El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
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El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
Desde cielos azules hasta una noche de la que las estrellas y la bella luna salían desde el manto ennegrecido tras el pasar de las horas, muchos de los habitantes de Lunargenta aprovechaban para disfrutar de una velada en posadas o sus propias casas; otros entre tabernas y fiestas, quizás alguno sin un hogar en particular. Pero en una noche como esa nadie esperaría que todavía alguien siguiese a estas horas caminando como si fuese de lo más normal. Lunargenta, la ciudad más preciada entre hombres de la que el rey ponía su manto, no era ni de lejos una fortaleza dentro de sí. Aún persistían, esos cuentos de horribles monstruos acechando entre las sombras: vampiros, hombres lobo e incluso el mismo hombre. ¿Que traía a un hombre a tomar el peligroso y poco fiable camino por Lunargenta en una noche como esa? era extraño, tal vez una muestra de valía o estupidez. Pero el gato sabía bien claro lo que quería y no era más que una velada entre los callejones oscuros del mercado negro.
Leyendas, misterios, robos y horrores se decían que podías hallar en mercados como esos. Podías llegar a ver desde órganos hasta de lo más bizarro, tal vez por eso se podía comprender el temor de los comerciantes por el hecho de ser descubiertos a tales horas de la noche y mucho más a los desdichados que estuviesen en esas incómodas situaciones. Pero aún tenía la suerte de hallarse en esas horas en un lugar apropiado, pero no con la mejor seguridad. Sus botas negras se recostaban con una confianza anti-natural a tales horas de la noche; su gran sombrero tapaba la mayor parte de su rostro dejando ver únicamente el delicado y corto hocico de felino, mientras que una de sus manos enguantadas sostenía moviendo una botella de vino, tan sólo girándolo con tal de matar el tiempo. Eran suficientes tragos, con uno solo más aquel pequeño cuerpo podría caer al suelo totalmente exhausto de ebriedad.
— Que noche. —Dijo con una voz amargada, mientras que el humo de su pipa escapaba de su boca.— ¡A estas horas, ¿nadie tiene el gusto de beber un poco?! ¡Y se llaman románticos acobijándose entre el calor de sus cuerpos, ¿eh, calientes?! ¡Déjenme entrar, malditos!
Alzó su copa de vino al aire y derramó un poco sobre su mesa, estaba al aire libre en una taberna cerca de los negocios y posadas. Tuvo la suerte que con un poco de carisma pudiese durar un rato, pero con tal de seguir las normas del local. Solo tenía eso: callarse la boca. Horas como esas, noches como esas, estaban tan calladas como para que alguien empezase a ser escándalo totalmente ebrio.
— Señor. —El dueño del local se había entrometido, acariciaba sus bigotes rojizos a la vez que mantenía una mirada seria al respecto del ebrio felino. — Tuvimos el acuerdo de permitir que se quedará con tal de que hiciera silencio, pero mi esposa no puede dormir. —Miró desde el rabillo del ojo las ventanas del local, su mujer veía en batas la conversación con el minino. — Por las buenas o por las malas.
— Tal vez sólo quiere que duerma yo con ella. —El felino río en carcajadas en su estado de ebriedad, mientras que el humo grisáceo formaba una nube por encima suyo. — ¿Qué tal si la llamas? nunca he probado en hacerlo en una mesa.
No esperaba lo que venía a continuación; el tabernero pateó la mesa y arrojó su preciado vino al suelo. Parecía enojado ante la falta de respeto del felino tras la osadía de permitir a este un buen tiempo en su local, hasta entonces. Tan sólo duro poco en agarrar al minino del cuello y arrojarlo a la calle con ira. Tenía brazos anchos, pudo con él de una manera de la que el felino no esperaba de su broma. Eso basto con quitar la ebriedad al minino.
— ¡Y no vuelvas! —Gritó. — ¡Apestoso gato!
— Le recuerdo que sigo con el olor de su vino. —Respondió, mientras que se reincorporaba demostraba una sonrisa cínica y detestable al respecto. — ¡Pero como sea! Me hiciste recordar cual es exactamente mi motivo en esta ciudad, camarada. ¡Gracias, barbas!
El tabernero no le dio más que una mirada de mal gusto y de extrañeza mientras que su cuerpo se esfumaba en la penumbra de la oscuridad de los callejones. El minino hizo dos movimientos lado a lado de su cuello y de él escaparon el crujir de sus vertebras, se sentía bien tras aquel portazo contra el suelo. Esperaba que los rumores que escuchaba pudiesen ser reales, o su viaje habría sido en vano nada más en los parajes que tanto despreciaba de Lunargenta. Su gente ya era bastante para él, eran tan sólo trabajadores tontos que no habían visto nada más allá de su ciudad protegida por un rey del que no le interesaba en lo más mínimo. Su hedonismo era su verdadero rey.
Pudo denotar al filo de la noche unas luces no muy lejos del camino en el que estaba. Su rostro cada vez más se iluminaba a la par con sus azules ojos de la luz de las llamas que cada vez más se hacían mas grandes en su panorama con cada paso que daba. Su sonrisa se amplió mas de lo esperado.
— Por fin. —Dijo con total satisfacción. — Ahora es tiempo de que el Sombrerero tenga un poco de tiempo libre.
Leyendas, misterios, robos y horrores se decían que podías hallar en mercados como esos. Podías llegar a ver desde órganos hasta de lo más bizarro, tal vez por eso se podía comprender el temor de los comerciantes por el hecho de ser descubiertos a tales horas de la noche y mucho más a los desdichados que estuviesen en esas incómodas situaciones. Pero aún tenía la suerte de hallarse en esas horas en un lugar apropiado, pero no con la mejor seguridad. Sus botas negras se recostaban con una confianza anti-natural a tales horas de la noche; su gran sombrero tapaba la mayor parte de su rostro dejando ver únicamente el delicado y corto hocico de felino, mientras que una de sus manos enguantadas sostenía moviendo una botella de vino, tan sólo girándolo con tal de matar el tiempo. Eran suficientes tragos, con uno solo más aquel pequeño cuerpo podría caer al suelo totalmente exhausto de ebriedad.
— Que noche. —Dijo con una voz amargada, mientras que el humo de su pipa escapaba de su boca.— ¡A estas horas, ¿nadie tiene el gusto de beber un poco?! ¡Y se llaman románticos acobijándose entre el calor de sus cuerpos, ¿eh, calientes?! ¡Déjenme entrar, malditos!
Alzó su copa de vino al aire y derramó un poco sobre su mesa, estaba al aire libre en una taberna cerca de los negocios y posadas. Tuvo la suerte que con un poco de carisma pudiese durar un rato, pero con tal de seguir las normas del local. Solo tenía eso: callarse la boca. Horas como esas, noches como esas, estaban tan calladas como para que alguien empezase a ser escándalo totalmente ebrio.
— Señor. —El dueño del local se había entrometido, acariciaba sus bigotes rojizos a la vez que mantenía una mirada seria al respecto del ebrio felino. — Tuvimos el acuerdo de permitir que se quedará con tal de que hiciera silencio, pero mi esposa no puede dormir. —Miró desde el rabillo del ojo las ventanas del local, su mujer veía en batas la conversación con el minino. — Por las buenas o por las malas.
— Tal vez sólo quiere que duerma yo con ella. —El felino río en carcajadas en su estado de ebriedad, mientras que el humo grisáceo formaba una nube por encima suyo. — ¿Qué tal si la llamas? nunca he probado en hacerlo en una mesa.
No esperaba lo que venía a continuación; el tabernero pateó la mesa y arrojó su preciado vino al suelo. Parecía enojado ante la falta de respeto del felino tras la osadía de permitir a este un buen tiempo en su local, hasta entonces. Tan sólo duro poco en agarrar al minino del cuello y arrojarlo a la calle con ira. Tenía brazos anchos, pudo con él de una manera de la que el felino no esperaba de su broma. Eso basto con quitar la ebriedad al minino.
— ¡Y no vuelvas! —Gritó. — ¡Apestoso gato!
— Le recuerdo que sigo con el olor de su vino. —Respondió, mientras que se reincorporaba demostraba una sonrisa cínica y detestable al respecto. — ¡Pero como sea! Me hiciste recordar cual es exactamente mi motivo en esta ciudad, camarada. ¡Gracias, barbas!
El tabernero no le dio más que una mirada de mal gusto y de extrañeza mientras que su cuerpo se esfumaba en la penumbra de la oscuridad de los callejones. El minino hizo dos movimientos lado a lado de su cuello y de él escaparon el crujir de sus vertebras, se sentía bien tras aquel portazo contra el suelo. Esperaba que los rumores que escuchaba pudiesen ser reales, o su viaje habría sido en vano nada más en los parajes que tanto despreciaba de Lunargenta. Su gente ya era bastante para él, eran tan sólo trabajadores tontos que no habían visto nada más allá de su ciudad protegida por un rey del que no le interesaba en lo más mínimo. Su hedonismo era su verdadero rey.
Pudo denotar al filo de la noche unas luces no muy lejos del camino en el que estaba. Su rostro cada vez más se iluminaba a la par con sus azules ojos de la luz de las llamas que cada vez más se hacían mas grandes en su panorama con cada paso que daba. Su sonrisa se amplió mas de lo esperado.
— Por fin. —Dijo con total satisfacción. — Ahora es tiempo de que el Sombrerero tenga un poco de tiempo libre.
Última edición por Desidenius Rex el Mar Dic 15 2015, 18:41, editado 1 vez
Desidenius Rex
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
Por fin estaba de vuelta en su casa de Lunargenta. Después de tanto tiempo podía sentirse en un hogar de verdad. Su amiga Caroline se había encargado de la casa y su caballo, como siempre hacía cuando él estaba fuera, así que todo estaba ordenado y limpio como si nunca se hubiera ido.
Al poco de llegar deshizo el equipaje, saludó a Alphonse y se acostó un rato para descansar. Lo hubiera dejado para la noche, pero un contacto que le conseguía runas para su trabajo con ellas lo había citado esa misma noche.
- ¡Maldita sea! - maldijo el brujo, para luego paladear un licor de su colección. - ¿Tenía que ser el mismo día que llegara? No podía esperarse un par de días-, se dijo distraído con su bebida.
Poco importaba. No tenía nada que hacer realmente, y un paseo nocturno por su amada ciudad tampoco le haría daño.
La luna pronto sustituyó al sol en el cielo, haciendo que el rubio se activase para salir al encuentro del mercader. Uno de sus abrigos largos sería suficiente para soportar el frío. No necesitaba más, salvo sus armas claro. Conocía bien la ciudad, no era de los lugares más peligrosos del mundo, pero no era buena ir desarmado a determinadas horas.
Los filos helados del viento portuario lo intentaron tomar por sorpresa en cuanto salió a la calle. Llevaba viviendo por allí el tiempo suficiente como para saber que era mejor salir enchaquetado de casa. El salitre le despejó la mente mientras caminaba con paso lento y seguro, hacia su destino en una de las zonas comerciales más importantes de la ciudad.
El hombre al que debía ver era un gran comerciante que traía de todo, aunque su bien más preciado eran las runas que traía de Beltrexus. Realmente, si uno llegaba a perfeccionar la técnica, cualquier piedra podía ser usada como runa. Más era algo que pocos habían alcanzando y él aún estaba lejos de conseguirlo. Necesitaba las piedras preparadas de las islas. Por ahora, de eso estaba seguro.
Las posadas del puerto rebosaban vida, más no podían competir esa noche con los locales del centro. Parecía día festivo, maldita sea. Esa noche no pensaba meterse en ningún bullicio, solo conseguir su mercancía.
- Bueno, pues plan B. Recoger las runas y tomar buen alcohol-, musitó a la vez que abría la puerta del local, sintiendo nada más entrar, el calor acogedor de la llama de la chimenea del salón.
Al poco de llegar deshizo el equipaje, saludó a Alphonse y se acostó un rato para descansar. Lo hubiera dejado para la noche, pero un contacto que le conseguía runas para su trabajo con ellas lo había citado esa misma noche.
- ¡Maldita sea! - maldijo el brujo, para luego paladear un licor de su colección. - ¿Tenía que ser el mismo día que llegara? No podía esperarse un par de días-, se dijo distraído con su bebida.
Poco importaba. No tenía nada que hacer realmente, y un paseo nocturno por su amada ciudad tampoco le haría daño.
La luna pronto sustituyó al sol en el cielo, haciendo que el rubio se activase para salir al encuentro del mercader. Uno de sus abrigos largos sería suficiente para soportar el frío. No necesitaba más, salvo sus armas claro. Conocía bien la ciudad, no era de los lugares más peligrosos del mundo, pero no era buena ir desarmado a determinadas horas.
Los filos helados del viento portuario lo intentaron tomar por sorpresa en cuanto salió a la calle. Llevaba viviendo por allí el tiempo suficiente como para saber que era mejor salir enchaquetado de casa. El salitre le despejó la mente mientras caminaba con paso lento y seguro, hacia su destino en una de las zonas comerciales más importantes de la ciudad.
El hombre al que debía ver era un gran comerciante que traía de todo, aunque su bien más preciado eran las runas que traía de Beltrexus. Realmente, si uno llegaba a perfeccionar la técnica, cualquier piedra podía ser usada como runa. Más era algo que pocos habían alcanzando y él aún estaba lejos de conseguirlo. Necesitaba las piedras preparadas de las islas. Por ahora, de eso estaba seguro.
Las posadas del puerto rebosaban vida, más no podían competir esa noche con los locales del centro. Parecía día festivo, maldita sea. Esa noche no pensaba meterse en ningún bullicio, solo conseguir su mercancía.
- Bueno, pues plan B. Recoger las runas y tomar buen alcohol-, musitó a la vez que abría la puerta del local, sintiendo nada más entrar, el calor acogedor de la llama de la chimenea del salón.
Vincent Calhoun
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
Cuando llego no era lo que esperaba. Las luces eran fuertes, pero eran pocas las antorchas en los callejones del mercado negro. Era evidente, no querían ser descubiertos, pero requerían con que guiarse en aquellos parajes para identificar cada uno de los negocios y no perderse en el manto de sombras que cubrían los callejones. Sin embargo, el gato se guiaba con confianza en los parajes, ya tenía claro el camino que debía de escoger y era visitar a un viejo amigo, Mugin. El minino conocía con exactitud que Mugin tenía un hermano gemelo, Hugin, del cual no había sabido durante mucho tiempo. Ambos eran dueños de una librería, sus pergaminos y enciclopedias eran prohibidas por su material intrínsecamente inmoral.
Recordaba que siempre iba a donde Mugin & Hugin en busca de algún libro en rebajas, siempre solían ir como nómadas en ciudad en ciudad, era una suerte para Rex poder encontrarlos en las ciudades y pueblos más inesperados, en los que solía disfrutar del alcohol y la pasión de aventura en alguna taberna o burdel. Sin embargo, parecía peculiar que tras una carta enviada por Mugin tuviese que visitarlo de vuelta, luego de tantos años sin saber de los paraderos de cada uno. Por lo que veía, Mugin & Hugin ya por fin habían tenido la suerte de asentarse en un lugar sin vagar sin rumbo alguno con sus escrituras prohibidas. Su aspecto no les favorecía tampoco para venderlas, luego de que Koran amenazase la paz del reino de Adelheid, los hombres cuervo fueron muy mal vistos como una amenaza para su sociedad.
Había algo tan cínico que le hacía al felino soltar una leve carcajada al respecto mientras que la nube de la pipa ascendía por encima de su sombrero. No era algo que un viejo amigo haría con los suyos, pero tampoco era algo tan grave como para que en la penumbra de la soledad entre aquellos puestos de mercaderes al aire libre cerrados, pudiesen significar algo. No entendía la razón de que las ventanas de los locales se cerrarán en una noche como esta, que hubiese podido ser una noche de grandes ventas. ¿Se trataba de espías? ¿vampiros? ¿hombres lobo? aquello lo desconocía, pero al menos podría enterarse de lo sucedido con los locales legales cerca de los callejones misteriosos del mercado.
Una mala suerte para él: había una tienda de runas que todavía daba hospedaje a los que estaban dispuestos a vender o comprar sus chucherías arcanas allí. Desidenius no era alguien supersticioso, pero era un poco paranoico con lo que le resultase de naturaleza dañina para él. Venenos, armas, magia, para él todo eso podía ser algo de lo que su vida peligrase. Pero había algo en la magia que le hacía ser más indiferente y era el hecho de no poder dominar esta, no poder conocer aquel arte como lo haría un hechicero. Eran el arma predefinida para aquel pobre ignorante en ella, pero para él, ninguna de esas tres podría compararse con la elocuencia de su afilada y astuta lengua.
Entró a su mera suerte hacía la tienda, sintiendo el cálido y reconfortante calor de la chimenea y la tibia alfombra que daba como bienvenida a los compradores. La belleza del lugar era rústica y humilde, la mayor parte del lugar estaba hecha por pura madera que ante la luz del fuego lucía muy cuidada. Vio a un hombre barbudo a su lado, uno más del que no esperaba que lo echase a patadas, una segunda vez no era lo que quería el minino. Se puso a su lado como si la diferencia no fuese notable, pero lo era bastante. Entre ambos compradores, la diferencia más obvia era entre sus características y tamaños, Desidenius era un enano frente a un coloso.
Apenas llegaba a notarse su cabeza y hombros en el divisor, con lo que pudo echar un ojo a lo que tenía el vendedor. Pergaminos, eso era el montón de basura que tenía repletos sus libreros. Coloco sus manos en la corteza de madera del divisor y el vendedor que destacaba por sus rizos dorados de gran brillo a la luz del fuego dio unas palabras al felino.
— Os doy la bienvenida a mi humilde local. —Dijo bajo la humildad de su cálida y afable voz, echó un ojo más abajo donde noto los ojos azules del minino ocultos en su sombrero, en el que el último se hallaba con una nube de pipa por encima. — Y a vos también, minino. ¿Qué os trae por aquí?
— Busco a los hermanos cuervo. —Contestó; su sofisticación entro en acción. — Como verá, querido y servicial vendedor. Las tiendas del callejón negro están cerradas, por lo que pensé que se hallarían aquí. Sé que a ambos son hombres experimentados en lo arcano.
— Oh, sí. —Respondió el vendedor. — Uno de ellos esta trabajando para mi, es bueno ayudando con los pergaminos a pesar de su aspecto tan demacrado. Sin embargo, me temo que el otro fue asesinado ayer en la noche como a otros más...
El silencio llenó la lengua del gato tras escucharlo.
Recordaba que siempre iba a donde Mugin & Hugin en busca de algún libro en rebajas, siempre solían ir como nómadas en ciudad en ciudad, era una suerte para Rex poder encontrarlos en las ciudades y pueblos más inesperados, en los que solía disfrutar del alcohol y la pasión de aventura en alguna taberna o burdel. Sin embargo, parecía peculiar que tras una carta enviada por Mugin tuviese que visitarlo de vuelta, luego de tantos años sin saber de los paraderos de cada uno. Por lo que veía, Mugin & Hugin ya por fin habían tenido la suerte de asentarse en un lugar sin vagar sin rumbo alguno con sus escrituras prohibidas. Su aspecto no les favorecía tampoco para venderlas, luego de que Koran amenazase la paz del reino de Adelheid, los hombres cuervo fueron muy mal vistos como una amenaza para su sociedad.
Había algo tan cínico que le hacía al felino soltar una leve carcajada al respecto mientras que la nube de la pipa ascendía por encima de su sombrero. No era algo que un viejo amigo haría con los suyos, pero tampoco era algo tan grave como para que en la penumbra de la soledad entre aquellos puestos de mercaderes al aire libre cerrados, pudiesen significar algo. No entendía la razón de que las ventanas de los locales se cerrarán en una noche como esta, que hubiese podido ser una noche de grandes ventas. ¿Se trataba de espías? ¿vampiros? ¿hombres lobo? aquello lo desconocía, pero al menos podría enterarse de lo sucedido con los locales legales cerca de los callejones misteriosos del mercado.
Una mala suerte para él: había una tienda de runas que todavía daba hospedaje a los que estaban dispuestos a vender o comprar sus chucherías arcanas allí. Desidenius no era alguien supersticioso, pero era un poco paranoico con lo que le resultase de naturaleza dañina para él. Venenos, armas, magia, para él todo eso podía ser algo de lo que su vida peligrase. Pero había algo en la magia que le hacía ser más indiferente y era el hecho de no poder dominar esta, no poder conocer aquel arte como lo haría un hechicero. Eran el arma predefinida para aquel pobre ignorante en ella, pero para él, ninguna de esas tres podría compararse con la elocuencia de su afilada y astuta lengua.
Entró a su mera suerte hacía la tienda, sintiendo el cálido y reconfortante calor de la chimenea y la tibia alfombra que daba como bienvenida a los compradores. La belleza del lugar era rústica y humilde, la mayor parte del lugar estaba hecha por pura madera que ante la luz del fuego lucía muy cuidada. Vio a un hombre barbudo a su lado, uno más del que no esperaba que lo echase a patadas, una segunda vez no era lo que quería el minino. Se puso a su lado como si la diferencia no fuese notable, pero lo era bastante. Entre ambos compradores, la diferencia más obvia era entre sus características y tamaños, Desidenius era un enano frente a un coloso.
Apenas llegaba a notarse su cabeza y hombros en el divisor, con lo que pudo echar un ojo a lo que tenía el vendedor. Pergaminos, eso era el montón de basura que tenía repletos sus libreros. Coloco sus manos en la corteza de madera del divisor y el vendedor que destacaba por sus rizos dorados de gran brillo a la luz del fuego dio unas palabras al felino.
— Os doy la bienvenida a mi humilde local. —Dijo bajo la humildad de su cálida y afable voz, echó un ojo más abajo donde noto los ojos azules del minino ocultos en su sombrero, en el que el último se hallaba con una nube de pipa por encima. — Y a vos también, minino. ¿Qué os trae por aquí?
— Busco a los hermanos cuervo. —Contestó; su sofisticación entro en acción. — Como verá, querido y servicial vendedor. Las tiendas del callejón negro están cerradas, por lo que pensé que se hallarían aquí. Sé que a ambos son hombres experimentados en lo arcano.
— Oh, sí. —Respondió el vendedor. — Uno de ellos esta trabajando para mi, es bueno ayudando con los pergaminos a pesar de su aspecto tan demacrado. Sin embargo, me temo que el otro fue asesinado ayer en la noche como a otros más...
El silencio llenó la lengua del gato tras escucharlo.
Desidenius Rex
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
No entendía la necesidad de que el comerciante decidiera venderle lo que necesitaba en hora tan tardía. Ni que se fuera a acabar el mundo al día siguiente, y si esa era la situación, vender, o comprar unas runas en su caso, carecería de importancia. Más les valía estar con sus seres queridos, tomando licores, o que cojones, en una bacanal haciendo todo a la vez.
- Hey Michel, ¿tienes lo mío? - saludó con su sonrisa habitual, como si fuera por la tarde y el horario más normal del mundo. - Como sigas abriendo hasta tan tarde te vas a morir por no dormir-, comentó antes de reir.
- Que va Vincent, hoy ni he abierto. Solo a esta hora para darte tu pedido, porque sé que es importante para ti. Luego seguramente eche el cierre al local una temporada-, dijo algo nervioso.
Parecía que iba a seguir hablando, más al escuchar la campanilla señalando que la puerta se había abierto se puso pálido y dejó la conversación a medias. Qué raro era todo, a lo mejor el mundo se acababa mañana después de todo, y era último en enterarse.
Por unos instantes pensó que no había cerrado la puerta correctamente, abriéndose solo por el viento. Casi dio un respingo cuando el comerciante se dirigió a un sujeto y este respondió igualmente. Maldita sea, no lo había escuchado andar, debía ser muy ligero. Y tanto que lo era comprobó al ver a su acompañante, nada más y nada menos que un gato. Un gato que hablaba, que sería lo próximo, ¿un conejo guerrero? ¿un hombre con magia? bromeó mentalmente. Aerandir era un sitio que no dejaba de sorprender al rubio con su diversidad de razas.
De todos modos, tuvo que ponerse más serio al escuchar la conversación de Michel con el gato bestia.
- ¿El hermano de tu ayudante ha sido asesinado? - se metió en la conversación. - ¿Es por luto que cierras temporalmente?
- Por eso y por otras cosa que han ido ocurriendo últimamente-, contestó algo esquivo.
