Amor no tan eterno [Desafío]
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Amor no tan eterno [Desafío]
- ¡Ya dime quién es ese que te ha venido a cantar! -Una mesa era la que se interponía entre Reginald y su esposa, evitando que cometiera la locura de asestarle una bofetada.
Ese hogar no era el único donde se habían suscitado tales escenas de celos. En varias casas de Lunargenta se podían escuchar gritos similares, incitados única y exclusivamente por las serenatas que un joven había estado brindando a los balcones de algunas mujeres casadas. Como era de imaginarse este hecho había bastado para encender la furia de los maridos celosos, quienes pensaban que sus esposas estaban a punto de abandonarlos por otro, y eso para el orgullo masculino era completamente inaceptable.
-Mi mujer es una malagradecida -masculló Horace, antes de dar un sorbo a su tarro de cerveza, recordando el rostro de su esposa Joana al disfrutar de los berridos del supuesto acosador.
-Siempre os lo he dicho, todas son iguales -esta vez fue la voz de Augustus la que se hizo presente, pues la noche anterior había sufrido el infortunio de escuchar al ‘‘Don Juan’’ bajo la ventana de su habitación.
Gestos de aprobación se pudieron observar en los rostros de todos los afectados que se encontraban en aquella taberna, seguidos por el sonido de las jarras chocando entre sí. Cualquiera pensaría que simplemente deberían atrapar al causante de todo aquello y así acabarían con el problema, pero cada vez que se proponían emboscarlo, el cantante lograba escabullirse con intrépida agilidad y hasta el momento nadie había logrado verle el rostro. Con el pasar de los días el rumor fue esparciéndose, al punto de que incluso algunas mujeres habían apelado con sus esposos a favor del ‘‘Don Juan’’, lo cual había originado una histeria colectiva en el grupo de afectados, haciéndoles pensar que sus esposas no tardarían en dejarles.
-Ni si quiera canta tan bien…
Ese hogar no era el único donde se habían suscitado tales escenas de celos. En varias casas de Lunargenta se podían escuchar gritos similares, incitados única y exclusivamente por las serenatas que un joven había estado brindando a los balcones de algunas mujeres casadas. Como era de imaginarse este hecho había bastado para encender la furia de los maridos celosos, quienes pensaban que sus esposas estaban a punto de abandonarlos por otro, y eso para el orgullo masculino era completamente inaceptable.
-Mi mujer es una malagradecida -masculló Horace, antes de dar un sorbo a su tarro de cerveza, recordando el rostro de su esposa Joana al disfrutar de los berridos del supuesto acosador.
-Siempre os lo he dicho, todas son iguales -esta vez fue la voz de Augustus la que se hizo presente, pues la noche anterior había sufrido el infortunio de escuchar al ‘‘Don Juan’’ bajo la ventana de su habitación.
Gestos de aprobación se pudieron observar en los rostros de todos los afectados que se encontraban en aquella taberna, seguidos por el sonido de las jarras chocando entre sí. Cualquiera pensaría que simplemente deberían atrapar al causante de todo aquello y así acabarían con el problema, pero cada vez que se proponían emboscarlo, el cantante lograba escabullirse con intrépida agilidad y hasta el momento nadie había logrado verle el rostro. Con el pasar de los días el rumor fue esparciéndose, al punto de que incluso algunas mujeres habían apelado con sus esposos a favor del ‘‘Don Juan’’, lo cual había originado una histeria colectiva en el grupo de afectados, haciéndoles pensar que sus esposas no tardarían en dejarles.
-Ni si quiera canta tan bien…
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Bienvenido investigador: Te encuentras en la taberna. ¿Cómo has llegado hasta ahí? La verdad es que no importa, no tengo intención de interponerme en tu cronología. Puedes decidir escuchar la conversación, o simplemente estar enterado del rumor, lo dejaré a tu libre elección. En este turno tendrás que convencer a los esposos que puedes encontrar al cantante y llevarlo a que reciba un escarmiento. Siéntete libre de usar los npcs que te he dado.
Wyn
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Re: Amor no tan eterno [Desafío]
Una silueta arrebujada en su capa oscura permanecía estática en el rincón más recóndito de la taberna, con los antebrazos apoyados en la mesa y el cuerpo reclinado hacia adelante, sobre la jarra de cerveza que protegía celosamente. Su rostro estaba en completa penumbra debido a que al entrar no había tenido la buena educación de quitarse la capucha, y bajo ésta sólo asomaban unos largos bigotes blancos. Cuánto tiempo llevaba allí era un dato irrelevante. Aunque todos se percataron de su presencia nadie se acercó a incordiarle; los otros hombres estaban ocupados en intercambiar falacias respecto a cierto trovador con un defectuoso instinto de supervivencia.
Zatch ya estaba enterado de la situación, aunque no era consciente, hasta aquel instante, de cuánto odio había suscitado aquel incauto cantautor. Él mismo había escuchado la noche anterior, durante una de sus rondas por Lunargenta y con sus propios oídos, al hombre cantando a los pies de un balcón. Por supuesto, en aquel momento no le había otorgado ninguna importancia, pues ¿por qué le concernirían a él las estupideces que hiciesen otros hombres, si no podía sacar provecho de ellas? Claro que, ahora que oía el otro lado de la historia de boca de los esposos de las seducidas, la situación tomaba un matiz bastante más interesante.
-Tenemos que deshacernos de ese imbécil. Anoche, mi mujer me ha recriminado que debería parecerme un poco más a él. ¡Puaj!
-¡Já! Dímelo a mí. ¡Judith me pidió que saliese a la calle y le cantase una serenata, tal como esa sabandija!
