En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
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En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
¿Así que a ti también te contaron el asedio de Roilkat? ¡Já! Si algo hay de malo en la historia, es que siempre la escriben los vencedores. Si te das cuenta, siempre hay un bueno y un malo. ¿Qué es el mal? ¿Qué es el bien? ¿Puedes decírmelo con certeza? Nadie lo sabe. Únicamente hay puntos de vista distintos. Y personas. Sobre todo personas. Con distintos valores o costumbres, pero seres humanos (o bestia) a fin de cuentas. Quien para unos es terrible, para otros puede no serlo tanto. Esa es la moraleja que sacarás una vez decidas escuchar la historia que, a continuación, te voy a contar.
En sus orígenes, la tribu de los nórgedos estaba organizada por la gente de la peor calaña de la sociedad, cuyo castigo era enviarlos al arenal próximo a la ciudad de Roilkat, donde la falta de agua y los buitres serían los encargados de terminar con su miserable vida. Pero de aquello hace ya más de cien años. Algunos consiguieron sobrevivir y formaron las tribus del arenal. Dando lugar a una civilización multicultural que, al vivir aislada del resto de la sociedad, desarrolló sus propias costumbres.
Las nuevas generaciones de nórgedos eran más pacíficas, pero desde Roilkat, se organizaban constantemente batidas racistas para dar caza a estos “peligrosos” habitantes, algo que tras el abuso durante muchos años, enfureció a éstos, entablando así una eterna guerra entre la ciudad y los habitantes del desierto, que tuvo su cúlmen hace relativamente poco.
Hace ya varios meses que los Nórgedos invadieron Roilkat. La ciudad resistió el asedio gracias a los valientes héroes que viajaron hasta allí desde todos los rincones de Aerandir. Juntos consiguieron detener el violento ataque de los moradores de las arenas, en una serie de diversas operaciones efectivas.
Mientras la ciudad se recuperaba del golpe y los nórgedos enterraban a sus compañeros fallecidos, los ánimos se calmaron por el acuerdo de paz firmado entre Lord Roiland, señor de Roilkat, y Solimán, caudillo de la Confederación de Pueblos del Arenal, nombre oficial de los “nórgedos”, apodo que era meramente despectivo y utilizado únicamente por los humanos.
Pero la capital humana no perdona el suceso. El conflicto está lejos de concluir, y el ataque recibido es una excusa perfecta para que Lord Roiland, señor de la ciudad de Roilkat, decida continuar sus ansias expansivas, incluso en el aparentemente inerte arenal. Bajo el permiso del rey Siegfried, de Lunargenta, una avanzadilla del ejército de la ciudad llevaba ya una semana por el desierto, en diversas misiones que el gobierno considera “de paz”.
Una falsa paz que se veía en las maneras del ejército de Roilkat. La invasión estaba siendo “pacífica”, en el aspecto de que los pueblos no combatían al ejército. ¡Como para hacerlo! Los pueblos estaban habitados por ganaderos, no por guerreros. ¿Quién podría oposición al ejército de Roilkat?
Poca gente lo haría. Incluso ante los abusos más extremos. Aquello lo pudisteis comprobar aquel día, que habíais sido destinados junto a cuatro hombres más a la aldea de Al-Gosán, una pequeña tierra de ganaderos en medio de un pequeño oasis ya bien entrado en el arenal. Un pueblo pobre y sin recursos, cuya fuente de abastecimiento era el agua del oasis. La “misión de paz” consistía en “convencer” a los ciudadanos para que dejasen de suministrar sus recursos a los nórgedos, y también para colocar en un mástil la bandera de la ciudad de Roilkat. Aquello significaba que aquella tierra era pertenecía a los humanos.
-Siempre te estaré agradecido, Alanna. Lo que has hecho por mí, y por mi padre. Nunca olvidaré cuando irrumpiste en la habitación para salvarnos... – le recordaba con agradecimiento a “la gata” Flint Roiland, hijo del gobernador de la ciudad, que se había apuntado como soldado a la guarnición, junto a sus dos compañeros: Asher y Alanna, con los que había entablado amistad desde la salida de Roilkat hace una semana. – Quiero mucho a mi padre, pero diste tu vida por alguien que odia la de los demás. Ojalá esta absurda cruzada termine pronto. ¿No creéis? Esta gente no tiene la culpa de nada. – preguntó con esfuerzo a ambos mientras tiró de una cuerda para hacer ascender una bandera en la estructura más elevada del pueblo. A diferencia de su padre, el joven, de unos 27 años de edad, gozaba de mayor simpatía por los pueblos del desierto.
Cuando terminó de izar la bandera, miró hacia un lado y contempló como, los otros tres hombres que los acompañaban en el escuadrón, se encontraban junto a una familia de cuatro personas. Una de las cuatro que había en todo el poblado. Los soldados del ejército empujaban y tiraban al suelo a los campesinos, concretamente a la madre y al padre, mientras el hijo pequeño quedaba quieto aterrado. Otro de los guardias sujetaba a una joven de piel morena, que tendría unos 20 años de edad.
-¡Esto se llama derecho de pernada! Somos el ejército. Y si os quejáis, os cortamos la lengua. – amenazó uno de los guardias a los familiares a punta de espada, que suplicaban desde el suelo piedad. Mientras los otros tres reían. La joven forcejeaba para tratar de liberarse, sin posibilidad alguna. – Metedla en la casa. – gritó a sus dos compañeros - Te vamos a dejar esa piel marrón que tienes entera de blanco. – rió el tipo, mirando lascivamente a la joven. La obligaron a entrar en la casa ignorando las suplicas de sus familiares. Bloquearon la puerta con una estaca. - ¡Me pido desvestirla!– se escuchó a otro de los pervertidos ya en el interior de la casa.
-¡Eh! ¿Pero qué estáis haciendo? – gritó Flint, que vio la escena y corrió a tratar de socorrerla, pero cuando golpeó la puerta que acababa de cerrarse, era incapaz de abrirla. - ¡Deteneos! ¡Basta! – gritó sin conseguir nada.
* * * * * * * * * * * *
¡Bienvenidos Alanna y Asher! Se trata de una misión relativamente peligrosa con la etiqueta de [+18], pero aún así habéis sido valientes para apuntaros. Os felicito por ello. Tendréis unos cuantos retos dignos de dicha etiqueta y una trama que preveo, pese al sol, bastante oscura y con sorpresas. Es una secuela directa de los sucesos de los nórgedos que tuvimos en verano. Por lo que dado que Alanna participó en los mismos, me he tomado algunas licencias para elegirla a ella como protagonista, de modo que sería mejor que empezase ella.
Sois enviados por Tyron como hombres de confianza para apoyar a la guarnición de Roilkat. Se trata de misiones de conquista “pacíficas”, en el que os mimetizáis con la cultura de los nórgedos. Debéis explicar como os habéis unido a la guarnición y vuestras vivencias en la semana que lleváis de campaña.
También deberéis lidiar con esos tres “campeones” de Roilkat. Ya imagináis lo que pretenden. Podéis ignorar la escena y hacer la vista gorda, a fin de cuentas, son vuestros compañeros. O uniros a Flint Roiland y tratar de detenerlos. Los conocéis de una semana y sabéis su temperamento. Si actuáis, en el siguiente turno tendréis pelea con ellos. Recordad que cada decisión afectará al devenir de la quest. Podéis usar a los personajes que consideréis o ponerles nombre. La imaginación también se premia.
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En sus orígenes, la tribu de los nórgedos estaba organizada por la gente de la peor calaña de la sociedad, cuyo castigo era enviarlos al arenal próximo a la ciudad de Roilkat, donde la falta de agua y los buitres serían los encargados de terminar con su miserable vida. Pero de aquello hace ya más de cien años. Algunos consiguieron sobrevivir y formaron las tribus del arenal. Dando lugar a una civilización multicultural que, al vivir aislada del resto de la sociedad, desarrolló sus propias costumbres.
Las nuevas generaciones de nórgedos eran más pacíficas, pero desde Roilkat, se organizaban constantemente batidas racistas para dar caza a estos “peligrosos” habitantes, algo que tras el abuso durante muchos años, enfureció a éstos, entablando así una eterna guerra entre la ciudad y los habitantes del desierto, que tuvo su cúlmen hace relativamente poco.
Hace ya varios meses que los Nórgedos invadieron Roilkat. La ciudad resistió el asedio gracias a los valientes héroes que viajaron hasta allí desde todos los rincones de Aerandir. Juntos consiguieron detener el violento ataque de los moradores de las arenas, en una serie de diversas operaciones efectivas.
Mientras la ciudad se recuperaba del golpe y los nórgedos enterraban a sus compañeros fallecidos, los ánimos se calmaron por el acuerdo de paz firmado entre Lord Roiland, señor de Roilkat, y Solimán, caudillo de la Confederación de Pueblos del Arenal, nombre oficial de los “nórgedos”, apodo que era meramente despectivo y utilizado únicamente por los humanos.
Pero la capital humana no perdona el suceso. El conflicto está lejos de concluir, y el ataque recibido es una excusa perfecta para que Lord Roiland, señor de la ciudad de Roilkat, decida continuar sus ansias expansivas, incluso en el aparentemente inerte arenal. Bajo el permiso del rey Siegfried, de Lunargenta, una avanzadilla del ejército de la ciudad llevaba ya una semana por el desierto, en diversas misiones que el gobierno considera “de paz”.
Una falsa paz que se veía en las maneras del ejército de Roilkat. La invasión estaba siendo “pacífica”, en el aspecto de que los pueblos no combatían al ejército. ¡Como para hacerlo! Los pueblos estaban habitados por ganaderos, no por guerreros. ¿Quién podría oposición al ejército de Roilkat?
Poca gente lo haría. Incluso ante los abusos más extremos. Aquello lo pudisteis comprobar aquel día, que habíais sido destinados junto a cuatro hombres más a la aldea de Al-Gosán, una pequeña tierra de ganaderos en medio de un pequeño oasis ya bien entrado en el arenal. Un pueblo pobre y sin recursos, cuya fuente de abastecimiento era el agua del oasis. La “misión de paz” consistía en “convencer” a los ciudadanos para que dejasen de suministrar sus recursos a los nórgedos, y también para colocar en un mástil la bandera de la ciudad de Roilkat. Aquello significaba que aquella tierra era pertenecía a los humanos.
- Pueblo de Al-Gosán:
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-Siempre te estaré agradecido, Alanna. Lo que has hecho por mí, y por mi padre. Nunca olvidaré cuando irrumpiste en la habitación para salvarnos... – le recordaba con agradecimiento a “la gata” Flint Roiland, hijo del gobernador de la ciudad, que se había apuntado como soldado a la guarnición, junto a sus dos compañeros: Asher y Alanna, con los que había entablado amistad desde la salida de Roilkat hace una semana. – Quiero mucho a mi padre, pero diste tu vida por alguien que odia la de los demás. Ojalá esta absurda cruzada termine pronto. ¿No creéis? Esta gente no tiene la culpa de nada. – preguntó con esfuerzo a ambos mientras tiró de una cuerda para hacer ascender una bandera en la estructura más elevada del pueblo. A diferencia de su padre, el joven, de unos 27 años de edad, gozaba de mayor simpatía por los pueblos del desierto.
- Flint Roiland:
Cuando terminó de izar la bandera, miró hacia un lado y contempló como, los otros tres hombres que los acompañaban en el escuadrón, se encontraban junto a una familia de cuatro personas. Una de las cuatro que había en todo el poblado. Los soldados del ejército empujaban y tiraban al suelo a los campesinos, concretamente a la madre y al padre, mientras el hijo pequeño quedaba quieto aterrado. Otro de los guardias sujetaba a una joven de piel morena, que tendría unos 20 años de edad.
-¡Esto se llama derecho de pernada! Somos el ejército. Y si os quejáis, os cortamos la lengua. – amenazó uno de los guardias a los familiares a punta de espada, que suplicaban desde el suelo piedad. Mientras los otros tres reían. La joven forcejeaba para tratar de liberarse, sin posibilidad alguna. – Metedla en la casa. – gritó a sus dos compañeros - Te vamos a dejar esa piel marrón que tienes entera de blanco. – rió el tipo, mirando lascivamente a la joven. La obligaron a entrar en la casa ignorando las suplicas de sus familiares. Bloquearon la puerta con una estaca. - ¡Me pido desvestirla!– se escuchó a otro de los pervertidos ya en el interior de la casa.
-¡Eh! ¿Pero qué estáis haciendo? – gritó Flint, que vio la escena y corrió a tratar de socorrerla, pero cuando golpeó la puerta que acababa de cerrarse, era incapaz de abrirla. - ¡Deteneos! ¡Basta! – gritó sin conseguir nada.
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¡Bienvenidos Alanna y Asher! Se trata de una misión relativamente peligrosa con la etiqueta de [+18], pero aún así habéis sido valientes para apuntaros. Os felicito por ello. Tendréis unos cuantos retos dignos de dicha etiqueta y una trama que preveo, pese al sol, bastante oscura y con sorpresas. Es una secuela directa de los sucesos de los nórgedos que tuvimos en verano. Por lo que dado que Alanna participó en los mismos, me he tomado algunas licencias para elegirla a ella como protagonista, de modo que sería mejor que empezase ella.
Sois enviados por Tyron como hombres de confianza para apoyar a la guarnición de Roilkat. Se trata de misiones de conquista “pacíficas”, en el que os mimetizáis con la cultura de los nórgedos. Debéis explicar como os habéis unido a la guarnición y vuestras vivencias en la semana que lleváis de campaña.
También deberéis lidiar con esos tres “campeones” de Roilkat. Ya imagináis lo que pretenden. Podéis ignorar la escena y hacer la vista gorda, a fin de cuentas, son vuestros compañeros. O uniros a Flint Roiland y tratar de detenerlos. Los conocéis de una semana y sabéis su temperamento. Si actuáis, en el siguiente turno tendréis pelea con ellos. Recordad que cada decisión afectará al devenir de la quest. Podéis usar a los personajes que consideréis o ponerles nombre. La imaginación también se premia.
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
Hay cosas que nunca desaparecen, están en la tierra, como las rocas, el aire y el agua, nacen y crecen, juegan a amontonar rocas, a hacer altas torres para intentar tocar las nubes y tener la impresión de que tocan las estrellas. La inocencia, las risas, la amistad, son cosas que hacen pensar a la gente que logran sus sueños, pero no siempre son reales. La inocencia no siempre es buena, confiar en alguien puede llevarte a la desgracia, ser fiel a uno mismo puede hacer que no lo seas a tus allegados, siempre hay un contra para cualquier pro, y siempre hay una verdad en una mentira, siempre no es siempre y nunca no es nunca, cualquier moneda tiene dos caras, y toda historia dos versiones.
Mientras el sol del desierto le quemaba en la cara, cubierta por uno de esos raros pañuelos que la habían obligado a llevar, y a los dioses gracias por ello, o de lo contrario estaría abrasándose bajo el calor infernal, y las pullas de Wernack le retumbaban en la mente, su cabeza voló hasta un despacho mucho más fresco, con sede en Lunargenta.
Tiempo atrás Tyron la había llamado a su despacho, las relaciones con sus superiores habían estado algo chirriantes desde la llegada de Wernack y el encarcelamiento de Eltrant, Alanna ya no confiaba tanto como antes en las decisiones de estos, creía que Tyron no había actuado bien, y que doblegar una voluntad por la fuerza no era la mejor manera de convencer a alguien. Su conciencia había quedado manchada, una vez más, por culpa de la guardia. Una cosa era apresar malvados, encarcelar asaltantes o enjuiciar asesinos, pero la habían obligado a liberar a alguien que iba a ser juzgado para, al final, arrebatarle lo más preciado que tenía cualquiera, la libertad.
Alanna había sido consciente de los problemas al entrar al despacho cabizbaja, su moral estaba por los suelos los últimos tiempos, ni si quiera quería salir a patrullar con los demás como había hecho usualmente, prefería, nuevamente, quedarse con el turno de noche y vigilar en la calma nocturna, pasear por los tejados húmedos mientras la lluvia la ayudaba a desaparecer del mapa. Pero sus obligaciones seguían presentes, por ello cuando la habían llamado, aun a pesar de las ganas nulas que tenía por una nueva misión o una regañina, había acudido. No sabía porque sentía que la iban a regañar, en realidad, no había hecho nada que pudiera merecer un castigo, pero tal vez el alejarse de su equipo la llevase a na advertencia, sin embargo, los sucesos no fueron como pensó.
Tyron alzó la vista de sus papeles al escuchar los golpes en la puerta y le permitió el paso dejando a un lado los informes que le llevaban de cabeza. La Gata se sentía incapaz de mirar al hombre a la cara, decepcionada de las decisiones que él había tomado y avergonzada de si misma por haberlas acatado confiando en un superior. Debía haber más formas de convencer a alguien, todos tenían una oportunidad de cambiar, de elegir, no aceptaba esos modos dictatoriales, no eran una mafia, eran la guardia, un ejercito, pero no iban a comportarse como meros peones.
- Señor.- saludó Alanna con la reverencia que indicaba el protocolo ante un superior con una seriedad impropia de ella.- ¿me ha llamado?
- Delteria.- suspiró el hombre.- Si, te he llamado, Roilkat nos ha pedido colaboración, y el hijo mayor de Ser Roiland ha decidido emprender una misión de paz por el arenal y ha reclamado tu ayuda.
- ¿El hijo de Ser Roiland?- preguntó levantando la cabeza, debía ser uno de los que había salvado en el ataque de las gentes del desierto.- Claro, iré de inmediato.- Dijo deseosa de salir de allí.
- Espera Delteria, he visto que estás alejandote de los demás, ¿va todo bien?- Alanna lo miró con cierta incredulidad pintada en los ojos e un rostro tranquilo.
- Si, señor.- mintió abriendo la puerta.
- Espero que así sea, Asher te acompañará, quiero que vigiles como se desenvuelve.- Afirmó saliendo de detrás de su mesa apoyándose en ella para hablar.
- Bromea ¿no?- dijo ella cerrando nuevamente la puerta, quedándose en el despacho.- No pienso volver a ser el peón de su ajedrez, ya le he hecho bastante daño, ya se lo hemos hecho todos.- murmuró desviando la vista.
- Solo quien ha errado puede reparar lo roto, así que inténtalo, pero por si acaso, te diré dos palabras que lo controlan.- dijo pasándole un papel con las palabras escritas y su pronunciación, ¿acaso él no se sentia culpable? Que entereza, ¿cómo podía arrebatarle la libertad a alguien del modo que lo había hecho y seguir en paz?.- Salís en dos horas, y no habrá réplica.
Alanna salió del lugar arrugando el papel y abriendo la puerta con cierta fiereza, y dientes apretados, quería tirar la nota, pero no podía arriesgarse a que nadie más lo viera, eran pocas las personas que sabían de esas palabras, y ella no quería ser una de ellas.
La llegada a Roilkat había sido, cuanto menos, curiosa, las acciones de reconstrucción de la ciudad seguían en marcha y a buen ritmo y las cosas parecían ir mejorando, si realmente querían iniciar una misión de paz podrían hacer una gran bien a quienes habitaban el arenal. Los años de reclusión habían provocado el miedo, la ira y la cautela en miembros de una y otra comunidad, y como ya le había dicho una vez al hombre perro, lo que provocaba el odio, no era otra cosa que el miedo.
Para todos era más difícil odiar a alguien que reconocer que lo temían, era más fácil odiar que tomarse el tiempo de entender a los demás, y podía ver que, aunque ella si intentaba obviar el primer instinto de aborrecer aquello que se desconoce, no todo el mundo lo hacía, ni estaban dispuesto a dar oportunidades a los demás, ella lo había sufrido en sus carnes, y lo hacía en ese momento con las miradas que el hombre perro le lanzaba de soslayo y los comentarios que soltaba con clara intención de que ella supiera algo que era, más que obvio, la odiaba.
Habían entrado en la mansión también en reconstrucción, como si de viejos amigos de la familia se trataran, y los había recibido Flint, el hijo mayor de la familia, con brazos abiertos. Había dado un abrazo a la Gata al verla, que se había quedado realmente extrañada, pero había llegado a sonreír en respuesta, estaba claro que su labor no era del todo inútil, debía haber sido lo último que había hecho bien en mucho tiempo. Salvar a una familia en problemas.
Les permitieron entrar y tomar asiento en un espacioso salón antes de comenzar con la explicación, habían sido llamados por petición suya, Alanna, al menos, Wernak daba la impresión de ser un añadido de última hora. La chica tragó saliva, nerviosa, y miró de reojo por entre su corto cabello al hombre perro, ¿Cómo le sentaría eso? Esperaba que no demasiado mal, ya tenía bastante con el odio que le profesaba ya, como para que siguiera acumulando razones contra ella, porque tenía razones, y eso era algo que Alanna sabía más que de sobra.
Ella preferiría morir a no poder ser libre. Se tocó inconscientemente la mano enguantada. Voluntad, habían dicho las palabras que aun decoraban invisibles su mano verdosa. Si, probablemente eso era lo único que había tenido siempre. Un puñado de buenas voluntades, de deseos de bienestar, de peticiones de ayuda y sueños que se iban quebrando y reparando, dejando las motas de polvo de sus torres de piedra que nunca llegaban a alcanzar las estrellas ni a rozar las nubes.
Cuando al fin las explicaciones estuvieron dadas y los preparativos acabados, se pusieron en marcha, les dieron unas ropas extrañas, debían fundirse en las tradiciones de los, mal nombrados, Nórgedos, si querían convencerles de que realmente querían la paz. Unas túnicas pasaron a ser sus ropajes y unos pañuelos les envolvieron la cabeza. Tuvo que aguantar una ligera risa al imaginar al hombre perro cubierto hasta la cabeza, sería algo raro, ¿parecería, incluso, más peludo con toda esa ropa encima?, ¿sería como ver a un peluche vestido?, un peluche con muy mala uva. Pero no, por supuesto, que alguien con tanto pelo se protegiera del sol, que aun así no le alcanzaría la piel, era ridículo.
Pero eso había sido semanas atrás. Se habían adentrado en las arenas y el calor hacía días que les comenzaba a pasar factura, a pesar de ser época de lluvias ni una sola nube podía verse por el horizonte, parecía increíble que ella, que tanto pavor le tenía a las tormentas, pensara algo así, pero realmente extrañaba la lluvia. Los bosques y los campos, pasear por las calzadas húmedas pudiendo chapotear por los charcos o acabar empapada de camino a casa. Echaba de menos el aroma de la calzada mojada, de la tierra húmeda y el sol reflejando en el suelo.
Allí todo era yermo, árido y seco, solo algunas localidades afortunadas disfrutaban de oasis cercanos, parecía mentira que esas personas pudieran vivir así, si fuera ella, también se habría revelado contra eso, tal vez no del mismo modo que los Nórgedos, pero habría protestado con todas sus fuerzas. Las gentes del arenal necesitaban ayuda.
