MERCADO de Aerandir

Había pasado ya tiempo desde la última vez que renové el catálogo de mi taller, y en ese tiempo me parecía haber mejorado bastante, por lo que me sentía con confianza para ir a buscar nuevas ideas. Aunque los ánimos eran más fáciles que el encontrar a gente que quisiera enseñarte. Ya me habían invitado a irme de forma poco elegante de dos talleres por osar pedirles sus secretos, y había tenido que huir de un tercero por darle un sillazo al dueño tras su intento de lanzarme una trama de osos a la cabeza por atreverme a hacer semejante petición, pero finalmente encontré a una anciana notablemente cascada en un antro tan desordenado que haría pensar que en realidad era donde la gente tiraba sus cosas, si no fuera porque la calidad de todo lo que había allí era impresionante.

- Buenas. ¿No estarás dispuesta a enseñarme como se hacen estas cosas, no? Y agradecería que si es un no, lo dijeras en vez de lanzarme una trampa de osos.

- Depende, ¿tienes dinero? Porque si no tienes dinero, tengo trampas más divertidas que la de osos.

- No te preocupes, tengo dinero.- Me inquietaba ligeramente que no pudiese encontrarme a un carpintero ni medio normal, pero al menos esta loca parecía saber su oficio.- Muy bien, pues vayamos por partes. ¿Qué tienes?

- Tengo armas a distancia, armas de asta, escudos, trampas... y que buena trampas son. Y además planos para barcos y casas.

- Interesante, pero no tengo tanto dinero. Así que vamos primero con armas de asta y escudos. Y bueno, el barco también.

- El barco necesita más tiempo, y más dinero que el resto. Requiere una técnica más depurada.

- Ya... bueno. Pero el barco suena bien.

- Eres un tipo raro, eso me gusta. Pero lo primero, enséñame tus herramientas.- Saqué mi bolsa de carpintero, y tras juzgarlas las metió otra vez en la bolsa, y me la tiró entre las pilas de muebles.- No están mal. Pero para poder hacer arte se necesita algo mejor. Usa esto.- Me entregó una sierra, cincel y demás cacharros de mejor manufactura.- Aunque también vas a tener que pagarlo.

- ¿Pero por qué me las has tirado?- Me quejé mientras iba sacando mi bolsa con el oro para darle a la señora lo que pedía.

- Mientras quieras aprender a hacer lo mejor, solo usarás lo mejor. Ya podrás recuperarlas cuando termines.- Tenía serias dudas de que si seguían apilándose cosas fuese a ser capaz de recuperar nada, pero opté por no decir nada al respecto.- Empecemos por lo sencillo. Para las lanzas, una vez que tienes las partes metálicas, importante que las haga otro experto, si no, solo vas a tener un palo de gran calidad con un troncho de metal en la punta, debes buscar bien la madera para usarla, si tiene imperfecciones no va a poder aguantar los golpes igual de bien ni va a tener el equilibrio, pero una vez que la tengas, el resto no tiene mucha pérdida. Luego podemos practicar lo de reconocer madera.

- Muy bien.- Me acerqué a un tridente que estaba colocado a parte con una etiqueta diferente.- ¿Y qué diferencia hay con esto?

- No lo toques.- Pero la advertencia llegó tarde y cuando agarré el asta, se extendió hasta quedar clavado en suelo y techo como si fuera una nueva viga.- Imbécil.

- ¿Pero qué es esto?

- Eso lo llaman una vara de mono. Se puede usar como bastón o meter dentro de un arma. No lo pienses demasiado, es como te dije antes, la clave es la madera, aunque en este caso es una madera muy especial. Lo complicado del trabajo es poder hacerlo sin empalarte a ti mismo en el proceso.

- Suena interesante, si. Aunque igual mejor vamos antes a los escudos, preferiría dejar lo de convertirme en un espeto para luego.

- Bien, esto tiene un poco más de enjundia. No solo necesitas la madera adecuada. También es clave la disposición de las capas, la colocación de la tela y que se haga sin dejar huecos. Pero si lo haces bien tendrás un escudo que podrá parar lo que sea que le echen.