Los hombres chocaron sus jarras y salpicaron la mesa con el pegajoso líquido por enésima vez. Pese al compañerismo, no obstante, sus semblantes eran cada vez más serios. Luego de sorber sus bebidas, clavaron las miradas en el horizonte y cavilaron durante un buen rato posibles soluciones a su cantarín problema. Al final, siempre regresaban al mismo impedimento: no tenían idea de quién se trataba.
-El maldito siempre se escapa antes de que le veamos el rostro. Y, a no ser que se ponga a cantar justo en nuestras puertas, jamás lo reconoceríamos. ¡Desgraciado escurridizo!
-Oh, si tan sólo pudieran reconocer su voz... -Un grave tono se sumó a la conversación. La silueta encapuchada se había deslizado hasta la mesa de los iracundos maridos en completo sigilo. Ambos hombres parecieron erizarse ante la repentina aparición e inmediatamente acribillaron al recién llegado con sus miradas reprobatorias. Zatch, pese a ésto, se cruzó de brazos y los observó desde el anonimato proporcionado por sus vestimentas- No me miren así, señores, no soy yo el enemigo. No pude evitar escuchar la conversación y, con el perdón de la intromisión, vengo a decirles que soy la persona indicada para prestarles ayuda. Todo, claro... -añadió rápidamente ante los gestos de sorpresa y desconfianza- ...conlleva un costo. Por una módica suma de aeros yo me encargaré de su problema.
-Pffft, ¿y cómo demonios piensas hacer eso, chico? -Ambos tipos intercambiaron miradas rebosantes de escepticismo y se irguieron en sus asientos con gestos defensivos. A continuación, el otro añadió: -Dudo que nadie pueda reconocer una voz entre las de todos los hombres de Lunargenta. Lárgate de aquí, embustero, ¡o te sacaremos a patadas! -Oh, vamos, ¡la violencia es innecesaria! -El muchacho dio un paso atrás con una mano alzada en gesto pacífico al tiempo en que, con la otra, se apartaba la capucha. Las grandes y peludas orejas se sacudieron en libertad y el zorro arrugó el hocico en una sonrisa sardónica ante los gestos de sorpresa de sus interlocutores. Justo tras de él, un avejentado letrero de “Se busca” con su rostro burdamente pintado colgaba de un clavo en la pared- No estamos hablando del sentido del oído atrofiado que tienen ustedes, estamos hablando del mío, un rastreador innato. Ah, sin ofender. -murmuró, burlón- Pero, en fin, mis subestimadas orejas y yo seremos apreciadas en otro lado. Hasta nunca, seño-
-¡Espera! -El de nombre Horace se levantó con brusquedad, echando la silla hacia atrás. Zatch, que era consciente de cuán desesperados (y alcoholizados) estaban los tipos, sonrió disimuladamente al saber que habían mordido el anzuelo. ¡Ya podía sentir la bolsa de aeros tintineando entre sus dedos!- Está bien. Encuéntralo y te pagaremos. -El compinche lo observó con los ojos desorbitados, pero Horace continuó- Tráenoslo para mañana, ¡o si no...!
-No hacen falta amenazas, señores. Soy un hombre de palabra.
Zatch ya estaba enterado de la situación, aunque no era consciente, hasta aquel instante, de cuánto odio había suscitado aquel incauto cantautor. Él mismo había escuchado la noche anterior, durante una de sus rondas por Lunargenta y con sus propios oídos, al hombre cantando a los pies de un balcón. Por supuesto, en aquel momento no le había otorgado ninguna importancia, pues ¿por qué le concernirían a él las estupideces que hiciesen otros hombres, si no podía sacar provecho de ellas? Claro que, ahora que oía el otro lado de la historia de boca de los esposos de las seducidas, la situación tomaba un matiz bastante más interesante.
-Tenemos que deshacernos de ese imbécil. Anoche, mi mujer me ha recriminado que debería parecerme un poco más a él. ¡Puaj!
-¡Já! Dímelo a mí. ¡Judith me pidió que saliese a la calle y le cantase una serenata, tal como esa sabandija!
Los hombres chocaron sus jarras y salpicaron la mesa con el pegajoso líquido por enésima vez. Pese al compañerismo, no obstante, sus semblantes eran cada vez más serios. Luego de sorber sus bebidas, clavaron las miradas en el horizonte y cavilaron durante un buen rato posibles soluciones a su cantarín problema. Al final, siempre regresaban al mismo impedimento: no tenían idea de quién se trataba.
-El maldito siempre se escapa antes de que le veamos el rostro. Y, a no ser que se ponga a cantar justo en nuestras puertas, jamás lo reconoceríamos. ¡Desgraciado escurridizo!
-Oh, si tan sólo pudieran reconocer su voz... -Un grave tono se sumó a la conversación. La silueta encapuchada se había deslizado hasta la mesa de los iracundos maridos en completo sigilo. Ambos hombres parecieron erizarse ante la repentina aparición e inmediatamente acribillaron al recién llegado con sus miradas reprobatorias. Zatch, pese a ésto, se cruzó de brazos y los observó desde el anonimato proporcionado por sus vestimentas- No me miren así, señores, no soy yo el enemigo. No pude evitar escuchar la conversación y, con el perdón de la intromisión, vengo a decirles que soy la persona indicada para prestarles ayuda. Todo, claro... -añadió rápidamente ante los gestos de sorpresa y desconfianza- ...conlleva un costo. Por una módica suma de aeros yo me encargaré de su problema.
