Garbanzo por ajo [Interpretativo][libre] [2/2]
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Garbanzo por ajo [Interpretativo][libre] [2/2]
Tan solo tres días de la vida del Capitán, la rueda de la fortuna giró a su favor. El primero cuando subió a bordo del “Oro Marginal” después de estar días flotando en el mar. El segundo el día que conoció a Goldie, su difunta amada. El tercer y último día de fortuna fue la pasada noche. Lo que empezó como un par de partidas ganadas se convirtió en una bolsa repleta de garbanzos. Las legumbres era un viejo símbolo usado en las apuestas de marineros, unas usaban lentejas, otros alubias, pero lo más usual eran los garbanzos. Cada marino, ponía sus iniciales a cada legumbre que iba a apostar. Al día siguiente, tenía que pagar en monedas el valor de las legumbres que había perdido. Los marineros solían decir que los garbanzos era una [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] El dinero ayudaba, pero no era ni por asomo lo mejor que le ocurrió aquella noche al Capitán. Lo mejor, fue conocer a Eco, una mujer felina quien le ofreció una nueva vida en el gremio de ladrones. No podía dejar de pensar en ella. Ni siquiera cuando se dirigió a casa de un tal T.S. a cobrar el dinero de los garbanzos que había ganado.
T.S. vivía en uno de los mejores barrios de la ciudad. No era lógico que un vulgar marinero de puerta viviera en tal lugar. No tenía sentido. Sin embargo, Alfred no le dio la menor importancia. Que viviera en una mejor casa de lo que esperaba también significaba que tenía más dinero. El Capitán llamó a la puerta de su casa. Sabía que era la casa de ese capitán pues en el marco de la puerta estaban escritas las letras “T.S.” con la misma caligrafía que la de los garbanzos.
Un hombre diferente al que había conocido aquella noche fue quien le abrió. Estaba bien vestido, sin marcas en la cara, ni cicatrices de ningún tipo. Alfred se quedó extraño. No era un marinero, era un hombre importante. –Vengo a cobrar.- Dijo nada más verle mostrándole los garbanzos como prueba.
El hombre se quedó boquiabierto al ver al capitán ahí de pie. Normalmente, los piratas temían adentrarse a los barrios ricos por miedo a enfrentarse a los guardias. Es ahí es donde se ve la diferencia entre un pirata y un capitán pirata. Alfred Werner no le tenía miedo a nada. – No tengo dinero.- Contestó tras una larga pausa. - Adelante. Coge lo que quieras.- Conocía bien las costumbres piratas. Si no tienes dinero, las deudas se pagan con tus propios bienes. –Aunque te advierto que no creo que haya nada que te guste.- Su tono de voz sonaba cansado y triste. Si le estaba intentando dar pena no funcionaría con él.
Sin mediar palabras entró en su casa. No había muebles, ni cuadros, ni nada. Revisó habitación por habitación y lo único que encontró fue una cuna donde dormía un bebe. – Es mi hija.- Dijo entre lágrimas. - Hay un alquimista que hace una poción que la puede curar. – Entendió el capitán entre sollozos. - Necesito dinero. Lo he vendido todo para pagarle. Siempre me dice que algo ha fallado en la poción y que tiene que empezar desde el principio. Cada vez tengo que pagarle los ingredientes. No me dice cómo se llaman. Solo tengo que darle el dinero y el los consigue. Le he dado todo lo que tenía. Pensé que sería fácil ganar a las cartas a unos borrachos. Me disfracé y entré en la primera taberna que vi abierta. – Se derrumbó apoyándose en la cuna de su hija para no caerse.
A pesar de lo que muchos pensaban, el Capitán Werner tenía corazón. Aquel hombre lo estaba pasando realmente mal. En ese momento entendió muchas cosas. Aquella noche, fue aquel hombre quien le acusó de hacer trampas al ver que estaba ganando. Lo hizo para no tener que pagar la deuda. –Toma.- Dijo dándole la bolsa de garbanzos firmados como T.S. –Yo no he estado aquí.- Con esta última frase se fue a la puerta. No quería ver un hombre llorar.
-Espera.- Dijo T.S. casi suplicando. –No te vayas todavía.- Alfred se esperó en el umbral de la puerta. -¡Ayuda! ¡Sal de mi casa bestia inmunda! – El Capitán se esperaba que el hombre agradeciera el haberle perdonado la deuda, no eso. -¡GUARDIAS! ¡AYUDA!- Continúo gritando hasta que llegaron tres guardias. Al ser un barrio con cierto lujos, estaba demasiado bien vigilado.
-Yo no he hecho nada.- Intentó explicar. Antes de que se diera cuenta, un guardia le golpeo el vientre con una porra. –Lo juro… No he hecho nada.- ¿A quién iban a creer, a un hombre bien vestido o a un vulgar pirata? Siempre era la misma y asquerosa historia.
-Esa espada pertenece a mi familia desde hace generaciones.- Dijo el hombre de las siglas T.S. - Me la ha robado.- Asquerosa sabandija. Iba a aprovecharse del él. Desagradecido de mierda. Alfred se tuvo que mostrar una gran fuerza de voluntad para no insultarle. Si lo hubiera hecho solo hubiera empeorado la situación.
Esa espada era en realidad un regalo del día que nombraron a Alfred como capitán del “Sueños Cumplidos”. No estaba dispuesto a regalarse a nadie. La desenvainó y cogió a uno de los guardias por la espalda para usarlo como escudo. –Un paso más y le corto la cabeza. - Amenazó Alfred Werner. No se podía dialogar con los guardias. Tienen paja en lugar de cerebro. Decir que él era inocente no servía de nada. En aquel momento se lamentó de no coger la cuna como pago de la deuda. La madera era buena, podría venderla a buen precio y cobrar por lo menos la mitad del precio simbólico de la deuda.
T.S. vivía en uno de los mejores barrios de la ciudad. No era lógico que un vulgar marinero de puerta viviera en tal lugar. No tenía sentido. Sin embargo, Alfred no le dio la menor importancia. Que viviera en una mejor casa de lo que esperaba también significaba que tenía más dinero. El Capitán llamó a la puerta de su casa. Sabía que era la casa de ese capitán pues en el marco de la puerta estaban escritas las letras “T.S.” con la misma caligrafía que la de los garbanzos.
Un hombre diferente al que había conocido aquella noche fue quien le abrió. Estaba bien vestido, sin marcas en la cara, ni cicatrices de ningún tipo. Alfred se quedó extraño. No era un marinero, era un hombre importante. –Vengo a cobrar.- Dijo nada más verle mostrándole los garbanzos como prueba.
El hombre se quedó boquiabierto al ver al capitán ahí de pie. Normalmente, los piratas temían adentrarse a los barrios ricos por miedo a enfrentarse a los guardias. Es ahí es donde se ve la diferencia entre un pirata y un capitán pirata. Alfred Werner no le tenía miedo a nada. – No tengo dinero.- Contestó tras una larga pausa. - Adelante. Coge lo que quieras.- Conocía bien las costumbres piratas. Si no tienes dinero, las deudas se pagan con tus propios bienes. –Aunque te advierto que no creo que haya nada que te guste.- Su tono de voz sonaba cansado y triste. Si le estaba intentando dar pena no funcionaría con él.
