La Rosa del desierto {Trabajo} Vincent - Leon
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La Rosa del desierto {Trabajo} Vincent - Leon
El invierno aún seguía abrazando al mundo. Con su persistente y frío manto blanco, que amenazaba con robar todo el aliento de un hombre. Como si de una caricia se tratara, suave y delicada, que te iba arrastrando al mundo de los sueños poco a poco, hasta que el momento en el que nunca despertarías de él.
Al menos por ahora, pues poco a poco se iba acercando la nueva estación. No obstante, aún tardaría unos meses en llegar, por lo que era un acontecimiento demasiado lejano para tenerlo en cuenta. La realidad actual era la que era, y soñar con la futura estación no iba a cambiarlo.
De todos modos, Roilkat era diferente. El invierno era distinto en el desierto. El blanco característico de la nieve, había quedado atrás, por las tierras cercanas a Lunargenta. Y desde que se acercara a la ciudad del suroeste de Verisar, el horizonte ante sus ojos había cambiado completamente.
La dorada arena estaba inmaculada, y no admitía intromisiones de ningún tipo, incluidos los posibles copos de nieve del invierno. Nada se entrometía con el poder de las dunas. Aunque eso no significaba que no hiciera frío. Muy al contrario. En un desierto como aquel, las temperaturas bajaban enormemente durante la noche, para luego dar paso nuevamente al calor por el día. Una situación que ya había soportado en el pasado, y que iba a tener que vivir una vez más.
Así eran las dunas. Una tierra de contrastes, y que siempre permanecía así, inalterable, sin importa la estación en la que se estuviera.
Su montura avanzaba por medio de la calle principal de Roilkat, y al brujo sobre su silla, le encantaba lo que veía. La ciudad había mejorado desde la última vez que estuviera allí. Desde la guerra.
Aún quedaba mucho trabajo por allí, para que la ciudad recuperara su antiguo esplendor. Pero era notable el cambio, de una urbe semi derruida, con las barricadas preparadas por si los nórgedos superaban las murallas, con sus hospitales de campaña improvisados en distintos edificios y la plaza central… Todo un campo de batalla, que ahora se podía volver a considerar nuevamente una ciudad.
Pronto divisó el edificio central de la guardia. Su destino. Y nada más acercarse a la parte trasera, uno de los milicianos de Roilkat le cortó el paso. Tuvo que explicarle los motivos que lo llevaban allí, y enseñarle la carta de Eddard, para que le dejara meter a Alphonse en las cuadras de la guardia.
Con la carta, y el sello roto que tenía, había sido suficiente para que le dejaran entrar en el cuartel. De todos modos, llevaba la medalla que le habían entregado, por haber sido uno de los voluntarios en la defensa de la ciudad contra los nórgedos. Por si acaso la hubiera necesitado.
- Vincent. Me alegra volver a verte-, comentó una voz familiar, mientras avanzaba por uno de los pasillos del cuartel.
El brujo se giró a su izquierda, hacia la zona donde había escuchado la voz, y pudo ver a su amigo acercándose hasta él acompañado de otros dos soldados.
- Sargento Eddard, yo también me alegro de verte-, saludó. - Aunque ahora debería decir…oficial Eddard-, sonrió.
- Ah, ya puedes ver-, rió y se tanteó los galones. - Los meritos de combate tuvieron su premio-, contestó animado. - Tú también tendrías unos, si te hubieras quedado.
Esta vez fue Vincent quien rió.
- Yo ni siquiera era soldado. No sé qué galones iban a darme. Además, sabes perfectamente que no soy alguien que se quede mucho tiempo en ninguna parte-, dijo sincero.
- Lo sé, lo sé. Pero es una lástima. Siempre vienen bien hombres buenos como tú.
- Vaya, hemos llegado a la parte de la propaganda-, volvió a reír. - No sabía que estabas tan necesitado de hombres.
Ahora fue el turno del oficial de responder a las risas de su amigo.
- Bueno, bueno. No te molestaré más con eso. Te conozco lo suficiente para saber que no aceptarías. Pero te mandé la carta por un trabajo, que podría interesarte. Necesitamos gente para hacer batidas en el desierto, y como tienes conocimientos en él, creí que sería una buena idea avisarte. Llevamos meses mandando exploradores, y reclutamos todo mercenario dispuesto. Seguro que has visto los carteles que hay colgados en todas las calles-, le explicó.
