El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
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Ese invierno estaba siendo demasiado duradero. O por lo menos así lo pensaba el brujo que se le estaba haciendo bastante pesado la estación invernal. No solo era un incordio personal para él, por el hecho que le ocasionaba el mismo clima tedioso y constante, sino que además si seguían en esas condiciones tan duras la gente menos favorecida sufriría en exceso.
Seguramente ese crudo invierno ya se habría llevado a muchas personas antes de tiempo a la tumba, y para el rubio era una sensación descorazonadora no poder ayudar todo lo que quisiera.
- Creo que hemos hecho felices a los niños de ese orfanato-, se escuchó en la soledad de la calle la voz melodiosa de Caroline. - Esas mantas les vendrán bien-, sonrió.
El brujo hacía mucho que conocía a la dulce pelirroja que trabajaba de camarera en una de las posadas más pintorescas del puerto. Era bella y sensual, de mirada tierna tintada como piedras esmeraldas, y de un corazón puro difícil de ver en el mundo que les había tocado vivir.
Hubo un tiempo en que fueron más que amigos, y teniendo en cuenta el carácter de ambos era difícil pensar porque no lo seguían siendo, más eso tenía fácil respuesta. Vinc partió para buscar a sus padres una mañana, y de ese viaje no sabía si alguna vez volvería, por eso la mujer y el brujo debía seguir caminos distintos en lo que al amor acontecía. Cuando volvió finalmente a Lunargenta, podría haber iniciado nuevamente ese romance con la pelirroja, pero la dama ya tenía ojos para otro hombre, y en el fondo el rubio se sintió liberado para poder seguir su vida errante y mercenaria, dejando tranquila a la mujer con una vida más sencilla.
Él no llevaba un medio de vida que fuera apto para formar familia, aunque visto el panorama actual se podría decir que eso lo pensaba erróneamente. Ahora tenía una hija, y su corazón palpitaba por una sacerdotisa de carácter delicado y una generosidad que no parecía conocer límites. La había visto casualmente hacía unos días en la biblioteca de la ciudad, y teniendo en cuenta que pensaba que habría vuelto a Sandorai, no podía dejar de pensar que el destino había querido que la volviera a ver.
- Sí. Este invierno está siendo muy duro. Demasiado largo. Toda ayuda es buena-, respondió olvidando a la elfa por ahora. - Esos chicos tienen suerte de que la señorita Caroline viva en la ciudad-, sonrió esta vez él.
La camarera era una joven que había quedado huérfana en su niñez, siendo criada desde entonces por sus tíos. Los mismos que regentaban la posada donde Vincent se hospedara la primera vez que llegara a Lunargenta. Mucho había llovido desde entonces, nevado se podría decir en un día como ese.
Una risa cristalina rompió el silencio de la madrugada en la ciudad.
- Que cosas tienes Vincent. Como si tú no ayudaras igualmente-, meneó la cabeza divertida. - Ya está amaneciendo. Te invito a un desayuno caliente. Y como algunas cosas nunca cambian. No le dirás que no a una bella dama, ¿a qué no?
En parte tenía razón, aunque realmente sí había cosas que cambiaban, como igualmente otras no lo hacían. De todos modos el brujo no era de los que daba por negativa, al poder pasar el rato con una amiga, menos cuando había buena comida de por medio.
- Está bien, está bien-, rió. - No me puedo negar sabiendo la calidad de ese desayuno.
Fue así como los pasos del brujo lo guiaron hacia “El pez volador”. La posada del tío de Caroline, donde la chica trabajaba y que podía decir, se comía excelentemente bien.
Seguramente ese crudo invierno ya se habría llevado a muchas personas antes de tiempo a la tumba, y para el rubio era una sensación descorazonadora no poder ayudar todo lo que quisiera.
- Creo que hemos hecho felices a los niños de ese orfanato-, se escuchó en la soledad de la calle la voz melodiosa de Caroline. - Esas mantas les vendrán bien-, sonrió.
El brujo hacía mucho que conocía a la dulce pelirroja que trabajaba de camarera en una de las posadas más pintorescas del puerto. Era bella y sensual, de mirada tierna tintada como piedras esmeraldas, y de un corazón puro difícil de ver en el mundo que les había tocado vivir.
Hubo un tiempo en que fueron más que amigos, y teniendo en cuenta el carácter de ambos era difícil pensar porque no lo seguían siendo, más eso tenía fácil respuesta. Vinc partió para buscar a sus padres una mañana, y de ese viaje no sabía si alguna vez volvería, por eso la mujer y el brujo debía seguir caminos distintos en lo que al amor acontecía. Cuando volvió finalmente a Lunargenta, podría haber iniciado nuevamente ese romance con la pelirroja, pero la dama ya tenía ojos para otro hombre, y en el fondo el rubio se sintió liberado para poder seguir su vida errante y mercenaria, dejando tranquila a la mujer con una vida más sencilla.
Él no llevaba un medio de vida que fuera apto para formar familia, aunque visto el panorama actual se podría decir que eso lo pensaba erróneamente. Ahora tenía una hija, y su corazón palpitaba por una sacerdotisa de carácter delicado y una generosidad que no parecía conocer límites. La había visto casualmente hacía unos días en la biblioteca de la ciudad, y teniendo en cuenta que pensaba que habría vuelto a Sandorai, no podía dejar de pensar que el destino había querido que la volviera a ver.
- Sí. Este invierno está siendo muy duro. Demasiado largo. Toda ayuda es buena-, respondió olvidando a la elfa por ahora. - Esos chicos tienen suerte de que la señorita Caroline viva en la ciudad-, sonrió esta vez él.
La camarera era una joven que había quedado huérfana en su niñez, siendo criada desde entonces por sus tíos. Los mismos que regentaban la posada donde Vincent se hospedara la primera vez que llegara a Lunargenta. Mucho había llovido desde entonces, nevado se podría decir en un día como ese.
Una risa cristalina rompió el silencio de la madrugada en la ciudad.
- Que cosas tienes Vincent. Como si tú no ayudaras igualmente-, meneó la cabeza divertida. - Ya está amaneciendo. Te invito a un desayuno caliente. Y como algunas cosas nunca cambian. No le dirás que no a una bella dama, ¿a qué no?
En parte tenía razón, aunque realmente sí había cosas que cambiaban, como igualmente otras no lo hacían. De todos modos el brujo no era de los que daba por negativa, al poder pasar el rato con una amiga, menos cuando había buena comida de por medio.
- Está bien, está bien-, rió. - No me puedo negar sabiendo la calidad de ese desayuno.
Fue así como los pasos del brujo lo guiaron hacia “El pez volador”. La posada del tío de Caroline, donde la chica trabajaba y que podía decir, se comía excelentemente bien.
Última edición por Vincent Calhoun el Jue Jun 23 2016, 23:31, editado 1 vez (Razón : Poner Cierre)
Vincent Calhoun
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
Como siempre había terminado volviendo a la península de Verissar.Lugar en el que cada vez me movía con más soltura. Si aquello era por el clima frío, y que había sido perenne durante los últimos meses, o porque me había familiarizado con la región tras mis asiduas visitas, no podía asegurarlo. probablemente era un poco de cada una.
El frío, que para los lugareños resultaba desolador y terrible no era ni de lejos tan penetrante como lo que yo consideraba invernal. La capa de escarcha que cubría charcos y ventanales era una fina lámina que podía romperse con unos golpecitos, cada mañana las canaletas de los tejados goteaban hasta la última gota de nieve y granizo que se hubiera depositado sobre las casas la noche anterior.
Lo único que resultaba realmente molesto del invierno, era tener que pasearse con forma humana, mucho más sensible al frío y al viento, que se colaba entre las ropas por la más mínima abertura entre las telas. Incluso la capa de viaje resultaba no ser suficiente como para mantener el calor corporal algunos días.
Finalmente y a regañadientes, había terminado cediendo a aquello que había sido mi solución desde que había vuelto a Lunargenta. Entrar en una taberna cuando me congelara hasta que volviera entrar en temperatura, o el sol se dignara a repartir su tenue calor sobre los paseantes.
"El pez volador" Había sido esa mañana la afortunada, un poco por ser la primera que había visto, y un poco por el extraño nombre que poseía, y su origen resultaba intrigante.
Apenas si había dedicado demasiada atención al salón de la posada nada más entrar. Me había acercado directamente al hogar, en el que unas llamas crepitaban manteniendo una agradable y tibia temperatura en toda la sala. Saqué tímidamente las manos de entre la capa de viaje, extendiendo las palmas hasta el fuego, sintiendo la tirantez de la piel ante el cambio de temperatura.
El salón estaba casi vacío aún, y el olor a carne cocida era lo suficientemente tenue ahora que no había comensales exigiendo aquello como para que mi estómago no amenazara con devolver los restos de los animales que había engullido al alba.
El ruido también era escaso, probablemente porque los comensales que eran a su vez, casi en su totalidad clientes de la posada, se habían levantado hace poco y les pesaban más los párpados que el hambre o la compañía.
La curiosidad me llevó, una vez dejé de tiritar, a pasear la mirada no solo entre la gente, si no sobre la sencilla decoración, y el mobiliario de madera del salón. Pocas veces había entrado en una posada. Primero porque prefería dormir en cuevas, segundo, porque los mejunjes quemados que servían los humanos me daban nauseas, y por ultimo, y mas importante, por los borrachos.
En medio de mi exhaustivo análisis del lugar me encontraba cuando el ruido de la puerta cerrarse acompañado por una rafaga de aire frio del exterior llamaron mi atención hacía los recién llegados, entre los que se encontraba, para mi gran sorpresa, el sr. Calhoun con quien había compartido una inolvidable experiencia laboral.
Aparté una de las manos de delante de la chimenea para saludar al joven en la distancia, esbozando una genuina sonrisa. De todas las persona que había conocido en mis viajes, era de las pocas de las cuales me alegraba encontrarme.
Como siempre había terminado volviendo a la península de Verissar.Lugar en el que cada vez me movía con más soltura. Si aquello era por el clima frío, y que había sido perenne durante los últimos meses, o porque me había familiarizado con la región tras mis asiduas visitas, no podía asegurarlo. probablemente era un poco de cada una.
El frío, que para los lugareños resultaba desolador y terrible no era ni de lejos tan penetrante como lo que yo consideraba invernal. La capa de escarcha que cubría charcos y ventanales era una fina lámina que podía romperse con unos golpecitos, cada mañana las canaletas de los tejados goteaban hasta la última gota de nieve y granizo que se hubiera depositado sobre las casas la noche anterior.
Lo único que resultaba realmente molesto del invierno, era tener que pasearse con forma humana, mucho más sensible al frío y al viento, que se colaba entre las ropas por la más mínima abertura entre las telas. Incluso la capa de viaje resultaba no ser suficiente como para mantener el calor corporal algunos días.
Finalmente y a regañadientes, había terminado cediendo a aquello que había sido mi solución desde que había vuelto a Lunargenta. Entrar en una taberna cuando me congelara hasta que volviera entrar en temperatura, o el sol se dignara a repartir su tenue calor sobre los paseantes.
"El pez volador" Había sido esa mañana la afortunada, un poco por ser la primera que había visto, y un poco por el extraño nombre que poseía, y su origen resultaba intrigante.
Apenas si había dedicado demasiada atención al salón de la posada nada más entrar. Me había acercado directamente al hogar, en el que unas llamas crepitaban manteniendo una agradable y tibia temperatura en toda la sala. Saqué tímidamente las manos de entre la capa de viaje, extendiendo las palmas hasta el fuego, sintiendo la tirantez de la piel ante el cambio de temperatura.
El salón estaba casi vacío aún, y el olor a carne cocida era lo suficientemente tenue ahora que no había comensales exigiendo aquello como para que mi estómago no amenazara con devolver los restos de los animales que había engullido al alba.
El ruido también era escaso, probablemente porque los comensales que eran a su vez, casi en su totalidad clientes de la posada, se habían levantado hace poco y les pesaban más los párpados que el hambre o la compañía.
La curiosidad me llevó, una vez dejé de tiritar, a pasear la mirada no solo entre la gente, si no sobre la sencilla decoración, y el mobiliario de madera del salón. Pocas veces había entrado en una posada. Primero porque prefería dormir en cuevas, segundo, porque los mejunjes quemados que servían los humanos me daban nauseas, y por ultimo, y mas importante, por los borrachos.
En medio de mi exhaustivo análisis del lugar me encontraba cuando el ruido de la puerta cerrarse acompañado por una rafaga de aire frio del exterior llamaron mi atención hacía los recién llegados, entre los que se encontraba, para mi gran sorpresa, el sr. Calhoun con quien había compartido una inolvidable experiencia laboral.
Aparté una de las manos de delante de la chimenea para saludar al joven en la distancia, esbozando una genuina sonrisa. De todas las persona que había conocido en mis viajes, era de las pocas de las cuales me alegraba encontrarme.
El frío, que para los lugareños resultaba desolador y terrible no era ni de lejos tan penetrante como lo que yo consideraba invernal. La capa de escarcha que cubría charcos y ventanales era una fina lámina que podía romperse con unos golpecitos, cada mañana las canaletas de los tejados goteaban hasta la última gota de nieve y granizo que se hubiera depositado sobre las casas la noche anterior.
Lo único que resultaba realmente molesto del invierno, era tener que pasearse con forma humana, mucho más sensible al frío y al viento, que se colaba entre las ropas por la más mínima abertura entre las telas. Incluso la capa de viaje resultaba no ser suficiente como para mantener el calor corporal algunos días.
Finalmente y a regañadientes, había terminado cediendo a aquello que había sido mi solución desde que había vuelto a Lunargenta. Entrar en una taberna cuando me congelara hasta que volviera entrar en temperatura, o el sol se dignara a repartir su tenue calor sobre los paseantes.
"El pez volador" Había sido esa mañana la afortunada, un poco por ser la primera que había visto, y un poco por el extraño nombre que poseía, y su origen resultaba intrigante.
Apenas si había dedicado demasiada atención al salón de la posada nada más entrar. Me había acercado directamente al hogar, en el que unas llamas crepitaban manteniendo una agradable y tibia temperatura en toda la sala. Saqué tímidamente las manos de entre la capa de viaje, extendiendo las palmas hasta el fuego, sintiendo la tirantez de la piel ante el cambio de temperatura.
