La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Página 1 de 2. • Comparte
Página 1 de 2. • 1, 2
La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Miró fijamente la pared que tenía frente a él, de granito gris, con curiosidad. Y, alumbrado solo por la luz de una pálida luna parcialmente escondida tras las nubes, deslizo las yemas de sus dedos por el frió muro que se alzaba alto e imponente en el centro de la urbe, dándole la bienvenida al lugar de origen de los dragones.
Eltrant estaba seguro de que había visitado aquella ciudad en algún momento, poseía recuerdos inconexos de haber estado allí, recuerdos entre vacíos, como una página bellamente escrita entre varias faltantes.
Con un breve suspiró el vaho proveniente de sus pulmones escapó de sus labios y se mezcló con el gélido aire norteño en un instante. Girándose sobre sí mismo y dejando ya el simple muro tras él, lanzó un rápido vistazo a la gente que caminaba, ya entrada la noche, por las calles de la ajetreada ciudad, no le sorprendía ver tal actividad a aquellas horas, después de todo se encontraba en la ciudad más grande del norte, y aunque recluida entre montañas, no dejaba de ser un importante centro comercial.
Tras un tiempo intentando orientarse en aquella ciudad desconocida, el mercenario se ajustó la bufanda que se había encargado de comprar tan pronto como el camino comenzó a cubrirse de nieve, y comenzó a caminar hacia lo que supuso que era el este, como le habían indicado días atrás cuando aceptó el trabajo en su pequeña oficina de Lunargenta.
No podía negar que se sentía cómodo en aquel lugar, y aun cuando estaba allí básicamente por trabajo y se encontraba esquivando transeúntes enfundados en sendas capas de piel, le gustaba el frio, le despejaba las ideas.
Finalmente y después de varias decenas de minutos caminando por las heladas calles de Dundarak, un pequeño cartel parcialmente cubierto de nieve que se encontraba anclado en la fachada de un escueto edificio de dos plantas le informó de que había llegado a su destino.
Acercándose a dicho cartel, el mercenario apartó un poco la nieve que la cubría con la palma de la mano, desvelando lo que había escrito en la madera. – “Antigüedades del Dragón” – Leyó en voz alta a la vez que arqueaba una ceja y retrocedía un par de pasos para mirar el edificio de nuevo.
No era el nombre más original que había oído, pero sin lugar a dudas era el sitio donde debía de estar, y teniendo en cuenta que llevaba casi tres horas vagando sin rumbo por la ciudad, entró en el local sin perder más tiempo contemplando la delantera de la tienda, la cual a excepción del cartel en el que rezaba el nombre de la empresa, era idéntica a todos las demás construcciones que había visto en aquella ciudad.
Lo primero de lo que se percató el mercenario cuando estuvo dentro fue una súbita sensación de calidez que recorrió su cuerpo, no tardó en encontrar la fuente de dicho calor en una curiosa chimenea construida en el centro del lugar, la cual iluminaba y daba calidez a partes iguales. Lo segundo fue que, por mucho que desde fuera aquel sitio pareciese una tumba de granito, una vez en el interior pudo apreciar que fuese quien fuese el dueño de aquel local ponía mucho mimo y empeño en su trabajo, pues todos los objetos que había estaban cuidadosamente colocados, sobre bellos tapices de colores rojos y dorados en vitrinas de cristal las cuales, a simple vista, parecían cerradas a cal y canto.
-“Estaba a punto de cerrar buen hombre” – Una voz débil y cansada informó a Eltrant de que no estaba solo. – “Si quieres tomarte tu tiempo y observar cuidadosamente los artículos de los que dispongo, te recomiendo que vengas mañana” – La voz volvió a resonar en la sala y Eltrant, cerrando la puerta tras de sí, avanzó hacia el origen de la misma, el mostrador que estaba al fondo de la habitación.
El hombre con el que el séptimo de los Tale se encontró era un sonriente anciano de baja estatura, dueño de un espeso bigote del color de la nieve que en aquel momento se agolpaba en la calle. – “No, verá, vengo aquí por otro motivo…” – El mercenario, después de quitarse la bufanda de la cara, introdujo la mano en uno de los bolsillos interiores de su capa y extrajo un papel que no tardó en depositar sobre el mostrador.
El anciano, tras colocarse unas gafas que colgaban en su cuello por un fino cordel dorado, examinó dicho papel y, sonriendo, le hizo una seña a Eltrant para que esperase segundos antes de perderse por una puerta que el hombre tenía tras él. Minutos más tarde el hombre volvió con un paquete cuidadosamente cerrado y lo depositó sobre el mostrador.
– “Aquí tienes caballero” – El regente del local acercó con la mano el paquete hasta el mercenario – “Cuídalo bien, el que te ha entregado esa nota me ha dejado muy claro que hay muchas personas que desean hacerse con lo que contiene” – Eltrant torció el gesto y tomó el fardo sin prestar mucha atención a las palabras de advertencias del anciano, el cual sonrió y se atusó el bigote – “¿Puedo saber qué es?” – Preguntó el mercenario instantes antes de alejarse del mostrador – “Me temo que no, si el comprador no le ha dicho nada al mensajero, yo tampoco puedo decir nada” – Eltrant se encogió de hombros aceptando la lógica de las palabras del hombre y se encaminó a la salida.
Una vez fuera miró hacia el firmamento, la luna había desaparecido, y los suaves copos que mientras estaba en el interior de la tienda habían comenzado a descender le convencieron para que pasase la noche en Dundarak.
No valía la pena internarse en caminos de noche y con aquel clima, por lo que después de caminar por las ahora casi desiertas calles la ciudad, se internó en la primera posada que vio y tras pagar el alojamiento subió hasta su habitación. Retomaría el viaje al amanecer.
Eltrant estaba seguro de que había visitado aquella ciudad en algún momento, poseía recuerdos inconexos de haber estado allí, recuerdos entre vacíos, como una página bellamente escrita entre varias faltantes.
Con un breve suspiró el vaho proveniente de sus pulmones escapó de sus labios y se mezcló con el gélido aire norteño en un instante. Girándose sobre sí mismo y dejando ya el simple muro tras él, lanzó un rápido vistazo a la gente que caminaba, ya entrada la noche, por las calles de la ajetreada ciudad, no le sorprendía ver tal actividad a aquellas horas, después de todo se encontraba en la ciudad más grande del norte, y aunque recluida entre montañas, no dejaba de ser un importante centro comercial.
Tras un tiempo intentando orientarse en aquella ciudad desconocida, el mercenario se ajustó la bufanda que se había encargado de comprar tan pronto como el camino comenzó a cubrirse de nieve, y comenzó a caminar hacia lo que supuso que era el este, como le habían indicado días atrás cuando aceptó el trabajo en su pequeña oficina de Lunargenta.
No podía negar que se sentía cómodo en aquel lugar, y aun cuando estaba allí básicamente por trabajo y se encontraba esquivando transeúntes enfundados en sendas capas de piel, le gustaba el frio, le despejaba las ideas.
Finalmente y después de varias decenas de minutos caminando por las heladas calles de Dundarak, un pequeño cartel parcialmente cubierto de nieve que se encontraba anclado en la fachada de un escueto edificio de dos plantas le informó de que había llegado a su destino.
Acercándose a dicho cartel, el mercenario apartó un poco la nieve que la cubría con la palma de la mano, desvelando lo que había escrito en la madera. – “Antigüedades del Dragón” – Leyó en voz alta a la vez que arqueaba una ceja y retrocedía un par de pasos para mirar el edificio de nuevo.
No era el nombre más original que había oído, pero sin lugar a dudas era el sitio donde debía de estar, y teniendo en cuenta que llevaba casi tres horas vagando sin rumbo por la ciudad, entró en el local sin perder más tiempo contemplando la delantera de la tienda, la cual a excepción del cartel en el que rezaba el nombre de la empresa, era idéntica a todos las demás construcciones que había visto en aquella ciudad.
Lo primero de lo que se percató el mercenario cuando estuvo dentro fue una súbita sensación de calidez que recorrió su cuerpo, no tardó en encontrar la fuente de dicho calor en una curiosa chimenea construida en el centro del lugar, la cual iluminaba y daba calidez a partes iguales. Lo segundo fue que, por mucho que desde fuera aquel sitio pareciese una tumba de granito, una vez en el interior pudo apreciar que fuese quien fuese el dueño de aquel local ponía mucho mimo y empeño en su trabajo, pues todos los objetos que había estaban cuidadosamente colocados, sobre bellos tapices de colores rojos y dorados en vitrinas de cristal las cuales, a simple vista, parecían cerradas a cal y canto.
-“Estaba a punto de cerrar buen hombre” – Una voz débil y cansada informó a Eltrant de que no estaba solo. – “Si quieres tomarte tu tiempo y observar cuidadosamente los artículos de los que dispongo, te recomiendo que vengas mañana” – La voz volvió a resonar en la sala y Eltrant, cerrando la puerta tras de sí, avanzó hacia el origen de la misma, el mostrador que estaba al fondo de la habitación.
El hombre con el que el séptimo de los Tale se encontró era un sonriente anciano de baja estatura, dueño de un espeso bigote del color de la nieve que en aquel momento se agolpaba en la calle. – “No, verá, vengo aquí por otro motivo…” – El mercenario, después de quitarse la bufanda de la cara, introdujo la mano en uno de los bolsillos interiores de su capa y extrajo un papel que no tardó en depositar sobre el mostrador.
El anciano, tras colocarse unas gafas que colgaban en su cuello por un fino cordel dorado, examinó dicho papel y, sonriendo, le hizo una seña a Eltrant para que esperase segundos antes de perderse por una puerta que el hombre tenía tras él. Minutos más tarde el hombre volvió con un paquete cuidadosamente cerrado y lo depositó sobre el mostrador.
– “Aquí tienes caballero” – El regente del local acercó con la mano el paquete hasta el mercenario – “Cuídalo bien, el que te ha entregado esa nota me ha dejado muy claro que hay muchas personas que desean hacerse con lo que contiene” – Eltrant torció el gesto y tomó el fardo sin prestar mucha atención a las palabras de advertencias del anciano, el cual sonrió y se atusó el bigote – “¿Puedo saber qué es?” – Preguntó el mercenario instantes antes de alejarse del mostrador – “Me temo que no, si el comprador no le ha dicho nada al mensajero, yo tampoco puedo decir nada” – Eltrant se encogió de hombros aceptando la lógica de las palabras del hombre y se encaminó a la salida.
Una vez fuera miró hacia el firmamento, la luna había desaparecido, y los suaves copos que mientras estaba en el interior de la tienda habían comenzado a descender le convencieron para que pasase la noche en Dundarak.
No valía la pena internarse en caminos de noche y con aquel clima, por lo que después de caminar por las ahora casi desiertas calles la ciudad, se internó en la primera posada que vio y tras pagar el alojamiento subió hasta su habitación. Retomaría el viaje al amanecer.
Última edición por Eltrant Tale el Dom Oct 16 2016, 22:25, editado 1 vez
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Dundarak, la bruja nuevamente se encontraba ante la imponente ciudad de los dragones, que podía presumir de antigüedad y fortaleza, tras tanto tiempo allí en medio de la nieve y las inclemencias del tiempo, que seguramente a muchos les quitaban las ganas de viajar tan al norte. Como siempre, el motivo de su viaje era buscar a los caballeros dragones, pues hasta el momento eran los únicos a los que había visto enfrentarse a las sombras con sus propios ojos, a lo que había que sumar las décadas o siglos de sabiduría que poseían, tanto en los libros como en sus memorias.
Con los últimos rayos de la tarde cruzó las grandes puertas de piedra, y de inmediato se dirigió al ostentoso edificio en que había despertado hacía años, tras el incidente con el demonio de la llanura. El frío se adueñaba ya de las calles, obligando a muchos a retirarse a sus casas en busca de cobijo y un fuego junto al que calentarse, pero aún quedaba bastante gente vagando por la ciudad, bajo sus gruesos abrigos de pieles. La de ojos verdes llegaba cansada tras el largo viaje desde los bosques del Este, pero aun así no perdió el tiempo, la noche estaba por caer y no podía permitir que la alcanzase antes de llegar a su destino.
Condujo su caballo a través de las calles hasta encontrar el cuartel de los dragones, en cuya entrada aguardaba uno de los soldados, que la reconoció nada más verla. No era la primera vez que se presentaba allí en busca de respuestas, pero por desgracia hasta el momento poco había obtenido, aunque no perdía la esperanza. Bajó de su montura y la ató a un poste cercano, para acto seguido dirigirse hacia el caballero y saludarlo con una leve inclinación de cabeza, antes de internarse en el edificio. Aquel lugar seguía intacto a pesar de los años, sobre todo la ostentosa y esmerada decoración del salón principal, formada por cuadros antiguos, finos muebles cuidadosamente tallados, la hermosa chimenea de cuarzo azul con detalles dorados, etc.
Era una visión digna de ser apreciada, pero no estaba allí para ello, sino para reunirse con uno de los dragones, el segundo al mando. Tras unos minutos de espera, Sammuel hizo acto de presencia en la estancia, ataviado con su pulcra armadura de caballero dragón, a la que habían añadido ciertos detalles de color para representar su rango. - Has vuelto, sabía que lo harías. - dijo con tono amable, antes de invitarla a tomar asiento. El soldado, que ya rondaba los cincuenta y empezaba a notar el peso de los años sobre su espalda, se acercó a uno de los mullidos sillones y se dejó caer, visiblemente cansado.
- Las cosas han cambiado pero no el motivo que me trae aquí, ¿habéis sabido algo de él? - preguntó, refiriéndose al anciano dragón blanco que la había rescatado de la llanura años atrás. - No, y me temo que nunca lo encontraremos, se fue para no volver. - respondió Sammuel, desanimado. Veía a los caballeros como una familia, y la pérdida de un hermano siempre dolía. - Sabes bien lo que tuvo que hacer para atrapar a ese demonio, no pudo soportar la culpa. - añadió instantes después, tratando de alejar los malos recuerdos de su mente.
- No tuvo opción, de no haber matado al soldado ese ser seguiría aún suelto… o peor, habría logrado su propósito de poseer a la niña, hizo lo correcto, aunque eso no fuese agradable. - comentó la hechicera, para poco después dejar de lado el espinoso tema y poner al día a Sammuel, sobre todo lo referente a su maldición y el cargo que había aceptado. Una vez terminada la reunión, se despidió del cansado dragón y abandonó el lugar, para dirigirse a la posada más cercana y hacerse con una habitación donde pasar la noche, por la mañana decidiría qué hacer a continuación.
Tras dejar a Sombra a buen resguardo en el establo, se dirigió a la entrada de la taberna a toda prisa, huyendo del frío que calaba hasta los huesos. De noche siempre era peor, las temperaturas caían en picado y solo los más valientes se atrevían a seguir en las calles hasta altas horas, cosa que ella ni se planteaba. Una vez en el interior, echó un vistazo al local y a los escasos clientes que seguían bebiendo, se acercó a la barra y cruzó unas palabras con el tabernero, las justas para conseguir una de las habitaciones y algo de cenar, que era lo que necesitaba.
Subió al piso de arriba y sin perder tiempo se dirigió al cuarto por el que acababa de pagar, para descansar unas horas antes de que el sol volviese a salir.
Como tenía ya por costumbre, despertó temprano, se cambió de ropajes y bajó a desayunar, sin tener muy claro aún a dónde iría después de aquello, pero llevando consigo en todo momento sus pertenencias. La bruja y las condiciones del norte no se llevaban demasiado bien, así que probablemente volviese a emprender el camino de regreso a tierras más cálidas, pero quizá se tomase un par de días de descanso antes de eso, para que tanto ella como su caballo tuviesen un respiro.
Con los últimos rayos de la tarde cruzó las grandes puertas de piedra, y de inmediato se dirigió al ostentoso edificio en que había despertado hacía años, tras el incidente con el demonio de la llanura. El frío se adueñaba ya de las calles, obligando a muchos a retirarse a sus casas en busca de cobijo y un fuego junto al que calentarse, pero aún quedaba bastante gente vagando por la ciudad, bajo sus gruesos abrigos de pieles. La de ojos verdes llegaba cansada tras el largo viaje desde los bosques del Este, pero aun así no perdió el tiempo, la noche estaba por caer y no podía permitir que la alcanzase antes de llegar a su destino.
Condujo su caballo a través de las calles hasta encontrar el cuartel de los dragones, en cuya entrada aguardaba uno de los soldados, que la reconoció nada más verla. No era la primera vez que se presentaba allí en busca de respuestas, pero por desgracia hasta el momento poco había obtenido, aunque no perdía la esperanza. Bajó de su montura y la ató a un poste cercano, para acto seguido dirigirse hacia el caballero y saludarlo con una leve inclinación de cabeza, antes de internarse en el edificio. Aquel lugar seguía intacto a pesar de los años, sobre todo la ostentosa y esmerada decoración del salón principal, formada por cuadros antiguos, finos muebles cuidadosamente tallados, la hermosa chimenea de cuarzo azul con detalles dorados, etc.
Era una visión digna de ser apreciada, pero no estaba allí para ello, sino para reunirse con uno de los dragones, el segundo al mando. Tras unos minutos de espera, Sammuel hizo acto de presencia en la estancia, ataviado con su pulcra armadura de caballero dragón, a la que habían añadido ciertos detalles de color para representar su rango. - Has vuelto, sabía que lo harías. - dijo con tono amable, antes de invitarla a tomar asiento. El soldado, que ya rondaba los cincuenta y empezaba a notar el peso de los años sobre su espalda, se acercó a uno de los mullidos sillones y se dejó caer, visiblemente cansado.
- Las cosas han cambiado pero no el motivo que me trae aquí, ¿habéis sabido algo de él? - preguntó, refiriéndose al anciano dragón blanco que la había rescatado de la llanura años atrás. - No, y me temo que nunca lo encontraremos, se fue para no volver. - respondió Sammuel, desanimado. Veía a los caballeros como una familia, y la pérdida de un hermano siempre dolía. - Sabes bien lo que tuvo que hacer para atrapar a ese demonio, no pudo soportar la culpa. - añadió instantes después, tratando de alejar los malos recuerdos de su mente.
- No tuvo opción, de no haber matado al soldado ese ser seguiría aún suelto… o peor, habría logrado su propósito de poseer a la niña, hizo lo correcto, aunque eso no fuese agradable. - comentó la hechicera, para poco después dejar de lado el espinoso tema y poner al día a Sammuel, sobre todo lo referente a su maldición y el cargo que había aceptado. Una vez terminada la reunión, se despidió del cansado dragón y abandonó el lugar, para dirigirse a la posada más cercana y hacerse con una habitación donde pasar la noche, por la mañana decidiría qué hacer a continuación.
Tras dejar a Sombra a buen resguardo en el establo, se dirigió a la entrada de la taberna a toda prisa, huyendo del frío que calaba hasta los huesos. De noche siempre era peor, las temperaturas caían en picado y solo los más valientes se atrevían a seguir en las calles hasta altas horas, cosa que ella ni se planteaba. Una vez en el interior, echó un vistazo al local y a los escasos clientes que seguían bebiendo, se acercó a la barra y cruzó unas palabras con el tabernero, las justas para conseguir una de las habitaciones y algo de cenar, que era lo que necesitaba.
Subió al piso de arriba y sin perder tiempo se dirigió al cuarto por el que acababa de pagar, para descansar unas horas antes de que el sol volviese a salir.
Como tenía ya por costumbre, despertó temprano, se cambió de ropajes y bajó a desayunar, sin tener muy claro aún a dónde iría después de aquello, pero llevando consigo en todo momento sus pertenencias. La bruja y las condiciones del norte no se llevaban demasiado bien, así que probablemente volviese a emprender el camino de regreso a tierras más cálidas, pero quizá se tomase un par de días de descanso antes de eso, para que tanto ella como su caballo tuviesen un respiro.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Para cuando Eltrant se hubo metido en la cama, no quedaba nadie en la calle, las oscuras y enmarañadas calzadas de Dundarak permanecían vacías mientras, lentamente y de forma silenciosa, se iban cubriendo por un extenso manto de color blanco.
Tapado hasta el cuello por las gruesas mantas de piel con las que acertadamente contaba la posada, depositó su mirada en el fardo que descansaba en la mesilla de noche junto al cabezal de su lecho, no podía evitar pensar que habría en el interior de aquel paquete, y en por qué le habían pagado tanto para ir hasta allí, un lugar literalmente al otro lado del mundo, solo para recogerlo.
Tras meditar durante unos segundos sobre esto, apartó aquellos pensamientos de su cabeza, fuese lo que fuese no le interesaba, y abrir lo que le habían encargado transportar no iba sino a meterle en un sinfín de problemas, hasta el más estúpido de los habitantes de Aerandir podría saber eso.
Aún envuelto en las mantas, estiró sus brazos todo lo que pudo, tratando de relajarse un poco, al amanecer debía partir en dirección a la ciudad de los humanos, y aunque su fiel montura lo hacía más ameno, no dejaba de ser un ritmo de vida agotador. Suspiró, dentro de lo malo y obviando el pago que iba a recibir por aquel trabajo, lo cierto era que aquel viaje le había venido bien, y es que se las había ingeniado para conseguir cierta información que a Delteria, la guardia de la ciudad que afirmaba conocerle, le iba a venir bien; no obstante había tenido que pedir varios favores, cosa que le incomodaba hacer, principalmente por que las personas a las que había acudido no eran precisamente las más caritativas.
Clavando ahora su mirada en el techo grisáceo de la posada, dejó que el suave murmullo del viento que se podía oír en el exterior le susurrase al oído, y paulatinamente, notó como los parpados le pasaban cada vez más y más.
Sabía que no tardaría mucho en dormirse, sentía como se le adormecían las extremidades y como comenzaba a hundirse en el colchón, en cierto modo aquel era su momento favorito del día, al menos desde que parte de su memoria se encontraba encerrada en el libro que guardaba en su bolsa de viaje. Fue una lástima que una sucesión de pasos, no muy disimulados, en el exterior de su habitación le sacase del trance en el que se encontraba.
Una vez los pasos cesaron, mientras volvía a tratar de conciliar el sueño obligándose a pensar que aquellas personas no eran sino huéspedes de última hora, pudo oír claramente como estas murmuraban en el lugar que había justo tras su puerta. – “¿Estás seguro de que esta aquí?” – Pregunto la primera de las voces, en un suave susurro casi inaudible, Eltrant no consiguió oír la respuesta a aquella pregunta, pero teniendo en cuenta con que las voces no se marchaban del pasillo supuso que había sido afirmativa.
Instintivamente volvió a mirar el paquete que reposaba a escasos centímetros de su cabeza y se levantó lentamente, no era la persona más brillante que conocía pero no encontraba otro motivo por el cual alguien podría estar acechándole en aquel lugar a media noche, incluso los maleantes a los que horas atrás les había pedido la información estaban contentos con el trato que habían hecho. ¿Le habían seguido hasta allí?
Una vez estuvo de pie y sin tiempo para calzarse siquiera, caminó con largos y lentos pasos a través de la habitación y, como si del objeto más delicado de la habitación se tratase, colocó una de las sillas que tenía junto a él justo detrás del picaporte de la puerta, impidiendo que pudiesen abrirla de forma sigilosa.
Por la animada conversación que estaban teniendo al otro lado de la puerta ninguno de los dos aspirantes a ladrón parecía haberse enterado del suave susurro metálico que hizo la espada de Eltrant cuando este la extrajo de la vaina. Frunciendo el ceño ante el extremadamente largo y complicado plan que parecían estar relatándose el uno al otro Eltrant se sentó en la otra silla de la habitación, junto a la cama, y esperó.
No pasaron ni dos minutos más antes de que los asaltantes decidiesen por fin entrar en el dormitorio, la silla que había colocado previamente el mercenario chirrió al ser arrastrada por la puerta para justo enseguida quedarse encajada con el picaporte de forma que la puerta no pudo llegar a abrirse en su totalidad.
Por el pequeño resquicio que se había quedado abierto el mercenario, sentado en su improvisado puesto de vigilancia, pudo observar el rostro de una mujer que no llegaría a la veintena de edad tornarse en una exagerada mueca de sorpresa cuando contempló al joven despierto y armado con una espada.
Una exclamación ahogada por algún tipo de prenda fue lo último que el mercenario oyó antes de que ambos se marchasen. Muy a su pesar, eso no evitó que Eltrant decidiese quedarse toda la noche despierto haciendo guardia.
Por fortuna nadie más intento entrar en la habitación, cuando los primeros rayos de sol comenzaron a vislumbrarse por el firmamento Eltrant se atavió con su indumentaria rápidamente y, bostezando cuantiosamente, tomó todas sus pertenencias, paquete que debía entregar incluido, y bajó a la planta baja.
– “Le veo cansado. ¿Ha dormido bien?” – Le dijo el posadero que ya empezaba a servir el desayuno a los inquilinos – “Supongo que no estoy acostumbrado al frío” – Contestó el séptimo de los Tale sentándose en una de las muchas mesas vacías del lugar, tan rápido que ni siquiera se paró a mirar a las pocas personas que habían madrugado tanto – “Si estaban despiertos anoche... al menos estarán tan cansados como yo” – Pensó mientras indicaba al posadero que le sirviese algo de comer.
– “Aún si son Vampiros, puedo aprovechar las horas de sol para dirigirme al sur lo más rápido que pueda” – Se dijo a sí mismo a la vez que se llevaba un trozo de pan a la boca y miraba a su alrededor; sus ojos, marcados con oscuras ojeras debido a haber trasnochado, no tardaron en encontrar a una joven de cabellos blancos que estaba seguro de conocer.
---
Off: Tienes total libertad para dirigir la historia según prefieras. ^^
Tapado hasta el cuello por las gruesas mantas de piel con las que acertadamente contaba la posada, depositó su mirada en el fardo que descansaba en la mesilla de noche junto al cabezal de su lecho, no podía evitar pensar que habría en el interior de aquel paquete, y en por qué le habían pagado tanto para ir hasta allí, un lugar literalmente al otro lado del mundo, solo para recogerlo.
Tras meditar durante unos segundos sobre esto, apartó aquellos pensamientos de su cabeza, fuese lo que fuese no le interesaba, y abrir lo que le habían encargado transportar no iba sino a meterle en un sinfín de problemas, hasta el más estúpido de los habitantes de Aerandir podría saber eso.
Aún envuelto en las mantas, estiró sus brazos todo lo que pudo, tratando de relajarse un poco, al amanecer debía partir en dirección a la ciudad de los humanos, y aunque su fiel montura lo hacía más ameno, no dejaba de ser un ritmo de vida agotador. Suspiró, dentro de lo malo y obviando el pago que iba a recibir por aquel trabajo, lo cierto era que aquel viaje le había venido bien, y es que se las había ingeniado para conseguir cierta información que a Delteria, la guardia de la ciudad que afirmaba conocerle, le iba a venir bien; no obstante había tenido que pedir varios favores, cosa que le incomodaba hacer, principalmente por que las personas a las que había acudido no eran precisamente las más caritativas.
Clavando ahora su mirada en el techo grisáceo de la posada, dejó que el suave murmullo del viento que se podía oír en el exterior le susurrase al oído, y paulatinamente, notó como los parpados le pasaban cada vez más y más.
Sabía que no tardaría mucho en dormirse, sentía como se le adormecían las extremidades y como comenzaba a hundirse en el colchón, en cierto modo aquel era su momento favorito del día, al menos desde que parte de su memoria se encontraba encerrada en el libro que guardaba en su bolsa de viaje. Fue una lástima que una sucesión de pasos, no muy disimulados, en el exterior de su habitación le sacase del trance en el que se encontraba.
Una vez los pasos cesaron, mientras volvía a tratar de conciliar el sueño obligándose a pensar que aquellas personas no eran sino huéspedes de última hora, pudo oír claramente como estas murmuraban en el lugar que había justo tras su puerta. – “¿Estás seguro de que esta aquí?” – Pregunto la primera de las voces, en un suave susurro casi inaudible, Eltrant no consiguió oír la respuesta a aquella pregunta, pero teniendo en cuenta con que las voces no se marchaban del pasillo supuso que había sido afirmativa.
Instintivamente volvió a mirar el paquete que reposaba a escasos centímetros de su cabeza y se levantó lentamente, no era la persona más brillante que conocía pero no encontraba otro motivo por el cual alguien podría estar acechándole en aquel lugar a media noche, incluso los maleantes a los que horas atrás les había pedido la información estaban contentos con el trato que habían hecho. ¿Le habían seguido hasta allí?
Una vez estuvo de pie y sin tiempo para calzarse siquiera, caminó con largos y lentos pasos a través de la habitación y, como si del objeto más delicado de la habitación se tratase, colocó una de las sillas que tenía junto a él justo detrás del picaporte de la puerta, impidiendo que pudiesen abrirla de forma sigilosa.
Por la animada conversación que estaban teniendo al otro lado de la puerta ninguno de los dos aspirantes a ladrón parecía haberse enterado del suave susurro metálico que hizo la espada de Eltrant cuando este la extrajo de la vaina. Frunciendo el ceño ante el extremadamente largo y complicado plan que parecían estar relatándose el uno al otro Eltrant se sentó en la otra silla de la habitación, junto a la cama, y esperó.
No pasaron ni dos minutos más antes de que los asaltantes decidiesen por fin entrar en el dormitorio, la silla que había colocado previamente el mercenario chirrió al ser arrastrada por la puerta para justo enseguida quedarse encajada con el picaporte de forma que la puerta no pudo llegar a abrirse en su totalidad.
Por el pequeño resquicio que se había quedado abierto el mercenario, sentado en su improvisado puesto de vigilancia, pudo observar el rostro de una mujer que no llegaría a la veintena de edad tornarse en una exagerada mueca de sorpresa cuando contempló al joven despierto y armado con una espada.
Una exclamación ahogada por algún tipo de prenda fue lo último que el mercenario oyó antes de que ambos se marchasen. Muy a su pesar, eso no evitó que Eltrant decidiese quedarse toda la noche despierto haciendo guardia.
Por fortuna nadie más intento entrar en la habitación, cuando los primeros rayos de sol comenzaron a vislumbrarse por el firmamento Eltrant se atavió con su indumentaria rápidamente y, bostezando cuantiosamente, tomó todas sus pertenencias, paquete que debía entregar incluido, y bajó a la planta baja.
– “Le veo cansado. ¿Ha dormido bien?” – Le dijo el posadero que ya empezaba a servir el desayuno a los inquilinos – “Supongo que no estoy acostumbrado al frío” – Contestó el séptimo de los Tale sentándose en una de las muchas mesas vacías del lugar, tan rápido que ni siquiera se paró a mirar a las pocas personas que habían madrugado tanto – “Si estaban despiertos anoche... al menos estarán tan cansados como yo” – Pensó mientras indicaba al posadero que le sirviese algo de comer.
– “Aún si son Vampiros, puedo aprovechar las horas de sol para dirigirme al sur lo más rápido que pueda” – Se dijo a sí mismo a la vez que se llevaba un trozo de pan a la boca y miraba a su alrededor; sus ojos, marcados con oscuras ojeras debido a haber trasnochado, no tardaron en encontrar a una joven de cabellos blancos que estaba seguro de conocer.
---
Off: Tienes total libertad para dirigir la historia según prefieras. ^^
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Una vez en la taberna, la bruja escrutó con la mirada el local en busca de una mesa libre junto al fuego, pero aquella mañana no tendría suerte, ya estaban ocupadas a pesar de lo temprano que era. En una de ellas se encontraban dos viajeros ateridos de frío, que habían llegado a la posada tan solo media hora antes, tras un largo camino desde el sur, más concretamente desde las áridas tierras de Midgar. La maga supuso que debían proceder de allí nada más verlos, pues ambos eran jóvenes hombres bestia con rasgos de ciervo, o al menos eso era lo que se podía apreciar a simple vista, por la cornamenta que decoraba sus cabezas.
En la otra mesa solo había un hombre, de aspecto desaliñado y ojeroso, que removía con la cuchara su plato de sopa sin hacerle mucho caso, como si sus pensamientos estuviesen en otro lado. Ante esto, la de cabellos cenicientos optó por sentarse más cerca de la barra, ya que no podría calentarse al menos le servirían más rápido, se dijo interiormente, antes de hacer señas al tabernero para que le trajese algo de comer. El buen hombre no tardó en aparecer con un plato de caldo recién salido del perol, algo de pan y un vaso de agua, menú que dadas las gélidas temperaturas del norte, solía triunfar entre los visitantes.
- Gracias. - musitó Elen, al tiempo que depositaba unos aeros sobre la mesa. El tabernero los recogió y regresó a su puesto tras la barra, justo para recibir a otro de los huéspedes, que acababa de bajar por la escalera. Desde su posición, la de ojos verdes solo alcanzó a ver al recién llegado de perfil, pero alguien más se fijó en él, dejando de lado su plato para observarlo de reojo y aguzar el oído, con el mayor disimulo posible. Sin embargo, la hechicera sí se dio cuenta del cambio que se producía en el solitario extraño de aspecto descuidado, podía ver cómo su cuerpo se inclinaba ligeramente en dirección a la barra, queriendo escuchar cualquier cosa que aquel inquilino pudiese decir.
