preocupa por cortarle las uñas, así que tampoco le habrá dejado ningún arañazo. La anciana mira a ambos lados. Iannazzo reconoce esa expresión, está buscando a alguien que no existe.
—Él también ha venido. ¡Ha venido! — el grito de Sereah suena como el graznido de un ave —. ¡Quiere verle! No le dejes que lo encuentre. No le dejes que lo vea. ¿Lo harás? Tienes que hacerlo. Tienes que esconderlo. Esconde al niño. Perderá el apellido y el nombre, pero es mejor así. ¡Que no lo encuentre!
Iannazzo ejerce presión sobre el torso de la anciana. Sereah hace fuerza para levantarse de la silla. ¡Van a por su bebé! ¡Quieren quitarle el bebé! Pero ella no dejará que se lo quiten. Lo esconderá. Sabe las consecuencias que tiene negarse a entregar el bebé y ha decidido asumirlas.
—Tranquila, Sereah. Él no encontrará a tu niño — Iannazzo sigue el juego de la mujer, mejor eso que discutir sobre lo real e irreal.
—¿Lo has escondido? — los ojos de Sereah están inundados de lágrimas.
—Sí, lo he escondido. Él no lo encontrará.
—¿Dónde lo has escondido? Quiero verlo. Tráelo. ¿Dónde está mi bebé? Quiero verlo. Él quiere quedárselo, pero yo no dejaré que lo haga.
Iannazzo traga saliva. No sabe qué responder para tranquilizar a la anciana.
—¡Es él! — la anciana señala a un encapuchado que tira de la rienda de una mula con su mujer (Iannazo supone que es su mujer) encima.
—¿Quién es él?
—El padre de mi bebé. El padre del hijo de Sereah — repite la última frase en perfecto élfico. La fonética de “hijo de Sereah” es la misma que se utiliza con el nombre de Sarez —. Dell’Cher.
Delarion Acherau, el elfo negro. Iannazzo conocía la historia. Se trataba de un sanguinario guerrero elfo, el peor y mejor de la raza. Sus botas están manchadas con la sangre un centenar de familias, principalmente de brujos. Iannazzo pensaba que había muerto. Un brujo pronunció la maldición justo antes de que su cabeza fuera cercenada por la cimitarra del guerrero: “y el que mata morirá en soledad, su apellido se convertirá en cenizas y acompañará a su nombre”. En otras palabras: Delarion morirá sin descendencia.
—¡Delarion, descubre tu rostro! — grita anciana, llamando la atención de los elfos del alrededor.
Sallalá regresa con dos cuencos de guiso de verduras, lo que habrían sido el almuerzo de la pareja de no ser por el ataque de Sereah. La chica deja los cuencos en la mesa y acude a ayudar a su marido a tranquilizar a la anciana.
Sereah hace una finta hacia el suelo, recoge una piedra y la lanza a la cabeza del encapuchado repitiendo el nombre maldito. ¡Descubre tu rostro Delarion!
Y lo hace: el extraño se quita la capucha. Sallalá y Iannazo dejan de hacer lo que están haciendo, como muchas otras familias de elfos de los alrededores, para dirigir su mirada en el rostro marcado del desconocido encapuchado.
—Es la marca del destierro — susurra Sallalá.
—Ya lo sé — responde su marido con voz inexpresiva —. ¿Es Dell’Cher?
—Delarion murió hace muchos años— responde Sallalá.
El encapuchado ha soltado la rienda de la mula y se dirige hacia la pareja de elfos. Su acompañante, una semielfa a juzgar por sus orejas cuasipuntiagudas y los generosos mofletes, sigue al elfo desterrado.
—¡Dell’cher! ¡No dejaré que te lleves al bebé! ¡No lo harás! Nacerá sin nombre y apellido. Bien que lo sé. Bien que sé que el deshonor es preferible a la muerte. ¡Aléjate, Dell’Cher! No lo encontrarás.
El elfo se arrodilla a una distancia prudencial. La anciana lanza un fuerte suspiro.
—Tiene tu cabello plateado y tu nariz respingona. Los ojos son míos.
—Sarez — dice Sallalá atónita.
Iannazzo y el desconocido se giran hacia la mujer, uno recriminándola por su atrevimiento y el otro con un millar de preguntas en su cabeza.
—Es mi madre — pregunta Sarez sin utilizar la entonación correcta.
Sarez
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
Bastaron unos metros a la interpérie de la arena y el aire fresco de la playa para que Eilydh por fin se resignara a que quien quiera que la notase siguiendo a aquella mula y a aquel elfo iba a hacerlo con o sin huellas en la arena. Así que simplemente se limitó a dejar el suficiente espacio como para que si miraban hacia detrás, viesen el mismo punto minúsculo rompiendo las dunas que ella veía a lo lejos y representaba a la mula.
Pero no lo hicieron.
Ni una vez siquiera el tal Sarez miró el camino que dejaba atrás. Ni una sola vez, la asustada Merrigan se dignó a cuestionar la decisión del elfo que acarreaba la mula frente a ella girando su cabeza tan solo para comprobar que el mundo tras ellos no había ardido.
Parecían tener un objetivo. Tan solo aquello podría explicar la seguridad de un elfo portando a una hereje tan cerca del árbol madre.
Eilydh se entristeció al pensar en Merrigan, vacía de ideas propias, cargando con el peso de su estómago sin otra opción que seguir a aquello que tiraba de ella. Merrigan era aquella mula que se había visto envuelta en un plan de Dioses que tiraban de ella. La única diferencia entre aquella mula y la medio-elfa es que a ella le habían impuesto el rezar al Dios que la guiaba desde el momento mismo en el que apareció en su vida. La mula era libre de morir o pararse en cualquier momento. Sin necesidad de esperar que Sarez pudiese o no acarrearla hasta su objetivo.
Eilydh sintió pena por la mula. Por ambas, a decir verdad.
Siguió caminando hasta que la luz que reflejaba el agua cada vez más cercana era la de la luna. A Eilydh no le extrañó que Ísil fuese la que había estado guiando su camino, al fin y al cabo era la propia Ísil con su estrella la que la había marcado desde su nacimiento. Casi comenzaba a ser un guiño satírico a todo aquello que solía ocurrirle.
Había tenido tiempo para pensar el porqué se emperraba en seguir a aquellos dos desconocidos con tanta fiereza durante su caminata, pero no fue hasta que se percató de la estrella iluminada que Ísil puso sobre la caravana en la que se adentraron que se dio cuenta de que estaba en lo cierto. Que había nacido por y para dar juticia a todo lo que ella pensaba que era injusto y que sin su juicio aquella mujer quizás se sentía amarrada a los brazos de ese elfo. Casi imaginó aquella caravana como un lugar de rituales macabros, casi pensó que quizás aquella la misma razón por la que aquel elfo extraño no estaba combatiendo en Sandorai, y por lo que viajaba solo y presumiblemente, exiliado del resto de su clan.
Ella no era nadie para juzgar, por supuesto, pero parecía como si centenares de los de su estirpe poseyesen su cabeza, como si aquella vida que iba a comenzar fuese la suya misma y que el no intentar ayudarla la condenaría a la sutil imposición de los de su clase. A todo lo que ella misma había sufrido por simplemente, ser una elfa.
Vio a Sarez entrar en aquella caravana y se quedó lo suficientemente cerca como para escuchar lo que pasaba, pero escondida lo suficiente como para pasar desapercibida. Aquella estrella la miraba. La retaba.
Se encapuchó de sombras más allá de la ausencia de luna y en sus ojos había una oscuridad milenaria que nada tenía que ver con todo lo que había vivido.
Pero no lo hicieron.
Ni una vez siquiera el tal Sarez miró el camino que dejaba atrás. Ni una sola vez, la asustada Merrigan se dignó a cuestionar la decisión del elfo que acarreaba la mula frente a ella girando su cabeza tan solo para comprobar que el mundo tras ellos no había ardido.
Parecían tener un objetivo. Tan solo aquello podría explicar la seguridad de un elfo portando a una hereje tan cerca del árbol madre.
Eilydh se entristeció al pensar en Merrigan, vacía de ideas propias, cargando con el peso de su estómago sin otra opción que seguir a aquello que tiraba de ella. Merrigan era aquella mula que se había visto envuelta en un plan de Dioses que tiraban de ella. La única diferencia entre aquella mula y la medio-elfa es que a ella le habían impuesto el rezar al Dios que la guiaba desde el momento mismo en el que apareció en su vida. La mula era libre de morir o pararse en cualquier momento. Sin necesidad de esperar que Sarez pudiese o no acarrearla hasta su objetivo.
Eilydh sintió pena por la mula. Por ambas, a decir verdad.
Siguió caminando hasta que la luz que reflejaba el agua cada vez más cercana era la de la luna. A Eilydh no le extrañó que Ísil fuese la que había estado guiando su camino, al fin y al cabo era la propia Ísil con su estrella la que la había marcado desde su nacimiento. Casi comenzaba a ser un guiño satírico a todo aquello que solía ocurrirle.
Había tenido tiempo para pensar el porqué se emperraba en seguir a aquellos dos desconocidos con tanta fiereza durante su caminata, pero no fue hasta que se percató de la estrella iluminada que Ísil puso sobre la caravana en la que se adentraron que se dio cuenta de que estaba en lo cierto. Que había nacido por y para dar juticia a todo lo que ella pensaba que era injusto y que sin su juicio aquella mujer quizás se sentía amarrada a los brazos de ese elfo. Casi imaginó aquella caravana como un lugar de rituales macabros, casi pensó que quizás aquella la misma razón por la que aquel elfo extraño no estaba combatiendo en Sandorai, y por lo que viajaba solo y presumiblemente, exiliado del resto de su clan.
Ella no era nadie para juzgar, por supuesto, pero parecía como si centenares de los de su estirpe poseyesen su cabeza, como si aquella vida que iba a comenzar fuese la suya misma y que el no intentar ayudarla la condenaría a la sutil imposición de los de su clase. A todo lo que ella misma había sufrido por simplemente, ser una elfa.