- Sí, los he visto. Están por todas partes, como para no hacerlo-, sonrió. - Y algo me había escrito en la carta, en referencia a ese trabajo. Pero pensaba que era algo más concreto-, le contestó.
- Lo es. Verás, ha desaparecido la hija de un importante comerciante de la ciudad. Se dedican a comerciar con los vidrios y cristales que crean. El problema es que a la benjamina de la familia Sira, le encantaba pasear por el desierto con su tío, y con su escolta personal. Visitar las zonas de extracción de algunos minerales que usan para orfebrería, más allá del negocio del vidrio-. En ese instante el oficial suspiró hastiado. - Les dijimos y les perjuramos, que no era una buena idea. Que las arenas no son seguras por ahora. Pero no hicieron caso, ya sabes cómo puede llegar a ser la gente adinerada.
- Sí. Muchas veces se creen por encima del bien y del mal, y cosas como estas los devuelven a la realidad-, negó con la cabeza, con lastima. - Haré el trabajo si crees que soy el indicado, pero no soy batidor precisamente. Conozco del desierto, pero no soy rastreador.
- No te preocupes. No irás solo, y tampoco será solamente un grupo el que vaya. Son muchos los que van. Simplemente necesito gente a espuertas, y tú eres experto en combate, y conoces el desierto-, explicó. - Encontramos evidencias de pelea en uno de los yacimientos de la familia. Pero ni rastro de la chica, ni su tío. Solamente algunos guardias muertos. No conseguimos descifrar hacia donde se fueron, pero no creemos que estén muy lejos. Inspeccionaremos ese maldito desierto palmo a palmo hasta encontrarlos, pero como verás, necesitamos mucha gente. Estoy muy agradecido de que hayas venido, el tiempo corre en nuestra contra.
- Vale, Ya entiendo el problema. Donde están las personas con las que iré-, dijo, entendiendo la gravedad de la situación, y las prisas que se requerían.
- Están en un cuarto, cerca de la entrada al patio trasero. Justo por donde venías-, comentó, avanzando hacia allí, por lo que el brujo se puso a su lado, al paso mientras hablaban. - Tenemos a dos expertos rastreadores, o eso dicen. Esperemos que sea cierto. Contigo ya sois tres, así que nos faltaría solamente uno para tener otro grupo de exploración preparado. Me gustaría mandar grupos de cuatro hombres. Si no aparece nadie pronto, meteré alguno de mis hombres. Pero no quisiera debilitar más las guardias. Los nórgedos esperan que hagamos estupideces como estas, y que reduzcamos nuestra presencia en la ciudad-, le fue explicando según avanzaban. Suspiró. - Ojalá lleguen más voluntarios. Confío en que esos carteles tengan efecto.
- Yo también lo espero-, se sinceró. - Deseo que todo salga bien. Y poder salir lo antes posible en la búsqueda de esa mujer-, comentó, justo antes de que Eddard abriera la puerta del cuarto a donde lo llevaba.
Pronto sabría que tipo de gente debería tratar, para llevar acabo la misión de forma satisfactoria. O por lo menos, para sobrevivir a ese maldito desierto.
Al menos por ahora, pues poco a poco se iba acercando la nueva estación. No obstante, aún tardaría unos meses en llegar, por lo que era un acontecimiento demasiado lejano para tenerlo en cuenta. La realidad actual era la que era, y soñar con la futura estación no iba a cambiarlo.
De todos modos, Roilkat era diferente. El invierno era distinto en el desierto. El blanco característico de la nieve, había quedado atrás, por las tierras cercanas a Lunargenta. Y desde que se acercara a la ciudad del suroeste de Verisar, el horizonte ante sus ojos había cambiado completamente.
La dorada arena estaba inmaculada, y no admitía intromisiones de ningún tipo, incluidos los posibles copos de nieve del invierno. Nada se entrometía con el poder de las dunas. Aunque eso no significaba que no hiciera frío. Muy al contrario. En un desierto como aquel, las temperaturas bajaban enormemente durante la noche, para luego dar paso nuevamente al calor por el día. Una situación que ya había soportado en el pasado, y que iba a tener que vivir una vez más.
Así eran las dunas. Una tierra de contrastes, y que siempre permanecía así, inalterable, sin importa la estación en la que se estuviera.
Su montura avanzaba por medio de la calle principal de Roilkat, y al brujo sobre su silla, le encantaba lo que veía. La ciudad había mejorado desde la última vez que estuviera allí. Desde la guerra.