El salón estaba casi vacío aún, y el olor a carne cocida era lo suficientemente tenue ahora que no había comensales exigiendo aquello como para que mi estómago no amenazara con devolver los restos de los animales que había engullido al alba.
El ruido también era escaso, probablemente porque los comensales que eran a su vez, casi en su totalidad clientes de la posada, se habían levantado hace poco y les pesaban más los párpados que el hambre o la compañía.
La curiosidad me llevó, una vez dejé de tiritar, a pasear la mirada no solo entre la gente, si no sobre la sencilla decoración, y el mobiliario de madera del salón. Pocas veces había entrado en una posada. Primero porque prefería dormir en cuevas, segundo, porque los mejunjes quemados que servían los humanos me daban nauseas, y por ultimo, y mas importante, por los borrachos.
En medio de mi exhaustivo análisis del lugar me encontraba cuando el ruido de la puerta cerrarse acompañado por una rafaga de aire frio del exterior llamaron mi atención hacía los recién llegados, entre los que se encontraba, para mi gran sorpresa, el sr. Calhoun con quien había compartido una inolvidable experiencia laboral.
Aparté una de las manos de delante de la chimenea para saludar al joven en la distancia, esbozando una genuina sonrisa. De todas las persona que había conocido en mis viajes, era de las pocas de las cuales me alegraba encontrarme.
Como siempre había terminado volviendo a la península de Verissar.Lugar en el que cada vez me movía con más soltura. Si aquello era por el clima frío, y que había sido perenne durante los últimos meses, o porque me había familiarizado con la región tras mis asiduas visitas, no podía asegurarlo. probablemente era un poco de cada una.
El frío, que para los lugareños resultaba desolador y terrible no era ni de lejos tan penetrante como lo que yo consideraba invernal. La capa de escarcha que cubría charcos y ventanales era una fina lámina que podía romperse con unos golpecitos, cada mañana las canaletas de los tejados goteaban hasta la última gota de nieve y granizo que se hubiera depositado sobre las casas la noche anterior.
Lo único que resultaba realmente molesto del invierno, era tener que pasearse con forma humana, mucho más sensible al frío y al viento, que se colaba entre las ropas por la más mínima abertura entre las telas. Incluso la capa de viaje resultaba no ser suficiente como para mantener el calor corporal algunos días.
Finalmente y a regañadientes, había terminado cediendo a aquello que había sido mi solución desde que había vuelto a Lunargenta. Entrar en una taberna cuando me congelara hasta que volviera entrar en temperatura, o el sol se dignara a repartir su tenue calor sobre los paseantes.
"El pez volador" Había sido esa mañana la afortunada, un poco por ser la primera que había visto, y un poco por el extraño nombre que poseía, y su origen resultaba intrigante.
Apenas si había dedicado demasiada atención al salón de la posada nada más entrar. Me había acercado directamente al hogar, en el que unas llamas crepitaban manteniendo una agradable y tibia temperatura en toda la sala. Saqué tímidamente las manos de entre la capa de viaje, extendiendo las palmas hasta el fuego, sintiendo la tirantez de la piel ante el cambio de temperatura.
El salón estaba casi vacío aún, y el olor a carne cocida era lo suficientemente tenue ahora que no había comensales exigiendo aquello como para que mi estómago no amenazara con devolver los restos de los animales que había engullido al alba.
El ruido también era escaso, probablemente porque los comensales que eran a su vez, casi en su totalidad clientes de la posada, se habían levantado hace poco y les pesaban más los párpados que el hambre o la compañía.
La curiosidad me llevó, una vez dejé de tiritar, a pasear la mirada no solo entre la gente, si no sobre la sencilla decoración, y el mobiliario de madera del salón. Pocas veces había entrado en una posada. Primero porque prefería dormir en cuevas, segundo, porque los mejunjes quemados que servían los humanos me daban nauseas, y por ultimo, y mas importante, por los borrachos.
En medio de mi exhaustivo análisis del lugar me encontraba cuando el ruido de la puerta cerrarse acompañado por una rafaga de aire frio del exterior llamaron mi atención hacía los recién llegados, entre los que se encontraba, para mi gran sorpresa, el sr. Calhoun con quien había compartido una inolvidable experiencia laboral.
Aparté una de las manos de delante de la chimenea para saludar al joven en la distancia, esbozando una genuina sonrisa. De todas las persona que había conocido en mis viajes, era de las pocas de las cuales me alegraba encontrarme.
Arygos Valnor
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
Los andares de los jóvenes no tardaron en llevarlos a la calle cercana a los muelles donde se encontraba la taberna. El cartel, con el característico pez y las letras que rezaban su curioso nombre, destacaba colgado en la fachada con una ligera capa de nieve sobre su parte superior.
El cambio de temperatura fue tan poco inesperado como agradable. Estaba deseando poder llegar al local para poder dejar el frío de la calle y pasar al calorcito que desprendía la, siempre encendida por esas fechas, chimenea del salón-comedor de la posada. La verdad es que él siendo un brujo de fuego no tenía muchos problemas para lidiar con el frío, su sangre era algo más cálida que la de cualquier otro mortal, y con un simple chasquido de sus dedos era sencillo crear una llama con la que calentarse.
El recibimiento del lugar era igual de esperado que el del propio calor de su interior. No había casi personas en el comedor, pues era muy temprano, salvo por una persona cerca de la chimenea. Por lo demás estaba vacío.
- Iré a ver a mi tío y decirle que estás aquí. Te traeré algo para comer-, comentó la pelirroja con su suave voz.
- Bien, no olvides traer algo para ti también. ¿No vives del aire sabes? - bromeó, aunque por unos instantes se había quedado ausente y pensativo.
¿Quién era esa persona que lo saludaba de esa manera tan inocente? Le resultaba familiar, tanto por su silueta como por sus formas. Algo le decía que ese gesto tan cándido le debía recordar a alguien en particular, aunque no caía en quien.
El brujo se sacudió la ligera nieve que llevaba sobre los hombros de su abrigo y cerró la puerta tras de sí. Luego se acercó hasta la persona que lo había saludado, si lo había hecho era que lo conocía. ¿Qué otro motivo podría tener?
Según se iba acercando pudo distinguir mejor el rostro de la mujer, y poco a poco los recuerdos de la noche donde la había conocido se fueron abriendo paso en su mente.
- Vaya, vaya-, dijo librándose de su bufanda, tan innecesaria con el calor de la chimenea. - Pero si es la sujeto de pruebas favorita de James-, sonrió después de su peculiar saludo. - El mundo es un pañuelo, como es que estás en Lunargenta-, se interesó, quitándose la chaqueta y depositándola en uno de los asientos de la mesa más cercana a la llama.
Luego se sentó esperando que volviera Caroline con la comida, y dejó la bufanda a un lado sobre la mesa.
- Arygos ¿verdad? Creo que ese era tu nombre-, volvió a sonreír como solía hacer a menudo, esperando la comida y que la joven se sentara con él. - Siéntate, imagino que no habrás desayunado todavía ¿o sí? - lo miró con picardía y sin perder la media sonrisa.
- Vaya Vinc. No sabía que había una amiga esperándote. Bienvenida, soy Caroline-, se presentó la joven camarera dejando un plato de carne de cordero sobre la mesa. - No te dejes robar el corazón por este truhán, es el típico galán con las mujeres-, rió. - Traeré mi plato, ahora vuelvo.
- Eh, no soy un truhán-, comentó bastante descolocado. Esa Caroline, menudas ocurrencias tenía. - Trae bebida y esos dulces que sabes hacer y me encantan. Ah, y el desayuno para Arygos si lo desea-, dijo ya a la espalda de la camarera pelirroja, esperando que la dragona decidiera por su cuenta pedir algo de comida o todo lo contrario.
El cambio de temperatura fue tan poco inesperado como agradable. Estaba deseando poder llegar al local para poder dejar el frío de la calle y pasar al calorcito que desprendía la, siempre encendida por esas fechas, chimenea del salón-comedor de la posada. La verdad es que él siendo un brujo de fuego no tenía muchos problemas para lidiar con el frío, su sangre era algo más cálida que la de cualquier otro mortal, y con un simple chasquido de sus dedos era sencillo crear una llama con la que calentarse.
El recibimiento del lugar era igual de esperado que el del propio calor de su interior. No había casi personas en el comedor, pues era muy temprano, salvo por una persona cerca de la chimenea. Por lo demás estaba vacío.
- Iré a ver a mi tío y decirle que estás aquí. Te traeré algo para comer-, comentó la pelirroja con su suave voz.
- Bien, no olvides traer algo para ti también. ¿No vives del aire sabes? - bromeó, aunque por unos instantes se había quedado ausente y pensativo.
¿Quién era esa persona que lo saludaba de esa manera tan inocente? Le resultaba familiar, tanto por su silueta como por sus formas. Algo le decía que ese gesto tan cándido le debía recordar a alguien en particular, aunque no caía en quien.
El brujo se sacudió la ligera nieve que llevaba sobre los hombros de su abrigo y cerró la puerta tras de sí. Luego se acercó hasta la persona que lo había saludado, si lo había hecho era que lo conocía. ¿Qué otro motivo podría tener?
Según se iba acercando pudo distinguir mejor el rostro de la mujer, y poco a poco los recuerdos de la noche donde la había conocido se fueron abriendo paso en su mente.
- Vaya, vaya-, dijo librándose de su bufanda, tan innecesaria con el calor de la chimenea. - Pero si es la sujeto de pruebas favorita de James-, sonrió después de su peculiar saludo. - El mundo es un pañuelo, como es que estás en Lunargenta-, se interesó, quitándose la chaqueta y depositándola en uno de los asientos de la mesa más cercana a la llama.
Luego se sentó esperando que volviera Caroline con la comida, y dejó la bufanda a un lado sobre la mesa.
- Arygos ¿verdad? Creo que ese era tu nombre-, volvió a sonreír como solía hacer a menudo, esperando la comida y que la joven se sentara con él. - Siéntate, imagino que no habrás desayunado todavía ¿o sí? - lo miró con picardía y sin perder la media sonrisa.
- Vaya Vinc. No sabía que había una amiga esperándote. Bienvenida, soy Caroline-, se presentó la joven camarera dejando un plato de carne de cordero sobre la mesa. - No te dejes robar el corazón por este truhán, es el típico galán con las mujeres-, rió. - Traeré mi plato, ahora vuelvo.
- Eh, no soy un truhán-, comentó bastante descolocado. Esa Caroline, menudas ocurrencias tenía. - Trae bebida y esos dulces que sabes hacer y me encantan. Ah, y el desayuno para Arygos si lo desea-, dijo ya a la espalda de la camarera pelirroja, esperando que la dragona decidiera por su cuenta pedir algo de comida o todo lo contrario.
Vincent Calhoun
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
Vincent se acercó a la chimenea en la que me encontraba, y di un paso atrás evitando monopolizar tanto las crepitantes llamas del hogar. Eso sí, sin dejar de extender las manos hacia las mismas. El hormigueo sobre la piel el cambio de temperatura, y como poco a poco volvía a sentirme los dedos era algo a lo que no pensaba renunciar por el momento.
El nombre de James, una de las primeras cosas que se le ocurrió articular al brujo me puso en alerta, di un respingo y rápidamente mire por todo el salón temiendo encontrarme al efusivo y petulante ayudante de laboratorio con quien había tenido la desgracia de compartir una jornada laboral.
-¿No viene contigo no?.- Pregunté alarmada sin dejar de ver alrededor hasta que me asegure de que no había ni rastro de su persona.
Por suerte, no toda su habla resultó tan alarmante como aquella referencia a nuestro conocido en común.
-De hecho, cuando termine en las islas illidienses fue por error y debía de estar en Lunargenta.- Me excuse, ladeando levemente el rostro hacia un costado.- ¿Y tu? ¿Ya no trabajas mas para aquel viejo gruñón?.- Tuve que contener el impulso de llevarme una de las manos a la cabeza en el punto de la coronilla en el cual aquel anciano gustaba de apalear a sus trabajadores y estudiantes.
-Lo sigue siendo.- asentí ante la formulación de mi nombre, acotación que habría esperado antes que el resto. Pero bueno, cada cual ordenaba las cosas como gustaba.- Vincent, yo si me acuerdo bien de tu nombre.- contesté devolviéndole la sonrisa.
-Dos conejos y una ardilla.- Había sido un desayuno ligero, pero práctico, y no me había costado un tiempo excesivo el cazarlo. Acepté su oferta de asiento mientras respondía aquello. Omitiendo, para no herir su sensibilidad, que había engullido aquellas tres criaturas, vivas y crudas.
El olor a carne cocida fue presente en la mesa antes que la mujer que lo portaba, haciéndome arrugar la nariz con desagrado. No era de extrañar que si Vincent se encontraba en una posada a la hora del desayuno fuera para desayunar, pero eso no volvía la cocina humana más apetecible. Con el plato llegó también una de las mozas del local, la misma con la que había entrado el muchacho, y que se presentó educadamente.
-Mucho gusto, yo soy Arygos Valnor.- Incliné la cabeza. Por lo menos ahora mi pronunciado acento de alargar todas las letras mas de lo debido era un poco mas discreto que meses antes, gracias a la molesta necesidad de pasearme y comunicarme con otras especies de esa forma.-¿Que es un truhán? ¿ Y un galán?.- Pregunté nada más sacó aquellas palabras a colación con curiosidad.
Vincent se apuro a negar una de aquellas dos cosas.-¿Entonces no eres un truhán pero si un galán?.- pregunté con la misma curiosidad que me suscitaba saber qué significaban aquellas dos palabras, aún desconocidas, y tan juntas en la frase de la mesera, que me había aventurado a considerar relacionadas entre sí.
La oferta de comida hizo que olvidase momentáneamente el tema del léxico para negar efusivamente ante la nueva oferta de comida.
-No, no hace falta gracias, yo ...tengo otro tipo de dieta.-Me excusé, intentando dejar el tema a parte en un punto muerto. Había visto a personas vomitar con la misma repugnancia al verme comer que la que yo sentía ante la idea de comer su comida, y hacer hincapié en eso cuando mi contertulio estaba a punto de desayunar me parecía descortés.