-Pffft, ¿y cómo demonios piensas hacer eso, chico? -Ambos tipos intercambiaron miradas rebosantes de escepticismo y se irguieron en sus asientos con gestos defensivos. A continuación, el otro añadió: -Dudo que nadie pueda reconocer una voz entre las de todos los hombres de Lunargenta. Lárgate de aquí, embustero, ¡o te sacaremos a patadas! -Oh, vamos, ¡la violencia es innecesaria! -El muchacho dio un paso atrás con una mano alzada en gesto pacífico al tiempo en que, con la otra, se apartaba la capucha. Las grandes y peludas orejas se sacudieron en libertad y el zorro arrugó el hocico en una sonrisa sardónica ante los gestos de sorpresa de sus interlocutores. Justo tras de él, un avejentado letrero de “Se busca” con su rostro burdamente pintado colgaba de un clavo en la pared- No estamos hablando del sentido del oído atrofiado que tienen ustedes, estamos hablando del mío, un rastreador innato. Ah, sin ofender. -murmuró, burlón- Pero, en fin, mis subestimadas orejas y yo seremos apreciadas en otro lado. Hasta nunca, seño-
-¡Espera! -El de nombre Horace se levantó con brusquedad, echando la silla hacia atrás. Zatch, que era consciente de cuán desesperados (y alcoholizados) estaban los tipos, sonrió disimuladamente al saber que habían mordido el anzuelo. ¡Ya podía sentir la bolsa de aeros tintineando entre sus dedos!- Está bien. Encuéntralo y te pagaremos. -El compinche lo observó con los ojos desorbitados, pero Horace continuó- Tráenoslo para mañana, ¡o si no...!
-No hacen falta amenazas, señores. Soy un hombre de palabra.
Zatch
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Re: Amor no tan eterno [Desafío]
Los hombres se encontraban absortos en su fatídica situación, lamentándose y bebiendo desenfrenadamente, para así ahogar la humillación que el ‘‘Don Juan’’ les había ocasionado. Parecía que todos tenían algo que reprochar, pero ninguno había dado con la brillante de idea de contratar a alguien profesional para librarse de sus problemas, simplemente preferían limitarse a beber y lamentarse; y es que, aunque no lo pareciera, realmente se preocupaban por la situación que estaban atravesando con sus familias.
Chocaron sus tarros de cerveza una vez más, después de proferir una serie de improperios e injurias contra aquel desdichado coplero, llegando finalmente al mismo punto donde habían comenzado: ¿Qué más podrían hacer para atraparlo? Por extraño que pareciese ya estaban hartos de los intentos fallidos por emboscarlo, y aunque le costaba trabajo negarlo, muy en el fondo debían reconocer que ese desgraciado era mucho más listo que todos ellos.
Afortunadamente había entre los presentes alguien que parecía pensar mejor que ellos, y no lo hubiesen notado si no fuese porque éste decidió redirigir el rumbo de la conversación. En un principio todos los hombres sospecharon de la misteriosa intervención del joven zorro. Estaban demasiado irritados y ebrios como para lidiar con un caza fortunas de dudosa reputación. Augustus estuvo a punto de sacar al chico de la taberna por haber metido las narices donde no se le llamaba, pero Horace fue más prudente, y ponderando el hecho de que efectivamente el hombre-bestia podía poseer mejores habilidades que las de ellos, accedió a brindarle un voto de confianza, asegurándole un pago si es que cumplía con su palabra y más le valía cumplirla.
No muy lejos de ahí un joven se encontraba tarareando frente al único espejo de su modesta morada, aguardando el momento en que el sol se ocultase y él pudiese salir a cumplir con su ansiada tarea como todas las noches. ¡Todo Lunargenta debería agradecerle por su ardua labor para con la comunidad! Mira que deleitar a aquellas adorables damas con su angelical voz no era trabajo sencillo, considerando que había personas con un nulo sentido de la apreciación musical que siempre buscaban atraparlo, cortándole la inspiración de tajo y arruinándole las noches a las doncellas que aguardaban el ocaso solo para oírle.
-Muchos se sienten críticos -refunfuñó frente al espejo-, pero la función debe continuar.
Esa noche sería Sunnifa, la esposa de uno de los guardias, quien tuviese el placer de recibir una melodía emitida por sus labios y no podía hacer esperar a un público tan selecto, por lo que en punto de la media noche se dirigió al barrio de clase media, asegurándose de que no hubiese nadie en la periferia. Él era bastante hábil a la hora de escapar, tenía la habilidad de correr como el viento y eso era lo que le había evitado que le echasen mano en más de una ocasión. Se acomodó el improvisado antifaz que usaba para mantenerse en el anonimato y tomó aire, acomodando la letra de la canción en su mente.
-Siento el calor de toda tu piel en mi cuerpo otra vez -comenzó a cantar a todo pulmón, mirando hacia el balcón de la susodicha-. Estrella fugaz enciende mi sed, misteriosa mujer…
Sí, definitivamente había hecho una excelente selección de letra, solo les rezaba a los dioses que en esta ocasión le dejasen terminar su canción antes de tener que correr por su vida y en esto último no había nadie que se le comparase, además de que siempre tenía un as bajo la manga.
Seguramente Seamus Rafferti mandaría a todos sus guardias a por su cabeza cuando se enterase que su mujer había sido la receptora de tan comprometedora canción y el joven trovador estaba seguro de que esa noche su recompensa aumentaría considerablemente.
Chocaron sus tarros de cerveza una vez más, después de proferir una serie de improperios e injurias contra aquel desdichado coplero, llegando finalmente al mismo punto donde habían comenzado: ¿Qué más podrían hacer para atraparlo? Por extraño que pareciese ya estaban hartos de los intentos fallidos por emboscarlo, y aunque le costaba trabajo negarlo, muy en el fondo debían reconocer que ese desgraciado era mucho más listo que todos ellos.
