Coincidencia Salvaje [quest]
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Coincidencia Salvaje [quest]
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Elen: Llegas justo antes de la noche. El libro te muestra dos figuras que se acercan a ti, del mismo modo que te había advertido sobre Ravnik. Busca una entrada a la Torre para pasar la noche y recuperarte.
Además deberás terminar de narrar la acción del hilo anterior. Sentirás que hay algo mal con el fragmento, pero causas y consecuencias serán un misterio para ti.
Keira y Werner aún es de tarde, expliquen cómo y por qué llegan al poblado abandonado. Encontrarán refugio en unas ruinas distintas a las de Elen. Narren su encuentro. Carta blanca con el resto.
Keira, una vez que llegas al lugar, puedes ver como un fulgor nunca antes visto sale del anillo que llevas.
La vieja torre se alzaba aún majestuosa entre las viejas ruinas abandonadas, parecía haber estado resistiendo todo aquel tiempo solamente para aquél momento en el que la bruja fuese escupida de la nada hasta sus congeladas y oxidadas puertas.
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Elen: Llegas justo antes de la noche. El libro te muestra dos figuras que se acercan a ti, del mismo modo que te había advertido sobre Ravnik. Busca una entrada a la Torre para pasar la noche y recuperarte.
Además deberás terminar de narrar la acción del hilo anterior. Sentirás que hay algo mal con el fragmento, pero causas y consecuencias serán un misterio para ti.
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Keira y Werner aún es de tarde, expliquen cómo y por qué llegan al poblado abandonado. Encontrarán refugio en unas ruinas distintas a las de Elen. Narren su encuentro. Carta blanca con el resto.
Keira, una vez que llegas al lugar, puedes ver como un fulgor nunca antes visto sale del anillo que llevas.
Thorn
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
En un intento por ayudarla a vencer al guardián, Levia dejó a un lado el cansancio que embargaba su cuerpo y comenzó a concentrar fuego en su boca, dispuesta a lanzar otro ataque contra el dragón de humo a pesar de no contar con la energía que ya había utilizado para el anterior. Abrió las fauces y se preparó para lanzar las llamaradas contra Ravnik, pero algo captó la atención de todos los presentes, un brillo violáceo que procedía del bastón de Tarivius, ahora erguido sobre la nieve y levitando.
Aquella luz consiguió que Ravnik se detuviese e ignorase tanto a la hechicera como a su compañera alada, para centrar exclusivamente su atención en la silueta que empezaba a tomar forma. Era él, el centinela había venido a ayudarla cuando más lo necesitaba, valiéndose del bastón para llegar hasta ella, por eso se lo había entregado antes de que abandonase los bosques de las islas, Tarivius sabía que tarde o temprano la joven estaría en apuros. Por desgracia aquello había ocurrido muy pronto, frente al primero de los guardianes, cuyos poderes la superaban considerablemente.
Separándose de la luz, la silueta del poderoso hechicero se apoyó sobre el blanco manto de nieve y atrajo hacia sí el bastón, tras lo cual dio comienzo la batalla más impresionante que Elen hubiese visto jamás. El centinela parecía estar hecho de lo mismo que formaba a Ravnik, y mientras esquivaba los ataques del dragón con ayuda de su báculo, que hacía las veces de escudo reflector, su luz se volvía más intensa, ganando terreno al guardián, que no estaba dispuesto a rendirse fácilmente.
Los poderes de ambos terminaron chocando, dando lugar a que ambas figuras se desintegrasen en el acto, dejando como únicas pruebas de su presencia en la llanura el bastón y un fragmento de roca, que debía ser el primero de los tres necesarios para crear el amuleto que la bruja tanto necesitaba. Con un nudo en la garganta, por no saber qué le había pasado a Tarivius, la de cabellos cenicientos buscó con la mirada a Levia para cerciorarse de que estuviese bien, luego comenzó a andar hacia el báculo y el fragmento del guardián, que levitaba a unos metros.
La voz del hechicero comenzó a oírse en cuanto estuvo algo más cerca del bastón, tranquilizándola en parte, aunque solo la instase a tomar el corazón de Ravnik y seguir con su misión. “Volveremos a vernos”, fueron las últimas palabras del mago, antes de que el báculo desapareciese ante su vista, llevándose consigo la posibilidad de que el centinela pudiese volver a intervenir en los dos enfrentamientos que aún quedaban para reunir los tres fragmentos, o al menos eso pensó ella. Quizá Tarivius encontrase otro modo de ayudarla, se dijo mentalmente, antes de avanzar hacia el corazón del guardián para sostenerlo entre sus manos.
El fragmento tenía algo raro, que le provocaba la típica sensación que solía adueñarse de ella cuando algo no iba bien, pero el tiempo apremiaba y no tenía a quien consultar al respecto, así que avanzó hacia el lugar en que había depositado sus pertenencias y guardó la piedra a buen recaudo, antes de echar mano al tomo que la había teletransportado hasta allí. Al igual que en la casa del hechicero, el libro se abrió repentinamente y sus páginas comenzaron a pasar solas hasta detenerse en un punto concreto, que mostraba dos figuras acercándose. ¿Serían esos sus próximos oponentes? Pronto lo descubriría.
Ya estaba lista para avanzar hacia su próximo destino, pero no podía marcharse de ese modo, sin siquiera despedirse de Levia, que tanto la había ayudado. Con todas sus cosas ya encima, y el tomo cuidadosamente apoyado sobre uno de los antebrazos, la de ojos verdes se giró hacia la dragona e hizo una leve inclinación de cabeza. - Estoy en deuda contigo, gracias. - comentó, antes de cerrar los ojos y concentrarse en formar la imagen de aquel par de figuras en su mente, acto que de inmediato activó la magia del libro, que la hizo desaparecer de la llanura.
Instantes después sintió como su cuerpo salía bruscamente disparado contra algo sólido, que resultó ser la antigua y oxidada puerta de lo que en tiempos mejores seguramente habría sido una imponente torre, ahora abandonada en medio de las ruinas. - El poblado de los dragones… - susurró mientras se levantaba del suelo, reconociendo de inmediato el lugar. Hasta allí había tenido que viajar para encontrar a su madre tiempo atrás, y aunque no se había planteado regresar tan pronto a aquellas tierras, en parte se alegraba de saber dónde estaba.
Con la noche a punto de caer sobre el helado norte, y la bajada de temperaturas que eso supondría, la mejor opción que tenía en aquel momento era entrar en la torre y aguardar allí hasta que amaneciese, recuperándose de la pelea con Ravnik. Guardó el libro de Tarivius y trató de forzar la entrada principal, pero tras varios intentos sin éxito, y descartando el echarla abajo a base de fuerza bruta, se decantó por buscar otro modo de acceder al interior. Algo más arriba había una escalera de piedra que conducía a otra puerta, así que se las ingenió para saltar el muro y llegar hasta ella, esperando que fuese más fácil de abrir.
Madera, perfecto, con eso si podía hacer algo, retrocedió un poco y se lanzó contra la puerta haciendo uso de su peso, lo que sirvió para que el viejo candado que la mantenía cerrada cediese hasta romperse, permitiéndole entrar. Una vez dentro cerró tras de sí y manipuló su eléctrico elemento para iluminar el interior, que contaba con muy poco mobiliario. Solo quedaban en la estancia algunas sillas y una mesa, pero eso bastaría para depositar sus cosas y dejarlas lejos del frío que invadía el suelo.
Dejó sus pertenencias y se llevó ambas manos al pecho, sintiéndose cada vez más incómoda con la pieza metálica de armadura que cubría la zona, que tras ser alcanzada por Ravnik se había deformado y no la dejaba respirar profundamente. No podía enfrentarse en aquellas condiciones al siguiente guardián, así que desató las correas de cuero y se deshizo de parte de la armadura, lo que sin duda la hizo sentir de inmediato mucho más libre. - Dos días y tres noches…- susurró, mientras observaba la pieza con detenimiento para valorar la abolladura, tendría que visitar a un buen herrero cuando todo terminase, si es que conseguía vivir para contarlo.
En parte se sentía decepcionada consigo misma, lo había intentado casi todo y aun así había necesitado la ayuda de Levia y Tarivius para obtener el primer fragmento, quizá el hechicero se hubiese equivocado al considerarla lo suficientemente fuerte como para completar la tarea que le había encomendado. Con esos negativos pensamientos rondándole la cabeza se dejó caer en una de las sillas, para minutos más tarde volver a levantarse y explorar el piso inferior, que contaba con una gran chimenea. No tardó mucho en reunir algo de madera de las sillas y encender el fuego, que la mantendría caliente hasta que el sol comenzara a asomar por el horizonte, indicando el inicio del nuevo día.
Aquella luz consiguió que Ravnik se detuviese e ignorase tanto a la hechicera como a su compañera alada, para centrar exclusivamente su atención en la silueta que empezaba a tomar forma. Era él, el centinela había venido a ayudarla cuando más lo necesitaba, valiéndose del bastón para llegar hasta ella, por eso se lo había entregado antes de que abandonase los bosques de las islas, Tarivius sabía que tarde o temprano la joven estaría en apuros. Por desgracia aquello había ocurrido muy pronto, frente al primero de los guardianes, cuyos poderes la superaban considerablemente.
Separándose de la luz, la silueta del poderoso hechicero se apoyó sobre el blanco manto de nieve y atrajo hacia sí el bastón, tras lo cual dio comienzo la batalla más impresionante que Elen hubiese visto jamás. El centinela parecía estar hecho de lo mismo que formaba a Ravnik, y mientras esquivaba los ataques del dragón con ayuda de su báculo, que hacía las veces de escudo reflector, su luz se volvía más intensa, ganando terreno al guardián, que no estaba dispuesto a rendirse fácilmente.
Los poderes de ambos terminaron chocando, dando lugar a que ambas figuras se desintegrasen en el acto, dejando como únicas pruebas de su presencia en la llanura el bastón y un fragmento de roca, que debía ser el primero de los tres necesarios para crear el amuleto que la bruja tanto necesitaba. Con un nudo en la garganta, por no saber qué le había pasado a Tarivius, la de cabellos cenicientos buscó con la mirada a Levia para cerciorarse de que estuviese bien, luego comenzó a andar hacia el báculo y el fragmento del guardián, que levitaba a unos metros.
La voz del hechicero comenzó a oírse en cuanto estuvo algo más cerca del bastón, tranquilizándola en parte, aunque solo la instase a tomar el corazón de Ravnik y seguir con su misión. “Volveremos a vernos”, fueron las últimas palabras del mago, antes de que el báculo desapareciese ante su vista, llevándose consigo la posibilidad de que el centinela pudiese volver a intervenir en los dos enfrentamientos que aún quedaban para reunir los tres fragmentos, o al menos eso pensó ella. Quizá Tarivius encontrase otro modo de ayudarla, se dijo mentalmente, antes de avanzar hacia el corazón del guardián para sostenerlo entre sus manos.
El fragmento tenía algo raro, que le provocaba la típica sensación que solía adueñarse de ella cuando algo no iba bien, pero el tiempo apremiaba y no tenía a quien consultar al respecto, así que avanzó hacia el lugar en que había depositado sus pertenencias y guardó la piedra a buen recaudo, antes de echar mano al tomo que la había teletransportado hasta allí. Al igual que en la casa del hechicero, el libro se abrió repentinamente y sus páginas comenzaron a pasar solas hasta detenerse en un punto concreto, que mostraba dos figuras acercándose. ¿Serían esos sus próximos oponentes? Pronto lo descubriría.
Ya estaba lista para avanzar hacia su próximo destino, pero no podía marcharse de ese modo, sin siquiera despedirse de Levia, que tanto la había ayudado. Con todas sus cosas ya encima, y el tomo cuidadosamente apoyado sobre uno de los antebrazos, la de ojos verdes se giró hacia la dragona e hizo una leve inclinación de cabeza. - Estoy en deuda contigo, gracias. - comentó, antes de cerrar los ojos y concentrarse en formar la imagen de aquel par de figuras en su mente, acto que de inmediato activó la magia del libro, que la hizo desaparecer de la llanura.
***
Instantes después sintió como su cuerpo salía bruscamente disparado contra algo sólido, que resultó ser la antigua y oxidada puerta de lo que en tiempos mejores seguramente habría sido una imponente torre, ahora abandonada en medio de las ruinas. - El poblado de los dragones… - susurró mientras se levantaba del suelo, reconociendo de inmediato el lugar. Hasta allí había tenido que viajar para encontrar a su madre tiempo atrás, y aunque no se había planteado regresar tan pronto a aquellas tierras, en parte se alegraba de saber dónde estaba.
Con la noche a punto de caer sobre el helado norte, y la bajada de temperaturas que eso supondría, la mejor opción que tenía en aquel momento era entrar en la torre y aguardar allí hasta que amaneciese, recuperándose de la pelea con Ravnik. Guardó el libro de Tarivius y trató de forzar la entrada principal, pero tras varios intentos sin éxito, y descartando el echarla abajo a base de fuerza bruta, se decantó por buscar otro modo de acceder al interior. Algo más arriba había una escalera de piedra que conducía a otra puerta, así que se las ingenió para saltar el muro y llegar hasta ella, esperando que fuese más fácil de abrir.
Madera, perfecto, con eso si podía hacer algo, retrocedió un poco y se lanzó contra la puerta haciendo uso de su peso, lo que sirvió para que el viejo candado que la mantenía cerrada cediese hasta romperse, permitiéndole entrar. Una vez dentro cerró tras de sí y manipuló su eléctrico elemento para iluminar el interior, que contaba con muy poco mobiliario. Solo quedaban en la estancia algunas sillas y una mesa, pero eso bastaría para depositar sus cosas y dejarlas lejos del frío que invadía el suelo.
Dejó sus pertenencias y se llevó ambas manos al pecho, sintiéndose cada vez más incómoda con la pieza metálica de armadura que cubría la zona, que tras ser alcanzada por Ravnik se había deformado y no la dejaba respirar profundamente. No podía enfrentarse en aquellas condiciones al siguiente guardián, así que desató las correas de cuero y se deshizo de parte de la armadura, lo que sin duda la hizo sentir de inmediato mucho más libre. - Dos días y tres noches…- susurró, mientras observaba la pieza con detenimiento para valorar la abolladura, tendría que visitar a un buen herrero cuando todo terminase, si es que conseguía vivir para contarlo.
En parte se sentía decepcionada consigo misma, lo había intentado casi todo y aun así había necesitado la ayuda de Levia y Tarivius para obtener el primer fragmento, quizá el hechicero se hubiese equivocado al considerarla lo suficientemente fuerte como para completar la tarea que le había encomendado. Con esos negativos pensamientos rondándole la cabeza se dejó caer en una de las sillas, para minutos más tarde volver a levantarse y explorar el piso inferior, que contaba con una gran chimenea. No tardó mucho en reunir algo de madera de las sillas y encender el fuego, que la mantendría caliente hasta que el sol comenzara a asomar por el horizonte, indicando el inicio del nuevo día.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Llevaba nueve días de arduo viaje. Los primeros seis días fue en una caravana con destino a Dundarak, una mera parada de cortesía para comprar los suministros necesarios para los días que seguían. Los tres días posteriores tomo el camino andando, por alguna razón, todos los mozos de los establos se vieron reacios a prestarle un caballo en cuanto decía que se dirigía al Oeste del lugar. Una actuación un tanto extraño por parte de los hombres dragón, pero no más extraña que ver al Capitán Werner ir andando por las tierras norteñas de Aerandir. Sus pies estaban no estaban hechos para la tierra firme; se había acostumbrado tanto a estar sobre la madera de la cubierta de su navío que se olvidó cómo era caminar sin descanso.
En varias ocasiones se preguntó si estaba haciendo lo correcto. Su viaje era fruto del recuerdo de un antiguo rumor en el pesado y del mal presentimiento que atormentaba su mente desde que tuvo que enfrentarse contra el Capitán Yaakov. Si él seguía vivo lo más seguro es que el resto de la tripulación del Riquezas y todos los capitanes cuyos barcos poseen la bandera de las tres monedas doradas en medio de un círculo de siete gotas de sangre también lo estuvieran. Poca, o ninguna, era la ayuda de la que disponía el Capitán Werner si llegase a enfrentarse de nuevo contra otro de esos capitanes. Yaakov no era ni por asomo el más poderoso, ni el más inteligente ni mucho menos el más sanguinario. Necesitaba ayuda y, de todos los hombres que un día conoció, solo uno se la podía dar.
Llegar hasta él no es fácil pues siempre busca los lugares menos accesibles para esconderse. Muchos pensaban que estaba muerto, otros que su simple existencia era nada más que una mentira para asustar a los más ignorantes; pero lo cierto es que existía y, si alguien podía ayudarle era él. Si quería encontrarlo el Capitán no tenía que decir nada a nadie; ni a su discípulo ni a ningún miembro de la tripulación ni a nadie que tuviera una lengua con la que poder hablar.
-¡Viaje, lugar!- Graznaba el cuervo, a quien el Capitán Werner bautizó como Edgar Allan Poe, desde lo alto del cielo. Aquella era su forma de preguntar por el lugar donde se dirigían ambos dos. Alfred podía notar que el ave estaba tan cansada como él, incluso más. - ¡Lugar!-
-Estamos llegando.- Contestó el Capitán.
De su bolsa de viaje sacó lo que sería su última hogaza de pan y la partió en pequeños pedazos. Mientras diese de comer al cuervo estaría callado.
El terreno por donde continuaba su marcha era frío, inhóspito y hostil. Lo que hasta entonces solo fueron montañas y nieve pronto se convirtió en un escenario lúgubre y siniestro en el que reinaba una densa capa de niebla. Y es que, cada vez estaba más hacia el Oeste, más cerca del reino de los vampiros y más cerca del hombre quien estaba buscando.
De repente, el cuervo comenzó a graznar. Se sentó en el hombro del Capitán e hizo esos sonidos que tanto le molestaban. Algo o alguien se les estaba acercando.
-Sé quién eres.- Dijo una voz que el Capitán reconoció.
-Yo también sé quién eres tú.- Contestó Alfred.
-¡Quién!- Graznó el Cuervo.
-Dejemos las palabras de cortesía a un lado Rolando.- Dijo el Capitán. –Necesito tus servicios como asesino.-
-¿Y por qué te los iba a dar?-
-¡Asesino!-
-Tengo dinero.- El Capitán saco un pequeño saco de monedas de su bolsa de viaje.
