El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Zatch la llevó a una plaza bellísima. Ingela no entendía por qué no habían ido allí en primer lugar. Ah, verdad, los tipos que perseguían a Zatch. En fin, era un pequeño bosque, lleno de árboles y arbustos florecidos. Caminitos de piedras lo atravezaban y a los lados, bancas de madera. La joven dragona eligió una banca bajo un árbol, junto a un farol. Aunque la noche estaba clara, a ella le gustaba como la luz amarilla hacía ver más brillantes los ojos ámbar del zorro y cómo le iluminaba el pelaje desde arriba.
El trato era contar algo de cada uno, comenzaría Zatch. Eso a ella no le molestaba, total, para ella su vida no era algo que tenía por qué guardar en secreto. Lo escuchó atenta y un poco apesadumbrada. -Vaya... no puedo imaginar lo doloroso que debió haber sido para tu madre el abandonarte...- dijo una vez él terminó de contar ese breve resumen de su historia. -Digo, para cualquier madre aquello sería devastador.- dijo recordando a su propia mamá, quien seguramente rezaba todas las noches a los dioses por su bienestar.
Miró a Zatch y, con su brutal honestidad, continuó - Además, si hubiese querido dejarte, lo hubiese hecho ni bien naciste, pero te cuidó hasta que pudiste valerte por ti mismo. Es muy triste que hayan personas que se dejen influenciar por las presiones y el qué dirán... tengo un primo cuya madre es una humana común y corriente, por lo tanto no heredó la sangre del dragón, pero lo queremos igual. Fue muy terrible para mi abuelo que su hijo mayor se enamorara de una humana normal, muy vergonzoso, ¡estuvo a punto de desheredarlo! Pero su esposa, mi tía Muriel, demostró ser una mujer de valía y mi primo un guerrero excepcional. No tendrá la sangre del dragón, pero su corazón es el de uno- dijo perdiéndose en su relato, hasta que notó que estaba hablando de más.
Ingela quedó en silencio, avergonzada. Miró a Zatch y sonrió, estaba segura de su metedura de pata. ¿Cómo comparar una cosa con otra? Mala, mala elección de ideas. Ahora, ¿qué hacer? -Lo siento... suelo hablar mucho y a veces no filtro lo que sale de mi boca- le dijo con pesar.
Nada de lo que pudiera decir o hacer enmendaría aquello, pero igual continuó -Mi hermana me contó que al nacer, tenía una gemela que falleció a los pocos días- dijo -Creo que es la razón por la cual mis padres rezan tanto- concluyó ladeando la cabeza.
Quedaron en silencio, ella no sabía qué preguntarle, hasta que se le ocurrió una idea brillante -¿Cuál ha sido tu robo más divertido?- le preguntó sonriente.
El trato era contar algo de cada uno, comenzaría Zatch. Eso a ella no le molestaba, total, para ella su vida no era algo que tenía por qué guardar en secreto. Lo escuchó atenta y un poco apesadumbrada. -Vaya... no puedo imaginar lo doloroso que debió haber sido para tu madre el abandonarte...- dijo una vez él terminó de contar ese breve resumen de su historia. -Digo, para cualquier madre aquello sería devastador.- dijo recordando a su propia mamá, quien seguramente rezaba todas las noches a los dioses por su bienestar.
Miró a Zatch y, con su brutal honestidad, continuó - Además, si hubiese querido dejarte, lo hubiese hecho ni bien naciste, pero te cuidó hasta que pudiste valerte por ti mismo. Es muy triste que hayan personas que se dejen influenciar por las presiones y el qué dirán... tengo un primo cuya madre es una humana común y corriente, por lo tanto no heredó la sangre del dragón, pero lo queremos igual. Fue muy terrible para mi abuelo que su hijo mayor se enamorara de una humana normal, muy vergonzoso, ¡estuvo a punto de desheredarlo! Pero su esposa, mi tía Muriel, demostró ser una mujer de valía y mi primo un guerrero excepcional. No tendrá la sangre del dragón, pero su corazón es el de uno- dijo perdiéndose en su relato, hasta que notó que estaba hablando de más.
Ingela quedó en silencio, avergonzada. Miró a Zatch y sonrió, estaba segura de su metedura de pata. ¿Cómo comparar una cosa con otra? Mala, mala elección de ideas. Ahora, ¿qué hacer? -Lo siento... suelo hablar mucho y a veces no filtro lo que sale de mi boca- le dijo con pesar.
Nada de lo que pudiera decir o hacer enmendaría aquello, pero igual continuó -Mi hermana me contó que al nacer, tenía una gemela que falleció a los pocos días- dijo -Creo que es la razón por la cual mis padres rezan tanto- concluyó ladeando la cabeza.