Afortunadamente había entre los presentes alguien que parecía pensar mejor que ellos, y no lo hubiesen notado si no fuese porque éste decidió redirigir el rumbo de la conversación. En un principio todos los hombres sospecharon de la misteriosa intervención del joven zorro. Estaban demasiado irritados y ebrios como para lidiar con un caza fortunas de dudosa reputación. Augustus estuvo a punto de sacar al chico de la taberna por haber metido las narices donde no se le llamaba, pero Horace fue más prudente, y ponderando el hecho de que efectivamente el hombre-bestia podía poseer mejores habilidades que las de ellos, accedió a brindarle un voto de confianza, asegurándole un pago si es que cumplía con su palabra y más le valía cumplirla.
No muy lejos de ahí un joven se encontraba tarareando frente al único espejo de su modesta morada, aguardando el momento en que el sol se ocultase y él pudiese salir a cumplir con su ansiada tarea como todas las noches. ¡Todo Lunargenta debería agradecerle por su ardua labor para con la comunidad! Mira que deleitar a aquellas adorables damas con su angelical voz no era trabajo sencillo, considerando que había personas con un nulo sentido de la apreciación musical que siempre buscaban atraparlo, cortándole la inspiración de tajo y arruinándole las noches a las doncellas que aguardaban el ocaso solo para oírle.
-Muchos se sienten críticos -refunfuñó frente al espejo-, pero la función debe continuar.
Esa noche sería Sunnifa, la esposa de uno de los guardias, quien tuviese el placer de recibir una melodía emitida por sus labios y no podía hacer esperar a un público tan selecto, por lo que en punto de la media noche se dirigió al barrio de clase media, asegurándose de que no hubiese nadie en la periferia. Él era bastante hábil a la hora de escapar, tenía la habilidad de correr como el viento y eso era lo que le había evitado que le echasen mano en más de una ocasión. Se acomodó el improvisado antifaz que usaba para mantenerse en el anonimato y tomó aire, acomodando la letra de la canción en su mente.
-Siento el calor de toda tu piel en mi cuerpo otra vez -comenzó a cantar a todo pulmón, mirando hacia el balcón de la susodicha-. Estrella fugaz enciende mi sed, misteriosa mujer…
Sí, definitivamente había hecho una excelente selección de letra, solo les rezaba a los dioses que en esta ocasión le dejasen terminar su canción antes de tener que correr por su vida y en esto último no había nadie que se le comparase, además de que siempre tenía un as bajo la manga.
Seguramente Seamus Rafferti mandaría a todos sus guardias a por su cabeza cuando se enterase que su mujer había sido la receptora de tan comprometedora canción y el joven trovador estaba seguro de que esa noche su recompensa aumentaría considerablemente.
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Zatch: Has logrado convencer a los esposos que puedes ayudarlos, pero aún te falta cumplir con lo que prometiste si es que quieres ganarte esos jugosos aeros. Este será tu ultimo post y tendrás que ingeniártelas para atrapar al escurridizo aullador, pero también tendrás que decidir si se lo entregas a los esposos o a la guardia., quien seguramente estará bastante ansiosa de echarle mano. Será tu elección juzgar quien debe darle el mejor escarmiento. Sabes que eres libre de usar los npcs que necesites.
Wyn
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Re: Amor no tan eterno [Desafío]
Para cuando Zatch salió de la taberna la noche ya se había cernido sobre la ciudad de Lunargenta. Tuvo cuidado de no excederse con el alcohol para poder hacer uso de sus sentidos en su máximo esplendor, pues la tarea a la que debía hacer frente era bastante ardua: Le tocaba pasarse la noche recorriendo las callejuelas de la ciudad, una por una, con las orejas bien alertas en búsqueda de la voz del músico truhán. Ese era tan sólo el primer paso, y Lunargenta no se caracterizaba precisamente por tener pocos lugares donde buscar.
Las primeras horas fueron lentas, frustrantes y soporíferas. La gente, dadas las bajas temperaturas que permanecían aún a pesar de ya haber pasado el Ohdá, se recluían en sus hogares apenas caída la noche. Las calles permanecían en silencio y Zatch agradecía estar acostumbrado a esas largas rondas, dado que eran habituales en su “trabajo” de ratero. La capucha le ocultaba el rostro, salvo la punta de su canina nariz y los largos bigotes, y sus ojos y oídos permanecían atentos al más mínimo estímulo. Cuando las campanadas del gran reloj de la plaza resonaron por toda la ciudad marcando la media noche, el zorro estaba girando a la izquierda por una callejuela de los barrios de clase media, fundiéndose con las sombras en completo sigilo. Fue entonces cuando las prosas del trovador vibraron en sus tímpanos a pocas manzanas de distancia. El zorro apuró el paso y, llegando a la calle en cuestión, se escondió bajo el umbral de la puerta de una casona, al amparo de la penumbra.
No pudo evitar echar las orejas hacia atrás y arrugar el ceño en una mueca de desagrado ante los versos que manaban sin culpa alguna por los labios de aquel hombre. La empatía de Zatch brillaba por su ausencia, pero ahora que cierta mujercita era el blanco de su afecto podía llegar a comprender el por qué de la furia de los maridos afectados. Él también hubiese querido romperle la cara a ese desubicado parlanchín. A pesar de ésto, se contuvo y esperó con admirable paciencia que el lamentable espectáculo terminase. Aunque al oír los aplausos y suspiros de la mujer sintió el fuerte impulso de unirse a la escena para lanzarse sobre aquel impresentable, respiró profundo y apretó más la espalda contra la puerta que le servía de escondite. Pudo ver al hombre pasar caminando por su lado con una sonrisa triunfal, sin siquiera notar su presencia. Contó hasta quince y, cuando su presa estuvo lo suficientemente lejos y la dama hubo cerrado las puertas del balcón, se puso en movimiento. Seguiría al tipo hasta descubrir dónde moraba, y entonces la primer parte de su plan estaría culminada.