-No lo suficiente.-
-¡Ni siquiera lo has visto!- Gritó el Capitán asomándose a cada sombra que veía entre la capa de niebla. –Te lo advierto: Puede que tus juegos de escondite sirvan para tus presas menores pero conmigo son inútiles.-
-¿Quién dice que estoy jugando?-
-¡Jugar!-
- Estoy cazando.- Dijo Rolando con una voz tan carente de sentimiento alguna que hizo enmudecer a Edgar Allan Poe. –Me han pagado mucho por darte caza, mi viejo amigo. Déjame que sea yo ahora quien te advierta: Huye.-
Por un momento el Capitán tuvo la tentación de desenvainar una de sus espadas, más se quedó totalmente inmóvil. Rolando era un buen asesino, tal vez el mejor que el Capitán haya conocido nunca. Si tenía una presa a quien quería matar lo hacía mucho antes de lo que ésta pudiera decir la primera palabra de auxilio. Sin embargo, al Capitán lo estaba dejando hablar y eso le hacía pensar pues la primera regla del vampiro Rolando es no hablar con sus presas.
-Esa cabezonería te llevara a tu muerte Capitán Alfred Werner.- Dijo el asesino tras un largo silencio. Tras la niebla, dos dagas cayeron a los pies del Capitán. – ¿Sabes? Todavía recuerdo lo que pasó. Salvaste a mi hermana, la salvaste de convertirla en algo como lo que soy ahora.- El vampiro de nombre Rolando salió de su escondite de la niebla mostrando por su falsa cara de niño. – Te daré caza, pero no será hoy. Ahora largo antes que me arrepienta.-
El Capitán solo contestó con un leve gesto afirmativo con la cabeza. No sabía cómo sentirse. Por un lado estaba alagado pues se dio cuenta que sus actos en el pasado le habían hecho ganar buenos favores en el presente, pero también se sentía molesto pues, el mismo asesino que él quería contratar para que acabase con la vida del padre de Goldie ya lo habían contratado con anterioridad para que le matasen a él mismo y, el Capitán no se equivocaría al pensar que lo contrató la misma persona a quién él quería ver muerta. Siempre podía preguntárselo a Rolando, pero él nunca le diría nada.
Lo único que le quedaba era volver por el camino que él había tomado, de vuelta a casa. No podía ver nada de lo que se presentaba delante de él. La niebla se estaba haciendo más espesa por momentos, la oscuridad de la noche estaba empezando a emerger y con ella el horrendo frío del norte. Necesitaba un refugio, ambos dos, el Capitán y el cuervo, lo necesitaban. Edgar hacía tiempo que no graznaba ni tampoco batía las alas, solo reposaba en el hombro derecho del Capitán inmóvil como una estatua.
A lo lejos, el Capitán pudo divisar unos edificios. Si había casas debería haber gente, fuego, comida… simples elementos que en aquellas circunstancias eran verdaderos lujos. El Capitán corrió hacia las estructuras animado por la esperanza de encontrarse con una cena caliente, Edgar también parecía más animado pues, aunque se mantenía en reposo el hombro, no dejaba de parpadear y de abrir y cerrar la boca como cuando comía las migas de pan que el Capitán le daba.
Cuando el Capitán llegó a los edificios que consiguió ver, toda la ilusión que había nacido en él cayó en picado. Decir que no había nada era decir demasiado. Muchas de las casas estaban demolidas por el pasar de los años, algunas se cayeron hace tiempo cansadas de seguir manteniéndose en pie. Los único que se veía eran rocas y ceniza y ninguna de esas dos cosas podría dar calor ni comida al Capitán.
Lo primero era resguardarse del frío. Fue a uno de los edificios, uno con unas paredes resistentes y un techo medianamente firmes. Entró, se sentó apoyando su espalda en una de las paredes, se quitó la gabardina negra, se la puso como si fuera una manta asegurándose de tapar también al cuervo y cerró los ojos esperando la hora de poder dormirse.
En varias ocasiones se preguntó si estaba haciendo lo correcto. Su viaje era fruto del recuerdo de un antiguo rumor en el pesado y del mal presentimiento que atormentaba su mente desde que tuvo que enfrentarse contra el Capitán Yaakov. Si él seguía vivo lo más seguro es que el resto de la tripulación del Riquezas y todos los capitanes cuyos barcos poseen la bandera de las tres monedas doradas en medio de un círculo de siete gotas de sangre también lo estuvieran. Poca, o ninguna, era la ayuda de la que disponía el Capitán Werner si llegase a enfrentarse de nuevo contra otro de esos capitanes. Yaakov no era ni por asomo el más poderoso, ni el más inteligente ni mucho menos el más sanguinario. Necesitaba ayuda y, de todos los hombres que un día conoció, solo uno se la podía dar.
Llegar hasta él no es fácil pues siempre busca los lugares menos accesibles para esconderse. Muchos pensaban que estaba muerto, otros que su simple existencia era nada más que una mentira para asustar a los más ignorantes; pero lo cierto es que existía y, si alguien podía ayudarle era él. Si quería encontrarlo el Capitán no tenía que decir nada a nadie; ni a su discípulo ni a ningún miembro de la tripulación ni a nadie que tuviera una lengua con la que poder hablar.
-¡Viaje, lugar!- Graznaba el cuervo, a quien el Capitán Werner bautizó como Edgar Allan Poe, desde lo alto del cielo. Aquella era su forma de preguntar por el lugar donde se dirigían ambos dos. Alfred podía notar que el ave estaba tan cansada como él, incluso más. - ¡Lugar!-
-Estamos llegando.- Contestó el Capitán.
De su bolsa de viaje sacó lo que sería su última hogaza de pan y la partió en pequeños pedazos. Mientras diese de comer al cuervo estaría callado.
El terreno por donde continuaba su marcha era frío, inhóspito y hostil. Lo que hasta entonces solo fueron montañas y nieve pronto se convirtió en un escenario lúgubre y siniestro en el que reinaba una densa capa de niebla. Y es que, cada vez estaba más hacia el Oeste, más cerca del reino de los vampiros y más cerca del hombre quien estaba buscando.
De repente, el cuervo comenzó a graznar. Se sentó en el hombro del Capitán e hizo esos sonidos que tanto le molestaban. Algo o alguien se les estaba acercando.
-Sé quién eres.- Dijo una voz que el Capitán reconoció.
-Yo también sé quién eres tú.- Contestó Alfred.
-¡Quién!- Graznó el Cuervo.
-Dejemos las palabras de cortesía a un lado Rolando.- Dijo el Capitán. –Necesito tus servicios como asesino.-
-¿Y por qué te los iba a dar?-
-¡Asesino!-
-Tengo dinero.- El Capitán saco un pequeño saco de monedas de su bolsa de viaje.
-No lo suficiente.-
-¡Ni siquiera lo has visto!- Gritó el Capitán asomándose a cada sombra que veía entre la capa de niebla. –Te lo advierto: Puede que tus juegos de escondite sirvan para tus presas menores pero conmigo son inútiles.-
-¿Quién dice que estoy jugando?-
-¡Jugar!-
- Estoy cazando.- Dijo Rolando con una voz tan carente de sentimiento alguna que hizo enmudecer a Edgar Allan Poe. –Me han pagado mucho por darte caza, mi viejo amigo. Déjame que sea yo ahora quien te advierta: Huye.-
Por un momento el Capitán tuvo la tentación de desenvainar una de sus espadas, más se quedó totalmente inmóvil. Rolando era un buen asesino, tal vez el mejor que el Capitán haya conocido nunca. Si tenía una presa a quien quería matar lo hacía mucho antes de lo que ésta pudiera decir la primera palabra de auxilio. Sin embargo, al Capitán lo estaba dejando hablar y eso le hacía pensar pues la primera regla del vampiro Rolando es no hablar con sus presas.
-Esa cabezonería te llevara a tu muerte Capitán Alfred Werner.- Dijo el asesino tras un largo silencio. Tras la niebla, dos dagas cayeron a los pies del Capitán. – ¿Sabes? Todavía recuerdo lo que pasó. Salvaste a mi hermana, la salvaste de convertirla en algo como lo que soy ahora.- El vampiro de nombre Rolando salió de su escondite de la niebla mostrando por su falsa cara de niño. – Te daré caza, pero no será hoy. Ahora largo antes que me arrepienta.-
El Capitán solo contestó con un leve gesto afirmativo con la cabeza. No sabía cómo sentirse. Por un lado estaba alagado pues se dio cuenta que sus actos en el pasado le habían hecho ganar buenos favores en el presente, pero también se sentía molesto pues, el mismo asesino que él quería contratar para que acabase con la vida del padre de Goldie ya lo habían contratado con anterioridad para que le matasen a él mismo y, el Capitán no se equivocaría al pensar que lo contrató la misma persona a quién él quería ver muerta. Siempre podía preguntárselo a Rolando, pero él nunca le diría nada.
Lo único que le quedaba era volver por el camino que él había tomado, de vuelta a casa. No podía ver nada de lo que se presentaba delante de él. La niebla se estaba haciendo más espesa por momentos, la oscuridad de la noche estaba empezando a emerger y con ella el horrendo frío del norte. Necesitaba un refugio, ambos dos, el Capitán y el cuervo, lo necesitaban. Edgar hacía tiempo que no graznaba ni tampoco batía las alas, solo reposaba en el hombro derecho del Capitán inmóvil como una estatua.
A lo lejos, el Capitán pudo divisar unos edificios. Si había casas debería haber gente, fuego, comida… simples elementos que en aquellas circunstancias eran verdaderos lujos. El Capitán corrió hacia las estructuras animado por la esperanza de encontrarse con una cena caliente, Edgar también parecía más animado pues, aunque se mantenía en reposo el hombro, no dejaba de parpadear y de abrir y cerrar la boca como cuando comía las migas de pan que el Capitán le daba.
Cuando el Capitán llegó a los edificios que consiguió ver, toda la ilusión que había nacido en él cayó en picado. Decir que no había nada era decir demasiado. Muchas de las casas estaban demolidas por el pasar de los años, algunas se cayeron hace tiempo cansadas de seguir manteniéndose en pie. Los único que se veía eran rocas y ceniza y ninguna de esas dos cosas podría dar calor ni comida al Capitán.
Lo primero era resguardarse del frío. Fue a uno de los edificios, uno con unas paredes resistentes y un techo medianamente firmes. Entró, se sentó apoyando su espalda en una de las paredes, se quitó la gabardina negra, se la puso como si fuera una manta asegurándose de tapar también al cuervo y cerró los ojos esperando la hora de poder dormirse.
- Rolando:
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El Capitán Werner
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Hastío, hastío, cansancio y soledad era lo que la había llevado a vagar sin rumbo alguno durante días, los días en el norte se habían sucedido con cansacio malsano, soledad y tormentas de nieve que atrapaban de la mujer algo más que su piel y sus manos, su rostro, helado como un tempano de hielo, de un tiempo a esa parte había mostrado la preocupación que hacía vacilar su corazón. Llevaba sola demasiado tiempo.
Desde su adolescencia temprana, en la que había abandonado a los suyos, temerosa y asustada, hasta que había encontrado a Fire, que ahora era su único apoyo, había caminado sola por los parajes más pintorescos de Lunargenta, y aunque siempre había pensado que el ser conocida y famosa por su danza era lo que la haría feliz, había notado que se equivocaba. Su fama había llegado hasta el norte de ese gran pequeño mundo que era Aerandir, pero por mucho que se alegrase, el dolor se reflejaba en sus ojos sin que ella se diera cuenta siquiera.
Un suspiro escapo de sus labios fríos mientras andaba por la frialdad de las estepas cubiertas de nieve ese día de invierno helado. Cuan equivocada había estado al pensar que la fama haría que su familia la reconociera y la respetara, ¿qué había esperado? ¿Qué tras oír hablar de ella, salieran corriendo en su busca para disculparse? Ni siquiera había querido rescatarla cuando había estado al borde de ser quemada en una hoguera, ¿qué le había hecho pensar que la respetarían entonces?
Había sido una ilusa, no la apreciaban ni lo habían hecho nunca, solo habían querido que se alejara, con el egoísmo de quien tiene miedo, y ella, asustada, sin querer herirlos más de lo que ya lo había hecho, había escapado del único hogar que había conocido demasiado ciega para entender que no era ella quien había errado, que ella era solo una niña asustada que no se conocía a si misma. El corazón cálido que palpitaba en su pecho, luchaba por decírselo a pesar de las protestas de su cerebro por negarse a verlo, al final, había decidido que, para proteger a quienes una vez habían sido lo más importante, debía alejarse, volverse fuerte, aunque eso significase estar sola.
Miró al cielo de la tarde mientras el vaho de sus suspiros se mezclaba con el frío aire invernal del norte. Tragó saliva y notó los ojos húmedos, intentó convencerse, falsamente, que no eran por sus pensamientos tristes, si no por el frío, por lo que los cristales azulados que tenía por iris se habían inundado y bajó la mirada a la suave nieve mientras se envolvía en su gruesa capa, intentando luchar contra la humedad del extraño paraje que se presentaba ante ella. Fire, sobre su hombro, restregó su cabecita contra la mejilla de la muchacha, que sonrió a la halcón con una tristeza escondida tras unos labios curvados hacia arriba que no mostraban siquiera los dientes, una sonrisa que no llegaba a reflejarse en sus pupilas semiliquidas.
El frío y el invierno siempre le traían recuerdos de soledad, las veladas frente a las hogueras se habían acabado hacia ya años, siendo sustituidas por veladas en tabernas con compañeros temporales con quienes no había compartido más que una copa y una canción y de los que no recordaba ni la cara. El frío se acrecentaba a medida que sus pasos se habían alejado de la aldea donde se había alojado la noche anterior, giró en redondo, dispuesta a regresar, pero no era capaz de ver, siquiera, el lugar por el que había venido, y sus huellas, ligeras como ella, a penas se veían en la nieve. No tenía modo de regresar, y no podía quedarse a la intemperie sin moverse.
siguió andando hacia delante, sin cesar, decidida a, al menos, localizar un refugio. Tras varios minutos andando, casi una hora, podría apostar la joven de fuego, logró vislumbrar lo que le semejaba un pueblo, pequeño, pero menos daba una piedra, con algo de suerte encontraría algún lugar donde resguardarse del frío.
- Vamos Fire.- dijo a su amiga emplumada mientras aceleraba su paso.
Pronto llegó a los primeros edificio, y la decepción se pintó en su rostro como si hubiera sido cincelada con suavidad, sin mostrarse a penas, eran ruinas, su esperanza no eran más que unas paredes derrumbadas que más que cubrirla del frío, lo único que harían sería guardarlo en su interior como quien guarda la flama en un tarro de cristal agujereado. Sin embargo, no podía pedir más, ella era la idiota que había salido a pasear, presa de su nostalgia.
Tardó unos minutos más en recorrer el pueblo, encontrando, finalmente, unas paredes solidas, que, si bien no la protegerían de una nevada, si del viento, se adentró en silencio, mientras sus pasos resonaban en las piedras del suelo, y al entrar vio una figura al fondo, acurrucada, y tapada con una capa. Encendió una luz en su palma, y el fuego reflejó los rasgos de alguien a quien le costaría olvida por lo que hizo con la mujer a quien ella le había quemado la cara.
- Calamar...- murmuró aproximándose cuando, de pronto, sintió vibrar su mano.
El anillo con la piedra roja que había encontrado tras luchar contra la bruja de ébano brillaba con una pequeña intensidad, su luz rojiza titilaba suavemete y se había ido incrementando a medida que se había adentrado al pequeño, solitario y demolido pueblo. Tragó saliva extrañada. ¿Qué significaba eso? Solo esperaba que no volviera a sucederle nada similar a lo del dragón de piedra. De modo inconsciente, se tocó el hombro herido y tragó saliva con ojos abiertos de miedo.
- ¿Dónde nos habremos metido, Fire?- le preguntó a su ave, con un mal presentimiento apretándole la garganta, no entendía nada, pero algo le decía que esa noche, sería larga.
Desde su adolescencia temprana, en la que había abandonado a los suyos, temerosa y asustada, hasta que había encontrado a Fire, que ahora era su único apoyo, había caminado sola por los parajes más pintorescos de Lunargenta, y aunque siempre había pensado que el ser conocida y famosa por su danza era lo que la haría feliz, había notado que se equivocaba. Su fama había llegado hasta el norte de ese gran pequeño mundo que era Aerandir, pero por mucho que se alegrase, el dolor se reflejaba en sus ojos sin que ella se diera cuenta siquiera.
Un suspiro escapo de sus labios fríos mientras andaba por la frialdad de las estepas cubiertas de nieve ese día de invierno helado. Cuan equivocada había estado al pensar que la fama haría que su familia la reconociera y la respetara, ¿qué había esperado? ¿Qué tras oír hablar de ella, salieran corriendo en su busca para disculparse? Ni siquiera había querido rescatarla cuando había estado al borde de ser quemada en una hoguera, ¿qué le había hecho pensar que la respetarían entonces?
Había sido una ilusa, no la apreciaban ni lo habían hecho nunca, solo habían querido que se alejara, con el egoísmo de quien tiene miedo, y ella, asustada, sin querer herirlos más de lo que ya lo había hecho, había escapado del único hogar que había conocido demasiado ciega para entender que no era ella quien había errado, que ella era solo una niña asustada que no se conocía a si misma. El corazón cálido que palpitaba en su pecho, luchaba por decírselo a pesar de las protestas de su cerebro por negarse a verlo, al final, había decidido que, para proteger a quienes una vez habían sido lo más importante, debía alejarse, volverse fuerte, aunque eso significase estar sola.
Miró al cielo de la tarde mientras el vaho de sus suspiros se mezclaba con el frío aire invernal del norte. Tragó saliva y notó los ojos húmedos, intentó convencerse, falsamente, que no eran por sus pensamientos tristes, si no por el frío, por lo que los cristales azulados que tenía por iris se habían inundado y bajó la mirada a la suave nieve mientras se envolvía en su gruesa capa, intentando luchar contra la humedad del extraño paraje que se presentaba ante ella. Fire, sobre su hombro, restregó su cabecita contra la mejilla de la muchacha, que sonrió a la halcón con una tristeza escondida tras unos labios curvados hacia arriba que no mostraban siquiera los dientes, una sonrisa que no llegaba a reflejarse en sus pupilas semiliquidas.
El frío y el invierno siempre le traían recuerdos de soledad, las veladas frente a las hogueras se habían acabado hacia ya años, siendo sustituidas por veladas en tabernas con compañeros temporales con quienes no había compartido más que una copa y una canción y de los que no recordaba ni la cara. El frío se acrecentaba a medida que sus pasos se habían alejado de la aldea donde se había alojado la noche anterior, giró en redondo, dispuesta a regresar, pero no era capaz de ver, siquiera, el lugar por el que había venido, y sus huellas, ligeras como ella, a penas se veían en la nieve. No tenía modo de regresar, y no podía quedarse a la intemperie sin moverse.
siguió andando hacia delante, sin cesar, decidida a, al menos, localizar un refugio. Tras varios minutos andando, casi una hora, podría apostar la joven de fuego, logró vislumbrar lo que le semejaba un pueblo, pequeño, pero menos daba una piedra, con algo de suerte encontraría algún lugar donde resguardarse del frío.
