La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
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La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
El día anterior había sido el último día del Bragiväl. Así que Ingela durmió un poco más de lo normal. Había tenido un sueño bastante extraño, en el que bailaba en el medio de un salón, rodeada de seres enormes ataviados con ropas extrañas, que reían y aplaudían a su baile.
Despertó incómoda y con dolor en la nuca y las articulaciones -No estoy acostumbrada a bailar tanto...- se lamentaba la joven dragona. Pero no podía quedarse largo rato pensando en los dolores del cuerpo, tenía que prepararse para ver a Zatch. No veía a su hermoso zorro desde antes del carnaval. Él tenía "asuntos que atender" y ella simplemente no quiso preguntar más, prefería no saber de aquellos negocios y se limitaba a disfrutar de él, sus besos, caricias y divertidos relatos. Amaba estar con él más que cualquier otra cosa en el mundo.
Se sentó en la cama, estiró los brazos y bostezó. Echó una mirada a la cama de Helyare, pero la elfa no estaba. Aquello no le extrañaba ya a la joven dragona, estaba acostumbrada a encontrarse con la elfa durante el día, quien dormía poco y se levantaba muy temprano. Al ponerse de pie, no pudo mantener el equilibrio y cayó sentada en la cama. Volvió a intenar levantarse y no pudo, cayendo nuevamente sobre la cama. Era como si no pudiera dominar sus piernas.
Levantó su camisón y el grito de espanto se escuchó en toda la posada.
Sus rodillas estaban flectadas hacia atrás y sus pies eran un par de patas de ave con tres dedos. Fue allí que vio sus manos, sus dedos estaban más largos y sobre el el dorso habían pequeñas plumas azules dispersas unas de otras, pero que se iban tupiendo a medida que subían hacia los hombros. Ingela no paraba de gritar. Se remangó el camisón por encima de los muslos y vio que allí también estaban esas condenadas plumas azules.
Aterrada, se agarró del borde de la cama y apoyada a la pared, avanzando a tropezones hacia el lavatorio con espejo. Horrorizada, descubrió su rostro alargado hacia el mentón, su nariz completamente aguileña y plumas azules asomándose por su sien y frente. No tenía cabello sino un penacho de plumas que se levantaba hacia arriba... pero eso no era lo peor.
Desesperada, se arrancó el camisón y encontró que las plumas azules cubrían todo su cuerpo. ¡Estaban por todos lados! La dragona sintió que las piernas le flaqueaban y su visión se ennegreció por completo, cayendo desmayada al suelo.
No sabe cuánto tiempo estuvo en el piso. Lo que sí sabía era que al despertar, las plumas seguían ahí. La chica rompió a llorar desconsolada. ¿Qué le había pasado? ¿Qué era esta pesadilla?
Desesperada, comenzó a arrancarse las plumas del vientre. La sangre comenzó a brotar profusamente y el dolor era insoportable, pero ella continuó, loca de desesperación y miedo. Se arrancaba plumas de los brazos, del cuello, de las piernas, la cola y las alas. Agarraba plumas a manos llenas y con furia las arrancaba, causándose heridas que sangraban sin parar. -¡Auxilio!- gritaba Ingela -Dioses ¿qué me ha pasado?- chillaba entre lágrimas y gritos de dolor.
Despertó incómoda y con dolor en la nuca y las articulaciones -No estoy acostumbrada a bailar tanto...- se lamentaba la joven dragona. Pero no podía quedarse largo rato pensando en los dolores del cuerpo, tenía que prepararse para ver a Zatch. No veía a su hermoso zorro desde antes del carnaval. Él tenía "asuntos que atender" y ella simplemente no quiso preguntar más, prefería no saber de aquellos negocios y se limitaba a disfrutar de él, sus besos, caricias y divertidos relatos. Amaba estar con él más que cualquier otra cosa en el mundo.
Se sentó en la cama, estiró los brazos y bostezó. Echó una mirada a la cama de Helyare, pero la elfa no estaba. Aquello no le extrañaba ya a la joven dragona, estaba acostumbrada a encontrarse con la elfa durante el día, quien dormía poco y se levantaba muy temprano. Al ponerse de pie, no pudo mantener el equilibrio y cayó sentada en la cama. Volvió a intenar levantarse y no pudo, cayendo nuevamente sobre la cama. Era como si no pudiera dominar sus piernas.
Levantó su camisón y el grito de espanto se escuchó en toda la posada.
Sus rodillas estaban flectadas hacia atrás y sus pies eran un par de patas de ave con tres dedos. Fue allí que vio sus manos, sus dedos estaban más largos y sobre el el dorso habían pequeñas plumas azules dispersas unas de otras, pero que se iban tupiendo a medida que subían hacia los hombros. Ingela no paraba de gritar. Se remangó el camisón por encima de los muslos y vio que allí también estaban esas condenadas plumas azules.
Aterrada, se agarró del borde de la cama y apoyada a la pared, avanzando a tropezones hacia el lavatorio con espejo. Horrorizada, descubrió su rostro alargado hacia el mentón, su nariz completamente aguileña y plumas azules asomándose por su sien y frente. No tenía cabello sino un penacho de plumas que se levantaba hacia arriba... pero eso no era lo peor.
Desesperada, se arrancó el camisón y encontró que las plumas azules cubrían todo su cuerpo. ¡Estaban por todos lados! La dragona sintió que las piernas le flaqueaban y su visión se ennegreció por completo, cayendo desmayada al suelo.
- Ingela Pavo Real:
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No sabe cuánto tiempo estuvo en el piso. Lo que sí sabía era que al despertar, las plumas seguían ahí. La chica rompió a llorar desconsolada. ¿Qué le había pasado? ¿Qué era esta pesadilla?
Desesperada, comenzó a arrancarse las plumas del vientre. La sangre comenzó a brotar profusamente y el dolor era insoportable, pero ella continuó, loca de desesperación y miedo. Se arrancaba plumas de los brazos, del cuello, de las piernas, la cola y las alas. Agarraba plumas a manos llenas y con furia las arrancaba, causándose heridas que sangraban sin parar. -¡Auxilio!- gritaba Ingela -Dioses ¿qué me ha pasado?- chillaba entre lágrimas y gritos de dolor.
Última edición por Ingela el Mar Jun 27 2017, 03:30, editado 1 vez
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Varios días habían transcurrido desde la última vez que viera a la joven dragona. Más de los que podía soportar, sin duda alguna, pero el deber había llamado a su puerta (de haber tenido una, claro) y había tenido que partir rumbo a las tierras del Oeste para ocuparse de una misión que le daría pase directo al gremio del que menos se hablaba, pero quizás mayores beneficios traía: El Gremio de los asesinos.
Como siempre le ocurría luego de ese tipo de aventuras, el carácter de Zatch se había vuelto un tanto más tosco, áspero y difícil. Aunque los duros eventos de la vida habían formado una fuerte coraza a su alrededor, pocas personas podían permanecer impávidas tras mancharse las manos de sangre en tan reiteradas ocasiones. Su gesto era parco, con el ceño fruncido y los labios apretados, y sus pensamientos revoloteaban peligrosamente cerca del oscuro y venenoso pesimismo. No obstante, cuando llegó a la plaza donde había conocido a cierta bellísima muchacha, sus facciones se ablandaron en una mueca expectante. Pensar en ella le daba otro brillo a su mirada, y siempre que estaban juntos olvidaba por un rato la cruenta realidad de su vida. Era su oasis, su brisa de aire fresco, y durante esos lapsos podía estar tranquilo y abandonarse a la dulce inocencia de la relación que mantenían. Ingela lograba sacar lo “menos peor” de sí mismo.
Esperó sentado bajo el árbol en que habían tenido una de sus primeras conversaciones, perdiendo la mirada en algún punto de la plaza donde los transeúntes iban y venían. No podía evitar echar miradas furtivas alrededor, para constatar que nadie lo estuviese vigilando. Tenía la capucha echada sobre la cabeza y parte del rostro para evitar que nadie lo molestase.
Corrió el tiempo y su mueca fue mutando de la ilusión al aburrimiento. -¿Dónde se habrá metido? Nunca llega tarde. -Pensó, y tras exhalar un largo suspiro decidió esperar un rato más. Pero el rato pasó y él seguía tan solo como en un pricipio.
Enfado, preocupación y miedo. En ese orden los sentimientos comenzaron a inquietarle, hasta que decidió dirigirse hacia la posada donde ella se hospedaba para recogerla por sí mismo. “-Quizás no me ha dejado plantado... quizás le ocurrió algo.” -Quiso creer, aunque aquel panorama tampoco conseguía tranquilizarlo. Apuró el paso hasta llegar al lugar y se adentro en éste con decisión.
-¿En qué puedo ayudarle, señor...? -Un hombre bajito y calvo se acercó a hablarle, recargándose en la escoba con la cual limpiaba el modesto recibidor. Zatch lo observó desde arriba y, brusco, masculló:
-¿En qué habitación se encuentra la señorita Ingela?
El posadero lo observó con una ceja levantada.
-No puedo facilitarle esa información, si lo desea yo podría dejarle un mensaj...
-Rubia, ojos azules, acento del norte. -Continuó, encorvándose sobre el tipo con los puños apretados- ¿Dónde está?
-¡No estoy autorizado a...! -Bastó que le llevase una mano al cuello para hacerle chillar- ¡La nueve, está en la nueve!
Satisfecho, el zorro lo soltó antes de salir corriendo hacia el sector de las habitaciones.
Una, dos, tres, cuatro... “-Gracias a Odín que la harpía de mi madre me enseñó a contar.” -Pensó mientras trotaba a lo largo del pasillo. Nueve. Toc, toc, toc... Y nada. El zorro pegó una oreja a la puerta, quizás la muchacha acababa de irse y ahora era ella quien lo esperaba en la plaza. Pero no; en vez de silencio, escuchó un sonido trémulo y entrecortado, pero constante. Sonaba... sonaba como un gimoteo. Todas las alarmas de la bestia saltaron y, sin molestarse en volver a tocar, abrió la puerta con una sonora patada.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio a la... cosa que sollozaba sentada en el suelo, echada sobre un charco carmesí que fluía de entre su... ¿plumaje? Era la voz de Ingela, de eso no cabía duda alguna, pero la imagen no se correspondía a la dulce rubia que conocía.
-¿¡Qué demonios está pasando!?
Como siempre le ocurría luego de ese tipo de aventuras, el carácter de Zatch se había vuelto un tanto más tosco, áspero y difícil. Aunque los duros eventos de la vida habían formado una fuerte coraza a su alrededor, pocas personas podían permanecer impávidas tras mancharse las manos de sangre en tan reiteradas ocasiones. Su gesto era parco, con el ceño fruncido y los labios apretados, y sus pensamientos revoloteaban peligrosamente cerca del oscuro y venenoso pesimismo. No obstante, cuando llegó a la plaza donde había conocido a cierta bellísima muchacha, sus facciones se ablandaron en una mueca expectante. Pensar en ella le daba otro brillo a su mirada, y siempre que estaban juntos olvidaba por un rato la cruenta realidad de su vida. Era su oasis, su brisa de aire fresco, y durante esos lapsos podía estar tranquilo y abandonarse a la dulce inocencia de la relación que mantenían. Ingela lograba sacar lo “menos peor” de sí mismo.
Esperó sentado bajo el árbol en que habían tenido una de sus primeras conversaciones, perdiendo la mirada en algún punto de la plaza donde los transeúntes iban y venían. No podía evitar echar miradas furtivas alrededor, para constatar que nadie lo estuviese vigilando. Tenía la capucha echada sobre la cabeza y parte del rostro para evitar que nadie lo molestase.
Corrió el tiempo y su mueca fue mutando de la ilusión al aburrimiento. -¿Dónde se habrá metido? Nunca llega tarde. -Pensó, y tras exhalar un largo suspiro decidió esperar un rato más. Pero el rato pasó y él seguía tan solo como en un pricipio.
Enfado, preocupación y miedo. En ese orden los sentimientos comenzaron a inquietarle, hasta que decidió dirigirse hacia la posada donde ella se hospedaba para recogerla por sí mismo. “-Quizás no me ha dejado plantado... quizás le ocurrió algo.” -Quiso creer, aunque aquel panorama tampoco conseguía tranquilizarlo. Apuró el paso hasta llegar al lugar y se adentro en éste con decisión.
-¿En qué puedo ayudarle, señor...? -Un hombre bajito y calvo se acercó a hablarle, recargándose en la escoba con la cual limpiaba el modesto recibidor. Zatch lo observó desde arriba y, brusco, masculló:
-¿En qué habitación se encuentra la señorita Ingela?
El posadero lo observó con una ceja levantada.
-No puedo facilitarle esa información, si lo desea yo podría dejarle un mensaj...
-Rubia, ojos azules, acento del norte. -Continuó, encorvándose sobre el tipo con los puños apretados- ¿Dónde está?
-¡No estoy autorizado a...! -Bastó que le llevase una mano al cuello para hacerle chillar- ¡La nueve, está en la nueve!
Satisfecho, el zorro lo soltó antes de salir corriendo hacia el sector de las habitaciones.
Una, dos, tres, cuatro... “-Gracias a Odín que la harpía de mi madre me enseñó a contar.” -Pensó mientras trotaba a lo largo del pasillo. Nueve. Toc, toc, toc... Y nada. El zorro pegó una oreja a la puerta, quizás la muchacha acababa de irse y ahora era ella quien lo esperaba en la plaza. Pero no; en vez de silencio, escuchó un sonido trémulo y entrecortado, pero constante. Sonaba... sonaba como un gimoteo. Todas las alarmas de la bestia saltaron y, sin molestarse en volver a tocar, abrió la puerta con una sonora patada.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio a la... cosa que sollozaba sentada en el suelo, echada sobre un charco carmesí que fluía de entre su... ¿plumaje? Era la voz de Ingela, de eso no cabía duda alguna, pero la imagen no se correspondía a la dulce rubia que conocía.
-¿¡Qué demonios está pasando!?
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
la piel de su vientre le ardía, enrojecida y manchada, podía ver parches de piel donde se había arrancado las plumas. No había servido de nada, más que para llenarse de sangre y sentir el cuerpo más adolorido.
Sintiéndose débil, aterrada y en negación, Ingela lloraba sentada en el suelo, en medio de un charco de sangre que se iba secando, cuando un fuerte golpe abrió la puerta y frente a ella apareció Zatch, quien al verla, quedó tan impactado que la joven dragona pensó que iba a salir corriendo.
-No sé qué me pasó- soltó la chica y largó a llorar, ocultando su cara entre las manos -Yo... ¡yo desperté así!- dijo entre sollozos y lamentos. No solo se lamentaba por aquella apariencia y el no lucir como ella misma, ahora lloraba de vergüenza, porque Zatch la había visto así. Saldría corriendo, seguramente, espantado por aquella horrible figura que tenía en frente.
Agarraba las plumas que tenía al rededor, todas manchadas de sangre y las miraba consternada -¿Qué voy a hacer?- se lamentaba. No tenía idea de por qué o cómo había pasado aquello. Tampoco pensaba con claridad. -La última vez... no fue de un día para el otro...- dijo llorando -¡La última vez NO fue así!- exclamó y volvió a llorar desconsolada.
En ese punto, no se había dado cuenta aún que las plumas eran de un pavo real, ni que en el fondo de su habitación seguía el disfraz de pavo real que le habían confeccionado justamente un par de brujas. Ingela estaba impactada, atribulada, la cabeza no le daba para pensar con claridad, ni para razonar o ser objetiva. Comenzó a llorar a gritos, ahogándose a veces -¡Soy un puto pato! ¡Zatch! ¡Un pato!- gritaba estirando los brazos hacia su enamorado.
Sintiéndose débil, aterrada y en negación, Ingela lloraba sentada en el suelo, en medio de un charco de sangre que se iba secando, cuando un fuerte golpe abrió la puerta y frente a ella apareció Zatch, quien al verla, quedó tan impactado que la joven dragona pensó que iba a salir corriendo.
-No sé qué me pasó- soltó la chica y largó a llorar, ocultando su cara entre las manos -Yo... ¡yo desperté así!- dijo entre sollozos y lamentos. No solo se lamentaba por aquella apariencia y el no lucir como ella misma, ahora lloraba de vergüenza, porque Zatch la había visto así. Saldría corriendo, seguramente, espantado por aquella horrible figura que tenía en frente.
Agarraba las plumas que tenía al rededor, todas manchadas de sangre y las miraba consternada -¿Qué voy a hacer?- se lamentaba. No tenía idea de por qué o cómo había pasado aquello. Tampoco pensaba con claridad. -La última vez... no fue de un día para el otro...- dijo llorando -¡La última vez NO fue así!- exclamó y volvió a llorar desconsolada.
En ese punto, no se había dado cuenta aún que las plumas eran de un pavo real, ni que en el fondo de su habitación seguía el disfraz de pavo real que le habían confeccionado justamente un par de brujas. Ingela estaba impactada, atribulada, la cabeza no le daba para pensar con claridad, ni para razonar o ser objetiva. Comenzó a llorar a gritos, ahogándose a veces -¡Soy un puto pato! ¡Zatch! ¡Un pato!- gritaba estirando los brazos hacia su enamorado.
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Pocas veces en su día a día se encontraba tan atónito por alguna situación. Su capacidad de improvisación solía ser excelente, pero esta vez... esta vez sólo podía quedarse parado en la puerta, con los ojos bien abiertos y la mandíbula floja por la sorpresa. No tenía ni la más mínima idea de qué hacer.
Lo primero que se le ocurrió fue dar un paso adelante y cerrar la puerta para evitar que los gritos se proyectasen más lejos, atrayendo visitas inoportunas. Luego corrió hacia la cama para arrancar la sábana y con esta entre manos regresó donde la pequeña dragona... o ave, o lo que fuese. En ese momento pudo ver de soslayo el disfraz, y muy tonto había que ser para no captar la coincidencia, pero ese no era el momento para ponerse a atacar cabos.
Se acuclilló frente a ella, echándole la tela sobre los hombros con suma delicadeza. “-Nunca imaginé que encontraría plumas la primera vez que la viera desnuda.” -Pensó, pero lo que podría haber sido una sonrisa socarrona fue totalmente opacada por la preocupación que sentía. Verla derramar lágrimas le retorcía el alma de tal manera que despertaba en él un instinto de protección totalmente desconocido. Quería abrazarla, pero no parecía una buena idea tener contacto con las heridas ensangrentadas. Sólo le quedaba intentar dialogar con ella.
-Shhh, shhh, cálmate, Ingela. Estoy seguro de que encontraremos una solución, ¿está bien? Pero primero tienes que calmarte. Respira profundo... -Inhaló hasta colmar sus pulmones para darle el ejemplo, poniendo el rostro tan cerca como podía del de ella para captar su atención- No creo... no creo que seas un pato. Uh, bueno, ¡si lo fueses, serías el pato más bonito que vi en mi vida! -Por Odín, consolar a alguien era muchísimo más difícil de lo que creía. ¡Le resultaba más fácil destripar, traicionar y robar, actividades que carecían de sentimentalismos!- Cálmate y pensemos, pequeña. Deja de llorar, ¿vale?
