Coronación del nuevo rey.

Era un día normal, las calles lucían normales, la luz de aquel día nublado era escasa y las calles de Lunargenta vestían banderas de todas las razas, de todos los colores y clases. Se respiraba alegría por toda la ciudad. Domingo día de mercado, y hoy el mercado estaba especialmente alegre, la gente de Lunargenta fuese cual fuese su raza o clase había salido a la luz de la mañana esperando con ansias el gran momento de esa misma tarde.
Las horas pasaron y el fervor en Lunargenta se apaciguó a la hora de comer, pero las tabernas estaban a rebosar. Frente a aquel espectáculo de colores y fiesta, en la catedral y el castillo se respiraba un aire más bien diferente. La gente corría de un lado a otro sin saber donde llevar las cosas. Las decoradoras apuntillaban al máximo los últimos detalles de la ceremonia para que fuese digna de un rey. Reinaba el caos total en la catedral.
Y así pasaron las horas, teniendo la catedral cada vez mejor decorada, cogiendo aquella forma que tan minuciosamente habían trabajado las decoradoras y finalmente aquella catedral había quedado tal y como esperaban:
Las dos puertas de madera de la entrada estaban recién barnizadas y pulidas, brillaban hasta con la poca luz del sol que le llegaba. Una larga y limpia alfombra azul marino, el color de los humanos, se adentraba por el pasillo central desde la entrada hasta el altar, allí las pinturas de dioses y ángeles reposaban sobre una gran mesa de mármol. La estructura de la catedral era de madera, se apreciaban a simple vista las vigas sobre el techo.
A cada lado de los bancos reposaban unos ramillos de flores blancas, señal de fidelidad y pureza.

Poco a poco todas las decoradoras se subieron al palco superior donde les habían guardado un hueco junto a los generales del ejército, un lugar privilegiado para ver la ceremonia. No obstante el primer banco estaba reservado por el rey y su familia. Como manda el protocolo las mujeres debían de sentarse a un lado y los hombres al otro lado.
A eso de las cinco ya se amontonaba la gente en la puerta de las catedrales, arreglados con su mejor traje de gala; Las mujeres más mayores lucían trajes elegantes que resaltaban su poderío, mientras que las más jóvenes lo hacían para resaltar su cuerpo. Se respiraba felicidad y alegría en el aire por ese pequeño cambio que aspiraba a ser uno de los cambios más decisivos de la historia de Lunargenta.

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