Para sorpresa de la benjamina de los Calhoun, cuando el recién llegado respondió a la pregunta del tabernero su voz le resultó conocida, aunque en primer momento no cayó en la cuenta de quién era. Observó entonces con mayor detenimiento su indumentaria y el resto de cosas que portaba, en busca de algo que le hiciese recordar quién era, pero no obtuvo mucho de ello, tendría que acercarse o esperar a que el individuo se girase, para verle el rostro.
El misterioso hombre tampoco le quitaba ojo de encima, pero ahora al menos trataba de disimular volviendo a remover el contenido de su plato, aunque este se hubiese enfriado hacía ya rato. ¿A qué venía tanto interés por su parte? Se preguntó la joven mentalmente, antes de fijar nuevamente la vista en el huésped, que miraba a su alrededor. - Sigues vivo, me alegro. - comentó en cuanto su mirada se cruzó con la del mercenario, aquel con que había colaborado en el puerto para ocuparse de una banda de ladrones y secuestradores.
La última vez que lo había visto se encontraba en muy mal estado, pero la guardia de Lunargenta se hizo cargo de inmediato, trasladándolo al hospital para que su herida pudiese ser tratada debidamente, lo que al parecer, habían hecho bastante bien. No recordaba con exactitud cuánto tiempo hacía de aquello, pero sin duda Eltrant se había recuperado del todo, sino no habría sido capaz de realizar el largo trayecto para llegar a las inhóspitas tierras del norte.
Al hablar, la mirada del extraño hombre junto al fuego también se centró en ella por unos instantes, con cierta preocupación, puede que estuviese siguiendo al guerrero y no quisiese echarse en contra a más gente. Con un simple movimiento, la bruja devolvió la mirada al desconocido de forma intensa y repentina, haciéndole saber que había notado lo raro de su comportamiento. Acto seguido recogió sus cosas y se acercó a la mesa del mercenario. - ¿Puedo? - preguntó señalando el asiento que se encontraba justo en frente del que ocupaba Eltrant.
De su respuesta dependería que se sentase o no, pero eso no quitaba que tuviese curiosidad. - Esto está lejos de Verisar, ¿qué te trae por aquí? - añadió al poco, sin elevar mucho la voz, ya que estaba segura de que el desconocido junto al fuego los escucharía con atención. ¿Se habría metido Eltrant en algún lío de nuevo? No podía saberlo, y quizá la vida de un mercenario se redujese a eso, pero las oscuras ojeras que tenía bajo los ojos indicaban que no había dormido aquella noche, quizá por saber que lo estaban vigilando.
En la otra mesa solo había un hombre, de aspecto desaliñado y ojeroso, que removía con la cuchara su plato de sopa sin hacerle mucho caso, como si sus pensamientos estuviesen en otro lado. Ante esto, la de cabellos cenicientos optó por sentarse más cerca de la barra, ya que no podría calentarse al menos le servirían más rápido, se dijo interiormente, antes de hacer señas al tabernero para que le trajese algo de comer. El buen hombre no tardó en aparecer con un plato de caldo recién salido del perol, algo de pan y un vaso de agua, menú que dadas las gélidas temperaturas del norte, solía triunfar entre los visitantes.
- Gracias. - musitó Elen, al tiempo que depositaba unos aeros sobre la mesa. El tabernero los recogió y regresó a su puesto tras la barra, justo para recibir a otro de los huéspedes, que acababa de bajar por la escalera. Desde su posición, la de ojos verdes solo alcanzó a ver al recién llegado de perfil, pero alguien más se fijó en él, dejando de lado su plato para observarlo de reojo y aguzar el oído, con el mayor disimulo posible. Sin embargo, la hechicera sí se dio cuenta del cambio que se producía en el solitario extraño de aspecto descuidado, podía ver cómo su cuerpo se inclinaba ligeramente en dirección a la barra, queriendo escuchar cualquier cosa que aquel inquilino pudiese decir.
Para sorpresa de la benjamina de los Calhoun, cuando el recién llegado respondió a la pregunta del tabernero su voz le resultó conocida, aunque en primer momento no cayó en la cuenta de quién era. Observó entonces con mayor detenimiento su indumentaria y el resto de cosas que portaba, en busca de algo que le hiciese recordar quién era, pero no obtuvo mucho de ello, tendría que acercarse o esperar a que el individuo se girase, para verle el rostro.
El misterioso hombre tampoco le quitaba ojo de encima, pero ahora al menos trataba de disimular volviendo a remover el contenido de su plato, aunque este se hubiese enfriado hacía ya rato. ¿A qué venía tanto interés por su parte? Se preguntó la joven mentalmente, antes de fijar nuevamente la vista en el huésped, que miraba a su alrededor. - Sigues vivo, me alegro. - comentó en cuanto su mirada se cruzó con la del mercenario, aquel con que había colaborado en el puerto para ocuparse de una banda de ladrones y secuestradores.
La última vez que lo había visto se encontraba en muy mal estado, pero la guardia de Lunargenta se hizo cargo de inmediato, trasladándolo al hospital para que su herida pudiese ser tratada debidamente, lo que al parecer, habían hecho bastante bien. No recordaba con exactitud cuánto tiempo hacía de aquello, pero sin duda Eltrant se había recuperado del todo, sino no habría sido capaz de realizar el largo trayecto para llegar a las inhóspitas tierras del norte.
Al hablar, la mirada del extraño hombre junto al fuego también se centró en ella por unos instantes, con cierta preocupación, puede que estuviese siguiendo al guerrero y no quisiese echarse en contra a más gente. Con un simple movimiento, la bruja devolvió la mirada al desconocido de forma intensa y repentina, haciéndole saber que había notado lo raro de su comportamiento. Acto seguido recogió sus cosas y se acercó a la mesa del mercenario. - ¿Puedo? - preguntó señalando el asiento que se encontraba justo en frente del que ocupaba Eltrant.
De su respuesta dependería que se sentase o no, pero eso no quitaba que tuviese curiosidad. - Esto está lejos de Verisar, ¿qué te trae por aquí? - añadió al poco, sin elevar mucho la voz, ya que estaba segura de que el desconocido junto al fuego los escucharía con atención. ¿Se habría metido Eltrant en algún lío de nuevo? No podía saberlo, y quizá la vida de un mercenario se redujese a eso, pero las oscuras ojeras que tenía bajo los ojos indicaban que no había dormido aquella noche, quizá por saber que lo estaban vigilando.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Estaba perdido en sus pensamientos, mirando fijamente a la pared que tenía frente a él, habían pasado quizás, varios minutos desde que decidió sentarse en aquel lugar, sin embargo, a él se le habían antojado como meses.
Al fin y al cabo, ¿Qué iba a hacer? No podía decir que conociese la ciudad, que tuviese muchos aliados allí, ya habían intentado robarle el objeto que le habían encomendado transportar una vez, no dudaba que lo intentarían de nuevo, lo que no sabía era cuando.
La joven de cabellos blanquecinos se le acercó, la conocía, era Elen Calhound, una bruja con la que tuvo, quizás, la suerte de coincidir en Lunargenta, acabaron, acompañados por cibernético que respondía al nombre de Sajin, con una especie de almacén de esclavos y, si bien recordaba, terminó bastante malparado aquel día, nada que no le hubiese pasado nunca.
Sonrió a las palabras de Elen, le alegraba ver a una cara conocida – Muy a mi pesar – Dijo en voz baja, dándole un sorbo a la bebida que tenía junto a él, si hubiese estado solo, posiblemente se habría abofeteado a sí mismo en un inútil intento por despejarse; No tenía sentido encontrarse tan agotado, en Térpoli apenas había dormido, la mayoría de las noches en Lunargenta dormía mal, dormía en una cama pequeña en alguna posada de dudosa legalidad, no tenía sentido que, por algunas pocas horas de sueño perdidas, sintiese como si su capa pesase varias toneladas.
– Claro, siéntate – Asintiendo le dio un trago al amargo mejunje que el dueño del local le había servido, para justo a continuación, responder la última pregunta que le hizo Calhoun. - …Tengo que transportar… un paquete – Contestó, miró directamente a los ojos de la mujer, quizás aquella explicación era demasiado ambigua, volvió a beber de la taza que tenía entre las manos – No sé que tiene dentro – Suspiró – Por alguna razón las personas para las que trabajo no quieren decírmelo - Se terminó la taza y con un rápido gesto mostró al tabernero que deseaba otra.
Cuando el regente de la posada depositó otra taza de aquella bebida de color marrón que, según le había dicho, despertaba los sentidos, no pudo evitar notar la presencia de un tipo que, a pocas mesas de dónde estaba, le mandaba miradas fugaces, aparentemente imperceptibles por sus ojos, pero bastante evidentes por todos los demás, que de cuando en cuando ojeaban a su vez a este hombre de dudoso aspecto.
-Creo que me están siguiendo – Le dijo ahora en voz más baja a la bruja, invitándola de nuevo a sentarse con la mano – Anoche intentaron entrar en mi habitación, robar el paquete – Se pasó la mano por la barba y, otra vez, bebió de la taza – Puede que me lo esté imaginando o algo, no sé – No estaba seguro de como reaccionaria la bruja, quizás estaba lanzándole demasiada información, deseando que se quedase, al fin y al cabo, estaba muy lejos de todo lugar conocido. – Planeo emprender el viaje de vuelta ahora mismo, no quiero perder más tiempo aquí. – Se terminó la segunda bebida sintiéndose ligeramente más despierto. – Seguramente vuelvan a intentarlo hoy.
Miró a su alrededor, escudriñando las caras de todos los presentes, la mayoría inmiscuidos en sus propios asuntos, charlando, riendo de buena gana, cerrando negocios a primera hora de la mañana, pero estaba el hombre en el que se había fijado momentos antes, el sujeto al que, una vez más, había pillado mirándole, frunció el ceño y, sin decir nada, se dirigió hacia él, para agarrarlo en cuanto le tuvo al alcance de la camisa.
- ¡¿Quién eres?! – Exclamó, atrayendo inmediatamente las miradas de todos los presentes - ¿¡Que quieres de mí?! – Lo zarandeó un poco, lo suficiente como para que el hombre se pusiese nervioso y se zafase del agarre del mercenario de un fuerte tiran - ¿¡Cuál es tu problema!? – Respondió mirando alrededor, fingiendo, a ojos de Eltrant, de forma exagerada. - ¡Posadero! – Gritó mientras abandonaba el local entre aspavientos - ¡Me atacan en su posada! – Salió por la puerta principal y la cerró con fuerza, haciéndose notar con aún más fuerza - ¡Me atacan! – Se oyó de nuevo desde el exterior.
Eltrant se giró de nuevo hacia la mesa dónde había estado sentado, los cuchicheos no tardaron en comenzar, algunos llamaban loco al mercenario, que seguía luchando contra el sueño, otros le daban la razón, hablando de cómo habían notado la mirada del agredido fija en el castaño en todo momento.
Según pasaba por la barra hizo que el posadero le sirviese una tercera copa de lo que llevaba bebiendo desde que bajó de su habitación – Quizás estoy siendo demasiado maniático, no he podido dormir mucho, siento lo que acaba de pasar – Dijo a Elen, empezando a dudar de su propio criterio mientras se dejaba caer sobre la silla. – En cualquier caso… - Eltrant negó con la cabeza y le dirigió una cansada sonrisa a la bruja. - ¿Qué te trae a ti hasta aquí?
Al fin y al cabo, ¿Qué iba a hacer? No podía decir que conociese la ciudad, que tuviese muchos aliados allí, ya habían intentado robarle el objeto que le habían encomendado transportar una vez, no dudaba que lo intentarían de nuevo, lo que no sabía era cuando.
La joven de cabellos blanquecinos se le acercó, la conocía, era Elen Calhound, una bruja con la que tuvo, quizás, la suerte de coincidir en Lunargenta, acabaron, acompañados por cibernético que respondía al nombre de Sajin, con una especie de almacén de esclavos y, si bien recordaba, terminó bastante malparado aquel día, nada que no le hubiese pasado nunca.
Sonrió a las palabras de Elen, le alegraba ver a una cara conocida – Muy a mi pesar – Dijo en voz baja, dándole un sorbo a la bebida que tenía junto a él, si hubiese estado solo, posiblemente se habría abofeteado a sí mismo en un inútil intento por despejarse; No tenía sentido encontrarse tan agotado, en Térpoli apenas había dormido, la mayoría de las noches en Lunargenta dormía mal, dormía en una cama pequeña en alguna posada de dudosa legalidad, no tenía sentido que, por algunas pocas horas de sueño perdidas, sintiese como si su capa pesase varias toneladas.
– Claro, siéntate – Asintiendo le dio un trago al amargo mejunje que el dueño del local le había servido, para justo a continuación, responder la última pregunta que le hizo Calhoun. - …Tengo que transportar… un paquete – Contestó, miró directamente a los ojos de la mujer, quizás aquella explicación era demasiado ambigua, volvió a beber de la taza que tenía entre las manos – No sé que tiene dentro – Suspiró – Por alguna razón las personas para las que trabajo no quieren decírmelo - Se terminó la taza y con un rápido gesto mostró al tabernero que deseaba otra.
Cuando el regente de la posada depositó otra taza de aquella bebida de color marrón que, según le había dicho, despertaba los sentidos, no pudo evitar notar la presencia de un tipo que, a pocas mesas de dónde estaba, le mandaba miradas fugaces, aparentemente imperceptibles por sus ojos, pero bastante evidentes por todos los demás, que de cuando en cuando ojeaban a su vez a este hombre de dudoso aspecto.
-Creo que me están siguiendo – Le dijo ahora en voz más baja a la bruja, invitándola de nuevo a sentarse con la mano – Anoche intentaron entrar en mi habitación, robar el paquete – Se pasó la mano por la barba y, otra vez, bebió de la taza – Puede que me lo esté imaginando o algo, no sé – No estaba seguro de como reaccionaria la bruja, quizás estaba lanzándole demasiada información, deseando que se quedase, al fin y al cabo, estaba muy lejos de todo lugar conocido. – Planeo emprender el viaje de vuelta ahora mismo, no quiero perder más tiempo aquí. – Se terminó la segunda bebida sintiéndose ligeramente más despierto. – Seguramente vuelvan a intentarlo hoy.
Miró a su alrededor, escudriñando las caras de todos los presentes, la mayoría inmiscuidos en sus propios asuntos, charlando, riendo de buena gana, cerrando negocios a primera hora de la mañana, pero estaba el hombre en el que se había fijado momentos antes, el sujeto al que, una vez más, había pillado mirándole, frunció el ceño y, sin decir nada, se dirigió hacia él, para agarrarlo en cuanto le tuvo al alcance de la camisa.
- ¡¿Quién eres?! – Exclamó, atrayendo inmediatamente las miradas de todos los presentes - ¿¡Que quieres de mí?! – Lo zarandeó un poco, lo suficiente como para que el hombre se pusiese nervioso y se zafase del agarre del mercenario de un fuerte tiran - ¿¡Cuál es tu problema!? – Respondió mirando alrededor, fingiendo, a ojos de Eltrant, de forma exagerada. - ¡Posadero! – Gritó mientras abandonaba el local entre aspavientos - ¡Me atacan en su posada! – Salió por la puerta principal y la cerró con fuerza, haciéndose notar con aún más fuerza - ¡Me atacan! – Se oyó de nuevo desde el exterior.
Eltrant se giró de nuevo hacia la mesa dónde había estado sentado, los cuchicheos no tardaron en comenzar, algunos llamaban loco al mercenario, que seguía luchando contra el sueño, otros le daban la razón, hablando de cómo habían notado la mirada del agredido fija en el castaño en todo momento.
Según pasaba por la barra hizo que el posadero le sirviese una tercera copa de lo que llevaba bebiendo desde que bajó de su habitación – Quizás estoy siendo demasiado maniático, no he podido dormir mucho, siento lo que acaba de pasar – Dijo a Elen, empezando a dudar de su propio criterio mientras se dejaba caer sobre la silla. – En cualquier caso… - Eltrant negó con la cabeza y le dirigió una cansada sonrisa a la bruja. - ¿Qué te trae a ti hasta aquí?
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Eltrant no puso reparo alguno a que se sentase, así que sin perder tiempo, la hechicera ocupó el lado opuesto de la mesa, aunque aquella posición no le permitía seguir observando al extraño individuo que parecía estar interesado en el mercenario. Según las palabras del guerrero, su presencia en aquellas inhóspitas tierras se debía a que transportaba un paquete cuyo contenido desconocía por completo, algo poco recomendable la verdad, pero ¿qué podía hacer al respecto? Abrirlo no era una opción, y exigir al contratante que le diese algo más de información solo conseguiría que perdiese el trabajo, cosa que probablemente no se pudiese permitir.
La vida del mercenario era dura, bien lo sabía la hechicera tras ver cómo se desenvolvía su hermano en trabajos de aquella índole. Muchas veces los encargos que se les hacían conllevaban un peligro que podía cobrarse la propia vida, y ante eso solo podían hacer una cosa, asegurarse de que el pago valiese la pena. Tras escuchar las palabras de Eltrant, que estaba seguro de que lo seguían y ya había sufrido un ataque durante la noche, la centinela comenzó a atar cabos mentalmente, y por supuesto, dio por sentado que aquel hombre de la otra mesa debía estar involucrado en el asunto de algún modo, era la explicación más razonable para el interés que demostraba por el viajero.
Seguro que de volverían a intentar arrebatarle el misterioso paquete durante el día, el de cabellos castaños pretendía continuar su viaje de inmediato, pero antes de hacerlo reparó en el extraño que observaba desde la mesa junto al fuego, y llevado por el cansancio o quizá por el nerviosismo de sentirse constantemente en peligro, fue directamente hacia el individuo e intentó interrogarlo, llamando la atención de todos los presentes. Teniendo en cuenta su situación quizá no fuese el movimiento más acertado, pero al menos consiguió espantar al curioso, que abandonó el local entre quejas y dando un sonoro portazo.
Tras el pequeño incidente, Eltrant volvió a la barra para hacerse con otra copa, para luego regresar a la mesa y dejarse caer en la silla, al tiempo que se disculpaba por lo sucedido. - No te preocupes, ese tipo parecía demasiado interesado en ti. - aseguró, para que el guerrero desechase la teoría de estarse volviendo paranoico. - Quizá tenga algo que ver con el asalto que sufriste la pasada noche, o al menos se notaba que intentaba escuchar lo que hablabas con el tabernero. - reveló, sin apenas elevar la voz, por si aún quedaba algún curioso más en el comedor.
- Yo…- comenzó a decir instantes después, sin pensárselo mucho, pues ya que el mercenario se había mostrado sincero y confiado con ella como para contarle el asunto que lo había traído hasta el norte, lo mínimo que podía hacer era responderle de la misma forma. - Vine a visitar el cuartel de caballeros dragones, suelo venir de vez en cuando en busca de respuestas, pero parece que la suerte no está de mi lado, al menos no por ahora. - dijo con tranquilidad, antes de centrar su atención en el vaso que tenía delante.
¿Debía especificar más al respecto? ¿Hablarle de las sombras y terribles criaturas que vagaban por aquellas remotas tierras? Probablemente no, Eltrant ya tenía bastante con su encargo como para sumar otra preocupación a la lista, y aunque la hechicera era partidaria de que vivir en la ignorancia no ayudaba a nadie, en aquella ocasión se limitaría a dar la información justa para que su interlocutor pudiese entender qué hacía allí.
- Quizá este viaje no haya sido en vano después de todo, pareces cansado y no te vendría mal algo de ayuda, y yo por mi parte no tengo nada que hacer de momento, podría acompañarte hasta que completes tu trabajo. - propuso, antes de terminar su bebida y quedar expectante. Al igual que el mercenario, la de ojos verdes no tendría idea de qué transportaba en aquel paquete, pero ambos ya habían colaborado en Lunargenta y Eltrant no parecía un mal hombre, así que no había razón para negarle la ayuda.
Por otro lado, a la joven solo le quedaba una cosa pendiente antes de dirigirse de regreso al sur, y a decir verdad prefería posponerla tanto como fuese posible, a pesar de todo lo que había vivido y los peligros a los que se había enfrentado. Sí, tenía que verlo otra vez, debía comprobar que aquel oscuro demonio siguiese atrapado bajo el hielo, justo donde el dragón blanco consiguió vencerlo, a las afueras de Dundarak. Elen no había vuelto a acercarse a aquel lugar desde el incidente en que a punto estuvo de perder la vida, pero ya era hora de que lo hiciese, sobre todo ahora que era responsabilidad suya mantener el mal a raya.
Amaterasu era la centinela del norte, pero teniendo en cuenta su carácter y su supuesta implicación en los acontecimientos de Terpoli quedaba claro que no estaba cumpliendo con sus deberes, así que no solo tendría que velar por las islas y Verisar, sino también por las inocentes gentes de Dundarak y sus alrededores.
La vida del mercenario era dura, bien lo sabía la hechicera tras ver cómo se desenvolvía su hermano en trabajos de aquella índole. Muchas veces los encargos que se les hacían conllevaban un peligro que podía cobrarse la propia vida, y ante eso solo podían hacer una cosa, asegurarse de que el pago valiese la pena. Tras escuchar las palabras de Eltrant, que estaba seguro de que lo seguían y ya había sufrido un ataque durante la noche, la centinela comenzó a atar cabos mentalmente, y por supuesto, dio por sentado que aquel hombre de la otra mesa debía estar involucrado en el asunto de algún modo, era la explicación más razonable para el interés que demostraba por el viajero.
Seguro que de volverían a intentar arrebatarle el misterioso paquete durante el día, el de cabellos castaños pretendía continuar su viaje de inmediato, pero antes de hacerlo reparó en el extraño que observaba desde la mesa junto al fuego, y llevado por el cansancio o quizá por el nerviosismo de sentirse constantemente en peligro, fue directamente hacia el individuo e intentó interrogarlo, llamando la atención de todos los presentes. Teniendo en cuenta su situación quizá no fuese el movimiento más acertado, pero al menos consiguió espantar al curioso, que abandonó el local entre quejas y dando un sonoro portazo.
Tras el pequeño incidente, Eltrant volvió a la barra para hacerse con otra copa, para luego regresar a la mesa y dejarse caer en la silla, al tiempo que se disculpaba por lo sucedido. - No te preocupes, ese tipo parecía demasiado interesado en ti. - aseguró, para que el guerrero desechase la teoría de estarse volviendo paranoico. - Quizá tenga algo que ver con el asalto que sufriste la pasada noche, o al menos se notaba que intentaba escuchar lo que hablabas con el tabernero. - reveló, sin apenas elevar la voz, por si aún quedaba algún curioso más en el comedor.
- Yo…- comenzó a decir instantes después, sin pensárselo mucho, pues ya que el mercenario se había mostrado sincero y confiado con ella como para contarle el asunto que lo había traído hasta el norte, lo mínimo que podía hacer era responderle de la misma forma. - Vine a visitar el cuartel de caballeros dragones, suelo venir de vez en cuando en busca de respuestas, pero parece que la suerte no está de mi lado, al menos no por ahora. - dijo con tranquilidad, antes de centrar su atención en el vaso que tenía delante.
¿Debía especificar más al respecto? ¿Hablarle de las sombras y terribles criaturas que vagaban por aquellas remotas tierras? Probablemente no, Eltrant ya tenía bastante con su encargo como para sumar otra preocupación a la lista, y aunque la hechicera era partidaria de que vivir en la ignorancia no ayudaba a nadie, en aquella ocasión se limitaría a dar la información justa para que su interlocutor pudiese entender qué hacía allí.
- Quizá este viaje no haya sido en vano después de todo, pareces cansado y no te vendría mal algo de ayuda, y yo por mi parte no tengo nada que hacer de momento, podría acompañarte hasta que completes tu trabajo. - propuso, antes de terminar su bebida y quedar expectante. Al igual que el mercenario, la de ojos verdes no tendría idea de qué transportaba en aquel paquete, pero ambos ya habían colaborado en Lunargenta y Eltrant no parecía un mal hombre, así que no había razón para negarle la ayuda.
Por otro lado, a la joven solo le quedaba una cosa pendiente antes de dirigirse de regreso al sur, y a decir verdad prefería posponerla tanto como fuese posible, a pesar de todo lo que había vivido y los peligros a los que se había enfrentado. Sí, tenía que verlo otra vez, debía comprobar que aquel oscuro demonio siguiese atrapado bajo el hielo, justo donde el dragón blanco consiguió vencerlo, a las afueras de Dundarak. Elen no había vuelto a acercarse a aquel lugar desde el incidente en que a punto estuvo de perder la vida, pero ya era hora de que lo hiciese, sobre todo ahora que era responsabilidad suya mantener el mal a raya.
Amaterasu era la centinela del norte, pero teniendo en cuenta su carácter y su supuesta implicación en los acontecimientos de Terpoli quedaba claro que no estaba cumpliendo con sus deberes, así que no solo tendría que velar por las islas y Verisar, sino también por las inocentes gentes de Dundarak y sus alrededores.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Le dedicó una sonrisa cansada a la bruja, ¿Caballeros dragones? ¿Buscar respuestas de ellos? Elen parecía estar inmiscuida en asuntos que escapaban a su alcance, estaba seguro que de acercarse al cuartel de estos señores no duraría mucho tiempo fuera de prisión, su aspecto no decía mucho de él, salvo que se ganaba la vida de forma dudosa, no habían sido pocas las noches que, muy a su pesar, había dormido en algún calabozo a causa de simples malentendidos.
Afortunadamente para él, las preocupaciones de la peliblanca no eran urgentes, al parecer tanto las respuestas como los caballeros dragón podían esperar, pues Elen no tardó en proponer ayudar al mercenario con su trabajo.
- ¿Estás segura? – Preguntó, mirando por encima de su hombro la mesa que estaba directamente tras él, donde dos individuos ajenos a todo lo que acababa de suceder desayunaban tranquilamente, sin prestar atención a nada salvo sus platos.
La hechicera, al menos, le había confirmado que el tipo al que había gritado en mitad del local estaba mirándole, no eran imaginaciones suyas, tenía razón, le estaban siguiendo, vigilando. – Vale – Asintiendo se levantó de su asiento, depositando varios Aeros junto a su taza – Espera aquí, no tardo nada – Indicó mientras se apresuraba escaleras arriba en busca del paquete.
Bostezando, subió las escaleras al piso superior, en dirección a la habitación en la que había pasado la noche, dónde, oculta bajo unas tablas sueltas del suelo, aguardaba el paquete que tenía bajo su cuidado.
Pero seguía estando cansado, cada vez más, la bebida que el posadero le había servido había ayudado en un principio, pero o los efectos eran ridículamente efímeros, o él estaba perdiendo facultades. Cada centímetro que se acercaba más a su habitación el tiempo parecía volverse más lento, más distante, sentía su propio cuerpo etéreo, casi flotando.
Mientras caminaba, a una velocidad, por alguna razón, irrisoria, el susurro del frío viento norteño irrumpió de golpe en el pasillo, penetrando desde la ventana al fondo del mismo, meciendo con suavidad capa del mercenario y uniéndose a la extrañamente fuerte sinfonía que producían sus pasos, acallando, casualmente, los murmullos que provenían de su habitación.
- ¡Date prisa! – Una voz de mujer llegó hasta sus oídos, aceleró el paso - ¡El bárbaro ha pillado al inútil del nuevo! ¡Os dije que jamás debimos admitirle! ¡No es uno de nosotros! – Eltrant asió el picaporte y lo giró muy lentamente, ¿Por qué no podía moverse más rápido? ¿Que estaba sucediendo?
- ¿¡Dónde ha dejado ese salvaje la caja?! – Una de las voces del interior del dormitorio se estaba volviendo agresiva, impaciente – Relájate Maxine – Una segunda voz, más grave que la primera, probablemente la de un hombre, llegó hasta sus oídos – Los salvajes no son tan listos, la encontraremos.
Terminó, después de unos increíblemente largos tres segundos, por abrir la puerta, en realidad lo hizo por la inercia del leve empujón que el mercenario le dio cuando hubo girado la manilla por completo, como quien deja caer un jarrón al suelo, la puerta se abrió lentamente frente a él por sí sola, ayudada solamente por la gravedad.
Los dos intrusos que registraban su habitación, vestidos completamente de negro, se giraron de inmediato hacia él, tan confusos como el mercenario, intercambiaron largas miradas con el recién llegado. - ¿Qué hacemos Max? – Susurró entre dientes el encapuchado más corpulento, acercándose lentamente hacía la única ventana de la habitación.
La respuesta de su compañera fue un grito en un dialecto que Eltrant fue incapaz de comprender, frunciendo el ceño, el castaño dirigió su brazo útil inmediatamente hacia el pomo de su espada, no había entendido lo que quería decir la mujer, pero no había que ser lingüista para saber que no tenía buenas intenciones.
Sin embargo, no llegó a alcanzar su arma, el fisgón de complexión fornida lanzó tres pequeñas estrellas de metal, tres objetos aparentemente inofensivos pero dignos de un orfebre con complejo de herrero, pues estos se clavaron profundamente en el brazo del mercenario, atravesando el brazalete de metal que llevaba como si estuviese hecho de papel.
No llegó a gritar, no podía hacerlo, apretando los dientes, y sin cesar su intento por desenvainar su arma, su mano prosiguió su camino en dirección a la espada, no obstante, lejos de querer permitir al mercenario tomar el único modo para defenderse con el que contaba, la mujer que respondía al nombre de “Max” desenvainó su propia arma, una espada corta, con una hoja ligeramente curvada.
De pronto, y sin previo aviso, el tiempo volvió a acelerarse, fue como la intensa llamarada resultante al avivar una fogata, enérgica pero breve.
A una velocidad vertiginosa, colocó su acero frente a su cara en el momento exacto para evitar que esta fuese cortada en dos trozos exactamente iguales y, después de escuchar el característico chasquido metálico consecuente al chocar dos espadas, empujó hacia atrás a su atacante, que con los ojos llenos de ira miró a su compañero y dijo varias palabras más en aquel extraño lenguaje. – No lo sé Max – Respondió el hombre – La droga no era mi trabajo.
El mundo, entonces, una vez más, se ralentizó.
Gritando trató de acometer contra aquellos tipos enfundados en negro, podía sentir, según se movía, como sus músculos se contraían, como su cuerpo iba tomando la posición que él deseaba para atacar, pero no sentía que fuese lo suficientemente rápido.
Una fuerte estocada por parte de la mujer le lanzó hacía atrás, sacándole de la habitación, la hoja de aquella espada sesgó en dos, sin ninguna dificultad, la placa de metal oxidado que el mercenario llevaba bajo los ropajes, a modo de armadura ¿Cuántas había perdido ya? Tampoco es que le interesase saberlo, no es como si le costasen mucho dinero, dejaban mucho que desear como defensa pero eran baratas.
Entornó los ojos, apenas podía defenderse, mucho menos levantarse de dónde estaba, no antes de que la hoja de aquella bandida le atravesase de par en par.
- ¡Max! – El hombre agarró a su compañera por el hombro - ¡Viene alguien! – La mujer volvió a quejarse de la actitud de su compañero, señalando a Eltrant en el proceso, podía detectarlo aún sin entender el idioma - ¡Así no es como trabajamos! – Protestó el hombre - ¡Vámonos! – Tras intercambiar más palabras por unos breves instantes, Max lanzó una última mirada al mercenario y arrojó un pequeño frasco de cristal a sus pies.
Una nube de humo emergió del frasco, engullendo todo lo que había en el interior de la habitación, tragándose, de alguna forma, a los intrusos. Cerró los ojos, el tiempo seguía acelerando y desacelerando a voluntad propia, no podía hacer mucho más, salvo desear que Elen hubiese oído algo de aquello.
Afortunadamente para él, las preocupaciones de la peliblanca no eran urgentes, al parecer tanto las respuestas como los caballeros dragón podían esperar, pues Elen no tardó en proponer ayudar al mercenario con su trabajo.
- ¿Estás segura? – Preguntó, mirando por encima de su hombro la mesa que estaba directamente tras él, donde dos individuos ajenos a todo lo que acababa de suceder desayunaban tranquilamente, sin prestar atención a nada salvo sus platos.
La hechicera, al menos, le había confirmado que el tipo al que había gritado en mitad del local estaba mirándole, no eran imaginaciones suyas, tenía razón, le estaban siguiendo, vigilando. – Vale – Asintiendo se levantó de su asiento, depositando varios Aeros junto a su taza – Espera aquí, no tardo nada – Indicó mientras se apresuraba escaleras arriba en busca del paquete.
Bostezando, subió las escaleras al piso superior, en dirección a la habitación en la que había pasado la noche, dónde, oculta bajo unas tablas sueltas del suelo, aguardaba el paquete que tenía bajo su cuidado.
Pero seguía estando cansado, cada vez más, la bebida que el posadero le había servido había ayudado en un principio, pero o los efectos eran ridículamente efímeros, o él estaba perdiendo facultades. Cada centímetro que se acercaba más a su habitación el tiempo parecía volverse más lento, más distante, sentía su propio cuerpo etéreo, casi flotando.
Mientras caminaba, a una velocidad, por alguna razón, irrisoria, el susurro del frío viento norteño irrumpió de golpe en el pasillo, penetrando desde la ventana al fondo del mismo, meciendo con suavidad capa del mercenario y uniéndose a la extrañamente fuerte sinfonía que producían sus pasos, acallando, casualmente, los murmullos que provenían de su habitación.