-¿Acaso podrías vivir más lejos, pedazo de...? -Habían dejado atrás las residencias de clase media para adentrarse en los barrios más modestos, cuyas calles se volvían más estrechas, más oscuras y, cómo no, más apestosas. Lo siguió por lo menos durante cuarenta minutos, hasta que vio cómo el hombre metía las manos en el bolsillo de su avejentado abrigo para buscar las llaves de su hogar. Zatch esbozó una sonrisa socarrona al tiempo en que el músico giraba en la esquina hacia la derecha, saboreando ya la victoria. No obstante, la mueca del zorro mutó hacia el hastío cuando, tras tomar el mismo camino con unos cuantos segundos de retraso, la silueta de su presa ya no estaba. Gruñó, frustrado ante la imposibilidad de descubrir exactamente cuál era la casa de su interés. -Tsk... gracias por hacérmelo un poco más difícil, imbécil. -Y, tras memorizar el barrio al cual debería regresar pronto, se marchó a descansar.
Exactamente a las once de la mañana, el peludo cazarrecompensas, ladrón, embustero y tantas otras etiquetas que justificaban su letrero de “Se busca” estaba parado en la misma esquina donde había perdido a su presa, decidido a terminar la parte más tediosa de la misión. Con la capucha baja, de manera que su rostro se exhibiese sin reparo alguno, emprendió la marcha hacia la primer puerta de la calle. “Toc, toc, toc”, los golpes resonaron con seguridad e imponencia. Cuando la puerta se abrió, Zatch recibió al hombre de la casa con una amable y extensa sonrisa.
-¡Buen día, señor! Soy el deshollinador, ¿necesitaría usted que su chimenea...?
-No, gracias.
Y la puerta se cerró en su cara, dejándole con la boca abierta y las palabras a medio salir.
Casa por casa, el joven se presentó con una excusa cada cual más ingeniosa que la anterior. Todos, por supuesto, declinaban sus ofertas y lo despedían con un portazo. Su sonrisa sin embargo no amainaba, puesto que al fin y al cabo estaba cumpliendo el objetivo: uno a uno iba tachando en su lista mental los domicilios en los cuales el hombre que lo recibía tenía una voz distinta a la que tan celosamente guardaba en su memoria. Estaba perdiendo las esperanzas de encontrar a su presa cuando, en la anteúltima puerta, le abrió un apuesto joven en lo mejor de su veintena, ojeroso y con aspecto de recién haberse levantado.
-¡Buenos días, caballero! ¿Necesita usted que alguien bañe a sus mascotas? Yo soy el mejor estilista de perros que encontrará, ¡sólo mire lo que hice con mi cabello, ja-!
-Eh... No, no tengo ningún...
El muchacho se vio cortado por el gesto de Zatch, quien levantó la mano con el dedo índice en alto y acompañó el gesto inhalando ruidosamente, como quien descubre algo tras mucho tiempo de búsqueda. Todos sus colmillos relucieron ante su mueca de felicidad, y entonces exclamó: -¡Te encontré!
La expresión del trovador hubiese sido digna de ser retratada. El chico palideció y dio un paso atrás, aterrado ante la certeza de que había sido descubierto. No obstante, Zatch se apresuró a tornar su mueca hacia una más amable, agachando las orejas y extendiendo la mano, palma abierta, al anfitrión para estrechársela con entusiasmo.
-No te asustes, tu secreto está a salvo conmigo. -Y asintió con la cabeza para dar veracidad a sus propias palabras ante la escéptica mirada del otro- Verás, te he estado buscando como un loco porque preciso tus servicios. ¡Sí que te has hecho de buena fama en Lunargenta! No te preocupes, yo no soy como los demás. Aprecio profundamente tu arte y sé que me serás de gran ayuda. Sucede que...
El zorro sabía exactamente cómo y cuándo adular al crédulo artista, quien aceptaba con orgullo y sorpresa, a partes iguales, los halagos de quien decía que le pagaría una buen suma de dinero si le ayudaba en su propuesta. Le contó con lujo de detalles que esa misma noche pensaba pedirle matrimonio a su amada y deseaba que fuese muy especial. ¿Qué mejor que hacerlo dedicándole una serenata del mejor cantante de Verisar? Mientras el trovador hiciese su trabajo, él hincaría la rodilla y expondría el maravilloso anillo, y entonces todos terminarían felices: uno con su flamante prometida, y el otro con el bolsillo y el ego bien inflados.
-¡Claro, claro que sí! Cuenta conmigo, allí estaré. -Tras explicarle exactamente la dirección estrecharon fervorosamente las manos y Zatch se marchó, dejando atrás al muchacho que sonreía de oreja a oreja bajo la satisfacción de saber que, por fin, alguien apreciaba su talento sin precedentes y su gran utilidad para con la sociedad.
Desde allí, el zorro partió hacia la taberna para dejar un mensaje a Horace, quien habría estado esperando las noticias con impaciencia. Luego, no quedó más que esperar hasta la noche y dirigirse a la dirección que había proporcionado; un balcón de cierta casucha abandonada cuya cerradura había sido bastante fácil forzar, situada justo a la mitad de un callejón sin salida. Horace se le unió poco antes de la hora en que había citado a la víctima y ambos aguardaron en la oscuridad, con infinita paciencia, la aparición del trovador.
