[Evento de navidad] El amigo invisible.
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[Evento de navidad] El amigo invisible.
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Crepitaba el fuego, el bosque ululaba y el roce de las capas entre la hierba y los curiosos ambientaban la noche: fría, oscura, pero con una luna tremenda y anaranjada en el firmamento, allá en lo alto del claro en el bosque.
La hoguera, alta, cambiaba su color de uno a otro pasando por el naranja, azul, rosados, liliáceos e incluso verde vivo. Hacía frío, sí, pero por un extraño motivo y las artimañas alquímicas del saltimbanqui y los suyos, aquel fuego llenaba de calor acogedor a todos los invitados de aquella extraña reunión pues… Dentro del círculo de piedra se hallaban aquellos que con sus voces harían callar al bosque y del mismo modo le haría clamar por más.
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Silencio. El bosque ahora estaba expectante.
Por más…
– ¡Historias! Historias, canciones, trovos y cantares, poemas, trabalenguas y romances. –Un encapuchado con una capa negra y el rostro tintado en colores clamaba alrededor de la hoguera en susurros teatrales incitando a los invitados a acercarse, a sentarse en el círculo de piedra y a tomar parte de aquella fiesta que parecía tornarse mágica, mística, especial. Un laúd adornaba con acordes rasgados y acertados sus palabras.– Acérquense a mí, estimados señores, pues esta noche es… La noche. ¡Es la nueva noche! Sí, pero es el nuevo día… Las palabras morirán en vuesas gargantas… ¡para dar vida! –hizo una floritura con la mano, gesticulaba, se acercaba de cuando en cuando a los sorprendidos asistentes. – ….A vuesos corazones. Y al nuevo día… Que dará comienzo en breve con vuestos presentes aquí, rodeados de felicidad, de alegría y del misterio de nuestros ancestros… Festejando en los bosques, ¡aquí! En el origen de todo, en la naturaleza y en la paz. Pero sobre todo, señores míos…. ¡FESTEJAREMOS EL PLACER DE LA VIDA, DEL RENACER, ¡¡Y DEL HIDROMIEL!!
El laúd rompió en risas y el hombre alzó las manos saltando de un lado para otro junto a la hoguera, chillando entre las voces animadas de los invitados y agitando los brazos, como un saltimbanqui.
– ¡Vamos! ¿Quién será el primero en regalarnos su historia? ¡Que nos cuente quién ha sido su elegido esta noche! ¡A quién de entre los demás escogió para tejer con su imaginación una historia digna de orgullo, ¡digna de alcohol! ¡Digna de placeres, de penas y alegrías pero sobre todo… digna por muchos siglos de mención! –de nuevo n coro de vítores de los allí presentes– ¿Quién se atreve? ¡Vamos!
El saltimbanqui, por llamarlo de algún modo, caminaba ahora lentamente señalando con un dedo, y con cara de emoción y desenfreno a los asistentes, sentados todos en el círculo que además ahora recorría una fina línea de fuego. – ¡Tú! –dijo, deteniéndose ante el primero y alumbrando con una antorcha su rostro. – Revélanos tu historia… –dijo, y con un ademán, le invitó a levantarse y dirigirse al público que observaba aparentemente temeroso de romper aquel ambiente, pero sin poder ocultar el brillo en los ojos causado por la emoción.
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Bienvenidos seáis aerandianos al nuevo año, al festejo que conlleva y al colofón del evento en que habéis participado y que como sabéis, tiene forma de amigo invisible. Para los despistados, la costumbre consiste al menos en España en sortear los nombres de los participantes entre sí, con el fin de obtener el nombre de otro para hacerle un regalo sorpresa, de modo que nadie sabe quién regala a quién… Nadie sabe quién es el amigo que le hará un regalo y por ello, es invisible.
El don a nuestros amigos y compañeros de rol serán nuestras palabras, así que por turnos, id levantándoos en este círculo de fuego y piedra, inmersos en la magia de la madre natura y de la noche para brindarnos un regalo con palabras.
Vuelvo a recordar los requisitos e instrucciones; a saber:
• Se debe escribir una historia sobre el personaje escogido o asignado que tenga que ver con su ficha: pasado, presente, visión / expectativa de futuro…
• Una página y media en Arial 11 en Word como mínimo de extensión.
• Prohibido maltratar en exceso o matar al personaje que os haya tocado; prohibido desvelar su identidad públicamente hasta la entrega de relatos.
• Se requiere un mínimo de 10 posts para participar; se recompensará con 3 puntos de experiencia.
• La entrega de relatos se hará en este tema, entre el día 1 y el 11 de Enero.
Recordad sin embargo que todo gran poder… Conlleva una gran responsabilidad. Los ojos master pueden ver más allá de las paredes y las fronteras, y saben que algunos de vosotros habéis desvelado antes de tiempo vuestra identidad… Incumpliendo esta y puede que otras normas. Por ello, aquellos que han tenido un desliz… Bueno, ¿cómo decirlo? Verán crecer en los próximos tres turnos de rol unas extrañas burbujas rosas irrompibles en su brazo, cubriéndolo, y desprendiendo unos corazones rojos en forma de burbuja pestilente que consumirán al final de los tres turnos el resto de burbujas. Os
Pero tranquilos, hemos pensado en todo, no nos hemos olvidado del resto; cualquiera puede ofrecerse víctima de este pequeño efecto que proviene de las llamas de la hoguera.
Othel
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
El Capitán se sentó en una de las grandes rocas próximas al fuego de la hoguera. Aquella noche había muchos aficionados a juglar, era gracioso oírlos cantar pues, a parte que sus canciones carecían de ritmo, no sabían pronunciar las palabras más complicadas. Más de uno se trabo en el momento culmine de su historia, si es que se le podía llamar historias eso que estaban contando. Que si un perro se había comido un trozo de pastel justo cuando el niño protagonista iba a comérselo; por supuesto el niño fue corriendo tras susodicho chucho y… ¡pum! Comenzaba su pequeña y previsible odisea solo por un ridículo trozo de pastel. ¡Aficionados! Luego hubo otra historia todavía más absurda que la anterior que trataba sobre lo que parecía un brujo bonachón que se hizo amigo de unos elfos y los protegió contra el ataque de otros brujos; cuando el bonachón venció (no olvidemos que se trataba de una ridícula y previsible historia, el héroe siempre ganaba) se ganó el favor de los orejas picudas llegándose incluso a casar con una elfa. Aficionados, es lo que pasa cuando alguien invita a cualquiera que cante su historia.
Pero por muy absurdas que fueran estas historias, la siguiente era peor, y la siguiente peor todavía tanto era así que un hombre, el que aparecer el único bardo profesional de aquella noche, río sonoramente antes de que el nuevo aspirante a juglar terminase su canción. El Capitán le conocía bien, él era “El Bardo” o por lo menos así se hacía llamar, su nombre era un misterio mayor del que surge de sus canciones. Todos los hombres y mujeres que estaban en alrededor del fuego en aquel momento dirigieron sus miradas El Bardo. Reírse de tal manera tan sonora y tan insultante de un juglar, bueno…, de lo que se suponía que era un juglar, era una falta de respeto tan grande que ni el propio Capitán Werner sería capaz de hacer.
El aspirante en juglar paró de cantar. Las cuerdas de su laúd, por fortuna, dejaron de hacer ese terrible sonido que su dueño le daba. Lástima, un instrumento tan noble siendo aporreado por alguien tan ignorante. Seguramente, dejó de aporrear el laúd para pasar aporrear otra cosa más blanda, como la cara de El Bardo que continuaba riendo sin parar; ganas no faltarían de hacerlo.
-¿Ya has terminado?- Dijo El Bardo limpiándose las lágrimas que le caían de los ojos por la risa. - Y yo que esperaba la escena en la que dices que ese héroe tuyo encuentra al tipiquísimo viejo que le enseña a usar su cabeza mejor que la espada y así gana el torneo del Rey.- La cara del aspirante a juglar era un poema todavía mayor que los poemas que el Capitán Werner escribía en sus ratos libres. Era una mezcla entre asombro porque hayan desvelado su historia e ira por haberla interrumpido. –Apártate y deja que un profesional haga mejor tu trabajo.- Miró hacia el resto de hombres que se encontraban alrededor de la hoguera. - ¿Algún bardo de verdad en esta noche capaz de hacernos soñar?- Preguntó con una sonrisa. -¿No, nadie? Está bien, está bien. No tenía pensado actuar pero si no hay más remedio.- El bardo se quitó la capa desvelando al público del bosque su laúd de color rojo fuego. Sus dedos bailaron entre las cuerdas del instrumento. El dulce sonido del laúd cambió rápidamente la cara de asombro de los hombres por una delicada sonrisa, estaban empezando a soñar, el bardo lo sabía e iba aprovechar el momento para contar su historia, una verdadera historia.
-Antaño fue una adorable niña de abundante cabello castaño. Simpática, alegre y feliz como la que más. Fueron buenos tiempos para ella, muy buenos tiempos, recuerdos que hoy en día debería atesorarlos como sus mayores joyas. Esa niña, a la que sus padres la llamaron Feith GreenWood, de estar aquí con nosotros estaría bailando al son de las notas de mi laúd.
Mi niña, mi dulce niña, qué rápido dejaste de ser una niña.
Todo empezó poco después de que ella cumpliese siete años. Por vicisitudes del destino, su madre se contagió con la peste, más tarde su padre, ambos dos fallecieron. Cuando sus padres murieron, la alegría de nuestra niña murió con ellos. No volverá a reír nuestras bromas, no bailará nuestras canciones y su sonrisa no se volverá a lucir en la tez de su claro rostro.
Si por lo menos hubiera tenido un familiar afable a su lado esa niña estaría con nosotros, pero el destino no lo quiso así, los Dioses decidieron que el único familiar que quisiera hacerse cargo de la pobre y pequeña Feith fuera su tío Francis. Asco, esa es la palabra perfecta para describir a ese hombre. Asco era lo que sentía la niña cuando veía a su tío. Comía de una formaba asquerosa, su barriga era sucia y asquerosa, su cara malformada era asquerosa, su forma de caminar similar a la de un ganso cojo era asquerosa… La forma en la que Francis pegaba y tocaba a Feith era asquerosa.
La inocencia, la dulzura, la sonrisa, la alegría y la felicidad que en su día perteneció a Feith a nadie más que a ella se le fue arrebatada. Ahora me entenderéis cuando dije que sus viejos recuerdos eran sus mayores joyas.-
El Bardo dejó de contar la historia de Feith. Aquí se acababa la primera parte, quizás la peor parte. El público estaba totalmente enmudecido, solo se escuchaba el sonido del laúd de color rojo fuego mezclado con el caer de las lágrimas que la historia había producido en todos los hombres y mujeres.
-Ella, en su imaginación, vio un volcán que en lugar de escupir rocas escupía cuerpos. Yo, en mi humilde versión de la historia os lo describiré como un infierno. Toda la villa de sus tíos se convirtió en un incendio. Los animales, aun siendo devorados por las llamas, saltaban hacia fuera de los edificios buscando la salvación de sus vidas que no llegaba. Los familiares de Feith no tuvieron mejor suerte que las bestias.
Todos murieron en el incendio, todos excepto nuestra pequeña Feith y esos seres mágicos que estaban en medio del incendio. Parecía una canción, una de esas en las que el fuego de una hoguera cobra vida para bailar al son de la música. ¿Qué eran esas criaturas? Feith se acercó un poco más a verlas, no le importaba ver bailar el fuego, deseaba ver con todas sus fuerzas quiénes eran esas bestias salidas del folklore de las llamas que le habían rescatado de su asqueroso tío.
Mi pobre niña, hubiese estado mejor que hubieras salido corriendo en lugar de acercarte a ellos. Esas criaturas no eran dulces hadas del bosque ni pertenecían a ninguna clase de folklore, eran licántropos y vampiros blandiendo una de sus encarnizadas batallas en las que nada se interponía en sus intereses, ni siquiera una pobre niña. Una enorme bestia, la más grande que Feith había visto en su vida, se posó delante de ella. Iba a matarla, a terminar con su vida de una vez por todas. Por una vez en su vida, la suerte giró para señalar a ella y es que otro licántropo, todavía más grande que el primero, vio algo en los ojos castaños de la pequeña niña, algo que le impulsó a tener que rescatarla sin pensarlo dos veces.
Feith corrió, corrió y corrió hasta dejar atrás todo cuanto había visto u oído en llamas. Odiaba a su nueva familia, el trabajo en la villa y, sobre todas las cosas a su tío Francis. Los odiaba más que a nada y más que a nadie. Pero, eso no le impendió que, tras unos días de la masacre, la pequeña volviese a la villa para reencontrarse con la familia que le había tocado sufrir. Tenía hambre, dolor y pesar en su corazón. ¿Su única compañía? Los huesos de sus tíos y primos a quienes les hablaba como si todavía siguiesen vivos.
Llegados a este punto permitidme mi buen público haceros una pregunta. ¿Habéis estado solos alguna vez? No me refiero en pasar unas horas a solas alejadas de vuestros seres queridos, tampoco me refiero a vivir en una ciudad diferente a tu familia por motivos de conseguir un trabajo mejor pagado. Me refiero a esa soledad que os inunda el alma hasta tal punto que serías capaces de hablar a las piedras por sentiros queridos. Si no os habéis sentido así permitidme que os diga que jamás comprenderéis el dolor que Feith pasaba en aquel momento.
Un día pasó algo en la vida de Feith que la destruyó para siempre. No fue algo ni bueno ni malo, solo fue un cambio. Un momento en que hizo desaparecer de la faz de Aerandir a la pequeña Feith y la convirtió en Wood, una licántropa sedienta de sangre. Y es que, si aquel licántropo que hacía meses le perdonó la vida, lo hizo puramente porque reconoció en sus ojos el brillo que solo los nacidos bajo la gracia de la Luna Llena poseen.
Wood era muy diferente a Feith. Era joven, vivaz y sedienta de sangre. Mataba a todo aquel bicho viviente que se cruzaba en su camino, se enfrentaba con todos los lobos que se encontraba únicamente para demostrar que ella era la más fuerte del lugar. Eran dos polos opuestos, no solo a lo que el comportamiento se refiere sino también al físico. El largo cabello castaño de Feith pasó a ser un cabello corto, peinado como si fuera un chico, de color plateado.
No había lobo mejor que Wood. Ni tan fiero ni tan buen luchador. Simplemente no lo había, o mejor dicho, ella no lo había conocido todavía. Todos los que se enfrentaban acaban muertos o, con suerte, sumamente heridos; todos menos él. Su nombre era Luner. Un lobo tan feroz y tan fuerte como ella, quizás más y por eso él acabó venciéndola en un arduo combate.
Para alguien como nuestra Wood, una joven loba que había vivido en soledad hasta ese momento, Luner era todo para ella. Al principio fue, simplemente, una razón para seguir entrenando y mejorando; pero luego fue un compañero y luego un amigo y, al final, su amante.
Wood se comprendía con Luner como hasta nunca se había comprendido con nadie. Sus lados más sanguinarios, aquellos producidos por los traumas del pasado, iban desapareciendo muy lentamente. Cada día que pasaban juntos, Wood se parecía cada vez más a Feith. Se la veía sonreír, era Wood quien lo hacía, pero tras ella estaban las sombras del pasado de Feith presentes. Esas sonrisas, leves y sutiles, era todo cuando necesitaban los dos jóvenes lobos.-
Segunda pausa que el bardo hacía. Las lágrimas del público que aparecieron en la primera pausa eran, como los traumas de Feith, sombras del pasado. En aquel momento, en todos los rostros que estaban presentes disfrutando de la canción había una sutil sonrisa. El Bardo odiaba la parte de la historia de Wood que venía a continuación. La parte en que las sonrisas volvían a transformarse en lágrimas. Mas, si no contaba la última pena de Wood, su historia no sería la más grande que ha habido nunca en Aerandir, estaría al nivel de las absurdas historias de los aspirantes a bardos, cosa que el bardo odiaría más que arrebatar las sonrisas del público.
-¿Sabéis que es el amor? Wood en los días que pasó con Luner jamás quiso admitir que estaba enamorada de él. Ella no lo conocía, como la loba que era, solo sentía atracción carnal por el sexo contrario al suyo. Sin embargo, en mi opinión, como humilde maese de ceremonias de esta historia, creo que sí estaba enamorada de él.
Días, meses, años tal vez. Ninguno de ambos amantes sabían cuánto tiempo exacto pasaron junto, el suficiente para que ella quedase embarazada. Las cosas estaban empezando a cambiar, la familia que el destino se la había arrebatado la estaba construyendo de nuevo. Wood, cada vez menos Wood y más Feith, creyó que podía volver a ser feliz.
Aquí es donde hace aparición un nuevo licántropo. Uno más joven y mucho más feroz que Luner. La sed de sangre de aquel lobo era devastadora, ni siquiera Wood en sus peores días fue capaz de matar así. Luner cayó, murió masacrado por este nuevo licántropo y Wood, ahora menos Feith y más Wood, se enfrentó al nuevo licántropo. La sed de venganza corría por su hocico, ¿o era la saliva? Ella no sabía diferenciarlo. Solo quería pelearse contra el lobo que había matado a la única persona que había amado. El licántropo no se lo puso fácil, él era fuerte y severo, no iba a dejarse ganar por nadie.
En aquel momento de pelea las sombras del pasado volvieron a aparecer, era el combustible que Wood utilizaba para seguir luchando con la braveza de un ejército. El otro licántropo consiguió herirla tan gravemente que un humano convencional estaría muerto, Wood fue más allá y le clavó una de sus hachas en la garganta de su enemigo.
La lucha finalizó pero no hubo ningún vencedor. Wood acabó matando a su enemigo, pero éste ya había acabado con el bebe que ella estaba gestando en su vientre mucho antes de que ella hubiera podido hacerle la primera herida.-
Unos pocos segundos que él público sintió como puñaladas en el corazón en los que El Bardo no dijo palabra alguna. El Capitán, que ya había escuchado anteriormente esta historia, sintió la misma presión en el pecho que sintió la primero que la escuchó. Con el ambiente que El Bardo había creado era imposible no sentir el dolor y la pena que Wood sintió.
-Mi niña, mi pobre niña.- Finalizó como una despedida en la que la música de su laúd rojo fuego dejó de sonar.
-¿Existió de verdad?- Preguntó alguien en el público, quizás el mismo aspirante a juglar que el Bardo había interrumpido.
-Igual que mis lágrimas.- Contestó El Bardo con una amarga sonrisa. Esa respuesta no hizo más que incrementar el misterio que le envolvía. En muchas ocasiones, el Capitán pensó que él era un embustero actor capaz de jugar con los sentimientos, otras veces pensó que era un brujo y que su magia estaba en su laúd y, por última, la visión que Alfred tenía de El Bardo era la misma que la todos quienes le habían escuchado aquella noche en la hoguera tenían: El Bardo era un misterio.
Pero por muy absurdas que fueran estas historias, la siguiente era peor, y la siguiente peor todavía tanto era así que un hombre, el que aparecer el único bardo profesional de aquella noche, río sonoramente antes de que el nuevo aspirante a juglar terminase su canción. El Capitán le conocía bien, él era “El Bardo” o por lo menos así se hacía llamar, su nombre era un misterio mayor del que surge de sus canciones. Todos los hombres y mujeres que estaban en alrededor del fuego en aquel momento dirigieron sus miradas El Bardo. Reírse de tal manera tan sonora y tan insultante de un juglar, bueno…, de lo que se suponía que era un juglar, era una falta de respeto tan grande que ni el propio Capitán Werner sería capaz de hacer.
El aspirante en juglar paró de cantar. Las cuerdas de su laúd, por fortuna, dejaron de hacer ese terrible sonido que su dueño le daba. Lástima, un instrumento tan noble siendo aporreado por alguien tan ignorante. Seguramente, dejó de aporrear el laúd para pasar aporrear otra cosa más blanda, como la cara de El Bardo que continuaba riendo sin parar; ganas no faltarían de hacerlo.
-¿Ya has terminado?- Dijo El Bardo limpiándose las lágrimas que le caían de los ojos por la risa. - Y yo que esperaba la escena en la que dices que ese héroe tuyo encuentra al tipiquísimo viejo que le enseña a usar su cabeza mejor que la espada y así gana el torneo del Rey.- La cara del aspirante a juglar era un poema todavía mayor que los poemas que el Capitán Werner escribía en sus ratos libres. Era una mezcla entre asombro porque hayan desvelado su historia e ira por haberla interrumpido. –Apártate y deja que un profesional haga mejor tu trabajo.- Miró hacia el resto de hombres que se encontraban alrededor de la hoguera. - ¿Algún bardo de verdad en esta noche capaz de hacernos soñar?- Preguntó con una sonrisa. -¿No, nadie? Está bien, está bien. No tenía pensado actuar pero si no hay más remedio.- El bardo se quitó la capa desvelando al público del bosque su laúd de color rojo fuego. Sus dedos bailaron entre las cuerdas del instrumento. El dulce sonido del laúd cambió rápidamente la cara de asombro de los hombres por una delicada sonrisa, estaban empezando a soñar, el bardo lo sabía e iba aprovechar el momento para contar su historia, una verdadera historia.
