El mapa no es el territorio [Interpretativo][Libre]
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El mapa no es el territorio [Interpretativo][Libre]
Donde descansa el viento.
La nieve y su helado efecto se hacía notar en Dundarak, el viento gélido soplaba con fuerza, los dragones estaban acostumbrados, pero para las otras razas que no vivían allí, era terrible, por eso se resguardaban en las posadas y en las tiendas, evitando el frío. El pueblo estaba lleno de personas de diferentes lugares de la región, de otras razas y diversos dragones de los Reinos del Norte. El cielo estaba despejado y el ruido de voces, gritos, carromatos, martillos y todo lo que se escuchaba en el pueblo dejaba a Umbral con un sentimiento extraño de tranquilidad y confianza, algo que antes no había sentido en su aldea. Caminó inseguro pero interesado por todo lo que había, miraba todo a su alrededor, las posadas de nombres curiosos, los vendedores gritando sus productos en el mercado, los herreros trabajando en sus armas, los monjes meditando y orando, caballeros-dragón practicando en las montañas, risas de niños jugueteando entre los callejones y madres corriendo tras ellos. Se veía todo tan pacífico y atractivo que a Umbral se le reprimieron las pocas ganas de advertencia que tenía en su interior. Quizás fui muy paranoico, quizás ni siquiera eran monjes oscuros o alguna de esas tonterías que imaginé, quizás sólo era un grupo de rebeldes que iban en contra de la fe de los dragones, quizás sólo fue imaginación mía—pensaba Umbral, incrédulo. Él sabía que había matado a un hombre por esa imaginación suya y estaba seguro de que no fue inventado, su intuición no le había fallado, él no lo creía así, pero necesitaba olvidarse de todo por algún momento, así que puso el paréntesis y siguió su camino.
A Vayn no le gustaba que lo llamaran por su nombre, prefería que le dijeran Umbral, le recordaba a su madre, ya que ella le decía "Bral" cuando pequeño y eso le traía muy buenos recuerdos. Se sentó a descansar en un banco y se sumió en sus pensamientos que viajaban en su mente como luciérnagas iluminando la noche. Pensaba en cómo se había transformado en dragón, en cómo había viajado tanto tiempo solo, en su huida de los monjes y en que había matado a alguien...en defensa propia, eso lo ponía inquieto, lo angustiaba y lo entristecía, no quería pensar en ello. Un sonido lo interrumpió de su meditación, provenía de su estómago, había olvidado comer con todo lo que tuvo pasar y ya se le habían acabado los suministros, tenía mucha hambre. Decidió comprar en una posada y tomar algo mientras, se levantó y buscó alguna. Recorrió la calle, pero estaban repletas, además sus nombres no le llamaba la atención, ya que a Umbral le interesaba mucho cómo se llamaban y escribían las cosas, le gustaba jugar con los significados de las palabras y reírse de ello, aunque no se notara, tenía humor, un humor extraño. Estuvo buscando un poco, algunos posaderos lo llamaban y le gritaban para que entrara, pero ninguno lo pudo persuadir, hasta que llegó a la última. Era una edificación de madera, vieja, desgastada por el viento, en donde aún quedaban restos de la nieve caída días atrás.Extrañamente no había nadie llamando en la entrada y no se escuchaba la bulla que se sentía en otras posadas, sin embargo, lo que más le llamó la atención a Bral fue el nombre del lugar: "Donde descansa el viento". Parecía un aviso para el joven dragón, así que decidió quedarse ahí.
Al entrar en la posada, a Umbral le gustó el ambiente sereno que se vivía allí dentro, a pesar de la escasa luz que llegaba de las ventanas, se lograban identificar algunas figuras muy hermosas en los bordes de las paredes, eran dragones cruzados entre sí, con la mirada posada en el visitante que entraba por la puerta. La madera estaba deteriorada y el polvo cubría una gran parte de los adornos, pero Bral logró advertirlos, él se fijaba en esas cosas que otros no harían. Mientras miraba curioso el lugar, una voz ronca se oyó desde el fondo del pasillo y unos pasos retumbantes hacían sonar la madera del piso. Se volteó y vio a un hombre corpulento, que aparentaba unos 60 años, con escaso cabello blanco en su cabeza,tenía una papada muy abundante, su sobrepeso era evidente y tenía un trapo en sus manos que lo movía de una a otra.
—Hace tiempo que no venían clientes tan jóvenes a la posada, ¿vienes a comer algo, amigo?— Dijo el posadero, mientras guardaba el paño en un bolsillo.
—Sí, quisiera comer algo y quedarme una noche aquí, también algo de beber si es posible— Respondió Umbral, pensando en que necesitaba descansar una noche y poder dormir bien alguna vez en todo el viaje, lo necesitaba.
—Muy bien, amigo, me alegra que eligieras esta posada, ya casi nadie viene aquí, ¿por qué elegiste esta? Siéntate mientras, traeré de inmediato tu comida— Dijo el enorme hombre, mientras sacaba dos vasos por debajo y los colocaba con fuerza en la barra. Hizo un gesto a alguien en la cocina y siguió mirando a Umbral, esperando su respuesta.
Al joven dragón esto le parecía cómodo, no habían muchas personas y eso le daría menores probabilidades que lo reconocieran, por precaución. Además el posadero no había sido de su desconfianza y el ambiente era agradable. Pensó un poco en lo que diría, porque no quería arruinar su cuidado en ser cauteloso, así que sólo pensó en el nombre.
—Bueno, creo que fue por el nombre, me agrada el viento y tenía ganas de descansar, fue una cosa de coincidencia— Respondió nuevamente Umbral, con cierto tono de jocosidad en sus palabras.
El hombre se echó a reír, lanzaba carcajadas por todo el sitio y hacía vibrar los dragones de las esquinas, su papada se movía como si hubiese un terremoto en todo su cuerpo, se tomaba la panza y reía más fuerte. Luego de unos segundos, se detuvo y se secó las lágrimas que habían salido por tal nivel de risa y apuntó con el dedo índice a su cliente.