- ¡Date prisa! – Una voz de mujer llegó hasta sus oídos, aceleró el paso - ¡El bárbaro ha pillado al inútil del nuevo! ¡Os dije que jamás debimos admitirle! ¡No es uno de nosotros! – Eltrant asió el picaporte y lo giró muy lentamente, ¿Por qué no podía moverse más rápido? ¿Que estaba sucediendo?
- ¿¡Dónde ha dejado ese salvaje la caja?! – Una de las voces del interior del dormitorio se estaba volviendo agresiva, impaciente – Relájate Maxine – Una segunda voz, más grave que la primera, probablemente la de un hombre, llegó hasta sus oídos – Los salvajes no son tan listos, la encontraremos.
Terminó, después de unos increíblemente largos tres segundos, por abrir la puerta, en realidad lo hizo por la inercia del leve empujón que el mercenario le dio cuando hubo girado la manilla por completo, como quien deja caer un jarrón al suelo, la puerta se abrió lentamente frente a él por sí sola, ayudada solamente por la gravedad.
Los dos intrusos que registraban su habitación, vestidos completamente de negro, se giraron de inmediato hacia él, tan confusos como el mercenario, intercambiaron largas miradas con el recién llegado. - ¿Qué hacemos Max? – Susurró entre dientes el encapuchado más corpulento, acercándose lentamente hacía la única ventana de la habitación.
La respuesta de su compañera fue un grito en un dialecto que Eltrant fue incapaz de comprender, frunciendo el ceño, el castaño dirigió su brazo útil inmediatamente hacia el pomo de su espada, no había entendido lo que quería decir la mujer, pero no había que ser lingüista para saber que no tenía buenas intenciones.
Sin embargo, no llegó a alcanzar su arma, el fisgón de complexión fornida lanzó tres pequeñas estrellas de metal, tres objetos aparentemente inofensivos pero dignos de un orfebre con complejo de herrero, pues estos se clavaron profundamente en el brazo del mercenario, atravesando el brazalete de metal que llevaba como si estuviese hecho de papel.
No llegó a gritar, no podía hacerlo, apretando los dientes, y sin cesar su intento por desenvainar su arma, su mano prosiguió su camino en dirección a la espada, no obstante, lejos de querer permitir al mercenario tomar el único modo para defenderse con el que contaba, la mujer que respondía al nombre de “Max” desenvainó su propia arma, una espada corta, con una hoja ligeramente curvada.
De pronto, y sin previo aviso, el tiempo volvió a acelerarse, fue como la intensa llamarada resultante al avivar una fogata, enérgica pero breve.
A una velocidad vertiginosa, colocó su acero frente a su cara en el momento exacto para evitar que esta fuese cortada en dos trozos exactamente iguales y, después de escuchar el característico chasquido metálico consecuente al chocar dos espadas, empujó hacia atrás a su atacante, que con los ojos llenos de ira miró a su compañero y dijo varias palabras más en aquel extraño lenguaje. – No lo sé Max – Respondió el hombre – La droga no era mi trabajo.
El mundo, entonces, una vez más, se ralentizó.
Gritando trató de acometer contra aquellos tipos enfundados en negro, podía sentir, según se movía, como sus músculos se contraían, como su cuerpo iba tomando la posición que él deseaba para atacar, pero no sentía que fuese lo suficientemente rápido.
Una fuerte estocada por parte de la mujer le lanzó hacía atrás, sacándole de la habitación, la hoja de aquella espada sesgó en dos, sin ninguna dificultad, la placa de metal oxidado que el mercenario llevaba bajo los ropajes, a modo de armadura ¿Cuántas había perdido ya? Tampoco es que le interesase saberlo, no es como si le costasen mucho dinero, dejaban mucho que desear como defensa pero eran baratas.
Entornó los ojos, apenas podía defenderse, mucho menos levantarse de dónde estaba, no antes de que la hoja de aquella bandida le atravesase de par en par.
- ¡Max! – El hombre agarró a su compañera por el hombro - ¡Viene alguien! – La mujer volvió a quejarse de la actitud de su compañero, señalando a Eltrant en el proceso, podía detectarlo aún sin entender el idioma - ¡Así no es como trabajamos! – Protestó el hombre - ¡Vámonos! – Tras intercambiar más palabras por unos breves instantes, Max lanzó una última mirada al mercenario y arrojó un pequeño frasco de cristal a sus pies.
Una nube de humo emergió del frasco, engullendo todo lo que había en el interior de la habitación, tragándose, de alguna forma, a los intrusos. Cerró los ojos, el tiempo seguía acelerando y desacelerando a voluntad propia, no podía hacer mucho más, salvo desear que Elen hubiese oído algo de aquello.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Sin pensárselo demasiado, el mercenario aceptó su ayuda y abandonó su asiento para dirigirse escaleras arriba, con la intención de regresar a su cuarto y recoger el misterioso paquete que tantos problemas le estaba dando, luego ambos se pondrían en marcha de inmediato hacia el lugar en que tuviese que entregarlo. La hechicera, junto a sus pertenencias, se mantuvo en su sitio y aprovechó para echar un último vistazo a la taberna, deteniendo la mirada ligeramente sobre cada uno de los presentes que aún quedaban en el local. El par de hombres bestia seguía sin prestar demasiada atención a cuanto los rodeaba, solo querían terminar el contenido de sus platos y entrar en calor cuanto antes, pero teniendo en cuenta lo diferentes que eran las condiciones del norte respecto a las de Midgar, tardarían en acostumbrarse al frío.
El tabernero por su parte parecía algo más nervioso, quizá por el pequeño incidente entre Eltrant y el extraño, o quizá por algo más que escapaba al conocimiento de la bruja, pero aquel comportamiento dejó de importar minutos después, cuando unos extraños sonidos comenzaron a llegarle desde el piso superior. Tras tantos años en los caminos, y haberse visto en medio de innumerables peleas, el metálico sonido de las espadas al chocar le resultaba inconfundible, así que sin apenas pensarlo, la centinela se puso en pie y corrió hacia las escaleras, segura de que el guerrero volvía a estar en problemas por culpa de aquel encargo.
Solo alcanzó a escuchar una voz masculina, pero a juzgar por lo que decía quedaba claro que al menos había otro atacante, y también que habían intentado drogar de algún modo a Eltrant para que no los interrumpiese, cosa que no consiguieron. El tabernero, ¿habría participado en aquello?, eso podría explicar el nerviosismo que había percibido en él antes de que la situación la hiciese abandonar el comedor, pero aún no podía dar nada por hecho, siempre existía la posibilidad de que un tercero hubiese manipulado las bebidas, aunque era menos probable.
Elen se encontraba perfectamente, y eso solo podía significar que o bien la droga se hallaba únicamente en ciertas botellas, o que su preferencia por no tomar licores tan temprano la había salvado de correr la misma suerte que el mercenario. Sin tiempo para decidir cuál de las dos opciones era la acertada, la de cabellos cenicientos aceleró sus pasos al escuchar que se habían dado cuenta de que se acercaba alguien, los ladrones pretendían huir.
Para cuando alcanzó el pasillo, una densa y oscura nube de humo se adueñaba del cuarto en que suponía que se hospedaba Eltrant, pero eso no era un problema para ella, que con una repentina y contundente ráfaga de aire, disipó el humo en cuestión de segundos. El guerrero se hallaba sentado fuera de la estancia, aparentemente mareado y posiblemente herido, pero teniendo en cuenta que aquel no sería el último ataque del día, la joven optó por irrumpir en la habitación y buscar a los culpables de todo aquel revuelo, mientras su electricidad le envolvía ambos brazos de forma visible y amenazadora.
No halló a nadie en el interior, pero tampoco se detuvo ahí, avanzó hacia la ventana y logró asomarse a tiempo de ver como una figura ataviada con negros ropajes doblaba la esquina del edificio. Instintivamente, disparó una descarga en dirección a aquel extraño, sabiendo que no lograría alcanzarlo pero asegurándose de que éste supiese que ahora tenía algo más de lo que preocuparse, o más bien alguien. - Corre mientras puedas. - pensó la bruja, con cierta ira en la mirada, producto de la oscuridad que colgaba de su cuello desde hacía algún tiempo. Durante unos instantes, Elen deseó lanzarse tras aquella figura para arrancarle una explicación que diese sentido al interés que el paquete había despertado, entre alaridos de dolor si era preciso, pero consiguió controlarse y darse la vuelta, quedando de cara al guerrero.
- ¿Te encuentras bien? - preguntó, mientras se acercaba al de cabellos castaños. Al parecer había recibido un tajo, pero no solo eso, tres estrellas de metal seguían clavadas en su brazo, tras atravesar el brazalete que llevaba puesto. Maldiciendo interiormente, la alquimista se arrodilló junto al joven y esperó una respuesta sin llegar a manipularle la extremidad, pues lo último que quería era empeorar la situación. - Creo que el tabernero sabe algo, puede que haya sido él el que te haya drogado, pero tranquilo, en cuanto bajemos me encargaré de interrogarlo. - indicó, omitiendo el “a mi manera” que a veces utilizaba, pues mucha gente no aceptaba del todo sus métodos.
Elen tenía muy presente que tanto su elemento como los demás que manejaban los de su raza eran caóticos y destructivos, pero si se usaban del modo adecuado podían servir de mucho, a pesar de sus cualidades negativas.
El tabernero por su parte parecía algo más nervioso, quizá por el pequeño incidente entre Eltrant y el extraño, o quizá por algo más que escapaba al conocimiento de la bruja, pero aquel comportamiento dejó de importar minutos después, cuando unos extraños sonidos comenzaron a llegarle desde el piso superior. Tras tantos años en los caminos, y haberse visto en medio de innumerables peleas, el metálico sonido de las espadas al chocar le resultaba inconfundible, así que sin apenas pensarlo, la centinela se puso en pie y corrió hacia las escaleras, segura de que el guerrero volvía a estar en problemas por culpa de aquel encargo.
Solo alcanzó a escuchar una voz masculina, pero a juzgar por lo que decía quedaba claro que al menos había otro atacante, y también que habían intentado drogar de algún modo a Eltrant para que no los interrumpiese, cosa que no consiguieron. El tabernero, ¿habría participado en aquello?, eso podría explicar el nerviosismo que había percibido en él antes de que la situación la hiciese abandonar el comedor, pero aún no podía dar nada por hecho, siempre existía la posibilidad de que un tercero hubiese manipulado las bebidas, aunque era menos probable.
Elen se encontraba perfectamente, y eso solo podía significar que o bien la droga se hallaba únicamente en ciertas botellas, o que su preferencia por no tomar licores tan temprano la había salvado de correr la misma suerte que el mercenario. Sin tiempo para decidir cuál de las dos opciones era la acertada, la de cabellos cenicientos aceleró sus pasos al escuchar que se habían dado cuenta de que se acercaba alguien, los ladrones pretendían huir.
Para cuando alcanzó el pasillo, una densa y oscura nube de humo se adueñaba del cuarto en que suponía que se hospedaba Eltrant, pero eso no era un problema para ella, que con una repentina y contundente ráfaga de aire, disipó el humo en cuestión de segundos. El guerrero se hallaba sentado fuera de la estancia, aparentemente mareado y posiblemente herido, pero teniendo en cuenta que aquel no sería el último ataque del día, la joven optó por irrumpir en la habitación y buscar a los culpables de todo aquel revuelo, mientras su electricidad le envolvía ambos brazos de forma visible y amenazadora.
No halló a nadie en el interior, pero tampoco se detuvo ahí, avanzó hacia la ventana y logró asomarse a tiempo de ver como una figura ataviada con negros ropajes doblaba la esquina del edificio. Instintivamente, disparó una descarga en dirección a aquel extraño, sabiendo que no lograría alcanzarlo pero asegurándose de que éste supiese que ahora tenía algo más de lo que preocuparse, o más bien alguien. - Corre mientras puedas. - pensó la bruja, con cierta ira en la mirada, producto de la oscuridad que colgaba de su cuello desde hacía algún tiempo. Durante unos instantes, Elen deseó lanzarse tras aquella figura para arrancarle una explicación que diese sentido al interés que el paquete había despertado, entre alaridos de dolor si era preciso, pero consiguió controlarse y darse la vuelta, quedando de cara al guerrero.
- ¿Te encuentras bien? - preguntó, mientras se acercaba al de cabellos castaños. Al parecer había recibido un tajo, pero no solo eso, tres estrellas de metal seguían clavadas en su brazo, tras atravesar el brazalete que llevaba puesto. Maldiciendo interiormente, la alquimista se arrodilló junto al joven y esperó una respuesta sin llegar a manipularle la extremidad, pues lo último que quería era empeorar la situación. - Creo que el tabernero sabe algo, puede que haya sido él el que te haya drogado, pero tranquilo, en cuanto bajemos me encargaré de interrogarlo. - indicó, omitiendo el “a mi manera” que a veces utilizaba, pues mucha gente no aceptaba del todo sus métodos.
Elen tenía muy presente que tanto su elemento como los demás que manejaban los de su raza eran caóticos y destructivos, pero si se usaban del modo adecuado podían servir de mucho, a pesar de sus cualidades negativas.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Asintió, ligeramente confuso, a la pregunta que la bruja le había hecho. Sí, se sentía bien, las extrañas estrellas de metal, si bien le habían herido el brazo, no habían causado nada más allá de aquello, por otra parte, lo que más le preocupaba era saber cómo, y con que le habían drogado.
Elen tenía la teoría de que había sido el tabernero, probablemente tuviese razón, lo único que había tomado desde que había salido, por la mañana, de su dormitorio habían sido las tazas de líquido ocre que este le había servido como remedio para el cansancio, aquella era la explicación más simple.
Pidiendo ayuda a la bruja, se levantó de dónde se encontraba, su cuerpo seguía comportándose de forma extraña, seguía entrando y saliendo, constantemente, de aquel estado de semi- inconsciencia en el que todo su cuerpo, salvo sus propios pensamientos, entraban en un curioso estado de estasis.
Sin decir nada señaló a los tablones que había justo en el centro de su dormitorio, era evidente que estaban ligeramente sueltos, casi no podía ni imaginar cómo los asaltantes habían pasado por alto aquello, sonrió para sí y extrajo el paquete de su escondite.
Una vez con el objeto en su poder, se giró hacia Elen y se lo entregó, no sin antes hacer varios movimientos extraños, el efecto no era estable, y como ya había notado, cada par de minutos, o segundos, en su estado no tenía forma de saberlo, podía realizar acciones a velocidad normal, no era agradable, ni útil, pero era mejor que nada.
Bajó, a su propio ritmo, al piso inferior, la bruja lo hizo junto a él, al parecer estaba dispuesta a sacarle toda la información posible al tabernero, bien, de estar a plenas facultades lo habría hecho él mismo.
Suspirando, muy lentamente, depositó el paquete sobre la mesa en la que había desayunado y se sentó, esperando a ver el resultado de lo que la peliblanca fuese a hacer. Mientras aguardaba se quedó mirando la entrada por al que el tipo que le había estado observando mientras se tomaba la bebida drogada se había marchado ¿Quiénes eran aquellas personas?
Frunció el ceño, habían usado la palabra “salvaje” para referirse a él, y si bien su aspecto dejaba mucho que desear, Dundarak era una de los lugares más cosmopolitas, ellos parecían ser los salvajes.
Tragó saliva y miró el quid de todo el asunto, lo que había llevado hasta los hombres de negro hasta el pequeño dormitorio de aquella insignificante posada, ¿qué era lo que había en el interior aquel envoltorio? ¿Joyas? Negó con la cabeza, dudaba mucho que fuese eso, cualquiera podía tener acceso a joyas si sabía dónde encontrarlas, lo que estuviese transportando tenía que ser algo mucho más importante, sobre todo para atraer a personas como las que le habían atacado.
Para cuando Elen volvió del lugar al que se hubiese ido con el tabernero Eltrant ya había depositado su pequeña daga encima de la mesa, junto al paquete.
Señalando el arma sonrió a la bruja mientras se revisaba los improvisados vendajes que ahora rodeaban su antebrazo, debido al número de veces en las que se había visto herido lejos de casa había decidido que, si bien no sabía nada de medicina, al menos se encargaría de parar las hemorragias con vendajes propios, y no con su capa, o con partes de su camisa como solía hacer.
-Ábrelo – Le pidió a la bruja a la vez que abría la mano, muy lentamente, frente a su cara, mirándola detenidamente. Al parecer los efectos estaban desapareciendo, aunque fuese a un ritmo muy despacio – Una cosa es el secretismo típico de los mercaderes recelosos, pero No voy a arriesgar mi vida por algo sin ni siquiera saber lo que es.
Elen tenía la teoría de que había sido el tabernero, probablemente tuviese razón, lo único que había tomado desde que había salido, por la mañana, de su dormitorio habían sido las tazas de líquido ocre que este le había servido como remedio para el cansancio, aquella era la explicación más simple.
Pidiendo ayuda a la bruja, se levantó de dónde se encontraba, su cuerpo seguía comportándose de forma extraña, seguía entrando y saliendo, constantemente, de aquel estado de semi- inconsciencia en el que todo su cuerpo, salvo sus propios pensamientos, entraban en un curioso estado de estasis.
Sin decir nada señaló a los tablones que había justo en el centro de su dormitorio, era evidente que estaban ligeramente sueltos, casi no podía ni imaginar cómo los asaltantes habían pasado por alto aquello, sonrió para sí y extrajo el paquete de su escondite.
Una vez con el objeto en su poder, se giró hacia Elen y se lo entregó, no sin antes hacer varios movimientos extraños, el efecto no era estable, y como ya había notado, cada par de minutos, o segundos, en su estado no tenía forma de saberlo, podía realizar acciones a velocidad normal, no era agradable, ni útil, pero era mejor que nada.
Bajó, a su propio ritmo, al piso inferior, la bruja lo hizo junto a él, al parecer estaba dispuesta a sacarle toda la información posible al tabernero, bien, de estar a plenas facultades lo habría hecho él mismo.
Suspirando, muy lentamente, depositó el paquete sobre la mesa en la que había desayunado y se sentó, esperando a ver el resultado de lo que la peliblanca fuese a hacer. Mientras aguardaba se quedó mirando la entrada por al que el tipo que le había estado observando mientras se tomaba la bebida drogada se había marchado ¿Quiénes eran aquellas personas?
Frunció el ceño, habían usado la palabra “salvaje” para referirse a él, y si bien su aspecto dejaba mucho que desear, Dundarak era una de los lugares más cosmopolitas, ellos parecían ser los salvajes.
Tragó saliva y miró el quid de todo el asunto, lo que había llevado hasta los hombres de negro hasta el pequeño dormitorio de aquella insignificante posada, ¿qué era lo que había en el interior aquel envoltorio? ¿Joyas? Negó con la cabeza, dudaba mucho que fuese eso, cualquiera podía tener acceso a joyas si sabía dónde encontrarlas, lo que estuviese transportando tenía que ser algo mucho más importante, sobre todo para atraer a personas como las que le habían atacado.
Para cuando Elen volvió del lugar al que se hubiese ido con el tabernero Eltrant ya había depositado su pequeña daga encima de la mesa, junto al paquete.
Señalando el arma sonrió a la bruja mientras se revisaba los improvisados vendajes que ahora rodeaban su antebrazo, debido al número de veces en las que se había visto herido lejos de casa había decidido que, si bien no sabía nada de medicina, al menos se encargaría de parar las hemorragias con vendajes propios, y no con su capa, o con partes de su camisa como solía hacer.
-Ábrelo – Le pidió a la bruja a la vez que abría la mano, muy lentamente, frente a su cara, mirándola detenidamente. Al parecer los efectos estaban desapareciendo, aunque fuese a un ritmo muy despacio – Una cosa es el secretismo típico de los mercaderes recelosos, pero No voy a arriesgar mi vida por algo sin ni siquiera saber lo que es.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
A pesar de las heridas recibidas Eltrant aseguraba encontrarse bien, o al menos lo suficiente como para ponerse en pie y terminar lo que había venido a hacer, recoger el paquete que los despistados ladrones no habían encontrado. A simple vista se notaba que unas tablas del suelo estaban manipuladas, pero el par de despistados extraños al parecer no se habían percatado de ello, ni siquiera mientras ponían la habitación patas arriba. Cajones y muebles estaban casi desarmados por completo y repartidos por la estancia, el colchón de la cama fuera de lugar, los escasos elementos decorativos tirados por el suelo y algunos incluso rotos, sin duda habían buscado a conciencia, pero de forma poco inteligente.
Cuando el mercenario por fin se hizo con su mercancía, a pesar de los estragos que la droga estaba causando en él aún, se giró hacia la hechicera y se lo entregó al momento, para luego comenzar a descender las escaleras que llevaban al comedor. Elen caminó a su lado por si volvía a necesitar ayuda, pero en cuanto ambos estuviesen en el piso inferior, el tabernero tendría que darle explicaciones sobre lo sucedido, de forma voluntaria o por las malas. La oscuridad que llevaba consigo empezaba a nublar sus pensamientos, y ahora que Alister no estaba para ayudarla a controlarse, las cosas podrían ponerse feas.
El dragón no estaba listo para regresar a su hogar, los duros recuerdos de la muerte de su hermana aún estaban muy presentes en su memoria, y por ello tras debatirlo, había preferido quedarse acampado en la gran estepa, a la espera de que su compañera regresase del norte. La centinela no podía obligarlo ni insistir en que tenía que superar aquella pérdida, ella misma era un ejemplo de lo que los jinetes eran capaces de hacerle a alguien, y tenía muy claro que jamás olvidaría todo lo que había visto y padecido, siempre formaría parte de ella.
Eltrant tomó asiento en mesa que hasta hacía escasos minutos habían ocupado, y tras depositar el paquete frente a sí, la de cabellos cenicientos centró su atención en el manojo de nervios que se hallaba tras la barra. El hombre intentaba disimular el temblor que invadía sus piernas, pero no había forma de que ocultase el sudor frío que le caía por la frente, sabía que estaba en problemas y no tenía idea de cómo salir airoso de aquella situación. - Empiece a hablar. - ordenó ella cortante, al tiempo que apoyaba ambas manos en la madera que la separaba del propietario. - ¿Hablar? ¿De qué señorita? - respondió, al borde del tartamudeo.
- ¿De verdad quiere que sus escasos clientes vean el espectáculo? - dijo amenazante la bruja, mientras sus manos se cubrían de electricidad. La fría mirada de la joven hizo que el hombre sintiese un terrible escalofrío recorriéndole la espalda, y tras valorar las escasas opciones que tenía, descartando por supuesto la posibilidad de huir, señaló con la cabeza hacia un cuarto anexo, en que podrían hablar tranquilamente, sin asustar al par de hombres bestia que aún seguía en el comedor.
Con paso firme, la tensai lo siguió al interior de aquella pequeña estancia que se utilizaba como despensa, cerrando la puerta tras de sí para asegurarse de que nadie más escuchase lo que iban a tratar allí. - Hable, o se lo sacaré por la fuerza. - instó cruzándose de brazos, mientras atravesaba con la mirada a aquel individuo que ya no podía ocultar su miedo. - Yo, yo no sé nada se lo juro, he oído los ruidos arriba pero no sé qué ha pasado. - mintió, en un vano intento por parecer inocente. Elen, que en aquellos días no destacaba por ser paciente precisamente, descruzó los brazos y lanzó una descarga contra la pierna del tabernero, consiguiendo que éste tuviese que morderse el puño para ahogar un quejido de dolor.
- No lo preguntaré dos veces, ¿quiénes persiguen al mercenario? - formuló la benjamina de los Calhoun, mientras el brillo de su elemento se hacía más intenso alrededor de la mano que mantenía extendida en dirección al hombre. - No lo sé, ¡le digo la verdad! - contestó, pero sin la seguridad suficiente para que resultase creíble. Otro destello cruzó la estancia, acertándole de lleno en el pecho y arrancando un grito de su garganta, amortiguado solo por la gran cantidad de comida que los rodeaba. La electricidad comenzaba a aturdirlo, y sin duda el tabernero hubiese deseado quedar inconsciente en aquel momento, pero la de ojos verdes no iba a permitir que eso ocurriese, no todavía.
- Créame, da igual lo que le hayan dicho, no importa con qué lo hayan amenazado, yo puedo ser mucho peor que ellos. - pronunció con tono frío, al tiempo que desenvainaba su daga del cinturón y comenzaba a acercársele. La oscuridad estaba ahí, dentro de su cuerpo y haciéndose más fuerte cada momento, impulsándola a hacer cosas de las que sin duda se arrepentiría, pero ¿quién podía detenerla? Con una rapidez pasmosa, Elen colocó el filo del arma directamente en el cuello del hombre, que vio pasar su vida por delante de sus ojos con expresión aterrada. - ¡No por favor! - exclamó, casi atragantándose con su propia saliva.
- Llegaron en mitad de la noche y comenzaron a hacer preguntas, yo no quería decirles nada pero me obligaron. - reveló, mostrando los moratones que escondía bajo las ropas, fruto de los golpes que había recibido por negarse a hablar. - Preguntaron por el mercenario, cuando había llegado y cuál era su habitación, luego subieron a por él. - prosiguió, sintiendo el acero peligrosamente cerca de su piel. - Pensé que lo matarían pero no le hicieron nada, en vez de eso me entregaron un frasco extraño y me ordenaron que le sirviese su contenido mezclado con la bebida en cuanto tuviese ocasión, se lo juro señorita no sé quiénes son, ni siquiera dijeron sus nombres… - aseguró, a punto de romper a llorar.
- ¿Eso es todo? - preguntó la tensai, sin cambiar ni un ápice la frialdad de su voz. - Sí sí, se lo juro. - insistió. Unos larguísimos segundos de silencio se adueñaron de la estancia, antes de que la hechicera retirase su hoja y la devolviese al cinturón. - Para otra ocasión búsquese a alguien que sepa utilizar las armas, no llegará lejos si permite que maten a sus clientes en su propio negocio. - aconsejó la bruja, antes de darse la vuelta para salir al comedor. El tabernero tragó saliva y pudo por fin respirar aliviado, justo entonces llegó otro recuerdo a su mente, uno que no dudó en dar de inmediato. - Espere, creo que les escuché mencionar algo de un coleccionista, quizá les sirva de algo. - dijo, antes de perder de vista a la tensai.
Para cuando Elen regresó junto al guerrero, éste había dejado una daga junto al paquete, y sin perder ni un instante le pidió que lo abriese. - El tabernero te drogó pero no tiene idea de con qué, con suerte los efectos se pasarán en un rato. - comenzó a decir, mientras cortaba el hilo que sujetaba el papel. - Alcanzó a escuchar algo sobre un coleccionista, puede que alguien más quiera lo que contiene. - continuó, retirando el papel con cuidado, ya que se notaba que lo habían envuelto con delicadeza. Alguien se había tomado muchas molestias para que llegase en perfecto estado, pero antes de continuar con aquel trabajo ambos debían saber qué llevaban consigo.
Cuando el mercenario por fin se hizo con su mercancía, a pesar de los estragos que la droga estaba causando en él aún, se giró hacia la hechicera y se lo entregó al momento, para luego comenzar a descender las escaleras que llevaban al comedor. Elen caminó a su lado por si volvía a necesitar ayuda, pero en cuanto ambos estuviesen en el piso inferior, el tabernero tendría que darle explicaciones sobre lo sucedido, de forma voluntaria o por las malas. La oscuridad que llevaba consigo empezaba a nublar sus pensamientos, y ahora que Alister no estaba para ayudarla a controlarse, las cosas podrían ponerse feas.
El dragón no estaba listo para regresar a su hogar, los duros recuerdos de la muerte de su hermana aún estaban muy presentes en su memoria, y por ello tras debatirlo, había preferido quedarse acampado en la gran estepa, a la espera de que su compañera regresase del norte. La centinela no podía obligarlo ni insistir en que tenía que superar aquella pérdida, ella misma era un ejemplo de lo que los jinetes eran capaces de hacerle a alguien, y tenía muy claro que jamás olvidaría todo lo que había visto y padecido, siempre formaría parte de ella.
Eltrant tomó asiento en mesa que hasta hacía escasos minutos habían ocupado, y tras depositar el paquete frente a sí, la de cabellos cenicientos centró su atención en el manojo de nervios que se hallaba tras la barra. El hombre intentaba disimular el temblor que invadía sus piernas, pero no había forma de que ocultase el sudor frío que le caía por la frente, sabía que estaba en problemas y no tenía idea de cómo salir airoso de aquella situación. - Empiece a hablar. - ordenó ella cortante, al tiempo que apoyaba ambas manos en la madera que la separaba del propietario. - ¿Hablar? ¿De qué señorita? - respondió, al borde del tartamudeo.
- ¿De verdad quiere que sus escasos clientes vean el espectáculo? - dijo amenazante la bruja, mientras sus manos se cubrían de electricidad. La fría mirada de la joven hizo que el hombre sintiese un terrible escalofrío recorriéndole la espalda, y tras valorar las escasas opciones que tenía, descartando por supuesto la posibilidad de huir, señaló con la cabeza hacia un cuarto anexo, en que podrían hablar tranquilamente, sin asustar al par de hombres bestia que aún seguía en el comedor.
Con paso firme, la tensai lo siguió al interior de aquella pequeña estancia que se utilizaba como despensa, cerrando la puerta tras de sí para asegurarse de que nadie más escuchase lo que iban a tratar allí. - Hable, o se lo sacaré por la fuerza. - instó cruzándose de brazos, mientras atravesaba con la mirada a aquel individuo que ya no podía ocultar su miedo. - Yo, yo no sé nada se lo juro, he oído los ruidos arriba pero no sé qué ha pasado. - mintió, en un vano intento por parecer inocente. Elen, que en aquellos días no destacaba por ser paciente precisamente, descruzó los brazos y lanzó una descarga contra la pierna del tabernero, consiguiendo que éste tuviese que morderse el puño para ahogar un quejido de dolor.
- No lo preguntaré dos veces, ¿quiénes persiguen al mercenario? - formuló la benjamina de los Calhoun, mientras el brillo de su elemento se hacía más intenso alrededor de la mano que mantenía extendida en dirección al hombre. - No lo sé, ¡le digo la verdad! - contestó, pero sin la seguridad suficiente para que resultase creíble. Otro destello cruzó la estancia, acertándole de lleno en el pecho y arrancando un grito de su garganta, amortiguado solo por la gran cantidad de comida que los rodeaba. La electricidad comenzaba a aturdirlo, y sin duda el tabernero hubiese deseado quedar inconsciente en aquel momento, pero la de ojos verdes no iba a permitir que eso ocurriese, no todavía.
- Créame, da igual lo que le hayan dicho, no importa con qué lo hayan amenazado, yo puedo ser mucho peor que ellos. - pronunció con tono frío, al tiempo que desenvainaba su daga del cinturón y comenzaba a acercársele. La oscuridad estaba ahí, dentro de su cuerpo y haciéndose más fuerte cada momento, impulsándola a hacer cosas de las que sin duda se arrepentiría, pero ¿quién podía detenerla? Con una rapidez pasmosa, Elen colocó el filo del arma directamente en el cuello del hombre, que vio pasar su vida por delante de sus ojos con expresión aterrada. - ¡No por favor! - exclamó, casi atragantándose con su propia saliva.
- Llegaron en mitad de la noche y comenzaron a hacer preguntas, yo no quería decirles nada pero me obligaron. - reveló, mostrando los moratones que escondía bajo las ropas, fruto de los golpes que había recibido por negarse a hablar. - Preguntaron por el mercenario, cuando había llegado y cuál era su habitación, luego subieron a por él. - prosiguió, sintiendo el acero peligrosamente cerca de su piel. - Pensé que lo matarían pero no le hicieron nada, en vez de eso me entregaron un frasco extraño y me ordenaron que le sirviese su contenido mezclado con la bebida en cuanto tuviese ocasión, se lo juro señorita no sé quiénes son, ni siquiera dijeron sus nombres… - aseguró, a punto de romper a llorar.
- ¿Eso es todo? - preguntó la tensai, sin cambiar ni un ápice la frialdad de su voz. - Sí sí, se lo juro. - insistió. Unos larguísimos segundos de silencio se adueñaron de la estancia, antes de que la hechicera retirase su hoja y la devolviese al cinturón. - Para otra ocasión búsquese a alguien que sepa utilizar las armas, no llegará lejos si permite que maten a sus clientes en su propio negocio. - aconsejó la bruja, antes de darse la vuelta para salir al comedor. El tabernero tragó saliva y pudo por fin respirar aliviado, justo entonces llegó otro recuerdo a su mente, uno que no dudó en dar de inmediato. - Espere, creo que les escuché mencionar algo de un coleccionista, quizá les sirva de algo. - dijo, antes de perder de vista a la tensai.
Para cuando Elen regresó junto al guerrero, éste había dejado una daga junto al paquete, y sin perder ni un instante le pidió que lo abriese. - El tabernero te drogó pero no tiene idea de con qué, con suerte los efectos se pasarán en un rato. - comenzó a decir, mientras cortaba el hilo que sujetaba el papel. - Alcanzó a escuchar algo sobre un coleccionista, puede que alguien más quiera lo que contiene. - continuó, retirando el papel con cuidado, ya que se notaba que lo habían envuelto con delicadeza. Alguien se había tomado muchas molestias para que llegase en perfecto estado, pero antes de continuar con aquel trabajo ambos debían saber qué llevaban consigo.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Elen había sido capaz de hacer hablar al tabernero, no sabía cómo, tampoco le interesaba demasiado descubrirlo. Como el mercenario había sospechado, había sido él quien le había drogado, pero afortunadamente el efecto parecía estar pasando, ya podía, al menos, articular frases completas en menos de cinco segundos.
