[Evento de navidad] El infierno en la niebla
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[Evento de navidad] El infierno en la niebla
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Entre árbol y árbol se había levantado una espesa niebla que no dejaba ver más allá de los propios pies. Incluso tantos años después del gran incendio, aun puedes olor el fuego arrasar con la vida del bosque de Midgar. Apenas queda ya nada por aquellas tierras
¿Entonces que hace aquí, insensato?
-Perdona, se te ha caído esto…- susurro una voz a tus espaldas. Una mujer vestida de gris, con velo y un escote pronunciado se acerca a ti por las espaldas, portando un objeto que asegura ser tuyo. –Por favor, dejarme seguir de camino con vos, llevo un rato deambulando sin poder salir de este infierno.- la mujer, con un candelabro e la mano de velas derretidas te pide ayuda, bajo la tela que cubre su rostro puedes ver unos labios rojos y carnosos.
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Wyn
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Re: [Evento de navidad] El infierno en la niebla
Definitivamente, tenía que establecerme un orden de prioridades. Obcecada como estaba en trabajar y en mantenerme ocupada, había aceptado un estúpido trabajo de "reconocimiento" del bosque de Midgar a cambio de un mes de alojamiento y un plato de comida caliente en una posada de la capital.
El tío que había puesto el anuncio era un capitán de la guardia relevado de su puesto y relegado al registro poblacional en unas estúpidas oficinas de Lunargenta. Y claro, el hombre estaba ya mayor como para ir por ahí dando tumbos, apuntando quién vivía en qué zona, durante cuánta extensión, de qué modo... Y al parecer aquella zona había sido particularmente obviada por quienes habían hecho anteriormente el registro.
Suspiré, y me asusté de mi propio sonido. Porque aquello parecía un desierto. O peor... Era el recuerdo muerto de multitud de vida vegetal, animal, y ahora sólo podía verse la huella de las plantas ,los troncos secos enredados en un camino difuso que comenzaba a llenarse de polvo por completo, confundiendo el sendero con el resto de la tierra. Además, el recuerdo de la catástrofe aún flotaba en el aire, se podía oler a quemado por todo el bosque... En algunas zonas más que otras.
Caminaba en silencio, en torno a las dos de la madrugada. Estaba en mitad de la última semana de reconocimiento, en el último cuadrante que restaba.. Y estaba ansiosa por terminar, aquello era aburrido, y sobre todo siniestro.
No del tipo de siniestro que da miedo, no, para nada, a ese estaba medianamente acostumbrada, era siniestro del modo en que un lugar te hace sentir el mismo silencio, el mismo frío como si de una persona observándose se tratase, siniestro de forma que te entran escalofríos, el tipo de "siniestrud" que te entra cuando sabes perfectamente que no puedes alcanzar a comprender las razones por las que un lugar tan muerto como aquel se empeña en seguir vivo. Eso es porque hay algo más... ¿no?
Aparté todos esos pensamientos que como cada noche de aquella semana me rondaban por la cabeza, convencida de que sería peor si seguía dándole vueltas y recapacité. Haría pronto mi trabajo, la tribu de hombres lagarto que me había encontrado hacía cuatro días me dijo que a este lado del bosque ya no quedaba nadie, ni siquiera ermitaños de otras tribus de hombres bestia. Nada de vida. Cero. Vacío.Nasti de plasti.
Por eso mismo me asombraba a cada paso que daba del ruido que hacía, sabiendo lo sigilosa que solía ser. Escuchaba mi respiración, el bombeo en mi pecho y el zumbido agudo del sistema nervioso.
– Perdona, se te ha caído esto…
Proferí un grito. Me giré de golpe golpeando sin querer el cuerpo que estaba detrás de mi. Detrás de mi. Una mujer.
¿Cómo no me había dado cuenta? Las velas titilaron, llevaba un candelabro y un velo, su voz era tenue, tan suave que parecía sufrir mientras la dejaba salir. Me había asustado. ¿Cómo había llegado hasta mi sin que me diese cuenta? Fruncí el ceño. Me tendía una daga, decorada con unos brocados preciosos en el color de la plata, y cuajada con unas piedras rojas oscuras, la hoja era fina.