—Me agradas, muchacho, ese fue un buen chiste. El nombre lo elegí porque era el último lugar que está en la calle y donde sólo se escucha el viento que llega aquí. Han sido días muy malos para el negocio, pero me agrada hacerlo— Replicó el posadero, exhalando sus últimos rastros de carcajada que quedaban.
Se escuchó el sonido de la puerta de la cocina y salió una mujer esbelta, delgada, de ojos grandes y un cabello rojizo. A Umbral le pareció muy hermosa, su semblante lo hipnotizaba, pero hubo algo más que lo hizo despertar del trance. En sus manos traía una bandeja con un plato con estofado humeante, era una generosa porción, olía delicioso y a Umbral le encantó la combinación que hacía con la bella camarera que lo traía. Ella lo miró y puso el plato en la mesa, colocó una jarra de cerveza y se retiró con el mismo movimiento de su llegada, lo que hizo que Vayn siguiera mirándola mientras desaparecía en la cocina. El posadero se río nuevamente e hizo un ademán para que comenzara a comer, mientras se retiraba a la cocina.
El dragón del aire se fijó en el plato y comenzó a comer ansiosamente, mientras sacaba un poco de pan y lo untaba en la sopa. Hace tiempo no comía algo tan delicioso, sólo había tenido pan en su bolso y eso le había aburrido en todo el viaje, pero esto no se comparaba. Había sido un largo día y ahora sólo tenía que descansar, mañana seguiría recorriendo el pueblo y saciando su sed de conocimiento.
Última edición por Umbral el Jue 27 Ago - 7:54, editado 4 veces
Umbral
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Re: El mapa no es el territorio [Interpretativo][Libre]
La brisa en el puerto era fría y cortante, cosa de lo más normal dada la situación. Desde que el barco entrara en la zona de influencia del norte, el frío había sido una constante mañana, tarde y noche. La capital no iba a ser distinto, y menos en esta época del año. Ya había estado con anterioridad en ella como para saber que la ciudad, al estar entre montañas, era un lugar de frío perenne.
El brujo se sentía aliviado mientras paseaba por las calles del poblado pesquero. Había conseguido un pasaje para uno de los navíos que llevaban mercancía y pasajeros desde Lunargenta hasta allí. Cuando en el pasado tuvo que ir al norte, siempre lo había hecho por tierra. La primera vez subiendo en un barco pequeño por el rio Tymer y el resto del viaje a caballo, y la segunda vez todo el trayecto en caballo. En ambas ocasiones tuvo que lidiar con peligros antes de alcanzar su destino, así que poder ahorrarse muchos días de viaje y posibles ataques de bandidos era de agradecer. Llevaba viviendo tanto tiempo en el puerto de Lunargenta, que ahora tenía muchos con contactos con capitanes. Sus tiempos de caminante por el continente habían pasado a la historia, o al menos en parte.
Aún tendría que subir hasta la capital desde donde se encontraba. No tardo mucho en informarse en una posada de que por la mañana siguiente saldría una caravana hasta allí. Esa misma noche el rubio alquiló una habitación y compró un pasaje para uno de los carromatos. Después de cenar y avisar al posadero de que lo avisara por la mañana, todo estuvo listo para el viaje.
El crepúsculo solar hizo su trabajo más rápido que el propietario del local, despertando al brujo antes de que este llegara. Minutos más tarde se encontraría saludándolo en la cocina después de tomar un baño.
- Es un tipo madrugador eh-, saludó el mesero colocándole el desayuno.
- No se crea. Tengo mis días-, bromeó antes de reír.
Cuando terminó de desayunar se despidió del amable posadero y se subió a su carro asignado. Varios hombres y mujeres iban con él, haciendo que el brujo tuviera con quien dialogar mientras viajaban hasta Dundarak. Iba a ser buena distracción para el viaje pensó. No era para menos, el trayecto que les quedaba por delante sería lento y tedioso. Todo hacia arriba y cuando pensabas que ya estabas cerca, aún había que subir más. Cualquiera diría que a los dragones les gustaba vivir junto a las estrellas.
Las semanas se sucedieron, y fue una alegría para todos poder ver al fin las puertas de la muralla de la ciudad. Todo el cansancio acumulado por la pesadez del monótono trayecto desapareció como por obra de magia. Se despidió de las gentes con las que había compartido viaje las últimas dos semanas, con algunos incluso más pues venían en el mismo barco que él, y se adentró en la ciudad.
El encanto de un mundo de piedra blanca y azulada atrapó al brujo. La capital de los dragones era una obra de arte en sí misma. Una ciudad sacada de un cuento de hadas, de una belleza que atraía a peregrinos solo para verla. Aunque ese no era su caso. Él había venido por lo ocurrido la última vez que había estado allí. Su hermana se había adentrado en un edificio de los caballeros dragón. Esto en sí no era nada preocupante, pero el hecho de que no le dijera nada y, sobre todo, que lo quisiera mantener en secreto sí. Ella siempre le contaba todo. Eran uña y carne, más ese dato lo guardaba con celo, así como la procedencia de su extraña espada mágica. Nunca le había cuadrado la historia que le había contado. Los dragones le debían una explicación.
Si lo que imaginaba era cierto, su hermana estaría trabajando para ellos o algo así. No podía impedir que ella hiciera lo que le diera la gana, pero necesitaba al menos saberlo. Realmente no podía hacer mucho al respecto si los caballeros le negaban la entrada. Sabía que eran buenas gentes que velaban por la seguridad del mundo, y no podía enzarzarse en una guerra con un grupo generoso, honorable y bondadoso. Todo parecía indicar que había hecho un viaje largo para recibir un portazo en las narices.
Qué diablos, al menos visitar Dundarak merece la pena solo por el ambiente pensó, mientras paseaba por una calle concurrida y llena de hostales. Todos eran atrayentes, y en muchos casos había en la puerta empleados pregonando las exquisiteces de sus locales. El brujo se cerró más aún la capucha negra para resguardarse del viento al andar. Todos eran buenos sitios para cenar, pero con el viaje tan largo que acababa de terminar, lo único que quería esa noche era una cama caliente. Ya habría tiempo para la diversión.