- Vamos Fire.- dijo a su amiga emplumada mientras aceleraba su paso.
Pronto llegó a los primeros edificio, y la decepción se pintó en su rostro como si hubiera sido cincelada con suavidad, sin mostrarse a penas, eran ruinas, su esperanza no eran más que unas paredes derrumbadas que más que cubrirla del frío, lo único que harían sería guardarlo en su interior como quien guarda la flama en un tarro de cristal agujereado. Sin embargo, no podía pedir más, ella era la idiota que había salido a pasear, presa de su nostalgia.
Tardó unos minutos más en recorrer el pueblo, encontrando, finalmente, unas paredes solidas, que, si bien no la protegerían de una nevada, si del viento, se adentró en silencio, mientras sus pasos resonaban en las piedras del suelo, y al entrar vio una figura al fondo, acurrucada, y tapada con una capa. Encendió una luz en su palma, y el fuego reflejó los rasgos de alguien a quien le costaría olvida por lo que hizo con la mujer a quien ella le había quemado la cara.
- Calamar...- murmuró aproximándose cuando, de pronto, sintió vibrar su mano.
El anillo con la piedra roja que había encontrado tras luchar contra la bruja de ébano brillaba con una pequeña intensidad, su luz rojiza titilaba suavemete y se había ido incrementando a medida que se había adentrado al pequeño, solitario y demolido pueblo. Tragó saliva extrañada. ¿Qué significaba eso? Solo esperaba que no volviera a sucederle nada similar a lo del dragón de piedra. De modo inconsciente, se tocó el hombro herido y tragó saliva con ojos abiertos de miedo.
- ¿Dónde nos habremos metido, Fire?- le preguntó a su ave, con un mal presentimiento apretándole la garganta, no entendía nada, pero algo le decía que esa noche, sería larga.
Keira Brabery
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Excelentes posts cada uno. No exagero al decir que es un placer organizar la quest.
La mañana congelada amaneció serena y tan fría que el mismo vapor de la respiración se congelaba en delgadas partículas que se perdían en el aire. Los viajeros podrían apreciar mejor el poblado abandonado con la luz del nuevo día. El paraje parecía aún más desolado que de costumbre y en el ambiente había una pesadez tirante, el preludio de algún sinsabor o catástrofe parecía colgar, como una guillotina sobre sus cabezas.
El olor a café caliente y pan con queso derretido despertaría a la bruja de aire. El libraco de Tarivius estaría abierto en una página que se titulaba: Pócima de las estrellas
Conocido como uno de los catalizadores más poderosos en la historia presente. Se requiere del trabajo conjunto de varios brujos de grandes poderes para su preparación. Mezcla de alquimia y conocimientos antiguos.
--No existen más descripciones.
Hasta el final de la página aparecería uno de los típicos dibujos animados del libro que señalaría un punto en movimiento hacia el Norte.
Alrededor de Elen aparecería una sombra enorme que se acercaría lentamente hasta su posición y la perseguiría dentro de la Torre. De querer enfrentarla, desaparecería como si hubiese sido tan solo un eco de su imaginación. Paralelamente comenzaría a sentir fuertes puntadas en su cabeza y el latido semejante al de un corazón desde el fragmento de Kinvar que había guardado. Al acercarse a él aparecerían visiones de oscuridad y una bruja envuelta en odio con la figura de la bruja Keira.
Instrucciones:
Elen: En este turno postearás luego del Capitán y Keira.
Deberás salir y encontrarte con ambos, pero estarás violenta, encontrarás a Keira y reconocerás en ella un enemigo más que una buena amiga. El libro señala que el anillo que porta es otro de los fragmentos necesarios.
Capitán: El siguiente turno te pertenece. Deberás interactuar con Keira y al final del turno salir de su resguardo, donde encontrarán a Elen.
Keira: Lo mismo que el capitán, tu turno será luego del de él. Adicionalmente, sentirás un apego extraño al anillo, algo que probablemente nunca habías sentido por nada material. No quieres dejar de acariciarlo. Todo lo demás comienza a perder valor. Algo te guía hacia afuera, tal vez el destino o tus propios pasos, pero sientes el deseo compulsivo de encontrar algo.
La mañana congelada amaneció serena y tan fría que el mismo vapor de la respiración se congelaba en delgadas partículas que se perdían en el aire. Los viajeros podrían apreciar mejor el poblado abandonado con la luz del nuevo día. El paraje parecía aún más desolado que de costumbre y en el ambiente había una pesadez tirante, el preludio de algún sinsabor o catástrofe parecía colgar, como una guillotina sobre sus cabezas.
El olor a café caliente y pan con queso derretido despertaría a la bruja de aire. El libraco de Tarivius estaría abierto en una página que se titulaba: Pócima de las estrellas
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Conocido como uno de los catalizadores más poderosos en la historia presente. Se requiere del trabajo conjunto de varios brujos de grandes poderes para su preparación. Mezcla de alquimia y conocimientos antiguos.
--No existen más descripciones.
Hasta el final de la página aparecería uno de los típicos dibujos animados del libro que señalaría un punto en movimiento hacia el Norte.
Alrededor de Elen aparecería una sombra enorme que se acercaría lentamente hasta su posición y la perseguiría dentro de la Torre. De querer enfrentarla, desaparecería como si hubiese sido tan solo un eco de su imaginación. Paralelamente comenzaría a sentir fuertes puntadas en su cabeza y el latido semejante al de un corazón desde el fragmento de Kinvar que había guardado. Al acercarse a él aparecerían visiones de oscuridad y una bruja envuelta en odio con la figura de la bruja Keira.
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Instrucciones:
Elen: En este turno postearás luego del Capitán y Keira.
Deberás salir y encontrarte con ambos, pero estarás violenta, encontrarás a Keira y reconocerás en ella un enemigo más que una buena amiga. El libro señala que el anillo que porta es otro de los fragmentos necesarios.
Capitán: El siguiente turno te pertenece. Deberás interactuar con Keira y al final del turno salir de su resguardo, donde encontrarán a Elen.
Keira: Lo mismo que el capitán, tu turno será luego del de él. Adicionalmente, sentirás un apego extraño al anillo, algo que probablemente nunca habías sentido por nada material. No quieres dejar de acariciarlo. Todo lo demás comienza a perder valor. Algo te guía hacia afuera, tal vez el destino o tus propios pasos, pero sientes el deseo compulsivo de encontrar algo.
- off:
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Thorn
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
-Frío.- Dijo el cuervo a quien el Capitán nombró Edgar Alan Poe. Un nombre curioso pues nadie, en su sano juicio, le hubiera puesto un nombre tan inmensamente largo a su mascota. Una de las mayores aficiones del Capitán a la hora de escribir sus poemas era esconder lo más importante de forma que solo los más inteligentes pueden entender el mensaje oculto. Con los nombres hacía igual. Edgar Alan Poe no era más que un anagrama el cual, jugando un poco con las letras, salían las palabras “Galán de ópera”. Edgar volaba en el cielo para poder ver con nitidez todo cuanto estuviera fuera del alcance de los ojos del Capitán, el mismo que se le daba a las pequeñas lentes que usaban los nobles para contemplar una obra de teatro, lentes las cuales recibían el nombre de “Galán de ópera”.
Alfred se quitó su sombrero de capitán y se lo puso encima del ave para cubrir sus finas plumas del depravado frío que asolaba aquellas tierras del norte. No le gustaba el frío, ni al Capitán ni al cuervo, ambos dos estaban hechos para la vida en el puerto de la ciudad. Comenzaba a lamentarse de haber iniciado el viaje pues, no resultó ser más que una pérdida de tiempo y de aeros. Mientras el frío inundaba cada rincón de los tentáculos de su barba, el Capitán pensaba en qué posibilidades le quedaban para poder hacer la justicia que no se hizo diez años atrás. Si fuera él mismo quien matase al duque Francis acabaría encerrado en la cárcel de los biocibernéticos o, peor todavía, degollado en la plaza mayor de Lunargenta. Esa no era una opción y la de contratar a un asesino a suelto tampoco ha sido buena idea pues, como ya había descubierto, estos ya han sido contratados para acabar con su vida por alguno de los muchos enemigos de los que se había ganado al cabo de los años. ¿Qué le daba, la guardia tal vez, esa panda de engreídos que aceptaban órdenes de cualquiera que tuviera un título nobiliario? Diez años atrás el Capitán ya aprendió la lección de que no se puede confiar en ellos. Sin embargo, puede que tal vez no todos fueran así; en todo el cesto de manzanas podridas que era la guardia podría haber una sana y el Capitán creía saber quién era: Alanna Delteria
Una silueta de mujer apareció en el improvisado refugio justo en el momento en el cual el Capitán ideaba su siguiente paso. Estaba tapada de arriba a debajo de forma que no se le podía verle la cara ni siquiera el pelo, si Alfred estaba seguro que era una mujer era por las cuervas estrechas, abundantes y ligeras al mismo tiempo que marcaban su cuerpo. La dama, en un primer instante, no se percató de la presencia del Capitán y, éste no hizo nada para presentarse ante ella. No sabía si la casa en ruinas, lugar que se encontraba en aquel instante, era, o había sido en algún momento, el hogar de la mujer; de ser así, que él hubiera entrado sin permiso y se hubiera acomodado en un rincón sería una enorme falta de respeto hacia ella.
Una llama de fuego candente nació de la palma de la mujer; el calor era un tesoro que hizo el Capitán levantase la cabeza con tal de acercarse más al fuego. “Calamar”, dijo la mujer con una voz que le sonaba muy conocida. Era ella, no podía ser otra mujer nada más que ella. Una dama que su sola presencia al Capitán le recordaba a un amargo fuego; cálida y resplandeciente a la vez que seca y agria al mismo tiempo, así era Keira Bravery.
-Capitán Calamar para ti.- Protestó Alfred ciñéndose su sombrero a la cabeza. Durante un instante, Edgar Alan Poe miró la cabeza del Capitán con gesto de queja; no le gustó que le quitasen parte de su improvisado abrigo contra el frío. El instante pasó, pues el cuervo sabía que aquel sombrero le pertenecía a su amo, aceptó que se lo quitasen de encima y se acurrucó en la gabardina negra que le servía de manta. – ¿Es así como saludas a un viejo conocido?- Insistió el Capitán desde el suelo. – No esperaba encontrar a nadie conocido por estos lares y menos a ti. ¿Cuánto meses hacen de aquello? –No lo dijo pero el Capitán se refería a la guerra particular que tuvieron contra unos elfos. - Ha llovido mucho desde entonces.- Cuando la conoció Alfred no era tenía nada más que una promesa por parte de Eco; lo recordaba bien y se sorprendía. En menos de un año, el Capitán Werner pasó de ser un borracho que pasaba las noches jugando a los dados a ser de nuevo un capitán pirata, aunque su nueva tripulación todavía dista de ser verdaderos piratas.- Me alegro de verte.- Finalizó. Aunque solo la hubiera visto un par de veces atrás, el Capitán se alegraba de ver una cara conocida en aquella inhóspitas tierras.
Un sonido la luz que emergía del anillo de la dama Bravery despertó al cuervo que se encontraba ya durmiendo acurrucado en la gabardina negra. Pronto, el ave comenzó a graznar de una forma horrible como si hubiera algo que no le gustase en el anillo. En cierto sentido era irónico, antes de que el Capitán lo comprase, el cuervo era utilizado para robar joyas y, en aquel momento, tenía miedo de una. Edgar Alan Poe batió sus alas negras y se voló escapando del refugio y del anillo que tanto le incomodaba.
-Mis disculpas, Edgar puede llegar a ser muy terco si se lo propone.- Dijo el Capitán con un tono relajado. – No irá muy lejos, está bien educado-
Al amanecer, el Sol emergió tras la colina haciendo uso de todo su poder para poder derretir la capa de nieve que se acumuló durante la noche. Sin embargo, le fue totalmente inútil. Aquella mañana era una batalla de colosos, por un lado el Sol y por el otro el frío del norte, por desgracia del Capitán, el norte estaba ganando. Con aquel escenario, lo más lógico sería quedarse en la casa al abrigo del fuego de la bruja, sin embargo, por capricho del ave negra, el Capitán tenía que salir de nuevo para encontrarse con el victorioso frío del norte. Todavía no había salido del refugio y ya empezaba a odiar al cuervo.
A lo lejos, tras una la fina capa de niebla, apenas una sombra de la niebla de aquella noche, el Capitán distinguió una figura humana; también vio al cuervo, Edgar no dejaba de sobrevolarla haciendo círculos en el cielo. Alfred caminó lentamente hasta el hombre o la mujer que veía a lo lejos con su pinza apretando el cuello de la chaqueta y con su mano izquierda posada en el mango de su espada. Después de que le avisasen de que lo querían ver muerto no se fiaba de nadie salvo a de los amigos que conocía con anterioridad como la dama del Fuego Amargo.
Alfred se quitó su sombrero de capitán y se lo puso encima del ave para cubrir sus finas plumas del depravado frío que asolaba aquellas tierras del norte. No le gustaba el frío, ni al Capitán ni al cuervo, ambos dos estaban hechos para la vida en el puerto de la ciudad. Comenzaba a lamentarse de haber iniciado el viaje pues, no resultó ser más que una pérdida de tiempo y de aeros. Mientras el frío inundaba cada rincón de los tentáculos de su barba, el Capitán pensaba en qué posibilidades le quedaban para poder hacer la justicia que no se hizo diez años atrás. Si fuera él mismo quien matase al duque Francis acabaría encerrado en la cárcel de los biocibernéticos o, peor todavía, degollado en la plaza mayor de Lunargenta. Esa no era una opción y la de contratar a un asesino a suelto tampoco ha sido buena idea pues, como ya había descubierto, estos ya han sido contratados para acabar con su vida por alguno de los muchos enemigos de los que se había ganado al cabo de los años. ¿Qué le daba, la guardia tal vez, esa panda de engreídos que aceptaban órdenes de cualquiera que tuviera un título nobiliario? Diez años atrás el Capitán ya aprendió la lección de que no se puede confiar en ellos. Sin embargo, puede que tal vez no todos fueran así; en todo el cesto de manzanas podridas que era la guardia podría haber una sana y el Capitán creía saber quién era: Alanna Delteria
Una silueta de mujer apareció en el improvisado refugio justo en el momento en el cual el Capitán ideaba su siguiente paso. Estaba tapada de arriba a debajo de forma que no se le podía verle la cara ni siquiera el pelo, si Alfred estaba seguro que era una mujer era por las cuervas estrechas, abundantes y ligeras al mismo tiempo que marcaban su cuerpo. La dama, en un primer instante, no se percató de la presencia del Capitán y, éste no hizo nada para presentarse ante ella. No sabía si la casa en ruinas, lugar que se encontraba en aquel instante, era, o había sido en algún momento, el hogar de la mujer; de ser así, que él hubiera entrado sin permiso y se hubiera acomodado en un rincón sería una enorme falta de respeto hacia ella.
Una llama de fuego candente nació de la palma de la mujer; el calor era un tesoro que hizo el Capitán levantase la cabeza con tal de acercarse más al fuego. “Calamar”, dijo la mujer con una voz que le sonaba muy conocida. Era ella, no podía ser otra mujer nada más que ella. Una dama que su sola presencia al Capitán le recordaba a un amargo fuego; cálida y resplandeciente a la vez que seca y agria al mismo tiempo, así era Keira Bravery.
-Capitán Calamar para ti.- Protestó Alfred ciñéndose su sombrero a la cabeza. Durante un instante, Edgar Alan Poe miró la cabeza del Capitán con gesto de queja; no le gustó que le quitasen parte de su improvisado abrigo contra el frío. El instante pasó, pues el cuervo sabía que aquel sombrero le pertenecía a su amo, aceptó que se lo quitasen de encima y se acurrucó en la gabardina negra que le servía de manta. – ¿Es así como saludas a un viejo conocido?- Insistió el Capitán desde el suelo. – No esperaba encontrar a nadie conocido por estos lares y menos a ti. ¿Cuánto meses hacen de aquello? –No lo dijo pero el Capitán se refería a la guerra particular que tuvieron contra unos elfos. - Ha llovido mucho desde entonces.- Cuando la conoció Alfred no era tenía nada más que una promesa por parte de Eco; lo recordaba bien y se sorprendía. En menos de un año, el Capitán Werner pasó de ser un borracho que pasaba las noches jugando a los dados a ser de nuevo un capitán pirata, aunque su nueva tripulación todavía dista de ser verdaderos piratas.- Me alegro de verte.- Finalizó. Aunque solo la hubiera visto un par de veces atrás, el Capitán se alegraba de ver una cara conocida en aquella inhóspitas tierras.
Un sonido la luz que emergía del anillo de la dama Bravery despertó al cuervo que se encontraba ya durmiendo acurrucado en la gabardina negra. Pronto, el ave comenzó a graznar de una forma horrible como si hubiera algo que no le gustase en el anillo. En cierto sentido era irónico, antes de que el Capitán lo comprase, el cuervo era utilizado para robar joyas y, en aquel momento, tenía miedo de una. Edgar Alan Poe batió sus alas negras y se voló escapando del refugio y del anillo que tanto le incomodaba.
-Mis disculpas, Edgar puede llegar a ser muy terco si se lo propone.- Dijo el Capitán con un tono relajado. – No irá muy lejos, está bien educado-
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Al amanecer, el Sol emergió tras la colina haciendo uso de todo su poder para poder derretir la capa de nieve que se acumuló durante la noche. Sin embargo, le fue totalmente inútil. Aquella mañana era una batalla de colosos, por un lado el Sol y por el otro el frío del norte, por desgracia del Capitán, el norte estaba ganando. Con aquel escenario, lo más lógico sería quedarse en la casa al abrigo del fuego de la bruja, sin embargo, por capricho del ave negra, el Capitán tenía que salir de nuevo para encontrarse con el victorioso frío del norte. Todavía no había salido del refugio y ya empezaba a odiar al cuervo.
A lo lejos, tras una la fina capa de niebla, apenas una sombra de la niebla de aquella noche, el Capitán distinguió una figura humana; también vio al cuervo, Edgar no dejaba de sobrevolarla haciendo círculos en el cielo. Alfred caminó lentamente hasta el hombre o la mujer que veía a lo lejos con su pinza apretando el cuello de la chaqueta y con su mano izquierda posada en el mango de su espada. Después de que le avisasen de que lo querían ver muerto no se fiaba de nadie salvo a de los amigos que conocía con anterioridad como la dama del Fuego Amargo.
El Capitán Werner
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Efectivamente, no le había fallado su vista, ni su buen juicio, la persona acurrucada en un rincón del desbastado hogar era, ni más ni menos, el Capitán Werner, aquel hombre calamar que encontrara una vez. Su mente viajó al instante al momento que más impresión le causo de su encuentro, y que haría que fuera incapaz de olvidar a tan extraño hombre y que, a ese recuerdo, se sumase un respeto que competía con el horror.