Afiancé mis pies en el suelo, se tensaron mis hombros y el cuello instintivamente mientras cogía la daga de una mano temblorosa, helada. Yo también estaba fría, estaba normalmente.. más fría que el resto, solo un poco, y de acuerdo, en aquel lugar hacía frío pero aquello no parecía ser el motivo. Además, llevaba un candelabro. ¿Estaría enferma?
A través de la luz titilante se podía vislumbrar un escote generoso, y unos labios rojos y carnosos, que movió de nuevo para hablar.
– Por favor, dejadme seguir el camino con vos, llevo un rato deambulando sin poder salir de este infierno.
Solté el aire que estaba reteniendo, lo cual me había pasado desapercibido. En otro lugar, otra circunstancia, aquella mujer me habría atraído enormemente, parecía guapa, el cuerpo que aquellos paños dejaban entrever era sin duda hermoso, y sus labios prometían noches de calor, rasguños... Pero no, aquella noche era una mala sensación la que me invadía.
Aquella mujer había llegado allí de alguna forma demasiado incongruente o demasiado siniestra para considerarse normal. Y además... No olía a nada.
Aquello terminó de ponerme en tensión. – ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Quién eres?
Se tomó su tiempo en contestar. Un instante antes de abrir la boca, un extraño sonido salió de su boca, apenas audible; sonó a algo que no tenía forma ni plano, tomando precipitadamente un lugar en su garganta para salir. Como si de un disfraz se tratase.
– Jetzsa. –dijo, con una voz entre grave y rasgada; aquello me dejó descolocada, y el tono agudo de justo después, más aún.– He estado aquí todo el tiempo. Mucho... –de nuevo, un silencio.– ...Tiempo.
Sonrió de forma extraña y dio un paso hacia mí. Los dientes me crecieron en la boca, y la daga comenzó extrañamente a calentarse. – Quiero salir, por favor... Llévame contigo.
– No creo que pueda ayudarte. Si sigues al oeste, por ahí –señalé a mi derecha– llegarás antes a un arroyo, podrás beber y es lo más cercano a la linde del bosque. El camino que he de recorrer es algo más largo.
No sabía qué más decir. Ni siquiera sabía cómo hablarle, ni realmente cómo había llegado allí. A lo mejor no quería saberlo, porque sabía perfectamente que allí no había nadie en al menos un kilómetro detrás de mi, y probablemente tampoco por delante además, la habría visto venir. Tragué.
– Déjame ir.
La mujer se balanceaba de un lado a otro muy lentamente, casi imperceptiblemente, como en un trance. Me fijé en que apretaba con fuerza el candelabro, con los nudillos blancos, y además parecía murmurar algo, pues movía la boca carnosa, sin emitir apenas sonido, a excepción de algunos susurros...
– Ya. Me... dirijo a la linde del bosque, a la posada Cicatrices y Pus. – parecía que no valía la pena tratar de disuadirla. Me di la vuelta y caminé, mirándola casi constantemente, mientras ella establecía un ritmo extraño: podía verla caminar de forma alarmantemente lenta, pero contra todo pronóstico, no se quedaba atrás.
Después de aquella noche me preguntaría a mí misma por qué diantres no la había detenido antes, por qué no la había dejado junto a algún árbol o por qué sencillamente no me había negado a tener su compañía durante mi camino. Pero es que en aquel momento, atenazada como estaba por lo extraño de la situación, confundida por no saber qué esperar de aquello, no pensé si quiera en qué otras opciones tenía. Quería salir del bosque, y por otra parte aquella mujer no me había parecido peligrosa, en cambio sí siniestra, extraña y alarmante. Pero de haber querido matarme... Solo habría tenido que clavarme aquel puñal que decía ser mío.
Un momento... ¿Mío? El puñal. Me había olvidado de él. Lo llevaba en la mano, estaba cálido, y pesaba bastante más de lo que pensaba, aunque a ratos parecía ser extremadamente liviano. Fruncí el ceño. Definitivamente, estaba pasando algo extraño y no parecía ninguna coincidencia lo de aquella mujer. Que fuese rara tenía un pase, que no supiese cómo había llegado ahí, pues bueno... Pero una daga que cambia su peso sin más, aquello ya era más raro. No parecía un encuentro fortuito.