-Antaño fue una adorable niña de abundante cabello castaño. Simpática, alegre y feliz como la que más. Fueron buenos tiempos para ella, muy buenos tiempos, recuerdos que hoy en día debería atesorarlos como sus mayores joyas. Esa niña, a la que sus padres la llamaron Feith GreenWood, de estar aquí con nosotros estaría bailando al son de las notas de mi laúd.
Mi niña, mi dulce niña, qué rápido dejaste de ser una niña.
Todo empezó poco después de que ella cumpliese siete años. Por vicisitudes del destino, su madre se contagió con la peste, más tarde su padre, ambos dos fallecieron. Cuando sus padres murieron, la alegría de nuestra niña murió con ellos. No volverá a reír nuestras bromas, no bailará nuestras canciones y su sonrisa no se volverá a lucir en la tez de su claro rostro.
Si por lo menos hubiera tenido un familiar afable a su lado esa niña estaría con nosotros, pero el destino no lo quiso así, los Dioses decidieron que el único familiar que quisiera hacerse cargo de la pobre y pequeña Feith fuera su tío Francis. Asco, esa es la palabra perfecta para describir a ese hombre. Asco era lo que sentía la niña cuando veía a su tío. Comía de una formaba asquerosa, su barriga era sucia y asquerosa, su cara malformada era asquerosa, su forma de caminar similar a la de un ganso cojo era asquerosa… La forma en la que Francis pegaba y tocaba a Feith era asquerosa.
La inocencia, la dulzura, la sonrisa, la alegría y la felicidad que en su día perteneció a Feith a nadie más que a ella se le fue arrebatada. Ahora me entenderéis cuando dije que sus viejos recuerdos eran sus mayores joyas.-
El Bardo dejó de contar la historia de Feith. Aquí se acababa la primera parte, quizás la peor parte. El público estaba totalmente enmudecido, solo se escuchaba el sonido del laúd de color rojo fuego mezclado con el caer de las lágrimas que la historia había producido en todos los hombres y mujeres.
-Ella, en su imaginación, vio un volcán que en lugar de escupir rocas escupía cuerpos. Yo, en mi humilde versión de la historia os lo describiré como un infierno. Toda la villa de sus tíos se convirtió en un incendio. Los animales, aun siendo devorados por las llamas, saltaban hacia fuera de los edificios buscando la salvación de sus vidas que no llegaba. Los familiares de Feith no tuvieron mejor suerte que las bestias.
Todos murieron en el incendio, todos excepto nuestra pequeña Feith y esos seres mágicos que estaban en medio del incendio. Parecía una canción, una de esas en las que el fuego de una hoguera cobra vida para bailar al son de la música. ¿Qué eran esas criaturas? Feith se acercó un poco más a verlas, no le importaba ver bailar el fuego, deseaba ver con todas sus fuerzas quiénes eran esas bestias salidas del folklore de las llamas que le habían rescatado de su asqueroso tío.
Mi pobre niña, hubiese estado mejor que hubieras salido corriendo en lugar de acercarte a ellos. Esas criaturas no eran dulces hadas del bosque ni pertenecían a ninguna clase de folklore, eran licántropos y vampiros blandiendo una de sus encarnizadas batallas en las que nada se interponía en sus intereses, ni siquiera una pobre niña. Una enorme bestia, la más grande que Feith había visto en su vida, se posó delante de ella. Iba a matarla, a terminar con su vida de una vez por todas. Por una vez en su vida, la suerte giró para señalar a ella y es que otro licántropo, todavía más grande que el primero, vio algo en los ojos castaños de la pequeña niña, algo que le impulsó a tener que rescatarla sin pensarlo dos veces.
Feith corrió, corrió y corrió hasta dejar atrás todo cuanto había visto u oído en llamas. Odiaba a su nueva familia, el trabajo en la villa y, sobre todas las cosas a su tío Francis. Los odiaba más que a nada y más que a nadie. Pero, eso no le impendió que, tras unos días de la masacre, la pequeña volviese a la villa para reencontrarse con la familia que le había tocado sufrir. Tenía hambre, dolor y pesar en su corazón. ¿Su única compañía? Los huesos de sus tíos y primos a quienes les hablaba como si todavía siguiesen vivos.
Llegados a este punto permitidme mi buen público haceros una pregunta. ¿Habéis estado solos alguna vez? No me refiero en pasar unas horas a solas alejadas de vuestros seres queridos, tampoco me refiero a vivir en una ciudad diferente a tu familia por motivos de conseguir un trabajo mejor pagado. Me refiero a esa soledad que os inunda el alma hasta tal punto que serías capaces de hablar a las piedras por sentiros queridos. Si no os habéis sentido así permitidme que os diga que jamás comprenderéis el dolor que Feith pasaba en aquel momento.
Un día pasó algo en la vida de Feith que la destruyó para siempre. No fue algo ni bueno ni malo, solo fue un cambio. Un momento en que hizo desaparecer de la faz de Aerandir a la pequeña Feith y la convirtió en Wood, una licántropa sedienta de sangre. Y es que, si aquel licántropo que hacía meses le perdonó la vida, lo hizo puramente porque reconoció en sus ojos el brillo que solo los nacidos bajo la gracia de la Luna Llena poseen.
Wood era muy diferente a Feith. Era joven, vivaz y sedienta de sangre. Mataba a todo aquel bicho viviente que se cruzaba en su camino, se enfrentaba con todos los lobos que se encontraba únicamente para demostrar que ella era la más fuerte del lugar. Eran dos polos opuestos, no solo a lo que el comportamiento se refiere sino también al físico. El largo cabello castaño de Feith pasó a ser un cabello corto, peinado como si fuera un chico, de color plateado.
No había lobo mejor que Wood. Ni tan fiero ni tan buen luchador. Simplemente no lo había, o mejor dicho, ella no lo había conocido todavía. Todos los que se enfrentaban acaban muertos o, con suerte, sumamente heridos; todos menos él. Su nombre era Luner. Un lobo tan feroz y tan fuerte como ella, quizás más y por eso él acabó venciéndola en un arduo combate.
Para alguien como nuestra Wood, una joven loba que había vivido en soledad hasta ese momento, Luner era todo para ella. Al principio fue, simplemente, una razón para seguir entrenando y mejorando; pero luego fue un compañero y luego un amigo y, al final, su amante.
Wood se comprendía con Luner como hasta nunca se había comprendido con nadie. Sus lados más sanguinarios, aquellos producidos por los traumas del pasado, iban desapareciendo muy lentamente. Cada día que pasaban juntos, Wood se parecía cada vez más a Feith. Se la veía sonreír, era Wood quien lo hacía, pero tras ella estaban las sombras del pasado de Feith presentes. Esas sonrisas, leves y sutiles, era todo cuando necesitaban los dos jóvenes lobos.-
Segunda pausa que el bardo hacía. Las lágrimas del público que aparecieron en la primera pausa eran, como los traumas de Feith, sombras del pasado. En aquel momento, en todos los rostros que estaban presentes disfrutando de la canción había una sutil sonrisa. El Bardo odiaba la parte de la historia de Wood que venía a continuación. La parte en que las sonrisas volvían a transformarse en lágrimas. Mas, si no contaba la última pena de Wood, su historia no sería la más grande que ha habido nunca en Aerandir, estaría al nivel de las absurdas historias de los aspirantes a bardos, cosa que el bardo odiaría más que arrebatar las sonrisas del público.
-¿Sabéis que es el amor? Wood en los días que pasó con Luner jamás quiso admitir que estaba enamorada de él. Ella no lo conocía, como la loba que era, solo sentía atracción carnal por el sexo contrario al suyo. Sin embargo, en mi opinión, como humilde maese de ceremonias de esta historia, creo que sí estaba enamorada de él.
Días, meses, años tal vez. Ninguno de ambos amantes sabían cuánto tiempo exacto pasaron junto, el suficiente para que ella quedase embarazada. Las cosas estaban empezando a cambiar, la familia que el destino se la había arrebatado la estaba construyendo de nuevo. Wood, cada vez menos Wood y más Feith, creyó que podía volver a ser feliz.
Aquí es donde hace aparición un nuevo licántropo. Uno más joven y mucho más feroz que Luner. La sed de sangre de aquel lobo era devastadora, ni siquiera Wood en sus peores días fue capaz de matar así. Luner cayó, murió masacrado por este nuevo licántropo y Wood, ahora menos Feith y más Wood, se enfrentó al nuevo licántropo. La sed de venganza corría por su hocico, ¿o era la saliva? Ella no sabía diferenciarlo. Solo quería pelearse contra el lobo que había matado a la única persona que había amado. El licántropo no se lo puso fácil, él era fuerte y severo, no iba a dejarse ganar por nadie.
En aquel momento de pelea las sombras del pasado volvieron a aparecer, era el combustible que Wood utilizaba para seguir luchando con la braveza de un ejército. El otro licántropo consiguió herirla tan gravemente que un humano convencional estaría muerto, Wood fue más allá y le clavó una de sus hachas en la garganta de su enemigo.
La lucha finalizó pero no hubo ningún vencedor. Wood acabó matando a su enemigo, pero éste ya había acabado con el bebe que ella estaba gestando en su vientre mucho antes de que ella hubiera podido hacerle la primera herida.-
Unos pocos segundos que él público sintió como puñaladas en el corazón en los que El Bardo no dijo palabra alguna. El Capitán, que ya había escuchado anteriormente esta historia, sintió la misma presión en el pecho que sintió la primero que la escuchó. Con el ambiente que El Bardo había creado era imposible no sentir el dolor y la pena que Wood sintió.
-Mi niña, mi pobre niña.- Finalizó como una despedida en la que la música de su laúd rojo fuego dejó de sonar.
-¿Existió de verdad?- Preguntó alguien en el público, quizás el mismo aspirante a juglar que el Bardo había interrumpido.
-Igual que mis lágrimas.- Contestó El Bardo con una amarga sonrisa. Esa respuesta no hizo más que incrementar el misterio que le envolvía. En muchas ocasiones, el Capitán pensó que él era un embustero actor capaz de jugar con los sentimientos, otras veces pensó que era un brujo y que su magia estaba en su laúd y, por última, la visión que Alfred tenía de El Bardo era la misma que la todos quienes le habían escuchado aquella noche en la hoguera tenían: El Bardo era un misterio.
- Mensaje para Wood <3 (No abrir si no eres Wood):
- Espero que te guste mi regalo, he querido contar tu historia con unos ojos diferentes, en este caso por los ojos de El Bardo. Ruego que si he escrito algo mal de tu historia, cualquier error por mísero que sea, perdóname. Me he leído todos los temas que tienes en la trama de Wood y para las descripciones me he basado en las fotos que has ido dejando pero soy un burro y me equivoco muchas veces. Lo siento >.< . Un abrazo gigante Wood ♥
El Capitán Werner
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
Aquella noche había resultado todo un misterio, no recordaba exactamente cómo había llegado a ese lugar, pero me encontraba rodeado entre rostros amigables que parecían no reprocharme el hecho de ser un vampiro, a nadie parecía importarle más que disfrutar de aquella noche, al llegar mi turno me levanté emocionado como no había estado en mucho tiempo y es que de antemano, ya tenía una buena historia que contar -Estaba completamente rodeado- Dije en voz alta mientras me paraba frente a todos para llamar su atención -Sin esperanza alguna de sobrevivir, rodeado por más de 15 hombres incluyendo al ruin Bill Bull y sin embargo... Sonreía. Tal vez estaba loco, o tal vez era brillante, pero en su mirada se veía la firmeza en la decisión de salvar al niño al que había ido a buscar... Pero ¿Cómo había llegado ahí?- Hice una pequeña pausa para generar suspenso y continué la historia previa para llegar a ello.
Un par de horas antes, el capitán se encontraba en una de las tabernas cercanas al puerto cuando uno de sus hombres llegó entre alarmado y temeroso a dar las malas noticias “Señor, nos atacaron... Se llevaron el barco... Y a Carl” Dijo uno de aquellos sujetos mientras retrocedía unos pasos para tener oportunidad de escapar de la ira del pulposo Werner, sin embargo, éste se levantó sin decir una palabra e ignorando al sujeto corrió hacia el puerto donde encontró al resto de la tripulación herida y golpeada “Lo lamento, señor, hicimos cuanto pudimos pero eran demasiados” Dijo el sujeto mientras Alfred buscaba con la vista algún rastro de su barco en altamar “Ha sido Bill, dijo que...” No terminó de decir nada cuando el capitán ya se había puesto en marcha, había algunos barcos que podría tomar- Dije con sarcasmo -Prestado... Pero el osado Werner fue directamente por el barco más rápido de ese lugar, algo pequeño sí, pero no era un simple barco, ese pertenecía a la flota de la Guardia Real. Cualquiera pensaría que se había vuelto loco, era un suicidio robar a la mismísima guardia, sin embargo el capitán parecía tener todo planeado. Apenas dos sujetos vigilaban el barco y ninguno de ellos alcanzó a reaccionar ante la intimidante presencia del airado capitán que tomó a ambos como si fueran trapos y los arrojó del barco para marcharse en persecución de ese tal Bill, pero no sin antes decir a los guardias que chapaleaban en el agua “Digan a sus jefes lo que ha pasado”- Intenté hacer la voz parecida a la de Werner, al menos tanto como pudiera.
No pasó mucho tiempo para que Werner alcanzara a su barco, tal vez la velocidad del pequeño barco de la Guardia Real, o tal vez la ineptitud de quienes no conocían las mañas al barco del capitán, fuera como fuera la suerte parecía estar de su lado; al ver que se trataba de apenas un miserable y pequeño barco, los ladrones no intentaron defenderse, Werner por su parte se ofreció como prisionero a cambio del chico y lo subieron al barco para iniciar las negociaciones “Deja al niño ahora mismo, cara de pincho” Dijo Werner en tono altanero mientras todos comenzaban a reír “No estás en posición de imponer nada, mira a tu alrededor, te haremos pedazos” Alardeó Bill mientras sacudía el cuello del pobre Carl.
Estaba completamente rodeado, sin esperanzas de sobrevivir pero aun así, el capitán sonreía con cierta malicia “Has venido aquí a morir como un tonto, sin un plan, sin esperanzas” Dijo Bill para quien las acciones de Werner no eran más que una locura, y es que ¿Qué sentido podría tener todo lo que había hecho? Irse solo, robar el barco a la guardia, amenazar a todos sin apoyo alguno, tenía que estar demente para incluso sonreír bajo tales circunstancias, pero Bill estaba en un grave error, el capitán no se habría lanzado tras ellos sin un plan, y lo había puesto en marcha desde el primer momento “Justo a tiempo” dijo el capitán mientras se comenzaba a ver a lo lejos una serie de barcos, uno al lado del otro dibujarían el terror en los rostros de la tripulación de Bill “Jamás vendría sin un plan, y claro que no vengo solo” Dijo el capitán mientras señalaba a los navíos de la guardia real que se acercaban imparables. La Guardia no perdonaría la ofensa de que el pirata les hubiese robado un barco y lo seguirían sin importar cuántos recursos fueran necesarios, Alfred lo sabía y de hecho esperaba que lo hicieran, pero Bill no lo imaginaba siquiera, y pensaba que realmente el capitán, quien había llegado en un barco de esa flota, estaba aliado con la guardia “Se-señor, son demasiados” Dijo uno de los tripulantes asustado por la clara desventaja “¡¡Nos quedaremos y moriremos como hombres de ser necesario!!” Gritó Bill explotando de ira mientras los hombres de su tripulación se miraban unos a otros “Pelear para morir no los hará hombres, los hará cadáveres” Dijo el capitán en tono fuerte mientras se dirigía a los confundidos y asustados tripulantes “Tomen mi barco y huyan de acá” El pequeño barco era de hecho... Pequeño, pero con algo de organización podrían caber todos aquellos hombres que sin dudarlo, siguieron agradecidos la voluntad del capitán y subieron al pequeño barco poniéndolo en marcha al instante lo cual, no era un acto de generosidad, no no no, era al igual que todo: parte del plan.
Alfred había sabido manipular las circunstancias para mover a todos como pequeñas piezas de ajedrez, la Guardia no tenía idea de lo que pasaba en el barco, tan solo iban a recuperar el suyo, los tripulantes de Bill habían subido al pequeño navío esperando escapar, pero solo consiguieron llamar la atención de la flota real que se desvió para seguirlos, de ese modo el capitán se había librado tanto de la guardia como de los tripulantes “Tal parece que las circunstancias han cambiado” Dijo Alfred en tono altanero mientras Bill observaba furioso cómo el plan de Werner lo había dejado devastado “Eres un...” Intentó decir el hombre pero fue interrumpido cuando Carl aprovechó el momento y tras darle un pisotón, le mordió la mano con que lo sujetaba y corrió hacia Werner, eso sin duda no era parte del plan, pero el viejo capitán había enseñado bien a su pupilo.
Werner tomó la cara del pequeño niño para examinarlo y ver algunos moretones lo enfureció aún más “Pagarás por esto, Excremento de trasgo” Dijo mientras sacaba su espada y se acercaba a su rival que sofocado por la ira no podría pelear de manera centrada; apenas un espadazo alcanzó a lanzar contra Alfred pero éste fue fácilmente desviado por el capitán, quien no solo la desvió, sino que además alcanzó con su tenaza la mano de Bill apretándola hasta casi cortarla “Jake mate” Dijo Werner para incrustar su espada directamente en el corazón de Bill, quien murió escupiendo sangre por ojos nariz y boca- Hice una pequeña pausa -No me pregunten como escupía sangre por los ojos, el punto es que lo hacía y ya- Dije al no poder explicar los ojos escupidores -Algunos guerreros ganan sus batallas peleando contra tropas enteras, pero otros, usan su mente para librarse de los problemas sin lanzar un golpe, así es el Capitán Alfred Werner... Mi amigo- Señalé al pulposo pirata mientras salía de la vista de todos y caminaba hasta sentarme de nuevo junto al extraño y disparejo grupo que se había formado para pasar aquella noche.
Un par de horas antes, el capitán se encontraba en una de las tabernas cercanas al puerto cuando uno de sus hombres llegó entre alarmado y temeroso a dar las malas noticias “Señor, nos atacaron... Se llevaron el barco... Y a Carl” Dijo uno de aquellos sujetos mientras retrocedía unos pasos para tener oportunidad de escapar de la ira del pulposo Werner, sin embargo, éste se levantó sin decir una palabra e ignorando al sujeto corrió hacia el puerto donde encontró al resto de la tripulación herida y golpeada “Lo lamento, señor, hicimos cuanto pudimos pero eran demasiados” Dijo el sujeto mientras Alfred buscaba con la vista algún rastro de su barco en altamar “Ha sido Bill, dijo que...” No terminó de decir nada cuando el capitán ya se había puesto en marcha, había algunos barcos que podría tomar- Dije con sarcasmo -Prestado... Pero el osado Werner fue directamente por el barco más rápido de ese lugar, algo pequeño sí, pero no era un simple barco, ese pertenecía a la flota de la Guardia Real. Cualquiera pensaría que se había vuelto loco, era un suicidio robar a la mismísima guardia, sin embargo el capitán parecía tener todo planeado. Apenas dos sujetos vigilaban el barco y ninguno de ellos alcanzó a reaccionar ante la intimidante presencia del airado capitán que tomó a ambos como si fueran trapos y los arrojó del barco para marcharse en persecución de ese tal Bill, pero no sin antes decir a los guardias que chapaleaban en el agua “Digan a sus jefes lo que ha pasado”- Intenté hacer la voz parecida a la de Werner, al menos tanto como pudiera.
No pasó mucho tiempo para que Werner alcanzara a su barco, tal vez la velocidad del pequeño barco de la Guardia Real, o tal vez la ineptitud de quienes no conocían las mañas al barco del capitán, fuera como fuera la suerte parecía estar de su lado; al ver que se trataba de apenas un miserable y pequeño barco, los ladrones no intentaron defenderse, Werner por su parte se ofreció como prisionero a cambio del chico y lo subieron al barco para iniciar las negociaciones “Deja al niño ahora mismo, cara de pincho” Dijo Werner en tono altanero mientras todos comenzaban a reír “No estás en posición de imponer nada, mira a tu alrededor, te haremos pedazos” Alardeó Bill mientras sacudía el cuello del pobre Carl.