Al atravesar las puertas de la posada sintió al fin la calidez de un lugar cerrado y, sobre todo, la tranquilidad que buscaba. “Donde descansa el viento” rezaba el cartel del local escogido. El rubio esperaba que eso no fuera cierto, y que el viento lo dejara en paz de una maldita vez, quedándose fuera para variar. Lo primero que pudo apreciar, a parte de los pocos clientes del local, era la risa tan poderosa que tenía el, seguramente, dueño del sitio. Lo segundo, que la cocinera o camarera era unan preciosa joya de pelo rojizo. El brujo no pudo evitar sonreír mientras se apoyaba contra la barra después de soltar su petate. Había viajado cientos de kilómetros, y en el primer local que entra, había una chica pelirroja, como en la primera posada en la que se había hospedado en su primer viaje a Lunargenta. Posaba que regentaba siempre que podía cuando estaba por allí. Ver a su amiga Caroline lo merecía, y la comida estaba muy bien además.
- Hoy estoy teniendo un buen día-, saludó amable el posadero.
- Ha tenido una mala racha eh-, contestó igualmente amable el brujo.
- Sí, maldita sea. Todos esos nuevos locales son demasiada competencia para mi viejo tugurio. Aquí solo vienen los de toda la vida. Por cierto, ¿Que te ha hecho decidirte por mi posada? - preguntó.
- Pues la tranquilidad. He hecho un largo viaje y necesito paz-, sonrió. - Además, entre usted y yo. Estoy chapado a la antigua y me gustan los locales de siempre. Qué me dices, sírveme una copa y podremos brindar por viejos los tiempos-, le guiñó un ojo.
- Dalo por hecho-, dijo ilusionado el posadero, antes de perderse en la cocina. Seguramente le habría gustado la actitud del brujo e iría en busca de su mejor licor.
El rubio observó por encima del hombro, y con un simple vistazo pudo darse cuenta de que la mayoría de los parroquianos lo miraban. Debía parecer alguien extraño con esas ropas oscuras de viaje, sin contar que la espada envainada en su cinto llamaba la atención. Con un movimiento que parecía involuntario hizo que se viera la parte superior de la vaina y la empuñadura de la espada, mostrando la cuerda que ataba la guarda a la propia vaina, imposibilitando que la espada pudiera ser desenvainada sin antes quitar la cuerda. Cualquier entendido sabía que era una forma de mostrar que no se buscaban problemas, y era una medida obligatoria en casi todas las ciudades.
Si realmente supieran que su poder no recaía en su espada tanto como creían pensó, a la vez que se tocaba el anillo en su mano. Era una alianza simple con una piedra preciosa incrustada. Para ojos de cualquier joyero se trataba de una baratija sencilla, aunque realmente era un objeto mucho más valioso. No por el anillo en sí sino por la piedra engarzada. Era en realidad una runa mágica, imbuida de poder por medio de su arte arcanos. Las usaba sobre todo para aumentar su poder cuando lanzaba un hechizo, y tenía varias en sus bolsillos. Cada día dominaba su habilidad de forma más precisa, creando runas más poderosas, o del mismo poder en menor espacio, como era el caso de la runa del anillo. Un amigo joyero suyo le preparó el anillo y le cortó la piedra para que encajara. Luego él solo tuvo que imbuir de poder la piedra como hacía con las demás. Lo interesante de este método era que siempre tenía la runa encima, sin necesidad de tener que buscar una en su chaqueta. Solo serviría una vez, pues como toda runa que creaba perdía su poder rompiéndose al usarse, pero con eso le bastaba. Un hechizo mejorado en el momento determinado era la diferencia entre la vida y la muerte, y ahora con su ingenio siempre tenía la posibilidad de lanzar uno.
- Por las posadas de toda la vida-, gritó el posadero después de llenar dos copas.
- Por las buenas personas del norte-, secundó el brujo antes de brindar, aunque no podía evitar sentirse observado todo el tiempo. No estaba del todo seguro pero intuía que el chico de la mesa no le quitaba el ojo de encima. ¿Que vería en él?
El brujo se sentía aliviado mientras paseaba por las calles del poblado pesquero. Había conseguido un pasaje para uno de los navíos que llevaban mercancía y pasajeros desde Lunargenta hasta allí. Cuando en el pasado tuvo que ir al norte, siempre lo había hecho por tierra. La primera vez subiendo en un barco pequeño por el rio Tymer y el resto del viaje a caballo, y la segunda vez todo el trayecto en caballo. En ambas ocasiones tuvo que lidiar con peligros antes de alcanzar su destino, así que poder ahorrarse muchos días de viaje y posibles ataques de bandidos era de agradecer. Llevaba viviendo tanto tiempo en el puerto de Lunargenta, que ahora tenía muchos con contactos con capitanes. Sus tiempos de caminante por el continente habían pasado a la historia, o al menos en parte.
Aún tendría que subir hasta la capital desde donde se encontraba. No tardo mucho en informarse en una posada de que por la mañana siguiente saldría una caravana hasta allí. Esa misma noche el rubio alquiló una habitación y compró un pasaje para uno de los carromatos. Después de cenar y avisar al posadero de que lo avisara por la mañana, todo estuvo listo para el viaje.
El crepúsculo solar hizo su trabajo más rápido que el propietario del local, despertando al brujo antes de que este llegara. Minutos más tarde se encontraría saludándolo en la cocina después de tomar un baño.
- Es un tipo madrugador eh-, saludó el mesero colocándole el desayuno.
- No se crea. Tengo mis días-, bromeó antes de reír.
Cuando terminó de desayunar se despidió del amable posadero y se subió a su carro asignado. Varios hombres y mujeres iban con él, haciendo que el brujo tuviera con quien dialogar mientras viajaban hasta Dundarak. Iba a ser buena distracción para el viaje pensó. No era para menos, el trayecto que les quedaba por delante sería lento y tedioso. Todo hacia arriba y cuando pensabas que ya estabas cerca, aún había que subir más. Cualquiera diría que a los dragones les gustaba vivir junto a las estrellas.
Las semanas se sucedieron, y fue una alegría para todos poder ver al fin las puertas de la muralla de la ciudad. Todo el cansancio acumulado por la pesadez del monótono trayecto desapareció como por obra de magia. Se despidió de las gentes con las que había compartido viaje las últimas dos semanas, con algunos incluso más pues venían en el mismo barco que él, y se adentró en la ciudad.