Aún quedaba mucho trabajo por allí, para que la ciudad recuperara su antiguo esplendor. Pero era notable el cambio, de una urbe semi derruida, con las barricadas preparadas por si los nórgedos superaban las murallas, con sus hospitales de campaña improvisados en distintos edificios y la plaza central… Todo un campo de batalla, que ahora se podía volver a considerar nuevamente una ciudad.
Pronto divisó el edificio central de la guardia. Su destino. Y nada más acercarse a la parte trasera, uno de los milicianos de Roilkat le cortó el paso. Tuvo que explicarle los motivos que lo llevaban allí, y enseñarle la carta de Eddard, para que le dejara meter a Alphonse en las cuadras de la guardia.
Con la carta, y el sello roto que tenía, había sido suficiente para que le dejaran entrar en el cuartel. De todos modos, llevaba la medalla que le habían entregado, por haber sido uno de los voluntarios en la defensa de la ciudad contra los nórgedos. Por si acaso la hubiera necesitado.
- Vincent. Me alegra volver a verte-, comentó una voz familiar, mientras avanzaba por uno de los pasillos del cuartel.
El brujo se giró a su izquierda, hacia la zona donde había escuchado la voz, y pudo ver a su amigo acercándose hasta él acompañado de otros dos soldados.
- Sargento Eddard, yo también me alegro de verte-, saludó. - Aunque ahora debería decir…oficial Eddard-, sonrió.
- Ah, ya puedes ver-, rió y se tanteó los galones. - Los meritos de combate tuvieron su premio-, contestó animado. - Tú también tendrías unos, si te hubieras quedado.
Esta vez fue Vincent quien rió.
- Yo ni siquiera era soldado. No sé qué galones iban a darme. Además, sabes perfectamente que no soy alguien que se quede mucho tiempo en ninguna parte-, dijo sincero.
- Lo sé, lo sé. Pero es una lástima. Siempre vienen bien hombres buenos como tú.
- Vaya, hemos llegado a la parte de la propaganda-, volvió a reír. - No sabía que estabas tan necesitado de hombres.
Ahora fue el turno del oficial de responder a las risas de su amigo.
- Bueno, bueno. No te molestaré más con eso. Te conozco lo suficiente para saber que no aceptarías. Pero te mandé la carta por un trabajo, que podría interesarte. Necesitamos gente para hacer batidas en el desierto, y como tienes conocimientos en él, creí que sería una buena idea avisarte. Llevamos meses mandando exploradores, y reclutamos todo mercenario dispuesto. Seguro que has visto los carteles que hay colgados en todas las calles-, le explicó.
- Sí, los he visto. Están por todas partes, como para no hacerlo-, sonrió. - Y algo me había escrito en la carta, en referencia a ese trabajo. Pero pensaba que era algo más concreto-, le contestó.
- Lo es. Verás, ha desaparecido la hija de un importante comerciante de la ciudad. Se dedican a comerciar con los vidrios y cristales que crean. El problema es que a la benjamina de la familia Sira, le encantaba pasear por el desierto con su tío, y con su escolta personal. Visitar las zonas de extracción de algunos minerales que usan para orfebrería, más allá del negocio del vidrio-. En ese instante el oficial suspiró hastiado. - Les dijimos y les perjuramos, que no era una buena idea. Que las arenas no son seguras por ahora. Pero no hicieron caso, ya sabes cómo puede llegar a ser la gente adinerada.
- Sí. Muchas veces se creen por encima del bien y del mal, y cosas como estas los devuelven a la realidad-, negó con la cabeza, con lastima. - Haré el trabajo si crees que soy el indicado, pero no soy batidor precisamente. Conozco del desierto, pero no soy rastreador.
- No te preocupes. No irás solo, y tampoco será solamente un grupo el que vaya. Son muchos los que van. Simplemente necesito gente a espuertas, y tú eres experto en combate, y conoces el desierto-, explicó. - Encontramos evidencias de pelea en uno de los yacimientos de la familia. Pero ni rastro de la chica, ni su tío. Solamente algunos guardias muertos. No conseguimos descifrar hacia donde se fueron, pero no creemos que estén muy lejos. Inspeccionaremos ese maldito desierto palmo a palmo hasta encontrarlos, pero como verás, necesitamos mucha gente. Estoy muy agradecido de que hayas venido, el tiempo corre en nuestra contra.