- ¿Un coleccionista? – Posó su mirada en el paquete – Esto es malo… - Eran pocos los coleccionistas que conocía, pero todos aquellos que se identificaban a si mismo con ese nombre tenía en común dos cosas, lo primero era una cantidad absurda de dinero, soldados, armas, pequeñas flotas mercantes, si tiene nombre, los “coleccionistas” podían comprarlo. Lo segundo era algo también usual entre personas de todas las clases, ricos y pobres por igual, toda persona podía ser avariciosa, el habitante de Aerandir promedio, no llegaba, sin embargo, al nivel de egoísmo del que solían presumir estas personas.
Incorporándose levemente en su asiento observó como la bruja tomaba el cuchillo que Eltrant había depositado sobre la mesa, y cortaba el cordel que mantenía sujeto el envoltorio del paquete, para a continuación removerlo con cuidado.
- ¿Ya está? – Fue lo único que pudo decir cuando Elen hubo retirado la cobertura, cuidadosamente colocada, del objeto que tenía a su cargo. Alguno de los presentes se giró a prestar atención en lo que estaban haciendo los dos extranjeros, volviéndose enseguida a sus propios asuntos cuando lo único que contemplaron como el mercenario se levantaba de su asiento y miraba aún más de cerca la pequeña daga que yacía sobre la mesa en la que este había esperado a su compañera.
- ¿Un puñal? – El mercenario tomó el cuchillo con cuidado y lo miró a contraluz, era bonita, de un color dorado brillante que, a pesar de sus limitados conocimientos en herrería, parecía indicar que había sido forjada en oro, lo único destacable, además de aquello, era la empuñadura, la cual no era sino la pequeña escultura de un dragón, cuyos ojos eran dos pequeñas gemas de color azul. – No parece nada del otro mundo, a ver… parece cara, sí – Se la pasó a Elen esperando que esta pudiese decir algo más sobre la daga – ¿Pero drogar a alguien solo por hacerse por ella? – Se pasó la mano por el pelo, pensativo – Aunque no me sorprendería… si es un coleccionista – El objeto sí que parecía ser, al menos, único; y eso era todo lo que necesitaba uno de ellos. – No perdamos más el tiempo – Aún notaba como la cabeza le daba vueltas, como se sentía ligeramente más pesado de lo normal por culpa de la droga, pero ya tendría tiempo de recuperarse por el camino, no podía permitir quedarse más tiempo allí.
Tras dejar varios Aeros sobre la barra de la taberna aguardó a que la bruja ultimase sus asuntos en la pequeña posada, para entonces encaminarse al exterior junto a ella.
El gélido aire del Dundarak le abofeteó al salir de la posada, arropándose en su capa miró hacia el cielo, algunas nubes con un preocupante tono grisáceo comenzaban a formarse sobre la urbe helada. – Eso no puede ser bueno… - Susurró tapándose la boca con una suerte de bufanda que había comprado al poco de llegar. – Siento haberte metido en este lio Elen – No pudo evitar disculparse con su nueva compañera, después de todo la bruja no tenía por qué ayudarle, ella tenía sus propios asuntos que resolver allí, probablemente en aquel momento los individuos ataviados en negro sabían que ahora ella también custodiaba la daga que ahora descansaba en su cinto, envuelta en un trapo desteñido.
- Cuanto antes salgamos de aquí, mejor, esos que me atacaron no eran simples bandidos– Informó a la peliblanca sin dejar de comprobar los distintos callejones por los que pasaban. Había comenzado a andar sin ni siquiera pensarlo, lo único que quería era alejarse lo más posible de la taberna, y ni aun así había conseguido quitarse aquella sensación de malestar de encima, casi como si, de algún modo, les estuviesen siguiendo.
- ¿Has visto eso? – Eltrant se detuvo y clavó su mirada en un callejón que tenía a su derecha, escudriñando la oscuridad del fondo del mismo, tomó su espada por la empuñadura, dispuesto a desenvainarla de ser necesario – Yo voy a acabar conduciéndonos a alguna trampa – El mercenario se giró, una vez más, hacía la peliblanca – Tú conoces esta ciudad mejor que yo – Afirmó tras recordar el motivo por el que había venido a visitar el norte - ¿Alguna idea?
Estaban, en aquel momento, en una calle muy transitada, infinidad de personas enfundadas en gruesos abrigos caminaban de aquí para allá, con aparente prisa, de camino a sus trabajos, hogares, o cualquier cosa imaginable; ningún ladrón se atrevería a robarles allí, no algo como el puñal de oro. Pero como había dicho a su compañera, las personas que le habían atacado no eran normales, después de todo, habían asaltado su habitación a plena luz del día.
- ¿Un coleccionista? – Posó su mirada en el paquete – Esto es malo… - Eran pocos los coleccionistas que conocía, pero todos aquellos que se identificaban a si mismo con ese nombre tenía en común dos cosas, lo primero era una cantidad absurda de dinero, soldados, armas, pequeñas flotas mercantes, si tiene nombre, los “coleccionistas” podían comprarlo. Lo segundo era algo también usual entre personas de todas las clases, ricos y pobres por igual, toda persona podía ser avariciosa, el habitante de Aerandir promedio, no llegaba, sin embargo, al nivel de egoísmo del que solían presumir estas personas.
Incorporándose levemente en su asiento observó como la bruja tomaba el cuchillo que Eltrant había depositado sobre la mesa, y cortaba el cordel que mantenía sujeto el envoltorio del paquete, para a continuación removerlo con cuidado.
- ¿Ya está? – Fue lo único que pudo decir cuando Elen hubo retirado la cobertura, cuidadosamente colocada, del objeto que tenía a su cargo. Alguno de los presentes se giró a prestar atención en lo que estaban haciendo los dos extranjeros, volviéndose enseguida a sus propios asuntos cuando lo único que contemplaron como el mercenario se levantaba de su asiento y miraba aún más de cerca la pequeña daga que yacía sobre la mesa en la que este había esperado a su compañera.
- ¿Un puñal? – El mercenario tomó el cuchillo con cuidado y lo miró a contraluz, era bonita, de un color dorado brillante que, a pesar de sus limitados conocimientos en herrería, parecía indicar que había sido forjada en oro, lo único destacable, además de aquello, era la empuñadura, la cual no era sino la pequeña escultura de un dragón, cuyos ojos eran dos pequeñas gemas de color azul. – No parece nada del otro mundo, a ver… parece cara, sí – Se la pasó a Elen esperando que esta pudiese decir algo más sobre la daga – ¿Pero drogar a alguien solo por hacerse por ella? – Se pasó la mano por el pelo, pensativo – Aunque no me sorprendería… si es un coleccionista – El objeto sí que parecía ser, al menos, único; y eso era todo lo que necesitaba uno de ellos. – No perdamos más el tiempo – Aún notaba como la cabeza le daba vueltas, como se sentía ligeramente más pesado de lo normal por culpa de la droga, pero ya tendría tiempo de recuperarse por el camino, no podía permitir quedarse más tiempo allí.
Tras dejar varios Aeros sobre la barra de la taberna aguardó a que la bruja ultimase sus asuntos en la pequeña posada, para entonces encaminarse al exterior junto a ella.
El gélido aire del Dundarak le abofeteó al salir de la posada, arropándose en su capa miró hacia el cielo, algunas nubes con un preocupante tono grisáceo comenzaban a formarse sobre la urbe helada. – Eso no puede ser bueno… - Susurró tapándose la boca con una suerte de bufanda que había comprado al poco de llegar. – Siento haberte metido en este lio Elen – No pudo evitar disculparse con su nueva compañera, después de todo la bruja no tenía por qué ayudarle, ella tenía sus propios asuntos que resolver allí, probablemente en aquel momento los individuos ataviados en negro sabían que ahora ella también custodiaba la daga que ahora descansaba en su cinto, envuelta en un trapo desteñido.
- Cuanto antes salgamos de aquí, mejor, esos que me atacaron no eran simples bandidos– Informó a la peliblanca sin dejar de comprobar los distintos callejones por los que pasaban. Había comenzado a andar sin ni siquiera pensarlo, lo único que quería era alejarse lo más posible de la taberna, y ni aun así había conseguido quitarse aquella sensación de malestar de encima, casi como si, de algún modo, les estuviesen siguiendo.
- ¿Has visto eso? – Eltrant se detuvo y clavó su mirada en un callejón que tenía a su derecha, escudriñando la oscuridad del fondo del mismo, tomó su espada por la empuñadura, dispuesto a desenvainarla de ser necesario – Yo voy a acabar conduciéndonos a alguna trampa – El mercenario se giró, una vez más, hacía la peliblanca – Tú conoces esta ciudad mejor que yo – Afirmó tras recordar el motivo por el que había venido a visitar el norte - ¿Alguna idea?
Estaban, en aquel momento, en una calle muy transitada, infinidad de personas enfundadas en gruesos abrigos caminaban de aquí para allá, con aparente prisa, de camino a sus trabajos, hogares, o cualquier cosa imaginable; ningún ladrón se atrevería a robarles allí, no algo como el puñal de oro. Pero como había dicho a su compañera, las personas que le habían atacado no eran normales, después de todo, habían asaltado su habitación a plena luz del día.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Elen observó con cierta decepción el pequeño puñal que quedó al descubierto una vez abierto el paquete, después de tanto jaleo se hubiese esperado otra cosa, pero al parecer aquella daga debía ser importante, o al menos valiosa. Su compañero tampoco pareció sorprendido con el descubrimiento, se levantó del asiento y tomó el arma para examinarla más de cerca, luego la tendió hacia la hechicera, que de inmediato notó algo que había pasado por alto al verla. Sí, estaba forjada en oro y tenía un par de brillantes gemas adornando la escultura de dragón que formaba la empuñadura, pero había algo más en ella, algo que solo una persona con sensibilidad a la magia detectaría.
- Está encantada. - reveló sin apenas elevar la voz, para que solo Eltrant pudiese escucharla. - Noto algo de maná en ella pero no es mucho, aunque sí suficiente para que resulte más interesante. - prosiguió, al tiempo que buscaba grabados en la hoja, sin éxito. No se habían usado arcanos para imbuirla con magia, pero de algún modo la tenía, lo cual suscitaba otra pregunta, ¿qué tipo de hechizo habían utilizado y para qué? - Esto solo complicará las cosas, salgamos de aquí. - instó, devolviendo el puñal al mercenario.
Los coleccionistas solían interesarse bastante por aquel tipo de artículos aparentemente antiguos, pero cuando se juntaba antigüedad con magia la cosa podía ponerse fea. Todos los que supiesen de la existencia de aquella daga la querrían, y estarían dispuestos a hacer lo que fuese necesario para hacerse con ella antes que los demás. El encargo del guerrero podía ahora considerarse como una carrera a contrarreloj, y si no se apresuraban a poner tierra de por medio entre los misteriosos individuos que se habían atrevido a atacarlo ya dos veces y ellos mismos, el enfrentamiento sería inevitable.
Para la centinela, que sentía cada vez con más fuerza la oscuridad en su interior, una pelea se le antojaba de lo más apetecible, pero algo en su interior la impulsaba a tomar otro camino, a fin de cuentas hasta no hacía mucho había estado en busca y captura en el norte, debía andarse con cuidado para no crear más problemas a los caballeros dragones. Respirando hondo para tratar de aclarar sus ideas, la benjamina de los Calhoun recogió sus pertenencias y abandonó el local junto con Eltrant, no sin antes dedicar una última mirada severa al tabernero, que se lo pensaría dos veces antes de volver a pasar por algo semejante.
Una vez fuera, la gélida brisa la obligó a subirse el cuello del abrigo con que cubría su armadura, y tras escrutar con la mirada los alrededores en busca de comportamientos sospechosos que pudiesen delatar a algún espía, giró el rostro levemente hacia el mercenario. - Los problemas no son nada nuevo para mí. - respondió tratando de sonar amable ante la disculpa de Eltrant. A decir verdad la tranquilidad le estaba resultando muy esquiva últimamente, iba de un lado para otro y siempre terminaba encontrándose en medio de algún conflicto, pero era algo a lo que se había acostumbrado con los años, y que incluso echaría en falta.
Además, ¿qué eran un puñado de ladrones y asesinos en comparación con los jinetes? Nada, un mero entrenamiento que la ayudaría a volverse más fuerte, cosa que sin duda le haría falta para lo que pretendía hacer. Sin perder ni un instante, la de ojos verdes se acercó a su montura y la desató del poste, para acto seguido colgar las alforjas de la silla de montar y volver junto al mercenario, que ya se ponía en marcha. Caminaron por las atestadas calles de Dundarak sin un rumbo fijo, atentos a cualquier extraño se les acercase demasiado o tuviese una actitud sospechosa, pero pronto Eltrant se detuvo, creyendo haber visto algo en un callejón cercano.
- Podríamos ir al cuartel de la orden, allí no podrían hacernos nada pero tampoco podrías entregar la daga. - propuso, aunque lo último que quería era dar más quebraderos de cabeza a Sammuel. - ¿Dónde se supone que tienes que llevarla? - preguntó, suponiendo que al no llevar demasiado tiempo con ella, la había recogido en el norte. Quizá se equivocase, pero de no ser así ambos tendrían una oportunidad, viajar al sur lo más rápido posible y reunirse con Alister en la estepa, aunque antes de eso la centinela tendría que hacer su obligatoria parada a las afueras de la ciudad, para comprobar que el demonio sombrío seguía atrapado bajo el hielo.
- Está encantada. - reveló sin apenas elevar la voz, para que solo Eltrant pudiese escucharla. - Noto algo de maná en ella pero no es mucho, aunque sí suficiente para que resulte más interesante. - prosiguió, al tiempo que buscaba grabados en la hoja, sin éxito. No se habían usado arcanos para imbuirla con magia, pero de algún modo la tenía, lo cual suscitaba otra pregunta, ¿qué tipo de hechizo habían utilizado y para qué? - Esto solo complicará las cosas, salgamos de aquí. - instó, devolviendo el puñal al mercenario.
Los coleccionistas solían interesarse bastante por aquel tipo de artículos aparentemente antiguos, pero cuando se juntaba antigüedad con magia la cosa podía ponerse fea. Todos los que supiesen de la existencia de aquella daga la querrían, y estarían dispuestos a hacer lo que fuese necesario para hacerse con ella antes que los demás. El encargo del guerrero podía ahora considerarse como una carrera a contrarreloj, y si no se apresuraban a poner tierra de por medio entre los misteriosos individuos que se habían atrevido a atacarlo ya dos veces y ellos mismos, el enfrentamiento sería inevitable.
Para la centinela, que sentía cada vez con más fuerza la oscuridad en su interior, una pelea se le antojaba de lo más apetecible, pero algo en su interior la impulsaba a tomar otro camino, a fin de cuentas hasta no hacía mucho había estado en busca y captura en el norte, debía andarse con cuidado para no crear más problemas a los caballeros dragones. Respirando hondo para tratar de aclarar sus ideas, la benjamina de los Calhoun recogió sus pertenencias y abandonó el local junto con Eltrant, no sin antes dedicar una última mirada severa al tabernero, que se lo pensaría dos veces antes de volver a pasar por algo semejante.
Una vez fuera, la gélida brisa la obligó a subirse el cuello del abrigo con que cubría su armadura, y tras escrutar con la mirada los alrededores en busca de comportamientos sospechosos que pudiesen delatar a algún espía, giró el rostro levemente hacia el mercenario. - Los problemas no son nada nuevo para mí. - respondió tratando de sonar amable ante la disculpa de Eltrant. A decir verdad la tranquilidad le estaba resultando muy esquiva últimamente, iba de un lado para otro y siempre terminaba encontrándose en medio de algún conflicto, pero era algo a lo que se había acostumbrado con los años, y que incluso echaría en falta.
Además, ¿qué eran un puñado de ladrones y asesinos en comparación con los jinetes? Nada, un mero entrenamiento que la ayudaría a volverse más fuerte, cosa que sin duda le haría falta para lo que pretendía hacer. Sin perder ni un instante, la de ojos verdes se acercó a su montura y la desató del poste, para acto seguido colgar las alforjas de la silla de montar y volver junto al mercenario, que ya se ponía en marcha. Caminaron por las atestadas calles de Dundarak sin un rumbo fijo, atentos a cualquier extraño se les acercase demasiado o tuviese una actitud sospechosa, pero pronto Eltrant se detuvo, creyendo haber visto algo en un callejón cercano.
- Podríamos ir al cuartel de la orden, allí no podrían hacernos nada pero tampoco podrías entregar la daga. - propuso, aunque lo último que quería era dar más quebraderos de cabeza a Sammuel. - ¿Dónde se supone que tienes que llevarla? - preguntó, suponiendo que al no llevar demasiado tiempo con ella, la había recogido en el norte. Quizá se equivocase, pero de no ser así ambos tendrían una oportunidad, viajar al sur lo más rápido posible y reunirse con Alister en la estepa, aunque antes de eso la centinela tendría que hacer su obligatoria parada a las afueras de la ciudad, para comprobar que el demonio sombrío seguía atrapado bajo el hielo.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Después de escudriñar el oscuro fondo del callejón durante varios segundos se giró hacia su compañera – Supuestamente a un tipo en Lunargenta, un coleccionista, también – Dijo atusándose la barba – No es que confié mucho en él, pero paga bien, y necesito el dinero – Suspiró y llevó su mano hasta la daga - ¿Los cuarteles de la orden? – No estaba seguro de si alguien como él encajaría allí, pero tampoco tenían muchas opciones más, ¿Qué mejor que una organización de individuos fuertemente armados para hacer frente a otra? – Me parece bien, pero no sé exactamente dónde está – Se rascó la barba, nervioso, esperando que la mujer liderase el grupo – Con la suerte que tengo seguro que me meten en la cárcel – Murmuró siguiendo a Elen.
Confiaba en la bruja, pocas personas se meterían en problemas por alguien con quien había coincidido apenas dos veces, no obstante, cuando minutos más tarde estuvo frente a las imponentes puertas de los caballeros de la orden, no pudo evitar que se le revolviese el estómago.
Sin pensárselo dos veces, entregó la daga a Elen – Toma, habla con quien tengas que hacerlo – Susurró antes de entrar en la fortaleza, dos guardias fuertemente armados dieron el paso a la peliblanca sin añadir ninguna complicación a la situación, lo que hizo que el mercenario respirase aliviado, por una parte, y mirase con cierta incredulidad a su compañera, estaba claro que no sabía nada de ella, debía de ser alguien más importante de lo que aparentaba si podía entrar en un lugar así.
– Te espero aquí – Dijo a la bruja cuando llegaron a una especie de patio de entrenamiento, armaduras, maniquíes y armas de madera yacían ordenadamente colocadas en grandes baúles en los extremos de la habitación. – No quiero… interrumpir las negociaciones – Dijo sonriendo con simpleza – Solo necesito un salvoconducto para Lunargenta, o saber quiénes son los de la taberna, dónde se esconden, cualquier cosa – Le dijo cruzado de brazos, pensando de nuevo sobre el extraño aspecto de los que le habían atacado ¿Monjes quizás? Se decía que las montañas de Dundarak estaba llenos de ellos, por lo que no era descabellado pensar eso.
Cuando la bruja contestó a las palabras del mercenario este le dedico una sonrisa y se sentó en uno de los muchos bancos del lugar, había insistido, principalmente, en no acompañar a la bruja por curiosidad, a su alrededor varios caballeros hacían las practicas matinales, se preparaban para el día, y formaban su cuerpo y su mente para proteger las gentes del norte, o al menos eso era lo que pensaba Eltrant, a sus ojos aquellos soldados no eran muy diferentes a los guardas de Lunargenta, aunque por lo que parecía a simple vista, los norteños tenían un sistema de entrenamiento bastante más duro que sus paisanos de Verisar, por lo que interpretó, al cabo de un rato, que aquellos sujetos poseían más de una responsabilidad, eran más que un cuerpo militar al uso.
Sentado en el banco de madera, mecido por la suave brisa que descendía desde las alturas de la ciudad hasta el amplio campo de instrucción, empezó a sentir como le pesaban los parpados, el sonido de las voces de los hombres y mujeres de la orden, se volvió lejano y distante, casi un murmullo ahogado por el agua de una cascada, algo similar ocurrió con el eco que las espadas de madera formaban al chocar unas con otras, pronto estuvo apagado bajo un grueso manto de cansancio.
No pudo evitar quedarse dormido, aunque llegados a aquel punto, apenas le importaba, al fin y al cabo, estaba en el lugar, probablemente, de todo el norte, no le apuñalarían en el pecho durante su descanso, las drogas que había consumido, unida al cansancio le estaban pasando factura, aquello le iba a venir bien.
No había dormido en toda la noche, no recordaba algo así desde lo sucedido en Sacrestic, bastantes meses atrás, la noche en la que unos vampiros decidieron que debían tomar venganza por la muerte de, supuestamente, su lideresa.
No supo exactamente cuánto tiempo estuvo dormido, allí, tumbado a lo largo en un banco de madera, fue momentos más tardes cuando una voz desconocida le despertó. - ¡Despierta! – Una mano le meció bruscamente, arrancándole de los brazos de Morfeo casi al instante - ¿Quién…? – Preguntó ligeramente aturdido, frente a él, un hombre corpulento, embutido en una armadura plateada le miraba con cierto desdén, casi con compasión – La daga – Dijo directamente – Dámela, es más segura conmigo – El mercenario se rascó la barba, aún adormilado, y bostezó, el patio estaba extrañamente silencioso, todos parecían haberse desvanecido en el aire, el sol seguía bien alto, por lo que no habrían pasado más de unas horas desde que se quedó dormido – No la tengo – Musitó directamente, por su aspecto aquel hombre debía de ser un soldado de la orden - ¿Y quién la tiene? Responde – Por algún motivo el hombre que le había despertado parecía reticente a pronunciar muchas palabras seguidas, quizás trataba de ocultar el curioso acento que se le escapaba entre palabras, acento que Eltrant apenas llegó a notar – La tiene… Elen – Contestó estirando los brazos y dejando escapar otro amplio bostezo – Creo que había ido a hablar con un superior – El rostro del hombre se ensombreció al oír esto – Interesante – Fue lo último que dijo, ahora sin tratar de disimular el acento, antes de golpear con fuerza al mercenario en la sien.
Perdió el conocimiento casi al instante, pudo vislumbrar la sonrisa del desconocido segundos antes de que los repetidos golpes que recibió en la cara terminasen de dejarle fuera de combate.
No supo cuánto tiempo estuvo, exactamente, fuera de combate, una hora, quizás dos, puede que incluso más, lo único que pudo ver, en primera instancia, eran barrotes frente a sus ojos – “¿Una cárcel?” – Tenía la boca seca y estaba maniatado, no había ventanas ni ningún guardia que vigilase que el prisionero estuviese controlado, estuviese dónde estuviese, no era el cuartel de la orden.
Suspirando se movió lo suficiente como para poder levantarse, al menos no le habían atado las piernas, exploró un poco la habitación como para saber que no tenía ninguna escapatoria. Un fuerte ruido atrajo la atención del mercenario, la puerta que estaba a varios metros frente a los barrotes se había abierto, una figura femenina irrumpió en la habitación. – Buenos días, salvaje – Conocía esa voz, era la misma mujer que le había atacado en la posada.
Confiaba en la bruja, pocas personas se meterían en problemas por alguien con quien había coincidido apenas dos veces, no obstante, cuando minutos más tarde estuvo frente a las imponentes puertas de los caballeros de la orden, no pudo evitar que se le revolviese el estómago.
Sin pensárselo dos veces, entregó la daga a Elen – Toma, habla con quien tengas que hacerlo – Susurró antes de entrar en la fortaleza, dos guardias fuertemente armados dieron el paso a la peliblanca sin añadir ninguna complicación a la situación, lo que hizo que el mercenario respirase aliviado, por una parte, y mirase con cierta incredulidad a su compañera, estaba claro que no sabía nada de ella, debía de ser alguien más importante de lo que aparentaba si podía entrar en un lugar así.
– Te espero aquí – Dijo a la bruja cuando llegaron a una especie de patio de entrenamiento, armaduras, maniquíes y armas de madera yacían ordenadamente colocadas en grandes baúles en los extremos de la habitación. – No quiero… interrumpir las negociaciones – Dijo sonriendo con simpleza – Solo necesito un salvoconducto para Lunargenta, o saber quiénes son los de la taberna, dónde se esconden, cualquier cosa – Le dijo cruzado de brazos, pensando de nuevo sobre el extraño aspecto de los que le habían atacado ¿Monjes quizás? Se decía que las montañas de Dundarak estaba llenos de ellos, por lo que no era descabellado pensar eso.
Cuando la bruja contestó a las palabras del mercenario este le dedico una sonrisa y se sentó en uno de los muchos bancos del lugar, había insistido, principalmente, en no acompañar a la bruja por curiosidad, a su alrededor varios caballeros hacían las practicas matinales, se preparaban para el día, y formaban su cuerpo y su mente para proteger las gentes del norte, o al menos eso era lo que pensaba Eltrant, a sus ojos aquellos soldados no eran muy diferentes a los guardas de Lunargenta, aunque por lo que parecía a simple vista, los norteños tenían un sistema de entrenamiento bastante más duro que sus paisanos de Verisar, por lo que interpretó, al cabo de un rato, que aquellos sujetos poseían más de una responsabilidad, eran más que un cuerpo militar al uso.
Sentado en el banco de madera, mecido por la suave brisa que descendía desde las alturas de la ciudad hasta el amplio campo de instrucción, empezó a sentir como le pesaban los parpados, el sonido de las voces de los hombres y mujeres de la orden, se volvió lejano y distante, casi un murmullo ahogado por el agua de una cascada, algo similar ocurrió con el eco que las espadas de madera formaban al chocar unas con otras, pronto estuvo apagado bajo un grueso manto de cansancio.
No pudo evitar quedarse dormido, aunque llegados a aquel punto, apenas le importaba, al fin y al cabo, estaba en el lugar, probablemente, de todo el norte, no le apuñalarían en el pecho durante su descanso, las drogas que había consumido, unida al cansancio le estaban pasando factura, aquello le iba a venir bien.
No había dormido en toda la noche, no recordaba algo así desde lo sucedido en Sacrestic, bastantes meses atrás, la noche en la que unos vampiros decidieron que debían tomar venganza por la muerte de, supuestamente, su lideresa.
No supo exactamente cuánto tiempo estuvo dormido, allí, tumbado a lo largo en un banco de madera, fue momentos más tardes cuando una voz desconocida le despertó. - ¡Despierta! – Una mano le meció bruscamente, arrancándole de los brazos de Morfeo casi al instante - ¿Quién…? – Preguntó ligeramente aturdido, frente a él, un hombre corpulento, embutido en una armadura plateada le miraba con cierto desdén, casi con compasión – La daga – Dijo directamente – Dámela, es más segura conmigo – El mercenario se rascó la barba, aún adormilado, y bostezó, el patio estaba extrañamente silencioso, todos parecían haberse desvanecido en el aire, el sol seguía bien alto, por lo que no habrían pasado más de unas horas desde que se quedó dormido – No la tengo – Musitó directamente, por su aspecto aquel hombre debía de ser un soldado de la orden - ¿Y quién la tiene? Responde – Por algún motivo el hombre que le había despertado parecía reticente a pronunciar muchas palabras seguidas, quizás trataba de ocultar el curioso acento que se le escapaba entre palabras, acento que Eltrant apenas llegó a notar – La tiene… Elen – Contestó estirando los brazos y dejando escapar otro amplio bostezo – Creo que había ido a hablar con un superior – El rostro del hombre se ensombreció al oír esto – Interesante – Fue lo último que dijo, ahora sin tratar de disimular el acento, antes de golpear con fuerza al mercenario en la sien.
Perdió el conocimiento casi al instante, pudo vislumbrar la sonrisa del desconocido segundos antes de que los repetidos golpes que recibió en la cara terminasen de dejarle fuera de combate.
No supo cuánto tiempo estuvo, exactamente, fuera de combate, una hora, quizás dos, puede que incluso más, lo único que pudo ver, en primera instancia, eran barrotes frente a sus ojos – “¿Una cárcel?” – Tenía la boca seca y estaba maniatado, no había ventanas ni ningún guardia que vigilase que el prisionero estuviese controlado, estuviese dónde estuviese, no era el cuartel de la orden.
Suspirando se movió lo suficiente como para poder levantarse, al menos no le habían atado las piernas, exploró un poco la habitación como para saber que no tenía ninguna escapatoria. Un fuerte ruido atrajo la atención del mercenario, la puerta que estaba a varios metros frente a los barrotes se había abierto, una figura femenina irrumpió en la habitación. – Buenos días, salvaje – Conocía esa voz, era la misma mujer que le había atacado en la posada.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Verisar era el destino del mercenario, o más bien el de su mercancía, que debía ser entregada a un coleccionista de la ciudad de Lunargenta. Demasiado lejos, pensó la hechicera al escucharlo, mientras sopesaba las posibilidades que tenían de llegar sin incidentes hasta el contratante. Quedaba claro que alguien más quería hacerse con la daga y estaba dispuesto a cualquier cosa para conseguirla, así que emprender un viaje tan largo sin apenas información acerca del enemigo sería una imprudencia. No es que la centinela dudase de sus habilidades para poder ocuparse de repeler un posible ataque, pero de reunirse con Alister en la estepa sus preocupaciones solo irían en aumento, ya que el todavía pequeño y frágil Kot’hiku se hallaba con él.
- Te llevaré hasta allí. - respondió, tras escuchar que su compañero estaba de acuerdo con ir al cuartel de caballeros dragones. El trayecto entre la taberna y su destino no les llevó más que unos minutos, y en cuanto ambos se encontraron ante las ornamentadas e imponentes puertas del cuartel, Eltrant optó por entregarle la daga para que ella fuese quien se ocupase de tratar el tema con los dragones. Al igual que la noche anterior, los guardias de la entrada le permitieron el paso sin problemas, a lo que la joven respondió cortésmente, con una leve inclinación de cabeza. Elen admiraba la labor de aquellos hombres desde el día en que le salvaron la vida, y aunque no deseaba darles más problemas la realidad era que aparte de Sammuel, no tenía nadie más a quien recurrir en el norte.
Tras cruzar el umbral de las enormes puertas, uno de los caballeros se acercó a recibirlos, para acto seguido guiarlos a través del salón principal hasta llegar al patio de armas en que solían entrenarse diariamente. - Está bien, no tardaré. - aseguró la tensai en respuesta al guerrero, que prefería quedarse allí esperando para no intervenir en las posibles negociaciones. Sin duda no tenía idea de lo ligado que estaba el pasado de la bruja a los dragones, pero ella tampoco se pararía a dar explicaciones en aquel momento, no había tiempo que perder. - Llévame con Sammuel. - pidió al caballero, que de inmediato la guió hacia la torre en que se hallaba el estudio del segundo al mando.
Para cuando la de cabellos cenicientos llegó al quicio de la puerta, Sammuel ya la estaba esperando, con los brazos a la espalda y observando a través de una de las ventanas. - No pensé que volverías tan pronto. - dijo con tono amable, al tiempo que se daba la vuelta. - Al final tendré que intentar reclutarte para la orden. - bromeó, aunque no era una idea tan descabellada. Puede que no tuviese nada de dragón pero era poderosa, y además se trataba de una centinela, la primera con la que habían podido tratar tan de cerca dado que Amaterasu se recluía en su isla, sin interesarse por nada más que su propia diversión.
- Te daría más problemas que ayuda y lo sabes, estoy segura de que a la gran encantadora de palacio no le haría ni pizca de gracia. - respondió ella, acercándose a la mesa sobre la que descansaban un montón de pergaminos con el lacre del dragón. - Tienes razón, ¿a qué debo tu visita? - preguntó el anciano, intrigado. - Quiero mostrarte algo. - comentó, mientras desenvolvía la daga y la colocaba cuidadosamente sobre el escritorio. - Contrataron a mi compañero para llevarla hasta Lunargenta y entregarla allí a un coleccionista, pero parece que hay más gente interesada en ella, ya ha sufrido dos ataques, el último hace menos de una hora. - reveló, mientras Sammuel se sentaba y comenzaba a examinar detenidamente el arma.
- No tengo idea de quienes son, pero al parecer mencionaron algo de un segundo coleccionista, uno que quizá sea de estas tierras. ¿Conocéis a alguno? - preguntó, con la esperanza de que hubiese habido algún incidente anterior y la orden tuviese información acerca del posible individuo. - En una pieza extraña, no había visto una de estas antes, y tampoco me pasa desapercibida la magia que contiene, quizá sea peligrosa. - musitó el dragón, antes de depositar la daga sobre el envoltorio que había quedado desplegado sobre la mesa. - No puedo asegurarte que esté detrás de esto pero sí que hay un coleccionista en la ciudad, Cormac Blanchard, un hombre adinerado al que le gusta adquirir antigüedades y de vez en cuando las expone al público. - continuó, sin perder el tono tranquilo.