El encanto de un mundo de piedra blanca y azulada atrapó al brujo. La capital de los dragones era una obra de arte en sí misma. Una ciudad sacada de un cuento de hadas, de una belleza que atraía a peregrinos solo para verla. Aunque ese no era su caso. Él había venido por lo ocurrido la última vez que había estado allí. Su hermana se había adentrado en un edificio de los caballeros dragón. Esto en sí no era nada preocupante, pero el hecho de que no le dijera nada y, sobre todo, que lo quisiera mantener en secreto sí. Ella siempre le contaba todo. Eran uña y carne, más ese dato lo guardaba con celo, así como la procedencia de su extraña espada mágica. Nunca le había cuadrado la historia que le había contado. Los dragones le debían una explicación.
Si lo que imaginaba era cierto, su hermana estaría trabajando para ellos o algo así. No podía impedir que ella hiciera lo que le diera la gana, pero necesitaba al menos saberlo. Realmente no podía hacer mucho al respecto si los caballeros le negaban la entrada. Sabía que eran buenas gentes que velaban por la seguridad del mundo, y no podía enzarzarse en una guerra con un grupo generoso, honorable y bondadoso. Todo parecía indicar que había hecho un viaje largo para recibir un portazo en las narices.
Qué diablos, al menos visitar Dundarak merece la pena solo por el ambiente pensó, mientras paseaba por una calle concurrida y llena de hostales. Todos eran atrayentes, y en muchos casos había en la puerta empleados pregonando las exquisiteces de sus locales. El brujo se cerró más aún la capucha negra para resguardarse del viento al andar. Todos eran buenos sitios para cenar, pero con el viaje tan largo que acababa de terminar, lo único que quería esa noche era una cama caliente. Ya habría tiempo para la diversión.
Al atravesar las puertas de la posada sintió al fin la calidez de un lugar cerrado y, sobre todo, la tranquilidad que buscaba. “Donde descansa el viento” rezaba el cartel del local escogido. El rubio esperaba que eso no fuera cierto, y que el viento lo dejara en paz de una maldita vez, quedándose fuera para variar. Lo primero que pudo apreciar, a parte de los pocos clientes del local, era la risa tan poderosa que tenía el, seguramente, dueño del sitio. Lo segundo, que la cocinera o camarera era unan preciosa joya de pelo rojizo. El brujo no pudo evitar sonreír mientras se apoyaba contra la barra después de soltar su petate. Había viajado cientos de kilómetros, y en el primer local que entra, había una chica pelirroja, como en la primera posada en la que se había hospedado en su primer viaje a Lunargenta. Posaba que regentaba siempre que podía cuando estaba por allí. Ver a su amiga Caroline lo merecía, y la comida estaba muy bien además.
- Hoy estoy teniendo un buen día-, saludó amable el posadero.
- Ha tenido una mala racha eh-, contestó igualmente amable el brujo.
- Sí, maldita sea. Todos esos nuevos locales son demasiada competencia para mi viejo tugurio. Aquí solo vienen los de toda la vida. Por cierto, ¿Que te ha hecho decidirte por mi posada? - preguntó.
- Pues la tranquilidad. He hecho un largo viaje y necesito paz-, sonrió. - Además, entre usted y yo. Estoy chapado a la antigua y me gustan los locales de siempre. Qué me dices, sírveme una copa y podremos brindar por viejos los tiempos-, le guiñó un ojo.
- Dalo por hecho-, dijo ilusionado el posadero, antes de perderse en la cocina. Seguramente le habría gustado la actitud del brujo e iría en busca de su mejor licor.
El rubio observó por encima del hombro, y con un simple vistazo pudo darse cuenta de que la mayoría de los parroquianos lo miraban. Debía parecer alguien extraño con esas ropas oscuras de viaje, sin contar que la espada envainada en su cinto llamaba la atención. Con un movimiento que parecía involuntario hizo que se viera la parte superior de la vaina y la empuñadura de la espada, mostrando la cuerda que ataba la guarda a la propia vaina, imposibilitando que la espada pudiera ser desenvainada sin antes quitar la cuerda. Cualquier entendido sabía que era una forma de mostrar que no se buscaban problemas, y era una medida obligatoria en casi todas las ciudades.
Si realmente supieran que su poder no recaía en su espada tanto como creían pensó, a la vez que se tocaba el anillo en su mano. Era una alianza simple con una piedra preciosa incrustada. Para ojos de cualquier joyero se trataba de una baratija sencilla, aunque realmente era un objeto mucho más valioso. No por el anillo en sí sino por la piedra engarzada. Era en realidad una runa mágica, imbuida de poder por medio de su arte arcanos. Las usaba sobre todo para aumentar su poder cuando lanzaba un hechizo, y tenía varias en sus bolsillos. Cada día dominaba su habilidad de forma más precisa, creando runas más poderosas, o del mismo poder en menor espacio, como era el caso de la runa del anillo. Un amigo joyero suyo le preparó el anillo y le cortó la piedra para que encajara. Luego él solo tuvo que imbuir de poder la piedra como hacía con las demás. Lo interesante de este método era que siempre tenía la runa encima, sin necesidad de tener que buscar una en su chaqueta. Solo serviría una vez, pues como toda runa que creaba perdía su poder rompiéndose al usarse, pero con eso le bastaba. Un hechizo mejorado en el momento determinado era la diferencia entre la vida y la muerte, y ahora con su ingenio siempre tenía la posibilidad de lanzar uno.
- Por las posadas de toda la vida-, gritó el posadero después de llenar dos copas.
- Por las buenas personas del norte-, secundó el brujo antes de brindar, aunque no podía evitar sentirse observado todo el tiempo. No estaba del todo seguro pero intuía que el chico de la mesa no le quitaba el ojo de encima. ¿Que vería en él?
