Sangre y Prejuicio.[+18] [ 3/3] [Libre] [Cerrado]
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Re: Sangre y Prejuicio.[+18] [ 3/3] [Libre] [Cerrado]
La elfa desvió el golpe de la ladrona con gran prontitud, aquellos marcados duramente se clavaron en los de la muchacha mientras le dejaba un mensaje un tanto irónico, las palabras de odio hacia las dos dejaba de desear aquel ego que marcaba minutos anteriores de la pelea.
Rastrera, aquella la había nombrado rastrera, y de pronto en lo que la elfa lograba dar pasos para desaparecer, se dibujaba una sonrisa en Runa porque aquella mujer, había tenido la lección de que siempre existiría alguien mejor que ella, podría dar todas las amenazas que le viniera en gana, su comportamiento y moralidad dejaba que desear en cuanto a las demás criaturas, por eso sonreía. Era la primera vez que odiaba a alguien y quería estallar de risa delante de su rostro.
-Cree el ladrón que todos son de su condición.
En cuanto a Jules y Huracán comenzaron una discusión sobre si a Huracán se le había ido completamente la olla. Huracán no la delató, aunque su sincera y malhumorada mirada ,como siempre daba a entender que si Jules no estuviera en ese instante, el ataque hubiera rebotado hacia la ladrona. Solo se disponía a salir del callejón sin ni siquiera mirarlos,cuando Ma-Hui , como un perro bueno y fiel se dispuso a jugar con ella llamando su atención dando golpecitos en su pierna, Huracán como siempre digna de grandes modales, lo apartó dándolo una pequeña patada.
-¿Que diablos..?- No terminó la frase cuando Jules la agarró del hombro y le comentó que no se lo tuviera en cuenta.
-Bah dimito...- Se quejaba mientras observaba como se alejaba sin seguir habla nada.
Un hombre regordete, con el pecho al descubierto y una gran barba negra hizo presencia en la escena,también malhumorado señaló con su dedo indice hacia Runa-¡Maldición! ¡Llevo un buen rato esperando mi mercancía! ¡Eres una irresponsable! ¡Yo ya habría vendido miles de bolsitas!- Dejó al descubierto sus trequeñuelas en la ciudad.
-¿Le digo yo como ponerse los calzones gordinflón?- Contestó también muy enfadada ante la presencia y la falta de respeto de su cliente. Agarró a su compañero fiel, y marchó de nuevo entre los callejones mientras meditaba que todo este jaleo, había surgido por los favores de Judas. Ese estúpido y vago de Judas, más aquella irrespetuosa elfa, fueron la gota que colma vaso para pagar los platos rotos.Al menos aquel gordo no pasaría la noche viendo jirafantes, ni duendes que habitan en la orilla.
Rastrera, aquella la había nombrado rastrera, y de pronto en lo que la elfa lograba dar pasos para desaparecer, se dibujaba una sonrisa en Runa porque aquella mujer, había tenido la lección de que siempre existiría alguien mejor que ella, podría dar todas las amenazas que le viniera en gana, su comportamiento y moralidad dejaba que desear en cuanto a las demás criaturas, por eso sonreía. Era la primera vez que odiaba a alguien y quería estallar de risa delante de su rostro.
-Cree el ladrón que todos son de su condición.
En cuanto a Jules y Huracán comenzaron una discusión sobre si a Huracán se le había ido completamente la olla. Huracán no la delató, aunque su sincera y malhumorada mirada ,como siempre daba a entender que si Jules no estuviera en ese instante, el ataque hubiera rebotado hacia la ladrona. Solo se disponía a salir del callejón sin ni siquiera mirarlos,cuando Ma-Hui , como un perro bueno y fiel se dispuso a jugar con ella llamando su atención dando golpecitos en su pierna, Huracán como siempre digna de grandes modales, lo apartó dándolo una pequeña patada.
-¿Que diablos..?- No terminó la frase cuando Jules la agarró del hombro y le comentó que no se lo tuviera en cuenta.
-Bah dimito...- Se quejaba mientras observaba como se alejaba sin seguir habla nada.