Giró a mirar a Flint, esas semanas los habían unido, había llegado a apreciar al amable hijo de lord Roiland, tan diferente a su padre. Era un joven entusiasta y con esperanzas que quería contribuir a mejorar el mundo con sus manos y sus posibilidades, no erigía castillos en el aire, los creaba en la tierra, sobre bases sólidas y con sus propias manos.
- Es mi deber, no me debéis nada.- sonrió esperando la puya de Asher, como le habían dicho que debía llamarlo.- yo también espero que todo acabe pronto, cuanto antes volvamos antes podremos mandar hasta estos lugares lo que necesiten, ellos no son culpables de las decisiones de otros, ni del pasado de sus padres, solo son victimas, espero que pronto puedan estar tranquilos. - Afirmó con sinceridad.
Comentó cuando Flint plantaba un estandarte en el lugar para dar a entender que eso era propiedad humana. Tampoco le hacía gracia eso, era una misión de paz, no de reconquista, pero frente a todos no era el momento de decirlo, esperaría a que la noche cayera para apartar al Flint y hablar con él. En eso pensaba cuando los gritos comenzaron a oírse.
Los otros tres hombres que habían acompañado a Asher, Flint y Alanna al lugar parecían estar cansados de estar lejos de las prostitutas a las que pagaban para saciarlos y habían decidido tomar a una joven aldeana como relevo. La Gata, indignada, decidió bajar a socorrer a la chica. ¿Quienes se pensaban esos ceporros que eran para tratar así a nadie? Habían ido a poner paz, no a dar más razones para una guerra.
Los familiares lloraban y suplicaban, alejados, temerosos de recibir daño también, porque soltaran a la joven. Mientras comenzaban a cerrar la puerta Alanna pasó por entre ellos posando una mano en el hombro de la mujer llorosa, probablemente la madre de la joven, indicándole que no se preocupara, iba a intervenir. Llamó a la puerta con fuerza, pero fue ignorada.
Sin decir nada, miró a Flint y luego a la familia, el hombre pareció entenderla y acudió a ellos para intentar calmar sus miedos mientras ella lanzaba una mirada Asher antes de suspirar, ¿ayudaría? Quien sabía. Apresurada, dio la vuelta a la casa en busca de alguna ventana mientras algo retumbaba en la puerta.
Apretando los dientes se coló, sacando las dagas de bajo su túnica, enganchadas a sus pantalones con sus habituales enganches y se plantó tras ellos con sigilo, sintiéndose afortunada por el que fuera que hubiera dado tal empujón a la puerta como para distraer a los hombres de su labor. Y se escondió tras una tupida cortina que parecía servir para separar dos cuartos de la casa. Debía esperar un poco, pero no pensaba permitir que tocasen más a esa joven, en cuanto viera un instante, la llevaría con ella fuera del dormitorio.
Mientras el sol del desierto le quemaba en la cara, cubierta por uno de esos raros pañuelos que la habían obligado a llevar, y a los dioses gracias por ello, o de lo contrario estaría abrasándose bajo el calor infernal, y las pullas de Wernack le retumbaban en la mente, su cabeza voló hasta un despacho mucho más fresco, con sede en Lunargenta.
Tiempo atrás Tyron la había llamado a su despacho, las relaciones con sus superiores habían estado algo chirriantes desde la llegada de Wernack y el encarcelamiento de Eltrant, Alanna ya no confiaba tanto como antes en las decisiones de estos, creía que Tyron no había actuado bien, y que doblegar una voluntad por la fuerza no era la mejor manera de convencer a alguien. Su conciencia había quedado manchada, una vez más, por culpa de la guardia. Una cosa era apresar malvados, encarcelar asaltantes o enjuiciar asesinos, pero la habían obligado a liberar a alguien que iba a ser juzgado para, al final, arrebatarle lo más preciado que tenía cualquiera, la libertad.
Alanna había sido consciente de los problemas al entrar al despacho cabizbaja, su moral estaba por los suelos los últimos tiempos, ni si quiera quería salir a patrullar con los demás como había hecho usualmente, prefería, nuevamente, quedarse con el turno de noche y vigilar en la calma nocturna, pasear por los tejados húmedos mientras la lluvia la ayudaba a desaparecer del mapa. Pero sus obligaciones seguían presentes, por ello cuando la habían llamado, aun a pesar de las ganas nulas que tenía por una nueva misión o una regañina, había acudido. No sabía porque sentía que la iban a regañar, en realidad, no había hecho nada que pudiera merecer un castigo, pero tal vez el alejarse de su equipo la llevase a na advertencia, sin embargo, los sucesos no fueron como pensó.
Tyron alzó la vista de sus papeles al escuchar los golpes en la puerta y le permitió el paso dejando a un lado los informes que le llevaban de cabeza. La Gata se sentía incapaz de mirar al hombre a la cara, decepcionada de las decisiones que él había tomado y avergonzada de si misma por haberlas acatado confiando en un superior. Debía haber más formas de convencer a alguien, todos tenían una oportunidad de cambiar, de elegir, no aceptaba esos modos dictatoriales, no eran una mafia, eran la guardia, un ejercito, pero no iban a comportarse como meros peones.
- Señor.- saludó Alanna con la reverencia que indicaba el protocolo ante un superior con una seriedad impropia de ella.- ¿me ha llamado?
- Delteria.- suspiró el hombre.- Si, te he llamado, Roilkat nos ha pedido colaboración, y el hijo mayor de Ser Roiland ha decidido emprender una misión de paz por el arenal y ha reclamado tu ayuda.
- ¿El hijo de Ser Roiland?- preguntó levantando la cabeza, debía ser uno de los que había salvado en el ataque de las gentes del desierto.- Claro, iré de inmediato.- Dijo deseosa de salir de allí.
- Espera Delteria, he visto que estás alejandote de los demás, ¿va todo bien?- Alanna lo miró con cierta incredulidad pintada en los ojos e un rostro tranquilo.
- Si, señor.- mintió abriendo la puerta.
- Espero que así sea, Asher te acompañará, quiero que vigiles como se desenvuelve.- Afirmó saliendo de detrás de su mesa apoyándose en ella para hablar.
- Bromea ¿no?- dijo ella cerrando nuevamente la puerta, quedándose en el despacho.- No pienso volver a ser el peón de su ajedrez, ya le he hecho bastante daño, ya se lo hemos hecho todos.- murmuró desviando la vista.
- Solo quien ha errado puede reparar lo roto, así que inténtalo, pero por si acaso, te diré dos palabras que lo controlan.- dijo pasándole un papel con las palabras escritas y su pronunciación, ¿acaso él no se sentia culpable? Que entereza, ¿cómo podía arrebatarle la libertad a alguien del modo que lo había hecho y seguir en paz?.- Salís en dos horas, y no habrá réplica.
Alanna salió del lugar arrugando el papel y abriendo la puerta con cierta fiereza, y dientes apretados, quería tirar la nota, pero no podía arriesgarse a que nadie más lo viera, eran pocas las personas que sabían de esas palabras, y ella no quería ser una de ellas.
La llegada a Roilkat había sido, cuanto menos, curiosa, las acciones de reconstrucción de la ciudad seguían en marcha y a buen ritmo y las cosas parecían ir mejorando, si realmente querían iniciar una misión de paz podrían hacer una gran bien a quienes habitaban el arenal. Los años de reclusión habían provocado el miedo, la ira y la cautela en miembros de una y otra comunidad, y como ya le había dicho una vez al hombre perro, lo que provocaba el odio, no era otra cosa que el miedo.
Para todos era más difícil odiar a alguien que reconocer que lo temían, era más fácil odiar que tomarse el tiempo de entender a los demás, y podía ver que, aunque ella si intentaba obviar el primer instinto de aborrecer aquello que se desconoce, no todo el mundo lo hacía, ni estaban dispuesto a dar oportunidades a los demás, ella lo había sufrido en sus carnes, y lo hacía en ese momento con las miradas que el hombre perro le lanzaba de soslayo y los comentarios que soltaba con clara intención de que ella supiera algo que era, más que obvio, la odiaba.
Habían entrado en la mansión también en reconstrucción, como si de viejos amigos de la familia se trataran, y los había recibido Flint, el hijo mayor de la familia, con brazos abiertos. Había dado un abrazo a la Gata al verla, que se había quedado realmente extrañada, pero había llegado a sonreír en respuesta, estaba claro que su labor no era del todo inútil, debía haber sido lo último que había hecho bien en mucho tiempo. Salvar a una familia en problemas.
Les permitieron entrar y tomar asiento en un espacioso salón antes de comenzar con la explicación, habían sido llamados por petición suya, Alanna, al menos, Wernak daba la impresión de ser un añadido de última hora. La chica tragó saliva, nerviosa, y miró de reojo por entre su corto cabello al hombre perro, ¿Cómo le sentaría eso? Esperaba que no demasiado mal, ya tenía bastante con el odio que le profesaba ya, como para que siguiera acumulando razones contra ella, porque tenía razones, y eso era algo que Alanna sabía más que de sobra.
Ella preferiría morir a no poder ser libre. Se tocó inconscientemente la mano enguantada. Voluntad, habían dicho las palabras que aun decoraban invisibles su mano verdosa. Si, probablemente eso era lo único que había tenido siempre. Un puñado de buenas voluntades, de deseos de bienestar, de peticiones de ayuda y sueños que se iban quebrando y reparando, dejando las motas de polvo de sus torres de piedra que nunca llegaban a alcanzar las estrellas ni a rozar las nubes.
Cuando al fin las explicaciones estuvieron dadas y los preparativos acabados, se pusieron en marcha, les dieron unas ropas extrañas, debían fundirse en las tradiciones de los, mal nombrados, Nórgedos, si querían convencerles de que realmente querían la paz. Unas túnicas pasaron a ser sus ropajes y unos pañuelos les envolvieron la cabeza. Tuvo que aguantar una ligera risa al imaginar al hombre perro cubierto hasta la cabeza, sería algo raro, ¿parecería, incluso, más peludo con toda esa ropa encima?, ¿sería como ver a un peluche vestido?, un peluche con muy mala uva. Pero no, por supuesto, que alguien con tanto pelo se protegiera del sol, que aun así no le alcanzaría la piel, era ridículo.
Pero eso había sido semanas atrás. Se habían adentrado en las arenas y el calor hacía días que les comenzaba a pasar factura, a pesar de ser época de lluvias ni una sola nube podía verse por el horizonte, parecía increíble que ella, que tanto pavor le tenía a las tormentas, pensara algo así, pero realmente extrañaba la lluvia. Los bosques y los campos, pasear por las calzadas húmedas pudiendo chapotear por los charcos o acabar empapada de camino a casa. Echaba de menos el aroma de la calzada mojada, de la tierra húmeda y el sol reflejando en el suelo.
Allí todo era yermo, árido y seco, solo algunas localidades afortunadas disfrutaban de oasis cercanos, parecía mentira que esas personas pudieran vivir así, si fuera ella, también se habría revelado contra eso, tal vez no del mismo modo que los Nórgedos, pero habría protestado con todas sus fuerzas. Las gentes del arenal necesitaban ayuda.
Giró a mirar a Flint, esas semanas los habían unido, había llegado a apreciar al amable hijo de lord Roiland, tan diferente a su padre. Era un joven entusiasta y con esperanzas que quería contribuir a mejorar el mundo con sus manos y sus posibilidades, no erigía castillos en el aire, los creaba en la tierra, sobre bases sólidas y con sus propias manos.
- Es mi deber, no me debéis nada.- sonrió esperando la puya de Asher, como le habían dicho que debía llamarlo.- yo también espero que todo acabe pronto, cuanto antes volvamos antes podremos mandar hasta estos lugares lo que necesiten, ellos no son culpables de las decisiones de otros, ni del pasado de sus padres, solo son victimas, espero que pronto puedan estar tranquilos. - Afirmó con sinceridad.
Comentó cuando Flint plantaba un estandarte en el lugar para dar a entender que eso era propiedad humana. Tampoco le hacía gracia eso, era una misión de paz, no de reconquista, pero frente a todos no era el momento de decirlo, esperaría a que la noche cayera para apartar al Flint y hablar con él. En eso pensaba cuando los gritos comenzaron a oírse.
Los otros tres hombres que habían acompañado a Asher, Flint y Alanna al lugar parecían estar cansados de estar lejos de las prostitutas a las que pagaban para saciarlos y habían decidido tomar a una joven aldeana como relevo. La Gata, indignada, decidió bajar a socorrer a la chica. ¿Quienes se pensaban esos ceporros que eran para tratar así a nadie? Habían ido a poner paz, no a dar más razones para una guerra.
Los familiares lloraban y suplicaban, alejados, temerosos de recibir daño también, porque soltaran a la joven. Mientras comenzaban a cerrar la puerta Alanna pasó por entre ellos posando una mano en el hombro de la mujer llorosa, probablemente la madre de la joven, indicándole que no se preocupara, iba a intervenir. Llamó a la puerta con fuerza, pero fue ignorada.
Sin decir nada, miró a Flint y luego a la familia, el hombre pareció entenderla y acudió a ellos para intentar calmar sus miedos mientras ella lanzaba una mirada Asher antes de suspirar, ¿ayudaría? Quien sabía. Apresurada, dio la vuelta a la casa en busca de alguna ventana mientras algo retumbaba en la puerta.
Apretando los dientes se coló, sacando las dagas de bajo su túnica, enganchadas a sus pantalones con sus habituales enganches y se plantó tras ellos con sigilo, sintiéndose afortunada por el que fuera que hubiera dado tal empujón a la puerta como para distraer a los hombres de su labor. Y se escondió tras una tupida cortina que parecía servir para separar dos cuartos de la casa. Debía esperar un poco, pero no pensaba permitir que tocasen más a esa joven, en cuanto viera un instante, la llevaría con ella fuera del dormitorio.
Alanna Delteria
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
¿Que demonios estaba haciendo ahí?
Era una pregunta que surgía con cada vez más frecuencia en mi cabeza. En cuestión de semanas me había encontrado en una celda, un juicio, un cuartel que defender, un patio de entrenamiento, un barco en alta mar y en medio de un arenal. La respuesta a la pregunta era, como siempre, "seguir órdenes".
Tyron debía haberse visto en un aprieto para enviarme a mi. Sabía que no le gustaba no tenerme en una correa. No confiaba en mi, como era lógico, pero aunque eso normalmente supondría semanas tranquilas en las que no me enviase a más que patrullas y entrenamientos, los sucesos recientes habían hecho que la guardia se viese algo escasa de personal. Por eso me había enviado a mi junto a... ella, su "persona de confianza", para aquella expedición.
Pero la pregunta seguía sin ser respondida. ¿Que hacía ahí? Se suponía que era una misión "de paz". El nombre que le habían dado a aquello era repugnante. Todo el ejercito sabía que iba a hacer: cumplir los deseos de algún gran noble imbécil con ansias de conquista, incluso si era territorio árido e inútil que nadie quería. Si iba a hacer eso, al menos podría haberlo llamado como lo que era. El único motivo por el que la invasión sería "pacífica" era porque todo en el desierto estaba muerto, y si estaba muerto, había paz. Había tenido el dudoso placer de ver de primera mano la mansión del tal Lord Roiland. Solo hacía falta un vistazo a su hogar para saber que nunca había pasado por nada similar a lo que sufrían los Nórgedos.
Los detalles sobre nuestra misión estaban casi tan adornados como el salón en el que nos encontrábamos. Salón que disfrutaría viendo arder. También recibimos una breve explicación sobre a que nos podríamos enfrentar. Básicamente, bandidos. Había estado ocupado durante la batalla de Roilkat, pero había oído un buen resumen. Lo suficiente como para determinar, sin duda alguna, que Roiland era imbécil y se merecía haber perdido la guerra. Había enviado a toda la gente peligrosa o pobre a un lugar inhóspito, de forma que se ganó su odio. Y cuanto más tiempo pasaba, más enemigos enviaba. ¿Que se esperaba que ocurriese? Los Nórgedos eran básicamente lo contrario de los nobles acomodados. En ese ambiente, o se hacían aún más duros, o morían. Tenía ganas de ir a decírselo a la cara. Y de darle un buen puñetazo, también.
Por supuesto, esas no fueron las palabras que nos contaron a nosotros. Estas se acercaban más a ser un "Ellos salvajes, malos. Nosotros conquistadores buenos. Nosotros conquistar." Me preguntaba cuanta gente en aquel "ejercito de paz" se lo había tragado. Lo más curioso fue que muy pocos cuestionaron el tener que llevar un atuendo de aquellos "salvajes". Por supuesto, yo me encontraba entre ellos. No iba a taparme más para ir a un maldito arenal.
Pasamos una semana vagando bajo el sol. Estábamos en un pequeño escuadrón de seis personas. Aunque no podía evitar el dudar de si el término "personas" era el más adecuado. Además de la "guardia de honor", teníamos al que resultaba ser el hijo del ya mencionado gran noble imbécil. Y junto a él, tres repulsivos matones sin muchas luces que hablaban a voces y se reían de cualquier cosa. Ni Garrett, ni Eltrant, ni Hont, ni nadie con quien hablar. Aunque Flint parecía algo decente, su admiración por la guarda y sus comentarios sobre la cruzada hacían que nuestras conversaciones fuesen mínimas.
Al menos la arena era agradable de pisar. No tanto como la de una playa, pero seguía siendo suave bajo mis patas. Había tardado un rato en acostumbrarme al terreno: la diferencia de altura y superficie podían cambiar las tornas en un combate. Aunque en teoría no íbamos a ir a luchar, tenía la sensación de que pasaría tarde o temprano.
-Oh, que bien. ¿Le salvaste la vida al conquistador? Y por eso estamos aquí. Estarás muy orgullosa...- comenté al oír por tercera vez la hazaña de la guardia en boca de Flint. -Sabes, si tanto odias esto, nada te impide convencer a tu padre de que se detenga. Los dos teníais una oportunidad clara para impedir esto. Todo lo que pase aquí es, en parte, vuestra responsabilidad.- gruñí, mordaz. Odiaba esa clase de gente. Aquellos que sonríen y fingen que algo les importa, pero se niegan a actuar en consecuencia. Pero las puyas más ácidas iban siempre hacia Alanna. La confidente de Tyron. Aquella que intentó trabar amistad conmigo mientras me llevaba de camino al verdugo. No había estado reaccionando, pero estaba seguro de que mostraría su verdadera faceta tarde o temprano.
La mayor parte del viaje, sin embargo, estaba callado o sumido en mis pensamientos. Echaba de menos a Kayr. ¿Donde estaría? Se había acostumbrado bien a los bosques más profundos en las afueras de Lunargenta. No le había visto en semanas, antes de que fuese apresado. Sin embargo, estaba seguro de que lo volvería a ver. El felino me había cogido cariño, incluso si no nos veíamos en largas temporadas. Empecé a recordar gente que una vez conocí y aprecié, pero acabé sin volver a ver. Finn. Geralt. Milva. Y toda mi familia. ¿Se desvanecerían las amistades más recientes que tenía de igual forma?
Un grito me sacó de mis pensamientos. Los tres brutos del escuadrón estaban amenazando a una de las familias locales, y empezaron a demandar algo sobre "derecho de pernada". Esbocé una mueca de asco al escuchar su siguiente comentario.
-Lo que hay que oir.- musité, dirigiéndome a la puerta. No teníamos tiempo para eso. La mujer y su familia me daban lo mismo, pero no iba a dejar que fuesen a aprovecharse de su situación de esa manera. Me dirigí a la puerta, bloqueada desde dentro, y le hice una señal a Flint para que me ayudase. Ambos nos colocamos en frente y nos preparamos.
-Tres... dos... uno... ¡Ahora!- con una pequeña carga de hombro, nos lanzamos contra la puerta, que se abrió con un chasquido. Fuera lo que fuese que la mantenía cerrada, estaba roto. Los soldados estaban ahí, en el salón. Uno de ellos sujetaba a la mujer mientras el otro intentaba desvestirla, sin demasiado éxito. El otro tan solo observaba, más alejado.
-¿Que demonios quieres? Búscate a otra furcia.
-Leyes donde no hay leyes: Los ladrones pierden sus manos. Los mentirosos pierden sus lenguas. Los asesinos, pierden sus cabezas.- desenfundé mi espada y apunté a uno de los hombres. -¿Que creéis que pierde un violador?- pregunté con una sonrisa lopuna. Había estado deseando tener una buena excusa para darles una lección, y ese era el mejor momento.
-Mantén sujeta a esta zorra. Voy a enseñarle al chucho quien manda.- escupió, acercándose y preparando su arma. Probablemente no me dejarían salir impune si lo mataba. Pero nadie se quejaría si le rompía algún hueso.
Era una pregunta que surgía con cada vez más frecuencia en mi cabeza. En cuestión de semanas me había encontrado en una celda, un juicio, un cuartel que defender, un patio de entrenamiento, un barco en alta mar y en medio de un arenal. La respuesta a la pregunta era, como siempre, "seguir órdenes".
Tyron debía haberse visto en un aprieto para enviarme a mi. Sabía que no le gustaba no tenerme en una correa. No confiaba en mi, como era lógico, pero aunque eso normalmente supondría semanas tranquilas en las que no me enviase a más que patrullas y entrenamientos, los sucesos recientes habían hecho que la guardia se viese algo escasa de personal. Por eso me había enviado a mi junto a... ella, su "persona de confianza", para aquella expedición.
Pero la pregunta seguía sin ser respondida. ¿Que hacía ahí? Se suponía que era una misión "de paz". El nombre que le habían dado a aquello era repugnante. Todo el ejercito sabía que iba a hacer: cumplir los deseos de algún gran noble imbécil con ansias de conquista, incluso si era territorio árido e inútil que nadie quería. Si iba a hacer eso, al menos podría haberlo llamado como lo que era. El único motivo por el que la invasión sería "pacífica" era porque todo en el desierto estaba muerto, y si estaba muerto, había paz. Había tenido el dudoso placer de ver de primera mano la mansión del tal Lord Roiland. Solo hacía falta un vistazo a su hogar para saber que nunca había pasado por nada similar a lo que sufrían los Nórgedos.
Los detalles sobre nuestra misión estaban casi tan adornados como el salón en el que nos encontrábamos. Salón que disfrutaría viendo arder. También recibimos una breve explicación sobre a que nos podríamos enfrentar. Básicamente, bandidos. Había estado ocupado durante la batalla de Roilkat, pero había oído un buen resumen. Lo suficiente como para determinar, sin duda alguna, que Roiland era imbécil y se merecía haber perdido la guerra. Había enviado a toda la gente peligrosa o pobre a un lugar inhóspito, de forma que se ganó su odio. Y cuanto más tiempo pasaba, más enemigos enviaba. ¿Que se esperaba que ocurriese? Los Nórgedos eran básicamente lo contrario de los nobles acomodados. En ese ambiente, o se hacían aún más duros, o morían. Tenía ganas de ir a decírselo a la cara. Y de darle un buen puñetazo, también.