Quedaron en silencio, ella no sabía qué preguntarle, hasta que se le ocurrió una idea brillante -¿Cuál ha sido tu robo más divertido?- le preguntó sonriente.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Entre todas las razones por las cuales nunca contaba su historia, una de ellas era porque detestaba profundamente despertar compasión en sus acompañantes. Él estaba bien, su vida le satisfacía dentro de lo que cabía esperar y apenas recordaba a su familia en una que otra rara ocasión; no era un recuerdo latente que lo martirizase día tras día. Apenas se encogió de hombros cuando la joven comentó cuánto habría sufrido su madre al dejarlo atrás, ahorrándose toda respuesta desdeñosa y antipática que pujara por salir de su garganta. “-Lo dudo mucho, pero gracias.” -Se limitó a pensar.
La adorable rubia intentaba consolarlo de buena fe, pero él tenía un argumento para rebatir cada una de sus palabras. Si no lo había abandonado apenas al nacer, probablemente se había debido a que era una cobarde sin más. O quizás la presión por parte de su familia había ido en aumento a medida que el pequeño zorro intentaba con mayor ahinco asomarse al mundo exterior, o conocer al resto de sus parientes, hasta que finalmente se había hartado de él. ¡Tantas razones podía encontrar para no compadecer a su madre! De haber estado con otra persona, habría cortado de cuajo el relato del dichoso-primo-no-sé-quién para pasar a otro tema. Sin embargo, los intentos de la dragona por subirle el ánimo le resultaron enternecedores y se dignó a escuchar con paciencia, apenas asintiendo con la cabeza para darle la razón mansamente. Al final, ella pareció notar que aquel relato no había sido la mejor elección, suscitando una risa entre dientes por parte del zorro, quien estaba lejos de enfadarse por tan adorable torpeza.
-No te preocupes -intervino, acariciándole una mejilla con las yemas de los dedos- me gusta cómo hablas, además tienes un acento encantador. ¿Todos hablan así en el Norte?
Alzó las cejas con sorpresa ante el detalle de la hermana gemela, apenas apretando los labios en un gesto de pena, más por cortesía que por sentirla realmente. La idea de dos Ingelas idénticas hablándole sin parar le pareció graciosa y encantadora, pero pensándolo bien así estaba mejor; apenas podía contener los nervios estando con una sola. No supo bien qué decir al respecto, las palabras de apoyo no eran lo suyo. Por suerte, ella rompió el silencio con una nueva pregunta... una de lo más comprometedora. Su expresión mutó a la sorpresa y tuvo que tomarse un momento para rebuscar en su memoria alguna anécdota adecuada, que no expusiese demasiados detalles violentos e inadecuados.
-Ummmh, déjame pensar... ¡Oh! Recuerdo uno. -Sus colmillos asomaron en una pícara sonrisa- Una vez robé un amuleto con forma de víbora de la casa de un mago. Aunque se veía caro, no parecía ser demasiado especial... pero lo era. ¡Apenas me lo puse, me convertí en una Binaba! No te imaginas lo horrible que fue tener que reptar durante días para volver a la casa del brujo y hacer que me quitara el hechizo. ¡Puaj! Apesté a reptil toda la semana. -Se encogió de hombros y volvió los ojos hacia ella- No fue para nada divertido en su momento, pero de seguro es una historia graciosa para ti, ¿verdad? -Cruzó las piernas, hincó el codo en un muslo y, recargando el mentón sobre la mano, se inclinó hacia ella con expectación.- Ahora cuéntame alguna de tus mayores travesuras. ¿O has sido una niña buena toda la vida?
La adorable rubia intentaba consolarlo de buena fe, pero él tenía un argumento para rebatir cada una de sus palabras. Si no lo había abandonado apenas al nacer, probablemente se había debido a que era una cobarde sin más. O quizás la presión por parte de su familia había ido en aumento a medida que el pequeño zorro intentaba con mayor ahinco asomarse al mundo exterior, o conocer al resto de sus parientes, hasta que finalmente se había hartado de él. ¡Tantas razones podía encontrar para no compadecer a su madre! De haber estado con otra persona, habría cortado de cuajo el relato del dichoso-primo-no-sé-quién para pasar a otro tema. Sin embargo, los intentos de la dragona por subirle el ánimo le resultaron enternecedores y se dignó a escuchar con paciencia, apenas asintiendo con la cabeza para darle la razón mansamente. Al final, ella pareció notar que aquel relato no había sido la mejor elección, suscitando una risa entre dientes por parte del zorro, quien estaba lejos de enfadarse por tan adorable torpeza.