Un hombre regordete, con el pecho al descubierto y una gran barba negra hizo presencia en la escena,también malhumorado señaló con su dedo indice hacia Runa-¡Maldición! ¡Llevo un buen rato esperando mi mercancía! ¡Eres una irresponsable! ¡Yo ya habría vendido miles de bolsitas!- Dejó al descubierto sus trequeñuelas en la ciudad.
-¿Le digo yo como ponerse los calzones gordinflón?- Contestó también muy enfadada ante la presencia y la falta de respeto de su cliente. Agarró a su compañero fiel, y marchó de nuevo entre los callejones mientras meditaba que todo este jaleo, había surgido por los favores de Judas. Ese estúpido y vago de Judas, más aquella irrespetuosa elfa, fueron la gota que colma vaso para pagar los platos rotos.Al menos aquel gordo no pasaría la noche viendo jirafantes, ni duendes que habitan en la orilla.
Runa Thorgil
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Re: Sangre y Prejuicio.[+18] [ 3/3] [Libre] [Cerrado]
Sentía la rabia recorrer todo su cuerpo, notaba el frío que se pegaba a su húmeda sangre y también la tirantez de la que se iba secando sobre su piel.
Había perdido una batalla contra una bruja. A la humana no la había tenido muy en cuenta hasta el final, pues su principal diana de odio era la hechicera. ¡Todo era culpa suya! Se había metido donde no la llamaban. Helyare había pasado malos días en Vulwulfar y encima esa ladrona se había cruzado en su camino con intenciones molestas. ¿Qué Dios se creería que si aparecía, también, una bruja, Helyare la trataría bien? Era una asquerosa hechicera, en ninguna cabeza entraría que una elfa como ella pudiera siquiera saludar a alguien así. Y se había metido en una lucha que no la correspondía. Si hubiese seguido su camino no habría pasado nada.
Pero Helyare creyó a ciencia cierta que ganaría. Estaba entrenada para ello. Y no…
Se quedó sentada en un rincón entre dos paredes y, de nuevo, trató de hacer fluir su poder para intentar sanar sus heridas. Imposible, como todas las demás veces que lo había intentado. La sangre continuaba cayendo por su rostro. –Maldita bruja.
Aún le temblaba el brazo derecho a causa del dolor. Las heridas palpitaban como si tuvieran pulso propio, quemaban, picaban… De todo. Se levantó la tela que cubría su brazo, ahí donde se había hecho los cortes con la hoja de la daga. El cacho de tela, al principio era blanco, ahora sólo quedaba de ese color uno de los extremos. Todavía sangraba esa parte y algunas gotas caían sobre su pantalón. Era horrible de ver, cualquier persona aprensiva habría vomitado al ver el brazo de la elfa. Pero eso era mejor que llevar el nombre de una bruja a sangre en su piel. Ahí ya no se distinguía ni una letra. Realmente ya no se distinguía ni la piel. Se notaban los jirones que colgaban, pero poco más.
Trató de mover la mano pero le dolía más todavía e incluso le salía más sangre con el mero hecho de tratar de cerrar los dedos. Al menos, podía intentarlo. Pese a que no sentía su mano sabía que si podía moverlos era buena señal o jamás podría volver a usar su arco. Volvió a taparse como pudo la herida y apoyó su mano en la otra, la sana, para guiarla en movimientos de sus dedos. Podía moverlos, aunque doliera.
Las heridas físicas tarde o temprano curarían, aunque en su caso era tarde. Pero se sentía humillada y engañada. Tanto tiempo entrenando para acabar derrotada por una bruja maldita. Se suponía que ella era alguien fuerte, capaz de enfrentarse a los hechiceros. O eso decían. Era implacable… Hasta ahora. Se había chocado con una realidad distinta a la que había vivido durante todos sus años en Sandorai. ¿Para qué entrenaba? Si una bruja había conseguido derrotarla, ¿cómo podrían atacar Beltrexus?