Sin mediar palabras entró en su casa. No había muebles, ni cuadros, ni nada. Revisó habitación por habitación y lo único que encontró fue una cuna donde dormía un bebe. – Es mi hija.- Dijo entre lágrimas. - Hay un alquimista que hace una poción que la puede curar. – Entendió el capitán entre sollozos. - Necesito dinero. Lo he vendido todo para pagarle. Siempre me dice que algo ha fallado en la poción y que tiene que empezar desde el principio. Cada vez tengo que pagarle los ingredientes. No me dice cómo se llaman. Solo tengo que darle el dinero y el los consigue. Le he dado todo lo que tenía. Pensé que sería fácil ganar a las cartas a unos borrachos. Me disfracé y entré en la primera taberna que vi abierta. – Se derrumbó apoyándose en la cuna de su hija para no caerse.
A pesar de lo que muchos pensaban, el Capitán Werner tenía corazón. Aquel hombre lo estaba pasando realmente mal. En ese momento entendió muchas cosas. Aquella noche, fue aquel hombre quien le acusó de hacer trampas al ver que estaba ganando. Lo hizo para no tener que pagar la deuda. –Toma.- Dijo dándole la bolsa de garbanzos firmados como T.S. –Yo no he estado aquí.- Con esta última frase se fue a la puerta. No quería ver un hombre llorar.
-Espera.- Dijo T.S. casi suplicando. –No te vayas todavía.- Alfred se esperó en el umbral de la puerta. -¡Ayuda! ¡Sal de mi casa bestia inmunda! – El Capitán se esperaba que el hombre agradeciera el haberle perdonado la deuda, no eso. -¡GUARDIAS! ¡AYUDA!- Continúo gritando hasta que llegaron tres guardias. Al ser un barrio con cierto lujos, estaba demasiado bien vigilado.
-Yo no he hecho nada.- Intentó explicar. Antes de que se diera cuenta, un guardia le golpeo el vientre con una porra. –Lo juro… No he hecho nada.- ¿A quién iban a creer, a un hombre bien vestido o a un vulgar pirata? Siempre era la misma y asquerosa historia.
-Esa espada pertenece a mi familia desde hace generaciones.- Dijo el hombre de las siglas T.S. - Me la ha robado.- Asquerosa sabandija. Iba a aprovecharse del él. Desagradecido de mierda. Alfred se tuvo que mostrar una gran fuerza de voluntad para no insultarle. Si lo hubiera hecho solo hubiera empeorado la situación.
Esa espada era en realidad un regalo del día que nombraron a Alfred como capitán del “Sueños Cumplidos”. No estaba dispuesto a regalarse a nadie. La desenvainó y cogió a uno de los guardias por la espalda para usarlo como escudo. –Un paso más y le corto la cabeza. - Amenazó Alfred Werner. No se podía dialogar con los guardias. Tienen paja en lugar de cerebro. Decir que él era inocente no servía de nada. En aquel momento se lamentó de no coger la cuna como pago de la deuda. La madera era buena, podría venderla a buen precio y cobrar por lo menos la mitad del precio simbólico de la deuda.
Última edición por Capitán Werner el Lun Jun 08 2015, 23:55, editado 1 vez
El Capitán Werner
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Re: Garbanzo por ajo [Interpretativo][libre] [2/2]
Joane llevaba ya semanas deambulando por la gran ciudad de Lunargenta. Unos días atrás le habían robado todo el dinero que traía consigo. Un curioso había entrado la habitación de la posada dónde estaba durmiendo mientras ella había salido a dar una vuelta por la ciudad. Joane confiaba en que aquel escondrijo debajo de una tabla floja sería suficiente para proteger el dinero que le quedaba. Lamentablemente el ladrón ya conocía todos esos simples trucos y encontró la pequeña bolsa de tela sin problemas.
Por primera vez Joane se encontró en una situación económica difícil con apenas unas monedas en el bolsillo.
Sus costumbres aburguesadas hacían de su reciente pobreza un problema mucho más difícil de llevar. La ropa cuidada, la limpieza y la buena alimentación peligraban día a día. Para mantener sus costosas costumbres Joane había decidido entrar a un oficio prohibido. Se había convertido en una ladrona.
Joane paseaba entre las anchas calles de uno de los barrios ricos de la ciudad. Intentaba decidirse por una de aquellas grandes mansiones de piedra. Su objetivo era el mismo que el de días anteriores. Entraría sin que la viera nadie a una de las casas y con paciencia se escondería para recopilar toda la información posible sobre los residentes. Le servía casi cualquier cosa como escuchar conversaciones a hurtadillas o encontrar entre papeles y pertenencias alguna pista que le diera una idea sobre las ocupaciones de los dueños y sus identidades.
Su último robo había necesitado de una buena dosis de imaginación. La señora la había recibido en un principio alegre y servicial convencida de que su nieta Alicia, hija de su hija la pequeña había venido a verla. Se habían sentado tranquilamente a tomar el té y a charlar pero el rostro de la vieja se volvió algo desconfiado cuando Joane confundió el nombre de su prometido con el de su hermano. Tras el error la señora despachó a la joven mucho más rápido de lo normal. Por suerte Joane había tenido tiempo de usar el lavabo y en su pequeño paseo hasta él había encontrado también unos cuantos recuerdos de la lujosa casa. Sus planes de hoy incluían con un poco de suerte un repertorio de objetos algo mayor que el de la última vez.
De casa en casa se encontraba Joane cuando oyó un alboroto a lo lejos. Intrigada se acercó a buscar el origen de tanto estruendo. Fue entonces cuando vio a un monstruo vestido de pirata agarrar a uno de los guardias de la ciudad. Aquel pirata tenía algo en su forma de actuar que incluso con tan horripilante aspecto le había dado a Joane una buena sensación. Los piratas aunque no ricos tenían fama de saber recaudar dinero eficientemente. Joane decidió acercarse más para observar cómo se desenvolvía la situación y en caso de necesidad intervendría a favor del pirata.
Por primera vez Joane se encontró en una situación económica difícil con apenas unas monedas en el bolsillo.
Sus costumbres aburguesadas hacían de su reciente pobreza un problema mucho más difícil de llevar. La ropa cuidada, la limpieza y la buena alimentación peligraban día a día. Para mantener sus costosas costumbres Joane había decidido entrar a un oficio prohibido. Se había convertido en una ladrona.
Joane paseaba entre las anchas calles de uno de los barrios ricos de la ciudad. Intentaba decidirse por una de aquellas grandes mansiones de piedra. Su objetivo era el mismo que el de días anteriores. Entraría sin que la viera nadie a una de las casas y con paciencia se escondería para recopilar toda la información posible sobre los residentes. Le servía casi cualquier cosa como escuchar conversaciones a hurtadillas o encontrar entre papeles y pertenencias alguna pista que le diera una idea sobre las ocupaciones de los dueños y sus identidades.