-Más te vale que venga. Si he movilizado a todos para nada, te voy a...
-Confía en mí. Vendrá.
Justo en ese instante, bajo el balcón tras cuyas ventanas ambos esperaban, resonó la voz del pobre incauto en unos versos bastante inapropiados para la ocasión, siendo que se suponía que ésta vez el protagonista no era el músico, pero éste seguía acaparando la atención con palabras picantes y promesas indecorosas. Zatch tuvo ganas, por segunda o tercera vez, de abollarle el rostro a puñetazos. Sonrió ante la idea de que pronto, aunque no fuera bajo sus garras, ese sería el destino del joven, y entonces abrió de par en par las puertas del ventanal sólo para presenciar de primera mano la expresión de sorpresa y confusión del mismo. Antes de que éste pudiera reaccionar, Augustus apareció liderando el tropel de maridos furibundos con palos y antorchas en mano, obstaculizando la única vía de escape y acabando con los delirios de fama del pobre, muy pobre cantautor.
Zatch desapareció entre las sombras tal como había aparecido, dejando tras de sí a un Don Juan cuya voz, por fin, se veía opacada por los gritos y golpes de la muchedumbre sedienta de venganza. Tuvo que escabullirse bien para evitar a la guardia, que había llegado hasta allí atraída por el rumor plantado por el zorro en la taberna, pues “descuidadamente” había hablado más alto de lo aconsejable con el tabernero asegurándose de que el punto y hora de encuentro quedasen bien claros para todos. Palpó con satisfacción la bolsa de aeros en su bolsillo y se preguntó si Augustus y Horace también amenazarían con tanta valentía a los guardias, como habían hecho con él, cuando estuviesen presos bajo el cargo de violencia en la vía pública en la misma celda que el trovador más odiado de Lunargenta.
Las primeras horas fueron lentas, frustrantes y soporíferas. La gente, dadas las bajas temperaturas que permanecían aún a pesar de ya haber pasado el Ohdá, se recluían en sus hogares apenas caída la noche. Las calles permanecían en silencio y Zatch agradecía estar acostumbrado a esas largas rondas, dado que eran habituales en su “trabajo” de ratero. La capucha le ocultaba el rostro, salvo la punta de su canina nariz y los largos bigotes, y sus ojos y oídos permanecían atentos al más mínimo estímulo. Cuando las campanadas del gran reloj de la plaza resonaron por toda la ciudad marcando la media noche, el zorro estaba girando a la izquierda por una callejuela de los barrios de clase media, fundiéndose con las sombras en completo sigilo. Fue entonces cuando las prosas del trovador vibraron en sus tímpanos a pocas manzanas de distancia. El zorro apuró el paso y, llegando a la calle en cuestión, se escondió bajo el umbral de la puerta de una casona, al amparo de la penumbra.
No pudo evitar echar las orejas hacia atrás y arrugar el ceño en una mueca de desagrado ante los versos que manaban sin culpa alguna por los labios de aquel hombre. La empatía de Zatch brillaba por su ausencia, pero ahora que cierta mujercita era el blanco de su afecto podía llegar a comprender el por qué de la furia de los maridos afectados. Él también hubiese querido romperle la cara a ese desubicado parlanchín. A pesar de ésto, se contuvo y esperó con admirable paciencia que el lamentable espectáculo terminase. Aunque al oír los aplausos y suspiros de la mujer sintió el fuerte impulso de unirse a la escena para lanzarse sobre aquel impresentable, respiró profundo y apretó más la espalda contra la puerta que le servía de escondite. Pudo ver al hombre pasar caminando por su lado con una sonrisa triunfal, sin siquiera notar su presencia. Contó hasta quince y, cuando su presa estuvo lo suficientemente lejos y la dama hubo cerrado las puertas del balcón, se puso en movimiento. Seguiría al tipo hasta descubrir dónde moraba, y entonces la primer parte de su plan estaría culminada.
-¿Acaso podrías vivir más lejos, pedazo de...? -Habían dejado atrás las residencias de clase media para adentrarse en los barrios más modestos, cuyas calles se volvían más estrechas, más oscuras y, cómo no, más apestosas. Lo siguió por lo menos durante cuarenta minutos, hasta que vio cómo el hombre metía las manos en el bolsillo de su avejentado abrigo para buscar las llaves de su hogar. Zatch esbozó una sonrisa socarrona al tiempo en que el músico giraba en la esquina hacia la derecha, saboreando ya la victoria. No obstante, la mueca del zorro mutó hacia el hastío cuando, tras tomar el mismo camino con unos cuantos segundos de retraso, la silueta de su presa ya no estaba. Gruñó, frustrado ante la imposibilidad de descubrir exactamente cuál era la casa de su interés. -Tsk... gracias por hacérmelo un poco más difícil, imbécil. -Y, tras memorizar el barrio al cual debería regresar pronto, se marchó a descansar.
Exactamente a las once de la mañana, el peludo cazarrecompensas, ladrón, embustero y tantas otras etiquetas que justificaban su letrero de “Se busca” estaba parado en la misma esquina donde había perdido a su presa, decidido a terminar la parte más tediosa de la misión. Con la capucha baja, de manera que su rostro se exhibiese sin reparo alguno, emprendió la marcha hacia la primer puerta de la calle. “Toc, toc, toc”, los golpes resonaron con seguridad e imponencia. Cuando la puerta se abrió, Zatch recibió al hombre de la casa con una amable y extensa sonrisa.