Vio a Sarez entrar en aquella caravana y se quedó lo suficientemente cerca como para escuchar lo que pasaba, pero escondida lo suficiente como para pasar desapercibida. Aquella estrella la miraba. La retaba.
Se encapuchó de sombras más allá de la ausencia de luna y en sus ojos había una oscuridad milenaria que nada tenía que ver con todo lo que había vivido.
Eilydh
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
La chica tiene la edad de Merrigan. Ejecuta una reverencia invitándonos al interior de la tienda. Afuera hay muchos ojos chismosos. Dice con una sonrisa. Merrigan, que entiende la broma, devuelve la risa. La chica hace un gesto con la mano ordenando a su compañero que tome la silla de mi madre. ¿Es mi madre? Su aspecto es muy diferente al que recuerdo, más vieja y enferma. Creí reconocerla por los ojos lilas, rasgo que comparto con mi madre y con Merrigan. La chica de la edad de Merrigan resolvió mis dudas cuando pronunció mi nombre. Ella me conoce, por lo que la gente de su alrededor, pienso, también deberían hacerlo.
—Pasen por favor, pasen a nuestra humilde e improvisada morada. ¡Ay, perdón! No se molesten por todo este desastre de bolsas. Por las circunstancias, pensamos que sería una buena idea no desempaquetar nada, ya sabes, por si ellos vienen y tenemos que salir corriendo — la chica es dicharachera como Merrigan —. Ian, ¿te encargas tú de darle la comida mientras atiendo a nuestros invitados — el chico dice que sí con la cabeza sin apartar los ojos de mí —. Gracias cariño.
Merrigan desmonta de la mula y se reúne con nosotros. La chica hace nos invita a sentarnos en el suelo, sobre unos cojines.
— Las sillas y mesas las hemos dejado en Sandorai. Cargad justo con lo necesario, fue lo que nos dijeron los soldados. Espero que ninguno de los dos considere una silla como algo necesario.
— Depende del día que tenga el bebé sí que puedes considerarlo una necesidad — dice Merrigan sentándose con dificultad.
Las dos chicas ríen por la broma. Ambas hablan de la misma manera y comparten el mismo sentido de humor. A lo que el físico se refiere, no podían ser más diferentes. La otra chica tiene el cabello corto como un niño humano, sus ojos son pequeños y de color azul celeste (no es de mi familia) y su figura es delgada y estilizada, la figura de un ágil arquero, no de una bailarina de generosas caderas.
—¡Felicidades! ¿Sabéis si es niño o…?
—No — digo a la vez que corto el aire y la pregunta con la mano.
Mi voz suena más severa de lo que pretendía. Merrigan me dirige una de sus miradas de reproche. La chica levanta las manos como si un atracador le estuviera amenazando con un arma afilada.
—Disculpa, no era mi intención entrometerme. Supongo que estaréis cansados por el viaje y confusos por el reencuentro. Podéis utilizar la tienda para descansar. No tenemos camas, no son necesarias — las dos chicas rieron —, pero tenemos sacos de dormir. Son más cómodos de lo que parecen — hizo una breve pausa y siguió hablando —. Mi nombre es Sallalá y el de ahí fuera es mi esposa Iannazzo, nos encargamos de cuidar la señora Sereah Rennethal. Mi mamá fue vecina y amiga de la señora Sereah. Recuerdo que, de pequeña, visitamos a la señora tres o cuatro veces por semana. Mi mamá insistía que no debíamos dejarla sola. La señora siempre nos esperaba con un manjar recién hecho: pastelitos, flan, galletas…. Era un encanto de mujer — deja escapar un suspiro de pesar —. La conozco desde que era una cría, la quiero como una segunda madre. Por eso es que mi esposo y yo decidimos tenerla en casa.
—Porque está muy enferma como para dejarla sola — dice Merrigan.
—Así es. Como has visto, el tiempo dio la razón a mi madre. Nuestras visitas tan solo ralentizarlo la pena de la mujer. Sufrió mucho desde que pasó lo que pasó. Por entonces yo no había nacido, pero mi mamá me lo contó. La señora Sereah lloró hasta que se quedó sin lágrimas, eso fue durante meses enteros, puede que incluso años. Mi mamá me decía que tenía una herida en el corazón, una que nunca le hacía mucho daño y que ninguna sacerdotisa podía sanar. Os diré más. Mi mamá falleció reconociendo quién era ella y quiénes eran las personas que la acompañaron. La señora Sereah difícilmente podría diferenciar su rostro en el espejo.
—Lo siento mucho, Sallalá — dice Merrigan llevándose las manos al pecho — ¿De qué murió tu madre?
—Nada importante, una infección en una herida mal sanada. A ti y a mí no nos mataría, pero nosotras somos jóvenes y ella no lo era, incluso para los estándares elfos.
—¿Cómo está mi madre? — pregunto interrumpiendo de nuevo la conversación.
—Mal, no te voy a engañar. Después de comer estará más tranquila y podrás verla. Ahora solo dice tonterías.
—Dice tonterías.
Merrigan acaricia mi hombro con las dos manos. Sabe que estoy molesto y enfadado con algo que no puedo describir. Triste porque creo haber visto un fantasma y alegre porque he descubierto que el fantasma vive. La mezcla de sentimientos es un estruendo en mi cabeza. Estoy en quieto. Durante la conversación, no he dejado de moverme en el cojín, buscando una posición en la que sentirme tranquilo, cuanto menos cómodo. He interrumpido a Sallalá hasta tres veces. Merrigan sabe que no es propio de mí, que evito hablar durante las largas charlas para no perder detalle de todo lo que se dice. En una charla como ésta, uno pensaría que estaría en riguroso silencio. Pero no ha sido así. He hablado por encima de Sallalá dirigiendo el rumbo de la charla hacia mis intereses, hacia mi madre.
—¿Qué te parece, Sarez? Hablaremos luego con tu madre — dice Merrigan suavemente mirándome a los ojos.
No soy capaz de contestar a Merrigan con palabras.
—Por cierto, mi nombre es Merrigan. Soy la esposa de Sarez — miente. La mentira es más fácil de comprender que la realidad —. Estamos muy agradecidos de haberte conocido, Sallalá.
Está sentado encima de una caja de madera, al lado de la hamaca de la anciana mujer. Come del cuenco de guiso que le ha traído su esposa. La comida está deliciosa, pero Ian no nota el sabor. Come a disgusto, hunde de metódicamente el cucharón en el cuenco y traga el caldo sin darse cuenta de lo que contiene. Está preocupado. Sallalá le ha hablado alguna vez de Sarez, pero no le conoce. Ian tampoco sabe nada sobre él, tan solo que es el hijo renegado de la señora Sereah. Iannazzo desconfía. Observa la tienda de campaña como si pudiera ver a través de la tela. Al menor aviso de peligro, acudiría al rescate. Sarez le supera en altura por una cabeza y está armado. Ian sabe que, en caso de que tuviera que enfrentarse contra el elfo, acabaría perdiendo. Aun así, está decidido a intentarlo, a proteger su familia del hijo de sanguinario guerrero Dell’Cher.
Iannazzo no es el único que está atento a lo que sucede en la tienda. El elfo reconoce una sombra encapuchada apostada sobre unas cajas de madera, mirando la tienda de Sallalá e Ian de una manera extraña. No como lo haría un curioso, la vieja chismera de la ciudad, sino como lo haría un guerrero de que sabe dónde y cuándo suceden los peores peligros.
El elfo dirige un último vistazo a la hamaca de la señora Sereah. La anciana está bien. Las patadas y gritos deben haberla dejado agotada. Duerme plácidamente recostada en su cojín. Iannazzo se levanta de la caja de madera. Desenvaina su pequeña espada, como nunca ha tenido que pelear, la deja al descubierto sin darse cuenta permitiendo el extraño encapuchado (el segundo del día) pudiera verla.
—¡Eh, tú! — grita Iannazzo, otro claro ejemplo de su inocencia y torpeza — Está no es tu tienda. ¿Quién eres? Te lo advierto extraño, tengo una espada y sé cómo utilizarla.
El mayor temor de Iannazzo es que el desconocido sea conocido de Sarez. No piensa en la posibilidad que fuera rival, ni tampoco que fuera una mujer. Eilydh.
—Pasen por favor, pasen a nuestra humilde e improvisada morada. ¡Ay, perdón! No se molesten por todo este desastre de bolsas. Por las circunstancias, pensamos que sería una buena idea no desempaquetar nada, ya sabes, por si ellos vienen y tenemos que salir corriendo — la chica es dicharachera como Merrigan —. Ian, ¿te encargas tú de darle la comida mientras atiendo a nuestros invitados — el chico dice que sí con la cabeza sin apartar los ojos de mí —. Gracias cariño.
Merrigan desmonta de la mula y se reúne con nosotros. La chica hace nos invita a sentarnos en el suelo, sobre unos cojines.
— Las sillas y mesas las hemos dejado en Sandorai. Cargad justo con lo necesario, fue lo que nos dijeron los soldados. Espero que ninguno de los dos considere una silla como algo necesario.
— Depende del día que tenga el bebé sí que puedes considerarlo una necesidad — dice Merrigan sentándose con dificultad.
Las dos chicas ríen por la broma. Ambas hablan de la misma manera y comparten el mismo sentido de humor. A lo que el físico se refiere, no podían ser más diferentes. La otra chica tiene el cabello corto como un niño humano, sus ojos son pequeños y de color azul celeste (no es de mi familia) y su figura es delgada y estilizada, la figura de un ágil arquero, no de una bailarina de generosas caderas.
—¡Felicidades! ¿Sabéis si es niño o…?
—No — digo a la vez que corto el aire y la pregunta con la mano.
Mi voz suena más severa de lo que pretendía. Merrigan me dirige una de sus miradas de reproche. La chica levanta las manos como si un atracador le estuviera amenazando con un arma afilada.