Vincent Calhoun
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Re: El mapa no es el territorio [Interpretativo][Libre]
Al fin Dundarak a la vista, la mañana asomaba su presencia por las nubladas ventanas del barco, a su paso los rayos del sol que en esos momentos tenían un color rojizo despertaban tanto a jóvenes como ancianos. -Jim levanta- Una espera muy corta se produjo antes de que una mano golpeara su nuca provocando un sonido muy cómico -Vamos hombre mueve el culo, no tenemos todo el día- Jim levanto su cabeza lentamente, luego de pensarlo mucho y de ver el reflejo rojizo del sol entrando por la ventana dijo en un tono muy poco amable, -No quiero escuchar tu voz hasta el medio día o más tarde, de lo contrario te matare- la última parte de aquella amenaza incluso se escuchaba en un tono adormilado y con su boca contra la almohada, ]-Bien no tengo ningún problema con eso, de seguro te despiertas antes de llegas a las islas volcánica- decía su tío en un tono burlo mientras acababa de recoger sus pertenencia de aquella lujosa cabina y salía por la puerta, el joven brujo no tubo más remedio que levantarse de la cama entre sueños y delirios dirigiéndose a la salida de aquel lujoso y gigantesco barco, ante el en la lejanía Dundarak se erguía blanca, fría y a los ojos de Jim tediosa y aburrida como siempre.
Morfeo no parecía querer dejar de cantarle aquella canción de cuna mientras caminaba, a pesar del frío, sus ojos no dejaban de cerrarse y abrirse a cada paso que daba, -Dundarak, odio Dundarak- decía Jim mientras se tropezaba con alguna roca de aquellas descuidadas calles, -¿Sabes que Jamal? Prefiero no tener que ir contigo, de todos modos no estoy de humor para política o diplomacia, además estoy seguro de que lo que menos quieren es escuchar a un niño engreído y……. ¿Cómo me llamaron la última vez?- -Niño mal educado, presumido e engreído- decía Jamal con tono sarcástico y burlón –Si, si, si, si eso mismo, vez mejor si vas tú y no yo, de todos modos tu siempre te has encargado de eso- dijo Jim mientras le daba la espalda con despreocupación, -Solo te diré una cosa, si no estás en el muelle en dos días te dejare aquí y me iré- decía Jamal también de espadas mientras comenzaba a caminar sin miran atrás – Hazlo sin cargo de conciencia, si no estoy muerto buscare la forma de llegar- sin hablar más aquellos familiares se separaron sin tan siquiera despedirse o darse importancia el uno a otro.
El joven de D´ Rivia llevaba un buen tiempo caminando por las blancas calles de aquella vieja ciudad, el blanco ambiente que se avistaba en todo el lugar gracias a la nieve solo aumentaba la sensación de aburrimiento del joven brujo, a cada paso sentía que el sueño lo vencía y que el frió hacia mella en su cuerpo, iba vestido como de costumbre, pantalón de mezclilla negro, botas de viaje del mismo color y en la parte de arriba solo llevaba un Gabán de un color verde oscuro sin nada debajo, separado en el medio, incluso con aquel clima tan frió dejaba ver parte de la piel que cubría su pecho, el contorno de la ciudad parecía transmutarse mientras seguía caminando, paso en algo de tiempo desde la bulliciosa área de los mercado hasta llegar a caminar delante de los Hostales y bares que en ese momento cruzaba y miraba de reojo –No sería mala idea entrar y beber algo- pensó -Eso podría animarme- Todo dentro de su cabeza intentaba tomar forma mientras seguía caminando y llegaba casi hasta el final del camino, justo en ese momento y como por obra y gracia del destino se escuchó una sonora y pesada carcajada que provenía de uno de aquellos Hostales, ¨Donde descansa el viento¨ se podía leer en la entrada de aquel lugar, -Parece que alguien se está divirtiendo- pensó mientras se dignaba a entrar en aquel descuidado lugar. Dragones, dragones se encontraban en muchos de los lugares donde el joven brujo posaba la vista, aquellas figuras no era de su agrado y tampoco lo era la decoración del lugar, aunque ese toque de abandono y esa tranquilidad debida a la pocas personas que en ese momento se encontraban dentro de aquel servidero también otorgaban un ambiente más natural, sus ojos se movían lenta y atentamente mientras parado en la entrada buscaba en aquel sitio algún lugar de interés, camino hasta la barra, de camino vio salir a una preciosa camarera de pelo rojo, esbelta, con unos grandes y preciosos ojos azules que entonaban perfectamente con el color de su pelo,supo que era una camarera por que llevaba en sus manos una bandeja, pues de no haberlo echo quizás el joven no lo supusiera tan rápido pues su belleza le quedaba grande al puesto, Jim pestañeo con el ojo derecho en un saludo directo a la chica, aquella joven pelirroja respondió con una tímida sonrisa mientras prestaba atención a su trabajo, el joven D´ Rivia llego a la barra, en esos momentos el tendedero al parecer muy animado brindaba con uno de los pocos clientes que asistían aquel acogedor Hostel en esos momentos, al acabar con él, aquel tendedero me miro y volvió a reírse con aquella sonora carcajada ronca diciéndome alegremente, -Definitivamente hoy es el día, no llegan en mucho tiempo pero llegan, hoy es mi día de suerte- dijo aquel alegre tendedero, -Y valla que tiene suerte pues tengo hambre y mucha sed, me gustaría la jarra más grande de cerveza que tenga repetidas veces- dijo el joven a quien a simple vista se podía denotar su aire de la realeza y su ropa aparentemente nueva, brillante y bien tratada.
Aquel regordete tendedero puso con un ruidoso golpe contra la madera de la barra una gigantesca jarra de cerveza, aquella jarra era tan grande que el joven Jim tuvo que sostenerla con ambos brazos antes de darse un duradero y largo trago, -A ver a ver ¿y a ti que te trajo a mi humilde Hostal, fueron los dragones, el nombre o tu también estas chapado a la antigua? - dijo aquel redondo tendedero –Ni una ni la otra- respondió Jim –A decir verdad lo que llamo mi atención fue su preciosa rizota que se escuchaba en toda la ciudad- dijo el joven brujo con una sonrisa enorme enseñando todos los dientes y dando otro largo trago mientras golpeaba la barra con el puño cerrado, -Entonces tendré que reírme más seguido- decía el tendedero mientras reía de nuevo y muy enérgicamente, Entre trago y trago de su gigantesca jarra Jim tomo de su bolsillo una puño de Aeros y los puso sobre la mesa, -esto es solo la propina, por lo que veo me quedare algo de tiempo si suplen mi hambre- dijo el joven D´ Rivia esperando algo de comer, aunque para ser sincero con sigo mismo lo que realmente quería era tener cerca a la pelirroja camarera.