-¡Buen día, señor! Soy el deshollinador, ¿necesitaría usted que su chimenea...?
-No, gracias.
Y la puerta se cerró en su cara, dejándole con la boca abierta y las palabras a medio salir.
Casa por casa, el joven se presentó con una excusa cada cual más ingeniosa que la anterior. Todos, por supuesto, declinaban sus ofertas y lo despedían con un portazo. Su sonrisa sin embargo no amainaba, puesto que al fin y al cabo estaba cumpliendo el objetivo: uno a uno iba tachando en su lista mental los domicilios en los cuales el hombre que lo recibía tenía una voz distinta a la que tan celosamente guardaba en su memoria. Estaba perdiendo las esperanzas de encontrar a su presa cuando, en la anteúltima puerta, le abrió un apuesto joven en lo mejor de su veintena, ojeroso y con aspecto de recién haberse levantado.
-¡Buenos días, caballero! ¿Necesita usted que alguien bañe a sus mascotas? Yo soy el mejor estilista de perros que encontrará, ¡sólo mire lo que hice con mi cabello, ja-!
-Eh... No, no tengo ningún...
El muchacho se vio cortado por el gesto de Zatch, quien levantó la mano con el dedo índice en alto y acompañó el gesto inhalando ruidosamente, como quien descubre algo tras mucho tiempo de búsqueda. Todos sus colmillos relucieron ante su mueca de felicidad, y entonces exclamó: -¡Te encontré!
La expresión del trovador hubiese sido digna de ser retratada. El chico palideció y dio un paso atrás, aterrado ante la certeza de que había sido descubierto. No obstante, Zatch se apresuró a tornar su mueca hacia una más amable, agachando las orejas y extendiendo la mano, palma abierta, al anfitrión para estrechársela con entusiasmo.
-No te asustes, tu secreto está a salvo conmigo. -Y asintió con la cabeza para dar veracidad a sus propias palabras ante la escéptica mirada del otro- Verás, te he estado buscando como un loco porque preciso tus servicios. ¡Sí que te has hecho de buena fama en Lunargenta! No te preocupes, yo no soy como los demás. Aprecio profundamente tu arte y sé que me serás de gran ayuda. Sucede que...
El zorro sabía exactamente cómo y cuándo adular al crédulo artista, quien aceptaba con orgullo y sorpresa, a partes iguales, los halagos de quien decía que le pagaría una buen suma de dinero si le ayudaba en su propuesta. Le contó con lujo de detalles que esa misma noche pensaba pedirle matrimonio a su amada y deseaba que fuese muy especial. ¿Qué mejor que hacerlo dedicándole una serenata del mejor cantante de Verisar? Mientras el trovador hiciese su trabajo, él hincaría la rodilla y expondría el maravilloso anillo, y entonces todos terminarían felices: uno con su flamante prometida, y el otro con el bolsillo y el ego bien inflados.
-¡Claro, claro que sí! Cuenta conmigo, allí estaré. -Tras explicarle exactamente la dirección estrecharon fervorosamente las manos y Zatch se marchó, dejando atrás al muchacho que sonreía de oreja a oreja bajo la satisfacción de saber que, por fin, alguien apreciaba su talento sin precedentes y su gran utilidad para con la sociedad.
Desde allí, el zorro partió hacia la taberna para dejar un mensaje a Horace, quien habría estado esperando las noticias con impaciencia. Luego, no quedó más que esperar hasta la noche y dirigirse a la dirección que había proporcionado; un balcón de cierta casucha abandonada cuya cerradura había sido bastante fácil forzar, situada justo a la mitad de un callejón sin salida. Horace se le unió poco antes de la hora en que había citado a la víctima y ambos aguardaron en la oscuridad, con infinita paciencia, la aparición del trovador.
-Más te vale que venga. Si he movilizado a todos para nada, te voy a...
-Confía en mí. Vendrá.
Justo en ese instante, bajo el balcón tras cuyas ventanas ambos esperaban, resonó la voz del pobre incauto en unos versos bastante inapropiados para la ocasión, siendo que se suponía que ésta vez el protagonista no era el músico, pero éste seguía acaparando la atención con palabras picantes y promesas indecorosas. Zatch tuvo ganas, por segunda o tercera vez, de abollarle el rostro a puñetazos. Sonrió ante la idea de que pronto, aunque no fuera bajo sus garras, ese sería el destino del joven, y entonces abrió de par en par las puertas del ventanal sólo para presenciar de primera mano la expresión de sorpresa y confusión del mismo. Antes de que éste pudiera reaccionar, Augustus apareció liderando el tropel de maridos furibundos con palos y antorchas en mano, obstaculizando la única vía de escape y acabando con los delirios de fama del pobre, muy pobre cantautor.
Zatch desapareció entre las sombras tal como había aparecido, dejando tras de sí a un Don Juan cuya voz, por fin, se veía opacada por los gritos y golpes de la muchedumbre sedienta de venganza. Tuvo que escabullirse bien para evitar a la guardia, que había llegado hasta allí atraída por el rumor plantado por el zorro en la taberna, pues “descuidadamente” había hablado más alto de lo aconsejable con el tabernero asegurándose de que el punto y hora de encuentro quedasen bien claros para todos. Palpó con satisfacción la bolsa de aeros en su bolsillo y se preguntó si Augustus y Horace también amenazarían con tanta valentía a los guardias, como habían hecho con él, cuando estuviesen presos bajo el cargo de violencia en la vía pública en la misma celda que el trovador más odiado de Lunargenta.