– En cuestión de una hora llegaremos a la linde, a unos metros de la posada. –dije, volviendo el rostro por completo hacia ella. Habíamos pasado dos horas caminando en silencio. Cuando le dije aquello, volvió el rostro hacia mí de manera muy poco natural, alerta, como un perro. Emitió un gruñido extraño y reparé también en que las velas no se habían consumido desde que Jetzsa había aparecido.
Al término de esa hora, cuando ya podía verse el límite de los árboles quemados algo más adelante seguida de una extensión de terreno con un caserón al fondo de forma peligrosamente vertical –la posada–, Jetzsa comenzó a exhalar de forma intercalada, grave, luego normal, grave, normal, y grave otra vez.
– Bueno ya está bien, esto es colmo. –la daga en mi mano comenzó a palpitar y a lanzarse por sí misma forzosamente hacia Jetzsa, con lo que me giré abruptamente, cabreada, alerta y con ánimos de plantarme allí mismo y terminar con aquello. – Me vas a decir ahora mism..... ¡AH!!!
La mujer había soltado el candelabro y había agarrado la daga con la mano sin importarle si estaba o no sangrando, que lo estaba, con la mano herida por la hoja, y se abalanzaba sobre con una mandibula exageradamente abierta, con colmillos descomunales y los ojos blancos y brillantes, supurando, emitiendo un chillido agudo.
Caímos juntas al suelo y rodamos, llenándonos de tierra entre forcejeos, gritos y empujones. Le propiné un arañazo y me arañó un lado de la cara, traté de hundir mi mano en la suya y trató de apuñalarme con la mano libre, a lo que puse el antebrazo tratando de librarme pujando la una por herir a la otra. Necesitaba zafarme de ella. Grité de nuevo tratando de empujarla y volvimos a rodar, quedándome encima de ella, pero me agarró del pelo y volvió a tirar dirigiendo su boca a mis hombros, libres y ahora desnudos con el forcejeo. Aticé una patada agarrándola de lado y conseguí levantarme mientras se arrastraba de forma extraña hacia mi, otra vez.
Lanzó un gruñido que no parecía de este mundo y mientras corría hacia mí, me percaté de que el fuego había prendido parte de nuestro alrededor. Aquello me ponía más nerviosa. Abrí la boca siseando y corrí para saltar sobre ella ,enzarzándonos en una pelea de uñas, dientes y puñetazo limpio. Me agarró con un gancho, me di la vuelta y saqué mi cuchillo de entre las ropas mientras notaba helarme la piel en el homóplato. Chillé, estaba helado, me mordía y notaba ardor a la vez que frío. Clavé la hoja hacia atrás donde calculé que estarían sus pulmones y chilló, entre convulsiones. Volví a clavar la hoja dándome la vuelta pero ya no había un cuerpo que perforar, sino una masa informe de consistencia parecida a la ceniza, y dos piedras blanquecinas, brillantes, que caían desde lo que había sido su cara hasta el suelo. Se deshizo tal y como vino: en la nada.
Respiré aliviada. Había fuego a mi alrededor. Me agaché a recoger mi bolsa caída y traté de cubrirme la espalda con mi capa, pero la herida escocía demasiado, la sentía ardiendo y partes de mi cuerpo fríos. Escupí un cúmulo de sangre y me encaminé a la posada hecha un adefesio. Necesitaría tiempo para aquella herida, y seguro que me quedaba más de una cicatriz...
Pero en fin. Salir, había salido del bosque. – Mujeres...
El tío que había puesto el anuncio era un capitán de la guardia relevado de su puesto y relegado al registro poblacional en unas estúpidas oficinas de Lunargenta. Y claro, el hombre estaba ya mayor como para ir por ahí dando tumbos, apuntando quién vivía en qué zona, durante cuánta extensión, de qué modo... Y al parecer aquella zona había sido particularmente obviada por quienes habían hecho anteriormente el registro.