-No te preocupes -intervino, acariciándole una mejilla con las yemas de los dedos- me gusta cómo hablas, además tienes un acento encantador. ¿Todos hablan así en el Norte?
Alzó las cejas con sorpresa ante el detalle de la hermana gemela, apenas apretando los labios en un gesto de pena, más por cortesía que por sentirla realmente. La idea de dos Ingelas idénticas hablándole sin parar le pareció graciosa y encantadora, pero pensándolo bien así estaba mejor; apenas podía contener los nervios estando con una sola. No supo bien qué decir al respecto, las palabras de apoyo no eran lo suyo. Por suerte, ella rompió el silencio con una nueva pregunta... una de lo más comprometedora. Su expresión mutó a la sorpresa y tuvo que tomarse un momento para rebuscar en su memoria alguna anécdota adecuada, que no expusiese demasiados detalles violentos e inadecuados.
-Ummmh, déjame pensar... ¡Oh! Recuerdo uno. -Sus colmillos asomaron en una pícara sonrisa- Una vez robé un amuleto con forma de víbora de la casa de un mago. Aunque se veía caro, no parecía ser demasiado especial... pero lo era. ¡Apenas me lo puse, me convertí en una Binaba! No te imaginas lo horrible que fue tener que reptar durante días para volver a la casa del brujo y hacer que me quitara el hechizo. ¡Puaj! Apesté a reptil toda la semana. -Se encogió de hombros y volvió los ojos hacia ella- No fue para nada divertido en su momento, pero de seguro es una historia graciosa para ti, ¿verdad? -Cruzó las piernas, hincó el codo en un muslo y, recargando el mentón sobre la mano, se inclinó hacia ella con expectación.- Ahora cuéntame alguna de tus mayores travesuras. ¿O has sido una niña buena toda la vida?
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Afortunadamente, el terrible impasse de la pregunta acerca de la familia de Zatch fue salvado con lo de la anécdota. A veces Ingela se sorprendía a si misma tanto por su torpeza como por su habilidad de librarse de aquellos momentos incómodos.
Rió de buena gana al imaginar a Zatch transformado en una serpiente -¿Y eras una serpiente parlanchina también?- preguntó entre risas. Se secó una lagrimita y trató de calmar las carcajadas. Las risas no la dejaban hablar -Eso te pasa por ser amigo de lo ajeno- le dijo cuando recobró el aliento -Pero bueno, si no, ¿cómo podrías conquistar a las doncellas? No tendrías estas historias que contar- le dijo sonriendo.
Era su turno de contar alguna anécdota. Cruzó las piernas y entrelazó los dedos para pasarlos por encima de su rodilla y sujetarla, adquiriendo una pose de pensar -A ver... qué te puedo contar que no revele tanto de mi y te mantenga interesado...- dijo ladeando la cabeza y mirando de reojo hacia el cielo, torciendo la boca un poco al apretar los labios -sí, he sido buena... excepto cuando le escondí una de las reliquias a mi madre- dijo y sonrió ampliamente. -¡Enloqueció cuando no encontró el huevo de su bisabuela! La buscó por todos lados. Yo la iba cambiando de lugar y me reía un montón cada vez que decía "haberla visto justo aquí"- dijo imitando la voz de su madre, que se volvía aguda cuando se alteraba.
Ella se rió de su recuerdo, pero sabía que era uno bastante aburrido, así que no rió mucho, una corta risilla, esperando de vuelta una sonrisa cortes. -De todas formas, cualquier historia mía empalidece ante las tuyas, ¡debes tener todo un repertorio!- le dijo mirándolo. Lo notaba ligeramente distinto. ¿Quizás estaba siendo aburrida? ¿Debía mejor pedirle que la escoltara a la posada? Sí, aquello era justamente lo que debía hacer.
-Y bueno... quizás sea tiempo de regresar a mi posada...- le dijo mirando al suelo.
Rió de buena gana al imaginar a Zatch transformado en una serpiente -¿Y eras una serpiente parlanchina también?- preguntó entre risas. Se secó una lagrimita y trató de calmar las carcajadas. Las risas no la dejaban hablar -Eso te pasa por ser amigo de lo ajeno- le dijo cuando recobró el aliento -Pero bueno, si no, ¿cómo podrías conquistar a las doncellas? No tendrías estas historias que contar- le dijo sonriendo.