- Vale, Ya entiendo el problema. Donde están las personas con las que iré-, dijo, entendiendo la gravedad de la situación, y las prisas que se requerían.
- Están en un cuarto, cerca de la entrada al patio trasero. Justo por donde venías-, comentó, avanzando hacia allí, por lo que el brujo se puso a su lado, al paso mientras hablaban. - Tenemos a dos expertos rastreadores, o eso dicen. Esperemos que sea cierto. Contigo ya sois tres, así que nos faltaría solamente uno para tener otro grupo de exploración preparado. Me gustaría mandar grupos de cuatro hombres. Si no aparece nadie pronto, meteré alguno de mis hombres. Pero no quisiera debilitar más las guardias. Los nórgedos esperan que hagamos estupideces como estas, y que reduzcamos nuestra presencia en la ciudad-, le fue explicando según avanzaban. Suspiró. - Ojalá lleguen más voluntarios. Confío en que esos carteles tengan efecto.
- Yo también lo espero-, se sinceró. - Deseo que todo salga bien. Y poder salir lo antes posible en la búsqueda de esa mujer-, comentó, justo antes de que Eddard abriera la puerta del cuarto a donde lo llevaba.
Pronto sabría que tipo de gente debería tratar, para llevar acabo la misión de forma satisfactoria. O por lo menos, para sobrevivir a ese maldito desierto.
Vincent Calhoun
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Re: La Rosa del desierto {Trabajo} Vincent - Leon
Ahora la búsqueda de trabajo y más aventuras llevó a León al sur-oeste de la península de Verisar, el lugar donde el frio del invierno solo se dejaba notar en las noches, cuando un par de solitarias nubes tapaban inútilmente un trozo de cielo. Las tierras desérticas, sin sombra durante el día y acompañadas de un calor agobiante que quemaba la piel descubierta, era un lugar famoso por sus artículos de cristal, producto de las conocidas dunas. Leo se detuvo frente a las puertas de la ciudad, haciendo memoria de lo visto en uno de los tablones de anuncios en Lunargenta, en el lugar se podía leer un cartel que Decía:
“SE BUSCAN MERCENARIOS, ESCOLTAS Y/O HOMBRES DE ARMAS PARA MISION DE BUSQUEDA EN EL ARENAL DE ROILKAT”
Bueno, el lugar era un poco alejado de donde se encontraba, pero que más daba, no se veía nada más interesante por ahí y nunca había estado tan cerca de la costa sur-oeste… Sería una misión de lo más interesante
Aunque lo de la arena no suena nada de bien, se me pegará al pelo y me costara eones sacarla. Ay dios… creo que debí pensarlo antes-. Pensaba Leo mientras abría los ojos observando la poca gente que se atrevía a salir con aquel calor. Las puertas estaban algo derruidas y a mal traer, la guerra que había azotado la región no dejó bien parada la ciudad, adentro aún quedaban rastros de lo que pudo ser una gran batalla, aquí y allá quedaban restos de barricadas y tiendas de campaña, si se veía bien el suelo, entre el polvo y las losas de piedra aún se veían un par de puntas de flechas destruidas completamente.
Leo comenzó a avanzar por la ciudad moviendo la cola para espantar molestos insectos y refrescarla un poco, la gente veía de forma curiosa al enorme animal, los hombres bestias no eran muy comunes en aquellos lares ya que el tupido pelaje no era muy apto para la sofocante calor o la fina arena que abundaba allí. Nuevamente Leo se detuvo a considerar que tan buena idea era aquello, sentía la calor le mataba y no veía una buena taberna.