- Se interesó mucho por la historia de nuestra orden y los objetos que guardamos aquí, pero como te imaginarás no quedó muy contento cuando nos negamos a hacer negocios con él. Desde entonces no ha vuelto a acercarse por el cuartel, pero quizá si tenga algo que ver con los ataques de los que hablas. - explicó, aunque sin mucho convencimiento. Cormac podía ser insistente pero no se lo imaginaba contratando a mercenarios para aquel tipo de cosas, aunque las apariencias podían engañar, eso bien lo sabía el dragón. - Es lo único que tengo hasta el momento así que intentaré averiguar algo más acerca de ese coleccionista, si pudierais ayudarnos con un camino seguro para abandonar el norte os lo agradecería. - dijo la joven, sabiendo que quizá estaba pidiendo mucho.
- Ya sabes lo tensas que están las cosas aquí desde que te enfrentaste a Abbey… pero supongo que podría daros una escolta, dos de mis caballeros os acompañarán hasta que crucéis el lindero de los bosques del este, luego tendréis que seguir solos. - ofreció, sin olvidar lo que la de ojos verdes había hecho por la orden meses atrás. - Gracias Sammuel. - pronunció la maga, con una leve sonrisa. - Reúnete con tu compañero y esperad en el salón principal, os enviaré la escolta tan rápido como me sea posible. - indicó, justo antes de que la benjamina de los Calhoun recogiese la daga y volviese a envolverla con cuidado.
Para cuando la tensai regresó al patio de armas, éste se encontraba totalmente vacío, cosa que la extraño bastante ya que Eltrant debía esperarla allí. Quizá hubiese ido a los servicios o a explorar alguna estancia cercana, pensó, pero tras unos minutos sin novedades, la centinela comenzó a preocuparse. ¿Dónde se habría metido? El cuartel era seguro, o al menos eso era lo que ella creía, así que no podía explicarse que el mercenario no estuviese allí. ¿Habría decidido no seguir adelante con el trabajo y marcharse? No, los atacantes sabían quién era así que eso no lo ayudaría en absoluto.
Un rápido vistazo al banco en que lo había dejado consiguió que la teoría de que algo malo le había pasado cobrase fuerza, debido a las pequeñas y redondeadas gotas carmesís que habían quedado en la madera y el suelo. - Mierda. - maldijo para sí, poco antes de que la escolta se topase con ella de camino al salón. - ¿Es usted la señorita Calhoun? Tenemos orden de protegerla a usted y su acompañante hasta los bosques del este. - afirmó, saludando con una inclinación de cabeza. - Pues tenemos un problema, alguien se ha llevado a Eltrant. - respondió ella, señalando las gotas de sangre.
Imposible, eso dijeron, que era imposible que alguien pudiese haber entrado y hecho tal cosa, pero eso solo dejaba otra opción, que al igual que durante el incidente con el tercer fragmento de Kinvar, hubiese otro traidor entre los caballeros dragones. Sammuel confiaba en sus hombres, pero los guardias de la entrada principal no habían visto salir a nadie, así que volvía a plantearse que uno de ellos estuviese implicado, ya que para abandonar el cuartel por otra vía tenían que conocer bien el edificio y sus pasadizos. Sin perder tiempo ordenó que revisaran el lugar de arriba abajo, pero no sacaron nada con ello, cosa que preocupó aún más a la hechicera.
- Te llevaré hasta allí. - respondió, tras escuchar que su compañero estaba de acuerdo con ir al cuartel de caballeros dragones. El trayecto entre la taberna y su destino no les llevó más que unos minutos, y en cuanto ambos se encontraron ante las ornamentadas e imponentes puertas del cuartel, Eltrant optó por entregarle la daga para que ella fuese quien se ocupase de tratar el tema con los dragones. Al igual que la noche anterior, los guardias de la entrada le permitieron el paso sin problemas, a lo que la joven respondió cortésmente, con una leve inclinación de cabeza. Elen admiraba la labor de aquellos hombres desde el día en que le salvaron la vida, y aunque no deseaba darles más problemas la realidad era que aparte de Sammuel, no tenía nadie más a quien recurrir en el norte.
Tras cruzar el umbral de las enormes puertas, uno de los caballeros se acercó a recibirlos, para acto seguido guiarlos a través del salón principal hasta llegar al patio de armas en que solían entrenarse diariamente. - Está bien, no tardaré. - aseguró la tensai en respuesta al guerrero, que prefería quedarse allí esperando para no intervenir en las posibles negociaciones. Sin duda no tenía idea de lo ligado que estaba el pasado de la bruja a los dragones, pero ella tampoco se pararía a dar explicaciones en aquel momento, no había tiempo que perder. - Llévame con Sammuel. - pidió al caballero, que de inmediato la guió hacia la torre en que se hallaba el estudio del segundo al mando.
Para cuando la de cabellos cenicientos llegó al quicio de la puerta, Sammuel ya la estaba esperando, con los brazos a la espalda y observando a través de una de las ventanas. - No pensé que volverías tan pronto. - dijo con tono amable, al tiempo que se daba la vuelta. - Al final tendré que intentar reclutarte para la orden. - bromeó, aunque no era una idea tan descabellada. Puede que no tuviese nada de dragón pero era poderosa, y además se trataba de una centinela, la primera con la que habían podido tratar tan de cerca dado que Amaterasu se recluía en su isla, sin interesarse por nada más que su propia diversión.
- Te daría más problemas que ayuda y lo sabes, estoy segura de que a la gran encantadora de palacio no le haría ni pizca de gracia. - respondió ella, acercándose a la mesa sobre la que descansaban un montón de pergaminos con el lacre del dragón. - Tienes razón, ¿a qué debo tu visita? - preguntó el anciano, intrigado. - Quiero mostrarte algo. - comentó, mientras desenvolvía la daga y la colocaba cuidadosamente sobre el escritorio. - Contrataron a mi compañero para llevarla hasta Lunargenta y entregarla allí a un coleccionista, pero parece que hay más gente interesada en ella, ya ha sufrido dos ataques, el último hace menos de una hora. - reveló, mientras Sammuel se sentaba y comenzaba a examinar detenidamente el arma.
- No tengo idea de quienes son, pero al parecer mencionaron algo de un segundo coleccionista, uno que quizá sea de estas tierras. ¿Conocéis a alguno? - preguntó, con la esperanza de que hubiese habido algún incidente anterior y la orden tuviese información acerca del posible individuo. - En una pieza extraña, no había visto una de estas antes, y tampoco me pasa desapercibida la magia que contiene, quizá sea peligrosa. - musitó el dragón, antes de depositar la daga sobre el envoltorio que había quedado desplegado sobre la mesa. - No puedo asegurarte que esté detrás de esto pero sí que hay un coleccionista en la ciudad, Cormac Blanchard, un hombre adinerado al que le gusta adquirir antigüedades y de vez en cuando las expone al público. - continuó, sin perder el tono tranquilo.
- Se interesó mucho por la historia de nuestra orden y los objetos que guardamos aquí, pero como te imaginarás no quedó muy contento cuando nos negamos a hacer negocios con él. Desde entonces no ha vuelto a acercarse por el cuartel, pero quizá si tenga algo que ver con los ataques de los que hablas. - explicó, aunque sin mucho convencimiento. Cormac podía ser insistente pero no se lo imaginaba contratando a mercenarios para aquel tipo de cosas, aunque las apariencias podían engañar, eso bien lo sabía el dragón. - Es lo único que tengo hasta el momento así que intentaré averiguar algo más acerca de ese coleccionista, si pudierais ayudarnos con un camino seguro para abandonar el norte os lo agradecería. - dijo la joven, sabiendo que quizá estaba pidiendo mucho.
- Ya sabes lo tensas que están las cosas aquí desde que te enfrentaste a Abbey… pero supongo que podría daros una escolta, dos de mis caballeros os acompañarán hasta que crucéis el lindero de los bosques del este, luego tendréis que seguir solos. - ofreció, sin olvidar lo que la de ojos verdes había hecho por la orden meses atrás. - Gracias Sammuel. - pronunció la maga, con una leve sonrisa. - Reúnete con tu compañero y esperad en el salón principal, os enviaré la escolta tan rápido como me sea posible. - indicó, justo antes de que la benjamina de los Calhoun recogiese la daga y volviese a envolverla con cuidado.
Para cuando la tensai regresó al patio de armas, éste se encontraba totalmente vacío, cosa que la extraño bastante ya que Eltrant debía esperarla allí. Quizá hubiese ido a los servicios o a explorar alguna estancia cercana, pensó, pero tras unos minutos sin novedades, la centinela comenzó a preocuparse. ¿Dónde se habría metido? El cuartel era seguro, o al menos eso era lo que ella creía, así que no podía explicarse que el mercenario no estuviese allí. ¿Habría decidido no seguir adelante con el trabajo y marcharse? No, los atacantes sabían quién era así que eso no lo ayudaría en absoluto.
Un rápido vistazo al banco en que lo había dejado consiguió que la teoría de que algo malo le había pasado cobrase fuerza, debido a las pequeñas y redondeadas gotas carmesís que habían quedado en la madera y el suelo. - Mierda. - maldijo para sí, poco antes de que la escolta se topase con ella de camino al salón. - ¿Es usted la señorita Calhoun? Tenemos orden de protegerla a usted y su acompañante hasta los bosques del este. - afirmó, saludando con una inclinación de cabeza. - Pues tenemos un problema, alguien se ha llevado a Eltrant. - respondió ella, señalando las gotas de sangre.
Imposible, eso dijeron, que era imposible que alguien pudiese haber entrado y hecho tal cosa, pero eso solo dejaba otra opción, que al igual que durante el incidente con el tercer fragmento de Kinvar, hubiese otro traidor entre los caballeros dragones. Sammuel confiaba en sus hombres, pero los guardias de la entrada principal no habían visto salir a nadie, así que volvía a plantearse que uno de ellos estuviese implicado, ya que para abandonar el cuartel por otra vía tenían que conocer bien el edificio y sus pasadizos. Sin perder tiempo ordenó que revisaran el lugar de arriba abajo, pero no sacaron nada con ello, cosa que preocupó aún más a la hechicera.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Las horas pasaban, una detrás de otra.
Como único acompañante en la fría y oscura prisión a la que le habían arrojado tenía a los pequeños copos de nieve que, de algún modo, entraban a su celda desde la ventana que tenía el único guardia que le vigilaba frente a él.
Descamisado, con un saco oscuro cubriendo su rostro y con ambas manos atadas del techo, el mercenario pendía suavemente en el interior de su celda, mecido por la gélida brisa norteña. - Maxine no tardará en volver, salvaje, ¿Nada que decir? – El guarda de la puerta se carcajeó socarronamente cuando Eltrant negó con la cabeza, tras varios intentos fallidos para sonsacar al castaño dónde se encontraba la daga estaban empezando a probar con métodos más “persuasivos”.
– Esta vez va a traer el látigo ¿Sabes? – Eltrant gimió algo parecido a una respuesta, el guarda volvió a reír. – No tardarás en quebrarte – Musitó al final, justo en el momento en el cual la mujer que le había atacado en la posada, y la que se estaba encargando personalmente de él, entró de nuevo en la habitación – Sal afuera, Kelm – Dijo con una sonrisa – Tengo una sorpresita para el bárbaro. – El séptimo Tale volvió a oír, otra vez, como la puerta que daba a los calabozos se abría.
– Parece que nos hemos quedado solos… - La voz de Maxine mostró a Eltrant que esta se encontraba justo frente a él, negó con la cabeza – Típico de los salvajes, no tomes decisiones precipitadas – Usando su mano derecha, la mujer empujó al mercenario, el cual se balanceó aún con más fuerza, gimió débilmente, las muñecas iban partírsele – Si nos dices dónde está la daga tu amiga puede vivir, no la mataremos – Aprovechando la inercia que poseía el mercenario en aquel momento, golpeó con fuerza en el vientre del mismo cuando estuvo lo suficientemente cerca - ¿Cuántas horas llevamos? ¿Dos? ¿Tres? – Otro fuerte derechazo fue a parar al torso del mercenario en el mismo instante en el que este estuvo al alcance de la interrogadora – Termina ya con esto – Un tercer golpe, esta vez en la cara, le detuvo completamente en el centro de su celda. - ¿Dónde está el puñal? – Había oído aquella pregunta muchas veces en muy pocas horas, tantas que estaba empezando a creer que todo aquello era simplemente un mal sueño. – …Tengo todo el tiempo del mundo.
De un fuerte tirón, la mujer le quitó el saco que tenía en torno a su cabeza. Parpadeó copiosamente, la habitación aun pobremente iluminada, estaba lo suficiente como para que el suave brillo de la luz que penetraba por la ventana le cegase. – No… - La mujer se acercó enarcando una ceja - ¿Qué dices? No te oigo – Maxine sonrió a su prisionero – No… - Volvió a repetir Eltrant, no era la respuesta más elocuente que podía haber dado, pero teniendo en cuenta que la cabeza le daba vueltas y estaba bastante seguro de que había perdido la visión en el ojo izquierdo, le pareció acertada. - ¿No? – La interrogadora frunció el ceño y volvió a golpear, esta vez con más fuerza, lo que hizo que el mercenario comenzara a toser sin parar - ¿¡NO?! – Apenas hubo conseguido algo de aire, un siguiente puñetazo hizo que, de nuevo, tuviese que luchar por poder respirar – Un maldito mono sureño como tú, ¿¡Cómo te atreves!? – Tomando un pequeño cuchillo de su bota, se lo clavó a Eltrant en el hombro, que gritó tan fuerte como le permitieron sus pulmones - ¡Un cuchillo! – Movió levemente el arma con el que acababa de apuñalar al castaño, acrecentando el daño que este causó - ¡Parecido a este!
Dejando el cuchillo alojado en el cuerpo de Eltrant, Maxine le abofeteó - ¡Espabila! ¡No te me desmayes ahora! - Aquellas últimas palabras sonaron distantes, muy distantes, se le escapaba la fuerza, gradualmente, todo se apagó.
Chasqueando la lengua, Maxine se cruzó de brazos, se había pasado, ahora tendría que dar explicaciones de por qué el prisionero había perdido el conocimiento, suspirando profundamente, la mujer salió de la prisión y dejó al salvaje del sur allí encerrado.
Tendrían que seguir la otra única pista que tenían por ahora, la peliblanca que controlaba los elementos sabría algo de la daga, quizás incluso la tendría ella.
***
No tenía forma de conocer el tiempo que estuvo inconsciente, pero al parecer había sido bastante, porque la luz que penetraba en la prisión por la ventana que tenía frente a él se estaba volviendo más grisácea.
Gruñendo algo parecido a una maldición miró a su alrededor, estaba solo, no tenían ningún vigilante. ¿Le habían dado por muerto? Escupió a un lado una mezcla entre saliva y sangre y se zarandeó un poco, consiguiendo más bien nada con esto apretó los dientes y cerró los ojos, tenía que encontrar un modo de huir de allí, aún si les dijese dónde estaba la daga, dudaba mucho que le perdonasen la vida, rendirse no era una opción.
Miró hacia arriba, sus muñecas, enrojecidas, seguían atadas la una con la otra, lo primero que tenía que hacer era librarse de sus ataduras, después pensaría como salir de allí.
Apretando los dientes tanto como pudo, comenzó a zarandearse, no es como si tuviese muchas opciones más que aquella, de forma continuada, durante aproximadamente cinco minutos, realizó movimientos bruscos con sus brazos hasta que un “crack” y un incesante y agudo dolor, le indicó que finalmente había conseguido lo que pretendía, se había dislocado la muñeca.
Gimiendo de dolor, cayó al suelo, ahora con su mano izquierda en una postura extraña, pudo deslizarla sin mucha dificultad en torno a la cuerda, liberándose.
Aquella pequeña y dolora victoria fue algo puntual pues, en cuanto se hubo levantado, notó como la puerta de su celda estaba cerrada a cal y canto, sin pensarlo demasiado, extrajo el puñal que seguía clavado en su hombro, y tras esconderlo en el interior de sus pantalones, gritó.
Debía de haber alguien de guardia, alguien en alguna de las habitaciones contiguas.
Los dioses escucharon sus plegarias ya que un vigilante entró en la habitación preparado páralo peor, alzando las cejas, sorprendido al ver al prisionero liberado en el interior de su celda se acercó cauteloso hasta la cámara en la que habían encerrado al “salvaje”.
Armado con algo parecido a un tridente sin puntas, el hombre, tras abrir la celda, forzó a Eltrant a retroceder hasta la pared, momento en el que el prisionero extrajo el arma que había estado ocultando y la hundió en el cuello del guarda, quien, entre gorgoteos, murió al cabo de unos segundos.
Jadeando se apoyó contra la pared, ahora solo quedaba el resto del edificio.
Como único acompañante en la fría y oscura prisión a la que le habían arrojado tenía a los pequeños copos de nieve que, de algún modo, entraban a su celda desde la ventana que tenía el único guardia que le vigilaba frente a él.
Descamisado, con un saco oscuro cubriendo su rostro y con ambas manos atadas del techo, el mercenario pendía suavemente en el interior de su celda, mecido por la gélida brisa norteña. - Maxine no tardará en volver, salvaje, ¿Nada que decir? – El guarda de la puerta se carcajeó socarronamente cuando Eltrant negó con la cabeza, tras varios intentos fallidos para sonsacar al castaño dónde se encontraba la daga estaban empezando a probar con métodos más “persuasivos”.
– Esta vez va a traer el látigo ¿Sabes? – Eltrant gimió algo parecido a una respuesta, el guarda volvió a reír. – No tardarás en quebrarte – Musitó al final, justo en el momento en el cual la mujer que le había atacado en la posada, y la que se estaba encargando personalmente de él, entró de nuevo en la habitación – Sal afuera, Kelm – Dijo con una sonrisa – Tengo una sorpresita para el bárbaro. – El séptimo Tale volvió a oír, otra vez, como la puerta que daba a los calabozos se abría.
– Parece que nos hemos quedado solos… - La voz de Maxine mostró a Eltrant que esta se encontraba justo frente a él, negó con la cabeza – Típico de los salvajes, no tomes decisiones precipitadas – Usando su mano derecha, la mujer empujó al mercenario, el cual se balanceó aún con más fuerza, gimió débilmente, las muñecas iban partírsele – Si nos dices dónde está la daga tu amiga puede vivir, no la mataremos – Aprovechando la inercia que poseía el mercenario en aquel momento, golpeó con fuerza en el vientre del mismo cuando estuvo lo suficientemente cerca - ¿Cuántas horas llevamos? ¿Dos? ¿Tres? – Otro fuerte derechazo fue a parar al torso del mercenario en el mismo instante en el que este estuvo al alcance de la interrogadora – Termina ya con esto – Un tercer golpe, esta vez en la cara, le detuvo completamente en el centro de su celda. - ¿Dónde está el puñal? – Había oído aquella pregunta muchas veces en muy pocas horas, tantas que estaba empezando a creer que todo aquello era simplemente un mal sueño. – …Tengo todo el tiempo del mundo.
De un fuerte tirón, la mujer le quitó el saco que tenía en torno a su cabeza. Parpadeó copiosamente, la habitación aun pobremente iluminada, estaba lo suficiente como para que el suave brillo de la luz que penetraba por la ventana le cegase. – No… - La mujer se acercó enarcando una ceja - ¿Qué dices? No te oigo – Maxine sonrió a su prisionero – No… - Volvió a repetir Eltrant, no era la respuesta más elocuente que podía haber dado, pero teniendo en cuenta que la cabeza le daba vueltas y estaba bastante seguro de que había perdido la visión en el ojo izquierdo, le pareció acertada. - ¿No? – La interrogadora frunció el ceño y volvió a golpear, esta vez con más fuerza, lo que hizo que el mercenario comenzara a toser sin parar - ¿¡NO?! – Apenas hubo conseguido algo de aire, un siguiente puñetazo hizo que, de nuevo, tuviese que luchar por poder respirar – Un maldito mono sureño como tú, ¿¡Cómo te atreves!? – Tomando un pequeño cuchillo de su bota, se lo clavó a Eltrant en el hombro, que gritó tan fuerte como le permitieron sus pulmones - ¡Un cuchillo! – Movió levemente el arma con el que acababa de apuñalar al castaño, acrecentando el daño que este causó - ¡Parecido a este!
Dejando el cuchillo alojado en el cuerpo de Eltrant, Maxine le abofeteó - ¡Espabila! ¡No te me desmayes ahora! - Aquellas últimas palabras sonaron distantes, muy distantes, se le escapaba la fuerza, gradualmente, todo se apagó.
Chasqueando la lengua, Maxine se cruzó de brazos, se había pasado, ahora tendría que dar explicaciones de por qué el prisionero había perdido el conocimiento, suspirando profundamente, la mujer salió de la prisión y dejó al salvaje del sur allí encerrado.
Tendrían que seguir la otra única pista que tenían por ahora, la peliblanca que controlaba los elementos sabría algo de la daga, quizás incluso la tendría ella.
***
No tenía forma de conocer el tiempo que estuvo inconsciente, pero al parecer había sido bastante, porque la luz que penetraba en la prisión por la ventana que tenía frente a él se estaba volviendo más grisácea.
Gruñendo algo parecido a una maldición miró a su alrededor, estaba solo, no tenían ningún vigilante. ¿Le habían dado por muerto? Escupió a un lado una mezcla entre saliva y sangre y se zarandeó un poco, consiguiendo más bien nada con esto apretó los dientes y cerró los ojos, tenía que encontrar un modo de huir de allí, aún si les dijese dónde estaba la daga, dudaba mucho que le perdonasen la vida, rendirse no era una opción.
Miró hacia arriba, sus muñecas, enrojecidas, seguían atadas la una con la otra, lo primero que tenía que hacer era librarse de sus ataduras, después pensaría como salir de allí.
Apretando los dientes tanto como pudo, comenzó a zarandearse, no es como si tuviese muchas opciones más que aquella, de forma continuada, durante aproximadamente cinco minutos, realizó movimientos bruscos con sus brazos hasta que un “crack” y un incesante y agudo dolor, le indicó que finalmente había conseguido lo que pretendía, se había dislocado la muñeca.
Gimiendo de dolor, cayó al suelo, ahora con su mano izquierda en una postura extraña, pudo deslizarla sin mucha dificultad en torno a la cuerda, liberándose.
Aquella pequeña y dolora victoria fue algo puntual pues, en cuanto se hubo levantado, notó como la puerta de su celda estaba cerrada a cal y canto, sin pensarlo demasiado, extrajo el puñal que seguía clavado en su hombro, y tras esconderlo en el interior de sus pantalones, gritó.
Debía de haber alguien de guardia, alguien en alguna de las habitaciones contiguas.
Los dioses escucharon sus plegarias ya que un vigilante entró en la habitación preparado páralo peor, alzando las cejas, sorprendido al ver al prisionero liberado en el interior de su celda se acercó cauteloso hasta la cámara en la que habían encerrado al “salvaje”.
Armado con algo parecido a un tridente sin puntas, el hombre, tras abrir la celda, forzó a Eltrant a retroceder hasta la pared, momento en el que el prisionero extrajo el arma que había estado ocultando y la hundió en el cuello del guarda, quien, entre gorgoteos, murió al cabo de unos segundos.
Jadeando se apoyó contra la pared, ahora solo quedaba el resto del edificio.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
¿Cómo podían haberse complicado tanto las cosas de un momento a otro? ¿Por qué siempre que se veía involucrada en algo todo se torcía en su contra? Estas y otras preguntas pasaron por la mente de la hechicera, que comenzaba a considerar la posibilidad de que su mala suerte estuviese detrás de todo aquello. Sin apenas pistas que seguir, la de ojos verdes extrajo su daga del cinturón y la encajó como pudo dentro del brazal de cuero que cubría su diestra, para acto seguido envainar el problemático puñal en su lugar, de modo que quedase envuelto y no fuese fácil de reconocer a primera vista.
- No puedo seguir perdiendo el tiempo, ¿dónde vive ese tal Cormac? - preguntó con un deje de frialdad en la voz, suficiente para que algunos de los guardias presentes en la estancia guardasen las distancias con ella. No sabía dónde podía estar el mercenario, pero si no se daba prisa quizá llegase demasiado tarde, algo que no se podía permitir, no después de que él hubiese confiado en ella para ir hasta el cuartel de los dragones. - Uno de mis guardias personales te acompañará hasta allí…- comenzó a decir Sammuel, pero la tensai no le dejó acabar su frase. - No. - dijo rotundamente, al tiempo que se encaminaba hacia la puerta principal.
- Si me ven llegar con uno de tus hombres lo matarán, a estas alturas ya deben saber que no tiene lo que buscan, tarde o temprano vendrán a por mí así que solo adelantaré los acontecimientos. - añadió justo antes de cruzar el umbral. - ¿A dónde debo dirigirme? - preguntó nuevamente, y esta vez, sabiendo que no habría forma de hacerla cambiar de opinión, el propio Sammuel le tendió un mapa de la ciudad, marcando con el dedo la ubicación en que se encontraba la residencia del coleccionista. ¿Sería Cormac el hombre que buscaba?
La realidad era que no importaba que fuera él o no, fuera de los muros del cuartel no tardarían en atacarla para hacerse con la daga, y entonces sería ella quién tomase el mando, eliminando a cualquiera que se interpusiese en su camino. - Solo dejaré a uno con vida, y lo lamentará cuando empiece a interrogarlo. - musitó para sí, mientras comenzaba a andar sobre el fino manto de nieve que cubría las escaleras de piedra. De nuevo, la oscuridad que albergaba su medallón pugnaba por salir a la superficie, dándole un aspecto aterradoramente frío. Ninguno de los transeúntes que se cruzó por el camino fue capaz de aguantarle la mirada, muchos incluso se apartaron de su trayectoria algo nerviosos, temiendo chocar con ella accidentalmente y meterse en problemas.
¿Seguiría vivo? Tenía que pensar que así era, o de lo contrario la culpa condicionaría sus acciones, llevándola indudablemente a tomar venganza de la peor manera posible. Elen no quería volver a ver carteles con su rostro empapelando las calles, pero tampoco estaba dispuesta a permitir cosas como aquella, mucho menos por un estúpido puñal. Con paso firme, la hechicera atravesó un par de calles secundarias antes de enfilar la principal, en que según las indicaciones del dragón, se encontraba la casa del coleccionista.
No tardó en dar con ella, no solo gracias al mapa sino a que destacaba notablemente sobre las demás de la zona. Sin duda Cormac debía tener dinero, pues a diferencia de las modestas casas de piedra que predominaban en Dundarak, la suya era lo que podría considerarse casi una mansión, con varios pisos y un montón de habitaciones. Dos estatuas con forma de dragón decoraban la entrada, mientras un sólido muro de algo más de medio metro rodeaba la vivienda y lo que debería ser su jardín. Al parecer solo había un modo de entrar o salir, así que sin perder ni un instante, la benjamina de los Calhoun se dirigió a la verja y abrió sin pensárselo, para luego avanzar hacia la puerta y golpearla con los nudillos.
El nevado jardín estaba repleto de figuras de todo tamaño y tipo, pero el interior era aún más impresionante, con salas enteras dedicadas a exponer un sinfín de objetos, traídos desde todos los rincones de Aerandir. El sonido de unos pasos aproximándose al otro lado de la puerta hizo que su cuerpo se tensase instintivamente, pero no solo eso, sabía que los atacantes eran más de uno, así que vigilaría cuidadosamente su espalda en todo momento. - ¿Qué desea? - preguntó el hombre nada más verla. Aquel no era Cormac sino uno de sus guardaespaldas, solo había que mirar su oscuro atuendo para llegar a esa conclusión, así que tratando de sonar lo más natural posible, la de cabellos cenicientos se dispuso a responderle.
- Busco a Cormac Blanchard, me han dicho que vive aquí. - contestó, al tiempo que hacía el esfuerzo de relajar los hombros. - ¿Para qué quiere verlo? - volvió a preguntar el extraño, con cierta desconfianza. - Ha llegado a mis oídos que tiene una gran colección de antigüedades, me gustaría ver si los rumores son ciertos. - mintió, poniendo la mejor cara que podía. - Lo lamento, la jornada de puertas abiertas fue la semana pasada, tendrá que esperar a la siguiente. - dijo sin perder la seriedad que lo caracterizaba. - Verá, he venido de muy lejos y mi estancia en estas tierras será breve…- insistió la bruja, que ya se planteaba cambiar de estrategia y usar la fuerza para entrar.
- No puede ser…- cortó el guardaespaldas, dedicándole una mirada severa. - Oh, vamos Leo, no está bien tratar así a las visitas. - dijo otra voz, que provenía del fondo del pasillo. - Déjala pasar. - ordenó, y de inmediato el guardia obedeció, haciéndose a un lado y disculpándose en voz baja. - Adelante querida, estoy seguro de que no habrá visto nada semejante. - aseguró Cormac, esperándola.
- No puedo seguir perdiendo el tiempo, ¿dónde vive ese tal Cormac? - preguntó con un deje de frialdad en la voz, suficiente para que algunos de los guardias presentes en la estancia guardasen las distancias con ella. No sabía dónde podía estar el mercenario, pero si no se daba prisa quizá llegase demasiado tarde, algo que no se podía permitir, no después de que él hubiese confiado en ella para ir hasta el cuartel de los dragones. - Uno de mis guardias personales te acompañará hasta allí…- comenzó a decir Sammuel, pero la tensai no le dejó acabar su frase. - No. - dijo rotundamente, al tiempo que se encaminaba hacia la puerta principal.
- Si me ven llegar con uno de tus hombres lo matarán, a estas alturas ya deben saber que no tiene lo que buscan, tarde o temprano vendrán a por mí así que solo adelantaré los acontecimientos. - añadió justo antes de cruzar el umbral. - ¿A dónde debo dirigirme? - preguntó nuevamente, y esta vez, sabiendo que no habría forma de hacerla cambiar de opinión, el propio Sammuel le tendió un mapa de la ciudad, marcando con el dedo la ubicación en que se encontraba la residencia del coleccionista. ¿Sería Cormac el hombre que buscaba?
La realidad era que no importaba que fuera él o no, fuera de los muros del cuartel no tardarían en atacarla para hacerse con la daga, y entonces sería ella quién tomase el mando, eliminando a cualquiera que se interpusiese en su camino. - Solo dejaré a uno con vida, y lo lamentará cuando empiece a interrogarlo. - musitó para sí, mientras comenzaba a andar sobre el fino manto de nieve que cubría las escaleras de piedra. De nuevo, la oscuridad que albergaba su medallón pugnaba por salir a la superficie, dándole un aspecto aterradoramente frío. Ninguno de los transeúntes que se cruzó por el camino fue capaz de aguantarle la mirada, muchos incluso se apartaron de su trayectoria algo nerviosos, temiendo chocar con ella accidentalmente y meterse en problemas.
¿Seguiría vivo? Tenía que pensar que así era, o de lo contrario la culpa condicionaría sus acciones, llevándola indudablemente a tomar venganza de la peor manera posible. Elen no quería volver a ver carteles con su rostro empapelando las calles, pero tampoco estaba dispuesta a permitir cosas como aquella, mucho menos por un estúpido puñal. Con paso firme, la hechicera atravesó un par de calles secundarias antes de enfilar la principal, en que según las indicaciones del dragón, se encontraba la casa del coleccionista.
No tardó en dar con ella, no solo gracias al mapa sino a que destacaba notablemente sobre las demás de la zona. Sin duda Cormac debía tener dinero, pues a diferencia de las modestas casas de piedra que predominaban en Dundarak, la suya era lo que podría considerarse casi una mansión, con varios pisos y un montón de habitaciones. Dos estatuas con forma de dragón decoraban la entrada, mientras un sólido muro de algo más de medio metro rodeaba la vivienda y lo que debería ser su jardín. Al parecer solo había un modo de entrar o salir, así que sin perder ni un instante, la benjamina de los Calhoun se dirigió a la verja y abrió sin pensárselo, para luego avanzar hacia la puerta y golpearla con los nudillos.
El nevado jardín estaba repleto de figuras de todo tamaño y tipo, pero el interior era aún más impresionante, con salas enteras dedicadas a exponer un sinfín de objetos, traídos desde todos los rincones de Aerandir. El sonido de unos pasos aproximándose al otro lado de la puerta hizo que su cuerpo se tensase instintivamente, pero no solo eso, sabía que los atacantes eran más de uno, así que vigilaría cuidadosamente su espalda en todo momento. - ¿Qué desea? - preguntó el hombre nada más verla. Aquel no era Cormac sino uno de sus guardaespaldas, solo había que mirar su oscuro atuendo para llegar a esa conclusión, así que tratando de sonar lo más natural posible, la de cabellos cenicientos se dispuso a responderle.
- Busco a Cormac Blanchard, me han dicho que vive aquí. - contestó, al tiempo que hacía el esfuerzo de relajar los hombros. - ¿Para qué quiere verlo? - volvió a preguntar el extraño, con cierta desconfianza. - Ha llegado a mis oídos que tiene una gran colección de antigüedades, me gustaría ver si los rumores son ciertos. - mintió, poniendo la mejor cara que podía. - Lo lamento, la jornada de puertas abiertas fue la semana pasada, tendrá que esperar a la siguiente. - dijo sin perder la seriedad que lo caracterizaba. - Verá, he venido de muy lejos y mi estancia en estas tierras será breve…- insistió la bruja, que ya se planteaba cambiar de estrategia y usar la fuerza para entrar.