Ahora que lo pensaba. Salvo la posada llena de gentes el resto de locales estaban cerrados, lo había achacado al horario, pero esa zona tenía muchos locales clandestinos. Vamos, que era la hora para estar abiertos y no al contrario.
- ¿Qué pasa? He estado mucho tiempo fuera, pero es evidente que algo va mal. Todos los negocios están cerrados-, respondió. - Puedes contármelo, ya sabes que me encanta meterme en follones-, bromeó, sabiendo que iba camino de otra aventura. Al menos esta vez era él el que buscaba los problemas y no al revés.
- Hey Michel, ¿tienes lo mío? - saludó con su sonrisa habitual, como si fuera por la tarde y el horario más normal del mundo. - Como sigas abriendo hasta tan tarde te vas a morir por no dormir-, comentó antes de reir.
- Que va Vincent, hoy ni he abierto. Solo a esta hora para darte tu pedido, porque sé que es importante para ti. Luego seguramente eche el cierre al local una temporada-, dijo algo nervioso.
Parecía que iba a seguir hablando, más al escuchar la campanilla señalando que la puerta se había abierto se puso pálido y dejó la conversación a medias. Qué raro era todo, a lo mejor el mundo se acababa mañana después de todo, y era último en enterarse.
Por unos instantes pensó que no había cerrado la puerta correctamente, abriéndose solo por el viento. Casi dio un respingo cuando el comerciante se dirigió a un sujeto y este respondió igualmente. Maldita sea, no lo había escuchado andar, debía ser muy ligero. Y tanto que lo era comprobó al ver a su acompañante, nada más y nada menos que un gato. Un gato que hablaba, que sería lo próximo, ¿un conejo guerrero? ¿un hombre con magia? bromeó mentalmente. Aerandir era un sitio que no dejaba de sorprender al rubio con su diversidad de razas.
De todos modos, tuvo que ponerse más serio al escuchar la conversación de Michel con el gato bestia.
- ¿El hermano de tu ayudante ha sido asesinado? - se metió en la conversación. - ¿Es por luto que cierras temporalmente?
- Por eso y por otras cosa que han ido ocurriendo últimamente-, contestó algo esquivo.
Ahora que lo pensaba. Salvo la posada llena de gentes el resto de locales estaban cerrados, lo había achacado al horario, pero esa zona tenía muchos locales clandestinos. Vamos, que era la hora para estar abiertos y no al contrario.
- ¿Qué pasa? He estado mucho tiempo fuera, pero es evidente que algo va mal. Todos los negocios están cerrados-, respondió. - Puedes contármelo, ya sabes que me encanta meterme en follones-, bromeó, sabiendo que iba camino de otra aventura. Al menos esta vez era él el que buscaba los problemas y no al revés.
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
Cuando a alguien, que nunca hubiera puesto pie en la ciudad, oye decir la frase "Las noches de Lunargenta”, a su mente podrían venir toda clase de fantasías románticas adornadas con velas, promesas, palabras de amor y besos furtivos, en cambio para los que habitaban en ella o bien son habituales visitantes de la Ciudad Fortaleza, saben bien que “Las noches de Lunargenta” no son románticas, ni hay bardos con plumas en el sombrero, ni poetas sensibleros, ni paseos a la luz de la luna.
La ciudad de noche no era un lugar que caminarías solo sin obedecer a alguna imperiosa necesidad, menos aún adentrarte en barrios y callejones sin compañía de una escolta, no, un ciudadano respetable y de buena familia, una vez caía la tarde, se guardaría en su casa, cerraría su puerta a “cal y canto” y nada más. Las calles de noche eran el dominio de toda clase de demonios, locos y peligrosos, de vicios y criminales.
Nada bueno había en las calles de noche, y en este dicho se entiende que un par de zapatos siguieran recorriendo el adoquín a tan altas horas, no era un paso sigiloso, no era cauto ni secreto, era el andar de alguien que se siente como en casa, que es parte de las calles y las noches, las antorchas y las sombras.
La noche había tomado a Polvoso dentro de un local en la calle de los curtidores. Después de una larga y ardua negociación, o bien lo que otro podría decir “tomadura de pelo”, le había endilgado al “entusiasta” hijo del propietario del local, un lote de pieles del cual no podría adivinarse su procedencia pero ofrecidas cual si fueran las del mejor ganado, la historia podría contarse, pero basta decir que el “empresario en ciernes” estaba cierto que había hecho el negocio de su vida, uno que sin duda haría sentir orgulloso a su padre pues le traería al curtidor altos beneficios.
Así pues, una vez terminados sus negocios, restaba poco por hacer ese día, pero a Polvoso simplemente no se le antoja el ir a guardarse en la posada donde se hospedaba, el aire frío de la noche despertaba sus sentidos y le generaba una ansiedad que ya era habitual, necesitaba terminar el día de alguna otra manera que no fuera simplemente ir a planchar la oreja.
Apuró el paso, esquivando charcos y desperdicios, hacia la plazuela de la fuente y de ahí, en seguida torciendo a la derecha por detrás de la casa de las costureras, hacia la única calle donde se le ocurría que aún pudiera encontrar algo de actividad que no fueran tabernas y lupanares, aquellos comercios que no se mezclarían con la vida diurna de la ciudad, de los cuales sus clientes no querrían que se les viera adquiriendo su mercancía a plena luz del día.
Al torcer la última esquina…Nada, si bien no esperaba encontrar con un bullicio, no esperaba que todos los locales estuvieran cerrados, apretó los puños y maldijo para si- “Voto a todos los demonios, que pasa esta noche que esta todo tan quieto, uno que no quiere ir a dormir y esta ciudad más bien pareciera aldea de granjeros”.
Desesperado y molesto estuvo a punto de dar la media vuelta pero una tenue luz llamó su atención, curioso, se acercó unos cuantos pasos en esa dirección tratando de identificar su origen, encontró que se trataba de un local especializado en la venta de Runas, al menos así lo describía el letrero que pendía a un costado de la puerta. La luz provenía de la única ventana que se apreciaba en la fachada del negocio, un pequeño ojo de buey clavado en la mitad de la puerta.
Con paso sigiloso, Polvoso se acercó a la puerta, con el fin de enterarse que ocurría en su interior, así pues pegó oreja contra la puerta, logrando escuchar 3 voces pero el grosor de la madera no le permitía escuchar con claridad, al acercar su mejilla se dio cuenta de que la puerta cedía, estaba abierta sin llave ni cerrojo, empujó levemente, para abrir apenas una rendija que le permitiría enterarse de lo se hablaba dentro, alcanzo a escuchar una voz aguda, algo raro tenía que no alcanzaba a identificar que preguntaba..
- …Las tiendas del callejón negro están cerradas, por lo que pensé que se hallarían aquí. Sé que a ambos son hombres experimentados en lo arcano.
Y una voz de mayor edad, muy formal, respondió
- Oh, sí. Uno de ellos está trabajando para mí, es bueno ayudando con los pergaminos a pesar de su aspecto tan demacrado. Sin embargo, me temo que el otro fue asesinado ayer en la noche como a otros más...
La tercera voz intervino, una voz grave pero joven,
- ¿El hermano de tu ayudante ha sido asesinado? ¿Es por luto que cierras temporalmente?
De nuevo la segunda voz habló
- Por eso y por otras cosa que han ido ocurriendo últimamente...
Polvoso se despegó un poco y murmuró -“Asesinatos… es por eso que no hay ni un alma en el callejón y yo aquí caminando cual turista sin enterarme de nada”, Polvoso pensó que si los negocios de la zona, que más bien se orientaban a negociar con lo “incorrecto”, habían decidido cerrar, aquel dichoso asesinato no se trataba de una pelea de borrachos que acabara mal, era algo un poco más “violento” podría decirse.
Polvoso se incorporó, echo una rápida ojeada al interior a través de la ventana alcanzando a divisar a las 3 figuras, 2 de espaldas una figura un poco mas alta que él que se cubría con un abrigo largo y otra más baja y delgada, portaba una capa que le impedía ver mas detalle y un curioso sombrero, la última parecía ser el tendero, ubicado al otro lado del mostrador. Polvoso se incorporó aliso un poco sus ropas y abrió la puerta entrando con él un poco del callejero aire frío.
Frotándose las manos y sacudiéndose el cabello, entró exclamando como si de cualquier posada se tratara:
- Vaya que estos aires nocturnos del puerto, duelen hasta los huesos cual si fueran reumas, ¡Vaya con este clima!,
Habiendo llamado su atención, levantó la mirada hacia el grupo diciendo:
- Disculpen el atrevimiento caballeros, si me permiten y no los interrumpo, quedé de verme con un conocido en un local en esta misma calle, aquí muy cerca, pero veo que todo se encuentra cerrado, es que algo ha pasado?
La ciudad de noche no era un lugar que caminarías solo sin obedecer a alguna imperiosa necesidad, menos aún adentrarte en barrios y callejones sin compañía de una escolta, no, un ciudadano respetable y de buena familia, una vez caía la tarde, se guardaría en su casa, cerraría su puerta a “cal y canto” y nada más. Las calles de noche eran el dominio de toda clase de demonios, locos y peligrosos, de vicios y criminales.
Nada bueno había en las calles de noche, y en este dicho se entiende que un par de zapatos siguieran recorriendo el adoquín a tan altas horas, no era un paso sigiloso, no era cauto ni secreto, era el andar de alguien que se siente como en casa, que es parte de las calles y las noches, las antorchas y las sombras.
La noche había tomado a Polvoso dentro de un local en la calle de los curtidores. Después de una larga y ardua negociación, o bien lo que otro podría decir “tomadura de pelo”, le había endilgado al “entusiasta” hijo del propietario del local, un lote de pieles del cual no podría adivinarse su procedencia pero ofrecidas cual si fueran las del mejor ganado, la historia podría contarse, pero basta decir que el “empresario en ciernes” estaba cierto que había hecho el negocio de su vida, uno que sin duda haría sentir orgulloso a su padre pues le traería al curtidor altos beneficios.
Así pues, una vez terminados sus negocios, restaba poco por hacer ese día, pero a Polvoso simplemente no se le antoja el ir a guardarse en la posada donde se hospedaba, el aire frío de la noche despertaba sus sentidos y le generaba una ansiedad que ya era habitual, necesitaba terminar el día de alguna otra manera que no fuera simplemente ir a planchar la oreja.
Apuró el paso, esquivando charcos y desperdicios, hacia la plazuela de la fuente y de ahí, en seguida torciendo a la derecha por detrás de la casa de las costureras, hacia la única calle donde se le ocurría que aún pudiera encontrar algo de actividad que no fueran tabernas y lupanares, aquellos comercios que no se mezclarían con la vida diurna de la ciudad, de los cuales sus clientes no querrían que se les viera adquiriendo su mercancía a plena luz del día.
Al torcer la última esquina…Nada, si bien no esperaba encontrar con un bullicio, no esperaba que todos los locales estuvieran cerrados, apretó los puños y maldijo para si- “Voto a todos los demonios, que pasa esta noche que esta todo tan quieto, uno que no quiere ir a dormir y esta ciudad más bien pareciera aldea de granjeros”.
Desesperado y molesto estuvo a punto de dar la media vuelta pero una tenue luz llamó su atención, curioso, se acercó unos cuantos pasos en esa dirección tratando de identificar su origen, encontró que se trataba de un local especializado en la venta de Runas, al menos así lo describía el letrero que pendía a un costado de la puerta. La luz provenía de la única ventana que se apreciaba en la fachada del negocio, un pequeño ojo de buey clavado en la mitad de la puerta.
Con paso sigiloso, Polvoso se acercó a la puerta, con el fin de enterarse que ocurría en su interior, así pues pegó oreja contra la puerta, logrando escuchar 3 voces pero el grosor de la madera no le permitía escuchar con claridad, al acercar su mejilla se dio cuenta de que la puerta cedía, estaba abierta sin llave ni cerrojo, empujó levemente, para abrir apenas una rendija que le permitiría enterarse de lo se hablaba dentro, alcanzo a escuchar una voz aguda, algo raro tenía que no alcanzaba a identificar que preguntaba..
- …Las tiendas del callejón negro están cerradas, por lo que pensé que se hallarían aquí. Sé que a ambos son hombres experimentados en lo arcano.
Y una voz de mayor edad, muy formal, respondió
- Oh, sí. Uno de ellos está trabajando para mí, es bueno ayudando con los pergaminos a pesar de su aspecto tan demacrado. Sin embargo, me temo que el otro fue asesinado ayer en la noche como a otros más...
La tercera voz intervino, una voz grave pero joven,
- ¿El hermano de tu ayudante ha sido asesinado? ¿Es por luto que cierras temporalmente?
De nuevo la segunda voz habló
- Por eso y por otras cosa que han ido ocurriendo últimamente...
Polvoso se despegó un poco y murmuró -“Asesinatos… es por eso que no hay ni un alma en el callejón y yo aquí caminando cual turista sin enterarme de nada”, Polvoso pensó que si los negocios de la zona, que más bien se orientaban a negociar con lo “incorrecto”, habían decidido cerrar, aquel dichoso asesinato no se trataba de una pelea de borrachos que acabara mal, era algo un poco más “violento” podría decirse.
Polvoso se incorporó, echo una rápida ojeada al interior a través de la ventana alcanzando a divisar a las 3 figuras, 2 de espaldas una figura un poco mas alta que él que se cubría con un abrigo largo y otra más baja y delgada, portaba una capa que le impedía ver mas detalle y un curioso sombrero, la última parecía ser el tendero, ubicado al otro lado del mostrador. Polvoso se incorporó aliso un poco sus ropas y abrió la puerta entrando con él un poco del callejero aire frío.
Frotándose las manos y sacudiéndose el cabello, entró exclamando como si de cualquier posada se tratara:
- Vaya que estos aires nocturnos del puerto, duelen hasta los huesos cual si fueran reumas, ¡Vaya con este clima!,
Habiendo llamado su atención, levantó la mirada hacia el grupo diciendo:
- Disculpen el atrevimiento caballeros, si me permiten y no los interrumpo, quedé de verme con un conocido en un local en esta misma calle, aquí muy cerca, pero veo que todo se encuentra cerrado, es que algo ha pasado?
Última edición por Polvoso Wersie Stehlen el Jue Oct 08 2015, 18:13, editado 1 vez (Razón : ortografía)
Polvoso Wersie Stehlen
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
¿Uno de los hermanos había muerto? no lo podía creer. El odio a los hombres cuervos no podía ser el motivo, se hallaban muy lejos de casa como para que el racismo a eso de los suyos llegase a ser un problema. Tal vez, como era de esperarse, lo que vendían termino ocasionando la muerte de uno de ellos por ciertas cosas que el destino meritaba a que pasasen. Sabía que la muerte de uno de los hermanos sería devastadora como cualquier desventura, solo que mucho más profunda para el único hermano con vida en ese entonces.
Antes de que su boca retraída de la sorpresa pudiese salir a la luz y decir unas cuantas palabras, el hombre a su lado intervino con algo de curiosidad al respecto. No le gustaba al minino que un desconocido y un probable campesino cualquiera se metiese en sus asuntos y menos en el tema que debía de tratar, más sin embargo, pudo decir unas cuantas palabras que facilitaban al minino su búsqueda sin necesidad de abrir la boca. Conocía al dueño, eso era útil, pero él conocía a los hermanos, eso era mas de lo que su utilidad podría servirle de un desconocido.
— Oye, larguirucho. —El minino lanzó una pasiva nube de humo de su boca hacia el rostro del sujeto, se disolvía en el aire de una forma muy serena. — Me temo deciros que lo que preguntáis es asunto mío. Soy amigo de los hermanos Hugin & Mugin.
— ¡Oh, ya sé quien sois! —El vendedor interrumpió, emocionado— ¡El Sombrero es usted! ¿No es así? perdone mi emoción, pero he de haber recordado que Hugin había hecho una carta para vos de la que a menudo se quejaba por lo tarde que había llegado, pero parece que usted ha llegado justo a tiempo. —Miró a la ventana, ennegrecida.— Eso creo...
— ¿Y sabéis dónde esta Hugin ahora, camarada? —Quitó la pipa de su boca y tiró dos aros grises de ella. — ¿Acaso por fin aprendió a seducir como un galán como yo y consiguió a una pareja? ojalá, pensé que esos hermanos se daban entre sí.
— No, no exactamente. —Dijo el vendedor, alzando una ceja de la impresión que le causaba escuchar a alguien tan pequeño tan pícaro. — Hugin esta en el sótano, le gusta estar en la oscuridad por extraña razón. Mi criada dice que hace ritos de magia negra, pero creo que solamente esta deprimido por la pérdida.
El comerciante seguía, mientras que entre los tres no se percataban del sonido de las bisagras de la puerta que indicaban la apertura de esta y como consecuencia, la llegada de alguien a la tienda.
— Según dicen. —Contaba el vendedor, en forma de susurro.— Una de las cabezas principales en el mercado negro ha muerto recientemente, pero ha entregado cargamento especial a los que considera fieles, a los que considera sus herederos. Ese sujeto era muy supersticioso, a pesar de que su única pasión eran sus plantas. Él era un maestro en el herbolario de toda Aerandir...
— ¡Oye, continua! —Dijo más grave el felino, dejándose de modales.
— No, ya no sé mas. —Susurraba, algo paranoico— No quiero rumores surcando hacia mi, el que sabe más al respecto es Hugin. ¿Vale? así que por favor, si va a comprar hágalo y si no lárguese.
Tras la apertura de la puerta, pudo escucharse exclamando como si fuese un cálido y bello día a un hombre que, tras Rex girarse hacia atrás, lucía mas excéntrico que los sujetos con los que estaba en la conversación y que, sin duda, era otro más metiéndose en lo que no le incumbía. Pálido, ojos que parecían indicar alguna especie de insomnio tarde o temprano en su vida y un mechón blanco que destacaba entre el alborotado conjunto de pelo negro. Era extraño incluso para un gato de baja estatura y con un gran sombrero sobre su cabeza.
— Bienvenido, señor. —Dijo al nuevo invitado que ignoró parcialmente en el momento que contaba aquellos relatos al minino y el barbudo, pero se molestó tras escuchar mucho más curiosidad en sus clientes en ves del deseo en comprar lo que ofrecía. — Pues, ya sabe. La corrupción es usual de verse en este tipo de callejones...
El minino tenía su cara recostada en la barra de madera que lo dividía con el vendedor. Su rostro yacía acostado horizontalmente a un lado, mirando las largas y cuidadas piernas de la criada que yacía limpiando el polvo de las urnas que tenía el afable y simpático vendedor en su tienda. Esbelta y voluptuosa, el minino parecía haberse olvidado de sus motivos en la tienda. Estoy dudando de tu sexualidad, Hugin pensaba para sí mismo, pero su concentración en aquella imagen femenina acabó tras el momento en el que el vendedor daba pequeños golpes a la madera para despertar al minino de su ensueño.
— Señor. —El vendedor proseguía con la conversación con el minino— ¿Va a comprar algo o no?
— ¿Podría vuestra criada abrir sus piernas? —Respondió el minino, tratando de cambiarlo para que no notase la diferencia alguna. — Quiero decir, sótano.
— Claro, señor. —El vendedor se giró a su primer cliente tras ese mismo instante, para darle un breve susurro. — Necesitaré que vigiles a este tipo. No sé que trama hacer con mi ayudante... me encargaré de este cliente primero. No me olvidaré de ti, tranquilo.
Antes de que su boca retraída de la sorpresa pudiese salir a la luz y decir unas cuantas palabras, el hombre a su lado intervino con algo de curiosidad al respecto. No le gustaba al minino que un desconocido y un probable campesino cualquiera se metiese en sus asuntos y menos en el tema que debía de tratar, más sin embargo, pudo decir unas cuantas palabras que facilitaban al minino su búsqueda sin necesidad de abrir la boca. Conocía al dueño, eso era útil, pero él conocía a los hermanos, eso era mas de lo que su utilidad podría servirle de un desconocido.
— Oye, larguirucho. —El minino lanzó una pasiva nube de humo de su boca hacia el rostro del sujeto, se disolvía en el aire de una forma muy serena. — Me temo deciros que lo que preguntáis es asunto mío. Soy amigo de los hermanos Hugin & Mugin.
— ¡Oh, ya sé quien sois! —El vendedor interrumpió, emocionado— ¡El Sombrero es usted! ¿No es así? perdone mi emoción, pero he de haber recordado que Hugin había hecho una carta para vos de la que a menudo se quejaba por lo tarde que había llegado, pero parece que usted ha llegado justo a tiempo. —Miró a la ventana, ennegrecida.— Eso creo...
— ¿Y sabéis dónde esta Hugin ahora, camarada? —Quitó la pipa de su boca y tiró dos aros grises de ella. — ¿Acaso por fin aprendió a seducir como un galán como yo y consiguió a una pareja? ojalá, pensé que esos hermanos se daban entre sí.
— No, no exactamente. —Dijo el vendedor, alzando una ceja de la impresión que le causaba escuchar a alguien tan pequeño tan pícaro. — Hugin esta en el sótano, le gusta estar en la oscuridad por extraña razón. Mi criada dice que hace ritos de magia negra, pero creo que solamente esta deprimido por la pérdida.
El comerciante seguía, mientras que entre los tres no se percataban del sonido de las bisagras de la puerta que indicaban la apertura de esta y como consecuencia, la llegada de alguien a la tienda.
— Según dicen. —Contaba el vendedor, en forma de susurro.— Una de las cabezas principales en el mercado negro ha muerto recientemente, pero ha entregado cargamento especial a los que considera fieles, a los que considera sus herederos. Ese sujeto era muy supersticioso, a pesar de que su única pasión eran sus plantas. Él era un maestro en el herbolario de toda Aerandir...
— ¡Oye, continua! —Dijo más grave el felino, dejándose de modales.
— No, ya no sé mas. —Susurraba, algo paranoico— No quiero rumores surcando hacia mi, el que sabe más al respecto es Hugin. ¿Vale? así que por favor, si va a comprar hágalo y si no lárguese.
Tras la apertura de la puerta, pudo escucharse exclamando como si fuese un cálido y bello día a un hombre que, tras Rex girarse hacia atrás, lucía mas excéntrico que los sujetos con los que estaba en la conversación y que, sin duda, era otro más metiéndose en lo que no le incumbía. Pálido, ojos que parecían indicar alguna especie de insomnio tarde o temprano en su vida y un mechón blanco que destacaba entre el alborotado conjunto de pelo negro. Era extraño incluso para un gato de baja estatura y con un gran sombrero sobre su cabeza.
— Bienvenido, señor. —Dijo al nuevo invitado que ignoró parcialmente en el momento que contaba aquellos relatos al minino y el barbudo, pero se molestó tras escuchar mucho más curiosidad en sus clientes en ves del deseo en comprar lo que ofrecía. — Pues, ya sabe. La corrupción es usual de verse en este tipo de callejones...
El minino tenía su cara recostada en la barra de madera que lo dividía con el vendedor. Su rostro yacía acostado horizontalmente a un lado, mirando las largas y cuidadas piernas de la criada que yacía limpiando el polvo de las urnas que tenía el afable y simpático vendedor en su tienda. Esbelta y voluptuosa, el minino parecía haberse olvidado de sus motivos en la tienda. Estoy dudando de tu sexualidad, Hugin pensaba para sí mismo, pero su concentración en aquella imagen femenina acabó tras el momento en el que el vendedor daba pequeños golpes a la madera para despertar al minino de su ensueño.
— Señor. —El vendedor proseguía con la conversación con el minino— ¿Va a comprar algo o no?
— ¿Podría vuestra criada abrir sus piernas? —Respondió el minino, tratando de cambiarlo para que no notase la diferencia alguna. — Quiero decir, sótano.
— Claro, señor. —El vendedor se giró a su primer cliente tras ese mismo instante, para darle un breve susurro. — Necesitaré que vigiles a este tipo. No sé que trama hacer con mi ayudante... me encargaré de este cliente primero. No me olvidaré de ti, tranquilo.
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
El brujo había intentado buscar una forma de ayudar en el asunto para tranquilizar al tendero. Se notaba en su mirada que lo estaba pasando francamente mal con los asesinatos misterios, no obstante el gato lo consideraba un asunto personal. Debía considerarlo así por la muerte de su amigo sin duda.