Morfeo no parecía querer dejar de cantarle aquella canción de cuna mientras caminaba, a pesar del frío, sus ojos no dejaban de cerrarse y abrirse a cada paso que daba, -Dundarak, odio Dundarak- decía Jim mientras se tropezaba con alguna roca de aquellas descuidadas calles, -¿Sabes que Jamal? Prefiero no tener que ir contigo, de todos modos no estoy de humor para política o diplomacia, además estoy seguro de que lo que menos quieren es escuchar a un niño engreído y……. ¿Cómo me llamaron la última vez?- -Niño mal educado, presumido e engreído- decía Jamal con tono sarcástico y burlón –Si, si, si, si eso mismo, vez mejor si vas tú y no yo, de todos modos tu siempre te has encargado de eso- dijo Jim mientras le daba la espalda con despreocupación, -Solo te diré una cosa, si no estás en el muelle en dos días te dejare aquí y me iré- decía Jamal también de espadas mientras comenzaba a caminar sin miran atrás – Hazlo sin cargo de conciencia, si no estoy muerto buscare la forma de llegar- sin hablar más aquellos familiares se separaron sin tan siquiera despedirse o darse importancia el uno a otro.
El joven de D´ Rivia llevaba un buen tiempo caminando por las blancas calles de aquella vieja ciudad, el blanco ambiente que se avistaba en todo el lugar gracias a la nieve solo aumentaba la sensación de aburrimiento del joven brujo, a cada paso sentía que el sueño lo vencía y que el frió hacia mella en su cuerpo, iba vestido como de costumbre, pantalón de mezclilla negro, botas de viaje del mismo color y en la parte de arriba solo llevaba un Gabán de un color verde oscuro sin nada debajo, separado en el medio, incluso con aquel clima tan frió dejaba ver parte de la piel que cubría su pecho, el contorno de la ciudad parecía transmutarse mientras seguía caminando, paso en algo de tiempo desde la bulliciosa área de los mercado hasta llegar a caminar delante de los Hostales y bares que en ese momento cruzaba y miraba de reojo –No sería mala idea entrar y beber algo- pensó -Eso podría animarme- Todo dentro de su cabeza intentaba tomar forma mientras seguía caminando y llegaba casi hasta el final del camino, justo en ese momento y como por obra y gracia del destino se escuchó una sonora y pesada carcajada que provenía de uno de aquellos Hostales, ¨Donde descansa el viento¨ se podía leer en la entrada de aquel lugar, -Parece que alguien se está divirtiendo- pensó mientras se dignaba a entrar en aquel descuidado lugar. Dragones, dragones se encontraban en muchos de los lugares donde el joven brujo posaba la vista, aquellas figuras no era de su agrado y tampoco lo era la decoración del lugar, aunque ese toque de abandono y esa tranquilidad debida a la pocas personas que en ese momento se encontraban dentro de aquel servidero también otorgaban un ambiente más natural, sus ojos se movían lenta y atentamente mientras parado en la entrada buscaba en aquel sitio algún lugar de interés, camino hasta la barra, de camino vio salir a una preciosa camarera de pelo rojo, esbelta, con unos grandes y preciosos ojos azules que entonaban perfectamente con el color de su pelo,supo que era una camarera por que llevaba en sus manos una bandeja, pues de no haberlo echo quizás el joven no lo supusiera tan rápido pues su belleza le quedaba grande al puesto, Jim pestañeo con el ojo derecho en un saludo directo a la chica, aquella joven pelirroja respondió con una tímida sonrisa mientras prestaba atención a su trabajo, el joven D´ Rivia llego a la barra, en esos momentos el tendedero al parecer muy animado brindaba con uno de los pocos clientes que asistían aquel acogedor Hostel en esos momentos, al acabar con él, aquel tendedero me miro y volvió a reírse con aquella sonora carcajada ronca diciéndome alegremente, -Definitivamente hoy es el día, no llegan en mucho tiempo pero llegan, hoy es mi día de suerte- dijo aquel alegre tendedero, -Y valla que tiene suerte pues tengo hambre y mucha sed, me gustaría la jarra más grande de cerveza que tenga repetidas veces- dijo el joven a quien a simple vista se podía denotar su aire de la realeza y su ropa aparentemente nueva, brillante y bien tratada.
Aquel regordete tendedero puso con un ruidoso golpe contra la madera de la barra una gigantesca jarra de cerveza, aquella jarra era tan grande que el joven Jim tuvo que sostenerla con ambos brazos antes de darse un duradero y largo trago, -A ver a ver ¿y a ti que te trajo a mi humilde Hostal, fueron los dragones, el nombre o tu también estas chapado a la antigua? - dijo aquel redondo tendedero –Ni una ni la otra- respondió Jim –A decir verdad lo que llamo mi atención fue su preciosa rizota que se escuchaba en toda la ciudad- dijo el joven brujo con una sonrisa enorme enseñando todos los dientes y dando otro largo trago mientras golpeaba la barra con el puño cerrado, -Entonces tendré que reírme más seguido- decía el tendedero mientras reía de nuevo y muy enérgicamente, Entre trago y trago de su gigantesca jarra Jim tomo de su bolsillo una puño de Aeros y los puso sobre la mesa, -esto es solo la propina, por lo que veo me quedare algo de tiempo si suplen mi hambre- dijo el joven D´ Rivia esperando algo de comer, aunque para ser sincero con sigo mismo lo que realmente quería era tener cerca a la pelirroja camarera.