Se sentó frente a ella, muy cerca pero sin tocarla, y la miró a los ojos con la misma calidez que le dedicaba cada día. Seguía sorprendido y ver aquellas facciones resultaba desconcertante, sí, pero intentó evitar que ella notase su turbación. Debía actuar como si todo fuese perfectamente normal... dentro de la normalidad que tan descabellada situación podía tener.
-Escucha, ¿recuerdas que te conté de la vez en que cierto amuleto encantado me convirtió en una binaba? Bien, ¿no crees que puede ser lo mismo? ¿qué pasó en el Bragival, Ingela?
Volvió a echar una rápida mirada hacia el traje que descansaba detrás de ella. Era obvio que la situación apestaba a magia, pero... ¿sería un hechizo fácil de deshacer?
Lo primero que se le ocurrió fue dar un paso adelante y cerrar la puerta para evitar que los gritos se proyectasen más lejos, atrayendo visitas inoportunas. Luego corrió hacia la cama para arrancar la sábana y con esta entre manos regresó donde la pequeña dragona... o ave, o lo que fuese. En ese momento pudo ver de soslayo el disfraz, y muy tonto había que ser para no captar la coincidencia, pero ese no era el momento para ponerse a atacar cabos.
Se acuclilló frente a ella, echándole la tela sobre los hombros con suma delicadeza. “-Nunca imaginé que encontraría plumas la primera vez que la viera desnuda.” -Pensó, pero lo que podría haber sido una sonrisa socarrona fue totalmente opacada por la preocupación que sentía. Verla derramar lágrimas le retorcía el alma de tal manera que despertaba en él un instinto de protección totalmente desconocido. Quería abrazarla, pero no parecía una buena idea tener contacto con las heridas ensangrentadas. Sólo le quedaba intentar dialogar con ella.
-Shhh, shhh, cálmate, Ingela. Estoy seguro de que encontraremos una solución, ¿está bien? Pero primero tienes que calmarte. Respira profundo... -Inhaló hasta colmar sus pulmones para darle el ejemplo, poniendo el rostro tan cerca como podía del de ella para captar su atención- No creo... no creo que seas un pato. Uh, bueno, ¡si lo fueses, serías el pato más bonito que vi en mi vida! -Por Odín, consolar a alguien era muchísimo más difícil de lo que creía. ¡Le resultaba más fácil destripar, traicionar y robar, actividades que carecían de sentimentalismos!- Cálmate y pensemos, pequeña. Deja de llorar, ¿vale?
Se sentó frente a ella, muy cerca pero sin tocarla, y la miró a los ojos con la misma calidez que le dedicaba cada día. Seguía sorprendido y ver aquellas facciones resultaba desconcertante, sí, pero intentó evitar que ella notase su turbación. Debía actuar como si todo fuese perfectamente normal... dentro de la normalidad que tan descabellada situación podía tener.
-Escucha, ¿recuerdas que te conté de la vez en que cierto amuleto encantado me convirtió en una binaba? Bien, ¿no crees que puede ser lo mismo? ¿qué pasó en el Bragival, Ingela?
Volvió a echar una rápida mirada hacia el traje que descansaba detrás de ella. Era obvio que la situación apestaba a magia, pero... ¿sería un hechizo fácil de deshacer?
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Zatch no salió corriendo y eso hizo sentir un punto cálido en el pecho de la joven drag... pato.
EL zorro trajo una frazada y con ella cubrió a Ingela con tal delicadeza, como si estuviera manejando una figura de cristal. Se sentó e intentó tranquilizarla, pidiéndole que respirara, inhaló y exhaló. La chica lo imitó lo mejor que pudo, aunque los mocos sueltos le sonaran. Él le hablaba con un tono de voz suave y la miraba con cariño. Por los dioses, se veía tan lindo allí, sentado frente a ella, tomándole las manos e intentando calmarla. El puntito cálido rápidamente creció, y la sensación de tibieza le inundaba el pecho.
No creo... no creo que seas un pato. Uh, bueno, ¡si lo fueses, serías el pato más bonito que vi en mi vida!- le dijo y ella sonrió y soltó una risilla mientras se secaba las lágrimas con una esquina de la frazada. El lindo chico zorro siguió reconfortándola, mostrándose tan dulce y comprensivo... si no fuese por los mocos, ella le hubiese dado un beso.
Cálmate y pensemos, pequeña. Deja de llorar, ¿vale?- le dijo mirándola con ese enamoramiento de siempre -Escucha, ¿recuerdas que te conté de la vez en que cierto amuleto encantado me convirtió en una binaba? Bien, ¿no crees que puede ser lo mismo? ¿qué pasó en el Bragival, Ingela?- le preguntó haciendo que por primera vez en lo que iba de ese horrible día, la joven dragona dejara de lado el susto y conectara el cerebro para pensar.
-Pues...- dijo con voz aún trémula -Bailé mucho... bebí hidromiel... me disfracé de tigre y de...- dijo contando con los dedos, pero antes de terminar la frase, sus ojos se abrieron como platos y giró su cabeza hacia la silla que estaba en el fondo de la habitación, donde reposaba orgulloso su disfraz -¡DE PAVO REAL!- exclamó poniéndose de pie de un salto y tirando a Zatch con ella hacia donde estaba el traje.
-Esto, esto me puse el segundo y el tercer día, y bailé mucho. Me gané un premio por él inclusive- le contó sintiendo que quizás encontraría la solución a aquel terrible desaguisado -¡Y me lo confeccionaron unas brujas!- dijo entusiasmada.
Feliz, viendo una luz en la oscuridad, saltó al cuello de su zorro y lo abrazó con fuerza -Gracias- le dijo sin soltarlo -Gracias por venir- dijo y cerró los ojos, quedándose entre sus brazos un rato. -Te extrañé estos días, estoy muy feliz de que hayas vuelto- dijo en voz baja, rozando su mejilla con la de él.
EL zorro trajo una frazada y con ella cubrió a Ingela con tal delicadeza, como si estuviera manejando una figura de cristal. Se sentó e intentó tranquilizarla, pidiéndole que respirara, inhaló y exhaló. La chica lo imitó lo mejor que pudo, aunque los mocos sueltos le sonaran. Él le hablaba con un tono de voz suave y la miraba con cariño. Por los dioses, se veía tan lindo allí, sentado frente a ella, tomándole las manos e intentando calmarla. El puntito cálido rápidamente creció, y la sensación de tibieza le inundaba el pecho.
No creo... no creo que seas un pato. Uh, bueno, ¡si lo fueses, serías el pato más bonito que vi en mi vida!- le dijo y ella sonrió y soltó una risilla mientras se secaba las lágrimas con una esquina de la frazada. El lindo chico zorro siguió reconfortándola, mostrándose tan dulce y comprensivo... si no fuese por los mocos, ella le hubiese dado un beso.
Cálmate y pensemos, pequeña. Deja de llorar, ¿vale?- le dijo mirándola con ese enamoramiento de siempre -Escucha, ¿recuerdas que te conté de la vez en que cierto amuleto encantado me convirtió en una binaba? Bien, ¿no crees que puede ser lo mismo? ¿qué pasó en el Bragival, Ingela?- le preguntó haciendo que por primera vez en lo que iba de ese horrible día, la joven dragona dejara de lado el susto y conectara el cerebro para pensar.
-Pues...- dijo con voz aún trémula -Bailé mucho... bebí hidromiel... me disfracé de tigre y de...- dijo contando con los dedos, pero antes de terminar la frase, sus ojos se abrieron como platos y giró su cabeza hacia la silla que estaba en el fondo de la habitación, donde reposaba orgulloso su disfraz -¡DE PAVO REAL!- exclamó poniéndose de pie de un salto y tirando a Zatch con ella hacia donde estaba el traje.
-Esto, esto me puse el segundo y el tercer día, y bailé mucho. Me gané un premio por él inclusive- le contó sintiendo que quizás encontraría la solución a aquel terrible desaguisado -¡Y me lo confeccionaron unas brujas!- dijo entusiasmada.
Feliz, viendo una luz en la oscuridad, saltó al cuello de su zorro y lo abrazó con fuerza -Gracias- le dijo sin soltarlo -Gracias por venir- dijo y cerró los ojos, quedándose entre sus brazos un rato. -Te extrañé estos días, estoy muy feliz de que hayas vuelto- dijo en voz baja, rozando su mejilla con la de él.
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Ver que sus mediocres frases de aliento funcionaban le subió en cierta forma la autoestima. Quizás no era la criatura con más empatía de toda Aerandir, ¡pero al menos podía lograr que una chica dejase de llorar! Sonrió, contento al ver que la joven drago... cosa, iba recomponiéndose poco a poco. Hasta que, abrupta e inesperadamente, ella se puso de pie con un salto para arrastrarlo (¿cómo podían tener tanta fuerza esos brazos tan delgados?) hacia donde colgaba el vistoso disfraz.
Fue asintiendo a medida que ella le relataba lo sucedido. Lamentó no haber estado ahí para acompañarla... por no decir supervisarla. Imaginarla bailando alegremente con algún fulano tras beber un par de jarras de hidromiel despertaba su mal humor. Pero no había tiempo para reproches, y tampoco estaba dispuesto a ponerse a discutir con aquel adorable pajarraco. La palara “brujas” captó completamente su atención.
Pero cuando estaba a punto de dar su opinión, la cambiante muchacha se le lanzó a los brazos. Zatch no podía manejar tantos estados de ánimo en tan poco tiempo, y apenas atinó a atraparla con cierta incomodidad. No porque le diese impresión ni le causase asco, si no debido a que temía lastimarla si le rozaba muy fuerte la piel.
-Yo también te he extrañado, patito. -Susurró, apenas frotando la mejilla ajena con la propia y esbozando una sonrisa cargada de incertidumbre- ¿No te duelen las heridas? ¿Puedo abrazarte más fuerte? No sabes cuánto he pensado en volver a verte mientras viajaba... Aunque ni siquiera mi fantástica imaginación me preparó para esto, ¡ja!
Inhaló. Ella todavía olía como Ingela, hablaba como Ingela y lo abrazaba cálidamente como Ingela siempre hacía. La magia de los brujos era asombrosa... y daba bastante miedo la facilidad que tenían para hacer lo que se les antojase prácticamente con cualquier persona.
-Deberíamos ir a ver a esas brujas, ¿no crees? Claro, siempre que quieras volver a la normalidad. -Se encogió de hombros y le dejó un beso en la tan rara y emplumada frente antes de soltar una tenue carcajada- Aunque si te gusta resaltar, podrías quedarte así. Me acostumbraré.
Fue asintiendo a medida que ella le relataba lo sucedido. Lamentó no haber estado ahí para acompañarla... por no decir supervisarla. Imaginarla bailando alegremente con algún fulano tras beber un par de jarras de hidromiel despertaba su mal humor. Pero no había tiempo para reproches, y tampoco estaba dispuesto a ponerse a discutir con aquel adorable pajarraco. La palara “brujas” captó completamente su atención.
Pero cuando estaba a punto de dar su opinión, la cambiante muchacha se le lanzó a los brazos. Zatch no podía manejar tantos estados de ánimo en tan poco tiempo, y apenas atinó a atraparla con cierta incomodidad. No porque le diese impresión ni le causase asco, si no debido a que temía lastimarla si le rozaba muy fuerte la piel.
-Yo también te he extrañado, patito. -Susurró, apenas frotando la mejilla ajena con la propia y esbozando una sonrisa cargada de incertidumbre- ¿No te duelen las heridas? ¿Puedo abrazarte más fuerte? No sabes cuánto he pensado en volver a verte mientras viajaba... Aunque ni siquiera mi fantástica imaginación me preparó para esto, ¡ja!
Inhaló. Ella todavía olía como Ingela, hablaba como Ingela y lo abrazaba cálidamente como Ingela siempre hacía. La magia de los brujos era asombrosa... y daba bastante miedo la facilidad que tenían para hacer lo que se les antojase prácticamente con cualquier persona.
-Deberíamos ir a ver a esas brujas, ¿no crees? Claro, siempre que quieras volver a la normalidad. -Se encogió de hombros y le dejó un beso en la tan rara y emplumada frente antes de soltar una tenue carcajada- Aunque si te gusta resaltar, podrías quedarte así. Me acostumbraré.
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Ingela estaba tan cómoda entre sus brazos, que por un instante olvidó todas las plumas. Pero el comentario de Zatch, aunque era en broma, la hizo separarse de él y mirarlo entre atónita y desconcertada -¿Quedarme así? ¿Estás loco? ¡No! Quiero mi cuerpo normal, mis piernas normales... ¡mi piel normal! Estas plumas me sofocan de calor...- le dijo con cara de angustia.
Soltó al chico y le sonrió -Tranquilo, ya la piel no me duele tanto, sí que arde, pero pasa. Además, no me privaría de abrazarte por... esto...- dijo señalando con las manos su plumaje -A menos que temas mancharte los pelos de sangre- dijo sonriendo y tirando juguetonamente de los pelitos del pecho de Zatch. La presencia del zorro había animado a Ingela, la llevo de un desconsuelo total a, podría decirse, alegría en unos instantes. Con él a su lado, aquel entuerto parecía tener solución.
-De verdad, me estoy ahogando de calor...- dijo y fue de nuevo al lavatorio donde reposaba una jarra con agua que vertió en un cuenco para meter las manos y llevar luego el fresco líquido a su cara y cuello, metiendo los dedos entre las plumas. Las gotas de agua quedaban como perlas sobre las plumas. Verse nuevamente al espejo fue chocante, pero esta vez se quedó mirando su reflejo. No podía reconocerse, excepto sus ojos azules, todo lo demás había cambiado -No, definitivamente no podría acostumbrarme a... esto- dijo señalando el reflejo de su cara en el espejo.
Resopló y giró para enfrentar el disfraz. ¿Aquello había causado su transformación? Tenía que ser, porque ¿qué otra cosa? Las brujas, las hermanas Begonia y Milenrama, tendrían que responder ante este desastre. Tenía que ir con ellas. -Las brujas costureras tienen su taller en el centro, cerca de la plaza. tendremos que ir allí para que me arreglen- dijo -Y hay que llevar el vestido...- aquello lo dijo con tono preocupado. -Cárgalo tú, yo no quiero llevarlo- le dijo escondiendo las manos a sus espaldas.
Soltó al chico y le sonrió -Tranquilo, ya la piel no me duele tanto, sí que arde, pero pasa. Además, no me privaría de abrazarte por... esto...- dijo señalando con las manos su plumaje -A menos que temas mancharte los pelos de sangre- dijo sonriendo y tirando juguetonamente de los pelitos del pecho de Zatch. La presencia del zorro había animado a Ingela, la llevo de un desconsuelo total a, podría decirse, alegría en unos instantes. Con él a su lado, aquel entuerto parecía tener solución.
-De verdad, me estoy ahogando de calor...- dijo y fue de nuevo al lavatorio donde reposaba una jarra con agua que vertió en un cuenco para meter las manos y llevar luego el fresco líquido a su cara y cuello, metiendo los dedos entre las plumas. Las gotas de agua quedaban como perlas sobre las plumas. Verse nuevamente al espejo fue chocante, pero esta vez se quedó mirando su reflejo. No podía reconocerse, excepto sus ojos azules, todo lo demás había cambiado -No, definitivamente no podría acostumbrarme a... esto- dijo señalando el reflejo de su cara en el espejo.
Resopló y giró para enfrentar el disfraz. ¿Aquello había causado su transformación? Tenía que ser, porque ¿qué otra cosa? Las brujas, las hermanas Begonia y Milenrama, tendrían que responder ante este desastre. Tenía que ir con ellas. -Las brujas costureras tienen su taller en el centro, cerca de la plaza. tendremos que ir allí para que me arreglen- dijo -Y hay que llevar el vestido...- aquello lo dijo con tono preocupado. -Cárgalo tú, yo no quiero llevarlo- le dijo escondiendo las manos a sus espaldas.
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Mientras la tenía entre sus brazos, sabiéndose una especie de apoyo emocional, Zatch se sintió feliz. Le parecía increíble que hacía relativamente poco tiempo habían estado hablando a medio metro de distancia, cuidando sus modales a rajatabla y conversando con pesada formalidad. Ahora ella le tocaba el pelaje con naturalidad y el hecho de que estuviese completamente desnuda bajo la sábana (obviando las plumas, claro) no parecía incomodar a ninguno de los dos. Sonrió, pese a que seguía siendo consciente de la difícil situación en que ella se encontraba. El humor era un excelente bálsamo para los malos tragos de la vida, y eso él lo sabía bien.
-Si es por ti me mancharía con cualquier cosa, querida. Además ya va tocando el baño mensual, así que no hay problema. -Bromeó, aunque el chiste no distaba tanto la realidad. Desde que la conociera procuraba estar más presentable e iba más seguido a darse un chapuzón en el río para atenuar su fuerte aroma a macho trabajador (y a perro), pero aún así eso ocurría muy pocas veces por semana. La apretó con cuidado contra su pecho, sacándose las ganas de tenerla un poco más cerca, hasta que deshizo el agarre para permitir que fuera a refrescarse.
Mientras tanto, él se situó frente al disfraz para analizarlo con la mirada, olfatearlo y tocarlo con cautela. No parecía ser más que un simple traje común y corriente, destacándose sólo por el cuidado y la dedicación con que estaba cosido, pero los objetos mágicos eran engañosos y solían parecer inofensivos. Zatch miró a Ingela y se rascó la barbilla- Nunca me han gustado las brujas, juegan demasiadas triquiñuelas. Esa fijación que tienen con las transformaciones es insoportable. -Rezongó, sin que siquiera se le pasase por la cabeza que quizás, y sólo quizás, él ya conocía a las dichosas costureras- Hmpf... Está bien.
Dócil, sólo como lo era cuando estaba con esa muchacha, se quitó esa capa verde con capucha que casi siempre tenía encima y se la dio a ella. Acto seguido tomó el traje y lo dobló para colgárselo del antebrazo. Su mirada expresaba desconfianza, y se prometió lanzarlo lejos ante el más mínimo indicio de que algo iba mal, así fuese una simple picazón. -Cúbrete con mi capa, llamarás mucho la atención en la calle. -Indicó con tosquedad, acostumbrado a tratar con dureza a la gente, pero pronto recobró la sonrisa y suavizó su tono- Pero, uhm, quiero decir que lo harás de buena manera. ¡Estás tan bonita que no quiero que nadie aparte de mí te mire!