—Disculpa, no era mi intención entrometerme. Supongo que estaréis cansados por el viaje y confusos por el reencuentro. Podéis utilizar la tienda para descansar. No tenemos camas, no son necesarias — las dos chicas rieron —, pero tenemos sacos de dormir. Son más cómodos de lo que parecen — hizo una breve pausa y siguió hablando —. Mi nombre es Sallalá y el de ahí fuera es mi esposa Iannazzo, nos encargamos de cuidar la señora Sereah Rennethal. Mi mamá fue vecina y amiga de la señora Sereah. Recuerdo que, de pequeña, visitamos a la señora tres o cuatro veces por semana. Mi mamá insistía que no debíamos dejarla sola. La señora siempre nos esperaba con un manjar recién hecho: pastelitos, flan, galletas…. Era un encanto de mujer — deja escapar un suspiro de pesar —. La conozco desde que era una cría, la quiero como una segunda madre. Por eso es que mi esposo y yo decidimos tenerla en casa.
—Porque está muy enferma como para dejarla sola — dice Merrigan.
—Así es. Como has visto, el tiempo dio la razón a mi madre. Nuestras visitas tan solo ralentizarlo la pena de la mujer. Sufrió mucho desde que pasó lo que pasó. Por entonces yo no había nacido, pero mi mamá me lo contó. La señora Sereah lloró hasta que se quedó sin lágrimas, eso fue durante meses enteros, puede que incluso años. Mi mamá me decía que tenía una herida en el corazón, una que nunca le hacía mucho daño y que ninguna sacerdotisa podía sanar. Os diré más. Mi mamá falleció reconociendo quién era ella y quiénes eran las personas que la acompañaron. La señora Sereah difícilmente podría diferenciar su rostro en el espejo.
—Lo siento mucho, Sallalá — dice Merrigan llevándose las manos al pecho — ¿De qué murió tu madre?
—Nada importante, una infección en una herida mal sanada. A ti y a mí no nos mataría, pero nosotras somos jóvenes y ella no lo era, incluso para los estándares elfos.
—¿Cómo está mi madre? — pregunto interrumpiendo de nuevo la conversación.
—Mal, no te voy a engañar. Después de comer estará más tranquila y podrás verla. Ahora solo dice tonterías.
—Dice tonterías.
Merrigan acaricia mi hombro con las dos manos. Sabe que estoy molesto y enfadado con algo que no puedo describir. Triste porque creo haber visto un fantasma y alegre porque he descubierto que el fantasma vive. La mezcla de sentimientos es un estruendo en mi cabeza. Estoy en quieto. Durante la conversación, no he dejado de moverme en el cojín, buscando una posición en la que sentirme tranquilo, cuanto menos cómodo. He interrumpido a Sallalá hasta tres veces. Merrigan sabe que no es propio de mí, que evito hablar durante las largas charlas para no perder detalle de todo lo que se dice. En una charla como ésta, uno pensaría que estaría en riguroso silencio. Pero no ha sido así. He hablado por encima de Sallalá dirigiendo el rumbo de la charla hacia mis intereses, hacia mi madre.
—¿Qué te parece, Sarez? Hablaremos luego con tu madre — dice Merrigan suavemente mirándome a los ojos.
No soy capaz de contestar a Merrigan con palabras.
—Por cierto, mi nombre es Merrigan. Soy la esposa de Sarez — miente. La mentira es más fácil de comprender que la realidad —. Estamos muy agradecidos de haberte conocido, Sallalá.
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Está sentado encima de una caja de madera, al lado de la hamaca de la anciana mujer. Come del cuenco de guiso que le ha traído su esposa. La comida está deliciosa, pero Ian no nota el sabor. Come a disgusto, hunde de metódicamente el cucharón en el cuenco y traga el caldo sin darse cuenta de lo que contiene. Está preocupado. Sallalá le ha hablado alguna vez de Sarez, pero no le conoce. Ian tampoco sabe nada sobre él, tan solo que es el hijo renegado de la señora Sereah. Iannazzo desconfía. Observa la tienda de campaña como si pudiera ver a través de la tela. Al menor aviso de peligro, acudiría al rescate. Sarez le supera en altura por una cabeza y está armado. Ian sabe que, en caso de que tuviera que enfrentarse contra el elfo, acabaría perdiendo. Aun así, está decidido a intentarlo, a proteger su familia del hijo de sanguinario guerrero Dell’Cher.
Iannazzo no es el único que está atento a lo que sucede en la tienda. El elfo reconoce una sombra encapuchada apostada sobre unas cajas de madera, mirando la tienda de Sallalá e Ian de una manera extraña. No como lo haría un curioso, la vieja chismera de la ciudad, sino como lo haría un guerrero de que sabe dónde y cuándo suceden los peores peligros.
El elfo dirige un último vistazo a la hamaca de la señora Sereah. La anciana está bien. Las patadas y gritos deben haberla dejado agotada. Duerme plácidamente recostada en su cojín. Iannazzo se levanta de la caja de madera. Desenvaina su pequeña espada, como nunca ha tenido que pelear, la deja al descubierto sin darse cuenta permitiendo el extraño encapuchado (el segundo del día) pudiera verla.
—¡Eh, tú! — grita Iannazzo, otro claro ejemplo de su inocencia y torpeza — Está no es tu tienda. ¿Quién eres? Te lo advierto extraño, tengo una espada y sé cómo utilizarla.
El mayor temor de Iannazzo es que el desconocido sea conocido de Sarez. No piensa en la posibilidad que fuera rival, ni tampoco que fuera una mujer. Eilydh.
- Iannazzo y Sallalá:
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
El sonido de las voces que provenía de aquella caravana imitaba el deje de felicidad típico de los reencuentros.Por más de un momento, menos de tres, Eilydh se imaginó en una situación similar: siendo bienvenida con la alegría de gente a la que le importaba lo suficiente como para disculparse del estado desordenado de la casa, o para ofrecerle te caliente en jarras de barro de asas deformes.
Sonrió de manera misteriosa, como si se hubiese contado una broma que tan solo ella entendía y avanzó alrededor de aquella caravana, curioseando de cuando en cuando a través de la ventanita que servia de tragaluz de la estrella brillante que se había posado sobre la tienda, a la estancia donde los reencuentros estaban teniendo lugar. La noche era tranquila en contraposición de la cabeza de Eilydh y a medida que los elfos de dentro de aquel emplazamiento se ponían cómodos una profunda molesta se apoderaba de Eilydh.
Era como si la felicidad en las palabras de aquella anciana o la hospitalidad de aquellos elfos desconocidos hacia ellos fuese algo que no mereciesen. Como si llevase siglos, eones cargando una maleta de venganza y el hecho de que Sarez y Merrigan fuesen a disfrutar de una paz temporal era casi ta injusto como el que la chica concibiese un hijo de aquel elfo en particular.
En el fondo, todo aquello no era más que la incomoda respuesta a la pregunta que la elfa llevaba haciéndose durante varios meses: ¿Qué era la felicidad... y...- Eilydh casi se avergonzaba de esta parte- Por qué Merrigan y Sarez creían conocerla?
Se puso de puntillas con la extraña sensación de que se había vuelto a dejar dominar por su ira y que su sola presencia allí no tenía sentido, pero la sonrisa de Merrigan la hizo cambiar de opinión. Su mano disimulada sobre el abdomen la manera en la que no entendía lo que ese hijo suyo iba a cambiarle la vida. Por un lado... ¿Quién era ella para juzgarlos? ¿Cómo de hipócrita estaba siendo? Por el otro... deseó que en algún momento y de alguna manera alguien hubiese juzgado la decisión de su padre.
Aún así el daño ya estaba hecho, pero ella se encargaría de que Merrigan no pagase las consecuencias de aquello. Eilydh se aseguraría de que aquella abominación de niño no fuese un impedimento en los sueños jóvenes de aquella medio elfa, ni una crítica a la que todos mirasen por encima del hombro como si su valía fuese menos que la punta de los zapatos de cualquier elfo.
Ellos aún no lo sabían, pero iba a hacerles un favor. Uno muy grande.
La voz grave de otro elfo frente a la caravana la sacó de su pensamiento. Eilydh agarró a Karma por un momento, como un acto reflejo, pero decidió usar la opción menos bélica, al menos por ahora.
Las facciones frías e impasibles de Eilydh se transformaron de manera inmediata a un gesto asombrado, casi inocente. La elfa había camuflado sus emociones durante tantos años que pasar a ser una elfa vulnerable en medio de un desierto no era algo que le costase.
-Gracias a Anar... - dijo bajando levemente su capucha y dedicándole una sonrisa cómplice a aquel elfo- Si la manejas tan bien como dices, entonces eres exactamente a quién vengo a buscar- le dijo- Mi marido...- dijo Eilydh pues sabía bien el tipo de juicio que una elfa joven y perdida en el desierto podría despertar en un elfo tan cercano a tierra santa- Mi marido ha quedado custodio por los elfos de los lindes del bosque... Necesitan ... ayuda... fuego- dijo, en su más firme voz de actriz tintada de la vulnerabilidad que en las demás ocasiones se apresuraba a ocultar- Necesitan a cualquier elfo lo suficientemente docto en la batalla como para ayudarles... Me mandaron aquí a caballo, pero no se montar bien, sabe usted... iba demasiado rápido y a mitad del camino el animal me tiro al suelo..- Se apoyó en una silla cercana pues había tomado cercanía a Lannazzo a medida que contaba su historia.Miró a los ojos a Lannazzo con la intención de apelar a sus instintos de hombre protector, frunció el labio inferior en una mueca de tristeza profunda y se llevó las manos a la cara, - Nada hago bien... tan solo necesitan ayuda y siquiera eso voy a poder mandarles- dijo Eilydh, Sollozando- Perdona la intromisión... Por Ísil que no quiero interrumpir lo que parece un encuentro entre viejos conocidos por eso mire antes siquiera de llamar a la puerta. Estoy segura que si eres tan bueno con la espada como dicen... tu ayuda les vendría muy bien a mi marido y a los elfos guardabosques. -Eilydh lo miró como sopesando que decir más que tuviese el peso suficiente para que aquel hombre se apartara de su objetivo sin hacer demasiadas preguntas. Decidió usar lo más hiriente que pudo imaginar- Son los brujos, ¿Sabes? Hay una batalla que apenas comienza en Sandorai y el elfo custodio de la entrada nos dejo entrever que los brujos estaban atacando parte del árbol madre- Se inventó.