Al poco de seguir andando Leo se topó con el emblema de la Guardia, ahí es donde solicitaban mercenarios, algo raro para la guardia, pero eso daba igual, él ya había llegado y no iba a dar la vuelta en esos momentos. Estaba atravesando la empalizada que rodeaba el campamento cuando un par de guardias le cerraron el paso exigiendo credenciales, a lo que Leo un tanto molesto contestó – Ustedes son los que están buscando personal, ¿no?, ahora déjenme pasar, no quiero armar una grande aquí. - Calmadamente Leo siguió avanzando hasta que una mano en el hombro y una alabarda al frente le impidieron el paso. Ahora, con menos paciencia el felino tomó por la muñeca la mano del que estaba por atrás y la doblo de forma muy dolorosa – Ahora muchacho, vas a llamar a tu oficial y le dirás que León Alexander “Brave” está aquí para rendir servicios a la guardia y gustosamente se pondrá a sus órdenes… aunque tal vez no reconozca mi nombre… bueno, da igual, tu ve a buscarlo mientras yo mantengo quieto a nuestro amigo aquí. - Leo hablaba al guardia de la alabarda mientras mantenía en la incómoda posición al otro. Una vez el otro se fue dudoso el gato soltó al hombre y le ofreció una disculpa - Disculpa, sé que solo hacías tu trabajo, te recomiendo vendar eso y ponerle frio, créeme que se inflamará… - sacando unas monedas de un bolso se las pasó - espero que puedas comprar un menjunje para el dolor con esto, y otra vez, lo siento, fue solo un reflejo. -
“SE BUSCAN MERCENARIOS, ESCOLTAS Y/O HOMBRES DE ARMAS PARA MISION DE BUSQUEDA EN EL ARENAL DE ROILKAT”
Bueno, el lugar era un poco alejado de donde se encontraba, pero que más daba, no se veía nada más interesante por ahí y nunca había estado tan cerca de la costa sur-oeste… Sería una misión de lo más interesante
Aunque lo de la arena no suena nada de bien, se me pegará al pelo y me costara eones sacarla. Ay dios… creo que debí pensarlo antes-. Pensaba Leo mientras abría los ojos observando la poca gente que se atrevía a salir con aquel calor. Las puertas estaban algo derruidas y a mal traer, la guerra que había azotado la región no dejó bien parada la ciudad, adentro aún quedaban rastros de lo que pudo ser una gran batalla, aquí y allá quedaban restos de barricadas y tiendas de campaña, si se veía bien el suelo, entre el polvo y las losas de piedra aún se veían un par de puntas de flechas destruidas completamente.
Leo comenzó a avanzar por la ciudad moviendo la cola para espantar molestos insectos y refrescarla un poco, la gente veía de forma curiosa al enorme animal, los hombres bestias no eran muy comunes en aquellos lares ya que el tupido pelaje no era muy apto para la sofocante calor o la fina arena que abundaba allí. Nuevamente Leo se detuvo a considerar que tan buena idea era aquello, sentía la calor le mataba y no veía una buena taberna.
Al poco de seguir andando Leo se topó con el emblema de la Guardia, ahí es donde solicitaban mercenarios, algo raro para la guardia, pero eso daba igual, él ya había llegado y no iba a dar la vuelta en esos momentos. Estaba atravesando la empalizada que rodeaba el campamento cuando un par de guardias le cerraron el paso exigiendo credenciales, a lo que Leo un tanto molesto contestó – Ustedes son los que están buscando personal, ¿no?, ahora déjenme pasar, no quiero armar una grande aquí. - Calmadamente Leo siguió avanzando hasta que una mano en el hombro y una alabarda al frente le impidieron el paso. Ahora, con menos paciencia el felino tomó por la muñeca la mano del que estaba por atrás y la doblo de forma muy dolorosa – Ahora muchacho, vas a llamar a tu oficial y le dirás que León Alexander “Brave” está aquí para rendir servicios a la guardia y gustosamente se pondrá a sus órdenes… aunque tal vez no reconozca mi nombre… bueno, da igual, tu ve a buscarlo mientras yo mantengo quieto a nuestro amigo aquí. - Leo hablaba al guardia de la alabarda mientras mantenía en la incómoda posición al otro. Una vez el otro se fue dudoso el gato soltó al hombre y le ofreció una disculpa - Disculpa, sé que solo hacías tu trabajo, te recomiendo vendar eso y ponerle frio, créeme que se inflamará… - sacando unas monedas de un bolso se las pasó - espero que puedas comprar un menjunje para el dolor con esto, y otra vez, lo siento, fue solo un reflejo. -
Leon Alexander
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Re: La Rosa del desierto {Trabajo} Vincent - Leon
Los escoltas de Eddard, habían sido testigos mudos de la conversación. Seguramente porque no creían poder aportar nada importante al diálogo entre los amigos. Sobre todo, porque gran parte de la conversación iba sobre sus vivencias personales, algo a lo que poco podían decir los soldados, y la otra parta iba sobre su futura misión.
En cualquier caso, eso ya poco importaba. Dentro de un momento conocería a sus compañeros de misión. Y si había suerte, llegaría pronto un cuarto hombre, para poder salir al desierto lo más rápido posible. El tiempo corría en su contra.