Arygos Valnor
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
Solo pensar en los dulces de Caroline se le hacía la boca agua. Había pasado bastante desde que los probara por última vez
- Eh no, no, no soy ninguna de las dos cosas. Ni un truhán ni un galán-, comentó extrañado de que tuviera que decirlo.
Pero en realidad Arygos era así. Solo la conocía de una noche, pero solo con eso había tenido para comprobar lo inocente que podía a llegar, en sus maneras de moverse, en sus palabras y preguntas. Era bastante dulce y cariñosa verla solo por eso. No abundaban las personas como ella.
- Los truhanes y los galanes son personas que suele seducir a mujeres. El segundo más por atractivo y elegancia, el primero por mentiroso, por sinvergüenza-. Era una definición de las palabras un poco escueta, más con eso bastaba, era el sentido en las que las había usado su amiga. - Y no soy nada de eso-, rió. - Solo estaba bromeando.
Bueno, quizás un poco galán sí que fuera, aunque todo seductor se acababa enamorando alguna vez, o eso se decía. En su caso no podía ser más verdad.
No tardó en aparecer nuevamente la bella camarera con otro plato de cordero para ella, así como un platito con los dulces ricos. Eran esponjosos, y con una capa de harina por encima que los convertían en toda una delicatesen para el brujo.
- Creo que me dijiste que no ibas a tomar nada. No seas tímida, si te apetece algo Vincent correrá con los gastos-, rió la joven. - Es broma, los amigos de Vinc son bien recibidos aquí. Pide lo que quieras. Iré por los cubiertos y el pan-, comentó antes de marchar nuevamente a la cocina.
- No te podrás quejar por el servicio-, bromeó esta vez el rubio. - Así que acabaste de casualidad en las islas. ¿Dime, como se acaba por error a kilómetros de la ciudad a la que deberías haber llegado? - preguntó curioso, sin poder evitar coger uno de los dulces y llevárselo a la boca.
El sabor de los dulces de Caroline era indescriptible. Una ola de placer que solo podría ser comparado al que se sentiría al besar y morder la piel de una amante entregada.
- Pues ya es mala suerte que acabaras en el laboratorio de James. Es un buen hombre pero se le va la cabeza a veces cómo pudiste comprobar en tus carnes-, comentó una vez se hubo tragado un trozo del delicioso postre.
Y él también, que bastantes golpes se llevó por la gracia del encargo de su madre. Al menos había merecido por la cantidad de aeros que ganó por solo tener que soportar al anciano y al idiota de su ayudante una noche. Lo peor de todo es que tampoco estaba tan senil como aparentaba, solo que cuando se le iba el tino usaba su bastón con demasiada ligereza.
- No, mi trabajo con James y Russell fue algo temporal. Ideas de mi madre, ya ves-, siguió la conversación.
- No aburras a la joven con tus historias de trabajos y combates. Es todo un abuelo con sus historietas-, volvió a bromear la camarera, haciendo rodar los ojos de manera cómica, sentándose en la mesa y dejando los cubiertos sobre ella.
- Eh, no soy tan viejo. Aún tengo algo de vigor-, siguió el hilo alegre de la pelirroja.
- Te has vuelto todo un cascarrabias con la edad-, le agitó el pelo al rubio. - Menos por las formas de comer. Ya te has comido un dulce. Son para después del primer plato ¿sabes?
- ¿Sí? Quien lo dice. Yo me como los postres cuando me apetecen-, le guiñó un ojo con picardía, para luego encogerse de hombros, echándose el último trozo del dulce que andaba comiéndose a la boca. - Dime Ary, que te trae a Lunargenta. Vivo aquí, a lo mejor puedo ayudarte con lo que necesites-, se ofreció.
- Eh no, no, no soy ninguna de las dos cosas. Ni un truhán ni un galán-, comentó extrañado de que tuviera que decirlo.
Pero en realidad Arygos era así. Solo la conocía de una noche, pero solo con eso había tenido para comprobar lo inocente que podía a llegar, en sus maneras de moverse, en sus palabras y preguntas. Era bastante dulce y cariñosa verla solo por eso. No abundaban las personas como ella.
- Los truhanes y los galanes son personas que suele seducir a mujeres. El segundo más por atractivo y elegancia, el primero por mentiroso, por sinvergüenza-. Era una definición de las palabras un poco escueta, más con eso bastaba, era el sentido en las que las había usado su amiga. - Y no soy nada de eso-, rió. - Solo estaba bromeando.
Bueno, quizás un poco galán sí que fuera, aunque todo seductor se acababa enamorando alguna vez, o eso se decía. En su caso no podía ser más verdad.
No tardó en aparecer nuevamente la bella camarera con otro plato de cordero para ella, así como un platito con los dulces ricos. Eran esponjosos, y con una capa de harina por encima que los convertían en toda una delicatesen para el brujo.
- Creo que me dijiste que no ibas a tomar nada. No seas tímida, si te apetece algo Vincent correrá con los gastos-, rió la joven. - Es broma, los amigos de Vinc son bien recibidos aquí. Pide lo que quieras. Iré por los cubiertos y el pan-, comentó antes de marchar nuevamente a la cocina.
- No te podrás quejar por el servicio-, bromeó esta vez el rubio. - Así que acabaste de casualidad en las islas. ¿Dime, como se acaba por error a kilómetros de la ciudad a la que deberías haber llegado? - preguntó curioso, sin poder evitar coger uno de los dulces y llevárselo a la boca.
El sabor de los dulces de Caroline era indescriptible. Una ola de placer que solo podría ser comparado al que se sentiría al besar y morder la piel de una amante entregada.
- Pues ya es mala suerte que acabaras en el laboratorio de James. Es un buen hombre pero se le va la cabeza a veces cómo pudiste comprobar en tus carnes-, comentó una vez se hubo tragado un trozo del delicioso postre.
Y él también, que bastantes golpes se llevó por la gracia del encargo de su madre. Al menos había merecido por la cantidad de aeros que ganó por solo tener que soportar al anciano y al idiota de su ayudante una noche. Lo peor de todo es que tampoco estaba tan senil como aparentaba, solo que cuando se le iba el tino usaba su bastón con demasiada ligereza.
- No, mi trabajo con James y Russell fue algo temporal. Ideas de mi madre, ya ves-, siguió la conversación.
- No aburras a la joven con tus historias de trabajos y combates. Es todo un abuelo con sus historietas-, volvió a bromear la camarera, haciendo rodar los ojos de manera cómica, sentándose en la mesa y dejando los cubiertos sobre ella.
- Eh, no soy tan viejo. Aún tengo algo de vigor-, siguió el hilo alegre de la pelirroja.
- Te has vuelto todo un cascarrabias con la edad-, le agitó el pelo al rubio. - Menos por las formas de comer. Ya te has comido un dulce. Son para después del primer plato ¿sabes?
- ¿Sí? Quien lo dice. Yo me como los postres cuando me apetecen-, le guiñó un ojo con picardía, para luego encogerse de hombros, echándose el último trozo del dulce que andaba comiéndose a la boca. - Dime Ary, que te trae a Lunargenta. Vivo aquí, a lo mejor puedo ayudarte con lo que necesites-, se ofreció.
Vincent Calhoun
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La explicación sobre aquellos términos no arrojó demasiada luz sobre su significado, más que nada porque giraban entorno al término seducción, uno que era otra incógnita. Lo más cerca que había estado de aprender algo al respecto había sido observar el extraño ritual de cortejo en el cual el sr. Nicolás había tocado sorpresivamente las nalgas del sr. Curgo. Un gesto que costaba meter tanto en la categoría de elegancia como en la de estafador.
Parpadee un par de veces y asentí aunque tenía la sensación de que poco más tenía escrito en la frente un "No te he entendido ni la mitad.".
La mesera que parecía ser una amiga del brujo dejó sobre la mesa más comida tras lo cual empecé a respirar por la boca para no sentir el penetrante olor a carne cocida y controlar mejor las náuseas. Podía notar la sangre abandonando mi rostro y arremolinándose alrededor del esófago.
Los dulces no se veían tan mal, pero la ultima vez que había tomado algo similar no había terminado para nada bien, y prefería no repetir la experiencia.
La muchacha dejó la mesa para seguir trayendo cosas antes de que lograse controlar el estómago lo suficiente como para darle cualquier explicación. Momento para el cual mi contertulio ya había cambiado el sujeto de conversación.
-Le hice caso a un señor de una taberna y bebí alcohol, demasiado... termine confundiendo un barco con una cueva en la penumbra y me metí en la bodega para dormir.- desvié la mirada algo avergonzada por haber cometido semejante error que a estas alturas de mis viajes resultaba inverosímil y ridículo.- Me desperté en alta mar y en medio de un motín... el barco se estrelló contra las islas y termine en Beltreux.- agache un poco el cuello.
No guardaba demasiados buenos recuerdos de mi viaje allí, sobre todo de la parte en la que llegaba a la ciudad. Indígenas arrojandome piedras, el sr. Curgo vistiendome de indígena, el barco hundiéndose, el motín de antes de aquello, incluso el problema con la carta del vampiro y la academia de los brujos. Todo aquello había sido un embrollo del que había sacado pocas enseñanzas y ningún buen recuerdo. Al menos mi posterior estadía en la ciudad había sido un poco más decente, y había gozado de buenos encuentros entre todas las desventuras que los habían acompañado. Dos de las pocas cosas que merecían la pena que había sacado de la isla estaba conmigo ahora. El interés por la alquimia, y el muchacho con devoción hacia los dulces que tenía delante.
-Fue...raro, pero vi el potencial de la alquimia. Ahora intento aprender un poco por mi cuenta.-sonreí ligeramente.
La camarera hizo acto de presencia de nuevo. El trato familiar que tenían el uno con el otro me recordaba vagamente al de algunos de mis hermanos, y me daba un poco de nostalgia, a la vez que me hacía sentir relajada en aquel lugar.
-No se parece en nada a mi abuela.- respondí automáticamente cuando compró al brujo con un anciano. Tras lo cual observe en silencio y con curiosidad aquella dinámica tan llena de confianza mutua que poseían, hasta que el brujo volvió a dirigirse a mi.
-En realidad estoy observando a los humanos, y estudiandolos un poco. Su historia, sus costumbres,... también aprendo bastante de mirar a la gente, aunque algunos cuesta distinguirlos. Por ejemplo los brujos, los licántropos, los vampiros y los humanos se parecen mucho en apariencia.- fruncí levemente el ceño al pensarlo. La idea de estar aprendiendo de algo y que resulte ser algo completamente distinto me desagradaba, pero no dejaba de resultar inevitable. Quizás a base de la observación y con el tiempo, fuera capaz de distinguir las diversas especies a simple vista.
-¿Y tú?¿Cómo es que vives en Lunargenta? Es la capital de los humanos, pero mucha gente de todas las razas vive aquí. ¿Porque?.- esa última pregunta me había estado carcomiendo durante un tiempo.
Parpadee un par de veces y asentí aunque tenía la sensación de que poco más tenía escrito en la frente un "No te he entendido ni la mitad.".
La mesera que parecía ser una amiga del brujo dejó sobre la mesa más comida tras lo cual empecé a respirar por la boca para no sentir el penetrante olor a carne cocida y controlar mejor las náuseas. Podía notar la sangre abandonando mi rostro y arremolinándose alrededor del esófago.
Los dulces no se veían tan mal, pero la ultima vez que había tomado algo similar no había terminado para nada bien, y prefería no repetir la experiencia.
La muchacha dejó la mesa para seguir trayendo cosas antes de que lograse controlar el estómago lo suficiente como para darle cualquier explicación. Momento para el cual mi contertulio ya había cambiado el sujeto de conversación.
-Le hice caso a un señor de una taberna y bebí alcohol, demasiado... termine confundiendo un barco con una cueva en la penumbra y me metí en la bodega para dormir.- desvié la mirada algo avergonzada por haber cometido semejante error que a estas alturas de mis viajes resultaba inverosímil y ridículo.- Me desperté en alta mar y en medio de un motín... el barco se estrelló contra las islas y termine en Beltreux.- agache un poco el cuello.
No guardaba demasiados buenos recuerdos de mi viaje allí, sobre todo de la parte en la que llegaba a la ciudad. Indígenas arrojandome piedras, el sr. Curgo vistiendome de indígena, el barco hundiéndose, el motín de antes de aquello, incluso el problema con la carta del vampiro y la academia de los brujos. Todo aquello había sido un embrollo del que había sacado pocas enseñanzas y ningún buen recuerdo. Al menos mi posterior estadía en la ciudad había sido un poco más decente, y había gozado de buenos encuentros entre todas las desventuras que los habían acompañado. Dos de las pocas cosas que merecían la pena que había sacado de la isla estaba conmigo ahora. El interés por la alquimia, y el muchacho con devoción hacia los dulces que tenía delante.
-Fue...raro, pero vi el potencial de la alquimia. Ahora intento aprender un poco por mi cuenta.-sonreí ligeramente.
La camarera hizo acto de presencia de nuevo. El trato familiar que tenían el uno con el otro me recordaba vagamente al de algunos de mis hermanos, y me daba un poco de nostalgia, a la vez que me hacía sentir relajada en aquel lugar.
-No se parece en nada a mi abuela.- respondí automáticamente cuando compró al brujo con un anciano. Tras lo cual observe en silencio y con curiosidad aquella dinámica tan llena de confianza mutua que poseían, hasta que el brujo volvió a dirigirse a mi.
-En realidad estoy observando a los humanos, y estudiandolos un poco. Su historia, sus costumbres,... también aprendo bastante de mirar a la gente, aunque algunos cuesta distinguirlos. Por ejemplo los brujos, los licántropos, los vampiros y los humanos se parecen mucho en apariencia.- fruncí levemente el ceño al pensarlo. La idea de estar aprendiendo de algo y que resulte ser algo completamente distinto me desagradaba, pero no dejaba de resultar inevitable. Quizás a base de la observación y con el tiempo, fuera capaz de distinguir las diversas especies a simple vista.