Estaba completamente rodeado, sin esperanzas de sobrevivir pero aun así, el capitán sonreía con cierta malicia “Has venido aquí a morir como un tonto, sin un plan, sin esperanzas” Dijo Bill para quien las acciones de Werner no eran más que una locura, y es que ¿Qué sentido podría tener todo lo que había hecho? Irse solo, robar el barco a la guardia, amenazar a todos sin apoyo alguno, tenía que estar demente para incluso sonreír bajo tales circunstancias, pero Bill estaba en un grave error, el capitán no se habría lanzado tras ellos sin un plan, y lo había puesto en marcha desde el primer momento “Justo a tiempo” dijo el capitán mientras se comenzaba a ver a lo lejos una serie de barcos, uno al lado del otro dibujarían el terror en los rostros de la tripulación de Bill “Jamás vendría sin un plan, y claro que no vengo solo” Dijo el capitán mientras señalaba a los navíos de la guardia real que se acercaban imparables. La Guardia no perdonaría la ofensa de que el pirata les hubiese robado un barco y lo seguirían sin importar cuántos recursos fueran necesarios, Alfred lo sabía y de hecho esperaba que lo hicieran, pero Bill no lo imaginaba siquiera, y pensaba que realmente el capitán, quien había llegado en un barco de esa flota, estaba aliado con la guardia “Se-señor, son demasiados” Dijo uno de los tripulantes asustado por la clara desventaja “¡¡Nos quedaremos y moriremos como hombres de ser necesario!!” Gritó Bill explotando de ira mientras los hombres de su tripulación se miraban unos a otros “Pelear para morir no los hará hombres, los hará cadáveres” Dijo el capitán en tono fuerte mientras se dirigía a los confundidos y asustados tripulantes “Tomen mi barco y huyan de acá” El pequeño barco era de hecho... Pequeño, pero con algo de organización podrían caber todos aquellos hombres que sin dudarlo, siguieron agradecidos la voluntad del capitán y subieron al pequeño barco poniéndolo en marcha al instante lo cual, no era un acto de generosidad, no no no, era al igual que todo: parte del plan.
Alfred había sabido manipular las circunstancias para mover a todos como pequeñas piezas de ajedrez, la Guardia no tenía idea de lo que pasaba en el barco, tan solo iban a recuperar el suyo, los tripulantes de Bill habían subido al pequeño navío esperando escapar, pero solo consiguieron llamar la atención de la flota real que se desvió para seguirlos, de ese modo el capitán se había librado tanto de la guardia como de los tripulantes “Tal parece que las circunstancias han cambiado” Dijo Alfred en tono altanero mientras Bill observaba furioso cómo el plan de Werner lo había dejado devastado “Eres un...” Intentó decir el hombre pero fue interrumpido cuando Carl aprovechó el momento y tras darle un pisotón, le mordió la mano con que lo sujetaba y corrió hacia Werner, eso sin duda no era parte del plan, pero el viejo capitán había enseñado bien a su pupilo.
Werner tomó la cara del pequeño niño para examinarlo y ver algunos moretones lo enfureció aún más “Pagarás por esto, Excremento de trasgo” Dijo mientras sacaba su espada y se acercaba a su rival que sofocado por la ira no podría pelear de manera centrada; apenas un espadazo alcanzó a lanzar contra Alfred pero éste fue fácilmente desviado por el capitán, quien no solo la desvió, sino que además alcanzó con su tenaza la mano de Bill apretándola hasta casi cortarla “Jake mate” Dijo Werner para incrustar su espada directamente en el corazón de Bill, quien murió escupiendo sangre por ojos nariz y boca- Hice una pequeña pausa -No me pregunten como escupía sangre por los ojos, el punto es que lo hacía y ya- Dije al no poder explicar los ojos escupidores -Algunos guerreros ganan sus batallas peleando contra tropas enteras, pero otros, usan su mente para librarse de los problemas sin lanzar un golpe, así es el Capitán Alfred Werner... Mi amigo- Señalé al pulposo pirata mientras salía de la vista de todos y caminaba hasta sentarme de nuevo junto al extraño y disparejo grupo que se había formado para pasar aquella noche.
- Para Werner:
- Espero que te guste mi manera de ver a tu personaje y que se ajuste a lo que es realmente, así es como yo lo veo, valiente, atrevido, dispuesto a hacer lo necesario pero siempre con un buen plan para ganar sin usar la fuerza más de lo necesario =)
Bio
Aerandiano de honor
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
Estaba de ronda aquella noche y por algún motivo me había separado de los confines de Ulmer, extendiendo mis territorios. Al trote en mi forma feral, de a ratos al galope, di con un rastro que era algo sospechoso ya que estaba transitado por muchas esencias diferentes, entre ellas algunas que casi juraría que reconocía. No deseaba hacerme ilusiones, por lo que con cierta tensión en el cuerpo me acerqué a la reunión. Era una especie de fiesta con trovadores, poetas, historias y ron. Encontré varias figuras conocidas, pero también desconocidas allí y aunque deseaba transformarme y estrecharlos para ponernos al día, estaba en territorio hostil y no deseaba bajar la guardia. Los reencuentros serían para más adelante.
Igual que mis lágrimas escuché a un trovador que parecía el líder responder a alguien. Seguidamente llegó una historia de un hombre que estaba segura se parecía a cierto escapista que había conocido. Una nueva ronda de hidromiel avanzó justo antes de que comenzara una nueva historia, una que escuché con atención.
“La luna bañaba con su luz de plata la cuna hecha con espesas pieles de las tierras del norte. Eternas luciérnagas en el cielo acompañaban con su débil brillo la canción de una madre que, con los ojos llenos de agua, cantaba una canción al bebé que cálidamente acariciaba con sus temblorosas manos. Los ecos de su grave música se dispersaban como el temblor de una hoja sobre la superficie de un estanque por las nevadas llanuras, era a la vez un canto a la vida y otro a la muerte.
La niña con los rizos más negros que una noche sin luna crecía, con sus ojos de plata bruñida puestos en la figura voladora de un gran dragón que hacía de padre y madre. Sus expectativas para la vida resumidas en dos inocentes palabras: ilusión y esperanza. Desafortunadamente ambas cayeron a pique junto al dragón en un bosque que se había vuelto inseguro y violento. Habiendo crecido al amparo de su cobijo con las alas protectoras de su madre, pero una vez ella presa de cazadores la única opción que quedaba era huir. Huir lejos sin mirar atrás.
Sonrisas, el sonido amigable del viento en su rostro mientras lo elevaba al cielo para contemplar la gracilidad de su madre, noches de canciones de cuna… cada uno de esos recuerdos dejaban de ser parte del acervo de los tesoros para convertirse en combustible, reservas de venganza para un futuro que no tardaría en llegar. Claro, si podía superponerse a las inclemencias de la soledad, el sufrimiento y lo peor de todo, el hambre. Sus pequeños pies descalzos, lastimados por el terreno y con llagas de tanto correr habían perdido el sentido del dolor, siendo capaces solo de avanzar hacia un futuro desconocido.
Una cueva en un bosque distinto al anterior, sonidos extraños, eso no la intimida, ya no le queda nada más que perder y la oscuridad se acerca. Cualquier cosa que estuviese haciendo aquellos sonidos tan intimidantes sería mejor que otra interminable noche al abrigo de un tronco. Toma algo de valor, se muerde el labio inferior en uno de sus últimos actos como niña. Entra… se encuentra con una familia de lobos.
El tiempo pasa, la niña sigue creciendo. Olvidando. Su corazón está listo para perdonar. Muchas palabras pierden su significado junto a la habilidad de expresarse fluidamente en el idioma común. Los lobos, sus hermanos se emparejan, tienen crías. Los licántropos observan a la distancia el comportamiento de la foránea. El clan de la manada se reúne en secreto para discutir si dejar que viva, expulsar a la joven o continuar observando en silencio. Su transformación está próxima, lo saben, pueden sentirlo. Deciden redoblar la vigilancia y dejar a la familia en paz, después de todo, la vieja loba se había encariñado con la criatura.
Llega el día, la esencia del dragón puede degustarse en el ambiente. La manada se prepara, rodean desde el velo de las sombras a la pequeña amenaza, pero sus hermanos se adelantan. No reconocen en la oscura criatura más que un enemigo, aquello se había tragado a su hermana, debía morir como lo había hecho ella y tenía que ser en ese mismo momento, antes de que tenga la oportunidad de escapar. Ellos luchan con todo lo que tienen, pese a sus esfuerzos no son capaces de terminar a la monstruosidad que luego de ser herida, escapa volando. Sus aullidos de rabia y dolor llenan los aires y se reproducen por todo el territorio de la manada. Al final no fue necesaria su intervención. Se retiran tranquilos, aquella criatura no volverá a no ser que esté obligada a ello.
El dragón vuelve al Norte, pero el vacío es muy grande, conoce y reconoce lo que quiere, lo que deja. Decide ir en busca de aventuras, conocimiento y experiencia y se embarca en un viaje que aún no acaba. La manada ya no descansa en paz, sus territorios no solo son amenazados por los vampiros, colmillo de hierro y otras bestias, sino por la presencia de aquella de piel pálida mientras camina en dos patas, el mal encarnado cuando lo hace en cuatro. Los rumores dicen que ha vuelto, y ahora más poderosa que nunca.”
Igual que mis lágrimas escuché a un trovador que parecía el líder responder a alguien. Seguidamente llegó una historia de un hombre que estaba segura se parecía a cierto escapista que había conocido. Una nueva ronda de hidromiel avanzó justo antes de que comenzara una nueva historia, una que escuché con atención.
“La luna bañaba con su luz de plata la cuna hecha con espesas pieles de las tierras del norte. Eternas luciérnagas en el cielo acompañaban con su débil brillo la canción de una madre que, con los ojos llenos de agua, cantaba una canción al bebé que cálidamente acariciaba con sus temblorosas manos. Los ecos de su grave música se dispersaban como el temblor de una hoja sobre la superficie de un estanque por las nevadas llanuras, era a la vez un canto a la vida y otro a la muerte.
La niña con los rizos más negros que una noche sin luna crecía, con sus ojos de plata bruñida puestos en la figura voladora de un gran dragón que hacía de padre y madre. Sus expectativas para la vida resumidas en dos inocentes palabras: ilusión y esperanza. Desafortunadamente ambas cayeron a pique junto al dragón en un bosque que se había vuelto inseguro y violento. Habiendo crecido al amparo de su cobijo con las alas protectoras de su madre, pero una vez ella presa de cazadores la única opción que quedaba era huir. Huir lejos sin mirar atrás.
Sonrisas, el sonido amigable del viento en su rostro mientras lo elevaba al cielo para contemplar la gracilidad de su madre, noches de canciones de cuna… cada uno de esos recuerdos dejaban de ser parte del acervo de los tesoros para convertirse en combustible, reservas de venganza para un futuro que no tardaría en llegar. Claro, si podía superponerse a las inclemencias de la soledad, el sufrimiento y lo peor de todo, el hambre. Sus pequeños pies descalzos, lastimados por el terreno y con llagas de tanto correr habían perdido el sentido del dolor, siendo capaces solo de avanzar hacia un futuro desconocido.
Una cueva en un bosque distinto al anterior, sonidos extraños, eso no la intimida, ya no le queda nada más que perder y la oscuridad se acerca. Cualquier cosa que estuviese haciendo aquellos sonidos tan intimidantes sería mejor que otra interminable noche al abrigo de un tronco. Toma algo de valor, se muerde el labio inferior en uno de sus últimos actos como niña. Entra… se encuentra con una familia de lobos.
El tiempo pasa, la niña sigue creciendo. Olvidando. Su corazón está listo para perdonar. Muchas palabras pierden su significado junto a la habilidad de expresarse fluidamente en el idioma común. Los lobos, sus hermanos se emparejan, tienen crías. Los licántropos observan a la distancia el comportamiento de la foránea. El clan de la manada se reúne en secreto para discutir si dejar que viva, expulsar a la joven o continuar observando en silencio. Su transformación está próxima, lo saben, pueden sentirlo. Deciden redoblar la vigilancia y dejar a la familia en paz, después de todo, la vieja loba se había encariñado con la criatura.
Llega el día, la esencia del dragón puede degustarse en el ambiente. La manada se prepara, rodean desde el velo de las sombras a la pequeña amenaza, pero sus hermanos se adelantan. No reconocen en la oscura criatura más que un enemigo, aquello se había tragado a su hermana, debía morir como lo había hecho ella y tenía que ser en ese mismo momento, antes de que tenga la oportunidad de escapar. Ellos luchan con todo lo que tienen, pese a sus esfuerzos no son capaces de terminar a la monstruosidad que luego de ser herida, escapa volando. Sus aullidos de rabia y dolor llenan los aires y se reproducen por todo el territorio de la manada. Al final no fue necesaria su intervención. Se retiran tranquilos, aquella criatura no volverá a no ser que esté obligada a ello.
El dragón vuelve al Norte, pero el vacío es muy grande, conoce y reconoce lo que quiere, lo que deja. Decide ir en busca de aventuras, conocimiento y experiencia y se embarca en un viaje que aún no acaba. La manada ya no descansa en paz, sus territorios no solo son amenazados por los vampiros, colmillo de hierro y otras bestias, sino por la presencia de aquella de piel pálida mientras camina en dos patas, el mal encarnado cuando lo hace en cuatro. Los rumores dicen que ha vuelto, y ahora más poderosa que nunca.”
- <3:
- Espero que te guste, le di un poco de color... como nunca he roleado contigo no sabía a qué atenerme... creo que tus progenitores son muuuucho mas explotables, pero como no podía preguntarte pues, tuve que jugar unas pocas cartas. Lo hice con mucho cariño >w< espero que se note
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
Qué diablos había impulsado al brujo hacia ese escenario tan esperpéntico era un misterio para él, puede que fueran las risas, el ambiente jovial, pero sospechaba que eran los fuegos de colorines, no había podido resistirse a los colores de las llamas, con la curiosidad innata de su raza. Ahora se encontraba en medio de un círculo de borrachos que contaban historias. Bien por él, tenía historias. Después de la primera, saco un papel de su bolsa, después de unas pocas historias más, se animo a contar la suya. Con esa luz tan ondulante casi no se leía, pero daba igual, se lo sabía de memoria. –Como ha llegado este pedazo de diario a mis manos es una historia completamente diferente, disfrutad de la historia de una cazadora, de un relato sobre como el odio no es el mejor sentimiento para derrotar a tus enemigos, sino la practica y la experiencia.
Lunargenta, la capital del mundo, no había cambiado ni una pizca desde la última vez que estuve allí. Llena de gente, la mayoría con escasos o nulos conocimientos y habilidades, lo que los abocaba a una vida miserable en los suburbios, si tenían suerte. Acababa de cobrar mi último trabajo, y los aeros tintineaban en mi bolsa y, puesto que la hora de comer se acercaba, decidí pasarme por una taberna cercana.
Estaba comiendo tranquilamente mi plato de estofado cuando una mujer entro en la taberna. No fue eso lo que llamo la atención de los selectos miembros del establecimiento, ni siquiera sus ropajes, viejos pero cuidados, como la inmensa mayoría de los clientes, lo que provoco las miradas de los clientes fue el interrogatorio a gritos al que fue sometido el pobre tabernero. Al parecer, su hija había llegado allí un par de días pidiendo trabajo, y aun no había vuelto. Se habría topado con un grupo de atracadores, o algún tipo de aspecto sospechoso le habría ofrecido trabajo, solo para apuñalarla y dejarla en una cuneta. El interrogatorio al visiblemente incomodo mercader finalizo y la mujer paso los ojos entre la clientela, como si alguno de los presentes fuera el culpable de haberse llevado a su hija. Destacaba entre la multitud, con mi cuero negro, la ballesta pesada en mi espalda y dos ballestas más pequeñas, por no hablar de las bombas. Transmitía un aspecto profesional, y como sabría más tarde, por eso me escogió.
-Señorita…- la interrumpió antes de que armara un escándalo.
-Le aseguro que no tengo nada que ver con…-pero la mujer continua, como si no aceptara la posibilidad de que su frase fuese interrumpida. En ese momento me pareció normal, una mujer en busca de su hija, parecía el tipo de asunto por el que se moverían mar y montañas.
-Quisiera contratarla- oh, trabajo, eso era diferente. Levanto la mano hacia el tabernero e hizo su pedido.
–Ron- Se pasó la siguiente hora escuchando los detalles, la historia estándar, como ya había sospechado, una chica joven en busca de trabajo, como camarera, sirvienta, todo lo que requiriera poca o nula experiencia, todo ello causado por la muerte del padre, un artesano. La mujer y las hijas fueron avocadas a buscar trabajo, sin el más mínimo conocimiento sobre cómo hacerlo. En ese momento no pensé en el contraste entre la ropa vieja de la mujer y la que debería llevar la mujer de un artesano, también vieja si hacía mucho de la muerte, pero claramente de mejor calidad que la que llevaba ahora. La historia le pareció triste, pero no bastaba.
-Yo no trabajo gratis-
-Tengo… unos pocos ahorros, para la dote de mi hija, para cuando se case… si…se…-rompió a llorar, pero una dote era una cantidad decente. Parecía un trabajo fácil, un par de horas preguntando por allí, algún uso indebido de la violencia y seguramente tendría a la chica antes de medianoche. Sino… no habría perdido tanto tiempo en un trabajo no cobrado. Por si acaso, pediría un pago inicial, por las molestias.
Cinco minutos de regateo después, salía de la taberna en busca de la chica desaparecida, rubia, ojos azul eléctrico y un vestido azul marino, además del nombre, por supuesto, Lilith. Por desgracia, la búsqueda queda en nada, después de un par de horas preguntando a mayordomos, taberneros y mercaderes, todos reconocían haberla visto, y la mandaban hacia otra persona tal y como habían hecho con Lilith, pero finalmente llego a la última y el rastro se enfría. Había fallado.
-Perdone señorita...- dijo una voz a su espalda.
-Huracán- Vio a una mujer haciéndole señas desde un callejón, al amparo de la oscuridad. Miré a la izquierda, hacia el sol que se ponía, en su profesión, ocultarse en las sombras cuando hacia sol era cuanto menos sospechoso, por lo que me quede firme, bañada en la luz rojiza del astro celeste. La mujer suspiro y salió de las sombras, parándose justo a mi lado, bañándose también con la luz del sol. Falsa alarma.
-He oído que ha estado preguntando por mi…- Ojos verdes, pelo rubio, vestido azul, encajaba con la descripción. –No debe preocuparse, puede decirle a mi madre que he encontrado trabajo en una mansión cercana, pero no he tenido tiempo de visitarla. Lo hare mañana, lo prometo- Todo había sido un malentendido, solo había estado dos días trabajando… no acababa de creérmelo, de manera que me despedí de ella y la seguí, sutilmente. Efectivamente, la mujer entro en una mansión cercana, pero no abandonada a juzgar por el cuidado del patio y el exterior, solo las verjas metálicas, oxidadas por los años, daban un poco de luz sobre la edad real de la propiedad.
-¡Ash balla ná!- conjuré desde el suelo, para ser impulsada unos segundos después por encima de la verja, con la gracilidad típica de una bruja de viento. Gracias al abrigo de la oscuridad, nadie me estorbó por el camino a la mansión, debían tener pocos sirvientes… nada especialmente sospechoso, esas cortinas, en cambio, eran otra historia, no eran de la típica tela blanca de encaje, como podría esperarse de una mansión, sino que eran negras, espesas y aterciopeladas, alguien se había tomado muchas molestias en que el sol no entrara por esos cristales. Por eso continúe mi exploración, buscando alguna manera de infiltrarme aparte de la obvia puerta principal. Solo encontré una trampilla, que debía dar al sótano, por la que me metí de cabeza, con la ballesta pesada en ristre.