Luego de aquello abrió la puerta, dispuesto a dejarla pasar primero para que le indicase el camino. Sin embargo, en vez de encontrar el pasillo vacío, lo primero con lo que se topó fue el posadero, que permanecía parado de brazos cruzados justo frente a él, mirándolo desde su escasa altura con el ceño fruncido y aires de superioridad evidentemente fingidos.
-¿Y tú qué demonios quieres? -Le increpó con tal agresividad que le provocó un respingo.
-Si es por ti me mancharía con cualquier cosa, querida. Además ya va tocando el baño mensual, así que no hay problema. -Bromeó, aunque el chiste no distaba tanto la realidad. Desde que la conociera procuraba estar más presentable e iba más seguido a darse un chapuzón en el río para atenuar su fuerte aroma a macho trabajador (y a perro), pero aún así eso ocurría muy pocas veces por semana. La apretó con cuidado contra su pecho, sacándose las ganas de tenerla un poco más cerca, hasta que deshizo el agarre para permitir que fuera a refrescarse.
Mientras tanto, él se situó frente al disfraz para analizarlo con la mirada, olfatearlo y tocarlo con cautela. No parecía ser más que un simple traje común y corriente, destacándose sólo por el cuidado y la dedicación con que estaba cosido, pero los objetos mágicos eran engañosos y solían parecer inofensivos. Zatch miró a Ingela y se rascó la barbilla- Nunca me han gustado las brujas, juegan demasiadas triquiñuelas. Esa fijación que tienen con las transformaciones es insoportable. -Rezongó, sin que siquiera se le pasase por la cabeza que quizás, y sólo quizás, él ya conocía a las dichosas costureras- Hmpf... Está bien.
Dócil, sólo como lo era cuando estaba con esa muchacha, se quitó esa capa verde con capucha que casi siempre tenía encima y se la dio a ella. Acto seguido tomó el traje y lo dobló para colgárselo del antebrazo. Su mirada expresaba desconfianza, y se prometió lanzarlo lejos ante el más mínimo indicio de que algo iba mal, así fuese una simple picazón. -Cúbrete con mi capa, llamarás mucho la atención en la calle. -Indicó con tosquedad, acostumbrado a tratar con dureza a la gente, pero pronto recobró la sonrisa y suavizó su tono- Pero, uhm, quiero decir que lo harás de buena manera. ¡Estás tan bonita que no quiero que nadie aparte de mí te mire!
Luego de aquello abrió la puerta, dispuesto a dejarla pasar primero para que le indicase el camino. Sin embargo, en vez de encontrar el pasillo vacío, lo primero con lo que se topó fue el posadero, que permanecía parado de brazos cruzados justo frente a él, mirándolo desde su escasa altura con el ceño fruncido y aires de superioridad evidentemente fingidos.
-¿Y tú qué demonios quieres? -Le increpó con tal agresividad que le provocó un respingo.
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Ingela se puso la capa que le pasó Zatch y se cubrió la cabeza -Creo que debería vestirme pero no... no aguantaría estar más cubierta- dijo resoplando. Pero como era precavida, en un bolso pequeño guardó una camisa, un pantalón y un par de sandalias, pensando en que al caérsele las plumas y recuperar su cuerpo normal, necesitaría ropa. Ahora estaba cubierta con plumas, todo su cuerpo, no se sentía desnuda, todo al contrario.
La capa tenía todo el olor a Zatch. Para ella, era un aroma similar al del bosque; tierra húmeda, madera, hojas, un poco a cardamomo y cedrón. Extrañamente, aquel aroma salvaje excitaba a la joven dragona, por lo que cuando se echó la capucha encima de la cabeza, se sintió embriagada y con unas enormes ganas de quedarse en esa habitación junto al zorro pero... no, con ese cuerpo no.
Zatch abrió la puerta y el posadero estaba allí, con el ceño fruncido. Tenía los brazos cruzados y uno de sus pies golpeteaba el piso. -El señor Bär- dijo Ingela a Zatch en voz baja, tapandoo su cara con la capucha y escondiéndose detrás del zorro. Era curioso, el apellido del posadero era Bär, que significa oso, pero de oso, él solo tenía la decoración de la posada. -¿Señorita Ingela?- llamó el pequeño hombre mirando dentro de la habitación. La joven dragona quedó muda, aterrada de pensar que la vieran así. Ante la nula respuesta, el posadero miró a Zatch -¿Qué has hecho con la señorita Ingela, bestia?- le increpó mientras que tras él, aparecieron dos hombres jóvenes, enormes, corpulentos y con caras de pocos amigos. Detrás del zorro, Ingela abría los ojos de par en par y se aferraba a él con fuerza
La capa tenía todo el olor a Zatch. Para ella, era un aroma similar al del bosque; tierra húmeda, madera, hojas, un poco a cardamomo y cedrón. Extrañamente, aquel aroma salvaje excitaba a la joven dragona, por lo que cuando se echó la capucha encima de la cabeza, se sintió embriagada y con unas enormes ganas de quedarse en esa habitación junto al zorro pero... no, con ese cuerpo no.
Zatch abrió la puerta y el posadero estaba allí, con el ceño fruncido. Tenía los brazos cruzados y uno de sus pies golpeteaba el piso. -El señor Bär- dijo Ingela a Zatch en voz baja, tapandoo su cara con la capucha y escondiéndose detrás del zorro. Era curioso, el apellido del posadero era Bär, que significa oso, pero de oso, él solo tenía la decoración de la posada. -¿Señorita Ingela?- llamó el pequeño hombre mirando dentro de la habitación. La joven dragona quedó muda, aterrada de pensar que la vieran así. Ante la nula respuesta, el posadero miró a Zatch -¿Qué has hecho con la señorita Ingela, bestia?- le increpó mientras que tras él, aparecieron dos hombres jóvenes, enormes, corpulentos y con caras de pocos amigos. Detrás del zorro, Ingela abría los ojos de par en par y se aferraba a él con fuerza
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
El “Señor Bär” y seguidamente dos nuevos hombretones parecían excesivamente preocupados por el paradero de la dragona o, más probablemente, por los estropicios que el zorro pudiera ocasionar en la posada. Pensó en sugerirles amablemente que se calmasen, pero la ceñuda mirada de los 'guardaespaldas' no parecía muy receptiva a las bromas sarcásticas.
Al no oir respuesta por parte de Ingela, Zatch entendió que no deseaba exponerse frente a los ojos de nadie que no fuera él. Se sintió halagado por la confianza que ello suponía, pero al mismo tiempo eso los dejaba en un dilema. ¿Qué hacer con el trío de entrometidos? Oh, algo se le ocurriría. Esbozando una sonrisa mordaz, dio un paso atrás empujando con suavidad a la muchacha y alzó las manos, con las palmas apuntando hacia arriba, en gesto amistoso.
-Lo siento, señores. La señorita Ingela se encuentra actualmente... indispuesta, digamos. Si quieren pueden dejarme un mensaje y yo-
-¿¡Qué demonios has hecho, zorro!? -Bramó uno de los hombres jóvenes al tiempo en que los tres avanzaban hacia adelante, adentrándose en la habitación con, evidentemente, pocos ánimos para dialogar.
Los suspicaces ojos del zorro vieron la oportunidad perfecta en ese preciso instante. Ellos le ganaban con creces en cuanto a fuerza, pero su flacucho cuerpo le permitía vencer en agilidad. Cuando los dos tipos corpulentos se le estaban abalanzando encima, Zatch se apartó, empujando a Ingela consigo, y se escabulló como un rayo hacia la salida. Los hombres apenas estaban volteándose luego de haber golpeado al aire cuando el zorro arrancó el oxidado picaporte del lado interior con un rodillazo y cerró la puerta, dejando a los metiches encerrados. Sólo podrían salir cuando alguien abriese desde afuera. O si saltaban por la ventana, claro.
-¡Vamos, rápido! -Instó a su compañera, tomándola de la mano y arrastrándola hacia la salida del hostal- Tu amiga va a llevarse una buena sorpresa cuando llegue, ¿no crees? -Rió con estrépito, dejando escapar esa pizca de malicia exaltada por la adrenalina. Zatch era un amante de las salidas dramáticas.
Tras llegar a la concurrida calle y recorrer unos cuantos metros, detuvo la carrera para constatar el estado de la muchacha y, luego, permitir que marcase el rumbo hacia la guarida de las brujas.
Al no oir respuesta por parte de Ingela, Zatch entendió que no deseaba exponerse frente a los ojos de nadie que no fuera él. Se sintió halagado por la confianza que ello suponía, pero al mismo tiempo eso los dejaba en un dilema. ¿Qué hacer con el trío de entrometidos? Oh, algo se le ocurriría. Esbozando una sonrisa mordaz, dio un paso atrás empujando con suavidad a la muchacha y alzó las manos, con las palmas apuntando hacia arriba, en gesto amistoso.
-Lo siento, señores. La señorita Ingela se encuentra actualmente... indispuesta, digamos. Si quieren pueden dejarme un mensaje y yo-
-¿¡Qué demonios has hecho, zorro!? -Bramó uno de los hombres jóvenes al tiempo en que los tres avanzaban hacia adelante, adentrándose en la habitación con, evidentemente, pocos ánimos para dialogar.
Los suspicaces ojos del zorro vieron la oportunidad perfecta en ese preciso instante. Ellos le ganaban con creces en cuanto a fuerza, pero su flacucho cuerpo le permitía vencer en agilidad. Cuando los dos tipos corpulentos se le estaban abalanzando encima, Zatch se apartó, empujando a Ingela consigo, y se escabulló como un rayo hacia la salida. Los hombres apenas estaban volteándose luego de haber golpeado al aire cuando el zorro arrancó el oxidado picaporte del lado interior con un rodillazo y cerró la puerta, dejando a los metiches encerrados. Sólo podrían salir cuando alguien abriese desde afuera. O si saltaban por la ventana, claro.
-¡Vamos, rápido! -Instó a su compañera, tomándola de la mano y arrastrándola hacia la salida del hostal- Tu amiga va a llevarse una buena sorpresa cuando llegue, ¿no crees? -Rió con estrépito, dejando escapar esa pizca de malicia exaltada por la adrenalina. Zatch era un amante de las salidas dramáticas.
Tras llegar a la concurrida calle y recorrer unos cuantos metros, detuvo la carrera para constatar el estado de la muchacha y, luego, permitir que marcase el rumbo hacia la guarida de las brujas.
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
La reacción de Zatch fue dramática, inesperada y fantástica. Para cuando el Señor Bär y sus hijos se dieran cuenta de lo ocurrido, ellos ya estarían a suficientes metros de distancia como para que no los siguieran. -Sí, ¡fahliil va a llevarse el mayor de los sustos!- dijo mientras intentaba seguirle el paso a Zatch. Con esas piernas chuecas, le costaba dar un paso, correr era toda una hazaña. Se bamboleaba de un lado al otro y trastabillaba, tropezándose con sus propios pies.
Zatch frenó, pero ella no pudo y siguió de largo, cayendo de bruces encima de él, tirándolos a ambos al piso. La capa se le dio vuelta y su plumífero cuerpo quedó a la vista de todos los transeúntes. -Por los siete... por los siete...- se lamentaba Ingela mientras rodaba por el suelo, intentando incorporarse. Parecía una tortuga patas arriba, batiendo las patas en el aire. Todo era tan vergonzoso para la chica, que sentía unas ganas enormes de llorar.
Pero no lo hizo. Quedó tendida en el suelo ante la mirada curiosa de la gente, con los ojos fijos en el cielo. -¿Cómo llegaremos con las brujas costureras si ni siquiera puedo caminar bien?- preguntó al aire, suspirando. Se quedó allí un rato, mirando al cielo, resignada a su suerte. Se volteó y miró a Zatch con los ojos vidriosos -Me quedaré así, como un pato desfigurado.- dijo -Moriré como este pájaro horroroso... me querrán cazar y faenar para la cena de la noche de año viejo... sí...- dijo en tono dramático.
Apartó la vista del hermoso rostro del zorro y se dedicó a admirar su peludo cuerpo que le gustaba tanto. Él seguramente la miraba atónito y pensaría que ella estaba loca. Pero vamos, había amanecido con las patas torcidas y el cuerpo lleno de plumas. ¿Qué acaso esperaba que la chica actuara cuerdamente?
Zatch frenó, pero ella no pudo y siguió de largo, cayendo de bruces encima de él, tirándolos a ambos al piso. La capa se le dio vuelta y su plumífero cuerpo quedó a la vista de todos los transeúntes. -Por los siete... por los siete...- se lamentaba Ingela mientras rodaba por el suelo, intentando incorporarse. Parecía una tortuga patas arriba, batiendo las patas en el aire. Todo era tan vergonzoso para la chica, que sentía unas ganas enormes de llorar.
Pero no lo hizo. Quedó tendida en el suelo ante la mirada curiosa de la gente, con los ojos fijos en el cielo. -¿Cómo llegaremos con las brujas costureras si ni siquiera puedo caminar bien?- preguntó al aire, suspirando. Se quedó allí un rato, mirando al cielo, resignada a su suerte. Se volteó y miró a Zatch con los ojos vidriosos -Me quedaré así, como un pato desfigurado.- dijo -Moriré como este pájaro horroroso... me querrán cazar y faenar para la cena de la noche de año viejo... sí...- dijo en tono dramático.
Apartó la vista del hermoso rostro del zorro y se dedicó a admirar su peludo cuerpo que le gustaba tanto. Él seguramente la miraba atónito y pensaría que ella estaba loca. Pero vamos, había amanecido con las patas torcidas y el cuerpo lleno de plumas. ¿Qué acaso esperaba que la chica actuara cuerdamente?
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Quizás él iba con demasiado entusiasmo (ver a Ingela siempre lo energizaba en exceso) o tal vez la pobre chica estuviese peor de lo que él pensaba. La cuestión fue que, cuando se dio cuenta, estaban ambos desparramados en el suelo. -Nunca habría imaginado que la primera vez en tenerla encima sería así... -Pensó, oscilando entre la gracia y la amargura. Debido a que estaba acostumbrado a los golpazos y las caídas, no tardó en levantarse sin mucho aspaviento para, entonces, poder darle una mano a ella. Sin embargo, enardecido bajo las impertinentes miradas de los curiosos, primero se giró hacia la gente con el ceño fruncido y los labios retraídos, de manera que toda la fila de colmillos superiores quedase bien expuesta.
-¡Qué miran, idiotas! ¿¡Acaso nunca vieron a una mujer pavo!? ¡Métanse en sus propios asuntos! -Les ladró agitando los puños en alto, haciendo que pronto se dispersasen entre miradas de disgusto y murmullos desconcertados. Entonces, y solo entonces, se dio la vuelta. Era remarcable la manera en que la mirada de Zatch podía mutar de la ira a la dulzura en menos de un segundo.
-¿Estás bien? -Le acomodó la capa para volver a ocultar su plumaje y la levantó tomándola por los antebrazos, o las alas, o como se llamasen esas extremidades. No pudo evitar soltar una carcajada al oír los desvaríos de la pobre muchacha. -Nadie te va a faenar, Ingela. Iremos ahora mismo a buscar la solución, no llores por algo que aún no sabes si se remediará dentro de media hora. -Era sumamente extraño oír a alguien como Zatch aconsejando tan tiernamente y preocupándose porque alguien a su lado no llorase. Quizás la dragona no era la única que estaba pasando por una transformación radical... al menos por un breve período de tiempo- Vamos a ver, así no llegaremos nunca. ¿Qué tal si te ayudo un poco?
Habiéndola levantado se acuclilló frente a ella, dándole la espalda, con los brazos puestos en una posición que le permitiría subírsele a la espalda para así poder cargarla con cierta comodidad. Pensó primero en llevarla “como princesa”, pero realmente temía rozarle demasiado las heridas y, por otro lado, de esa manera ella estaría oculta entre la capa y su espalda, lo que resultaba más conveniente.
-Ahora indícame el camino, que esas brujas morirán de viejas si seguimos a este ritmo.
-¡Qué miran, idiotas! ¿¡Acaso nunca vieron a una mujer pavo!? ¡Métanse en sus propios asuntos! -Les ladró agitando los puños en alto, haciendo que pronto se dispersasen entre miradas de disgusto y murmullos desconcertados. Entonces, y solo entonces, se dio la vuelta. Era remarcable la manera en que la mirada de Zatch podía mutar de la ira a la dulzura en menos de un segundo.
-¿Estás bien? -Le acomodó la capa para volver a ocultar su plumaje y la levantó tomándola por los antebrazos, o las alas, o como se llamasen esas extremidades. No pudo evitar soltar una carcajada al oír los desvaríos de la pobre muchacha. -Nadie te va a faenar, Ingela. Iremos ahora mismo a buscar la solución, no llores por algo que aún no sabes si se remediará dentro de media hora. -Era sumamente extraño oír a alguien como Zatch aconsejando tan tiernamente y preocupándose porque alguien a su lado no llorase. Quizás la dragona no era la única que estaba pasando por una transformación radical... al menos por un breve período de tiempo- Vamos a ver, así no llegaremos nunca. ¿Qué tal si te ayudo un poco?
Habiéndola levantado se acuclilló frente a ella, dándole la espalda, con los brazos puestos en una posición que le permitiría subírsele a la espalda para así poder cargarla con cierta comodidad. Pensó primero en llevarla “como princesa”, pero realmente temía rozarle demasiado las heridas y, por otro lado, de esa manera ella estaría oculta entre la capa y su espalda, lo que resultaba más conveniente.
-Ahora indícame el camino, que esas brujas morirán de viejas si seguimos a este ritmo.
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Ingelita resopló cuando logró incorporarse gracias a la ayuda de Zatch. Él se puso en cuclillas frente a ella para que se subiera en su espalda -Gracias- le dijo mientras torpemente se acomodaba sobre él. -Sí, no creo que avancemos rápido si voy caminando...- dijo, enganchando una pierna con el brazo ajeno -ni siquiera sé si lograríamos avanzar- terminó de decir cuando enganchó la otra y sintió que el zorro se ponía de pie y comenzaba a caminar.
La joven dragona comenzó a indicarle las calles por donde debían avanzar para llegar a la casa taller de las costureras. Por un momento olvidó la angustia de su extraña apariencia y disfrutó, realmente, el paseo en la espalda del chico. Él hacía bromas y ella reía encantada, acariciando inconscientemente su pelaje con los pulgares. Zatch era encantador y a su lado sentía que nada malo ocurriría, que cualquier problema que surgiera tendría solución.
Por fin llegaron a la casa de las brujas, la que hacía las veces de taller.
La sencilla construcción con fachada de piedra se veía pequeña, pero como todo lo que poseen los brujos, era solo una ilusión. Al entrar encontraban un enorme salón donde mujeres de todas las razas, tamaños y colores iban y venían; caminando, volando, saltando, reptando. Era una inmensa fábrica de ropa que se enviaba a todas las grandes ciudades de Aerandir, la última moda, los trajes más exquisitos, mejor elaborados, pasaban por las manos de las hermanas. En el pasado quedaron sus humildes orígenes como costureras en Beltrexus. Con los años y sus diseños mágicos, habían logrado llevar sus creaciones a los armarios de las mujeres y hombres más ricos de Aerandir. Pero ellas siempre, siempre, te ofrecían una tacita de té.