-¿Y tú?¿Cómo es que vives en Lunargenta? Es la capital de los humanos, pero mucha gente de todas las razas vive aquí. ¿Porque?.- esa última pregunta me había estado carcomiendo durante un tiempo.
Arygos Valnor
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El relato de la mujer fue corto, y suponía que había mucho más detrás de por qué una persona que quería ir a Lunargenta acababa en Beltrexus. No obstante decidió o indagar más en el asunto, sobre todo porque la parte que le había contado, ya era bastante curiosa sin más añadidos.
- Menudo viaje. Nunca me ha pasado nada parecido-, comentó sincero, para luego comer un poco de su cordero.
Estaba delicioso. En el punto perfecto y con una carne excelente, que se deshacía en la boca casi sin masticar. Además de atender bien a los clientes, Caroline era una excelente cocinera, aunque de momento seguía siendo su tío el artífice de los grandes platos que salían de cocina. Con el tiempo había ido aprendiendo los trucos de su tío, ya que en el futuro sería ella la que regentaría el local. Hasta que llegara ese día tenía que seguir felicitando al hombre por la comida.
De todos modos no se distrajo demasiado en los pensamientos sobre la comida y el excelente cocinero artífice de ella.
- ¿Entonces te has decidido por aprender alquimia? - preguntó con curiosidad. - Es una profesión compleja, lo sé bien por mi hermana. Y por…-, se paró un segundo al pensar lo que iba a decir. - Y por una amiga-, dijo finalmente.
No sabía muy por qué había hecho eso. Daba igual mencionar a Niniel pero por algún motivo le dio corte hacerlo directamente. Igualmente el daño estaba hecho, Caroline sonreía desde su asiento al ver las dudas del brujo imaginándose cualquier cosa menos una amiga.
- Tienes amigas en todas partes Calhoun-, bromeó con picardía la mesonera. - Dime Arygos, entonces conociste a este buen brujo en Beltresux. Espero que te causara buena impresión, pese a lo que se dicen de los brujos, no todos son tan malos.
Vicent rió.
- Taaaan malos. Me alegro de no ser tan malo, y solo ser lo justamente malvado-, bromeó el rubio después de comer otro poco de su desayuno.
- Un placer querido Vincent. No queremos que Arygos se lleve una mala impresión de ti-, sonrió la pelirroja para luego centrarse en su propia comida.
Las primeras palabras de la dragona los descolocaron un poco. Luego entendió que no había pillado la expresión exagerada de Caroline sobre que era un abuelo.
- Era una exageración de Carol. Solo una broma. Le gusta mucho bromear conmigo como ves-, sonrió a la peliblanca. - Suena interesante. ¿Quieres saber más de las otras razas? La biblioteca es un buen lugar para ello-, se acarició la barba, echándose hacia atrás contra el respaldo de la silla. - Aunque es difícil diferenciar esas razas que mencionas. Los brujos solo nos diferenciamos de los humanos en las capacidades mágicas, por ejemplo. En lo demás somos totalmente iguales. Los licántropos sin transformar igualmente son como humanos, y los vampiros, salvo por sus habilidades y su problemática con el sol, igualmente lo son. Lo único seguro de todo esto es que no verás a un vampiro por la mañana-, bromeó.
El brujo se inclinó sobre la mesa otra vez después de su discurso, que la verdad, no creía que dejara nada en claro a la dragona.
- Sí, vivo desde hace años aquí. Viven muchas razas extranjeras porque es una ciudad muy bien situada e importante. Además, sus gentes son por lo general bastante respetuosas con las razas extranjeras. No como en otros sitios-, informó a la dragona.
- ¿Te traigo agua? No pareces encontrarte bien-, comentó la pelirroja.
- Sí, estás un poco pálida-, confirmó igual que la pelirroja.
Arygos estaba un poco pálida, más de lo corriente claro, o de lo que él consideraba su tono normal de piel. La mujer era muy blanca de piel, pero aún así había perdido todo color de la cara. No estaba seguro de si sería por el frío excesivo de esos días, más en la taberna se estaba bien. Había buena temperatura. Quizás estuviera enferma, nada extraño en ese época del año.
- Arriba hay dormitorios. Puedo darte la llave de una de las habitaciones vacías para que reposes-, dijo Caroline, preocupándose por la dragona.
- Menudo viaje. Nunca me ha pasado nada parecido-, comentó sincero, para luego comer un poco de su cordero.
Estaba delicioso. En el punto perfecto y con una carne excelente, que se deshacía en la boca casi sin masticar. Además de atender bien a los clientes, Caroline era una excelente cocinera, aunque de momento seguía siendo su tío el artífice de los grandes platos que salían de cocina. Con el tiempo había ido aprendiendo los trucos de su tío, ya que en el futuro sería ella la que regentaría el local. Hasta que llegara ese día tenía que seguir felicitando al hombre por la comida.
De todos modos no se distrajo demasiado en los pensamientos sobre la comida y el excelente cocinero artífice de ella.
- ¿Entonces te has decidido por aprender alquimia? - preguntó con curiosidad. - Es una profesión compleja, lo sé bien por mi hermana. Y por…-, se paró un segundo al pensar lo que iba a decir. - Y por una amiga-, dijo finalmente.
No sabía muy por qué había hecho eso. Daba igual mencionar a Niniel pero por algún motivo le dio corte hacerlo directamente. Igualmente el daño estaba hecho, Caroline sonreía desde su asiento al ver las dudas del brujo imaginándose cualquier cosa menos una amiga.
- Tienes amigas en todas partes Calhoun-, bromeó con picardía la mesonera. - Dime Arygos, entonces conociste a este buen brujo en Beltresux. Espero que te causara buena impresión, pese a lo que se dicen de los brujos, no todos son tan malos.
Vicent rió.
- Taaaan malos. Me alegro de no ser tan malo, y solo ser lo justamente malvado-, bromeó el rubio después de comer otro poco de su desayuno.
- Un placer querido Vincent. No queremos que Arygos se lleve una mala impresión de ti-, sonrió la pelirroja para luego centrarse en su propia comida.
Las primeras palabras de la dragona los descolocaron un poco. Luego entendió que no había pillado la expresión exagerada de Caroline sobre que era un abuelo.
- Era una exageración de Carol. Solo una broma. Le gusta mucho bromear conmigo como ves-, sonrió a la peliblanca. - Suena interesante. ¿Quieres saber más de las otras razas? La biblioteca es un buen lugar para ello-, se acarició la barba, echándose hacia atrás contra el respaldo de la silla. - Aunque es difícil diferenciar esas razas que mencionas. Los brujos solo nos diferenciamos de los humanos en las capacidades mágicas, por ejemplo. En lo demás somos totalmente iguales. Los licántropos sin transformar igualmente son como humanos, y los vampiros, salvo por sus habilidades y su problemática con el sol, igualmente lo son. Lo único seguro de todo esto es que no verás a un vampiro por la mañana-, bromeó.
El brujo se inclinó sobre la mesa otra vez después de su discurso, que la verdad, no creía que dejara nada en claro a la dragona.
- Sí, vivo desde hace años aquí. Viven muchas razas extranjeras porque es una ciudad muy bien situada e importante. Además, sus gentes son por lo general bastante respetuosas con las razas extranjeras. No como en otros sitios-, informó a la dragona.
- ¿Te traigo agua? No pareces encontrarte bien-, comentó la pelirroja.
- Sí, estás un poco pálida-, confirmó igual que la pelirroja.
Arygos estaba un poco pálida, más de lo corriente claro, o de lo que él consideraba su tono normal de piel. La mujer era muy blanca de piel, pero aún así había perdido todo color de la cara. No estaba seguro de si sería por el frío excesivo de esos días, más en la taberna se estaba bien. Había buena temperatura. Quizás estuviera enferma, nada extraño en ese época del año.
- Arriba hay dormitorios. Puedo darte la llave de una de las habitaciones vacías para que reposes-, dijo Caroline, preocupándose por la dragona.
Vincent Calhoun
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-Parecen hermanos.- Formule finalmente, con una sonrisa, aquel pensamiento que había estado rondando mi mente cada vez que los veía interactuar con ese afecto y confianza, incluso la picardía en las bromas mutuas que aunque se hacían en voz alta parecían corresponder a una comunicación personal entre ambos.
-Ya trabaje en la biblioteca, pero quiero aprender por mis medios, no memorizar lo que otros han escrito en un libro. Eso podía hacerlo en mi cueva.- Me revolví en la silla intentando acomodarme. El suelo era mucho más confortable, y uno podía plegarse bien en el, en cambio en la silla tenías que mantenerte en una postura expuesta. por supuesto fueron pensamientos que decidí no compartir. Había visto de sobra que no era una opción compartida y que rara vez entendían mi punto de vista sobre el mobiliario o mi concepto de comodidad.
La perorata del brujo podía resumirse con un. "No hay forma de diferenciarlos, los vas a confundir con humanos a primera instancia, es así." Algo que por desgracia ya me imaginaba, y respuesta que había recibido ya en otras ocasiones, pese a estar segura de que había algunos modos de poder distinguirlos, aunque fuera por sus expresiones, acentos, o actitudes.
Mis nauseas no pasaron desapercibidas hacia la mesera, quien hizo que el brujo también se percatara de ello. negué con la cabeza tratando de restarle importancia.
-Estoy bien, no se preocupen.- Me revolví nuevamente en la silla.-Es la comida de los humanoides que me revuelve el estomago.- Me excuse, asegurándome de generalizar para que la muchacha no se lo tomase como algo personal.
Ademas, aunque sabía que todas aquellas ofertas eran con buena fe, las camas tampoco eran algo que me hubiera habituado a usar. Eran demasiado blandas, y el cuerpo se hundía, daba la sensación de que el colchón quisiera engullirte como si de arenas movedizas se tratasen una vez quedaras dormido. No podías afirmarte bien en el lugar, y las sábanas te aprisionaban como si fueras un petate.
-Estaré bien mientras no coma nada.- Aseguré, aunque también influía el respirar por la boca y no por la nariz, y tratar de no evocar los recuerdos en los que me había obligado a hacer pasar aquellos potingues por mi garganta.
Preferí volver al tema de la alquimia, y cómo había conocido al brujo antes de que me volvieran a ofrecer otra de sus comodidades inconvenientes.
-Si, lo conocí en las islas trabajando en un laboratorio, aunque terminamos destrozándolo más que otra cosa. Yo por lo menos voy a ser un poco más cuidadosa con los brebajes que prepare, y voy a dejar los inventos extraños para otros. Me ceñiré a aprender pociones útiles de uso común y extendido.- Sin efectos secundarios peligrosos como los que habíamos tenido que sufrir el hombre rubio y yo gracias a aquel decrépito anciano.
-¿Tu también eres alquimista no?.- a fin de cuentas había estado ayudando en el laboratorio.
Arygos Valnor
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La dragona le restó importancia a su palidez e incomodidad, alegando que estaba bien, que simplemente la comida humanoide le causaba malestar en el estómago.
- ¿Comida humanoide? - preguntó Caroline extrañada.
- Sí, bueno. Arygos es una dragona-, explicó el brujo para que la pelirroja comprendiera. - Ya sabes. Una norteña-, refiriéndose a la raza que vivían en las montañas más al norte del continente.
- Vaya que interesante. He conocido algunos dragones que se han hospedado en la posada. Encantada de conocer a otra noble dragona-, dijo la camarera amable.
De todas maneras, ya había estado en Dundarak suficientes veces para saber que allí los dragones comen como cualquiera otra de las razas. Al menos las que había podido visitar, salvo los vampiros claro. Ellos solo bebían sangre.
El rubio sintió algo de apuro por ello. No quería que la dragona se sintiera mal porque él estuviera comiendo, así que se aplicó para comer más deprisa mientras solo paraba de vez en cuando para conversar o tomar de su bebida.
- Sí, los libros los puedes leer en cualquier parte, cierto, pero esta biblioteca es de las más notables que existen en el mundo. No obstante tienes razón, poder observar las cosas por uno mismo suele ser una forma muy práctica de aprender-, comentó, pues ciertamente había descubierto muchas cosas de ese modo a lo largo de su vida.
Aunque él era un brujo, estaba también acostumbrado a la lectura y el aprendizaje por medio de los libros. No solo de magia, sino también de historia y geografía. Conocía muy bien Lunargenta antes de llegar a ella, aunque como decía Arygos sobre las razas, conocerla de primera mano era distinto. Especial.
- Veo que estas muy interesada en el aprendizaje de la alquimia. Quizás te pueda ayudar con eso en el futuro-, comentó terminándose el plato del desayuno.
Caroline hizo lo propio, así que se dispuso a recoger la losa, para consuelo de la dragona seguramente.
- Vuelvo enseguida-, dijo con una sonrisa.
- Ok, aquí estaremos. Trae otra jarra de hidromiel, por favor-, respondió a la pelirroja, siendo cómicamente suplicante con su segunda frase. Después se centró nuevamente en la peliblanca. - No, yo no soy alquimista. Yo soy arcanos, y se algo de herrería. Bueno, se de muchas cosas, pero esas dos cosas son las mejores que se me dan. A parte de la propia magia claro-, rió antes de echar un trago de su vaso. - Pero hay muchos alquimistas entre los brujos, puedo mover hilos para que consigas un maestro. Si así lo deseas.
¿Habría muchos alquimistas entres los dragones? Difícil era de saber, no conocía tan en profundidad a su raza. Sabía que los dominantes de la magia solían tener facilidad para ella, por lo que elfos y brujos solían ser buenos alquimistas, pero de los dragones no sabía. No conocía dragones expertos en la materia, y aunque tenían el don de la magia, lo tenían de un modo distinto que las otras razas ya mencionadas.
Imaginar a Arygos como una maestra en alquimia, le parecía curioso. Después de lo vivido en Beltrexus era como para salir corriendo y no querer saber nada de dicho oficio, sin embargo ella actuaba de un modo totalmente contrario.
- ¿Hay dragones que sean maestros alquimistas? - preguntó interesado. A lo mejor estaba ante la primera dragona en lograrlo, o al menos en intentar serlo.
- ¿Comida humanoide? - preguntó Caroline extrañada.