Me invadió un fuerte olor a carne en descomposición, lo suficientemente fuerte como para hacerme tambalear, por suerte solo una vela iluminaba el sótano, lo que impedía ver la mayor parte del espectáculo dantesco. En ese momento, al ver los cadáveres apelotonados unos encima de otro, con escasa o nula sangre, supuse de inmediato que me había topado con un nido de vampiros, la pobre Lilith se había metido en un enorme problema. Tardaría aún nos cuantos minutos en entender la verdad al recordar esa horrible imagen que estaba presenciando. Salí a hurtadillas del sótano, llegando al salón principal, desde donde trepe por una columna hasta las vigas del techo, desde allí sería mucho más seguro asaetar a los vampiros, que ahora llegaban al salón donde había estado hace unos segundos. Cuatro figuras, aunque parecían estar llevando a una a punta de espada o daga, la cena, supuse en ese momento. La figura central paro en seco. –Lilith, haz los honores, acomoda a nuestra invitada.- dijo con una voz melosa, claramente masculina. El salón estaba bien iluminado a la luz de las velas, por lo que no hubo la menor duda de que ninguna de las figuras se movió, y tampoco llego una nueva. –Qué raro…- Entonces oí un crujido detrás mío, y me giré solo para encontrarme a la chica que se suponía que estaba en peligro abalanzarse sobre mí con un cuchillo. Ambas forcejeamos y caímos al vacío, aunque eso no era un problema para una tensai de viento, puesto que un pequeño torbellino amortiguo mi caída y, de paso, la de la muchacha, que solo quedo inconsciente en vez de desnucada. –Nada mal, no esperaba menos…- murmuró con una sonrisa el encapuchado de antes, que parecía sumamente divertido. –Huracán, ábrete el cuello- se hizo un silencio expectante, durante el cual, obviamente, nada ocurrió. –Lo suponía…me divertiré mucho contigo- fue entonces cuando dispare mi ballesta pesada, pero una de las otras figuras encapuchadas lo aparto, recibiendo el virote por él y quedando clavada contra la pared, como un grotesco trofeo de caza. –Cuidado, aun son humanos…- dijo con una risita burlona. Lilith lo era, no había ardido antes, pero ¿los cuatro? ¿Solo ese hombre tan parlanchín era un vampiro? ¿Cómo habían accedido a ayudarle? –Sarah, Triss, Colette, matadla- las tres figuras restantes, incluso la que seguía clavada en la pared, sacaron dagas, aunque obviamente solo dos de ellas me atacaron. La primera resulto ser la mujer que me había contratado. Sin tener la ballesta pesada recargada, recurrí a una de las de mano y dispare, clavándola al suelo con un virote en el pie. Salté para evitar el tajo de la siguiente, chocando con una mesa y tirando un candelabro al suelo, pero lo que menos le importaba ahora era un incendio. Contraataco a la segunda mujer, una chica joven y pelirroja, con un golpe en el estómago seguido de un puñetazo en la nariz, que soltó un satisfactorio crujido mientras la propietaria caía redonda al suelo. Entonces me encontré cara a cara con el vampiro, que me observaba fijamente, con unos ojos negros y penetrantes. –Coge un cuchillo y abre…- yo fui más rápida.
-¡Ash balla ná!- el vampiro salió disparado hacia el techo, estampándose contra una de las vigas, momento en el que aproveche para lanzar un dardo con mi ballesta de mano, directo al pecho. Para cuando toco el suelo otra vez, el virote había salido por el otro lado del corazón debido al impacto. Estaba muerto, sin duda. Fue entonces cuando me di cuenta de que había cogido uno de mis cuchillos. Descarté la idea de que hubiera obedecido al vampiro, seguro que lo había hecho por puro instinto, al verlo tan cerca…
Una oleada de sollozos interrumpió mis pensamientos, procedentes de la mujer que la había contratado. Ya era demasiado tarde para la chica de la pared, pero a medida que las otras dos iban despertando, todas contaban la misma historia. Un hombre se les acercaba, las miraba fijamente y les preguntaba el nombre, que ellas decían automáticamente, luego bastaba con que las nombrara para que obedecieran todos sus caprichos. Después de un tiempo, había querido un desafío, así que había buscado a alguien que pareciera aguerrido para incorporar a su séquito...que mala suerte había tenido el desgraciado. Al parecer les decía que hacer, que llevar, que comer. Fue entonces cuando me entró una arcada al recordar los cadáveres putrefactos…con marcas de dientes, no colmillos, dientes. Un señor de la voz tan poderoso… tenía que estar mintiendo. Pero ella no le había dicho nunca su nombre, por eso no había ocurrido nada cuando… no, imposible, simplemente eran mujeres de mente débil, muy influenciables por cualquier tipejo de voz bonita… pero no era mi problema, informaría a la guardia, que ellos se encargaran.
Lunargenta, la capital del mundo, no había cambiado ni una pizca desde la última vez que estuve allí. Llena de gente, la mayoría con escasos o nulos conocimientos y habilidades, lo que los abocaba a una vida miserable en los suburbios, si tenían suerte. Acababa de cobrar mi último trabajo, y los aeros tintineaban en mi bolsa y, puesto que la hora de comer se acercaba, decidí pasarme por una taberna cercana.
Estaba comiendo tranquilamente mi plato de estofado cuando una mujer entro en la taberna. No fue eso lo que llamo la atención de los selectos miembros del establecimiento, ni siquiera sus ropajes, viejos pero cuidados, como la inmensa mayoría de los clientes, lo que provoco las miradas de los clientes fue el interrogatorio a gritos al que fue sometido el pobre tabernero. Al parecer, su hija había llegado allí un par de días pidiendo trabajo, y aun no había vuelto. Se habría topado con un grupo de atracadores, o algún tipo de aspecto sospechoso le habría ofrecido trabajo, solo para apuñalarla y dejarla en una cuneta. El interrogatorio al visiblemente incomodo mercader finalizo y la mujer paso los ojos entre la clientela, como si alguno de los presentes fuera el culpable de haberse llevado a su hija. Destacaba entre la multitud, con mi cuero negro, la ballesta pesada en mi espalda y dos ballestas más pequeñas, por no hablar de las bombas. Transmitía un aspecto profesional, y como sabría más tarde, por eso me escogió.
-Señorita…- la interrumpió antes de que armara un escándalo.
-Le aseguro que no tengo nada que ver con…-pero la mujer continua, como si no aceptara la posibilidad de que su frase fuese interrumpida. En ese momento me pareció normal, una mujer en busca de su hija, parecía el tipo de asunto por el que se moverían mar y montañas.
-Quisiera contratarla- oh, trabajo, eso era diferente. Levanto la mano hacia el tabernero e hizo su pedido.
–Ron- Se pasó la siguiente hora escuchando los detalles, la historia estándar, como ya había sospechado, una chica joven en busca de trabajo, como camarera, sirvienta, todo lo que requiriera poca o nula experiencia, todo ello causado por la muerte del padre, un artesano. La mujer y las hijas fueron avocadas a buscar trabajo, sin el más mínimo conocimiento sobre cómo hacerlo. En ese momento no pensé en el contraste entre la ropa vieja de la mujer y la que debería llevar la mujer de un artesano, también vieja si hacía mucho de la muerte, pero claramente de mejor calidad que la que llevaba ahora. La historia le pareció triste, pero no bastaba.
-Yo no trabajo gratis-
-Tengo… unos pocos ahorros, para la dote de mi hija, para cuando se case… si…se…-rompió a llorar, pero una dote era una cantidad decente. Parecía un trabajo fácil, un par de horas preguntando por allí, algún uso indebido de la violencia y seguramente tendría a la chica antes de medianoche. Sino… no habría perdido tanto tiempo en un trabajo no cobrado. Por si acaso, pediría un pago inicial, por las molestias.
Cinco minutos de regateo después, salía de la taberna en busca de la chica desaparecida, rubia, ojos azul eléctrico y un vestido azul marino, además del nombre, por supuesto, Lilith. Por desgracia, la búsqueda queda en nada, después de un par de horas preguntando a mayordomos, taberneros y mercaderes, todos reconocían haberla visto, y la mandaban hacia otra persona tal y como habían hecho con Lilith, pero finalmente llego a la última y el rastro se enfría. Había fallado.
-Perdone señorita...- dijo una voz a su espalda.
-Huracán- Vio a una mujer haciéndole señas desde un callejón, al amparo de la oscuridad. Miré a la izquierda, hacia el sol que se ponía, en su profesión, ocultarse en las sombras cuando hacia sol era cuanto menos sospechoso, por lo que me quede firme, bañada en la luz rojiza del astro celeste. La mujer suspiro y salió de las sombras, parándose justo a mi lado, bañándose también con la luz del sol. Falsa alarma.
-He oído que ha estado preguntando por mi…- Ojos verdes, pelo rubio, vestido azul, encajaba con la descripción. –No debe preocuparse, puede decirle a mi madre que he encontrado trabajo en una mansión cercana, pero no he tenido tiempo de visitarla. Lo hare mañana, lo prometo- Todo había sido un malentendido, solo había estado dos días trabajando… no acababa de creérmelo, de manera que me despedí de ella y la seguí, sutilmente. Efectivamente, la mujer entro en una mansión cercana, pero no abandonada a juzgar por el cuidado del patio y el exterior, solo las verjas metálicas, oxidadas por los años, daban un poco de luz sobre la edad real de la propiedad.
-¡Ash balla ná!- conjuré desde el suelo, para ser impulsada unos segundos después por encima de la verja, con la gracilidad típica de una bruja de viento. Gracias al abrigo de la oscuridad, nadie me estorbó por el camino a la mansión, debían tener pocos sirvientes… nada especialmente sospechoso, esas cortinas, en cambio, eran otra historia, no eran de la típica tela blanca de encaje, como podría esperarse de una mansión, sino que eran negras, espesas y aterciopeladas, alguien se había tomado muchas molestias en que el sol no entrara por esos cristales. Por eso continúe mi exploración, buscando alguna manera de infiltrarme aparte de la obvia puerta principal. Solo encontré una trampilla, que debía dar al sótano, por la que me metí de cabeza, con la ballesta pesada en ristre.
Me invadió un fuerte olor a carne en descomposición, lo suficientemente fuerte como para hacerme tambalear, por suerte solo una vela iluminaba el sótano, lo que impedía ver la mayor parte del espectáculo dantesco. En ese momento, al ver los cadáveres apelotonados unos encima de otro, con escasa o nula sangre, supuse de inmediato que me había topado con un nido de vampiros, la pobre Lilith se había metido en un enorme problema. Tardaría aún nos cuantos minutos en entender la verdad al recordar esa horrible imagen que estaba presenciando. Salí a hurtadillas del sótano, llegando al salón principal, desde donde trepe por una columna hasta las vigas del techo, desde allí sería mucho más seguro asaetar a los vampiros, que ahora llegaban al salón donde había estado hace unos segundos. Cuatro figuras, aunque parecían estar llevando a una a punta de espada o daga, la cena, supuse en ese momento. La figura central paro en seco. –Lilith, haz los honores, acomoda a nuestra invitada.- dijo con una voz melosa, claramente masculina. El salón estaba bien iluminado a la luz de las velas, por lo que no hubo la menor duda de que ninguna de las figuras se movió, y tampoco llego una nueva. –Qué raro…- Entonces oí un crujido detrás mío, y me giré solo para encontrarme a la chica que se suponía que estaba en peligro abalanzarse sobre mí con un cuchillo. Ambas forcejeamos y caímos al vacío, aunque eso no era un problema para una tensai de viento, puesto que un pequeño torbellino amortiguo mi caída y, de paso, la de la muchacha, que solo quedo inconsciente en vez de desnucada. –Nada mal, no esperaba menos…- murmuró con una sonrisa el encapuchado de antes, que parecía sumamente divertido. –Huracán, ábrete el cuello- se hizo un silencio expectante, durante el cual, obviamente, nada ocurrió. –Lo suponía…me divertiré mucho contigo- fue entonces cuando dispare mi ballesta pesada, pero una de las otras figuras encapuchadas lo aparto, recibiendo el virote por él y quedando clavada contra la pared, como un grotesco trofeo de caza. –Cuidado, aun son humanos…- dijo con una risita burlona. Lilith lo era, no había ardido antes, pero ¿los cuatro? ¿Solo ese hombre tan parlanchín era un vampiro? ¿Cómo habían accedido a ayudarle? –Sarah, Triss, Colette, matadla- las tres figuras restantes, incluso la que seguía clavada en la pared, sacaron dagas, aunque obviamente solo dos de ellas me atacaron. La primera resulto ser la mujer que me había contratado. Sin tener la ballesta pesada recargada, recurrí a una de las de mano y dispare, clavándola al suelo con un virote en el pie. Salté para evitar el tajo de la siguiente, chocando con una mesa y tirando un candelabro al suelo, pero lo que menos le importaba ahora era un incendio. Contraataco a la segunda mujer, una chica joven y pelirroja, con un golpe en el estómago seguido de un puñetazo en la nariz, que soltó un satisfactorio crujido mientras la propietaria caía redonda al suelo. Entonces me encontré cara a cara con el vampiro, que me observaba fijamente, con unos ojos negros y penetrantes. –Coge un cuchillo y abre…- yo fui más rápida.
-¡Ash balla ná!- el vampiro salió disparado hacia el techo, estampándose contra una de las vigas, momento en el que aproveche para lanzar un dardo con mi ballesta de mano, directo al pecho. Para cuando toco el suelo otra vez, el virote había salido por el otro lado del corazón debido al impacto. Estaba muerto, sin duda. Fue entonces cuando me di cuenta de que había cogido uno de mis cuchillos. Descarté la idea de que hubiera obedecido al vampiro, seguro que lo había hecho por puro instinto, al verlo tan cerca…
Una oleada de sollozos interrumpió mis pensamientos, procedentes de la mujer que la había contratado. Ya era demasiado tarde para la chica de la pared, pero a medida que las otras dos iban despertando, todas contaban la misma historia. Un hombre se les acercaba, las miraba fijamente y les preguntaba el nombre, que ellas decían automáticamente, luego bastaba con que las nombrara para que obedecieran todos sus caprichos. Después de un tiempo, había querido un desafío, así que había buscado a alguien que pareciera aguerrido para incorporar a su séquito...que mala suerte había tenido el desgraciado. Al parecer les decía que hacer, que llevar, que comer. Fue entonces cuando me entró una arcada al recordar los cadáveres putrefactos…con marcas de dientes, no colmillos, dientes. Un señor de la voz tan poderoso… tenía que estar mintiendo. Pero ella no le había dicho nunca su nombre, por eso no había ocurrido nada cuando… no, imposible, simplemente eran mujeres de mente débil, muy influenciables por cualquier tipejo de voz bonita… pero no era mi problema, informaría a la guardia, que ellos se encargaran.
- Spoiler:
- Un vistazo a como veo tu futuro, una vez completes tu cruzada contra La Hermandad, supongo que tu odio hacia los vampiros se atenuara, pero seguirás teniendo habilidades de caza-vampiros, pulidas por años de experiencia, lo que resultara en unas cacerías metódicas y en solitario, incluso contra los vampiros más peligrosos. Seguramente habré cometido algún error, lo siento, especialmente con el diario, pero era para que la historia pegara con tu estilo en primera persona, más o menos.
Geralt
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
¿Cómo había llegado hasta allí?
El mercenario se atusó la barba sin dejar de mirar el suave resplandor que emitía la hoguera que tenía a pocos metros de su cara, la cual acababa de cambiar de un azul intenso al más suave de las amarillos.
Realmente no estaba muy seguro de como había acabado en mitad del bosque y rodeado de desconocidos, pero si algo tenía claro es que debía de haber comprado un mapa o como mínimo, preguntar direcciones.
Suspirando, el mercenario se apartó de la hoguera y, después de clavar su espada en el suelo, a pocos metros de donde había decidido sentarse, se dejó caer sobre una gran roca en uno de los puntos más alejados del lugar, para a continuación permitir que sus compañeros de campamento continuasen con aquellos torpes relatos y sonatas que harían enrojecer de rabia al más simple de los bardos.
Tumbado sobre la piedra clavó su mirada en la luna mientras se sucedían las historias absurdas y los poemas mal entonados, y aunque no lo pretendió, no tuvo más remedio que observar como un hombre salía a la palestra después de ridiculizar la actuación del último aspirante a juglar, no pudo evitar reír suavemente ante las palabras del recién llegados, y es que un poema sobre pasteles no era lo que se podría llamar una epopeya épica.
Eltrant enarcó una ceja cuando aquel hombre, acompañado por el suave sonido de su laúd, comenzó a relatar la historia de una tal Feith. Después de varias frases, el séptimo de los Tale comprendió que, finalmente, aquel era el bardo que todos los presentes llevaban horas esperando, y por fin había salido a la luz. Interesado por la historia que contaba, el joven se incorporó un poco y escuchó sobrecogido hasta el final de la misma.
Para cuando acabó, las lágrimas descendían por la mayoría de las mejillas de los presentes, y los que no lloraban, sentían una extraña aprensión en su pecho, como si aquella historia les hubiese pasado a ellos misma. Algunas voces, entrecortadas preguntaron por la veracidad de la historia, a las cuales el bardo contestó ambiguamente, sin embargo, el público de aquel bardo sabía que tenía que serlo.
Después de rascarse la barba y mirar como dicho bardo volvía a sentarse, Eltrant volvió a mirar la luna, ¿Sabría él historias de ese estilo? No es como si recordase muchas después de lo de isla tortuga, no obstante no tuvo tiempo a indagar más en aquella pregunta, pues pronto varias historias más salieron a la luz, todas ellas de mano de individuos a los que no conocía.
Las historias eran de las más variopintas, desde un relato protagonizado por un viejo capitán de Navío, hasta el de una joven bruja llamada Huracán. Afortunadamente aquellas personas que parecían haber salido de la nada, habían hecho que lo que parecía ser en un principio un evento apático y falto de carisma, se convirtiese en algo digno de experimentar, en el que tanto Eltrant como él resto delos asistentes, escucharon embobados los relatos que los nuevos estaban realizando.
Cuando el hombre de cabellos grisáceos terminó de hablar, todos se quedaron, una vez más, en silencio, terminando de disfrutar las últimas frases que había dicho este hombre, y pronunciándolas en voz baja.
Él que parecía estar cargo de aquel evento lanzó entonces, y sin previo aviso, algo a la hoguera, lo cual hizo que esta ardiese azul e intensa, y se elevase por las cabezas de los presentes.
-“¡Tú!” – El hombre señaló a Eltrant, que se incorporó un poco sin saber exactamente que estaba sucediendo – “¡Sí, tú!” – Dijo de buen humor dando saltos y acercándose al mercenario, a quien, después de acercarse a él rápidamente, agarró del brazo y obligó a situarse cerca de la hoguera, frente a todo el mundo. – “¡Cuéntanos tu historia!”
Eltrant sonrió nervioso, no habían dejado el listón precisamente bajo y no es como si tuviese muchas opciones – “No se… tocar ningún instrumento… ni nada parecido.” – Dijo sencillamente el muchacho, ante la atenta mirada de todos los presentes, estaba claro que muchos comenzaban a creer que la noche iba a volver, una vez más, a esa sucesión de historias absurdas y sin sentido. No obstante, el Bardo que había participado antes que él se levantó y le dio un suave toque en la espalda – “No te preocupes chico, yo pongo la música” – Eltrant arqueó una ceja, para ser alguien que había ridiculizado al tipo de las historias de pasteles estaba siendo extrañamente amable.
Tomando aire y tratando de aplacar el nerviosismo de la situación, Eltrant buscó desesperadamente una historia en su cabeza que contar, lamentablemente la gran mayoría de ellas estaban bloqueadas por la maldición que pesaba sobre sus hombros.
Pero la música comenzó, y sin que pudiese hacer nada para evitar su desdicha, comenzó a hablar.
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-¿Alguna vez habéis soñado con ser otra persona?
Como todas las mañanas, el suave canto de las aves le despertó.
Somnolienta se apartó el pelo de la cara y, a trompicones, se acercó hasta la ventana y la abrió, dejando que el fresco aire matinal arrastrase el olor a mar hasta dentro de su dormitorio, sonrió al ver los altos edificios de Lunargenta, para algunos un lugar a evitar, para otros una ciudad llena de dinamismo, nunca quieta, nunca aburrida; para ella, su hogar.
Después de bostezar un singular número de veces nuestra protagonista descendió hasta la planta baja, no sin tropezarse un par de veces debido a la cegadora luz del sol a la que sus ojos todavía no habían terminado de habituarse, por las robustas escaleras de madera que estaban a pocos pasos de la entrada de su dormitorio.
El rostro de su robusto padrastro le recibió alegre cuando esta entró la cocina, seguida de una suave palmada en la cabeza por parte de su madrasta, la chica no podía ser más feliz en aquellos momento, aunque a una parte de ella se sentía culpable mientras estaba allí, mientras no hacía nada para hacerle pagar todo a ese tipo por lo que había hecho.
Apartó aquellas ideas de su cabeza y se centró en la apacible vida familiar que, de algún modo, había conseguido después de tanto tiempo, no se consideraba una buena persona, no tras de lo que había hecho en aquel orfanato, pero sus padrastros si lo eran, y haría lo que fuese por ellos, aunque fuese fingir que no estaba llena de ira contenida.
Después una agradable charla y de besar a su hija en la frente, el hombre de la casa le revolvió la alborotada melena con una cálida sonrisa y se enfundó en la capa azul que le catalogaba como oficial de la guarda de Lunargenta, para justo a continuación, abandonar la cocina mientras se colocaba una espada plateada al cinto. Con una hogaza de pan aun en la boca, la muchacha se despidió del guarda moviendo la mano efusivamente.
Cuando el hombre hubo abandonado el edificio se centró en terminar el desayuno, sus ojos brillaban con intensidad aquel día, sí, era consciente de lo importante que iban a ser las próximas horas, por eso mismo no se relajó, por eso mismo se aseguró de estar llena de energía para lo que le esperaba.
Un afectuoso abrazo sirvió para despedirse de su madrastra, quien le deseó suerte, la chica sonrió, no necesitaba suerte, llevaba entrenando mucho tiempo, no era una cría, tenía dieciséis años. Aun así no dijo lo que pensaba, asintió con la cabeza y abandonó la cocina.