Por supuesto, esas no fueron las palabras que nos contaron a nosotros. Estas se acercaban más a ser un "Ellos salvajes, malos. Nosotros conquistadores buenos. Nosotros conquistar." Me preguntaba cuanta gente en aquel "ejercito de paz" se lo había tragado. Lo más curioso fue que muy pocos cuestionaron el tener que llevar un atuendo de aquellos "salvajes". Por supuesto, yo me encontraba entre ellos. No iba a taparme más para ir a un maldito arenal.
Pasamos una semana vagando bajo el sol. Estábamos en un pequeño escuadrón de seis personas. Aunque no podía evitar el dudar de si el término "personas" era el más adecuado. Además de la "guardia de honor", teníamos al que resultaba ser el hijo del ya mencionado gran noble imbécil. Y junto a él, tres repulsivos matones sin muchas luces que hablaban a voces y se reían de cualquier cosa. Ni Garrett, ni Eltrant, ni Hont, ni nadie con quien hablar. Aunque Flint parecía algo decente, su admiración por la guarda y sus comentarios sobre la cruzada hacían que nuestras conversaciones fuesen mínimas.
Al menos la arena era agradable de pisar. No tanto como la de una playa, pero seguía siendo suave bajo mis patas. Había tardado un rato en acostumbrarme al terreno: la diferencia de altura y superficie podían cambiar las tornas en un combate. Aunque en teoría no íbamos a ir a luchar, tenía la sensación de que pasaría tarde o temprano.
-Oh, que bien. ¿Le salvaste la vida al conquistador? Y por eso estamos aquí. Estarás muy orgullosa...- comenté al oír por tercera vez la hazaña de la guardia en boca de Flint. -Sabes, si tanto odias esto, nada te impide convencer a tu padre de que se detenga. Los dos teníais una oportunidad clara para impedir esto. Todo lo que pase aquí es, en parte, vuestra responsabilidad.- gruñí, mordaz. Odiaba esa clase de gente. Aquellos que sonríen y fingen que algo les importa, pero se niegan a actuar en consecuencia. Pero las puyas más ácidas iban siempre hacia Alanna. La confidente de Tyron. Aquella que intentó trabar amistad conmigo mientras me llevaba de camino al verdugo. No había estado reaccionando, pero estaba seguro de que mostraría su verdadera faceta tarde o temprano.
La mayor parte del viaje, sin embargo, estaba callado o sumido en mis pensamientos. Echaba de menos a Kayr. ¿Donde estaría? Se había acostumbrado bien a los bosques más profundos en las afueras de Lunargenta. No le había visto en semanas, antes de que fuese apresado. Sin embargo, estaba seguro de que lo volvería a ver. El felino me había cogido cariño, incluso si no nos veíamos en largas temporadas. Empecé a recordar gente que una vez conocí y aprecié, pero acabé sin volver a ver. Finn. Geralt. Milva. Y toda mi familia. ¿Se desvanecerían las amistades más recientes que tenía de igual forma?
Un grito me sacó de mis pensamientos. Los tres brutos del escuadrón estaban amenazando a una de las familias locales, y empezaron a demandar algo sobre "derecho de pernada". Esbocé una mueca de asco al escuchar su siguiente comentario.
-Lo que hay que oir.- musité, dirigiéndome a la puerta. No teníamos tiempo para eso. La mujer y su familia me daban lo mismo, pero no iba a dejar que fuesen a aprovecharse de su situación de esa manera. Me dirigí a la puerta, bloqueada desde dentro, y le hice una señal a Flint para que me ayudase. Ambos nos colocamos en frente y nos preparamos.
-Tres... dos... uno... ¡Ahora!- con una pequeña carga de hombro, nos lanzamos contra la puerta, que se abrió con un chasquido. Fuera lo que fuese que la mantenía cerrada, estaba roto. Los soldados estaban ahí, en el salón. Uno de ellos sujetaba a la mujer mientras el otro intentaba desvestirla, sin demasiado éxito. El otro tan solo observaba, más alejado.
-¿Que demonios quieres? Búscate a otra furcia.
-Leyes donde no hay leyes: Los ladrones pierden sus manos. Los mentirosos pierden sus lenguas. Los asesinos, pierden sus cabezas.- desenfundé mi espada y apunté a uno de los hombres. -¿Que creéis que pierde un violador?- pregunté con una sonrisa lopuna. Había estado deseando tener una buena excusa para darles una lección, y ese era el mejor momento.
-Mantén sujeta a esta zorra. Voy a enseñarle al chucho quien manda.- escupió, acercándose y preparando su arma. Probablemente no me dejarían salir impune si lo mataba. Pero nadie se quejaría si le rompía algún hueso.
Asher Daregan
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
Mientras Flint y Asher golpeaban la puerta, Alanna se infiltraba sigilosa y sin ser vista. Trataban de desvestir a la joven nórgeda, que apenas llegaría a la mayoría de edad. Por suerte para ella, no todos los guardias eran unos cerdos impresentables. Aún había algunos con sentido del honor. Incluso Asher, antiguamente conocido como Wernack, parecía molesto con ellos.
-¡No os vamos a dejar pasar! – insistían desde dentro. – Bueno, la gata si quiere sí que puede entrar. – rió el tipo, que no sabía que Alanna se encontraba ya en la casa, pero no precisamente para lo que ellos esperaban.
La repentina intervención de Asher y Flint, que derribaron la puerta, pareció pillarlos de improviso. Y rápidamente abandonaron sus intentos por desvestir a la chica de piel morena para centrarse en los dos que acaban de entrar por la puerta.
Dos de los guardias sacaron sus espadas y se encararon con ellos, de manera desafiante. – Aquí mando yo. Salid antes de que os acuse al General por estorbar la misión. No tendréis pruebas para demostrarlo, será vuestra palabra contra la nuestra. – Indicaba uno de los hombres, que iba hacia ellos mientras el tercero, tiraba de la chica hacia atrás. - Déjalos, Baine, siempre tuve ganas de darle una paliza al hijo del gilipollas que nos envió a esta mierda de misión. - continuó desafiante su otro compañero, matón.
Habéis hecho una acción muy noble y rescataréis a la chica. Pero parece que estos descerebrados parecen dispuestos a pelear con vosotros.
Alanna, el movimiento de tus compañeros de la guardia te permite quedarte cerca del guardia que retiene a la joven. Está de espaldas a ti. Es un buen momento para dejarlo fuera de combate y sacar a la chica del hogar mientras Asher y Flint les dan una bien merecida paliza a los restantes.
No os voy a pedir ni que tiréis runas este turno. Verdaderamente no me importa lo que hagáis con estos guardias deplorables. Tenéis libertad total y habilidades de sobra para ajusticiarlos de la manera que queráis. Lo verdaderamente importante vendrá después, cuando Alanna, una vez fuera de la casa, advierta una nube de polvo acercarse en el desierto. Muy a lo lejos. ¿Una tormenta de arena? No. Una carga de caballería. ¿Amigos o enemigos? Eso aún está por ver. ¡Corre a advertir a tus compañeros!
Asher, a vuestros descerebrados compañeros guardias la proximidad de la caballería parece darles igual y no os van a dejar escapar. Se han obcecado en atacaros a Flint y a ti e ignoran vuestras advertencias y las de Alanna. No atienden a razones. Puedes manejar a Flint en combate. Para cuando los despachéis, la nube del desierto estará muy cerca. Pero no llegarán hasta el próximo turno.
-¡No os vamos a dejar pasar! – insistían desde dentro. – Bueno, la gata si quiere sí que puede entrar. – rió el tipo, que no sabía que Alanna se encontraba ya en la casa, pero no precisamente para lo que ellos esperaban.
La repentina intervención de Asher y Flint, que derribaron la puerta, pareció pillarlos de improviso. Y rápidamente abandonaron sus intentos por desvestir a la chica de piel morena para centrarse en los dos que acaban de entrar por la puerta.
Dos de los guardias sacaron sus espadas y se encararon con ellos, de manera desafiante. – Aquí mando yo. Salid antes de que os acuse al General por estorbar la misión. No tendréis pruebas para demostrarlo, será vuestra palabra contra la nuestra. – Indicaba uno de los hombres, que iba hacia ellos mientras el tercero, tiraba de la chica hacia atrás. - Déjalos, Baine, siempre tuve ganas de darle una paliza al hijo del gilipollas que nos envió a esta mierda de misión. - continuó desafiante su otro compañero, matón.
* * * * * * * * * * *
Habéis hecho una acción muy noble y rescataréis a la chica. Pero parece que estos descerebrados parecen dispuestos a pelear con vosotros.
Alanna, el movimiento de tus compañeros de la guardia te permite quedarte cerca del guardia que retiene a la joven. Está de espaldas a ti. Es un buen momento para dejarlo fuera de combate y sacar a la chica del hogar mientras Asher y Flint les dan una bien merecida paliza a los restantes.
No os voy a pedir ni que tiréis runas este turno. Verdaderamente no me importa lo que hagáis con estos guardias deplorables. Tenéis libertad total y habilidades de sobra para ajusticiarlos de la manera que queráis. Lo verdaderamente importante vendrá después, cuando Alanna, una vez fuera de la casa, advierta una nube de polvo acercarse en el desierto. Muy a lo lejos. ¿Una tormenta de arena? No. Una carga de caballería. ¿Amigos o enemigos? Eso aún está por ver. ¡Corre a advertir a tus compañeros!
Asher, a vuestros descerebrados compañeros guardias la proximidad de la caballería parece darles igual y no os van a dejar escapar. Se han obcecado en atacaros a Flint y a ti e ignoran vuestras advertencias y las de Alanna. No atienden a razones. Puedes manejar a Flint en combate. Para cuando los despachéis, la nube del desierto estará muy cerca. Pero no llegarán hasta el próximo turno.
Ger
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
Escondida tras la cortina, Alanna apretó los dientes, rabiosa, quería intervenir antes de que le pusieran una sola mano más encima, la chica frente a ella lloraba y suplicaba por ayuda mientras esos cazurros tiraban de su ropa intentando arrancársela. Tragó saliva apretando las manos en puños hasta que las uñas se le clavaron en las palmas. Su mano enguantada, cubriendo su único resquicio verde que la marcaba como una superviviente, parecía temblar decidida a actuar, tanto como lo estaba toda ella, pero no debía apresurarse, o su destino sería el mismo.
Le entraron arcadas al oír las palabras de esos imbéciles, ella podía entrar, y tanto que podía, pero no iba a hacerles demasiada gracia. Quitándose el pañuelo que llevaba cubriéndole la cabeza y que luego le costaría horrores volverse a poner, enredó los extremos en sus manos y pegó un tirón mientras los golpes de la puerta se volvían más y más fuertes. La casa entera retumbaba con cada embestida y por fin, cuando la puerta calló con un sonoro plof, levantando el polvo del suelo, los hombres soltaron a la joven llorosa.
La arena que, hasta el momento se había mantenido en el suelo, cubrió por unos instantes las figuras que habían entrado por la puerta. Si de algo se había dado cuenta la chica durante todo el tiempo que había pasado en esa tierra sin bosques era que la arena, que cubría el suelo entraba por cualquier rescoldo que se dejase abierto, era peor que las ratas de la ciudad, porque la arena no podía matarse ni con matar ratas, y, por mucho que se barriera, siempre acababa por volver a entrar. Como ella, que si la tiraban de allí a patadas, como habían hecho caer la puerta, volvería a entrar, pero esta vez, en lugar de un improvisado garrote vil, llevaría sus dagas y apuñalaría a quien hiciera falta.
Mientras dos de los violadores se centraban en Wernak y Flint , el tercero se retiraba, cerca de donde ella se escondía, agarrando a la muchacha, temblorosa, para que no escapase. Era su oportunidad. Salió de la cortina y golpeó las piernas haciéndole caer. Cuando la mole soltó a la chica, quedando boca arriba, la gata no perdió tiempo, enredó su pañuelo en el cuello del hombre y apretó con todas sus fuerzas.
El tipo intentaba resistirse, le arañaba los brazos sin oportunidad de nada, pues la tela que la cubría no le dejaba llegar a clavar las uñas. Lo estaba ahogando. Cuando los forcejeos se detuvieron, se mantuvo unos instantes más, no moriría, pero estaría ko el tiempo suficiente como para poder sacara a la chica, calmarla a ella y a la familia y volver para maniatarle. No quería provocar un derramamiento de sangre dentro de un hogar.
- Vamos.- dijo ofreciéndole la mano a la joven, con una ligera sonrisa tranquila que, con pelo y ropa desordenados, lloriqueaba, aun angustiada.
Si hubiera sido un hombre, probablemente la chica hubiera echado a correr, habría gritado o habría golpeado, lo que acababa de sucederle, lo que por poco le pasa, era horrible, escalofriante y aterrador, habría entendido, incluso, que la golpease a ella. Pero no lo hizo, la chica le tomó la mano y se abrazó a ella, que, aunque a penas le sacaba un par de centímetros, la hacía sentir protegida. Mientras la chica lloraba, Alanna la apartó y la miró con seriedad, debían salir de la casa mientras Asher y Flinnt se ocupaban de los otros dos.
La cogió de una mano y saltó por la misma ventana que había usado para entrar, ayudó a la chica, que temblaba, a salir también, y la llevó sin soltarla, para darle una sensación de seguridad, hasta sus familiares, que alejados de la puerta contemplaban el interior de la casa esperando ver a su niña. Cuando la madre, que desde el suelo lloraba contemplando su hogar, vio a su hija salir, desaliñada pero sana y salva, de la parte trasera, sonrió y alzó los brazos esperando a la chica, que corrió hasta su familia.
Alanna se acercó, algo más despacio y puso una mano en el hombro de la madre, sonriendo paciente, era inhumano lo que esos cerdos habían intentado hacer a la niña, nadie, ni dentro ni fuera del ejercito, tenía derecho a hacer algo así. Se agachó a su lado, no eran sus compañeros, ni sus soldados, no eran nadie para ella, pero los había acompañado hasta allí, y aunque no fuera su responsabilidad, tampoco podía dejar que era gente se quedase sin recibir la disculpa que merecían, como mínimo.
- Perdonen, por favor, les prometo que esas personas no se saldrán con la suya. Nadie de los nuestros les tocará un pelo mientras esté yo en frente.- les prometió antes de levantarse.
Giró para volver al interior de la casa, cuando una polvareda inmensa se vio en el horizonte, ¿qué era eso? ¿una tormenta de arena? No, no podía ser, afiló la mirada, agudizó el oído, fijó todos sus sentidos en la polvareda que se comenzaba a acercar y lo vio, una caballería se acercaba con prisas, pero con el polvo de su alrededor no era capaz de ver si eran amigos o enemigos. Chasqueó la lengua y se giró a los ciudadanos. Debía mantenerlos a salvo.
- Escóndanse, donde sea, escóndanse.- les ordenó antes de salir corriendo.
Aceleró el paso para llegar a la puerta tirada, y entró deteniendo su carrera con las manos en el marco de la puerta, sabía que Asher la odiaría si daba una orden, pero no tenía tiempo de pensar en la relación con un compañero, no cuando un ejercito se acercaba a la carrera y no sabían si serían amigos o enemigos, lo principal era salvaguardar las vidas, más de una vez su padrastro se lo había dicho "No importa que hagas o contra quien, no importa a quien tengas que salvar, siempre, siempre, piensa primero en tu vida, porque tal vez en ese momento salves a una persona antes de morir, pero si sobrevives, podrás salvar a cien más" Y eso era algo que había grabado a fuego en su cabeza. Lo había ignorado tiempo atrás, pero ya no.
- Se acerca una caballería, hay que mantener a salvo al pueblo.- dijo alterada, de un tirón.- ¡Vamos! ¿A qué esperáis? ¡No sabemos nada de sus intenciones, podrían ser peligrosos!- advirtió, nuevamente, intentando que la escucharan y se apresuraran.
Off: Habilidad pasiva, ojo de halcón.
Le entraron arcadas al oír las palabras de esos imbéciles, ella podía entrar, y tanto que podía, pero no iba a hacerles demasiada gracia. Quitándose el pañuelo que llevaba cubriéndole la cabeza y que luego le costaría horrores volverse a poner, enredó los extremos en sus manos y pegó un tirón mientras los golpes de la puerta se volvían más y más fuertes. La casa entera retumbaba con cada embestida y por fin, cuando la puerta calló con un sonoro plof, levantando el polvo del suelo, los hombres soltaron a la joven llorosa.
La arena que, hasta el momento se había mantenido en el suelo, cubrió por unos instantes las figuras que habían entrado por la puerta. Si de algo se había dado cuenta la chica durante todo el tiempo que había pasado en esa tierra sin bosques era que la arena, que cubría el suelo entraba por cualquier rescoldo que se dejase abierto, era peor que las ratas de la ciudad, porque la arena no podía matarse ni con matar ratas, y, por mucho que se barriera, siempre acababa por volver a entrar. Como ella, que si la tiraban de allí a patadas, como habían hecho caer la puerta, volvería a entrar, pero esta vez, en lugar de un improvisado garrote vil, llevaría sus dagas y apuñalaría a quien hiciera falta.
Mientras dos de los violadores se centraban en Wernak y Flint , el tercero se retiraba, cerca de donde ella se escondía, agarrando a la muchacha, temblorosa, para que no escapase. Era su oportunidad. Salió de la cortina y golpeó las piernas haciéndole caer. Cuando la mole soltó a la chica, quedando boca arriba, la gata no perdió tiempo, enredó su pañuelo en el cuello del hombre y apretó con todas sus fuerzas.
El tipo intentaba resistirse, le arañaba los brazos sin oportunidad de nada, pues la tela que la cubría no le dejaba llegar a clavar las uñas. Lo estaba ahogando. Cuando los forcejeos se detuvieron, se mantuvo unos instantes más, no moriría, pero estaría ko el tiempo suficiente como para poder sacara a la chica, calmarla a ella y a la familia y volver para maniatarle. No quería provocar un derramamiento de sangre dentro de un hogar.
- Vamos.- dijo ofreciéndole la mano a la joven, con una ligera sonrisa tranquila que, con pelo y ropa desordenados, lloriqueaba, aun angustiada.
Si hubiera sido un hombre, probablemente la chica hubiera echado a correr, habría gritado o habría golpeado, lo que acababa de sucederle, lo que por poco le pasa, era horrible, escalofriante y aterrador, habría entendido, incluso, que la golpease a ella. Pero no lo hizo, la chica le tomó la mano y se abrazó a ella, que, aunque a penas le sacaba un par de centímetros, la hacía sentir protegida. Mientras la chica lloraba, Alanna la apartó y la miró con seriedad, debían salir de la casa mientras Asher y Flinnt se ocupaban de los otros dos.
La cogió de una mano y saltó por la misma ventana que había usado para entrar, ayudó a la chica, que temblaba, a salir también, y la llevó sin soltarla, para darle una sensación de seguridad, hasta sus familiares, que alejados de la puerta contemplaban el interior de la casa esperando ver a su niña. Cuando la madre, que desde el suelo lloraba contemplando su hogar, vio a su hija salir, desaliñada pero sana y salva, de la parte trasera, sonrió y alzó los brazos esperando a la chica, que corrió hasta su familia.
Alanna se acercó, algo más despacio y puso una mano en el hombro de la madre, sonriendo paciente, era inhumano lo que esos cerdos habían intentado hacer a la niña, nadie, ni dentro ni fuera del ejercito, tenía derecho a hacer algo así. Se agachó a su lado, no eran sus compañeros, ni sus soldados, no eran nadie para ella, pero los había acompañado hasta allí, y aunque no fuera su responsabilidad, tampoco podía dejar que era gente se quedase sin recibir la disculpa que merecían, como mínimo.
- Perdonen, por favor, les prometo que esas personas no se saldrán con la suya. Nadie de los nuestros les tocará un pelo mientras esté yo en frente.- les prometió antes de levantarse.
Giró para volver al interior de la casa, cuando una polvareda inmensa se vio en el horizonte, ¿qué era eso? ¿una tormenta de arena? No, no podía ser, afiló la mirada, agudizó el oído, fijó todos sus sentidos en la polvareda que se comenzaba a acercar y lo vio, una caballería se acercaba con prisas, pero con el polvo de su alrededor no era capaz de ver si eran amigos o enemigos. Chasqueó la lengua y se giró a los ciudadanos. Debía mantenerlos a salvo.
- Escóndanse, donde sea, escóndanse.- les ordenó antes de salir corriendo.
Aceleró el paso para llegar a la puerta tirada, y entró deteniendo su carrera con las manos en el marco de la puerta, sabía que Asher la odiaría si daba una orden, pero no tenía tiempo de pensar en la relación con un compañero, no cuando un ejercito se acercaba a la carrera y no sabían si serían amigos o enemigos, lo principal era salvaguardar las vidas, más de una vez su padrastro se lo había dicho "No importa que hagas o contra quien, no importa a quien tengas que salvar, siempre, siempre, piensa primero en tu vida, porque tal vez en ese momento salves a una persona antes de morir, pero si sobrevives, podrás salvar a cien más" Y eso era algo que había grabado a fuego en su cabeza. Lo había ignorado tiempo atrás, pero ya no.
- Se acerca una caballería, hay que mantener a salvo al pueblo.- dijo alterada, de un tirón.- ¡Vamos! ¿A qué esperáis? ¡No sabemos nada de sus intenciones, podrían ser peligrosos!- advirtió, nuevamente, intentando que la escucharan y se apresuraran.
Off: Habilidad pasiva, ojo de halcón.
Alanna Delteria
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
-¡Oh, no, todo menos el General!- sonreí, burlón. -¿Que va a hacer, ordenarme que me importe una mierda?- No iba a funcionar. No solo eso: tenía una prueba bastante buena. La marca de mi hombro podía obligarme a decir la verdad, y eso era irrefutable. No me hacía ninguna gracia, ya que me provocaba una jaqueca horrible, pero siempre podía usarlo como último recurso.
Examiné a mi oponente, el que decía estar al mando. Espada larga, porte y habla de soldado... parecía uno bastante típico. Casi parecía que los hacían en masa. Fuera como fuese, ya había participado en un entrenamiento de la guardia, y había tenido oportunidad de ver unos cuantos más. Tal vez los del ejército raso fuesen diferentes en algunos aspectos, pero seguían siendo esencialmente lo mismo: combate defensivo, efectivo si superas al enemigo en número o si quieres cansarlo.