Se llevó la mano a un tobillo, fingiendo dolor y se reposó en una de las sillas
-Como si no hubiesen tenido suficiente con las segunda guerra... ahora tienen la desfachatez de venir a nuestra propia casa a intentar destruir todo lo que ellos envidian- Sollozó- Mi pobre Elentmil...- dijo-
Sacó de su bolsillo un pañuelo bordado con una E, medio arrugado y lo atesoró en sus manos durante unos segundos para luego besarlo con dulzura.
Se le estaba acabando la paciencia. Si aquel elfo no se echaba a un lado... entonces tendría que matarlo.
No había otra opción.
Sonrió de manera misteriosa, como si se hubiese contado una broma que tan solo ella entendía y avanzó alrededor de aquella caravana, curioseando de cuando en cuando a través de la ventanita que servia de tragaluz de la estrella brillante que se había posado sobre la tienda, a la estancia donde los reencuentros estaban teniendo lugar. La noche era tranquila en contraposición de la cabeza de Eilydh y a medida que los elfos de dentro de aquel emplazamiento se ponían cómodos una profunda molesta se apoderaba de Eilydh.
Era como si la felicidad en las palabras de aquella anciana o la hospitalidad de aquellos elfos desconocidos hacia ellos fuese algo que no mereciesen. Como si llevase siglos, eones cargando una maleta de venganza y el hecho de que Sarez y Merrigan fuesen a disfrutar de una paz temporal era casi ta injusto como el que la chica concibiese un hijo de aquel elfo en particular.
En el fondo, todo aquello no era más que la incomoda respuesta a la pregunta que la elfa llevaba haciéndose durante varios meses: ¿Qué era la felicidad... y...- Eilydh casi se avergonzaba de esta parte- Por qué Merrigan y Sarez creían conocerla?
Se puso de puntillas con la extraña sensación de que se había vuelto a dejar dominar por su ira y que su sola presencia allí no tenía sentido, pero la sonrisa de Merrigan la hizo cambiar de opinión. Su mano disimulada sobre el abdomen la manera en la que no entendía lo que ese hijo suyo iba a cambiarle la vida. Por un lado... ¿Quién era ella para juzgarlos? ¿Cómo de hipócrita estaba siendo? Por el otro... deseó que en algún momento y de alguna manera alguien hubiese juzgado la decisión de su padre.
Aún así el daño ya estaba hecho, pero ella se encargaría de que Merrigan no pagase las consecuencias de aquello. Eilydh se aseguraría de que aquella abominación de niño no fuese un impedimento en los sueños jóvenes de aquella medio elfa, ni una crítica a la que todos mirasen por encima del hombro como si su valía fuese menos que la punta de los zapatos de cualquier elfo.
Ellos aún no lo sabían, pero iba a hacerles un favor. Uno muy grande.
La voz grave de otro elfo frente a la caravana la sacó de su pensamiento. Eilydh agarró a Karma por un momento, como un acto reflejo, pero decidió usar la opción menos bélica, al menos por ahora.
Las facciones frías e impasibles de Eilydh se transformaron de manera inmediata a un gesto asombrado, casi inocente. La elfa había camuflado sus emociones durante tantos años que pasar a ser una elfa vulnerable en medio de un desierto no era algo que le costase.
-Gracias a Anar... - dijo bajando levemente su capucha y dedicándole una sonrisa cómplice a aquel elfo- Si la manejas tan bien como dices, entonces eres exactamente a quién vengo a buscar- le dijo- Mi marido...- dijo Eilydh pues sabía bien el tipo de juicio que una elfa joven y perdida en el desierto podría despertar en un elfo tan cercano a tierra santa- Mi marido ha quedado custodio por los elfos de los lindes del bosque... Necesitan ... ayuda... fuego- dijo, en su más firme voz de actriz tintada de la vulnerabilidad que en las demás ocasiones se apresuraba a ocultar- Necesitan a cualquier elfo lo suficientemente docto en la batalla como para ayudarles... Me mandaron aquí a caballo, pero no se montar bien, sabe usted... iba demasiado rápido y a mitad del camino el animal me tiro al suelo..- Se apoyó en una silla cercana pues había tomado cercanía a Lannazzo a medida que contaba su historia.Miró a los ojos a Lannazzo con la intención de apelar a sus instintos de hombre protector, frunció el labio inferior en una mueca de tristeza profunda y se llevó las manos a la cara, - Nada hago bien... tan solo necesitan ayuda y siquiera eso voy a poder mandarles- dijo Eilydh, Sollozando- Perdona la intromisión... Por Ísil que no quiero interrumpir lo que parece un encuentro entre viejos conocidos por eso mire antes siquiera de llamar a la puerta. Estoy segura que si eres tan bueno con la espada como dicen... tu ayuda les vendría muy bien a mi marido y a los elfos guardabosques. -Eilydh lo miró como sopesando que decir más que tuviese el peso suficiente para que aquel hombre se apartara de su objetivo sin hacer demasiadas preguntas. Decidió usar lo más hiriente que pudo imaginar- Son los brujos, ¿Sabes? Hay una batalla que apenas comienza en Sandorai y el elfo custodio de la entrada nos dejo entrever que los brujos estaban atacando parte del árbol madre- Se inventó.
Se llevó la mano a un tobillo, fingiendo dolor y se reposó en una de las sillas
-Como si no hubiesen tenido suficiente con las segunda guerra... ahora tienen la desfachatez de venir a nuestra propia casa a intentar destruir todo lo que ellos envidian- Sollozó- Mi pobre Elentmil...- dijo-
Sacó de su bolsillo un pañuelo bordado con una E, medio arrugado y lo atesoró en sus manos durante unos segundos para luego besarlo con dulzura.
Se le estaba acabando la paciencia. Si aquel elfo no se echaba a un lado... entonces tendría que matarlo.
No había otra opción.
Eilydh
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
Mientras la guerrera habla, Ian piensa en su mujer, en qué es lo que ella diría. El elfo cruza los ojos y pone su mejor cara de querer prestar atención, pero le resulta muy difícil. Tiene miedo de no ser lo suficientemente válido para la tarea que la guerrera le está encomendado. No sabe montar a caballo, sujetar un escudo y mucho menos realizar una finta con la espada sin que se le resbale de las manos. La guerrera no es ninguna tonta. Cuando termine su monólogo, el cual por fortuna está siendo lo suficientemente extenso como para permitir a Iannazzo pensar, esperará una respuesta que solucionase todo aquel conflicto sobre los elfos custodios y Árbol Madre. Ian tiene miedo de no saber dársela. La guerrera descubrirá la gota de sudor frío que cae lentamente por el cuello de Ian y se preguntará por qué no se mueve, por qué continua con la cara de estar prestando atención.
La verdad se desvelaría justo en ese momento: Ian no sabe empujar una espada. Como mucho puede ceder su comida caliente de hoy a los guerreros de Sandorai y rezar a los Dioses para que el estofado alentase a las tropas.
La chica termina su soliloquio con una frase quebrada. Mi pobre Elentmil…. Ese debe ser su marido. Iannazzo empatiza con la guerrera y se imagina qué haría él en el caso que la vida de Sallalá dependiera de lo bien que supiera hablar con desconocidos. (Sallalá está sola en una cabaña con dos conocidos y uno es hijo de un guerrero maldito). Prefiere no saberlo. ¡No! Se muerde el labio inferior haciendo callar los desafortunados pensamientos.
—Hemos oído unos golpes — es la voz de Sallalá, ha llegado al rescate. Iannazzo levante levemente la cabeza y agradece a su esposa que haya acudido justo en el momento preciso — ¿Estáis bien?
Sarez y Merrigan salen detrás de Sallalá. Merrigan lo hace más despacio y con una mano sobre su abultado vientre, debe estar a punto.
—Viene de Sandorai — dice Iannazzo —, tienen problemas en el frente y están reclutando nuevos guerreros.
Es un mal resumen, pero sirve.
—Voy yo — responde Sarez mientras desata el arco de su espalda.
Merrigan da un leve paso hacia atrás, solo perceptible para los ojos de un elfo atemorizado por funestas ilusiones de muerte y venganzas familiares: los ojos de Iannazzo.
—No es necesario que vayas solo, en esta… ¿aldea? Sí, la ponemos llamar así. En esta aldea sin nombre tenemos unos cuantos guerreros. La mayoría son guardabosques. Los sacerdotes y hechiceros prefirieron quedarse en Sandorai protegiendo Árbol Madre, aunque que vi a un par de sacerdotisas repartiendo bendiciones. Es posible que todavía se encuentren por aquí, en la casa de algún buen samaritano que les haya invitado a almorzar. Es cuestión de preguntar.
Para Sallalá pensar resulta tan fácil como respirar. Habla como si estuviera frente a una despensa vacía organizando la lista de la compra.
Iannazzo también está pensando, aunque, a diferencia de su mujer, lo hace en silencio. Piensa en lo conveniente que resulta permitir que Sarez se vaya con la esposa de Elentmil, lejos… a la guerra. Al lugar de donde no vuelven los héroes.
Sallalá continúa hablando:
—A Ian y a mí nos conocen y respetan. Nos será fácil convencer a los vecinos más cualificados a que se os una al frente — Sallalá conoce muy bien a su marido, sabe que él no se encuentre en ese grupo de más cualificados —. ¿Y es muy grave lo que sucede en el bosque? ¿No estará Árbol Madre en peligro? Cuando nos fuimos, los soldados nos advirtieron que cogiéramos aquello que no nos importaría no volver a ver.
Iannazzo, Sallalá y Merrigan difunden el peligro en el que se encuentran los elfos del bosque por la aldea (Sí, llamémosla así). Me quedo solo con la guerrera, preparando el equipamiento para el viaje a Sandorai. Sé quién es. La reconocí en cuento la vi hablando con Iannazzo. Merrigan también la reconoció. No hemos hablado del tema. La intrusión de los brujos en Sandorai es una urgencia. Merrigan está preocupado por el lugar donde quiere que su hijo nazca. Yo me preocupo por el lugar donde reside mi madre y la familia que la asiste. La guerrera tendrá otras preocupaciones. ¿Un marido? No tenía marido hace unos meses y ahora dudo que tampoco. Merrigan también desconfía de ella. Me lo hizo saber con un movimiento asertivo con la cabeza, un sí confabulador. Quería decir: Vigílala. Acto seguido, se acarició el vientre. Lo haré. Lo hago. No le hecho el ojo de encima. Espío a la mujer mientras coloco unas bolsas de comidas, galletas y pan, a un lado de la mochila y pociones de sanación en el otro. Los guerreros del bosque en peligro necesitarán comida y sanación.