- Sí, bueno. Arygos es una dragona-, explicó el brujo para que la pelirroja comprendiera. - Ya sabes. Una norteña-, refiriéndose a la raza que vivían en las montañas más al norte del continente.
- Vaya que interesante. He conocido algunos dragones que se han hospedado en la posada. Encantada de conocer a otra noble dragona-, dijo la camarera amable.
De todas maneras, ya había estado en Dundarak suficientes veces para saber que allí los dragones comen como cualquiera otra de las razas. Al menos las que había podido visitar, salvo los vampiros claro. Ellos solo bebían sangre.
El rubio sintió algo de apuro por ello. No quería que la dragona se sintiera mal porque él estuviera comiendo, así que se aplicó para comer más deprisa mientras solo paraba de vez en cuando para conversar o tomar de su bebida.
- Sí, los libros los puedes leer en cualquier parte, cierto, pero esta biblioteca es de las más notables que existen en el mundo. No obstante tienes razón, poder observar las cosas por uno mismo suele ser una forma muy práctica de aprender-, comentó, pues ciertamente había descubierto muchas cosas de ese modo a lo largo de su vida.
Aunque él era un brujo, estaba también acostumbrado a la lectura y el aprendizaje por medio de los libros. No solo de magia, sino también de historia y geografía. Conocía muy bien Lunargenta antes de llegar a ella, aunque como decía Arygos sobre las razas, conocerla de primera mano era distinto. Especial.
- Veo que estas muy interesada en el aprendizaje de la alquimia. Quizás te pueda ayudar con eso en el futuro-, comentó terminándose el plato del desayuno.
Caroline hizo lo propio, así que se dispuso a recoger la losa, para consuelo de la dragona seguramente.
- Vuelvo enseguida-, dijo con una sonrisa.
- Ok, aquí estaremos. Trae otra jarra de hidromiel, por favor-, respondió a la pelirroja, siendo cómicamente suplicante con su segunda frase. Después se centró nuevamente en la peliblanca. - No, yo no soy alquimista. Yo soy arcanos, y se algo de herrería. Bueno, se de muchas cosas, pero esas dos cosas son las mejores que se me dan. A parte de la propia magia claro-, rió antes de echar un trago de su vaso. - Pero hay muchos alquimistas entre los brujos, puedo mover hilos para que consigas un maestro. Si así lo deseas.
¿Habría muchos alquimistas entres los dragones? Difícil era de saber, no conocía tan en profundidad a su raza. Sabía que los dominantes de la magia solían tener facilidad para ella, por lo que elfos y brujos solían ser buenos alquimistas, pero de los dragones no sabía. No conocía dragones expertos en la materia, y aunque tenían el don de la magia, lo tenían de un modo distinto que las otras razas ya mencionadas.
Imaginar a Arygos como una maestra en alquimia, le parecía curioso. Después de lo vivido en Beltrexus era como para salir corriendo y no querer saber nada de dicho oficio, sin embargo ella actuaba de un modo totalmente contrario.
- ¿Hay dragones que sean maestros alquimistas? - preguntó interesado. A lo mejor estaba ante la primera dragona en lograrlo, o al menos en intentar serlo.
Vincent Calhoun
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Para mi sorpresa la reacción de Caroline fue bastante más amable de lo que había observado de algunos humanos que con miedo se apartaban, o te invitaban amablemente a abandonar el establecimiento, o escondían a los niños o los objetos brillantes cuando había mencionado que era un dragón. Por suerte esta vez no tendría que explicar porque no era una salvaje, ni una antropófoga, ni una urraca.
Pude observar como el rubio comía con más apuro, imagine que para paliar mi incomodidad. Le dedique una sonrisa de disculpa y un ligero sentimiento de culpa por no dejarle disfrutar su comida tranquilamente. Había parecido entusiasmado con ella y con los dulces en una primera instancia, y mis peculiares hábitos no le permitían continuar haciéndolo.
-Me he sorprendido en ver que muchos libros se equivocan muchísimo, y solo reflejaban un punto de vista personal en vez de algo empírico.- Resoplé.- Por eso fuera del entretenimiento o los conocimientos más exactos, como recetas, libros de geografía, o esa clase de cosas, he dejado de fiarme en gran medida de ellos.
Una de las primeras cosas con las que había salido decepcionada era con la información sobre vampiros de la que disponían los tomos que había podido consultar antes de emprender mi viaje. No habían resultado ser las criaturas rastreras engañosas y ventajeras que describían los escritos, y si bien algunos podrían ser bastante aterradoras, habían sido seres hospitalarios, leales, y muy considerados. Una imagen completamente distinta.
-Cualquier ayuda será bien recibida.- sonreí.- La verdad estoy interesada ahora en recetas que funcionen de algún brebaje que pueda hacerme más grande.-murmuré con un tono algo soñador.- la poción de destreza me hizo pensar en ello. ¿existirá algo así?- Mi mirada se centró en el brujo de forma fija y con curiosidad y de nuevo casi sin parpadear escuche su respuesta, desinflando un poco mi entusiasmo cuando mencionó que no era alquimista. Pese a eso su oferta hizo que la chispa de esperanza no se diluyera por completo.
-Supongo que los habrá, ser dragón no te hace ni mejor ni peor para aprender.- me encogí de hombros.- Tambien tenemos sastres, herreros, y campesinos como en cualquier lado, pero se tanto de los alquimistas dragones como de cualquier otro tipo de artesanos.- me pasé la mano por la nuca.- Mi familia y yo no nos mezclamos por lo general con humanos o similares, vivimos como dragones prácticamente toda nuestra vida, así que no hablamos, no comerciamos, ni usamos ropas o muebles.-ladeé mi rostro levemente.-Algo así como ermitaños que se autosustentan.
Era difícil buscar un equivalente en alguna especie con la que el brujo pudiera identificarse de lo que hacíamos yo y mi familia, probablemente entre los licántropos hubieran los que hicieran como nosotros, o incluso con algunos hombres bestia ma animal que persona, pero aun así estaba segura de que no era lo común, así como no lo era con criaturas divinas como los dragones.
Pude observar como el rubio comía con más apuro, imagine que para paliar mi incomodidad. Le dedique una sonrisa de disculpa y un ligero sentimiento de culpa por no dejarle disfrutar su comida tranquilamente. Había parecido entusiasmado con ella y con los dulces en una primera instancia, y mis peculiares hábitos no le permitían continuar haciéndolo.
-Me he sorprendido en ver que muchos libros se equivocan muchísimo, y solo reflejaban un punto de vista personal en vez de algo empírico.- Resoplé.- Por eso fuera del entretenimiento o los conocimientos más exactos, como recetas, libros de geografía, o esa clase de cosas, he dejado de fiarme en gran medida de ellos.
Una de las primeras cosas con las que había salido decepcionada era con la información sobre vampiros de la que disponían los tomos que había podido consultar antes de emprender mi viaje. No habían resultado ser las criaturas rastreras engañosas y ventajeras que describían los escritos, y si bien algunos podrían ser bastante aterradoras, habían sido seres hospitalarios, leales, y muy considerados. Una imagen completamente distinta.
-Cualquier ayuda será bien recibida.- sonreí.- La verdad estoy interesada ahora en recetas que funcionen de algún brebaje que pueda hacerme más grande.-murmuré con un tono algo soñador.- la poción de destreza me hizo pensar en ello. ¿existirá algo así?- Mi mirada se centró en el brujo de forma fija y con curiosidad y de nuevo casi sin parpadear escuche su respuesta, desinflando un poco mi entusiasmo cuando mencionó que no era alquimista. Pese a eso su oferta hizo que la chispa de esperanza no se diluyera por completo.
-Supongo que los habrá, ser dragón no te hace ni mejor ni peor para aprender.- me encogí de hombros.- Tambien tenemos sastres, herreros, y campesinos como en cualquier lado, pero se tanto de los alquimistas dragones como de cualquier otro tipo de artesanos.- me pasé la mano por la nuca.- Mi familia y yo no nos mezclamos por lo general con humanos o similares, vivimos como dragones prácticamente toda nuestra vida, así que no hablamos, no comerciamos, ni usamos ropas o muebles.-ladeé mi rostro levemente.-Algo así como ermitaños que se autosustentan.
Era difícil buscar un equivalente en alguna especie con la que el brujo pudiera identificarse de lo que hacíamos yo y mi familia, probablemente entre los licántropos hubieran los que hicieran como nosotros, o incluso con algunos hombres bestia ma animal que persona, pero aun así estaba segura de que no era lo común, así como no lo era con criaturas divinas como los dragones.
Arygos Valnor
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La dragona parecía disgustada con el contenido de algunos libros, considerándolos más una percepción personal que datos realmente válidos. En parte tenía razón, pues mucha gente solo se dedicaba a describir una experiencia personal con sus letras, que muchas veces solo era un hecho aislado que no representaba a la mayoría. Y cuando representaba a la mayoría no dejaba de ser algo genérico, ya que siempre existían individuos que actuaban distinto. Cuantas veces a lo largo de su vida había escuchado que los brujos eran malvados y ávidos de poder, y sin embargo allí estaba él. Una prueba viviente de que eso no era del todo cierto.
- Hay que mirar muchos libros, y descartar las ideas que salen en algunos viendo cual es el patrón común en la mayoría. Y aún así hay tantos mundos como personas-, sonrió y se acarició la barba de su mentón. - Con ello quiero decir que cada persona es distinta. No hay una personalidad que se pueda definir como racial. Hay brujos buenos, hay brujos malvados. Hay vampiros que buscan víctimas humanas y las desangran hasta que mueran. Hay otros que solo beben un poco de sangre, y muchas veces de animales. El mundo es un lugar lleno de gente que actuaran de distinta forma. Por ello no dejarán de sorprenderte.
- Pareces un pensador con todo esa historia que le cuentas a la chica-, comentó Caroline dejando una nueva pinta delante del brujo, para luego sentarse como antes. - Espero que no siempre seas tan aburrido con tus amigos-, bromeó.
- Unas veces más que otras-, contestó, haciendo una sonrisa forzada adrede y que se notara que era así. - Pero centrémonos en lo que te interesa. La alquimia-, comentó mirando nuevamente a la dragona. - Imagino que habrá potingues con todo tipo de resultados. Yo incluso he tomado uno, que con ayuda de magia arcana, te llevaba al interior de un sueño. Así que, ¿por qué no? Siendo eso posible todo me lo parece. Seguro que algún erudito en las islas te puede ayudar con eso.
Suponía que no desearía volver a ver a James, y mucho menos a Russell, no obstante las islas estaban llenas de expertos alquimistas siempre deseosos de tener un nuevo aprendiz. Que en vez de un brujo fuera un dragón, concretamente una dragona, seguramente sería un detalle sin importancia para ellos.
- Claro Vincent, no seas tonto. Seguro que tienen alquimistas-, comentó la camarera burlándose de él. - ¿No quieres nada de beber Arygos? Tenemos muchos licores para hacer entrar al cuerpo en calor.
- Oh, vamos, no lo decía por eso-, meneó la cabeza. - El arte de arcano no está muy extendido fuera de las islas. El de alquimia lo está mucho más, pero no tanto como los oficios que ha citado Ary. Puede que no haya tantos en el Norte.
Las veces que había ido al Norte, no se había quedado lo suficiente para comprobarlo. Seguramente los habría aunque en un número menor que en el sur. De todos modos, lo que más llamó la atención del rubio de las palabras de la dragona no fueron las posibilidades de que hubiera alquimistas o no de raza dragona, sino la historia de su familia.
- Como es eso ¿No ibas a los pueblos de los dragones, ni a su capital Dundarak? - dijo sorprendido.
No era para menos, no sabía que la dragona no viviera en sociedad con el resto de su raza. Pensaba que sería una habitante más de alguno de los pueblos o la ciudad del territorio dragón. Nunca habría imaginado que vivía de manera ermitaña con el su familia.
- Que interesante. Nunca lo habría pensado-, se acarició la barba pensativo. - Entonces siempre has vivido en forma de dragón. Y cazas en forma de dragón.
Ahora su desayuno de dos conejos y una ardilla cobraba un sentido totalmente distinto en su mente al que había pensado en su momento. Y también le hacía entender que le molestara la comida humanoide. Ahora todo cobraba sentido, pues los dragones de las ciudades comían como cualquier otra raza de carácter humano, y vivían como tales.
- Si siempre has vivido como una dragona, no debes estar acostumbrada a usar tu forma humana-, comentó la pelirroja. - ¿Cómo te sientes al hacerlo? Al estar en forma humana-, preguntó curiosa.
La verdad es que a él también le daba curiosidad. Podría aprender una faceta de los dragones que se le escapa. Esa mañana era tan buena como cualquier otra para aprender algo nuevo.
- Hay que mirar muchos libros, y descartar las ideas que salen en algunos viendo cual es el patrón común en la mayoría. Y aún así hay tantos mundos como personas-, sonrió y se acarició la barba de su mentón. - Con ello quiero decir que cada persona es distinta. No hay una personalidad que se pueda definir como racial. Hay brujos buenos, hay brujos malvados. Hay vampiros que buscan víctimas humanas y las desangran hasta que mueran. Hay otros que solo beben un poco de sangre, y muchas veces de animales. El mundo es un lugar lleno de gente que actuaran de distinta forma. Por ello no dejarán de sorprenderte.
- Pareces un pensador con todo esa historia que le cuentas a la chica-, comentó Caroline dejando una nueva pinta delante del brujo, para luego sentarse como antes. - Espero que no siempre seas tan aburrido con tus amigos-, bromeó.
- Unas veces más que otras-, contestó, haciendo una sonrisa forzada adrede y que se notara que era así. - Pero centrémonos en lo que te interesa. La alquimia-, comentó mirando nuevamente a la dragona. - Imagino que habrá potingues con todo tipo de resultados. Yo incluso he tomado uno, que con ayuda de magia arcana, te llevaba al interior de un sueño. Así que, ¿por qué no? Siendo eso posible todo me lo parece. Seguro que algún erudito en las islas te puede ayudar con eso.