Suspiré, y me asusté de mi propio sonido. Porque aquello parecía un desierto. O peor... Era el recuerdo muerto de multitud de vida vegetal, animal, y ahora sólo podía verse la huella de las plantas ,los troncos secos enredados en un camino difuso que comenzaba a llenarse de polvo por completo, confundiendo el sendero con el resto de la tierra. Además, el recuerdo de la catástrofe aún flotaba en el aire, se podía oler a quemado por todo el bosque... En algunas zonas más que otras.
Caminaba en silencio, en torno a las dos de la madrugada. Estaba en mitad de la última semana de reconocimiento, en el último cuadrante que restaba.. Y estaba ansiosa por terminar, aquello era aburrido, y sobre todo siniestro.
No del tipo de siniestro que da miedo, no, para nada, a ese estaba medianamente acostumbrada, era siniestro del modo en que un lugar te hace sentir el mismo silencio, el mismo frío como si de una persona observándose se tratase, siniestro de forma que te entran escalofríos, el tipo de "siniestrud" que te entra cuando sabes perfectamente que no puedes alcanzar a comprender las razones por las que un lugar tan muerto como aquel se empeña en seguir vivo. Eso es porque hay algo más... ¿no?
Aparté todos esos pensamientos que como cada noche de aquella semana me rondaban por la cabeza, convencida de que sería peor si seguía dándole vueltas y recapacité. Haría pronto mi trabajo, la tribu de hombres lagarto que me había encontrado hacía cuatro días me dijo que a este lado del bosque ya no quedaba nadie, ni siquiera ermitaños de otras tribus de hombres bestia. Nada de vida. Cero. Vacío.
Por eso mismo me asombraba a cada paso que daba del ruido que hacía, sabiendo lo sigilosa que solía ser. Escuchaba mi respiración, el bombeo en mi pecho y el zumbido agudo del sistema nervioso.
– Perdona, se te ha caído esto…
Proferí un grito. Me giré de golpe golpeando sin querer el cuerpo que estaba detrás de mi. Detrás de mi. Una mujer.
¿Cómo no me había dado cuenta? Las velas titilaron, llevaba un candelabro y un velo, su voz era tenue, tan suave que parecía sufrir mientras la dejaba salir. Me había asustado. ¿Cómo había llegado hasta mi sin que me diese cuenta? Fruncí el ceño. Me tendía una daga, decorada con unos brocados preciosos en el color de la plata, y cuajada con unas piedras rojas oscuras, la hoja era fina.
Afiancé mis pies en el suelo, se tensaron mis hombros y el cuello instintivamente mientras cogía la daga de una mano temblorosa, helada. Yo también estaba fría, estaba normalmente.. más fría que el resto, solo un poco, y de acuerdo, en aquel lugar hacía frío pero aquello no parecía ser el motivo. Además, llevaba un candelabro. ¿Estaría enferma?
A través de la luz titilante se podía vislumbrar un escote generoso, y unos labios rojos y carnosos, que movió de nuevo para hablar.
– Por favor, dejadme seguir el camino con vos, llevo un rato deambulando sin poder salir de este infierno.
Solté el aire que estaba reteniendo, lo cual me había pasado desapercibido. En otro lugar, otra circunstancia, aquella mujer me habría atraído enormemente, parecía guapa, el cuerpo que aquellos paños dejaban entrever era sin duda hermoso, y sus labios prometían noches de calor, rasguños... Pero no, aquella noche era una mala sensación la que me invadía.
Aquella mujer había llegado allí de alguna forma demasiado incongruente o demasiado siniestra para considerarse normal. Y además... No olía a nada.
Aquello terminó de ponerme en tensión. – ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Quién eres?
Se tomó su tiempo en contestar. Un instante antes de abrir la boca, un extraño sonido salió de su boca, apenas audible; sonó a algo que no tenía forma ni plano, tomando precipitadamente un lugar en su garganta para salir. Como si de un disfraz se tratase.
– Jetzsa. –dijo, con una voz entre grave y rasgada; aquello me dejó descolocada, y el tono agudo de justo después, más aún.– He estado aquí todo el tiempo. Mucho... –de nuevo, un silencio.– ...Tiempo.