- Eso me gusta.

- Normal. Tu tienes cara de ser de esa gente a la que suelen tirarles cosas.- Abrí la boca para quejarme, pero me di cuenta de la preocupante razón que tenía, así que al final no dije nada.- Y ahora vayamos a ese barco al que tantas ganas le tienes. Tengo uno a medias, me ayudarás a construirlo mientras te explico.- Se puso a andar, pero de camino abrió el cajón de una estantería tirada en el suelo y me entregó unos pergaminos.- Y guárdate esto por si se te olvida algo, aquí tienes todo bien explicado, las técnicas y las propiedades de las diferentes maderas según para lo que las quieras.

Llevaban varios días de viaje recolectando toda la fruta que Eywas había prometido a los bichitos que las ayudaron a salir del campamento cuando Ylva no aguantó más y empezó a quejarse. Empezaba a hacerse costumbre.

—¿Por qué tenemos que hacer esto? Son animales salvajes, les dará igual.

Eywas la había ignorado las primeras diez veces, pero la insistencia le hacía mella. Se agachó para recoger otro fruto maduro que había caído del árbol y, al levantarse, giró su cuerpo al de la mujer/niña.

—Estoy cansándome de tener que explicarte lo mismo todos los días, así que abre bien las puñeteras orejas: los animales son seres vivos que sufren y, más importante, que recuerdan. Y yo mis deudas las pago. Les prometí comida, y comida les daré, así que haz el favor de callarte de una maldita vez y seguir con tu trabajo si no quieres que te entregue por ahí.

Ylva podría haberla matado de haber querido, tenía un arco, tenía la capacidad y ganas no le faltaban; pero también tenía una deuda con ella por haberla ayudado a escapar, así que refunfuñó por lo bajo, pero continuó con la tarea que se le había encomendado.

Llevaban así cerca de una hora cuando Eywas se quedó muy quieta y chistó a la niña para que parase lo que estaba haciendo y escuchar mejor. Con los años había aprendido a distinguir algunos sonidos, poco a poco se le daba mejor. No sabía exactamente qué estaba provocando aquel, pero sí que era un aleteo impaciente.

—Espera aquí y vigila.

Ylva sacó el arco para colocarse en modo defensivo mientras la bruja avanzaba por unos matorrales. De pronto, el sonido cesó: estaba cerca del origen. Oteó los alrededores mirando hacia arriba, pero no consiguió ver nada. Estaba a punto de rendirse cuando cuando algo le rozó la cara. Retrocedió de golpe, asustada, y se llevó una mano al pecho. El invasor de su espacio personal había sido un pequeño mochuelo. Tenía la pata atrapada en una especie de trampa del suelo que le permitía levantar el vuelo, pero no salir de allí. El animal intentaba asustar a Eywas, probablemente pensando que la trampa era suya.

La bruja se agachó sin separarse demasiado del animal. Si quería atacarla, que lo hiciera, tampoco sería la primera vez. Pero el pájaro estaba demasiado asustado como para algo así. Tenía la pata malherida por la intensidad con la que intentaba arrancar la cuerda que lo tenía preso. La mujer sabía que no la dejaría quitarle el nudo de la pata, así que optó por lo más rápido: sacó su daga, cogió la cuerda y tiró de ella lo más que el animal le dejó para poder cortar lo más cerca posible de la garra. Consiguió dejarle colgando solo un trozo de unos treinta centímetros, aunque se llevo un par de arañazos en las manos mientras lo hacía. El pájaro no tardó ni medio segundo en salir de allí despavorido.

—Se dice «Gracias».

Eywas volvió a levantarse, negando con la cabeza y dirigiéndose a donde se encontraba su compañera. Tenían que seguir con lo suyo.