Caminó aprisa por las calles, evitando a la multitud que se agolpaba en los tenderetes luchando por conseguir el mejor precio posible, transitando oscuros callejones y sirviéndose del sol para saber la hora a la que debía llegar a su destino.
El castillo de la ciudad, imponente, en lo alto de la colina se podía divisar desde cualquier punto de la ciudad, sin embargo la chica nunca esperó que fuese tan grande, el cual recibió a nuestra orgullosa aspirante a guarda majestuosamente, alzándose hacia el cielo, como si tratase de perforarlo. No obstante no se amedrento, se había mentalizado mucho para aquel día, saldría de allí como una guarda de la ciudad, aquello solo era el primer paso.
No pudo reprimir la exhalación asombrada cuando el par de guardas que había en la entrada condujeron a la muchacha, junto a otro grupo de jóvenes, hasta el patio de entrenamiento. Dónde esperaban varios baúles cargados con arma de entrenamiento, dianas, arcos y una multitud más de utensilios preparados para los aspirantes.
-Tomad un arma y un número – Dijo uno de los hombres que habían acompañado a los muchachos hasta allí. Nuestra heroína contempló entonces como los demás aspirantes rápidamente tomaban las armas y los números, no pudo evitar el ver como alguno de ellos le doblaba en edad, pero frunció el ceño y después de repasar las armas que tenía delante, tomó una gran espada bastarda, casi tan alta como ella misma, y la alzó sobre su cabeza. - Cuánto mas grande es más daño hace ¿Verdad? – Dijo aquella vocecita en su cabeza que sabía que iba a salir de allí victoriosa.
Lo cierto es que no se esperaba aquella primera ronda eliminatoria, pero no le fue muy difícil entender que los números servían para emparejar a candidatos y así librarse de toda la morralla inservible que quería un sueldo fijo y una posición vitalicia en uno de los cuerpos militares más prestigiosos de la ciudad.
Tuvo que dar algún codazo que otro para obtener su número, el catorce, pero en el instante en el que lo tuvo en su poder, fue automáticamente asignada por uno de los monitores a luchar contra un muchacho no mucho mayor que ella. La chica contempló a su oponente mientras aguardaba a que diesen la señal para empezar a luchar, el muchacho de constitución débil había optado por usar una espada y un escudo, sujetó con fuera el arma que sujetaba y se preparó para el combate.
El monitor que los supervisaba dio entonces la señal y, muy a su pesar, todo sucedió bastante más rápido de lo que ella jamás habría imaginado.
Su espada se empotró contra el escudo de madera, momento en el que trató de retroceder, pero lo único que pudo hacer fue observar como la espada de su oponente se estrellaba contra su cara. Aun así la castaña no se rindió, volvió a levantarse y, hasta cinco veces, atacó y fue rechazada por su adversario, quien se aseguró de que la chica no tuviese ninguna oportunidad de ganar.
Gritando y con una determinación digna del mayor de los guerreros, la aspirante lanzó un último ataque, que como los anteriores se encontró contra el escudo y, no hizo sino quebrar su propia espada.
Lágrimas de frustración cayeron por sus mejillas cuando la condujeron de nuevo hasta la entrada del castillo, descalificada, ¿Hasta allí había llegado? ¿Se había acabado todo? ¿Por qué le pasaba esto a ella? Dejándose caer sobre una de las muchas paredes de granito del castillo, se deslizo hasta quedar sentada, momento en el que se abrazó las rodillas y trató de sollozar en voz baja, ya había tenido suficiente con hacer el ridículo momentos atrás.
- Levanta la cabeza muchacha, ¡Levántala! – Una voz grave, una voz que no conocía atrajo su atención. La muchacha obedeció aquellas palabras y buscó a aquel extraño que le había dado por darle órdenes.
Un hombre de baja estatura y de tez morena, un hombre que solo se podría describir como “común” le miraba fijamente de brazos cruzados mientras movía su espeso bigote descontento , la chica alzó una ceja, le había visto antes, en el campo de entrenamiento, no sería sino un mozo de cuadra.
-¿Qué es lo que quieres? – Preguntó la joven afligida volviendo a enterrar su cabeza entre las piernas – ¡¿Qué es lo que quiero chiquilla!? – Dijo el hombre alzando la voz – Estas ante Paolo Di Argo muchacha, muestra un poco de respeto, ¡Aunque sea un poquito! – La aludida se encogió de hombros y no levantó la cabeza, a lo que el Paolo respondió tomándola de un brazo y obligándole a mirarle.
- ¡Tienes fuego dentro niña! ¡Quieres ser un León! ¡Quiere ser un León pero no puedes! – La muchacha abrió los ojos y trato de huir de aquel desquiciado que solo decía incoherencias, que la tomó de los brazos y la zarandeó un poco, haciendo hincapié en lo delgados que eran - ¡Más no debes serlo chiquilla! ¡Tú no debes ser un León! – El hombre siguió exclamando incongruencias para finalmente entregar una pequeña nota a la confundida chica y alejarse. - ¡Ven a este lugar! ¡Al amanecer! ¡Y se puntual!
Confusa como nunca lo había estado, y eso que para ser tan joven había vivido mucho, miró lo que contenía la nota.
Sorpresivamente, al día siguiente se encontró a sí misma, justo después de repetir la escena del desayuno, en el lugar en el que Paolo le había ordenado estar, un almacén no muy lejos del puerto.
No sabía que hacia allí, estaba furiosa, con ella misma, con aquel desconocido del bigote, con el mundo en general, y necesitaba alguna válvula de escape, no obstante sabía que aquellos barrios no eran muy seguros, por lo que no le había comentado nada a su padrastro.
A los pocos minutos de estar esperando Paolo apareció en el lugar con una sonrisa y dos espadas de entrenamiento - ¡Mi nombre chiquilla! – Dijo en voz alta y con un tono mucho más majestuoso de lo que aquel tipo aparentaba - ¡Dilo! – La joven arqueó una ceja y, primero, miró a su alrededor por si era alguna broma, después clavó sus ojos en el hombre bajito del bigote y se encogió de hombros – ¿Paolo Di Argo? – El mencionado asintió conforme y lanzó una de las espadas a la joven, que la atrapó al vuelo - ¡Exacto! ¡Ese es el nombre del mejor espadachín que oirás en tu vida chiquilla! ¡Ahora atácame!
Por fin, una sonrisa cruzó la cara de la muchacha quien, liberando toda su ira contenida cargó contra aquel sujeto que se hacía llamar espadachín. Y como el día anterior, perdió estrepitosamente en menos de cinco segundos.
- ¿¡Que es lo que hago mal?! – Gritó golpeando el suelo tratando de contener las lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos - ¡Todo! – Exclamó Paolo lanzándole la espada de entrenamiento que yacía ahora en el suelo con el pie- ¡Alza la cabeza niña! ¡Otra vez!
Aquella escena se repitió muchas veces durante los siguientes tres años, quizás fueron demasiadas, pero incluso en los momentos en los que la joven se daba por vencida, Paolo seguía encargándose de hacerle ir, todas las mañanas, al almacén en el que entrenaban, la chica nunca llegó a entender que vio el espadachín en ella.
- ¡Recuerda chiquilla! ¡No quieras ser un León! – Repetía el entrenador una y otra vez mientras la joven esquivaba estocadas que este daba - ¡Tú no quieres eso! – Volvía a decir mientras evitaba que la espada de la chica diese en la cara con un ligero paso hacia atrás - ¡Los leones son lentos! ¡Torpes! ¡Grandes! – Gritaba a la vez que obligaba a la muchacha a hacer fintas atacando en sitios clave – ¡Los leones no son buenos espadachines! ¡Por eso tú no quieres una espada de León! ¡Tú quieres ser ligera! ¡Ser ágil! – Paolo volvió a desarmar, como siempre, a la aspirante a guarda, que simplemente se agachó a recoger su espada de práctica. -Otra vez – Dijo la muchacha frunciendo el ceño y poniéndose en guarda, Paolo se atusó el bigote y sonrió - ¡Atácame niña!
Finalmente llegó el día, una vez más.
Y volvió a vivirlo todo de nuevo, volvió a encontrarse frente a las imponentes puertas del castillo, volvió a ser conducida hasta el campo de entrenamiento, y como hizo varios años atrás, volvió a seleccionar el número catorce.
No obstante, esta vez no tomó la espada bastarda, aquella era un arma para leones, para esos seres llenos de ira contenida, para bestias que no sabían controlar sus sentimientos.
Ella era mejor que eso, sonrió recordando las palabra de su adiestrador, que sabía que no estaría muy lejos de allí, y tomó un estoque ligero y resistente. Tras armarse se acercó hasta el lugar en el que se enfrentaría a su oponente en un par de ágiles pasos y, cuando estuvo preparada, le hizo una leve reverencia a su adversario.
Ella era un gato, un gato con el corazón de un león.
El mercenario se atusó la barba sin dejar de mirar el suave resplandor que emitía la hoguera que tenía a pocos metros de su cara, la cual acababa de cambiar de un azul intenso al más suave de las amarillos.
Realmente no estaba muy seguro de como había acabado en mitad del bosque y rodeado de desconocidos, pero si algo tenía claro es que debía de haber comprado un mapa o como mínimo, preguntar direcciones.
Suspirando, el mercenario se apartó de la hoguera y, después de clavar su espada en el suelo, a pocos metros de donde había decidido sentarse, se dejó caer sobre una gran roca en uno de los puntos más alejados del lugar, para a continuación permitir que sus compañeros de campamento continuasen con aquellos torpes relatos y sonatas que harían enrojecer de rabia al más simple de los bardos.
Tumbado sobre la piedra clavó su mirada en la luna mientras se sucedían las historias absurdas y los poemas mal entonados, y aunque no lo pretendió, no tuvo más remedio que observar como un hombre salía a la palestra después de ridiculizar la actuación del último aspirante a juglar, no pudo evitar reír suavemente ante las palabras del recién llegados, y es que un poema sobre pasteles no era lo que se podría llamar una epopeya épica.
Eltrant enarcó una ceja cuando aquel hombre, acompañado por el suave sonido de su laúd, comenzó a relatar la historia de una tal Feith. Después de varias frases, el séptimo de los Tale comprendió que, finalmente, aquel era el bardo que todos los presentes llevaban horas esperando, y por fin había salido a la luz. Interesado por la historia que contaba, el joven se incorporó un poco y escuchó sobrecogido hasta el final de la misma.
Para cuando acabó, las lágrimas descendían por la mayoría de las mejillas de los presentes, y los que no lloraban, sentían una extraña aprensión en su pecho, como si aquella historia les hubiese pasado a ellos misma. Algunas voces, entrecortadas preguntaron por la veracidad de la historia, a las cuales el bardo contestó ambiguamente, sin embargo, el público de aquel bardo sabía que tenía que serlo.
Después de rascarse la barba y mirar como dicho bardo volvía a sentarse, Eltrant volvió a mirar la luna, ¿Sabría él historias de ese estilo? No es como si recordase muchas después de lo de isla tortuga, no obstante no tuvo tiempo a indagar más en aquella pregunta, pues pronto varias historias más salieron a la luz, todas ellas de mano de individuos a los que no conocía.
Las historias eran de las más variopintas, desde un relato protagonizado por un viejo capitán de Navío, hasta el de una joven bruja llamada Huracán. Afortunadamente aquellas personas que parecían haber salido de la nada, habían hecho que lo que parecía ser en un principio un evento apático y falto de carisma, se convirtiese en algo digno de experimentar, en el que tanto Eltrant como él resto delos asistentes, escucharon embobados los relatos que los nuevos estaban realizando.
Cuando el hombre de cabellos grisáceos terminó de hablar, todos se quedaron, una vez más, en silencio, terminando de disfrutar las últimas frases que había dicho este hombre, y pronunciándolas en voz baja.
Él que parecía estar cargo de aquel evento lanzó entonces, y sin previo aviso, algo a la hoguera, lo cual hizo que esta ardiese azul e intensa, y se elevase por las cabezas de los presentes.
-“¡Tú!” – El hombre señaló a Eltrant, que se incorporó un poco sin saber exactamente que estaba sucediendo – “¡Sí, tú!” – Dijo de buen humor dando saltos y acercándose al mercenario, a quien, después de acercarse a él rápidamente, agarró del brazo y obligó a situarse cerca de la hoguera, frente a todo el mundo. – “¡Cuéntanos tu historia!”
Eltrant sonrió nervioso, no habían dejado el listón precisamente bajo y no es como si tuviese muchas opciones – “No se… tocar ningún instrumento… ni nada parecido.” – Dijo sencillamente el muchacho, ante la atenta mirada de todos los presentes, estaba claro que muchos comenzaban a creer que la noche iba a volver, una vez más, a esa sucesión de historias absurdas y sin sentido. No obstante, el Bardo que había participado antes que él se levantó y le dio un suave toque en la espalda – “No te preocupes chico, yo pongo la música” – Eltrant arqueó una ceja, para ser alguien que había ridiculizado al tipo de las historias de pasteles estaba siendo extrañamente amable.
Tomando aire y tratando de aplacar el nerviosismo de la situación, Eltrant buscó desesperadamente una historia en su cabeza que contar, lamentablemente la gran mayoría de ellas estaban bloqueadas por la maldición que pesaba sobre sus hombros.
Pero la música comenzó, y sin que pudiese hacer nada para evitar su desdicha, comenzó a hablar.
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-¿Alguna vez habéis soñado con ser otra persona?
Como todas las mañanas, el suave canto de las aves le despertó.
Somnolienta se apartó el pelo de la cara y, a trompicones, se acercó hasta la ventana y la abrió, dejando que el fresco aire matinal arrastrase el olor a mar hasta dentro de su dormitorio, sonrió al ver los altos edificios de Lunargenta, para algunos un lugar a evitar, para otros una ciudad llena de dinamismo, nunca quieta, nunca aburrida; para ella, su hogar.
Después de bostezar un singular número de veces nuestra protagonista descendió hasta la planta baja, no sin tropezarse un par de veces debido a la cegadora luz del sol a la que sus ojos todavía no habían terminado de habituarse, por las robustas escaleras de madera que estaban a pocos pasos de la entrada de su dormitorio.
El rostro de su robusto padrastro le recibió alegre cuando esta entró la cocina, seguida de una suave palmada en la cabeza por parte de su madrasta, la chica no podía ser más feliz en aquellos momento, aunque a una parte de ella se sentía culpable mientras estaba allí, mientras no hacía nada para hacerle pagar todo a ese tipo por lo que había hecho.
Apartó aquellas ideas de su cabeza y se centró en la apacible vida familiar que, de algún modo, había conseguido después de tanto tiempo, no se consideraba una buena persona, no tras de lo que había hecho en aquel orfanato, pero sus padrastros si lo eran, y haría lo que fuese por ellos, aunque fuese fingir que no estaba llena de ira contenida.
Después una agradable charla y de besar a su hija en la frente, el hombre de la casa le revolvió la alborotada melena con una cálida sonrisa y se enfundó en la capa azul que le catalogaba como oficial de la guarda de Lunargenta, para justo a continuación, abandonar la cocina mientras se colocaba una espada plateada al cinto. Con una hogaza de pan aun en la boca, la muchacha se despidió del guarda moviendo la mano efusivamente.
Cuando el hombre hubo abandonado el edificio se centró en terminar el desayuno, sus ojos brillaban con intensidad aquel día, sí, era consciente de lo importante que iban a ser las próximas horas, por eso mismo no se relajó, por eso mismo se aseguró de estar llena de energía para lo que le esperaba.
Un afectuoso abrazo sirvió para despedirse de su madrastra, quien le deseó suerte, la chica sonrió, no necesitaba suerte, llevaba entrenando mucho tiempo, no era una cría, tenía dieciséis años. Aun así no dijo lo que pensaba, asintió con la cabeza y abandonó la cocina.
Caminó aprisa por las calles, evitando a la multitud que se agolpaba en los tenderetes luchando por conseguir el mejor precio posible, transitando oscuros callejones y sirviéndose del sol para saber la hora a la que debía llegar a su destino.
El castillo de la ciudad, imponente, en lo alto de la colina se podía divisar desde cualquier punto de la ciudad, sin embargo la chica nunca esperó que fuese tan grande, el cual recibió a nuestra orgullosa aspirante a guarda majestuosamente, alzándose hacia el cielo, como si tratase de perforarlo. No obstante no se amedrento, se había mentalizado mucho para aquel día, saldría de allí como una guarda de la ciudad, aquello solo era el primer paso.
No pudo reprimir la exhalación asombrada cuando el par de guardas que había en la entrada condujeron a la muchacha, junto a otro grupo de jóvenes, hasta el patio de entrenamiento. Dónde esperaban varios baúles cargados con arma de entrenamiento, dianas, arcos y una multitud más de utensilios preparados para los aspirantes.
-Tomad un arma y un número – Dijo uno de los hombres que habían acompañado a los muchachos hasta allí. Nuestra heroína contempló entonces como los demás aspirantes rápidamente tomaban las armas y los números, no pudo evitar el ver como alguno de ellos le doblaba en edad, pero frunció el ceño y después de repasar las armas que tenía delante, tomó una gran espada bastarda, casi tan alta como ella misma, y la alzó sobre su cabeza. - Cuánto mas grande es más daño hace ¿Verdad? – Dijo aquella vocecita en su cabeza que sabía que iba a salir de allí victoriosa.
Lo cierto es que no se esperaba aquella primera ronda eliminatoria, pero no le fue muy difícil entender que los números servían para emparejar a candidatos y así librarse de toda la morralla inservible que quería un sueldo fijo y una posición vitalicia en uno de los cuerpos militares más prestigiosos de la ciudad.
Tuvo que dar algún codazo que otro para obtener su número, el catorce, pero en el instante en el que lo tuvo en su poder, fue automáticamente asignada por uno de los monitores a luchar contra un muchacho no mucho mayor que ella. La chica contempló a su oponente mientras aguardaba a que diesen la señal para empezar a luchar, el muchacho de constitución débil había optado por usar una espada y un escudo, sujetó con fuera el arma que sujetaba y se preparó para el combate.
El monitor que los supervisaba dio entonces la señal y, muy a su pesar, todo sucedió bastante más rápido de lo que ella jamás habría imaginado.
Su espada se empotró contra el escudo de madera, momento en el que trató de retroceder, pero lo único que pudo hacer fue observar como la espada de su oponente se estrellaba contra su cara. Aun así la castaña no se rindió, volvió a levantarse y, hasta cinco veces, atacó y fue rechazada por su adversario, quien se aseguró de que la chica no tuviese ninguna oportunidad de ganar.
Gritando y con una determinación digna del mayor de los guerreros, la aspirante lanzó un último ataque, que como los anteriores se encontró contra el escudo y, no hizo sino quebrar su propia espada.
Lágrimas de frustración cayeron por sus mejillas cuando la condujeron de nuevo hasta la entrada del castillo, descalificada, ¿Hasta allí había llegado? ¿Se había acabado todo? ¿Por qué le pasaba esto a ella? Dejándose caer sobre una de las muchas paredes de granito del castillo, se deslizo hasta quedar sentada, momento en el que se abrazó las rodillas y trató de sollozar en voz baja, ya había tenido suficiente con hacer el ridículo momentos atrás.
- Levanta la cabeza muchacha, ¡Levántala! – Una voz grave, una voz que no conocía atrajo su atención. La muchacha obedeció aquellas palabras y buscó a aquel extraño que le había dado por darle órdenes.
Un hombre de baja estatura y de tez morena, un hombre que solo se podría describir como “común” le miraba fijamente de brazos cruzados mientras movía su espeso bigote descontento , la chica alzó una ceja, le había visto antes, en el campo de entrenamiento, no sería sino un mozo de cuadra.
-¿Qué es lo que quieres? – Preguntó la joven afligida volviendo a enterrar su cabeza entre las piernas – ¡¿Qué es lo que quiero chiquilla!? – Dijo el hombre alzando la voz – Estas ante Paolo Di Argo muchacha, muestra un poco de respeto, ¡Aunque sea un poquito! – La aludida se encogió de hombros y no levantó la cabeza, a lo que el Paolo respondió tomándola de un brazo y obligándole a mirarle.
- ¡Tienes fuego dentro niña! ¡Quieres ser un León! ¡Quiere ser un León pero no puedes! – La muchacha abrió los ojos y trato de huir de aquel desquiciado que solo decía incoherencias, que la tomó de los brazos y la zarandeó un poco, haciendo hincapié en lo delgados que eran - ¡Más no debes serlo chiquilla! ¡Tú no debes ser un León! – El hombre siguió exclamando incongruencias para finalmente entregar una pequeña nota a la confundida chica y alejarse. - ¡Ven a este lugar! ¡Al amanecer! ¡Y se puntual!