- También es asunto mío si afecta a mi amigo-, comentó haciendo caso omiso al humo de su pipa. - Juntos seguro que podemos conseguir mejores progreso que por separa o eso creo yo-, dijo con tono cordial.
La verdad era que la lengua del gato era tan afilada como una espada, mas al rubio eso le daba igual. Pensaba ayudar al tendero le gustara o no al minino, y lo haría con su ayuda o solo, si este no creía que el brujo le fuera de utilidad. Ya había vivido situaciones así en el pasado. Varias personas de distinta personalidad que los hilos de la vida los juntaba en un preciso instante para un mismo objetivo. Y si bien siempre podían actuar por separado, cuando conseguían aliarse, aunque fuera momentáneamente, solían conseguir mejores resultados que al contrario.
Michel pareció reconocer al gato como “el sombrerero” en referencia a una carta. Esto hizo que se animase a contar más sobre lo sucedido para que acabara muerto su ayudante. Todo parecía tratarse de la muerte del cabecilla del mercado negro y algo sobre unas posesiones entregadas a sus personas de mayor confianza. Así que todo se trataba de un ajuste de cuentas entre bandas, o alguien quería más poder del que se le había asignado en herencia. Fuera como fuese, el caso es que la muerte del viejo era un momento propicio para los ávidos de poder. ¿Pero como entraba el ayudante de Michel en todo esto? ¿Había visto algo que no debía? ¿Tenía tratos con los hombres en las sombras? ¿Su hermano asesinado era el que sabía demasiado?
Vincent no siguió con sus pesquisas mentales, pues otro hombre hizo su aparición en la tienda centrando su atención. Era un hombre en apariencia de su misma edad y solo un poco más bajo que él. En realidad alguien de lo más corriente salvo por su aspecto. No sabía cómo reaccionar, podría ser de utilidad aunque también podría ser solo un vecino curioso, e incluso alguien del mercado negro. No tuvo que pensar cómo actuar con el nuevo visitante ya que Michel le susurró que vigilase al gato mientras él se encargaba de recibir al hombre.
El brujo se encogió de hombros. Daba igual. Pensaba informarse de lo sucedido hablando con Hugin de todos modos. La bella criada contoneó su cuerpo con elegancia mientras se dirigía hacia la puerta del sótano. Era algo digno de verse, y aunque no miró al gato en el trayecto, sabía por su juego de palabras sobre la mujer que seguro no se le escapaba detalle de su vaivén. El sonido característico de una cerradura al abrirse se escuchó en el pasillo.
- El ayudante está justo al bajar estas escaleras-, dijo con voz melosa la muchacha.
- Gracias-, le sonrió. - Espero no traerte muchas molestias con todo esto.
- Para nada señor. Si conseguís devolver la normalidad a este barrio os estaremos muy agradecidos-, contestó.
Seguro que no iba por ahí la conversación de la mujer, pero tener a una chica agradecida no era mala recompensa. El rubio sonrió por sus pensamientos, parece que se le estaba pegando las cosas del minino. Aunque seguro que este no se cortaba de decirlo, como había demostrado antes.
- Bueno, los gatos primero-, se dirigió hacia este. - Te sigo. Por cierto, ¿cómo te llamas? Mi nombre es Vincent.
- También es asunto mío si afecta a mi amigo-, comentó haciendo caso omiso al humo de su pipa. - Juntos seguro que podemos conseguir mejores progreso que por separa o eso creo yo-, dijo con tono cordial.
La verdad era que la lengua del gato era tan afilada como una espada, mas al rubio eso le daba igual. Pensaba ayudar al tendero le gustara o no al minino, y lo haría con su ayuda o solo, si este no creía que el brujo le fuera de utilidad. Ya había vivido situaciones así en el pasado. Varias personas de distinta personalidad que los hilos de la vida los juntaba en un preciso instante para un mismo objetivo. Y si bien siempre podían actuar por separado, cuando conseguían aliarse, aunque fuera momentáneamente, solían conseguir mejores resultados que al contrario.
Michel pareció reconocer al gato como “el sombrerero” en referencia a una carta. Esto hizo que se animase a contar más sobre lo sucedido para que acabara muerto su ayudante. Todo parecía tratarse de la muerte del cabecilla del mercado negro y algo sobre unas posesiones entregadas a sus personas de mayor confianza. Así que todo se trataba de un ajuste de cuentas entre bandas, o alguien quería más poder del que se le había asignado en herencia. Fuera como fuese, el caso es que la muerte del viejo era un momento propicio para los ávidos de poder. ¿Pero como entraba el ayudante de Michel en todo esto? ¿Había visto algo que no debía? ¿Tenía tratos con los hombres en las sombras? ¿Su hermano asesinado era el que sabía demasiado?
Vincent no siguió con sus pesquisas mentales, pues otro hombre hizo su aparición en la tienda centrando su atención. Era un hombre en apariencia de su misma edad y solo un poco más bajo que él. En realidad alguien de lo más corriente salvo por su aspecto. No sabía cómo reaccionar, podría ser de utilidad aunque también podría ser solo un vecino curioso, e incluso alguien del mercado negro. No tuvo que pensar cómo actuar con el nuevo visitante ya que Michel le susurró que vigilase al gato mientras él se encargaba de recibir al hombre.
El brujo se encogió de hombros. Daba igual. Pensaba informarse de lo sucedido hablando con Hugin de todos modos. La bella criada contoneó su cuerpo con elegancia mientras se dirigía hacia la puerta del sótano. Era algo digno de verse, y aunque no miró al gato en el trayecto, sabía por su juego de palabras sobre la mujer que seguro no se le escapaba detalle de su vaivén. El sonido característico de una cerradura al abrirse se escuchó en el pasillo.
- El ayudante está justo al bajar estas escaleras-, dijo con voz melosa la muchacha.
- Gracias-, le sonrió. - Espero no traerte muchas molestias con todo esto.
- Para nada señor. Si conseguís devolver la normalidad a este barrio os estaremos muy agradecidos-, contestó.
Seguro que no iba por ahí la conversación de la mujer, pero tener a una chica agradecida no era mala recompensa. El rubio sonrió por sus pensamientos, parece que se le estaba pegando las cosas del minino. Aunque seguro que este no se cortaba de decirlo, como había demostrado antes.
- Bueno, los gatos primero-, se dirigió hacia este. - Te sigo. Por cierto, ¿cómo te llamas? Mi nombre es Vincent.
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
Dada la reacción de los que se encontraban en aquel local ante la abrupta entrada de Polvoso, se podía a confirmar que ahí no era bien recibido, los dos "clientes" apenas le habían dedicado una ojeada antes de seguir con sus asuntos y el tendero le había respondido con un "lárguese si no va a comprar" políticamente correcto.
Pero las conversaciones eran de lo más interesantes, cuando algún hampón de aquellos que presumen contar con dominio y cierto poder era asesinado, las cosas solían ponerse feas para el ciudadano común, todos aquellos que simpatizaban con el muerto terminarían pagando su lealtad al nuevo mandón, y si había una disputa entre más de uno, por el espacio ahora vacío, nunca se sabía quien más podría amanecer tieso a la mañana siguiente.
En ese momento toda la atención se dividía de momento entre el dichoso “ayudante” que se encontraba en el sótano del local y el trasero de la moza que limpiaba las urnas, el siguiente paso fue que los dos puntos de interés se unieron, pues ella serviría de guía para los dos personajes que ahora bajarían al sótano para encontrarse con el sujeto en cuestión.
Era claro que Polvoso no bajaría, no había forma de inmiscuirse en el asunto , así pues decidió hacer lo que mejor sabía hacer de manera que pudiera ganar algo de tiempo, mientras los otros dos estaban fuera de la tienda.
- - "Sr. Michel, Es ese su nombre ¿cierto?, Mire, yo también soy comerciante, y si bien no he logrado mi cometido esta noche, pues tampoco puedo dejar pasar una oportunidad, veo que usted tiene aquí cosas muy interesantes…y bien podríamos empezar por estas runas labradas en cuarzo rosado, su detalle es magnífico señor y nunca está de más llevar mercancía que puedo vender en viajes a pequeñas aldeas y poblados, por un lado están los sanadores a ellos uso llevarles runas en materiales más económicos, sabe es obvio que no pueden pagar demasiado, oh pero los hacendados y los señores de los pequeños pueblos, a esos se les puede sacar un poco más de su bolsa si se llevan materiales en apariencia preciosos o raros , mire me gustaría ver algunas de sus runas Fehu , Ethel , Jera y Tyr en este cuarzo que le mencioné y… también en Ágata o Lapizlazuli, y… si tuviera en madera o hueso algunas Beorc podría vendérselas a las parteras y en los mismos materiales algunas Os, Ur y Eolh, para los curanderos y sanadores"
- -"Eh.. Oh , veo que usted sabe de este tema, señor, permítame"
Michel apenas pudo seguir el ritmo de la conversación, pero en cuanto escuchó las instrucciones empezó a moverse en el mostrador y a sacar los cofres donde se encontraban las piezas que Polvoso había pedido ver, para extenderlas en el mostrador.
"SS-"Sabe, las de Lapizlazuli no las tengo aquí, debo ir a la trastienda, pero por favor espéreme aquí un momento mientras voy por ellas."
Polvoso se quedó a solas, le llegaba el ruido de los otros que habían bajado al sótano y de las cajas que se movían en la trastienda, tomó una runa Fehu, una Peord y una Jera de aquellas de la caja de Cuarzo y las guardó en el bolso interno de su saco, Polvoso pensó - Que no se diga que no haré negocios hoy contigo Michel, pero esto es algo que no puedo evitar,
Polvoso volteó hacia la puerta, esperando el regreso de su anfitrión, se movió hacia la parte trasera del mostrador viendo los pergaminos y amuletos que Michel tenía exhibidos en el aparador de atrás cuando ruido de pasos apresurados se acercaron por la calle… estaban justo frente a la tienda, Sin pensarlo Polvoso se agachó y se metió debajo del mostrador un instante antes de que la puerta se abriera con violencia… Michel se asomó un instante después de la trastienda aun con cajas en sus manos.
- -" Pero qué es esto, Que fue ese rui… gh ej… arhj.."
Su voz fue interrumpida por el pivote de una ballesta que entró por su garganta y salió por el extremo opuesto, Polvoso observó el cuerpo del tendero caer con estrépito y destrozarse las cajas con runas que traía en sus manos al chocar con el piso, dejando el piso lleno de piedrecillas, mientras un charco de sangre se formaba bajo de su cuerpo… con todo el escándalo era imposible que los del sótano no se hubieran dado cuenta, ahora los pasos se acercaban al mostrador mientras otros se movían en dirección de la puerta del sótano.
Polvoso sacó con cuidado su navaja de barbero del cinturón y se aferró a ella como su única oportunidad de pelear por su vida.
Pero las conversaciones eran de lo más interesantes, cuando algún hampón de aquellos que presumen contar con dominio y cierto poder era asesinado, las cosas solían ponerse feas para el ciudadano común, todos aquellos que simpatizaban con el muerto terminarían pagando su lealtad al nuevo mandón, y si había una disputa entre más de uno, por el espacio ahora vacío, nunca se sabía quien más podría amanecer tieso a la mañana siguiente.
En ese momento toda la atención se dividía de momento entre el dichoso “ayudante” que se encontraba en el sótano del local y el trasero de la moza que limpiaba las urnas, el siguiente paso fue que los dos puntos de interés se unieron, pues ella serviría de guía para los dos personajes que ahora bajarían al sótano para encontrarse con el sujeto en cuestión.
Era claro que Polvoso no bajaría, no había forma de inmiscuirse en el asunto , así pues decidió hacer lo que mejor sabía hacer de manera que pudiera ganar algo de tiempo, mientras los otros dos estaban fuera de la tienda.
- - "Sr. Michel, Es ese su nombre ¿cierto?, Mire, yo también soy comerciante, y si bien no he logrado mi cometido esta noche, pues tampoco puedo dejar pasar una oportunidad, veo que usted tiene aquí cosas muy interesantes…y bien podríamos empezar por estas runas labradas en cuarzo rosado, su detalle es magnífico señor y nunca está de más llevar mercancía que puedo vender en viajes a pequeñas aldeas y poblados, por un lado están los sanadores a ellos uso llevarles runas en materiales más económicos, sabe es obvio que no pueden pagar demasiado, oh pero los hacendados y los señores de los pequeños pueblos, a esos se les puede sacar un poco más de su bolsa si se llevan materiales en apariencia preciosos o raros , mire me gustaría ver algunas de sus runas Fehu , Ethel , Jera y Tyr en este cuarzo que le mencioné y… también en Ágata o Lapizlazuli, y… si tuviera en madera o hueso algunas Beorc podría vendérselas a las parteras y en los mismos materiales algunas Os, Ur y Eolh, para los curanderos y sanadores"
- -"Eh.. Oh , veo que usted sabe de este tema, señor, permítame"
Michel apenas pudo seguir el ritmo de la conversación, pero en cuanto escuchó las instrucciones empezó a moverse en el mostrador y a sacar los cofres donde se encontraban las piezas que Polvoso había pedido ver, para extenderlas en el mostrador.
"SS-"Sabe, las de Lapizlazuli no las tengo aquí, debo ir a la trastienda, pero por favor espéreme aquí un momento mientras voy por ellas."
Polvoso se quedó a solas, le llegaba el ruido de los otros que habían bajado al sótano y de las cajas que se movían en la trastienda, tomó una runa Fehu, una Peord y una Jera de aquellas de la caja de Cuarzo y las guardó en el bolso interno de su saco, Polvoso pensó - Que no se diga que no haré negocios hoy contigo Michel, pero esto es algo que no puedo evitar,
Polvoso volteó hacia la puerta, esperando el regreso de su anfitrión, se movió hacia la parte trasera del mostrador viendo los pergaminos y amuletos que Michel tenía exhibidos en el aparador de atrás cuando ruido de pasos apresurados se acercaron por la calle… estaban justo frente a la tienda, Sin pensarlo Polvoso se agachó y se metió debajo del mostrador un instante antes de que la puerta se abriera con violencia… Michel se asomó un instante después de la trastienda aun con cajas en sus manos.
- -" Pero qué es esto, Que fue ese rui… gh ej… arhj.."
Su voz fue interrumpida por el pivote de una ballesta que entró por su garganta y salió por el extremo opuesto, Polvoso observó el cuerpo del tendero caer con estrépito y destrozarse las cajas con runas que traía en sus manos al chocar con el piso, dejando el piso lleno de piedrecillas, mientras un charco de sangre se formaba bajo de su cuerpo… con todo el escándalo era imposible que los del sótano no se hubieran dado cuenta, ahora los pasos se acercaban al mostrador mientras otros se movían en dirección de la puerta del sótano.
Polvoso sacó con cuidado su navaja de barbero del cinturón y se aferró a ella como su única oportunidad de pelear por su vida.
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
El minino estaba recostado a un lado de la pared para ver el cuerpo de la criada contonearse para abrir la puerta, estando al borde de ver sus bragas, el gato prefirió dejar su perversión a un lado, tan solo no a un punto tan extremo de perder su elegancia frente a la dama y su acompañante. Esa perversión que había sellado el gótico romance que el gato vivía día a día en su juventud de que, sin lugar a dudas, lo llevaba a dilemas morales en ese rotundo cliché que había vivido a lo largo de su vida. Su nuevo yo, repleto de imperfecciones e inexactitudes lo hacía sentir mejor, por el hecho de que era imperfecto para la perspectiva de sus padres, para él eso ya era perfección. Los pecados del padre se reflejaban en él como un bohemio y hábil hombre que se regía de su lengua y su astucia. Contempló lo que dijo el barbudo, mostrando una sonrisa que cortaba como la mantequilla en su rostro.
— Dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo. —Le dedicó unas palabras a su acompañante, mientras con su sonrisa mostró sus pequeños caninos de felino que se identificaba tanto con el. Pasó primero por la puerta tras la que su acompañante había cedido para el minino, olvidándose de su lujuria para ponerse al tanto de su trabajo por Lunargenta. — Esa frase se aplica, ¿ah? sí, totalmente. Desidenius Rex, pero me suelen llamar el Sombrerero.
Vio a Hugin en túnicas viejas y dañadas que parecían estropajos que envolvían las plumas negras del hombre cuervo. Sus dedos arrugados escribían con una pluma del mismo color de las suyas unas runas. Su pico era largo y prominente, pero su estatura apenas era media y no una como la del enano felino. Se percató de la repentina llegada del gato y su acompañante a su habitación, saltando de manera descontrolada de su silla para arrojar su runa al fuego de la chimenea, aferrado a su bastón.
— ¡¿Qué haces aquí?! —Gritó el cuervo, se acercaba lentamente con un bastón en mano. Parecía estar cojo.
— Viendo a un imbécil a la cara. —Comentó de forma graciosa a su respuesta, de lo que pronto recibió un bastonazo contra su cabeza. El golpe del bastón contra su cráneo abollo su sombrero y le quitó, en cierta parte, su sofisticación y deformo lo que mas resaltaba de el. Desidenius se quito su sombrero para poder reajustarlo nuevamente a base de movimientos en el aire, mientras que su cabello negro y alborotado era digno de un gato callejero como él. Se puso su sombrero de nuevo, pasando su mano por su cabeza golpeada. — Perdón, Huggs. Tan solo era una broma.
— Mira, Mugin murió. —El cuervo veía las brasas de la chimenea consumir su runa, melancólico. — El fue quien te envió la carta para asegurarse de que protegerías lo que hacía, era un visionario. Pero ya murió; puedes largarte de aquí ahora, no puedes ayudarme con tus bromas. Tengo suficiente de bromas con la tragedia que me ha marcado...
— Mira el lado bueno. —Dijo con el cinismo más negro que a alguien se le podía ocurrir.— ¡Tienes el culo de la criada para ti solo!
Girándose con total disconformidad, el cuervo miraba bajo su capucha con desprecio al felino. Su sonrisa tan cortante y esos ojos inertes al peligro u odio de los demás, eran tan molestos para el que era la burla de aquel hombre. Cuando se acercó, ese chiste tan solo fue un anzuelo para que el gato arrojase al suelo al cuervo con una patada en su bastón. El cuervo, bocabajo junto a su bastón, trataba de encorvarse moviendo su mano vagamente a su bastón. El gato aplastó la mano del ave que recubría el palo, sin permitirle pararse. Viejo, sin conocimientos de combate, era tan débil frente a un sujeto que no le llevaba nada en altura.
— Mire, Vincent. —Comentó a su compañero, dando pequeños golpes con su codo al brazo de este, indicando que prestase atención a lo que estaba por ocurrir bajo los planes del minino. — Es así como le sacas información a alguien.
— ¿Qué quieres que te diga? —El cuervo lo miraba con desprecio debajo de sus botas, sus garras arrugadas debajo del pie del minino querían formar vagamente un puño por debajo de él. — ¡No soy ningún otro imbécil mas, ¿me entendiste?! ¡Soy parte de los cuervos, del linaje de Koran, el hombre que amenaza al reino de las aves entre las bestias! ¿Y tu? ¿tu qué?
— Oh, me estás rompiendo el corazón, Huggy. —Se agachó frente al ave; tiró una nube de humo de su boca al rostro del cuervo y dedicó unas palabras al ave. Sacó de su cinturón su estoque de hoja tan ligera que no se presuponía que fuese a herir a alguien con algo que parecía una aguja. — Estuve a lo largo de esta maldita ciudad buscando el trabajo que tu hermano comido por los malditos gusanos me envió, me contuve de mi lujuria pero no pude contener mi alcoholismo por aquí... ahora, no puedo contener mi deseo por cumplir mi trabajo. Me parece un asco que no quieras vengar a tu hermano, ¿acaso eres el Hugin que conocí?
— No. —Respondió con una mirada al suelo, arrepentido tras ser convencido. — Puedo contarte, sí. Los brujos en el Mercado Negro tienen mucha fama por el hecho de que esta es la ciudad más avanzada para la humanidad y esto conlleva a que sea el punto clave para el avance tecnológico que han aprendido a dominar a partir de máquinas. Entre toda esa chatarra, los mercaderes les interesa lo arcano. —Prosiguió tras una pequeña pausa.— Pero no es del todo bonito, otros mercaderes suelen tener disconformidades de que piensen que por su superioridad en la magia quieran quitar el empleo a los humanos por aquí...
— Ve al grano, viejo. —Asintió Rex.
— Un humano... o más bien, un alquimista. —Contaba su anécdota en el suelo, no podía ver a la cara a los dos hombres por el sentimiento de inferioridad que ello le provocaba estar así y por su vejez. — Dedicó su vida totalmente a las pócimas y plantas por aquí, en este inmundo mercado que se demacró a lo ilegal e inmoral para esta sociedad. ¿Sus pócimas? impresionantes. ¿Plantas? extrañas por doquier. Pero él había descubierto algo en sus investigaciones al apogeo de su muerte y su futura desaparición. —Continuaba; el minino dejo de pisar la mano del cuervo.— ¡Gracias! como decía... el entregó esas investigaciones a sus más confiados hombres, según cuenta el rumor que voló por todo el Mercado Negro. Las familias, los negocios... las cosas se están desplomando por la desconfianza y la envidia que produce ese misterio por saber quien tiene lo que él descubrió...
— ¿Tu hermano era uno de ellos? —Preguntó el minino, viendo como el cuervo volvía a reincorporarse con su bastón en mano.
— Sí. —Asintió—. Pero nunca supe nada... me olvido por completo, adicto a ese impertinente secreto que solo él conocía. La gente dice que, el hijo mayor de aquel hombre, Cicerón, sabe al respecto. Pero desde su conversión a los secretos de su padre, ha estado durante todo este tiempo siempre, siempre en el jardín de su padre. —Añadió una información adicional—. Pero se encuentra cerrado, hay gente que dice que su hijo hace pactos con demonios del mismísimo Helheim o que en realidad practica magia negra, pero eso es una tontería creer que un simple humano pueda usar magia.
En esa curiosa e interesante investigación que ya había llegado al climax, se escuchó el grito desgarrador del pavor de la criada tras notar algo que de seguro le puso los pelos de punta por arriba. Hubo un ruido vago, asemejado a los sonidos que provocan algunas ballestas tras el disparo de sus virotes.
— ¡El asesino, fuera! —Gritaba el cuervo, echando al Sombrerero y a su compañero del sótano por el pavor que ello producía. Como un animal rastrero en busca de su supervivencia, cerró con su llave la puerta del sótano y dejo tanto al barbudo como al minino a patadas de su sala de trabajo.
— ¡Cuervo hijo de puta! —Gritó el gato, enfurecido por la cobarde y rastrera ave.— A tomar por culo, ya nos metimos en esto. Habrá que resolverlo, ¿no te gustaba meterte en follones? pues ya los tienes.
— Dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo. —Le dedicó unas palabras a su acompañante, mientras con su sonrisa mostró sus pequeños caninos de felino que se identificaba tanto con el. Pasó primero por la puerta tras la que su acompañante había cedido para el minino, olvidándose de su lujuria para ponerse al tanto de su trabajo por Lunargenta. — Esa frase se aplica, ¿ah? sí, totalmente. Desidenius Rex, pero me suelen llamar el Sombrerero.
Vio a Hugin en túnicas viejas y dañadas que parecían estropajos que envolvían las plumas negras del hombre cuervo. Sus dedos arrugados escribían con una pluma del mismo color de las suyas unas runas. Su pico era largo y prominente, pero su estatura apenas era media y no una como la del enano felino. Se percató de la repentina llegada del gato y su acompañante a su habitación, saltando de manera descontrolada de su silla para arrojar su runa al fuego de la chimenea, aferrado a su bastón.
— ¡¿Qué haces aquí?! —Gritó el cuervo, se acercaba lentamente con un bastón en mano. Parecía estar cojo.
— Viendo a un imbécil a la cara. —Comentó de forma graciosa a su respuesta, de lo que pronto recibió un bastonazo contra su cabeza. El golpe del bastón contra su cráneo abollo su sombrero y le quitó, en cierta parte, su sofisticación y deformo lo que mas resaltaba de el. Desidenius se quito su sombrero para poder reajustarlo nuevamente a base de movimientos en el aire, mientras que su cabello negro y alborotado era digno de un gato callejero como él. Se puso su sombrero de nuevo, pasando su mano por su cabeza golpeada. — Perdón, Huggs. Tan solo era una broma.