Suponía que no desearía volver a ver a James, y mucho menos a Russell, no obstante las islas estaban llenas de expertos alquimistas siempre deseosos de tener un nuevo aprendiz. Que en vez de un brujo fuera un dragón, concretamente una dragona, seguramente sería un detalle sin importancia para ellos.
- Claro Vincent, no seas tonto. Seguro que tienen alquimistas-, comentó la camarera burlándose de él. - ¿No quieres nada de beber Arygos? Tenemos muchos licores para hacer entrar al cuerpo en calor.
- Oh, vamos, no lo decía por eso-, meneó la cabeza. - El arte de arcano no está muy extendido fuera de las islas. El de alquimia lo está mucho más, pero no tanto como los oficios que ha citado Ary. Puede que no haya tantos en el Norte.
Las veces que había ido al Norte, no se había quedado lo suficiente para comprobarlo. Seguramente los habría aunque en un número menor que en el sur. De todos modos, lo que más llamó la atención del rubio de las palabras de la dragona no fueron las posibilidades de que hubiera alquimistas o no de raza dragona, sino la historia de su familia.
- Como es eso ¿No ibas a los pueblos de los dragones, ni a su capital Dundarak? - dijo sorprendido.
No era para menos, no sabía que la dragona no viviera en sociedad con el resto de su raza. Pensaba que sería una habitante más de alguno de los pueblos o la ciudad del territorio dragón. Nunca habría imaginado que vivía de manera ermitaña con el su familia.
- Que interesante. Nunca lo habría pensado-, se acarició la barba pensativo. - Entonces siempre has vivido en forma de dragón. Y cazas en forma de dragón.
Ahora su desayuno de dos conejos y una ardilla cobraba un sentido totalmente distinto en su mente al que había pensado en su momento. Y también le hacía entender que le molestara la comida humanoide. Ahora todo cobraba sentido, pues los dragones de las ciudades comían como cualquier otra raza de carácter humano, y vivían como tales.
- Si siempre has vivido como una dragona, no debes estar acostumbrada a usar tu forma humana-, comentó la pelirroja. - ¿Cómo te sientes al hacerlo? Al estar en forma humana-, preguntó curiosa.
La verdad es que a él también le daba curiosidad. Podría aprender una faceta de los dragones que se le escapa. Esa mañana era tan buena como cualquier otra para aprender algo nuevo.
Última edición por Vincent Calhoun el Mar Jun 21 2016, 20:35, editado 1 vez (Razón : Error en color de diálogo)
Vincent Calhoun
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
Acomode los brazos cruzados sobre la mesa, y el mentón en el punto en el que se unían los mismos, mirando fijamente a mi interlocutor con sumo interés, mientras éste ponía en manifiesto a la vez que desarrollaba el porqué de mi frustración con los libros y aquel temario.
-No me aburre.- ladeé ligeramente el rostro hasta apoyar mi mejilla sobre el antebrazo observando a Caroline con curiosidad. Le resultaba el tema aburrido, ¿Acaso yo parecía aburrida?
Sin embargo Vincent respondió a su amiga con una sonrisa que lo hacía parecer algo incómodo y prosiguió hablando centrándose en otra parte de nuestra conversación.
-¿Se puede ir a dentro de los sueños?.-Murmuré asombrada, imaginando todas las posibilidades que aquello implicaba.-¿Sabes hacerlo?.-Alcé el rostro unos milímetros por encima de mi brazo antes de volver a apoyarlo en el mismo, esperando esperanzada una respuesta afirmativa. Mis ojos brillaban con expectación, y prácticamente podía sentir el cartel de “quiero hacer eso” siendo escrito en mi frente.
En cuanto a las islas, asentí, no tenía especial predilección por aquella región de la cul guardaba nefastos recuerdos, y los viajes en barco tampoco habían resultado ser mi fuerte hasta el momento.
La camarera parecía empecinada en servirme algo, probablemente parte de sus costumbres o intentando que aceptara su hospitalidad, y viendo que mi acompañante parecía no ser afectado de forma nociva por su bebida, pensé en ceder un poco.
-¿Puedo tomar lo mismo que el?.- Señalé al brujo con la nariz.
Una parte de mi temía una experiencia similar a la que me había llevado a las islasillidienses pero esta vez no tenía por consejero un desconocido que apenas se tenía en pie, si no una persona que me había ayudado, y que se había ganado en buena medida mi confianza, y, como decía el brujo, no podía juzgarlo todo por una sola cosa que hubiera probado. Si algn dia dejaba de generarme nauseas su olor, quizás le diera el mismo beneficio a la comida.
La camarera y el brujo seguían con esa amistosa rivalidad fraternal y no pude evitar volver a sonreír con nostalgia, más cómoda de lo que pensé que podría llegar a sentirme en esa clase de establecimientos.
-Bajaba a los pueblos cuando sobraba caza, nos turnabamos para entregar a la taberna local las piezas que no ibamos a comernos.- Respondí a su pregunta observando su sorprendido gesto. El brujo no tardó en atar cabos con una perspicacia que había observado como poco usual entre los sureños.-Cierto y cierto.- asentí a sus dos conclusiones.
La mesera tampoco se quedó atrás en el tema, siguió la conversación y con los nuevos datos sobre la mesa puso de manifiesto las dudas que le habían generado.
-Como un tullido... no tengo alas, ni cola.. y soy blanda y pequeña, tampoco tengo garras ..o dientes...ni puedo usar mis poderes. Además, caminar como lo hacen ustedes es muy difícil.-hice un pequeño mohín.- he tardado meses en poder moverme por las ciudades sin carme cuadra por medio.-mientras hablaba mi mirada paseaba lenta y tranquilamente de un interlocutor a otro.- La ropa también es molesta, hace que sea más difícil moverse.- Desde luego no verían a un dragón en la forma reptiliana luciendo un vestido.- Pero tiene sus peculiaridades. Es bonito ver como bailan.- Estaba segura de que si algún día intentaba hacer algo así terminaría con las piernas hechas un nudo.-La verdad es que me siento un poco encerrada, por eso no me alojo en las ciudades, pero todo lo que aprendo gracias a eso vale la pena, y caminar, correr o saltar así tiene su misterio...Bueno, las dos últimas cosas aun las tengo en proceso.
-No me aburre.- ladeé ligeramente el rostro hasta apoyar mi mejilla sobre el antebrazo observando a Caroline con curiosidad. Le resultaba el tema aburrido, ¿Acaso yo parecía aburrida?
Sin embargo Vincent respondió a su amiga con una sonrisa que lo hacía parecer algo incómodo y prosiguió hablando centrándose en otra parte de nuestra conversación.
-¿Se puede ir a dentro de los sueños?.-Murmuré asombrada, imaginando todas las posibilidades que aquello implicaba.-¿Sabes hacerlo?.-Alcé el rostro unos milímetros por encima de mi brazo antes de volver a apoyarlo en el mismo, esperando esperanzada una respuesta afirmativa. Mis ojos brillaban con expectación, y prácticamente podía sentir el cartel de “quiero hacer eso” siendo escrito en mi frente.
En cuanto a las islas, asentí, no tenía especial predilección por aquella región de la cul guardaba nefastos recuerdos, y los viajes en barco tampoco habían resultado ser mi fuerte hasta el momento.
La camarera parecía empecinada en servirme algo, probablemente parte de sus costumbres o intentando que aceptara su hospitalidad, y viendo que mi acompañante parecía no ser afectado de forma nociva por su bebida, pensé en ceder un poco.
-¿Puedo tomar lo mismo que el?.- Señalé al brujo con la nariz.
Una parte de mi temía una experiencia similar a la que me había llevado a las islasillidienses pero esta vez no tenía por consejero un desconocido que apenas se tenía en pie, si no una persona que me había ayudado, y que se había ganado en buena medida mi confianza, y, como decía el brujo, no podía juzgarlo todo por una sola cosa que hubiera probado. Si algn dia dejaba de generarme nauseas su olor, quizás le diera el mismo beneficio a la comida.
La camarera y el brujo seguían con esa amistosa rivalidad fraternal y no pude evitar volver a sonreír con nostalgia, más cómoda de lo que pensé que podría llegar a sentirme en esa clase de establecimientos.
-Bajaba a los pueblos cuando sobraba caza, nos turnabamos para entregar a la taberna local las piezas que no ibamos a comernos.- Respondí a su pregunta observando su sorprendido gesto. El brujo no tardó en atar cabos con una perspicacia que había observado como poco usual entre los sureños.-Cierto y cierto.- asentí a sus dos conclusiones.
La mesera tampoco se quedó atrás en el tema, siguió la conversación y con los nuevos datos sobre la mesa puso de manifiesto las dudas que le habían generado.
-Como un tullido... no tengo alas, ni cola.. y soy blanda y pequeña, tampoco tengo garras ..o dientes...ni puedo usar mis poderes. Además, caminar como lo hacen ustedes es muy difícil.-hice un pequeño mohín.- he tardado meses en poder moverme por las ciudades sin carme cuadra por medio.-mientras hablaba mi mirada paseaba lenta y tranquilamente de un interlocutor a otro.- La ropa también es molesta, hace que sea más difícil moverse.- Desde luego no verían a un dragón en la forma reptiliana luciendo un vestido.- Pero tiene sus peculiaridades. Es bonito ver como bailan.- Estaba segura de que si algún día intentaba hacer algo así terminaría con las piernas hechas un nudo.-La verdad es que me siento un poco encerrada, por eso no me alojo en las ciudades, pero todo lo que aprendo gracias a eso vale la pena, y caminar, correr o saltar así tiene su misterio...Bueno, las dos últimas cosas aun las tengo en proceso.
Arygos Valnor
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
La posibilidad de ir a los sueños pareció contrarrestar el desanimo que había ocasionado el brujo al mencionarle que no era alquimista. La verdad es que su reacción era bastante normal. Si no lo hubiera visto con sus propios, pensaría que el mero hecho de pensar que una persona se podía introducir en la mente de otra persona, o en la suya propia, era un exceso de imaginación. Por no decir de locura. Había padecido el sueño de Otrore en sus propias carnes, mejor dicho en su mente, o, para ser sinceros, en una mezcla de ambas, pues las heridas sufridas en el sueño las acaban padeciendo el cuerpo en el mundo real.
- Sí y no. Sé que se pueden acceder a los sueños. No obstante no es del todo como se hace. En realidad se necesitan dos partes para conseguir el logro de ir a un sueño. Una parte de arcanos y otra de alquimia, y la parte de alquimia se escapa a mis conocimientos-, respondió a la dragona.
- Sí claro. Te traeré un vaso de hidromiel. No tardaré-, sonrió la camarera pelirroja antes de marcharse a la cocina nuevamente.
Vinc miró pensativo como la silueta de la mujer se perdía, observando cómo se alejaba hasta llegar a la puerta que daba a la cocina del local.
- Pero no es un viaje que te recomendaría hacer. Ese lugar es peligroso. La línea que separa los sueños de las pesadillas es muy fina, y entrar en un mundo de sueños puede convertirse en algo extremadamente peligroso-, explicó a Arygos, ya que parecía muy predispuesta a ir a tal sitio. - Yo estoy vivo de milagro. Casi no sobrevivo a esa experiencia dentro de un sueño-, se sinceró.
Era verdad que era un lugar único y espectacular, pero también era un sitio donde casi había muerto más veces que en toda su puñetera vida. Y eso que siempre había sido un imán para los problemas.
- No es un lugar para ir de paseo, te lo aseguro. Es más bien un lugar al que ir a luchar una batalla contra tus peores pesadillas. Quizás un gran entrenamiento, pero lleno de riesgos-, dijo finalmente antes de tomar otro sorbo de su vaso de cerámica.
- Espero que te guste Arygos-, comentó la pelirroja dejando otro vaso similar sobre la mesa, enfrente de la dragona. - Vinc, nunca me dijiste que fuiste a un mundo de sueños.
- Ya sabes que de las cosas aburridas de mis misiones no te cuento nada-, respondió con una sonrisa, aunque no lo hacía por no aburrirla, sino por evitarle escuchar y conocer acontecimientos escabrosos de su vida.
- Ya, misiones aburridas-, enarcó una ceja. - No creo que ir a un sueño sea aburrido-, contestó su amiga.
- No, en realidad no fue aburrido. Pero no fue bonito tampoco, y prefiero ahorrarte los detalles de situaciones de ese tipo. Ya lo sabes-, dijo más serio aunque sin perder el buen humor, echándole un ojo a la taza de barro, para luego volver de nuevo la mirada a la joven y beber otro trago.
La historia de Arygos sirvió para cambiar de tema, cosa que agradeció el brujo rubio. No le gustaba contarle a Caroline todas las veces que había estado a punto de morir, ni a cuantas personas había matado a los largo de su vida. Prefería dejar esas cosas en el olvido.
- Ya veo. Entonces algo de contacto si habéis tenido con el resto de la sociedad dragona-, comentó según escuchaba a la dragona. - Parece una buena vida la que tenías. Tranquila y relajada. Así que supongo que tu curiosidad por los humanoides es lo que te ha sacado de esa rutina como dragona a tiempo completo. O casi completo.
La verdad es que no imaginaba que la dragona se sintiera tan mal con su cuerpo humano. Normal, ya que pensaba que vivía como el resto de dragones en el norte. Ahora entendía también, que la joven se sentía un poco torpe de movimientos en Beltrexus. En la casa de James. Muchas cosas que antes solo suponía como despistes, o que imaginaba que hacía como una persona humanoide, en realidad era falta de práctica en su forma humana, y cosas que hacía como dragona. Como la caza.
- Imagino que debe ser extraño para ti, si normalmente estabas en forma de dragón-, dijo Caroline. - Y volar. Volar debe ser algo maravilloso-, evocó de manera soñadora al pelirroja.
- Sí, debe ser algo impresionante-, comentó sincero el brujo. - Dime Arygos. Como te dije antes. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? Tengo contactos en la sociedad bruja. Puedo conseguirte un maestro de alquimia. Seguro que hay alguien predispuesto en tener un nuevo ayudante, con el que compartir labores y de paso enseñarle el oficio. Creo que es algo que te apasiona. Se nota, y no hay nada más bonito que hacer lo que te gusta.