-¡Bienvenidos!- exclamó una curiosa [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] -¿Desean una taza de té?- preguntó sonriendo, pero sin poder ocultar por completo la mirada de extrañeza que le causaba el ver a la chica sobre la espalda del hombre zorro. -...no... yo no quiero...- dijo Ingela amablemente -Quisiera ver a Begonia y a Milenrama- continuó con timidez -Soy Ingela, de Dundarak. Es por un traje de pavo real que ellas hicieron para Bragiväl- finalizó, destapando su cara al echar hacia atrás la capucha, descubriendo su penacho de plumas.
La mujer ratón la abrió los ojos de par en par -E... enseguida... ¡las busco inmediatamente!- exclamó girando el cuerpo, sin dejar de mirar con asombro el rostro de la joven dragona.
Ingela apretó un poco el hombro de Zatch y comenzó a bajarse, con cuidado de no caerse. Pronto llegaron las hermanas a toda carrera, la primera en saludar fue Begonia -¡Ingelita querida!- exclamó. Milenrama se llevó las manos a la cara apenas pudo ver el aspecto de la joven dragona -¿Pero qué te ha pasado?- dijo tapándose la boca.
Ambas miraban atónitas a Ingela -Ven, vamos a nuestra oficina... tenemos que revisarte bien- dijo Begonia, a lo que asentía Milenrama enérgicamente. -Necesito de su ayuda, por favor...- dijo ella angustiada -He despertado así después de usar el disfraz que me hicieron- dijo entreabriendo la capa para permitirles un vistazo de su cuerpo cubierto de plumas. Las mujeres no daban crédito a lo que veían y presurosas tomaron a Ingela de una mano para llevarla al fondo del taller. La chica con su mano libre tomó de Zatch para quele sirviera de bastón la acompañara.
Fue entonces que ambas brujas repararon en el acompañante de la joven dragona -¿A ti te ha ocurrido lo mismo? ¿Es por algún disfraz?- preguntó Milenrama. Begonia lo miró de pies a cabeza -No, Milita, que este parece que nació así...- le dijo, sin dejar de pensar que el muchacho se le hacía conocido de alguna parte. Pero eso no importaba, era a Ingela a quien había que ayudar.
La joven dragona comenzó a indicarle las calles por donde debían avanzar para llegar a la casa taller de las costureras. Por un momento olvidó la angustia de su extraña apariencia y disfrutó, realmente, el paseo en la espalda del chico. Él hacía bromas y ella reía encantada, acariciando inconscientemente su pelaje con los pulgares. Zatch era encantador y a su lado sentía que nada malo ocurriría, que cualquier problema que surgiera tendría solución.
Por fin llegaron a la casa de las brujas, la que hacía las veces de taller.
- Taller de las Begonia y Milenrama:
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La sencilla construcción con fachada de piedra se veía pequeña, pero como todo lo que poseen los brujos, era solo una ilusión. Al entrar encontraban un enorme salón donde mujeres de todas las razas, tamaños y colores iban y venían; caminando, volando, saltando, reptando. Era una inmensa fábrica de ropa que se enviaba a todas las grandes ciudades de Aerandir, la última moda, los trajes más exquisitos, mejor elaborados, pasaban por las manos de las hermanas. En el pasado quedaron sus humildes orígenes como costureras en Beltrexus. Con los años y sus diseños mágicos, habían logrado llevar sus creaciones a los armarios de las mujeres y hombres más ricos de Aerandir. Pero ellas siempre, siempre, te ofrecían una tacita de té.
-¡Bienvenidos!- exclamó una curiosa [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] -¿Desean una taza de té?- preguntó sonriendo, pero sin poder ocultar por completo la mirada de extrañeza que le causaba el ver a la chica sobre la espalda del hombre zorro. -...no... yo no quiero...- dijo Ingela amablemente -Quisiera ver a Begonia y a Milenrama- continuó con timidez -Soy Ingela, de Dundarak. Es por un traje de pavo real que ellas hicieron para Bragiväl- finalizó, destapando su cara al echar hacia atrás la capucha, descubriendo su penacho de plumas.
La mujer ratón la abrió los ojos de par en par -E... enseguida... ¡las busco inmediatamente!- exclamó girando el cuerpo, sin dejar de mirar con asombro el rostro de la joven dragona.
Ingela apretó un poco el hombro de Zatch y comenzó a bajarse, con cuidado de no caerse. Pronto llegaron las hermanas a toda carrera, la primera en saludar fue Begonia -¡Ingelita querida!- exclamó. Milenrama se llevó las manos a la cara apenas pudo ver el aspecto de la joven dragona -¿Pero qué te ha pasado?- dijo tapándose la boca.
Ambas miraban atónitas a Ingela -Ven, vamos a nuestra oficina... tenemos que revisarte bien- dijo Begonia, a lo que asentía Milenrama enérgicamente. -Necesito de su ayuda, por favor...- dijo ella angustiada -He despertado así después de usar el disfraz que me hicieron- dijo entreabriendo la capa para permitirles un vistazo de su cuerpo cubierto de plumas. Las mujeres no daban crédito a lo que veían y presurosas tomaron a Ingela de una mano para llevarla al fondo del taller. La chica con su mano libre tomó de Zatch para que
Fue entonces que ambas brujas repararon en el acompañante de la joven dragona -¿A ti te ha ocurrido lo mismo? ¿Es por algún disfraz?- preguntó Milenrama. Begonia lo miró de pies a cabeza -No, Milita, que este parece que nació así...- le dijo, sin dejar de pensar que el muchacho se le hacía conocido de alguna parte. Pero eso no importaba, era a Ingela a quien había que ayudar.
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
El zorro siguió dócilmente las indicaciones de su querida doncella. Intentaba hacer la situación lo más amena posible, hablándole de frivolidades y haciendo bromas para ayudar a que la muchacha se relajase un poco. No obstante, a medida que iban acercándose a la guarida de las brujas, un mal presentimiento comenzaba a oscurecer los ánimos del joven. El camino se le hacía cada vez más conocido y tenía la sensación de haberlo recorrido varias veces en un futuro lejano. Para cuando se detuvieron al frente de la casa, Zatch tuvo la terrible certeza de que no era la primera vez que visitaba ese lugar.
La primera en atenderlos fue la mujer-roedor. El zorro, con las orejas agazapadas hacia atrás y el ceño fruncido en clara expresión de incomodidad, se limitó a servir de montura de Ingela sin decir palabra alguna. Ella era mil veces mejor tratando con las personas. Además, su mal presentimiento ya se había convertido en realidad. Supo con espanto que él no debía estar allí. Cuando las brujas Begonia y Milenrama hicieron acto de presencia, el zorro evitó mirarlas a los ojos; sin embargo pudo sentir cómo ambas lo escrutaban minuciosamente. Tragó en seco y lamentó haberle dado su capa a Ingela. Ahora era él quien necesitaba cubrir su rostro.
Una vez que la dragona hubo bajado de su espalda, el zorro la siguió, tirado por ella, hacia el fondo del taller junto a las dos hechiceras. Allí había un poco más espacio para caminar y, además de los trajes colgando de sus perchas y maniquíes, múltiples frascos de todos los colores y tamaños descansaban sobre estanterías y armarios. Salvo ellos dos, el resto de los clientes se mantenía en la parte delantera del negocio. Estaban prácticamente a solas con las brujas.
Zatch se mantuvo estoico y en silencio, rígido como una tabla, sin separarse del lado de Ingela. Apenas negó con la cabeza ante la inoportuna pregunta de Milenrama. No quería hablar, no quería moverse y era obvio que prefería estar en cualquier otro sitio. Tenía la garganta seca y los vellos de la nuca erizados. Por fortuna, las mujeres estaban demasiado enfrascadas en encontrar la solución al dilema de la rubia como para prestarle atención a él.
-Veamos, chiquilla, déjame echarte un vistazo. -Begonia ayudó a Ingela a desembarazarse de la capa, que Zatch tomó con presteza y, tras doblarla, la dejó colgando del antebrazo. La analítica mirada de la bruja recorrió a la dragona de pies a cabeza unas cuantas veces- Qué extraño... -rumió- ...es la primera vez que veo algo así. -Nuestros trajes son mágicos, pero no están malditos. -Aseguró Milenrama, con el orgullo casi herido por la “falla” del disfraz- No te preocupes, pequeña. Lo solucionaremos en un tris. -Añadió la otra en tono maternal, mientras tironeaba suavemente una de las largas plumas de la norteña para verla bien de cerca.
-¿Han traído el traje? -Aquí. -Habló el zorro por primera vez, mientras le pasaba el disfraz, que traía colgando del otro brazo, a una de las señoras. Craso error, pues ésta volvió a prestarle atención. Tras darle algunas indicaciones a su compañera, que se retiró a buscar algunos frascos cuyo contenido parecían sólo conocer ellas, Begonia se giró hacia Zatch para escrutarlo con su crítica mirada.
-No es la primera vez que nos vemos. -Afirmó. El joven ladrón dio un paso atrás y se encogió de hombros- ¿Ah, no? Bueno, no es una ciudad tan grande, quizás en el mercado... -Mintió, rehuyéndole la mirada. -No solemos ir al mercado. -Pues yo tamp... -¡Begonia! ¿Dónde pusimos el frasco aguamarina? -Interrumpió Milenrama, obligando a su compañera a dejar en paz al zorro para buscar la dichosa poción.
Zatch se pasó el dorso de la mano por la frente y exhaló un profuso suspiro. -Por un pelo... -Pensó, echando una mirada nerviosa a su pobre y querida dragona.
La primera en atenderlos fue la mujer-roedor. El zorro, con las orejas agazapadas hacia atrás y el ceño fruncido en clara expresión de incomodidad, se limitó a servir de montura de Ingela sin decir palabra alguna. Ella era mil veces mejor tratando con las personas. Además, su mal presentimiento ya se había convertido en realidad. Supo con espanto que él no debía estar allí. Cuando las brujas Begonia y Milenrama hicieron acto de presencia, el zorro evitó mirarlas a los ojos; sin embargo pudo sentir cómo ambas lo escrutaban minuciosamente. Tragó en seco y lamentó haberle dado su capa a Ingela. Ahora era él quien necesitaba cubrir su rostro.
Una vez que la dragona hubo bajado de su espalda, el zorro la siguió, tirado por ella, hacia el fondo del taller junto a las dos hechiceras. Allí había un poco más espacio para caminar y, además de los trajes colgando de sus perchas y maniquíes, múltiples frascos de todos los colores y tamaños descansaban sobre estanterías y armarios. Salvo ellos dos, el resto de los clientes se mantenía en la parte delantera del negocio. Estaban prácticamente a solas con las brujas.
Zatch se mantuvo estoico y en silencio, rígido como una tabla, sin separarse del lado de Ingela. Apenas negó con la cabeza ante la inoportuna pregunta de Milenrama. No quería hablar, no quería moverse y era obvio que prefería estar en cualquier otro sitio. Tenía la garganta seca y los vellos de la nuca erizados. Por fortuna, las mujeres estaban demasiado enfrascadas en encontrar la solución al dilema de la rubia como para prestarle atención a él.
-Veamos, chiquilla, déjame echarte un vistazo. -Begonia ayudó a Ingela a desembarazarse de la capa, que Zatch tomó con presteza y, tras doblarla, la dejó colgando del antebrazo. La analítica mirada de la bruja recorrió a la dragona de pies a cabeza unas cuantas veces- Qué extraño... -rumió- ...es la primera vez que veo algo así. -Nuestros trajes son mágicos, pero no están malditos. -Aseguró Milenrama, con el orgullo casi herido por la “falla” del disfraz- No te preocupes, pequeña. Lo solucionaremos en un tris. -Añadió la otra en tono maternal, mientras tironeaba suavemente una de las largas plumas de la norteña para verla bien de cerca.
-¿Han traído el traje? -Aquí. -Habló el zorro por primera vez, mientras le pasaba el disfraz, que traía colgando del otro brazo, a una de las señoras. Craso error, pues ésta volvió a prestarle atención. Tras darle algunas indicaciones a su compañera, que se retiró a buscar algunos frascos cuyo contenido parecían sólo conocer ellas, Begonia se giró hacia Zatch para escrutarlo con su crítica mirada.
-No es la primera vez que nos vemos. -Afirmó. El joven ladrón dio un paso atrás y se encogió de hombros- ¿Ah, no? Bueno, no es una ciudad tan grande, quizás en el mercado... -Mintió, rehuyéndole la mirada. -No solemos ir al mercado. -Pues yo tamp... -¡Begonia! ¿Dónde pusimos el frasco aguamarina? -Interrumpió Milenrama, obligando a su compañera a dejar en paz al zorro para buscar la dichosa poción.
Zatch se pasó el dorso de la mano por la frente y exhaló un profuso suspiro. -Por un pelo... -Pensó, echando una mirada nerviosa a su pobre y querida dragona.
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Ingela miró a Zatch buscando sus vivaces ojitos de brillo encegecedor y encontró que tenía el rabo ligeramente entre las patas. Muy útil le resultaba esa parte del cuerpo del chico a Ingela para entender realmente lo que sentía sin tener que preguntarle. Y las orejas, siempre podía ver sus orejas para deducir sus pensamientos. Estaban gachas. Zatch no estaba cómodo. Le tomó la mano y se acercó a él para hablarle en voz baja -¿Está todo bien? Te noto incómodo...- dijo en un susurro mientras Milenrama preparaba una pócima y Begonia revisaba el traje. Ella lo miraba y los ojos se le iban, todo se ponía en cámara lenta y al chico zorro lo iluminaba un halo celestial. Hombre, hasta cantaba un corito celestial.
-¡Pero si este traje está bien! Más que bien, ¡perfecto!- exclamó Begonia alzando la blusita del traje a contraluz. Luego lo estiró sobre una mesa y haciendo oscilar un péndulo de cristal transparente sobre este, dijo -No tiene ninguna alteración mágica, no hay rastros de maleficios ni maldiciones... nada diferente a lo que nosotras hicimos- dijo poniendo los brazos en jarra.-El traje no fue- afirmó dando un taconazo al piso, mirando con ofuscación a su hermana. -Y entonces ¿qué fue? Begonia Thornclaw, mira a la chica, es una versión humanoide de un pavo real y dime, ¿de qué es el disfraz?- dijo contrariada Milenrama -¡De pavo real! ¡Pero el traje no fue!- volvió a decir Begonia tirándose el pelo.
Comenzó una discusión entre las hermanas, en que se echaban en cara los errores pasados de la una y la otra. Bueno, solo Begonia se puso a enumerar la retahíla de errores de su hermana, como el tocado que le hicieron a la hermana del General de la Guardia de Lunargenta que la dejó cacareando una semana, o el abrigo que se le pegó a la esposa del Lord de no-se-donde y no se le pudo despegar hasta que hicieron un ritual que duró un mes. Milenrama había volteado los ojos y se dedicó a buscar frasquitos para hacer una pócima que volviera a Ingela a su forma original.
-Tranquila, nena, solucionaremos esto- le dijo en un tono cómplice, guiñando un ojo, mientras atrás se escuchaba la voz de Begonia contando los casos de trajes y vestidos que habían tenido efectos indeseados como quien reza un rosario.
Tras tener todos los frasquitos juntos en la mesa, Milenrama comenzó la preparación. Unas gotitas de esto, una pizca de aquello, un poquito de lo otro, una cucharadita de miel para el sabor... Ingela miraba horrorizada el montón de cosas que Milenrama mezclaba. -¿Y todo eso me lo voy a tener que tomar?- preguntó la joven dragona. -Pues sí, si quieres volver a ser tú misma. A menos que quieras seguir luciendo así- dijo la bruja con sorna.
Milenrama terminó. Mostrando orgullosa su creación -¡Listo! Adelante preciosa, bebe esto y te sentirás tú misma- le dijo ofreciendo el cuenco con aquel líquido verde tornasol que burbujeaba -...gr...gracias...- balbuceó la chica tomándolo con ambas manos. Lo miró con un poco de desconfianza, mostrándolo a Zatch para que lo olfateara... y se lo tomó de un solo tirón. Amargo, terriblemente amargo, le dejó la sensación de haberse metido una borla de algodón en la boca (sí, ya antes lo había hecho). Comenzó a sentirse un poco mareada y con arcadas.
-¿Ves? Esa pócima no debe tener ese efecto. Eres un fracaso, Milenrama Thornclaw, ¡un fracaso monumental!- exclamó Begonia elevando los brazos al cielo. Y eso fue la gota que rebalsó el vaso.
-¡Pues yo estoy haciendo algo! ¡No me puse a contar las veces que tú te has equivocado y metido las patas! ¡Las veces que por tu culpa hemos perdido clientes, dinero y personal valioso! ¿O acaso vas a negar que fuiste tú la que dejó todo nuestro taller a merced de ese ladronzuelo que se llevó todas las piedras preciosas del vestido de la Baronesa?- exclamó furiosa Milenrama, echándose encima de su hermana.
Begonia quedó muda, atónita miraba a su hermana, herida en lo más profundo de su ser por el comentario de Milenrama -...jamás lo vas a olvidar...- dijo Begonia a punto de llorar.
Ambas quedaron en silencio mientras Ingela se apoyaba en Zatch para mantenerse en pie. Las hermanas miraron al suelo y luego a la chica y luego... a Zatch.
-¡Pero si este traje está bien! Más que bien, ¡perfecto!- exclamó Begonia alzando la blusita del traje a contraluz. Luego lo estiró sobre una mesa y haciendo oscilar un péndulo de cristal transparente sobre este, dijo -No tiene ninguna alteración mágica, no hay rastros de maleficios ni maldiciones... nada diferente a lo que nosotras hicimos- dijo poniendo los brazos en jarra.-El traje no fue- afirmó dando un taconazo al piso, mirando con ofuscación a su hermana. -Y entonces ¿qué fue? Begonia Thornclaw, mira a la chica, es una versión humanoide de un pavo real y dime, ¿de qué es el disfraz?- dijo contrariada Milenrama -¡De pavo real! ¡Pero el traje no fue!- volvió a decir Begonia tirándose el pelo.
Comenzó una discusión entre las hermanas, en que se echaban en cara los errores pasados de la una y la otra. Bueno, solo Begonia se puso a enumerar la retahíla de errores de su hermana, como el tocado que le hicieron a la hermana del General de la Guardia de Lunargenta que la dejó cacareando una semana, o el abrigo que se le pegó a la esposa del Lord de no-se-donde y no se le pudo despegar hasta que hicieron un ritual que duró un mes. Milenrama había volteado los ojos y se dedicó a buscar frasquitos para hacer una pócima que volviera a Ingela a su forma original.