Aun le llegaban los flashes de esa escena tremebunda en la que todos los orificios faciales de una mujer de rostro quemado y purulento eran taponados por los tentáculos de ese calamar hasta la muerte por ahogamiento. Respiro hondo, sabiendo que más le valía no llevarse mal con una persona tan tremenda como aquella, en ese momento la había ayudado, pero nada le decía que, tan pronto como su preferencia había estado en ella, no girase hacia otra persona, al fin y al cabo, no lo conocía tanto como para no dudar de él o de su fidelidad para con los conocidos.
Sonrió de medio lado, de forma seca, al escuchar la respuesta del hombre, sorprendida porque él se acordase de ella, y dando gracias por ello al tiempo, al menos se alegraba de verla, no era algo que muchos de los que la conocían pudieran decir, usualmente solo sus espectadores se alegraban de su presencia.
- Capitán calamar, en ese caso- respondió a la broma con un tono serio, poco acostumbrada como estaba a bromear.- Yo tampoco pensé que encontraría a nadie, y como usted, Capitán, me alegro de verle, han pasado ya muchas lunas.- Respondió acercándose, acariciando el aniño en su mano con el pulgar.
La luz del anillo comenzaba a atenuarse mientras se acercaba, con el fuego encendido en su mano, al hombre en el suelo, Fire, en su hombro, miraba con curiosidad al cuervo que, en esta ocasión, se encontraba junto al capitán, sin acabar de comprender como había acabado allí, ni mucho menos por qué razón se había encontrado con el extraño hombre calamar, aun con la sensación de desasosiego que le presionaba el pecho, se sentó dejando que la llama flotase y se dividiera en pequeñas flamas que iluminaban y caldeaban la fría y rota estancia.
Cuando se sentó en el helado suelo, acurrucada en su capa, con Fire, nerviosa, moviéndose cerca, vio volar al cuervo del hombre calamar, que se disculpó y no le prestó más atención, volviendo a acurrucarse para dormir. La chica se quedó sentada, abrazándose a si misma, jugueteando con el anillo que tenía en su dedo. Se sentía extraño, no habituaba a llevar joyas, nunca le habían parecido importantes.
Era una chica que, a pesar de sus ropas y sus bailes, apreciaba la sencillez y consideraba que la belleza no se encontraba en los adornos, si no que residía en la sencillez, menos es más, era algo que solía repetirse cuando practicaba sus danzas, por ello pocas veces pedía acompañamiento musical de nadie, y usaba sus propios pies para crear los ritmos.
Contempló la gema incrustada en la joya, ensimismada, notando como un ligero pinchazo en su cabeza, tal vez su razón, le decía que lo mejor sería tirarlo lejos y que se perdiera en la nieve y en la noche, los nervios del cuervo no podían ser más que una mala señal, sin embargo, otra vocecilla interna le decía que no podía deshacerse de él, que era suyo, su propiedad, algo que se había ganado con sufrimiento, algo por lo que había conseguido una horrible herida en su hombro, que no sabía como lograría hacer desaparecer.
No podía dejar que esa herida hubiera sido en vano, ¿verdad? Agitó la cabeza confusa, ¿desde cuando se había vuelto tan materialista? Nunca le habían importado demasiado los lujos, más que el dinero, quería reconocimiento, jamás se había preocupado por ser pobre, con la compañía de Fire y de los pocos conocidos a quienes apreciaba, aunque, en realidad, entre ellos solos pudiera contar a una persona, le había bastado y sobrado. Y de pronto, un anillo que había tenido guardado y al que no había prestado atención en meses, ¿le resultaba su mayor tesoro? Su único tesoro había sido, y seguiría siendo, su propio orgullo, del que se negaba a desprenderse.
"Pero, al final," Pensó esa parte irracional suya que no había salido a relucir nunca, que ella recordase "una joya siempre es buena, y si es así de grande y hermosa, mejor" Con esa frase acabó cediendo al cansancio, y sin soltar el anillo en instante alguno, con Fire, aunque nerviosa, acurrucada a su lado, y las llamas repartidas por la estancia, se abrazó más a si misma, y calló dormida.
La noche pasó entre pesadillas de anillos brillantes guiándola por pasadizos, y fuegos que la perseguían por lugares totalmente oscuros, proyectando solo su sombra, sin nadie a su lado que pudiera ayudarla, y, al despertar, el sol estaba en lo alto, el cielo, frío, relucía y su corazón, acelerado por la angustia, intentaba no reflejarse en sus rasgos suaves. Suspiró mirando al calamar, que aun dormía, y se llevó la manos en la que se encontraba la alianza al pecho, abrazándose la mano, sintiéndose, al notar la joya en su dedo, más calmada de lo que lo había estado en toda la noche. Sin embargo, sus sueños no presagiaban nada bueno, al igual que las señales que había creído entender la noche anterior.
Se levantó estirándose y pronto notó que el capitán hacía otro tanto. Sin confiar en que el hombre no intentaría, ahora que se había despertado, robarle el anillo. Cuando este salió de la sala, con las llamas ya extintas, en busca de su cuervo, ella hizo otro tanto, no confiando en que no la atacase de sorpresa en pos de la joya.
Confusa por su repentino aprecio por algo tan banal, intentó despejar su mente en el paseo. Pronto, entre una fina neblina, que nada podía compararse con la espesa bruma de la noche anterior, fue capaz de vislumbrar, al igual que el hombre de tentáculos y sombrero, al cuervo sobrevolando, impaciente, una figura humana. Se acercó a ella, sin dejar de juguetear con la piedra roja que lucía en su dedo, impaciente y ansiosa, ¿acaso esa figura querría, como sospechaba que anhelaba también el capitán, robar su alianza?
Aun le llegaban los flashes de esa escena tremebunda en la que todos los orificios faciales de una mujer de rostro quemado y purulento eran taponados por los tentáculos de ese calamar hasta la muerte por ahogamiento. Respiro hondo, sabiendo que más le valía no llevarse mal con una persona tan tremenda como aquella, en ese momento la había ayudado, pero nada le decía que, tan pronto como su preferencia había estado en ella, no girase hacia otra persona, al fin y al cabo, no lo conocía tanto como para no dudar de él o de su fidelidad para con los conocidos.
Sonrió de medio lado, de forma seca, al escuchar la respuesta del hombre, sorprendida porque él se acordase de ella, y dando gracias por ello al tiempo, al menos se alegraba de verla, no era algo que muchos de los que la conocían pudieran decir, usualmente solo sus espectadores se alegraban de su presencia.
- Capitán calamar, en ese caso- respondió a la broma con un tono serio, poco acostumbrada como estaba a bromear.- Yo tampoco pensé que encontraría a nadie, y como usted, Capitán, me alegro de verle, han pasado ya muchas lunas.- Respondió acercándose, acariciando el aniño en su mano con el pulgar.
La luz del anillo comenzaba a atenuarse mientras se acercaba, con el fuego encendido en su mano, al hombre en el suelo, Fire, en su hombro, miraba con curiosidad al cuervo que, en esta ocasión, se encontraba junto al capitán, sin acabar de comprender como había acabado allí, ni mucho menos por qué razón se había encontrado con el extraño hombre calamar, aun con la sensación de desasosiego que le presionaba el pecho, se sentó dejando que la llama flotase y se dividiera en pequeñas flamas que iluminaban y caldeaban la fría y rota estancia.
Cuando se sentó en el helado suelo, acurrucada en su capa, con Fire, nerviosa, moviéndose cerca, vio volar al cuervo del hombre calamar, que se disculpó y no le prestó más atención, volviendo a acurrucarse para dormir. La chica se quedó sentada, abrazándose a si misma, jugueteando con el anillo que tenía en su dedo. Se sentía extraño, no habituaba a llevar joyas, nunca le habían parecido importantes.
Era una chica que, a pesar de sus ropas y sus bailes, apreciaba la sencillez y consideraba que la belleza no se encontraba en los adornos, si no que residía en la sencillez, menos es más, era algo que solía repetirse cuando practicaba sus danzas, por ello pocas veces pedía acompañamiento musical de nadie, y usaba sus propios pies para crear los ritmos.
Contempló la gema incrustada en la joya, ensimismada, notando como un ligero pinchazo en su cabeza, tal vez su razón, le decía que lo mejor sería tirarlo lejos y que se perdiera en la nieve y en la noche, los nervios del cuervo no podían ser más que una mala señal, sin embargo, otra vocecilla interna le decía que no podía deshacerse de él, que era suyo, su propiedad, algo que se había ganado con sufrimiento, algo por lo que había conseguido una horrible herida en su hombro, que no sabía como lograría hacer desaparecer.
No podía dejar que esa herida hubiera sido en vano, ¿verdad? Agitó la cabeza confusa, ¿desde cuando se había vuelto tan materialista? Nunca le habían importado demasiado los lujos, más que el dinero, quería reconocimiento, jamás se había preocupado por ser pobre, con la compañía de Fire y de los pocos conocidos a quienes apreciaba, aunque, en realidad, entre ellos solos pudiera contar a una persona, le había bastado y sobrado. Y de pronto, un anillo que había tenido guardado y al que no había prestado atención en meses, ¿le resultaba su mayor tesoro? Su único tesoro había sido, y seguiría siendo, su propio orgullo, del que se negaba a desprenderse.
"Pero, al final," Pensó esa parte irracional suya que no había salido a relucir nunca, que ella recordase "una joya siempre es buena, y si es así de grande y hermosa, mejor" Con esa frase acabó cediendo al cansancio, y sin soltar el anillo en instante alguno, con Fire, aunque nerviosa, acurrucada a su lado, y las llamas repartidas por la estancia, se abrazó más a si misma, y calló dormida.
La noche pasó entre pesadillas de anillos brillantes guiándola por pasadizos, y fuegos que la perseguían por lugares totalmente oscuros, proyectando solo su sombra, sin nadie a su lado que pudiera ayudarla, y, al despertar, el sol estaba en lo alto, el cielo, frío, relucía y su corazón, acelerado por la angustia, intentaba no reflejarse en sus rasgos suaves. Suspiró mirando al calamar, que aun dormía, y se llevó la manos en la que se encontraba la alianza al pecho, abrazándose la mano, sintiéndose, al notar la joya en su dedo, más calmada de lo que lo había estado en toda la noche. Sin embargo, sus sueños no presagiaban nada bueno, al igual que las señales que había creído entender la noche anterior.
Se levantó estirándose y pronto notó que el capitán hacía otro tanto. Sin confiar en que el hombre no intentaría, ahora que se había despertado, robarle el anillo. Cuando este salió de la sala, con las llamas ya extintas, en busca de su cuervo, ella hizo otro tanto, no confiando en que no la atacase de sorpresa en pos de la joya.
Confusa por su repentino aprecio por algo tan banal, intentó despejar su mente en el paseo. Pronto, entre una fina neblina, que nada podía compararse con la espesa bruma de la noche anterior, fue capaz de vislumbrar, al igual que el hombre de tentáculos y sombrero, al cuervo sobrevolando, impaciente, una figura humana. Se acercó a ella, sin dejar de juguetear con la piedra roja que lucía en su dedo, impaciente y ansiosa, ¿acaso esa figura querría, como sospechaba que anhelaba también el capitán, robar su alianza?
Keira Brabery
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
La noche transcurrió lentamente, tanto como para que a la hechicera se le antojara eterna, aunque eso podía deberse al terrible frío que se colaba en la torre, y que la tenía calada hasta los huesos. Sin abandonar su puesto junto a la vieja chimenea, Elen tiró del cuello del abrigo que Tarivius le había entregado hasta cubrirse a medias el rostro, deseando interiormente que llegase el alba, aunque eso trajese consigo un nuevo desafío. En aquel momento dudaba de sus capacidades, pero no tenía modo de regresar a las islas, y tras haber obtenido el primer fragmento tampoco pensaba echarse atrás, hallaría la forma de hacerse con los otros dos.
Por desgracia no le iba a ser posible descansar en condiciones aquella noche, cada vez que conseguía dormirse las pesadillas volvían a asaltarla, como si los jinetes supieran que trataba de librarse de ellos, cosa que no estaban dispuestos a permitir. Las imágenes se repetían en su cabeza de forma vívida: sangre, fuego y muerte por doquier, mientras las sombras avanzaban sin que nadie pudiese detenerlas, acabando con todo a su paso. Al final, como cada noche, la muerte trataba de atraerla hacia ella, prometiéndole un final para el sufrimiento y las cruentas visiones, pero la de ojos verdes había visto ya demasiado, nada que pudiesen mostrarle la asombraría.
- No. - esa era siempre su respuesta, y poco después despertaba, como si no hubiera pasado nada. La tensai aún recordaba los primeros meses que pasó bajo la maldición en Lunargenta, cuando despertaba agitada entre gritos, que lejos quedaban ya esos días. Ahora, después de tanto tiempo, ya no le afectaba, y solía mantener bastante a raya sus emociones para evitar que las pesadillas la molestasen, pero algo le decía que no conseguiría dormir tranquila hasta que tuviese en su poder el amuleto.
Abrió los ojos lentamente, a tiempo de ver como las llamas de la chimenea empequeñecían hasta desaparecer, dejando en su lugar una fina columna de humo. La madera se había consumido por completo, pero el sol comenzaba a asomar ya por el horizonte, en breve tendría que encarar al siguiente guardián. Un agradable aroma a café recién hecho y pan con queso captó su atención de inmediato, haciendo que desviase la vista hacia el libro del centinela, que descansaba sobre la bolsa de cuero pero ya no estaba como lo había dejado la noche anterior.
Yacía abierto por una página en concreto, como solía hacer cuando quería mostrarle algo, así que se dio prisa en acercarse para ver qué había en aquella hoja en particular. - Pócima de estrellas…- leyó sin apenas levantar la voz, mientras sus ojos paseaban por el dibujo que había bajo el título. Se trataba de unos frascos de contenido brillante, detalle que probablemente habrían tenido en cuenta a la hora de poner el nombre a la poción. Era uno de los catalizadores más potentes que se conocían, pero para su elaboración hacían falta varios brujos, y además poderosos. Su preparación necesitaba de alquimia y conocimientos antiguos, pero no se especificaba más sobre el tema, con lo que la bruja quedó sumamente intrigada.
Ella poseía altos conocimientos de alquimia y plantas antiguas, pero puede que esto último no fuese lo que necesitaba, y aunque lo fuera, ¿cómo iba a intentarlo sin más información? No podía entender por qué Tarivius quería que viese aquello. Bajó la vista hasta un punto en movimiento, que a juzgar por el dibujo se dirigía al norte, hacia su posición. ¿Representaría a las dos figuras que ya había visto en otra de las páginas tras pelear con Ravnik? No tuvo tiempo de fijarse demasiado, pues una sombra comenzó a tomar forma a su alrededor, tan cerca que le fue imposible recoger nada antes de echar a correr escaleras arriba.
Mientras subía a toda prisa, unas fuertes punzadas la obligaron a llevarse las manos a las sienes, haciendo que sintiese como si la cabeza le fuese a estallar. No podía huir de la sombra en ese estado, y teniendo en cuenta el hecho de que el libro seguía en el piso inferior, junto con el resto de sus pertenencias, maldijo en voz alta y se dio la vuelta, alzando una mano envuelta en electricidad para lanzar una descarga a su perseguidora en cuanto la viese. La oscuridad empezó a subir por las escaleras, pero antes siquiera de que Elen pudiese lanzar su ataque se desvaneció, tan repentinamente como había llegado.
- ¿Qué demonios? - preguntó, aún con el dolor de cabeza muy presente. ¿Se lo habría imaginado? No, imposible, nunca antes le había pasado algo así. Comenzó a descender y avanzó hacia el libro sin perder tiempo, para de inmediato cerrarlo y volverlo a guardar dentro de la bolsa, pero pronto se arrepentiría de hacerlo. Nada más acercar la mano al fragmento del Dolor de Kinvar todo cuanto la rodeaba desapareció, para dar paso a oscuras visiones que mostraban siempre a una misma protagonista, una bruja de cabellos castaños envuelta en odio, y en cuyos ojos brillaba el fuego.
La imagen de aquella mujer quedó grabada en su mente, pero todavía quedaba más por saber de ella, y el libro de Tarivius sería lo que le desvelase el misterio. De alguna manera el tomo volvió a sus manos cuando las visiones cesaron, ésta vez abierto por una hoja que mostraba claramente a la bruja de fuego, y que además señalaba especialmente un brillante anillo que portaba. - El segundo fragmento está ahí. - musitó la hechicera, mientras las punzadas de su cabeza iban remitiendo. Ya todo tenía sentido, el libro le había mostrado dos figuras pero solo una de ellas era la verdadera guardiana, aunque probablemente tuviese que enfrentarse con las dos.
Recogió sus cosas y abandonó la torre enseguida, para adentrarse en el poblado hasta dar con aquella bruja rodeada de oscuridad, que sin duda no le pondría fácil la tarea que debía completar. A paso ligero, la benjamina de los Calhoun atravesó varios edificios derruidos y siguió avanzando sin detenerse, hasta que notó que algo se había fijado en ella, un cuervo. El animal la sobrevolaba en círculos, marcando su posición a ojos de cualquiera que estuviese en un radio de no más de cien metros.
¿Pertenecía a la bruja de las visiones? Era una posibilidad, que fue cobrando fuerza en cuanto atisbó la figura de la mujer a lo lejos. Tal como había mostrado el libro, no iba sola, un hombre bestia calamar caminaba a su lado, pero la atención de la tensai estaba totalmente centrada en la muchacha, y en la joya que decoraba su dedo. - Dame ese anillo y ahórrate problemas. - espetó en cuanto estuvo algo más cerca, con tono amenazador. Elen estaba más que dispuesta a entrar en combate, después de lo que el fragmento de Kinvar le había mostrado no le cabía duda de que aquella mujer era su enemiga, las sombras la rodeaban.
Por desgracia no le iba a ser posible descansar en condiciones aquella noche, cada vez que conseguía dormirse las pesadillas volvían a asaltarla, como si los jinetes supieran que trataba de librarse de ellos, cosa que no estaban dispuestos a permitir. Las imágenes se repetían en su cabeza de forma vívida: sangre, fuego y muerte por doquier, mientras las sombras avanzaban sin que nadie pudiese detenerlas, acabando con todo a su paso. Al final, como cada noche, la muerte trataba de atraerla hacia ella, prometiéndole un final para el sufrimiento y las cruentas visiones, pero la de ojos verdes había visto ya demasiado, nada que pudiesen mostrarle la asombraría.
