Un Encargo Engañoso [Interpretativo] [Libre] [3/3] [TEMA CERRADO]

Puesto a que ya había terminado su plato, alejó el mismo en dirección al tabernero, quien por la situación anterior la miró de mala gana y recogió el recipiente para enjuagarlo. Se giró levemente en el banquillo para poder mirar a su ahora único interlocutor de manera más directa. Era la primera vez que le oía referirse a su familia. Pensó por sucesos previamente ocurridos, que tal vez el chico se tratase de un pequeño huérfano, por lo visto, esto no era así.

—Entiendo... debes conocer la ciudad bien entonces... No suelo entrar mucho a las ciudades, a menos que sea ... imprescindible.  — admitió encogiéndose de hombros. Dentro de sí, sintió alivio; nunca se hacía cargo de nadie o tomaba responsabilidades por cuestiones que no conllevaran paga o alguna clase de remuneración, pero el cuidado del niño mientras estuviese con los dos mayores parecía ser asunto suyo. De cierta forma, saber que vivía en la ciudad la aliviaba pues el pequeño podría regresar a su hogar sin problemas y ella no tendría que escoltarlo a ningún sitio. Su preocupación primordial era su seguridad, luego continuaría con sus trabajos. Asumió que una vez el grupo se separase, no quedaría atada de ninguna forma. Agradeció a los Dioses por eso.

Por otra parte, al pequeño haber nombrado a su familia sintió nuevamente curiosidad. No obstante, el chico la sacó de su océano de pensamientos en cuanto preguntó de dónde provenía. Pareció formarse un nudo en su garganta al recordar. Vio la aldea en llamas, los seres demoníacos terminar con la vida de los hombres más valientes, de todos aquellos que la vieron crecer. Cerró los ojos para intentar eliminar las imágenes de su mente.

— Vengo... — se aclaró la garganta para intentar simular que nada había pasado, que se encontraba tan bien como todo este tiempo. — Vengo de un pueblo... una aldea cercana a Baslodia. A orillas del Lago Frey. —  Asintió mientras hablaba, aunque esta vez no miró a su interlocutor a los ojos. Intentó desviar la mirada hacia el suelo, sólo por si se le humedecían los ojos. Volvió a aclararse la garganta, esta vez tosiendo. —Pero como dije... ya no vivo más allí. Soy nómada. — Dicho eso echó un rápido vistazo al niño y medio sonrió. — No es como que me desagrade aquí, pero prefiero los lugares menos poblados.— Volvió  a sonreír pero esta vez con un poco más de complicidad. Debido al trato que tenía con Klinge, asumió que el pequeño había notado su falta de trato con otras personas. Luego pensó que tal vez era aún muy pequeño para notarlo, de no entender preguntaría, se dijo.

—No me molestas en lo absoluto, pequeño — Le revolvió el pelo, como muestra de ¿Cariño? ¿Aprecio? Tal vez el estar expuesta a gente sacaba en Calista experiencias diferentes. Situaciones que de una forma u otra, la hacían comportarse de forma distinta, pero no por eso incómoda.

Iba a preguntar acerca de la  familia del niño cuando el tercer acompañante retornó de sus asuntos con la letrina. Ya no estaban solos y de repente sintió que continuar con la conversación sería un tanto incómodo para ella. El adulto pagó lo que había consumido y parte de lo que había comido el pequeño. Lo que dijo a continuación le pareció un trato justo, por lo que tras incorporarse, dejó el monto de Aeros correspondiente.

— Aquí tiene, buen hombre. Gracias. — susurró y pagó lo suyo y lo que faltaba para saldar lo de Zero. El tabernero se limitó a asentir, y tras notar el buen trato de la joven a pesar de lo que había sucedido, dijo al grupo:

— Que tengáis un buen día... —

Tras salir del local, vio al adulto contemplando a su caballo, desconociendo sus intenciones. —Se llama Luz... — susurró parada a su lado. Lo miró por unos segundos y dirigió hacia el ya nombrado animal. Quien la había cuidado se acercó en reclamo de una pequeña propina y Calista como fue debido, depositó en la mano del hombre unas monedas, las cuales fueron inmediatamente agradecidas. Miró ahora al pequeño.

—¿Gustas subir, Zero? — preguntó pues desconocía a dónde se dirigirían a continuación y qué tan largo podría a llegar a ser el viaje.

Se dirigía hacia su caballo cuando el adulto lanzó su respuesta ante su anterior susurro. No pudo más que reír, sin dudas estaba en lo correcto, aunque por supuesto no estaba dispuesta a confirmárselo. Una vez subió al animal se limitó a esbozar una pequeña sonrisa y con tono burlesco melodió una risita.  