Confusa como nunca lo había estado, y eso que para ser tan joven había vivido mucho, miró lo que contenía la nota.
Sorpresivamente, al día siguiente se encontró a sí misma, justo después de repetir la escena del desayuno, en el lugar en el que Paolo le había ordenado estar, un almacén no muy lejos del puerto.
No sabía que hacia allí, estaba furiosa, con ella misma, con aquel desconocido del bigote, con el mundo en general, y necesitaba alguna válvula de escape, no obstante sabía que aquellos barrios no eran muy seguros, por lo que no le había comentado nada a su padrastro.
A los pocos minutos de estar esperando Paolo apareció en el lugar con una sonrisa y dos espadas de entrenamiento - ¡Mi nombre chiquilla! – Dijo en voz alta y con un tono mucho más majestuoso de lo que aquel tipo aparentaba - ¡Dilo! – La joven arqueó una ceja y, primero, miró a su alrededor por si era alguna broma, después clavó sus ojos en el hombre bajito del bigote y se encogió de hombros – ¿Paolo Di Argo? – El mencionado asintió conforme y lanzó una de las espadas a la joven, que la atrapó al vuelo - ¡Exacto! ¡Ese es el nombre del mejor espadachín que oirás en tu vida chiquilla! ¡Ahora atácame!
Por fin, una sonrisa cruzó la cara de la muchacha quien, liberando toda su ira contenida cargó contra aquel sujeto que se hacía llamar espadachín. Y como el día anterior, perdió estrepitosamente en menos de cinco segundos.
- ¿¡Que es lo que hago mal?! – Gritó golpeando el suelo tratando de contener las lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos - ¡Todo! – Exclamó Paolo lanzándole la espada de entrenamiento que yacía ahora en el suelo con el pie- ¡Alza la cabeza niña! ¡Otra vez!
Aquella escena se repitió muchas veces durante los siguientes tres años, quizás fueron demasiadas, pero incluso en los momentos en los que la joven se daba por vencida, Paolo seguía encargándose de hacerle ir, todas las mañanas, al almacén en el que entrenaban, la chica nunca llegó a entender que vio el espadachín en ella.
- ¡Recuerda chiquilla! ¡No quieras ser un León! – Repetía el entrenador una y otra vez mientras la joven esquivaba estocadas que este daba - ¡Tú no quieres eso! – Volvía a decir mientras evitaba que la espada de la chica diese en la cara con un ligero paso hacia atrás - ¡Los leones son lentos! ¡Torpes! ¡Grandes! – Gritaba a la vez que obligaba a la muchacha a hacer fintas atacando en sitios clave – ¡Los leones no son buenos espadachines! ¡Por eso tú no quieres una espada de León! ¡Tú quieres ser ligera! ¡Ser ágil! – Paolo volvió a desarmar, como siempre, a la aspirante a guarda, que simplemente se agachó a recoger su espada de práctica. -Otra vez – Dijo la muchacha frunciendo el ceño y poniéndose en guarda, Paolo se atusó el bigote y sonrió - ¡Atácame niña!
Finalmente llegó el día, una vez más.
Y volvió a vivirlo todo de nuevo, volvió a encontrarse frente a las imponentes puertas del castillo, volvió a ser conducida hasta el campo de entrenamiento, y como hizo varios años atrás, volvió a seleccionar el número catorce.
No obstante, esta vez no tomó la espada bastarda, aquella era un arma para leones, para esos seres llenos de ira contenida, para bestias que no sabían controlar sus sentimientos.
Ella era mejor que eso, sonrió recordando las palabra de su adiestrador, que sabía que no estaría muy lejos de allí, y tomó un estoque ligero y resistente. Tras armarse se acercó hasta el lugar en el que se enfrentaría a su oponente en un par de ágiles pasos y, cuando estuvo preparada, le hizo una leve reverencia a su adversario.
Ella era un gato, un gato con el corazón de un león.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
Como cada año, Nicolás se encontraba allí, rodeado de compañeros de bebida a los que apenas conocía de poco más que beber y oír contar historias mediocres otros años, pero a eso se resumía la celebración, y por él estaba bien.
Beber y reír, sin problemas por un día, como mucho quizás desaparecían algunas monedas, pero era un día santo para casi todo el mundo, y las probabilidades de que ocurriese algo malo eran casi totalmente nulas.
Ya habían sido narradas numerosas historias. Historias de desesperación, historias de valor, historias de esperanza, historias de venganza, historias de pérdidas e historias de reencuentros.
Decenas de personajes habían sido nombrados ya aquella noche bajo la participación colectiva, que no cesaba de refrescar la literatura oral del país.
Algunas de las historias era especialmente conmovedoras, y cada vez se animaba aún más el ambiente, motivo por el cual Barbacero también acabo de ceder en cierto modo a la presión popular y tomar su turno.
Un pelín contentillo por la bebida pero aún en pleno uso de sus facultades, comenzó a hablar.
Buenas noches, camaradas. Quizás mi historia no sea tan profesional como la que El Bardo nos ha regalado hoy, ni tan conmovedora como las aportaciones de otros compañeros anteriormente, se detuvo mirando a Bio, a quien reconoció entre la multitud, pero espero no equivocarme al decir que es entretenida.
Sin más dilación, aquí empieza la narración:
--------------------
El invierno es frío, más de lo habitual en Lunargenta. Ya han pasado muchos años así, con el tiempo volviéndose poco a poco más inhóspito, como si los elementos se cobrasen su venganza sobre la humanidad a cambio de su progreso tecnológico.
Se comenta por las calles que todo es culpa de los brujos y su manipulación antinatural de la existencia, aunque nadie tiene el valor de defender tales teorías en voz alta y en público.
Un edificio de piedra destaca entre las nevadas calles de la ciudad.
Los transeúntes regresan a sus casas ya, pues el tímido sol invernal ya se esconde de nuevo entre las montañas, sumiendo Lunargenta en la oscuridad de la noche, alumbrada apenas por unas cuantas farolas.
En la posada, un hombre de pelo totalmente cano descansa sentado en su taburete, solo, tomando un buen cuenco de estofado caliente que reconforta el cuerpo y el alma.
Es un día tan bueno como cualquier otro para hacerlo, y más cuando el trabajo escasea.
Numerosos grupos de mercenarios han ido cobrando importancia con el paso de los años, y ya nada es tan salvaje como cuando él era joven.
Antes un hombre podía echarse a los caminos armado con poco más que su arma y su cabeza, pero en esta época la sociedad y la guerra han evolucionado a pasos de trol de las montañas.
La experimentación con una sustancia de reciente descubrimiento, negra y de gran inestabilidad energética, llamada “Cólera de los dioses” o “Phol Vorah” ha abierto el camino a numerosos avances científicos, algunos de los cuales han visto aplicación práctica en la vida cotidiana, como las calderas de los barcos o un tipo especial de cañones diminutos a los que llaman “trabucos”, por ahora solo en posesión de los hombres más leales de Su Majestad.
Pero todo esto no hace más que causarle una cierta amargura en el paladar al envejecido aventurero, quien a juzgar por sus rasgos debió de ser muy atractivo durante su juventud.
Los años no han pasado en balde para él tampoco. Atrás quedó el espíritu emprendedor y enérgico de sus años mozos, reemplazado ahora por el hastío de quien lo ha visto todo y no puede ser impresionado por nada.
Cientos de recuerdos recorren su mente mientras consume las patatas, algo rancias y no de muy buen sabor. Mujeres llorando, aldeas en llamas, cadáveres de monstruos y avariciosos nobles contentos con el cumplimiento de sus encargos egoístas.
Llegados a este punto uno se suele preguntar a menudo quiénes son los verdaderos monstruos, pero la respuesta siempre está ahí, obvia, esperando para golpearte en la cara por ser tan inocente de dudar.
En una de las mesas de al lado cuatro hombres se entretienen jugando a los dados, causando un gran barullo con ello.
¡Doble pareja, gilipollas! ¡Vuelvo a ganar yo!, vocifera uno de los participantes, visiblemente emocionado por su victoria.
Vamos, vamos, ¿es que nadie sabe jugar bien al póker de dados en esta taberna o qué?
Las palabras bravuconas del hombre logran despertar el interés por los juegos de azar que siempre ha caracterizado al canoso aventurero, el cual se levanta de su mesa y con paso decidido y seguro se sienta enfrente del otro.
Vamos a ver qué tal se te da esto de verdad, dice mientras recoge el cubilete con los cinco dados.
El hombre agita los dados con sus manos, tapándolos para evitar que salgan antes de tiempo, y con un movimiento rápido y seco aparta la izquierda, permitiendo que estos caigan sobre el tapete, formando su jugada.
Dos, uno, dos, tres y seis.
Pareja de doses, anuncia el anciano.
Su contrincante suelta una risilla molesta, recoge los dados y el cubilete y se prepara para lanzar su tirada.
Los cinco dados caen sobre la mesa.
Tres, tres, tres, cinco, dos.
¡Vaya, vaya, trío de treses! Empiezas bien, viejales.
El envejecido aventurero se aguanta las ganas de partirle la mandíbula de un puñetazo, por bien que le estuviese empleado.
El juego prosigue durante varias rondas más, con el hombre desafiante triunfando en cada una por una tirada solo ligeramente superior que la de su canoso rival.
¡Pensé que había dicho alguien que sepa jugar, no alguien que sepa babear!
El suertudo ganador continuaba haciendo burlas cada vez más descaradas de su desafortunado oponente, con el apoyo de los otros tres que le rodeaban, seguramente amigos suyos.
Otra vez era el turno del perdedor, quien había recogido ya el cubilete.
Los dados cayeron sobre la superficie de juego, mostrando su resultado.
Cinco, cinco, cinco, cinco, cinco.
Repóker de cincos, anunció el anciano.
El joven no podía dar crédito a sus ojos, aquel vejestorio acababa de sacar el mejor resultado existente en el juego después de perder tantísimas veces.
Enfadado, dio un golpe en la mesa con el puño y soltó un grito de rabia.
¡Maldición, eso es trampa, seguro que ese anciano ha cambiado los dados en algún momento!
El solo pensar que podía haber perdido de esa manera todo lo que había ido ganándole durante el transcurso de la tarde a incontables pardillos le sacaba de quicio.
Los cuatro hombres se levantaron de sus asientos a la vez a un gesto del líder, preparándose para propinarle al viejo la paliza de su vida.
¡Ahora verás lo que pasa cuando intentas estafar a hombres de bien!, gritó uno de ellos, arremetiendo con una porra de madera en alto.
El anciano le agarró del brazo casi como acto mecánico, como si supiese por dónde iba a atacarle el grandullón, y con un fuerte movimiento que no parecía posible a su edad, le retorció el miembro completamente al tiempo que lo empujaba contra la mesa de juego, todo esto sin levantarse.
Otro de los jóvenes ya había agarrado un taburete cercano y se preparaba para hacer que bajase sobre la columna del aventurero cuando notó unas fauces cerrarse sobre su pierna derecha, haciendo que soltase el objeto por el dolor.
Un lobo negro como la noche había intercedido por su amo, al cual estaba esperando hasta hacía poco en la habitación que había alquilado en el piso de arriba.
Los otros dos matones, algo asustados aún, intentaron continuar con sus acciones.
Ahora el barbudo sacará un puñal de la manga e intentará apuñalarme por el costado mientras tú te preparas para escapar, ¿correcto, brujo?
Las palabras acertaron como una flecha en la diana, haciendo que ambos se detuviesen en el sitio, como congelados por la precisión del vaticinio del anciano.
Cuando vosotros corríais yo ya volaba, chiquillos. Portaos bien y no hagáis que me ponga serio.
Devolvedle el dinero que habéis conseguido estafando a otros jugadores, que sé perfectamente que usáis telekinesis para manipular los resultados de las tiradas.
Los hombres, tremendamente acobardados por el rápido desenlace de los acontecimientos, se desmoronaron en el suelo, apoyados contra la pared.
Tabernero, encárguese de que hacen lo correcto, o por lo menos hoy, y si no quiere problemas en el futuro no permita que vuelvan por aquí.
Dicho esto, el anciano recogió sus escasas pertenencias, acabó su cena con toda la parsimonia del mundo ante la atenta mirada del resto de clientes del local, y abandonó la posada.
En el suelo, cinco dados mostraban un resultado.
Cinco, cinco, cinco, cinco, cinco.
Afuera, el resplandor de las llamas de la farola reflejaban el brillo del colgante con cabeza de lobo que pendía del cuello del canoso aventurero, seguido de su fiel compañero animal.
--------------------
Y con esto remato mi humilde narración, espero que les haya entretenido, y aprendan que nuestros mayores aún tienen mucho que enseñarnos, por más que nos empeñemos en afirmar lo contrario.
Dicho esto, volvió a su sitio inicial, donde se recostó de nuevo, con la botella en la mano, relajado.
Por un momento le pareció ver entre los asistentes a un joven de cabello largo y blanco que bien podría ser el protagonista de su relato en sus tiempos mozos.
Beber y reír, sin problemas por un día, como mucho quizás desaparecían algunas monedas, pero era un día santo para casi todo el mundo, y las probabilidades de que ocurriese algo malo eran casi totalmente nulas.
Ya habían sido narradas numerosas historias. Historias de desesperación, historias de valor, historias de esperanza, historias de venganza, historias de pérdidas e historias de reencuentros.
Decenas de personajes habían sido nombrados ya aquella noche bajo la participación colectiva, que no cesaba de refrescar la literatura oral del país.
Algunas de las historias era especialmente conmovedoras, y cada vez se animaba aún más el ambiente, motivo por el cual Barbacero también acabo de ceder en cierto modo a la presión popular y tomar su turno.
Un pelín contentillo por la bebida pero aún en pleno uso de sus facultades, comenzó a hablar.
Buenas noches, camaradas. Quizás mi historia no sea tan profesional como la que El Bardo nos ha regalado hoy, ni tan conmovedora como las aportaciones de otros compañeros anteriormente, se detuvo mirando a Bio, a quien reconoció entre la multitud, pero espero no equivocarme al decir que es entretenida.
Sin más dilación, aquí empieza la narración:
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El invierno es frío, más de lo habitual en Lunargenta. Ya han pasado muchos años así, con el tiempo volviéndose poco a poco más inhóspito, como si los elementos se cobrasen su venganza sobre la humanidad a cambio de su progreso tecnológico.
Se comenta por las calles que todo es culpa de los brujos y su manipulación antinatural de la existencia, aunque nadie tiene el valor de defender tales teorías en voz alta y en público.
Un edificio de piedra destaca entre las nevadas calles de la ciudad.
Los transeúntes regresan a sus casas ya, pues el tímido sol invernal ya se esconde de nuevo entre las montañas, sumiendo Lunargenta en la oscuridad de la noche, alumbrada apenas por unas cuantas farolas.
En la posada, un hombre de pelo totalmente cano descansa sentado en su taburete, solo, tomando un buen cuenco de estofado caliente que reconforta el cuerpo y el alma.
Es un día tan bueno como cualquier otro para hacerlo, y más cuando el trabajo escasea.
Numerosos grupos de mercenarios han ido cobrando importancia con el paso de los años, y ya nada es tan salvaje como cuando él era joven.
Antes un hombre podía echarse a los caminos armado con poco más que su arma y su cabeza, pero en esta época la sociedad y la guerra han evolucionado a pasos de trol de las montañas.
La experimentación con una sustancia de reciente descubrimiento, negra y de gran inestabilidad energética, llamada “Cólera de los dioses” o “Phol Vorah” ha abierto el camino a numerosos avances científicos, algunos de los cuales han visto aplicación práctica en la vida cotidiana, como las calderas de los barcos o un tipo especial de cañones diminutos a los que llaman “trabucos”, por ahora solo en posesión de los hombres más leales de Su Majestad.
Pero todo esto no hace más que causarle una cierta amargura en el paladar al envejecido aventurero, quien a juzgar por sus rasgos debió de ser muy atractivo durante su juventud.
Los años no han pasado en balde para él tampoco. Atrás quedó el espíritu emprendedor y enérgico de sus años mozos, reemplazado ahora por el hastío de quien lo ha visto todo y no puede ser impresionado por nada.
Cientos de recuerdos recorren su mente mientras consume las patatas, algo rancias y no de muy buen sabor. Mujeres llorando, aldeas en llamas, cadáveres de monstruos y avariciosos nobles contentos con el cumplimiento de sus encargos egoístas.
Llegados a este punto uno se suele preguntar a menudo quiénes son los verdaderos monstruos, pero la respuesta siempre está ahí, obvia, esperando para golpearte en la cara por ser tan inocente de dudar.
En una de las mesas de al lado cuatro hombres se entretienen jugando a los dados, causando un gran barullo con ello.
¡Doble pareja, gilipollas! ¡Vuelvo a ganar yo!, vocifera uno de los participantes, visiblemente emocionado por su victoria.
Vamos, vamos, ¿es que nadie sabe jugar bien al póker de dados en esta taberna o qué?
Las palabras bravuconas del hombre logran despertar el interés por los juegos de azar que siempre ha caracterizado al canoso aventurero, el cual se levanta de su mesa y con paso decidido y seguro se sienta enfrente del otro.
Vamos a ver qué tal se te da esto de verdad, dice mientras recoge el cubilete con los cinco dados.
El hombre agita los dados con sus manos, tapándolos para evitar que salgan antes de tiempo, y con un movimiento rápido y seco aparta la izquierda, permitiendo que estos caigan sobre el tapete, formando su jugada.
Dos, uno, dos, tres y seis.
Pareja de doses, anuncia el anciano.
Su contrincante suelta una risilla molesta, recoge los dados y el cubilete y se prepara para lanzar su tirada.
Los cinco dados caen sobre la mesa.
Tres, tres, tres, cinco, dos.
¡Vaya, vaya, trío de treses! Empiezas bien, viejales.
El envejecido aventurero se aguanta las ganas de partirle la mandíbula de un puñetazo, por bien que le estuviese empleado.
El juego prosigue durante varias rondas más, con el hombre desafiante triunfando en cada una por una tirada solo ligeramente superior que la de su canoso rival.
¡Pensé que había dicho alguien que sepa jugar, no alguien que sepa babear!
El suertudo ganador continuaba haciendo burlas cada vez más descaradas de su desafortunado oponente, con el apoyo de los otros tres que le rodeaban, seguramente amigos suyos.
Otra vez era el turno del perdedor, quien había recogido ya el cubilete.
Los dados cayeron sobre la superficie de juego, mostrando su resultado.
Cinco, cinco, cinco, cinco, cinco.
Repóker de cincos, anunció el anciano.
El joven no podía dar crédito a sus ojos, aquel vejestorio acababa de sacar el mejor resultado existente en el juego después de perder tantísimas veces.
Enfadado, dio un golpe en la mesa con el puño y soltó un grito de rabia.
¡Maldición, eso es trampa, seguro que ese anciano ha cambiado los dados en algún momento!
El solo pensar que podía haber perdido de esa manera todo lo que había ido ganándole durante el transcurso de la tarde a incontables pardillos le sacaba de quicio.
Los cuatro hombres se levantaron de sus asientos a la vez a un gesto del líder, preparándose para propinarle al viejo la paliza de su vida.
¡Ahora verás lo que pasa cuando intentas estafar a hombres de bien!, gritó uno de ellos, arremetiendo con una porra de madera en alto.
El anciano le agarró del brazo casi como acto mecánico, como si supiese por dónde iba a atacarle el grandullón, y con un fuerte movimiento que no parecía posible a su edad, le retorció el miembro completamente al tiempo que lo empujaba contra la mesa de juego, todo esto sin levantarse.
Otro de los jóvenes ya había agarrado un taburete cercano y se preparaba para hacer que bajase sobre la columna del aventurero cuando notó unas fauces cerrarse sobre su pierna derecha, haciendo que soltase el objeto por el dolor.
Un lobo negro como la noche había intercedido por su amo, al cual estaba esperando hasta hacía poco en la habitación que había alquilado en el piso de arriba.
Los otros dos matones, algo asustados aún, intentaron continuar con sus acciones.
Ahora el barbudo sacará un puñal de la manga e intentará apuñalarme por el costado mientras tú te preparas para escapar, ¿correcto, brujo?
Las palabras acertaron como una flecha en la diana, haciendo que ambos se detuviesen en el sitio, como congelados por la precisión del vaticinio del anciano.
Cuando vosotros corríais yo ya volaba, chiquillos. Portaos bien y no hagáis que me ponga serio.
Devolvedle el dinero que habéis conseguido estafando a otros jugadores, que sé perfectamente que usáis telekinesis para manipular los resultados de las tiradas.
Los hombres, tremendamente acobardados por el rápido desenlace de los acontecimientos, se desmoronaron en el suelo, apoyados contra la pared.
Tabernero, encárguese de que hacen lo correcto, o por lo menos hoy, y si no quiere problemas en el futuro no permita que vuelvan por aquí.