Sereah despierta tambaleándose en la hamaca. Mueve la cabeza de lado a lado como la lechuza que desea saber todo lo que ocurre en su bosque.
—No la mires — digo con vehemencia —. Date prisa en preparar tus cosas. Los chicos vendrán con más gente, soldados. Seremos muchos — hablo más grave sin levantarme la — Te he dicho que no la mires. A mí, mírame a mí — me pongo de pie, haciendo notar la superioridad física que me concede mi altura —. Mírame a mí dame las gracias por ofrecerme a ayudarte. A ellos no los mires — me refiero a Merrigan, Sereah, Iannazzo y Sallalá —. Padecen su propia guerra. Voy a dejar de estar con ellos para ayudarte. Sé agradecida y no los mires.
La verdad se desvelaría justo en ese momento: Ian no sabe empujar una espada. Como mucho puede ceder su comida caliente de hoy a los guerreros de Sandorai y rezar a los Dioses para que el estofado alentase a las tropas.
La chica termina su soliloquio con una frase quebrada. Mi pobre Elentmil…. Ese debe ser su marido. Iannazzo empatiza con la guerrera y se imagina qué haría él en el caso que la vida de Sallalá dependiera de lo bien que supiera hablar con desconocidos. (Sallalá está sola en una cabaña con dos conocidos y uno es hijo de un guerrero maldito). Prefiere no saberlo. ¡No! Se muerde el labio inferior haciendo callar los desafortunados pensamientos.
—Hemos oído unos golpes — es la voz de Sallalá, ha llegado al rescate. Iannazzo levante levemente la cabeza y agradece a su esposa que haya acudido justo en el momento preciso — ¿Estáis bien?
Sarez y Merrigan salen detrás de Sallalá. Merrigan lo hace más despacio y con una mano sobre su abultado vientre, debe estar a punto.
—Viene de Sandorai — dice Iannazzo —, tienen problemas en el frente y están reclutando nuevos guerreros.
Es un mal resumen, pero sirve.
—Voy yo — responde Sarez mientras desata el arco de su espalda.
Merrigan da un leve paso hacia atrás, solo perceptible para los ojos de un elfo atemorizado por funestas ilusiones de muerte y venganzas familiares: los ojos de Iannazzo.
—No es necesario que vayas solo, en esta… ¿aldea? Sí, la ponemos llamar así. En esta aldea sin nombre tenemos unos cuantos guerreros. La mayoría son guardabosques. Los sacerdotes y hechiceros prefirieron quedarse en Sandorai protegiendo Árbol Madre, aunque que vi a un par de sacerdotisas repartiendo bendiciones. Es posible que todavía se encuentren por aquí, en la casa de algún buen samaritano que les haya invitado a almorzar. Es cuestión de preguntar.
Para Sallalá pensar resulta tan fácil como respirar. Habla como si estuviera frente a una despensa vacía organizando la lista de la compra.
Iannazzo también está pensando, aunque, a diferencia de su mujer, lo hace en silencio. Piensa en lo conveniente que resulta permitir que Sarez se vaya con la esposa de Elentmil, lejos… a la guerra. Al lugar de donde no vuelven los héroes.
Sallalá continúa hablando:
—A Ian y a mí nos conocen y respetan. Nos será fácil convencer a los vecinos más cualificados a que se os una al frente — Sallalá conoce muy bien a su marido, sabe que él no se encuentre en ese grupo de más cualificados —. ¿Y es muy grave lo que sucede en el bosque? ¿No estará Árbol Madre en peligro? Cuando nos fuimos, los soldados nos advirtieron que cogiéramos aquello que no nos importaría no volver a ver.
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Iannazzo, Sallalá y Merrigan difunden el peligro en el que se encuentran los elfos del bosque por la aldea (Sí, llamémosla así). Me quedo solo con la guerrera, preparando el equipamiento para el viaje a Sandorai. Sé quién es. La reconocí en cuento la vi hablando con Iannazzo. Merrigan también la reconoció. No hemos hablado del tema. La intrusión de los brujos en Sandorai es una urgencia. Merrigan está preocupado por el lugar donde quiere que su hijo nazca. Yo me preocupo por el lugar donde reside mi madre y la familia que la asiste. La guerrera tendrá otras preocupaciones. ¿Un marido? No tenía marido hace unos meses y ahora dudo que tampoco. Merrigan también desconfía de ella. Me lo hizo saber con un movimiento asertivo con la cabeza, un sí confabulador. Quería decir: Vigílala. Acto seguido, se acarició el vientre. Lo haré. Lo hago. No le hecho el ojo de encima. Espío a la mujer mientras coloco unas bolsas de comidas, galletas y pan, a un lado de la mochila y pociones de sanación en el otro. Los guerreros del bosque en peligro necesitarán comida y sanación.
Sereah despierta tambaleándose en la hamaca. Mueve la cabeza de lado a lado como la lechuza que desea saber todo lo que ocurre en su bosque.
—No la mires — digo con vehemencia —. Date prisa en preparar tus cosas. Los chicos vendrán con más gente, soldados. Seremos muchos — hablo más grave sin levantarme la — Te he dicho que no la mires. A mí, mírame a mí — me pongo de pie, haciendo notar la superioridad física que me concede mi altura —. Mírame a mí dame las gracias por ofrecerme a ayudarte. A ellos no los mires — me refiero a Merrigan, Sereah, Iannazzo y Sallalá —. Padecen su propia guerra. Voy a dejar de estar con ellos para ayudarte. Sé agradecida y no los mires.
Sarez
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
El elfo tenía miedo.
Aquello sin duda era una novedad.
Tenía el miedo que comparte con el que espera una noticia tan buena que a menudo no la cree real. Como el que dedica su vida a ver crecer una planta y se anuncia sequía meses antes de que el fruto florezca. Tenía el miedo en los ojos de alguien que ha creado una vida que no entiende y aún así se cree lo suficientemente Dios como para jugar con el sino de la misma.
Pero aquello, era, sin duda refrescante.
Parecía nervioso mientras preparaba las cosas para la batalla. A Eilydh le había venido que ni pintado el saber que sin duda el árbol corría peligro, y estaba segura que quiera quién fuese que estaba dirigiendo sus tropas le estaría eternamente agradecido a la elfa que había pedido auxilio por la caravana de alrededor. Claro que cuándo llegasen allí el nombre que les había dado no iba a ser el de nadie conocido. Pero Eilydh tenía la esperanza de que el fuego mismo de Anar estuviese lo suficientemente extendido como para que un nombre falso no fuese una excusa para que regresasen.
Sarez preparaba las cosas que necesitaba para acompañarla a... sin duda ningún lugar. O lo más lejos que pudiese El miedo que no estaba allí 9 meses antes marcaba sus amenazas y el elfo intentaba contrarrestar aquella vulnerabilidad engrandeciendo sus movimientos, como si la asustase.
Pero Eilydh no tenía miedo. No de él.
-Nos vamos antes- le dijo a Sarez cuando se cansó de ver como recogía sus cosas, casi en un susurro- Tú y yo vamos a partir antes. No puedo esperar a que tus amigos vuelvan. Necesito... Necesitan nuestra ayuda ya. Ahora. Y tú bien sabes que es más rápido caminar de a dos que de a cientos.
Eilydh se giró hasta la ventana donde pudo ver la figura de Merrigan sin duda preocupada. Le sonrió con una media sonrisa. recordando el último encuentro de los tres. Eilydh se agachó a recoger la maleta que Sarez estaba preparando, sin mucha paciencia, como indicándole que había llegado el momento.
-¿Por qué has tenido que regresar a Sandorai?- dijo la elfa con un tono triste casi melancólico en su voz. Aún fijando su mirada en Merrigan. Su cabeza se llenó de posibilidades. Si el elfo y la medio elfa se hubiesen escondido en tierra de lobos. O incluso en territorio Dragón. Si tan solo hubiesen hecho como si desapareciesen, quizás entonces hubiesen tenido una oportunidad.
Pero no. Sarez la había traído aquí. A la misma boca del lobo. A ver como el juicio de personas ponía una etiqueta en el niño que la medio elfa cargaba y a verla a ella sufrir por saber que su hijo nunca iba a ser lo suficientemente bueno como para compararse al resto de los elfos.
Se llevó la mano a Karma impaciente y tiró de la túnica de Sarez indicándole el camino por el que debían irse, apresurándolo. No quería que nadie más los siguiese. Aquel elfo los había traído allí a consciencia, a su mujer y al bebé no nacido. Aquello era una maldición en si misma.
A Eilydh no le extrañó, por lo tanto, que sintiese miedo.
Aquello sin duda era una novedad.
Tenía el miedo que comparte con el que espera una noticia tan buena que a menudo no la cree real. Como el que dedica su vida a ver crecer una planta y se anuncia sequía meses antes de que el fruto florezca. Tenía el miedo en los ojos de alguien que ha creado una vida que no entiende y aún así se cree lo suficientemente Dios como para jugar con el sino de la misma.
Pero aquello, era, sin duda refrescante.
Parecía nervioso mientras preparaba las cosas para la batalla. A Eilydh le había venido que ni pintado el saber que sin duda el árbol corría peligro, y estaba segura que quiera quién fuese que estaba dirigiendo sus tropas le estaría eternamente agradecido a la elfa que había pedido auxilio por la caravana de alrededor. Claro que cuándo llegasen allí el nombre que les había dado no iba a ser el de nadie conocido. Pero Eilydh tenía la esperanza de que el fuego mismo de Anar estuviese lo suficientemente extendido como para que un nombre falso no fuese una excusa para que regresasen.