También se sentía más traicionada, culpaba a los que hasta hacía poco fueron su familia por haber impedido que pudiera usar sus habilidades mágicas para sanarse. –Estaréis contentos…
Se veía impotente al no poder siquiera curarse. La habían despojado de todo atisbo de su raza, a pesar de que aún se negaba a perder sus raíces. Pero la realidad era evidente y había sido castigada no sólo cuando la expulsaron, sino a posteriori. Ni siquiera los dioses tenían en cuenta su enfrentamiento con una bruja. ¡Había seguido lo que la habían enseñado durante tanto tiempo! Ni siquiera así sus dioses se molestaban en darle una mísera recompensa.
Presa de la rabia, como antes, pateó un barril. Se sentía traicionada, humillada y sola en esos momentos. Había tratado de llevar a cabo su cometido, para lo que había nacido y ni siquiera eso había podido conseguir. Desde que había partido de Sandorai, lo había hecho sola, pero en ese momento sí que hubiera dado todo por unas palabras de apoyo o por algún gesto de aprobación de sus antiguos compañeros. Bueno, sería impensable en esos momentos, pues de verla así ellos se encargarían de vengar la gran deshonra que pesaba, más aún, sobre su nombre.
Estaba agotada, tanto físicamente como anímicamente así que, poco a poco, fue quedándose dormida, apoyando la cabeza en la pared. Y sentía tantísima rabia en esos momentos, que su primer sueño fue ver cómo una de sus flechas impactaba en la cabeza de esa deleznable bruja. Y cómo la humana que había osado dañar su piel, era la siguiente.
Había perdido una batalla contra una bruja. A la humana no la había tenido muy en cuenta hasta el final, pues su principal diana de odio era la hechicera. ¡Todo era culpa suya! Se había metido donde no la llamaban. Helyare había pasado malos días en Vulwulfar y encima esa ladrona se había cruzado en su camino con intenciones molestas. ¿Qué Dios se creería que si aparecía, también, una bruja, Helyare la trataría bien? Era una asquerosa hechicera, en ninguna cabeza entraría que una elfa como ella pudiera siquiera saludar a alguien así. Y se había metido en una lucha que no la correspondía. Si hubiese seguido su camino no habría pasado nada.
Pero Helyare creyó a ciencia cierta que ganaría. Estaba entrenada para ello. Y no…
Se quedó sentada en un rincón entre dos paredes y, de nuevo, trató de hacer fluir su poder para intentar sanar sus heridas. Imposible, como todas las demás veces que lo había intentado. La sangre continuaba cayendo por su rostro. –Maldita bruja.
Aún le temblaba el brazo derecho a causa del dolor. Las heridas palpitaban como si tuvieran pulso propio, quemaban, picaban… De todo. Se levantó la tela que cubría su brazo, ahí donde se había hecho los cortes con la hoja de la daga. El cacho de tela, al principio era blanco, ahora sólo quedaba de ese color uno de los extremos. Todavía sangraba esa parte y algunas gotas caían sobre su pantalón. Era horrible de ver, cualquier persona aprensiva habría vomitado al ver el brazo de la elfa. Pero eso era mejor que llevar el nombre de una bruja a sangre en su piel. Ahí ya no se distinguía ni una letra. Realmente ya no se distinguía ni la piel. Se notaban los jirones que colgaban, pero poco más.
Trató de mover la mano pero le dolía más todavía e incluso le salía más sangre con el mero hecho de tratar de cerrar los dedos. Al menos, podía intentarlo. Pese a que no sentía su mano sabía que si podía moverlos era buena señal o jamás podría volver a usar su arco. Volvió a taparse como pudo la herida y apoyó su mano en la otra, la sana, para guiarla en movimientos de sus dedos. Podía moverlos, aunque doliera.
Las heridas físicas tarde o temprano curarían, aunque en su caso era tarde. Pero se sentía humillada y engañada. Tanto tiempo entrenando para acabar derrotada por una bruja maldita. Se suponía que ella era alguien fuerte, capaz de enfrentarse a los hechiceros. O eso decían. Era implacable… Hasta ahora. Se había chocado con una realidad distinta a la que había vivido durante todos sus años en Sandorai. ¿Para qué entrenaba? Si una bruja había conseguido derrotarla, ¿cómo podrían atacar Beltrexus?