— Te sorprendería averiguar, Klinge, que no es la única criatura que se ha ganado mi afecto. — Aquello lo dijo sin pensar, no quería que se entrometiese en su vida privada. Una pequeña mentira no hace daño a nadie, se dijo. Aunque no pudo evitar razonar que tal vez tuviese una pequeña cuota de verdad; jamás había generado vínculos con otros por el simple hecho de que siempre se mostraba fría e intentaba evitar la formación de relaciones de cualquier tipo. No obstante, este no fue el caso con quienes tenía presentes. Fueron su compañía más duradera desde que se despidió del viejo brujo que la cuidó cuando se hallaba desamparada. Tal vez el mundo no era tan duro como ella lo pintaba, por primera vez desde el desdichado día se planteó que los pinceles con los cuales había dado tonos oscuros a su vida, tal vez encontraban lentamente diferentes gamas de colores. Luz no era el único ser que se había ganado su afecto, sus interlocutores ganaron su confianza y respeto. Eso ya le significaba demasiado.

— Además, tú y yo estamos en igualdad de condiciones... quitando el hecho que... claro, tú no tienes un caballo — arqueó sus cejas como devolviendo el ataque, por primera vez con indicios de ser amistoso,  al adulto. Era consciente que el comentario desmentía la realidad anterior, aunque no le importó. Ambos sacarían sus conclusiones, no podía negar que había creado un vinculo con quienes la escuchaban por primera vez en un largo tiempo.

— Bien hecho, pequeño. — dijo refiriéndose a la aparentemente nueva habilidad del joven. También a él le dedicó una sonrisa.

Aquello parecía una despedida, asumió que el niño le indicaría dónde vivía, así poder llevarlo hasta allí en su montura y evitar cualquier clase de altercados. Hizo caminar a Luz hasta quedar a la par del adulto. — ¿A dónde irás? — preguntó a Klinge. Sabía que se separaría del grupo, sus actitudes parecían un libro de simple lectura. Un espejo de ella, pues la joven y él tenían actitudes muy similares. De hecho, tras pensarlo un poco se sorprendió de lo mucho que los acompañó, al igual que le desconcertó el hecho de que ella había sido capaz de permanecer en un grupo por más de unos segundos. Era curioso lo mucho que podía descubrirse a sí misma a raíz de actitudes ajenas.

Al igual que el hombre, ella también había recorrido un largo viaje, tras haber completado su trabajo, de camino a entregarlo. Había olvidado ese detalle, hacía no mucho había cometido un crimen grave. El asesinato de su empleador a puertas de la gran ciudad de Lunargenta. Los guardias ya debían de estar al tanto de la situación y comenzarían a buscar indicios del culpable. Tendría que dejar a Zero donde él le indicaba y huir de allí en cuanto antes, dirigirse hacia la zona poblada más lejana posible y finalmente poder darse un descanso.

Le pareció que el comentario del adulto era poco conveniente a oídos del niño. No sabía nada acerca de la vida del pequeño, ni mucho menos de sus progenitores; no obstante, más allá de que el comentario de Klinge fuese cierto, no correspondía decirlo con tanta falta de tacto. Su infancia fue un tanto cruel, pero entendía que no todas han de ser así y que el pequeño podría ser sensible a esa clase de comentarios.

No emitió palabra ni siquiera para despedirse. El contrario tampoco lo había hecho. Miró al niño y asintió.

— Llevémoste con tus padres.— Hizo que Luz se encaminase hacia la zona que él le había indicado. Debía de salir de la ciudad cuanto antes, así que apuró al animal lo suficiente para llegar rápido a destino pero no tanto como para levantar sospechas.

— Tengo que irme cuanto antes de aquí, Zero. — Había bajado del caballo y pues había demostrado tener una gran habilidad para subir, supuso que no le sería difícil bajar, por lo que no le ofreció ayuda. Estando solos entre la multitud y ya sin manejar sus dudas, se inclinó a la altura del niño y preguntó en voz baja, de forma que sólo éste pudiese oírla. — ¿Qué eres? — miró fijamente a los ojos de su pequeño interlocutor.

Observó a su alrededor, los guardias parecían haber comenzado su búsqueda. Los aires del sitio habían cambiado. Continuó mirando al pequeño expectante. Tenía que montar el caballo y largarse de allí antes de que notasen que estaba armada, y que sus saetas contenían sangre.

— Cuídate. Algo me dice que puedes hacerlo sólo. Nos volveremos a ver, pequeño amigo. — susurró y sonrió en lo que el equino giraba en dirección a la puerta de la ciudad. El caballo comenzó su carrera hacia la salida en lo que los guardias corrían detrás de ella. Mientras se alejaba, pudo ver al adulto y al niño. Sin dudas volverían a cruzar sus destinos, pero por lo pronto ella debía de asegurarse el suyo. Se trasladaría hacia los alrededores de Baslodia, tierra que la vio crecer, y luego los Dioses sabrán lo que la joven hará, ella tendrá que seguir su camino para averiguarlo.