— Mira, Mugin murió. —El cuervo veía las brasas de la chimenea consumir su runa, melancólico. — El fue quien te envió la carta para asegurarse de que protegerías lo que hacía, era un visionario. Pero ya murió; puedes largarte de aquí ahora, no puedes ayudarme con tus bromas. Tengo suficiente de bromas con la tragedia que me ha marcado...
— Mira el lado bueno. —Dijo con el cinismo más negro que a alguien se le podía ocurrir.— ¡Tienes el culo de la criada para ti solo!
Girándose con total disconformidad, el cuervo miraba bajo su capucha con desprecio al felino. Su sonrisa tan cortante y esos ojos inertes al peligro u odio de los demás, eran tan molestos para el que era la burla de aquel hombre. Cuando se acercó, ese chiste tan solo fue un anzuelo para que el gato arrojase al suelo al cuervo con una patada en su bastón. El cuervo, bocabajo junto a su bastón, trataba de encorvarse moviendo su mano vagamente a su bastón. El gato aplastó la mano del ave que recubría el palo, sin permitirle pararse. Viejo, sin conocimientos de combate, era tan débil frente a un sujeto que no le llevaba nada en altura.
— Mire, Vincent. —Comentó a su compañero, dando pequeños golpes con su codo al brazo de este, indicando que prestase atención a lo que estaba por ocurrir bajo los planes del minino. — Es así como le sacas información a alguien.
— ¿Qué quieres que te diga? —El cuervo lo miraba con desprecio debajo de sus botas, sus garras arrugadas debajo del pie del minino querían formar vagamente un puño por debajo de él. — ¡No soy ningún otro imbécil mas, ¿me entendiste?! ¡Soy parte de los cuervos, del linaje de Koran, el hombre que amenaza al reino de las aves entre las bestias! ¿Y tu? ¿tu qué?
— Oh, me estás rompiendo el corazón, Huggy. —Se agachó frente al ave; tiró una nube de humo de su boca al rostro del cuervo y dedicó unas palabras al ave. Sacó de su cinturón su estoque de hoja tan ligera que no se presuponía que fuese a herir a alguien con algo que parecía una aguja. — Estuve a lo largo de esta maldita ciudad buscando el trabajo que tu hermano comido por los malditos gusanos me envió, me contuve de mi lujuria pero no pude contener mi alcoholismo por aquí... ahora, no puedo contener mi deseo por cumplir mi trabajo. Me parece un asco que no quieras vengar a tu hermano, ¿acaso eres el Hugin que conocí?
— No. —Respondió con una mirada al suelo, arrepentido tras ser convencido. — Puedo contarte, sí. Los brujos en el Mercado Negro tienen mucha fama por el hecho de que esta es la ciudad más avanzada para la humanidad y esto conlleva a que sea el punto clave para el avance tecnológico que han aprendido a dominar a partir de máquinas. Entre toda esa chatarra, los mercaderes les interesa lo arcano. —Prosiguió tras una pequeña pausa.— Pero no es del todo bonito, otros mercaderes suelen tener disconformidades de que piensen que por su superioridad en la magia quieran quitar el empleo a los humanos por aquí...
— Ve al grano, viejo. —Asintió Rex.
— Un humano... o más bien, un alquimista. —Contaba su anécdota en el suelo, no podía ver a la cara a los dos hombres por el sentimiento de inferioridad que ello le provocaba estar así y por su vejez. — Dedicó su vida totalmente a las pócimas y plantas por aquí, en este inmundo mercado que se demacró a lo ilegal e inmoral para esta sociedad. ¿Sus pócimas? impresionantes. ¿Plantas? extrañas por doquier. Pero él había descubierto algo en sus investigaciones al apogeo de su muerte y su futura desaparición. —Continuaba; el minino dejo de pisar la mano del cuervo.— ¡Gracias! como decía... el entregó esas investigaciones a sus más confiados hombres, según cuenta el rumor que voló por todo el Mercado Negro. Las familias, los negocios... las cosas se están desplomando por la desconfianza y la envidia que produce ese misterio por saber quien tiene lo que él descubrió...
— ¿Tu hermano era uno de ellos? —Preguntó el minino, viendo como el cuervo volvía a reincorporarse con su bastón en mano.
— Sí. —Asintió—. Pero nunca supe nada... me olvido por completo, adicto a ese impertinente secreto que solo él conocía. La gente dice que, el hijo mayor de aquel hombre, Cicerón, sabe al respecto. Pero desde su conversión a los secretos de su padre, ha estado durante todo este tiempo siempre, siempre en el jardín de su padre. —Añadió una información adicional—. Pero se encuentra cerrado, hay gente que dice que su hijo hace pactos con demonios del mismísimo Helheim o que en realidad practica magia negra, pero eso es una tontería creer que un simple humano pueda usar magia.
En esa curiosa e interesante investigación que ya había llegado al climax, se escuchó el grito desgarrador del pavor de la criada tras notar algo que de seguro le puso los pelos de punta por arriba. Hubo un ruido vago, asemejado a los sonidos que provocan algunas ballestas tras el disparo de sus virotes.
— ¡El asesino, fuera! —Gritaba el cuervo, echando al Sombrerero y a su compañero del sótano por el pavor que ello producía. Como un animal rastrero en busca de su supervivencia, cerró con su llave la puerta del sótano y dejo tanto al barbudo como al minino a patadas de su sala de trabajo.
— ¡Cuervo hijo de puta! —Gritó el gato, enfurecido por la cobarde y rastrera ave.— A tomar por culo, ya nos metimos en esto. Habrá que resolverlo, ¿no te gustaba meterte en follones? pues ya los tienes.
Desidenius Rex
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
El brujo había escuchado mencionar al gato algo sobre los hermanos cuervo cuando estuvo en la tienda, pero realmente no pensaba que se refiriese a un cuervo de verdad. Había pensado que se trataba de algún tipo de apodo o algo por el estilo, mas al ver al señor Hugin era evidente que había imaginado mal. Eso sí, su aspecto era deplorable. Su ropa a pocas penas se podía considerar como tal, y parecían más unos trapos que otra cosa. Su actitud tampoco denotaba que estuviera muy bien de la cabeza, aunque no sabía si era debido a la muerte de su hermano, a su confinamiento posterior, o si ya lo llevaba de antes. Seguramente Desidenius, como así dijo llamarse el minino, sabría más sobre ello.
De todas formas el Sombrerero, solo consiguió ponerle mucho más histérico con sus bromas. La verdad es que no entendía para qué demonios le hacía bromas de mal gusto, teniendo en cuenta que estaban allí para sonsacarle información. A sus ojos era mejor ser amable con él, pero cuando el gato le hizo una llave al cuervo para que hablase entendió que había estado buscando eso precisamente. Enfurecerlo para pillarlo con la guardia baja. Hugin debía ser de los tipos que no soltaban prenda aunque se fuese amables con ellos, y Des al conocerle había maquinado ese plan para conseguir información.
- Impresionante, sin duda eres alguien astuto Desidenius-, comentó a su acompañante, después de que este le diera algunos codazos.
El brujo empezó a andar alrededor de la pareja, mientras el cuervo soltaba por la boca todo lo que necesitaban y algo de más, como por ejemplo, el rollo sobre su linaje y demás. Lo verdaderamente interesante es que un importante alquimista local había hecho un gran descubrimiento, y que tras su muerte este se había repartido entre sus personas de mayor confianza, incluido el hermano del ayudante, Mugin. A parte de eso no sabía nada más interesante, salvo que Cicerón, hijo del alquimista, era el único que sabía más al respecto. Así que tocaba hacerle una visita.
Un paseo tranquilo hasta la casa del padre de Cicerón, o eso hubiera sido lo indicado. Las cosas siempre suelen torcerse de la manera menos inesperada, y el ajetreo en el piso superior, hacía indicar que los problemas lo habían venido a buscar más pronto de lo esperado.
- Me gustan más los follones con una mujer de por medio. Tú ya me entiendes-, contestó bromista al gato. Que la criada despampanante entrase en ese preciso momento, corriendo como posesa, y con el vestido rasgado enseñando más de lo debido de su delantera, fue realmente asombroso. La mujer no tardó mucho en desaparecer corriendo por la puerta de otra habitación. - Mira, más o menos algo como eso.
- ¡Dónde está esa mala puta que me arañado! - gritó un tipo corriendo con la mano en la cara. Seguramente el que había roto la camisa de la mujer.
- Te lo diría, pero creo que es demasiada mujer para ti-, comentó socarrón el brujo desenvainando su espada. - Para empezar, a una chica se la corteja, no se la intenta violar.
El hombre con mirada furibunda se cuadró esperando el ataque del brujo. Otro asaltante entró a la habitación colocándose un poco detrás y a la derecha de su amigo. La mesita central de la habitación los estorbaba y jugaba a favor del hechicero.
Vincent atacó con gran rapidez para aprovechar que el otro tipo no lo flanqueara. Cruzó su espada varias veces con el sujeto, para luego dar una patada a su otro enemigo, cuando este intentó asaltarlo aprovechando que estaba luchando con su compañero. La patada hizo que este se cayera sobre la mesa, con lo cual pudo centrarse de nuevo en su oponente, al tiempo que casi perdía la cabeza por un tajo. El brujo pudo agacharse a tiempo y atravesar el pecho del asaltante con un movimiento desde abajo, provocando sus estertores antes de que muriera, haciendo sonoro golpe contra los tablones del suelo al desenganchar su espada.
Se giró para confrontar al enemigo que había caído sobre la mesa baja, pero no lo encontró al girarse. No lo veía por ningún lado, y ahora que pensaba ¿Dónde estaba el gato?
De todas formas el Sombrerero, solo consiguió ponerle mucho más histérico con sus bromas. La verdad es que no entendía para qué demonios le hacía bromas de mal gusto, teniendo en cuenta que estaban allí para sonsacarle información. A sus ojos era mejor ser amable con él, pero cuando el gato le hizo una llave al cuervo para que hablase entendió que había estado buscando eso precisamente. Enfurecerlo para pillarlo con la guardia baja. Hugin debía ser de los tipos que no soltaban prenda aunque se fuese amables con ellos, y Des al conocerle había maquinado ese plan para conseguir información.
- Impresionante, sin duda eres alguien astuto Desidenius-, comentó a su acompañante, después de que este le diera algunos codazos.
El brujo empezó a andar alrededor de la pareja, mientras el cuervo soltaba por la boca todo lo que necesitaban y algo de más, como por ejemplo, el rollo sobre su linaje y demás. Lo verdaderamente interesante es que un importante alquimista local había hecho un gran descubrimiento, y que tras su muerte este se había repartido entre sus personas de mayor confianza, incluido el hermano del ayudante, Mugin. A parte de eso no sabía nada más interesante, salvo que Cicerón, hijo del alquimista, era el único que sabía más al respecto. Así que tocaba hacerle una visita.
Un paseo tranquilo hasta la casa del padre de Cicerón, o eso hubiera sido lo indicado. Las cosas siempre suelen torcerse de la manera menos inesperada, y el ajetreo en el piso superior, hacía indicar que los problemas lo habían venido a buscar más pronto de lo esperado.
- Me gustan más los follones con una mujer de por medio. Tú ya me entiendes-, contestó bromista al gato. Que la criada despampanante entrase en ese preciso momento, corriendo como posesa, y con el vestido rasgado enseñando más de lo debido de su delantera, fue realmente asombroso. La mujer no tardó mucho en desaparecer corriendo por la puerta de otra habitación. - Mira, más o menos algo como eso.
- ¡Dónde está esa mala puta que me arañado! - gritó un tipo corriendo con la mano en la cara. Seguramente el que había roto la camisa de la mujer.
- Te lo diría, pero creo que es demasiada mujer para ti-, comentó socarrón el brujo desenvainando su espada. - Para empezar, a una chica se la corteja, no se la intenta violar.
El hombre con mirada furibunda se cuadró esperando el ataque del brujo. Otro asaltante entró a la habitación colocándose un poco detrás y a la derecha de su amigo. La mesita central de la habitación los estorbaba y jugaba a favor del hechicero.
Vincent atacó con gran rapidez para aprovechar que el otro tipo no lo flanqueara. Cruzó su espada varias veces con el sujeto, para luego dar una patada a su otro enemigo, cuando este intentó asaltarlo aprovechando que estaba luchando con su compañero. La patada hizo que este se cayera sobre la mesa, con lo cual pudo centrarse de nuevo en su oponente, al tiempo que casi perdía la cabeza por un tajo. El brujo pudo agacharse a tiempo y atravesar el pecho del asaltante con un movimiento desde abajo, provocando sus estertores antes de que muriera, haciendo sonoro golpe contra los tablones del suelo al desenganchar su espada.
Se giró para confrontar al enemigo que había caído sobre la mesa baja, pero no lo encontró al girarse. No lo veía por ningún lado, y ahora que pensaba ¿Dónde estaba el gato?
Vincent Calhoun
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
Recostado en la vieja madera de la puerta que había sido trancada por su cobarde y viejo amigo, Desidenius trataba de mantener la compostura en un día como este. En el que, por si fuera poco, ya empezaba a tener líos entre una guerra oculta en un mercado negro que con tan solo llegar ya estaban vinculados un barbudo y un misterioso vendedor de runas en el local. Pero lo preocupante fue tras aquel grito desgarrador que denotaba el pavor de la criada que, pese a estar en el piso superior, desde el sótano pudo escucharse lo que sucedía por encima del dúo de compañeros. Rex agarró el torso de su pipa y sacó su boquilla de entre sus dientes, tan solo quería expulsar un poco de la grisácea nube que había tenido retenida durante todo el tiempo en su boca. Eso tal vez lo haría reflexionar mejor, sentir el cálido humo con el olor que se había convertido para el de asco a familiaridad ya era el pan de cada día. Girando sus ojos de una forma desconfiada a su compañero, se dedicó a escuchar sus burlescas palabras.
— ¿Y qué fábula es esa? —Contestó su broma con otra y pronto el gato notó a la criada huir con sus ropas destrozadas. Se sentía, aunque raramente, poco preocupado al respecto. Si bien su hedonismo le hacía disfrutar de esa bohemia vida, aún tenía en su corazón al pequeño niño que amaba los cuentos de caballeros y dragones, el deseo de aventura. Revelar misterios, combatir contra malvados hombres, pero ese gran deseo fue convertido en una pequeña pizca en un corazón corrupto de vicios. Tal vez no era solo ir a cumplir un trabajo de un muerto que seguramente no le pagaría, quizás por ser entrometido en aquel lío, pero definitivamente sería una aventura más en la vida del minino.
Subiendo al piso superior al igual que su compañero, notaron a un hombre con la cara cubierta de su mano tras, como parecían indicar sus palabras, haber sido arañado por la criada a la que trataba de violar. La corrupción en el mercado estaba cayendo contra ellos, arremetiendo contra los dos curiosos que sin darse cuenta habían quedado atrapados en las garras sigilosas del destino. Colocó de vuelta la pipa entre sus dientes y se percató en el medio de la habitación como el vendedor había sido asesinado, la sangre fresca se expandía en un charco rojizo por la alfombra mientras que los dos hombres combatían en una fraudulenta pelea entre espadas que podría indicar otro sangriento desenlace. Se evitó las molestias, Vincent, como era el nombre de su compañero en tal ocasión, guardaba un parecido en humor, pero no eran amigos. Eran negocios, van y vienen.
Caminando entre puntillas hacia la salida mientras que, como salvajes, los dos hombres se enfrentaban espada contra espada, el gato se encamino a la salida de la puerta mientras que su humo gris dejaba una serie de huellas sobre su rumbo. Era momento de ir a desvelar los misterios, eso basto lo suficiente como para que el minino desenvainase su estoque de su funda. El ligero y afilado filo del estoque, elegante, pero carecía de brutalidad. Lo definía completamente.
— Lamento mi ida, Vincent. —Le decía en el medio de la puerta, cuando ambos hombres combatían entre sí.— Soy un hombre un poco bohemio, como podrás notar. Pero cuando estoy en negocios, estoy muy muy ocupado. ¡Así que, hasta la vista, mi buen amigo! —Prosiguió, alterando la frase de despedida de una manera cruel.— ¡O mejor dicho, hasta nunca!
Salió de las calles despreocupado y animado, ya no tendría algún peligro por delante tras distraerlos con su pobre y tonto compañero que había sido enlazado al igual que él en aquel lío. Lamentable, el gato preferiría largarse con el menor de los problemas en cargar con la muerte de un desconocido que con la suya. Pasó por uno de los callejones oscuros que estaban al lado de aquella tienda de la que había escapado, ahora un matadero. Se percató del escape del hombre con que anteriormente su compañero había estado combatiendo recientemente. A pesar de su salvajismo, se deslizo bastante bien para poder salir de la ventana. A su suerte, los murmullos que daba parecían indicar que no se había percatado del gato.
— Mierda, mierda, mierda. —Los ojos, sus palabras, todo parecía indicar miedo en él.— No lo maté, debí matar al hermano cuervo. Me detuvo, ese maldito, el heredero me castigará. ¡Maldito maldito! Voy a quedar postizo y viejo, lo sé. ¡Debo regresar donde el maestro antes de quedar hasta los huesos!
Las antorchas iluminaron lo que parecía ser un rostro que, desde un aspecto de un hombre mayor, fue poco a poco envejeciendo de una manera lenta pero que proseguía conforme envejecía cada parte de su rostro. Huyendo sin dar una mirada atrás, el hombre parecía haber hecho un atajo para el gato en llegar hacia el misterio del hijo del alquimista.
— ¿Y qué fábula es esa? —Contestó su broma con otra y pronto el gato notó a la criada huir con sus ropas destrozadas. Se sentía, aunque raramente, poco preocupado al respecto. Si bien su hedonismo le hacía disfrutar de esa bohemia vida, aún tenía en su corazón al pequeño niño que amaba los cuentos de caballeros y dragones, el deseo de aventura. Revelar misterios, combatir contra malvados hombres, pero ese gran deseo fue convertido en una pequeña pizca en un corazón corrupto de vicios. Tal vez no era solo ir a cumplir un trabajo de un muerto que seguramente no le pagaría, quizás por ser entrometido en aquel lío, pero definitivamente sería una aventura más en la vida del minino.
Subiendo al piso superior al igual que su compañero, notaron a un hombre con la cara cubierta de su mano tras, como parecían indicar sus palabras, haber sido arañado por la criada a la que trataba de violar. La corrupción en el mercado estaba cayendo contra ellos, arremetiendo contra los dos curiosos que sin darse cuenta habían quedado atrapados en las garras sigilosas del destino. Colocó de vuelta la pipa entre sus dientes y se percató en el medio de la habitación como el vendedor había sido asesinado, la sangre fresca se expandía en un charco rojizo por la alfombra mientras que los dos hombres combatían en una fraudulenta pelea entre espadas que podría indicar otro sangriento desenlace. Se evitó las molestias, Vincent, como era el nombre de su compañero en tal ocasión, guardaba un parecido en humor, pero no eran amigos. Eran negocios, van y vienen.
Caminando entre puntillas hacia la salida mientras que, como salvajes, los dos hombres se enfrentaban espada contra espada, el gato se encamino a la salida de la puerta mientras que su humo gris dejaba una serie de huellas sobre su rumbo. Era momento de ir a desvelar los misterios, eso basto lo suficiente como para que el minino desenvainase su estoque de su funda. El ligero y afilado filo del estoque, elegante, pero carecía de brutalidad. Lo definía completamente.
— Lamento mi ida, Vincent. —Le decía en el medio de la puerta, cuando ambos hombres combatían entre sí.— Soy un hombre un poco bohemio, como podrás notar. Pero cuando estoy en negocios, estoy muy muy ocupado. ¡Así que, hasta la vista, mi buen amigo! —Prosiguió, alterando la frase de despedida de una manera cruel.— ¡O mejor dicho, hasta nunca!
Salió de las calles despreocupado y animado, ya no tendría algún peligro por delante tras distraerlos con su pobre y tonto compañero que había sido enlazado al igual que él en aquel lío. Lamentable, el gato preferiría largarse con el menor de los problemas en cargar con la muerte de un desconocido que con la suya. Pasó por uno de los callejones oscuros que estaban al lado de aquella tienda de la que había escapado, ahora un matadero. Se percató del escape del hombre con que anteriormente su compañero había estado combatiendo recientemente. A pesar de su salvajismo, se deslizo bastante bien para poder salir de la ventana. A su suerte, los murmullos que daba parecían indicar que no se había percatado del gato.
— Mierda, mierda, mierda. —Los ojos, sus palabras, todo parecía indicar miedo en él.— No lo maté, debí matar al hermano cuervo. Me detuvo, ese maldito, el heredero me castigará. ¡Maldito maldito! Voy a quedar postizo y viejo, lo sé. ¡Debo regresar donde el maestro antes de quedar hasta los huesos!
Las antorchas iluminaron lo que parecía ser un rostro que, desde un aspecto de un hombre mayor, fue poco a poco envejeciendo de una manera lenta pero que proseguía conforme envejecía cada parte de su rostro. Huyendo sin dar una mirada atrás, el hombre parecía haber hecho un atajo para el gato en llegar hacia el misterio del hijo del alquimista.
Desidenius Rex
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
El brujo no tardó demasiado en darse cuenta de que el minino había partido sin esperarle. Se notaba que Des era alguien que iba a lo suyo sin importarle los demás, mucho menos alguien que acababa de conocer; pero al menos pensaba que el muy hijo de su gata no se largaría en mitad de un combate. Solo estaban unidos por el compromiso de ayudar a sus respectivos amigos, no obstante, lo lógico era que se mantuvieran unidos hasta finalizar la investigación. No por caballerosidad, ni nada por el estilo, simplemente porque juntos tenían más posibilidades de vencer.
- Ese canijo parecía inteligente-, musitó resignado.
Del otro asaltante tampoco había rastro. Era la maldita noche de los corredores y nadie le había avisado. Joder, como le disgustaba no enterarse de los entretenimientos de su amada ciudad, pensaba con sorna. Lo único que no era un chiste era la muerte de Michel. Del pobre hombre sobresalía un virote de ballesta clavado en el cuello, así que era innecesario observarlo con mayor detenimiento para saber que había fallecido. Simplemente cerró sus párpados para que descansara en paz.
Vinc salió al exterior, solo para comprobar que todo afuera seguía con la misma calma que antes del conflicto en la tienda. Si alguien había visto algo, esta persona ya hacía tiempo que había puesto tierra de por medio. Lo mismo se podía decir del gato, cuyo rastro se había perdido en la oscuridad de la noche.
El rubio volvió a entrar a la tienda para comprobar el estado de la criada. Ya que su compañero había desaparecido poco podía hacer por ahora, salvo ayudar a esa pobre dama. Abrió la puerta de la habitación, y sintió el golpe de algo sólido contra su cabeza.
- Tranquila, tranquila-, decía el brujo apurado, intentando no llevarse más golpes de la mujer. - Soy yo, el amigo de Michel, deje de atizarme.
La criada viendo que no era uno de los asaltantes se tranquilizó, desistiendo en sus intentos de abrirle la cabeza con el palo que tenía en las manos. En cuanto dejó de temer por su vida comprendió la situación de su acción, tirando al suelo el arma para taparse los pechos con los brazos, la cara roja por la vergüenza. Vincent ni se había fijado en sus cuerpo descubierto, al menos esta vez, pues ya tenía suficiente con no perder la cabeza. Le pasó su capa para que se cubriese, y la mujer no dudó en cogerla y taparse con ella.
- Gracias, es usted muy amable. No sé cómo devolverle el favor de salvarme-, dijo compungida. Era normal teniendo en cuenta que había estado a punto de morir, y que había lucido su pecho a desconocidos sin pretenderlo. - Michel está muerto-, comentó seguido para luego echarse a llorar con fuerza.
- Sí, lo siento, no he podido hacer nada para salvarle-, contestó recogiendo el atizador del suelo. Le había parecido un palo antes, pero en realidad era el hierro para agitar las ascuas de la chimenea. No estaba muerto porque tenía la cabeza más dura que una piedra. - Al menos los asaltantes ya se han ido. Ahora está a salvo.
- ¡Todo ha sido por culpa de ese cuervo, y de los hombres del mercado negro. Sé que andaba metido en asuntos turbios. Todos los sabían! -, gritó alterada por la conmoción de los últimos minutos. - Hasta yo misma lo he visto salir de la casa de ese líder alquimista.