-Tranquila, nena, solucionaremos esto- le dijo en un tono cómplice, guiñando un ojo, mientras atrás se escuchaba la voz de Begonia contando los casos de trajes y vestidos que habían tenido efectos indeseados como quien reza un rosario.
Tras tener todos los frasquitos juntos en la mesa, Milenrama comenzó la preparación. Unas gotitas de esto, una pizca de aquello, un poquito de lo otro, una cucharadita de miel para el sabor... Ingela miraba horrorizada el montón de cosas que Milenrama mezclaba. -¿Y todo eso me lo voy a tener que tomar?- preguntó la joven dragona. -Pues sí, si quieres volver a ser tú misma. A menos que quieras seguir luciendo así- dijo la bruja con sorna.
Milenrama terminó. Mostrando orgullosa su creación -¡Listo! Adelante preciosa, bebe esto y te sentirás tú misma- le dijo ofreciendo el cuenco con aquel líquido verde tornasol que burbujeaba -...gr...gracias...- balbuceó la chica tomándolo con ambas manos. Lo miró con un poco de desconfianza, mostrándolo a Zatch para que lo olfateara... y se lo tomó de un solo tirón. Amargo, terriblemente amargo, le dejó la sensación de haberse metido una borla de algodón en la boca (sí, ya antes lo había hecho). Comenzó a sentirse un poco mareada y con arcadas.
-¿Ves? Esa pócima no debe tener ese efecto. Eres un fracaso, Milenrama Thornclaw, ¡un fracaso monumental!- exclamó Begonia elevando los brazos al cielo. Y eso fue la gota que rebalsó el vaso.
-¡Pues yo estoy haciendo algo! ¡No me puse a contar las veces que tú te has equivocado y metido las patas! ¡Las veces que por tu culpa hemos perdido clientes, dinero y personal valioso! ¿O acaso vas a negar que fuiste tú la que dejó todo nuestro taller a merced de ese ladronzuelo que se llevó todas las piedras preciosas del vestido de la Baronesa?- exclamó furiosa Milenrama, echándose encima de su hermana.
Begonia quedó muda, atónita miraba a su hermana, herida en lo más profundo de su ser por el comentario de Milenrama -...jamás lo vas a olvidar...- dijo Begonia a punto de llorar.
Ambas quedaron en silencio mientras Ingela se apoyaba en Zatch para mantenerse en pie. Las hermanas miraron al suelo y luego a la chica y luego... a Zatch.
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
-Mejor que nunca. -Le respondió el zorro a la dragona con tono hastiado, evitando mirarla directamente a los ojos. Si algo odiaba Zatch era mostrar debilidad frente a su compañera, aunque sus intentos de mantenerse valeroso se tradujesen en rudeza y mal humor de los cuales no era consciente. El cerebro del joven ladrón no podía dividirse entre ser romántico o ser un cretino al mismo tiempo; o era una cosa, o era la otra. Por suerte para él, o por desgracia para ella, el enamoramiento de la rubia producía tal brillo cegador en sus lindos ojos color cielo, que difícilmente podría ser consciente, por ahora, de la ineptitud de su amado.
El muchacho suspiró hondamente y se llevó una mano al rostro, pasándosela desde el hocico hasta la nuca, al oír la perorata en que Bergonia enumeraba todos los accidentes que habían tenido con sus trajes atípicos. -La próxima vez deberías revisar los antecedentes del sitio donde compras tus cosas mágicas. -Regañó a la dragona en voz baja. Por eso él intentaba no acercarse demasiado a los brujos. Sus cortos años de experiencia (y metidas de pata) ya le habían bastado para entender que era muy difícil librarse de las triquiñuelas de los hechiceros.
Bajo la mirada compungida de Ingela y los ojos escépticos de Zatch, Milenrama terminó la pócima para entregársela a la primera. El zorro, cual atemorizado catador de venenos, apenas olisqueó el vaho que manaba del pequeño frasco. -¡Puaj! -Gimió, llevándose ambas manos a la nariz. El aroma era una fétida mezcla entre sudor de Upelero y sus propias patas luego de una semana de caminata; era comprensible que la jovencita hiciese arcadas. Arcadas que, aparentemente, no eran parte de lo que se suponía debiera ocurrir. Pronto se desató una nueva pelea entre las brujas. Los ojos ambarinos de la bestia se paseaban de una en otra. Acusación por aquí, acusación por allá... y la evocación de un recuerdo que Zatch llevaba incrustado entre ceja y ceja desde el instante en que puso una pata en ese maldito lugar. De pronto, silencio. Un silencio en que tres pares de ojos terminaron por posarse sobre el peludo muchacho. Tragó en seco, se rascó la barbilla con la garra del dedo índice y, presa de los nervios, no pudo evitar exhalar una risita nerviosa.
-...Bueeeeeeno -Su ronca voz rompió el mutismo mientras, con sumo disimulo, preparaba las piernas para la huida- parece que llegamos en mal momento. Qué tal si regresamos... no sé... ¿mañana? -echó una mirada a Ingela, la mirada más cargada de urgencia que pudo haberle dedicado jamás- Seguramente las señoras necesitan tranquilidad para pensar en la solución, mientras tan...
-Jamás lo voy a olvidar... -Repitió Bergonia con los ojos clavados en Zatch- Oh, claro que no, ¡jamás olvidaría el rostro de ese zorro farsante! ¡Ese truhán! ¡Ahora te recuerdo, embustero! ¡Por Odín que nos volveríamos a ver! -La mujer pasó de hablar en tono maternal a blasfemar como la más iracunda de los demonios. Eso bastó para que el zorro se dispusiese a correr, halando a Ingela consigo- ¡Hora de irnos! -Apartando maniquíes, clientes y mesitas repletas de frascos, se abrió paso en una desesperada carrera por llegar a la puerta de salida.
-¡La puerta! ¡Cierren la puerta! -Rugió Milenrama- ¡Este de aquí no se va!
Le faltaba una brazada para llegar a agarrar el picaporte. Para su infortunio, la mujer-roedor estaba más cerca y, temblorosa pero estoica, se interpuso entre ellos y la salida con un candelabro de hierro bien apresado entre sus pequeñas manos a modo de penosa arma. -¡Apártate! -Bramó el zorro pero, aunque la empleada se encogió y soltó un gemidito temeroso, no se apartó. Alrededor de ellos, los clientes habían formado un medio círculo para ver lo que ocurría. Todos exhalaron una exclamación cuando el zorro echó mano a su daga para amenazar con ésta a la ratona.
-¡Te dije que...!
-¡Alto, zorro rastrero! ¡Si te atreves a mover un músculo, bien puedes resignarte a que la chica se quede así para siempre!
Zatch se congeló con las palabras a medio salirle de la garganta. Observó a Ingela por el rabillo del ojo. Sabía que si se quedaba allí, probablemente terminarían, cuanto menos, denunciándolo a la guardia. Y sabía que, si se iba, sería como dejar a la dragona a su suerte. Tragó en seco y maldijo en voz baja antes de devolver la daga a su vaina. El amor, sin duda, embrutece el buen jucio aún en las situaciones más apremiantes.
-Es la última vez que me involucro con las malditas brujas. -Gruñó.
El muchacho suspiró hondamente y se llevó una mano al rostro, pasándosela desde el hocico hasta la nuca, al oír la perorata en que Bergonia enumeraba todos los accidentes que habían tenido con sus trajes atípicos. -La próxima vez deberías revisar los antecedentes del sitio donde compras tus cosas mágicas. -Regañó a la dragona en voz baja. Por eso él intentaba no acercarse demasiado a los brujos. Sus cortos años de experiencia (y metidas de pata) ya le habían bastado para entender que era muy difícil librarse de las triquiñuelas de los hechiceros.
Bajo la mirada compungida de Ingela y los ojos escépticos de Zatch, Milenrama terminó la pócima para entregársela a la primera. El zorro, cual atemorizado catador de venenos, apenas olisqueó el vaho que manaba del pequeño frasco. -¡Puaj! -Gimió, llevándose ambas manos a la nariz. El aroma era una fétida mezcla entre sudor de Upelero y sus propias patas luego de una semana de caminata; era comprensible que la jovencita hiciese arcadas. Arcadas que, aparentemente, no eran parte de lo que se suponía debiera ocurrir. Pronto se desató una nueva pelea entre las brujas. Los ojos ambarinos de la bestia se paseaban de una en otra. Acusación por aquí, acusación por allá... y la evocación de un recuerdo que Zatch llevaba incrustado entre ceja y ceja desde el instante en que puso una pata en ese maldito lugar. De pronto, silencio. Un silencio en que tres pares de ojos terminaron por posarse sobre el peludo muchacho. Tragó en seco, se rascó la barbilla con la garra del dedo índice y, presa de los nervios, no pudo evitar exhalar una risita nerviosa.
-...Bueeeeeeno -Su ronca voz rompió el mutismo mientras, con sumo disimulo, preparaba las piernas para la huida- parece que llegamos en mal momento. Qué tal si regresamos... no sé... ¿mañana? -echó una mirada a Ingela, la mirada más cargada de urgencia que pudo haberle dedicado jamás- Seguramente las señoras necesitan tranquilidad para pensar en la solución, mientras tan...
-Jamás lo voy a olvidar... -Repitió Bergonia con los ojos clavados en Zatch- Oh, claro que no, ¡jamás olvidaría el rostro de ese zorro farsante! ¡Ese truhán! ¡Ahora te recuerdo, embustero! ¡Por Odín que nos volveríamos a ver! -La mujer pasó de hablar en tono maternal a blasfemar como la más iracunda de los demonios. Eso bastó para que el zorro se dispusiese a correr, halando a Ingela consigo- ¡Hora de irnos! -Apartando maniquíes, clientes y mesitas repletas de frascos, se abrió paso en una desesperada carrera por llegar a la puerta de salida.
-¡La puerta! ¡Cierren la puerta! -Rugió Milenrama- ¡Este de aquí no se va!
Le faltaba una brazada para llegar a agarrar el picaporte. Para su infortunio, la mujer-roedor estaba más cerca y, temblorosa pero estoica, se interpuso entre ellos y la salida con un candelabro de hierro bien apresado entre sus pequeñas manos a modo de penosa arma. -¡Apártate! -Bramó el zorro pero, aunque la empleada se encogió y soltó un gemidito temeroso, no se apartó. Alrededor de ellos, los clientes habían formado un medio círculo para ver lo que ocurría. Todos exhalaron una exclamación cuando el zorro echó mano a su daga para amenazar con ésta a la ratona.
-¡Te dije que...!
-¡Alto, zorro rastrero! ¡Si te atreves a mover un músculo, bien puedes resignarte a que la chica se quede así para siempre!
Zatch se congeló con las palabras a medio salirle de la garganta. Observó a Ingela por el rabillo del ojo. Sabía que si se quedaba allí, probablemente terminarían, cuanto menos, denunciándolo a la guardia. Y sabía que, si se iba, sería como dejar a la dragona a su suerte. Tragó en seco y maldijo en voz baja antes de devolver la daga a su vaina. El amor, sin duda, embrutece el buen jucio aún en las situaciones más apremiantes.
-Es la última vez que me involucro con las malditas brujas. -Gruñó.
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Adie, cibernético mensajero y muchas otras funciones, caminaba a grandes zancadas con una amplia y siniestra mueca con la que intentaba, sin éxito alguno, hacer algo parecido a lo que los hombres de carne llamaban sonreír. Entre las funciones del mensajero no se encontraba la de reír, y era una auténtica lástima pues no había mejor ocasión para sonreír que ésta. El mensaje que hoy debía entregar se lo había dado, ni más ni menos, que el mismísimo Dios Bragi.
La manera en el que le dio el mensaje fue de lo más peculiar.
El día parecía empezar como el resto de los días que Adie había conocido como mensajero. Metía la mano en el zurrón, sacaba una carta, la leía y se dirigía a la dirección donde ésta le mandaba. Una vez entregaba la carta, el destinatario lo premiaba con las esferas aplanadas que los hombres de carne llamaban monedas. A Adie no le interesaba el valor de las monedas, solo quería su sabor. Se metió las monedas en la boca y usó sus funciones de masticar y dirigir. ¡De vuelta a empezar! Otra carta, otro destinatario y más esferas aplanadas. Las funciones de mensajería eran muy monótonas, aburridas para cualquier otra persona que no tuviera la vaga conciencia de un cibernético.
Aburrirse no estaba entre las funciones del mensajero, por lo que podía seguir repartiendo cartas a tutiplén siempre con esa mueca siniestra que distaba de ser una sonrisa. Pese a ello, Adie agradecía las sorpresas. Entre las funciones de Adie estaban las de sorprenderse y emocionarse con las sorpresas. Ambas funciones se activaron en cuanto se dio cuenta que el pato que se quedó mirándolo fijamente era el Dios Bragi disfrazado.
Adie acababa de entregar la novena carta del día a una humilde granja a las afueras de Lunargenta. Cuando el destinatario de la novena carta le entregó las esferas aplanadas, el cibernético se sentó en un gran tocón y se comió las monedas una a una. Los animales de la granja corrían libremente entre la puerta de la casa y la del establo. Entre medias quedaba el tocón y Adie sentado en él. Una pata con sus patitos pasaron por delante del cibernético. Adie los contó. Primero la pata blanca, luego diecisiete patitos amarillos que le seguían y por último el Dios Bragi disfrazado de patito multicolor.
Tanto el Dios como el mensajero se quedaron mirándose fijamente. El patito multicolor cambiaba de color continuamente. Era como ver a través de uno de esos ventanales sicodélicos de las catedrales, hasta que el sol no estuviera en una posición correcta, no podría ver qué imagen del ventanal; solo vería luces de colores sin forma ni tamaño. El Dios Bragi dijo “quack” y Adie respondió imitando el sonido. Entonces, la imagen del ventanal se formó por completo. No era un patito sino un pavo real. Fue entonces cuando el Dios Bragi le entregó un mensaje para que el mensajero entregase a una ilusa dragona que le había engañar al Dios.
Tardó trece minutos en llegar a la casa donde se escondía la chica que Bragi le habló. Era inconfundible, destacaba en el centro del pequeño grupo que se había formado como un pavo destaca en una fila de patitos (a Adie no se le ocurrió una comparación mejor). No hubo necesidad de activar las funciones de reconocimiento facial para haber de encontrarla. Llegaba en mal momento. Las brujas acusaban y señalaban al hombre zorro por unos crímenes que el mensajero no entendía, tampoco le importaba. El mensaje del Dios Bragi era más importante. Adie se irguió frente la muchacha y habló sin ocultar la emoción que sentía por estar hablando con la voz de Dios (funciones de sorprenderse y emocionarse por una sorpresa).
-Ingela Feuersteinherzdottir, dragona, 30 años, originaria de Dundarak. El Dios Bragi me hecho venir para que le entregue un mensaje. Debe estar contenta, es la primera carta que Bragi envía a un mortal. ¿No está emocionada? Yo lo estaría en su lugar-.
Se aclaró la voz a la vez que desplegaba un pergamino escrito en letras viejunas, prácticamente, eran runas. La voz que se escuchó después era una perfecta imitación de la voz que tendría que tener el Dios Bragi por parte del mensajero (función de imitar).
-Nadie, hasta ahora, había sido tan osado para querer engañarme. Me estaba divirtiendo mucho viéndote caer como un pato y bailar como un bonita pavita; tú amigo también se lo estaba pasando muy bien. Tu amigo me divierte, es un truhan y un señor. ¡Igual que yo! Deberíais haber escuchado las carcajadas que me han producido vuestras desventuras, se escuchaban como truenos por todo el Valhalla. Desde el primer día, fuiste mí preferida, la más bonita y la más graciosa, ahora… ¡ME HAS TRAICIONADO! Has despreciado mi regalo y me has traicionado. La traición a los Dioses se paga cara. ¡Traición! Ahora sí que me voy a divertir contigo. Siempre me divertiré y no podrás hacer nada para impedir que me ría de ti. ¡Todos se van a reír de ti!-.
A medida que Adie leía el pergamino, Ingela se iba transformando en dragón. Las brujas, tan rápidas como pudieron, empujaron a Ingela hasta fuera del edificio. La dragona se estaba transformando. Si lo hacía en el interior de la tienda de costura, las señoras ya podían decir adiós a su casa y a su negocio.
Fuera, las brujas se miraron las manos, estaban recubiertas de plumas. Pero no por las que le había dejado la mujer-pavo; éstas eran más grandes. Eran las plumas de un dragón-pavo real.
-No sabemos qué ha pasado,- dijo una de las brujas señalando al hombre zorro - pero de una manera o de otra, estoy segura que tú has tenido la culpa. La inocente Ingelita jamás se atrevería a deshonrar a un Dios. Tú le has mal-influenciado para que lo haga-.
Adie, que seguía sin entender que estaba pasando y por qué las brujas activaban sus funciones de odio hacia el hombre-zorro, alargó el brazo y abrió la mano esperando las relucientes esferas aplanadas que le daban como premio para repartir las cartas.
Ingela: Has sido muy valiente al desagradecer el regalo del Dios.Bragi, rencoroso y guasón, ha contestado a tu deshonra y te ha maldecido llevando el "regalo" a tu forma dragona. No podrás volver a tu forma humana hasta nuevo aviso. Debe de ser un incordio moverte como un pavo, pero con el tamaño de un dragón. A partir de este momento, me uno a vuestro rol. (Soy mala).
Zatch: Ingela ahora no puede hablar, esta en su forma dragón, no cuentes con su fina labia para que te salve del lío que tienes con la brujas. Por otra parte, tú si puedes salvar a Ingelita de la nueva maldición. Deberás hablar con Adie, quizás él sepa cómo hacer que Ingela vuelva a ser la de siempre. Y no te olvides de las brujas, pueden ser muy rencorosas.
La manera en el que le dio el mensaje fue de lo más peculiar.
El día parecía empezar como el resto de los días que Adie había conocido como mensajero. Metía la mano en el zurrón, sacaba una carta, la leía y se dirigía a la dirección donde ésta le mandaba. Una vez entregaba la carta, el destinatario lo premiaba con las esferas aplanadas que los hombres de carne llamaban monedas. A Adie no le interesaba el valor de las monedas, solo quería su sabor. Se metió las monedas en la boca y usó sus funciones de masticar y dirigir. ¡De vuelta a empezar! Otra carta, otro destinatario y más esferas aplanadas. Las funciones de mensajería eran muy monótonas, aburridas para cualquier otra persona que no tuviera la vaga conciencia de un cibernético.
Aburrirse no estaba entre las funciones del mensajero, por lo que podía seguir repartiendo cartas a tutiplén siempre con esa mueca siniestra que distaba de ser una sonrisa. Pese a ello, Adie agradecía las sorpresas. Entre las funciones de Adie estaban las de sorprenderse y emocionarse con las sorpresas. Ambas funciones se activaron en cuanto se dio cuenta que el pato que se quedó mirándolo fijamente era el Dios Bragi disfrazado.