Dicho esto, el anciano recogió sus escasas pertenencias, acabó su cena con toda la parsimonia del mundo ante la atenta mirada del resto de clientes del local, y abandonó la posada.
En el suelo, cinco dados mostraban un resultado.
Cinco, cinco, cinco, cinco, cinco.
Afuera, el resplandor de las llamas de la farola reflejaban el brillo del colgante con cabeza de lobo que pendía del cuello del canoso aventurero, seguido de su fiel compañero animal.
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Y con esto remato mi humilde narración, espero que les haya entretenido, y aprendan que nuestros mayores aún tienen mucho que enseñarnos, por más que nos empeñemos en afirmar lo contrario.
Dicho esto, volvió a su sitio inicial, donde se recostó de nuevo, con la botella en la mano, relajado.
Por un momento le pareció ver entre los asistentes a un joven de cabello largo y blanco que bien podría ser el protagonista de su relato en sus tiempos mozos.
- Para Geralt:
- Espero que te guste esta pequeña historia que imagino de Geralt dentro de 50 años, cuando ya la edad comience a cobrarse ciertas tasas en su cuerpo (aunque no demasiadas, que sigue siendo quien es).
Permíteme la pequeña licencia de que para entonces ya solo tengas un tercer y único lobo, pues no creo que haya mascota "normal" que pueda aguantar cincuenta años al lado de su amo.
Perdona si quizás es un poco corta de más o imprecisa, tampoco quería aventurarme mucho en definir un personaje que no es mío, aunque sea en un futuro lejano e hipotético, jeje, y a ver si coincidimos un día para un rol juntos.
Nicolás Barbacero
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
Pasaba de noche, de camino al Norte, cuando me encontré con un curioso grupo de gente que mostraba mucha alegría y felicidad en su rostro. Parecían estar pasándolo bien. Sin duda. Decidí apoyarme sobre un árbol, a ver qué comentaban por ahí, parecián muy divertidos contando cuentos e historias. Pasando inadvertida y sin que nadie me viera. No era muy aficionada a las fiestas.
Cuando terminaron de contar una de las historias, de repente, un hombre anciano cerró los ojos.
-¡Aaahhh! – gritó – Puedo ver el futuro entre dos de los presentes. Pero no sé muy bien quienes son. - Se llevó la mano a los ojos, cuando los abrió, los tenía en blanco, parecía poseído por algún demonio… y comenzó a contar una historia.
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Las estrellas decoraban el cielo de aquella descampada noche de verano. Acababa de llegar de un viaje en barco algo trabajoso por el mar de Aerandir. Que no hubiese ni un solo árbol en aquel descampado elevado desde el que se veía el mar debería facilitar la orientación. Era hora de volver a Lunargenta. Allí tenía muchas cosas por hacer. - ¿Por dónde se llega a Lunargenta? – le pregunté a Seek. – Por esta dirección. Noreste – Y me respondió prácticamente en el acto. Así que nos dedicamos a atravesar las colinas.
Tras un escaso cuarto de hora… Vi una pequeña hoguera. Había dos hombres acampados alrededor de un carro. Pero no eran dos hombres cualesquiera. Llevaban alguien encerrado y amordazado en el carro… ¿serían traficantes de órganos? ¿Secuestradores? Ya me había enfrentado a unos hace algún tiempo. En cualquier caso, sería mejor ir a ver qué escondían.
Estaban borrachos. Demasiado. Seguramente que en aquel descampado no esperarían encontrar a nadie. Me aproveché de las sombras para llegar a la parte trasera del carromato. Desde allí podría liberar al hombre y que éste escapara por la parte de detrás. Seek se encargó de abrir la puerta gracias a sus habilidades, y un joven hombre salió del mismo. Le hice un gesto para que no hiciese demasiado ruido y pudiese así escapar. Me hizo caso y salió claramente nervioso, me dio las gracias con la cabeza y huyó por la pradera camino a Lunargenta. Sin que lo viesen. Parecía saber donde iba.
En cualquier caso, pronto los hombres notaron la ausencia de su secuestrada víctima. -¿Pero qué diablos? ¿Dónde se ha metido el tonto ese? – Comentó uno observando el carromato vacío. Y se dirigieron a la parte de detrás del carro. Yo no huiría. Debía ajusticiar a aquellos desgraciados. Les esperé. –Buenas noches, señores – les respondí mostrándoles mis colmillos. Ahora sabían que tenían un problema. -¿Serían tan amables de decirme por qué han secuestrado a ese inocente? – Los hombres no parecían preocupados por el tema. – Ese no es asunto tuyo, gilipollas – replicó uno. – Te vamos a partir las piernas vampiro – respondió el otro. Pobres desgraciados. No habían entendido nada.
Y con precocidad, se lanzaron a por mí y a por Seek. Gracias a mis reflejos, esquivé el ataque de uno de ellos con gran precocidad y pude darle un golpe en el cuello, que lo dejó inconsciente. El otro trató de golpearme por detrás, pero Seek utilizó a lightning, para darle un sonoro latigazo en el brazo y detenerle la mano justo antes de que me golpeara la espalda. El hombre pegó un grito y se revolvió para deshacerse del agarre del arma de la biocibernética, ayudándose de la otra mano. Algo que consiguió. Antes de salir corriendo. Salimos tras él, pero debido al instinto de verse en peligro, huyó demasiado rápido. -¡Socorro! ¡Un vampiro! ¡Ayuda, por todos los dioses! – gritó el hombre. Aunque de poco serviría. Estábamos muy lejos de la ciudad. Yo sonreí – Desde que recuperamos a lightning no hay quien te suelte de ella – le dije a la biocibernética.
Volví a donde había dejado noqueado al otro tipo. Mi yo vampiro me pedía morder ese débil cuello inerte. Pero no, no iba a hacerlo, quería reprimirme. Tenía que hacerlo. No era un monstruo como ellos. Me senté en uno de los taburetes de aquellos hombres, junto a la hoguera. Y me dispuse a observar al hombre inconsciente, preguntándome por qué habrían secuestrado a aquel inocente.
Todo cambió cuando empecé a sentir una fuerte corriente de aire soplar. Con la buena noche que hacía, no tenía ni idea de dónde salía aquel viento.
-¿Se ha dado bien la caza, no? – sentí desde desde mi espalda preguntar a alguien, una mujer. Una voz joven y dulce. Me di la vuelta. Una joven mujer castaña con el pelo en trenza, vestida con chaqueta y pantalones de cuero negro. La chaqueta le daba un toque elegante con adornos en los hombros. Y era… ciertamente… muy guapa. Sin embargo. Pese a su presentación “amistosa” algo no me terminaba de convencer en ella. Tal vez serían las dos ballestas que llevaba colgando de un cinturón, la daga afilada que llevaba en el muslo, o la enorme ballesta que sobresalía de su espalda.
Seek miró hacia la mujer de arriba abajo –Muestra una actitud hostil. Ten cuidado – me dijo en voz baja sobre la extraña, sin perder un ojo sobre ella. Permanecía a unos diez metros sin decir nada, de brazos cruzados. – Que bueno que llegaste, te estábamos esperando. – le dije para que no pensase que me pillaba por sorpresa – ¿Quién sois? Y lo más importante, ¿trajisteis biusas?
-¿Qué? – respondió de brazos cruzados con cara extrañada – Mira, no importa quién sea. Alguien te ha acusado y me ha pagado. – continuó la mujer, colocando en ristre la enorme ballesta que llevaba a la espalda. - No lo tomes como algo personal. No eres nadie para mí. Sólo otro vampiro más. – continuó. Y observó el cuerpo del bandido inconsciente. - Ahora yo soy la cazadora.
-Espera… Estás confundida… yo no soy un ases… - Pero no parecía demasiado abierta al diálogo. El verme junto a un cuerpo inmóvil tampoco la iba a ayudar a cambiar de opinión sobre cualquiera de las mentiras que le hayan dicho de mí. Disparó su flecha pesada, que iba directa a mi corazón. Pero pude esquivarla. Tenía buena puntería la cabrona. – En serio, no es necesario que… - continué. Pero ya estaba cargando otra flecha, Seek, de nuevo con su látigo, pudo cogerla por el brazo y propinarle un fuerte golpe que la la desarmó y atrajo hacia ella para tratar de dejarla inconsciente.
Pero aquella mujer parecía tener recursos. -¡Ash balla ná! – gritó haciendo un fuerte movimiento con su otro brazo no sujeto hacia la biocibernética, sin tocarla. Provocando un fuerte golpe que sacó a Seek volando por lo menos cinco metros. Había visto alguna habilidad parecida en algún brujo… Si… ¿tal vez fuese una habilidad del viento? En cualquier caso, la mujer rápidamente se levantó y con sus ballestas más cortas continuó disparándome sucesivos tiros. Parecía una tecnología compleja que la permitía disparar varias veces sin recargar. Lo esquivé gracias a mis grandes reflejos y utilicé mi habilidad que daba la sensación de desvanecerme. Distrayéndola totalmente y observando hacia todas partes.
Aparecí repentinamente a su espalda para propinarle un nuevo golpe en la espalda. Que la derribó. – No quiero hacerte daño. ¿Seguro que no podemos llegar a un acuerdo? – le pregunté. Estaba tendida sobre el suelo. Se llevó la mano a la parte delantera. Tal vez le doliese. – No. – me respondió. Pero no, escondida por su cuerpo me lanzó una daga que iba haciendo círculos en el aire en dirección a mí. Tuve suerte de que esta vez no hubiese tenido la misma puntería, porque me pasó rozando la oreja. Y corrió hacia mí. Comenzó a tratar de golpearme y yo hice lo mismo. Aunque aquel combate no llevaba a ningún lugar. No tenía sentido desde mi punto de vista y tan sólo quería desaparecer de la vista de aquella desconsiderada, que ni siquiera me dejó explicarle la situación.
La mujer iba a volver a conjurar su hechizo mágico para sacarme volando por los aires, pero Seek había aparecido para darle una patada de nuevo que también la empujó un costado. - ¡Vámonos! – le grité a mi amiga biocibernética. Y desaparecí entre la sombra mientras que ella pudo huir más fácilmente pues la bruja parecía obsesionada con acabar conmigo ni se centró en ella. Justo antes de desvanecerme vi como una nueva flecha pasaba a mi lado. Pues la mujer ya había cogido de nuevo una de sus ballestas pequeñas para dispararme de nuevo.
Mientras me alejaba miré hacia atrás y la joven ya se había dado cuenta de que ya no estábamos allí. Se encontraba recogiendo sus aparatos de guerra, con un semblante serio y frío. Lo que más me molestaba a mí, más allá del hecho de que quisiera matarme. Era el racismo y el odio que mostraban todas las razas de Aerandir a los vampiros. Aquella sería una disputa que si no tuvo solución en años, no la tendría nunca. Al menos “el asesino” había liberado a una persona inocente aquella noche, ¿qué había hecho esa “justiciera” por la sociedad aquella noche? Yo había luchado contra vampiros malvados. No todos éramos unos asesinos como aquella mujer decía. Pero había cosas que nunca cambiarían.
OFF: Para Bio
OFF: Para Geralt
Cuando terminaron de contar una de las historias, de repente, un hombre anciano cerró los ojos.
-¡Aaahhh! – gritó – Puedo ver el futuro entre dos de los presentes. Pero no sé muy bien quienes son. - Se llevó la mano a los ojos, cuando los abrió, los tenía en blanco, parecía poseído por algún demonio… y comenzó a contar una historia.
---------------------------------------------------------
Las estrellas decoraban el cielo de aquella descampada noche de verano. Acababa de llegar de un viaje en barco algo trabajoso por el mar de Aerandir. Que no hubiese ni un solo árbol en aquel descampado elevado desde el que se veía el mar debería facilitar la orientación. Era hora de volver a Lunargenta. Allí tenía muchas cosas por hacer. - ¿Por dónde se llega a Lunargenta? – le pregunté a Seek. – Por esta dirección. Noreste – Y me respondió prácticamente en el acto. Así que nos dedicamos a atravesar las colinas.
Tras un escaso cuarto de hora… Vi una pequeña hoguera. Había dos hombres acampados alrededor de un carro. Pero no eran dos hombres cualesquiera. Llevaban alguien encerrado y amordazado en el carro… ¿serían traficantes de órganos? ¿Secuestradores? Ya me había enfrentado a unos hace algún tiempo. En cualquier caso, sería mejor ir a ver qué escondían.
Estaban borrachos. Demasiado. Seguramente que en aquel descampado no esperarían encontrar a nadie. Me aproveché de las sombras para llegar a la parte trasera del carromato. Desde allí podría liberar al hombre y que éste escapara por la parte de detrás. Seek se encargó de abrir la puerta gracias a sus habilidades, y un joven hombre salió del mismo. Le hice un gesto para que no hiciese demasiado ruido y pudiese así escapar. Me hizo caso y salió claramente nervioso, me dio las gracias con la cabeza y huyó por la pradera camino a Lunargenta. Sin que lo viesen. Parecía saber donde iba.
En cualquier caso, pronto los hombres notaron la ausencia de su secuestrada víctima. -¿Pero qué diablos? ¿Dónde se ha metido el tonto ese? – Comentó uno observando el carromato vacío. Y se dirigieron a la parte de detrás del carro. Yo no huiría. Debía ajusticiar a aquellos desgraciados. Les esperé. –Buenas noches, señores – les respondí mostrándoles mis colmillos. Ahora sabían que tenían un problema. -¿Serían tan amables de decirme por qué han secuestrado a ese inocente? – Los hombres no parecían preocupados por el tema. – Ese no es asunto tuyo, gilipollas – replicó uno. – Te vamos a partir las piernas vampiro – respondió el otro. Pobres desgraciados. No habían entendido nada.
Y con precocidad, se lanzaron a por mí y a por Seek. Gracias a mis reflejos, esquivé el ataque de uno de ellos con gran precocidad y pude darle un golpe en el cuello, que lo dejó inconsciente. El otro trató de golpearme por detrás, pero Seek utilizó a lightning, para darle un sonoro latigazo en el brazo y detenerle la mano justo antes de que me golpeara la espalda. El hombre pegó un grito y se revolvió para deshacerse del agarre del arma de la biocibernética, ayudándose de la otra mano. Algo que consiguió. Antes de salir corriendo. Salimos tras él, pero debido al instinto de verse en peligro, huyó demasiado rápido. -¡Socorro! ¡Un vampiro! ¡Ayuda, por todos los dioses! – gritó el hombre. Aunque de poco serviría. Estábamos muy lejos de la ciudad. Yo sonreí – Desde que recuperamos a lightning no hay quien te suelte de ella – le dije a la biocibernética.
Volví a donde había dejado noqueado al otro tipo. Mi yo vampiro me pedía morder ese débil cuello inerte. Pero no, no iba a hacerlo, quería reprimirme. Tenía que hacerlo. No era un monstruo como ellos. Me senté en uno de los taburetes de aquellos hombres, junto a la hoguera. Y me dispuse a observar al hombre inconsciente, preguntándome por qué habrían secuestrado a aquel inocente.
Todo cambió cuando empecé a sentir una fuerte corriente de aire soplar. Con la buena noche que hacía, no tenía ni idea de dónde salía aquel viento.
-¿Se ha dado bien la caza, no? – sentí desde desde mi espalda preguntar a alguien, una mujer. Una voz joven y dulce. Me di la vuelta. Una joven mujer castaña con el pelo en trenza, vestida con chaqueta y pantalones de cuero negro. La chaqueta le daba un toque elegante con adornos en los hombros. Y era… ciertamente… muy guapa. Sin embargo. Pese a su presentación “amistosa” algo no me terminaba de convencer en ella. Tal vez serían las dos ballestas que llevaba colgando de un cinturón, la daga afilada que llevaba en el muslo, o la enorme ballesta que sobresalía de su espalda.
Seek miró hacia la mujer de arriba abajo –Muestra una actitud hostil. Ten cuidado – me dijo en voz baja sobre la extraña, sin perder un ojo sobre ella. Permanecía a unos diez metros sin decir nada, de brazos cruzados. – Que bueno que llegaste, te estábamos esperando. – le dije para que no pensase que me pillaba por sorpresa – ¿Quién sois? Y lo más importante, ¿trajisteis biusas?
-¿Qué? – respondió de brazos cruzados con cara extrañada – Mira, no importa quién sea. Alguien te ha acusado y me ha pagado. – continuó la mujer, colocando en ristre la enorme ballesta que llevaba a la espalda. - No lo tomes como algo personal. No eres nadie para mí. Sólo otro vampiro más. – continuó. Y observó el cuerpo del bandido inconsciente. - Ahora yo soy la cazadora.
-Espera… Estás confundida… yo no soy un ases… - Pero no parecía demasiado abierta al diálogo. El verme junto a un cuerpo inmóvil tampoco la iba a ayudar a cambiar de opinión sobre cualquiera de las mentiras que le hayan dicho de mí. Disparó su flecha pesada, que iba directa a mi corazón. Pero pude esquivarla. Tenía buena puntería la cabrona. – En serio, no es necesario que… - continué. Pero ya estaba cargando otra flecha, Seek, de nuevo con su látigo, pudo cogerla por el brazo y propinarle un fuerte golpe que la la desarmó y atrajo hacia ella para tratar de dejarla inconsciente.
Pero aquella mujer parecía tener recursos. -¡Ash balla ná! – gritó haciendo un fuerte movimiento con su otro brazo no sujeto hacia la biocibernética, sin tocarla. Provocando un fuerte golpe que sacó a Seek volando por lo menos cinco metros. Había visto alguna habilidad parecida en algún brujo… Si… ¿tal vez fuese una habilidad del viento? En cualquier caso, la mujer rápidamente se levantó y con sus ballestas más cortas continuó disparándome sucesivos tiros. Parecía una tecnología compleja que la permitía disparar varias veces sin recargar. Lo esquivé gracias a mis grandes reflejos y utilicé mi habilidad que daba la sensación de desvanecerme. Distrayéndola totalmente y observando hacia todas partes.
Aparecí repentinamente a su espalda para propinarle un nuevo golpe en la espalda. Que la derribó. – No quiero hacerte daño. ¿Seguro que no podemos llegar a un acuerdo? – le pregunté. Estaba tendida sobre el suelo. Se llevó la mano a la parte delantera. Tal vez le doliese. – No. – me respondió. Pero no, escondida por su cuerpo me lanzó una daga que iba haciendo círculos en el aire en dirección a mí. Tuve suerte de que esta vez no hubiese tenido la misma puntería, porque me pasó rozando la oreja. Y corrió hacia mí. Comenzó a tratar de golpearme y yo hice lo mismo. Aunque aquel combate no llevaba a ningún lugar. No tenía sentido desde mi punto de vista y tan sólo quería desaparecer de la vista de aquella desconsiderada, que ni siquiera me dejó explicarle la situación.
La mujer iba a volver a conjurar su hechizo mágico para sacarme volando por los aires, pero Seek había aparecido para darle una patada de nuevo que también la empujó un costado. - ¡Vámonos! – le grité a mi amiga biocibernética. Y desaparecí entre la sombra mientras que ella pudo huir más fácilmente pues la bruja parecía obsesionada con acabar conmigo ni se centró en ella. Justo antes de desvanecerme vi como una nueva flecha pasaba a mi lado. Pues la mujer ya había cogido de nuevo una de sus ballestas pequeñas para dispararme de nuevo.
Mientras me alejaba miré hacia atrás y la joven ya se había dado cuenta de que ya no estábamos allí. Se encontraba recogiendo sus aparatos de guerra, con un semblante serio y frío. Lo que más me molestaba a mí, más allá del hecho de que quisiera matarme. Era el racismo y el odio que mostraban todas las razas de Aerandir a los vampiros. Aquella sería una disputa que si no tuvo solución en años, no la tendría nunca. Al menos “el asesino” había liberado a una persona inocente aquella noche, ¿qué había hecho esa “justiciera” por la sociedad aquella noche? Yo había luchado contra vampiros malvados. No todos éramos unos asesinos como aquella mujer decía. Pero había cosas que nunca cambiarían.
OFF: Para Bio
- Para bio:
- Espero que te gustase el enfrentamiento. Aunque no lo creas ya lo tenía escrito antes de que hablásemos el otro día sobre nuestro hipotético hilo. Como llevo varios meses pululando por el foro y nunca coincidí contigo on-rol cuando eres de los más activos, creo que esta sería una buena representación de un encontronazo contigo. Espero que te guste y no haberla cagado usando a los personajes especialmente a Seek
También he adoptado tu estilo en primera persona, tus colores y espero que no te parezca mal que haya incluido tus bromas habituales (lo de las biusas y tu frase mítica de entrar en la CB). Sé que no lo usas on rol pero pensé que te haría gracia leerlo.