Era su turno de contar alguna anécdota. Cruzó las piernas y entrelazó los dedos para pasarlos por encima de su rodilla y sujetarla, adquiriendo una pose de pensar -A ver... qué te puedo contar que no revele tanto de mi y te mantenga interesado...- dijo ladeando la cabeza y mirando de reojo hacia el cielo, torciendo la boca un poco al apretar los labios -sí, he sido buena... excepto cuando le escondí una de las reliquias a mi madre- dijo y sonrió ampliamente. -¡Enloqueció cuando no encontró el huevo de su bisabuela! La buscó por todos lados. Yo la iba cambiando de lugar y me reía un montón cada vez que decía "haberla visto justo aquí"- dijo imitando la voz de su madre, que se volvía aguda cuando se alteraba.
Ella se rió de su recuerdo, pero sabía que era uno bastante aburrido, así que no rió mucho, una corta risilla, esperando de vuelta una sonrisa cortes. -De todas formas, cualquier historia mía empalidece ante las tuyas, ¡debes tener todo un repertorio!- le dijo mirándolo. Lo notaba ligeramente distinto. ¿Quizás estaba siendo aburrida? ¿Debía mejor pedirle que la escoltara a la posada? Sí, aquello era justamente lo que debía hacer.
-Y bueno... quizás sea tiempo de regresar a mi posada...- le dijo mirando al suelo.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Adoraba la manera en que Ingela reía, cómo se echaba ligeramente hacia atrás, con los ojos brillantes y las mejillas arreboladas. Le gustaba lo mucho que parecía disfrutar de sus anécdotas pese a que las tramas de las mismas tratasen temas deshonestos; sentía que ella no juzgaba la senda que había elegido para vivir su vida, y aquel detalle suscitaba en él afecto y empatía además de simple atracción. Cuando fue su turno de compartir alguna pequeña historia, el zorro la escuchó atento, esbozando sonrisas y soltando una sonora carcajada cuando la joven imitó el tono de voz de su madre. Porque tenía una madre, primos, hermanos, una familia con personas que se preocupaban unos por otros y que probablemente lo despellejarían y asarían si osaba poner una pata en la casa de los dragones. “-Mamá, papá, les presento a mi novio. No sólo es un animal, ¡también es un asesino!-” Imaginó a la adorable rubia hablando a sus padres con una sonrisa despreocupada, mientras éstos se cernían sobre él con las fauces abiertas, dispuestos a devorarlo. Un escalofrío recorrió su espalda devolviéndolo al mundo real. Sus ojos, cuya expresión por un instante denotó espanto, volvieron a centrarse en los ajenos justo cuando ella decía algo sobre sus historias.
Tuvo que acallar su nutrida (y pesimista) imaginación para volver a poner atención a la charla. Estaba cansado por todo lo ocurrido durante la noche y el estrés de estar ante una situación nueva y embarazosa lo volvía un tanto más taciturno de lo normal, pero él no se notaba extraño y, tal como su acompañante, pensó que quizás estaba aburriéndola. ¿Quizás acababa de darse cuenta de que su mente se había ido a volar por un segundo? Tragó en seco y se rascó el cuello con nerviosismo.
-No digas eso, tus historias son encantadoras. ¡Y también instructivas! Hasta hace un segundo no sabía que los dragones realmente ponían... -Intentó recordar. ¿Qué demonios había dicho sobre su bisabuela?- ...huevos, eso, que ponían huevos. ¿Entonces se supone que tú naciste así? -Preguntó esta vez con verdadera intriga al darse cuenta de lo extraño que sonaba aquello, pero su imaginación volvió a echar alas. Brevemente vio a Ingela con una barriga enorme, y luego pariendo un huevo del cual saldría un pequeño zorro con alas chillando “¡mamá, papá!”. Espeluznante, verdaderamente espeluznante.
Apenas un momento después, ella decidió que era momento de retirarse. El zorro pestañeó dos veces, atónito. “-¡Pero acabamos de llegar!-” Pensó con desánimo, y esta vez tuvo la certeza de que era ella quien comenzaba a aburrirse de él. Su mirada también reposó en el suelo antes de levantarse tras exhalar un suspiro pesaroso.
-Está bien, te acompañaré. -Masculló mientras se ponía de pie y le tendía la mano. Pero algo dentro de su pecho le urgía a hacer algo más, ¡lo que fuese! No podía simplemente acompañarla y despedirse sin más. Carraspeó y durante unos segundos fue evidente que estaba debatiéndose respecto a decir algo o no. Al final habló rápido y en un tono más bajo de lo normal.
-Este miércoles estaré en el punto exacto donde nos conocimos. La semana próxima iré el jueves, y la siguiente el viernes. Siempre al atardecer. No puede ser el mismo día ya que alguien podría darse cuenta y tenderme una emboscada. -Respiró profundo, no sabía si se estaba dando a entender- Te esperaré... p-por si quieres encontrarte conmigo alguno de esos días. ¿Me visitarás antes de irte?