Adie acababa de entregar la novena carta del día a una humilde granja a las afueras de Lunargenta. Cuando el destinatario de la novena carta le entregó las esferas aplanadas, el cibernético se sentó en un gran tocón y se comió las monedas una a una. Los animales de la granja corrían libremente entre la puerta de la casa y la del establo. Entre medias quedaba el tocón y Adie sentado en él. Una pata con sus patitos pasaron por delante del cibernético. Adie los contó. Primero la pata blanca, luego diecisiete patitos amarillos que le seguían y por último el Dios Bragi disfrazado de patito multicolor.
Tanto el Dios como el mensajero se quedaron mirándose fijamente. El patito multicolor cambiaba de color continuamente. Era como ver a través de uno de esos ventanales sicodélicos de las catedrales, hasta que el sol no estuviera en una posición correcta, no podría ver qué imagen del ventanal; solo vería luces de colores sin forma ni tamaño. El Dios Bragi dijo “quack” y Adie respondió imitando el sonido. Entonces, la imagen del ventanal se formó por completo. No era un patito sino un pavo real. Fue entonces cuando el Dios Bragi le entregó un mensaje para que el mensajero entregase a una ilusa dragona que le había engañar al Dios.
Tardó trece minutos en llegar a la casa donde se escondía la chica que Bragi le habló. Era inconfundible, destacaba en el centro del pequeño grupo que se había formado como un pavo destaca en una fila de patitos (a Adie no se le ocurrió una comparación mejor). No hubo necesidad de activar las funciones de reconocimiento facial para haber de encontrarla. Llegaba en mal momento. Las brujas acusaban y señalaban al hombre zorro por unos crímenes que el mensajero no entendía, tampoco le importaba. El mensaje del Dios Bragi era más importante. Adie se irguió frente la muchacha y habló sin ocultar la emoción que sentía por estar hablando con la voz de Dios (funciones de sorprenderse y emocionarse por una sorpresa).
-Ingela Feuersteinherzdottir, dragona, 30 años, originaria de Dundarak. El Dios Bragi me hecho venir para que le entregue un mensaje. Debe estar contenta, es la primera carta que Bragi envía a un mortal. ¿No está emocionada? Yo lo estaría en su lugar-.
Se aclaró la voz a la vez que desplegaba un pergamino escrito en letras viejunas, prácticamente, eran runas. La voz que se escuchó después era una perfecta imitación de la voz que tendría que tener el Dios Bragi por parte del mensajero (función de imitar).
-Nadie, hasta ahora, había sido tan osado para querer engañarme. Me estaba divirtiendo mucho viéndote caer como un pato y bailar como un bonita pavita; tú amigo también se lo estaba pasando muy bien. Tu amigo me divierte, es un truhan y un señor. ¡Igual que yo! Deberíais haber escuchado las carcajadas que me han producido vuestras desventuras, se escuchaban como truenos por todo el Valhalla. Desde el primer día, fuiste mí preferida, la más bonita y la más graciosa, ahora… ¡ME HAS TRAICIONADO! Has despreciado mi regalo y me has traicionado. La traición a los Dioses se paga cara. ¡Traición! Ahora sí que me voy a divertir contigo. Siempre me divertiré y no podrás hacer nada para impedir que me ría de ti. ¡Todos se van a reír de ti!-.
A medida que Adie leía el pergamino, Ingela se iba transformando en dragón. Las brujas, tan rápidas como pudieron, empujaron a Ingela hasta fuera del edificio. La dragona se estaba transformando. Si lo hacía en el interior de la tienda de costura, las señoras ya podían decir adiós a su casa y a su negocio.
Fuera, las brujas se miraron las manos, estaban recubiertas de plumas. Pero no por las que le había dejado la mujer-pavo; éstas eran más grandes. Eran las plumas de un dragón-pavo real.
-No sabemos qué ha pasado,- dijo una de las brujas señalando al hombre zorro - pero de una manera o de otra, estoy segura que tú has tenido la culpa. La inocente Ingelita jamás se atrevería a deshonrar a un Dios. Tú le has mal-influenciado para que lo haga-.
Adie, que seguía sin entender que estaba pasando y por qué las brujas activaban sus funciones de odio hacia el hombre-zorro, alargó el brazo y abrió la mano esperando las relucientes esferas aplanadas que le daban como premio para repartir las cartas.
- Dragón pavo real:
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- Para Ingela que sé que le gusta los chibis:
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_____________________
Ingela: Has sido muy valiente al desagradecer el regalo del Dios.Bragi, rencoroso y guasón, ha contestado a tu deshonra y te ha maldecido llevando el "regalo" a tu forma dragona. No podrás volver a tu forma humana hasta nuevo aviso. Debe de ser un incordio moverte como un pavo, pero con el tamaño de un dragón. A partir de este momento, me uno a vuestro rol. (Soy mala).
Zatch: Ingela ahora no puede hablar, esta en su forma dragón, no cuentes con su fina labia para que te salve del lío que tienes con la brujas. Por otra parte, tú si puedes salvar a Ingelita de la nueva maldición. Deberás hablar con Adie, quizás él sepa cómo hacer que Ingela vuelva a ser la de siempre. Y no te olvides de las brujas, pueden ser muy rencorosas.
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Ingela quería vomitar y corría torpemente huyendo del par de hermanas que querían atrapar a Zatch. Su pobre zorrito, ¡qué gran cantidad de malas decisiones había tomado en el pasado! Ahora le costaban caro. Por un instante cruzó por la mente de la joven dragona llevárselo de Lunargenta para vivir en Dundarak donde nadie lo perseguiría y podría rehacer su vida más honorable y honestamente. Pero eso solamente fue un instante, una imagen en la mente de Ingela donde aparecía él abrazado a ella y entremedio un niño con tiernas orejas de zorro.
Y es que la gente los rodeaba y Begonia y Milenrama se acercaban amenazantes. Temió por su amado y como pudo, se interpuso entre ellas y él -Por favor... por favor...- decía mientras estiraba un brazo hacia ellas y con el otro se agarraba la barriga -No es momento para... arghh- comenzó a decir cuando una punzada le hizo doblar de dolor.
Justo en medio de todo el bullicio apareció Adie, el mensajero. Ingela lo reconoció del Ohdá. No alcanzó a saludarlo cuando él comenzó a hablar.
-Ingela Feuersteinherzdottir, dragona, 30 años, originaria de Dundarak. El Dios Bragi me hecho venir para que le entregue un mensaje. Debe estar contenta, es la primera carta que Bragi envía a un mortal. ¿No está emocionada? Yo lo estaría en su lugar- dijo el menudo mensajero androide. Ingela no entendía nada y el dolor aumentaba -¿Dios Bragi?- alcanzó a decir mientras Adie se aclaraba la voz y comenzaba a leer un pergamino. La chica sentía un dolor cada vez más agudo y punzante, pero tenía que escuchar esto, quizás era la respuesta a su problema.
La voz de Adie retumbó fuerte y grave, muy distinta a su tono usual -Nadie, hasta ahora, había sido tan osado para querer engañarme. Me estaba divirtiendo mucho viéndote caer como un pato y bailar como un bonita pavita- comenzó a decir el cibernetico. Ingela lo miró confundida. ¿Engañar al dios? ¿Cómo así que ella lo había engañado? El mensajero continuó -Tu amigo también se lo estaba pasando muy bien- dijo y ella miró a Zatch con una mezcla de tristeza y sorpresa. Adie siguió -Tu amigo me divierte, es un truhan y un señor. ¡Igual que yo! Deberíais haber escuchado las carcajadas que me han producido vuestras desventuras, se escuchaban como truenos por todo el Valhalla- salió de la boca del robot. Ingela lloraba. Lágrimas le corrian por las mejillas. Con que eso era, una broma del dios Brai para su divertimento. Ella era el chiste personal del dios. Impávido, Adie seguía leyendo el mensaje -Desde el primer día, fuiste mí preferida, la más bonita y la más graciosa, ahora… ¡ME HAS TRAICIONADO! Has despreciado mi regalo y me has traicionado. La traición a los Dioses se paga cara. ¡Traición! Ahora sí que me voy a divertir contigo. Siempre me divertiré y no podrás hacer nada para impedir que me ría de ti. ¡Todos se van a reír de ti!- terminó de leer Adie e Ingela negaba con la cabeza -¡No! ¡Yo no le he traicionado! ¡Yo no sabía lo que estaba pasando! ¡Por favor! ¡Ayy! ¡Ahhh!- exclamó la joven dragona hasta que comenzó a gritar de dolor, pues sentía como si le estuvieran sacando las tripas por el ombligo.
Sus gritos de dolor comenzaron a sonar extraños, su voz cambiaba al igual que su apariencia. Comenzó a crecer, sus huesos sonaban mientras se transformaba. Sus gritos se convirtieron en rugidos y aullidos de dolor. Begonia y Milenrama corrieron a empujarla fuera del local, si estaban casi en el umbral de la puerta. Salieron a la calle y en plena avenida, un último rugido marcó el cambio definitivo en Ingela.
Tirada en el suelo estaba ella en su forma de dragón. Pero no la habitual forma reptil, era una mezcla entre pavo real y dragón, cubierta en hermosas plumas azules y verdes. Su rostro estaba cubierto por escamas blanco tornasol, su hocico era un pico afilado. Con un penacho de plumas en la cabeza, sus patas eran de ave por completo. Era un ser hermoso sin lugar a dudas pero moribundo. Aquella transformación le dejó agotada y adolorida, como nunca antes había ocurrido. Lentamente levantó la cabeza y miró a Zatch, soltando un gemido penoso.
Con gran esfuerzo, logró sentarse y mirar su cuerpo. No entendía qué pasaba, quería preguntarle más cosas Adie. ¡El podría saber qué ocurría! Si Bragi le entregó el mensaje, seguramente le habría dicho algo más. Intentó volver a transformarse en su forma humana, pero no hubo caso. Su cuerpo estaba demasiado cansado o... ¿acaso sería otra jugada pesada del dios? ¿La dejaría así para siempre en castigo a la supuesta traición?
No... no podía ser... ella no tenía idea... ¿cómo iba a saberlo?
La dragona, desesperada, comenzó a levantarse, dando tumbos, sin poder controlar su emplumado cuerpo. Todos a su alrededor recibieron algún aletazo o colazo mientras ella agarraba el equilibrio. Las plumas volaban por doquier. -¡Agárralas, Milenrama! ¡Agarra estas plumas!- gritaba Begonia recogiendo las gigantescas plumas de dragón pavo real -¡Lo que van a pagar por esto en los sombreros!- dijo llenándose los brazos de plumas. -¡Deja eso, Begonia!- le respondía su hermana -¡Agarra al zorro que yo la agarro a ella!- exclamaba intentando agarrar a Ingela por el pescuezo -Vamos, chica, cálmate, ¡cálmate!- le decía con sincera preocupación -Deja que te ayude. Si es necesario ¡mato al zorro por haberte hecho esto!- dijo, convencida de que toda la culpa la tenía el truhán de Zatch.
Y es que la gente los rodeaba y Begonia y Milenrama se acercaban amenazantes. Temió por su amado y como pudo, se interpuso entre ellas y él -Por favor... por favor...- decía mientras estiraba un brazo hacia ellas y con el otro se agarraba la barriga -No es momento para... arghh- comenzó a decir cuando una punzada le hizo doblar de dolor.
Justo en medio de todo el bullicio apareció Adie, el mensajero. Ingela lo reconoció del Ohdá. No alcanzó a saludarlo cuando él comenzó a hablar.
-Ingela Feuersteinherzdottir, dragona, 30 años, originaria de Dundarak. El Dios Bragi me hecho venir para que le entregue un mensaje. Debe estar contenta, es la primera carta que Bragi envía a un mortal. ¿No está emocionada? Yo lo estaría en su lugar- dijo el menudo mensajero androide. Ingela no entendía nada y el dolor aumentaba -¿Dios Bragi?- alcanzó a decir mientras Adie se aclaraba la voz y comenzaba a leer un pergamino. La chica sentía un dolor cada vez más agudo y punzante, pero tenía que escuchar esto, quizás era la respuesta a su problema.
La voz de Adie retumbó fuerte y grave, muy distinta a su tono usual -Nadie, hasta ahora, había sido tan osado para querer engañarme. Me estaba divirtiendo mucho viéndote caer como un pato y bailar como un bonita pavita- comenzó a decir el cibernetico. Ingela lo miró confundida. ¿Engañar al dios? ¿Cómo así que ella lo había engañado? El mensajero continuó -Tu amigo también se lo estaba pasando muy bien- dijo y ella miró a Zatch con una mezcla de tristeza y sorpresa. Adie siguió -Tu amigo me divierte, es un truhan y un señor. ¡Igual que yo! Deberíais haber escuchado las carcajadas que me han producido vuestras desventuras, se escuchaban como truenos por todo el Valhalla- salió de la boca del robot. Ingela lloraba. Lágrimas le corrian por las mejillas. Con que eso era, una broma del dios Brai para su divertimento. Ella era el chiste personal del dios. Impávido, Adie seguía leyendo el mensaje -Desde el primer día, fuiste mí preferida, la más bonita y la más graciosa, ahora… ¡ME HAS TRAICIONADO! Has despreciado mi regalo y me has traicionado. La traición a los Dioses se paga cara. ¡Traición! Ahora sí que me voy a divertir contigo. Siempre me divertiré y no podrás hacer nada para impedir que me ría de ti. ¡Todos se van a reír de ti!- terminó de leer Adie e Ingela negaba con la cabeza -¡No! ¡Yo no le he traicionado! ¡Yo no sabía lo que estaba pasando! ¡Por favor! ¡Ayy! ¡Ahhh!- exclamó la joven dragona hasta que comenzó a gritar de dolor, pues sentía como si le estuvieran sacando las tripas por el ombligo.
Sus gritos de dolor comenzaron a sonar extraños, su voz cambiaba al igual que su apariencia. Comenzó a crecer, sus huesos sonaban mientras se transformaba. Sus gritos se convirtieron en rugidos y aullidos de dolor. Begonia y Milenrama corrieron a empujarla fuera del local, si estaban casi en el umbral de la puerta. Salieron a la calle y en plena avenida, un último rugido marcó el cambio definitivo en Ingela.
Tirada en el suelo estaba ella en su forma de dragón. Pero no la habitual forma reptil, era una mezcla entre pavo real y dragón, cubierta en hermosas plumas azules y verdes. Su rostro estaba cubierto por escamas blanco tornasol, su hocico era un pico afilado. Con un penacho de plumas en la cabeza, sus patas eran de ave por completo. Era un ser hermoso sin lugar a dudas pero moribundo. Aquella transformación le dejó agotada y adolorida, como nunca antes había ocurrido. Lentamente levantó la cabeza y miró a Zatch, soltando un gemido penoso.
Con gran esfuerzo, logró sentarse y mirar su cuerpo. No entendía qué pasaba, quería preguntarle más cosas Adie. ¡El podría saber qué ocurría! Si Bragi le entregó el mensaje, seguramente le habría dicho algo más. Intentó volver a transformarse en su forma humana, pero no hubo caso. Su cuerpo estaba demasiado cansado o... ¿acaso sería otra jugada pesada del dios? ¿La dejaría así para siempre en castigo a la supuesta traición?
No... no podía ser... ella no tenía idea... ¿cómo iba a saberlo?
La dragona, desesperada, comenzó a levantarse, dando tumbos, sin poder controlar su emplumado cuerpo. Todos a su alrededor recibieron algún aletazo o colazo mientras ella agarraba el equilibrio. Las plumas volaban por doquier. -¡Agárralas, Milenrama! ¡Agarra estas plumas!- gritaba Begonia recogiendo las gigantescas plumas de dragón pavo real -¡Lo que van a pagar por esto en los sombreros!- dijo llenándose los brazos de plumas. -¡Deja eso, Begonia!- le respondía su hermana -¡Agarra al zorro que yo la agarro a ella!- exclamaba intentando agarrar a Ingela por el pescuezo -Vamos, chica, cálmate, ¡cálmate!- le decía con sincera preocupación -Deja que te ayude. Si es necesario ¡mato al zorro por haberte hecho esto!- dijo, convencida de que toda la culpa la tenía el truhán de Zatch.
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Justo cuando pensaba que iba a ser linchado por las brujas y todo su contendiente, cuando su cerebro trabajaba tan rápido que sacaba humo para encontrar una excusa, un escape o cualquier tipo de artimaña para salvarse, una extraña voz resonó a sus espaldas. Todos abrieron los ojos de par en par, incluso las hermanas hechiceras y Zatch, que no pudo contener la curiosidad, se volteó también para observar al recién llegado.
El grito que escapó de su garganta fue... menos masculino de lo normal. ¿¡Qué demonios era esa... esa... esa cosa brillante y anormalmente alta? ¡No se parecía a nada que hubiera visto en su vida! Tenía ojos, manos, pies... pero no era un humano, lejos estaba de serlo. ¡Y podía hablar! Nunca antes las orejas de Zatch se habían inclinado tan hacia atrás e incluso, cosa increíble, su esponjosa cola se le había escondido entre las patas. -¡B-bru-bru-brujería! -Susurró, echando una mirada acusatoria a Begonia y Milenrama. Sin embargo no era cosa de ellas, dado que se veían tan sorprendidas como él.
La cosa estaba allí para dirigirse a Ingela. Mencionó varios temas que Zatch estaba descubriendo en ese mismo instante. El descomunal apellido de la chica, para empezar. Y... y que tenía treinta años de edad. Sólo con ese detalle, el zorro acababa de quedar descolocado, atónito, sorprendido... asustado. ¿¡Él era más joven!? No era como si la dragona le hubiese mentido, pues en realidad nunca se habían preguntado sus edades, pero... ¡pero si se veía como una adolescente! ¡se suponía que él fuera mayor! ¡se sentía engañado! No obstante, sin duda alguna, ese era un asunto que tendrían que dejar para mucho más tarde.
Inmediatamente tras las presentaciones, la cosa cambió de voz y empezó a hablar de una forma muy distinta. El pobre cánido comenzaba a hiperventilar, pasando la mirada del robot a la dragona y de la dragona al robot. Decía ser nada más ni nada menos que el Dios Bragi y estaba... ¡estaba maldiciéndola! Además, como si eso fuera poco, acababa de acusar al zorro de estar divirtiéndose con el sufrimiento de su querida. De haber sabido cómo demonios matar a esa cosa, lo hubiese hecho en ese instante. Pero no pudo hacer más que intentar calmar a Ingela entre tartamudeos y muecas torpes cuando la pobre rompió en llanto.