Zatch
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Re: Amor no tan eterno [Desafío]
Los aplausos no se habían hecho esperar luego de que terminara su canción, hinchándole el ego al saber que su hermosa voz había hecho feliz a una linda doncella y lo mejor de todo es que no había tenido que correr por su vida en esta ocasión. Este podía ser el inicio de una buena racha de suerte para el cantante, quien se marchó a su casa con esa brillante idea en la cabeza. Pronto todo el mundo se reuniría solo para escucharle cantar, ¿qué más podía pedir? Tendría la fama que siempre deseó y saldría al fin de esa nefasta pobreza.
Cuando llegó a su casa no creyó que hubiese nada que pudiese mejorar su creciente buen humor, por lo que decidió darle a su cuerpo y a sus cuerdas vocales el merecido descanso que tanto necesitaban.
Tenía contemplado que se despertaría después de mediodía, pero el sonido de alguien llamando a su puerta le hizo levantarse antes de lo esperado. La primera impresión del joven zorruno casi le causa un infarto, pensando que se trataba de algunos de los esposos de sus adoradas fans, pero con el transcurrir de la conversación se dio cuenta que solamente venían a solicitarle su ayuda. ¡Y como no ayudar a un enamorado en apuros! ¡Especialmente si tenía la oportunidad de que otra bella dama escuchase su voz!
Así pues, se dispusieron a cerrar ese trato de caballeros, aguardando el momento en la noche llegase y el trovador pudiese hacer su gran salto al estrellato. Nada como la promesa de unos buenos aeros para mejorar la situación, además que seguramente la joven quedaría maravillada con sus versos y su melodiosa voz, ¿qué más podía pedir?
La hora y el lugar eran los indicados; el joven se preparó y comenzó a cantar a todo pulmón, esperando que la doncella pudiese escucharlo. Lo que si no se esperó fue a la muchedumbre enardecida, que amenazaba con echarle mano, bloqueándole la única salida que tendría para escapar. Todos los hombres se abalanzaron contra él, golpeándolo como si no hubiese un mañana y dirigiéndole palabras soeces, así como otro tipo de maltratos de los cuales sería inapropiado hablar.
Por si fuese poco, la guardia de Lunargenta no tardó en aparecer, liderada por el mismísimo Seamus Rafferti, quien no se encontraba para nada contento con el espectáculo del cantante, especialmente para con su esposa. Cualquiera hubiese pensado que los guardias detendrían a la turba de esposo furiosos en lugar de unirse a ellos, pero nada bueno resultaba cuando le cantabas a la mujer de un guarda respetable. Lo único de lo que el trovador estaba seguro en esos momentos es que el amor por sus doncellas no había sido eterno, pero el dolor vaya que sería inolvidable.
Cuando llegó a su casa no creyó que hubiese nada que pudiese mejorar su creciente buen humor, por lo que decidió darle a su cuerpo y a sus cuerdas vocales el merecido descanso que tanto necesitaban.
Tenía contemplado que se despertaría después de mediodía, pero el sonido de alguien llamando a su puerta le hizo levantarse antes de lo esperado. La primera impresión del joven zorruno casi le causa un infarto, pensando que se trataba de algunos de los esposos de sus adoradas fans, pero con el transcurrir de la conversación se dio cuenta que solamente venían a solicitarle su ayuda. ¡Y como no ayudar a un enamorado en apuros! ¡Especialmente si tenía la oportunidad de que otra bella dama escuchase su voz!
Así pues, se dispusieron a cerrar ese trato de caballeros, aguardando el momento en la noche llegase y el trovador pudiese hacer su gran salto al estrellato. Nada como la promesa de unos buenos aeros para mejorar la situación, además que seguramente la joven quedaría maravillada con sus versos y su melodiosa voz, ¿qué más podía pedir?
La hora y el lugar eran los indicados; el joven se preparó y comenzó a cantar a todo pulmón, esperando que la doncella pudiese escucharlo. Lo que si no se esperó fue a la muchedumbre enardecida, que amenazaba con echarle mano, bloqueándole la única salida que tendría para escapar. Todos los hombres se abalanzaron contra él, golpeándolo como si no hubiese un mañana y dirigiéndole palabras soeces, así como otro tipo de maltratos de los cuales sería inapropiado hablar.
Por si fuese poco, la guardia de Lunargenta no tardó en aparecer, liderada por el mismísimo Seamus Rafferti, quien no se encontraba para nada contento con el espectáculo del cantante, especialmente para con su esposa. Cualquiera hubiese pensado que los guardias detendrían a la turba de esposo furiosos en lugar de unirse a ellos, pero nada bueno resultaba cuando le cantabas a la mujer de un guarda respetable. Lo único de lo que el trovador estaba seguro en esos momentos es que el amor por sus doncellas no había sido eterno, pero el dolor vaya que sería inolvidable.
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Zatch: ¡Has completado el desafió con gran éxito! Debo decir que hasta ahora ha sido el más divertido y no he podido evitar sentirme bastante complacida por tu desempeño en él. Me encanta la originalidad de tu personaje y el trasfondo que le das a tus post. Estaré ansiosa por encontrarme contigo nuevamente y ojala que sea pronto, pero por mientras paso a dejarte tus recompensas:
☀ +2 puntos de experiencia por calidad.
☀ +3 puntos de experiencia por originalidad del user.
☀ 50 aeros por haber atrapado al cantante.
Las recompensas han sido agregadas a tu perfil ^^.
☀ +2 puntos de experiencia por calidad.
☀ +3 puntos de experiencia por originalidad del user.
☀ 50 aeros por haber atrapado al cantante.
Las recompensas han sido agregadas a tu perfil ^^.
Wyn
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