Su último robo había necesitado de una buena dosis de imaginación. La señora la había recibido en un principio alegre y servicial convencida de que su nieta Alicia, hija de su hija la pequeña había venido a verla. Se habían sentado tranquilamente a tomar el té y a charlar pero el rostro de la vieja se volvió algo desconfiado cuando Joane confundió el nombre de su prometido con el de su hermano. Tras el error la señora despachó a la joven mucho más rápido de lo normal. Por suerte Joane había tenido tiempo de usar el lavabo y en su pequeño paseo hasta él había encontrado también unos cuantos recuerdos de la lujosa casa. Sus planes de hoy incluían con un poco de suerte un repertorio de objetos algo mayor que el de la última vez.
De casa en casa se encontraba Joane cuando oyó un alboroto a lo lejos. Intrigada se acercó a buscar el origen de tanto estruendo. Fue entonces cuando vio a un monstruo vestido de pirata agarrar a uno de los guardias de la ciudad. Aquel pirata tenía algo en su forma de actuar que incluso con tan horripilante aspecto le había dado a Joane una buena sensación. Los piratas aunque no ricos tenían fama de saber recaudar dinero eficientemente. Joane decidió acercarse más para observar cómo se desenvolvía la situación y en caso de necesidad intervendría a favor del pirata.
Joane Fleure
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Re: Garbanzo por ajo [Interpretativo][libre] [2/2]
Desde hacía muchas lunas, Phillip había pasado de ser un Contramaestre de éxito, a un mero pirata arruinado, sin futuro, ni barco, ni nada que le sirviera para tener un nombre y un apellido. Por esta razón, Drake se dejaba ver de taberna en taberna cada noche. Buscaba dinero fácil, por tal, se entregaba al juego y al azar; pretendía obtener beneficios lo más pronto posible para adquirir un barco o algo parecido, mientras flotara.
Estuvo presente la noche en la que Werner, una bestia pirata, jugaba a los dados apostándose garbanzos. Drake conocía bien el juego, incluso había jugado a bordo del barco en el que había servido años anteriores. Sin embargo, no jugó. Desde una mesa próxima, engullía jarras de grog observando a los piratas que estaban inmersos en el juego. Le entretenía verlos discutir y achacar culpas de culpabilidad entre unos y otros. Se mantuvo ajeno aquella noche, pero se fijó bien en esa bestia, porque algo le dijo que tenía poder. Había observado con detenimiento y gran atención a los presentes, no conspiraba, pero lo parecía por el modo en el que se mantuvo ojo avizor con ellos, bajo un sombrero de cuero desgastado que cubría su cabeza de pelo negro bastante largo.
Una vez Werner salió de la taberna, Drake no quedó quieto, empinó el codo y terminó de beber su jarra de grog de un solo trago, llegando a mancharse parte de la barbilla por ello. Al salir de la taberna, una mujer de compañía sorprendió a Drake colocando sus manos contra sus pectorales. Se había fijado en él y en las gotas impregnadas que había entre el vello facial del pirata. Éste se negó a contratar sus nobles "servicios" y puso marcha por las calles de Lunargenta, tras la pista de la bestia.
¿Por qué estaba allí? ¿Qué hacía una bestia como él rondando las calles? La fascinación por los de su especie le atraía aún más, y quería dar con él a toda costa, hasta poder intercambiar una conversación con él. Algo le decía que Werner era la llave de su futuro, aunque seguramente esa creencia fuera fruto del alcohol consumido.
Sus andares eran tan inestables como la danza de sus neuronas, menguadas por el grog.
Y, caminando y caminando, llegó al fin hasta el barrio de bonanza de Lunargenta. ¿Qué hacía allí la bestia?
Se quedó esperando el momento de sobresaltarle y así tener contacto con él, y lo hizo pegado a un muro, ocultándose en las sombras de cualquier vista.
Esperó durante un buen rato, y al fin parecía sonreirle la suerte. Le vio salir y una sonrisa se dibujó en sus labios ¡era el momento de actuar! Dio un paso muy decidido, y llevó su mano a la solapa del sombrero que lucía para colocárselo de mejor forma. Ese avance no duró ni dos segundos. Enseguida oyó una voz pidiendo auxilio por el ataque que el monstruo supuestamente había cometido. Drake volvió a pegarse a la pared y agudizó su vista para alcanzar mejor la escena,esperando su momento de intervención.
— ¿Qué demonios...?
Drake se extrañó, unos guardias rodearon al desafortunado pirata de naturaleza sobrenatural. Tensó su cuello para fijarse bien, parecían juzgarle por una espada, pero esa espada la llevaba él durante el tiempo que estuvo en la taberna, lo había visto.
Desde su posición, oteó a una joven acercarse demasiado ¿quién era ella? El alcohol hizo su trabajo, y todas las preguntas hallaron su final. Se dejó llevar por un impulso y, con paso tambaleante, se apresuró a acercarse donde estaba la multitud colapsada, señalando con el dedo índice la espada que portaba Werner.
— Es mía. Suelta a ese hombre, bestia inmunda.
Tajante, embravecido y con tono autoritario, sentenció aquello como si fuera la mayor verdad del mundo. Se acercó más, no tenía miedo, había vivido cosas peores. Los guardias lo observaban con curiosidad y recelo. Drake frenó delante de Werner, alzó su rostro, porque le sacaba varias cabezas,y al intercambiar una mirada templada y seria, le guiñó un ojo para que entendiera que aquello no era más que una argucia, en un momento en el que sólo él pudiera percatarse del gesto.
Se giró de golpe, quedando frente a los guardias, y los observó mientras caminaba de espaldas hacia la chica.
— Me pregunto qué valdrá más para vosotros... Una bestia con malas ropas y una espada vieja y desafilada... O la vida de una joven fértil, hermosa y legal.
Phillip no tenía ni idea de quién era ella, pero la usaría para salvar a la bestia. Se posicionó tras ella, tomándola con un brazo por la cintura, y con la otra desenvainó su espada, colocándola en horizontal contra el cuello de la joven, de tal manera que el filo y frío acero de la misma le rozara la piel. Para calmarla, acercó sus labios al oído de la joven, y le susurró.
— Ayúdame a salvarlo.
Los guardias se dividieron, sus fuerzas disminuyeron al haber dos conflictos en un mismo lugar. Ahora Werner tendría la oportunidad de cortar cabezas, o al menos, de zafarse. Varios guardias rodearon a Phillip y a la chica. La dejaron a ella libre y forzaron a Drake, agarrándole por los brazos. Ahora que estaban entretenidos con él, era el momento de actuar para los otros dos.