- No puede ser…- cortó el guardaespaldas, dedicándole una mirada severa. - Oh, vamos Leo, no está bien tratar así a las visitas. - dijo otra voz, que provenía del fondo del pasillo. - Déjala pasar. - ordenó, y de inmediato el guardia obedeció, haciéndose a un lado y disculpándose en voz baja. - Adelante querida, estoy seguro de que no habrá visto nada semejante. - aseguró Cormac, esperándola.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Se tambaleó escaleras arriba - ¿Dónde estoy? – Una escueta puerta de madera le llevó hasta una especie de comedor en el que, al parecer, había estado alguien hasta segundos atrás, varios platos aún humeaban calientes en la mesa.
Mirando a los lados, asegurándose de que efectivamente estaba solo en aquel lugar, se acercó hasta la mesa y tomó un trozo de pan que no tardó en empapar en el caldo, estaba hambriento.
Por el aspecto del lugar aquello debía de ser dónde los tipos que le habían apresado pasaban el tiempo, una especie de barracones, susurrando para sí se acercó hasta uno de los muchos baúles, necesitaba un arma.
No encontró nada salvo las prendas de color oscuro que había visto portar a sus secuestradores, suspiró y se las colocó con cuidado, dejando escapar algún gemido de dolor cuando estas rozaron las diferentes heridas que tenía por su cuerpo. Siguió explorando la habitación en busca de algo útil, sin embargo, no encontró nada de utilidad, ningún arma, ropajes y comida.
Una vez ataviado con su nueva indumentaria se dirigió hacia la única salida visible del lugar, tenía que salir de allí y avisar a Elen, le preocupaba estar perdido en alguna cabaña alejada de la mano de los dioses, afortunadamente, seguía en la ciudad.
La puerta que había atravesado salía al exterior, a una especie de patio trasero de una vivienda aún más grande, dejándose caer en la pared de la pequeña caseta frunció el ceño, si aquello era el cuartel de los hombres de negro, estaba claro que, como mínimo, estaban bien financiando.
Estudió el patio al que acababa de acceder, amplió, con algún que otro maniquí de entrenamiento cubierto por las últimas nieves, respiró hondo, tomó todo el aire que pudo, llenado sus pulmones, refrescándose.
La puerta principal, la verja que podía ver perfectamente desde dónde estaba, se encontraba aislada del patio por el que, ahora, avanzaba con dificultad, tendría que atravesar el imponente edificio que tenía frente a él si quería escapar de sus captores.
De igual forma que había salido de la pequeña caseta en la que le habían tenido encerrado, entró en la vivienda, con delicadeza, empujó la puerta trasera del edificio, la cual sorpresivamente, no estaba cerrada. – Bien… - Murmuró entrando en lo que resultó ser una amplia cocina.
Suspiró, su oficina podría caber perfectamente sobre la mesa de aquel lugar, como había pasado con el patio, no había nadie, ni guardas, ni el sujeto que estuviese a cargo de los fogones.
Avanzó lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible, y tomó varios de los cuchillos que había colgados en la pared, sobre una mesa en la que, por los restos de comida que quedaban, era dónde el chef preparaba los platos que servía al dueño de aquel lugar.
Su buena suerte se vino abajo cuando el sonido de varias voces se hizo claramente audible para el mercenario, a toda prisa soltó la hogaza de pan que tenía entre manos y se dirigió hacia la salida opuesta al origen de los murmullos, no podía permitir que le viesen, no solo estaba agotado, sino que estaba en el interior del cuartel de las personas que le habían torturado por horas, lo mejor que podía hacer era pasar desapercibido.
Cerrando las puertas tras de sí pudo vislumbrar por unos segundos, a dos hombres de negro entrando en aquel lugar – Me toca vigilar al… - No hizo falta escuchar la frase al completo para saber lo que quería decir, en cuanto descubrieran el cadáver en el interior de la celda aquella mansión iba a cerrarse a cal y canto, tenía que salir de allí.
Ahora con menos interés por su seguridad personal atravesó varias puertas, una tras otra, sin importarle lo que hubiese al otro lado de esta, en dirección a lo que él creía que era la entrada principal.
Cruzó habitaciones repletas de pinturas, otras de esculturas, había una que incluso tenia muebles, delicadamente colocados sobre soportes. – El coleccionista… - Si el asunto de la taberna no había dejado suficientemente claro que el dueño de todas aquellas obras de arte estaba mal de la cabeza, su secuestro no había hecho sino confirmarlo.
Alguien comenzó a tañer una campana con fuerza, casi como si estuviesen tratado de alertar a todos los habitantes de la mansión pero de forma que nadie sospechase que aquello era, basicamente, una fortaleza.
Ya sabían que se había escapado. Justo entonces, un grupo de pasos se aproximó en su dirección, apretó los dientes y miró a su alrededor, ¿Qué podía hacer? ¿Dónde esconderse?
Sin tiempo para decidir calmadamente que hacer, saltó dentro de un enorme armario que, al parecer, también estaba de exposición, y cerró las puertas, ocultándose en su interior. Los pasos se hacían cada vez más y más sonoros, prácticamente estaban frente al armario.
Sin nada mejor que hacer cubrió con la palma de su mano la herida, aún sangrante, de su hombro, lo último que deseaba que sucediese es que el armario comenzase a rezumar sangre.
Mirando a los lados, asegurándose de que efectivamente estaba solo en aquel lugar, se acercó hasta la mesa y tomó un trozo de pan que no tardó en empapar en el caldo, estaba hambriento.
Por el aspecto del lugar aquello debía de ser dónde los tipos que le habían apresado pasaban el tiempo, una especie de barracones, susurrando para sí se acercó hasta uno de los muchos baúles, necesitaba un arma.
No encontró nada salvo las prendas de color oscuro que había visto portar a sus secuestradores, suspiró y se las colocó con cuidado, dejando escapar algún gemido de dolor cuando estas rozaron las diferentes heridas que tenía por su cuerpo. Siguió explorando la habitación en busca de algo útil, sin embargo, no encontró nada de utilidad, ningún arma, ropajes y comida.
Una vez ataviado con su nueva indumentaria se dirigió hacia la única salida visible del lugar, tenía que salir de allí y avisar a Elen, le preocupaba estar perdido en alguna cabaña alejada de la mano de los dioses, afortunadamente, seguía en la ciudad.
La puerta que había atravesado salía al exterior, a una especie de patio trasero de una vivienda aún más grande, dejándose caer en la pared de la pequeña caseta frunció el ceño, si aquello era el cuartel de los hombres de negro, estaba claro que, como mínimo, estaban bien financiando.
Estudió el patio al que acababa de acceder, amplió, con algún que otro maniquí de entrenamiento cubierto por las últimas nieves, respiró hondo, tomó todo el aire que pudo, llenado sus pulmones, refrescándose.
La puerta principal, la verja que podía ver perfectamente desde dónde estaba, se encontraba aislada del patio por el que, ahora, avanzaba con dificultad, tendría que atravesar el imponente edificio que tenía frente a él si quería escapar de sus captores.
De igual forma que había salido de la pequeña caseta en la que le habían tenido encerrado, entró en la vivienda, con delicadeza, empujó la puerta trasera del edificio, la cual sorpresivamente, no estaba cerrada. – Bien… - Murmuró entrando en lo que resultó ser una amplia cocina.
Suspiró, su oficina podría caber perfectamente sobre la mesa de aquel lugar, como había pasado con el patio, no había nadie, ni guardas, ni el sujeto que estuviese a cargo de los fogones.
Avanzó lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible, y tomó varios de los cuchillos que había colgados en la pared, sobre una mesa en la que, por los restos de comida que quedaban, era dónde el chef preparaba los platos que servía al dueño de aquel lugar.
Su buena suerte se vino abajo cuando el sonido de varias voces se hizo claramente audible para el mercenario, a toda prisa soltó la hogaza de pan que tenía entre manos y se dirigió hacia la salida opuesta al origen de los murmullos, no podía permitir que le viesen, no solo estaba agotado, sino que estaba en el interior del cuartel de las personas que le habían torturado por horas, lo mejor que podía hacer era pasar desapercibido.
Cerrando las puertas tras de sí pudo vislumbrar por unos segundos, a dos hombres de negro entrando en aquel lugar – Me toca vigilar al… - No hizo falta escuchar la frase al completo para saber lo que quería decir, en cuanto descubrieran el cadáver en el interior de la celda aquella mansión iba a cerrarse a cal y canto, tenía que salir de allí.
Ahora con menos interés por su seguridad personal atravesó varias puertas, una tras otra, sin importarle lo que hubiese al otro lado de esta, en dirección a lo que él creía que era la entrada principal.
Cruzó habitaciones repletas de pinturas, otras de esculturas, había una que incluso tenia muebles, delicadamente colocados sobre soportes. – El coleccionista… - Si el asunto de la taberna no había dejado suficientemente claro que el dueño de todas aquellas obras de arte estaba mal de la cabeza, su secuestro no había hecho sino confirmarlo.
Alguien comenzó a tañer una campana con fuerza, casi como si estuviesen tratado de alertar a todos los habitantes de la mansión pero de forma que nadie sospechase que aquello era, basicamente, una fortaleza.
Ya sabían que se había escapado. Justo entonces, un grupo de pasos se aproximó en su dirección, apretó los dientes y miró a su alrededor, ¿Qué podía hacer? ¿Dónde esconderse?
Sin tiempo para decidir calmadamente que hacer, saltó dentro de un enorme armario que, al parecer, también estaba de exposición, y cerró las puertas, ocultándose en su interior. Los pasos se hacían cada vez más y más sonoros, prácticamente estaban frente al armario.
Sin nada mejor que hacer cubrió con la palma de su mano la herida, aún sangrante, de su hombro, lo último que deseaba que sucediese es que el armario comenzase a rezumar sangre.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Cormac era un hombre extraño, excéntrico y acostumbrado a conseguir todo cuanto deseaba, pero cuando los dragones se negaron a negociar con él no tuvo más remedio que aceptarlo. Un conflicto con los caballeros de la orden dañaría la imagen de sí mismo que tanto le había costado crear, y robarles quedaba descartado ya que sospecharían de él tras su visita al cuartel, así que desgraciadamente, había tenido que olvidarse de los únicos y antiguos objetos que allí se guardaban. No le resultó fácil, pero tras un tiempo sus intereses lo llevaron a posar la mirada en otras tierras más lejanas, llenas de tesoros y reliquias de todo tipo.
Estatuas, pinturas, armas, tenía de todo, pero no importaba cuanto consiguiese, siempre quería más. Su colección no había parado de crecer en los últimos años, y ahora abarcaba casi por entero las dos primeras plantas de su mansión, mientras las superiores se mantenían para uso exclusivo suyo. - Bienvenida, ¿a quién tengo el placer de recibir? - preguntó el coleccionista, haciendo gala de unos modales impecables. Aquello era parte de su fachada, una máscara de cordialidad e ignorancia con la que esperaba convencer a su recién llegada invitada, para que ésta se relajase.
Con otra persona hubiese funcionado, pero para Elen no era más que un juego de apariencias que terminaría en cuanto uno de los dos dejase ver sus verdaderas intenciones. Por el momento le convenía seguir aquel juego, al menos hasta que pudiese hacerse una idea de cuántos hombres tenía a su servicio, o mejor, hasta que encontrase a alguno de los atacantes que había escuchado en la posada. Segura de que podría reconocer sus voces a pesar de haberlas oído apenas durante unos instantes, la hechicera ofreció su mejor sonrisa y observó al hombre que tenía delante. - Elen Calhoun. - respondió con una amabilidad fingida.
- Estupendo, sígame, hay mucho que ver. - indicó, antes de ponerse en marcha hacia una de las habitaciones. El guardaespaldas de la puerta los seguía desde cierta distancia, detalle que la bruja no pasó por alto, y que le dio más peso a la teoría de que estaba en el lugar correcto. La primera estancia contenía una amplia variedad de figuras y jarrones decorativos de todos los tamaños y colores, estampados y orígenes. Muchos provenían de Lunargenta y sus alrededores, pero a juzgar por las delicadas formas y dibujos, otros venían directamente desde Sandorai. - Fíjese en las vidrieras de las ventanas, las encargué personalmente a un artesano de Roilkat. - comentó, mientras los ojos de la joven recorrían las coloridas imágenes de todo tipo de criaturas.
- Tenía razón, no había visto nada semejante. - pronunció la tensai, sin perder de vista los movimientos de Cormac. Elen esperaba que en cualquier momento pudiese dar una señal a su guardaespaldas y éste actuase contra ella, pero lo que no tenía en cuenta era la curiosidad que había despertado en el coleccionista presentándose en su casa. ¿Por qué ha venido sola? ¿Qué pretende? Esas preguntas se repetían en la cabeza del caballero, que no podía sino tratar de entenderla observando cómo se comportaba. A fin de cuentas estaba bastante seguro de que ella sabría dónde se encontraba el preciado tesoro que ansiaba añadir a su colección, o en el mejor de los casos, lo llevaría consigo.
Entonces, ¿por qué apresurarse? Tenía a su compañero a buen recaudo y podía negociar llegado el caso, así que seguiría actuando normalmente hasta que ella misma decidiese dar un paso adelante. La siguiente sala estaba dedicada a las armas y armaduras, un lugar que ofrecía muchas posibilidades para una pelea, pero por el que pasaron sin detenerse demasiado. Cuadros, estatuas, utensilios antiguos, todo tenía su espacio en la mansión, y una a una, Cormac le fue mostrando las diferentes habitaciones, acompañando la visita con algunos comentarios acerca del origen de los objetos más valiosos o interesantes.
Por desgracia para la hechicera, no había llegado a ver a ningún otro guardia aparte de Leo, cosa que comenzaba a impacientarla, pues no sabía realmente con cuánto tiempo contaba antes de que Eltrant pudiese acabar herido de gravedad. - He aquí una de mis favoritas. - dijo con una leve sonrisa, antes de entrar en la siguiente estancia, que contenía atuendos muy antiguos provenientes de casi todas las razas. Algunos estaban hechos con pieles de animales a los que se les podía dar por extintos desde hacía mucho tiempo, mientras otros mostraban la evolución que había habido a través de las décadas. Aquella sala explicaba perfectamente el aspecto del coleccionista y su gusto por las ropas extravagantes, pero apenas despertó el interés de la joven, razón por la que siguieron el pasillo hacia otra habitación, una en la que se podían admirar muebles cuidadosamente tallados en las maderas de mayor calidad conocidas.
De camino a la misma, el sonido de una campana consiguió que tanto Cormac como su guardaespaldas se detuviesen en seco, perdiendo la tranquilidad que habían mantenido hasta el momento. - ¿Algún problema? - preguntó Elen, mientras su cuerpo volvía a tensarse de forma instintiva. ¿Sería una señal? ¿Acaso su compañero estaba allí y había escapado por sus propios medios? De ser así estaba claro, la atacarían en cualquier momento para no perder la posibilidad de interrogarla, debía mantenerse alerta. - No se preocupe, seguramente no sea nada. - respondió el coleccionista, pero con un tono de voz que denotaba cierta preocupación.
Aquello lo delataba, pero aun así, Cormac mantuvo las apariencias, dirigiendo sus pasos hacia la habitación en que se encontraban los muebles. - Intentará tenderme una trampa. - pensó la de cabellos cenicientos, vigilando por el rabillo del ojo al guardia mientras avanzaba tras su anfitrión.
Estatuas, pinturas, armas, tenía de todo, pero no importaba cuanto consiguiese, siempre quería más. Su colección no había parado de crecer en los últimos años, y ahora abarcaba casi por entero las dos primeras plantas de su mansión, mientras las superiores se mantenían para uso exclusivo suyo. - Bienvenida, ¿a quién tengo el placer de recibir? - preguntó el coleccionista, haciendo gala de unos modales impecables. Aquello era parte de su fachada, una máscara de cordialidad e ignorancia con la que esperaba convencer a su recién llegada invitada, para que ésta se relajase.
Con otra persona hubiese funcionado, pero para Elen no era más que un juego de apariencias que terminaría en cuanto uno de los dos dejase ver sus verdaderas intenciones. Por el momento le convenía seguir aquel juego, al menos hasta que pudiese hacerse una idea de cuántos hombres tenía a su servicio, o mejor, hasta que encontrase a alguno de los atacantes que había escuchado en la posada. Segura de que podría reconocer sus voces a pesar de haberlas oído apenas durante unos instantes, la hechicera ofreció su mejor sonrisa y observó al hombre que tenía delante. - Elen Calhoun. - respondió con una amabilidad fingida.
- Estupendo, sígame, hay mucho que ver. - indicó, antes de ponerse en marcha hacia una de las habitaciones. El guardaespaldas de la puerta los seguía desde cierta distancia, detalle que la bruja no pasó por alto, y que le dio más peso a la teoría de que estaba en el lugar correcto. La primera estancia contenía una amplia variedad de figuras y jarrones decorativos de todos los tamaños y colores, estampados y orígenes. Muchos provenían de Lunargenta y sus alrededores, pero a juzgar por las delicadas formas y dibujos, otros venían directamente desde Sandorai. - Fíjese en las vidrieras de las ventanas, las encargué personalmente a un artesano de Roilkat. - comentó, mientras los ojos de la joven recorrían las coloridas imágenes de todo tipo de criaturas.
- Tenía razón, no había visto nada semejante. - pronunció la tensai, sin perder de vista los movimientos de Cormac. Elen esperaba que en cualquier momento pudiese dar una señal a su guardaespaldas y éste actuase contra ella, pero lo que no tenía en cuenta era la curiosidad que había despertado en el coleccionista presentándose en su casa. ¿Por qué ha venido sola? ¿Qué pretende? Esas preguntas se repetían en la cabeza del caballero, que no podía sino tratar de entenderla observando cómo se comportaba. A fin de cuentas estaba bastante seguro de que ella sabría dónde se encontraba el preciado tesoro que ansiaba añadir a su colección, o en el mejor de los casos, lo llevaría consigo.
Entonces, ¿por qué apresurarse? Tenía a su compañero a buen recaudo y podía negociar llegado el caso, así que seguiría actuando normalmente hasta que ella misma decidiese dar un paso adelante. La siguiente sala estaba dedicada a las armas y armaduras, un lugar que ofrecía muchas posibilidades para una pelea, pero por el que pasaron sin detenerse demasiado. Cuadros, estatuas, utensilios antiguos, todo tenía su espacio en la mansión, y una a una, Cormac le fue mostrando las diferentes habitaciones, acompañando la visita con algunos comentarios acerca del origen de los objetos más valiosos o interesantes.
Por desgracia para la hechicera, no había llegado a ver a ningún otro guardia aparte de Leo, cosa que comenzaba a impacientarla, pues no sabía realmente con cuánto tiempo contaba antes de que Eltrant pudiese acabar herido de gravedad. - He aquí una de mis favoritas. - dijo con una leve sonrisa, antes de entrar en la siguiente estancia, que contenía atuendos muy antiguos provenientes de casi todas las razas. Algunos estaban hechos con pieles de animales a los que se les podía dar por extintos desde hacía mucho tiempo, mientras otros mostraban la evolución que había habido a través de las décadas. Aquella sala explicaba perfectamente el aspecto del coleccionista y su gusto por las ropas extravagantes, pero apenas despertó el interés de la joven, razón por la que siguieron el pasillo hacia otra habitación, una en la que se podían admirar muebles cuidadosamente tallados en las maderas de mayor calidad conocidas.
De camino a la misma, el sonido de una campana consiguió que tanto Cormac como su guardaespaldas se detuviesen en seco, perdiendo la tranquilidad que habían mantenido hasta el momento. - ¿Algún problema? - preguntó Elen, mientras su cuerpo volvía a tensarse de forma instintiva. ¿Sería una señal? ¿Acaso su compañero estaba allí y había escapado por sus propios medios? De ser así estaba claro, la atacarían en cualquier momento para no perder la posibilidad de interrogarla, debía mantenerse alerta. - No se preocupe, seguramente no sea nada. - respondió el coleccionista, pero con un tono de voz que denotaba cierta preocupación.
Aquello lo delataba, pero aun así, Cormac mantuvo las apariencias, dirigiendo sus pasos hacia la habitación en que se encontraban los muebles. - Intentará tenderme una trampa. - pensó la de cabellos cenicientos, vigilando por el rabillo del ojo al guardia mientras avanzaba tras su anfitrión.
- Cormac:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Maldijo a los dioses con un hilo de voz cuando la puerta del armario comenzó a abrirse lentamente, aferrándose con fuerza al corto puñal que había tenido alojado en el hombro, tensó los músculos que aún le respondían dispuesto a lanzarle contra quien quiera que fuese el que estaba a punto de descubrirle.
- ¿Qué haces? ¡Muévete! ¡El prisionero se ha escapado! – Con esas palabras el sujeto que había estado peligrosamente cerca de descubrirle se apartó del armario en el que estaba escondido – Y date prisa o Cormac nos va a convertir en parte de su colección.
Contuvo la respiración hasta que los que le buscaban se marcharon para salir de su escondite cuando las voces eran lo suficiente distantes como para interpretar que, al menos, había un par de habitaciones entre él y los guardas.
Los dioses parecían no estar de acuerdo con que hacer con él, primero le hacían tener uno de los peores días desde que tenía memoria, y justo después, impedían que le descubriesen. Sonrió para sí pensando en estas cosas, ¿A quién quería engañar? Los dioses tenían mejores cosas que hacer que jugar a los dados con la vida de un simple mercenario como él.
Suspirando y con la mano firmemente plantada en su herida en el hombro abandonó esta habitación para pasar a la siguiente todo lo rápido que pudo. La entrada a esta habitación era extraña, parecía estar reforzada por alguna razón extraña, los guardas al parecer, debido a la prisa que tenían, no la habían terminado de cerrar, por lo que el castaño pudo entrar sin ningún esfuerzo a esta.
La habitación no era muy diferente de las que el mercenario ya había visitado, quizás la única diferencia era que esta estaba realmente bien iluminada, con un número bastante alto de candelabros dorados colgando de las paredes podría decirse sin temor a estar equivocado que en aquel lugar no había posibilidad alguna de que brotase algo parecido a una sombra.
Dirigió su mirada a las imponentes vitrinas, de casi la misma altura que la propia habitación, en aquel momento se encontrabas todas cubiertas por un enorme paño de color carmesí que impedía a los incautos que lograsen colarse en aquella habitación saber que había allí encerrado, frunció el ceño y alargó su mano hasta la manta, procediendo entonces a tirar de ella.
Con el ligero tirón de la manta esta cedió por su propio peso y cayó en pocos segundos frente a sus pies.
- ¿Pero qué es esto…? – Tocando la vidriera pudo contemplar a una mujer de cabellos rojizos encadenada en el interior de la misma, la cual, con los ojos muy abiertos miró sin decir ninguna palabra alguna a Eltrant, parecía no creer que la existencia del castaño fuese real y se limitó, simplemente, a seguir observándole con cierta desconfianza desde su jaula de cristal. – Esto… - Tampoco pudo evitar reparar en el pequeño letrero que había en el borde del expositor, justo a la altura de su cintura – “Bruja de Beltrexus. Tensai de Aire” – Leyó en voz alta, frunciendo el ceño rodeó la vitrina buscando la apertura de aquella ostentosa celda, no encontró nada parecido a una cerradura ni a un candado.
Respirando de forma entrecortada se alejó de la mujer pelirroja y comenzó a apartar las coberturas de las demás vitrinas, una por una revelaron lo mismo que la primera; Hombres bestias de singular aspecto, diferentes Tensais, incluso un humano que, según ponía en la descripción de su vitrina, era un eminente erudito.
Una ingente cantidad de personas expuestas, como si de meros objetos se tratasen, apretando los dientes golpeó con fuerza el cristal de una de las vitrinas, consiguiendo como resultado lastimarse la mano - ¡Maldita sea! – Exclamó golpeando de nuevo, obteniendo exactamente el mismo resultado, tenía que buscar la forma de sacar a toda esa gente de ahí.
Tras patear una última vez un expositor con intención de romper la vidriera salió de la estancia, el plan seguía siendo el mismo, salir de allí y volver con Elen y un pequeño contingente de sus amigos los Caballeros Dragon, Cormac podría ser muchas cosas, pero si la ley descubría aquello acabaría entre rejas, o peor.
- ¿Qué haces? ¡Muévete! ¡El prisionero se ha escapado! – Con esas palabras el sujeto que había estado peligrosamente cerca de descubrirle se apartó del armario en el que estaba escondido – Y date prisa o Cormac nos va a convertir en parte de su colección.
Contuvo la respiración hasta que los que le buscaban se marcharon para salir de su escondite cuando las voces eran lo suficiente distantes como para interpretar que, al menos, había un par de habitaciones entre él y los guardas.
Los dioses parecían no estar de acuerdo con que hacer con él, primero le hacían tener uno de los peores días desde que tenía memoria, y justo después, impedían que le descubriesen. Sonrió para sí pensando en estas cosas, ¿A quién quería engañar? Los dioses tenían mejores cosas que hacer que jugar a los dados con la vida de un simple mercenario como él.
Suspirando y con la mano firmemente plantada en su herida en el hombro abandonó esta habitación para pasar a la siguiente todo lo rápido que pudo. La entrada a esta habitación era extraña, parecía estar reforzada por alguna razón extraña, los guardas al parecer, debido a la prisa que tenían, no la habían terminado de cerrar, por lo que el castaño pudo entrar sin ningún esfuerzo a esta.
La habitación no era muy diferente de las que el mercenario ya había visitado, quizás la única diferencia era que esta estaba realmente bien iluminada, con un número bastante alto de candelabros dorados colgando de las paredes podría decirse sin temor a estar equivocado que en aquel lugar no había posibilidad alguna de que brotase algo parecido a una sombra.
Dirigió su mirada a las imponentes vitrinas, de casi la misma altura que la propia habitación, en aquel momento se encontrabas todas cubiertas por un enorme paño de color carmesí que impedía a los incautos que lograsen colarse en aquella habitación saber que había allí encerrado, frunció el ceño y alargó su mano hasta la manta, procediendo entonces a tirar de ella.
Con el ligero tirón de la manta esta cedió por su propio peso y cayó en pocos segundos frente a sus pies.
- ¿Pero qué es esto…? – Tocando la vidriera pudo contemplar a una mujer de cabellos rojizos encadenada en el interior de la misma, la cual, con los ojos muy abiertos miró sin decir ninguna palabra alguna a Eltrant, parecía no creer que la existencia del castaño fuese real y se limitó, simplemente, a seguir observándole con cierta desconfianza desde su jaula de cristal. – Esto… - Tampoco pudo evitar reparar en el pequeño letrero que había en el borde del expositor, justo a la altura de su cintura – “Bruja de Beltrexus. Tensai de Aire” – Leyó en voz alta, frunciendo el ceño rodeó la vitrina buscando la apertura de aquella ostentosa celda, no encontró nada parecido a una cerradura ni a un candado.
Respirando de forma entrecortada se alejó de la mujer pelirroja y comenzó a apartar las coberturas de las demás vitrinas, una por una revelaron lo mismo que la primera; Hombres bestias de singular aspecto, diferentes Tensais, incluso un humano que, según ponía en la descripción de su vitrina, era un eminente erudito.
Una ingente cantidad de personas expuestas, como si de meros objetos se tratasen, apretando los dientes golpeó con fuerza el cristal de una de las vitrinas, consiguiendo como resultado lastimarse la mano - ¡Maldita sea! – Exclamó golpeando de nuevo, obteniendo exactamente el mismo resultado, tenía que buscar la forma de sacar a toda esa gente de ahí.
Tras patear una última vez un expositor con intención de romper la vidriera salió de la estancia, el plan seguía siendo el mismo, salir de allí y volver con Elen y un pequeño contingente de sus amigos los Caballeros Dragon, Cormac podría ser muchas cosas, pero si la ley descubría aquello acabaría entre rejas, o peor.
- Off:
- Me ha ENCANTADO la representación de Cormac, es que me estaba imaginando a ese coleccionista en concreto durante todo el tema :'DD
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Sabiendo que en cualquier momento su anfitrión trataría de atraparla, la benjamina de los Calhoun procuró quedarse lo más cerca posible de Cormac, de modo que de ordenar un ataque en su contra, lo tuviese a mano para utilizarlo de rehén. El coleccionista, a diferencia de su guardaespaldas, no parecía estar entrenado para afrontar una pelea, así que se convertiría en un objetivo fácil de neutralizar. Por desgracia para la hechicera, Leo también optó por mantenerse muy próximo a ella, quizá por precaución o porque se hacía una idea de lo que podría estar pasando por su mente en aquel momento.
Tras pasar sin apenas detenerse por la habitación de los muebles, Cormac guió a su invitada hacia un amplio y ricamente decorado comedor, donde en un abrir y cerrar de ojos aparecieron otros dos de sus hombres. Un fugaz chasquido de dedos bastó para que tanto los recién llegados como Leo pasaran al ataque, lanzándose en dirección a la bruja, que bordeó la larga mesa para esquivarlos y poner algo de distancia entre ellos. - Se acabó el juego. - sentenció el coleccionista, que había aprovechado la llegada de refuerzos para situarse lo más lejos posible de la joven. - ¿De verdad? - preguntó Elen, tras soltar una breve y macabra risa.
Dos de los guardias comenzaron a moverse en direcciones opuestas para rodearla, mientras el tercero se mantenía a unos cuantos metros por delante de su jefe, como si de un escudo humano se tratase. Combinando sus poderes de viento con la telequinesis, la de ojos verdes consiguió volcar la mesa y empujarla contra sus enemigos antes de que éstos pudiesen llegar a los laterales, atrapándolos momentáneamente contra una de las paredes. - Sería una pena que estas cosas tan bonitas se rompiesen, ¿no Cormac? - preguntó, para acto seguido lanzar una descarga contra un jarrón cercano, que se hizo añicos al momento. - Será mejor que me digas dónde está mi compañero, y rápido. - amenazó, al tiempo que elevaba el brazo para apuntar a la fina lámpara de araña que se encontraba en medio del techo.
- Maldita…- respondió el caballero, con el ceño visiblemente fruncido. - Ya tengo a otros como tú pero no importa, pasarás el resto de tu vida en una de mis vitrinas. - aseguró con tono enfadado, consiguiendo que la tensai le dedicase una gélida mirada. - ¿Acaso no sabes lo que pasa cuando intentas encerrar a una fiera? - comentó, esbozando una extraña sonrisa. - Lo destroza todo. - añadió, justo antes de disparar su descarga hacia la araña del techo. La lámpara cayó entre la bruja y sus enemigos, dándole el tiempo necesario para abandonar la estancia y enfilar a toda prisa el pasillo por el que había llegado hasta allí.
- ¡Arriba imbéciles! ¡Capturadla antes de que ponga sus manos en mi colección! - ordenó a voz en grito, y los dos hombres que habían quedado entre la mesa y la pared de inmediato buscaron el modo de liberarse para perseguirla. Sin embargo, la pequeña ventaja de la hechicera bastó para que se fuesen encontrando con un montón de objetos rotos por el camino, hallazgos que no hicieron sino aumentar el enfado del coleccionista. Elen había memorizado el orden de las habitaciones durante su visita y tenía un objetivo muy claro, llegar a aquella que el anfitrión había denominado como una de sus favoritas y destruirla por completo, cosa que sin duda sacaría a Cormac de sus casillas, con lo que terminaría cometiendo un error que ella estaría esperando.
Una vez en la estancia que le interesaba, cerró la puerta tras de sí y la bloqueó empujando un armario de mediano tamaño, pero aun así debía darse prisa ya que todas las habitaciones solían tener dos entradas, característica que seguramente se había elegido para que las exposiciones se realizasen con mayor fluidez. Elen extrajo su daga del brazal y se valió de ella para romper las vitrinas, tras lo cual no dudó en ensañarse con los exóticos atuendos que allí se exponían. - ¡Maldita perra abre la puerta! - gritó uno de los guardias desde el exterior, mientras trataba de empujarla.
Para cuando consiguieron entrar en la habitación Elen ya no se encontraba allí, pero la escena que dejó tras de sí fue suficiente, Cormac estaba fuera de sí y ya no le interesaba capturarla con vida, quería que la mataran. La persecución no estaba sirviendo de nada, sus poderes de viento la ayudaban a ganar velocidad y los obstáculos que dejaba en el camino solo hacían que su ventaja aumentase. En cuanto entendió esto, el coleccionista se precipitó por delante de sus guardias, no habría refuerzos suficientes para detenerla antes de que destrozase toda su mansión así que no le quedaba de otra, tenía que negociar con ella, a pesar de no tener idea del paradero del mercenario.
- ¡Detente! - pidió a viva voz, esperando que la tensai lo escuchase. - Deja de romper mis cosas, hablemos como personas civilizadas. - añadió, situándose en mitad de una de las estancias más amplias del piso inferior, un gran salón. Sus guardias se mantendrían tras él esta vez, pero preparados para entrar en acción de ser necesario. Elen escuchó sus palabras y se personó en la sala, pero por precaución decidió no entrar en la misma, sino quedarse apoyada en el quicio de la puerta, jugueteando con su daga entre los dedos. - ¿Me dirás ahora dónde está lo que busco o tengo que divertirme un rato más con tus juguetes? - preguntó, sin perder el tono frío que la caracterizaba cuando la oscuridad del medallón salía a la superficie.