Cada instante que perdían. Cada movimiento del sol sobre sus cabezas. Las posibilidades de encontrar a la mujer se reducían.
Eddard se hizo a un lado nada más abrir la puerta, y franqueó el paso por la puerta, invitándolo a entrar. El rubio no se hizo de rogar, así que se internó en la sala en cuanto el oficial le dejó pasar.
Allí dentro, pudo ver por primera vez a los dos sujetos con los que iría al desierto, a falta del mercenario que cerraría el grupo. Y por lo que podía apreciar, una de las personas era de la zona, o eso intuía por sus ropajes. Era tan alto como él, de constitución fuerte, aunque no exageradamente musculado. Solo con un simple vistazo, pudo deducir lo ágil y rápido que debía ser. A parte de eso, una larga lanza descansaba a su lado, en la pared en la que el hombre se apoyaba, con los brazos cruzados. Así que era fácil imaginar, que esa era su arma predilecta.
El otro mercenario, o debería decir mercenaria, era una joven de mirada intensa y pelo tan oscuro como la noche. Arquera, ya que un arco reposaba sobre la mesa, justo delante de ella. Una mujer de piel nívea, que haría las delicias del afortunado hombre que gozara del placer de acariciarla. ¿O quizás prefiriera la compañía de una mujer? Esas cosas nunca se sabían, y en cualquier caso, el placer con las mujeres era algo que ya poco le importaba a él. Solamente deseaba saborear y acariciar el cuerpo de una elfa en particular.
Esperaba que Níniel no se aburriera en su ausencia en la ciudad. Aunque suponía que no sería así. Ella tenía buenos amigos en la capital humana, y siempre que podía, iba hasta el hospital de Lunargenta para ayudar a los más necesitados. La elfa era el menor de sus problemas ahora.
- Vincent, te presento a…-, comenzó a decir Ed, pero antes de que pudiera terminar la frase un guardia lo interrumpió.
- Capitán. Un hombre bestia nos ataca en la puerta. Dice que quiere rendir servicios en la guardia, pero a apresado a mi compañero-, comentó con alarma uno de los soldados, entrando por otra puerta al cuarto. Una que daba al patio.
- ¿Qué? Debe ser algún tipo de broma-, dijo indignado Eddard, y se encaminó hacia la salida. - Dónde está ese energúmeno.
- Está en la entrada de la empalizada-, respondió el soldado.
- Llévame hasta él-, contestó finalmente. - Esperadme un momento, debo ver qué ocurre. No tardaré-, comentó Ed, antes de salir por la puerta, acompañado por su escolta, y seguido también por el soldado que acababa de llegar.
Vincent cambió el peso de su cuerpo, de una pierna a la otra, pensando en las maneras del capitán de la guardia. Cualquier otro oficial hubiera impartido órdenes, en vez de ir personalmente, pero parecía que Eddard no había perdido sus costumbres como sargento. Quería dar esas órdenes, pero de cerca, observando el conflicto de primera mano.
- Parece que la cosa se ha complicado-, comentó a sus compañeros, con una sonrisa, y caminó hacia la puerta por la que había salido Ed.
Ninguno de los mercenarios dijo nada por el momento, seguramente esperando que le confirmaran si era uno de sus compañeros, o simplemente un idiota que no sabía que decir en esos momentos. El caso es que en realidad era ambas cosas. Su compañero y un idiota que había soltado lo primero que se le había ocurrido.
De todos modos no se quedó mucho tiempo en la habitación para dialogar y conocer a los otros mercenarios. Había visto de lejos el problema en la empalizada. Ahora mismo le parecía que sería más útil allí, así que se acercó al lugar.
- No se preocupe, mi capitán. El chico no lo ha hecho con mala intención. Dice que ha sido un acto reflejo-, escuchó decir a un soldado en la distancia.
- Acto reflejo por mis pelotas. Nadie agrede a un miembro de la guardia, sean por los motivos que sean-, dijo Ed, bastante cabreado.
Según se iba acercando, la cara del hombre bestia le iba resultando cada vez más familiar. Estaba seguro de que había este tipo antes, pero dónde. Eran tantas las opciones, cuando se pasaba la vida viajando por doquier. Podría haber sido en algo tan simple como el mercado de Lunargenta, o bien podría haber sido en una misión como aquella. Tal vez incluso un encuentro fruto de la… ¡Eso era! Ya recordaba de que conocía al hombre bestia.