Estuvo presente la noche en la que Werner, una bestia pirata, jugaba a los dados apostándose garbanzos. Drake conocía bien el juego, incluso había jugado a bordo del barco en el que había servido años anteriores. Sin embargo, no jugó. Desde una mesa próxima, engullía jarras de grog observando a los piratas que estaban inmersos en el juego. Le entretenía verlos discutir y achacar culpas de culpabilidad entre unos y otros. Se mantuvo ajeno aquella noche, pero se fijó bien en esa bestia, porque algo le dijo que tenía poder. Había observado con detenimiento y gran atención a los presentes, no conspiraba, pero lo parecía por el modo en el que se mantuvo ojo avizor con ellos, bajo un sombrero de cuero desgastado que cubría su cabeza de pelo negro bastante largo.
Una vez Werner salió de la taberna, Drake no quedó quieto, empinó el codo y terminó de beber su jarra de grog de un solo trago, llegando a mancharse parte de la barbilla por ello. Al salir de la taberna, una mujer de compañía sorprendió a Drake colocando sus manos contra sus pectorales. Se había fijado en él y en las gotas impregnadas que había entre el vello facial del pirata. Éste se negó a contratar sus nobles "servicios" y puso marcha por las calles de Lunargenta, tras la pista de la bestia.
¿Por qué estaba allí? ¿Qué hacía una bestia como él rondando las calles? La fascinación por los de su especie le atraía aún más, y quería dar con él a toda costa, hasta poder intercambiar una conversación con él. Algo le decía que Werner era la llave de su futuro, aunque seguramente esa creencia fuera fruto del alcohol consumido.
Sus andares eran tan inestables como la danza de sus neuronas, menguadas por el grog.
Y, caminando y caminando, llegó al fin hasta el barrio de bonanza de Lunargenta. ¿Qué hacía allí la bestia?
Se quedó esperando el momento de sobresaltarle y así tener contacto con él, y lo hizo pegado a un muro, ocultándose en las sombras de cualquier vista.
Esperó durante un buen rato, y al fin parecía sonreirle la suerte. Le vio salir y una sonrisa se dibujó en sus labios ¡era el momento de actuar! Dio un paso muy decidido, y llevó su mano a la solapa del sombrero que lucía para colocárselo de mejor forma. Ese avance no duró ni dos segundos. Enseguida oyó una voz pidiendo auxilio por el ataque que el monstruo supuestamente había cometido. Drake volvió a pegarse a la pared y agudizó su vista para alcanzar mejor la escena,esperando su momento de intervención.
— ¿Qué demonios...?
Drake se extrañó, unos guardias rodearon al desafortunado pirata de naturaleza sobrenatural. Tensó su cuello para fijarse bien, parecían juzgarle por una espada, pero esa espada la llevaba él durante el tiempo que estuvo en la taberna, lo había visto.
Desde su posición, oteó a una joven acercarse demasiado ¿quién era ella? El alcohol hizo su trabajo, y todas las preguntas hallaron su final. Se dejó llevar por un impulso y, con paso tambaleante, se apresuró a acercarse donde estaba la multitud colapsada, señalando con el dedo índice la espada que portaba Werner.
— Es mía. Suelta a ese hombre, bestia inmunda.
Tajante, embravecido y con tono autoritario, sentenció aquello como si fuera la mayor verdad del mundo. Se acercó más, no tenía miedo, había vivido cosas peores. Los guardias lo observaban con curiosidad y recelo. Drake frenó delante de Werner, alzó su rostro, porque le sacaba varias cabezas,y al intercambiar una mirada templada y seria, le guiñó un ojo para que entendiera que aquello no era más que una argucia, en un momento en el que sólo él pudiera percatarse del gesto.
Se giró de golpe, quedando frente a los guardias, y los observó mientras caminaba de espaldas hacia la chica.
— Me pregunto qué valdrá más para vosotros... Una bestia con malas ropas y una espada vieja y desafilada... O la vida de una joven fértil, hermosa y legal.
Phillip no tenía ni idea de quién era ella, pero la usaría para salvar a la bestia. Se posicionó tras ella, tomándola con un brazo por la cintura, y con la otra desenvainó su espada, colocándola en horizontal contra el cuello de la joven, de tal manera que el filo y frío acero de la misma le rozara la piel. Para calmarla, acercó sus labios al oído de la joven, y le susurró.
— Ayúdame a salvarlo.
Los guardias se dividieron, sus fuerzas disminuyeron al haber dos conflictos en un mismo lugar. Ahora Werner tendría la oportunidad de cortar cabezas, o al menos, de zafarse. Varios guardias rodearon a Phillip y a la chica. La dejaron a ella libre y forzaron a Drake, agarrándole por los brazos. Ahora que estaban entretenidos con él, era el momento de actuar para los otros dos.
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Re: Garbanzo por ajo [Interpretativo][libre] [2/2]
Los piratas, al cabo de los años, han sido descritos con mil y un insultos: asquerosos, ladrones, brutos, obscenos, borrachos, diablos de mar… Éste último era su preferido. Sin embargo, lejos de la opinión de la gente, para el Capitán Alfred Werner, los piratas eran los guerreros más fieles con los que se podía contar. Los piratas de verdad, no esos payasos que solo querían probar una nueva forma de vida. Curiosamente, estos son los primeros en amotinarse. La vida en el mar no estaba hecha para cualquiera. Aquel tipo que se acercó era un verdadero pirata.
Todo se volvió más complicado para los guardias, por un lado aquel tipo nuevo cogió una mujer como rehén, por el otro, Alfred tenía a uno de aquellos tres guardias cogido y con su espada rozando su cuello, arma que se había vuelto foco de atención para todas las miradas. El hombre de las siglas T.S. quería la espada para conseguir el dinero con el que salvar a su hija bebe, el pirata la quería como escusa para salvar a Alfred, y éste la quería porque era suya.
Los guardias no dudaron en atacar al pirata que amenazaba a la mujer. Nadie se fijó en el Capitán. Dio un golpe con la pinza a la cabeza del guardia que tenía amarrado. Era hora de devolverle el favor. Sea quien sea, ese tipo le había dado el tiempo necesario para poder zafarse de los guardias. No le iba a dejar solo. No hubiese querido que eso pasara. El hombre de las siglas T.S. golpeo a la cabeza del Capitán dejándolo inconsciente como él había hecho antes con el guardia.
Lo que sucedió fue un misterio para Alfred. Lo último que recordaba es que estaba a punto de atacar a los guardias que quedaban en pie cuando… Le dolía la cabeza, no quería seguir pensando en lo sucedido. Estaba amarrado. De brazos y piernas en lo que parecía la pared de una especie de sótano oscuro y maloliente. Enfrente suya se encontraba T.S sentado en una silla con una sonrisa de oreja a oreja y con la espada del Capitán es su mano. – Tu…- Se encontraba demasiado débil para insultarle. –Me las pagarás.-
-¿Sabes lo que dicen Capitán Sinbarco Werner? – Dijo con burla. - Dicen que todavía guardas bajo los tablones de tu asquerosa casa los tesoros que alguna vez robaste. –Ignorante, si se hubiera fijado en Alfred sabría que no es más que un pobre diablo. Tuvo que quemar su barco para que no se lo embargasen los acreedores. Si tuviera tal tesoro, no habría hecho tal cosa. - No te lo tomes a mal, necesito el dinero. Ya has visto como se encuentro mi hija. Tan solo necesito un poco más de dinero. Sé que está vez se curará.- Puso la espada en el cuello del Capitán como signo de amenaza. -¿Dónde guardas tu oro?-
.¡TU HIJA NO SE CURARÁ NUNCA!- Explotó. - Te están engañando. ¿Es qué no lo ves? Además, si la consiguieran curar, dime. ¿Qué harás? ¿De dónde sacarás el dinero para mantenerla? Eres tan mal padre como jugador de cartas. Me das pena. Tu hija estará mejor muerte que en tus manos.- Con estas palabras, el Capitán pareció haber firmado su sentencia de muerte.