-Déjame adivinar. Te pegaban de pequeño y por eso haces estas cosas.- dije, condescendiente. Poniendo a prueba mi teoría sobre su entrenamiento, lancé un par de tajos, aprovechando el alcance mayor de mi espada bastarda para tantearlo de forma segura. Como pensaba, los bloqueó sin problema con su propia arma. Suspiré, aburrido. ¿Nunca les enseñaban a ser originales? Ese estilo era tan tedioso... principalmente porque hacía que fuese dificil causar daños graves. Al menos, no con un combate al que estuviese acostumbrado. Si era del ejercito, debía estar preparado para armas de campaña, como espadas, arcos, escudos, lanzas... pero había algo para lo que no estaba listo: un hombre perro con mal carácter. -Ahora también te pegarán de mayor.-
Sujeté mi espada con ambas manos y lancé un fuerte tajo horizontal a la hoja de su arma, casi llegando a arrancarla de sus manos. Y entonces, solté mi espada, llevé mi garra izquierda a su cuello y la derecha a su diestra, que sujetaba la espada con cierta dificultad. Hundí mis uñas en su muñeca y apreté el cuello con fuerza. Durante los escasos segundos que le quedaban, el hombre intentó hacer que le soltase, sin éxito.
-Suelta. El. Arma.- ordené, vocalizando claramente. Su espada cayó al suelo, y le liberé, dejandole en el suelo de rodillas, jadeando y tosiendo. Antes de que se recuperase, sin embargo, coloqué mi mano en un lado de su cabeza, y la empujé con fuerza contra la pared más cercana.
El soldado cayó al suelo, inconsciente. Probablemente inconsciente. No había sido tan fuerte como para matarlo al instante, pero había empezado a sangrar un poco. Tal vez no sobreviviría sin algo de cuidado, pero realmente, me daba igual: dejaría que su suerte decidiese. Acabado con eso, me di la vuelta para ver como le iba a Flint.
El humano estaba apuntando al violador con su ballesta. Parecía que habían estado así durante unos tensos segundos. El bruto no se movía, pero aún tenía su espada preparada, mientras que Flint intentaba intimidarle para que se rindiese. Recogí mi espada, aprovechando que ninguno de los dos parecía querer moverse. Al ver que ya había despachado a su compañero, el soldado intentó cargar hacia Flint, sólo para recibir un virote en el hombro y detenerse a medio camino, gritando.
-Lo siento, pero... ¿que esperabas que pasase?- preguntó. -No te muevas, no es nada tan grave.- me dirigí al humano, que aún chillaba, y le golpeé en la frente con el pomo de mi espada. -Cállate de una vez.- gruñí. -Buen trabajo, Asher.- dijo Flint, acercando una mano. Mi mirada congeló su gesto amistoso, y se retiró para asegurarse de que ninguno de sus compañeros estaba en peligro de muerte.
Fue entonces cuando Alanna apareció para avisarnos, con unas prisas algo desagradables. Suspiré. Una caballería desconocida. Bueno, solo había que asegurarse de una cosa. Salí corriendo de la casa y me dirigí a la bandera. Con un rápido movimiento, corté la cuerda que sujetaba el mástil y la bandera de Roilkat cayó al suelo. La polvareda se avecinaba, así que tomé el trapo sucio de la ciudad y la enterré bajo la arena por completo.
Tras eso, me apresuré a cubrirme tras un edificio. No llevaba símbolos de la guardia, y seguía siendo un hombre perro. Aunque no llevase la ridícula ropa de los Nórgedos, no había nada que me delatase realmente. Me relajé. Si me veían, actuaría con naturalidad. Y si no iba bien... siempre podía empezar una escaramuza ahí.
Examiné a mi oponente, el que decía estar al mando. Espada larga, porte y habla de soldado... parecía uno bastante típico. Casi parecía que los hacían en masa. Fuera como fuese, ya había participado en un entrenamiento de la guardia, y había tenido oportunidad de ver unos cuantos más. Tal vez los del ejército raso fuesen diferentes en algunos aspectos, pero seguían siendo esencialmente lo mismo: combate defensivo, efectivo si superas al enemigo en número o si quieres cansarlo.
-Déjame adivinar. Te pegaban de pequeño y por eso haces estas cosas.- dije, condescendiente. Poniendo a prueba mi teoría sobre su entrenamiento, lancé un par de tajos, aprovechando el alcance mayor de mi espada bastarda para tantearlo de forma segura. Como pensaba, los bloqueó sin problema con su propia arma. Suspiré, aburrido. ¿Nunca les enseñaban a ser originales? Ese estilo era tan tedioso... principalmente porque hacía que fuese dificil causar daños graves. Al menos, no con un combate al que estuviese acostumbrado. Si era del ejercito, debía estar preparado para armas de campaña, como espadas, arcos, escudos, lanzas... pero había algo para lo que no estaba listo: un hombre perro con mal carácter. -Ahora también te pegarán de mayor.-
Sujeté mi espada con ambas manos y lancé un fuerte tajo horizontal a la hoja de su arma, casi llegando a arrancarla de sus manos. Y entonces, solté mi espada, llevé mi garra izquierda a su cuello y la derecha a su diestra, que sujetaba la espada con cierta dificultad. Hundí mis uñas en su muñeca y apreté el cuello con fuerza. Durante los escasos segundos que le quedaban, el hombre intentó hacer que le soltase, sin éxito.
-Suelta. El. Arma.- ordené, vocalizando claramente. Su espada cayó al suelo, y le liberé, dejandole en el suelo de rodillas, jadeando y tosiendo. Antes de que se recuperase, sin embargo, coloqué mi mano en un lado de su cabeza, y la empujé con fuerza contra la pared más cercana.
El soldado cayó al suelo, inconsciente. Probablemente inconsciente. No había sido tan fuerte como para matarlo al instante, pero había empezado a sangrar un poco. Tal vez no sobreviviría sin algo de cuidado, pero realmente, me daba igual: dejaría que su suerte decidiese. Acabado con eso, me di la vuelta para ver como le iba a Flint.
El humano estaba apuntando al violador con su ballesta. Parecía que habían estado así durante unos tensos segundos. El bruto no se movía, pero aún tenía su espada preparada, mientras que Flint intentaba intimidarle para que se rindiese. Recogí mi espada, aprovechando que ninguno de los dos parecía querer moverse. Al ver que ya había despachado a su compañero, el soldado intentó cargar hacia Flint, sólo para recibir un virote en el hombro y detenerse a medio camino, gritando.
-Lo siento, pero... ¿que esperabas que pasase?- preguntó. -No te muevas, no es nada tan grave.- me dirigí al humano, que aún chillaba, y le golpeé en la frente con el pomo de mi espada. -Cállate de una vez.- gruñí. -Buen trabajo, Asher.- dijo Flint, acercando una mano. Mi mirada congeló su gesto amistoso, y se retiró para asegurarse de que ninguno de sus compañeros estaba en peligro de muerte.
Fue entonces cuando Alanna apareció para avisarnos, con unas prisas algo desagradables. Suspiré. Una caballería desconocida. Bueno, solo había que asegurarse de una cosa. Salí corriendo de la casa y me dirigí a la bandera. Con un rápido movimiento, corté la cuerda que sujetaba el mástil y la bandera de Roilkat cayó al suelo. La polvareda se avecinaba, así que tomé el trapo sucio de la ciudad y la enterré bajo la arena por completo.
Tras eso, me apresuré a cubrirme tras un edificio. No llevaba símbolos de la guardia, y seguía siendo un hombre perro. Aunque no llevase la ridícula ropa de los Nórgedos, no había nada que me delatase realmente. Me relajé. Si me veían, actuaría con naturalidad. Y si no iba bien... siempre podía empezar una escaramuza ahí.
Asher Daregan
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
La joven nórgeda corrió a los brazos de sus padres en cuanto Alanna la liberó. Éstos dedicaron una mirada agradecida a la guardia, que les encargó con premura que se escondieran frente a la inminente llegada de un ejército cuyas intenciones no parecían claras. Éstos siguieron sus indicaciones y se escondieron en el interior de su hogar.
Por su parte, Asher y Flint no percibieron su llegada hasta el aviso de Alanna, momento en el que sus dos compañeros yacían en el suelo por la merecida paliza que les habían proporcionado sus compañeros por su irresponsable comportamiento, que sin duda les costaría la expulsión y el encarcelamiento del ejército una vez Alanna y los demás explicasen lo sucedido.
Pero no era momento para hablar de ello. La nube de arena cada vez estaba más cerca de la villa de Al-Gosán. Una marcha de caballería corría hacia el pueblo. Retiraron la bandera de conquista y se escondieron tras uno de los pocos edificios del poblado.
La fuerza armada llegó al poblado como una furia. Estaba formada por unos diez hombres con sus respectivos equinos. Su ropaje de tela y los pañuelos que cubrían su rostro, así como su tono de piel más oscuro y su armamento, cimitarras curvas, indicaban a quién servían: Una unidad de los nórgedos. Y no una cualquiera, dos figuras destacaban por encima de las demás, la de una mujer y la de un hombre. Ellos eran los cabecillas de aquel pequeño grupo. La mujer, de unos treinta años de edad, parecía más calmada y cortés. Por el contrario, el hombre de gran barba miraba con odio, como si buscase algo, como si tuviese ganas de descargar su ira con alguien.
Todos se bajaron de sus caballos, y dos de ellos quedaron custodiándolos, mientras la mujer y el hombre, así como otros los otros ocho, registraban el poblado. Casa por casa. Esquina por esquina. Todos los habitantes del poblado salieron a recibir al grupo.
-Hemos visto alzarse la bandera de Roilkat. – indicó la mujer con educación al padre de la familia cuya hija acababa de ser rescatada por Alanna. Se comunicaban por un dialecto distinto, no la lengua común de Aerandir. Después de tantos años de aislamiento, seguramente habrían desarrollado su propio lenguaje. - ¿Ha pasado alguien por aquí? Espero que no estéis encubriendo a nadie. – advirtió, el hombre se respigó al oír esto. Él solo quería tener a su familia a salvo, pero no delataría a Alanna.
-Ha… Ha venido una patrulla de Roilkat. Están en nuestra casa. – indicó el padre de la familia. Señalando su casa, diciéndoles sólo parte de la verdad.
Pero parecía que los nórgedos ya habían registrado la casa. El otro hombre, que parecía más serio y cruel que la mujer, junto con varios de sus hombres, sacaron a rastras a los tres guardias a los que Alanna, Asher y Flint habían dado una paliza.
-¡Bashira, he encontrado a estos! – gritó el nórgedo que parecía un jefe. - Estaban en la casa. Pertenecen al ejército de Roilkat. Matémoslos ahora mismo. – dijo, ahora en idioma común, el jefe a la mujer poniendo una daga curva sobre el cuello de uno de los soldados, que temblaba de miedo.
-No, Shalam. Espera a que declaren. – indicó la mujer, poniendo una mano delante para contener al otro de los líderes.
-No necesito tu clemencia, furcia. –interrumpió el guardia, lo que hizo que el hombre clavara aún más la daga sobre su cuello. - No tenéis nada que hacer. No podéis impedir lo inevitable. El ejército de Roilkat os machacará. Y los que sobreviváis viviréis en servidumbre u os pudriréis en una cárcel. – concluyó.
Había firmado su sentencia de muerte. Shalam no pudo contenerse más y rajó sin miramientos el cuello del guardia inepto al que Asher acababa de dar una paliza. Sus prepotentes palabras Bashira colocó los brazos en jarra e hizo gestos de negación con la cabeza. Se dirigió calmada al siguiente, al ritmo que Shalam volvía a repetir el gesto de tomar por la cabeza al segundo de los guardias.
-Tú vas a ser más dialogante, ¿me equivoco? Nadie te hará nada si dices la verdad. – le preguntó. Acercándose su rostro al suyo. - ¿Cuáles son los planes del ejército? ¿Por qué ha incumplido el tratado de paz que firmamos hace dos meses?
-No lo sé… Por favor, no me mate. – dijo el hombre, llorando por completo. –Sólo soy un mero soldado. Yo no quiero estar aquí.– se quejó.
La mujer le miró fijamente a los ojos. Detrás de aquella mirada, no había una salvaje, como el ejército quería hacer creer, había una mujer que sentía y sólo quería proteger a sus seres queridos. Ella no era una asesina, a diferencia del otro hombre, que quizá tuviese sus motivos.
-Tus ojos no mienten. – le dijo Bashira al guardia en voz baja. – Suéltale, Shalam. Los tomaremos de rehenes. – explicó. – Las patrullas suelen estar formadas por seis hombres, registrad lo que queda de poblado. – ordenó, y el resto de hombres comenzaron a registrar el lugar.
* * * * * * * *
Mientras tanto, Flint, que observaba la escena con Asher desde su escondrijo tras una casa. – Ha… ha muerto por mi culpa. – dijo Flint con sentimiento de culpabilidad. - Tenemos que intervenir, no podemos dejar que se lleven al resto. – incitó al hombre bestia. – Están luchando por mi padre. No puedo dejarlos así aunque se hayan equivocado… – explicó el joven, mirando a la mujer nórgeda, con admiración. – Ella… ella es diferente. Tengo que hablar con ella.
* * * * * * * * *
Desde vuestros escondites, habéis visto la escena con vuestros ojos sin ser detectados. Flint está apesadumbrado por el merecido fallecimiento del guardia, que se hubiese salvado si hubiese sido más cordial. Ante el miedo de que sus dos compañeros corran la misma suerte. Dialogará con Bashira y Shalam en el próximo turno.
Ambos estáis separados, pero contempláis la escena desde vuestros escondrijos. Ya habéis oído: Van a registrar el poblado. Realizar un ataque es un suicidio, ya habéis visto cómo se las gastan. ¿Vais a dejar que se lleven a vuestros compañeros? Podréis intervenir y dialogar con la mujer, que parece la más cordial, y contestar a la pregunta que no ha podido resolver vuestro compañero. Vuestra alternativa es continuar escondidos mientras los hombres registran el pueblo. Si hacéis esto último, tendréis que tirar una runa. Los dioses decidirán si sois vistos o no.
Recordad que las decisiones siempre tienen consecuencias, y en una misión peligrosa como ésta, son aún más importantes. No siempre lo coherente es lo correcto, y viceversa.
Por su parte, Asher y Flint no percibieron su llegada hasta el aviso de Alanna, momento en el que sus dos compañeros yacían en el suelo por la merecida paliza que les habían proporcionado sus compañeros por su irresponsable comportamiento, que sin duda les costaría la expulsión y el encarcelamiento del ejército una vez Alanna y los demás explicasen lo sucedido.
Pero no era momento para hablar de ello. La nube de arena cada vez estaba más cerca de la villa de Al-Gosán. Una marcha de caballería corría hacia el pueblo. Retiraron la bandera de conquista y se escondieron tras uno de los pocos edificios del poblado.
La fuerza armada llegó al poblado como una furia. Estaba formada por unos diez hombres con sus respectivos equinos. Su ropaje de tela y los pañuelos que cubrían su rostro, así como su tono de piel más oscuro y su armamento, cimitarras curvas, indicaban a quién servían: Una unidad de los nórgedos. Y no una cualquiera, dos figuras destacaban por encima de las demás, la de una mujer y la de un hombre. Ellos eran los cabecillas de aquel pequeño grupo. La mujer, de unos treinta años de edad, parecía más calmada y cortés. Por el contrario, el hombre de gran barba miraba con odio, como si buscase algo, como si tuviese ganas de descargar su ira con alguien.
Todos se bajaron de sus caballos, y dos de ellos quedaron custodiándolos, mientras la mujer y el hombre, así como otros los otros ocho, registraban el poblado. Casa por casa. Esquina por esquina. Todos los habitantes del poblado salieron a recibir al grupo.
- Bashira:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Shalam:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
-Hemos visto alzarse la bandera de Roilkat. – indicó la mujer con educación al padre de la familia cuya hija acababa de ser rescatada por Alanna. Se comunicaban por un dialecto distinto, no la lengua común de Aerandir. Después de tantos años de aislamiento, seguramente habrían desarrollado su propio lenguaje. - ¿Ha pasado alguien por aquí? Espero que no estéis encubriendo a nadie. – advirtió, el hombre se respigó al oír esto. Él solo quería tener a su familia a salvo, pero no delataría a Alanna.
-Ha… Ha venido una patrulla de Roilkat. Están en nuestra casa. – indicó el padre de la familia. Señalando su casa, diciéndoles sólo parte de la verdad.
Pero parecía que los nórgedos ya habían registrado la casa. El otro hombre, que parecía más serio y cruel que la mujer, junto con varios de sus hombres, sacaron a rastras a los tres guardias a los que Alanna, Asher y Flint habían dado una paliza.
-¡Bashira, he encontrado a estos! – gritó el nórgedo que parecía un jefe. - Estaban en la casa. Pertenecen al ejército de Roilkat. Matémoslos ahora mismo. – dijo, ahora en idioma común, el jefe a la mujer poniendo una daga curva sobre el cuello de uno de los soldados, que temblaba de miedo.
-No, Shalam. Espera a que declaren. – indicó la mujer, poniendo una mano delante para contener al otro de los líderes.
-No necesito tu clemencia, furcia. –interrumpió el guardia, lo que hizo que el hombre clavara aún más la daga sobre su cuello. - No tenéis nada que hacer. No podéis impedir lo inevitable. El ejército de Roilkat os machacará. Y los que sobreviváis viviréis en servidumbre u os pudriréis en una cárcel. – concluyó.
Había firmado su sentencia de muerte. Shalam no pudo contenerse más y rajó sin miramientos el cuello del guardia inepto al que Asher acababa de dar una paliza. Sus prepotentes palabras Bashira colocó los brazos en jarra e hizo gestos de negación con la cabeza. Se dirigió calmada al siguiente, al ritmo que Shalam volvía a repetir el gesto de tomar por la cabeza al segundo de los guardias.
-Tú vas a ser más dialogante, ¿me equivoco? Nadie te hará nada si dices la verdad. – le preguntó. Acercándose su rostro al suyo. - ¿Cuáles son los planes del ejército? ¿Por qué ha incumplido el tratado de paz que firmamos hace dos meses?
-No lo sé… Por favor, no me mate. – dijo el hombre, llorando por completo. –Sólo soy un mero soldado. Yo no quiero estar aquí.– se quejó.
La mujer le miró fijamente a los ojos. Detrás de aquella mirada, no había una salvaje, como el ejército quería hacer creer, había una mujer que sentía y sólo quería proteger a sus seres queridos. Ella no era una asesina, a diferencia del otro hombre, que quizá tuviese sus motivos.
-Tus ojos no mienten. – le dijo Bashira al guardia en voz baja. – Suéltale, Shalam. Los tomaremos de rehenes. – explicó. – Las patrullas suelen estar formadas por seis hombres, registrad lo que queda de poblado. – ordenó, y el resto de hombres comenzaron a registrar el lugar.
* * * * * * * *
Mientras tanto, Flint, que observaba la escena con Asher desde su escondrijo tras una casa. – Ha… ha muerto por mi culpa. – dijo Flint con sentimiento de culpabilidad. - Tenemos que intervenir, no podemos dejar que se lleven al resto. – incitó al hombre bestia. – Están luchando por mi padre. No puedo dejarlos así aunque se hayan equivocado… – explicó el joven, mirando a la mujer nórgeda, con admiración. – Ella… ella es diferente. Tengo que hablar con ella.
* * * * * * * * *
Desde vuestros escondites, habéis visto la escena con vuestros ojos sin ser detectados. Flint está apesadumbrado por el merecido fallecimiento del guardia, que se hubiese salvado si hubiese sido más cordial. Ante el miedo de que sus dos compañeros corran la misma suerte. Dialogará con Bashira y Shalam en el próximo turno.
Ambos estáis separados, pero contempláis la escena desde vuestros escondrijos. Ya habéis oído: Van a registrar el poblado. Realizar un ataque es un suicidio, ya habéis visto cómo se las gastan. ¿Vais a dejar que se lleven a vuestros compañeros? Podréis intervenir y dialogar con la mujer, que parece la más cordial, y contestar a la pregunta que no ha podido resolver vuestro compañero. Vuestra alternativa es continuar escondidos mientras los hombres registran el pueblo. Si hacéis esto último, tendréis que tirar una runa. Los dioses decidirán si sois vistos o no.
Recordad que las decisiones siempre tienen consecuencias, y en una misión peligrosa como ésta, son aún más importantes. No siempre lo coherente es lo correcto, y viceversa.
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
El desierto es un lugar peligroso por varias razones, el calor, el sol que quema, la sed que hace delirar, los espejismos, el brusco cambio de temperaturas entre el día y la noche, avanzar lento por la pesada arena bajo los pies, era un lugar donde la muerte esperaba tras cada esquina.
Alanna, como lectora ávida, había encontrado decenas de libros que hablaban sobre el desierto, pero ninguno realista, hablaban de decenas de tribus, de aventuras en noches frías y batallas épicas en arenas calientes, de pasiones encendidas entre flores del desierto y oasis pacíficos en medio del caos, pero Alanna había comprobado que la magia y el misticismo que se sentía en las novelas y que traspasaban el papel era solo eso, cosa de novelas.
Escondida tras haber dado el aviso, vio como amenazaban a la familia de la joven a la que Flint, Asher y ella habían salvado. Con la garganta cogida,se enredó más en la tela que cubría su corto pelo castaño, mientras no hirieran a nadie, intentaría pasar desapercibida. Tenía rasgos comunes con la gente del lugar, su pelo y ojos oscuros y su piel bronceada al sol de los entrenamientos y de esas semanas le hacían tener ciertas similitudes, tal vez, con algo de suerte, no encontrarían a nadie.
Dejaron a la familia en paz, y la chica se permitió lanzar un suspiro de alivio, esa familia estaba a salvo. Le costaba algo entender el dialecto, pero relacionando con otros lenguajes antiguos que había estudiado, podía llegar a entender algunas palabras.
Era lógico que se hubiera creado un nuevo dialecto en el lugar, después de todo, había habido, tiempo atrás, personas de diferentes razas y zonas reunidas allí, lo extraño habría sido que les fuera cómodo comunicarse en común, aunque era cierto que había palabras que, si no iguales, eran muy similares.
Un hombre salió de la casa donde habían estado Asher y Flint, a la Gata se le congeló el corazón en la garganta, pero no sacaron al hombre perro y al joven noble, si no a los tres cerdos que habían intentado forzar a la joven del desierto. Tragó saliva para deshacer el nudo que le había impedido respirar durante unos instantes. Y siguió mirando. La mujer que parecía llevar la voz cantante daba la impresión de ser razonable, más que el que había sacado a los soldados de la casa.
Bashira, parecía llamarse la mujer, se agachó a hablar con los cerdos, uso el idioma común, eso quería decir que lo entendía. Pero uno de los idiotas a los que habían sacado a rastras de la casa no parecía querer atender a razones. Si hubiera estado delante, Alanna le habría dado un bofetón para que callase, a ese paso, perdería la vida. Por no hablar de sus palabras, ¿destruirlos? ¿Qué estaba diciendo? Eso era una misión de paz, no iban a “machacar” a nadie.