- O todos los gato sois iguales, o diría que te conozco, muchacho-, comentó el brujo, con una media sonrisa en los labios. - En aquella mansión que se hundió, y aquellos malditos túneles infectados de trasgos, hace ya…-, dejó de hablar, con gesto inequívoco de estar pensado. - Más de un año, por lo menos. Fue cuando iba al Norte por primera vez.
- ¿Lo conoces? ¿Conoces a este hombre bestia? - le preguntó Ed, con los ojos atónitos.
- Sí. Lo conozco. Y si no me falla la memoria, es un buen guerrero. Creo que tienes a tu cuarto explorador-, dijo, sonriendo al oficial.
A Eddard no le había hecho gracia, lo que quisiera que hubiera hecho el felino al guardia. Pero ese mismo guardia, le había quitado hierro al asunto. Y esperaba que sus palabras terminaran de convencer a su amigo en la guardia.
Hacía mucho de la última vez que había visto al hombre bestia, pero si seguía siendo la mitad de buen soldado, sería una excelente adquisición para el grupo. Además, con él, ya podrían partir sin tener que esperar a nadie más. Y lo más importante de todo, solamente había luchado una vez junto al felino. Pero esa noche lucharon por sus vidas, codo con codo, y podía decir que podía confiar en él. Algo que no sabría decir de los mercenarios del cuarto, el lancero y la arquera. Pocas cosas importaban más, que tener a alguien de confianza cubriéndole las espaldas.
- Confío en él, y me gustaría que se uniera a mi grupo-, comentó finalmente.
- Ah. Maldita sea-, rezongó Ed. - Está bien. Confío en Vincent. Y si Vincent confía en ti, yo también. Pero se acabaron los movimientos de reflejo. A partir de ahora no quiero más problemas-, expuso el capitán. - Volvamos al cuarto, allí os daré la información que necesitáis. Y podréis conocer a vuestros compañeros de trabajo-, dijo, mirando alternativamente al brujo y al hombre bestia.
En cualquier caso, eso ya poco importaba. Dentro de un momento conocería a sus compañeros de misión. Y si había suerte, llegaría pronto un cuarto hombre, para poder salir al desierto lo más rápido posible. El tiempo corría en su contra.
Cada instante que perdían. Cada movimiento del sol sobre sus cabezas. Las posibilidades de encontrar a la mujer se reducían.
Eddard se hizo a un lado nada más abrir la puerta, y franqueó el paso por la puerta, invitándolo a entrar. El rubio no se hizo de rogar, así que se internó en la sala en cuanto el oficial le dejó pasar.
Allí dentro, pudo ver por primera vez a los dos sujetos con los que iría al desierto, a falta del mercenario que cerraría el grupo. Y por lo que podía apreciar, una de las personas era de la zona, o eso intuía por sus ropajes. Era tan alto como él, de constitución fuerte, aunque no exageradamente musculado. Solo con un simple vistazo, pudo deducir lo ágil y rápido que debía ser. A parte de eso, una larga lanza descansaba a su lado, en la pared en la que el hombre se apoyaba, con los brazos cruzados. Así que era fácil imaginar, que esa era su arma predilecta.
El otro mercenario, o debería decir mercenaria, era una joven de mirada intensa y pelo tan oscuro como la noche. Arquera, ya que un arco reposaba sobre la mesa, justo delante de ella. Una mujer de piel nívea, que haría las delicias del afortunado hombre que gozara del placer de acariciarla. ¿O quizás prefiriera la compañía de una mujer? Esas cosas nunca se sabían, y en cualquier caso, el placer con las mujeres era algo que ya poco le importaba a él. Solamente deseaba saborear y acariciar el cuerpo de una elfa en particular.
Esperaba que Níniel no se aburriera en su ausencia en la ciudad. Aunque suponía que no sería así. Ella tenía buenos amigos en la capital humana, y siempre que podía, iba hasta el hospital de Lunargenta para ayudar a los más necesitados. La elfa era el menor de sus problemas ahora.
- Vincent, te presento a…-, comenzó a decir Ed, pero antes de que pudiera terminar la frase un guardia lo interrumpió.
- Capitán. Un hombre bestia nos ataca en la puerta. Dice que quiere rendir servicios en la guardia, pero a apresado a mi compañero-, comentó con alarma uno de los soldados, entrando por otra puerta al cuarto. Una que daba al patio.