- No. - esa era siempre su respuesta, y poco después despertaba, como si no hubiera pasado nada. La tensai aún recordaba los primeros meses que pasó bajo la maldición en Lunargenta, cuando despertaba agitada entre gritos, que lejos quedaban ya esos días. Ahora, después de tanto tiempo, ya no le afectaba, y solía mantener bastante a raya sus emociones para evitar que las pesadillas la molestasen, pero algo le decía que no conseguiría dormir tranquila hasta que tuviese en su poder el amuleto.
Abrió los ojos lentamente, a tiempo de ver como las llamas de la chimenea empequeñecían hasta desaparecer, dejando en su lugar una fina columna de humo. La madera se había consumido por completo, pero el sol comenzaba a asomar ya por el horizonte, en breve tendría que encarar al siguiente guardián. Un agradable aroma a café recién hecho y pan con queso captó su atención de inmediato, haciendo que desviase la vista hacia el libro del centinela, que descansaba sobre la bolsa de cuero pero ya no estaba como lo había dejado la noche anterior.
Yacía abierto por una página en concreto, como solía hacer cuando quería mostrarle algo, así que se dio prisa en acercarse para ver qué había en aquella hoja en particular. - Pócima de estrellas…- leyó sin apenas levantar la voz, mientras sus ojos paseaban por el dibujo que había bajo el título. Se trataba de unos frascos de contenido brillante, detalle que probablemente habrían tenido en cuenta a la hora de poner el nombre a la poción. Era uno de los catalizadores más potentes que se conocían, pero para su elaboración hacían falta varios brujos, y además poderosos. Su preparación necesitaba de alquimia y conocimientos antiguos, pero no se especificaba más sobre el tema, con lo que la bruja quedó sumamente intrigada.
Ella poseía altos conocimientos de alquimia y plantas antiguas, pero puede que esto último no fuese lo que necesitaba, y aunque lo fuera, ¿cómo iba a intentarlo sin más información? No podía entender por qué Tarivius quería que viese aquello. Bajó la vista hasta un punto en movimiento, que a juzgar por el dibujo se dirigía al norte, hacia su posición. ¿Representaría a las dos figuras que ya había visto en otra de las páginas tras pelear con Ravnik? No tuvo tiempo de fijarse demasiado, pues una sombra comenzó a tomar forma a su alrededor, tan cerca que le fue imposible recoger nada antes de echar a correr escaleras arriba.
Mientras subía a toda prisa, unas fuertes punzadas la obligaron a llevarse las manos a las sienes, haciendo que sintiese como si la cabeza le fuese a estallar. No podía huir de la sombra en ese estado, y teniendo en cuenta el hecho de que el libro seguía en el piso inferior, junto con el resto de sus pertenencias, maldijo en voz alta y se dio la vuelta, alzando una mano envuelta en electricidad para lanzar una descarga a su perseguidora en cuanto la viese. La oscuridad empezó a subir por las escaleras, pero antes siquiera de que Elen pudiese lanzar su ataque se desvaneció, tan repentinamente como había llegado.
- ¿Qué demonios? - preguntó, aún con el dolor de cabeza muy presente. ¿Se lo habría imaginado? No, imposible, nunca antes le había pasado algo así. Comenzó a descender y avanzó hacia el libro sin perder tiempo, para de inmediato cerrarlo y volverlo a guardar dentro de la bolsa, pero pronto se arrepentiría de hacerlo. Nada más acercar la mano al fragmento del Dolor de Kinvar todo cuanto la rodeaba desapareció, para dar paso a oscuras visiones que mostraban siempre a una misma protagonista, una bruja de cabellos castaños envuelta en odio, y en cuyos ojos brillaba el fuego.
La imagen de aquella mujer quedó grabada en su mente, pero todavía quedaba más por saber de ella, y el libro de Tarivius sería lo que le desvelase el misterio. De alguna manera el tomo volvió a sus manos cuando las visiones cesaron, ésta vez abierto por una hoja que mostraba claramente a la bruja de fuego, y que además señalaba especialmente un brillante anillo que portaba. - El segundo fragmento está ahí. - musitó la hechicera, mientras las punzadas de su cabeza iban remitiendo. Ya todo tenía sentido, el libro le había mostrado dos figuras pero solo una de ellas era la verdadera guardiana, aunque probablemente tuviese que enfrentarse con las dos.
Recogió sus cosas y abandonó la torre enseguida, para adentrarse en el poblado hasta dar con aquella bruja rodeada de oscuridad, que sin duda no le pondría fácil la tarea que debía completar. A paso ligero, la benjamina de los Calhoun atravesó varios edificios derruidos y siguió avanzando sin detenerse, hasta que notó que algo se había fijado en ella, un cuervo. El animal la sobrevolaba en círculos, marcando su posición a ojos de cualquiera que estuviese en un radio de no más de cien metros.
¿Pertenecía a la bruja de las visiones? Era una posibilidad, que fue cobrando fuerza en cuanto atisbó la figura de la mujer a lo lejos. Tal como había mostrado el libro, no iba sola, un hombre bestia calamar caminaba a su lado, pero la atención de la tensai estaba totalmente centrada en la muchacha, y en la joya que decoraba su dedo. - Dame ese anillo y ahórrate problemas. - espetó en cuanto estuvo algo más cerca, con tono amenazador. Elen estaba más que dispuesta a entrar en combate, después de lo que el fragmento de Kinvar le había mostrado no le cabía duda de que aquella mujer era su enemiga, las sombras la rodeaban.
Elen Calhoun
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Se mantienen los turnos.
Deberán disputar el anillo en una pelea. Dado que Elen tiene un nivel muy superior al de Keira, el capitán deberá ayudar a la última.
La suerte será definida por las runas. Tienen tres turnos como máximo para definir un ganador. No intervendré en el hilo, si hay algo que no me guste se enviará mp. Al final del tercer turno, el equipo que haya tenido más suerte ganará.
Éxitos
Deberán disputar el anillo en una pelea. Dado que Elen tiene un nivel muy superior al de Keira, el capitán deberá ayudar a la última.
La suerte será definida por las runas. Tienen tres turnos como máximo para definir un ganador. No intervendré en el hilo, si hay algo que no me guste se enviará mp. Al final del tercer turno, el equipo que haya tenido más suerte ganará.
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Thorn
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Por muy gruesas que fueran sus botas, El Capitán podía sentir a cada paso el frío de la escarcha que el rocío de la noche había dejado en la hierba. Hacía pocos minutos que el Sol había despertado, Alfred se lo imaginaba legañoso y somnoliento, sin ganas de trabajar y derretir el hielo que la fría noche dejó. De haber sido en otro lugar y en otro momento, hubiera podido disfrutar de aquella visión poética que el norte le regalaba, incluso podría haberse sentado en la hierba y escribir uno de sus versos. En el mar no había hierba y la escarcha que se producía en las grandes heladas sobre la madera del Promesa Enardecida pronto era derretida con agua caliente y sal por miedo a que un marinero resbalase y se cayera al océano. Hubiera estado bien pararse a disfrutar solo unos pocos minutos de aquellas sensaciones que no siempre podía experimentar. Pero, por desgracia, en el aquel lugar y en aquel momento, no podía permitirse el lujo de detenerse a disfrutar de la visión romántica de la escarcha del norte.
La figura de una mujer se estaba acercando a la posición donde el Capitán estaba. Desde su punto de vista, ella solo podía ser dos cosas: una mercenaria contratada para acabar con su vida o una mujer que se perdió en la niebla de la noche anterior. Siendo la segundo opción la menos probable. Ya se había encontrado con la señorita Bravery, ¿cuántas posibilidades habían de encontrarse a dos mujeres distintas en la misma situación? Con una mano posada en el alfanje de acero que el gremio de ladrones le había regalado pero sin llegar a desenvainarlo, Alfred camina hacia la mujer con la misma velocidad que ella caminaba hacía él. Fuera la opción que fuera, no tenía razón de huir.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de la dama como para poder hacer una descripción clara y precisa de ella, la primera opción del Capitán, aquella que decía que la mujer era una mercenaria, se le hizo más posible pues no vestía como una damisela en apuros precisamente. Sin embargo, aquello no fue lo que le hizo alzar una ceja en son de desconfianza. La prueba definitiva de que aquella mujer no fue a por ellos por simple casualidad fue la cicatriz que cruzaba unos de sus ojos verdosos. Esa marca no se la había hecho al tropezarse con una rama, de eso Alfred estaba seguro. Ella era una guerrera.
La mujer de pelo cenizo y ojos verdes habló con una voz tan amenazante que incluso el viento parecía tener miedo de ella. El Capitán se miró su mano izquierda con gesto dubitativo; en la pinza de su brazo derecho, por razones más que evidentes, no podía llevar ningún anillo, de haber llevado alguno estaría en la mano izquierda en el dedo meñique, pues en los dedos centrales, aquellos que tenía forma de tentáculos tampoco podría llevar ninguna joya y en el pulgar se hacía muy incómodo llevar un anillo. Fuera como fuere, en el meñique de su mano izquierda no había ninguna joya.
Por primera vez desde que abandonó el refugio, el Capitán se dio la vuelta dejando de vigilar al cuervo Edgar Alan Poe y a la mujer de pelo cenizo, detrás de él estaba la señorita Bravery. Ella sí llevaba un anillo. Recordó que aquella misma noche pudo ver como la joya brillaba con una tenue luz brillante. Algo era evidente y es que la Dama del Fuego Amargo tenía un gran apego por el anillo. ¿Una alianza tal vez o una reliquia familiar? Tampoco le importaba demasiado la razón por la que Keira guardaba con tanto recaudo su anillo. Nadie mejor que el Capitán podía entender cuán valioso puede ser un anillo, en ocasiones un simple círculo de oro podía llegar a ser muy valioso a nivel sentimental. El anillo por el cual Alfred se comprometió con la difunta Goldie era una prueba fidedigna sobre ello.
-No conozco las razones por las que la llevan a desear el anillo de la señorita Bravery.- Contestó el Capitán. - Pero no permitiré que amenace a una amiga de tal manera.- La voz del Capitán, a diferenciar de la voz de la mujer de ojos verdes y cabello cenizo, no sonó amenazante; fue firme y severa pero en ningún lugar llegó a ser una amenaza. –Más le vale disculparse sobre sus actos o es posible que los problemas vayan a ser para usted, mi señora.-
La figura de una mujer se estaba acercando a la posición donde el Capitán estaba. Desde su punto de vista, ella solo podía ser dos cosas: una mercenaria contratada para acabar con su vida o una mujer que se perdió en la niebla de la noche anterior. Siendo la segundo opción la menos probable. Ya se había encontrado con la señorita Bravery, ¿cuántas posibilidades habían de encontrarse a dos mujeres distintas en la misma situación? Con una mano posada en el alfanje de acero que el gremio de ladrones le había regalado pero sin llegar a desenvainarlo, Alfred camina hacia la mujer con la misma velocidad que ella caminaba hacía él. Fuera la opción que fuera, no tenía razón de huir.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de la dama como para poder hacer una descripción clara y precisa de ella, la primera opción del Capitán, aquella que decía que la mujer era una mercenaria, se le hizo más posible pues no vestía como una damisela en apuros precisamente. Sin embargo, aquello no fue lo que le hizo alzar una ceja en son de desconfianza. La prueba definitiva de que aquella mujer no fue a por ellos por simple casualidad fue la cicatriz que cruzaba unos de sus ojos verdosos. Esa marca no se la había hecho al tropezarse con una rama, de eso Alfred estaba seguro. Ella era una guerrera.
La mujer de pelo cenizo y ojos verdes habló con una voz tan amenazante que incluso el viento parecía tener miedo de ella. El Capitán se miró su mano izquierda con gesto dubitativo; en la pinza de su brazo derecho, por razones más que evidentes, no podía llevar ningún anillo, de haber llevado alguno estaría en la mano izquierda en el dedo meñique, pues en los dedos centrales, aquellos que tenía forma de tentáculos tampoco podría llevar ninguna joya y en el pulgar se hacía muy incómodo llevar un anillo. Fuera como fuere, en el meñique de su mano izquierda no había ninguna joya.
Por primera vez desde que abandonó el refugio, el Capitán se dio la vuelta dejando de vigilar al cuervo Edgar Alan Poe y a la mujer de pelo cenizo, detrás de él estaba la señorita Bravery. Ella sí llevaba un anillo. Recordó que aquella misma noche pudo ver como la joya brillaba con una tenue luz brillante. Algo era evidente y es que la Dama del Fuego Amargo tenía un gran apego por el anillo. ¿Una alianza tal vez o una reliquia familiar? Tampoco le importaba demasiado la razón por la que Keira guardaba con tanto recaudo su anillo. Nadie mejor que el Capitán podía entender cuán valioso puede ser un anillo, en ocasiones un simple círculo de oro podía llegar a ser muy valioso a nivel sentimental. El anillo por el cual Alfred se comprometió con la difunta Goldie era una prueba fidedigna sobre ello.
-No conozco las razones por las que la llevan a desear el anillo de la señorita Bravery.- Contestó el Capitán. - Pero no permitiré que amenace a una amiga de tal manera.- La voz del Capitán, a diferenciar de la voz de la mujer de ojos verdes y cabello cenizo, no sonó amenazante; fue firme y severa pero en ningún lugar llegó a ser una amenaza. –Más le vale disculparse sobre sus actos o es posible que los problemas vayan a ser para usted, mi señora.-
El Capitán Werner
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Seguía sin fiarse, el hombre calamar seguro que quería el anillo, y esa sombra que había aparecido en frente, también, lo sabía, algo se lo decía. Una presión en el pecho, la respiración pesada, notaba las palpitaciones y Fire a su lado, parecía sentirse igual de nerviosa que ella. Esa sensación de nervios e inseguirdad, hacía mucho tiempo que no la sentía. Desde que se enfrento a la dama de ébano no había notado esa sensación de querer proteger algo con todas sus fuerzas. En ese entonces fue a Fire, ahora, un anillo.
La escarcha del suelo se había amontonado formando pequeños monticulos de nieve blanca se reunian haciendo más dificil su avance, y la espesa niebla que había rodeado a la figura que había frente a ella comenzaba a disiparse dejando entrever las curbas de un cuerpo femenino, a duras penas podía Keira ver el rostro de la mujer, parecía tener el cabello tan blanco como el paisaje que había fuera de esa ciudad en ruinas.
Tanto la desconocida como el calamar y ella misma se acercaban sin detener su paso, como si una extraña decisión los guiase a encontrar sus pasos, como si dos enormes tifones fueran a chocar de repente, provocando tal destrozo que, quien lo contemplase, tendría serios problemas para olvidar los sucesos.
Ciertamente, al llegar frente a la joven de pelo blanco, pudo comprobar que su aspecto era como el de un tifón, fuerte, de mirada seria, y, ciertamente, algo aterradora, parecía poderosa, solo de verla una pequeña corriente electrica recorría la espalda de la bailarina, pero no iba a amedrentarse, si la chica de eplo blanco era un tifón, ella era una tormenta, llegaba, incontrolable, y regaba el lugar con su presencia, sin dejarse atemorizar, y ni siquiera el sol podía librarse totalmente de sus nuves. Solo esperaba no ser absorvida por el vendabal.
Sin presentación alguna, la joven de pelo blanco, con una mala educación increible, exigió el anillo con una clara amenaza en los ojos. Exigía su anillo, su precioso anillo de rubí que e había costado una enorme marca en su fina piel y un dolor insufrible. Aun recordaba los pinchazos del pecho, el entumecimiento de sus musculos y la falta de aire en la garganta cuando despertó en medio del bosque. Ni hablar, ese era su anillo, y no se lo iba a entregar a nadie.
Cada vez que esos pensamientos cuzaban por su mente, la luz de la alianza brillaba de modo tenue. Pero Keira ni siquiera se fijaba en eso, su lucha interior, era diferente, ¿realmente estaba dispuesta a enfrentar a alguien que desprendía tal sensación de poder por una baratija? ¿Qué le importaba en realidad ese anillo? Mejor sería darselo y pode rolvidar para siempre esa horrible experiencia. Pero... era suyo, no de ella, no podía entregarselo, ella lo había ganado...
El capitán, tomo parte por ella, haciendola sospechar, una vez más que quería el anillo, pero no le preocupaba, podía hacer calamar a la plancha. Nuevamente esos pensamientos oscuros, que intentó rebatir, el hombre era raro, raro de narices, no podía negarlo, pero ya era la segunda vez que la ayudaba, y la había llamado amiga, no podía ser que se tomase tantas molestias por un simple anillo. Ella nunca se molestaría tanto por una baratija. ¿No lo haría? Estaba dispuesta a pelear por esa piedrecilla engastada, que le decía que no engañaría a alguien por ella.
Con una reverencia elegante y una sonrisa provocadora en sus gruesos labios, intentó apaciguar el ambiente, a modo de presentación, no pensaba entregar la joya, y, probablemente, el gesto hubiera funcionado, si su lengua no la hubiera traicionado una vez más, como hacía continuamente cuando se sentía atacada, y cuando no también, debía admitir que la palabra nunca había sido un don para ella:
- Madamme, siento decir que esto es mío, y que ya puede llorar, rezar o golpear, que no se la daré por nada del mundo. Este anillo es mío, lo he ganado de forma honrada y usted no es más que una ladrona, y, para colmo, maleducada. - Dijo alzando la vista con mirada retadora, dispuesta a sacar sus armas y preparando, aunque no le acabara de gustar, el fuego en sus manos.
Prefería no usar su magia, le asustaba demasiado como para hacerlo de forma correcta, no era capaz de dominar de forma correcta, el miedo le impedía que sus poderes actuasen de modo adecuado, sus dudas, sus miedos se veían presentes en todos y cada uno de sus ataques, no era capaz de usarlos de modo adecuado, y sabía que, hasta que no superase esos miedos, no podría usarlos bien, pero tampoco iba a dejarse abasallar por una ladronzuela, por muy poderosa que esta fuera.
La escarcha del suelo se había amontonado formando pequeños monticulos de nieve blanca se reunian haciendo más dificil su avance, y la espesa niebla que había rodeado a la figura que había frente a ella comenzaba a disiparse dejando entrever las curbas de un cuerpo femenino, a duras penas podía Keira ver el rostro de la mujer, parecía tener el cabello tan blanco como el paisaje que había fuera de esa ciudad en ruinas.
Tanto la desconocida como el calamar y ella misma se acercaban sin detener su paso, como si una extraña decisión los guiase a encontrar sus pasos, como si dos enormes tifones fueran a chocar de repente, provocando tal destrozo que, quien lo contemplase, tendría serios problemas para olvidar los sucesos.
Ciertamente, al llegar frente a la joven de pelo blanco, pudo comprobar que su aspecto era como el de un tifón, fuerte, de mirada seria, y, ciertamente, algo aterradora, parecía poderosa, solo de verla una pequeña corriente electrica recorría la espalda de la bailarina, pero no iba a amedrentarse, si la chica de eplo blanco era un tifón, ella era una tormenta, llegaba, incontrolable, y regaba el lugar con su presencia, sin dejarse atemorizar, y ni siquiera el sol podía librarse totalmente de sus nuves. Solo esperaba no ser absorvida por el vendabal.