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Ante la idea de parir huevos, Ingela estalló en una carcajada que seguramente se escuchó en la casa de sus padres -¡No!- pudo decir entre risas -¡Nacemos normalmente!- dijo. Se agarraba la barriga de la risa, imaginando a su mamá empollando un huevo. Le saltaban lágrimas de tanto reír y a veces se ahogaba. -¡Es al morir que nos transformamos en huevos escamosos!- dijo cuando logró recuperar un poco el aliento.
Se secó las lágrimas y aún riendo, lo miró y suspiró -Los dragones somos personas normales al nacer, de hecho, no es sino hasta niños que comenzamos a lograr transformaciones- le dijo y suspiró. Le costó un momento recuperarse, aún imaginaba a su mamá sentada, tejiendo, sobre un huevo de dragón. Aquella imagen le quedaría por siempre en la cabeza.
Cuando logró calmarse, se quedó mirando a Zatch un momento mientras él se ponía de pie. Al parecer la idea de terminar la velada le entristeció. Fue entonces cuando él propuso volver a verse, el miércoles próximo. Aquello encendió una pequeña luz en el pecho de Ingela. El no estaba aburrido con ella, él no se sentía cansado de ella, ¡él quería volver a verla!
Ella le sonrió ampliamente, sus ojos destellaron de emoción, y tomó su mano, encontrándola calentita al tacto. Este chico fue un regalo de Freya, una curiosa interpretación de lo que la joven dragona había pedido, sí, pero... ¿quién era ella para cuestionar la voluntad de los dioses?
En una cosa sí acertó la diosa, y fue en que le entregó al hombre bestia más guapo de todo el mundo.
La luz desde su espalda le daba un resplandor mágico, haciendo que su pelaje reluciera, incluso parecía tener un halo al rededor de él y su mirada, !ay! Su mirada dulce, soñadora y vivaracha la incandilaba. La chica no logró contener el impulso y tiró de él para abrazarlo y sellar sus labios con los de ella en un beso desenfrenado, apasionado y ardiente, tanto, que sentía que las entrañas se le quemaban.
A diferencia del anterior beso, esta vez la joven dragona se pegó a él, abrazándolo con fuerza. sus brazos pasaron por encima de los hombros de él y sus manos se perdieron entre la abundante melena de Zatch. Sentía su respiración agitada, el palpitar fuerte de su corazón. Con los ojos cerrados, se perdía en ese beso que le hacía erizar la piel y flaquear las piernas, en cómo sus lenguas se enredaban, ella tan torpe y él tan experto.
Cuando quedó sin aliento y tuvo que detenerse, no se apartó ni un milímetro de él, dejó su rostro pegadito al de él -...el miércoles está muy lejos aún...- dijo manteniendo los ojos cerrados.
Se secó las lágrimas y aún riendo, lo miró y suspiró -Los dragones somos personas normales al nacer, de hecho, no es sino hasta niños que comenzamos a lograr transformaciones- le dijo y suspiró. Le costó un momento recuperarse, aún imaginaba a su mamá sentada, tejiendo, sobre un huevo de dragón. Aquella imagen le quedaría por siempre en la cabeza.
Cuando logró calmarse, se quedó mirando a Zatch un momento mientras él se ponía de pie. Al parecer la idea de terminar la velada le entristeció. Fue entonces cuando él propuso volver a verse, el miércoles próximo. Aquello encendió una pequeña luz en el pecho de Ingela. El no estaba aburrido con ella, él no se sentía cansado de ella, ¡él quería volver a verla!
Ella le sonrió ampliamente, sus ojos destellaron de emoción, y tomó su mano, encontrándola calentita al tacto. Este chico fue un regalo de Freya, una curiosa interpretación de lo que la joven dragona había pedido, sí, pero... ¿quién era ella para cuestionar la voluntad de los dioses?
En una cosa sí acertó la diosa, y fue en que le entregó al hombre bestia más guapo de todo el mundo.
La luz desde su espalda le daba un resplandor mágico, haciendo que su pelaje reluciera, incluso parecía tener un halo al rededor de él y su mirada, !ay! Su mirada dulce, soñadora y vivaracha la incandilaba. La chica no logró contener el impulso y tiró de él para abrazarlo y sellar sus labios con los de ella en un beso desenfrenado, apasionado y ardiente, tanto, que sentía que las entrañas se le quemaban.