Pasaron las horas y el sol fue cayendo poco a poco. Ya tenían lo suficiente, así que se acercaron al lugar donde estaban las manadas con sendos sacos de fruta (sacos que habían robado previamente de las inmediaciones de un mercado). Comenzaron a esparcir la fruta por el suelo y Eywas se acercó a los dos animales que las habían ayudado para ofrecerles la especie de ofrenda, nunca mejor dicho.

Durante todo ese rato había sentido que las seguían de cerca y sentía del quién se trataba. Le hacía hasta gracia aquella situación. Se alejó un poco de la manada y de Ylva, que parecía estar pasándolo bien con los aion, y se apoyó en un tronco.

—Puedes salir, no voy a hacerte daño.

El mochuelo asomó la cabeza por detrás de una rama. Dudaba, pero poco a poco fue sacando el cuerpo, acercándose con suma cautela a la bruja. Eywas lo miró y este giró la cabeza de lado, inspeccionándola. Ella alzó la mano con sumo cuidado y la puso delante de la cabeza del bicho, dejando que la oliese. Cuando estuvo convencido, ululó un par de veces de manera corta y dejó ver su pata herida. La bruja se movió con lentitud para no asustarlo y le deshizo el nudo de la trampa con ayuda de la daga. La herida no parecía tan profunda como había intuido en un principio, así que estaría bien. Hecho esto, la chica se alejó de allí, pero el mochuelo permaneció atento a sus movimientos.

La noche avanzaba a paso ligero, así que debían darse prisa en encontrar un lugar seguro en el que pasarla. Discutían de qué era mejor, si dormir a la intemperie y morir de frío, buscar algún lugar abandonado o ir a una taberna o alguna posada. Tenían cerca el hogar de los vampiros, así que no les hacía especial ilusión lo de la posada a ninguna de las dos. Estaban a punto de atravesar un puente cuando el mochuelo apareció de golpe delante de la cara de Eywas y comenzó a aletear, haciendo que retrocediese. La bruja puso los brazos por delante de sus ojos, por si acaso, y avanzó hacia atrás mientras Ylva intentaba ahuyentar al pájaro con una de sus flechas. Estuvo a punto de dispararle cuando la bruja la detuvo y señaló el puente: se acercaba un grupo de vampiros que cargaban con un par de personas a cuestas, claramente rehenes. Intuía que humanos, pues no percibía éter en ellos.

Eywas tiró de Ylva para esconderse en lo alto de un árbol mientras el mochuelo las acompañaba y ella le agradecía su ayuda rascándole bajo el pico.

—De nada.

Desde entonces, el animal no se separó de ellas y no les quedó otra que ponerle nombre. La bruja de vez en cuando miraba a sus compañeros y se echaba a reír: había pasado de la soledad más absoluta a tener que cargar con una niña maldita y un búho. La cosa no podía ser más surrealista. Decidió bautizarlo como Orvar, flecha, por lo rápido que era y porque Ylva casi lo mata con una. El viaje iba a estar interesante.

Planos, prototipos, guías y manuales. Instructivos, esquemas e incluso algunos grimorios de sangromante; Tenía decenas de manuscritos que había conseguido durante mi último año recorriendo el continente. Libretas enteras estaban terminadas con anotaciones e ideas originales. Mi colección de ingeniero aumentaba con cada día.

Algunas eran desafíos al ingenio y la creatividad. Experimentaciones y artilugios que se escapaban a la imaginación. Me consideraba un experto en el tema de la ingeniería y seguramente estaría en un grupo selecto de virtuosos en el tema. Sin embargo, aún veía a mis “maestros” desde lejos. Me sentía en la sombra de Diógenes y Corvo.

Los había observado y aprendido mucho. La mayoría de las ideas avanzadas eran de ellos: Un cinturón multipropósito, unos guantes capaces de aumentar la fuerza, un brazo autómata y más. No obstante, no se trataban de una burda copia de sus creaciones, los había perfeccionado. Todos tenían mi firma y los consideraba “mejorados” con el uso de la potencia sanguínea que era un sello idiosincrático de mi tecnología. Algo exclusivo de mi trabajo en el Lucero del Alba.