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Re: El mapa no es el territorio [Interpretativo][Libre]
El viento que entraba por la puerta abierta había cesado y Umbral disfrutaba de su estofado como si no hubiera comido hace tiempo. Pensaba en la comida que había probado en otras posadas, pero ninguna se comparaba a esta, quizás sólo era porque tenía hambre, pero el sabor era exquisito. Miraba a su alrededor y sólo veía el mismo ambiente que antes, un hombre sentado en la penumbra del lugar, mirando su propia figura en su plato, el posadero riendo y tarareando canciones antiguas en la barra y la hermosa camarera de pelo rojo que salía y entraba de la cocina, con ese semblante que hipnotizaba al dragón. Pensaba en pedir tantas cosas como pudiera por verla pasar una y otra vez frente a sus ojos, pero era sólo una fantasía, no tenía más dinero.
Luego de haber comido un poco, tomó un generoso sorbo de cerveza y la dejó con fuerza en la mesa. Hizo un gesto de satisfacción y pensó en el sabor, tenía lo justo y necesario de cada ingrediente, era muy diferente a la que tomaban en su aldea, porque esta, tenía alcohol. Terminó su plato en pocos minutos y revisó su economía, metió la mano en su bolsillo y se dio cuenta que aún le alcanzaba para otra porción de comida y de cerveza, así que no lo dudó más y levantó la mano, le hizo un gesto a la bella mujer pelirroja, se tomó al seco lo que le quedaba de cerveza y esperó.
Mientras observaba a la camarera, se percató que el posadero hablaba enérgicamente con un hombre que estaba parado frente a la barra. Estaba de espaldas, pero se notaban sus ropas oscuras y su cabello rubio que contrastaba, lo que le llamó mucho la atención a Bral, quien lo observaba atentamente. Sin embargo, hubo algo en ese hombre que le despertó más interés, era su espada que tenía envuelta en su cintura, estaba atada e hizo un gesto mostrándola con intención. Bral supuso que se trataba de una forma de decir que no buscaba problemas, pero no estaba seguro del símbolo. Lo siguió observando por unos minutos, y aquel hombre también se dio cuenta. Había algo en él que no le cuadraba o le incomodaba al joven dragón.
Mientras meditaba sobre la desconfianza o la procedencia de aquella persona, apareció la bella mujer por la cocina, trayendo en sus manos una bandeja con un plato de pastas y otra jarra de cerveza, espumeante. Mientras se acercaba, Umbral no podía evitar posar sus ojos en ella, en su pelo, en sus ojos y sobre todo en lo que traía en sus manos. Y cuando se dio la vuelta para seguir con más pedidos, Bral se encontró de lleno con aquel hombre misterioso frente a él, quien se dirigía lentamente, con la mirada insegura, como pidiendo permiso para sentarse en su mesa. Al encontrarse con tal sorpresa, Umbral titubeó e hizo el gesto de aprobación, entonces aquel hombre se sentó frente a él.
Aquella persona se cruzó de brazos y levantó la vista a Umbral, el cual se puso nervioso e incómodo. Necesitaba romper el hielo de alguna forma o despertaría alguna sospecha, no podía dejar nada de lado, debía aparentar una conversación normal.
—Veo que no eres de aquí, tus rasgos me indican eso, ¿de dónde vienes?— Dijo inseguro el dragón, buscando encontrar alguna pista de su procedencia o de su raza, si es que fuera una diferente.
Sin embargo, antes que respondiera el rubio, sintió un ruido en la puerta, y ambos giraron la vista. La entrada tan ruidosa y ostentosa provenía de un joven que a leguas y por su traje se notaba que era de la nobleza. Rubio, un buen traje, ojos evaluadores, con un semblante de seguridad y poder, su mirada posando en cada presente de la posada. Avanzó con paso firme y comenzó a hablar con el posadero, con un tono diferente al que todos tenían allí. Otro extranjero, esto está mejor, con tal que no sean personas locales, no creo que piensen que estoy huyendo de algún lugar, pensaba Umbral, con ideas cada vez más paranoicas, las cuales, más que hacer tributo a su escape de la aldea o de los monjes oscuros, era a las personas en general, porque Bral no tenía la confianza en los otros, desde el incidente de su madre que no confía en otras razas, sobre todo en los humanos. Se volvió al hombre que tenia en frente y esperó su respuesta, mientras comía la pasta que le había llevado la preciosa pelirroja.
Umbral
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Re: El mapa no es el territorio [Interpretativo][Libre]
El brujo siguió saboreando su copa sin darle mayor importancia a las observaciones del chico. Quizás solo estaba asombrado por su acto de mostrar la espada. No todo el mundo conocía su significado después de todo. En cuanto terminó de tomar su hidromiel, se colocó de lado en la barra para poder observar a los clientes de la sala. A parte del chico del estofado solo había otro hombre en el comedor, y con signos claro de que no le interesaban los demás allí, no más allá de lo normal. Esto hizo pensar a Vinc de que se trataría de un parroquiano habitual de la posada.
La pelirroja de ojos azules volvió a hacer acto de presencia en la sala, para alegría de todos los presentes, pero especialmente para el joven curioso. No es que se le diera especialmente bien ocultar sus miradas, bromeó mentalmente. No podía culparle, la hermosa camarera era puro encanto contoneándose. Una tentación difícil de resistir.
De todos modos, el joven había llamado su atención de algún modo con su curiosidad. El brujo apuró lo que le quedaba de su copa y se acercó hasta la mesa. El chico tardó unos segundos en darse cuenta que se acercaba, momento en el cual, después de dudar un poco, le hizo un gesto afirmativo para que se sentara. Cogió la silla que estaba frente al hombre, y la colocó al revés para sentarse con el pecho contra el espaldar. Pensó en saludarlo, pero quiso darle la iniciativa, así que cruzó los brazos por detrás de la silla dando la sensación de que la abrazaba. Quizás lo sorprendiera y le dijera el motivo de tanta observación hacia él.
- Vaya, no sabía que mis rasgos fueran tan exóticos-, comentó comprendiendo que lo miraba por verlo como un extranjero. Seguramente no había visto a muchas personas de fuero por ello. Debía ser de fuera de Dundarak. - ¿De dónde crees que puedo venir? - preguntó haciéndose el interesante. - Te daré una pista. Vengo de muy al sur de aquí-, dijo después de que otro hombre irrumpiera en la posada.