- No, lleguemos a un acuerdo. - respondió Cormac, aunque su verdadera intención era bastante diferente. Después de todo el daño que había causado a su colección no había forma de que la dejase irse sin más, tenía que atraparla y hacerla pagar por ello, pero su mejor baza en aquel momento era ganar tiempo hasta que el resto de sus hombres llegasen, y para eso no le quedaba otro remedio que actuar. - Solo quieres al mercenario ¿no es así? - continuó al poco, con lentitud. - Está bien, lo liberaremos y podréis marcharos, tienes mi palabra de que no os perseguiremos… pero a cambio me entregarás la daga que transportaba, una minucia en comparación con todo lo que has roto. - prosiguió, con la esperanza de que Elen creyese su mentira.
- La verdad es que no creo que lo tengas en tu poder aún, esa campana de antes, se os ha escapado. - dijo la bruja, con una leve sonrisa en los labios. - Tampoco creo que vayas a dejarnos ir, oh vamos, hace unos minutos querías enjaularme como a un animal, y después de lo que he hecho seguro que quieres vengarte, no hace falta que mientas. - prosiguió, mirando directamente a los ojos del que había sido su anfitrión. Cormac tuvo que morderse la lengua para no responderle de malas maneras, a fin de cuentas no importaba que ella leyese sus intenciones, tenía que distraerla el mayor tiempo posible. - ¿Entonces por qué has venido? ¿Si pensabas que todo era mentira por qué no seguiste destruyendo mis posesiones? - preguntó, mientras unos acelerados pasos comenzaban a escucharse desde otro pasillo.
- La única razón por la que sigues vivo es que no he querido mancharme las manos, pero si no encuentro a mi compañero puede que eso cambie. - amenazó la centinela. - Valientes palabras para una mujer que hasta hace apenas un par de meses estaba en busca y captura. - replicó Cormac, demostrando que sabía más de ella de lo que había dado a entender en un principio. - Vaya vaya, ¿debería estar impresionada? - comentó la tensai, sin inmutarse. - Cualquier idiota podría haber visto los carteles, pero si te hubieses informado algo más acerca del motivo hubieras sabido que no te convenía echarte una enemiga como yo. - añadió, sin apartar la vista de su objetivo. - Maldita…- comenzó a decir el caballero, pero su interlocutora no le dejó seguir. - Se más creativo, eso ya lo he oído muchas veces. - esas fueron las últimas palabras de la hechicera, antes de que los refuerzos entrasen en la sala.
Off: Lo tuve en mente casi desde el principio, y también lo de la sala con personas en vitrinas pero como eso a Elen no se lo hubiese enseñado no lo puse, me alegra que lo hayas puesto *-*
Tras pasar sin apenas detenerse por la habitación de los muebles, Cormac guió a su invitada hacia un amplio y ricamente decorado comedor, donde en un abrir y cerrar de ojos aparecieron otros dos de sus hombres. Un fugaz chasquido de dedos bastó para que tanto los recién llegados como Leo pasaran al ataque, lanzándose en dirección a la bruja, que bordeó la larga mesa para esquivarlos y poner algo de distancia entre ellos. - Se acabó el juego. - sentenció el coleccionista, que había aprovechado la llegada de refuerzos para situarse lo más lejos posible de la joven. - ¿De verdad? - preguntó Elen, tras soltar una breve y macabra risa.
Dos de los guardias comenzaron a moverse en direcciones opuestas para rodearla, mientras el tercero se mantenía a unos cuantos metros por delante de su jefe, como si de un escudo humano se tratase. Combinando sus poderes de viento con la telequinesis, la de ojos verdes consiguió volcar la mesa y empujarla contra sus enemigos antes de que éstos pudiesen llegar a los laterales, atrapándolos momentáneamente contra una de las paredes. - Sería una pena que estas cosas tan bonitas se rompiesen, ¿no Cormac? - preguntó, para acto seguido lanzar una descarga contra un jarrón cercano, que se hizo añicos al momento. - Será mejor que me digas dónde está mi compañero, y rápido. - amenazó, al tiempo que elevaba el brazo para apuntar a la fina lámpara de araña que se encontraba en medio del techo.
- Maldita…- respondió el caballero, con el ceño visiblemente fruncido. - Ya tengo a otros como tú pero no importa, pasarás el resto de tu vida en una de mis vitrinas. - aseguró con tono enfadado, consiguiendo que la tensai le dedicase una gélida mirada. - ¿Acaso no sabes lo que pasa cuando intentas encerrar a una fiera? - comentó, esbozando una extraña sonrisa. - Lo destroza todo. - añadió, justo antes de disparar su descarga hacia la araña del techo. La lámpara cayó entre la bruja y sus enemigos, dándole el tiempo necesario para abandonar la estancia y enfilar a toda prisa el pasillo por el que había llegado hasta allí.
- ¡Arriba imbéciles! ¡Capturadla antes de que ponga sus manos en mi colección! - ordenó a voz en grito, y los dos hombres que habían quedado entre la mesa y la pared de inmediato buscaron el modo de liberarse para perseguirla. Sin embargo, la pequeña ventaja de la hechicera bastó para que se fuesen encontrando con un montón de objetos rotos por el camino, hallazgos que no hicieron sino aumentar el enfado del coleccionista. Elen había memorizado el orden de las habitaciones durante su visita y tenía un objetivo muy claro, llegar a aquella que el anfitrión había denominado como una de sus favoritas y destruirla por completo, cosa que sin duda sacaría a Cormac de sus casillas, con lo que terminaría cometiendo un error que ella estaría esperando.
Una vez en la estancia que le interesaba, cerró la puerta tras de sí y la bloqueó empujando un armario de mediano tamaño, pero aun así debía darse prisa ya que todas las habitaciones solían tener dos entradas, característica que seguramente se había elegido para que las exposiciones se realizasen con mayor fluidez. Elen extrajo su daga del brazal y se valió de ella para romper las vitrinas, tras lo cual no dudó en ensañarse con los exóticos atuendos que allí se exponían. - ¡Maldita perra abre la puerta! - gritó uno de los guardias desde el exterior, mientras trataba de empujarla.
Para cuando consiguieron entrar en la habitación Elen ya no se encontraba allí, pero la escena que dejó tras de sí fue suficiente, Cormac estaba fuera de sí y ya no le interesaba capturarla con vida, quería que la mataran. La persecución no estaba sirviendo de nada, sus poderes de viento la ayudaban a ganar velocidad y los obstáculos que dejaba en el camino solo hacían que su ventaja aumentase. En cuanto entendió esto, el coleccionista se precipitó por delante de sus guardias, no habría refuerzos suficientes para detenerla antes de que destrozase toda su mansión así que no le quedaba de otra, tenía que negociar con ella, a pesar de no tener idea del paradero del mercenario.
- ¡Detente! - pidió a viva voz, esperando que la tensai lo escuchase. - Deja de romper mis cosas, hablemos como personas civilizadas. - añadió, situándose en mitad de una de las estancias más amplias del piso inferior, un gran salón. Sus guardias se mantendrían tras él esta vez, pero preparados para entrar en acción de ser necesario. Elen escuchó sus palabras y se personó en la sala, pero por precaución decidió no entrar en la misma, sino quedarse apoyada en el quicio de la puerta, jugueteando con su daga entre los dedos. - ¿Me dirás ahora dónde está lo que busco o tengo que divertirme un rato más con tus juguetes? - preguntó, sin perder el tono frío que la caracterizaba cuando la oscuridad del medallón salía a la superficie.
- No, lleguemos a un acuerdo. - respondió Cormac, aunque su verdadera intención era bastante diferente. Después de todo el daño que había causado a su colección no había forma de que la dejase irse sin más, tenía que atraparla y hacerla pagar por ello, pero su mejor baza en aquel momento era ganar tiempo hasta que el resto de sus hombres llegasen, y para eso no le quedaba otro remedio que actuar. - Solo quieres al mercenario ¿no es así? - continuó al poco, con lentitud. - Está bien, lo liberaremos y podréis marcharos, tienes mi palabra de que no os perseguiremos… pero a cambio me entregarás la daga que transportaba, una minucia en comparación con todo lo que has roto. - prosiguió, con la esperanza de que Elen creyese su mentira.
- La verdad es que no creo que lo tengas en tu poder aún, esa campana de antes, se os ha escapado. - dijo la bruja, con una leve sonrisa en los labios. - Tampoco creo que vayas a dejarnos ir, oh vamos, hace unos minutos querías enjaularme como a un animal, y después de lo que he hecho seguro que quieres vengarte, no hace falta que mientas. - prosiguió, mirando directamente a los ojos del que había sido su anfitrión. Cormac tuvo que morderse la lengua para no responderle de malas maneras, a fin de cuentas no importaba que ella leyese sus intenciones, tenía que distraerla el mayor tiempo posible. - ¿Entonces por qué has venido? ¿Si pensabas que todo era mentira por qué no seguiste destruyendo mis posesiones? - preguntó, mientras unos acelerados pasos comenzaban a escucharse desde otro pasillo.
- La única razón por la que sigues vivo es que no he querido mancharme las manos, pero si no encuentro a mi compañero puede que eso cambie. - amenazó la centinela. - Valientes palabras para una mujer que hasta hace apenas un par de meses estaba en busca y captura. - replicó Cormac, demostrando que sabía más de ella de lo que había dado a entender en un principio. - Vaya vaya, ¿debería estar impresionada? - comentó la tensai, sin inmutarse. - Cualquier idiota podría haber visto los carteles, pero si te hubieses informado algo más acerca del motivo hubieras sabido que no te convenía echarte una enemiga como yo. - añadió, sin apartar la vista de su objetivo. - Maldita…- comenzó a decir el caballero, pero su interlocutora no le dejó seguir. - Se más creativo, eso ya lo he oído muchas veces. - esas fueron las últimas palabras de la hechicera, antes de que los refuerzos entrasen en la sala.
Off: Lo tuve en mente casi desde el principio, y también lo de la sala con personas en vitrinas pero como eso a Elen no se lo hubiese enseñado no lo puse, me alegra que lo hayas puesto *-*
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Un estruendo llamó su atención según se dirigía hacia la salida.
Gritos, objetos rompiéndose, ¿Estaba seguro de que la campana era por él? Frunció el ceño y palpó el lugar en el cual había tenido clavada la daga, estaba empezando a sentir el brazo entumecido, a quedársele inmóvil.
-Con lo sencillo que sería simplemente largarse… - Dijo cuándo, fuera de toda lógica, se encaminó al lugar del que procedía el ruido que asolaba el lugar.
Siempre alerta, manteniéndose oculto, pudo comprobar como él no era el único que se encaminaba hacía lo que, sin lugar a dudas, era una de las tantas habitaciones-museo que había repartidas por la casa, una de las más centradas.
Lo que más llamó su atención era el singular rastro de destrucción que se encontró camino al epicentro de todo aquel caos, como si alguien hubiese desatado la fuerza de los elementos en mitad de la mansión algo, o alguien, se había encargado de reducir la mayor parte de la colección del dueño del edifico a astillas y trozos de cristal.
-Vaya, vaya… por fin te encuentro… - Ya conocía aquel tono de voz, los golpes, los latigazos, se habían encargado de cincelar a su propietario en la cabeza del mercenario – Nos has dado un buen susto, desapareciendo así sin avisar. – Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro de Maxine, no venía sola, varios guardias de la mansión le acompañaban. – Lleváoslo al sótano de nuevo, tenemos que lidiar con el otro problema antes de que reduzca la mansión a escombros – Eltrant frunció el ceño, como había intuido él no era el único que estaba dándole dolor de cabeza a los guardas - ¿¡A que esperáis?! – Exclamó la mujer señalando al mercenario.
Sin responder a ninguna de las palabras de aquella acróbata enfundada en negro se giró y comenzó a huir, siguiendo el rastro de destrucción que su desconocido aliado había dejado a su paso. No estaba en condiciones de luchar contra aquellos sujetos por su cuenta, mucho menos herido y con un puñal como toda arma.
Saltando muebles, volcando los pocos que quedaban intactos se encargó de mantener a raya a sus perseguidores. - ¡Esta herido! – La voz de la mujer se acercaba a un ritmo peligrosamente rápido - ¡No puede ser tan rápido! Atrapadle!¡ – Sin mirar, lanzó el puñal, la única arma con la que contaba, con toda la fuerza que pudo hacía atrás, deseando que impactase en algún lado. Un grito, seguido de una retahíla de improperios hacía su persona le mostró que había dado a alguien, y aunque no hubiese acabado con él, le había ralentizado.
Finalmente, justo cuando sentía la mano de Maxine cerrarse en torno a su nuca, atravesó una gruesa puerta de madera con su cuerpo, irrumpiendo en una amplia habitación que, al parecer, ya estaba ocupada.
La estancia era amplía, bastante más que las anteriores que había atravesado, de forma similar a las demás, estaba llena de vitrinas y de objetos decorativos, aunque los que había en este lugar, aún no estaban destrozados.
Un individuo estrafalariamente ataviado arqueó una ceja y sonrió levemente al ver al herido entrar de aquella forma, girándose de inmediato hacia la peliblanca que permanecía en el centro de la habitación.
Antes de que pudiese hacer o decir nada, el de su perseguidora se cerró en torno a su cuello, inmediatamente tras aquello una hoja corta acompañó a la extremidad de la mujer. – Si te mueves lo más mínimo – Te decapito – Su captora casi parecía divertida por la situación, Eltrant apretó los dientes, y miró a Elen.
La bruja tenía más medios de los que aparentaba en un principio, de algún modo había encontrado el lugar al que le habían arrastrado, y por el estropicio que había ocasionado, parecía que, hasta ese mismo momento, había estado llevando la delantera.
- Ahora, ambos tenemos algo que necesitamos… fugitiva. – Cormac sonrió con autosuficiencia cuando vio al mercenario retorcerse un poco, tratando de zafarse del agarre de la mujer – Demasiado tosco para formar par de mi colección, aún puede vivir sin embargo, todo depende de lo que decidas Calhoun, ¿Te apetecería tomar su lugar? – Eltrant apretó los dientes, no estaba dispuesto a ser la moneda de cambio de nadie allí, tratando de zafarse una vez más del agarre de Maxine, esta golpeó la herida que tenía en el hombro, deteniéndolo al momento – Quieto ahí, salvaje. – El coleccionista ordenó a varios de sus hombres que avanzasen, ocultándose tras estos – Ni alguien como tu podría hacerle cara a mis hombres, Tensai, no en esta situación – Los soldados de Cormac avanzaron, tratando de rodear a la mujer – Te perdió el orgullo, querida – Desenvainaron las armas, dispuestos a apresar a la bruja – Si tú te mueves, él muere. – Otro paso más, los guardias comenzaban a alzar sus espadas - ¿Preferirías negociar?
Cerró los ojos, agotado, harto de ver lo que estaba sucediendo, de ser el escudo tras el que el coleccionista se estaba ocultado, y mordió con fuerza el brazo a su captora.
Gritos, objetos rompiéndose, ¿Estaba seguro de que la campana era por él? Frunció el ceño y palpó el lugar en el cual había tenido clavada la daga, estaba empezando a sentir el brazo entumecido, a quedársele inmóvil.
-Con lo sencillo que sería simplemente largarse… - Dijo cuándo, fuera de toda lógica, se encaminó al lugar del que procedía el ruido que asolaba el lugar.
Siempre alerta, manteniéndose oculto, pudo comprobar como él no era el único que se encaminaba hacía lo que, sin lugar a dudas, era una de las tantas habitaciones-museo que había repartidas por la casa, una de las más centradas.
Lo que más llamó su atención era el singular rastro de destrucción que se encontró camino al epicentro de todo aquel caos, como si alguien hubiese desatado la fuerza de los elementos en mitad de la mansión algo, o alguien, se había encargado de reducir la mayor parte de la colección del dueño del edifico a astillas y trozos de cristal.
-Vaya, vaya… por fin te encuentro… - Ya conocía aquel tono de voz, los golpes, los latigazos, se habían encargado de cincelar a su propietario en la cabeza del mercenario – Nos has dado un buen susto, desapareciendo así sin avisar. – Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro de Maxine, no venía sola, varios guardias de la mansión le acompañaban. – Lleváoslo al sótano de nuevo, tenemos que lidiar con el otro problema antes de que reduzca la mansión a escombros – Eltrant frunció el ceño, como había intuido él no era el único que estaba dándole dolor de cabeza a los guardas - ¿¡A que esperáis?! – Exclamó la mujer señalando al mercenario.
Sin responder a ninguna de las palabras de aquella acróbata enfundada en negro se giró y comenzó a huir, siguiendo el rastro de destrucción que su desconocido aliado había dejado a su paso. No estaba en condiciones de luchar contra aquellos sujetos por su cuenta, mucho menos herido y con un puñal como toda arma.
Saltando muebles, volcando los pocos que quedaban intactos se encargó de mantener a raya a sus perseguidores. - ¡Esta herido! – La voz de la mujer se acercaba a un ritmo peligrosamente rápido - ¡No puede ser tan rápido! Atrapadle!¡ – Sin mirar, lanzó el puñal, la única arma con la que contaba, con toda la fuerza que pudo hacía atrás, deseando que impactase en algún lado. Un grito, seguido de una retahíla de improperios hacía su persona le mostró que había dado a alguien, y aunque no hubiese acabado con él, le había ralentizado.
Finalmente, justo cuando sentía la mano de Maxine cerrarse en torno a su nuca, atravesó una gruesa puerta de madera con su cuerpo, irrumpiendo en una amplia habitación que, al parecer, ya estaba ocupada.
La estancia era amplía, bastante más que las anteriores que había atravesado, de forma similar a las demás, estaba llena de vitrinas y de objetos decorativos, aunque los que había en este lugar, aún no estaban destrozados.
Un individuo estrafalariamente ataviado arqueó una ceja y sonrió levemente al ver al herido entrar de aquella forma, girándose de inmediato hacia la peliblanca que permanecía en el centro de la habitación.
Antes de que pudiese hacer o decir nada, el de su perseguidora se cerró en torno a su cuello, inmediatamente tras aquello una hoja corta acompañó a la extremidad de la mujer. – Si te mueves lo más mínimo – Te decapito – Su captora casi parecía divertida por la situación, Eltrant apretó los dientes, y miró a Elen.
La bruja tenía más medios de los que aparentaba en un principio, de algún modo había encontrado el lugar al que le habían arrastrado, y por el estropicio que había ocasionado, parecía que, hasta ese mismo momento, había estado llevando la delantera.
- Ahora, ambos tenemos algo que necesitamos… fugitiva. – Cormac sonrió con autosuficiencia cuando vio al mercenario retorcerse un poco, tratando de zafarse del agarre de la mujer – Demasiado tosco para formar par de mi colección, aún puede vivir sin embargo, todo depende de lo que decidas Calhoun, ¿Te apetecería tomar su lugar? – Eltrant apretó los dientes, no estaba dispuesto a ser la moneda de cambio de nadie allí, tratando de zafarse una vez más del agarre de Maxine, esta golpeó la herida que tenía en el hombro, deteniéndolo al momento – Quieto ahí, salvaje. – El coleccionista ordenó a varios de sus hombres que avanzasen, ocultándose tras estos – Ni alguien como tu podría hacerle cara a mis hombres, Tensai, no en esta situación – Los soldados de Cormac avanzaron, tratando de rodear a la mujer – Te perdió el orgullo, querida – Desenvainaron las armas, dispuestos a apresar a la bruja – Si tú te mueves, él muere. – Otro paso más, los guardias comenzaban a alzar sus espadas - ¿Preferirías negociar?
Cerró los ojos, agotado, harto de ver lo que estaba sucediendo, de ser el escudo tras el que el coleccionista se estaba ocultado, y mordió con fuerza el brazo a su captora.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Los recién llegados, un par de hombres ataviados con las mismas ropas negras que Leo y de complexión fuerte, se situaron junto al coleccionista, cubriéndolo por ambos lados mientras el resto de guardias se quedaban en una posición ligeramente más atrasada. Ahora la hechicera se encontraba ante cinco enemigos bien entrenados, pero seguía sin mostrar ni un ápice de preocupación, no era la primera vez que se enfrentaba a un grupo en desventaja numérica ni sería la última, además, teniendo en cuenta las diferentes habilidades que había desarrollado para aquel tipo de situaciones sabía que seguía teniendo todas las de ganar.
Solo un repentino giro de los acontecimientos conseguiría decantar la balanza en favor de Cormac, pero por desgracia para la tensai, dicho giro estaba a punto de entrar por la puerta. Visiblemente herido, Eltrant irrumpió en la estancia, pero no tuvo tiempo de reunirse con su compañera, pues un brazo se cernió rápidamente en torno a su cuello, blandiendo un cuchillo. Con el ceño levemente fruncido como único cambio en su expresión, la de cabellos cenicientos comenzó a valorar sus opciones mientras el resto de guardias terminaban de llegar al salón, las cosas se le habían complicado bastante pero hallaría el modo de salir de aquella, siempre lo hacía.
Nueve, hasta esa cifra había ascendido el número de enemigos, pero teniendo en cuenta el estado en que se encontraba el mercenario debía actuar con sumo cuidado, o la mujer que lo retenía podría cometer el error de matarlo. Lentamente, Elen llevó una mano a la vaina de su cinturón y extrajo el puñal por el que había comenzado todo el problema, lo desenvolvió y lo sostuvo a la vista, esperando que el coleccionista se centrase en el pensando que iba a entregarlo para liberar al guerrero, cosa que no tenía en mente. No, ahora que la situación le favorecía Cormac no iba a conformarse con una simple reliquia, pero para la joven tener dos armas significaba el doble de posibilidades de ataque.
Dentro de su cabeza todo se iba organizando perfectamente, pero por muy claro que tuviese su siguiente movimiento, primero debía hallar el modo de librarse de la extraña que sujetaba a su compañero. Dejando a un lado las ganas de matarla que se habían apoderado de él por unos momentos, el extravagante coleccionista tomó la palabra de nuevo para hacer una propuesta a la hechicera, cambiarse por el mercenario y conseguir con ello que éste saliese con vida. Eltrant trató de liberarse en vano, mientras el caballero enviaba a cuatro de sus guardias para que redujesen a la benjamina de los Calhoun, seguro de que no era capaz de plantarles cara.
- Podría ocuparme de ellos sin ningún problema, pero no estás dispuesto a jugar limpio ni a dejar que me gane el derecho a salir de aquí peleando, ¿me equivoco? - respondió la bruja, mientras comenzaban a acercarse a ella. - Déjale ir, ya tienes algo más valioso. - aseguró, consiguiendo que la curiosidad del coleccionista lo obligase a preguntar. - ¿El qué? - formuló, cuando sus hombres ya estaban a escasos metros de la tensai. - Una centinela. - contestó con frialdad, y por la manera en que Cormac abrió los ojos de forma desmesurada, supo de inmediato que había acertado al revelar aquella información. - Sabía que un hombre de mundo como tú lo entendería, y por tanto podrás hacerte una idea del poder que tengo, suéltalo antes de que me enfade o reduciré tu mansión a escombros. - amenazó, valiéndose de la ignorancia de su interlocutor.
La realidad era que de sus nuevos hermanos ella era la más débil, pero Cormac no tenía por qué saberlo, y teniendo en cuenta el problemático carácter de Amaterasu, la centinela de aquellas tierras, probablemente ya hubiese oído hablar de ella. Los guardias siguieron avanzando con las espadas en alto, mientras su jefe se preguntaba si estaba haciendo lo correcto o iba a meterse en un lío mucho mayor de lo que hubiese podido imaginar al dejarla entrar a su casa. Elen esperaba que su treta diese resultado, pero no podía hacer nada hasta que Eltrant estuviese libre, ya que arriesgarse a disparar una descarga al brazo de su captora era demasiado peligroso para él.
Un quejido de mujer, acompañado de una maldición entre dientes, fue suficiente para saber que el mercenario había decidido actuar, mordiendo a quien lo retenía para que no pudiesen seguir usándolo de escudo. Maxine retrocedió para revisarse, y entonces una maligna sonrisa volvió a dibujarse en el rostro de la tensai, que ya podía pelear libremente sin preocuparse. Una brillante descarga cruzó la habitación en dirección a la guardia, que cayó de espaldas y comenzó a respirar de forma irregular, pero ni siquiera aquella imagen disuadió al resto, que confiaban en ganar por superioridad numérica. Valiéndose de una potente onda de viento, la hechicera se deshizo de los hombres que avanzaban hacia ella, consiguiendo que saliesen violentamente despedidos contra los muebles y demás objetos del salón.
Lo siguiente fue lanzar las dagas que sostenía contra el par de enemigos que se encontraban más próximos a Eltrant, combinando sus poderes telequinéticos con los de viento para darles impulso y conseguir que se clavasen casi hasta la empuñadura. La de ojos verdes no pretendía matar sino neutralizar a sus objetivos, así que tuvo la bondad de no apuntar a las zonas en que se encontraban los órganos vitales, sino a partes menos peligrosas como hombros y rodillas. Un par de descargas siguieron la misma trayectoria que los puñales, y tras valerse del metal de los mismos para que la corriente llegase a todas partes del cuerpo, los heridos no tardaron en desplomarse pesadamente sobre el suelo de la habitación.
- Recuento hasta el momento, tres objetivos fuera de combate y cuatro más con contusiones o fracturas varias, lo que les deja pocas posibilidades de volver a la pelea. - comentó la joven con tranquilidad, mientras las dagas que acababa de utilizar volvían a ella gracias a la telequinesis. - ¿Quieres que me ocupe de los dos que te quedan o te rindes ya? - preguntó, antes de lanzar el puñal de empuñadura de dragón contra el coleccionista, aunque solo para asustarle. El arma se detuvo a escasos centímetros de su rostro y se mantuvo en el aire, oscilando frente a los ojos de Cormac.
Solo un repentino giro de los acontecimientos conseguiría decantar la balanza en favor de Cormac, pero por desgracia para la tensai, dicho giro estaba a punto de entrar por la puerta. Visiblemente herido, Eltrant irrumpió en la estancia, pero no tuvo tiempo de reunirse con su compañera, pues un brazo se cernió rápidamente en torno a su cuello, blandiendo un cuchillo. Con el ceño levemente fruncido como único cambio en su expresión, la de cabellos cenicientos comenzó a valorar sus opciones mientras el resto de guardias terminaban de llegar al salón, las cosas se le habían complicado bastante pero hallaría el modo de salir de aquella, siempre lo hacía.
Nueve, hasta esa cifra había ascendido el número de enemigos, pero teniendo en cuenta el estado en que se encontraba el mercenario debía actuar con sumo cuidado, o la mujer que lo retenía podría cometer el error de matarlo. Lentamente, Elen llevó una mano a la vaina de su cinturón y extrajo el puñal por el que había comenzado todo el problema, lo desenvolvió y lo sostuvo a la vista, esperando que el coleccionista se centrase en el pensando que iba a entregarlo para liberar al guerrero, cosa que no tenía en mente. No, ahora que la situación le favorecía Cormac no iba a conformarse con una simple reliquia, pero para la joven tener dos armas significaba el doble de posibilidades de ataque.
Dentro de su cabeza todo se iba organizando perfectamente, pero por muy claro que tuviese su siguiente movimiento, primero debía hallar el modo de librarse de la extraña que sujetaba a su compañero. Dejando a un lado las ganas de matarla que se habían apoderado de él por unos momentos, el extravagante coleccionista tomó la palabra de nuevo para hacer una propuesta a la hechicera, cambiarse por el mercenario y conseguir con ello que éste saliese con vida. Eltrant trató de liberarse en vano, mientras el caballero enviaba a cuatro de sus guardias para que redujesen a la benjamina de los Calhoun, seguro de que no era capaz de plantarles cara.
- Podría ocuparme de ellos sin ningún problema, pero no estás dispuesto a jugar limpio ni a dejar que me gane el derecho a salir de aquí peleando, ¿me equivoco? - respondió la bruja, mientras comenzaban a acercarse a ella. - Déjale ir, ya tienes algo más valioso. - aseguró, consiguiendo que la curiosidad del coleccionista lo obligase a preguntar. - ¿El qué? - formuló, cuando sus hombres ya estaban a escasos metros de la tensai. - Una centinela. - contestó con frialdad, y por la manera en que Cormac abrió los ojos de forma desmesurada, supo de inmediato que había acertado al revelar aquella información. - Sabía que un hombre de mundo como tú lo entendería, y por tanto podrás hacerte una idea del poder que tengo, suéltalo antes de que me enfade o reduciré tu mansión a escombros. - amenazó, valiéndose de la ignorancia de su interlocutor.
La realidad era que de sus nuevos hermanos ella era la más débil, pero Cormac no tenía por qué saberlo, y teniendo en cuenta el problemático carácter de Amaterasu, la centinela de aquellas tierras, probablemente ya hubiese oído hablar de ella. Los guardias siguieron avanzando con las espadas en alto, mientras su jefe se preguntaba si estaba haciendo lo correcto o iba a meterse en un lío mucho mayor de lo que hubiese podido imaginar al dejarla entrar a su casa. Elen esperaba que su treta diese resultado, pero no podía hacer nada hasta que Eltrant estuviese libre, ya que arriesgarse a disparar una descarga al brazo de su captora era demasiado peligroso para él.
Un quejido de mujer, acompañado de una maldición entre dientes, fue suficiente para saber que el mercenario había decidido actuar, mordiendo a quien lo retenía para que no pudiesen seguir usándolo de escudo. Maxine retrocedió para revisarse, y entonces una maligna sonrisa volvió a dibujarse en el rostro de la tensai, que ya podía pelear libremente sin preocuparse. Una brillante descarga cruzó la habitación en dirección a la guardia, que cayó de espaldas y comenzó a respirar de forma irregular, pero ni siquiera aquella imagen disuadió al resto, que confiaban en ganar por superioridad numérica. Valiéndose de una potente onda de viento, la hechicera se deshizo de los hombres que avanzaban hacia ella, consiguiendo que saliesen violentamente despedidos contra los muebles y demás objetos del salón.
Lo siguiente fue lanzar las dagas que sostenía contra el par de enemigos que se encontraban más próximos a Eltrant, combinando sus poderes telequinéticos con los de viento para darles impulso y conseguir que se clavasen casi hasta la empuñadura. La de ojos verdes no pretendía matar sino neutralizar a sus objetivos, así que tuvo la bondad de no apuntar a las zonas en que se encontraban los órganos vitales, sino a partes menos peligrosas como hombros y rodillas. Un par de descargas siguieron la misma trayectoria que los puñales, y tras valerse del metal de los mismos para que la corriente llegase a todas partes del cuerpo, los heridos no tardaron en desplomarse pesadamente sobre el suelo de la habitación.
- Recuento hasta el momento, tres objetivos fuera de combate y cuatro más con contusiones o fracturas varias, lo que les deja pocas posibilidades de volver a la pelea. - comentó la joven con tranquilidad, mientras las dagas que acababa de utilizar volvían a ella gracias a la telequinesis. - ¿Quieres que me ocupe de los dos que te quedan o te rindes ya? - preguntó, antes de lanzar el puñal de empuñadura de dragón contra el coleccionista, aunque solo para asustarle. El arma se detuvo a escasos centímetros de su rostro y se mantuvo en el aire, oscilando frente a los ojos de Cormac.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
La boca se le llenó de sangre y, por una vez, no era la suya propia.
Una luz intensa y de color azul cruzó la habitación impactando contra la mujer que hacia segundos le había estado reteniendo, que cayó de espaldas, luchando por respirar. Escupiendo a un lado tratando de quitarse el desagradable sabor metálico causado por la sangre cayó de rodillas, jadeando.
- “¿Centinela?” – Una mezcla de cansancio e ira le impedía pensar con claridad, aquella fue la única palabra que pudo entender de todo lo que dijeron el coleccionista y su aliada, y, aun así, no tenía ningún sentido para él.
Los dos guardas que acompañaban a Maxine no tardaron en reaccionar e intentaron volver a apresar al mercenario, pero al parecer Elen ya contaba con ello, pues tras librarse momentáneamente de los guardas que iban hacia ella con sus poderes, lanzó un par de puñales con una fuerza endiablada hacía los hombres que el mercenario tenía junto a él, dichas dagas se hundieron prácticamente en su totalidad en las extremidades de los hombres, que dejaron escapar fuertes gritos doloridos, retrocediendo un par de pasos. Eltrant contempló atónito como, a continuación, otro relámpago surgía de las manos de la mujer e impactaba directamente en las empuñaduras de dichos puñales, incapacitando a los guardias al momento, que cayeron al suelo desprendiendo ligeras columnas de humo.
Cormac apretó los dientes y contrajo su rostro en lo que parecía ser una mezcla entre ira e incredulidad, Eltrant dejó escapar una ligera carcajada que acabó en un quejido dolorido, lo que hizo que Cormac y los dos lacayos que seguían junto a su señor se girasen hacia él.
Mientras el puñal flotaba mágicamente frente a los ojos del Coleccionista, Eltrant aprovechó para, casi a gatas, acercarse a dónde estaba la bruja, colocándose junto a ella – Gracias… si no llegas a aparecer…- Dijo llevándose de nuevo la mano al hombro, la sangre ya había parado, pero seguía doliéndole bastante más de lo que demostraba en aquel instante. No llegó a acabar la frase, pero era evidente que si no llega a ser por la peliblanca ahora mismo estaría de nuevo en la celda, probablemente muerto.