Mi ambición era insaciable. Quería sobrepasar a Corvo, el creador de Talos y Tesla. Quería superar al ingenio del loco Dio con sus artefactos peculiares de nombres absurdos. Incluso las creaciones de la famosa y humilde elfa Niniel a quien aún tenía presente conocer. Tenía que ser el mejor ingeniero que había visto el continente y era algo de lo que tenía completa certeza que más temprano que tarde seria un hecho. Ni siquiera los ya expulsados ingenieros de la invasión terrestres, con su tecnología avanzada y artefactos futuristas podrían competir con mi brillante futuro.

El ser inventor implica lidiar con explosiones, cortes y corrientazos. No obstante, el poder idear un artilugio propiciaba una excitación intelectual comparable a la resolución de un acertijo complejo. El Lucero del Alba no sería olvidado como el trabajo de mis guías y mentores que pasaba desapercibido para el mundo.

Había avanzado bastante con mi dominio de la carpintería, pero aún quedaba margen para el progreso. Por desgracia, ese margen dependía de tener dinero para que esa sucia vieja me enseñara más. Pero mis últimos trabajos habían sido fructíferos y me habían permitido hacer acopio de suficientes fondos para permitirme gastar en alimentar la codicia de esa señora.

- He vuelto. Y antes de que me lances eso que tienes en la mano, tengo dinero.- Me quedé observando esa placa misteriosa que tenía en la mano, y que intuía que si me golpeaba se activaría algo y me traería un dolor considerable.- ¿Y qué es esa cosa que ahora no me vas a lanzar porque te voy a proveer aeros?

- Una trampa de las cien agujas. Es una maravilla, quien pisa y activa el mecanismo es regado en agujas, aunque no aseguro que sean cien, yo no me molesto en contarlas, solo echo unos puños. Pero no solo lo dejas como un alfiletero, además es que si se hace como debe hacerse, las agujas llevan un veneno somnífero, que te puedes imaginar como funciona.

- Ah, eso me gusta, enséñame a hacer eso.- Miré a mi alrededor y recordé las razones por las que había ido allí, que no estaba relacionados con cosas que explotaban, por mucho que las estuviera cogiendo el gusto a esas también.- Y también me interesaba aprender sobre arcos, ballestas y esas cosas.

- Bien, bien. Esas requieren más enjundia, pero te apañarás, la clave es la madera flexible para que se doble de la forma adecuada, aunque también hay que saber tratarla, y bueno, tener a alguien que pueda proveerte cuerdas a la altura.

- Descuida, de eso ya tengo, no habrá problema.- Confiaba en que cuando viese a Elian me pudiera dar las cuerdas que necesitaba, porque desde luego yo no estaba preparado para preparármelas.

- Sígueme por aquí entonces, y veremos todo eso.

La seguí por el taller, pero de repente, la señora se apartó, y me encontré con que del suelo emergían unos barrotes que se cerraban sobre mi formando una jaula, e inmediatamente salía disparado hasta el techo, quedando atrapado en una jaula y suspendido en el aire colgado de una viga.

- ¿Esto no ha sido muy gratuito?

- Quería probar si seguía funcionando, y de paso ver si eras menos tonto que en tu última visita.- Definitivamente, esa mujer estaba loca, y a este ritmo no sobreviviría.- Pero conozco esa cara, te ha gustado y quieres saber como hacerlo, eh....- Lo peor es que esa sucia loca tenía razón, además de mentalmente inestable era muy buena en lo suyo, y yo quería poder serlo también.

- Si, es cierto, pero bájame de aquí antes.-

La artesana tiró de una palanca y el suelo de la jaula desapareció, precipitándome hacia el suelo. Pero tras el golpe me levanté y me di un par de golpes para quitarme el serrín de encima.

- Muy bien, tienes lo que hace falta para ser carpintero. Manos ágiles y mal criterio, sígueme.

Estaba muy entusiasmada por continuar mis estudios con al ingeniería; había tenido la oportunidad de aprender cosas nuevas y ponerlas en práctica.