- ¿Un momento, sabes donde vive el padre de Cicerón? - preguntó el brujo, rondando una nueva esperanza por la cabeza.
- Cualquiera por esta zona sabe donde vive. Era una persona muy influyente.
- Pues creo que sé cómo puede devolverme ese favor del que hablaba antes-, contestó animado.
De la forma más afortunada del mundo, había vuelto a la carrera por encontrar al hijo del alquimista.
- Ese canijo parecía inteligente-, musitó resignado.
Del otro asaltante tampoco había rastro. Era la maldita noche de los corredores y nadie le había avisado. Joder, como le disgustaba no enterarse de los entretenimientos de su amada ciudad, pensaba con sorna. Lo único que no era un chiste era la muerte de Michel. Del pobre hombre sobresalía un virote de ballesta clavado en el cuello, así que era innecesario observarlo con mayor detenimiento para saber que había fallecido. Simplemente cerró sus párpados para que descansara en paz.
Vinc salió al exterior, solo para comprobar que todo afuera seguía con la misma calma que antes del conflicto en la tienda. Si alguien había visto algo, esta persona ya hacía tiempo que había puesto tierra de por medio. Lo mismo se podía decir del gato, cuyo rastro se había perdido en la oscuridad de la noche.
El rubio volvió a entrar a la tienda para comprobar el estado de la criada. Ya que su compañero había desaparecido poco podía hacer por ahora, salvo ayudar a esa pobre dama. Abrió la puerta de la habitación, y sintió el golpe de algo sólido contra su cabeza.
- Tranquila, tranquila-, decía el brujo apurado, intentando no llevarse más golpes de la mujer. - Soy yo, el amigo de Michel, deje de atizarme.
La criada viendo que no era uno de los asaltantes se tranquilizó, desistiendo en sus intentos de abrirle la cabeza con el palo que tenía en las manos. En cuanto dejó de temer por su vida comprendió la situación de su acción, tirando al suelo el arma para taparse los pechos con los brazos, la cara roja por la vergüenza. Vincent ni se había fijado en sus cuerpo descubierto, al menos esta vez, pues ya tenía suficiente con no perder la cabeza. Le pasó su capa para que se cubriese, y la mujer no dudó en cogerla y taparse con ella.
- Gracias, es usted muy amable. No sé cómo devolverle el favor de salvarme-, dijo compungida. Era normal teniendo en cuenta que había estado a punto de morir, y que había lucido su pecho a desconocidos sin pretenderlo. - Michel está muerto-, comentó seguido para luego echarse a llorar con fuerza.
- Sí, lo siento, no he podido hacer nada para salvarle-, contestó recogiendo el atizador del suelo. Le había parecido un palo antes, pero en realidad era el hierro para agitar las ascuas de la chimenea. No estaba muerto porque tenía la cabeza más dura que una piedra. - Al menos los asaltantes ya se han ido. Ahora está a salvo.
- ¡Todo ha sido por culpa de ese cuervo, y de los hombres del mercado negro. Sé que andaba metido en asuntos turbios. Todos los sabían! -, gritó alterada por la conmoción de los últimos minutos. - Hasta yo misma lo he visto salir de la casa de ese líder alquimista.
- ¿Un momento, sabes donde vive el padre de Cicerón? - preguntó el brujo, rondando una nueva esperanza por la cabeza.
- Cualquiera por esta zona sabe donde vive. Era una persona muy influyente.
- Pues creo que sé cómo puede devolverme ese favor del que hablaba antes-, contestó animado.
De la forma más afortunada del mundo, había vuelto a la carrera por encontrar al hijo del alquimista.
Vincent Calhoun
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
El hombre al que tenía por enfrente se sentía resignado, su mano tapando su rostro casi al borde de caer acostado en el suelo de la calle parecía indicar su completa ruina tras lo que parecía ser un rápido envejecimiento por parte de una fuerza desconocida. Pero el hombre se reincorporó y con algo de paranoia, empezaba a mirar lado a lado al punto de percatarse del felino a sus espaldas, mirándolo con su mano en la cara. Sus ojos denotaban sorpresa así como pavor, el hecho de que su gran secreto fuese descubierto parecía ser algo que chocaba bastante. El hombre empuñaba con tanta fuerza el mango de su espada que hacía temblar el filo del arma, solo pudiendo concentrarse en un duelo de miradas contra el hombre a sus espaldas.
El minino trataba de acercarse lentamente, pero por un movimiento erróneo hizo que el sujeto que poco a poco envejecía con más prisa huyese despavorido, tanto con torpeza como con velocidad que daban probabilidades de que a fin de cuentas cayese contra el pavimento. No era algo que Desidenius fuese a esperar por obra del destino, como un romántico empedernido se encargaría de dar aquella causa perdida de ir en la búsqueda de un hombre que poco a poco iba siendo un anciano y que no tendría mucha necesidad en perseguirlo. La vejez que lo asediaba parecía no tener fin, su mano aún seguía en su rostro con persistencia y el temor de ser visto en su estado más deplorable. Con su espada al frente, el gato conmovía el silencio que se quebraba por los pasos de ambos en una persecución insistente por llegar a lo que parecía ser el punto central de todo el caos que conmovía al mercado negro: el jardín de Cicerón.
— ¡No escapes de mi, cobarde! —Gritó el Sombrerero, notando pasos cada vez más torpes por parte de su objetivo. El objetivo había optado por ir a un camino inusual y que no estaba en el plan del camino en recto como había estado haciendo, perdiéndose del camino central en el que había estado siendo perseguido a optar por ir a un callejón.
El humo gris iba anunciando la llegada del minino hacia el lugar donde había desaparecido el extraño hombre. Vio la aglomeración de oscuridad en el callejón donde aparentemente se presuponía que su objetivo había huido para evitarse el lío con el felino, del que probablemente no era por el hecho de la fuerza del gato frente a la suya, solo tal vez por desventaja estratégica que experimentaba a causa de aquella extraña vejez precoz y sin explicación alguna. Adentrándose en la oscuridad del callejón, sus ojos azules apenas podían alcanzar a ver con claridad el entorno.
— ¿Hola? —Comentaba, inseguro.— ¿¡Dónde te metiste, patán!?
Todo paso en cuestión de segundos, sus ojos apenas pudieron notar el repentino movimiento de un bastón chocar contra su frente. El golpe lo mando de una forma bastante simple y sencilla, había dado de manera tan contundente que lo había arrojado de la entrada a aquel callejón hasta el medio de la calle. Mareado tras el impacto del golpe, una figura humana en túnicas salía con un gran bastón en mano. Parecía medir unos dos metros de altura, pero todos eran altos para el felino. Su cuerpo estaba recubierto entre vendajes blancos hasta en su mismo rostro, que daba un aire de misterio a su presencia ahí.
— Un experimento más. —Dijo el encapuchado revuelto en vendajes, dando el golpe de gracia para aturdir al felino.
Los ojos de Desidenius quedaron cerrados tras aquel choque del bastón contra su cabeza. En su rostro ya podía notarse su nariz ensangrentada y algunos moretones que empezaban a inflamarse por los golpes recibidos, tocio sangre de su boca y seguido de eso el misterioso sujeto lo arrastro en el suelo, colgando sus dedos sobre su capa mientras solo podía notar vagamente antes de el cierre de sus ojos como iba alejándose de la tienda de runas. Vagas palabras empezó a escuchar antes de caer en un estado de inconsciencia debido a la severa paliza recibida.
— Gracias al cielo que me habéis salvado, amo. —La voz del hombre se había tornado a la de un anciano.— ¡Ahora solo necesito más, más escarabajos! ¡Por favor, estoy rogando! ¡Amo Cicerón!
— Lo lamento, Vraemyr. Pero por tu lujuria casi llevas al caño el plan de tu amo, estuviste por destruir mis hazañas. Por eso, dejaré que te hagas cenizas en medio de la calle, serás mi medio de burla. Si me disculpas, mi viejo amigo, estaré probando a este nuevo sujeto de pruebas. Oh, con este tal vez llegué a ver de nuevo a papá...
— ¡Amo, por favor más... —La voz del hombre se marchitó de una vieja y seca a voz a nada. En medio de la calle, la vejez había convertido a aquel vasallo en polvo, literalmente.
El minino trataba de acercarse lentamente, pero por un movimiento erróneo hizo que el sujeto que poco a poco envejecía con más prisa huyese despavorido, tanto con torpeza como con velocidad que daban probabilidades de que a fin de cuentas cayese contra el pavimento. No era algo que Desidenius fuese a esperar por obra del destino, como un romántico empedernido se encargaría de dar aquella causa perdida de ir en la búsqueda de un hombre que poco a poco iba siendo un anciano y que no tendría mucha necesidad en perseguirlo. La vejez que lo asediaba parecía no tener fin, su mano aún seguía en su rostro con persistencia y el temor de ser visto en su estado más deplorable. Con su espada al frente, el gato conmovía el silencio que se quebraba por los pasos de ambos en una persecución insistente por llegar a lo que parecía ser el punto central de todo el caos que conmovía al mercado negro: el jardín de Cicerón.
— ¡No escapes de mi, cobarde! —Gritó el Sombrerero, notando pasos cada vez más torpes por parte de su objetivo. El objetivo había optado por ir a un camino inusual y que no estaba en el plan del camino en recto como había estado haciendo, perdiéndose del camino central en el que había estado siendo perseguido a optar por ir a un callejón.
El humo gris iba anunciando la llegada del minino hacia el lugar donde había desaparecido el extraño hombre. Vio la aglomeración de oscuridad en el callejón donde aparentemente se presuponía que su objetivo había huido para evitarse el lío con el felino, del que probablemente no era por el hecho de la fuerza del gato frente a la suya, solo tal vez por desventaja estratégica que experimentaba a causa de aquella extraña vejez precoz y sin explicación alguna. Adentrándose en la oscuridad del callejón, sus ojos azules apenas podían alcanzar a ver con claridad el entorno.
— ¿Hola? —Comentaba, inseguro.— ¿¡Dónde te metiste, patán!?
Todo paso en cuestión de segundos, sus ojos apenas pudieron notar el repentino movimiento de un bastón chocar contra su frente. El golpe lo mando de una forma bastante simple y sencilla, había dado de manera tan contundente que lo había arrojado de la entrada a aquel callejón hasta el medio de la calle. Mareado tras el impacto del golpe, una figura humana en túnicas salía con un gran bastón en mano. Parecía medir unos dos metros de altura, pero todos eran altos para el felino. Su cuerpo estaba recubierto entre vendajes blancos hasta en su mismo rostro, que daba un aire de misterio a su presencia ahí.
— Un experimento más. —Dijo el encapuchado revuelto en vendajes, dando el golpe de gracia para aturdir al felino.
Los ojos de Desidenius quedaron cerrados tras aquel choque del bastón contra su cabeza. En su rostro ya podía notarse su nariz ensangrentada y algunos moretones que empezaban a inflamarse por los golpes recibidos, tocio sangre de su boca y seguido de eso el misterioso sujeto lo arrastro en el suelo, colgando sus dedos sobre su capa mientras solo podía notar vagamente antes de el cierre de sus ojos como iba alejándose de la tienda de runas. Vagas palabras empezó a escuchar antes de caer en un estado de inconsciencia debido a la severa paliza recibida.
— Gracias al cielo que me habéis salvado, amo. —La voz del hombre se había tornado a la de un anciano.— ¡Ahora solo necesito más, más escarabajos! ¡Por favor, estoy rogando! ¡Amo Cicerón!
— Lo lamento, Vraemyr. Pero por tu lujuria casi llevas al caño el plan de tu amo, estuviste por destruir mis hazañas. Por eso, dejaré que te hagas cenizas en medio de la calle, serás mi medio de burla. Si me disculpas, mi viejo amigo, estaré probando a este nuevo sujeto de pruebas. Oh, con este tal vez llegué a ver de nuevo a papá...
— ¡Amo, por favor más... —La voz del hombre se marchitó de una vieja y seca a voz a nada. En medio de la calle, la vejez había convertido a aquel vasallo en polvo, literalmente.
Desidenius Rex
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
La noche era la valedora de los hombres y mujeres de dudosa reputación. Esa protectora que daba cobijo a ladrones, asesinos, y a toda persona que se decidiera por un camino poco limpio en su vida. Aunque también era un nido de oportunidades para todo aquel que tuviera el suficiente arrojo para correr los riegos, o simplemente tuviera la fortuna de su lado.
La suerte había sonreído al brujo, y esperaba que siguiera así durante una buena temporada, o por lo menos hasta que los rayos del sol lidiaran de nuevo con la oscuridad, en esa eterna lucha que libraban todos los días desde el origen de los tiempos.
Los candiles iluminaban escasamente las calles de la zona, que solo era perturbadas por el sonido de los pasos de la carrera de los jóvenes. Los alrededores no albergaban ningún alma, cosa bastante extraña, pues siempre había algunas personas por el centro. Ya fuera para volver a sus casas, ir a pasarlo bien a una posada, o para sus negocios sucios. Esa noche estaban solos la luna, el rubio y la criada, que por cierto dijo llamarse Joanna. Si había alguien más, era evidente que no deseaban ser molestadas y habían decidido no hacer acto de presencia, manteniéndose en las sombras o tras los cristales de las casa aledañas.
Para los supuestos fisgones simplemente serían dos humanos con prisas para llegar a casa y entrar en calor. Nada más lejos de la realidad. El brujo necesitaba llegar lo más rápido a la casa del padre de Cicerón. Allí no solo estaba el hombre con las repuestas necesarias para averiguar quién había matado a Michel, sin contar que podría haber sido el mismo quien lo ordenase, sino que además seguramente allí estaría el gato. Ese bribón seguro que sabía cómo llegar hasta la casa y por eso se había largado sin esperarle.
- Es ahí-, le susurró la mujer, a la vez que le señalaba una dirección con el movimiento de su cabeza. Más concretamente una casa.
- Así que esa es la famosa casa-, respondió echándole un ojo.
Era una gran casa, tenía una primera entrada con un muro bajo, que daba a un patio con una estatua rodeada de flores, justo delante del acceso a la vivienda. Unos escalones llevaban hasta la puerta, que tenía un pequeño techo con columnatas a lo largo de la fachada. Era digna de un noble, o de alguien adinerado como en el caso actual. Los negocios le habían ido muy bien al alquimista.
- Aquí nos separamos bella señorita. Es demasiado peligroso para ti. Avisa a la guardia sobre el asalto a la tienda y vete a casa. Espero que estés bien.
- Lo estaré en cuanto llegue a mi casa. Ha sido un día horrible-, hizo el movimiento para irse pero se lo pensó mejor antes de irse. - Gracias por la chaqueta-, se alzó el cuello para cubrirse mejor. - No tenía ropa de mujer en la tienda, ni nada con lo que taparme sin parecer una loca.
- Era lo mínimo que podía hacer dada la situación-, contestó
- No, otros simplemente se hubieran ido o me hubieran utilizado. Eres un buen chico-, le dio un beso en la mejilla. - Gracias por todo, de verdad-, y salió corriendo sin mirar atrás.
¡Vaya! eso no se lo esperaba. El brujo se quedó un momento sorprendido, observando a la chica hasta que desapareció de su vista. Ya no podía hacer más por ella, así que se concentró en lo que tenía entre manos. Recordó una escalera de su inspección ocular anterior a la casa, suponía que estaba allí porque andarían de reformas en el tejado, y la habían dejado colocada para ahorrar trabajo al día siguiente. Un gran error si no querían que se les colara un ladrón en la mansión, o un brujo con ansias de venganza.
El rubio caminó con suavidad por el tejado para minimizar el ruido, no quería ojos ajenos en ese momento. Por detrás pudo ver el jardín trasero y amurallado, del cual solo se podía acceder hasta él desde la propia vivienda. También observó un invernadero o cobertizo por la zona más alejada. No tardó en descubrir dos accesos posibles. Un pequeño salto hasta una terraza, y una claraboya. La cristalera del techo daba a un segundo piso, ya que se podía ver el piso de abajo, pues la habitación era la típica zona interior, con pasillo alrededor en la segunda planta con vistas a esta.
Notó como una puerta se abría y se agazapó expectante junto a la claraboya. ¿Sería Cicerón?
La suerte había sonreído al brujo, y esperaba que siguiera así durante una buena temporada, o por lo menos hasta que los rayos del sol lidiaran de nuevo con la oscuridad, en esa eterna lucha que libraban todos los días desde el origen de los tiempos.
Los candiles iluminaban escasamente las calles de la zona, que solo era perturbadas por el sonido de los pasos de la carrera de los jóvenes. Los alrededores no albergaban ningún alma, cosa bastante extraña, pues siempre había algunas personas por el centro. Ya fuera para volver a sus casas, ir a pasarlo bien a una posada, o para sus negocios sucios. Esa noche estaban solos la luna, el rubio y la criada, que por cierto dijo llamarse Joanna. Si había alguien más, era evidente que no deseaban ser molestadas y habían decidido no hacer acto de presencia, manteniéndose en las sombras o tras los cristales de las casa aledañas.
Para los supuestos fisgones simplemente serían dos humanos con prisas para llegar a casa y entrar en calor. Nada más lejos de la realidad. El brujo necesitaba llegar lo más rápido a la casa del padre de Cicerón. Allí no solo estaba el hombre con las repuestas necesarias para averiguar quién había matado a Michel, sin contar que podría haber sido el mismo quien lo ordenase, sino que además seguramente allí estaría el gato. Ese bribón seguro que sabía cómo llegar hasta la casa y por eso se había largado sin esperarle.
- Es ahí-, le susurró la mujer, a la vez que le señalaba una dirección con el movimiento de su cabeza. Más concretamente una casa.
- Así que esa es la famosa casa-, respondió echándole un ojo.
Era una gran casa, tenía una primera entrada con un muro bajo, que daba a un patio con una estatua rodeada de flores, justo delante del acceso a la vivienda. Unos escalones llevaban hasta la puerta, que tenía un pequeño techo con columnatas a lo largo de la fachada. Era digna de un noble, o de alguien adinerado como en el caso actual. Los negocios le habían ido muy bien al alquimista.
- Aquí nos separamos bella señorita. Es demasiado peligroso para ti. Avisa a la guardia sobre el asalto a la tienda y vete a casa. Espero que estés bien.
- Lo estaré en cuanto llegue a mi casa. Ha sido un día horrible-, hizo el movimiento para irse pero se lo pensó mejor antes de irse. - Gracias por la chaqueta-, se alzó el cuello para cubrirse mejor. - No tenía ropa de mujer en la tienda, ni nada con lo que taparme sin parecer una loca.
- Era lo mínimo que podía hacer dada la situación-, contestó
- No, otros simplemente se hubieran ido o me hubieran utilizado. Eres un buen chico-, le dio un beso en la mejilla. - Gracias por todo, de verdad-, y salió corriendo sin mirar atrás.
¡Vaya! eso no se lo esperaba. El brujo se quedó un momento sorprendido, observando a la chica hasta que desapareció de su vista. Ya no podía hacer más por ella, así que se concentró en lo que tenía entre manos. Recordó una escalera de su inspección ocular anterior a la casa, suponía que estaba allí porque andarían de reformas en el tejado, y la habían dejado colocada para ahorrar trabajo al día siguiente. Un gran error si no querían que se les colara un ladrón en la mansión, o un brujo con ansias de venganza.
El rubio caminó con suavidad por el tejado para minimizar el ruido, no quería ojos ajenos en ese momento. Por detrás pudo ver el jardín trasero y amurallado, del cual solo se podía acceder hasta él desde la propia vivienda. También observó un invernadero o cobertizo por la zona más alejada. No tardó en descubrir dos accesos posibles. Un pequeño salto hasta una terraza, y una claraboya. La cristalera del techo daba a un segundo piso, ya que se podía ver el piso de abajo, pues la habitación era la típica zona interior, con pasillo alrededor en la segunda planta con vistas a esta.
Notó como una puerta se abría y se agazapó expectante junto a la claraboya. ¿Sería Cicerón?
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
Tras aquel inesperado momento, el minino movía su cabeza de lado a lado mientras que le era casi imposible abrir los ojos. El golpe del bastón había asestado contra el una buena paliza que lo había dejado aturdido como era de esperarse, pero apenas alcanzaba a escuchar vagos ruidos tras despertar del estado de inconsciencia que se la había propinado. La gran casa del hombre vendado tenía un aspecto gótico y escalofriante, cubierto entre rejas que terminaban en picos afilados. Escuchó los portones de las rejas abrirse de par en par mientras podía escuchar levemente el sonido de su peludo cuerpo siendo arrastrado por el misterioso hombre. Podía tratarse de un lacayo más, o del aparente sospechoso Cicerón, del que ya no estaba seguro de que fuese un sospecho, si no el verdadero criminal que movía los hilos en todo el macabro plan del mercado negro.
Escuchó, de una manera vaga debido al aturdimiento, como conversaba tras su llegada a su guarida, o morada, sea lo que fuese el lugar donde lo hubiese traído, estaba seguro de que ya estaba más cerca de lo estimado tras seguir al misterioso sujeto con el que se enfrentó su compañero, que había abandonado en el peor momento.
— Bienvenido, maestre. —Escuchó una pretenciosa voz que parecía tratar de emular el sarcasmo.— ¿Se trajo a un nuevo experimento para que lo idolatre como a un dios como el pobre Vraemyr? ¡bien, bien! más avances en nuestra investigación.
— Es mi investigación, pequeña rata. —La voz que había escuchado la vez anterior, se había enfurecido un poco.— Te recuerdo que sigues vivo por mi y haz rejuvenecido por el secreto de la familia Voynich. Soy tu amo al igual que todos.
— Sí... —Contestó, su ánimo se había apagado momentáneamente.— Entonces, ¿qué quiere que haga por usted, ''amo''? creo que sé que puedo hacer, ¿quiere que lo ayude en el jardín, amo? ¿por qué no se quita las vendas? ya no es de día.
— No, los escarabajos son muy nerviosos y escurridizos. Probablemente los asustes y hagas perder la sustancia que necesito para experimentar con este engendro, así que quiero que vigiles el alrededor de la casa, esta escoria venía acompañada... y no menciones nada que tenga que ver con el sol en mi morada, engendro.
— Lo siento, mi señor. ¿Es alguien fuerte? —Preguntó el subordinado.
— ¿Temes por tu vida? si es así, suelta a los sabuesos. —Contestó su líder, Desidenius comenzó a abrir lentamente sus pestañas tras el golpe.— No temas, ese es el punto del trabajo, ¿no? la vida eterna. Un alquimista no le teme a sus experimentos, ni a su laboratorio, cada químico lo subyuga. Mueras o no, te traeré a la vida como mi siervo fiel... si te encargas de hacer lo que te ordeno. Tal vez estamos cerca de llegar o lejos de ello, no importa, tenemos a mi padre como el receptor del secreto en sí de la pócima.
Notó un pequeño hombre con un rostro parecido al de una rata mirándolo fijamente con una sonrisa burlesca de la que resaltaba en el medio de su sonrisa dos dientes grandes unidos entre sí como los de un ratón. Su pelo andrajoso y largo contando con su joroba lo hacían un ser desagradable a la vista del minino, que lo saludaba con una mano carente de algunos dedos. Alzó su vista para evitar aquella horrorosa imagen, notando a un alto hombre portando una túnica negra que lo encapuchaba completamente, sus manos y rostro estaban vendados incluyendo sus propios ojos. Lo más preocupante aparte del misterio de todo ello era que pese a la túnica, que no ofrecía ninguna protección, la corpulencia del hombre vendado era notoria pese a ello.
— ¿Qué te refieres con experimentación? —Preguntó, tras haberse levantado del golpe. Escupió un diente al suelo, ensangrentado tras los simultáneos bastonazos contra su rostro. — Vas a pagar por eso.
— Hm, me refiero a que eres mi nuevo espécimen para mi laboratorio y no, te preocupes. —Dijo, cruzando los pasillos de su viejo hogar que lucían arruinados con el pasar de los años, era deprimente.— Probablemente no quede nada de ti, no sé, quien sabe que efectos de con un hombre-bestia, lo cual es lo que menos aparentas... mayormente mis experimentos eran indigentes o fenómenos de circo, esas aberraciones mayormente aceptan venir conmigo porque les prometo una vida eterna de belleza... como el vigilante de la puerta y el hombre que envié a matar a tu amigo, el cuervo.