A diferencia del anterior beso, esta vez la joven dragona se pegó a él, abrazándolo con fuerza. sus brazos pasaron por encima de los hombros de él y sus manos se perdieron entre la abundante melena de Zatch. Sentía su respiración agitada, el palpitar fuerte de su corazón. Con los ojos cerrados, se perdía en ese beso que le hacía erizar la piel y flaquear las piernas, en cómo sus lenguas se enredaban, ella tan torpe y él tan experto.
Cuando quedó sin aliento y tuvo que detenerse, no se apartó ni un milímetro de él, dejó su rostro pegadito al de él -...el miércoles está muy lejos aún...- dijo manteniendo los ojos cerrados.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
Cuando Zatch le tendió la mano a Ingela, lo último que imaginaba era que se le abalanzaría para estrecharlo entre sus delgados pero fuertes brazos. Él creía que estaba aburrida, decepcionada al ver que su modo de vida era un gran obstáculo para cualquier relación, o quizás harta de haber tenido que pasar tantos disgustos en tan poco tiempo. Pero aparentemente no era así y, aunque no entendía cuál había sido el detonante de tan cálida reacción, tampoco le molestaba atraparla y devolverle el gesto sin mayores explicaciones.
Comenzaba a lograr dominar su nerviosismo cuando se encontraban charlando a medio metro de distancia. Pero así, teniéndola tan cerca, el cuello, las mejillas y las orejas le ardían de vergüenza, aunque por fortuna su pelaje impedía que se advirtiese el rubor. Ella era tan decidida que de alguna manera le hacía sentirse un imbécil inexperto en la materia, pero puso todo de sí para seguirle el ritmo. Después de todo, la gran mayoría de sus actitudes eran pura y dura actuación... y supuso que tampoco sería tan difícil fingir que no era un novato amedrentado si se lo proponía.
Sus manos bajaron hasta posarse sobre la espalda baja de la joven, conteniéndose para no descender más allá. Ella no era una cualquiera y debía hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para comportarse con cierto respeto. Con los ojos cerrados se concentró en disfrutar cada sensación. Para su sorpresa, unir hocico y labios en un beso apasionado fue más fácil de lo que se habría imaginado. Los de ella eran tan mullidos y suaves... ¡Qué desdicha fue separarse cuando les faltó el aire! Y, al hacerlo, no pudo evitar reparar nuevamente en la marca de pintura que adornaba la frente impropia, presumiendo un atributo que Zatch no podía apartar de su mente. El problema de los besos apasionados era que pronto despertaban el antojo hacia gestos un poco más... íntimos.
-Lo está... -Accedió, con voz ronca y los ojos entrecerrados. Si hubiese tenido una casa digna le hubiese ofrecido acompañarlo... sólo un rato más. Pero resultaba que ninguna de las pocilgas a las que llamaba “guaridas” era un lugar decente dónde llevarla. No tenía un hogar, y ser consciente de ese detalle sirvió para recordarle que lo mejor sería contenerse. Aunque su cuerpo le rogaba otra cosa, no quería avanzar más allá de lo debido en tan poco tiempo- ...Pero la espera vale la pena, ¿no crees? -Volvió a acortar la distancia para unirse en un nuevo beso. Esta vez, no obstante, aprovechó para avanzar lentamente hacia adelante hasta topar la espalda de ella contra el tronco de uno de los árboles cercanos, un poco más alejados del farol que bañaba todo con su luz. Se sentía más seguro siendo ligeramente ocultados por las sombras, donde ningún metiche pudiese reconocerlos ni volver a interrumpir tan agradable momento.
Comenzaba a lograr dominar su nerviosismo cuando se encontraban charlando a medio metro de distancia. Pero así, teniéndola tan cerca, el cuello, las mejillas y las orejas le ardían de vergüenza, aunque por fortuna su pelaje impedía que se advirtiese el rubor. Ella era tan decidida que de alguna manera le hacía sentirse un imbécil inexperto en la materia, pero puso todo de sí para seguirle el ritmo. Después de todo, la gran mayoría de sus actitudes eran pura y dura actuación... y supuso que tampoco sería tan difícil fingir que no era un novato amedrentado si se lo proponía.
Sus manos bajaron hasta posarse sobre la espalda baja de la joven, conteniéndose para no descender más allá. Ella no era una cualquiera y debía hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para comportarse con cierto respeto. Con los ojos cerrados se concentró en disfrutar cada sensación. Para su sorpresa, unir hocico y labios en un beso apasionado fue más fácil de lo que se habría imaginado. Los de ella eran tan mullidos y suaves... ¡Qué desdicha fue separarse cuando les faltó el aire! Y, al hacerlo, no pudo evitar reparar nuevamente en la marca de pintura que adornaba la frente impropia, presumiendo un atributo que Zatch no podía apartar de su mente. El problema de los besos apasionados era que pronto despertaban el antojo hacia gestos un poco más... íntimos.