Sin presentación alguna, la joven de pelo blanco, con una mala educación increible, exigió el anillo con una clara amenaza en los ojos. Exigía su anillo, su precioso anillo de rubí que e había costado una enorme marca en su fina piel y un dolor insufrible. Aun recordaba los pinchazos del pecho, el entumecimiento de sus musculos y la falta de aire en la garganta cuando despertó en medio del bosque. Ni hablar, ese era su anillo, y no se lo iba a entregar a nadie.
Cada vez que esos pensamientos cuzaban por su mente, la luz de la alianza brillaba de modo tenue. Pero Keira ni siquiera se fijaba en eso, su lucha interior, era diferente, ¿realmente estaba dispuesta a enfrentar a alguien que desprendía tal sensación de poder por una baratija? ¿Qué le importaba en realidad ese anillo? Mejor sería darselo y pode rolvidar para siempre esa horrible experiencia. Pero... era suyo, no de ella, no podía entregarselo, ella lo había ganado...
El capitán, tomo parte por ella, haciendola sospechar, una vez más que quería el anillo, pero no le preocupaba, podía hacer calamar a la plancha. Nuevamente esos pensamientos oscuros, que intentó rebatir, el hombre era raro, raro de narices, no podía negarlo, pero ya era la segunda vez que la ayudaba, y la había llamado amiga, no podía ser que se tomase tantas molestias por un simple anillo. Ella nunca se molestaría tanto por una baratija. ¿No lo haría? Estaba dispuesta a pelear por esa piedrecilla engastada, que le decía que no engañaría a alguien por ella.
Con una reverencia elegante y una sonrisa provocadora en sus gruesos labios, intentó apaciguar el ambiente, a modo de presentación, no pensaba entregar la joya, y, probablemente, el gesto hubiera funcionado, si su lengua no la hubiera traicionado una vez más, como hacía continuamente cuando se sentía atacada, y cuando no también, debía admitir que la palabra nunca había sido un don para ella:
- Madamme, siento decir que esto es mío, y que ya puede llorar, rezar o golpear, que no se la daré por nada del mundo. Este anillo es mío, lo he ganado de forma honrada y usted no es más que una ladrona, y, para colmo, maleducada. - Dijo alzando la vista con mirada retadora, dispuesta a sacar sus armas y preparando, aunque no le acabara de gustar, el fuego en sus manos.
Prefería no usar su magia, le asustaba demasiado como para hacerlo de forma correcta, no era capaz de dominar de forma correcta, el miedo le impedía que sus poderes actuasen de modo adecuado, sus dudas, sus miedos se veían presentes en todos y cada uno de sus ataques, no era capaz de usarlos de modo adecuado, y sabía que, hasta que no superase esos miedos, no podría usarlos bien, pero tampoco iba a dejarse abasallar por una ladronzuela, por muy poderosa que esta fuera.
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
La segunda figura, perteneciente al hombre calamar, intervino primero para responder a las palabras de la hechicera, refiriéndose a la guardiana como señorita Bravery. ¿Sabría realmente con quién estaba o lo habría engañado la maga de fuego valiéndose de su cara bonita? A aquellas alturas no importaba, todo cuanto se interpusiese entre ella y su objetivo se convertía de inmediato en un obstáculo a eliminar, aunque de ser posible trataría de dejar fuera de la pelea al hombre bestia, ya que su único interés se centraba en la sombría bruja y el fragmento de Kinvar que llevaba en su anillo.
Sin embargo, puede que esto fuese más complicado de lo que pensaba, el caballero no estaba dispuesto a dejar que una extraña amenazara a su compañera, es más, se permitió añadir que tenía que disculparse con ella, dejando caer que si no lo hacía podría tener problemas. ¿Problemas? Ellos sí que tenían uno entre manos, se habían topado con la tensai en el peor momento posible, cuando estaba dispuesta a quitarlos de en medio a como diese lugar para hacerse con la joya. Además no sentiría pena alguna por la guardiana, después de ver como las sombras se cernían a su alrededor no dejaría de considerarla una enemiga, puede que incluso el calamar también estuviese rodeado de oscuridad, pero el libro de Tarivius no le había mostrado tal cosa, y hasta que no lo confirmase, lo trataría como a una persona normal y corriente.
Entonces fue la maga quien tomó la palabra, tildándola de ladrona y maleducada. Aquello fue el colmo, ¿pretendía seguir con la farsa mucho más? Elen sabía lo que portaba y además también cuál era su elemento, así que dejaría de lado las armas de momento, para hacer uso de sus desarrollados poderes. El calamar sujetaba con fuerza la empuñadura de su espada, pero para poder alcanzarla tendría que esquivar sus hechizos, cosa que no resultaría fácil, así que nuevamente, se centró en la maga.
- ¿Qué lo has ganado de forma honrada? ¡Mentira! Yo sé lo que es y no te pertenece, ni a ti ni a las sombras que te acompañan. - exclamó, mientras las imágenes que el corazón de Ravnik le había enseñado se repetían en su cabeza. - Dominar ese poder no os corresponde, y si os negáis a entregarlo me haré con el… a mi manera. - añadió con voz fría, mientras la electricidad le envolvía los brazos de forma visible. De ningún modo iba a dejar el fragmento en manos de esa mujer, así que la pelea era inevitable, con lo que trataría de ser la primera en atacar para obtener cierta ventaja, y de paso librarse del calamar.
Teniendo en cuenta que su verdadera oponente era la maga, lo mejor que podía hacer era eliminar el otro frente para no tener que preocuparse por los dos, pero en principio no quería dañar al hombre bestia, así que intentaría simplemente alejarlo de la lucha, echando mano a sus poderes de viento. Luego iría contra la guardiana, pero manteniendo una distancia prudencial hasta que pudiese alcanzarla con alguna descarga y aturdirla, pocas veces se había enfrentado a miembros de su misma raza, y sabiendo de lo que era capaz su hermano Vincent, que también dominaba el ígneo elemento, debía ser prudente.
La armadura la protegería en parte los hechizos enemigos, pero al haberse despojado de la parte que cubría el pecho, tras quedar esta abollada por culpa del dragón de humo, Elen tendría especial cuidado en no exponerse demasiado, solo lo necesario para salir victoriosa y hacerse con el fragmento de Kinvar. Así pues, concentró sus poderes y lanzó una onda en dirección al calamar, esperando que esta lo alcanzara y le hiciese salir por los aires varios metros, distancia que bastaría para alejarlo del combate.
Sin perder ni un instante, la electricidad que envolvía sus brazos recorrió ambas extremidades hasta llegar a las manos, donde se concentró hasta formar una brillante esfera celeste, de la que repentinamente surgió la descarga, que salió rápidamente disparada hacia la posición de la otra bruja. Puede que la suerte, al igual que durante el enfrentamiento con Ravnik, no estuviese de su parte, con lo que ambos podrían esquivar los hechizos, pero a pesar de eso lucharía hasta su último aliento, para completar la misión que el Centinela le había asignado.
La daga descansaba en el cinturón, y de ser preciso no dudaría en usarla con ayuda de la telequinesis, para convertirla en un peligroso y mortífero proyectil, pero además de eso se guardaba un as en la manga, un nuevo ataque que había perfeccionado hacía poco, y que podría ayudarla bastante si la situación se complicaba, aunque implicase un gran desgaste de energía, motivo por el cual lo reservaba para el momento adecuado. También contaba con ambas espadas, la de acero y la que le había entregado el dragón de Dundarak, imbuida en magia de hielo, pero teniendo en cuenta que se enfrentaba a dos oponentes, la distancia sería su mejor baza.
Sin embargo, puede que esto fuese más complicado de lo que pensaba, el caballero no estaba dispuesto a dejar que una extraña amenazara a su compañera, es más, se permitió añadir que tenía que disculparse con ella, dejando caer que si no lo hacía podría tener problemas. ¿Problemas? Ellos sí que tenían uno entre manos, se habían topado con la tensai en el peor momento posible, cuando estaba dispuesta a quitarlos de en medio a como diese lugar para hacerse con la joya. Además no sentiría pena alguna por la guardiana, después de ver como las sombras se cernían a su alrededor no dejaría de considerarla una enemiga, puede que incluso el calamar también estuviese rodeado de oscuridad, pero el libro de Tarivius no le había mostrado tal cosa, y hasta que no lo confirmase, lo trataría como a una persona normal y corriente.
Entonces fue la maga quien tomó la palabra, tildándola de ladrona y maleducada. Aquello fue el colmo, ¿pretendía seguir con la farsa mucho más? Elen sabía lo que portaba y además también cuál era su elemento, así que dejaría de lado las armas de momento, para hacer uso de sus desarrollados poderes. El calamar sujetaba con fuerza la empuñadura de su espada, pero para poder alcanzarla tendría que esquivar sus hechizos, cosa que no resultaría fácil, así que nuevamente, se centró en la maga.
- ¿Qué lo has ganado de forma honrada? ¡Mentira! Yo sé lo que es y no te pertenece, ni a ti ni a las sombras que te acompañan. - exclamó, mientras las imágenes que el corazón de Ravnik le había enseñado se repetían en su cabeza. - Dominar ese poder no os corresponde, y si os negáis a entregarlo me haré con el… a mi manera. - añadió con voz fría, mientras la electricidad le envolvía los brazos de forma visible. De ningún modo iba a dejar el fragmento en manos de esa mujer, así que la pelea era inevitable, con lo que trataría de ser la primera en atacar para obtener cierta ventaja, y de paso librarse del calamar.
Teniendo en cuenta que su verdadera oponente era la maga, lo mejor que podía hacer era eliminar el otro frente para no tener que preocuparse por los dos, pero en principio no quería dañar al hombre bestia, así que intentaría simplemente alejarlo de la lucha, echando mano a sus poderes de viento. Luego iría contra la guardiana, pero manteniendo una distancia prudencial hasta que pudiese alcanzarla con alguna descarga y aturdirla, pocas veces se había enfrentado a miembros de su misma raza, y sabiendo de lo que era capaz su hermano Vincent, que también dominaba el ígneo elemento, debía ser prudente.
La armadura la protegería en parte los hechizos enemigos, pero al haberse despojado de la parte que cubría el pecho, tras quedar esta abollada por culpa del dragón de humo, Elen tendría especial cuidado en no exponerse demasiado, solo lo necesario para salir victoriosa y hacerse con el fragmento de Kinvar. Así pues, concentró sus poderes y lanzó una onda en dirección al calamar, esperando que esta lo alcanzara y le hiciese salir por los aires varios metros, distancia que bastaría para alejarlo del combate.
Sin perder ni un instante, la electricidad que envolvía sus brazos recorrió ambas extremidades hasta llegar a las manos, donde se concentró hasta formar una brillante esfera celeste, de la que repentinamente surgió la descarga, que salió rápidamente disparada hacia la posición de la otra bruja. Puede que la suerte, al igual que durante el enfrentamiento con Ravnik, no estuviese de su parte, con lo que ambos podrían esquivar los hechizos, pero a pesar de eso lucharía hasta su último aliento, para completar la misión que el Centinela le había asignado.
La daga descansaba en el cinturón, y de ser preciso no dudaría en usarla con ayuda de la telequinesis, para convertirla en un peligroso y mortífero proyectil, pero además de eso se guardaba un as en la manga, un nuevo ataque que había perfeccionado hacía poco, y que podría ayudarla bastante si la situación se complicaba, aunque implicase un gran desgaste de energía, motivo por el cual lo reservaba para el momento adecuado. También contaba con ambas espadas, la de acero y la que le había entregado el dragón de Dundarak, imbuida en magia de hielo, pero teniendo en cuenta que se enfrentaba a dos oponentes, la distancia sería su mejor baza.
Elen Calhoun
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El Capitán observó con gran expectación cada gesto junto con cada palabra con las que Keira se expresaba. Sin duda, su mundo era el espectáculo y eso mismo es lo que le estaba dando a la mujer de pelo blanquecino: Espectáculo. Todo empezó con una reverencia, dobló ligeramente las piernas y con elegancia, y una sonrisa provocadora, se inclinó levemente mostrando su negación ante la amenaza de la mujer. No importa lo mucho que se haya esforzado el Capitán para no provocar ningún problema ni ningún malentendido entre aquellas dos mujeres; solo con aquella sutil reverencia y esa sonrisa burlona, ya provocaba todo aquello que él quería evitar.
-¿De qué poder estás hablando y que es eso sobre unas sombras?- El Capitán avanzó unos pasos para dialogar ante la masa de electricidad y poder que se le acercaba. Una mujer, con unas habilidades tan sorprendentes, debería estar dispuesta a parlamentar y esa era la intención del Capitán. Por lo menos eso fue lo que él erróneamente pensó. Antes de que pudiera alzar los brazos en señal de paz, la mujer invocó una bocanada de aire tan fuerte que lanzó unos pocos metros al Capitán por los aires. –Maldita…- Susurró al caer de espaldas en la acolchada nieve.
Edgar Alan Poe dejó de sobrevolar a la mujer de pelo blanco para aterrizar justo en el hombro del Capitán. Ambos dos se quedaron mudos al observar de toda el aura de poder que desprendía su enemiga; ni siquiera el bocazas de plumas negras se atrevió a decir ninguna de las muchas palabras que conocía. Tanto el ave como el Capitán Werner sabían que, de tener que enfrentarse contra aquella mujer, quedarían reducidos a cenizas. La decisión más sensata estaba en huir de aquel lugar lo antes posible; sin embargo, si lo hacía, Keira sería quien se convertiría en las cenizas que Alfred renegaba. La segunda decisión que podía tomar estaba en plantarle cara a la mujer y enfrentarse cara a cara contra ella. los dos pájaros, Keira y el Capitán contra solo una única mujer; a lo que el número se refería, ella estaba en desventaja.
Si estaba dispuesto a combatir contra la mujer lo haría a su manera. Un ataque frontal, espada contra espada, sería una estupidez y un ataque a distancia otra estupidez mayor. Solo había un ataque que poder utilizar, uno en el cual el Capitán era experto: un ataque de astucia e inteligencia.
Tan rápido como sus temblorosos dedos podían moverse, Alfred cogió un papel del bolsillo de su gabardina y escupió en él un buen gargajo de tinta negra. El pringue cubrió todo el papel, tanto así que se podía ver chorrear unas gotas de negras. El plan era simple, dejar ciega a la mujer de pelo blanco. Daría el papel a Alan quien se lo lanzaría desde el cielo a la cara de la mujer, la tinta haría el resto. De esta forma, el ataque frontal y el ataque a distancia dejarían de ser un problema para convertirse en una ventaja aprovechable.
-Edgar, lánzale esto en la cara de la mujer de pelo blanco.- Le dijo el Capitán al cuervo. -No te preocupes por ti, llamaré su atención para que no te llegue a ver.- Le cedió el papel de tinta al cuervo quien lo cogió con cierto asco.
-Tinta. Asco.- Graznó Edgar Alan Poe antes de prender el vuelo.
--¡Tú!- Gritó el Capitán a la vez que se levantaba del suelo. -- Zorra albina.- Cogió un montón de nieve, hizo que tuviera forma de bola y se la lanzó a la mujer. - – No deberías lanzar por los aires a alguien a quien puedas hacer enfadar.- Dijo el Capitán ajustándose el sombrero. Su vestimenta y su aspecto monstruoso le hacían parecer más peligroso de lo que en verdad era, él lo sabía y lo estaba usando a su favor. -– Y a mí me has hecho enfadar.- En cuanto el Capitán dijo la última palabra, el cuervo soltó desde el cielo el papel recubierto de tinta de calamar. Solo faltaba esperar a que el plan de Alfred fuera tan exitoso como él se lo imaginaba.
Offrol: La runa que lance determinara si doy o no doy y cuán recubierta está la cara de Elen de tinta de Alfred. Lo dejo a tú criterio Elen ^.^-¿De qué poder estás hablando y que es eso sobre unas sombras?- El Capitán avanzó unos pasos para dialogar ante la masa de electricidad y poder que se le acercaba. Una mujer, con unas habilidades tan sorprendentes, debería estar dispuesta a parlamentar y esa era la intención del Capitán. Por lo menos eso fue lo que él erróneamente pensó. Antes de que pudiera alzar los brazos en señal de paz, la mujer invocó una bocanada de aire tan fuerte que lanzó unos pocos metros al Capitán por los aires. –Maldita…- Susurró al caer de espaldas en la acolchada nieve.
Edgar Alan Poe dejó de sobrevolar a la mujer de pelo blanco para aterrizar justo en el hombro del Capitán. Ambos dos se quedaron mudos al observar de toda el aura de poder que desprendía su enemiga; ni siquiera el bocazas de plumas negras se atrevió a decir ninguna de las muchas palabras que conocía. Tanto el ave como el Capitán Werner sabían que, de tener que enfrentarse contra aquella mujer, quedarían reducidos a cenizas. La decisión más sensata estaba en huir de aquel lugar lo antes posible; sin embargo, si lo hacía, Keira sería quien se convertiría en las cenizas que Alfred renegaba. La segunda decisión que podía tomar estaba en plantarle cara a la mujer y enfrentarse cara a cara contra ella. los dos pájaros, Keira y el Capitán contra solo una única mujer; a lo que el número se refería, ella estaba en desventaja.
Si estaba dispuesto a combatir contra la mujer lo haría a su manera. Un ataque frontal, espada contra espada, sería una estupidez y un ataque a distancia otra estupidez mayor. Solo había un ataque que poder utilizar, uno en el cual el Capitán era experto: un ataque de astucia e inteligencia.
Tan rápido como sus temblorosos dedos podían moverse, Alfred cogió un papel del bolsillo de su gabardina y escupió en él un buen gargajo de tinta negra. El pringue cubrió todo el papel, tanto así que se podía ver chorrear unas gotas de negras. El plan era simple, dejar ciega a la mujer de pelo blanco. Daría el papel a Alan quien se lo lanzaría desde el cielo a la cara de la mujer, la tinta haría el resto. De esta forma, el ataque frontal y el ataque a distancia dejarían de ser un problema para convertirse en una ventaja aprovechable.
-Edgar, lánzale esto en la cara de la mujer de pelo blanco.- Le dijo el Capitán al cuervo. -No te preocupes por ti, llamaré su atención para que no te llegue a ver.- Le cedió el papel de tinta al cuervo quien lo cogió con cierto asco.
-Tinta. Asco.- Graznó Edgar Alan Poe antes de prender el vuelo.