Los objetos que había creado recientemente habían sido todo un éxito, funcionaban muy bien y eran súper útiles; al menos me hicieron sentir que podía avanzar lo suficiente en aquel sueño extraño en el que tenía que sobrevivir con un montón de gente. No había sobrevivivdo mucho, pero definitivamente gran parte de eso fue gracias a mis inventos.

Llegaba la hora de aprender más, para ello necesitaba buscar libros, salir y buscar inspiración en otros talleres y pedir una que otra guía; con eso podría volver a mi taller para terminar de estudiar y empezar a poner en práctica los siguientes inventos. La idea de poder hacer botas que permitan caminar por las paredes, detectar armería o incluso poder hacer prótesis mecánicas era muy llamativo, definitivamente iba a darlo todo por aprender nuevos inventos de ingeniería.

El tiempo transcurrido había resultado extrañamente corto. Recordaba a la perfección su retorno a Sandorai, después de unas aventuras que le habían hecho comprender que todos sus conocidos habían decidido sus sendas.

Él también conocía la suya, la que había decidido llevar a cabo, consciente de cuanto iba a tener que ofrecer por ella, todo lo que iba a costarle. Suspiró una sola vez, hinchando sus pulmones con la cala de quien ya se consideraba cargando el peso del futuro. Había cumplido 89 años un par de meses atrás, casi la mitad de la vida que confiaba disfrutar.

Experiencia, momento, recursos, lugar. Cuanto precisaba para un primer escalón lo tenía junto a sí. Con tal disposición, las tierras de los elfos Eythem se abrieron ante él. Del lejano noroeste estepario, hasta las soleadas costas del suroeste, los pasos del espadachín consumieron largas semanas, antes de llevarle de nuevo a Folnaien.

Nousis Indirel observó el horizonte desde un risco, con la mano diestra parapetándole los ojos grises. Trató de ahuyentar el recuerdo de los dos cortos días que había pernoctado en su tierra natal. No podía ocultar a sus padres lo que estaba por venir, lo que planeaba. Mas con un regusto amargo, supo con claridad cuanto les había mentido. Al fin y al cabo, el líder de los Indirel formaba parte del renovado Consejo de Árbol Madre.

A oídos de amigos y enemigos en Folnaien, habló para todo su pueblo, manifestando la necesidad de algo que protegiese no sólo a su tribu, sino a todas. Las grandes catástrofes de los últimos años, recalcó lentamente, formando crueles imágenes en la mente de los suyos, lo hacían inevitable. La última guerra contra los brujos, poco antes de su nacimiento; la llegada de los habitantes del Otro Mundo, … la creación de los grandes lobos y otras especies… la guerra para expulsar a los invasores… la gran Peste… la batalla por Lunargenta tras la invasión vampírica… la casi destrucción de Árbol Madre… las calamidades acaecidas por los seguidores del Hombre Muerto en Nytt Hus…

Todo dentro o cerca de las fronteras de los Elfos. Cerca de una tierra dividida y frágil, abierta a amigos y enemigos. Sandorai precisaba de manera imperiosa una compañía de nativos dispuestos a todo para salvaguardar sus fronteras y la estabilidad de su población. De luchar contra todo y contra todos de ser preciso.

El lugar de la reunión ya se encontraba a la vista, y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. No estaba solo. Ocho de sus congéneres, hombres y mujeres, le habían seguido desde Folnaien, inspirados por sus palabras y la visión que tenía en mente.
Nueve no eran nada, no para cuanto estaba por venir, sólo un comienzo. Y toda historia debe comenzar con algo así, se dijo, arrastrando hacia arriba aún más las comisuras de la boca.  

-¿Nousis Indirel? – inquirió el elfo más anciano de cuanto allí se habían reunido. Unos cuarenta de su especie, incluidos niños de muy corta edad, que miraban todo aquello con gran asombro.

El aludido asintió, y según lo pactado en las numerosas cartas previas intercambiadas entre ambos, colocó en el suelo las dos bolsas repletas de oro. Un tesoro ganado con sangre, donde cada moneda podía hablar de dolor, violencia y resolución.