- Sí y no. Sé que se pueden acceder a los sueños. No obstante no es del todo como se hace. En realidad se necesitan dos partes para conseguir el logro de ir a un sueño. Una parte de arcanos y otra de alquimia, y la parte de alquimia se escapa a mis conocimientos-, respondió a la dragona.
- Sí claro. Te traeré un vaso de hidromiel. No tardaré-, sonrió la camarera pelirroja antes de marcharse a la cocina nuevamente.
Vinc miró pensativo como la silueta de la mujer se perdía, observando cómo se alejaba hasta llegar a la puerta que daba a la cocina del local.
- Pero no es un viaje que te recomendaría hacer. Ese lugar es peligroso. La línea que separa los sueños de las pesadillas es muy fina, y entrar en un mundo de sueños puede convertirse en algo extremadamente peligroso-, explicó a Arygos, ya que parecía muy predispuesta a ir a tal sitio. - Yo estoy vivo de milagro. Casi no sobrevivo a esa experiencia dentro de un sueño-, se sinceró.
Era verdad que era un lugar único y espectacular, pero también era un sitio donde casi había muerto más veces que en toda su puñetera vida. Y eso que siempre había sido un imán para los problemas.
- No es un lugar para ir de paseo, te lo aseguro. Es más bien un lugar al que ir a luchar una batalla contra tus peores pesadillas. Quizás un gran entrenamiento, pero lleno de riesgos-, dijo finalmente antes de tomar otro sorbo de su vaso de cerámica.
- Espero que te guste Arygos-, comentó la pelirroja dejando otro vaso similar sobre la mesa, enfrente de la dragona. - Vinc, nunca me dijiste que fuiste a un mundo de sueños.
- Ya sabes que de las cosas aburridas de mis misiones no te cuento nada-, respondió con una sonrisa, aunque no lo hacía por no aburrirla, sino por evitarle escuchar y conocer acontecimientos escabrosos de su vida.
- Ya, misiones aburridas-, enarcó una ceja. - No creo que ir a un sueño sea aburrido-, contestó su amiga.
- No, en realidad no fue aburrido. Pero no fue bonito tampoco, y prefiero ahorrarte los detalles de situaciones de ese tipo. Ya lo sabes-, dijo más serio aunque sin perder el buen humor, echándole un ojo a la taza de barro, para luego volver de nuevo la mirada a la joven y beber otro trago.
La historia de Arygos sirvió para cambiar de tema, cosa que agradeció el brujo rubio. No le gustaba contarle a Caroline todas las veces que había estado a punto de morir, ni a cuantas personas había matado a los largo de su vida. Prefería dejar esas cosas en el olvido.
- Ya veo. Entonces algo de contacto si habéis tenido con el resto de la sociedad dragona-, comentó según escuchaba a la dragona. - Parece una buena vida la que tenías. Tranquila y relajada. Así que supongo que tu curiosidad por los humanoides es lo que te ha sacado de esa rutina como dragona a tiempo completo. O casi completo.
La verdad es que no imaginaba que la dragona se sintiera tan mal con su cuerpo humano. Normal, ya que pensaba que vivía como el resto de dragones en el norte. Ahora entendía también, que la joven se sentía un poco torpe de movimientos en Beltrexus. En la casa de James. Muchas cosas que antes solo suponía como despistes, o que imaginaba que hacía como una persona humanoide, en realidad era falta de práctica en su forma humana, y cosas que hacía como dragona. Como la caza.
- Imagino que debe ser extraño para ti, si normalmente estabas en forma de dragón-, dijo Caroline. - Y volar. Volar debe ser algo maravilloso-, evocó de manera soñadora al pelirroja.
- Sí, debe ser algo impresionante-, comentó sincero el brujo. - Dime Arygos. Como te dije antes. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? Tengo contactos en la sociedad bruja. Puedo conseguirte un maestro de alquimia. Seguro que hay alguien predispuesto en tener un nuevo ayudante, con el que compartir labores y de paso enseñarle el oficio. Creo que es algo que te apasiona. Se nota, y no hay nada más bonito que hacer lo que te gusta.
Vincent Calhoun
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
La cantidad de inconvenientes que mencionaba solo los sueños parecían tener la clara intención de disuadirme de adentrarme en ese mundo onírico que describía como un lugar tan fluida e informe como el subconsciente, como los sueños en si mismos, no podía esperar otra cosa de aquello tampoco. Hacerlo habría significado tener un pobre conocimiento de un concepto tan basico como lo era el soñar.
Aunque mi curiosidad excedía en gran mesura mi prudencia, no me consideraba ni mucho menos una criatura necia. Había decidido que en algún momento me adentraría en aquella clase de planos, pero también que aguardaría a tener muchos mas conocimientos de ese mundo y del nuestro, antes de adentrarme en un estado que albergaba terrores tan alarmantes como para que aquel brujo no tuviera las mas mínimas ganas de volver.
En otro orden de acontecimientos, la mesera parecía contenta de poder ofrecerme algo que no me pusiera blanca como el papel, y sonrió al recibir la comanda, y al traerme la misma.
-Muchas gracias.- Incline la cabeza con gratitud y olfatee la jarra mientras miraba el liquido ambarino que contenía. Olía dulce, muy dulce... no resultaba desagradable, y no notaba en el olor el sabor amargo de los vapores que exhalaban los borrachos que me había cruzado por la calle.
Con lentitud y curiosidad incline la jarra hasta mojarme los labios. Sabía dulce, sabía... a miel, igual que a miel, pero mas suave y mas liquido.
Me animé a darle un trago. Su sabor no cambió mucho, solo que dejaba a su paso una sensación de tibieza que me devolvía el calor al cuerpo.
-Sabe bien.- Comenté con notoria sorpresa.
Deje que el brujo y su amiga charlaran entre ellos mientras seguía dándole pequeños tragos a la bebida, esperando que en cualquier momento su sabor cambiara y se volviera desagradable, pero aquello no sucedió, y finalmente ellos dejaron de debatir sobre que se contaban y que no y el brujo volvió a dirigirse a mi.
-Curiosidad por todo en realidad, había muchas cosas sobre las que hablaban los libros, pero ¿Como puedes saber que dicen la verdad? Los libros los escribe personas, y las personas son parciales.
Di otro trago a la jarra, esta vez bastante mas largo. Tenía que concederles eso a los humanos, no estropeaban todos los alimentos que tocaban, aquello era delicioso.
-Volar es fantástico, me cuesta imaginar como es vivir sin haberlo hecho nunca.- Asentí mirando a la camarera, quien parecía fantasear con aquello.- Muchos humanos sueñan con volar.-No era la primera a la cual observaba aquella expresión soñadora, ni tampoco la primera que mencionaba el vuelo. Muchos incluso esperaban atisbar aquella sensación pidiéndome descripciones al respecto. Por desgracia, a los únicos a quienes podía ofrecer algo similar a mi experiencia eran a aquellos seres lo suficientemente pequeños como para que pudiera cargarlos.
Mi mirada pasó nuevamente hacia al brujo cuando volvió a ofrecer ayuda, y dude un momento.
-la verdad es que llevo muchos meses observando a los humanos, quizás ya es hora de que vuelva a las islas a proseguir con mi investigación viendo a tu especie.-Ladeé el rostro pensando en aquello.- Pero soy mala siguiendo rutas, siempre termino en cualquier lado, no quisiera que avises a nadie y luego no llegue a tiempo.-fruncí ligeramente el ceño pensando.- Oh! Ya se.-sonreí.- Si quieres ayudarme. ¿Podrías conseguirme la receta para entrar en el mundo de los sueños? No se arcanos, así que no podre usarla sola, y no voy a hacerlo hasta que no considere que tengo preparación suficiente, pero es un conocimiento asombroso que no debería perderse, y me agradaría poder ver ese mundo algún día.
Finalice mi petición mirando fijamente al brujo con cara de ansiar aquello como agua en un desierto.
-Por supuesto si hay algo en lo que pueda ayudarte, estoy dispuesta a devolverte el favor, aun te debo una por lo de Jamess.- Un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo al recordar el extraño y asfixiante comportamiento del repelente ayudante de laboratorio con el que habíamos compartido una tarde.
Aunque mi curiosidad excedía en gran mesura mi prudencia, no me consideraba ni mucho menos una criatura necia. Había decidido que en algún momento me adentraría en aquella clase de planos, pero también que aguardaría a tener muchos mas conocimientos de ese mundo y del nuestro, antes de adentrarme en un estado que albergaba terrores tan alarmantes como para que aquel brujo no tuviera las mas mínimas ganas de volver.
En otro orden de acontecimientos, la mesera parecía contenta de poder ofrecerme algo que no me pusiera blanca como el papel, y sonrió al recibir la comanda, y al traerme la misma.
-Muchas gracias.- Incline la cabeza con gratitud y olfatee la jarra mientras miraba el liquido ambarino que contenía. Olía dulce, muy dulce... no resultaba desagradable, y no notaba en el olor el sabor amargo de los vapores que exhalaban los borrachos que me había cruzado por la calle.
Con lentitud y curiosidad incline la jarra hasta mojarme los labios. Sabía dulce, sabía... a miel, igual que a miel, pero mas suave y mas liquido.
Me animé a darle un trago. Su sabor no cambió mucho, solo que dejaba a su paso una sensación de tibieza que me devolvía el calor al cuerpo.
-Sabe bien.- Comenté con notoria sorpresa.
Deje que el brujo y su amiga charlaran entre ellos mientras seguía dándole pequeños tragos a la bebida, esperando que en cualquier momento su sabor cambiara y se volviera desagradable, pero aquello no sucedió, y finalmente ellos dejaron de debatir sobre que se contaban y que no y el brujo volvió a dirigirse a mi.
-Curiosidad por todo en realidad, había muchas cosas sobre las que hablaban los libros, pero ¿Como puedes saber que dicen la verdad? Los libros los escribe personas, y las personas son parciales.
Di otro trago a la jarra, esta vez bastante mas largo. Tenía que concederles eso a los humanos, no estropeaban todos los alimentos que tocaban, aquello era delicioso.
-Volar es fantástico, me cuesta imaginar como es vivir sin haberlo hecho nunca.- Asentí mirando a la camarera, quien parecía fantasear con aquello.- Muchos humanos sueñan con volar.-No era la primera a la cual observaba aquella expresión soñadora, ni tampoco la primera que mencionaba el vuelo. Muchos incluso esperaban atisbar aquella sensación pidiéndome descripciones al respecto. Por desgracia, a los únicos a quienes podía ofrecer algo similar a mi experiencia eran a aquellos seres lo suficientemente pequeños como para que pudiera cargarlos.
Mi mirada pasó nuevamente hacia al brujo cuando volvió a ofrecer ayuda, y dude un momento.
-la verdad es que llevo muchos meses observando a los humanos, quizás ya es hora de que vuelva a las islas a proseguir con mi investigación viendo a tu especie.-Ladeé el rostro pensando en aquello.- Pero soy mala siguiendo rutas, siempre termino en cualquier lado, no quisiera que avises a nadie y luego no llegue a tiempo.-fruncí ligeramente el ceño pensando.- Oh! Ya se.-sonreí.- Si quieres ayudarme. ¿Podrías conseguirme la receta para entrar en el mundo de los sueños? No se arcanos, así que no podre usarla sola, y no voy a hacerlo hasta que no considere que tengo preparación suficiente, pero es un conocimiento asombroso que no debería perderse, y me agradaría poder ver ese mundo algún día.
Finalice mi petición mirando fijamente al brujo con cara de ansiar aquello como agua en un desierto.
-Por supuesto si hay algo en lo que pueda ayudarte, estoy dispuesta a devolverte el favor, aun te debo una por lo de Jamess.- Un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo al recordar el extraño y asfixiante comportamiento del repelente ayudante de laboratorio con el que habíamos compartido una tarde.
Arygos Valnor
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
El brujo dejó que la chica asimilara todo lo que le había dicho, y mientras dio otro trago a su hidromiel con la sensación de que Arygos estaba disfrutando de la suya. Había dicho que la comida humanoide no le gustaba, pero parecía que no ocurría lo mismo con el líquido dulce que él también estaba tomando.
- Me alegra que te guste Arygos-, dijo la pelirroja, acomodando sus brazos sobre la mesa. - Si quieres más no te cortes. Estaré encantada de traerte otro vaso-, finalizó con una sonrisa.
- Sí, las personas somos parciales. Pero unas más que otras, y para que los libros sean útiles hay que leer mucho para contrastar toda la información recogido en ellos. No obstante haces bien, es mejor que veas con tus propios ojos cómo son las sociedades que quieres conocer. Con ello podrás comprobar de primera mano que hay muchos prejuicios falsos con respecto a las distintas razas-, le dio la razón.
Cada raza tenía un concepto genérico de las demás razas, y por tanto erróneo. Hasta donde él había visto, ninguna de las razas de Aerandir se comportaba de un modo normaliza. Siendo una masa que se comportaba de un modo concreto. En realidad había algo de eso, pero también había muchos comportamientos individuales que destruían esas teorías genéricas y simples. El comportamiento de los seres pensantes era tan complejo como su propia mente.
Aunque para Vinc era bastante fácil saber que Arygos estaba encantada con la idea de ir al mundo de los sueños. El rubio evitó una sonrisa al llevarse su vaso nuevamente a los labios. Tenía que reconocer que la dragona era insistente, aunque no había terminad de darse cuenta de que a ese respecto él poco podía hacer por ella.
- No sabes arcanos pero siempre podrías encontrar a alguien que te ayudara con ello-, sonrió con picardía,
Aunque realmente había que tener un alto nivel en runas para poder realizar los símbolos. Él con su buen nivel solo había podido averiguar el significado de los glifos en la casa de Otrore, y todavía no sabía cómo crearlos. Vincent rió un poco después de apurar el contenido de su vaso.
- En serio. Ojalá pudiera ayudarte con eso. Pero realmente no conozco la receta, es algo que se me escapa completamente. Es más, no podría ayudarte con la parte que si debería conocer. Pues la simbología de glifos es un arte muy preciso. Necesito saber cómo llevar los trazos que crean el símbolo con exactitud, y no sé hacerlo-, tamborileó con los dedos sobre la mesa pensativo.