--¡Tú!- Gritó el Capitán a la vez que se levantaba del suelo. -- Zorra albina.- Cogió un montón de nieve, hizo que tuviera forma de bola y se la lanzó a la mujer. - – No deberías lanzar por los aires a alguien a quien puedas hacer enfadar.- Dijo el Capitán ajustándose el sombrero. Su vestimenta y su aspecto monstruoso le hacían parecer más peligroso de lo que en verdad era, él lo sabía y lo estaba usando a su favor. -– Y a mí me has hecho enfadar.- En cuanto el Capitán dijo la última palabra, el cuervo soltó desde el cielo el papel recubierto de tinta de calamar. Solo faltaba esperar a que el plan de Alfred fuera tan exitoso como él se lo imaginaba.
El Capitán Werner
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La chica de pelo blanco debía estar loca, ¿sombras y poder? No es que ella fuera especialmente fuerte o diestra en sus habilidades mágicas, y las únicas sombras que la rodeaban siempre eran las de su propio pasado y su miedo, si esa mujer pensaba que ese anillo que para ella no significaba más que un signo de su propia fuerza, tenía poder alguno, es que necesitaba que la internasen en un sanatorio mental.
Había conseguido el anillo meses atrás, y no había cambiado en ella nada notable, seguía siendo tan esquiva, borde y malencarada como siempre, tal vez estaba más irritable que de normal, pero suponía que era normal cuando alquien que, como ella, odia el frío, viaja durante semanas por la fría estepa del norte. Seguramente, si la chica se lo hubiera pedido con amabilidad, le habría lanzado el anillo a la cara, pero esa altanería, esas acusaciones sin sentido, esa soberbia, no era algo que el ego de la bruja estuviera dispuesto a aceptar, nadie le hablaba asi, y si eso implicaba que ella era una altanera, así sería, pero se aferraría a su amor propio como quien lo hace a un clavo ardiendo. Al fin y al cabo, solo tenía su orgullo.
Con un gesto de impasividad que para nada sentía, observó, dagas en mano y calor en las palmas, como el capitán llamaba a la calma y presionaba para que la mujer se disculpara, aunque, en realidad, Keira no necesitaba una disculpa, necesitaba algo más, el anillo que titilaba en su mano provocaba una extraña sensación de cosquilleo que le reclamaba sangre.
Poco pudo hacer el calamar cuando un fuerte viento se alzó de la nada y lo lanzó lejos, estaba claro, ese era el poder de la otra mujer, una bruja, como ella, pero, por lo que podía notar, mucho más poderosa de lo que ella podría soñar ser, sobretodo teniendo en cuenta su escaso control sobre su materia. Sin apartar la vista de la mujer de pelo blanco, sonrió, parecía que, con el brillo del anillo, sus miedos y precauciones desaparecían sin razón aparente.
- Fire, alejate.- murmuró con voz a penas audible.
El aguila alzó el vuelo, y Keira comenzó a calentar sus manos, lanzando. finalmente, llamas hacia la nive. La escarcha se convirtió en agua, y pronto, esa agua, en vapor, que comenzó a cubrir a la bruja de fuego, ocultando su posición. Solo debía mantener el silencio y sus pasos delicados usuales, para encontrar un punto y momento en el que poder lanzar una de sus dagas, si bien no tenía buena visión con el vapor, y su puntería y fuerza no eran especialmente buenas, la loca de pelo blanco tampoco tendría una buena percepción de donde se encontraba.
Mientras miraba por donde atacar, escuchó un graznido y alzó la cabeza sin cesar su movimiento para ver al cuervo del capitán lanzar algo hacia un punto, eso le dio una pista, si el capitán intentaba ayudarla, y pretendía atacar a la joven de pelo blanco, posiblemente el lugar hacia el que caía el pañuelo era la posición de la bruja loca. ese era su punto en la diana.
Sin pararse a calcular mucho más, consciente de que, tarde o temprano, el vapor se disolvería dejandola a la vista, si no es que ya había empezado a hacerlo, se detuvo y lanzó la daga, al tiempo que un piido de Fire le daba la señal de que, como sospechaba ella, era el momento de actuar, tal vez, con algo de suerte, diera en el blanco, o, al menos, rozase, haciendole una herida.
Keira esperaba que acertase en la pierna, si reducía la movilidad de la bruja, podría aventurarse a acercarse más para golpear con las dagas de modo más directo. Pero nunca se sabía, no es que fuera buena con las armas, lo suyo eran las artes, no las luchas, solo podía rezar y confiar en unos dioses en los que no creía para que, a pesar de todo, le sonriera la fortuna. Lo unico de lo que, en ese momento, estaba segura, era de que no daría a nadie su anillo, y de que esa mujer de pelo blanco debería ser ingresada en un hospital para enfermos mentales, ¿que tipo de mente debía tener alguien para imaginar sombras entorno a la gente?
Había conseguido el anillo meses atrás, y no había cambiado en ella nada notable, seguía siendo tan esquiva, borde y malencarada como siempre, tal vez estaba más irritable que de normal, pero suponía que era normal cuando alquien que, como ella, odia el frío, viaja durante semanas por la fría estepa del norte. Seguramente, si la chica se lo hubiera pedido con amabilidad, le habría lanzado el anillo a la cara, pero esa altanería, esas acusaciones sin sentido, esa soberbia, no era algo que el ego de la bruja estuviera dispuesto a aceptar, nadie le hablaba asi, y si eso implicaba que ella era una altanera, así sería, pero se aferraría a su amor propio como quien lo hace a un clavo ardiendo. Al fin y al cabo, solo tenía su orgullo.
Con un gesto de impasividad que para nada sentía, observó, dagas en mano y calor en las palmas, como el capitán llamaba a la calma y presionaba para que la mujer se disculpara, aunque, en realidad, Keira no necesitaba una disculpa, necesitaba algo más, el anillo que titilaba en su mano provocaba una extraña sensación de cosquilleo que le reclamaba sangre.
Poco pudo hacer el calamar cuando un fuerte viento se alzó de la nada y lo lanzó lejos, estaba claro, ese era el poder de la otra mujer, una bruja, como ella, pero, por lo que podía notar, mucho más poderosa de lo que ella podría soñar ser, sobretodo teniendo en cuenta su escaso control sobre su materia. Sin apartar la vista de la mujer de pelo blanco, sonrió, parecía que, con el brillo del anillo, sus miedos y precauciones desaparecían sin razón aparente.
- Fire, alejate.- murmuró con voz a penas audible.
El aguila alzó el vuelo, y Keira comenzó a calentar sus manos, lanzando. finalmente, llamas hacia la nive. La escarcha se convirtió en agua, y pronto, esa agua, en vapor, que comenzó a cubrir a la bruja de fuego, ocultando su posición. Solo debía mantener el silencio y sus pasos delicados usuales, para encontrar un punto y momento en el que poder lanzar una de sus dagas, si bien no tenía buena visión con el vapor, y su puntería y fuerza no eran especialmente buenas, la loca de pelo blanco tampoco tendría una buena percepción de donde se encontraba.
Mientras miraba por donde atacar, escuchó un graznido y alzó la cabeza sin cesar su movimiento para ver al cuervo del capitán lanzar algo hacia un punto, eso le dio una pista, si el capitán intentaba ayudarla, y pretendía atacar a la joven de pelo blanco, posiblemente el lugar hacia el que caía el pañuelo era la posición de la bruja loca. ese era su punto en la diana.
Sin pararse a calcular mucho más, consciente de que, tarde o temprano, el vapor se disolvería dejandola a la vista, si no es que ya había empezado a hacerlo, se detuvo y lanzó la daga, al tiempo que un piido de Fire le daba la señal de que, como sospechaba ella, era el momento de actuar, tal vez, con algo de suerte, diera en el blanco, o, al menos, rozase, haciendole una herida.
Keira esperaba que acertase en la pierna, si reducía la movilidad de la bruja, podría aventurarse a acercarse más para golpear con las dagas de modo más directo. Pero nunca se sabía, no es que fuera buena con las armas, lo suyo eran las artes, no las luchas, solo podía rezar y confiar en unos dioses en los que no creía para que, a pesar de todo, le sonriera la fortuna. Lo unico de lo que, en ese momento, estaba segura, era de que no daría a nadie su anillo, y de que esa mujer de pelo blanco debería ser ingresada en un hospital para enfermos mentales, ¿que tipo de mente debía tener alguien para imaginar sombras entorno a la gente?
Keira Brabery
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Los labios de la hechicera se curvaron esbozando una leve sonrisa al ver que la onda había alcanzado a su objetivo, pero pronto su gesto volvió a tornarse serio, al ver que el efecto de la misma no era el esperado. El calamar se vio apartado de la pelea, pero no lo suficiente como para que ella pudiese centrarse exclusivamente en la otra adversaria, al parecer no había dado la potencia adecuada al ataque, y para colmo de males, la descarga que había lanzado hacia la poseedora del anillo no llegó a alcanzarla. - Ya empezamos…- masculló entre dientes, recordando la mala suerte que la había acompañado durante toda la pelea contra el primer guardián, Ravnik.
En aquella ocasión necesitó ayuda, no solo de Levia sino también del propio Tarivius, cosa que esperaba que no se repitiese, sobre todo ahora que ya no contaba con el bastón del centinela. ¿Estaría el anciano observándola desde su casa? Probablemente sí, pero no podía depender de él para completar la misión, tenía que conseguir los otros dos fragmentos por su cuenta, aunque ello supusiera un gran coste. Elen sabía que superar aquellas pruebas sería un paso más en su lucha contra las sombras que la atormentaban, pero también que poco cambiaría una vez tuviese en su poder el amuleto para controlar la maldición. Los jinetes no podrían llegar hasta ella con tanta facilidad, pero la joven tendría que seguir buscando el modo de detenerlos y destruirlos, o en caso de que esto último no fuese posible, hallar una forma de encerrarlos en su plano, para que no pudiesen regresar jamás a Aerandir.
Quizá las aspiraciones de la bruja eran demasiado ambiciosas, pero tras más de tres años viendo lo que esos seres eran capaces de hacer, a través de las pesadillas, no quería ni pensar en la posibilidad de que las sombras lograsen llegar hasta aquellas tierras. Por eso debía conseguir el segundo fragmento cuanto antes, ya que el tiempo iba en su contra. Centró su atención en la bruja de fuego, que optó por valerse de su elemento para calentar la nieve que había delante de ella, de modo que el vapor ocultase su figura, pero pronto tuvo que volver a girarse hacia el calamar, que gritaba mientras volvía a ponerse en pie, visiblemente enfadado por el ataque de la tensai de aire.
Echando mano a un pequeño montón de nieve, el hombre bestia creó una bola y la lanzó en su dirección, pero con un simple movimiento del brazo de la maga el proyectil salió desviado hacia un lado, gracias a una corriente de aire. Tras ajustarse el sombrero, el calamar se dirigió hacia ella con voz intimidante, cosa que de haber hecho ante cualquier otra joven le habría funcionado para hacer dudar a la adversaria, pero que con Elen de poco valdría. Después de todo lo que le había tocado ver en la vida, y de los retos que había tenido que superar para encontrarse donde estaba, un simple hombre bestia no iba a conseguir asustarla.
Lo habría visto venir, de no haberse centrado tanto en las palabras del extraño probablemente habría sido capaz de reaccionar a tiempo, pero cegada como estaba por su empeño de obtener el anillo de la bruja, ignoró por completo al cuervo que volvía a sobrevolarla, para dejar caer sobre ella un papel manchado de tinta. - ¡Maldito pajarraco! - exclamó molesta en cuanto el oscuro manchón le acertó en mitad de la cara, aunque al menos sus reflejos actuaron en el momento preciso, para cerrar los ojos antes de que la tinta pudiese provocarle una irritación o algo peor.
Con el dorso del guante de cuero, limpió las zonas cercanas a los ojos y volvió a abrirlos tan rápido como pudo, sabiendo que si daba ocasión a sus enemigos, estos aprovecharían cualquier instante de debilidad para atacarla. Dedicó una mirada cargada de odio hacia el calamar, pero pronto se preocupó más por su compañera, la hechicera que probablemente siguiese oculta gracias al vapor. Dirigió una ráfaga de aire hacia la posición en que había visto a la maga por última vez, pero cuando la cortina se desvaneció ella ya no estaba allí, tal como esperaba había cambiado de lugar.
Elen giró sobre sus talones para buscarla a su alrededor, y gracias a eso tuvo tiempo de ver la daga que se dirigía hacia ella, proyectil que esquivó haciéndose a un lado con un rápido movimiento. - Quieren jugar, veamos qué tal se les da. - dijo con voz tranquila, mientras manipulaba el arma de su enemiga valiéndose de la telequinesis, para hacerla levitar y salir disparado hacia su legítima dueña, a la altura a la que debería tener los brazos. Con esto buscaba alcanzarle un hombro, de modo que le costase más seguir lanzando hechizos, pero no podía olvidarse del calamar ni de su mascota, no todavía.
Retrocedió para poner unos metros entre ambos enemigos y ella misma, para luego volver a concentrar la electricidad y disparar una descarga contra el hombre bestia, ésta vez buscando aturdirlo para que no interviniese más en el desarrollo de la pelea. Como siempre, era consciente de la mala suerte que llevaba consigo, así que empezó a planear su siguiente movimiento, por si volvía a fallar.
En aquella ocasión necesitó ayuda, no solo de Levia sino también del propio Tarivius, cosa que esperaba que no se repitiese, sobre todo ahora que ya no contaba con el bastón del centinela. ¿Estaría el anciano observándola desde su casa? Probablemente sí, pero no podía depender de él para completar la misión, tenía que conseguir los otros dos fragmentos por su cuenta, aunque ello supusiera un gran coste. Elen sabía que superar aquellas pruebas sería un paso más en su lucha contra las sombras que la atormentaban, pero también que poco cambiaría una vez tuviese en su poder el amuleto para controlar la maldición. Los jinetes no podrían llegar hasta ella con tanta facilidad, pero la joven tendría que seguir buscando el modo de detenerlos y destruirlos, o en caso de que esto último no fuese posible, hallar una forma de encerrarlos en su plano, para que no pudiesen regresar jamás a Aerandir.
Quizá las aspiraciones de la bruja eran demasiado ambiciosas, pero tras más de tres años viendo lo que esos seres eran capaces de hacer, a través de las pesadillas, no quería ni pensar en la posibilidad de que las sombras lograsen llegar hasta aquellas tierras. Por eso debía conseguir el segundo fragmento cuanto antes, ya que el tiempo iba en su contra. Centró su atención en la bruja de fuego, que optó por valerse de su elemento para calentar la nieve que había delante de ella, de modo que el vapor ocultase su figura, pero pronto tuvo que volver a girarse hacia el calamar, que gritaba mientras volvía a ponerse en pie, visiblemente enfadado por el ataque de la tensai de aire.
Echando mano a un pequeño montón de nieve, el hombre bestia creó una bola y la lanzó en su dirección, pero con un simple movimiento del brazo de la maga el proyectil salió desviado hacia un lado, gracias a una corriente de aire. Tras ajustarse el sombrero, el calamar se dirigió hacia ella con voz intimidante, cosa que de haber hecho ante cualquier otra joven le habría funcionado para hacer dudar a la adversaria, pero que con Elen de poco valdría. Después de todo lo que le había tocado ver en la vida, y de los retos que había tenido que superar para encontrarse donde estaba, un simple hombre bestia no iba a conseguir asustarla.
Lo habría visto venir, de no haberse centrado tanto en las palabras del extraño probablemente habría sido capaz de reaccionar a tiempo, pero cegada como estaba por su empeño de obtener el anillo de la bruja, ignoró por completo al cuervo que volvía a sobrevolarla, para dejar caer sobre ella un papel manchado de tinta. - ¡Maldito pajarraco! - exclamó molesta en cuanto el oscuro manchón le acertó en mitad de la cara, aunque al menos sus reflejos actuaron en el momento preciso, para cerrar los ojos antes de que la tinta pudiese provocarle una irritación o algo peor.
Con el dorso del guante de cuero, limpió las zonas cercanas a los ojos y volvió a abrirlos tan rápido como pudo, sabiendo que si daba ocasión a sus enemigos, estos aprovecharían cualquier instante de debilidad para atacarla. Dedicó una mirada cargada de odio hacia el calamar, pero pronto se preocupó más por su compañera, la hechicera que probablemente siguiese oculta gracias al vapor. Dirigió una ráfaga de aire hacia la posición en que había visto a la maga por última vez, pero cuando la cortina se desvaneció ella ya no estaba allí, tal como esperaba había cambiado de lugar.
Elen giró sobre sus talones para buscarla a su alrededor, y gracias a eso tuvo tiempo de ver la daga que se dirigía hacia ella, proyectil que esquivó haciéndose a un lado con un rápido movimiento. - Quieren jugar, veamos qué tal se les da. - dijo con voz tranquila, mientras manipulaba el arma de su enemiga valiéndose de la telequinesis, para hacerla levitar y salir disparado hacia su legítima dueña, a la altura a la que debería tener los brazos. Con esto buscaba alcanzarle un hombro, de modo que le costase más seguir lanzando hechizos, pero no podía olvidarse del calamar ni de su mascota, no todavía.
Retrocedió para poner unos metros entre ambos enemigos y ella misma, para luego volver a concentrar la electricidad y disparar una descarga contra el hombre bestia, ésta vez buscando aturdirlo para que no interviniese más en el desarrollo de la pelea. Como siempre, era consciente de la mala suerte que llevaba consigo, así que empezó a planear su siguiente movimiento, por si volvía a fallar.
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Por muy poderosa que fuera la bruja de pelo blanco, ella no tenía nada que hace contra el equipo que formaban la señorita Bravery y el Capitán Werner. En dos ocasiones, ambos dos tuvieron que trabajar unidos, la primera para combatir contra unos lobos gigantes y la segunda lucharon contra un grupo de elfos secuestradores y trovadores ladrones; ninguno de sus enemigos tuvo la más mínima posibilidad de poder escapar. La mitad de los lobos quedaron abrasados por las llamas de Keira y la segunda mitad con la garganta agujereada por la espada del Capitán; los elfos no tuvieron un final diferente a los lobos. Hasta el momento, ninguno de sus enemigos les había vencido y, aquella vez, Alfred, estaba seguro que tampoco les iban a vencer. La señorita Bravery no era una mujer convencional, su ímpetu y su astucia superaba con creces a muchos capitanes piratas que Alferd conoció en sus buenos tiempos, y también superaba a los que conoció en sus malos tiempos. Cuando el Capitán observó como la chica, astuta como siempre lo hubo sido, aprovechó la distracción que él había creado para crear una cortina de humo al deshacer la nieve y, en segundo lugar, lanzar una de sus dagas cuando el halcón le señaló el mejor momento hacia la bruja de pelo blanco, el Capitán suspiró aliviado pues creyó que ya sería el fin de la batalla.