Sin llegar a comprender lo que sucedía, apartó la mirada, ¿estaban allí para ayudar, cierto? No iban a hacer daño a nadie, ¿no? Cuando volvió a mirar, una cimitarra cortaba el gaznate del bocazas. Alanna, sorprendida, se cubrió la boca. Se lo había ganado, pero no así... No tendrían piedad, eso estaba claro.
El siguiente guardia, menos rebelde, fue más afortunado, salió con vida, pero no se habían librado, iban a registrar el poblado. Desde su posición, vio a Flint salir de su escondrijo, parecía decidido a hablar, no conocía mucho al chico, pero durante esas semanas había visto que era un poco.... bocazas, debía evitar que hablase de más, aunque eso destapase su posición. Con algo de suerte, la mujer, que parecía razonable, los escucharía, después de todo, no tenían razones para mentir, ella sabía lo mismo que una piedra.
Salió con un suspiro con las manos alzadas. Y la cabeza algo gacha, en posición de rendición y caminó despacio entre la arena. Al alcanzar el frente de Bashira y Shalam, como había entendido que se llamaba el hombre. Se agachó al mismo tiempo que Flint parecía ir a abrir la boca y alzó la mirada para tomar ella la palabra.
- Me llamo Alanna, soy guardia de Lunargenta, nos dijeron que debíamos venir porque Roilkat nos había pedido ayuda en una misión de paz..- Explicó con sinceridad.- Y hasta ahora, he pensado que era así, pero algo me dice que hemos venido engañados, ¿me equivoco? .- Preguntó dudosa mirando a la mujer.- No se más de lo que le he dicho, hemos recorrido algunos pueblos, plantando la bandera de forma pacífica y nuestras manos.- dijo en referencia a Flint, Asher y ella.- no han derramado una sola gota de sangre de los habitantes del desierto, ni ha sido nuestra intención la de herir. Vinimos pensando que podríamos prestar ayuda, a eso nos dijeron que nos mandaban, al menos.- Afirmó con veracidad, no había faltado a la verdad, esperaba que, con eso, bastara.
Vistos de cerca, parecían aun más letales. El hombre le daba miedo, pero la mujer, ella misma sabía que los que menos aparentaban podían ser los más peligrosos, ella misma, a pesar de lo que aparentaba, solía ser letal cuando lo requería. Esa mujer, estaba segura, se parecía más a ella de lo que aparentaba.
Rezaba con todas sus fuerzas para que Flint no abriese la boca, si decía que era hijo de Lord Roiland, firmaría su sentencia de muerte, antes le clavaba un puñal en la mano que dejarle abrir la boca, la odiaría por ello, pero le salvaría la vida
.Alanna, como lectora ávida, había encontrado decenas de libros que hablaban sobre el desierto, pero ninguno realista, hablaban de decenas de tribus, de aventuras en noches frías y batallas épicas en arenas calientes, de pasiones encendidas entre flores del desierto y oasis pacíficos en medio del caos, pero Alanna había comprobado que la magia y el misticismo que se sentía en las novelas y que traspasaban el papel era solo eso, cosa de novelas.
Escondida tras haber dado el aviso, vio como amenazaban a la familia de la joven a la que Flint, Asher y ella habían salvado. Con la garganta cogida,se enredó más en la tela que cubría su corto pelo castaño, mientras no hirieran a nadie, intentaría pasar desapercibida. Tenía rasgos comunes con la gente del lugar, su pelo y ojos oscuros y su piel bronceada al sol de los entrenamientos y de esas semanas le hacían tener ciertas similitudes, tal vez, con algo de suerte, no encontrarían a nadie.
Dejaron a la familia en paz, y la chica se permitió lanzar un suspiro de alivio, esa familia estaba a salvo. Le costaba algo entender el dialecto, pero relacionando con otros lenguajes antiguos que había estudiado, podía llegar a entender algunas palabras.
Era lógico que se hubiera creado un nuevo dialecto en el lugar, después de todo, había habido, tiempo atrás, personas de diferentes razas y zonas reunidas allí, lo extraño habría sido que les fuera cómodo comunicarse en común, aunque era cierto que había palabras que, si no iguales, eran muy similares.
Un hombre salió de la casa donde habían estado Asher y Flint, a la Gata se le congeló el corazón en la garganta, pero no sacaron al hombre perro y al joven noble, si no a los tres cerdos que habían intentado forzar a la joven del desierto. Tragó saliva para deshacer el nudo que le había impedido respirar durante unos instantes. Y siguió mirando. La mujer que parecía llevar la voz cantante daba la impresión de ser razonable, más que el que había sacado a los soldados de la casa.
Bashira, parecía llamarse la mujer, se agachó a hablar con los cerdos, uso el idioma común, eso quería decir que lo entendía. Pero uno de los idiotas a los que habían sacado a rastras de la casa no parecía querer atender a razones. Si hubiera estado delante, Alanna le habría dado un bofetón para que callase, a ese paso, perdería la vida. Por no hablar de sus palabras, ¿destruirlos? ¿Qué estaba diciendo? Eso era una misión de paz, no iban a “machacar” a nadie.
Sin llegar a comprender lo que sucedía, apartó la mirada, ¿estaban allí para ayudar, cierto? No iban a hacer daño a nadie, ¿no? Cuando volvió a mirar, una cimitarra cortaba el gaznate del bocazas. Alanna, sorprendida, se cubrió la boca. Se lo había ganado, pero no así... No tendrían piedad, eso estaba claro.
El siguiente guardia, menos rebelde, fue más afortunado, salió con vida, pero no se habían librado, iban a registrar el poblado. Desde su posición, vio a Flint salir de su escondrijo, parecía decidido a hablar, no conocía mucho al chico, pero durante esas semanas había visto que era un poco.... bocazas, debía evitar que hablase de más, aunque eso destapase su posición. Con algo de suerte, la mujer, que parecía razonable, los escucharía, después de todo, no tenían razones para mentir, ella sabía lo mismo que una piedra.
Salió con un suspiro con las manos alzadas. Y la cabeza algo gacha, en posición de rendición y caminó despacio entre la arena. Al alcanzar el frente de Bashira y Shalam, como había entendido que se llamaba el hombre. Se agachó al mismo tiempo que Flint parecía ir a abrir la boca y alzó la mirada para tomar ella la palabra.
- Me llamo Alanna, soy guardia de Lunargenta, nos dijeron que debíamos venir porque Roilkat nos había pedido ayuda en una misión de paz..- Explicó con sinceridad.- Y hasta ahora, he pensado que era así, pero algo me dice que hemos venido engañados, ¿me equivoco? .- Preguntó dudosa mirando a la mujer.- No se más de lo que le he dicho, hemos recorrido algunos pueblos, plantando la bandera de forma pacífica y nuestras manos.- dijo en referencia a Flint, Asher y ella.- no han derramado una sola gota de sangre de los habitantes del desierto, ni ha sido nuestra intención la de herir. Vinimos pensando que podríamos prestar ayuda, a eso nos dijeron que nos mandaban, al menos.- Afirmó con veracidad, no había faltado a la verdad, esperaba que, con eso, bastara.
Vistos de cerca, parecían aun más letales. El hombre le daba miedo, pero la mujer, ella misma sabía que los que menos aparentaban podían ser los más peligrosos, ella misma, a pesar de lo que aparentaba, solía ser letal cuando lo requería. Esa mujer, estaba segura, se parecía más a ella de lo que aparentaba.
Rezaba con todas sus fuerzas para que Flint no abriese la boca, si decía que era hijo de Lord Roiland, firmaría su sentencia de muerte, antes le clavaba un puñal en la mano que dejarle abrir la boca, la odiaría por ello, pero le salvaría la vida
Última edición por Alanna Delteria el Dom Nov 06 2016, 15:52, editado 1 vez
Alanna Delteria
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
No tardaron en llegar. Por supuesto, el esperar que se hubiese tratado de una unidad de caballería aliada era absurdo. No esperabamos resistencia, aunque era evidente que debíamos haberlo hecho. Diez hombres. Nórgedos. Se suponía que el nombre era ofensivo para ellos, pero realmente no tenía ninguna otra palabra. Con seis guerreros, teníamos incluso alguna posibilidad, suponiendo que fuesen lo suficientemente hábiles. Pero eramos tres. Y no contaba demasiado con la capacidad de Flint para hacer algo útil.
Empezaron a registrar el interior de las casas. Por suerte, todavía tenía unos minutos para pensar algo. Dos guardias vigilando los caballos... Robarlos sería difícil. Pero si hacia el ruido suficiente, podía asustarlos, o en el peor de los casos, herirlos para que no pudieran darnos caza. ¿Pero entonces, a donde? Sin un guía y con tan solo la compañía de Flint en el maldito arenal... prefería enfrentarme solo a los diez hombres. Al menos así tenía una posibilidad.
Sacaron a los idiotas que nos habían acompañado. Maldije para mis adentros. No podía entender su lengua, pero por suerte, no tardaron en hablar en la común de la peninsula. Solo se me ocurrían dos posibles razones. O querían hacer hablar a aquellos brutos, o sabía que había más de nosotros y nos pretendía hacer salir. Y, al parecer, estaba a punto de funcionar con Flint. Llevé mi mano a su cuello, presionándolo contra la pared, y le tapé la boca con la otra.
-Escucha bien.- murmuré, perforándole con mi mirada. -No me importa lo idiota que seas, no voy a dejar que pongas mi cuello en juego. Vas a dejar hablar a Alanna. Vosotros dos no tenéis nada que hacer, pero no saben que estoy con la guardia. Por lo que a ti respecta, no me conoces. Uno de los hombres del grupo murió en el arenal por una enfermedad desconocida. Los otros tres también la sufrieron, y se encuentran delirantes. Algo que había en la bebida.- Eso ayudaría si alguno de los idiotas decía reconocerme. Por suerte para mi, su comportamiento no era demasiado lógico de todos modos. Más de una vez me pareció ver un brillo de locura sádica en sus miradas. -Déjales claro que tu no me conoces. No tengo nada que ver con la guardia, ¿entendido? Solo me viste hace una semana, de lejos, y huí. Dilo en voz alta cuando te indique para que Alanna lo pille.- después, me erguí más, poniendo mi apariencia más intimidante. -Y tu NO eres el hijo de Roiland. Te apellidas Tale. ¿Entendido? Bien. Como se te ocurra decir lo contrario, te abriré el cráneo con la primera roca que vea. - Cada detalle era esencial. Cuanto más elaborado fuese, más posibilidades de éxito tendría.
Arrojé a Flint a la arena, y le puse mi espada a su espalda, presionandole para caminar. Algunas miradas se fijaron en nosotros. Si quería decir algo, esa era su oportunidad. Alanna pareció darse cuenta de lo mismo que yo. No confiaba en la guardia. Podía odiarla todo lo que quisiera. Pero si había hecho algo bien, era mentir. O al menos, ocultar la verdad. Dirigí a Flint hacia la mujer, pero la guardia habló primero. Por suerte, evitó mencionarme. Bien, podía usar eso a mi favor.
-He encontrado a este, escondido.- dije, haciendo un gesto con la cabeza hacia Flint. -No te equivoques. No soy uno de los vuestros. Pero tampoco tengo intención de ayudar a la guardia. He estado pudriéndome en una celda apenas hace tres semanas.- expliqué. Técnicamente, todo eso era cierto. -Y no, no estaba dando un agradable paseo bajo el sol. Hace cosa de una semana vi un ejército bajo la bandera de Roilkat. Así que fui a alertar a cualquier habitante que viese. Tal vez para conseguir un lugar donde asentarme que no fuese plagado por...- miré al humano, poniendo mi mejor mueca de desprecio. Difícilmente lo llamaría actuar, llegados a ese punto. -...estos. Y, sorpresa sorpresa, para cuando encontré este pueblo, ya estaban aquí. Tres hombres intentando violar a una local. Y a mi me llaman criminal... Fue excusa suficiente para entrar y darles una lección.-
Miré a algunos de los Nórgedos, y luego a la lider. -Les dejé con vida, pensando atarlos entre sí y obligarles a caminar hasta que colapsasen, para darles una muestra de como se está en el lugar que quieren conquistar.- Mis ojos se detuvieron en el cadáver ensangrentado de uno de ellos, y luego en el hombre que le degolló. -Pero honestamente, me da igual lo que les hagais. Son vuestros. Aunque no había visto a esa mujer- Dije, señalando a Alanna con la cabeza. ¿Estaba hablando demasiado? Había pensado la historia a toda velocidad, pero no dejé una sombra de duda en mi voz.
-Y solo os digo esto para que me dejéis en paz. No soy uno de vosotros.- repetí. -Pero tal vez sea porque no os conozco aún. Sólo quiero un lugar al que pertenecer.- confesé, encogiendome de hombros. Sonaba relativamente creible, tal vez porque estaba basado en medias verdades. No actuaba de forma desinteresada, no había mostrado apego alguno a nadie, y mi historia explicaba por qué nadie del lugar me conocía.
Dirigí mi mirada a Alanna, durante solo un instante. Esperaba que hubiese entendido la estratagema. Si no, la situación iba a ser dolorosa. Después, miré con más severidad a Flint, esperando que hablase. Más le valía no joderlo. Si todo iba bien, acabaría en una posición ventajosa, fuese para los intereses de la guardia, del ejército, o los míos propios.
Empezaron a registrar el interior de las casas. Por suerte, todavía tenía unos minutos para pensar algo. Dos guardias vigilando los caballos... Robarlos sería difícil. Pero si hacia el ruido suficiente, podía asustarlos, o en el peor de los casos, herirlos para que no pudieran darnos caza. ¿Pero entonces, a donde? Sin un guía y con tan solo la compañía de Flint en el maldito arenal... prefería enfrentarme solo a los diez hombres. Al menos así tenía una posibilidad.
Sacaron a los idiotas que nos habían acompañado. Maldije para mis adentros. No podía entender su lengua, pero por suerte, no tardaron en hablar en la común de la peninsula. Solo se me ocurrían dos posibles razones. O querían hacer hablar a aquellos brutos, o sabía que había más de nosotros y nos pretendía hacer salir. Y, al parecer, estaba a punto de funcionar con Flint. Llevé mi mano a su cuello, presionándolo contra la pared, y le tapé la boca con la otra.
-Escucha bien.- murmuré, perforándole con mi mirada. -No me importa lo idiota que seas, no voy a dejar que pongas mi cuello en juego. Vas a dejar hablar a Alanna. Vosotros dos no tenéis nada que hacer, pero no saben que estoy con la guardia. Por lo que a ti respecta, no me conoces. Uno de los hombres del grupo murió en el arenal por una enfermedad desconocida. Los otros tres también la sufrieron, y se encuentran delirantes. Algo que había en la bebida.- Eso ayudaría si alguno de los idiotas decía reconocerme. Por suerte para mi, su comportamiento no era demasiado lógico de todos modos. Más de una vez me pareció ver un brillo de locura sádica en sus miradas. -Déjales claro que tu no me conoces. No tengo nada que ver con la guardia, ¿entendido? Solo me viste hace una semana, de lejos, y huí. Dilo en voz alta cuando te indique para que Alanna lo pille.- después, me erguí más, poniendo mi apariencia más intimidante. -Y tu NO eres el hijo de Roiland. Te apellidas Tale. ¿Entendido? Bien. Como se te ocurra decir lo contrario, te abriré el cráneo con la primera roca que vea. - Cada detalle era esencial. Cuanto más elaborado fuese, más posibilidades de éxito tendría.
Arrojé a Flint a la arena, y le puse mi espada a su espalda, presionandole para caminar. Algunas miradas se fijaron en nosotros. Si quería decir algo, esa era su oportunidad. Alanna pareció darse cuenta de lo mismo que yo. No confiaba en la guardia. Podía odiarla todo lo que quisiera. Pero si había hecho algo bien, era mentir. O al menos, ocultar la verdad. Dirigí a Flint hacia la mujer, pero la guardia habló primero. Por suerte, evitó mencionarme. Bien, podía usar eso a mi favor.
-He encontrado a este, escondido.- dije, haciendo un gesto con la cabeza hacia Flint. -No te equivoques. No soy uno de los vuestros. Pero tampoco tengo intención de ayudar a la guardia. He estado pudriéndome en una celda apenas hace tres semanas.- expliqué. Técnicamente, todo eso era cierto. -Y no, no estaba dando un agradable paseo bajo el sol. Hace cosa de una semana vi un ejército bajo la bandera de Roilkat. Así que fui a alertar a cualquier habitante que viese. Tal vez para conseguir un lugar donde asentarme que no fuese plagado por...- miré al humano, poniendo mi mejor mueca de desprecio. Difícilmente lo llamaría actuar, llegados a ese punto. -...estos. Y, sorpresa sorpresa, para cuando encontré este pueblo, ya estaban aquí. Tres hombres intentando violar a una local. Y a mi me llaman criminal... Fue excusa suficiente para entrar y darles una lección.-
Miré a algunos de los Nórgedos, y luego a la lider. -Les dejé con vida, pensando atarlos entre sí y obligarles a caminar hasta que colapsasen, para darles una muestra de como se está en el lugar que quieren conquistar.- Mis ojos se detuvieron en el cadáver ensangrentado de uno de ellos, y luego en el hombre que le degolló. -Pero honestamente, me da igual lo que les hagais. Son vuestros. Aunque no había visto a esa mujer- Dije, señalando a Alanna con la cabeza. ¿Estaba hablando demasiado? Había pensado la historia a toda velocidad, pero no dejé una sombra de duda en mi voz.
-Y solo os digo esto para que me dejéis en paz. No soy uno de vosotros.- repetí. -Pero tal vez sea porque no os conozco aún. Sólo quiero un lugar al que pertenecer.- confesé, encogiendome de hombros. Sonaba relativamente creible, tal vez porque estaba basado en medias verdades. No actuaba de forma desinteresada, no había mostrado apego alguno a nadie, y mi historia explicaba por qué nadie del lugar me conocía.
Dirigí mi mirada a Alanna, durante solo un instante. Esperaba que hubiese entendido la estratagema. Si no, la situación iba a ser dolorosa. Después, miré con más severidad a Flint, esperando que hablase. Más le valía no joderlo. Si todo iba bien, acabaría en una posición ventajosa, fuese para los intereses de la guardia, del ejército, o los míos propios.
Asher Daregan
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
La situación estaba tensa, sólo el temple de Bashira conseguía que los dos guardias capturados aún evitasen que les rebanaran la cabeza. Shalam mostraba un gesto evidente de esfuerzo por controlarse, estaba claro que un gran odio recorría a este hombre, pero… ¿por qué? Quizás pronto lo averiguarían.
Alanna Delteria no era una mujer cobarde, eso lo sabía bien Flint y todos los allí presentes. Era una sufridora, y todos sabían que la confidente estaba dispuesta a perder su mano, aunque ahora fuera verde, si con ello conseguía salvar a alguien. Se presentó con educación, se excusó a sí misma y a sus compañeros e informó de que no habían asesinado a nadie. Entonces, ¿qué falló? ¿cuál fue su error? Quizás, ser ella misma.
-Alanna Delteria… - repitió Shalam con el ceño fruncido cuando la guardia terminó su discurso. Conocía su nombre, cierto, y también lo conocía la líder del grupo, Bashira, que rápidamente le miró con evidente gesto de preocupación sabedor del siguiente movimiento que el hombre iba a realizar. El de la barba negra comenzó a desenfundar su cimitarra rápidamente y la mujer del pañuelo azul intervino para llevarse la mano a la del nórgedo y detenerle.
-Shalam, no. – le dijo seria, ésta consiguió detenerlo.
-Mataste a mi hermano. A sangre fría. Yo lo vi. Le metiste una piedra en la boca y luego le clavaste un cristal en el pecho. – le reprendió el hombre, con impotencia, casi emocionado, recordando la cruel manera en la que murió su hermano. – Durante meses he estado buscando a aquella que llaman Alanna Delteria, la gata, y hoy te presentas ante mí. Debes morir. Vas a hacerlo ahora.
-No vas a hacerle nada, Shalam. Era una guerra. Coincidió que fue ella la que lo mató como pudo haber sido otro. No puedes anteponer los intereses personales a los comunes. – le indicó. – Conoces el código. Las tribus del desierto no somos tan salvajes como parecemos. – dijo, mirando seria a Alanna. Luego volvió su mirada a Shalam – Tendrás tu oportunidad de vengarle, pero será según las tradiciones de nuestro pueblo. – instó para tratar de tranquilizar al hombre, que miró resignado al suelo pero acató la decisión de su jefa, por ahora.
En pleno momento de tensión, aparecieron Flint y Asher. El hombre perro “entregó” literalmente al hombre, o eso dio a entender. Relató que no pertenecía a ninguno de los dos bandos pero que, cuando avistó al ejército de Roilkat, corrió a avisar a los pueblos nórgedos de su presencia.
En cuanto a Flint, estaba temeroso, incrédulo por la gran inventiva de Asher. Si se le escapaba decir que era hijo del Lord tendría un doble problema, tanto con el hombre bestia como con los nórgedos. Nadie le preguntó nada, sus compañeros lo habían dicho todo y sabía que, si abría la boca demasiado, Asher lo mataría, todos parecían concentrados en el largo discurso que éste profirió.
-Tus gestos son muy nobles, guardián. ¿Cuál es tu nombre? – le preguntó Bashira y cuando éste se presentó – Dices no tener un lugar al que pertenecer, pues ya lo tienes, hermano. En las tierras libres del desierto. – continuó estirando sus brazos y respirando aire, se giró hacia sus gentes. – Dad un caballo a este valiente guerrero. – indicó, y uno de los hombres del pañuelo rápidamente corrió a entregarle un bello corcel de pelaje marrón. Luego miró a Alanna, Flint y los otros dos supervivientes. – En cuanto a ellos, los tomaremos como rehenes, como medio para negociar la paz. – dijo mirando hacia los cuatro. – ¡Atadles las manos y llevémoslos a Dalmasca! – y, acto seguido, les despojaron sus armas y les ataron las manos, cualquier intento de oposición. El otro extremo de la cuerda fue atado a los distintos caballos de la patrulla de los nórgedos y, así, a pleno sol, serían prácticamente arrastrados durante la travesía de unos 10 km hasta la ciudad-fortaleza de los habitantes del desierto.
-¿A dónde nos llevan, Alanna? ¿Qué nos harán? – le preguntó Flint en voz baja, con evidente gesto de preocupación.
* * * * * * * * * * * * *
Actos y consecuencias. Os dije que sería una aventura peligrosa. Ambos habéis decididos mostraros aunque con diferentes resultados. Shalam es uno de los líderes de los nórgedos y estaba en el asalto de la mansión Roiland, que fue hábilmente repelido por Alanna cuando ésta mató al hermano del nórgedo.