-Soy Elladan Eythem- se presentó, acercando con el brazo al espadachín la carta de propiedad de la fortaleza que ambos tenían a un lado. El nuevo propietario de la misma sintió un hormigueo en el estómago que nada le provocaba desde hacía mucho tiempo.

-¿Dónde iréis?- quiso saber entonces.

-Buscaremos tierras fértiles en Verisar o Ulmer, lejos de los conflictos que tanto han asolado Sandorai.

La mirada del Indirel se ensombreció, sin prestar atención a como el clan vendedor contaba las monedas, con clara intención de ponerse en marcha lo antes posible.

-Cualquiera de los tuyos que quiera ponerse a mi servicio es bienvenido a quedarse- ofreció- el este es peligroso. Los míos y yo defenderemos éste lugar, y cuando crezcamos el número, nuestras espadas protegerán cuando nos sea posible.

El anciano negó lentamente con la cabeza.

-Estamos cansados. Es hora de buscar un nuevo hogar- declinó, antes de estrechar la mano a Nousis.

La caravana de elfos y carretas se puso en marcha, pero dos de los más jóvenes se despidieron de sus padres, y se acercaron al guerrero. Tan sólo portaban un zurrón, arco y una sencilla lanza.

-Queremos permanecer aquí- dijo la muchacha.

-Tendréis que obedecer, que poner siempre a vuestros nuevos hermanos por delante de cualquier otro, a vuestra especie de todas las demás. Tendréis que luchar para mantener a salvo a quienes no puedan hacerlo por sí mismos. Podréis pasar hambre o falta de abrigo, si no logramos el apoyo necesario, o tener que reparar tejados centenarios para que el agua nos deje dormir tranquilos. No será fácil, y os acabaréis jugando la vida en uno u otro momento.

Esperó a que sus palabras calasen en los jóvenes. Sin embargo, los ojos de éstos permanecieron inalterados, y Nou sonrió. Miró alrededor, y a una orden muda, los otros ocho compañeros se juntaron en torno a él.

-Éste será nuestro hogar, refugio y bastión- les señaló, aún con la carta de propiedad descansando en la mano- Öndolinde.

Pudo contemplar una gran variedad en emociones en los pocos rostros presentes. No obstante, todos rezumaban osadía, seguridad, confianza. Era un buen comienzo.

Nacía la Elfquisición.

A veces me seguía preguntando porque razón volvía a que esa vieja loca me hiciera caer en trampas, luego me acordaba que era la única carpintera con suficiente nivel como para enseñarme y suficiente falta de criterio como para querer hacerlo. Así que después de haberme ganado unos aeros de sobra en un trabajo y haber dejado a Teufel yendo a gastarse su parte en pescado en la lonja, me volví a ese taller caótico donde trabajaba la señora.

- Soy yo otra vez, y espero que no hayas vuelto a dejar esto lleno de trampas porque traigo oro, pero no pienso darte una moneda hasta que lleguemos a un sitio que no vaya a atacarme.- Comenté mientras entraba, enseñando la bolsa con el dinero y prestando mucha atención al suelo que pisaba.

- Te preocupas demasiado, vampiro cobarde, esta vez no hay trampas. Ya solo te queda hacer la obra definitiva de un carpintero.

- ¿Una catapulta?

- No, eso no lo hacemos nosotros... Aunque ahora que lo mencionas estaría bien. Me refiero a una casa, pero no cualquier casa, el edificio definitivo.

- Bueno, eso también suena bien, por donde empezamos.

- Antes de construir debes entender que no hacer, así que te va a tocar pasear. Nos vamos a recorrer las casas de este pueblo, hasta que no encuentres los fallos estructurales de todas ellas no vas a construir nada.

- Vayamos pues. Pero si luego alguien aprovecha eso para atacar el pueblo no me hago responsable.

- Bah. Como si a nadie le importase lo que pasa en este pueblo. Ahora muévete, que bastante que tengo que trabajar de noche para que no te calcines.