- ¿Qué? Debe ser algún tipo de broma-, dijo indignado Eddard, y se encaminó hacia la salida. - Dónde está ese energúmeno.
- Está en la entrada de la empalizada-, respondió el soldado.
- Llévame hasta él-, contestó finalmente. - Esperadme un momento, debo ver qué ocurre. No tardaré-, comentó Ed, antes de salir por la puerta, acompañado por su escolta, y seguido también por el soldado que acababa de llegar.
Vincent cambió el peso de su cuerpo, de una pierna a la otra, pensando en las maneras del capitán de la guardia. Cualquier otro oficial hubiera impartido órdenes, en vez de ir personalmente, pero parecía que Eddard no había perdido sus costumbres como sargento. Quería dar esas órdenes, pero de cerca, observando el conflicto de primera mano.
- Parece que la cosa se ha complicado-, comentó a sus compañeros, con una sonrisa, y caminó hacia la puerta por la que había salido Ed.
Ninguno de los mercenarios dijo nada por el momento, seguramente esperando que le confirmaran si era uno de sus compañeros, o simplemente un idiota que no sabía que decir en esos momentos. El caso es que en realidad era ambas cosas. Su compañero y un idiota que había soltado lo primero que se le había ocurrido.
De todos modos no se quedó mucho tiempo en la habitación para dialogar y conocer a los otros mercenarios. Había visto de lejos el problema en la empalizada. Ahora mismo le parecía que sería más útil allí, así que se acercó al lugar.
- No se preocupe, mi capitán. El chico no lo ha hecho con mala intención. Dice que ha sido un acto reflejo-, escuchó decir a un soldado en la distancia.
- Acto reflejo por mis pelotas. Nadie agrede a un miembro de la guardia, sean por los motivos que sean-, dijo Ed, bastante cabreado.
Según se iba acercando, la cara del hombre bestia le iba resultando cada vez más familiar. Estaba seguro de que había este tipo antes, pero dónde. Eran tantas las opciones, cuando se pasaba la vida viajando por doquier. Podría haber sido en algo tan simple como el mercado de Lunargenta, o bien podría haber sido en una misión como aquella. Tal vez incluso un encuentro fruto de la… ¡Eso era! Ya recordaba de que conocía al hombre bestia.
- O todos los gato sois iguales, o diría que te conozco, muchacho-, comentó el brujo, con una media sonrisa en los labios. - En aquella mansión que se hundió, y aquellos malditos túneles infectados de trasgos, hace ya…-, dejó de hablar, con gesto inequívoco de estar pensado. - Más de un año, por lo menos. Fue cuando iba al Norte por primera vez.
- ¿Lo conoces? ¿Conoces a este hombre bestia? - le preguntó Ed, con los ojos atónitos.
- Sí. Lo conozco. Y si no me falla la memoria, es un buen guerrero. Creo que tienes a tu cuarto explorador-, dijo, sonriendo al oficial.
A Eddard no le había hecho gracia, lo que quisiera que hubiera hecho el felino al guardia. Pero ese mismo guardia, le había quitado hierro al asunto. Y esperaba que sus palabras terminaran de convencer a su amigo en la guardia.
Hacía mucho de la última vez que había visto al hombre bestia, pero si seguía siendo la mitad de buen soldado, sería una excelente adquisición para el grupo. Además, con él, ya podrían partir sin tener que esperar a nadie más. Y lo más importante de todo, solamente había luchado una vez junto al felino. Pero esa noche lucharon por sus vidas, codo con codo, y podía decir que podía confiar en él. Algo que no sabría decir de los mercenarios del cuarto, el lancero y la arquera. Pocas cosas importaban más, que tener a alguien de confianza cubriéndole las espaldas.
- Confío en él, y me gustaría que se uniera a mi grupo-, comentó finalmente.
- Ah. Maldita sea-, rezongó Ed. - Está bien. Confío en Vincent. Y si Vincent confía en ti, yo también. Pero se acabaron los movimientos de reflejo. A partir de ahora no quiero más problemas-, expuso el capitán. - Volvamos al cuarto, allí os daré la información que necesitáis. Y podréis conocer a vuestros compañeros de trabajo-, dijo, mirando alternativamente al brujo y al hombre bestia.
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Vincent Calhoun
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Re: La Rosa del desierto {Trabajo} Vincent - Leon
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