La situación empeoraba más a cada segundo, y el desdichado ladronzuelo se sentía tan superado, tan sorprendido y apabullado, que no podía hacer más que mantenerse estático en su lugar. Entonces, la joven rubia pasó del llanto a los quejidos, de los quejidos a los gritos, y de los gritos a los aullidos agónicos, detonando el caos dentro del negocio. Las brujas la echaron a empujones y Zatch la siguió intentando tomarla de la mano (o de la pata), con los ojos húmedos y los dientes apretados de la impotencia. No tenía idea de qué hacer. Allí estaba la chica que adoraba, sufriendo sin que pudiese hacer nada al respecto, convirtiéndose en un ser cuya espectacular apariencia se correspondía con la interminable malicia de ese Dios burlón.
Por un momento hubo calma. Cuando Ingela quedó tendida en el suelo, exhalando gemidos lastimosos, todos se detuvieron a mirarla con pena y curiosidad. No obstante, apenas intentó levantarse, el caos volvió a reinar. Begonia y Milenrama se debatían entre agarrarlos a ambos... como si fueran animales de feria, bichos sin sentimientos. Estaba seguro de que Ingela, aunque no podía hablar en esa forma, era capaz de entenderlo todo. Zatch estaba sufriendo por él y por ella, por intuir su dolor, por impotencia, pues nada creía poder hacer contra un Dios, y por la rabia de sazonar la situación con la ira justificada de las brujas por sus pecados del pasado.
-¡¡BASTA!! -Rugió, acallando la discusión de ambas brujas y los susurros de la multitud que los observaba atentamente. Incluso el hombre de hojalata pegó un respingo. Dio un paso adelante, situándose entre Ingela y las dos mujeres, y ante la mirada de todo el mundo llevó las manos a su cinturón. La mujer-ratón chilló al pensar que desenvainaría su daga de nuevo, pero fue su pequeño morral lo que abrió. Con todo el dolor del mundo, hizo algo que jamás en toda la vida había hecho por alguien más.
-No son las piedras que tomé... -dijo con la voz quebrada- ...pero todo esto vale su precio y mucho más. También... también prometo no volver a pisar este lugar. Sólo... p-po...por favor, déjennos en paz... Se los ruego.
Cada moneda que depositó en las ávidas palmas de Begonia era un pedacito de orgullo, un trozo de amor propio, una porción de sufrimiento. Cuando se le acabaron los aeros que llevaba encima, empezó a sacar todo tipo de pequeños objetos. Piezas de nácar de algún juego, accesorios de finas piedras, amuletos de oro, todo cuanto cupiese en la bolsa. Cuando las manos de la bruja no pudieron sostener más, Milenrama tomó su lugar sin necesidad de decir nada. Las dos montañitas de pequeños tesoros, aunque no eran muy abultadas, valían probablemente más que todo lo que había dentro de la tienda.
Todo el mundo miraba boquiabierto a las brujas, esperando su reacción. Ambas mujeres se miraron entre ellas con los ojos brillando de avaricia. Pese a que la pequeña fortuna que tenían entre manos acababa de amainar el rencor que sentían hacia él, Milenrama le amenazó con tono venenoso:
-Si rompes tu promesa, zorro rastrero, ni el más grande tesoro de Aerandir te salvará de nuestra ira. -cosa que probablemente era mentira- Y si llegas a hacerle algo a Ingela...
-No he sido yo, ¡jamás le haría daño! -Gruñó, con la dignidad ya por los suelos- ¡Y pienso solucionar esto, maldición!
Tras tan penoso espectáculo, las hermanas parecieron conformarse. Lentamente regresaron a la tienda, llevándose con ellas sus clientes, la cuantiosa paga y un gran montón de plumas, no sin antes echarle una última mirada de profunda aversión. Ahora sólo quedaba fuera de la tienda un trío de lo más inusual.
El zorro, aprovechando la breve tranquilidad, abrazó suavemente el cuello de la dragona, acariciándola sin decir nada. Hundió el rostro en el plumaje y suspiró sonoramente para juntar fuerzas. Entonces Zatch, que se sentía desdichado, avergonzado y ahora pobre, soltó a la pobre criatura y caminó lentamente hacia el humanoide de metal con el ceño tan fruncido que casi se le juntaban las cejas.
-¡Llévame con ese tal Bragi, tú... cosa! ¡O dime cómo demonios arreglar esto! -Le gritó mientras lo agarraba de los brazos, o de esos tubos metálicos que estaban en el lugar de éstos, y lo zarandeaba con nerviosismo. Zatch nunca había visto un robot en su vida, y mucho menos tocado a uno. El tacto frío y duro del metal le causaba una gran impresión, pero lo más abrumador era escucharle hablar y, de alguna manera, encontrar algo similar a un brillo de identidad en el fondo de esos ojos... o de las luces que tenía por ojos. ¿Qué demonios era esa cosa? En una situación más normal, lo hubiese cuestionado en voz alta. Pero ahora, estando ya tan agotado, sólo quería solucionar ese maldito embrollo.
El grito que escapó de su garganta fue... menos masculino de lo normal. ¿¡Qué demonios era esa... esa... esa cosa brillante y anormalmente alta? ¡No se parecía a nada que hubiera visto en su vida! Tenía ojos, manos, pies... pero no era un humano, lejos estaba de serlo. ¡Y podía hablar! Nunca antes las orejas de Zatch se habían inclinado tan hacia atrás e incluso, cosa increíble, su esponjosa cola se le había escondido entre las patas. -¡B-bru-bru-brujería! -Susurró, echando una mirada acusatoria a Begonia y Milenrama. Sin embargo no era cosa de ellas, dado que se veían tan sorprendidas como él.
La cosa estaba allí para dirigirse a Ingela. Mencionó varios temas que Zatch estaba descubriendo en ese mismo instante. El descomunal apellido de la chica, para empezar. Y... y que tenía treinta años de edad. Sólo con ese detalle, el zorro acababa de quedar descolocado, atónito, sorprendido... asustado. ¿¡Él era más joven!? No era como si la dragona le hubiese mentido, pues en realidad nunca se habían preguntado sus edades, pero... ¡pero si se veía como una adolescente! ¡se suponía que él fuera mayor! ¡se sentía engañado! No obstante, sin duda alguna, ese era un asunto que tendrían que dejar para mucho más tarde.
Inmediatamente tras las presentaciones, la cosa cambió de voz y empezó a hablar de una forma muy distinta. El pobre cánido comenzaba a hiperventilar, pasando la mirada del robot a la dragona y de la dragona al robot. Decía ser nada más ni nada menos que el Dios Bragi y estaba... ¡estaba maldiciéndola! Además, como si eso fuera poco, acababa de acusar al zorro de estar divirtiéndose con el sufrimiento de su querida. De haber sabido cómo demonios matar a esa cosa, lo hubiese hecho en ese instante. Pero no pudo hacer más que intentar calmar a Ingela entre tartamudeos y muecas torpes cuando la pobre rompió en llanto.
La situación empeoraba más a cada segundo, y el desdichado ladronzuelo se sentía tan superado, tan sorprendido y apabullado, que no podía hacer más que mantenerse estático en su lugar. Entonces, la joven rubia pasó del llanto a los quejidos, de los quejidos a los gritos, y de los gritos a los aullidos agónicos, detonando el caos dentro del negocio. Las brujas la echaron a empujones y Zatch la siguió intentando tomarla de la mano (o de la pata), con los ojos húmedos y los dientes apretados de la impotencia. No tenía idea de qué hacer. Allí estaba la chica que adoraba, sufriendo sin que pudiese hacer nada al respecto, convirtiéndose en un ser cuya espectacular apariencia se correspondía con la interminable malicia de ese Dios burlón.
Por un momento hubo calma. Cuando Ingela quedó tendida en el suelo, exhalando gemidos lastimosos, todos se detuvieron a mirarla con pena y curiosidad. No obstante, apenas intentó levantarse, el caos volvió a reinar. Begonia y Milenrama se debatían entre agarrarlos a ambos... como si fueran animales de feria, bichos sin sentimientos. Estaba seguro de que Ingela, aunque no podía hablar en esa forma, era capaz de entenderlo todo. Zatch estaba sufriendo por él y por ella, por intuir su dolor, por impotencia, pues nada creía poder hacer contra un Dios, y por la rabia de sazonar la situación con la ira justificada de las brujas por sus pecados del pasado.
-¡¡BASTA!! -Rugió, acallando la discusión de ambas brujas y los susurros de la multitud que los observaba atentamente. Incluso el hombre de hojalata pegó un respingo. Dio un paso adelante, situándose entre Ingela y las dos mujeres, y ante la mirada de todo el mundo llevó las manos a su cinturón. La mujer-ratón chilló al pensar que desenvainaría su daga de nuevo, pero fue su pequeño morral lo que abrió. Con todo el dolor del mundo, hizo algo que jamás en toda la vida había hecho por alguien más.
-No son las piedras que tomé... -dijo con la voz quebrada- ...pero todo esto vale su precio y mucho más. También... también prometo no volver a pisar este lugar. Sólo... p-po...por favor, déjennos en paz... Se los ruego.
Cada moneda que depositó en las ávidas palmas de Begonia era un pedacito de orgullo, un trozo de amor propio, una porción de sufrimiento. Cuando se le acabaron los aeros que llevaba encima, empezó a sacar todo tipo de pequeños objetos. Piezas de nácar de algún juego, accesorios de finas piedras, amuletos de oro, todo cuanto cupiese en la bolsa. Cuando las manos de la bruja no pudieron sostener más, Milenrama tomó su lugar sin necesidad de decir nada. Las dos montañitas de pequeños tesoros, aunque no eran muy abultadas, valían probablemente más que todo lo que había dentro de la tienda.
Todo el mundo miraba boquiabierto a las brujas, esperando su reacción. Ambas mujeres se miraron entre ellas con los ojos brillando de avaricia. Pese a que la pequeña fortuna que tenían entre manos acababa de amainar el rencor que sentían hacia él, Milenrama le amenazó con tono venenoso:
-Si rompes tu promesa, zorro rastrero, ni el más grande tesoro de Aerandir te salvará de nuestra ira. -cosa que probablemente era mentira- Y si llegas a hacerle algo a Ingela...
-No he sido yo, ¡jamás le haría daño! -Gruñó, con la dignidad ya por los suelos- ¡Y pienso solucionar esto, maldición!
Tras tan penoso espectáculo, las hermanas parecieron conformarse. Lentamente regresaron a la tienda, llevándose con ellas sus clientes, la cuantiosa paga y un gran montón de plumas, no sin antes echarle una última mirada de profunda aversión. Ahora sólo quedaba fuera de la tienda un trío de lo más inusual.
El zorro, aprovechando la breve tranquilidad, abrazó suavemente el cuello de la dragona, acariciándola sin decir nada. Hundió el rostro en el plumaje y suspiró sonoramente para juntar fuerzas. Entonces Zatch, que se sentía desdichado, avergonzado y ahora pobre, soltó a la pobre criatura y caminó lentamente hacia el humanoide de metal con el ceño tan fruncido que casi se le juntaban las cejas.
-¡Llévame con ese tal Bragi, tú... cosa! ¡O dime cómo demonios arreglar esto! -Le gritó mientras lo agarraba de los brazos, o de esos tubos metálicos que estaban en el lugar de éstos, y lo zarandeaba con nerviosismo. Zatch nunca había visto un robot en su vida, y mucho menos tocado a uno. El tacto frío y duro del metal le causaba una gran impresión, pero lo más abrumador era escucharle hablar y, de alguna manera, encontrar algo similar a un brillo de identidad en el fondo de esos ojos... o de las luces que tenía por ojos. ¿Qué demonios era esa cosa? En una situación más normal, lo hubiese cuestionado en voz alta. Pero ahora, estando ya tan agotado, sólo quería solucionar ese maldito embrollo.
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Se equivocó. Las esferas aplanadas eran deberían haber sido para Adie, cibernético mensajero y muchas otras funciones, no para las brujas. Ellas, al contrario del cibernético, no entregaron ninguna carta, carecían de las funciones de mensajería. Adie giró la cabeza y utilizó sus funciones de análisis hacia el hombre zorro. No entendía por qué le daba las esferas aplanadas a las brujas. Por mucho que le observase y analizase, no entendía nada. Una bruja tomó una de las monedas y la mordió. ¡Eran demasiados duras para ella! Por poco se rompe los dientes. Adie emitió un sonido mecánico de reproche, sus funciones querían decir: ”Esas monedas eran para mí”.
Después de un rato de nervios, gritos y funciones impulsivas fruto del miedo que sentían las brujas por la bestia emplumada que se convirtió Ingela Feuersteinherzdottir; el hombre zorro se acercó a Adie. Con palabras groseras pidió que le llevasen hacia el Dios Bragi y que arreglasen esto. Le agitó por los hombros. Tuvo suerte que Adie se encontraba sentado, de estar de pie no hubiera llegado. El cibernético era muy alto.
-Mis funciones son incapaces de entender qué quiere decir con: “Esto”.- Adie usó sus garras para arrancar un enorme trozo de tierra del suelo. –Las funciones de los hombres de carne nombran a todos los objetos como “esto”. Sois muy raros.- se puso el terrón en la boca y empezó a masticarlo, se lo comió en pocos segundos- las esferas aplanadas son más crujientes. Me gustan las cosas crujientes- dedicó una mirada de rencor hacia el hombre zorro- pero no me importa que le hayas dado las esferas aplanadas a las brujas. Recompensar a los mensajeros no siempre entra entre las funciones de los hombres de carne y pelo, solo del 19% de ellos-.
Adie, cibernético mensajero y muchas funciones, volvió a girar su cabeza, esta vez, en dirección a la dragona con plumas. El Dios Bragi dijo en su carta que el castigo iba a ser divertido y que todos se iban a reír, pero a Adie no le pareció que nadie estuviera realizando sus funciones de risas. ¿Sería aquello el esto que hablaba el hombre zorro? Había muchas posibilidades que así sean. Mentalmente, calculaba que habría 91,9% de posibilidades. Eso eran muchos por cientos.
Un nuevo sonido mecánico surgió de la boca de Adie. Éste sonaba como el carraspeo de una puerta de hierro oxidado. Tenía dudas, muchas dudas. Era incorrecto vacilar ante el mensaje de un Dios, tal acción no debería pertenecer a sus funciones. Era una ofensa, una herejía e incluso un delito. Sin embargo, Adie tenía muchas dudas. ¿Y si el Dios Bragi se había equivocado? Las funciones de los Dioses eran perfectas, a no ser que estuvieran estropeadas. Una vez, Adie sufrió un cortocircuito que le hizo caer de boca contra el suelo. Las funciones de mensajería quedaron inútiles durante tres horribles días. ¿Podían los Dioses sufrir cortocircuitos que hicieron sus funciones inútiles? Por la desesperación y el miedo que creía ver en los ojos del hombre zorro y el dragón con plumas así lo creía.
-Sé dónde está el Dios Bragi, lo vi en un parque no lejos de donde estamos. “Parecía un pato desfigurado”- Lo último lo dijo con una perfecta imitación de la voz de Ingela. -“le querrán cazar y faenar para la cena de la noche de año viejo.”- Por algún motivo que las funciones de Adie no supieron explicar, el cibernético conocía a la perfección todas las aventuras que el zorro y la dragona habían tenido aquel día.- Os puedo llevar hasta allí, entre mis funciones está la de ser amable sin recibir ninguna recompensa. Será como entregar una carta a un Dios. Vosotros sois esa carta.-se levantó emocionado- ¡Sí, os voy a llevar hasta el Dios Bragi! Pero, deberemos hacer algo con la dragona emplumada. Llama mucho la atención. Z9-42, cibernético aprendiz y muchas otras funciones, me enseñó que no es bueno ser tan extravagante- en el momento que pronunció el nombre de su amigo fue cuando se dio cuenta que no se había presentado formalmente- Yo soy Adie, cibernético mensajero y muchas otras funciones- curvó su espalda en un angulo de 90 grados para la reverencia- Encantado de serviros-.
Ambos: Adie ha aceptado llevaros hasta Bragi sin ninguna recompensa a cambio. Lo único que os pide es que intentéis disfrazar a Ingela para que no sea tan vistosa. ¿Os imagináis qué pensarían los humanos al ver a un pavo gigante?
Después de un rato de nervios, gritos y funciones impulsivas fruto del miedo que sentían las brujas por la bestia emplumada que se convirtió Ingela Feuersteinherzdottir; el hombre zorro se acercó a Adie. Con palabras groseras pidió que le llevasen hacia el Dios Bragi y que arreglasen esto. Le agitó por los hombros. Tuvo suerte que Adie se encontraba sentado, de estar de pie no hubiera llegado. El cibernético era muy alto.
-Mis funciones son incapaces de entender qué quiere decir con: “Esto”.- Adie usó sus garras para arrancar un enorme trozo de tierra del suelo. –Las funciones de los hombres de carne nombran a todos los objetos como “esto”. Sois muy raros.- se puso el terrón en la boca y empezó a masticarlo, se lo comió en pocos segundos- las esferas aplanadas son más crujientes. Me gustan las cosas crujientes- dedicó una mirada de rencor hacia el hombre zorro- pero no me importa que le hayas dado las esferas aplanadas a las brujas. Recompensar a los mensajeros no siempre entra entre las funciones de los hombres de carne y pelo, solo del 19% de ellos-.
Adie, cibernético mensajero y muchas funciones, volvió a girar su cabeza, esta vez, en dirección a la dragona con plumas. El Dios Bragi dijo en su carta que el castigo iba a ser divertido y que todos se iban a reír, pero a Adie no le pareció que nadie estuviera realizando sus funciones de risas. ¿Sería aquello el esto que hablaba el hombre zorro? Había muchas posibilidades que así sean. Mentalmente, calculaba que habría 91,9% de posibilidades. Eso eran muchos por cientos.
Un nuevo sonido mecánico surgió de la boca de Adie. Éste sonaba como el carraspeo de una puerta de hierro oxidado. Tenía dudas, muchas dudas. Era incorrecto vacilar ante el mensaje de un Dios, tal acción no debería pertenecer a sus funciones. Era una ofensa, una herejía e incluso un delito. Sin embargo, Adie tenía muchas dudas. ¿Y si el Dios Bragi se había equivocado? Las funciones de los Dioses eran perfectas, a no ser que estuvieran estropeadas. Una vez, Adie sufrió un cortocircuito que le hizo caer de boca contra el suelo. Las funciones de mensajería quedaron inútiles durante tres horribles días. ¿Podían los Dioses sufrir cortocircuitos que hicieron sus funciones inútiles? Por la desesperación y el miedo que creía ver en los ojos del hombre zorro y el dragón con plumas así lo creía.