Tras dar un recorrido en la arruinada y vieja casa, el sujeto abrió una vieja puerta cercana a la cocinas; pese a que sus bisagras rechinaron al momento de abrirse, mostraron un paraíso tras el momento de abrirse. Un jardín verde y lleno de vida estaba frente a sus ojos, de los que colgaban entre sus hojas una especie de insectos con un despampanante brillo amarillo ante la luz de la noche. Al medio de toda esa naturaleza, una mesa repleta de instrumentos de tortura junto con un laboratorio alquímico estaba lista para ser usada. Junto con una camilla y misteriosamente, un saco con una forma humana. ¿Que había haya adentro? ¿era acaso un asesinato o uno de sus experimentos fallidos? sea lo que fuese, dejaba más inseguro al gato sobre lo que pensaba hacer el extraño hombre con vendas.
— Olvidé presentarme, soy Cicerón. —Dijo, al momento que colocaba delicadamente al gato en la camilla, ajustando cinturones de fuerza en la cadera del gato para bloquear algún escape del felino.— ¿Te gusta? suelo hacer mis experimentos aquí, la naturaleza suele calmarme y también a mis experimentos... no suelo tranquilizar el dolor en ellos. Nunca me gusto intoxicar a mis especímenes con eso, prefiero una experimentación... a lo natural. Ese cuerpo que ves allá es la excepción, es mi padre.
— Me dijeron que tu padre estaba muerto. —Contestó, al momento de ver como uno de esos pequeños insectos dorados caía sobre su hocico, haciendo cosquillas en este y provocando al gato un estornudo. El escarabajo fue agarrado por Cicerón al momento de casi ser mandado a volar por la nariz de Desidenius.
— Cuidado con ellos, son mi más preciado ingrediente y no, no esta muerto, por ahora. Esta en coma, pero en algún momento traté de matar a aquel hombre que se hacía llamar mi padre. Tuve que aprender la alquimia desde que nací en el seno de la familia Voynich, siempre pasa en generación de generación, pero apenas soy un bastardo. Así que, envenené a mi hermano que se hacía llamar el heredero al secreto Voynich, mi padre me reconoció como un miembro mas de su casta pero a la vez me desheredó del secreto... incluso en la muerte, me consideraba indigno. Entonces lo descubrí, mi hermano junto con otros más en este corrupto comercio tenían los ingredientes para el gran secreto Voynich, el prefirió darlo a sus amigos que a su hijo.
— Deberías escribirlo en tu diario, ¿no lo crees? —El Sombrerero respondió con sarcasmo.— Entonces, por eso mataste al hermano del cuervo y querías matarlo a él por igual. ¿Ahora qué? ya ábreme en dos, ¿por qué quieres contarme todo?
— Porque no podré contarlo, tal vez es posible que mi experimento funcione contigo y no conmigo. Estos escarabajos, son la clave principal de esto. Son criaturas muy preciadas en el Mercado Negro pero a la vez, costosas, son conocidas como besavidas. Mi padre tenía centros de crianza de estas cosas con sus socios, la sustancia que producen estas cosas es capaz de rejuvenecer a la gente pero, requieren más. La juventud que otorgan es temporal y el envejecimiento que provocan es eterno y más veloz, provocan adicción. Mi padre, leí su testimonio tras hacer creer a todos que murió... quiere llevarse el secreto a la tumba. Pero no, pese a que es viejo, he seguido cuidándolo con estas plagas tratando de que no muera.
— Él no te va a querer por eso, o al menos te reconocerá como su heredero. Aumentar la longevidad de una persona artificialmente es de mal gusto, ¿no crees? y más cuando se trata de explicarme todo ello, ¿quieres que sea tu borrego como ese engendro que tienes cuidando tu puerta? no va a aguantar nada, tan solo míralo.
— Mi enfermedad no me permite ser el que porte el mensaje de la vida eterna, el sol quema mi piel, pero no soy un vampiro. He sufrido males por toda mi vida gracias a ello y solo con esto, podré ser capaz de ser al fin libre. Un ángel, un ser que viva para siempre y que la luz, nunca más, lo derroque... sea o no usándote a ti o a alguien más. ¡Y ni siquiera mi padre, tu, ni tu amigo, nadie me va a detener para cumplir mi sueño! ¡¿No lo ves?! ¡voy a hacer que evoluciones de manera forzada, deberás darme las gracias!
Cicerón se puso manos a la obra al momento de iniciar con el procedimiento, tratando de formar una pócima que pudiese desentrañar el secreto de su padre a base de su preciado y costoso ingrediente. Nada lo pararía a base de palabras, la correa de fuerza si que pararía al gato de huir de alguna manera, habían pocas posibilidades de escape contando con que su compañero, así como hizo él al momento del ataque, lo había abandonado. Ahora solo estaba por ser castigado, todo gracias a su soberbia.
Escuchó, de una manera vaga debido al aturdimiento, como conversaba tras su llegada a su guarida, o morada, sea lo que fuese el lugar donde lo hubiese traído, estaba seguro de que ya estaba más cerca de lo estimado tras seguir al misterioso sujeto con el que se enfrentó su compañero, que había abandonado en el peor momento.
— Bienvenido, maestre. —Escuchó una pretenciosa voz que parecía tratar de emular el sarcasmo.— ¿Se trajo a un nuevo experimento para que lo idolatre como a un dios como el pobre Vraemyr? ¡bien, bien! más avances en nuestra investigación.
— Es mi investigación, pequeña rata. —La voz que había escuchado la vez anterior, se había enfurecido un poco.— Te recuerdo que sigues vivo por mi y haz rejuvenecido por el secreto de la familia Voynich. Soy tu amo al igual que todos.
— Sí... —Contestó, su ánimo se había apagado momentáneamente.— Entonces, ¿qué quiere que haga por usted, ''amo''? creo que sé que puedo hacer, ¿quiere que lo ayude en el jardín, amo? ¿por qué no se quita las vendas? ya no es de día.
— No, los escarabajos son muy nerviosos y escurridizos. Probablemente los asustes y hagas perder la sustancia que necesito para experimentar con este engendro, así que quiero que vigiles el alrededor de la casa, esta escoria venía acompañada... y no menciones nada que tenga que ver con el sol en mi morada, engendro.
— Lo siento, mi señor. ¿Es alguien fuerte? —Preguntó el subordinado.
— ¿Temes por tu vida? si es así, suelta a los sabuesos. —Contestó su líder, Desidenius comenzó a abrir lentamente sus pestañas tras el golpe.— No temas, ese es el punto del trabajo, ¿no? la vida eterna. Un alquimista no le teme a sus experimentos, ni a su laboratorio, cada químico lo subyuga. Mueras o no, te traeré a la vida como mi siervo fiel... si te encargas de hacer lo que te ordeno. Tal vez estamos cerca de llegar o lejos de ello, no importa, tenemos a mi padre como el receptor del secreto en sí de la pócima.
Notó un pequeño hombre con un rostro parecido al de una rata mirándolo fijamente con una sonrisa burlesca de la que resaltaba en el medio de su sonrisa dos dientes grandes unidos entre sí como los de un ratón. Su pelo andrajoso y largo contando con su joroba lo hacían un ser desagradable a la vista del minino, que lo saludaba con una mano carente de algunos dedos. Alzó su vista para evitar aquella horrorosa imagen, notando a un alto hombre portando una túnica negra que lo encapuchaba completamente, sus manos y rostro estaban vendados incluyendo sus propios ojos. Lo más preocupante aparte del misterio de todo ello era que pese a la túnica, que no ofrecía ninguna protección, la corpulencia del hombre vendado era notoria pese a ello.
— ¿Qué te refieres con experimentación? —Preguntó, tras haberse levantado del golpe. Escupió un diente al suelo, ensangrentado tras los simultáneos bastonazos contra su rostro. — Vas a pagar por eso.
— Hm, me refiero a que eres mi nuevo espécimen para mi laboratorio y no, te preocupes. —Dijo, cruzando los pasillos de su viejo hogar que lucían arruinados con el pasar de los años, era deprimente.— Probablemente no quede nada de ti, no sé, quien sabe que efectos de con un hombre-bestia, lo cual es lo que menos aparentas... mayormente mis experimentos eran indigentes o fenómenos de circo, esas aberraciones mayormente aceptan venir conmigo porque les prometo una vida eterna de belleza... como el vigilante de la puerta y el hombre que envié a matar a tu amigo, el cuervo.
Tras dar un recorrido en la arruinada y vieja casa, el sujeto abrió una vieja puerta cercana a la cocinas; pese a que sus bisagras rechinaron al momento de abrirse, mostraron un paraíso tras el momento de abrirse. Un jardín verde y lleno de vida estaba frente a sus ojos, de los que colgaban entre sus hojas una especie de insectos con un despampanante brillo amarillo ante la luz de la noche. Al medio de toda esa naturaleza, una mesa repleta de instrumentos de tortura junto con un laboratorio alquímico estaba lista para ser usada. Junto con una camilla y misteriosamente, un saco con una forma humana. ¿Que había haya adentro? ¿era acaso un asesinato o uno de sus experimentos fallidos? sea lo que fuese, dejaba más inseguro al gato sobre lo que pensaba hacer el extraño hombre con vendas.
— Olvidé presentarme, soy Cicerón. —Dijo, al momento que colocaba delicadamente al gato en la camilla, ajustando cinturones de fuerza en la cadera del gato para bloquear algún escape del felino.— ¿Te gusta? suelo hacer mis experimentos aquí, la naturaleza suele calmarme y también a mis experimentos... no suelo tranquilizar el dolor en ellos. Nunca me gusto intoxicar a mis especímenes con eso, prefiero una experimentación... a lo natural. Ese cuerpo que ves allá es la excepción, es mi padre.
— Me dijeron que tu padre estaba muerto. —Contestó, al momento de ver como uno de esos pequeños insectos dorados caía sobre su hocico, haciendo cosquillas en este y provocando al gato un estornudo. El escarabajo fue agarrado por Cicerón al momento de casi ser mandado a volar por la nariz de Desidenius.
— Cuidado con ellos, son mi más preciado ingrediente y no, no esta muerto, por ahora. Esta en coma, pero en algún momento traté de matar a aquel hombre que se hacía llamar mi padre. Tuve que aprender la alquimia desde que nací en el seno de la familia Voynich, siempre pasa en generación de generación, pero apenas soy un bastardo. Así que, envenené a mi hermano que se hacía llamar el heredero al secreto Voynich, mi padre me reconoció como un miembro mas de su casta pero a la vez me desheredó del secreto... incluso en la muerte, me consideraba indigno. Entonces lo descubrí, mi hermano junto con otros más en este corrupto comercio tenían los ingredientes para el gran secreto Voynich, el prefirió darlo a sus amigos que a su hijo.
— Deberías escribirlo en tu diario, ¿no lo crees? —El Sombrerero respondió con sarcasmo.— Entonces, por eso mataste al hermano del cuervo y querías matarlo a él por igual. ¿Ahora qué? ya ábreme en dos, ¿por qué quieres contarme todo?
— Porque no podré contarlo, tal vez es posible que mi experimento funcione contigo y no conmigo. Estos escarabajos, son la clave principal de esto. Son criaturas muy preciadas en el Mercado Negro pero a la vez, costosas, son conocidas como besavidas. Mi padre tenía centros de crianza de estas cosas con sus socios, la sustancia que producen estas cosas es capaz de rejuvenecer a la gente pero, requieren más. La juventud que otorgan es temporal y el envejecimiento que provocan es eterno y más veloz, provocan adicción. Mi padre, leí su testimonio tras hacer creer a todos que murió... quiere llevarse el secreto a la tumba. Pero no, pese a que es viejo, he seguido cuidándolo con estas plagas tratando de que no muera.
— Él no te va a querer por eso, o al menos te reconocerá como su heredero. Aumentar la longevidad de una persona artificialmente es de mal gusto, ¿no crees? y más cuando se trata de explicarme todo ello, ¿quieres que sea tu borrego como ese engendro que tienes cuidando tu puerta? no va a aguantar nada, tan solo míralo.
— Mi enfermedad no me permite ser el que porte el mensaje de la vida eterna, el sol quema mi piel, pero no soy un vampiro. He sufrido males por toda mi vida gracias a ello y solo con esto, podré ser capaz de ser al fin libre. Un ángel, un ser que viva para siempre y que la luz, nunca más, lo derroque... sea o no usándote a ti o a alguien más. ¡Y ni siquiera mi padre, tu, ni tu amigo, nadie me va a detener para cumplir mi sueño! ¡¿No lo ves?! ¡voy a hacer que evoluciones de manera forzada, deberás darme las gracias!
Cicerón se puso manos a la obra al momento de iniciar con el procedimiento, tratando de formar una pócima que pudiese desentrañar el secreto de su padre a base de su preciado y costoso ingrediente. Nada lo pararía a base de palabras, la correa de fuerza si que pararía al gato de huir de alguna manera, habían pocas posibilidades de escape contando con que su compañero, así como hizo él al momento del ataque, lo había abandonado. Ahora solo estaba por ser castigado, todo gracias a su soberbia.
Desidenius Rex
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
El brujo, agazapado junto a la claraboya, no podía estar más impresionado por la escena que tenía ante sus ojos. Dos personas entraron al piso inferior por uno de los laterales del salón, aunque evidentemente esto no era lo que llamaba la atención de la escena. Uno de los dos individuos traía a rastras a su efímero aliado en la tienda. ¿Así que el gato había sido capturado? Esto complicaba las cosas. No solo debía matar al minino, sino que para ello debía matar a esos dos primero, bromeó mentalmente.
Uno de los captores era achaparrado y jorobado, y por culpa de la distancia no era capaz de reconocer más allá de eso y que parecían varones. Escuchar su conversación con el otro personaje tampoco le era posible, sin embargo, lo que si podía constatar era la envergadura del hombre que había traído a rastras a Des. Si el otro era canijo llegándole probablemente a su cintura, este era un armario empotrado, destacando una gran musculatura pese a ir encapuchado. Su cuerpo se notaba marcado debajo de la capa, y había manejado del gato como si de un muñeco se tratara. Por unos segundos no pudo evitar recordar a su mentor, de constitución parecida al hombre de negro.
Pasados unos minutos, el hombre-bestia se incorporó, siguiendo al alto en cuanto este se puso en movimiento. Lo siguió sin fuerza por parte de sus secuestradores, aunque se notaba que sin deseo alguno. El hombretón, que por otra parte demostraba con su actitud ser el líder, iba en cabeza, con Rex a su lado ligeramente detrás y cerrando el grupo el bajo. Bueno, bajo para sí mismo, para el gato era de la misma altura. Cruzaron el salón, y se perdieron por otra puerta. De todos modos la dirección parecía indicar que se dirigían al jardín trasero.
El brujo no perdió el tiempo y se encaminó hacia la única opción posible que había encontrado de entrar a la casa. La terraza. En cuanto alcanzó la altura del tejado donde finalizaba sobre el balcón, se agarró al filo, dejándose caer lo más suave que pudo sobre el suelo. La altura no era excesiva, pero le hizo hincar la rodilla al suelo de todas formas. Y para su sorpresa no estaba solo cuando alzó la cabeza desde su posición desventajosa.
- Hola lindo. Estoy seguro de que eres un perrito de lo más bueno-, saludó con ironía y una sonrisa.
El perro por su parte solo mostró su ristra de dientes afilado, gruñendo más amenazador de lo que ya estaba. En un visto y no visto el can atacó al rubio, solo pudiendo este rodar por el suelo para esquivarlo. El chucho era una bestia parda, pero de inteligencia no iba muy sobrado y salió despedido entre las columnas bajas que sostenían la barandilla del mismo material.
Vincent se mostró perplejo, aunque no iba a quejarse por el desenlace del animal. Se levantó del suelo y mientras se limpiaba la ropa se dio la vuelta para encaminarse hacia la entrada a la vivienda. Y sin hacer movimientos bruscos comenzó a dar pasos lentos hacia atrás, pues otros dos perros de combate le cerraban el paso. Vamos, esto debe ser algún tipo de broma, pensó; más el avance también lento de los perros adentrándose en la terraza no lo era sin duda. Eran más pequeños que el anterior, aunque igualmente agresivos, y con sus colmillos dispuestos para acabar con él.
Cuando los perros se hubieron internado lo suficiente en la balconada, Vincent hizo un movimiento rápido con su brazo hacia la derecha, provocando un golpe de aire que lanzó a los pequeños y molestos por encima de la baranda, esta vez en otra dirección distinta al primero.
- Quien golpea primero, golpea dos veces, decía mi maestro-, dijo mirando en la dirección por la que habían caído los perros. - Dicen que volar es toda una experiencia, disfrutad del viaje estúpidos animales-, se jactó antes de entrar al caserío.
La temperatura no se modificó un ápice al entrar, ya que la puerta de la terraza había estado abierta todo este tiempo. El dormitorio parecía en mal estado y abandonado, dando la sensación que allí no había dormido nadie en muchísimo tiempo. Al salir, por la también abierta puerta, se encontró en la parte superior de la zona que había espiado desde el techo, y ahora que estaba en su interior podía observar mejor el lugar. Estaba en tan mal estado como la habitación anterior, cosa que no había apreciado tan bien en la claraboya. Empezaba a sospechar que aquella escalera que había usado para subir al tejado, llevaba allí mucho más tiempo del que había creído en su momento.
El hombre achaparrado pasó por el salón inferior, dándole la sensación al rubio que estaba de vigilancia. Como haciendo guardia. ¿Habría soltado él a los perros? razonó el brujo, mas no se detuvo pensándolo, pues el gato estaría en peligro. Siguió sigilosamente por el segundo piso, bajando por las escaleras más alejadas del vigilante, y rápidamente yendo a la puerta por la que había ido Des.
Lo recibió una habitación pequeña y polvorienta. Se aproximó hasta la ventana y pudo observar al encapuchado hablando con el minino. Su situación parecía peor de lo que hubiera imaginado, pero dadas las circunstancias, lo que le extrañaba es que siguiera vivo. El tipo que lo acosaba sostenía un cuchillo entre sus manos, justo sobre su cuerpo amarrado en una especie de camilla. Como tenía que hablar el captor para que aún no lo hubiera rajado, aunque ahora que lo pensaba mejor, el gato era todo un experto de la conversación.
- Bien por ti Des-, musitó, pues gracias a ello aún seguía vivo.
Vincent no lo pensó mucho. Abrió la puerta con violencia llamando la atención del encapuchado, que ahora que lo tenía de frente, estaba totalmente vendado. El sonido del pedernal contra los dedos metálicos de sus guantes no fue comprendido por su enemigo, no al menos hasta que estuvo envuelto en llamas por el impacto de su proyectil de fuego.
- En menuda te has metido-, le gritó al gato rompiendo los amarres con su daga, una vez estuvo a su lado.
Una sombra llamó la atención del brujo, que se giró para comprobar el causante de ella, en cuanto terminó de desatar a su compañero. Era el tipo que acababa de incinerar, como era esto posible. El corpulento hombre tiró su capa en llamas al suelo del jardín, para luego arrancarse parte del vendaje ardiendo. Se veía con un aspecto de lo más siniestro, con la piel del color de la ceniza, y los ojos inyectados en sangre.
- Oye, ¿donde tienes ese mondadientes que usas de arma? - dijo bromeando, pero sabedor de que la cosa se complicaba.
Le lanzó la daga y desenvainó su espada para recibir a su formidable oponente. Se aseguraría esta vez de dejarlo bien muerto.
Uno de los captores era achaparrado y jorobado, y por culpa de la distancia no era capaz de reconocer más allá de eso y que parecían varones. Escuchar su conversación con el otro personaje tampoco le era posible, sin embargo, lo que si podía constatar era la envergadura del hombre que había traído a rastras a Des. Si el otro era canijo llegándole probablemente a su cintura, este era un armario empotrado, destacando una gran musculatura pese a ir encapuchado. Su cuerpo se notaba marcado debajo de la capa, y había manejado del gato como si de un muñeco se tratara. Por unos segundos no pudo evitar recordar a su mentor, de constitución parecida al hombre de negro.
Pasados unos minutos, el hombre-bestia se incorporó, siguiendo al alto en cuanto este se puso en movimiento. Lo siguió sin fuerza por parte de sus secuestradores, aunque se notaba que sin deseo alguno. El hombretón, que por otra parte demostraba con su actitud ser el líder, iba en cabeza, con Rex a su lado ligeramente detrás y cerrando el grupo el bajo. Bueno, bajo para sí mismo, para el gato era de la misma altura. Cruzaron el salón, y se perdieron por otra puerta. De todos modos la dirección parecía indicar que se dirigían al jardín trasero.
El brujo no perdió el tiempo y se encaminó hacia la única opción posible que había encontrado de entrar a la casa. La terraza. En cuanto alcanzó la altura del tejado donde finalizaba sobre el balcón, se agarró al filo, dejándose caer lo más suave que pudo sobre el suelo. La altura no era excesiva, pero le hizo hincar la rodilla al suelo de todas formas. Y para su sorpresa no estaba solo cuando alzó la cabeza desde su posición desventajosa.
- Hola lindo. Estoy seguro de que eres un perrito de lo más bueno-, saludó con ironía y una sonrisa.
El perro por su parte solo mostró su ristra de dientes afilado, gruñendo más amenazador de lo que ya estaba. En un visto y no visto el can atacó al rubio, solo pudiendo este rodar por el suelo para esquivarlo. El chucho era una bestia parda, pero de inteligencia no iba muy sobrado y salió despedido entre las columnas bajas que sostenían la barandilla del mismo material.
Vincent se mostró perplejo, aunque no iba a quejarse por el desenlace del animal. Se levantó del suelo y mientras se limpiaba la ropa se dio la vuelta para encaminarse hacia la entrada a la vivienda. Y sin hacer movimientos bruscos comenzó a dar pasos lentos hacia atrás, pues otros dos perros de combate le cerraban el paso. Vamos, esto debe ser algún tipo de broma, pensó; más el avance también lento de los perros adentrándose en la terraza no lo era sin duda. Eran más pequeños que el anterior, aunque igualmente agresivos, y con sus colmillos dispuestos para acabar con él.
Cuando los perros se hubieron internado lo suficiente en la balconada, Vincent hizo un movimiento rápido con su brazo hacia la derecha, provocando un golpe de aire que lanzó a los pequeños y molestos por encima de la baranda, esta vez en otra dirección distinta al primero.
- Quien golpea primero, golpea dos veces, decía mi maestro-, dijo mirando en la dirección por la que habían caído los perros. - Dicen que volar es toda una experiencia, disfrutad del viaje estúpidos animales-, se jactó antes de entrar al caserío.
La temperatura no se modificó un ápice al entrar, ya que la puerta de la terraza había estado abierta todo este tiempo. El dormitorio parecía en mal estado y abandonado, dando la sensación que allí no había dormido nadie en muchísimo tiempo. Al salir, por la también abierta puerta, se encontró en la parte superior de la zona que había espiado desde el techo, y ahora que estaba en su interior podía observar mejor el lugar. Estaba en tan mal estado como la habitación anterior, cosa que no había apreciado tan bien en la claraboya. Empezaba a sospechar que aquella escalera que había usado para subir al tejado, llevaba allí mucho más tiempo del que había creído en su momento.
El hombre achaparrado pasó por el salón inferior, dándole la sensación al rubio que estaba de vigilancia. Como haciendo guardia. ¿Habría soltado él a los perros? razonó el brujo, mas no se detuvo pensándolo, pues el gato estaría en peligro. Siguió sigilosamente por el segundo piso, bajando por las escaleras más alejadas del vigilante, y rápidamente yendo a la puerta por la que había ido Des.
Lo recibió una habitación pequeña y polvorienta. Se aproximó hasta la ventana y pudo observar al encapuchado hablando con el minino. Su situación parecía peor de lo que hubiera imaginado, pero dadas las circunstancias, lo que le extrañaba es que siguiera vivo. El tipo que lo acosaba sostenía un cuchillo entre sus manos, justo sobre su cuerpo amarrado en una especie de camilla. Como tenía que hablar el captor para que aún no lo hubiera rajado, aunque ahora que lo pensaba mejor, el gato era todo un experto de la conversación.
- Bien por ti Des-, musitó, pues gracias a ello aún seguía vivo.