Se equivocó. El Capitán cometió uno de los más grandes errores que podía cometer en una batalla: Menosprecio a su enemigo. La hechicera de pelo blanco invocó una corriente de aire, similar a la que tiró al Capitán al suelo, y deshizo la cortina de humo que Keira había logrado hacer. La daga voladora ya estaba en el campo de visión de la hechicera de pelo blanco, y no solo, también bajo su control telequinético. Pronto, cambió de dirección para ir a la posición donde estaba la señortia Bravery.
-¡Keira, cuidado!- Gritó. -¡Esquívalo!- Una mera orden, bajo la voz del Capitán, cobraba un valor diferente. No era un simple grito como el que podía hacer cualquier frutero para vender su producto en el mercado de la ciudad de Lunargenta, lo que hacía era una ayuda: Una fuente de vida y de poder que generaba en lo más hondo del corazón de sus aliados.
La mujer de pelo blanco no tardó en contestar al grito del Capitán con una corriente eléctrica directa hacia su pecho. De no ser por la gabardina de cuero negra, se hubiera caído al suelo y su cabeza hubiera quedado hundida en la nieve. No, no iba a dejar que la mujer le tirase al suelo otra vez ni que lo apartará de la pelea. Alfred estaba decidido a ayudar a Keira Bravery, iba a salvarla. No iba a consentir ver más seres queridos muertos. Ya tuvo bastante con tener que ver el cuerpo fallecido de Goldie tirado en el suelo como si fuera un miserable perro como para tener que ver otros muertos a su alrededor. Por mucho que le doliese el hechizo de la bruja de pelo blanco, él no se rendiría.
El Capitán se quedó en pie, mirando fijamente a su enemigo. Su mano izquierda apretaba la empuñadura de su vieja espada sin tener que llegar a desenvainarla. No todavía. -Eres una zorra poderosa.- Consiguió pronunciar el Capitán con dificultad por el golpe que le había causado la corriente eléctrica.
Miró al cielo en busca de una señal de su cuervo como había hecho minutos antes la Dama del Fuego Amargo con su halcón, pero Edgar Alan Poe no dijo nada, callaba en los momentos que más tenía que hablar. No importó, desenvainó su vieja espada y al cielo, en un tiro parabólico, contra su enemiga. Esa era la distracción, luego venía el ataque. Rápidamente, el Capitán desenvainó su otra espada, el alfanje de acero que el Gremio de Ladrones le había regalado por su valía en el combate. Antes de que la espada vieja cayera donde la mujer de pelo blanco, el Capitán corrió para enfrentarse contra ella cuerpo a cuerpo, espada contra espada, lejos de los hechizos de viento y electricidad que la mujer podía convocar.
Se equivocó. El Capitán cometió uno de los más grandes errores que podía cometer en una batalla: Menosprecio a su enemigo. La hechicera de pelo blanco invocó una corriente de aire, similar a la que tiró al Capitán al suelo, y deshizo la cortina de humo que Keira había logrado hacer. La daga voladora ya estaba en el campo de visión de la hechicera de pelo blanco, y no solo, también bajo su control telequinético. Pronto, cambió de dirección para ir a la posición donde estaba la señortia Bravery.
-¡Keira, cuidado!- Gritó. -¡Esquívalo!- Una mera orden, bajo la voz del Capitán, cobraba un valor diferente. No era un simple grito como el que podía hacer cualquier frutero para vender su producto en el mercado de la ciudad de Lunargenta, lo que hacía era una ayuda: Una fuente de vida y de poder que generaba en lo más hondo del corazón de sus aliados.
La mujer de pelo blanco no tardó en contestar al grito del Capitán con una corriente eléctrica directa hacia su pecho. De no ser por la gabardina de cuero negra, se hubiera caído al suelo y su cabeza hubiera quedado hundida en la nieve. No, no iba a dejar que la mujer le tirase al suelo otra vez ni que lo apartará de la pelea. Alfred estaba decidido a ayudar a Keira Bravery, iba a salvarla. No iba a consentir ver más seres queridos muertos. Ya tuvo bastante con tener que ver el cuerpo fallecido de Goldie tirado en el suelo como si fuera un miserable perro como para tener que ver otros muertos a su alrededor. Por mucho que le doliese el hechizo de la bruja de pelo blanco, él no se rendiría.
El Capitán se quedó en pie, mirando fijamente a su enemigo. Su mano izquierda apretaba la empuñadura de su vieja espada sin tener que llegar a desenvainarla. No todavía. -Eres una zorra poderosa.- Consiguió pronunciar el Capitán con dificultad por el golpe que le había causado la corriente eléctrica.
Miró al cielo en busca de una señal de su cuervo como había hecho minutos antes la Dama del Fuego Amargo con su halcón, pero Edgar Alan Poe no dijo nada, callaba en los momentos que más tenía que hablar. No importó, desenvainó su vieja espada y al cielo, en un tiro parabólico, contra su enemiga. Esa era la distracción, luego venía el ataque. Rápidamente, el Capitán desenvainó su otra espada, el alfanje de acero que el Gremio de Ladrones le había regalado por su valía en el combate. Antes de que la espada vieja cayera donde la mujer de pelo blanco, el Capitán corrió para enfrentarse contra ella cuerpo a cuerpo, espada contra espada, lejos de los hechizos de viento y electricidad que la mujer podía convocar.
Off rol: Señalo la habilidad de nivel 1 del Capitán
El Capitán Werner
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
El miembro 'Capitán Werner' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Cuando la bruma que había logrado crear deshaciendo la nieve, movida por una brisa que no existía hasta el momento, y, dado que ella no era capaz de usar magia de viento, suponía que era cosa de la bruja de pelo blanco, vio como la mujer se limpiaba la cara al tiempo que su daga giraba hacia ella de un modo nada natural.
Keira pudo observar, entre la bruma, como la daga tomaba velocidad y se acercaba a ella peligrosamente rápido, con toda la fuerza de la que disponía, intentó detenerla usando la telequinesis contra la telequinesis, notando como sus manos comenzaban a prender, y a lanzar ligeras llamas que no hacían más que derretir más nieve a su alrededor. Mientras intentaba detener la daga, y una gota de sudor frío resvalaba por su frente, una imagen se le vino a la cabeza al tiempo que el anillo emitía una fuerte luz roja.
La imagen de un inmenso dragón del color de la noche, lanzando su aliento verde, mirandola cara a cara mientras la joven temblaba. Keira tragó saliva, intentando volver al presente. Pero de nada sirvió, las imagenes siguieron sucediendose, primero ella lanzando una llamarada, Fire distrayendo a la enorme bestia y la bola de fuego lanzada regresando a ella con una velocidad pasmosa.
Cuando el grito del capitán resonó en el aire, Keira lanzó un grito y, dejando de aplicar su telekinesis, se lanzó a un lado, notando el roce de la daga en su mejilla mientras ella tomaba su hombro y se agachaba, respirando con dificultad. Los nervios le asomaban a la piel poniendosela de gallina. El anillo cesó su brillo, mientras Keira recuperaba el control sobre si misma. ¿Qué había sido eso?
Aun con respiración entrecortada, intentó no perder tiempo y, rápido, tomó su otra daga y, envolviendola en llamas, la lanzó rezando para que no se apagase, intentó apuntar a la pierna de la mujer de blanco, evitando asi que se moviera, si podían inmovilizarla, quería decir que podrían luchar contra ella más fácilmente y, con ello, preguntarle qué demonios tenía contra ella, no había visto a esa loca en su vida, y le reventaba que la tratase así.
Normalmente quienes lo hacían era con razón, al fin y al cabo, Keira era una total borde, lo sabía y poco le importaba, pero que lo hicieran de buenas a primeras, le molestaba, y no se iba a parar quieta si la llamaban ladrona, para colmo, para robarle a ella. Era la mayor hipocresía que había visto jamás, ella, que se había llevado palizas por no robar durante su infancia, la cosa ya iba más allá del anillo, que seguía siendo suyo, y no pensaba entregar a nadie, era su tesoro, pero no solo eso, la pelea era ya por su propio orgullo, que eso si era un tesoro real para ella.
Espero a ver el resultado sin moverse, aunque la llama se apagase, la daga estaría lo bastante ardiente como para dejar herida o para quemarla, fuera como fuera, solo con rozarla, lograrían un gran avance y una enorme oportunidad para desarmar a la loca de pelo blanco.
Keira pudo observar, entre la bruma, como la daga tomaba velocidad y se acercaba a ella peligrosamente rápido, con toda la fuerza de la que disponía, intentó detenerla usando la telequinesis contra la telequinesis, notando como sus manos comenzaban a prender, y a lanzar ligeras llamas que no hacían más que derretir más nieve a su alrededor. Mientras intentaba detener la daga, y una gota de sudor frío resvalaba por su frente, una imagen se le vino a la cabeza al tiempo que el anillo emitía una fuerte luz roja.
La imagen de un inmenso dragón del color de la noche, lanzando su aliento verde, mirandola cara a cara mientras la joven temblaba. Keira tragó saliva, intentando volver al presente. Pero de nada sirvió, las imagenes siguieron sucediendose, primero ella lanzando una llamarada, Fire distrayendo a la enorme bestia y la bola de fuego lanzada regresando a ella con una velocidad pasmosa.
Cuando el grito del capitán resonó en el aire, Keira lanzó un grito y, dejando de aplicar su telekinesis, se lanzó a un lado, notando el roce de la daga en su mejilla mientras ella tomaba su hombro y se agachaba, respirando con dificultad. Los nervios le asomaban a la piel poniendosela de gallina. El anillo cesó su brillo, mientras Keira recuperaba el control sobre si misma. ¿Qué había sido eso?
Aun con respiración entrecortada, intentó no perder tiempo y, rápido, tomó su otra daga y, envolviendola en llamas, la lanzó rezando para que no se apagase, intentó apuntar a la pierna de la mujer de blanco, evitando asi que se moviera, si podían inmovilizarla, quería decir que podrían luchar contra ella más fácilmente y, con ello, preguntarle qué demonios tenía contra ella, no había visto a esa loca en su vida, y le reventaba que la tratase así.
Normalmente quienes lo hacían era con razón, al fin y al cabo, Keira era una total borde, lo sabía y poco le importaba, pero que lo hicieran de buenas a primeras, le molestaba, y no se iba a parar quieta si la llamaban ladrona, para colmo, para robarle a ella. Era la mayor hipocresía que había visto jamás, ella, que se había llevado palizas por no robar durante su infancia, la cosa ya iba más allá del anillo, que seguía siendo suyo, y no pensaba entregar a nadie, era su tesoro, pero no solo eso, la pelea era ya por su propio orgullo, que eso si era un tesoro real para ella.
Espero a ver el resultado sin moverse, aunque la llama se apagase, la daga estaría lo bastante ardiente como para dejar herida o para quemarla, fuera como fuera, solo con rozarla, lograrían un gran avance y una enorme oportunidad para desarmar a la loca de pelo blanco.
Keira Brabery
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
El miembro 'Keira Brabery' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
Nada más darse cuenta de lo que planeaba la joven, el calamar advirtió a su compañera para que reaccionase y lograra esquivar la daga que iba en su dirección, justo antes de que la descarga de la hechicera le alcanzase en el pecho. El problema de los hechizos a distancia era que solo servían para aturdir, y su efecto dependía también del individuo que los recibiese, más concretamente de su constitución y resistencia al elemento. Elen ya se había topado con algunas personas y criaturas complicadas de neutralizar, gracias a la corpulencia que tenían, y por lo que pudo apreciar tras lanzar su ataque, el calamar también poseía cierta resistencia.
Eso iba a complicar las cosas, pues una vez más, no podía centrarse en la tensai de fuego sino que tenía dos frentes en contra, lo que la dejaba en clara desventaja. Aun así, el grito de la otra mujer le dio algo de esperanzas, quizá la hubiese alcanzado como pretendía, cosa que ayudaría un poco a equilibrar las cosas entre ambos bandos. La pequeña de los Calhoun quiso buscar con la mirada a su enemiga, pero el hombre bestia no estaba dispuesto a dejarla en paz, desenvainó una espada y la lanzó contra ella, para usar esa acción a modo de distracción y acortar la distancia que los separaba, blandiendo otra hoja.
Sin duda quería entrar en combate cuerpo a cuerpo, sabiendo que de conseguirlo tendría muchas más opciones de imponerse sobre su rival, pero la joven no estaba dispuesta a dejar que se acercase tanto como para poder herirla, y si por algún casual lo lograba, echaría mano del muro de energía para frenarlo. Elen se apartó de la trayectoria de la espada y comenzó a concentrar su elemento nuevamente, pero antes de que pudiese volver a disparar una descarga contra el calamar, un dolor punzante se apoderó de su pierna derecha, unos centímetros por debajo de la cadera. Bajó la vista mientras ahogaba un quejido, solo para ver la daga que la portadora del anillo le había lanzado aprovechando su despiste, incrustada en la armadura ligera que portaba y envuelta en llamas.
Por suerte solo la punta había conseguido traspasar la carne, causándole una herida que si bien no era grave, podía afectar a su velocidad durante el combate, cosa que no haría sino complicar aún más la situación para ella. Rápidamente, extrajo la hoja y dio gracias a que la armadura hubiese detenido en parte el proyectil, pero no disponía del tiempo necesario para tratarse a sí misma, así que apretó los dientes y apoyó el peso del cuerpo sobre la otra pierna, para luego crear una corriente de viento que disipase el vapor, de modo que por fin pudiese ver a su adversaria sin trucos.
Una vez hecho esto, y teniendo en cuenta que el hombre bestia no cesaba en su avance, a lo que tenía que sumar los posibles ataques de la hechicera de fuego, supo que era el momento de hacer uso de la nueva habilidad que había estado practicando, aunque eso implicase gastar gran parte de su energía. Cerró los ojos y la electricidad le envolvió los brazos, brillando cada vez con mayor intensidad hasta que por fin salió disparada hacia el cielo, para instantes después comenzar a caer violentamente a su alrededor en forma de tormenta de rayos, que poco a poco se iba alejando de su posición para acercarse a las de sus enemigos. Aquel ataque era al mismo tiempo defensivo y ofensivo, pues la mantendría relativamente segura y podría causar bastante daño de alcanzar a los objetivos, cosa que esperaba conseguir.
- No puedo fallar esta vez, otra vez no…- musitó para sí sin perder la concentración, al tiempo que se llevaba una mano a la herida para hacer presión. Ahora que su movilidad se veía más limitada tenía que recurrir a medidas drásticas, pero eso conllevaba un alto riesgo, y de no acertar probablemente tuviese grandes problemas para hacer frente a los dos enemigos que tenía ante sí. Abrió los ojos con cierta incertidumbre, pero por suerte no estaba cegada como le había pasado alguna que otra vez durante los entrenamientos, aunque el verdor de sus ojos si había perdido parte de su intensidad, pero al menos no se habían tornado blancos, de momento.
Sin apartar la mano de la herida, Elen siguió con la mirada los rayos que caían fieramente a su alrededor, deseando que alguno acertase a la portadora del anillo y le diese la oportunidad que esperaba para hacerse con el fragmento de Kinvar que descansaba en la joya.
Off: La armadura se puede ver en la lista de tareas y he utilizado mi habilidad de nivel 5: Tempestad.
Eso iba a complicar las cosas, pues una vez más, no podía centrarse en la tensai de fuego sino que tenía dos frentes en contra, lo que la dejaba en clara desventaja. Aun así, el grito de la otra mujer le dio algo de esperanzas, quizá la hubiese alcanzado como pretendía, cosa que ayudaría un poco a equilibrar las cosas entre ambos bandos. La pequeña de los Calhoun quiso buscar con la mirada a su enemiga, pero el hombre bestia no estaba dispuesto a dejarla en paz, desenvainó una espada y la lanzó contra ella, para usar esa acción a modo de distracción y acortar la distancia que los separaba, blandiendo otra hoja.
Sin duda quería entrar en combate cuerpo a cuerpo, sabiendo que de conseguirlo tendría muchas más opciones de imponerse sobre su rival, pero la joven no estaba dispuesta a dejar que se acercase tanto como para poder herirla, y si por algún casual lo lograba, echaría mano del muro de energía para frenarlo. Elen se apartó de la trayectoria de la espada y comenzó a concentrar su elemento nuevamente, pero antes de que pudiese volver a disparar una descarga contra el calamar, un dolor punzante se apoderó de su pierna derecha, unos centímetros por debajo de la cadera. Bajó la vista mientras ahogaba un quejido, solo para ver la daga que la portadora del anillo le había lanzado aprovechando su despiste, incrustada en la armadura ligera que portaba y envuelta en llamas.
Por suerte solo la punta había conseguido traspasar la carne, causándole una herida que si bien no era grave, podía afectar a su velocidad durante el combate, cosa que no haría sino complicar aún más la situación para ella. Rápidamente, extrajo la hoja y dio gracias a que la armadura hubiese detenido en parte el proyectil, pero no disponía del tiempo necesario para tratarse a sí misma, así que apretó los dientes y apoyó el peso del cuerpo sobre la otra pierna, para luego crear una corriente de viento que disipase el vapor, de modo que por fin pudiese ver a su adversaria sin trucos.
Una vez hecho esto, y teniendo en cuenta que el hombre bestia no cesaba en su avance, a lo que tenía que sumar los posibles ataques de la hechicera de fuego, supo que era el momento de hacer uso de la nueva habilidad que había estado practicando, aunque eso implicase gastar gran parte de su energía. Cerró los ojos y la electricidad le envolvió los brazos, brillando cada vez con mayor intensidad hasta que por fin salió disparada hacia el cielo, para instantes después comenzar a caer violentamente a su alrededor en forma de tormenta de rayos, que poco a poco se iba alejando de su posición para acercarse a las de sus enemigos. Aquel ataque era al mismo tiempo defensivo y ofensivo, pues la mantendría relativamente segura y podría causar bastante daño de alcanzar a los objetivos, cosa que esperaba conseguir.
- No puedo fallar esta vez, otra vez no…- musitó para sí sin perder la concentración, al tiempo que se llevaba una mano a la herida para hacer presión. Ahora que su movilidad se veía más limitada tenía que recurrir a medidas drásticas, pero eso conllevaba un alto riesgo, y de no acertar probablemente tuviese grandes problemas para hacer frente a los dos enemigos que tenía ante sí. Abrió los ojos con cierta incertidumbre, pero por suerte no estaba cegada como le había pasado alguna que otra vez durante los entrenamientos, aunque el verdor de sus ojos si había perdido parte de su intensidad, pero al menos no se habían tornado blancos, de momento.
Sin apartar la mano de la herida, Elen siguió con la mirada los rayos que caían fieramente a su alrededor, deseando que alguno acertase a la portadora del anillo y le diese la oportunidad que esperaba para hacerse con el fragmento de Kinvar que descansaba en la joya.
Off: La armadura se puede ver en la lista de tareas y he utilizado mi habilidad de nivel 5: Tempestad.
Elen Calhoun
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Re: Coincidencia Salvaje [quest]
El miembro 'Elen Calhoun' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Tyr
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