-Lo está... -Accedió, con voz ronca y los ojos entrecerrados. Si hubiese tenido una casa digna le hubiese ofrecido acompañarlo... sólo un rato más. Pero resultaba que ninguna de las pocilgas a las que llamaba “guaridas” era un lugar decente dónde llevarla. No tenía un hogar, y ser consciente de ese detalle sirvió para recordarle que lo mejor sería contenerse. Aunque su cuerpo le rogaba otra cosa, no quería avanzar más allá de lo debido en tan poco tiempo- ...Pero la espera vale la pena, ¿no crees? -Volvió a acortar la distancia para unirse en un nuevo beso. Esta vez, no obstante, aprovechó para avanzar lentamente hacia adelante hasta topar la espalda de ella contra el tronco de uno de los árboles cercanos, un poco más alejados del farol que bañaba todo con su luz. Se sentía más seguro siendo ligeramente ocultados por las sombras, donde ningún metiche pudiese reconocerlos ni volver a interrumpir tan agradable momento.
Zatch
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
La noche era preciosa y fresca, con la luna llena que iluminaba, los sonidos de las ranas, algunos grillitos que cantaban y luciérnagas que se perdían entre los arbustos. Aromas dulces de las flores, los árboles y la tierra. Pero lo que hacía perfecto aquel momento, era la sensación del cuerpo ajeno presionando el propio y las manos que revoloteaban en su cintura, apretándola con suavidad mientras el beso se extendía más y más.
Ella misma lo apretaba también y sus propias manos cambiaban de posición, una en la nuca de él, la otra sobre su hombro. Luego pasaban a la parte trasera de la cabeza del muchacho, dejando sus dedos perderse en el cabello de él. Ella saboreaba sus labios gustosa y recibía la lengua ajena con la propia en una danza pausada e íntima, tan placentera como desconocida para Ingela hasta ese momento.
Despacio y lento, movimientos ondulantes se adueñaron del cuerpo de la chica, como si bailara pegada a él una danza de deseo y pasión. Todo tan nuevo, tan extraño para la joven dragona, que de repente se asustó y se detuvo. Dejó de moverse y de besarlo, abriendo los ojos de par en par y empalideciendo un poco -No sé lo que estoy haciendo...- murmuró en voz baja, tapando su boca con una mano y posando la otra en el pecho de él, apartándolo de ella un poco.
Su mirada era de temor, no sabía hacia dónde estaba yendo toda aquella fogosidad ni qué sería lo siguiente, ya que sentía cómo aumentaba en ella el deseo de llevar sus manos a recorrer más partes del cuerpo ajeno y llevar sus labios a lugares alejados de los labios de él. Tragó en seco y aunque a sus mejillas regresaba el color, aún mantenía esa mirada de susto del no saber qué hacer -Yo... creo que en verdad debemos ir a dormir...- le dijo intentando esbozar una sonrisa entre medio de todo el nerviosismo que sentía.
No era que no disfrutara estar con él, es que todo era tan nuevo que le asustaba.
Ella misma lo apretaba también y sus propias manos cambiaban de posición, una en la nuca de él, la otra sobre su hombro. Luego pasaban a la parte trasera de la cabeza del muchacho, dejando sus dedos perderse en el cabello de él. Ella saboreaba sus labios gustosa y recibía la lengua ajena con la propia en una danza pausada e íntima, tan placentera como desconocida para Ingela hasta ese momento.
Despacio y lento, movimientos ondulantes se adueñaron del cuerpo de la chica, como si bailara pegada a él una danza de deseo y pasión. Todo tan nuevo, tan extraño para la joven dragona, que de repente se asustó y se detuvo. Dejó de moverse y de besarlo, abriendo los ojos de par en par y empalideciendo un poco -No sé lo que estoy haciendo...- murmuró en voz baja, tapando su boca con una mano y posando la otra en el pecho de él, apartándolo de ella un poco.
Su mirada era de temor, no sabía hacia dónde estaba yendo toda aquella fogosidad ni qué sería lo siguiente, ya que sentía cómo aumentaba en ella el deseo de llevar sus manos a recorrer más partes del cuerpo ajeno y llevar sus labios a lugares alejados de los labios de él. Tragó en seco y aunque a sus mejillas regresaba el color, aún mantenía esa mirada de susto del no saber qué hacer -Yo... creo que en verdad debemos ir a dormir...- le dijo intentando esbozar una sonrisa entre medio de todo el nerviosismo que sentía.