Todo se volvió más complicado para los guardias, por un lado aquel tipo nuevo cogió una mujer como rehén, por el otro, Alfred tenía a uno de aquellos tres guardias cogido y con su espada rozando su cuello, arma que se había vuelto foco de atención para todas las miradas. El hombre de las siglas T.S. quería la espada para conseguir el dinero con el que salvar a su hija bebe, el pirata la quería como escusa para salvar a Alfred, y éste la quería porque era suya.
Los guardias no dudaron en atacar al pirata que amenazaba a la mujer. Nadie se fijó en el Capitán. Dio un golpe con la pinza a la cabeza del guardia que tenía amarrado. Era hora de devolverle el favor. Sea quien sea, ese tipo le había dado el tiempo necesario para poder zafarse de los guardias. No le iba a dejar solo. No hubiese querido que eso pasara. El hombre de las siglas T.S. golpeo a la cabeza del Capitán dejándolo inconsciente como él había hecho antes con el guardia.
Lo que sucedió fue un misterio para Alfred. Lo último que recordaba es que estaba a punto de atacar a los guardias que quedaban en pie cuando… Le dolía la cabeza, no quería seguir pensando en lo sucedido. Estaba amarrado. De brazos y piernas en lo que parecía la pared de una especie de sótano oscuro y maloliente. Enfrente suya se encontraba T.S sentado en una silla con una sonrisa de oreja a oreja y con la espada del Capitán es su mano. – Tu…- Se encontraba demasiado débil para insultarle. –Me las pagarás.-
-¿Sabes lo que dicen Capitán Sinbarco Werner? – Dijo con burla. - Dicen que todavía guardas bajo los tablones de tu asquerosa casa los tesoros que alguna vez robaste. –Ignorante, si se hubiera fijado en Alfred sabría que no es más que un pobre diablo. Tuvo que quemar su barco para que no se lo embargasen los acreedores. Si tuviera tal tesoro, no habría hecho tal cosa. - No te lo tomes a mal, necesito el dinero. Ya has visto como se encuentro mi hija. Tan solo necesito un poco más de dinero. Sé que está vez se curará.- Puso la espada en el cuello del Capitán como signo de amenaza. -¿Dónde guardas tu oro?-
.¡TU HIJA NO SE CURARÁ NUNCA!- Explotó. - Te están engañando. ¿Es qué no lo ves? Además, si la consiguieran curar, dime. ¿Qué harás? ¿De dónde sacarás el dinero para mantenerla? Eres tan mal padre como jugador de cartas. Me das pena. Tu hija estará mejor muerte que en tus manos.- Con estas palabras, el Capitán pareció haber firmado su sentencia de muerte.
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Re: Garbanzo por ajo [Interpretativo][libre] [2/2]
En cuanto los guardias liberaron a Joane del agarre del pirata la chica rápidamente corrió calle abajo alejándose de la escena. Mientras corría echaba la mirada atrás para ver cómo alguien golpeaba al hombre pulpo dejándole inconsciente. Arrastrándole por el suelo pedregoso desapareció con el cuerpo monstruoso detrás de la casa. El pirata seguía entretenido forcejeando con los guardias hasta que Joane finalmente los perdió de vista.
Joane se apoyó contra una pared y calmó poco a poco su agitada respiración hasta que los bombeos de su corazón volvieron a su ritmo habitual. El pirata no merecía su ayuda, no se asociaría con él. La próxima que necesitara de una aliada quizás sería buena idea que se guardarse esas sucias manos en los bolsillos.
Joane esperó un tiempo prudente hasta que la zona se hubiera despejado. Al cabo de unas horas la chica volvió a la casa. En la calle no quedaba rastro de los guardias ni de los piratas ni del hombre misterioso.
La chica intentó abrir la puerta de la casa pero está no cedió. Alzando la manga izquierda alcanzó con la mano contraria un pequeño frasco sujeto entre costuras que contenía nada más y nada menos que agua. Derramó suavemente un hilo acuoso encima de la cerradura y acercando los labios sopló con suavidad. El hielo invasivo creció en un instante estallando el metal y dejando la cerradura inservible.
Joane empujó la puerta y pasó al interior. Caminó por las estancias vacías de la casa hasta que se paró delante de una puerta. Al otro lado de la puerta una ventana abierta mecía las cortinas. En el centro de la habitación había una cuna de madera en cuyo interior había una niña con aspecto enfermizo. Joane se inclinó sobre la cuna y tomó en brazos a la niña que dormía con los ojitos hinchados. Al cogerla notó que la criatura tenía fiebre. Apretando más los párpados la niña tosió débilmente. Joane posó su mano en su frente y la mantuvo ahí hasta que dejó de notar el calor de la niña.Estaba muy enferma y no parecía estar recibiendo los cuidados que necesitaba.
Mirándola con tristeza Joane volvió a dejarla en su cuna y salió de la habitación. Al final de las escaleras encontró otra habitación. En ella había un escritorio con papeles dispersos, un bote de tinta y una pluma. Joane tomó una de las hojas escritas y leyó:
Estimado T.S.
Lamento informarte de que ha habido un problema mientras preparaba la fórmula. Por ello debo empezar de nuevo. Me pasaré a recoger el dinero para los ingredientes en unos días.
Atentamente, El Alquimista.
En el momento en el que terminó de leer la última línea Joane oyó como en el piso debajo de ella la madera crujía ruidosamente. Sin saber si esconderse o correr Joane permaneció inmóvil en el sitio.
Joane se apoyó contra una pared y calmó poco a poco su agitada respiración hasta que los bombeos de su corazón volvieron a su ritmo habitual. El pirata no merecía su ayuda, no se asociaría con él. La próxima que necesitara de una aliada quizás sería buena idea que se guardarse esas sucias manos en los bolsillos.
Joane esperó un tiempo prudente hasta que la zona se hubiera despejado. Al cabo de unas horas la chica volvió a la casa. En la calle no quedaba rastro de los guardias ni de los piratas ni del hombre misterioso.
La chica intentó abrir la puerta de la casa pero está no cedió. Alzando la manga izquierda alcanzó con la mano contraria un pequeño frasco sujeto entre costuras que contenía nada más y nada menos que agua. Derramó suavemente un hilo acuoso encima de la cerradura y acercando los labios sopló con suavidad. El hielo invasivo creció en un instante estallando el metal y dejando la cerradura inservible.