Sarez preparaba las cosas que necesitaba para acompañarla a... sin duda ningún lugar. O lo más lejos que pudiese El miedo que no estaba allí 9 meses antes marcaba sus amenazas y el elfo intentaba contrarrestar aquella vulnerabilidad engrandeciendo sus movimientos, como si la asustase.
Pero Eilydh no tenía miedo. No de él.
-Nos vamos antes- le dijo a Sarez cuando se cansó de ver como recogía sus cosas, casi en un susurro- Tú y yo vamos a partir antes. No puedo esperar a que tus amigos vuelvan. Necesito... Necesitan nuestra ayuda ya. Ahora. Y tú bien sabes que es más rápido caminar de a dos que de a cientos.
Eilydh se giró hasta la ventana donde pudo ver la figura de Merrigan sin duda preocupada. Le sonrió con una media sonrisa. recordando el último encuentro de los tres. Eilydh se agachó a recoger la maleta que Sarez estaba preparando, sin mucha paciencia, como indicándole que había llegado el momento.
-¿Por qué has tenido que regresar a Sandorai?- dijo la elfa con un tono triste casi melancólico en su voz. Aún fijando su mirada en Merrigan. Su cabeza se llenó de posibilidades. Si el elfo y la medio elfa se hubiesen escondido en tierra de lobos. O incluso en territorio Dragón. Si tan solo hubiesen hecho como si desapareciesen, quizás entonces hubiesen tenido una oportunidad.
Pero no. Sarez la había traído aquí. A la misma boca del lobo. A ver como el juicio de personas ponía una etiqueta en el niño que la medio elfa cargaba y a verla a ella sufrir por saber que su hijo nunca iba a ser lo suficientemente bueno como para compararse al resto de los elfos.
Se llevó la mano a Karma impaciente y tiró de la túnica de Sarez indicándole el camino por el que debían irse, apresurándolo. No quería que nadie más los siguiese. Aquel elfo los había traído allí a consciencia, a su mujer y al bebé no nacido. Aquello era una maldición en si misma.
A Eilydh no le extrañó, por lo tanto, que sintiese miedo.
Eilydh
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
La guerrera habla con astucia. No puedo y no sé responder a su lógica. Dos personas corren más que cientos. Ella no se equivoca. Además, dos elfos pueden pasar desadvertidos. Ambos somos rápidos y ágiles, podemos escondernos en los laterales de la carretera y matar a los enemigos sin que nos descubran.
Giro la cabeza en dirección al norte y al largo camina que nos separa de los bosques de Sandorai, del campo de batalla. Hago un cálculo rápido del tiempo que tardaríamos en llegar tomando como referencia el trayecto que hice desde los lindes de Sandorai hasta aquí con Merrigan. Tengo en cuenta la lentitud del paso de la mula y las muchas paradas de descanso que hicimos por hambre e higiene. Desde hace unas semanas atrás, Merrigan orina con mayor frecuencia. Dice ser cosa del embarazo, el bebé (la bebé) empuja sus vejigas. La guerrera y yo no necesitamos descansar. Podemos caminar durante días y correr durante horas.
Poco. Tardaremos poco en llegar. Concluyo para mis adentros sin saber dar un tiempo concreto. Si formásemos parte de una compañía de elfos duplicaremos ese tiempo.
La guerrera recoge las mochilas sin que le haya respondido, asume que he aceptado que viajaremos solos. Su lógica es irrefutable. Me entrega mi mochila en un gesto confuso: ¿se está disculpando por nuestro último encuentro? ¿Se trata una propuesta de alianza? Pongo mis manos sobre la mochila, sin hacer intención de llevármela. Pienso en la posibilidad de que sea en una trampa, que hubiera metido una serpiente venenosa en el interior de la bolsa mientras yo no miraba.
—Gracias — digo con falsa gratitud.
Tomo la mochila y me la cuelgo en la espalda sin revisar su interior. No hay serpientes venenosas. La guerrera no sería capaz de haber metido una serpiente, no es su estilo de combate. Ella hace uso de tácticas sinuosas y traicioneras. Merrigan me lo dijo. Me contó la conversación que tuvo con la guerrera en los baños. ¿Sabes lo que significa manipular? Sí, significa usar. Manipular el arco es usar el arco. Merrigan movió la mano haciendo círculos. Más o menos. La palabra manipular se refiere a las personas, no a los objetos. El significado no es muy diferente al que había imaginado. Manipula quiere decir utilizar a las personas para que hicieran lo que uno quería. Merrigan puso un ejemplo: ella habla con dulzura a los mercaderes humanos, engañándolos y poniéndolos en aprietos para que le rebajen el precio. Creía que eso se llamaba negociar. Dije ladeando la cabeza. El negocio es una forma de manipulación.
La guerrera manipuló a Merrigan. Le habló sobre polvos de maquillaje y amor. Merrigan no pudo responder, se encontraba indispuesta (fue la palabra que ella utilizó). La guerrera aprovechó la situación, habló con astucia y una lógica irrefutable. La serpiente venenosa se hallaba en sus palabras y acciones.
Las serpientes venenosas son el entregarme la mochila en mano y la pregunta que hace después.
Empiezo a caminar ignorando la pregunta de la guerrera. No voy a contestar. Camino con rapidez dando largas zancadas. No voy a permitir que me manipule. Giro la cabeza atrás asegurándome que me está siguiendo. No voy a permitir que me inyecte sus palabras venenosas.
—Será un elfo — contesto, más para mí que para la chica, cuando llegamos al final de la aldea (¿Aldea? Sí, la podemos llamar así) —. Queremos que sea un elfo de Sandorai.
Aminoro la marcha luego de haber contestado. La guerrera puede hacer lo que quiera con mi respuesta. La ignoraré. Descuelgo el arco de mi espalda y lo llevo en la mano derecha. La izquierda la llevo libre, preparada para recoger una flecha llegado el momento. Un momento que deseo que sea lo más temprano posible y que me permita distraerme de los comentarios importunos de la guerrera.
Caminamos por los arbustos más altos y sobre el terreno elevado que nos ofrezca la ventaja de poseer un mejor campo de visión. Las guerras se extienden por el mapa como la gangrena sobre una herida. Debemos estar capacitados por si nos encontrarnos con un grupo de brujos exploradores.
Subo a lo alto de una cima de arena. Miro al horizonte. Niego con la cabeza indicando a la guerrera que no veo nada. ¿Qué esperaba ver? ¿Torrentes de agua controlados por magia? ¿Arbustos incinerados? Eso será cuando lleguemos a Sandorai. Los brujos exploradores, de encontrase alguno por estos lares, preferirán pasar desadvertidos. Utilizan la magia tan solo si les es necesario.
—¿Por ahí? — señalo con la mano del arco el pico de unos árboles que se ven desde nuestra posición, se trata del bosque más cercano.
Giro la cabeza en dirección al norte y al largo camina que nos separa de los bosques de Sandorai, del campo de batalla. Hago un cálculo rápido del tiempo que tardaríamos en llegar tomando como referencia el trayecto que hice desde los lindes de Sandorai hasta aquí con Merrigan. Tengo en cuenta la lentitud del paso de la mula y las muchas paradas de descanso que hicimos por hambre e higiene. Desde hace unas semanas atrás, Merrigan orina con mayor frecuencia. Dice ser cosa del embarazo, el bebé (la bebé) empuja sus vejigas. La guerrera y yo no necesitamos descansar. Podemos caminar durante días y correr durante horas.
Poco. Tardaremos poco en llegar. Concluyo para mis adentros sin saber dar un tiempo concreto. Si formásemos parte de una compañía de elfos duplicaremos ese tiempo.
La guerrera recoge las mochilas sin que le haya respondido, asume que he aceptado que viajaremos solos. Su lógica es irrefutable. Me entrega mi mochila en un gesto confuso: ¿se está disculpando por nuestro último encuentro? ¿Se trata una propuesta de alianza? Pongo mis manos sobre la mochila, sin hacer intención de llevármela. Pienso en la posibilidad de que sea en una trampa, que hubiera metido una serpiente venenosa en el interior de la bolsa mientras yo no miraba.
—Gracias — digo con falsa gratitud.
Tomo la mochila y me la cuelgo en la espalda sin revisar su interior. No hay serpientes venenosas. La guerrera no sería capaz de haber metido una serpiente, no es su estilo de combate. Ella hace uso de tácticas sinuosas y traicioneras. Merrigan me lo dijo. Me contó la conversación que tuvo con la guerrera en los baños. ¿Sabes lo que significa manipular? Sí, significa usar. Manipular el arco es usar el arco. Merrigan movió la mano haciendo círculos. Más o menos. La palabra manipular se refiere a las personas, no a los objetos. El significado no es muy diferente al que había imaginado. Manipula quiere decir utilizar a las personas para que hicieran lo que uno quería. Merrigan puso un ejemplo: ella habla con dulzura a los mercaderes humanos, engañándolos y poniéndolos en aprietos para que le rebajen el precio. Creía que eso se llamaba negociar. Dije ladeando la cabeza. El negocio es una forma de manipulación.
La guerrera manipuló a Merrigan. Le habló sobre polvos de maquillaje y amor. Merrigan no pudo responder, se encontraba indispuesta (fue la palabra que ella utilizó). La guerrera aprovechó la situación, habló con astucia y una lógica irrefutable. La serpiente venenosa se hallaba en sus palabras y acciones.
Las serpientes venenosas son el entregarme la mochila en mano y la pregunta que hace después.
Empiezo a caminar ignorando la pregunta de la guerrera. No voy a contestar. Camino con rapidez dando largas zancadas. No voy a permitir que me manipule. Giro la cabeza atrás asegurándome que me está siguiendo. No voy a permitir que me inyecte sus palabras venenosas.
—Será un elfo — contesto, más para mí que para la chica, cuando llegamos al final de la aldea (¿Aldea? Sí, la podemos llamar así) —. Queremos que sea un elfo de Sandorai.