También se sentía más traicionada, culpaba a los que hasta hacía poco fueron su familia por haber impedido que pudiera usar sus habilidades mágicas para sanarse. –Estaréis contentos…
Se veía impotente al no poder siquiera curarse. La habían despojado de todo atisbo de su raza, a pesar de que aún se negaba a perder sus raíces. Pero la realidad era evidente y había sido castigada no sólo cuando la expulsaron, sino a posteriori. Ni siquiera los dioses tenían en cuenta su enfrentamiento con una bruja. ¡Había seguido lo que la habían enseñado durante tanto tiempo! Ni siquiera así sus dioses se molestaban en darle una mísera recompensa.
Presa de la rabia, como antes, pateó un barril. Se sentía traicionada, humillada y sola en esos momentos. Había tratado de llevar a cabo su cometido, para lo que había nacido y ni siquiera eso había podido conseguir. Desde que había partido de Sandorai, lo había hecho sola, pero en ese momento sí que hubiera dado todo por unas palabras de apoyo o por algún gesto de aprobación de sus antiguos compañeros. Bueno, sería impensable en esos momentos, pues de verla así ellos se encargarían de vengar la gran deshonra que pesaba, más aún, sobre su nombre.
Estaba agotada, tanto físicamente como anímicamente así que, poco a poco, fue quedándose dormida, apoyando la cabeza en la pared. Y sentía tantísima rabia en esos momentos, que su primer sueño fue ver cómo una de sus flechas impactaba en la cabeza de esa deleznable bruja. Y cómo la humana que había osado dañar su piel, era la siguiente.
Helyare
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Re: Sangre y Prejuicio.[+18] [ 3/3] [Libre] [Cerrado]
Me encontraba de espaldas a la ladrona, por lo que no llegué a ver la reacción de Runa al haber pateado a su perro. No lo había hecho con mala intención, pero estaba hecha un humo, si bien poco a poco volvía a la normalidad y comenzaba a tranquilizarme. En parte porque el peligro ya había pasado, en parte porque Jules se encontraba a mi lado. Y su mera presencia, era sinónimo de relajación para mí.
Cuando me di cuenta de lo agresiva que había sido fue cuando comencé a arrepentirme de casi haber descuartizado a aquella elfa. En aquel momento no sospeché que aquella no sería la única vez que me la encontraría. Miré durante unos instantes al lugar por el que había escapado. Gente como ella eran los que hacían de Aerandir un mundo peor. Aunque, a fin de cuentas, no podía decirle nada malo, su reacción con los brujos era similar a la mía con los vampiros, pero no sería hasta muchos más años después cuando me daría cuenta de esta circunstancia.
Por fortuna Runa ignoró el haber pateado a su mascota y ya estaba entretenida dialogando con otro tipo. Mejor. No tenía ganas de disculparme, y es algo que debería hacer con una amiga. La chica tenía carácter, algo parecido a mí. Quizás por eso me caía bien. Aunque no olvidaba su ayuda en la recuperación del libro del señor Malcolm, hace ya más de un año.
Me acerqué para despedirme de ella justo cuando insultaba al tipo regordete con el que dialogaba. ¿Vender miles de bolsitas? Conociéndola, no me extrañaría que se dedicase a algún tipo de trapicheo de sustancias no lícitas. Pero había dos grandes diferencias entre ella y la elfa: La primera, Runa no me había insultado. La segunda, me importaba una mierda que se dedicase a vender droga. No era mi problema ni mi trabajo. Así que allá ella con su vida. Tan sólo me permitiría darle un consejo.
-No te metas en líos. – la aconsejé al pasar a su lado en una frase seca y breve. Con mi ronca voz y pasando de largo. Haciéndola ver que había entendido la clase de negocios que ella desarrollaba en Vulwulfar. – Y vigila que tu perro que no ataque a la gente. – advertí sin girarme, ya en la distancia.
Fue mi despedida a un intenso combate. Por delante teníamos aún mucho por hacer. Viajar al Norte, donde supuestamente Jules se reencontraría con su hermana. No teníamos mucho tiempo, en apenas dos meses tendríamos que estar movilizados contra la Hermandad en Sacrestic Ville, según los planes de Isabella.