Joane empujó la puerta y pasó al interior. Caminó por las estancias vacías de la casa hasta que se paró delante de una puerta. Al otro lado de la puerta una ventana abierta mecía las cortinas. En el centro de la habitación había una cuna de madera en cuyo interior había una niña con aspecto enfermizo. Joane se inclinó sobre la cuna y tomó en brazos a la niña que dormía con los ojitos hinchados. Al cogerla notó que la criatura tenía fiebre. Apretando más los párpados la niña tosió débilmente. Joane posó su mano en su frente y la mantuvo ahí hasta que dejó de notar el calor de la niña.Estaba muy enferma y no parecía estar recibiendo los cuidados que necesitaba.
Mirándola con tristeza Joane volvió a dejarla en su cuna y salió de la habitación. Al final de las escaleras encontró otra habitación. En ella había un escritorio con papeles dispersos, un bote de tinta y una pluma. Joane tomó una de las hojas escritas y leyó:
Estimado T.S.
Lamento informarte de que ha habido un problema mientras preparaba la fórmula. Por ello debo empezar de nuevo. Me pasaré a recoger el dinero para los ingredientes en unos días.
Atentamente, El Alquimista.
En el momento en el que terminó de leer la última línea Joane oyó como en el piso debajo de ella la madera crujía ruidosamente. Sin saber si esconderse o correr Joane permaneció inmóvil en el sitio.
Joane Fleure
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Re: Garbanzo por ajo [Interpretativo][libre] [2/2]
Todo salió mal. Aunque el Capitán pudo liberarse, desde su posición Drake observó cómo otro hombre -ajeno a la guardia- le golpeaba en la cabeza y lo arrastraba. Pensó a su vez que la joven a la que había soltado iría en su ayuda, pero no. Los traicionó y salió corriendo calle abajo hasta desaparecer en el horizonte. Y ahí estaba Drake, solo, rodeado por el resto de guardias. Ahora todos iban con él.Trató de defenderse durante todo el tiempo. Blandió su espada y evitó la muerte al defenderse con agilidad y giros sobre su propio eje, salvándose de las estocadas. Quiso escapar y para ello dio una amplia zancada hacia el lado más despejado, pero entonces uno de los guardias los agarró fuertemente por el cabello, produciéndole mucho daño, el suficiente como para obedecer a dejarse caer de rodillas en la calle y soltar su espada. Parecía estar acabado, todo el pescado vendido.
Pero Drake sabía que a la bestia se la habían llevado al interior de la casa, así que, mientras los guardias lo inmovilizaban y le colocaban los grilletes en sus muñecas, él trazaba mentalmente un plan para entrar de una vez por todas.
— Seguro que podríamos llegar a un acuerdo...¿No creéis?
Drake trataba de convencer a sus captores, que lo levantaban del suelo agarrándolo por sus brazos, para hacerle caminar por otra de las calles, hasta el carruaje presidiario donde lo trasladarían a los calabozos hasta que su Destino fuera juzgado. Se dejó llevar, no sabía qué le esperaba. Ante el silencio de los hombres, prefirió optar por callarse como uno más. Con sus ojos, contemplaba lo serios y regios que eran esos hombres de la ley y el orden ¿cómo podían mantener siempre la misma expresión? Éso era lo que más heroico de esa profesión le parecía al bucanero.
Llegaron pues al carruaje de metal oxidado, y éste olía a mugre desde lejos. Drake arrugó la nariz en una mueca de desagrado y subió forzado al interior del carro cuando lo abrieron. Dentro, por fortuna, no había ni un preso más, pero estaba claro por el olor, que ahí había muerto más de uno. Para tenerlo vigilado, con él subió uno de los guardias, y el resto se fue a patrullar por las zonas cercanas. El cochero nos guiaba en su brusco trote. Cada bache en los caminos era un golpe para los viajeros, tratados como carga.
En el interior del carruaje, Drake estaba sentado frente a su vigilante, con las piernas separadas y las rodillas alzadas, y los brazos dejados de caer sobre sus propias rodillas. Miraba las cadenas que lo amarraban, y comenzó a silbar con descaro. El guardia lo mandó a callar, pateándole en la punta de su pie. Drake se quejó con un gruñido, pero volvió a desobedecer y siguió silbando. El guardia cada vez estaba más irritado, así que volvió a mandar a callar al pirata, y éste no hacía caso. Silbaba más fuerte, y así consiguió que el guardia se abalanzara contra él para atacarle. El hombre de ley agarró por el pelo al pirata y quiso ponerle de pie. En ese intento, el pirata lo agarró por la entrepierna y apretó con fuerza hasta que oyó gritar al guardia que le atacaba. Dejándolo débil por el agarre, Drake aprovechó para proveerse de armamento, y le quitó la espada con un ágil movimiento de brazo, parecido a un zarpazo. De una estocada, el rufián se liberó de su apresador atravesándole su propia espada por el abdomen. Con asco, retiró el peso del cadáver a un lado para poder ponerse en pie e incorporarse. De acuerdo, tenía sus manos atadas, pero ya era libre. Se enfundó como pudo su propia espada y tomó prestada la del guardia fallecido.
Se había pasado todo el camino mirando el techo, pues había una rejilla. Usó la espada del muerto para golpear los tornillos. No parecía muy fuerte esa medida de seguridad, pero soportó los golpes. Saltó, probaría con engancharse a la rejilla desde abajo. Se aferró a los barrotes con sus manos, y tensó su cuerpo para hacer fuerza. La rejilla finalmente venció, y aunque Drake cayó al suelo del carruaje, llevándose un buen golpe en el trasero (amortiguado, porque debajo suyo tenía el cuerpo sin vida del guardia), ya había conseguido quitar la rejilla. La tiró por ahí, en sus manos no le valían. Saltó de nuevo y alcanzó el orificio del techo para subir a la superficie del carruaje. Desde ahí, caminó con cuidado de no caer hasta llegar donde el jinete. Éste oyó demasiado ruido y giró su cuerpo para ver qué tenía tras él. Demasiado tarde. Drake lo degolló con una limpia pasada de la afilada espada del guardia. Lanzó el cuerpo inerte del cochero a la calle, con la espada del guardia. Desató uno de los caballos que llevaba consigo el carruaje y lo montó para hacerlo volver, por otro camino alternativo, hasta la casa donde estaría aún la bestia con aquella disputaa espada.
De la joven se había olvidado, aunque más le valía no volver a encontrárselo. A lomos de ese caballo robado, llegó rápido al punto de origen. Amarró al caballo detrás de la residencia del señor T.S y entró por una ventana abierta; la ventana de la cocina. Con su espada en la mano, caminó con sigilo y silencioso por el interior de la casa. Iba buscando a Werner, pero entonces, tropezó y el ruido se oyó por toda la casa. Torpe de él, con los grilletes en las manos no pudo evitar la caída cuando sus pies tropezaron con un desnivel en el suelo.
Si lo pillaran ahora, estaría en un aprieto; otro más. Por eso trató de incorporarse cuanto antes. Oyó algo de la planta de arriba y pensó que sería T.S.