Estudió la situación, Cormac parecía reacio a mover un solo musculo, clavando su mirada directamente en el puñal que el mercenario tenia encargado transportar permanecía callado, casi pensativo ¿Estaría lo suficientemente loco como para ordenar a sus hombres que atacasen?
Había visto a Elen pelear solamente dos veces y en ambas había dado razones suficientes como para evitar hacerla enfadar. Él en cambio, era ahora una carga para su compañera, con la muñeca dislocada no podía siquiera sujetar una espada correctamente, mucho menos soportar una escaramuza en el interior de aquella mansión.
En cualquier caso, las opciones del estrambótico noble eran limitadas y solo una de ellas aseguraba el bienestar de su colección, el hombre ya había comprobado el poder destructivo de la bruja, su mirada decía que no estaba dispuesto a aceptar una derrota, pero era lo suficientemente inteligente, como para tragarse su orgullo.
- Me enorgullece decir, señorita Calhoun… – Trago saliva y retrocedió un par de pasos, el puñal, de forma automática, le siguió, siempre a la misma distancia de su cabeza - Que hemos llegado a un acuerdo. Podéis marcharos. – Eltrant frunció el ceño ¿Ya estaba? ¿Así de fácil? ¿Y las personas que estaban encerradas en vitrinas? ¿Iban a dejarlas allí?
Tras alzarse lo máximo que pudo, se apoyó, sin tan siquiera preguntarlo, en el hombro de la joven – He pasado por una habitación… - Miró a Cormac, el noble había ordenado a sus hombres que se alejasen un poco de él, quizás temeroso de que la bruja decidiese que estos podían ayudarle a evitar el cuchillo flotante. – Tenia personas encerradas ahí Elen, como si fuesen jarrones – Tratar de explicar lo que acababa de ver de forma concisa era complicado para el mercenario, que estaba tan agotado por las torturas y por las drogas que había recibido que apenas podía tenerse en pie, mucho menos pensar con claridad.
No le iba a pedir que le matase a sangre fría, Elen tenía el poder suficiente para hacerlo, otro de aquellos ataques que ella era capaz de usar, y reduciría aquella habitación a un montón de cadáveres convulsionando, pero tenían que hacer algo, no podían dejar a todas aquellas personas allí encerradas, no después de que él coleccionista les dejase marchar por su propio pie.
- Tenemos que sacarlas de ahí… como sea. – Con la mano derecha, tomó una de las espadas de los soldados de Cormac y volvió a sujetarse en Elen – Lo siento… - Susurró tratando de mantenerse totalmente erguido por sí solo, algo que solo consiguió a medias.
El Coleccionista pareció escuchar la palabra "Personas” aún desde el otro lado de la habitación, pues arqueó una ceja y, sin perder de vista aun el puñal dorado, dedicó una extraña sonrisa a la joven peliblanca – Siempre estoy dispuesto a hacer negocios. – Eltrant entornó los ojos, era Elen quien controlaba la situación, podía perfectamente exigir la liberación de los cautivos a cambio de perdonarle la vida a aquel miserable ser ¿Qué tramaba ahora?
Una luz intensa y de color azul cruzó la habitación impactando contra la mujer que hacia segundos le había estado reteniendo, que cayó de espaldas, luchando por respirar. Escupiendo a un lado tratando de quitarse el desagradable sabor metálico causado por la sangre cayó de rodillas, jadeando.
- “¿Centinela?” – Una mezcla de cansancio e ira le impedía pensar con claridad, aquella fue la única palabra que pudo entender de todo lo que dijeron el coleccionista y su aliada, y, aun así, no tenía ningún sentido para él.
Los dos guardas que acompañaban a Maxine no tardaron en reaccionar e intentaron volver a apresar al mercenario, pero al parecer Elen ya contaba con ello, pues tras librarse momentáneamente de los guardas que iban hacia ella con sus poderes, lanzó un par de puñales con una fuerza endiablada hacía los hombres que el mercenario tenía junto a él, dichas dagas se hundieron prácticamente en su totalidad en las extremidades de los hombres, que dejaron escapar fuertes gritos doloridos, retrocediendo un par de pasos. Eltrant contempló atónito como, a continuación, otro relámpago surgía de las manos de la mujer e impactaba directamente en las empuñaduras de dichos puñales, incapacitando a los guardias al momento, que cayeron al suelo desprendiendo ligeras columnas de humo.
Cormac apretó los dientes y contrajo su rostro en lo que parecía ser una mezcla entre ira e incredulidad, Eltrant dejó escapar una ligera carcajada que acabó en un quejido dolorido, lo que hizo que Cormac y los dos lacayos que seguían junto a su señor se girasen hacia él.
Mientras el puñal flotaba mágicamente frente a los ojos del Coleccionista, Eltrant aprovechó para, casi a gatas, acercarse a dónde estaba la bruja, colocándose junto a ella – Gracias… si no llegas a aparecer…- Dijo llevándose de nuevo la mano al hombro, la sangre ya había parado, pero seguía doliéndole bastante más de lo que demostraba en aquel instante. No llegó a acabar la frase, pero era evidente que si no llega a ser por la peliblanca ahora mismo estaría de nuevo en la celda, probablemente muerto.
Estudió la situación, Cormac parecía reacio a mover un solo musculo, clavando su mirada directamente en el puñal que el mercenario tenia encargado transportar permanecía callado, casi pensativo ¿Estaría lo suficientemente loco como para ordenar a sus hombres que atacasen?
Había visto a Elen pelear solamente dos veces y en ambas había dado razones suficientes como para evitar hacerla enfadar. Él en cambio, era ahora una carga para su compañera, con la muñeca dislocada no podía siquiera sujetar una espada correctamente, mucho menos soportar una escaramuza en el interior de aquella mansión.
En cualquier caso, las opciones del estrambótico noble eran limitadas y solo una de ellas aseguraba el bienestar de su colección, el hombre ya había comprobado el poder destructivo de la bruja, su mirada decía que no estaba dispuesto a aceptar una derrota, pero era lo suficientemente inteligente, como para tragarse su orgullo.
- Me enorgullece decir, señorita Calhoun… – Trago saliva y retrocedió un par de pasos, el puñal, de forma automática, le siguió, siempre a la misma distancia de su cabeza - Que hemos llegado a un acuerdo. Podéis marcharos. – Eltrant frunció el ceño ¿Ya estaba? ¿Así de fácil? ¿Y las personas que estaban encerradas en vitrinas? ¿Iban a dejarlas allí?
Tras alzarse lo máximo que pudo, se apoyó, sin tan siquiera preguntarlo, en el hombro de la joven – He pasado por una habitación… - Miró a Cormac, el noble había ordenado a sus hombres que se alejasen un poco de él, quizás temeroso de que la bruja decidiese que estos podían ayudarle a evitar el cuchillo flotante. – Tenia personas encerradas ahí Elen, como si fuesen jarrones – Tratar de explicar lo que acababa de ver de forma concisa era complicado para el mercenario, que estaba tan agotado por las torturas y por las drogas que había recibido que apenas podía tenerse en pie, mucho menos pensar con claridad.
No le iba a pedir que le matase a sangre fría, Elen tenía el poder suficiente para hacerlo, otro de aquellos ataques que ella era capaz de usar, y reduciría aquella habitación a un montón de cadáveres convulsionando, pero tenían que hacer algo, no podían dejar a todas aquellas personas allí encerradas, no después de que él coleccionista les dejase marchar por su propio pie.
- Tenemos que sacarlas de ahí… como sea. – Con la mano derecha, tomó una de las espadas de los soldados de Cormac y volvió a sujetarse en Elen – Lo siento… - Susurró tratando de mantenerse totalmente erguido por sí solo, algo que solo consiguió a medias.
El Coleccionista pareció escuchar la palabra "Personas” aún desde el otro lado de la habitación, pues arqueó una ceja y, sin perder de vista aun el puñal dorado, dedicó una extraña sonrisa a la joven peliblanca – Siempre estoy dispuesto a hacer negocios. – Eltrant entornó los ojos, era Elen quien controlaba la situación, podía perfectamente exigir la liberación de los cautivos a cambio de perdonarle la vida a aquel miserable ser ¿Qué tramaba ahora?
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Como pudo, Eltrant aprovechó el momento para acercarse a la bruja, que seguía muy concentrada en su objetivo, no dejar que Cormac moviese ni un dedo sin que la daga lo siguiese. La herida del mercenario requería ser tratada cuanto antes, pero Elen no podía fiarse aún del coleccionista, así que tendría que esperar a encontrarse fuera de la mansión y en un lugar seguro, quizá el cuartel de los dragones o alguna posada cercana. - Tengo por norma no dejar atrás a ningún compañero, no ha sido nada. - dijo la joven en respuesta a las palabras del guerrero, sin apartar la vista de su objetivo.
Cormac era un hombre de recursos, y después de todo lo ocurrido en su mansión quizá estuviese cegado por la ira, lo que le llevaría a cometer la estupidez de esperar al momento apropiado para lanzar otro ataque contra la tensai. De ser así el caballero correría la misma o peor suerte que sus hombres, ya que la creciente oscuridad del medallón impulsaba a la bruja a ser más drástica con sus ataques, lo que para el coleccionista podría suponer una muerte horrible.
Consciente de su desfavorable situación, y tras ver de lo que era capaz su invitada, a Cormac no le quedó más remedio que rendirse, dejándolos marchar sin oponer más resistencia, ya había perdido bastante aquel día y no quería empeorar aún más las cosas. Sin embargo, y para su desgracia, Eltrant se había topado con la sala en que mantenía cautivos a miembros de diferentes razas, como si de trofeos vivientes se tratase. Allí era donde pensaba encerrarla, pero se había equivocado al creer que podría conseguirlo, menos ahora que se dejaba llevar por su lado oscuro y no estaba Alister para tratar de controlarla.
El dragón siempre se llevaba la peor parte, pero con el tiempo había aprendido a tratar con ella cuando esa parte maligna salía a la superficie, y era una de las pocas personas que conocía el efecto que la marca de Tarivius podía tener en la hechicera. Aquel árbol de la vida grabado en el interior de su muñeca izquierda era suficiente para devolverla al buen camino, no porque tuviese magia ni nada semejante, sino por la cantidad de recuerdos que traía a la mente de la bruja. El sacrificio del centinela aún le dolía, y saber que lo había hecho para darle una oportunidad de luchar contra los Tarmúnil la hacía sentir culpable y en deuda, no podía defraudarlo.
- Así que ahí era donde pretendías retenerme. - musitó, en cuanto Cormac mencionó lo de estar dispuesto a negociar. - Veo que no terminas de entender tu situación, no estás en posición de negociar nada. - sentenció la tensai, al tiempo que la daga de empuñadura de dragón se movía velozmente hacia el cuello del coleccionista, quedando tan cerca como para que pudiese notar la afilada punta contra su piel. - Solo yo conozco el mecanismo que abre sus vitrinas. - reveló el caballero, con cierto nerviosismo y notando que la garganta se le secaba. Temiendo que al tragar saliva la daga se le clavase en el cuello, Cormac borró la sonrisa de su rostro y miró directamente a los ojos de la joven, esperando que ésta tuviese en cuenta lo que acababa de decir.
- Entonces vendrás a dar un pequeño paseo con nosotros, camina. - ordenó, manipulando la daga para que el coleccionista sintiese un poco más de presión contra su piel. - Está bien, está bien. - replicó él, mientras empezaba a avanzar en dirección al mercenario y la hechicera, con sumo cuidado para que la hoja no le cortase. - En cuanto a vosotros, sed buenos y quedaos aquí quietecitos, si vuelvo a veros o tengo la más mínima sospecha de que nos seguís… os mataré a todos. - amenazó con voz fría, mirando a los guardias que aún se mantenían conscientes. Ninguno dudaría de sus palabras, pero la joven quería asegurarse de que no les causasen más molestias durante el tiempo que pasasen en la mansión, así que decidió hacer hincapié en el peligro que correrían de volver a cruzarse en su camino.
- Habéis herido a mi compañero, intentado atraparme y encima retenéis a personas inocentes, me he cargado a muchos por menos. - comentó, segundos antes de que el coleccionista llegase hasta donde se encontraba. - Andando, y no intentes nada raro, Eltrant ya ha visto la habitación así que si tratas de llevarnos a cualquier otro lugar lo lamentarás. - añadió, para acto seguido ponerse en marcha y enfilar uno de los largos pasillos de la mansión. El puñal de dragón permanecería en todo momento junto al cuello del caballero a modo de seguro, pero por si acaso se le ocurriese hacer alguna tontería, la de ojos verdes mantendría también su daga apuntando a la espalda de Cormac.
Con un leve vistazo, Elen comprobó el estado del mercenario, esperando que pudiese aguantar lo suficiente como para liberar a los prisioneros y llegar de nuevo al cuartel, una vez allí podría ser tratado y descansar adecuadamente, aunque para ello tuviese que vigilar personalmente su seguridad. Había sido idea suya llevarlo allí y por tanto sentía algo de culpa por cómo se habían desarrollado los acontecimientos, pero aquel no era el momento ni lugar de pedir disculpas, ya tendría tiempo de hacerlo cuando hubiesen terminado.
Unos minutos bastaron para que llegasen a la estancia que buscaban, y por primera vez en mucho tiempo, la esperanza se apoderó de los rostros de quienes allí se hallaban atrapados, al ver que el desgraciado que los había encerrado se presentaba ante ellos con un arma amenazando con rajarle la yugular. - Después de esto creo que debería matarte de todos modos. - dijo la bruja, mientras sus mirada iba de una vitrina a otra. - Entonces no podrás sacarlos de ahí, encargué un material especial para esta sala, capaz de retener a gente de todo tipo. - informó el coleccionista, con un leve deje de orgullo que le costó caro. Una repentina descarga lo sorprendió por la espalda, arrancándole un grito de dolor y consiguiendo que la afilada punta del puñal le produjese un fino rasguño, por el que comenzaron a salir algunas gotas de sangre.
- No te conviene colmar mi paciencia, dime dónde está el mecanismo o destrozaré la habitación hasta encontrarlo por mí misma. - amenazó, para luego acercarse ligeramente al oído de su prisionero y continuar en voz más baja. - Tengo todo el tiempo del mundo Cormac, puedo atarte y destrozar toda tu casa frente a tus ojos, o quizá me decante por torturarte hasta que te decidas a cooperar, eso me resultaría muy divertido. - continuó, con un tono tan impropio de ella que no quedaba duda, las malignas almas del medallón le estaban ganando la batalla.
Cormac era un hombre de recursos, y después de todo lo ocurrido en su mansión quizá estuviese cegado por la ira, lo que le llevaría a cometer la estupidez de esperar al momento apropiado para lanzar otro ataque contra la tensai. De ser así el caballero correría la misma o peor suerte que sus hombres, ya que la creciente oscuridad del medallón impulsaba a la bruja a ser más drástica con sus ataques, lo que para el coleccionista podría suponer una muerte horrible.
Consciente de su desfavorable situación, y tras ver de lo que era capaz su invitada, a Cormac no le quedó más remedio que rendirse, dejándolos marchar sin oponer más resistencia, ya había perdido bastante aquel día y no quería empeorar aún más las cosas. Sin embargo, y para su desgracia, Eltrant se había topado con la sala en que mantenía cautivos a miembros de diferentes razas, como si de trofeos vivientes se tratase. Allí era donde pensaba encerrarla, pero se había equivocado al creer que podría conseguirlo, menos ahora que se dejaba llevar por su lado oscuro y no estaba Alister para tratar de controlarla.
El dragón siempre se llevaba la peor parte, pero con el tiempo había aprendido a tratar con ella cuando esa parte maligna salía a la superficie, y era una de las pocas personas que conocía el efecto que la marca de Tarivius podía tener en la hechicera. Aquel árbol de la vida grabado en el interior de su muñeca izquierda era suficiente para devolverla al buen camino, no porque tuviese magia ni nada semejante, sino por la cantidad de recuerdos que traía a la mente de la bruja. El sacrificio del centinela aún le dolía, y saber que lo había hecho para darle una oportunidad de luchar contra los Tarmúnil la hacía sentir culpable y en deuda, no podía defraudarlo.
- Así que ahí era donde pretendías retenerme. - musitó, en cuanto Cormac mencionó lo de estar dispuesto a negociar. - Veo que no terminas de entender tu situación, no estás en posición de negociar nada. - sentenció la tensai, al tiempo que la daga de empuñadura de dragón se movía velozmente hacia el cuello del coleccionista, quedando tan cerca como para que pudiese notar la afilada punta contra su piel. - Solo yo conozco el mecanismo que abre sus vitrinas. - reveló el caballero, con cierto nerviosismo y notando que la garganta se le secaba. Temiendo que al tragar saliva la daga se le clavase en el cuello, Cormac borró la sonrisa de su rostro y miró directamente a los ojos de la joven, esperando que ésta tuviese en cuenta lo que acababa de decir.
- Entonces vendrás a dar un pequeño paseo con nosotros, camina. - ordenó, manipulando la daga para que el coleccionista sintiese un poco más de presión contra su piel. - Está bien, está bien. - replicó él, mientras empezaba a avanzar en dirección al mercenario y la hechicera, con sumo cuidado para que la hoja no le cortase. - En cuanto a vosotros, sed buenos y quedaos aquí quietecitos, si vuelvo a veros o tengo la más mínima sospecha de que nos seguís… os mataré a todos. - amenazó con voz fría, mirando a los guardias que aún se mantenían conscientes. Ninguno dudaría de sus palabras, pero la joven quería asegurarse de que no les causasen más molestias durante el tiempo que pasasen en la mansión, así que decidió hacer hincapié en el peligro que correrían de volver a cruzarse en su camino.
- Habéis herido a mi compañero, intentado atraparme y encima retenéis a personas inocentes, me he cargado a muchos por menos. - comentó, segundos antes de que el coleccionista llegase hasta donde se encontraba. - Andando, y no intentes nada raro, Eltrant ya ha visto la habitación así que si tratas de llevarnos a cualquier otro lugar lo lamentarás. - añadió, para acto seguido ponerse en marcha y enfilar uno de los largos pasillos de la mansión. El puñal de dragón permanecería en todo momento junto al cuello del caballero a modo de seguro, pero por si acaso se le ocurriese hacer alguna tontería, la de ojos verdes mantendría también su daga apuntando a la espalda de Cormac.
Con un leve vistazo, Elen comprobó el estado del mercenario, esperando que pudiese aguantar lo suficiente como para liberar a los prisioneros y llegar de nuevo al cuartel, una vez allí podría ser tratado y descansar adecuadamente, aunque para ello tuviese que vigilar personalmente su seguridad. Había sido idea suya llevarlo allí y por tanto sentía algo de culpa por cómo se habían desarrollado los acontecimientos, pero aquel no era el momento ni lugar de pedir disculpas, ya tendría tiempo de hacerlo cuando hubiesen terminado.
Unos minutos bastaron para que llegasen a la estancia que buscaban, y por primera vez en mucho tiempo, la esperanza se apoderó de los rostros de quienes allí se hallaban atrapados, al ver que el desgraciado que los había encerrado se presentaba ante ellos con un arma amenazando con rajarle la yugular. - Después de esto creo que debería matarte de todos modos. - dijo la bruja, mientras sus mirada iba de una vitrina a otra. - Entonces no podrás sacarlos de ahí, encargué un material especial para esta sala, capaz de retener a gente de todo tipo. - informó el coleccionista, con un leve deje de orgullo que le costó caro. Una repentina descarga lo sorprendió por la espalda, arrancándole un grito de dolor y consiguiendo que la afilada punta del puñal le produjese un fino rasguño, por el que comenzaron a salir algunas gotas de sangre.
- No te conviene colmar mi paciencia, dime dónde está el mecanismo o destrozaré la habitación hasta encontrarlo por mí misma. - amenazó, para luego acercarse ligeramente al oído de su prisionero y continuar en voz más baja. - Tengo todo el tiempo del mundo Cormac, puedo atarte y destrozar toda tu casa frente a tus ojos, o quizá me decante por torturarte hasta que te decidas a cooperar, eso me resultaría muy divertido. - continuó, con un tono tan impropio de ella que no quedaba duda, las malignas almas del medallón le estaban ganando la batalla.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1954
Nivel de PJ : : 10
Re: La reliquia [Interpretativo][Libre][Cerrado]
Cormac condujo a la bruja hasta la sala en dónde el mercenario había visto a las personas encerradas. Mientras caminaban, Eltrant se aseguró de ir indicando, a su vez, el camino que tomaban, ya que de los dos era el único que había estado allí.
Los ojos de los cautivos se abrieron de par en par cuando vieron al coleccionista entrar en el lugar con una daga en el cuello, por primera vez en mucho tiempo, algo parecido a esperanza, a libertad, llegaba hasta ellos.
Una vez en la habitación, Elen se aseguró de hacerle saber a Cormac que, si seguía vivo, era porque ella lo estaba permitiendo y de que el dueño de la mansión tenía muchas probabilidades de morir igualmente aun accediendo a liberar a todos los prisioneros.
Frunció el ceño, el destino del hombre que le había tenido encadenado en sótano, que le había torturado de bastantes formas diferentes para sacarle información le daba igual, le preocupaba más la actuación de su compañera.
Cormac parecía estar inmerso en un intenso debate interno, dudando entre obedecer las palabras de la peliblanca o arriesgar su vida y quedarse aquella horripilante parte de su colección. – No hagas esto más difícil de lo que es – Dijo el mercenario depositando una mano en el hombro de la bruja para mantener el equilibro – Liberales.
El coleccionista no tenía más opciones, el abrumador poder de Elen se había encargado de demostrárselo, o moría allí o liberaba a los presos.
Tragando saliva, muy lentamente, Cormac alzó ambas manos, llevándose una de ellas hasta el finísimo corte que la daga del dragón le había hecho en el cuello. - Está… está bien, bruja, tú ganas – Dijo al final, el castaño clavó su mirada en la peliblanca, el ceño fruncido aquella extraña sensación que emanaba de ella ¿De verdad estaba dispuesto a matarlo allí? ¿A Sangre fría? No estaba siquiera armado.
Mientras el coleccionista se movía, lentamente, temeroso del que el puñal que pendía cerca de su cuello decidiese hacer un movimiento fatal, hacia una de las muchas cortinas que había en el lugar, Eltrant chasqueó los dedos frente a los ojos de la bruja, llamando su atención - ¿Te encuentras bien? – No es como si la bruja y el fuesen amigos de toda la vida, pero incluso él, un mercenario que había coincidido apenas dos veces con la peliblanca sabía que Elen no se estaba comportando como de costumbre, como la mujer que, en Lunargenta, estuvo dispuesta a perdonar la vida a unos esclavistas si estos se entregaban a la justicia. – Relájate Elen – Dijo dejándose caer junto a ella y cerrando los ojos, descansando – Has ganado, no hay nada que pueda hacer contra ti. – Susurró, los guardas de aquel hombre, estaban o acobardados o fuera de combate, y aun si decidían enfrentarse a la bruja, tenían todas las de perder. – Tus amigos los caballeros del infinito… los dragones, como sea – Sonrió agotado – Se encargarán de este imbécil. - Algo parecido a un gruñido brotó de los labios del coleccionista, que, moviendo de cortina a cortina, tiraba de sendos cordeles dorados en, supuestamente, un orden preciso.
Finalmente, cuando Cormac hubo repetido la misma acción unas siete veces, un fuerte estruendo en el piso superior precedió a una leve vibración en el suelo, las vitrinas, tiradas por gruesas cadenas de acero, comenzaron a alzarse.
La habitación no tardó en llenarse de vítores y sollozos, de gritos de alegría, y de libertad. – Marchaos ahora de mi propiedad – Sentenció Cormac golpeando una mesa que tenía junto a él en un sorpresivo ataque de ira ya que el puñal dorado seguía flotando peligrosamente cerca de su nuez – ¡Ya he cumplido lo que queríais! ¡Idos! – Añadió.
-Ayúdame a levantarme – Susurró Eltrant a su aliada, cuando estuvo de pie, se tambaleó hasta Cormac y antes de que pudiese decir nada, le golpeó con toda la fuerza que le quedaba en el brazo que no tenía dislocado en la cara, derribándolo inmediatamente. – Eso por los latigazos – Apoyándose en la mesa que había golpeado el coleccionista momentos atrás miró a Elen, que no tardó en ser rodeada por el sin fin de prisioneros, sin dejarle de agradecer lo que acababa de hacer.
– Eso servirá para que no haga ninguna locura… - Tomando aire, cortó una de los cordeles dorados con el cuchillo del mismo color que ahora descansaba en el suelo, junto a Cormac, y lo usó para atar de pies y manos al coleccionista, el cual parecía haber entrado en estado de shock – La de nobles que he visto hacer eso. – Lo cierto era que, cuanto más alto subías, más dura era la caída, el coleccionista se creía invencible, y ahora se veía a si mismo despojado de sus más valiosas posesiones y maniatado por un mercenario herido.
Abriéndose hueco entre la multitud que rodeaba a la bruja, se acercó a ella y le entregó la daga que había comenzado todo aquello – Entrégasela a quien creas que se merezca custodiarla – Suspiró y se volvió a apoyar, sin avisar, sobre la persona que le había salvado - ¿Conoces a un buen medico por aquí? – Murmuró palpandose la herida del hombro – Avisa a tus amigos a que vengan a recoger la chusma.
Suspiró, aquella vez se había salvado por los pelos, no había conseguido salir siquiera de la ciudad con el paquete que tenía que entregar, y ni por todo los Aeros de Aerandir iba a llevarla hasta Lunargenta – Creo que voy a cambiar de trabajo… - Susurró buscando con la mirada la salida de aquella siniestra habitación.- Quizás me haga granjero.
Los ojos de los cautivos se abrieron de par en par cuando vieron al coleccionista entrar en el lugar con una daga en el cuello, por primera vez en mucho tiempo, algo parecido a esperanza, a libertad, llegaba hasta ellos.
Una vez en la habitación, Elen se aseguró de hacerle saber a Cormac que, si seguía vivo, era porque ella lo estaba permitiendo y de que el dueño de la mansión tenía muchas probabilidades de morir igualmente aun accediendo a liberar a todos los prisioneros.
Frunció el ceño, el destino del hombre que le había tenido encadenado en sótano, que le había torturado de bastantes formas diferentes para sacarle información le daba igual, le preocupaba más la actuación de su compañera.
Cormac parecía estar inmerso en un intenso debate interno, dudando entre obedecer las palabras de la peliblanca o arriesgar su vida y quedarse aquella horripilante parte de su colección. – No hagas esto más difícil de lo que es – Dijo el mercenario depositando una mano en el hombro de la bruja para mantener el equilibro – Liberales.
El coleccionista no tenía más opciones, el abrumador poder de Elen se había encargado de demostrárselo, o moría allí o liberaba a los presos.
Tragando saliva, muy lentamente, Cormac alzó ambas manos, llevándose una de ellas hasta el finísimo corte que la daga del dragón le había hecho en el cuello. - Está… está bien, bruja, tú ganas – Dijo al final, el castaño clavó su mirada en la peliblanca, el ceño fruncido aquella extraña sensación que emanaba de ella ¿De verdad estaba dispuesto a matarlo allí? ¿A Sangre fría? No estaba siquiera armado.
Mientras el coleccionista se movía, lentamente, temeroso del que el puñal que pendía cerca de su cuello decidiese hacer un movimiento fatal, hacia una de las muchas cortinas que había en el lugar, Eltrant chasqueó los dedos frente a los ojos de la bruja, llamando su atención - ¿Te encuentras bien? – No es como si la bruja y el fuesen amigos de toda la vida, pero incluso él, un mercenario que había coincidido apenas dos veces con la peliblanca sabía que Elen no se estaba comportando como de costumbre, como la mujer que, en Lunargenta, estuvo dispuesta a perdonar la vida a unos esclavistas si estos se entregaban a la justicia. – Relájate Elen – Dijo dejándose caer junto a ella y cerrando los ojos, descansando – Has ganado, no hay nada que pueda hacer contra ti. – Susurró, los guardas de aquel hombre, estaban o acobardados o fuera de combate, y aun si decidían enfrentarse a la bruja, tenían todas las de perder. – Tus amigos los caballeros del infinito… los dragones, como sea – Sonrió agotado – Se encargarán de este imbécil. - Algo parecido a un gruñido brotó de los labios del coleccionista, que, moviendo de cortina a cortina, tiraba de sendos cordeles dorados en, supuestamente, un orden preciso.
Finalmente, cuando Cormac hubo repetido la misma acción unas siete veces, un fuerte estruendo en el piso superior precedió a una leve vibración en el suelo, las vitrinas, tiradas por gruesas cadenas de acero, comenzaron a alzarse.
La habitación no tardó en llenarse de vítores y sollozos, de gritos de alegría, y de libertad. – Marchaos ahora de mi propiedad – Sentenció Cormac golpeando una mesa que tenía junto a él en un sorpresivo ataque de ira ya que el puñal dorado seguía flotando peligrosamente cerca de su nuez – ¡Ya he cumplido lo que queríais! ¡Idos! – Añadió.
-Ayúdame a levantarme – Susurró Eltrant a su aliada, cuando estuvo de pie, se tambaleó hasta Cormac y antes de que pudiese decir nada, le golpeó con toda la fuerza que le quedaba en el brazo que no tenía dislocado en la cara, derribándolo inmediatamente. – Eso por los latigazos – Apoyándose en la mesa que había golpeado el coleccionista momentos atrás miró a Elen, que no tardó en ser rodeada por el sin fin de prisioneros, sin dejarle de agradecer lo que acababa de hacer.
– Eso servirá para que no haga ninguna locura… - Tomando aire, cortó una de los cordeles dorados con el cuchillo del mismo color que ahora descansaba en el suelo, junto a Cormac, y lo usó para atar de pies y manos al coleccionista, el cual parecía haber entrado en estado de shock – La de nobles que he visto hacer eso. – Lo cierto era que, cuanto más alto subías, más dura era la caída, el coleccionista se creía invencible, y ahora se veía a si mismo despojado de sus más valiosas posesiones y maniatado por un mercenario herido.
Abriéndose hueco entre la multitud que rodeaba a la bruja, se acercó a ella y le entregó la daga que había comenzado todo aquello – Entrégasela a quien creas que se merezca custodiarla – Suspiró y se volvió a apoyar, sin avisar, sobre la persona que le había salvado - ¿Conoces a un buen medico por aquí? – Murmuró palpandose la herida del hombro – Avisa a tus amigos a que vengan a recoger la chusma.
Suspiró, aquella vez se había salvado por los pelos, no había conseguido salir siquiera de la ciudad con el paquete que tenía que entregar, y ni por todo los Aeros de Aerandir iba a llevarla hasta Lunargenta – Creo que voy a cambiar de trabajo… - Susurró buscando con la mirada la salida de aquella siniestra habitación.- Quizás me haga granjero.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
Aerandiano de honor
Cantidad de envíos : : 1374
Nivel de PJ : : 10
Página 1 de 2. • 1, 2
Temas similares
» Yo no fui [Libre][Interpretativo][CERRADO]
» ¡Salta! [Interpretativo][Libre][1/1] [Cerrado]
» La decisión [Libre-Interpretativo][2/2][CERRADO]
» [Cerrado] Aracnofobia [Interpretativo - Libre]
» Una vez más en la ciudad [Interpretativo - Libre][Cerrado]
» ¡Salta! [Interpretativo][Libre][1/1] [Cerrado]
» La decisión [Libre-Interpretativo][2/2][CERRADO]
» [Cerrado] Aracnofobia [Interpretativo - Libre]
» Una vez más en la ciudad [Interpretativo - Libre][Cerrado]
Página 1 de 2.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Hoy a las 02:19 por Vincent Calhoun
» Propaganda Peligrosa - Priv. Zagreus - (Trabajo / Noche)
Ayer a las 18:40 por Lukas
» Derecho Aerandiano [Libre]
Ayer a las 02:17 por Tyr
» Lamentos de un corazón congelado [Libre 3/3]
Ayer a las 01:19 por Tyr
» 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Jue Nov 07 2024, 20:51 por Aylizz Wendell
» El retorno del vampiro [Evento Sacrestic]
Jue Nov 07 2024, 18:38 por Merié Stiffen
» Clementina Chonkffuz [SOLITARIO]
Jue Nov 07 2024, 16:48 por Mina Harker
» El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Jue Nov 07 2024, 13:24 por Tyr
» [Zona de Culto]Santuario del dragón de Mjulnr
Mar Nov 05 2024, 21:21 por Tyr
» Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Mar Nov 05 2024, 17:01 por Seraphine Valaryon
» [Zona de culto] Iglesia del único Dios
Mar Nov 05 2024, 14:32 por Tyr
» [Zona de Culto] Oráculo de Fenrir
Mar Nov 05 2024, 03:02 por Tyr
» Solas, corazón del pueblo [Evento Sacrestic] [Noche] [Libre]
Dom Nov 03 2024, 17:02 por Zagreus
» Ecos De Guerra [Evento Sacrestic] [Noche]
Sáb Nov 02 2024, 23:21 por Sein Isånd
» De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Miér Oct 30 2024, 21:54 por Eltrant Tale