-Estás muy sexy cuando te enfadas, ¿sabes? – preguntó Jules justo cuando atravesábamos el enorme portón de Vulwulfar. Con el sol decayendo en el horizonte. – Por gusto te haría enfadar más, pero tengo miedo que me mates en el proceso.
-Piérdete, Jules. – contesté molesta tras ladear la cabeza y mirándole durante un segundo. Sin dejar de andar al frente.
-¿Ves a lo que me refiero? - ¡Oh, cazador! ¿Por qué siempre acabábamos jugando en su terreno? Roche era increíblemente astuto.
Fuera a donde fuéramos, pronto tendríamos que buscar un lugar para descansar. Pues no faltaba demasiado para el ocaso definitivo. En mi cabeza, quedaba grabada la memoria de aquella elfa, aunque pronto mis numerosos quehaceres contra la Hermandad terminarían por hacer que me olvidara de ella. Quién sabe si algún día me volvería a ver las caras con ella.
Cuando me di cuenta de lo agresiva que había sido fue cuando comencé a arrepentirme de casi haber descuartizado a aquella elfa. En aquel momento no sospeché que aquella no sería la única vez que me la encontraría. Miré durante unos instantes al lugar por el que había escapado. Gente como ella eran los que hacían de Aerandir un mundo peor. Aunque, a fin de cuentas, no podía decirle nada malo, su reacción con los brujos era similar a la mía con los vampiros, pero no sería hasta muchos más años después cuando me daría cuenta de esta circunstancia.
Por fortuna Runa ignoró el haber pateado a su mascota y ya estaba entretenida dialogando con otro tipo. Mejor. No tenía ganas de disculparme, y es algo que debería hacer con una amiga. La chica tenía carácter, algo parecido a mí. Quizás por eso me caía bien. Aunque no olvidaba su ayuda en la recuperación del libro del señor Malcolm, hace ya más de un año.
Me acerqué para despedirme de ella justo cuando insultaba al tipo regordete con el que dialogaba. ¿Vender miles de bolsitas? Conociéndola, no me extrañaría que se dedicase a algún tipo de trapicheo de sustancias no lícitas. Pero había dos grandes diferencias entre ella y la elfa: La primera, Runa no me había insultado. La segunda, me importaba una mierda que se dedicase a vender droga. No era mi problema ni mi trabajo. Así que allá ella con su vida. Tan sólo me permitiría darle un consejo.
-No te metas en líos. – la aconsejé al pasar a su lado en una frase seca y breve. Con mi ronca voz y pasando de largo. Haciéndola ver que había entendido la clase de negocios que ella desarrollaba en Vulwulfar. – Y vigila que tu perro que no ataque a la gente. – advertí sin girarme, ya en la distancia.
Fue mi despedida a un intenso combate. Por delante teníamos aún mucho por hacer. Viajar al Norte, donde supuestamente Jules se reencontraría con su hermana. No teníamos mucho tiempo, en apenas dos meses tendríamos que estar movilizados contra la Hermandad en Sacrestic Ville, según los planes de Isabella.
-Estás muy sexy cuando te enfadas, ¿sabes? – preguntó Jules justo cuando atravesábamos el enorme portón de Vulwulfar. Con el sol decayendo en el horizonte. – Por gusto te haría enfadar más, pero tengo miedo que me mates en el proceso.
-Piérdete, Jules. – contesté molesta tras ladear la cabeza y mirándole durante un segundo. Sin dejar de andar al frente.
-¿Ves a lo que me refiero? - ¡Oh, cazador! ¿Por qué siempre acabábamos jugando en su terreno? Roche era increíblemente astuto.
Fuera a donde fuéramos, pronto tendríamos que buscar un lugar para descansar. Pues no faltaba demasiado para el ocaso definitivo. En mi cabeza, quedaba grabada la memoria de aquella elfa, aunque pronto mis numerosos quehaceres contra la Hermandad terminarían por hacer que me olvidara de ella. Quién sabe si algún día me volvería a ver las caras con ella.
Anastasia Boisson
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