Vincent no lo pensó mucho. Abrió la puerta con violencia llamando la atención del encapuchado, que ahora que lo tenía de frente, estaba totalmente vendado. El sonido del pedernal contra los dedos metálicos de sus guantes no fue comprendido por su enemigo, no al menos hasta que estuvo envuelto en llamas por el impacto de su proyectil de fuego.
- En menuda te has metido-, le gritó al gato rompiendo los amarres con su daga, una vez estuvo a su lado.
Una sombra llamó la atención del brujo, que se giró para comprobar el causante de ella, en cuanto terminó de desatar a su compañero. Era el tipo que acababa de incinerar, como era esto posible. El corpulento hombre tiró su capa en llamas al suelo del jardín, para luego arrancarse parte del vendaje ardiendo. Se veía con un aspecto de lo más siniestro, con la piel del color de la ceniza, y los ojos inyectados en sangre.
- Oye, ¿donde tienes ese mondadientes que usas de arma? - dijo bromeando, pero sabedor de que la cosa se complicaba.
Le lanzó la daga y desenvainó su espada para recibir a su formidable oponente. Se aseguraría esta vez de dejarlo bien muerto.
Vincent Calhoun
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
La conversación de Desidenius y Cicerón se había convertido a un juego del gato y el ratón. Solo que aunque no lo pareciese, el minino se había convertido en la rata de laboratorio de Cicerón, le doliese o no, era la contundente verdad. Trataba de zafarse a partir de la fuerza que daba con sus brazos al cinturón que lo dejaba unido a la camilla, pero era inútil, no podía zafarse de aquel duro lazo que le había hecho su captor repleto de vendas. Tal vez por ello, aquel sujeto se dedicaba a hacer sus experimentos en ese jardín, la naturaleza al final era lo único que podían ver las víctimas antes de iniciar esa tortuosa experimentación. Vivir para siempre, ¿que sentido tendría para un hombre que no puede ver la luz del sol? aunque viviese por siempre, solo sería un pseudo-vampiro. No podría relacionarse, vivir de las sombras de la multitud y estar en profundo tedio.
— Bueno, ¿qué tal si primero inició con una autopsi... —Dijo Cicerón al tomar un cuchillo de entre sus herramientas, pero fue interrumpido rápidamente de un portazo que había escapado de la puerta. Su acompañante estaba ahí, no lo había olvidado pese a su deshonroso cometido en la tienda, pero parecía que había desquitado todo ello con una bola de fuego. Desidenius se sorprendió de enterarse que aquel imbécil se trataba de un hechicero, cosa que trató de no demostrar con unos ojos entrecerrados.
— Oh, genial. ¿Vas a abrirme en dos tu también? —Dijo el gato, mucho antes de que su compañero o más bien, su nuevo amigo, hiciese el favor de quitarle aquel cinturón de fuerza con una daga. El Sombrero se levantó para aprovechar esa oportunidad que le había ofrecido el hechicero. Le compartió una sonrisa descarada con sus pequeños incisivos. — Eres un bastardo y eso, mi querido amigo, es lo mejor de ti. Ahora, ¿qué fue lo que le hiciste a ese alquimista demente?
La sonrisa del gato terminó en una cara de desconcierto: el alquimista seguía vivo. Sin la capa, podía notar como había perdido gran parte de sus vendajes que dejaba ver una piel color ceniza repleta de ampollas y quemaduras. Sus ojos estaba prendidos al rojo vivo como la ira que tal vez estarían a punto de presenciar, mientras solo podía contener su furia a base del rechinar de sus dientes. — ¡No os soportó más! —Dijo el alquimista, golpeando con su mano su mesa repleta de sus ingredientes alquímicos, de la que había tomado una jeringa repleta con un líquido verde. — ¿¡Creen que eso es todo!? ¿¡Que me han desarmado!? ¡No, no, no, no! —Lo negaba, de una manera un poco inmadura—. ¡Se supone que soy el heredero, el ángel de la juventud! y si no lo soy yo, no lo serán ustedes ni nadie que salga aquí con mi secreto. —Clavó la jeringa en un costado de su cuello, presionándola para despejar el líquido de su interior hacia el cuerpo de Cicerón.
La jeringa cayó de sus manos, rompiéndose al estar en contacto con el suelo. Ahora, una serie de temblores empezaban a provocarse en el alquimista, mientras su baba salía como espuma de los costados de su boca. Su masa muscular aumento con aquella artimaña de su laboratorio, que le ofreció corpulencia extra de la que le sobraba. Golpeó sus pectorales con sus puños como si fuese una especie de salvaje, el estado irradiado de ira en el que estaba parecía haber afectado mucho en su cordura y tal vez, el químico le había dado más fuerza que maña.
— Creo que de todas formas me van a abrir en dos. —Comentó el gato a su compañero, mientras este tan solo le dedicó un burlesco comentario al respecto de su espada. — ¡Y es un estoque, maldito ignorante! a ver, ¡sí! ¡esta aquí! —Prosiguió tras haber encontrado con sus dedos el mango de su estoque en su cinturón, liberando su ligera y sofisticada hoja.
Dos contra uno, de lo que Desidenius tenía por seguro que aquel hombre era más bien una masa de músculos que valía de por si diez hombres en uno. Aquello tal vez significase que fuese menos ágil o no, pero cuando notó como el alquimista paró con ambas de sus palmas la daga del hechicero, parecía que ya no tenían las de ganar con esa masa de musculatura exagerada.
— Bueno... —Murmuró a su compañero—. La gente suele decir que el cerebro vence al músculo. Pero no sé de que forma puedo usar mi cerebro sin que él me lo estruje de una buena paliza. ¿Alguna idea?
— Bueno, ¿qué tal si primero inició con una autopsi... —Dijo Cicerón al tomar un cuchillo de entre sus herramientas, pero fue interrumpido rápidamente de un portazo que había escapado de la puerta. Su acompañante estaba ahí, no lo había olvidado pese a su deshonroso cometido en la tienda, pero parecía que había desquitado todo ello con una bola de fuego. Desidenius se sorprendió de enterarse que aquel imbécil se trataba de un hechicero, cosa que trató de no demostrar con unos ojos entrecerrados.
— Oh, genial. ¿Vas a abrirme en dos tu también? —Dijo el gato, mucho antes de que su compañero o más bien, su nuevo amigo, hiciese el favor de quitarle aquel cinturón de fuerza con una daga. El Sombrero se levantó para aprovechar esa oportunidad que le había ofrecido el hechicero. Le compartió una sonrisa descarada con sus pequeños incisivos. — Eres un bastardo y eso, mi querido amigo, es lo mejor de ti. Ahora, ¿qué fue lo que le hiciste a ese alquimista demente?
La sonrisa del gato terminó en una cara de desconcierto: el alquimista seguía vivo. Sin la capa, podía notar como había perdido gran parte de sus vendajes que dejaba ver una piel color ceniza repleta de ampollas y quemaduras. Sus ojos estaba prendidos al rojo vivo como la ira que tal vez estarían a punto de presenciar, mientras solo podía contener su furia a base del rechinar de sus dientes. — ¡No os soportó más! —Dijo el alquimista, golpeando con su mano su mesa repleta de sus ingredientes alquímicos, de la que había tomado una jeringa repleta con un líquido verde. — ¿¡Creen que eso es todo!? ¿¡Que me han desarmado!? ¡No, no, no, no! —Lo negaba, de una manera un poco inmadura—. ¡Se supone que soy el heredero, el ángel de la juventud! y si no lo soy yo, no lo serán ustedes ni nadie que salga aquí con mi secreto. —Clavó la jeringa en un costado de su cuello, presionándola para despejar el líquido de su interior hacia el cuerpo de Cicerón.
La jeringa cayó de sus manos, rompiéndose al estar en contacto con el suelo. Ahora, una serie de temblores empezaban a provocarse en el alquimista, mientras su baba salía como espuma de los costados de su boca. Su masa muscular aumento con aquella artimaña de su laboratorio, que le ofreció corpulencia extra de la que le sobraba. Golpeó sus pectorales con sus puños como si fuese una especie de salvaje, el estado irradiado de ira en el que estaba parecía haber afectado mucho en su cordura y tal vez, el químico le había dado más fuerza que maña.
— Creo que de todas formas me van a abrir en dos. —Comentó el gato a su compañero, mientras este tan solo le dedicó un burlesco comentario al respecto de su espada. — ¡Y es un estoque, maldito ignorante! a ver, ¡sí! ¡esta aquí! —Prosiguió tras haber encontrado con sus dedos el mango de su estoque en su cinturón, liberando su ligera y sofisticada hoja.
Dos contra uno, de lo que Desidenius tenía por seguro que aquel hombre era más bien una masa de músculos que valía de por si diez hombres en uno. Aquello tal vez significase que fuese menos ágil o no, pero cuando notó como el alquimista paró con ambas de sus palmas la daga del hechicero, parecía que ya no tenían las de ganar con esa masa de musculatura exagerada.
— Bueno... —Murmuró a su compañero—. La gente suele decir que el cerebro vence al músculo. Pero no sé de que forma puedo usar mi cerebro sin que él me lo estruje de una buena paliza. ¿Alguna idea?
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
El brebaje que había cogido de la mesa, había vuelto al alquimista un coloso. Uno más grande de lo que ya era vaya, pues ya era un hombre bastante alto y fuerte sin necesidad de nada. La inyección del líquido verdoso había exponenciado sus músculos hasta un punto inverosímil para cualquier humano. Complicando la venganza bastante por el aspecto amenazador que tenía ahora el hombre. Una persona corriente debería haber muerto en el acto por el ataque anterior del brujo.
- El estoque más largo del mundo sin duda-, contestó al gato. - Y solo se me ocurre que tenía que haber traído a todo un ejército para matar a ese lunático. No parece que nos vaya a dejar en paz si huimos, así que mucho me temo que tendremos que matarlo de algún modo. Quizás puedas meterle el estoque por el culo a ver qué pasa.
La bestia dopada respondió a la conversación de sus enemigos devolviendo la daga al rubio de malas formas, teniendo este que salvar el pellejo desviándola con una ráfaga de viento. Por lo visto el sujeto detestaba no ser el centro de atención.
- Malditos imbéciles. Venís hasta aquí para robarme la fórmula más importante de la historia, y ni siquiera sois capaces de mostrarme el debido respeto. Soy…
- Si si, el ángel de la juventud y todo eso. Eres el puto amo de la alquimia-, le cortó en seco el brujo.
Físicamente no tenía que hacer nada contra el hombretón, pero con la cabeza aún podía hacer algo al respecto. El ego exagerado que tenía, serviría para sacarlo de quicio y que luchase con rabia. Normalmente, esto funcionaba y hacía a los rivales perder la concentración, aunque con el animalito ese no sabía cómo funcionaría. Lo desconcentraría sí, pero no es que fuese un humano corriente, y tenía pinta de mandarlo a la luna de una ostia ahora que estaba furioso. De todos modos ya tenía esa pinta de antemano.
- ¡Soy, soy, soy el que os va a destrozar todos los huesos del cuerpo! -, gritó rabioso echándose a correr contra ellos.
Vincent lo esquivó por los pelos, girándose a tiempo de verlo estrellarse contra el cobertizo de madera. La pared cayó como si de simples naipes se trataran, aunque por desgracia para el alquimista, este se quedó atorado en los tablones. El brujo aprovechó para atacar con su espada el brazo zurdo de su enemigo, consiguiendo hacerle un tajo en él. Sin embargo no era lo que esperaba, salía una gran cantidad de sangre, de un color rojo oscuro, más un golpe así hubiera cortado el miembro a cualquiera.
La bestia partió las tablas que lo enganchaban de un tirón de pura fiereza, golpeando de paso al rubio, que cayó hacia atrás, sintiendo que el mundo se desvanecía. Tosió tirado en el suelo. El golpe en su costado le había quitado todo el aire, y para cuando pudo volver a respirar con normalidad se sintió aupado por el hombro de su camisa.
El puñetazo en el bajo estómago le causó un dolor atroz, solo pudiendo defenderse con sus propias manos. Sus guantes tenían las puntas de metal, pero aún así parecían que chocaban contra una roca cuando golpeaba al alquimista. Era extraño, ya lo había sentido antes cuando lo golpeó con su espada, era duro pero a la vez blando, como si los golpes rebotasen. De todas formas era mortal, la sangre en su brazo seguía corriendo casi tan oscura como la noche.
El brujo sintió otro golpe bestial en el abdomen que le hizo soltar un buche de sangre por la boca.
- Ya no eres tan gallito ahora que te tengo bien cogido-, le espetó con sumo odio el alquimista.
Vincent solo le sonrió, pensativo, con un pequeño hilo de sangre bajando por su labio. Sí, me tienes bien cogido, pero te has olvidado del gato estúpido.
- El estoque más largo del mundo sin duda-, contestó al gato. - Y solo se me ocurre que tenía que haber traído a todo un ejército para matar a ese lunático. No parece que nos vaya a dejar en paz si huimos, así que mucho me temo que tendremos que matarlo de algún modo. Quizás puedas meterle el estoque por el culo a ver qué pasa.
La bestia dopada respondió a la conversación de sus enemigos devolviendo la daga al rubio de malas formas, teniendo este que salvar el pellejo desviándola con una ráfaga de viento. Por lo visto el sujeto detestaba no ser el centro de atención.
- Malditos imbéciles. Venís hasta aquí para robarme la fórmula más importante de la historia, y ni siquiera sois capaces de mostrarme el debido respeto. Soy…
- Si si, el ángel de la juventud y todo eso. Eres el puto amo de la alquimia-, le cortó en seco el brujo.
Físicamente no tenía que hacer nada contra el hombretón, pero con la cabeza aún podía hacer algo al respecto. El ego exagerado que tenía, serviría para sacarlo de quicio y que luchase con rabia. Normalmente, esto funcionaba y hacía a los rivales perder la concentración, aunque con el animalito ese no sabía cómo funcionaría. Lo desconcentraría sí, pero no es que fuese un humano corriente, y tenía pinta de mandarlo a la luna de una ostia ahora que estaba furioso. De todos modos ya tenía esa pinta de antemano.
- ¡Soy, soy, soy el que os va a destrozar todos los huesos del cuerpo! -, gritó rabioso echándose a correr contra ellos.
Vincent lo esquivó por los pelos, girándose a tiempo de verlo estrellarse contra el cobertizo de madera. La pared cayó como si de simples naipes se trataran, aunque por desgracia para el alquimista, este se quedó atorado en los tablones. El brujo aprovechó para atacar con su espada el brazo zurdo de su enemigo, consiguiendo hacerle un tajo en él. Sin embargo no era lo que esperaba, salía una gran cantidad de sangre, de un color rojo oscuro, más un golpe así hubiera cortado el miembro a cualquiera.
La bestia partió las tablas que lo enganchaban de un tirón de pura fiereza, golpeando de paso al rubio, que cayó hacia atrás, sintiendo que el mundo se desvanecía. Tosió tirado en el suelo. El golpe en su costado le había quitado todo el aire, y para cuando pudo volver a respirar con normalidad se sintió aupado por el hombro de su camisa.
El puñetazo en el bajo estómago le causó un dolor atroz, solo pudiendo defenderse con sus propias manos. Sus guantes tenían las puntas de metal, pero aún así parecían que chocaban contra una roca cuando golpeaba al alquimista. Era extraño, ya lo había sentido antes cuando lo golpeó con su espada, era duro pero a la vez blando, como si los golpes rebotasen. De todas formas era mortal, la sangre en su brazo seguía corriendo casi tan oscura como la noche.
El brujo sintió otro golpe bestial en el abdomen que le hizo soltar un buche de sangre por la boca.
- Ya no eres tan gallito ahora que te tengo bien cogido-, le espetó con sumo odio el alquimista.
Vincent solo le sonrió, pensativo, con un pequeño hilo de sangre bajando por su labio. Sí, me tienes bien cogido, pero te has olvidado del gato estúpido.
Vincent Calhoun
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
— El tamaño no importa por ahora. —Contestó al brujo.— Vamos, ¿estás helado? ¿necesitas un sorbo? .—Sacó con la mano que tenía libre en aquel momento su cantimplora de alcohol, que agito para escuchar el líquido saltar dentro de esta. No estaba muy llena.— Yo invito, si es que el grandulon nos permite este último festín, ¿no crees? —Esbozó una sonrisa descarada a su compañero.
El gigantesco alquimista respondió mucho antes de que el gato pudiese notar una respuesta de su compañero, los chistes se fueron para el gato. No era como el viejo cuervo, o el paranoico vendedor de runas, aquel hombre se trataba de alguien que ya había sido capaz de darle una paliza. Su sonrisa se deformó a una recta línea que pretendía hacerle quedar serio en la tensa situación. El brujo parecía no conocer como él cuando era el momento de bromear y cuando de no, o tal vez se trataba de que Rex había aprendido su lección por parte del alquimista, le tocaría también a su compañero aprender de ello. — No creo que deberías provocar al angelito. —Comentó a su compañero, alejándose lentamente para colocarse, aún junto a él, más atrás. Si iban a darles una paliza, pretendía salir con vida pese a su nuevo amigo. — No preguntes.
El alquimista soltó un grito de guerra y se abalanzó contra ellos, el gato había rodado hacia un costado antes de que lo hubiese hecho. Ese simple grito parecía haberle erizado mucho los pelos de punta como para ser tan precavido. Cayó al suelo, chocando su cabeza contra una de las piedras que recubrían por estética el bello jardín del alquimista, cuya casa no lo era del todo. Apaciguó el dolor del choque pasando su mano sobre una de sus sienes y luego vio lo sucedido. Su amigo aún seguía vivo, perfecto, ahora podría tener a una carnada por si las cosas se ponían feas. Pero algo faltaba, tras haber rodado, su cabeza estaba desnuda. No estaba su sombrero con él... su compañero había tenido el coraje para atacar al alquimista aún así, que se había atorado tras haber chocado. Aquella embestida parecía a la de un toro y el resultado de su cabezazo lucía difícil de que no provocase alguna contusión para un simple humano, pero sea lo que sea que tuviese aquella pócima, no era normal.
— ¡Eso es, decapita al maldito! —Gritaba el felino, viendo como el alquimista tenía mas abajo el sombrero entre sus pies—. ¡Pero recupera el sombrero! ¡No dejes que te derroté, tu solo continúa! .—Alentó en el peor momento, en el que el alquimista ya se había liberado y consigo había traído un puñetazo que le sacó gargajos de sangre a la boca de Vincent, el hechicero, que incluso para Desidenius eso debía de doler.— Oh... no esperaba que con eso alguien pudiese seguir vivo.
Dos golpes eran los que habían asestado contra el hechicero en el momento que el alquimista escapó destruyendo las tablas de madera que habían atrapado su cabeza entre sus escombros. Un golpe más y, bueno, el gato no esperaba que el fuese a sobrevivir. Se armó de valor, no conocía a alguien que hubiese querido defender su cuello aún cuando él lo hubiese traicionado, pero lo más importante de todo: recuperar su sombrero. Se acercó, pinchando levemente la espalda del corpulento alquimista con su estoque, el cual llamó la atención de Cicerón. Se giró hacia atrás, el hombre le superaba mucho en altura, fuerza y resistencia. — ¡Déjalo en paz! .—Dijo en un intento de amenaza.— ¡Y dame el maldito sombrero!
El alquimista, de furia, pasó a risa. Tomó el sombrero del felino que había estado en el suelo y se lo mostró en señal de burla, Desidenius se abalanzó a él con toda la ira que pudo haber tenido en ese momento. Era pequeño, pero no una burla para aquel mastodonte. El hombre abofeteó la mano de la que llevaba tan delicada espada, arrojándola al suelo y provocándose un rotundo dolor en su mano por aquel golpe.
— No me hagas... —Decía a medias, trataba de contenerse, pero no tardo en estallar de risa. Su rostro seguía tan rojo como cuando estalló de ira, pero esta vez, una gran y amplia sonrisa de la que mostraba arriba como abajo su pila de dientes.— ¡Ya lo hiciste! —Continuó riéndose.— ¡No conozco de armas, ¿pero quién utilizaría esa cosa para acabar con alguien mucho más poderoso?!
— Da igual, ¡solo dame el sombrero y a mi compañero ahora! —Gritó como respuesta, se abalanzó a él, pero con tan solo una mano en su frente lo paró. Aún seguía estallando de risa, no era aquella risa de la que el gato pudiese aceptar... era esa risa estúpida, molesta, dedicada tan solo para afectar a la dignidad del gato. Ya la había visto entre los mercenarios cuando apenas un muchacho pedía alistarse a una travesía con ellos. Pero el alquimista tuvo la dicha de considerarlo una amenaza, aunque leve, tras pronto agarrarle del cuello con la mano con la que lo había frenado. La mano cubría su cuello, podría torcerlo en cualquier momento. Aún así, Cicerón decidió elevarlo para ver su mirada de ira cara a cara.
— Eres patético. —Comentó, viéndolo con un rostro mucho más serio. Puso un poco de fuerza en su agarre al cuello del gato.— Mira que fácil puedo llegar a torcerte el cuello. Incluso en mi forma normal, pude darte una paliza, pero esta vez, te daré una que nunca olvidarás. No tienes tu aguja, ni al hechicero con el cual te escudabas, ni siquiera tienes valor, solo te afrontas a mi con ira... pero al final eres un gato indefenso.
Aumento cada vez más la fuerza de su ahorque, Desidenius trataba de no hacer sentir bien a su torturador. No quería verlo con esa mirada de satisfacción, debía de actuar pronto y eso, era lo que parecía hacer. ¿Pretendía buscar ayuda para luego olvidarse del asunto? ya lo había hecho y se había salido con la suya, pero en esta no se saldría. Tal vez era hora para que saldase cuenta con el destino, por todas sus mentiras, por todas esas falacias y jugarretas que uso para salirse con las suyas, inspirando a sus compañeros para luego romperles el corazón con sus sucias artimañas. Era momento de un castigo y ese, parecía ser peor que decir la verdad para el gato. Pero aún tenía un as bajo la manga.
— No tan rápido, alcornoque. —Dijo, su voz, débil gracias al ahorque, que tan solo se hizo mas débil para que el alquimista pudiese escuchar sus últimas palabras. El gato golpeó con una de sus botas el antebrazo de Cicerón, el alquimista no sabía si eso pretendía ser su jugada. Pero no, la hoja oculta que estaba en aquella bota se deslizó hacia afuera, con la cual, el gato apuñaló el ojo izquierdo de su captor. Una cortina de sangre escapó de su rostro, junto con el grito de dolor que lo distrajo lo suficiente como para arrojar al gato de su mano y preocuparse por la herida abierta en su ojo. — ¿Qué pasó? —Preguntó, puso una sonrisa al momento de tomar su estoque del suelo.— ¿Te comió la lengua el gato?
Se abalanzó de un salto al grandulon. Era su última oportunidad y su último recurso para el combate. Usó jugarretas deshonrosas, pero todos los medios que uso se justificaban con el final que daría por acabado el combate. Apuñaló una vez más al alquimista, no en el otro ojo, no con la hoja oculta en su bota, si no con la hoja del estoque que fue directamente a la yugular de Cicerón. Escapó la sangre poco después, su punto débil, la sangre que bajaba de su ojo era acompañada con la que caía de su garganta como si fuesen dos cascadas en rojo vivo. El alquimista retrocedía, tapando su cuello con ambas manos más que nada, poco a poco pereciendo de la asfixia que hacía. La tensión, estaba por morir, la fuerza que ponía sobre sus manos para impedir el desangre era bastante fuerte como para ayudarle en aquel momento. Al final, pereció por su propio poder.
Sacó de su cinturón su pipa y la colocó entre sus dientes. Con un golpe del talón envainó de vuelta su hoja oculta y se encamino para regresar a su joya más preciada y sofisticada: su sombrero. Lo agito para sacar el polvo del suelo en él y pronto, se lo colocó. Al momento de guardar su estoque en su cinturón cuya ligera hoja podía notarse enrojecida, tomó un fósforo que pasó sobre el cuero de la yema del dedo de su otra mano. Prendió una pequeña flama de fuego que colocó bajo la pipa, fumando tras encenderla y apagar el fuego. Tiró el pequeño palillo y se dirigió a el hechicero, tras aquellos golpes, necesitaría una pequeña ayuda.
— Un mercenario siempre paga sus deudas. —Comentó, mostrando su mano enguantada al hechicero.— Bueno, solo si es tan elegante como yo.