Era un muchacho rubio y apuesto, con ropas bastante lujosas. Caminaba con seguridad en sí mismo, sin perder un detalle de todo lo que ocurría en el local. El brujo no pudo evitar sonreír al pensar que era la noche de los hombres curiosos, sobre todo en la figura de la mujer, pues el nuevo no perdió el tiempo en evaluarla en cuanto la vio.
El plato de pasta le distrajo un momento, pues no había comido nada desde que llegara a la ciudad. Sería buena idea pedir algo pensó mientras se volvía a la barra sin esperar la respuesta del dragón. Aún no sabía si realmente lo era, pero por su forma de tratarlo como un extranjero debía serlo.
- Dos tazas de hidromiel, por favor-, pidió al posadero en cuanto llegó a la barra. - Y no estaría mal que me trajeran un plato de lo mismo que el chico de allí-, señaló con la cabeza hacia el dragón.
Observó un momento como el hombre daba el pedido a la mujer para luego acercarse hasta el nuevo cliente. Sin duda estaba teniendo suerte esa noche el hombretón, aunque de la pareja hombres le llamaba la atención el rubio. Creía que esto se debía a las ropas caras que llevaba, que desentonaban un poco con el local humilde, pero tenía la sensación de haberlo visto alguna vez.
La camarera le acercó sus tazas con bebida, y le anunció que su comida pronto estaría lista. El brujo le agradeció la rapidez y le sonrió antes de alejarse hasta su mesa, a lo que ella le devolvió la sonrisa. Se notaba que no era novata en el puesto. Estaba acostumbrada a lidiar con las tonterías de los hombres y con muchos coqueteos. De eso podía estar seguro el brujo viendo más de cerca la belleza de la muchacha.
- Deberías darte prisa en ligar con la moza-, dijo al dragón, como si hablara con un amigo de toda la vida, y a la vez que colocaba las tazas sobre la mesa. - Si no lo haces, el chico de sonrisa encantadora que acaba de llegar te la robará-, sonrió mientras se sentaba, esta vez de la forma correcta. - Por cierto, que descortesía por mi parte. Mi nombre es Vincent Calhoun-, comentó a la vez que le acercaba una de las tazas. - Dicen que lo mejor del norte es su hidromiel-, miró hacia la camarera. - Pero no estoy seguro viendo a sus mujeres-, sonrió a la vez que le ofrecía un brindis con su copa.
La pelirroja de ojos azules volvió a hacer acto de presencia en la sala, para alegría de todos los presentes, pero especialmente para el joven curioso. No es que se le diera especialmente bien ocultar sus miradas, bromeó mentalmente. No podía culparle, la hermosa camarera era puro encanto contoneándose. Una tentación difícil de resistir.
De todos modos, el joven había llamado su atención de algún modo con su curiosidad. El brujo apuró lo que le quedaba de su copa y se acercó hasta la mesa. El chico tardó unos segundos en darse cuenta que se acercaba, momento en el cual, después de dudar un poco, le hizo un gesto afirmativo para que se sentara. Cogió la silla que estaba frente al hombre, y la colocó al revés para sentarse con el pecho contra el espaldar. Pensó en saludarlo, pero quiso darle la iniciativa, así que cruzó los brazos por detrás de la silla dando la sensación de que la abrazaba. Quizás lo sorprendiera y le dijera el motivo de tanta observación hacia él.
- Vaya, no sabía que mis rasgos fueran tan exóticos-, comentó comprendiendo que lo miraba por verlo como un extranjero. Seguramente no había visto a muchas personas de fuero por ello. Debía ser de fuera de Dundarak. - ¿De dónde crees que puedo venir? - preguntó haciéndose el interesante. - Te daré una pista. Vengo de muy al sur de aquí-, dijo después de que otro hombre irrumpiera en la posada.
Era un muchacho rubio y apuesto, con ropas bastante lujosas. Caminaba con seguridad en sí mismo, sin perder un detalle de todo lo que ocurría en el local. El brujo no pudo evitar sonreír al pensar que era la noche de los hombres curiosos, sobre todo en la figura de la mujer, pues el nuevo no perdió el tiempo en evaluarla en cuanto la vio.
El plato de pasta le distrajo un momento, pues no había comido nada desde que llegara a la ciudad. Sería buena idea pedir algo pensó mientras se volvía a la barra sin esperar la respuesta del dragón. Aún no sabía si realmente lo era, pero por su forma de tratarlo como un extranjero debía serlo.
- Dos tazas de hidromiel, por favor-, pidió al posadero en cuanto llegó a la barra. - Y no estaría mal que me trajeran un plato de lo mismo que el chico de allí-, señaló con la cabeza hacia el dragón.
Observó un momento como el hombre daba el pedido a la mujer para luego acercarse hasta el nuevo cliente. Sin duda estaba teniendo suerte esa noche el hombretón, aunque de la pareja hombres le llamaba la atención el rubio. Creía que esto se debía a las ropas caras que llevaba, que desentonaban un poco con el local humilde, pero tenía la sensación de haberlo visto alguna vez.
La camarera le acercó sus tazas con bebida, y le anunció que su comida pronto estaría lista. El brujo le agradeció la rapidez y le sonrió antes de alejarse hasta su mesa, a lo que ella le devolvió la sonrisa. Se notaba que no era novata en el puesto. Estaba acostumbrada a lidiar con las tonterías de los hombres y con muchos coqueteos. De eso podía estar seguro el brujo viendo más de cerca la belleza de la muchacha.
- Deberías darte prisa en ligar con la moza-, dijo al dragón, como si hablara con un amigo de toda la vida, y a la vez que colocaba las tazas sobre la mesa. - Si no lo haces, el chico de sonrisa encantadora que acaba de llegar te la robará-, sonrió mientras se sentaba, esta vez de la forma correcta. - Por cierto, que descortesía por mi parte. Mi nombre es Vincent Calhoun-, comentó a la vez que le acercaba una de las tazas. - Dicen que lo mejor del norte es su hidromiel-, miró hacia la camarera. - Pero no estoy seguro viendo a sus mujeres-, sonrió a la vez que le ofrecía un brindis con su copa.
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