Aminoro la marcha luego de haber contestado. La guerrera puede hacer lo que quiera con mi respuesta. La ignoraré. Descuelgo el arco de mi espalda y lo llevo en la mano derecha. La izquierda la llevo libre, preparada para recoger una flecha llegado el momento. Un momento que deseo que sea lo más temprano posible y que me permita distraerme de los comentarios importunos de la guerrera.
Caminamos por los arbustos más altos y sobre el terreno elevado que nos ofrezca la ventaja de poseer un mejor campo de visión. Las guerras se extienden por el mapa como la gangrena sobre una herida. Debemos estar capacitados por si nos encontrarnos con un grupo de brujos exploradores.
Subo a lo alto de una cima de arena. Miro al horizonte. Niego con la cabeza indicando a la guerrera que no veo nada. ¿Qué esperaba ver? ¿Torrentes de agua controlados por magia? ¿Arbustos incinerados? Eso será cuando lleguemos a Sandorai. Los brujos exploradores, de encontrase alguno por estos lares, preferirán pasar desadvertidos. Utilizan la magia tan solo si les es necesario.
—¿Por ahí? — señalo con la mano del arco el pico de unos árboles que se ven desde nuestra posición, se trata del bosque más cercano.
Sarez
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
Sarez no podía no aceptar que lo que decía era cierto. El elfo no pudo más que agarrar su maleta y seguirla, con los pasos seguros de quien hace saber que ha puesto su muralla entre el y el resto del mundo. Como quien camina para llegar a un objetivo sin tener en cuenta a quien deba avasallar en su camino.
Sarez se ha estado preparando para ese momento, y la respuesta casi ensayada sobre lo que será su hijo confirma todo aquello en la cabeza de Eilydh. Él ya sabe a qué se expone al traer a su bebé a aquel lugar justo, y de alguna manera... ha visto la necesidad de hacerlo.
Eilydh camina veloz tras él. Cuando el elfo entienda la mentira que ha usado para alejarlo de Merrigan no va a estar contento de haberla creído. Ninguno, por supuesto sabe que lo que les espera más allá de los primeros árboles incipientes de la arboleda oeste de Sandorai bien podría ser el mismo infierno. Aquello sin duda asusta a Eilydh.
¿Qué padre conoce el riesgo y aún así expone a su hijo? Su ira se incrementa. La pobre Merrigan y su cara de porcelana es tan solo una muñeca en los brazos de aquel elfo de cictrices profundas, embrutecido lo suficiente para ni siquiera querer hablar acerca de lo que a ambos les esperaba al otro lado de las dunas.
Por ahí mismo- piensa Eilydh. No van a encontrar brujos. No al menos en el camino.
Estaban lo suficientemente lejos como para atacarlo por la espalda y sin embargo su curiosidad evitaba que hiciese todo aquello que había planeado hacer mientras espiaba la felicidad ajena a través de la ventana de la caravana. Justo por ese lado. Sigue caminando así la voz de mi mente se concentra en el motivo exacto de haber venido aquí. La manera justa de deshacer a Merrigan y al bebé de tu yugo. Del de todos los elfos que esperan tras los árboles.
-Será tu elfo- dijo simplemente Eilydh, intentando conectar con Sarez. No estaba segura de si lo dijo de buena manera o mala- Pero no será el de ellos.-
Lo miró con fiereza, casi retándolo. Se paró en seco frente a él y por fin, desenfundó su espada y la posicionó sobre la espalda de Sarez.
-Sandorai no necesita de caminos. Sandorai vive en nosotros. Tu hijo será juzgado casi o más de lo que se te juzga a ti. Tendrá un nombre que no va a pertenecerle nunca, porque las raices de árbol madre jamás bañarán la primera luz que lo ilumine. Tu hijo no será un intercambio de sangre vieja por nueva, no habrá festejos cuando nazca Tú elfo. Será la sangre derramada impura de Merrigan sobre tu sangre exiliada y maldita. Tu elfo será elfo, sí... pero ¿Cuál es el precio que va a pagar por eso?-
dijo Eilydh.
Movió su espada un poco, considerando si atacar o no. ¿Quería una pelea? ¿La necesitaba? Seguramente la respuesta a esas dos preguntas eran la misma, y la elfa estaba segura que en aquel momento y bajo la luz de Isil que los bañaba, la respuesta a esas dos pregunta sería distinta si las contestaba Sarez.
-Dime, Sarez, ¿qué te hace pensar que estoy siendo más injusta de lo que lo serán allí dentro?- miró hacia la arboleda cercana a Sandorai.- Que mis palabras no van a ser tan solo el reflejo de lo que los labios de los ancianos digan al verte cargar a tu.. criatura entre los juncos del lago central. Que los elfos ancianos no mirarán a Merrigan como una extraña, una hereje, en tierra santa y su retoño como un peligro a las leyes antiguas y justas y al regalo de Ímbar. Enmudeció un momento, como contrariada y por primera vez sintiendo que estaba siendo injusta con Sarez y que no era nadie para evitar dolor ajeno si ese dolor era aceptado y recibido como bendición.
Eilydh estaba segura que habría una pelea al final de aquel camino, pero bajó la espada y siguió caminando en silencio. Estaba empezando a darse cuenta que aquello había dejado de ser una guerra entre su opinión y la de Sarez. Aquello era una batalla interna entre lo que ella era, y lo que sería... si seguía.
Sarez se ha estado preparando para ese momento, y la respuesta casi ensayada sobre lo que será su hijo confirma todo aquello en la cabeza de Eilydh. Él ya sabe a qué se expone al traer a su bebé a aquel lugar justo, y de alguna manera... ha visto la necesidad de hacerlo.
Eilydh camina veloz tras él. Cuando el elfo entienda la mentira que ha usado para alejarlo de Merrigan no va a estar contento de haberla creído. Ninguno, por supuesto sabe que lo que les espera más allá de los primeros árboles incipientes de la arboleda oeste de Sandorai bien podría ser el mismo infierno. Aquello sin duda asusta a Eilydh.
¿Qué padre conoce el riesgo y aún así expone a su hijo? Su ira se incrementa. La pobre Merrigan y su cara de porcelana es tan solo una muñeca en los brazos de aquel elfo de cictrices profundas, embrutecido lo suficiente para ni siquiera querer hablar acerca de lo que a ambos les esperaba al otro lado de las dunas.
Por ahí mismo- piensa Eilydh. No van a encontrar brujos. No al menos en el camino.
Estaban lo suficientemente lejos como para atacarlo por la espalda y sin embargo su curiosidad evitaba que hiciese todo aquello que había planeado hacer mientras espiaba la felicidad ajena a través de la ventana de la caravana. Justo por ese lado. Sigue caminando así la voz de mi mente se concentra en el motivo exacto de haber venido aquí. La manera justa de deshacer a Merrigan y al bebé de tu yugo. Del de todos los elfos que esperan tras los árboles.
-Será tu elfo- dijo simplemente Eilydh, intentando conectar con Sarez. No estaba segura de si lo dijo de buena manera o mala- Pero no será el de ellos.-
Lo miró con fiereza, casi retándolo. Se paró en seco frente a él y por fin, desenfundó su espada y la posicionó sobre la espalda de Sarez.
-Sandorai no necesita de caminos. Sandorai vive en nosotros. Tu hijo será juzgado casi o más de lo que se te juzga a ti. Tendrá un nombre que no va a pertenecerle nunca, porque las raices de árbol madre jamás bañarán la primera luz que lo ilumine. Tu hijo no será un intercambio de sangre vieja por nueva, no habrá festejos cuando nazca Tú elfo. Será la sangre derramada impura de Merrigan sobre tu sangre exiliada y maldita. Tu elfo será elfo, sí... pero ¿Cuál es el precio que va a pagar por eso?-
dijo Eilydh.
Movió su espada un poco, considerando si atacar o no. ¿Quería una pelea? ¿La necesitaba? Seguramente la respuesta a esas dos preguntas eran la misma, y la elfa estaba segura que en aquel momento y bajo la luz de Isil que los bañaba, la respuesta a esas dos pregunta sería distinta si las contestaba Sarez.
-Dime, Sarez, ¿qué te hace pensar que estoy siendo más injusta de lo que lo serán allí dentro?- miró hacia la arboleda cercana a Sandorai.- Que mis palabras no van a ser tan solo el reflejo de lo que los labios de los ancianos digan al verte cargar a tu.. criatura entre los juncos del lago central. Que los elfos ancianos no mirarán a Merrigan como una extraña, una hereje, en tierra santa y su retoño como un peligro a las leyes antiguas y justas y al regalo de Ímbar. Enmudeció un momento, como contrariada y por primera vez sintiendo que estaba siendo injusta con Sarez y que no era nadie para evitar dolor ajeno si ese dolor era aceptado y recibido como bendición.
Eilydh estaba segura que habría una pelea al final de aquel camino, pero bajó la espada y siguió caminando en silencio. Estaba empezando a darse cuenta que aquello había dejado de ser una guerra entre su opinión y la de Sarez. Aquello era una batalla interna entre lo que ella era, y lo que sería... si seguía.
Eilydh
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
La elfa guerrera habla con honestidad. Esconde el veneno de sus palabras bajo un manto de misericordia, una falsa preocupación por Merrigan y el bebé. Hace que resulte más doloroso, letal. He disminuido notoriamente el ritmo de mis pasos, ella lo habrá notado. Mi mano derecha está aferrada a la madera del arco, como si lo fuera a utilizar de un momento a otro.
Me doy la vuelta y miro con acritud a la elfa. Noto las arrugas formar una rotunda negativa. No. Allí dentro mi hijo será tan elfo como el resto de habitantes de Sandoria.
—Tengo un plan. Hablaré con los Dioses del bosque. Me presentaré y haré una reverencia, inclinaré mi rodilla como Merrigan me enseñó. A los reyes y a los Dioses se les recibe con reverencias. Ofreceré mi arco. Cumpliré el servicio que me impongan con tal que acepten a Merrigan, a nuestro hijo y a los que vengan. Hablaré con propiedad y respeto. Si no me obedecen, gritaré con más fuerza. Tendrán que escucharme.
No reconozco mi propia voz. Tengo la sensación de estar escuchándola a través de otra persona, algún duende escondido entre los arbustos o bajo un montón de arena. Jamás había utilizado un tono de voz tan severo, seguro de cuanto decía.