El gigantesco alquimista respondió mucho antes de que el gato pudiese notar una respuesta de su compañero, los chistes se fueron para el gato. No era como el viejo cuervo, o el paranoico vendedor de runas, aquel hombre se trataba de alguien que ya había sido capaz de darle una paliza. Su sonrisa se deformó a una recta línea que pretendía hacerle quedar serio en la tensa situación. El brujo parecía no conocer como él cuando era el momento de bromear y cuando de no, o tal vez se trataba de que Rex había aprendido su lección por parte del alquimista, le tocaría también a su compañero aprender de ello. — No creo que deberías provocar al angelito. —Comentó a su compañero, alejándose lentamente para colocarse, aún junto a él, más atrás. Si iban a darles una paliza, pretendía salir con vida pese a su nuevo amigo. — No preguntes.
El alquimista soltó un grito de guerra y se abalanzó contra ellos, el gato había rodado hacia un costado antes de que lo hubiese hecho. Ese simple grito parecía haberle erizado mucho los pelos de punta como para ser tan precavido. Cayó al suelo, chocando su cabeza contra una de las piedras que recubrían por estética el bello jardín del alquimista, cuya casa no lo era del todo. Apaciguó el dolor del choque pasando su mano sobre una de sus sienes y luego vio lo sucedido. Su amigo aún seguía vivo, perfecto, ahora podría tener a una carnada por si las cosas se ponían feas. Pero algo faltaba, tras haber rodado, su cabeza estaba desnuda. No estaba su sombrero con él... su compañero había tenido el coraje para atacar al alquimista aún así, que se había atorado tras haber chocado. Aquella embestida parecía a la de un toro y el resultado de su cabezazo lucía difícil de que no provocase alguna contusión para un simple humano, pero sea lo que sea que tuviese aquella pócima, no era normal.
— ¡Eso es, decapita al maldito! —Gritaba el felino, viendo como el alquimista tenía mas abajo el sombrero entre sus pies—. ¡Pero recupera el sombrero! ¡No dejes que te derroté, tu solo continúa! .—Alentó en el peor momento, en el que el alquimista ya se había liberado y consigo había traído un puñetazo que le sacó gargajos de sangre a la boca de Vincent, el hechicero, que incluso para Desidenius eso debía de doler.— Oh... no esperaba que con eso alguien pudiese seguir vivo.
Dos golpes eran los que habían asestado contra el hechicero en el momento que el alquimista escapó destruyendo las tablas de madera que habían atrapado su cabeza entre sus escombros. Un golpe más y, bueno, el gato no esperaba que el fuese a sobrevivir. Se armó de valor, no conocía a alguien que hubiese querido defender su cuello aún cuando él lo hubiese traicionado, pero lo más importante de todo: recuperar su sombrero. Se acercó, pinchando levemente la espalda del corpulento alquimista con su estoque, el cual llamó la atención de Cicerón. Se giró hacia atrás, el hombre le superaba mucho en altura, fuerza y resistencia. — ¡Déjalo en paz! .—Dijo en un intento de amenaza.— ¡Y dame el maldito sombrero!
El alquimista, de furia, pasó a risa. Tomó el sombrero del felino que había estado en el suelo y se lo mostró en señal de burla, Desidenius se abalanzó a él con toda la ira que pudo haber tenido en ese momento. Era pequeño, pero no una burla para aquel mastodonte. El hombre abofeteó la mano de la que llevaba tan delicada espada, arrojándola al suelo y provocándose un rotundo dolor en su mano por aquel golpe.
— No me hagas... —Decía a medias, trataba de contenerse, pero no tardo en estallar de risa. Su rostro seguía tan rojo como cuando estalló de ira, pero esta vez, una gran y amplia sonrisa de la que mostraba arriba como abajo su pila de dientes.— ¡Ya lo hiciste! —Continuó riéndose.— ¡No conozco de armas, ¿pero quién utilizaría esa cosa para acabar con alguien mucho más poderoso?!
— Da igual, ¡solo dame el sombrero y a mi compañero ahora! —Gritó como respuesta, se abalanzó a él, pero con tan solo una mano en su frente lo paró. Aún seguía estallando de risa, no era aquella risa de la que el gato pudiese aceptar... era esa risa estúpida, molesta, dedicada tan solo para afectar a la dignidad del gato. Ya la había visto entre los mercenarios cuando apenas un muchacho pedía alistarse a una travesía con ellos. Pero el alquimista tuvo la dicha de considerarlo una amenaza, aunque leve, tras pronto agarrarle del cuello con la mano con la que lo había frenado. La mano cubría su cuello, podría torcerlo en cualquier momento. Aún así, Cicerón decidió elevarlo para ver su mirada de ira cara a cara.
— Eres patético. —Comentó, viéndolo con un rostro mucho más serio. Puso un poco de fuerza en su agarre al cuello del gato.— Mira que fácil puedo llegar a torcerte el cuello. Incluso en mi forma normal, pude darte una paliza, pero esta vez, te daré una que nunca olvidarás. No tienes tu aguja, ni al hechicero con el cual te escudabas, ni siquiera tienes valor, solo te afrontas a mi con ira... pero al final eres un gato indefenso.
Aumento cada vez más la fuerza de su ahorque, Desidenius trataba de no hacer sentir bien a su torturador. No quería verlo con esa mirada de satisfacción, debía de actuar pronto y eso, era lo que parecía hacer. ¿Pretendía buscar ayuda para luego olvidarse del asunto? ya lo había hecho y se había salido con la suya, pero en esta no se saldría. Tal vez era hora para que saldase cuenta con el destino, por todas sus mentiras, por todas esas falacias y jugarretas que uso para salirse con las suyas, inspirando a sus compañeros para luego romperles el corazón con sus sucias artimañas. Era momento de un castigo y ese, parecía ser peor que decir la verdad para el gato. Pero aún tenía un as bajo la manga.
— No tan rápido, alcornoque. —Dijo, su voz, débil gracias al ahorque, que tan solo se hizo mas débil para que el alquimista pudiese escuchar sus últimas palabras. El gato golpeó con una de sus botas el antebrazo de Cicerón, el alquimista no sabía si eso pretendía ser su jugada. Pero no, la hoja oculta que estaba en aquella bota se deslizó hacia afuera, con la cual, el gato apuñaló el ojo izquierdo de su captor. Una cortina de sangre escapó de su rostro, junto con el grito de dolor que lo distrajo lo suficiente como para arrojar al gato de su mano y preocuparse por la herida abierta en su ojo. — ¿Qué pasó? —Preguntó, puso una sonrisa al momento de tomar su estoque del suelo.— ¿Te comió la lengua el gato?
Se abalanzó de un salto al grandulon. Era su última oportunidad y su último recurso para el combate. Usó jugarretas deshonrosas, pero todos los medios que uso se justificaban con el final que daría por acabado el combate. Apuñaló una vez más al alquimista, no en el otro ojo, no con la hoja oculta en su bota, si no con la hoja del estoque que fue directamente a la yugular de Cicerón. Escapó la sangre poco después, su punto débil, la sangre que bajaba de su ojo era acompañada con la que caía de su garganta como si fuesen dos cascadas en rojo vivo. El alquimista retrocedía, tapando su cuello con ambas manos más que nada, poco a poco pereciendo de la asfixia que hacía. La tensión, estaba por morir, la fuerza que ponía sobre sus manos para impedir el desangre era bastante fuerte como para ayudarle en aquel momento. Al final, pereció por su propio poder.
Sacó de su cinturón su pipa y la colocó entre sus dientes. Con un golpe del talón envainó de vuelta su hoja oculta y se encamino para regresar a su joya más preciada y sofisticada: su sombrero. Lo agito para sacar el polvo del suelo en él y pronto, se lo colocó. Al momento de guardar su estoque en su cinturón cuya ligera hoja podía notarse enrojecida, tomó un fósforo que pasó sobre el cuero de la yema del dedo de su otra mano. Prendió una pequeña flama de fuego que colocó bajo la pipa, fumando tras encenderla y apagar el fuego. Tiró el pequeño palillo y se dirigió a el hechicero, tras aquellos golpes, necesitaría una pequeña ayuda.
— Un mercenario siempre paga sus deudas. —Comentó, mostrando su mano enguantada al hechicero.— Bueno, solo si es tan elegante como yo.
Desidenius Rex
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
Cada golpe del alquimista había sido como un mazazo en el vientre. Más que un puño estrellándose contra su cuerpo, parecía que un fornido guerrero le había dado con un martillo de guerra en las tripas. Su coraza de cuero ligera no podía retener nada de un ataque de esas características, pareciendo que los golpes los había recibido a pecho descubierto.
Vincent escupió con sangre a la cara de la bestia, y este se limpió con extremo odio con el dorso de su mano libre. ¿Dónde se había metido el gato? pensó el brujo, temiendo que el siguiente ataque lo reventara del todo, causándole la inevitable muerte. Por si no podía contar con su ayuda había maquinado un plan, uno peligroso con el que tenía que enfurecer al alquimista aún más, por lo que podía resultar muerto antes de llevarlo a cabo. Solo necesitaba que lo acercara un poco más a la cara, un poquito más y podría coger, con telequinesis, la jeringuilla con la que el hombretón se había inyectado el elixir, para atacar uno de sus pocos puntos vulnerables.
El golpe contra el suelo no fue tan fuerte como el rubio hubiese esperado, aunque lo alejaba de donde deseaba estar para poder acabar con Cicerón. Al principio no sabía que había pasado para que su oponente lo hubiera largado, conmocionado como estaba por el dolor de sus golpes, mas centrarse mejor en lo que pasaba su alrededor, notó a Des conversar con el alquimistas loco.
- Así que no me ha dejado tirado-, musitó entre dientes. - Un punto para el gato.
El dolor era atroz, y tenía que hacer algo para remediarlo si quería ayudar al gato. Se había arriesgado por él, y se lo debía como mínimo. Sacó la tiza roja que siempre llevaba encima, y escribió encima de su coraza ligera un glifo destinado a curar sus heridas, y de paso reducir el dolor ocasionadas por ellas. Luego se concentró para pasar poder al símbolo haciendo que este se fusionara con la coraza, creando el hechizo. Una vez terminado, el glifo parecía la marca del curtidor, que la había depositado allí en la elaboración. El hechizo duraría un rato, el tiempo suficiente para poder volver a la acción y salvar su vida de paso.
Los efectos de esos glifos eran inmediatos, y se sintió reconfortado de inmediato. Justo a tiempo de ver la jugada maestra del minino. Así era como un gigante caía ante alguien al que le triplicaba la altura, demostrando que el cerebro era el arma más peligrosa que tenían lo seres inteligentes.
- Elegante y con estilo he de decir-, agarró la mano del gato para ayudarse a levantarse. Un leve quejido salió de su interior sin quererlo al hacerlo. - La próxima vez tú serás el saco de papas y yo el gran salvador ¿Qué te parece? - bromeó con un sonrisa.
Todo había terminado en esa casa maldita, el alquimista estaba bien muerto gracias a la astucia de Desidenius. Ahora solo era un montón de carne muerta, mientras el preciado líquido de la vida seguía saliendo por la herida abierta. Pronto dejaría de salir, pues su corazón había dejado de latir.
Vincent recuperó su espada para luego envainarla, después hizo lo propio con su daga, que andaba tirada en el suelo del jardín a algunos metros. Donde había caído despedida por su defensa de aire, cuando Cirerón se la había devuelto de malas formas. Con el cariño con las que se la había enviado en primera instancia. Que mal educado.
- Había un tipo extraño rondando la casa cuando entré, pero no creo que sea problema. Aquí ya no hay nada más que hacer-, comentó. Y ciertamente no lo había, su amigo había sido vengado, y el pirado no haría daño a más nadie nunca más. Su cadáver era prueba de ello. - Qué tal si nos tomamos unos tragos en alguna posada, invito yo-, siguió hablando con su amigo mientras avanzaban hacia la puerta de salida.
¿Amigo? Si, lo había dejado tirado en primera instancia en la tienda, pero ahora se había comportado como un héroe. El gato tenía la madera para ser uno, lo veía en sus ojos, detrás de su máscara de burlas y chistes malos. No dejaba de parecerle a él mismo de algún modo.
- Des, presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad.
Vincent escupió con sangre a la cara de la bestia, y este se limpió con extremo odio con el dorso de su mano libre. ¿Dónde se había metido el gato? pensó el brujo, temiendo que el siguiente ataque lo reventara del todo, causándole la inevitable muerte. Por si no podía contar con su ayuda había maquinado un plan, uno peligroso con el que tenía que enfurecer al alquimista aún más, por lo que podía resultar muerto antes de llevarlo a cabo. Solo necesitaba que lo acercara un poco más a la cara, un poquito más y podría coger, con telequinesis, la jeringuilla con la que el hombretón se había inyectado el elixir, para atacar uno de sus pocos puntos vulnerables.
El golpe contra el suelo no fue tan fuerte como el rubio hubiese esperado, aunque lo alejaba de donde deseaba estar para poder acabar con Cicerón. Al principio no sabía que había pasado para que su oponente lo hubiera largado, conmocionado como estaba por el dolor de sus golpes, mas centrarse mejor en lo que pasaba su alrededor, notó a Des conversar con el alquimistas loco.
- Así que no me ha dejado tirado-, musitó entre dientes. - Un punto para el gato.
El dolor era atroz, y tenía que hacer algo para remediarlo si quería ayudar al gato. Se había arriesgado por él, y se lo debía como mínimo. Sacó la tiza roja que siempre llevaba encima, y escribió encima de su coraza ligera un glifo destinado a curar sus heridas, y de paso reducir el dolor ocasionadas por ellas. Luego se concentró para pasar poder al símbolo haciendo que este se fusionara con la coraza, creando el hechizo. Una vez terminado, el glifo parecía la marca del curtidor, que la había depositado allí en la elaboración. El hechizo duraría un rato, el tiempo suficiente para poder volver a la acción y salvar su vida de paso.
Los efectos de esos glifos eran inmediatos, y se sintió reconfortado de inmediato. Justo a tiempo de ver la jugada maestra del minino. Así era como un gigante caía ante alguien al que le triplicaba la altura, demostrando que el cerebro era el arma más peligrosa que tenían lo seres inteligentes.
- Elegante y con estilo he de decir-, agarró la mano del gato para ayudarse a levantarse. Un leve quejido salió de su interior sin quererlo al hacerlo. - La próxima vez tú serás el saco de papas y yo el gran salvador ¿Qué te parece? - bromeó con un sonrisa.
Todo había terminado en esa casa maldita, el alquimista estaba bien muerto gracias a la astucia de Desidenius. Ahora solo era un montón de carne muerta, mientras el preciado líquido de la vida seguía saliendo por la herida abierta. Pronto dejaría de salir, pues su corazón había dejado de latir.
Vincent recuperó su espada para luego envainarla, después hizo lo propio con su daga, que andaba tirada en el suelo del jardín a algunos metros. Donde había caído despedida por su defensa de aire, cuando Cirerón se la había devuelto de malas formas. Con el cariño con las que se la había enviado en primera instancia. Que mal educado.
- Había un tipo extraño rondando la casa cuando entré, pero no creo que sea problema. Aquí ya no hay nada más que hacer-, comentó. Y ciertamente no lo había, su amigo había sido vengado, y el pirado no haría daño a más nadie nunca más. Su cadáver era prueba de ello. - Qué tal si nos tomamos unos tragos en alguna posada, invito yo-, siguió hablando con su amigo mientras avanzaban hacia la puerta de salida.
¿Amigo? Si, lo había dejado tirado en primera instancia en la tienda, pero ahora se había comportado como un héroe. El gato tenía la madera para ser uno, lo veía en sus ojos, detrás de su máscara de burlas y chistes malos. No dejaba de parecerle a él mismo de algún modo.
- Des, presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad.
Vincent Calhoun
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Re: El jardín de la juventud [Interpretativo] [Libre] [CERRADO]
— Fui más que un saco, zoquete. —Bromeó, girando su cuello hacia un costado. Las vertebras crujieron al momento de hacerlo, el agarre que habían hecho las manos del alquimista había sido uno fuerte, uno que pudo haberle partido el cuello.
Su compañero se aferro de su mano, mostrando un leve ruido que garantizaba para el brujo que el dolor de aquella paliza todavía no había cesado. Tal vez parecía tener mucho más razón que el gato cuando de sacos de papa se hablaba, el gato y el brujo habían recibido una buena paliza, pero el brujo no se la merecía. No había ido a diferencia de Rex a por un encargo, se había dignado a colaborar con el minino aún cuando este no hubiese estado dispuesto a pagarle y recibir toda esa suma de golpes a cambio. La suerte era, que su deuda había sido pagada por el gato tras encargarse de su enemigo. Pero tal vez muchas situaciones como esas estarían por llegar, más en el caso de que el pelmazo siguiese acompañando a Desidenius.
Al igual que el gato, el brujo Vincent se había preparado tras el fin del combate, tomando tanto espada como la daga que había lanzado hacía un buen rato al alquimista. Desidenius aún seguía con su pipa, fumaba con una imagen en su rostro que denotaba cierto momento de reflexión para si mismo. ¿Estaría pensando en cambiar? eso no era una opción, ya se había convertido en su modo de vida. Parecía ser que el felino todavía no comprendía como había sido capaz de encargarse de aquel conflicto a muerte, y si lo hizo, pese a la gracia que mantuvo tras ejercer la astucia contra la fuerza, temía de que volviese a repetirse la historia. El bibliotecario nunca le dijo que fuera de los cuentos de hadas había tanto peligro, tanta sangre y miseria. No se podía vivir como un caballero y su propio padre se lo decía, aquella clase de personas solo sabían empuñar armas con el simple deseo de cumplir sus metas. Tal vez se había convertido en lo que su padre detestaba, o lo que las historias de héroes y monstruos no contaban: un misero mercenario más en Aerandir.
Había estado al borde de morir por proteger a un sujeto, el cual casi desconocía acerca de él que no fuese un hechicero y su nombre. Siempre se había ido a por adular a mercenarios en su juventud, eran como los héroes de capa y escudo que veía en sus historias. Se había convertido en uno de ellos, había probado ese amargo sabor de la vida de la que esas historias solían narrar como heroicas y con finales felices. Pero la verdad es que no la había, todo lo que hacía era para vivir un poco de oro de lo que pudo aprender y tan solo con eso podía vivir de sus placeres. El hedonismo era su rey, se hacía esclavo de eso y por ello dudaba, ¿crear una amistad o seguir con su camino? de lo mejor que se le daba era luchar para él, solo, no por amigos y menos por una mujer de la cual probablemente trataría de reemplazar por otra. Esbozó una sonrisa esta vez menos amplia de lo normal y sus incisivos no se enmarcaban como era típico en esa sonrisa de descarado que tenía.
— Creo que salvamos el mercado... bueno, no del todo. —Comentó con ironía, pese al sinnúmero de asesinatos que seguramente había tenido el mercado gracias a Cicerón, el amigo del hechicero muerto, la mujer desamparada y el marginado sin un sueño cumplido desparramado en el suelo como un inerte cadáver sin siquiera un aliento de vida. Pensó sobre la idea del mercenario, si, tal vez no le agradaba la idea de ser acompañado por amigos por el hecho de que no hacía eso por sus vidas, pero un trago nunca estaba mal. — Pero a decir verdad, ese maldito cuervo no me va a pagar nunca. Prefiero beber que hacer esto por vocación, ya te digo, como si fuese divertido romperme el culo por salvar y por matar a algún imbécil.
Camino junto con su compañero hacia la salida. Era hora, por un momento pensó que Lunargenta tenía un montón de imbéciles por doquier y eso, era toda la maldita verdad. Pero entre esos imbéciles, encontró un amigo. No era un hombre sentimental y por eso, se giró hacia su compañero mientras mantenía su pipa encendida tras acordar ir a por una buena taberna.
— Amistad o no. —Contestó a Vincent.— Va a ser hermoso cuando encuentre un burdel en esta ciudad.
Lanzó un escupitajo al césped del jardín, ese sería el único recuerdo que tendrían las flores que no volverían a ser tocadas más por el sol. Iban a marchitarse, ennegrecer y poco después morir, en ese momento los rayos del sol no infundirían nada más en ellas que un misero recuerdo de un bello mundo, como su propietario.
Su compañero se aferro de su mano, mostrando un leve ruido que garantizaba para el brujo que el dolor de aquella paliza todavía no había cesado. Tal vez parecía tener mucho más razón que el gato cuando de sacos de papa se hablaba, el gato y el brujo habían recibido una buena paliza, pero el brujo no se la merecía. No había ido a diferencia de Rex a por un encargo, se había dignado a colaborar con el minino aún cuando este no hubiese estado dispuesto a pagarle y recibir toda esa suma de golpes a cambio. La suerte era, que su deuda había sido pagada por el gato tras encargarse de su enemigo. Pero tal vez muchas situaciones como esas estarían por llegar, más en el caso de que el pelmazo siguiese acompañando a Desidenius.
Al igual que el gato, el brujo Vincent se había preparado tras el fin del combate, tomando tanto espada como la daga que había lanzado hacía un buen rato al alquimista. Desidenius aún seguía con su pipa, fumaba con una imagen en su rostro que denotaba cierto momento de reflexión para si mismo. ¿Estaría pensando en cambiar? eso no era una opción, ya se había convertido en su modo de vida. Parecía ser que el felino todavía no comprendía como había sido capaz de encargarse de aquel conflicto a muerte, y si lo hizo, pese a la gracia que mantuvo tras ejercer la astucia contra la fuerza, temía de que volviese a repetirse la historia. El bibliotecario nunca le dijo que fuera de los cuentos de hadas había tanto peligro, tanta sangre y miseria. No se podía vivir como un caballero y su propio padre se lo decía, aquella clase de personas solo sabían empuñar armas con el simple deseo de cumplir sus metas. Tal vez se había convertido en lo que su padre detestaba, o lo que las historias de héroes y monstruos no contaban: un misero mercenario más en Aerandir.
Había estado al borde de morir por proteger a un sujeto, el cual casi desconocía acerca de él que no fuese un hechicero y su nombre. Siempre se había ido a por adular a mercenarios en su juventud, eran como los héroes de capa y escudo que veía en sus historias. Se había convertido en uno de ellos, había probado ese amargo sabor de la vida de la que esas historias solían narrar como heroicas y con finales felices. Pero la verdad es que no la había, todo lo que hacía era para vivir un poco de oro de lo que pudo aprender y tan solo con eso podía vivir de sus placeres. El hedonismo era su rey, se hacía esclavo de eso y por ello dudaba, ¿crear una amistad o seguir con su camino? de lo mejor que se le daba era luchar para él, solo, no por amigos y menos por una mujer de la cual probablemente trataría de reemplazar por otra. Esbozó una sonrisa esta vez menos amplia de lo normal y sus incisivos no se enmarcaban como era típico en esa sonrisa de descarado que tenía.
— Creo que salvamos el mercado... bueno, no del todo. —Comentó con ironía, pese al sinnúmero de asesinatos que seguramente había tenido el mercado gracias a Cicerón, el amigo del hechicero muerto, la mujer desamparada y el marginado sin un sueño cumplido desparramado en el suelo como un inerte cadáver sin siquiera un aliento de vida. Pensó sobre la idea del mercenario, si, tal vez no le agradaba la idea de ser acompañado por amigos por el hecho de que no hacía eso por sus vidas, pero un trago nunca estaba mal. — Pero a decir verdad, ese maldito cuervo no me va a pagar nunca. Prefiero beber que hacer esto por vocación, ya te digo, como si fuese divertido romperme el culo por salvar y por matar a algún imbécil.
Camino junto con su compañero hacia la salida. Era hora, por un momento pensó que Lunargenta tenía un montón de imbéciles por doquier y eso, era toda la maldita verdad. Pero entre esos imbéciles, encontró un amigo. No era un hombre sentimental y por eso, se giró hacia su compañero mientras mantenía su pipa encendida tras acordar ir a por una buena taberna.
— Amistad o no. —Contestó a Vincent.— Va a ser hermoso cuando encuentre un burdel en esta ciudad.
Lanzó un escupitajo al césped del jardín, ese sería el único recuerdo que tendrían las flores que no volverían a ser tocadas más por el sol. Iban a marchitarse, ennegrecer y poco después morir, en ese momento los rayos del sol no infundirían nada más en ellas que un misero recuerdo de un bello mundo, como su propietario.
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