Pero Drake sabía que a la bestia se la habían llevado al interior de la casa, así que, mientras los guardias lo inmovilizaban y le colocaban los grilletes en sus muñecas, él trazaba mentalmente un plan para entrar de una vez por todas.
— Seguro que podríamos llegar a un acuerdo...¿No creéis?
Drake trataba de convencer a sus captores, que lo levantaban del suelo agarrándolo por sus brazos, para hacerle caminar por otra de las calles, hasta el carruaje presidiario donde lo trasladarían a los calabozos hasta que su Destino fuera juzgado. Se dejó llevar, no sabía qué le esperaba. Ante el silencio de los hombres, prefirió optar por callarse como uno más. Con sus ojos, contemplaba lo serios y regios que eran esos hombres de la ley y el orden ¿cómo podían mantener siempre la misma expresión? Éso era lo que más heroico de esa profesión le parecía al bucanero.
Llegaron pues al carruaje de metal oxidado, y éste olía a mugre desde lejos. Drake arrugó la nariz en una mueca de desagrado y subió forzado al interior del carro cuando lo abrieron. Dentro, por fortuna, no había ni un preso más, pero estaba claro por el olor, que ahí había muerto más de uno. Para tenerlo vigilado, con él subió uno de los guardias, y el resto se fue a patrullar por las zonas cercanas. El cochero nos guiaba en su brusco trote. Cada bache en los caminos era un golpe para los viajeros, tratados como carga.
En el interior del carruaje, Drake estaba sentado frente a su vigilante, con las piernas separadas y las rodillas alzadas, y los brazos dejados de caer sobre sus propias rodillas. Miraba las cadenas que lo amarraban, y comenzó a silbar con descaro. El guardia lo mandó a callar, pateándole en la punta de su pie. Drake se quejó con un gruñido, pero volvió a desobedecer y siguió silbando. El guardia cada vez estaba más irritado, así que volvió a mandar a callar al pirata, y éste no hacía caso. Silbaba más fuerte, y así consiguió que el guardia se abalanzara contra él para atacarle. El hombre de ley agarró por el pelo al pirata y quiso ponerle de pie. En ese intento, el pirata lo agarró por la entrepierna y apretó con fuerza hasta que oyó gritar al guardia que le atacaba. Dejándolo débil por el agarre, Drake aprovechó para proveerse de armamento, y le quitó la espada con un ágil movimiento de brazo, parecido a un zarpazo. De una estocada, el rufián se liberó de su apresador atravesándole su propia espada por el abdomen. Con asco, retiró el peso del cadáver a un lado para poder ponerse en pie e incorporarse. De acuerdo, tenía sus manos atadas, pero ya era libre. Se enfundó como pudo su propia espada y tomó prestada la del guardia fallecido.
Se había pasado todo el camino mirando el techo, pues había una rejilla. Usó la espada del muerto para golpear los tornillos. No parecía muy fuerte esa medida de seguridad, pero soportó los golpes. Saltó, probaría con engancharse a la rejilla desde abajo. Se aferró a los barrotes con sus manos, y tensó su cuerpo para hacer fuerza. La rejilla finalmente venció, y aunque Drake cayó al suelo del carruaje, llevándose un buen golpe en el trasero (amortiguado, porque debajo suyo tenía el cuerpo sin vida del guardia), ya había conseguido quitar la rejilla. La tiró por ahí, en sus manos no le valían. Saltó de nuevo y alcanzó el orificio del techo para subir a la superficie del carruaje. Desde ahí, caminó con cuidado de no caer hasta llegar donde el jinete. Éste oyó demasiado ruido y giró su cuerpo para ver qué tenía tras él. Demasiado tarde. Drake lo degolló con una limpia pasada de la afilada espada del guardia. Lanzó el cuerpo inerte del cochero a la calle, con la espada del guardia. Desató uno de los caballos que llevaba consigo el carruaje y lo montó para hacerlo volver, por otro camino alternativo, hasta la casa donde estaría aún la bestia con aquella disputaa espada.
De la joven se había olvidado, aunque más le valía no volver a encontrárselo. A lomos de ese caballo robado, llegó rápido al punto de origen. Amarró al caballo detrás de la residencia del señor T.S y entró por una ventana abierta; la ventana de la cocina. Con su espada en la mano, caminó con sigilo y silencioso por el interior de la casa. Iba buscando a Werner, pero entonces, tropezó y el ruido se oyó por toda la casa. Torpe de él, con los grilletes en las manos no pudo evitar la caída cuando sus pies tropezaron con un desnivel en el suelo.
Si lo pillaran ahora, estaría en un aprieto; otro más. Por eso trató de incorporarse cuanto antes. Oyó algo de la planta de arriba y pensó que sería T.S.
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Re: Garbanzo por ajo [Interpretativo][libre] [2/2]
El hombre de las siglas T.S. se quedó paralizado ante el comentario del Capitán Werner. Supo atacar donde más dolía. Sus palabras hicieron más daño que cualquier arma, por muy afilada que estuviera, las palabras siempre son más poderosas. El hombre pasó de la ingenuidad al pánico y del pánico a la ira. Toda su cara era una amalgama de gestos que expresaban su furia ante el Capitán. Ojos entrecerrados, nariz arrugada, cejas apretadas, boca entreabierta mostrando un poco los dientes como un mísero perro… -Morirás.- Dijo en un tenue susurro de voz. Empuñó la espada del Capitán y, con una fuerza impropia para su tamaño, la clavó a la pared muy cerca de la cabeza de Alfred. -¿Dónde guardas tu oro?- Amenazó rechinando los dientes.
De nada serviría decir que no tenía ningún cofre rebosante de monedas como él creía. De nada serviría decir que llegó a estar cinco días sin comer absolutamente porque no tenía dinero para comprar comida. De nada serviría decir que su casa era un estercolero. Nada servía. Hiciera lo que hiciera lo más probable es que Alfred acabase muerto. –Te lo diré.- Sonó con voz débil como si por fin se hubiera rendido. -Acércate.- T.S. se acercó más hacia la cabeza de Alfred. –Te lo voy a decir.- Repitió con apenas un hilo de voz. –Está…- Esperó hasta que el hombre estuvo lo suficientemente y agarró su cabeza con los tentáculos de la barba estampándosela contra la empuñadora de la espada. –¡Está en el fondo del mar!- Terminó la frase con una risa macabra. Toda la debilidad fue fingida. Si no podía hacer entrar a ese hombre en razón por lo menos no caerá sin luchar.
T.S. no cabía en su propio cuerpo. Comenzó a llorar. No por el dolor. Lloraba por la impotencia. Por saber que hiciera lo que hiciera no iba a conseguir salvar a su hija. Se llevó una mano en la cabeza, justo en el lugar donde había recibido el golpe. Estaba sangrado. –Solo quiero salvar a mi hija…- Sollozaba. -¡Tú! Maldito pirata…- Apretó tanto los dientes que casi no se le entendía al hablar. Cogió la espada de la pared. La misma con la que amenazó al Capitán Werner y la misma con la que él utilizó para darle una lección. -¡Vas a morir!- Empuñó la espada con ambas manos e hizo un gesto como si fuera a cortarle la cabeza.