Alanna: Estás metida en un buen lío. Eres atada y obligada a caminar a través del desierto, junto a tus tres compañeros. Durante el trayecto por el arenal, sientes que Shalam no te quita el ojo de encima. Te mira con odio y desprecio. Por suerte, Bashira ha conseguido calmarlo mediante las tradiciones. Por su mirada, no es difícil intuir que el nórgedo no perderá la mínima oportunidad que tenga de culminar su venganza. De momento, serás arrastrada al pueblo. Siempre eres libre de delatar a Asher, aunque a la larga puede terminar siendo tu vía de escape.
Asher: Tu poca apariencia de guardia y tu gran discurso entregando a Flint te sirven para ganarte un caballo en el que viajar. ¿Te habrá entendido Alanna? ¿O te considerará un traidor? Nadie te ha delatado de momento y los nórgedos ven en ti un aliado para la guerra. Ya ves que tienen un noble sentido del honor, así que como te pillen o te delaten, tu destino puede terminar siendo el peor del de todos los presentes. Flint no lo hará, por su parte.
La aventura no ha hecho más que comenzar. Por el bien de Asher, no podréis interactuar entre vosotros este turno. Narrad vuestra travesía por el desierto desde ambos puntos de vista. Al final del turno, terminaréis vislumbrando la fortaleza, podéis usar imágenes de referencia si lo deseáis.
Alanna Delteria no era una mujer cobarde, eso lo sabía bien Flint y todos los allí presentes. Era una sufridora, y todos sabían que la confidente estaba dispuesta a perder su mano, aunque ahora fuera verde, si con ello conseguía salvar a alguien. Se presentó con educación, se excusó a sí misma y a sus compañeros e informó de que no habían asesinado a nadie. Entonces, ¿qué falló? ¿cuál fue su error? Quizás, ser ella misma.
-Alanna Delteria… - repitió Shalam con el ceño fruncido cuando la guardia terminó su discurso. Conocía su nombre, cierto, y también lo conocía la líder del grupo, Bashira, que rápidamente le miró con evidente gesto de preocupación sabedor del siguiente movimiento que el hombre iba a realizar. El de la barba negra comenzó a desenfundar su cimitarra rápidamente y la mujer del pañuelo azul intervino para llevarse la mano a la del nórgedo y detenerle.
-Shalam, no. – le dijo seria, ésta consiguió detenerlo.
-Mataste a mi hermano. A sangre fría. Yo lo vi. Le metiste una piedra en la boca y luego le clavaste un cristal en el pecho. – le reprendió el hombre, con impotencia, casi emocionado, recordando la cruel manera en la que murió su hermano. – Durante meses he estado buscando a aquella que llaman Alanna Delteria, la gata, y hoy te presentas ante mí. Debes morir. Vas a hacerlo ahora.
-No vas a hacerle nada, Shalam. Era una guerra. Coincidió que fue ella la que lo mató como pudo haber sido otro. No puedes anteponer los intereses personales a los comunes. – le indicó. – Conoces el código. Las tribus del desierto no somos tan salvajes como parecemos. – dijo, mirando seria a Alanna. Luego volvió su mirada a Shalam – Tendrás tu oportunidad de vengarle, pero será según las tradiciones de nuestro pueblo. – instó para tratar de tranquilizar al hombre, que miró resignado al suelo pero acató la decisión de su jefa, por ahora.
En pleno momento de tensión, aparecieron Flint y Asher. El hombre perro “entregó” literalmente al hombre, o eso dio a entender. Relató que no pertenecía a ninguno de los dos bandos pero que, cuando avistó al ejército de Roilkat, corrió a avisar a los pueblos nórgedos de su presencia.
En cuanto a Flint, estaba temeroso, incrédulo por la gran inventiva de Asher. Si se le escapaba decir que era hijo del Lord tendría un doble problema, tanto con el hombre bestia como con los nórgedos. Nadie le preguntó nada, sus compañeros lo habían dicho todo y sabía que, si abría la boca demasiado, Asher lo mataría, todos parecían concentrados en el largo discurso que éste profirió.
-Tus gestos son muy nobles, guardián. ¿Cuál es tu nombre? – le preguntó Bashira y cuando éste se presentó – Dices no tener un lugar al que pertenecer, pues ya lo tienes, hermano. En las tierras libres del desierto. – continuó estirando sus brazos y respirando aire, se giró hacia sus gentes. – Dad un caballo a este valiente guerrero. – indicó, y uno de los hombres del pañuelo rápidamente corrió a entregarle un bello corcel de pelaje marrón. Luego miró a Alanna, Flint y los otros dos supervivientes. – En cuanto a ellos, los tomaremos como rehenes, como medio para negociar la paz. – dijo mirando hacia los cuatro. – ¡Atadles las manos y llevémoslos a Dalmasca! – y, acto seguido, les despojaron sus armas y les ataron las manos, cualquier intento de oposición. El otro extremo de la cuerda fue atado a los distintos caballos de la patrulla de los nórgedos y, así, a pleno sol, serían prácticamente arrastrados durante la travesía de unos 10 km hasta la ciudad-fortaleza de los habitantes del desierto.
-¿A dónde nos llevan, Alanna? ¿Qué nos harán? – le preguntó Flint en voz baja, con evidente gesto de preocupación.
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Actos y consecuencias. Os dije que sería una aventura peligrosa. Ambos habéis decididos mostraros aunque con diferentes resultados. Shalam es uno de los líderes de los nórgedos y estaba en el asalto de la mansión Roiland, que fue hábilmente repelido por Alanna cuando ésta mató al hermano del nórgedo.
Alanna: Estás metida en un buen lío. Eres atada y obligada a caminar a través del desierto, junto a tus tres compañeros. Durante el trayecto por el arenal, sientes que Shalam no te quita el ojo de encima. Te mira con odio y desprecio. Por suerte, Bashira ha conseguido calmarlo mediante las tradiciones. Por su mirada, no es difícil intuir que el nórgedo no perderá la mínima oportunidad que tenga de culminar su venganza. De momento, serás arrastrada al pueblo. Siempre eres libre de delatar a Asher, aunque a la larga puede terminar siendo tu vía de escape.
Asher: Tu poca apariencia de guardia y tu gran discurso entregando a Flint te sirven para ganarte un caballo en el que viajar. ¿Te habrá entendido Alanna? ¿O te considerará un traidor? Nadie te ha delatado de momento y los nórgedos ven en ti un aliado para la guerra. Ya ves que tienen un noble sentido del honor, así que como te pillen o te delaten, tu destino puede terminar siendo el peor del de todos los presentes. Flint no lo hará, por su parte.
La aventura no ha hecho más que comenzar. Por el bien de Asher, no podréis interactuar entre vosotros este turno. Narrad vuestra travesía por el desierto desde ambos puntos de vista. Al final del turno, terminaréis vislumbrando la fortaleza, podéis usar imágenes de referencia si lo deseáis.
Ger
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
El hombre de mal carácter repitió su nombre con rabia mal disimulada, la mano del hombre se movió hacia su arma, y Alanna lo vio claro, no habría piedad para ella. Eso pensaba, cuando la mujer intervino y detuvo el ataque del hombre, sin embargo, la cosa no quedaba en eso, le escupieron a la cara su crimen. Es que acaso el tipo se pensaba que no lo sabía, era totalmente consciente de sus actos, si había matado, y no solo a su hermano, había acabado con más personas de las que podía contar con los dedos de sus dos manos, y no era algo que no supiera. Sus crímenes la atormentaban cada noche antes de acostarse, pensaba en todas y cada una de las personas que habían manchado sus manos y las vidas que había salvado a cambio de verse cubierta de mugre.
Lo que ese hombre no sabía era que tuvo compasión, tuvo compasión del que intentaba asesinar a un pueblo entero, porque el veneno de la droseta le habría hecho sufrir una muerte lenta y dolorosa, si clavó el cristal en su pecho, fue para que no sufriera. Los ojos oscuros de Alanna se encharcaron, el hombre tenía derecho a su ira, pero ella no era capaz de dar excusa alguna, era culpable, no podía decir más. No apartó la mirada herida del hombre, no por sus acusaciones, no, eso era algo que tenía asumido, si no porque no era capaz de dar paz a un alma herida, igual que no había sido capaz de apaciguar su propia alma cuando pensó que su hermana había muerto.
Fue la mujer quien, viendo la escena, detuvo al hombre, tradiciones, probablemente la tradición de el pueblo de las arenas la llevaría a una muerte segura, daría igual que esta llegase antes o después, en el fondo, Alanna tenía asumido que su final seria algo parecido a eso, morir a manos de alguien que busca venganza, no eran pocos sus crímenes, ni pocos quienes la odiaban, sus propios compañeros lo hacían, no era alguien digno de admiración ni de clemencia, después de todo, solo era una asesina. Por mucho que la guardia quisiera ocultar su oficio, por mucho que a los que eran como ella los nombraran confidentes, espías o lo que quisieran llamarlos, eran solo nombres bonitos de decir la verdad, eran, simplemente, asesinos. Después de todo, podía entender la ira del pueblo del arenal. Posiblemente si ella hubiera pasado por lo mismo que ellos, habría actuado igual.
Pasara lo que pasara, no bajaría la cabeza. Y así fue como la encontraron Asher y Flint al llegar, con la cabeza alta, los ojos empañados y envueltos en sombras y una disculpa en la mirada que no saldría de su boca. Miró de reojo a Asher, que le había lanzado, antes de salir a que la amenazasen de muerte, una mirada con significado, ¿de veras? llevaba todo el camino odiándola, soltándole pullas, demostrándole lo poco que la quería cerca, ¿y en ese momento buscaba que lo entendiera? Si hubiera podido le habría escupido en la cara por gilipollas.
Desvió la mirada, asqueada, estaba entregandolos para salvar su culo, debería haber supuesto que no era más que un traidor, por mal que te caiga alguien, no hay derecho a insultar o lanzar pullas, no le gustaría, pero eran compañeros, y nadie debe tratar mal a un compañero, por poca amistad que hubiera, lo mínimo era el respeto, pero parecía que Asher no quería ser siquiera eso, prefería seguir siendo "el marcado" como lo llamaban. Si el era un traidor, ella no se parecería a él, por mucho que el buscara su muerte, ella no diría nada, aunque el no entendiera lo que era el compañerismo, ella no era así, y aunque el no fuera capaz de tener un mínimo de comprensión en su cabeza dura, aunque no pudiera ver más allá de su estúpido hocico, ella, con su silencio, le demostraría que era diferente a él.
Una vez le había dicho que los monstruos no lo eran por su apariencia, si no por su corazón, monstruo era el que no se arrepentía de sus crímenes, el que no ayudaba a un compañero, el que era capaz de justificar un acto deleznable, el que para sentirse mejor, necesitaba hacer sentir mal a otra persona, hacer que otro se sintiera débil, ella habría manchado sus manos, estaría de mierda hasta el cuello, pero no era un monstruo, él en cambio, si, no por su aspecto, no, si no porque su corazón era más negro que el carbón, y entregar a Flint era muestra de ello.
Alanna miró a Flint esperando que no hablase y observó como el hermano del hombre al que había matado en el asalto la miraba con el mayor de los ascos, ASher se llevaría bien con él, algo en común tenían, al menos, la odiaban. Se levantó mientras recibía empujones y la despojaban, sin cuidado, de las armas. No opuso resistencia cuando, de forma brusca, le ataron las manos con cuerdas que arañaban su piel, su mano enguantada parecía temblar un poco, recordándole que no podía perder la fe, que su voluntad movía montañas. Sonrió con ironía, si, puede que tuviera voluntad de hierro, pero poco se podía hacer contra el odio.
La ataron con una cuerda a un caballo, que comenzó a avanzar por el desierto. A trompicones, comenzó a avanzar intentando mantener el paso del caballo de Bashira, la mujer, aunque no amable, si era considerada, y cabalgaba con cierta lentitud para que la joven no se cayera al suelo a los pocos minutos de andar por las calurosas arenas. A su lado, Flint mantenía el paso con más facilidad que ella, tal vez porque las piernas del muchacho eran más largas. Las miradas de odio que le lanzaba Shalam la hacían estremecer, estaba claro que el hombre, a pesar de las palabras de la mujer, no perdería oportunidad de acabar con ella.
- ¿Tu donde crees?- le preguntó al chico, de reojo, antes de notar un tirón de su cuerda.
- Nada de hablar, rehenes.- le dijo Bashira cuando, a trompicones, llego a su altura.
- Lo siento.- musitó la chica con un suspiro, logrando una mirada de ceño fruncido.
- ¿Por qué?- fue la pregunta que la mujer, casi, susurró.
- Por muchas cosas.- musitó mirando a Shalam de reojo.
- Es lo que tienen las guerras.- sonrió a medias la dama a caballo.
- Es como dicen, ¿no? Si hubiera nacido al otro lado de esta maldita barrera que llaman frontera, vestiría tu uniforme y erguiría tu bandera, sin embargo, hoy, he de matarte...- musitó algo cabizbaja.
Era algo que ella misma había escrito tiempo atrás, en uno de sus cuentos cortos que probablemente jamás verían la luz, pero en ese momento, que se le venía a la cabeza, no podía parecerle más cierto. La mirada curiosa de Bashira parecía el contrapunto a la de odio que recibía por parte de Shalam, Flint tampoco parecía saber que decían las mujeres, en cuando a Asher, prefirió no mirarle, quería salvarse a si mismo, que no se preocupara, para mantener su fachada, ella no lo miraría, siquiera.
- ¿Quién eres Alanna Delteria?- preguntó la mujer a caballo en un murmullo a penas, recibiendo, como única respuesta, una sonrisa triste de la Gata.
- Soy una mano de obra barata, que no importa desechar.- musitó para guardar, a continuación, silencio, totalmente convencida y segura de sus palabras.
Nadie había llegado a oir la conversación de las mujeres, el viento, los comentarios de los soldados, el lloriqueo de los dos guardias que habían sido capturados y sus protestas, habían sido sufiente para subrir el sonido de las voces bajas. El camino, por parte de la gata, siguió entre silencio y calma, el calor no era algo que la molestase demasiado, ni tampoco caminar, desde niña había estado sometida a ejercicio físico, llevar una granja no era nada sencillo, y los entrenamientos de la guardia, tampoco, y mucho menos para alguien tan menudo como ella. Mucha gente se preguntaba como alguien tan delgado y pequeño podía formar parte de un cuerpo armado, la respuesta era a base de sangre sudor y lágrimas, y todo literalmente.
- Ya hemos llegado.- dijo la mujer a quien iba atada y que encabezaba la marcha.
Alanna alzó la vista de sus pies y contemplo los muros de color terroso que se confundían con el suelo. no parecía un lugar especialmente grande, pero mientras el sol del atardecer alumbraba sus muros tiñendolos de un naranja profundo y un rosa fuerte, más hermoso que en cualquier otro lugar de Aerandir, no pudo evitar verse inmersa en la majestuosidad de ese lugar tan seco. Entendía, sin duda, que quienes los habían capturado quisieran protegerlo, esas eran sus tierras, lo habían sido durante generaciones eran las tierras de sus padres y sus abuelos, las amaban a pesar de todo, y querían salvaguardarlas.
Con la boca seca, la garganta ardiendo, la piel de la cara quemada por las horas andando al sol, a pesar de la tela que había cubierto su cabeza durante el viaje, comenzó a bajar, cuidadosa, la ladera que, frente a ellos, llevaba a la puerta principal de la fortificación. Observó a los soldados pasar por delante de la mujer y de ella misma con gritos de júbilo, se notaban a gusto, felices de llegar, estaban en su hogar, habían llegado a casa.
Lo que ese hombre no sabía era que tuvo compasión, tuvo compasión del que intentaba asesinar a un pueblo entero, porque el veneno de la droseta le habría hecho sufrir una muerte lenta y dolorosa, si clavó el cristal en su pecho, fue para que no sufriera. Los ojos oscuros de Alanna se encharcaron, el hombre tenía derecho a su ira, pero ella no era capaz de dar excusa alguna, era culpable, no podía decir más. No apartó la mirada herida del hombre, no por sus acusaciones, no, eso era algo que tenía asumido, si no porque no era capaz de dar paz a un alma herida, igual que no había sido capaz de apaciguar su propia alma cuando pensó que su hermana había muerto.
Fue la mujer quien, viendo la escena, detuvo al hombre, tradiciones, probablemente la tradición de el pueblo de las arenas la llevaría a una muerte segura, daría igual que esta llegase antes o después, en el fondo, Alanna tenía asumido que su final seria algo parecido a eso, morir a manos de alguien que busca venganza, no eran pocos sus crímenes, ni pocos quienes la odiaban, sus propios compañeros lo hacían, no era alguien digno de admiración ni de clemencia, después de todo, solo era una asesina. Por mucho que la guardia quisiera ocultar su oficio, por mucho que a los que eran como ella los nombraran confidentes, espías o lo que quisieran llamarlos, eran solo nombres bonitos de decir la verdad, eran, simplemente, asesinos. Después de todo, podía entender la ira del pueblo del arenal. Posiblemente si ella hubiera pasado por lo mismo que ellos, habría actuado igual.
Pasara lo que pasara, no bajaría la cabeza. Y así fue como la encontraron Asher y Flint al llegar, con la cabeza alta, los ojos empañados y envueltos en sombras y una disculpa en la mirada que no saldría de su boca. Miró de reojo a Asher, que le había lanzado, antes de salir a que la amenazasen de muerte, una mirada con significado, ¿de veras? llevaba todo el camino odiándola, soltándole pullas, demostrándole lo poco que la quería cerca, ¿y en ese momento buscaba que lo entendiera? Si hubiera podido le habría escupido en la cara por gilipollas.
Desvió la mirada, asqueada, estaba entregandolos para salvar su culo, debería haber supuesto que no era más que un traidor, por mal que te caiga alguien, no hay derecho a insultar o lanzar pullas, no le gustaría, pero eran compañeros, y nadie debe tratar mal a un compañero, por poca amistad que hubiera, lo mínimo era el respeto, pero parecía que Asher no quería ser siquiera eso, prefería seguir siendo "el marcado" como lo llamaban. Si el era un traidor, ella no se parecería a él, por mucho que el buscara su muerte, ella no diría nada, aunque el no entendiera lo que era el compañerismo, ella no era así, y aunque el no fuera capaz de tener un mínimo de comprensión en su cabeza dura, aunque no pudiera ver más allá de su estúpido hocico, ella, con su silencio, le demostraría que era diferente a él.
Una vez le había dicho que los monstruos no lo eran por su apariencia, si no por su corazón, monstruo era el que no se arrepentía de sus crímenes, el que no ayudaba a un compañero, el que era capaz de justificar un acto deleznable, el que para sentirse mejor, necesitaba hacer sentir mal a otra persona, hacer que otro se sintiera débil, ella habría manchado sus manos, estaría de mierda hasta el cuello, pero no era un monstruo, él en cambio, si, no por su aspecto, no, si no porque su corazón era más negro que el carbón, y entregar a Flint era muestra de ello.
Alanna miró a Flint esperando que no hablase y observó como el hermano del hombre al que había matado en el asalto la miraba con el mayor de los ascos, ASher se llevaría bien con él, algo en común tenían, al menos, la odiaban. Se levantó mientras recibía empujones y la despojaban, sin cuidado, de las armas. No opuso resistencia cuando, de forma brusca, le ataron las manos con cuerdas que arañaban su piel, su mano enguantada parecía temblar un poco, recordándole que no podía perder la fe, que su voluntad movía montañas. Sonrió con ironía, si, puede que tuviera voluntad de hierro, pero poco se podía hacer contra el odio.
La ataron con una cuerda a un caballo, que comenzó a avanzar por el desierto. A trompicones, comenzó a avanzar intentando mantener el paso del caballo de Bashira, la mujer, aunque no amable, si era considerada, y cabalgaba con cierta lentitud para que la joven no se cayera al suelo a los pocos minutos de andar por las calurosas arenas. A su lado, Flint mantenía el paso con más facilidad que ella, tal vez porque las piernas del muchacho eran más largas. Las miradas de odio que le lanzaba Shalam la hacían estremecer, estaba claro que el hombre, a pesar de las palabras de la mujer, no perdería oportunidad de acabar con ella.
- ¿Tu donde crees?- le preguntó al chico, de reojo, antes de notar un tirón de su cuerda.
- Nada de hablar, rehenes.- le dijo Bashira cuando, a trompicones, llego a su altura.
- Lo siento.- musitó la chica con un suspiro, logrando una mirada de ceño fruncido.
- ¿Por qué?- fue la pregunta que la mujer, casi, susurró.
- Por muchas cosas.- musitó mirando a Shalam de reojo.
- Es lo que tienen las guerras.- sonrió a medias la dama a caballo.
- Es como dicen, ¿no? Si hubiera nacido al otro lado de esta maldita barrera que llaman frontera, vestiría tu uniforme y erguiría tu bandera, sin embargo, hoy, he de matarte...- musitó algo cabizbaja.
Era algo que ella misma había escrito tiempo atrás, en uno de sus cuentos cortos que probablemente jamás verían la luz, pero en ese momento, que se le venía a la cabeza, no podía parecerle más cierto. La mirada curiosa de Bashira parecía el contrapunto a la de odio que recibía por parte de Shalam, Flint tampoco parecía saber que decían las mujeres, en cuando a Asher, prefirió no mirarle, quería salvarse a si mismo, que no se preocupara, para mantener su fachada, ella no lo miraría, siquiera.
- ¿Quién eres Alanna Delteria?- preguntó la mujer a caballo en un murmullo a penas, recibiendo, como única respuesta, una sonrisa triste de la Gata.
- Soy una mano de obra barata, que no importa desechar.- musitó para guardar, a continuación, silencio, totalmente convencida y segura de sus palabras.
Nadie había llegado a oir la conversación de las mujeres, el viento, los comentarios de los soldados, el lloriqueo de los dos guardias que habían sido capturados y sus protestas, habían sido sufiente para subrir el sonido de las voces bajas. El camino, por parte de la gata, siguió entre silencio y calma, el calor no era algo que la molestase demasiado, ni tampoco caminar, desde niña había estado sometida a ejercicio físico, llevar una granja no era nada sencillo, y los entrenamientos de la guardia, tampoco, y mucho menos para alguien tan menudo como ella. Mucha gente se preguntaba como alguien tan delgado y pequeño podía formar parte de un cuerpo armado, la respuesta era a base de sangre sudor y lágrimas, y todo literalmente.
- Ya hemos llegado.- dijo la mujer a quien iba atada y que encabezaba la marcha.
Alanna alzó la vista de sus pies y contemplo los muros de color terroso que se confundían con el suelo. no parecía un lugar especialmente grande, pero mientras el sol del atardecer alumbraba sus muros tiñendolos de un naranja profundo y un rosa fuerte, más hermoso que en cualquier otro lugar de Aerandir, no pudo evitar verse inmersa en la majestuosidad de ese lugar tan seco. Entendía, sin duda, que quienes los habían capturado quisieran protegerlo, esas eran sus tierras, lo habían sido durante generaciones eran las tierras de sus padres y sus abuelos, las amaban a pesar de todo, y querían salvaguardarlas.