Sonrió de forma extraña y dio un paso hacia mí. Los dientes me crecieron en la boca, y la daga comenzó extrañamente a calentarse. – Quiero salir, por favor... Llévame contigo.
– No creo que pueda ayudarte. Si sigues al oeste, por ahí –señalé a mi derecha– llegarás antes a un arroyo, podrás beber y es lo más cercano a la linde del bosque. El camino que he de recorrer es algo más largo.
No sabía qué más decir. Ni siquiera sabía cómo hablarle, ni realmente cómo había llegado allí. A lo mejor no quería saberlo, porque sabía perfectamente que allí no había nadie en al menos un kilómetro detrás de mi, y probablemente tampoco por delante además, la habría visto venir. Tragué.
– Déjame ir.
La mujer se balanceaba de un lado a otro muy lentamente, casi imperceptiblemente, como en un trance. Me fijé en que apretaba con fuerza el candelabro, con los nudillos blancos, y además parecía murmurar algo, pues movía la boca carnosa, sin emitir apenas sonido, a excepción de algunos susurros...
– Ya. Me... dirijo a la linde del bosque, a la posada Cicatrices y Pus. – parecía que no valía la pena tratar de disuadirla. Me di la vuelta y caminé, mirándola casi constantemente, mientras ella establecía un ritmo extraño: podía verla caminar de forma alarmantemente lenta, pero contra todo pronóstico, no se quedaba atrás.
Después de aquella noche me preguntaría a mí misma por qué diantres no la había detenido antes, por qué no la había dejado junto a algún árbol o por qué sencillamente no me había negado a tener su compañía durante mi camino. Pero es que en aquel momento, atenazada como estaba por lo extraño de la situación, confundida por no saber qué esperar de aquello, no pensé si quiera en qué otras opciones tenía. Quería salir del bosque, y por otra parte aquella mujer no me había parecido peligrosa, en cambio sí siniestra, extraña y alarmante. Pero de haber querido matarme... Solo habría tenido que clavarme aquel puñal que decía ser mío.
Un momento... ¿Mío? El puñal. Me había olvidado de él. Lo llevaba en la mano, estaba cálido, y pesaba bastante más de lo que pensaba, aunque a ratos parecía ser extremadamente liviano. Fruncí el ceño. Definitivamente, estaba pasando algo extraño y no parecía ninguna coincidencia lo de aquella mujer. Que fuese rara tenía un pase, que no supiese cómo había llegado ahí, pues bueno... Pero una daga que cambia su peso sin más, aquello ya era más raro. No parecía un encuentro fortuito.
– En cuestión de una hora llegaremos a la linde, a unos metros de la posada. –dije, volviendo el rostro por completo hacia ella. Habíamos pasado dos horas caminando en silencio. Cuando le dije aquello, volvió el rostro hacia mí de manera muy poco natural, alerta, como un perro. Emitió un gruñido extraño y reparé también en que las velas no se habían consumido desde que Jetzsa había aparecido.
Al término de esa hora, cuando ya podía verse el límite de los árboles quemados algo más adelante seguida de una extensión de terreno con un caserón al fondo de forma peligrosamente vertical –la posada–, Jetzsa comenzó a exhalar de forma intercalada, grave, luego normal, grave, normal, y grave otra vez.
– Bueno ya está bien, esto es colmo. –la daga en mi mano comenzó a palpitar y a lanzarse por sí misma forzosamente hacia Jetzsa, con lo que me giré abruptamente, cabreada, alerta y con ánimos de plantarme allí mismo y terminar con aquello. – Me vas a decir ahora mism..... ¡AH!!!
La mujer había soltado el candelabro y había agarrado la daga con la mano sin importarle si estaba o no sangrando, que lo estaba, con la mano herida por la hoja, y se abalanzaba sobre con una mandibula exageradamente abierta, con colmillos descomunales y los ojos blancos y brillantes, supurando, emitiendo un chillido agudo.