Alfred cerró los ojos muy suavemente. Era un pirata y como tal se reía de la muerte cada vez que la tenía de cara. T.S. apoyó el filo de la espada en el cuello del Capitán para marcar la dirección a seguir. Alzó el arma para tener la fuerza de la gravedad a su favor y… Algo le detuvo justo en el momento en que la iba a agachar. Un ruido, en lo alto de la casa. Alguien había conseguido colarse. El bebe. Su hija. No podía dejar que nadie le hiciera daño. Dejó al Capitán colgado a la pared y subió las escaleras armado con la espada por ver que estaba pasando.
Era la oportunidad que necesitaba para escapar. Hizo resonar los grilletes por ver cuán resistentes eran. Estaban oxidados, eran viejos y de un acero de muy baja calidad. Debido a la confusión del golpe no se había dado cuenta lo fácil que sería romperlos. Primero con la mano derecha. Un golpe seco con la pinza y la cadena estalló. Ya libre, usó esa misma para romper el grillete del brazo izquierdo. Roto.
Si algo estaba seguro es que no se iba a ir sin su espada ni tampoco sin cobrarse algo por los garbanzos. No estaba dispuesto a que le dieran “ajos por garbanzos”. Frase que se utilizaba entre los habituales a los juegos de azar si cobrabas una cantidad menor a la que habías ganado. Era curioso que el sótano de la casa sea el lugar donde más muebles habían. Todos estaban más podridos que la madera de la casa del Capitán. Pero lo importante no era el hecho de que hubieran muebles o no, lo importante era lo que encontró en ellos. Estaba llenos de instrumentos rudimentarios usados para la tortura. Navajas, alicates, cadenas… Parecía el armario de juguetes de una prostituta. -¿Cuántas personas han estado aquí antes que yo?- Se preguntó en voz alta. Un padre llegaba a hacer cualquier cosa por sus hijos… Pero eso había llegado demasiado lejos.
Cogió un cuchillo. Estaba oxidado y no tenía punta, pero por lo menos tenía algo con lo que defenderse si aquel malnacido le atacase con la espada. Alfred subió las escaleras que daban al interior del hogar. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. La golpeó una, y otra, y otra vez con la pinza de su mano derecha. No cedía. No tenía que olvidar que, excepto los muebles, la casa tenía ciertos lujos.
-¡Aquí!- Gritó inútilmente Alfred. -¡Estoy aquí!- Tenía la vaga esperanza de que alguien alcanzará a oírle. Debía contar a quién sea todo lo que había pasado. Alguien debía hacerse cargo de la niña. Alguien que no esté loco.
De nada serviría decir que no tenía ningún cofre rebosante de monedas como él creía. De nada serviría decir que llegó a estar cinco días sin comer absolutamente porque no tenía dinero para comprar comida. De nada serviría decir que su casa era un estercolero. Nada servía. Hiciera lo que hiciera lo más probable es que Alfred acabase muerto. –Te lo diré.- Sonó con voz débil como si por fin se hubiera rendido. -Acércate.- T.S. se acercó más hacia la cabeza de Alfred. –Te lo voy a decir.- Repitió con apenas un hilo de voz. –Está…- Esperó hasta que el hombre estuvo lo suficientemente y agarró su cabeza con los tentáculos de la barba estampándosela contra la empuñadora de la espada. –¡Está en el fondo del mar!- Terminó la frase con una risa macabra. Toda la debilidad fue fingida. Si no podía hacer entrar a ese hombre en razón por lo menos no caerá sin luchar.
T.S. no cabía en su propio cuerpo. Comenzó a llorar. No por el dolor. Lloraba por la impotencia. Por saber que hiciera lo que hiciera no iba a conseguir salvar a su hija. Se llevó una mano en la cabeza, justo en el lugar donde había recibido el golpe. Estaba sangrado. –Solo quiero salvar a mi hija…- Sollozaba. -¡Tú! Maldito pirata…- Apretó tanto los dientes que casi no se le entendía al hablar. Cogió la espada de la pared. La misma con la que amenazó al Capitán Werner y la misma con la que él utilizó para darle una lección. -¡Vas a morir!- Empuñó la espada con ambas manos e hizo un gesto como si fuera a cortarle la cabeza.
Alfred cerró los ojos muy suavemente. Era un pirata y como tal se reía de la muerte cada vez que la tenía de cara. T.S. apoyó el filo de la espada en el cuello del Capitán para marcar la dirección a seguir. Alzó el arma para tener la fuerza de la gravedad a su favor y… Algo le detuvo justo en el momento en que la iba a agachar. Un ruido, en lo alto de la casa. Alguien había conseguido colarse. El bebe. Su hija. No podía dejar que nadie le hiciera daño. Dejó al Capitán colgado a la pared y subió las escaleras armado con la espada por ver que estaba pasando.
Era la oportunidad que necesitaba para escapar. Hizo resonar los grilletes por ver cuán resistentes eran. Estaban oxidados, eran viejos y de un acero de muy baja calidad. Debido a la confusión del golpe no se había dado cuenta lo fácil que sería romperlos. Primero con la mano derecha. Un golpe seco con la pinza y la cadena estalló. Ya libre, usó esa misma para romper el grillete del brazo izquierdo. Roto.
Si algo estaba seguro es que no se iba a ir sin su espada ni tampoco sin cobrarse algo por los garbanzos. No estaba dispuesto a que le dieran “ajos por garbanzos”. Frase que se utilizaba entre los habituales a los juegos de azar si cobrabas una cantidad menor a la que habías ganado. Era curioso que el sótano de la casa sea el lugar donde más muebles habían. Todos estaban más podridos que la madera de la casa del Capitán. Pero lo importante no era el hecho de que hubieran muebles o no, lo importante era lo que encontró en ellos. Estaba llenos de instrumentos rudimentarios usados para la tortura. Navajas, alicates, cadenas… Parecía el armario de juguetes de una prostituta. -¿Cuántas personas han estado aquí antes que yo?- Se preguntó en voz alta. Un padre llegaba a hacer cualquier cosa por sus hijos… Pero eso había llegado demasiado lejos.
Cogió un cuchillo. Estaba oxidado y no tenía punta, pero por lo menos tenía algo con lo que defenderse si aquel malnacido le atacase con la espada. Alfred subió las escaleras que daban al interior del hogar. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. La golpeó una, y otra, y otra vez con la pinza de su mano derecha. No cedía. No tenía que olvidar que, excepto los muebles, la casa tenía ciertos lujos.
-¡Aquí!- Gritó inútilmente Alfred. -¡Estoy aquí!- Tenía la vaga esperanza de que alguien alcanzará a oírle. Debía contar a quién sea todo lo que había pasado. Alguien debía hacerse cargo de la niña. Alguien que no esté loco.
El Capitán Werner
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