Con la boca seca, la garganta ardiendo, la piel de la cara quemada por las horas andando al sol, a pesar de la tela que había cubierto su cabeza durante el viaje, comenzó a bajar, cuidadosa, la ladera que, frente a ellos, llevaba a la puerta principal de la fortificación. Observó a los soldados pasar por delante de la mujer y de ella misma con gritos de júbilo, se notaban a gusto, felices de llegar, estaban en su hogar, habían llegado a casa.
- plano de la fortaleza:
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- como la ven al llegar:
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Alanna Delteria
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
Observé la reacción de la mujer, curioso. No estaba muy seguro de que esperar, pero fue mucho más hospitalaria de lo que podría haber pensado, lo cual no hizo sino dejarme en alerta. ¿Me habría creido de verdad, o tan solo estaría jugando conmigo? ¿O tal vez me estuviese poniendo a prueba?
Mis sospechas fueron interrumpidas por la ofrenda de un corcel. Los ojos se me iluminaron momentaneamente mientras tocaba el corto pelaje del caballo. Había estado en proximidad a uno varias veces, pero nunca había montado realmente en uno. Por suerte, parecía manso, y ya estaba ensillado. Examiné con la mirada al resto de guerreros montados. Recordaba haber visto a humanos montar y desmontar a algunos. Subí una de mis patas y la coloqué cuidadosamente sobre el estribo, tanteando mi peso. Después, me subí en un solo movimiento, tratando de hacerlo de la forma más fluida posible.
-Muchas gracias, eh...- dudé. - Disculpa, no sé cual es tu nombre.- La vista desde el caballo era curiosa. Todo el mundo parecía aún más pequeño en comparación. Incluso en el suelo, solía superar en altura al resto, pero aquello era casi absurdo.
No tardamos en empezar el trayecto. Tuve que estar atento al resto de jinetes para saber que hacer: al parecer, una ligera patada con ambas piernas en los dos costados servía para ordenarles moverse. Las cintas de cuero que conectaban a la cabeza servian para girar, o parar. Parecía relativamente sencillo, aunque el concepto me parecía extraño. Dominar un animal de esa manera... ¿estaba bien aquello? Una cosa era tener una mascota, pero estas solían ser libres. Aquellos caballos parecían más bien esclavizados, aunque por algún motivo... no se resistían, ni parecían sufrir. Incluso si tirar a sus jinetes de su lomo y salir corriendo les sería sencillo.
-¿No sabes montar?- dijo una voz desconocida. Un hombre de piel oscura se acercó con su propio caballo y se mantuvo a mi ritmo. Al igual que esto, estaba cubierto por tela y llevaba una de esas espadas curvas. Parecía tener un acento muy marcado, asi que me llevó un par de segundos darme cuenta de que hablaba mi mismo idioma.
-Hmm... ¿como sabes tu eso?- pregunté. Ya habíamos empezado el camino, después de todo, y me había mantenido relativamente cerca del resto. Creía haber disimulado bastante bien.
-Tengo buen ojo para los caballos... y estás demasiado tenso. Tus movimientos no son seguros. Mi nombre es Farid. Y ese al que estás montando se llama Dalyod.- dijo, indicando al caballo con un gesto. Relajé mis hombros, intentando corregir mi postura. -Mira, sientate como lo hago yo...-
Durante un buen tramo, estuve charlando con el guerrero, sobre todo sobre lo errónea que era mi forma de cabalgar. Admití algo avergonzado que era la primera vez que lo hacía, a lo que el hombre rió. Tras compartir unos pocos consejos que me dejaron más cómodo, empezamos a hablar de otros asuntos.
-¿Hay mucha gente como yo entre los tuyos?- pregunté en voz baja, algo inseguro.
-¿Gente como tú?
-Si, ya sabes... hombres bestia.- murmuré, bajando un poco las orejas.
-¡Oh! ¿Hombres que también son animales? Si, hay unos cuantos brutos que...- le perforé con la mirada. -¡Ja, ja, ja! Es broma, hermano. Claro que hay gente de tu raza. Pero no los separamos... aquí, todos somos de la misma familia.-
Eso casi me derritió el corazón. Empezaba a plantearme si no sería mejor unirme de verdad a la gente de las arenas. Me habían admitido y dado la bienvenida como a uno de los suyos, ¿e iba a traicionarlos? Ningún otro lugar me habría aceptado de manera tan rápida. Por supuesto, aún quedaba verlo con mis propios ojos, y aún había muchos inconvenientes. Estaba acostumbrado a la vida en la ciudad, no a las arenas. Aunque mi pelaje me protegía en cierta manera del sol, seguía siendo muy diferente a lo que estaba acostumbrado.
Miré alrededor. Algunos de los soldados hablaban entre ellos. Los dos idiotas del escuadrón de la guardia lloriqueaban y gemían. Alanna parecía estar hablando con la líder, y... había un hombre, Shalam según me indicó Farid, que observaba a la guardia con odio. Al parecer, ella había matado al hermano del nórgedo.
-¿Venganza? Hmph. Es un deseo vacío. Sirve para llevarte al fin del mundo, pero en cuanto lo cumples... no sientes nada.- afirmé en voz baja. Farid asintió. Parecía saber perfectamente de lo que estaba hablando... lo cual solo haría alguien que ha vivido por ello. -Es muy fácil buscar culpables, incluso si sólo están siguiendo órdenes.- comenté. Por supuesto, no le iba a decir eso a Shalam. Ya tenía suficiente con odiar a una persona, no tenía intención de ser el próximo objetivo de su ira.
Me congelé en el sitio. Aquello que acababa de decir... se aplicaba perfectamente a mi situación. No, no era lo mismo. Traté de convencerme de ello. La guardia había intentado que confiase en ella mientras me llevaba a un destino peor que la muerte. Recordé vagamente el grito que dio la mujer cuando Tyron mencionó la marca.
"¡Me prometieron que nadie sufriría daños!"
¿Que significaba eso? Hasta el momento, lo había tomado de una forma particular, interpretándolo como si la mujer hubiese sabido a que me estaba sometiendo desde el principio. Pero esa explicación parecía algo lejana. ¿Y si me hubiese equivocado? ¿Y si aquella mujer no había sabido nada, y tan solo me estaba llevando ante Tyron?
Pero eso no era posible... ¿no? En ningún momento había negado su culpabilidad. Tal vez me hubiese estado ignorando simplemente, o hubiese pensado que no valía la pena... o realmente se sintiese culpable. Suspiré, molesto. No tenía ni idea de que pasaba por la cabeza de esa mujer. Eltrant confiaba en ella. Claro que Eltrant había demostrado varias veces ser idiota, y por eso mismo era mi compañero. Iba a necesitar una charla con ella al final de todo.
Eso era, claro, si seguíamos en el mismo bando.
Demasiadas dudas. ¿Por qué no podía sentir un odio claro y absurdo como el de Shalam? Habría hecho las cosas mucho más simples.
No tardamos en llegar a la fortaleza. Debía admitir que era impresionante, sobre todo para estar construida en mitad de la nada. ¿De donde sacarían la comida y el agua? ¿Como aguantaban las tormentas de arena? Mis preguntas quedaron ahogadas por los gritos de alegría de los soldados.
-Bienvenido a tu nuevo hogar, hermano.- sonrió Farid.
Mis sospechas fueron interrumpidas por la ofrenda de un corcel. Los ojos se me iluminaron momentaneamente mientras tocaba el corto pelaje del caballo. Había estado en proximidad a uno varias veces, pero nunca había montado realmente en uno. Por suerte, parecía manso, y ya estaba ensillado. Examiné con la mirada al resto de guerreros montados. Recordaba haber visto a humanos montar y desmontar a algunos. Subí una de mis patas y la coloqué cuidadosamente sobre el estribo, tanteando mi peso. Después, me subí en un solo movimiento, tratando de hacerlo de la forma más fluida posible.
-Muchas gracias, eh...- dudé. - Disculpa, no sé cual es tu nombre.- La vista desde el caballo era curiosa. Todo el mundo parecía aún más pequeño en comparación. Incluso en el suelo, solía superar en altura al resto, pero aquello era casi absurdo.
No tardamos en empezar el trayecto. Tuve que estar atento al resto de jinetes para saber que hacer: al parecer, una ligera patada con ambas piernas en los dos costados servía para ordenarles moverse. Las cintas de cuero que conectaban a la cabeza servian para girar, o parar. Parecía relativamente sencillo, aunque el concepto me parecía extraño. Dominar un animal de esa manera... ¿estaba bien aquello? Una cosa era tener una mascota, pero estas solían ser libres. Aquellos caballos parecían más bien esclavizados, aunque por algún motivo... no se resistían, ni parecían sufrir. Incluso si tirar a sus jinetes de su lomo y salir corriendo les sería sencillo.
-¿No sabes montar?- dijo una voz desconocida. Un hombre de piel oscura se acercó con su propio caballo y se mantuvo a mi ritmo. Al igual que esto, estaba cubierto por tela y llevaba una de esas espadas curvas. Parecía tener un acento muy marcado, asi que me llevó un par de segundos darme cuenta de que hablaba mi mismo idioma.
-Hmm... ¿como sabes tu eso?- pregunté. Ya habíamos empezado el camino, después de todo, y me había mantenido relativamente cerca del resto. Creía haber disimulado bastante bien.
-Tengo buen ojo para los caballos... y estás demasiado tenso. Tus movimientos no son seguros. Mi nombre es Farid. Y ese al que estás montando se llama Dalyod.- dijo, indicando al caballo con un gesto. Relajé mis hombros, intentando corregir mi postura. -Mira, sientate como lo hago yo...-
Durante un buen tramo, estuve charlando con el guerrero, sobre todo sobre lo errónea que era mi forma de cabalgar. Admití algo avergonzado que era la primera vez que lo hacía, a lo que el hombre rió. Tras compartir unos pocos consejos que me dejaron más cómodo, empezamos a hablar de otros asuntos.
-¿Hay mucha gente como yo entre los tuyos?- pregunté en voz baja, algo inseguro.
-¿Gente como tú?
-Si, ya sabes... hombres bestia.- murmuré, bajando un poco las orejas.
-¡Oh! ¿Hombres que también son animales? Si, hay unos cuantos brutos que...- le perforé con la mirada. -¡Ja, ja, ja! Es broma, hermano. Claro que hay gente de tu raza. Pero no los separamos... aquí, todos somos de la misma familia.-
Eso casi me derritió el corazón. Empezaba a plantearme si no sería mejor unirme de verdad a la gente de las arenas. Me habían admitido y dado la bienvenida como a uno de los suyos, ¿e iba a traicionarlos? Ningún otro lugar me habría aceptado de manera tan rápida. Por supuesto, aún quedaba verlo con mis propios ojos, y aún había muchos inconvenientes. Estaba acostumbrado a la vida en la ciudad, no a las arenas. Aunque mi pelaje me protegía en cierta manera del sol, seguía siendo muy diferente a lo que estaba acostumbrado.
Miré alrededor. Algunos de los soldados hablaban entre ellos. Los dos idiotas del escuadrón de la guardia lloriqueaban y gemían. Alanna parecía estar hablando con la líder, y... había un hombre, Shalam según me indicó Farid, que observaba a la guardia con odio. Al parecer, ella había matado al hermano del nórgedo.
-¿Venganza? Hmph. Es un deseo vacío. Sirve para llevarte al fin del mundo, pero en cuanto lo cumples... no sientes nada.- afirmé en voz baja. Farid asintió. Parecía saber perfectamente de lo que estaba hablando... lo cual solo haría alguien que ha vivido por ello. -Es muy fácil buscar culpables, incluso si sólo están siguiendo órdenes.- comenté. Por supuesto, no le iba a decir eso a Shalam. Ya tenía suficiente con odiar a una persona, no tenía intención de ser el próximo objetivo de su ira.
Me congelé en el sitio. Aquello que acababa de decir... se aplicaba perfectamente a mi situación. No, no era lo mismo. Traté de convencerme de ello. La guardia había intentado que confiase en ella mientras me llevaba a un destino peor que la muerte. Recordé vagamente el grito que dio la mujer cuando Tyron mencionó la marca.
"¡Me prometieron que nadie sufriría daños!"
¿Que significaba eso? Hasta el momento, lo había tomado de una forma particular, interpretándolo como si la mujer hubiese sabido a que me estaba sometiendo desde el principio. Pero esa explicación parecía algo lejana. ¿Y si me hubiese equivocado? ¿Y si aquella mujer no había sabido nada, y tan solo me estaba llevando ante Tyron?
Pero eso no era posible... ¿no? En ningún momento había negado su culpabilidad. Tal vez me hubiese estado ignorando simplemente, o hubiese pensado que no valía la pena... o realmente se sintiese culpable. Suspiré, molesto. No tenía ni idea de que pasaba por la cabeza de esa mujer. Eltrant confiaba en ella. Claro que Eltrant había demostrado varias veces ser idiota, y por eso mismo era mi compañero. Iba a necesitar una charla con ella al final de todo.
Eso era, claro, si seguíamos en el mismo bando.
Demasiadas dudas. ¿Por qué no podía sentir un odio claro y absurdo como el de Shalam? Habría hecho las cosas mucho más simples.
No tardamos en llegar a la fortaleza. Debía admitir que era impresionante, sobre todo para estar construida en mitad de la nada. ¿De donde sacarían la comida y el agua? ¿Como aguantaban las tormentas de arena? Mis preguntas quedaron ahogadas por los gritos de alegría de los soldados.
-Bienvenido a tu nuevo hogar, hermano.- sonrió Farid.
Asher Daregan
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
Las palabras de Alanna parecieron conmover ligeramente a la mujer, que no dudó en contestarle cuando ya avistaban la fortaleza.
-Con tu actuación has evitado una guerra mucho mayor. – le dijo. – Si no hubieses intervenido y el hermano de Shalam hubiese matado al Lord, ahora mismo los ejércitos de Lunargenta estarían conquistando nuestras tierras. – le explicó, dio un suspiro, y miró al frente, a la fortaleza. – Sin embargo, hay veces que actuemos como actuemos, estamos predestinados a acabar de una determinada manera. ¿Crees en el destino, Alanna? – le preguntó, mirándola a los ojos. Y luego hizo una pausa. - Me encargaré de que tengas una muerte digna. – le explicó con cierta tristeza.
Las puertas de la fortaleza se encontraban cerradas en el momento que los nórgedos, bajo el mando de Bashira y Shalam, llegaron a la puerta. La mujer alzó una mano que confirmó a los que se encontraban sobre los muros que debían abrirla. El enorme portón de madera comenzó su apertura lentamente. La mujer lanzó una última mirada de lástima a Alanna, en cierta manera se sentía identificada con ella: Ambas eran guerreras de carácter, cada una por su bando, sufridoras, y estaban acostumbradas a dar la cara por muchos hombres. ¿Cómo podía ser que dos personas tan distintas fuesen, a la vez, tan iguales?
La multitud coreó los nombres de los héroes que había conseguido capturar a los guardias y, a continuación, el grupo se disolvió. Farid se llevó a Asher mientras que Shalam, Bashira y un par de nórgedos más se dirigieron a una casa de apariencia más importante.
Dos guardias ataviados con túnicas negras, turbantes y lanzas resguardaban aquella casa que, pese a no ser muy grande ni impresionante, sí que destacaba entre la multitud. Cuando Bashira procedía a entrar, los hombres aproximaron sus lanzas, indicándole que no debía hacerlo.
-Traemos prisioneros. Debemos reunirnos con el “sheik” – indicó la mujer nórgeda a los que los esperaban al otro lado de la puerta. El sheik no era ni más ni menos que el jefe o “sultán” de la tribu. El hombre de más avanzada edad de la fortaleza.
-El sheik está enfermo. No lo molestes demasiado. – le indicó uno de los guardias, antes de entrar a la pequeña casa en la que se encontraba.
–Traed a Alanna y a Flint. Los otros dos metedlos en las mazmorras. – ordenó la mujer tomando a Flint y, acompañada de Shalam, que empujó de mala manera a Alanna, entraron en la casa.
Un hombre con barba, fumando una pipa y tumbado en su cama, hacía amagos inútiles para incorporarse. Su piel estaba teñida en color verde, dando apariencia de enfermo y tosía.
-Hija mía… - indicó el sheik, que parecía ser precisamente el padre de Bashira. – Shalam… querido… ¿quiénes son estos muchachos? – preguntó en un tono de voz muy bajo y tosiendo, tratando de mirar a Alanna y Flint.
-Son prisioneros, padre. – indicó Bashira – Ella fue quien asesinó a Abel. Shalam exige derecho a “mókgra” – indicó la nórgeda, sin saber a qué se refería, sin embargo, explicaría para que Alanna supiera a qué se refería. – El duelo a muerte en la arena, y en igualdad de condiciones. – el hombre continuó tosiendo.
-Hija… estoy… mu-muriéndome. Lo último que deseo… que heredéis una guerra por rencillas menores. Estamos en paz, recordad. – explicó. – El duelo tendrá que esperar.
-¿Por qué tiene que esperar? ¡Tengo derecho a ello! – vociferó Shalam - ¡Son las costumbres de nuestro pueblo! ¡Y debe respetarlas, anciano! – continuó, encarándose hacia delante y haciendo un amago claramente violento. El nórgedo no parecía guardar ningún tipo de respeto. Lo cual molestó a la señora.
-¿Cómo te atreves a hablarle así a mi padre? – dijo soltando al sheik y propinándole un fuerte empujón. – Vete antes de que te corte la garganta aquí mismo.
Shalam no era tan distinto a su hermano, envió una mirada de odio a su compañera y salió por la puerta mal encarado, que cerró con un portazo. La mujer, entristecida, y sintiéndose en más confianza, fue a abrazar a su padre, y comenzó a llorar sobre su hombro.
En aquel momento no había nadie escoltando a Alanna y Flint. El hijo de Roiland contempló cómo sobre una mesa que había justo al lado de Alanna había una pequeña daga curvada enfundada. Sin decir nada, le picó codo con codo y le hizo un gesto con la cabeza a la guarda para que la tomara y la escondiera en el pantalón o en su camisa, aún con las manos atadas. Quizás les sirviera para más adelante, aunque también podrían terminar pillándolos.
-------------- Prostíbulo -------------------
En otra parte de la fortaleza, Farid se encontraba mostrándole a Asher la pequeña ciudad. Desde la herrería, al mercado, el cuartel, la sastrería, la taberna… En definitiva, todo de los servicios de los que dispondría su nuevo “hermano” una vez estuviera integrado dentro de la ciudad.
-Y aún no te he enseñado lo mejor… - rió Farid, abriendo la puerta de uno de los edificios al que aún no habían accedido: “La luna oculta”, indicaba el cartel.
Un lugar completamente saturado de humo, repleto de mujeres en paños menores que realizaban sinuosos y sensuales gestos. - ¿Queréis compañía, chicos? – preguntó una mujer, acariciándoles el pecho.
-Por supesto, nunca viene de más. – y rió, acompañándolos hasta una mesa en el que otra camarera, con un pañuelo morado cubriendo su rostro, les sirvió una copa.
La zona estaba con un intenso y cargado humo que marearía hasta al más bárbaro de los nórgedos. Utilizaban una droga muy típica en Aerandir, el “escuma”. Que colocaba y mareaba, literalmente, a todos los que estuviesen bajo sus efectos durante un tiempo prolongado.
En determinado momento, entró un malhumorado Shalam, que atravesó la puerta muy enfadado, e incluso empujó a una de las prostitutas que se habían ofrecido a “relajarle”. El líder nórgedo no estaba ahí para buscar placer sino, más bien, tomar la escalera para subir al piso de arriba. Su rápida aparición y desaparición no pasó inadvertida para Farid, que rápidamente hizo un comentario al respecto. – Parece enfadado. Le va a caer el pelo a la mujer. – rió el hombre en relación a Alanna, tomando su copa. - ¿Habrá subido a ver a la adivina?
* * * * * * * * * *
Debido al comportamiento de Asher, vuestros caminos se dividen una vez llegáis a la ciudad. Las cosas se ponen interesantes y en este turno tendréis que decidir varias cosas. Son vuestras decisiones las que afectarán a conseguir uno u otro final.
Alanna: Deberás decidir si haces caso a Flint y tomas el cuchillo o no. ¿Un arma contra Shalam en caso de que quiera tomarse la justicia por su mano? ¿Una vía de escape tal vez en la cárcel? ¿O puede que un objeto que a la larga te traerá problemas? A continuación, el Sheik te preguntará las causas de la presencia del ejército de Roilkat en las tierras. Opcionalmente, puedes decirles que quieres batirte con Shalam. Aunque eso puede traer consecuencias para Alanna (por supuesto, en ningún caso la muerte), si no optas por esta opción, en el siguiente turno irás a los calabozos.
Asher: Iba a buscarte un “amigo” a tu llegada a la fortaleza, pero ya veo que lo has hecho tú solo. Termináis en un prostíbulo impregnado de un fuerte olor a una droga muy potente. Es la primera vez que estás bajo sus efectos y por ello te afecta más. En este primer turno, sólo te causará mareos, en el segundo, si permaneces, vómitos y, en el tercero, seguramente un desmayo temporal. Ves a Shalam entrar. ¿Con quién habrá ido a reunirse al piso superior? ¿Guardas algo de humanidad y te interesa saber qué ha sido de tu compañera? Puedes asumir riesgos y seguirle, si quieres. ¿O prefieres ignorarla de nuevo y salir del local por los efectos del humo? De nuevo, es tu decisión.
-Con tu actuación has evitado una guerra mucho mayor. – le dijo. – Si no hubieses intervenido y el hermano de Shalam hubiese matado al Lord, ahora mismo los ejércitos de Lunargenta estarían conquistando nuestras tierras. – le explicó, dio un suspiro, y miró al frente, a la fortaleza. – Sin embargo, hay veces que actuemos como actuemos, estamos predestinados a acabar de una determinada manera. ¿Crees en el destino, Alanna? – le preguntó, mirándola a los ojos. Y luego hizo una pausa. - Me encargaré de que tengas una muerte digna. – le explicó con cierta tristeza.
Las puertas de la fortaleza se encontraban cerradas en el momento que los nórgedos, bajo el mando de Bashira y Shalam, llegaron a la puerta. La mujer alzó una mano que confirmó a los que se encontraban sobre los muros que debían abrirla. El enorme portón de madera comenzó su apertura lentamente. La mujer lanzó una última mirada de lástima a Alanna, en cierta manera se sentía identificada con ella: Ambas eran guerreras de carácter, cada una por su bando, sufridoras, y estaban acostumbradas a dar la cara por muchos hombres. ¿Cómo podía ser que dos personas tan distintas fuesen, a la vez, tan iguales?
La multitud coreó los nombres de los héroes que había conseguido capturar a los guardias y, a continuación, el grupo se disolvió. Farid se llevó a Asher mientras que Shalam, Bashira y un par de nórgedos más se dirigieron a una casa de apariencia más importante.