—Tendrán que escucharme y me escucharán. Si me ignorarán dispararé y si mis flechas no son capaces de dañarlos, desvelaré su malvado secreto.
Haré lo que sea porque acepten a Merrigan y nuestro bebé como a un elfo más, incluso batirme contra los Dioses élficos. Así lo decidí hace meses, cuando repetía mentalmente las muchas razones por las cuales los elfos de Sandorai me recibirían a base de lanzamientos de tomates y flechas. Solo los Dioses son capaces de que los elfos me perdonen. Ellos pueden hablar a través de las sacerdotisas. Sus órdenes serán escuchadas. Dejadlos entrar. La hueste de Sandorai tendrá que hacerse a un lado. Levantarán las lazas a medida que Merrigan pase por delante de ellos, la dejarán pasar. Los Dioses de Sandorai cumplirán mi deseo porque, de no hacerlo, todos los elfos sabrán que mienten.
Retroceso, camino lentamente hacia la elfa. A medida que me acerco mi expresión se suaviza. Mis intenciones no son dañinas. Escondo el arco a mi espalda en señal de paz.
Tomo la mano derecha de la guerra y, con un tosco movimiento, la obligo a que abra la palma delante de los dos. Acarició la mano de la elfa con los dedos de la misma manera que lo haría una bruja del oráculo para leer el futuro venidero. ¿Quieres conocer tu futuro joven dama? ¿Quieres saber el secreto de los Dioses? Presiono los puntos adecuados, los que logré descubrí por casualidad, los que creía que me habían arrebataron cuando me marcaron con fuego. La mano de la elfa se enciende como una respuesta natural.
—Eso es magia. Los sabios utilizan otros nombres: maná, éter, alma…. Yo no soy un sabio. A eso lo llamo magia y es lo que te hace ser una elfa.
Rápidamente, con la mano libre, desenvaino el cuchillo que escondo bajo el cinturón y rajo la palma de la elfa guerra. La miro directamente a los ojos para tranquilizarla. Encierro su mano herida sobre las mías. Entre mis dedos emerge una línea de sangre.
—Mira mis cicatrices. Los sacerdotes dijeron que nunca más sería un elfo, que el fuego quemaría la magia y sangre. Mintieron.
Abro las manos. La herida de la elfa se ha sanado. No hay cicatriz y el dolor se ha evaporado.
—Los Dioses mintieron a través de ellos. Ese es mi secreto. Fui un elfo durante todo el destierro. Soy un elfo.
La primera vez que sané a un herido fue a mi amiga Woodpecker, el mismo día que la conocí. Ella se hallaba en el suelo de un edificio derruido, rodeada de escombros. Apenas podía articular palabra. Fueron sus animales los que me llevaron a ella. Woodpecker levantó ligeramente la cabeza, sin despegar el cuello dl suelo. Me llamó. Elfo, necesito tu ayuda. Me acerqué a ella, atraído por la curiosidad. Woodpecker repitió la palabra maldita. Elfo. Me sentía inseguro, actué por instinto más que por razón. No soy un elfo, no puedo sanar. Ella no podía escucharme, tenía las orejas tapadas con sangre. Cogió mis manos y las puso sobre la herida abierta que tenía en el vientre.
Pensé que Woodpecker moriría en mis manos. No podía sanarla. No era un elfo. Ella dejó caer la cabeza. Su cabello se ensució con la sangre pegajosa del suelo. No faltaría mucho. En aquel entonces, carecía de empatía. Deseaba que la mujer muriese, así podría registrar su cadáver. Pero Woodpecker no murió. Su rostro se suavizó. La brecha del vientre se fue cerrando. Dejó de sangrar. La mujer sonrió, cerró los ojos para descansar y dio me dio las gracias. Gracias, elfo.
No soy un elfo. Woodpecker no pudo escucharme. Dormía. Me quedé repitiendo la frase para mí mismo. No soy un elfo.
Relato la historia de Woodpecker a la elfa guerrera de la misma manera se la contaré a los sacerdotes y a las tropas de elite de Sandorai si no me dan el paso. Fui un elfo y soy un elfo.
A todos a los que los elfos han marcado con látigos y hierros de fuego, que han expulsado del bosque de Sandorai, siguen siendo elfos.
La lengua de serpiente de la elfa guerra envenena a las personas a través de sus sentimientos. El veneno que he estado confeccionando durante años, antes de conocer a Merrigan, antes de conocer a Idril e incluso antes de sanar a Woodpecker, amenaza con desestabilizar las creencias de los elfos de Sandorai. Es más letal que los hechizos de los brujos. Los Dioses tendrán que escucharme.
Me doy la vuelta y miro con acritud a la elfa. Noto las arrugas formar una rotunda negativa. No. Allí dentro mi hijo será tan elfo como el resto de habitantes de Sandoria.
—Tengo un plan. Hablaré con los Dioses del bosque. Me presentaré y haré una reverencia, inclinaré mi rodilla como Merrigan me enseñó. A los reyes y a los Dioses se les recibe con reverencias. Ofreceré mi arco. Cumpliré el servicio que me impongan con tal que acepten a Merrigan, a nuestro hijo y a los que vengan. Hablaré con propiedad y respeto. Si no me obedecen, gritaré con más fuerza. Tendrán que escucharme.
No reconozco mi propia voz. Tengo la sensación de estar escuchándola a través de otra persona, algún duende escondido entre los arbustos o bajo un montón de arena. Jamás había utilizado un tono de voz tan severo, seguro de cuanto decía.
—Tendrán que escucharme y me escucharán. Si me ignorarán dispararé y si mis flechas no son capaces de dañarlos, desvelaré su malvado secreto.
Haré lo que sea porque acepten a Merrigan y nuestro bebé como a un elfo más, incluso batirme contra los Dioses élficos. Así lo decidí hace meses, cuando repetía mentalmente las muchas razones por las cuales los elfos de Sandorai me recibirían a base de lanzamientos de tomates y flechas. Solo los Dioses son capaces de que los elfos me perdonen. Ellos pueden hablar a través de las sacerdotisas. Sus órdenes serán escuchadas. Dejadlos entrar. La hueste de Sandorai tendrá que hacerse a un lado. Levantarán las lazas a medida que Merrigan pase por delante de ellos, la dejarán pasar. Los Dioses de Sandorai cumplirán mi deseo porque, de no hacerlo, todos los elfos sabrán que mienten.
Retroceso, camino lentamente hacia la elfa. A medida que me acerco mi expresión se suaviza. Mis intenciones no son dañinas. Escondo el arco a mi espalda en señal de paz.
Tomo la mano derecha de la guerra y, con un tosco movimiento, la obligo a que abra la palma delante de los dos. Acarició la mano de la elfa con los dedos de la misma manera que lo haría una bruja del oráculo para leer el futuro venidero. ¿Quieres conocer tu futuro joven dama? ¿Quieres saber el secreto de los Dioses? Presiono los puntos adecuados, los que logré descubrí por casualidad, los que creía que me habían arrebataron cuando me marcaron con fuego. La mano de la elfa se enciende como una respuesta natural.
—Eso es magia. Los sabios utilizan otros nombres: maná, éter, alma…. Yo no soy un sabio. A eso lo llamo magia y es lo que te hace ser una elfa.
Rápidamente, con la mano libre, desenvaino el cuchillo que escondo bajo el cinturón y rajo la palma de la elfa guerra. La miro directamente a los ojos para tranquilizarla. Encierro su mano herida sobre las mías. Entre mis dedos emerge una línea de sangre.
—Mira mis cicatrices. Los sacerdotes dijeron que nunca más sería un elfo, que el fuego quemaría la magia y sangre. Mintieron.
Abro las manos. La herida de la elfa se ha sanado. No hay cicatriz y el dolor se ha evaporado.
—Los Dioses mintieron a través de ellos. Ese es mi secreto. Fui un elfo durante todo el destierro. Soy un elfo.
La primera vez que sané a un herido fue a mi amiga Woodpecker, el mismo día que la conocí. Ella se hallaba en el suelo de un edificio derruido, rodeada de escombros. Apenas podía articular palabra. Fueron sus animales los que me llevaron a ella. Woodpecker levantó ligeramente la cabeza, sin despegar el cuello dl suelo. Me llamó. Elfo, necesito tu ayuda. Me acerqué a ella, atraído por la curiosidad. Woodpecker repitió la palabra maldita. Elfo. Me sentía inseguro, actué por instinto más que por razón. No soy un elfo, no puedo sanar. Ella no podía escucharme, tenía las orejas tapadas con sangre. Cogió mis manos y las puso sobre la herida abierta que tenía en el vientre.
Pensé que Woodpecker moriría en mis manos. No podía sanarla. No era un elfo. Ella dejó caer la cabeza. Su cabello se ensució con la sangre pegajosa del suelo. No faltaría mucho. En aquel entonces, carecía de empatía. Deseaba que la mujer muriese, así podría registrar su cadáver. Pero Woodpecker no murió. Su rostro se suavizó. La brecha del vientre se fue cerrando. Dejó de sangrar. La mujer sonrió, cerró los ojos para descansar y dio me dio las gracias. Gracias, elfo.
No soy un elfo. Woodpecker no pudo escucharme. Dormía. Me quedé repitiendo la frase para mí mismo. No soy un elfo.
Relato la historia de Woodpecker a la elfa guerrera de la misma manera se la contaré a los sacerdotes y a las tropas de elite de Sandorai si no me dan el paso. Fui un elfo y soy un elfo.
A todos a los que los elfos han marcado con látigos y hierros de fuego, que han expulsado del bosque de Sandorai, siguen siendo elfos.
La lengua de serpiente de la elfa guerra envenena a las personas a través de sus sentimientos. El veneno que he estado confeccionando durante años, antes de conocer a Merrigan, antes de conocer a Idril e incluso antes de sanar a Woodpecker, amenaza con desestabilizar las creencias de los elfos de Sandorai. Es más letal que los hechizos de los brujos. Los Dioses tendrán que escucharme.
Sarez
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Re: Fue un elfo [Privado, Eilydh]
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