Habiéndome quedado sin argumentos antes su lógica opté por hacerla caso, y me puse a recorrer las calles del pueblo, fijándome en las casas e intentando ver que partes se habían construido con peor material, estaban más desgastadas o directamente había fallos en su diseño. Empezó como un trabajo complicado, con una buena ración de improperios y capones por parte de la mujer, pero tras varios días empezaba a entender como funcionaba todo aquello. No sabía si alguna vez iría a ver tanto dinero como para construir una, pero al menos si ese día llegaba iba a poder hacerlo yo mismo, al menos si conseguía mano de obra que ayudase a no tardar años en terminar.

La niña no aguantó más y corrió detrás de un árbol para vomitar. Cuerpos mutilados de animales rodeaban tanto a ella como a la bruja y el olor empezaba a ser insoportable. A Eywas no le gustaba ver sufrir a los animales y la bruja lo sabía, la estaba poniendo a prueba con todo lo que tenía para que se concentrase y terminase elaborando de manera eficiente las mezclas que debían ayudar a los animales que ella misma había herido con la ayuda de su propia magia. Era un poco sádica esa bruja. No paraba de gritarle a la pequeña Eywas que se centrase, que terminase lo que había empezado, pero ella no fue capaz.

Así es como recordaba su entrenamiento de iniciación en el noble arte de la alquimia. Sin duda, no eran buenos recuerdos. Llevaba años intentando superar la animadversión que le causaba acercarse siquiera a las plantas que debía usar para crear la técnica del Despertar. Parecía haberlo logrado por fin, pero no podía dejar de ver todos aquellos cuerpos mutilados cada vez que mezclaba y le venían esos olores tan familiares.

—Tranquilo, todo va a estar bien. Te vas a recuperar.

Sabía que con aquello lo más que podía hacer era parar la hemorragia de aquella pequeña criatura que había encontrado atropellada en medio del camino, pero al menos le daría un poco más de tiempo. Mientras aplicaba la mezcla recordó que el instruirse pro su cuenta había sido infinitamente mejor que las lecciones de la mala pécora aquella.

Rememoró cómo se había rodeado de todos los libros que pudo conseguir en cubos de basura, tomándolos prestados de alguna biblioteca o robándolos de algunas casas; se acordaba de la cantidad de horas que había pasado aprendiendo a identificar todo lo que se le ponía por delante hasta dominar más o menos el arte de la Descomposición, aunque todavía tardaba bastante; también le vinieron a la cabeza las semanas que pasó escondida en la boardilla de un taller de alquimia donde tomó notas de las pociones, elixires y venenos más básicos para luego practicar por su cuenta (con interesantes resultados).

Todo aquello había formado parte de su vida y nunca había pensado en que igual podría sacarle provecho, pero después de la mala racha que estaban pasando y de cargar con dos almas más a sus espaldas, igual debía replantearse la situación.

—¿Te queda mucho? Tengo hambre…

Eywas suspiró y se levantó con el pájaro en las manos, se acercó a unos arbustos cercanos y lo ocultó como pudo para intentar que no se lo comieran los depredadores, aunque con el olor a sangre que desprendía no las tenía todas consigo. Por desgracia, no podía hacer más por él. Sin comida ni para ellas, era imposible alimentar una boca más, aún siendo una tan pequeña.

—Ya está, vámonos.

—No entiendo para qué desperdicias tiempo y esfuerzo en salvar a seres que claramente no tienen salvación. Me parece absurdo.

Eywas no le respondió, no podría entenderlo y ya estaba suficiente disgustada como para echar más leña al fuego. Simplemente puso rumbo a la siguiente ciudad, pero esta vez fue teniendo cuidado por el camino y se paró a recoger cualquier cosa que le sirviese para futuras mezclas. Quién sabe, igual era momento de crear un pequeño negocio para poder sobrevivir. El ser responsable le estaban dando náuseas, justo como cuando empezó a estudiar alquimia. Irónico, ¿no?