-------------- Hogar del "Sheik" ----------------
Dos guardias ataviados con túnicas negras, turbantes y lanzas resguardaban aquella casa que, pese a no ser muy grande ni impresionante, sí que destacaba entre la multitud. Cuando Bashira procedía a entrar, los hombres aproximaron sus lanzas, indicándole que no debía hacerlo.
-Traemos prisioneros. Debemos reunirnos con el “sheik” – indicó la mujer nórgeda a los que los esperaban al otro lado de la puerta. El sheik no era ni más ni menos que el jefe o “sultán” de la tribu. El hombre de más avanzada edad de la fortaleza.
-El sheik está enfermo. No lo molestes demasiado. – le indicó uno de los guardias, antes de entrar a la pequeña casa en la que se encontraba.
–Traed a Alanna y a Flint. Los otros dos metedlos en las mazmorras. – ordenó la mujer tomando a Flint y, acompañada de Shalam, que empujó de mala manera a Alanna, entraron en la casa.
Un hombre con barba, fumando una pipa y tumbado en su cama, hacía amagos inútiles para incorporarse. Su piel estaba teñida en color verde, dando apariencia de enfermo y tosía.
- Sheik:
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-Hija mía… - indicó el sheik, que parecía ser precisamente el padre de Bashira. – Shalam… querido… ¿quiénes son estos muchachos? – preguntó en un tono de voz muy bajo y tosiendo, tratando de mirar a Alanna y Flint.
-Son prisioneros, padre. – indicó Bashira – Ella fue quien asesinó a Abel. Shalam exige derecho a “mókgra” – indicó la nórgeda, sin saber a qué se refería, sin embargo, explicaría para que Alanna supiera a qué se refería. – El duelo a muerte en la arena, y en igualdad de condiciones. – el hombre continuó tosiendo.
-Hija… estoy… mu-muriéndome. Lo último que deseo… que heredéis una guerra por rencillas menores. Estamos en paz, recordad. – explicó. – El duelo tendrá que esperar.
-¿Por qué tiene que esperar? ¡Tengo derecho a ello! – vociferó Shalam - ¡Son las costumbres de nuestro pueblo! ¡Y debe respetarlas, anciano! – continuó, encarándose hacia delante y haciendo un amago claramente violento. El nórgedo no parecía guardar ningún tipo de respeto. Lo cual molestó a la señora.
-¿Cómo te atreves a hablarle así a mi padre? – dijo soltando al sheik y propinándole un fuerte empujón. – Vete antes de que te corte la garganta aquí mismo.
Shalam no era tan distinto a su hermano, envió una mirada de odio a su compañera y salió por la puerta mal encarado, que cerró con un portazo. La mujer, entristecida, y sintiéndose en más confianza, fue a abrazar a su padre, y comenzó a llorar sobre su hombro.
En aquel momento no había nadie escoltando a Alanna y Flint. El hijo de Roiland contempló cómo sobre una mesa que había justo al lado de Alanna había una pequeña daga curvada enfundada. Sin decir nada, le picó codo con codo y le hizo un gesto con la cabeza a la guarda para que la tomara y la escondiera en el pantalón o en su camisa, aún con las manos atadas. Quizás les sirviera para más adelante, aunque también podrían terminar pillándolos.
-------------- Prostíbulo -------------------
En otra parte de la fortaleza, Farid se encontraba mostrándole a Asher la pequeña ciudad. Desde la herrería, al mercado, el cuartel, la sastrería, la taberna… En definitiva, todo de los servicios de los que dispondría su nuevo “hermano” una vez estuviera integrado dentro de la ciudad.
-Y aún no te he enseñado lo mejor… - rió Farid, abriendo la puerta de uno de los edificios al que aún no habían accedido: “La luna oculta”, indicaba el cartel.
Un lugar completamente saturado de humo, repleto de mujeres en paños menores que realizaban sinuosos y sensuales gestos. - ¿Queréis compañía, chicos? – preguntó una mujer, acariciándoles el pecho.
-Por supesto, nunca viene de más. – y rió, acompañándolos hasta una mesa en el que otra camarera, con un pañuelo morado cubriendo su rostro, les sirvió una copa.
La zona estaba con un intenso y cargado humo que marearía hasta al más bárbaro de los nórgedos. Utilizaban una droga muy típica en Aerandir, el “escuma”. Que colocaba y mareaba, literalmente, a todos los que estuviesen bajo sus efectos durante un tiempo prolongado.
- Prostíbulo:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
En determinado momento, entró un malhumorado Shalam, que atravesó la puerta muy enfadado, e incluso empujó a una de las prostitutas que se habían ofrecido a “relajarle”. El líder nórgedo no estaba ahí para buscar placer sino, más bien, tomar la escalera para subir al piso de arriba. Su rápida aparición y desaparición no pasó inadvertida para Farid, que rápidamente hizo un comentario al respecto. – Parece enfadado. Le va a caer el pelo a la mujer. – rió el hombre en relación a Alanna, tomando su copa. - ¿Habrá subido a ver a la adivina?
* * * * * * * * * *
Debido al comportamiento de Asher, vuestros caminos se dividen una vez llegáis a la ciudad. Las cosas se ponen interesantes y en este turno tendréis que decidir varias cosas. Son vuestras decisiones las que afectarán a conseguir uno u otro final.
Alanna: Deberás decidir si haces caso a Flint y tomas el cuchillo o no. ¿Un arma contra Shalam en caso de que quiera tomarse la justicia por su mano? ¿Una vía de escape tal vez en la cárcel? ¿O puede que un objeto que a la larga te traerá problemas? A continuación, el Sheik te preguntará las causas de la presencia del ejército de Roilkat en las tierras. Opcionalmente, puedes decirles que quieres batirte con Shalam. Aunque eso puede traer consecuencias para Alanna (por supuesto, en ningún caso la muerte), si no optas por esta opción, en el siguiente turno irás a los calabozos.
Asher: Iba a buscarte un “amigo” a tu llegada a la fortaleza, pero ya veo que lo has hecho tú solo. Termináis en un prostíbulo impregnado de un fuerte olor a una droga muy potente. Es la primera vez que estás bajo sus efectos y por ello te afecta más. En este primer turno, sólo te causará mareos, en el segundo, si permaneces, vómitos y, en el tercero, seguramente un desmayo temporal. Ves a Shalam entrar. ¿Con quién habrá ido a reunirse al piso superior? ¿Guardas algo de humanidad y te interesa saber qué ha sido de tu compañera? Puedes asumir riesgos y seguirle, si quieres. ¿O prefieres ignorarla de nuevo y salir del local por los efectos del humo? De nuevo, es tu decisión.
Ger
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
Soltó una suave risa entre sarcástica, triste y siguió su camino, “menos mal, ya pensaba que iba a morir de forma horrible” pensó con un humor negro impropio de ella, que ocultaba su temor. Tal vez la mujer tuviera razón, y hubiera evitado un caos mucho mayor matando al que fu líder de los Nórgedos. Pero lo cortés no quita lo valiente, e, igual que salvó a mucha gente, mató a una persona, una mas que pasaba a engrosa su lista.
La entrada a la fortaleza fue, cuanto menos, curiosa, Las gentes del desierto eran tratadas como héroes, algarabías, celebraciones, aplausos y silbidos se repartían de un lado a otro del lugar celebrando la llegada de Bashira y los suyos. Alanna, no se dignó a alzar la cabeza, sabía que pensaban de ella, no era la primera vez que estaba en una situación similar, lo había visto cientos de veces cuando acompañaba a los presos a sus celdas. Nunca había disfrutado de ese circo, ni siquiera como guardia cuando los aplausos se habían dirigido a ella. No estaba actuando cuando apresaba a alguien, la persona que se dirigía a la celda era, al final, eso, una persona, no un animal al que enjaular ni un espectáculo para entretener a nadie, aunque se sintieran así.
Ella estaba, en ese momento, en el otro lado de la frontera, era el animal apresado que iban a echar al circo para entretener a una panda de sádicos, tan sádicos como los que había en la ciudad, no debía engañarse, al final, todos eran igual en todos lados, ya lo había oído “Pan y circo” y con eso serían felices. Observando con la cabeza gacha, negándose a mirar a Asher, aun con el sentimiento de traición fuertemente arraigado en su cabeza, pudo ver diferentes entradas y salidas pero que llegarían, probablemente, a otras estancias que no le permitirían salir al exterior y, aunque se lograra escapar, acabaría perdida en un desierto del que no sabía salir y en el que la encontrarían con facilidad, después de todo, la gente del desierto conocía bien su hogar y eran apreciados en él.
El grupo se separó con rapidez a la llegada, y, mientras Asher y su nuevo amigo se iban a algún lugar donde descansar, a ella y a Flint los subieron hasta un dormitorio, un hombre postrado en la cama los recibió fumando de una pipa sin poder incorporarse, solo la Gata y Flint habían sido recibidos allí, ¿sospecharían algo? No lo sabía, pero los otros dos ya habían sido llevados a los calabozos.
El hombre no tenía buen aspecto, estaba verde, pálido, y a pesar de que no debía ser demasiado mayor, le costaba moverse. Tenía todo el aspecto de estar enfermo o, tal vez, haber tomado alguna sustancia extraña. El humo que llenaba el cuarto daba dolor de cabeza, no era un humo usual, tenía un suave tono verdoso que mareaba. No le gustaba, ni el olor ni el aspecto del hombre, no era algo usual, parecía necesitar medicina con urgencia.
La voz de Bashira irrumpió en su mente, duelo a muerte en as arenas. Estupendo, ella se basaba en la rapidez, la arena era el peor lugar en el que podía enfrentarse, y si no tenía armas, podría estar en serio peligro, solo podía confiar en su suerte, en que su velocidad superase a la de él, y en que al cielo le diera por llover. El hombre parecía razonable, quería paz, necesitaba paz, no quería que una guerra que había pasado de generación en generación siguiera hirviendo en la sangre de sus descendientes, quería que esa hermosa tierra de arena y sol dejase de estar cubierta de sangre.
Sería una persona de otra tierra, estaría diciendo que iba a morir igual, pero, sin conocerlo a penas, Alanna intuía que era un buen hombre, y que en su juventud había sido un soberano digno que luchaba por su pueblo, solo con que hubiera más gente, en ambos bandos, dispuesta a abandonar las rencillas y tender una mano, esa estúpida guerra que debería haber dejado de existir años atrás habría acabado.
Shalam, indignado, gritó al anciano. Si hubieran estado en cualquier otra situación, si hubiera sido otra persona, Alanna lo habría detenido, habría alzado la voz y habría exigido que se disculpara de rodillas, debía respetar a os ancianos. Pero no estaba en situación de pedir o exigir nada, más bien debería suplicar por su vida, pero tenía claro que no iba a hacerlo. Interiormente aplaudió a Bashira, que plantó cara al hombre que hablaba con inquina al anciano. Afortunadamente para la paciencia de todos los presentes, el tipo se marchó airado, dejándolos solos.
Cuando la puerta se cerró con fuerza, Bashira se abrazó a su padre con lágrimas en los ojos. Alanna tragó saliva, y desvió la mirada. Esa mujer, parecía tan sola, tanto como lo había estado ella, tanto como ella lo estaba. Probablemente solo le quedase su padre, y daba la impresión de estar a escasos días depérderle. Si ella fuera elfa, o si supiera algo más de medicina, tal vez podría ser de ayuda, aunque el humo del cuarto seguía resultándole extrañamente molesto y familiar.
Sabía lo que era perderlo todo, sabía lo que era quedarse sola en terreno hostil. Tal vez si Bashira fuera hombre, sería diferente, pero tal y como estaba todo, viendo lo que había visto, era probable que la mujer se viera obligada a casarse, probablemente con Shalam. Ese hombre... era veneno, comprendía su frustración y su ira, ella misma la había sentido en sus carnes, pero la mujer que lloraba frente a ella no era la responsable de que él y su hermano hubieran sido lo bastante gilipollas como para arriesgar sus vidas en una causa que podría haberse resuelto hablando.
Notó la mirada de Flint, que, al captar la suya, se desvió hacia la daga que había sobre la mesa, Alanna la miró con duda, podría resultarle útil, si Shalam intentaba algo, sería una forma de protegerse, pero, por otro lado, podría ser su perdición, si se la encontraban... Negó con la cabeza, debería defenderse de otro modo, su cabeza debería ser suficiente defensa, y pensaba comenzar a protegerse desde ese instante, porque ese hombre, estaba enfermo, pero no tenía seguridad de que esa fuera una enfermedad natural o estuviera provocada por otra cosa.
La vida del desierto era dura, pero de algún modo, las gentes que allí habitaban estaban curtidas y preparadas para ello. No entendía que pudieran estar así, no eran síntomas del todo corrientes, tal vez en el desierto todo era diferente, pero no lo sabía, debía atenerse a lo que conocía, y lo que sabía era que un hombre que se encontraba en esas condiciones, o bien estaba siendo envenenado, o bien tenía una enfermedad que atacaba a los riñones.
Se acercó despacio, en silencio, y se arrodilló, con manos atadas, junto a Bashira. La miró un instante, llorando en el hombro de su padre, como una niña, y se sintió una intrusa, una intrusa que entendía demasiado bien la perdida de un padre. Después de todo, lo había perdido dos veces, y tiempo hacía ya que había dejado de entenderlo.
- ¿Puedo mirarle?.- preguntó en un susurro, logrando que los ojos llorosos de la mujer del desierto se alzasen ante ella con duda y preocupación.- No tenéis por qué confiar en mi, para vosotros no soy más que una asesina, y lo entiendo. Pero no mato por gusto, al contrario, si me convertí en guardia fue para salvar vidas.- informó con calma, después de todo, en nada le beneficiaría acabar con la vida de la unica persona que evita que la mandasen a luchar.- No se mucho del desierto ni de como es la vida aquí, pero se algo de medicina, y mucho de venenos, si puedo salvarlo, o al menos intentarlo, me iré a las arenas sabiendo que he sido yo hasta mi último momento.- dijo con sinceridad.- se que no me libraré de vuestras tradiciones, tampoco lo pretendo, pero al menos, lucharé sabiendo que no soy solo una asesina para vuestro pueblo, lucharé sabiendo que he intentado hacer algo bueno por vosotros, porque, después de todo, ese era mi propósito al adentrarme en vuestras tierras.- explicó a la mujer a la que se le había secado el llanto.
No daba medias verdades, había renunciado a poder tener un arma, no estaba jugando, de veras quería ayudar, esas personas necesitaban a alguien como el hombre que se encontraba tumbado, alguien que prefiriese el dialogo a la guerra, alguien que entendiera que no siempre es necesario derramar sangre, si todo quedase en manos de Shalam, no solo la gente del desierto, si no todo Verisar, estaría en peligro, sus intenciones eran buenas, y, si de paso, le otorgaban cierta protección, no iba a renunciar a ello.
La entrada a la fortaleza fue, cuanto menos, curiosa, Las gentes del desierto eran tratadas como héroes, algarabías, celebraciones, aplausos y silbidos se repartían de un lado a otro del lugar celebrando la llegada de Bashira y los suyos. Alanna, no se dignó a alzar la cabeza, sabía que pensaban de ella, no era la primera vez que estaba en una situación similar, lo había visto cientos de veces cuando acompañaba a los presos a sus celdas. Nunca había disfrutado de ese circo, ni siquiera como guardia cuando los aplausos se habían dirigido a ella. No estaba actuando cuando apresaba a alguien, la persona que se dirigía a la celda era, al final, eso, una persona, no un animal al que enjaular ni un espectáculo para entretener a nadie, aunque se sintieran así.
Ella estaba, en ese momento, en el otro lado de la frontera, era el animal apresado que iban a echar al circo para entretener a una panda de sádicos, tan sádicos como los que había en la ciudad, no debía engañarse, al final, todos eran igual en todos lados, ya lo había oído “Pan y circo” y con eso serían felices. Observando con la cabeza gacha, negándose a mirar a Asher, aun con el sentimiento de traición fuertemente arraigado en su cabeza, pudo ver diferentes entradas y salidas pero que llegarían, probablemente, a otras estancias que no le permitirían salir al exterior y, aunque se lograra escapar, acabaría perdida en un desierto del que no sabía salir y en el que la encontrarían con facilidad, después de todo, la gente del desierto conocía bien su hogar y eran apreciados en él.
El grupo se separó con rapidez a la llegada, y, mientras Asher y su nuevo amigo se iban a algún lugar donde descansar, a ella y a Flint los subieron hasta un dormitorio, un hombre postrado en la cama los recibió fumando de una pipa sin poder incorporarse, solo la Gata y Flint habían sido recibidos allí, ¿sospecharían algo? No lo sabía, pero los otros dos ya habían sido llevados a los calabozos.
El hombre no tenía buen aspecto, estaba verde, pálido, y a pesar de que no debía ser demasiado mayor, le costaba moverse. Tenía todo el aspecto de estar enfermo o, tal vez, haber tomado alguna sustancia extraña. El humo que llenaba el cuarto daba dolor de cabeza, no era un humo usual, tenía un suave tono verdoso que mareaba. No le gustaba, ni el olor ni el aspecto del hombre, no era algo usual, parecía necesitar medicina con urgencia.
La voz de Bashira irrumpió en su mente, duelo a muerte en as arenas. Estupendo, ella se basaba en la rapidez, la arena era el peor lugar en el que podía enfrentarse, y si no tenía armas, podría estar en serio peligro, solo podía confiar en su suerte, en que su velocidad superase a la de él, y en que al cielo le diera por llover. El hombre parecía razonable, quería paz, necesitaba paz, no quería que una guerra que había pasado de generación en generación siguiera hirviendo en la sangre de sus descendientes, quería que esa hermosa tierra de arena y sol dejase de estar cubierta de sangre.
Sería una persona de otra tierra, estaría diciendo que iba a morir igual, pero, sin conocerlo a penas, Alanna intuía que era un buen hombre, y que en su juventud había sido un soberano digno que luchaba por su pueblo, solo con que hubiera más gente, en ambos bandos, dispuesta a abandonar las rencillas y tender una mano, esa estúpida guerra que debería haber dejado de existir años atrás habría acabado.
Shalam, indignado, gritó al anciano. Si hubieran estado en cualquier otra situación, si hubiera sido otra persona, Alanna lo habría detenido, habría alzado la voz y habría exigido que se disculpara de rodillas, debía respetar a os ancianos. Pero no estaba en situación de pedir o exigir nada, más bien debería suplicar por su vida, pero tenía claro que no iba a hacerlo. Interiormente aplaudió a Bashira, que plantó cara al hombre que hablaba con inquina al anciano. Afortunadamente para la paciencia de todos los presentes, el tipo se marchó airado, dejándolos solos.
Cuando la puerta se cerró con fuerza, Bashira se abrazó a su padre con lágrimas en los ojos. Alanna tragó saliva, y desvió la mirada. Esa mujer, parecía tan sola, tanto como lo había estado ella, tanto como ella lo estaba. Probablemente solo le quedase su padre, y daba la impresión de estar a escasos días depérderle. Si ella fuera elfa, o si supiera algo más de medicina, tal vez podría ser de ayuda, aunque el humo del cuarto seguía resultándole extrañamente molesto y familiar.
Sabía lo que era perderlo todo, sabía lo que era quedarse sola en terreno hostil. Tal vez si Bashira fuera hombre, sería diferente, pero tal y como estaba todo, viendo lo que había visto, era probable que la mujer se viera obligada a casarse, probablemente con Shalam. Ese hombre... era veneno, comprendía su frustración y su ira, ella misma la había sentido en sus carnes, pero la mujer que lloraba frente a ella no era la responsable de que él y su hermano hubieran sido lo bastante gilipollas como para arriesgar sus vidas en una causa que podría haberse resuelto hablando.
Notó la mirada de Flint, que, al captar la suya, se desvió hacia la daga que había sobre la mesa, Alanna la miró con duda, podría resultarle útil, si Shalam intentaba algo, sería una forma de protegerse, pero, por otro lado, podría ser su perdición, si se la encontraban... Negó con la cabeza, debería defenderse de otro modo, su cabeza debería ser suficiente defensa, y pensaba comenzar a protegerse desde ese instante, porque ese hombre, estaba enfermo, pero no tenía seguridad de que esa fuera una enfermedad natural o estuviera provocada por otra cosa.
La vida del desierto era dura, pero de algún modo, las gentes que allí habitaban estaban curtidas y preparadas para ello. No entendía que pudieran estar así, no eran síntomas del todo corrientes, tal vez en el desierto todo era diferente, pero no lo sabía, debía atenerse a lo que conocía, y lo que sabía era que un hombre que se encontraba en esas condiciones, o bien estaba siendo envenenado, o bien tenía una enfermedad que atacaba a los riñones.
Se acercó despacio, en silencio, y se arrodilló, con manos atadas, junto a Bashira. La miró un instante, llorando en el hombro de su padre, como una niña, y se sintió una intrusa, una intrusa que entendía demasiado bien la perdida de un padre. Después de todo, lo había perdido dos veces, y tiempo hacía ya que había dejado de entenderlo.
- ¿Puedo mirarle?.- preguntó en un susurro, logrando que los ojos llorosos de la mujer del desierto se alzasen ante ella con duda y preocupación.- No tenéis por qué confiar en mi, para vosotros no soy más que una asesina, y lo entiendo. Pero no mato por gusto, al contrario, si me convertí en guardia fue para salvar vidas.- informó con calma, después de todo, en nada le beneficiaría acabar con la vida de la unica persona que evita que la mandasen a luchar.- No se mucho del desierto ni de como es la vida aquí, pero se algo de medicina, y mucho de venenos, si puedo salvarlo, o al menos intentarlo, me iré a las arenas sabiendo que he sido yo hasta mi último momento.- dijo con sinceridad.- se que no me libraré de vuestras tradiciones, tampoco lo pretendo, pero al menos, lucharé sabiendo que no soy solo una asesina para vuestro pueblo, lucharé sabiendo que he intentado hacer algo bueno por vosotros, porque, después de todo, ese era mi propósito al adentrarme en vuestras tierras.- explicó a la mujer a la que se le había secado el llanto.
No daba medias verdades, había renunciado a poder tener un arma, no estaba jugando, de veras quería ayudar, esas personas necesitaban a alguien como el hombre que se encontraba tumbado, alguien que prefiriese el dialogo a la guerra, alguien que entendiera que no siempre es necesario derramar sangre, si todo quedase en manos de Shalam, no solo la gente del desierto, si no todo Verisar, estaría en peligro, sus intenciones eran buenas, y, si de paso, le otorgaban cierta protección, no iba a renunciar a ello.
Alanna Delteria
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Re: En tierras áridas [Misión] [Alanna-Asher] [+18]
Cerrado por abandono de Wernack. No obstante, como notificó su ausencia no se le restarán puntos.
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Ger
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