No era que no disfrutara estar con él, es que todo era tan nuevo que le asustaba.
Ingela
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Re: El designio de la deidad Freya [Ingela] [Cerrado]
La inocente Ingela no era la única que había perdido la noción del tiempo, del lugar y de la cortesia. Lejos quedaban el pudor y las normas sociales cuando uno se zambullía por completo en el placer de un beso bien dado, y con la persona deseada entre manos. Aunque Zatch bien sabía que convertir aquel dulce encuentro en una única noche fogosa y apasionada sería un gran error, pues de ser así no podrían disfrutar del paso a paso que una verdadera relación prometía darles, su cuerpo opinaba lo contrario. Era difícil controlarse teniendo a su regalo de Freya tan cerca, erizándole los vellos de la nuca y acelerándole el corazón aún más que cuando se encontraba huyendo de un grupo de aldeanos enfurecidos.
Al final fue ella quien hizo uso de su buen criterio y terminó el contacto de manera abrupta. Aunque el zorro sabia que hacía bien en frenarlo, no pudo evitar sentir frustración y mirarla con los ojos bien abiertos. ¿Por qué se detenía? ¿Había hecho algo mal? ¿Morderle el labio fue una mala idea? Tragó en seco y apartó las manos de la cintura impropia, dando un paso atrás.
Le bastó observarla un momento para descubrir el pueril temor que asomaba en su mirada. Oh, quizás no estaba arrepintiéndose, sólo era demasiado contacto para la primera vez, tal como él temía. Pasado el susto inicial, sonrió. Aunque sus instintos le rogaban otra cosa, su razón no podía estar más de acuerdo.
-Estás en lo cierto. -Se inclinó sólo para dejar un corto beso en su sonrosada mejilla. Luego, sonriéndole con amabilidad, extendió el antebrazo para que se lo agarrase- Déjame acompañarte.
Permitió que la jovencita lo guiara hacia la posada donde debía percnoctar. El paseo transcurrió en silencio, aunque se permitió intercambiar miradas cálidas y cómplices que denotaban su buen humor. No, no estaba para nada enfadado. Le agradaba la idea de ir despacio, ya que así podrían disfrutar el uno del otro por mucho más tiempo.
Una vez llegaron, el zorro le recordó los días y el lugar en que la esperaría sin falta y, tras besarle el dorso de la mano, la dejó partir. Se quedó de pie en la puerta por un momento antes de, tras suspirar profusamente, retirarse él también.
Aunque en un primer momento tomó el camino que lo llevaria a una de sus guaridas en la ciudad, de pronto giró para cambiar el rumbo hacia las afueras, más específicamente al río. Un chapuzón de agua helada no le vendría nada mal en aquel instante.
Al final fue ella quien hizo uso de su buen criterio y terminó el contacto de manera abrupta. Aunque el zorro sabia que hacía bien en frenarlo, no pudo evitar sentir frustración y mirarla con los ojos bien abiertos. ¿Por qué se detenía? ¿Había hecho algo mal? ¿Morderle el labio fue una mala idea? Tragó en seco y apartó las manos de la cintura impropia, dando un paso atrás.
Le bastó observarla un momento para descubrir el pueril temor que asomaba en su mirada. Oh, quizás no estaba arrepintiéndose, sólo era demasiado contacto para la primera vez, tal como él temía. Pasado el susto inicial, sonrió. Aunque sus instintos le rogaban otra cosa, su razón no podía estar más de acuerdo.
-Estás en lo cierto. -Se inclinó sólo para dejar un corto beso en su sonrosada mejilla. Luego, sonriéndole con amabilidad, extendió el antebrazo para que se lo agarrase- Déjame acompañarte.
Permitió que la jovencita lo guiara hacia la posada donde debía percnoctar. El paseo transcurrió en silencio, aunque se permitió intercambiar miradas cálidas y cómplices que denotaban su buen humor. No, no estaba para nada enfadado. Le agradaba la idea de ir despacio, ya que así podrían disfrutar el uno del otro por mucho más tiempo.
Una vez llegaron, el zorro le recordó los días y el lugar en que la esperaría sin falta y, tras besarle el dorso de la mano, la dejó partir. Se quedó de pie en la puerta por un momento antes de, tras suspirar profusamente, retirarse él también.
Aunque en un primer momento tomó el camino que lo llevaria a una de sus guaridas en la ciudad, de pronto giró para cambiar el rumbo hacia las afueras, más específicamente al río. Un chapuzón de agua helada no le vendría nada mal en aquel instante.
Zatch
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