OFF: Para Geralt
- Geralt:
Me ha encantado sobretodo los diálogos y la ranciedad que le has metido a Huri. Jajajajajaj. Desde luego es una muy historia muy factible para cuando Huracán termine su particular odisea
Anastasia Boisson
Honorable
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
Alanna se encontraba tranquila, escuchando las historias sin intervenir, no tenía especiales ganas de participar. Sus ánimos, como últimamente sucedía de modo continuo, estaban bajos.
Sin embargo, las continuas historias, las aventuras, el vaivén de voces, algunas, mejores, otras de aficionados que, aun sin talento, le ponían ganas, y algunas esplendidas, la hicieron soltar una sonrisilla y pensar en una historia que ella misma había oído varias veces.
su risilla llamó la atención de quien, en el centro, empezaba a señalar a quienes consideraba aptos para iniciar una narración. La chica se quedó callada y se tensó, como si hubiera metido la pata en clase. El fuego que se elevaba con colores atípicos de una hoguera iluminó la cara del bardo, quien, la señalo, y con un sencillo gesto de los dedos, la instó a levantarse. Al parecer, era su turno de narrar.
En el centro, sintiéndose pequeña, sin acabar de acostumbrarse a llamar la atención, tomó aire de forma profunda, y comenzó a hablar, con su voz suave, sobre la historia que, pocos minutos antes, se le había metido en la cabeza.
************************
Cuando todo acaba, cuando el fin se acerca, todo el mundo piensa que es algo malo, que acaba algo, nadie se da cuenta de lo que empieza.
El día había amanecido gris, el sol blanquecino parecía querer quedarse cubierto por una sábana de nubes, sintiéndose perezoso, no parecía que fuera a llover, pues un fuerte viento azotaba las ramas del camino, y movía la tela raída que cubría un carromato. Este transporte comercial, viejo, pequeño y húmedo, portaba en su interior un viajero, un hombre que no llegaría a la treintena, que dormitaba en un estado de duermevela acunado por el olor a vino añejo y queso rancio que había en el interior del carro.
Su destino, era el fin de una etapa, era su última vez, y para ello, se dirigía a Baslodia, en el exterior, el mercader vislumbró la entrada de la ciudad, el humo ascendía hacia el cielo gris oscureciéndolo más aun, y el sonido de una fiesta se escuchaba desde lejos.
Tronares de trompetas, risas de niños y gritos de vendedores despertaron al joven que había estado descansando en el carromato junto a los sonidos de pequeños ratones, de pasos ligeros y cortos y chillidos agudos. Se alzó y saltó del carro cuando pasaron frente a una inmensa edificación, una vez más, allí estaba, el coliseo.
Entró con calma, como esa vez, había recorrido los pasillos del edificio cientos de veces, se había enfrentado a mil bestias, y a cientos de hombres, ese día, su lucha llegaba a su fin. Su profesión no había sido sencilla, cientos de combates legales e ilegales lo habían llevado hasta ese momento, su momento.
Los combates se sucedieron uno tras otro mientras el guerrero, curtido en mi batallas, reflexionaba con calma, no escuchaba lo que sucedía a su alrededor, ni los combates que pasaban de uno en uno, ni quienes le obviaban al andar frente a él, viendo solo a un hombre sentado, a quien, en su trabajo, era una leyenda viva.
Finalmente llegó su turno, salió al ruedo con la calma de la experiencia, pisó la arena respirando hondo, el viento elevó el polvo de la zona de combate mientras los gritos de la multitud eran atenuados por el grueso casco que portaba en la cabeza. Comprobó su coraza, sus zapatos y alzó su espada, era momento el momento, era su última batalla.
Tomó el mandoble con fuerza, usando ambas manos, y se situó en posición de defensa, saludando a su contrincante con la cabeza, ese era el momento, su momento, y aunque acabase una etapa, iniciaría una nueva, su futuro. ¿Quién sabe que le depararía?
Cuando todo acaba, cuando el fin se acerca, todo el mundo piensa que es algo malo, que acaba algo, nadie se da cuenta de lo que empieza. Sin embargo, cuando alguien tiene el valor de dejar atrás una etapa, de abrir los ojos a su futuro, el valor se expande y el futuro, se abre ante sus ojos, para que lo tome con las manos abiertas y los ojos brillantes.
Sin embargo, las continuas historias, las aventuras, el vaivén de voces, algunas, mejores, otras de aficionados que, aun sin talento, le ponían ganas, y algunas esplendidas, la hicieron soltar una sonrisilla y pensar en una historia que ella misma había oído varias veces.
su risilla llamó la atención de quien, en el centro, empezaba a señalar a quienes consideraba aptos para iniciar una narración. La chica se quedó callada y se tensó, como si hubiera metido la pata en clase. El fuego que se elevaba con colores atípicos de una hoguera iluminó la cara del bardo, quien, la señalo, y con un sencillo gesto de los dedos, la instó a levantarse. Al parecer, era su turno de narrar.
En el centro, sintiéndose pequeña, sin acabar de acostumbrarse a llamar la atención, tomó aire de forma profunda, y comenzó a hablar, con su voz suave, sobre la historia que, pocos minutos antes, se le había metido en la cabeza.
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Cuando todo acaba, cuando el fin se acerca, todo el mundo piensa que es algo malo, que acaba algo, nadie se da cuenta de lo que empieza.
El día había amanecido gris, el sol blanquecino parecía querer quedarse cubierto por una sábana de nubes, sintiéndose perezoso, no parecía que fuera a llover, pues un fuerte viento azotaba las ramas del camino, y movía la tela raída que cubría un carromato. Este transporte comercial, viejo, pequeño y húmedo, portaba en su interior un viajero, un hombre que no llegaría a la treintena, que dormitaba en un estado de duermevela acunado por el olor a vino añejo y queso rancio que había en el interior del carro.
Su destino, era el fin de una etapa, era su última vez, y para ello, se dirigía a Baslodia, en el exterior, el mercader vislumbró la entrada de la ciudad, el humo ascendía hacia el cielo gris oscureciéndolo más aun, y el sonido de una fiesta se escuchaba desde lejos.
Tronares de trompetas, risas de niños y gritos de vendedores despertaron al joven que había estado descansando en el carromato junto a los sonidos de pequeños ratones, de pasos ligeros y cortos y chillidos agudos. Se alzó y saltó del carro cuando pasaron frente a una inmensa edificación, una vez más, allí estaba, el coliseo.
Entró con calma, como esa vez, había recorrido los pasillos del edificio cientos de veces, se había enfrentado a mil bestias, y a cientos de hombres, ese día, su lucha llegaba a su fin. Su profesión no había sido sencilla, cientos de combates legales e ilegales lo habían llevado hasta ese momento, su momento.
Los combates se sucedieron uno tras otro mientras el guerrero, curtido en mi batallas, reflexionaba con calma, no escuchaba lo que sucedía a su alrededor, ni los combates que pasaban de uno en uno, ni quienes le obviaban al andar frente a él, viendo solo a un hombre sentado, a quien, en su trabajo, era una leyenda viva.
Finalmente llegó su turno, salió al ruedo con la calma de la experiencia, pisó la arena respirando hondo, el viento elevó el polvo de la zona de combate mientras los gritos de la multitud eran atenuados por el grueso casco que portaba en la cabeza. Comprobó su coraza, sus zapatos y alzó su espada, era momento el momento, era su última batalla.
Tomó el mandoble con fuerza, usando ambas manos, y se situó en posición de defensa, saludando a su contrincante con la cabeza, ese era el momento, su momento, y aunque acabase una etapa, iniciaría una nueva, su futuro. ¿Quién sabe que le depararía?
Cuando todo acaba, cuando el fin se acerca, todo el mundo piensa que es algo malo, que acaba algo, nadie se da cuenta de lo que empieza. Sin embargo, cuando alguien tiene el valor de dejar atrás una etapa, de abrir los ojos a su futuro, el valor se expande y el futuro, se abre ante sus ojos, para que lo tome con las manos abiertas y los ojos brillantes.
- Para Nicolás Barbacero:
- Aqui una pequeña visión de como fue el último combate de tu pj antes de empezar su historia actual, espero que te guste. Feliz año nuevo n.n
Alanna Delteria
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
El trabajo había finalizado, y aunque pareciese sencillo a simple vista, cuidar de una adolescente había sido una tarea compleja para la dragona. Mentiría al decir que no había creado un vínculo con la joven, pero sentía que necesitaba estar sola. Sola… nunca le había importado la soledad, a veces incluso lo deseaba, pero mientras sus pies la conducían a las afueras de la ciudad, la joven dragona solo podía pensar en llegar a la zona de los hombres lobo para reencontrarse con aquella que raramente permanecía demasiado en sus pensamientos.
Los bosques por la noche, con la luna iluminando los arboles con una tonalidad que variaba entre el plata y el negro. Parecían arboles forjados en hierro.
Las partes de viaje que realizo a pie las aprovecho para bañarse en el rio y caminar descalza por la verde hierba. Cada vez quedaba menos trayecto para su llegada a Ulmer. Era de noche, la última antes de llegar a su destino, y no estaba cansada, así que pensó en continuar caminando con la luna como compañía, pero un abanico de olores chocó contra sus fosas nasales. Podía distinguir el olor de los humanos, el de los brujos, algún lobo… Podía oler el fuego y escuchar la música de un laúd. No era muy habitual cruzarse con ese tipo de encuentros en mitad del bosque, y para no variar, la morena había pensado pasar de largo, cuando escuchó la palabra “aguamiel”. Hasta que no lo escucho no había percibido lo sedienta que estaba, y aunque no le gustase mucho estar rodeada de desconocidos, la de cabellos negros se acercó a la hoguera.
Se sentó en un tocón en el que no cabía nadie más que ella. Parecía sencillo, historias a cambio de algo de beber. Un extraño calor cubría la hoguera donde un grupo de gente bebía y disfrutaba de las narraciones. Toda parecía ir bien hasta que le toco contar una historia a Levia.
Carraspeó, aunque a diferencia de algunos se quedó sentada.
“Esta historia comienza no muy lejos de aquí, en las afueras de Lunargenta, en una humilde granja familiar. Siete hijos ayudan en las tareas del hogar y del campo, incluso el menor. El más pequeño de los hermanos, aunque ya no tan pequeño, intenta brindar la máxima ayuda todo el tiempo, sin saber que su destino se aproximaba con pasa cansado entre los árboles.
La noche se acercaba, y con ella, una tormenta.
Algo picó la puerta de la casa, alertando a toda la familia. Bien podría tratarse del fuerte viento que soplaba fuera, pero ante la insistencia, la familia pudo comprobar que su mayor visitante no se trataba del temporal, sino de una pareja buscando resguardarse de la tormenta. La cabezonería que corría por la sangre de toda aquella familia casi les cuesta a la pareja aquella noche el cobijo. Aquella pareja de intrusos en la casa de los granjeros potaban algo más que ropas mojadas: libros. Libros ilustrados que contaban historias sobre la maravillosa Lunargenta. Al parecer, al pequeño de la casa le fascinaron aquellos nuevos conocimientos.
Como por arte de magia, la tormenta se disipó, dejando un sol reluciente que hacia brillar las gotas de agua, que adornando la hierba como si de perlas se tratasen.
Su cabeza decía que no, per o su destino de nuevo le ayudó abriéndole la puerta de casa. Fue así como el más joven de la casa salió corriendo de la granja en busca de su propia aventura. La adrenalina recorría su cuerpo, haciendo que avanzase a una velocidad admirable.
El muchacho llegó a un pequeño lago, en el que se asomó para poder verse reflejado en el agua. Portaba el cabello algo largo y despeinado. Sus ojos marrones, de forma ligeramente almendrados, estaban muy abiertos por la emoción. Sus ropas de colores neutros no eran la mejor armadura para un pequeño aventurero de unos diez años, quizás encontraría algo mejor al llegar a su destino.
Dispuesto a salir corriendo de nuevo para llegar lo antes posible a la ciudad, el niño se topó con una espada. Era grande, al menos en comparación con él, e incluso iba acompañada de la vaina, en manos del joven parecía más bien un mandoble. Limpia y en perfecto estado, aquella espada era perfecta para él.
Corrió hasta las grandes puertas de la ciudad, el cansancio no le afectaba y el arma no le pesaba. Las puertas se abrieron para el joven, brindándole la bienvenida a la preciosa ciudad que tanto deseaba conocer.
Todo era incluso mejor de lo que se imaginaba, aunque una gran ciudad también escondía grandes peligros.
Ennegreciendo el cielo, una gran bestia aterrizó en medio de la plaza donde se encontraba el pequeño. Aquella criatura era enorme y feroz, parecía un monstruo sacado de un cuento. La gente gritaba y corría para salvar sus vidas, incluso cuando la bestia destruyó una casa, nadie hizo nada al respecto.
Nadie excepto él.
Desenvainó su “mandoble” mientras se acercada a la monstruosa figura con ojos entrecerrados. Nadie destrozaría aquella bella ciudad estando él para impedirlo.
-¡Eh tu!- gritó antes de sorberse llegó os mocos sonoramente –Vete de aquí si no quieres vértelas conmigo…- desconfiado de si la criatura le iba a hacer caso, o incluso de si le entendía, el muchacho esperó a ver su reacción.
El animal se abalanzó sobre é, enseñándole sus muchos y afilados dientes. El joven que siempre procuraba no llamar mucho la atención, ahora era el foco de todas las miradas. Aquel arma no se diferenciaba mucho a las armas que había usado en la granja, por lo que pelear con aquello no le estaba siendo tarea difícil.
La bestia, agotada por la intensa pelea, huyó volando, ya que contra aquel joven guerrero no podía esperar más que la muerte.
Todos en la ciudad vitoreaban al pequeño salvador de Lunargenta, cogiéndolo en brazos como a un héroe. Ahora el nombre del muchacho estaría escrito en los libros de historia, como el joven salvador de la más grande e importante ciudad de todo Aerandir.
El joven se despertó, se había quedado dormido con el libro en las manos. Aun llovía fuera, y la noche aun cubría el cielo. El libro estaba abierto, dejando a la vista en sus hojas una preciosa y detallada ilustración de una plaza que el joven de dieciséis años reconocería incluso sin haber estado nunca ahí.”
Los bosques por la noche, con la luna iluminando los arboles con una tonalidad que variaba entre el plata y el negro. Parecían arboles forjados en hierro.
Las partes de viaje que realizo a pie las aprovecho para bañarse en el rio y caminar descalza por la verde hierba. Cada vez quedaba menos trayecto para su llegada a Ulmer. Era de noche, la última antes de llegar a su destino, y no estaba cansada, así que pensó en continuar caminando con la luna como compañía, pero un abanico de olores chocó contra sus fosas nasales. Podía distinguir el olor de los humanos, el de los brujos, algún lobo… Podía oler el fuego y escuchar la música de un laúd. No era muy habitual cruzarse con ese tipo de encuentros en mitad del bosque, y para no variar, la morena había pensado pasar de largo, cuando escuchó la palabra “aguamiel”. Hasta que no lo escucho no había percibido lo sedienta que estaba, y aunque no le gustase mucho estar rodeada de desconocidos, la de cabellos negros se acercó a la hoguera.
Se sentó en un tocón en el que no cabía nadie más que ella. Parecía sencillo, historias a cambio de algo de beber. Un extraño calor cubría la hoguera donde un grupo de gente bebía y disfrutaba de las narraciones. Toda parecía ir bien hasta que le toco contar una historia a Levia.
Carraspeó, aunque a diferencia de algunos se quedó sentada.
“Esta historia comienza no muy lejos de aquí, en las afueras de Lunargenta, en una humilde granja familiar. Siete hijos ayudan en las tareas del hogar y del campo, incluso el menor. El más pequeño de los hermanos, aunque ya no tan pequeño, intenta brindar la máxima ayuda todo el tiempo, sin saber que su destino se aproximaba con pasa cansado entre los árboles.
La noche se acercaba, y con ella, una tormenta.
Algo picó la puerta de la casa, alertando a toda la familia. Bien podría tratarse del fuerte viento que soplaba fuera, pero ante la insistencia, la familia pudo comprobar que su mayor visitante no se trataba del temporal, sino de una pareja buscando resguardarse de la tormenta. La cabezonería que corría por la sangre de toda aquella familia casi les cuesta a la pareja aquella noche el cobijo. Aquella pareja de intrusos en la casa de los granjeros potaban algo más que ropas mojadas: libros. Libros ilustrados que contaban historias sobre la maravillosa Lunargenta. Al parecer, al pequeño de la casa le fascinaron aquellos nuevos conocimientos.
Como por arte de magia, la tormenta se disipó, dejando un sol reluciente que hacia brillar las gotas de agua, que adornando la hierba como si de perlas se tratasen.
Su cabeza decía que no, per o su destino de nuevo le ayudó abriéndole la puerta de casa. Fue así como el más joven de la casa salió corriendo de la granja en busca de su propia aventura. La adrenalina recorría su cuerpo, haciendo que avanzase a una velocidad admirable.
El muchacho llegó a un pequeño lago, en el que se asomó para poder verse reflejado en el agua. Portaba el cabello algo largo y despeinado. Sus ojos marrones, de forma ligeramente almendrados, estaban muy abiertos por la emoción. Sus ropas de colores neutros no eran la mejor armadura para un pequeño aventurero de unos diez años, quizás encontraría algo mejor al llegar a su destino.
Dispuesto a salir corriendo de nuevo para llegar lo antes posible a la ciudad, el niño se topó con una espada. Era grande, al menos en comparación con él, e incluso iba acompañada de la vaina, en manos del joven parecía más bien un mandoble. Limpia y en perfecto estado, aquella espada era perfecta para él.
Corrió hasta las grandes puertas de la ciudad, el cansancio no le afectaba y el arma no le pesaba. Las puertas se abrieron para el joven, brindándole la bienvenida a la preciosa ciudad que tanto deseaba conocer.
Todo era incluso mejor de lo que se imaginaba, aunque una gran ciudad también escondía grandes peligros.
Ennegreciendo el cielo, una gran bestia aterrizó en medio de la plaza donde se encontraba el pequeño. Aquella criatura era enorme y feroz, parecía un monstruo sacado de un cuento. La gente gritaba y corría para salvar sus vidas, incluso cuando la bestia destruyó una casa, nadie hizo nada al respecto.
Nadie excepto él.
Desenvainó su “mandoble” mientras se acercada a la monstruosa figura con ojos entrecerrados. Nadie destrozaría aquella bella ciudad estando él para impedirlo.
-¡Eh tu!- gritó antes de sorberse llegó os mocos sonoramente –Vete de aquí si no quieres vértelas conmigo…- desconfiado de si la criatura le iba a hacer caso, o incluso de si le entendía, el muchacho esperó a ver su reacción.
El animal se abalanzó sobre é, enseñándole sus muchos y afilados dientes. El joven que siempre procuraba no llamar mucho la atención, ahora era el foco de todas las miradas. Aquel arma no se diferenciaba mucho a las armas que había usado en la granja, por lo que pelear con aquello no le estaba siendo tarea difícil.
La bestia, agotada por la intensa pelea, huyó volando, ya que contra aquel joven guerrero no podía esperar más que la muerte.
Todos en la ciudad vitoreaban al pequeño salvador de Lunargenta, cogiéndolo en brazos como a un héroe. Ahora el nombre del muchacho estaría escrito en los libros de historia, como el joven salvador de la más grande e importante ciudad de todo Aerandir.
El joven se despertó, se había quedado dormido con el libro en las manos. Aun llovía fuera, y la noche aun cubría el cielo. El libro estaba abierto, dejando a la vista en sus hojas una preciosa y detallada ilustración de una plaza que el joven de dieciséis años reconocería incluso sin haber estado nunca ahí.”
- Spoiler:
- siento el retraso -.-
Espero que te guste Elt !
Levia
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Re: [Evento de navidad] El amigo invisible.
Todas grandes historias, felices fiestas a todos. Aquí vuestras recompensas.
Obtenéis, todos, + 3 puntos de experiencia, así como:
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Piedra preciosa que sirve únicamente para encender hogueras o calentar las manos en los días fríos de invierno. No produce demasiado calor, pero al contacto con la madera, prende creando un diminuto fuego. Es recomendable llevarlo envuelto en un trapo, si toca la piel empezará a desprender calor, contándose, así, como un uso.
Levia, me avisaste de que tenías problemas con el ordenador, así que, a pesar del ligero retraso, no se te aplicará castigo.
Saludos
Obtenéis, todos, + 3 puntos de experiencia, así como:
- Cuarzo encendido:
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Piedra preciosa que sirve únicamente para encender hogueras o calentar las manos en los días fríos de invierno. No produce demasiado calor, pero al contacto con la madera, prende creando un diminuto fuego. Es recomendable llevarlo envuelto en un trapo, si toca la piel empezará a desprender calor, contándose, así, como un uso.
Levia, me avisaste de que tenías problemas con el ordenador, así que, a pesar del ligero retraso, no se te aplicará castigo.
Saludos
Othel
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