Caímos juntas al suelo y rodamos, llenándonos de tierra entre forcejeos, gritos y empujones. Le propiné un arañazo y me arañó un lado de la cara, traté de hundir mi mano en la suya y trató de apuñalarme con la mano libre, a lo que puse el antebrazo tratando de librarme pujando la una por herir a la otra. Necesitaba zafarme de ella. Grité de nuevo tratando de empujarla y volvimos a rodar, quedándome encima de ella, pero me agarró del pelo y volvió a tirar dirigiendo su boca a mis hombros, libres y ahora desnudos con el forcejeo. Aticé una patada agarrándola de lado y conseguí levantarme mientras se arrastraba de forma extraña hacia mi, otra vez.
Lanzó un gruñido que no parecía de este mundo y mientras corría hacia mí, me percaté de que el fuego había prendido parte de nuestro alrededor. Aquello me ponía más nerviosa. Abrí la boca siseando y corrí para saltar sobre ella ,enzarzándonos en una pelea de uñas, dientes y puñetazo limpio. Me agarró con un gancho, me di la vuelta y saqué mi cuchillo de entre las ropas mientras notaba helarme la piel en el homóplato. Chillé, estaba helado, me mordía y notaba ardor a la vez que frío. Clavé la hoja hacia atrás donde calculé que estarían sus pulmones y chilló, entre convulsiones. Volví a clavar la hoja dándome la vuelta pero ya no había un cuerpo que perforar, sino una masa informe de consistencia parecida a la ceniza, y dos piedras blanquecinas, brillantes, que caían desde lo que había sido su cara hasta el suelo. Se deshizo tal y como vino: en la nada.
Respiré aliviada. Había fuego a mi alrededor. Me agaché a recoger mi bolsa caída y traté de cubrirme la espalda con mi capa, pero la herida escocía demasiado, la sentía ardiendo y partes de mi cuerpo fríos. Escupí un cúmulo de sangre y me encaminé a la posada hecha un adefesio. Necesitaría tiempo para aquella herida, y seguro que me quedaba más de una cicatriz...
Pero en fin. Salir, había salido del bosque. – Mujeres...
Ébano
Aerandiano de honor
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Re: [Evento de navidad] El infierno en la niebla
La mujer de escote pronunciado caminaba por entre la niebla, entre los árboles quemados del bosque de Midgar, en busca de viajeros perdidos. Su regalo era una daga, una daga que aseguraría pertenecer al perdido, aventurero o cazador. La bondad y la sinceridad eran apremiadas con el objeto. La avaricia y el egoísmo eran castigados con la muerte.
Al parecer, el descuido de la vampira entrada en el segundo lote de regalos de la “mujer”.
Se le había escapado, pero nadie conocía los quemados senderos de Midgar más que ella. Si volvía a encontrarse con aquella rubia, no la dejaría escapar, siendo ella la que ahora andaría de lado a lado, con un candelabro en las manos de velas inmortales hasta que llega la hora de terminar con una vida…
Al parecer, el descuido de la vampira entrada en el segundo lote de regalos de la “mujer”.
Se le había escapado, pero nadie conocía los quemados senderos de Midgar más que ella. Si volvía a encontrarse con aquella rubia, no la dejaría escapar, siendo ella la que ahora andaría de lado a lado, con un candelabro en las manos de velas inmortales hasta que llega la hora de terminar con una vida…
___________________________________
- Has resuelto y terminado el evento de navidad con buenos resultados. O al menos estas viva.
- De ahora en adelante, tiene un enemigo en el bosque de Midgar, por lo que no te recomendaría pasearte por ahí con mucha frecuencia.
En un futuro, y sin caducidad, cada vez que pases por ese bosque, deberas hacer una tirada de voluntad a los dioses, si el resultado es bueno (en cualquiera de sus variantes) saldrás “ilesa” de ahí, como ahora, si por el contrario el resultado es negativo (con todas sus variantes de mala suerte) deberás avisarme y yo decidiré tu suerte, vampira. Tienes un 50% de posibilidades, tú decides el camino.
Yo probaría, nunca se sabe…
Considéralo una dulce y jugosa maldición. Otra.
- Y sin más dilaciones, aqui tienes tu regalo.
- Colgante del bosque: castaña:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Colgante del bosque de los elfos, con una castaña tan bonita, que hasta parece obra de magia.
Este regalo obsequia con +3 puntos de exp
Wyn
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