- ¿Y no podrías conseguir la receta de la persona que te llevó a ese sueño? - preguntó la camarera curiosa. -Quizás esa personas si podría ayudarla.
- En eso mismo estaba pensado. Sin embargo no sé donde se encuentra ahora mismo. Supongo que en las islas de los brujos, pero no podría decirlo con exactitud. Además, ese hombre no me llevó a su sueño por propia voluntad, tuve que ir al sueño a salvarlo. Ya he dicho que es más bien una pesadilla, de sueño tiene poco-, volvió a comentar.
- ¿A salvarlo? No entiendo-, respondió Caroline.
- El sueño-, hizo con sus dedos un gesto de comillas, - necesita del soñador para existir. Así que para no alargarme mucho diré lo más básico en todo aquel asunto. El sueño secuestró y atrapó al hombre que creó el mundo de sueños en su interior. Y cuando su hija apareció en la taberna donde yo estaba pidiendo auxilio para su padre, decidí asistirla como pude. Con la ayuda de una elfa pude entrar en ese mundo, mi parte a la hora de conseguir abrir la puerta a los sueños solo consistió en volver a llenar de poder los glifos. Es por ello que no tengo los conocimientos para dibujarlos y crear un mundo de sueños. Mucho menos de la receta alquímica que se necesita para ello-, el brujo acarició su vaso vació dejando que las mujeres entendieran sus palabras. - Después de vivir algunas de las experiencias más desagradables de toda mi vida. Pudimos sacar a ese hombre del sueño y traerlo al mundo real. Hay que tener en cuenta que si mueres en el sueño, es como si murieras en la vida real. Es la destrucción de la mente a fin de cuentas-, terminó de decir.
- Ya veo, es muy peligroso-, dijo la pelirroja. - Pero con precauciones podría ser un lugar sin peligro ¿no?
- Algo así, pero como digo, desgraciadamente no sé cómo se hace, ni tampoco la receta. Y el hombre que la inventó no sé si estará muy dispuesto a volver a abrir un portal a los sueños después de lo que le pasó. Eso si logro encontrarlo-, miró a Arygos después de su explicación. - Ary, no puedo conseguirte esa receta ahora mismo, pero quizás en un futuro si pueda localizar al hombre y preguntarle si estaría dispuesto a cederte parte de sus conocimientos. De momento eso tendrá que esperar, y si quieres conocer a la sociedad bruja puedo conseguirte un pasaje en barco a Beltrexus. Puedo acompañarte si lo deseas.
Le daba pena no poder ayudarla como deseaba en esos instantes, más nada era imposible. Puede que en el futuro si volviera a ver a Otrore y a su hija. A lo mejor el alquimista escribiría a Nin o a su madre en el futuro. O puede que James supiera algo de él, sabía que lo conocía, y la última vez que viera a Francesco sabía que había tenido una reunión con su homólogo alquimista y su madre Yenn. Quizás tirando de hilos por ahí podría conseguir lo que la dragona necesitaba.
- Ahora debo partir, debo ver a mi madre-, necesitaba hablar con ella de algunas cuestiones, pero de paso le serviría para preguntarle por Otrore. - Vivo cerca de aquí, a unos cien pasos a la izquierda nada más salir de la posada. En la calle de enfrente, en el número 34. Una casa pequeña, de tejado a dos aguas. No tiene pérdida-, dijo levantándose y colocándose la bufanda nuevamente antes de salir. - Igualmente puedes preguntar en esta posada por mí si no me encuentras en casa. Ya ves que Caroline es muy simpática-, revolvió el pelo rojo de la muchacha con una sonrisa, antes de alejarse unos pasos de la mesa para evitar represalias. - Ha sido un placer volver a verte Arygos, Cuídate. Nos volveremos a volver a ver pronto. Estoy seguro de ello-, le dedicó una sonrisa, y volteándose lanzó por encima de su hombro uno de los lados de su bufanda, que quedó cayendo tras su espalda.
- Recuerdos a Yennefer-, comentó la camarera,
- Se los daré-, contestó despidiéndose con la mano sin volverse.
Escuchó de fondo como Caroline, le ofrecía otro vaso de hidromiel a la dragona, pero ni tiempo tuvo de pensar en ello. Un frío intenso lo recibió nada más cruzar la puerta, y el brujo se frotó las manos enguantadas como acto reflejo, antes de encaminarse hacia la casa de su madre. Maldito invierno, parecía que no quería irse nunca.
- Me alegra que te guste Arygos-, dijo la pelirroja, acomodando sus brazos sobre la mesa. - Si quieres más no te cortes. Estaré encantada de traerte otro vaso-, finalizó con una sonrisa.
- Sí, las personas somos parciales. Pero unas más que otras, y para que los libros sean útiles hay que leer mucho para contrastar toda la información recogido en ellos. No obstante haces bien, es mejor que veas con tus propios ojos cómo son las sociedades que quieres conocer. Con ello podrás comprobar de primera mano que hay muchos prejuicios falsos con respecto a las distintas razas-, le dio la razón.
Cada raza tenía un concepto genérico de las demás razas, y por tanto erróneo. Hasta donde él había visto, ninguna de las razas de Aerandir se comportaba de un modo normaliza. Siendo una masa que se comportaba de un modo concreto. En realidad había algo de eso, pero también había muchos comportamientos individuales que destruían esas teorías genéricas y simples. El comportamiento de los seres pensantes era tan complejo como su propia mente.
Aunque para Vinc era bastante fácil saber que Arygos estaba encantada con la idea de ir al mundo de los sueños. El rubio evitó una sonrisa al llevarse su vaso nuevamente a los labios. Tenía que reconocer que la dragona era insistente, aunque no había terminad de darse cuenta de que a ese respecto él poco podía hacer por ella.
- No sabes arcanos pero siempre podrías encontrar a alguien que te ayudara con ello-, sonrió con picardía,
Aunque realmente había que tener un alto nivel en runas para poder realizar los símbolos. Él con su buen nivel solo había podido averiguar el significado de los glifos en la casa de Otrore, y todavía no sabía cómo crearlos. Vincent rió un poco después de apurar el contenido de su vaso.
- En serio. Ojalá pudiera ayudarte con eso. Pero realmente no conozco la receta, es algo que se me escapa completamente. Es más, no podría ayudarte con la parte que si debería conocer. Pues la simbología de glifos es un arte muy preciso. Necesito saber cómo llevar los trazos que crean el símbolo con exactitud, y no sé hacerlo-, tamborileó con los dedos sobre la mesa pensativo.
- ¿Y no podrías conseguir la receta de la persona que te llevó a ese sueño? - preguntó la camarera curiosa. -Quizás esa personas si podría ayudarla.
- En eso mismo estaba pensado. Sin embargo no sé donde se encuentra ahora mismo. Supongo que en las islas de los brujos, pero no podría decirlo con exactitud. Además, ese hombre no me llevó a su sueño por propia voluntad, tuve que ir al sueño a salvarlo. Ya he dicho que es más bien una pesadilla, de sueño tiene poco-, volvió a comentar.
- ¿A salvarlo? No entiendo-, respondió Caroline.
- El sueño-, hizo con sus dedos un gesto de comillas, - necesita del soñador para existir. Así que para no alargarme mucho diré lo más básico en todo aquel asunto. El sueño secuestró y atrapó al hombre que creó el mundo de sueños en su interior. Y cuando su hija apareció en la taberna donde yo estaba pidiendo auxilio para su padre, decidí asistirla como pude. Con la ayuda de una elfa pude entrar en ese mundo, mi parte a la hora de conseguir abrir la puerta a los sueños solo consistió en volver a llenar de poder los glifos. Es por ello que no tengo los conocimientos para dibujarlos y crear un mundo de sueños. Mucho menos de la receta alquímica que se necesita para ello-, el brujo acarició su vaso vació dejando que las mujeres entendieran sus palabras. - Después de vivir algunas de las experiencias más desagradables de toda mi vida. Pudimos sacar a ese hombre del sueño y traerlo al mundo real. Hay que tener en cuenta que si mueres en el sueño, es como si murieras en la vida real. Es la destrucción de la mente a fin de cuentas-, terminó de decir.
- Ya veo, es muy peligroso-, dijo la pelirroja. - Pero con precauciones podría ser un lugar sin peligro ¿no?
- Algo así, pero como digo, desgraciadamente no sé cómo se hace, ni tampoco la receta. Y el hombre que la inventó no sé si estará muy dispuesto a volver a abrir un portal a los sueños después de lo que le pasó. Eso si logro encontrarlo-, miró a Arygos después de su explicación. - Ary, no puedo conseguirte esa receta ahora mismo, pero quizás en un futuro si pueda localizar al hombre y preguntarle si estaría dispuesto a cederte parte de sus conocimientos. De momento eso tendrá que esperar, y si quieres conocer a la sociedad bruja puedo conseguirte un pasaje en barco a Beltrexus. Puedo acompañarte si lo deseas.
Le daba pena no poder ayudarla como deseaba en esos instantes, más nada era imposible. Puede que en el futuro si volviera a ver a Otrore y a su hija. A lo mejor el alquimista escribiría a Nin o a su madre en el futuro. O puede que James supiera algo de él, sabía que lo conocía, y la última vez que viera a Francesco sabía que había tenido una reunión con su homólogo alquimista y su madre Yenn. Quizás tirando de hilos por ahí podría conseguir lo que la dragona necesitaba.
- Ahora debo partir, debo ver a mi madre-, necesitaba hablar con ella de algunas cuestiones, pero de paso le serviría para preguntarle por Otrore. - Vivo cerca de aquí, a unos cien pasos a la izquierda nada más salir de la posada. En la calle de enfrente, en el número 34. Una casa pequeña, de tejado a dos aguas. No tiene pérdida-, dijo levantándose y colocándose la bufanda nuevamente antes de salir. - Igualmente puedes preguntar en esta posada por mí si no me encuentras en casa. Ya ves que Caroline es muy simpática-, revolvió el pelo rojo de la muchacha con una sonrisa, antes de alejarse unos pasos de la mesa para evitar represalias. - Ha sido un placer volver a verte Arygos, Cuídate. Nos volveremos a volver a ver pronto. Estoy seguro de ello-, le dedicó una sonrisa, y volteándose lanzó por encima de su hombro uno de los lados de su bufanda, que quedó cayendo tras su espalda.
- Recuerdos a Yennefer-, comentó la camarera,
- Se los daré-, contestó despidiéndose con la mano sin volverse.
Escuchó de fondo como Caroline, le ofrecía otro vaso de hidromiel a la dragona, pero ni tiempo tuvo de pensar en ello. Un frío intenso lo recibió nada más cruzar la puerta, y el brujo se frotó las manos enguantadas como acto reflejo, antes de encaminarse hacia la casa de su madre. Maldito invierno, parecía que no quería irse nunca.
Vincent Calhoun
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Re: El invierno interminable {Libre} {1/3} {Cerrado}
La treta sobre los arcanos había sido demasiado obvia, pero también, si era tan complejo como el decía, no sería sencillo encontrar a alguien que tuviera un conocimiento sobre estos tan amplio como para poder realizar las runas que se requerían para entrar al mundo onírico.
La camarera hizo la misma pregunta que yo estaba por hacer, pero unos instantes antes. A su vez, con la explicación del brujo parecía dejar a translucir que el sueño tenia, de algún modo, noción de su propia existencia, e instinto de supervivencia al mismo tiempo.
En cuanto a la perspectiva de pode morir soñando, era una exploración, no es que viajando por el Aerandir físico no pudiera morir también, aquello no era algo que fuera a hacerme desistir en mi empeño, solo significaba que tenía que estar preparada para ese viaje, para enfrentarme a las mas variadas situaciones. El momento de emprender ese viaje no había llegado aun.
La oferta del brujo me sorprendió gratamente.
-Sería un placer contar con tu ayuda y con tu compañía. Pondré mis asuntos restantes en orden y vendré a buscarte cuando pueda partir hacia las islas nuevamente, si es que no has cambiado de opinión.- Aseguré.
Había un par de cosas que aun me quedaban hacer, algunas ciudades por visitar, un par de doctrinas por estudiar, y unas pocas personas de las que despedirme antes de irme hacia las islas, en donde esperaba pasar una larga temporada.
Memorice la dirección del brujo, y asentí varias veces para marcarle tanto que le estaba escuchando como que estaba conforme con lo que decía.
-Que tengas suerte Vincent, y un buen día.- Me despedí afable.
Tras su partida pasé una agradable rato con la camarera, quien volvió a remarcar su interés por volar, y una descripción al respecto y lo que me quedaba de hidromel después, abandoné la taberna. El día era joven, y aun tenía muchas cosas que hacer.
La camarera hizo la misma pregunta que yo estaba por hacer, pero unos instantes antes. A su vez, con la explicación del brujo parecía dejar a translucir que el sueño tenia, de algún modo, noción de su propia existencia, e instinto de supervivencia al mismo tiempo.
En cuanto a la perspectiva de pode morir soñando, era una exploración, no es que viajando por el Aerandir físico no pudiera morir también, aquello no era algo que fuera a hacerme desistir en mi empeño, solo significaba que tenía que estar preparada para ese viaje, para enfrentarme a las mas variadas situaciones. El momento de emprender ese viaje no había llegado aun.
La oferta del brujo me sorprendió gratamente.
-Sería un placer contar con tu ayuda y con tu compañía. Pondré mis asuntos restantes en orden y vendré a buscarte cuando pueda partir hacia las islas nuevamente, si es que no has cambiado de opinión.- Aseguré.
Había un par de cosas que aun me quedaban hacer, algunas ciudades por visitar, un par de doctrinas por estudiar, y unas pocas personas de las que despedirme antes de irme hacia las islas, en donde esperaba pasar una larga temporada.
Memorice la dirección del brujo, y asentí varias veces para marcarle tanto que le estaba escuchando como que estaba conforme con lo que decía.
-Que tengas suerte Vincent, y un buen día.- Me despedí afable.
Tras su partida pasé una agradable rato con la camarera, quien volvió a remarcar su interés por volar, y una descripción al respecto y lo que me quedaba de hidromel después, abandoné la taberna. El día era joven, y aun tenía muchas cosas que hacer.
Arygos Valnor
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