-Sé dónde está el Dios Bragi, lo vi en un parque no lejos de donde estamos. “Parecía un pato desfigurado”- Lo último lo dijo con una perfecta imitación de la voz de Ingela. -“le querrán cazar y faenar para la cena de la noche de año viejo.”- Por algún motivo que las funciones de Adie no supieron explicar, el cibernético conocía a la perfección todas las aventuras que el zorro y la dragona habían tenido aquel día.- Os puedo llevar hasta allí, entre mis funciones está la de ser amable sin recibir ninguna recompensa. Será como entregar una carta a un Dios. Vosotros sois esa carta.-se levantó emocionado- ¡Sí, os voy a llevar hasta el Dios Bragi! Pero, deberemos hacer algo con la dragona emplumada. Llama mucho la atención. Z9-42, cibernético aprendiz y muchas otras funciones, me enseñó que no es bueno ser tan extravagante- en el momento que pronunció el nombre de su amigo fue cuando se dio cuenta que no se había presentado formalmente- Yo soy Adie, cibernético mensajero y muchas otras funciones- curvó su espalda en un angulo de 90 grados para la reverencia- Encantado de serviros-.
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Ambos: Adie ha aceptado llevaros hasta Bragi sin ninguna recompensa a cambio. Lo único que os pide es que intentéis disfrazar a Ingela para que no sea tan vistosa. ¿Os imagináis qué pensarían los humanos al ver a un pavo gigante?
Sigel
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Entre el griterío de las hermanas, el ruido la gente que no dejaba de hablar y su propia voz que daba gritos en su mente, Ingela estaba aturdida y mareada. Las patas la temblaban mientras permanecía de pie, mirando a todos lados confundida y aterrada. ¿Qué había hecho para merecer la rabia y odio del dios Bragi? Ella solo había bailado en un carnaval, disfrazada de algo bonito, disfrutando su juventud y el hecho de estar viva. Luego amaneció transformada y no sabía por qué, pensó que era algo del disfraz... pensó que las brujas lo solucionarían. Y empeoró todo. No contentos con enojar al dios, había metido a Zatch en un tremendo lío. Claro, era consecuencia de su vida de amigo de lo ajeno, pero de todas formas, ella lo había llevado allí.
Y ahora estaba ahí, asustado, con su esponjosa cola entre las patas. Quería pedirle perdón por meterlo en aquel embrollo horrible. Alcanzó a dar un torpe paso cuando él pegó un grito que hizo sobresaltar a todos, inclusive a la dragona, quien dio un respingo. Todos quedaron en silencio, hasta su voz dejó de gritar en su mente. Habló, pagó su deuda a las brujas y juró nunca más aparecer por ahí, que solo quería que los dejaran en paz. Ingela lo miró emocionada, con el corazón hinchado de orgullo y más enamorada que nunca. Cuando las brujas se fueron y la gente al rededor se dispersó, él se acercó y la abrazó. Ella lo apretó , presionando suavemente la espalda del joven con su cabeza, pegándolo a su cuello. Hizo un suave sonido, un murmullo. Ella no podía hablar, pero quiso decirle que le agradecía, que lo quería, que... pero no podía y solo salió esa especie de mugido grave. Anheló tener sis brazos y su boca para estrecharlo y darle un largo beso.
Se soltaron y Zatch fue hasta donde Adie para pedirle, no... exigirle que los llevara con Bragi. El excéntrico ser pensó un rato y aceptó -Pero, deberemos hacer algo con la dragona emplumada. Llama mucho la atención-. Ingela lo miró con el ceño fruncido. ¿Acaso había dicho que debía disfrazarse? ¿Pero cómo? Era un enorme animal de más de 3 metros de largo, cubierto de plumas, que lucía como el hijo mestizo de un dragón y un pavo real. No era cosa de echarse un trapo encima y taparse. ¿O sí? Ingela miró desesperada a Zatch, sin saber qué hacer.
Esconder semejante cuerpo no sería fácil, ni ocultar tanta pluma. De pronto, se le ocurrió que en vez de caminar, podrían volar hasta donde estaba Bragi. Seguía teniendo alas y así no tendrían que ocultarse, pues las nubes lo harían por ellos. Hizo un ruidito alegre y se puso de lado, enseñando su lomo, esperando que Zatch y Adie entendieran y se subieran.
Y ahora estaba ahí, asustado, con su esponjosa cola entre las patas. Quería pedirle perdón por meterlo en aquel embrollo horrible. Alcanzó a dar un torpe paso cuando él pegó un grito que hizo sobresaltar a todos, inclusive a la dragona, quien dio un respingo. Todos quedaron en silencio, hasta su voz dejó de gritar en su mente. Habló, pagó su deuda a las brujas y juró nunca más aparecer por ahí, que solo quería que los dejaran en paz. Ingela lo miró emocionada, con el corazón hinchado de orgullo y más enamorada que nunca. Cuando las brujas se fueron y la gente al rededor se dispersó, él se acercó y la abrazó. Ella lo apretó , presionando suavemente la espalda del joven con su cabeza, pegándolo a su cuello. Hizo un suave sonido, un murmullo. Ella no podía hablar, pero quiso decirle que le agradecía, que lo quería, que... pero no podía y solo salió esa especie de mugido grave. Anheló tener sis brazos y su boca para estrecharlo y darle un largo beso.
Se soltaron y Zatch fue hasta donde Adie para pedirle, no... exigirle que los llevara con Bragi. El excéntrico ser pensó un rato y aceptó -Pero, deberemos hacer algo con la dragona emplumada. Llama mucho la atención-. Ingela lo miró con el ceño fruncido. ¿Acaso había dicho que debía disfrazarse? ¿Pero cómo? Era un enorme animal de más de 3 metros de largo, cubierto de plumas, que lucía como el hijo mestizo de un dragón y un pavo real. No era cosa de echarse un trapo encima y taparse. ¿O sí? Ingela miró desesperada a Zatch, sin saber qué hacer.
Esconder semejante cuerpo no sería fácil, ni ocultar tanta pluma. De pronto, se le ocurrió que en vez de caminar, podrían volar hasta donde estaba Bragi. Seguía teniendo alas y así no tendrían que ocultarse, pues las nubes lo harían por ellos. Hizo un ruidito alegre y se puso de lado, enseñando su lomo, esperando que Zatch y Adie entendieran y se subieran.
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
No sólo no entendía qué demonios era esa cosa que tenía parada enfrente, tampoco podía llegar a comprender cómo pensaba. Parecía no haber captado la pregunta... y no le extrañaba que no lo hiciese. Después de todo, la “cosa” estaba comiendo tierra, ¡tierra!, y encima refunfuñaba algo sobre... esferas aplanadas. El zorro frunció el ceño y apretó los puños, intentando descubrir a qué se refería. Esferas aplanadas... ¿monedas? ¿quería que le diera dinero? -¡Lo único que me faltaba! -Pensó enfurruñado, mientras metía las manos en los bolsillos de la capa que aún tenía doblada entre manos para intentar encontrar algún aero. Pero no tenía nada, pues acababa de entregarle a las brujas todo lo que llevaba encima.
La criatura metálica guardó silencio por un momento, excepto por el sonido de la tierra crujiendo dentro de lo que debía ser su boca y ciertos gruñidos cuyo significado el zorro era incapaz de comprender. Parecía estar... ¿pensando? Por suerte para la salud mental de la pobre bestia, finalmente la cosa volvió a hablar. Dejando de lado el instante en que reprodujo a la perfección la voz de la dragona (lo cual provocó que Zatch retrocediese tres pasos y abriera los ojos como platos), acababa de manifestar su buena disposción para ayudarlos. El extraño ser se levantó y procedió a decir su nombre. El pobre ladronzuelo, sin poder salir de su asombro, apenas masculló:
-Pues yo soy Zatch... y a ella ya la conoces.
Aunque al cánido jamás le había importado llamar la atención (un hombre con cara de zorro no podía estar más acostumbrado a tal estigma) era cierto que llevar a un pavo gigante por las calles de Lunargenta podía ser demasiado arriesgado. Ya habían tenido suficientes emociones en un día como para ir por ahí buscando problemas. Miró a Ingela mientras se rascaba la barbilla; no se le ocurrió otra cosa que echarle algo como una sábana sobre el lomo y llevarla por las calles menos concurridas, esquivando la zona céntrica de la ciudad. Si alguien preguntaba, diría que era una exótica raza de Upelero que sólo se encontraba en el norte y que debía ser sacada a pasear diariamente.
Por suerte, dado que hasta él mismo sabía que ese plan era simplemente pésimo, la pava-dragona tuvo una mejor idea. Se agachó y descubrió el lomo, preparándose para ser montada. El zorro tragó saliva y echó una mirada furtiva a Adie. ¿Cuánto pesaría esa cosa?
-¿Estás segura? -Apoyó ambas manos sobre el cuello de la dragona y se impulsó con un salto para sentarse en su grupa. Definitivamente no era así como había imaginado que sería estar arriba de la joven- Quizás sea mucho peso... -Se acomodó tan adelante como pudo, para dejar espacio a la cosa. Después de todo, alguien tenía que guiarlos.
La criatura metálica guardó silencio por un momento, excepto por el sonido de la tierra crujiendo dentro de lo que debía ser su boca y ciertos gruñidos cuyo significado el zorro era incapaz de comprender. Parecía estar... ¿pensando? Por suerte para la salud mental de la pobre bestia, finalmente la cosa volvió a hablar. Dejando de lado el instante en que reprodujo a la perfección la voz de la dragona (lo cual provocó que Zatch retrocediese tres pasos y abriera los ojos como platos), acababa de manifestar su buena disposción para ayudarlos. El extraño ser se levantó y procedió a decir su nombre. El pobre ladronzuelo, sin poder salir de su asombro, apenas masculló:
-Pues yo soy Zatch... y a ella ya la conoces.
Aunque al cánido jamás le había importado llamar la atención (un hombre con cara de zorro no podía estar más acostumbrado a tal estigma) era cierto que llevar a un pavo gigante por las calles de Lunargenta podía ser demasiado arriesgado. Ya habían tenido suficientes emociones en un día como para ir por ahí buscando problemas. Miró a Ingela mientras se rascaba la barbilla; no se le ocurrió otra cosa que echarle algo como una sábana sobre el lomo y llevarla por las calles menos concurridas, esquivando la zona céntrica de la ciudad. Si alguien preguntaba, diría que era una exótica raza de Upelero que sólo se encontraba en el norte y que debía ser sacada a pasear diariamente.
Por suerte, dado que hasta él mismo sabía que ese plan era simplemente pésimo, la pava-dragona tuvo una mejor idea. Se agachó y descubrió el lomo, preparándose para ser montada. El zorro tragó saliva y echó una mirada furtiva a Adie. ¿Cuánto pesaría esa cosa?
-¿Estás segura? -Apoyó ambas manos sobre el cuello de la dragona y se impulsó con un salto para sentarse en su grupa. Definitivamente no era así como había imaginado que sería estar arriba de la joven- Quizás sea mucho peso... -Se acomodó tan adelante como pudo, para dejar espacio a la cosa. Después de todo, alguien tenía que guiarlos.
Zatch
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
-Encantado de conoceros Zatch, zorro cuidador de pavos y muchas otras funciones- Adie hizo una de sus características de reverencias de 90 grados hacia Zatch- Lo mismo para usted, Ingela Feuersteinherzdottir, dragona hereje y muchas otras funciones- otra reverencia más hacia la dragona emplumada.
Ingela se echó a un lado. Daba saltitos y sonreía alegremente mientras doblaba su largo cuello para señalar su lomo. Adie no entendía las funciones de la dragona hereje, por suerte Zatch estaba presente. El hombre zorro saltó al lomo de la chica y se inclinó hacia delante como si la dragona estuviera a punto de salir volando. ¡Volar era una función de los dragones! Fue entonces cuando Adie lo comprendió: Ingela quería volar hasta el Dios Bragi.
-Demasiado peso.- Adie confirmó la frase de Zatch con un movimiento afirmativo de cabeza- Mi hierro pesa mucho más que tú carne y tu pelo. La dragona, con suerte, mucha suerte, podría llevarte a ti, pero a mí no- arrancó otro terrón del suelo y se lo metió en la boca; no le molestaba comer mientras seguía hablando- Además, el Dios Bragi no está en el cielo. Está en la suelo del parque. Realiza su función de disfrazarse y reírse de los humanos. ¡Vamos, os guiaré!-
Adie miró hacia delante y fue corriendo hacia el parque. Estaba emocionado por entregar un mensaje a un Dios, no podía esperar. Aquello era mucho mejor que entrar el mensaje de un Dios. ¡Un ascenso! Adie, mensajero de los Dioses y muchas otras funciones. Era un buen nombre, le gustaba. Quizás, después de entregarle al Dios Bragi la carta que eran la dragona y el zorro, obtendría el ascenso que soñaba. ¡Rápido! Hacer esperar a un Dios era una herejía tan grande como intentar quitarse su disfraz. Adie corrió dando grandes zancadas.
Miró al cielo para asegurarse de que su “carta” le seguía. ¡Ahí estaba! Pero volaba muy bajo. La dragona era esbelta, pero no podía llevar mucho peso en su lomo. Apenas podía volar unos segundos. Señaló los tejados de los edificios para que la dragona se apoyase en ellos y no cayese. Podría esconderse entre las repisas de los balcones y los tubos humeantes de los tejados (chimeneas). Adie estuvo a punto de decírselo, tenía la función de hablar muy alto, la dragona le podría escuchar sin ningún problema. La mala noticia es que los humanos también le escucharían. Rápidamente, antes de emitir el menor sonido con su boca, se tapó la boca. Si alguien la veía, podía ser un desastre. ¡Podrían robarle la carta!
Adie llegó sin problemas al parque. Cinco quilómetros en cuatro minutos y un segundo, debía de ser su tiempo record. El Dios Bragi debía de estar por ahí, disfrazado de pato, pavo a cosa. ¿Sería esa la cosa que mencionó Zatch? ¡Llévame con ese tal Bragi, tú... cosa! Adie se encogió de hombros; era posible que la cosa que fuera el Dios fuera la misma que se refiriera el zorro. Mentalmente, calculaba que habría 19% de posibilidades de que así lo fuera. ¡19, que bien! El número favorito de Adie.
-Mis funciones no detectan al Dios Bragi. Lo vi aquí, era un pato pero también un pavo- cambió la voz en una perfecta imitación de Zatch- No creo... no creo que seas un pato. Uh, bueno, ¡si lo fueses, serías el pato más bonito que vi en mi vida!-
Estaba nervioso, miraba por todos los rincones. Bajo de las piedras, dentro de los árboles y también bajo de los árboles y dentro de las piedras. El cibernético era muy fuerte, podía arrancar un árbol de raíz sin dificultad. Pero, por muy fuerte que fuera, el Dios Bragi estaba escondido. Las funciones del mensajero lo detectaban cerca, ¿dónde? Era la pregunta que sus funciones no sabían responder.
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Ingela: Te costará volar llevando a Zatch a tu espalda. Apenas puedes mantenerte en el aire unos pocos segundos. Adie se le ha ocurrido una buena idea para esconderte. Utilízala, pero, por favor, ten cuidado con Zatch. Sería desagradable que se marease con el viaje.
Zatch: Tu misión es muy importante. Debes intentar relajar a Ingela. En su habitación, cuando ella creía que era un pato, lo hiciste muy bien. Vuelve a hacerlo, no vaya a ser que se ponga nerviosa en pleno vuelo y tengamos una desgracia.
Ambos: Ingela no es la única que está nerviosa, Adie también lo está. Una vez llegáis al parque, no consigue encontrar a Bragi. Arranca árboles y rompe piedras con tal de encontrarle. Debéis encontrar al Dios Bragi antes de que Adie destroce todo el parque. Podéis poneros de acuerdo entre vosotros para elegir la forma más divertida del Dios. Tenéis permiso para utilizar a Adie todo lo que queráis, creo que es algo que ya sabéis, pero sí os pido que me dejéis a mí utilizar al Dios Bragi.
Sigel
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Al parecer, su idea de llegar volando fue bien recibida. Zatch de un salto se subió a su lomo. Qué bien se sentía tenerlo encima, la dragona sintió una ráfaga de calor recorrerle el cuerpo teniéndolo montado encima. Pero Adie no se subió. -Demasiado peso.- dijo el bio cibernético con seguridad. Y ahora que lo pensaba, no solo se veía bien macizo el bicharraco este, con esa forma emplumada la joven dragona no sabía cómo respondería su cuerpo, si podría volar con velocidad y altitud... ¡Ni siquiera sabía si esas alas servían para volar!
Adie salió corriendo, pidiendo a Ingela que lo siguiera. Ella asintió y se acomodó a Zatch en la espalda sacudiendo suavemente el lomo. Sintió tirante el cuerdo de donde el chicose asía a sus plumas y, cosa extraña, aquello no le disgustó. Se lanzó en carrera, torpemente, y agitó las alas. Logró elevarse, pero no mucho más arriba de los tejados. Por mucho que batía sus enormes alas, no lograba elevarse más. Sintió el peso de Zatch y el de su tupida cola tirarla hacia abajo. Tratando de no chillar, aterrizó sobre el primer tejado. Más bien estrelló en el tejado, porque el revolcón que se dio armó un estropicio y mandó lejos a su pobre enamorado. Se levantó y sacudió, plumas volaron lejos. Llamó a Zatch con un bramido y volvió a la carrera. Algo similar pasó sobre el segundo tejado, pero ella, notando que no lograba volar, preparó el aterrizaje forzoso. Entendió que no podría volar sino dar largos saltos de techo en techo.
Y así fue saltando de tejado en tejado. Adie le llevaba mucha ventaja, pero ella lo seguía sin detenerse, cuidando de que su amada carga no se le cayera, ya que el pobre Zatch se bamboleaba de un lado al otro -Agárrate fuerte- pensaba Ingela cada vez que saltaba. Al aterrizar, cerraba sus alas sobre las piernas de él con firmeza para que no saliera volando.
Adie entró a un parque, Ingela sonrió de ver que encontrarían al dios Bragi pronto y este enrollo se solucionaría por fin. Pero algo estaba mal. Adie comenzó a destrozarlo todo. La dragona emplumada soltó un graznido al ver cómo el cibernético lanzaba enormes piedras por los aires y sacaba árboles de cuajo, desenterrando las profundas raíces. ¿Qué le ocurría al robot? ¿Se estaría descomponiendo? ¿El dios le había echado algún maleficio?
Asustada, apresuró el paso y dio un largo salto hasta caer cerca de Adie. Tan rápido como sus patas de pájaro le permitieron, corrió junto a él y comenzó a graznar, tratando de calmarlo. ¡Graznaba tan gracioso! Era un sonido entre como suena un pollito y un pato.
Adie salió corriendo, pidiendo a Ingela que lo siguiera. Ella asintió y se acomodó a Zatch en la espalda sacudiendo suavemente el lomo. Sintió tirante el cuerdo de donde el chicose asía a sus plumas y, cosa extraña, aquello no le disgustó. Se lanzó en carrera, torpemente, y agitó las alas. Logró elevarse, pero no mucho más arriba de los tejados. Por mucho que batía sus enormes alas, no lograba elevarse más. Sintió el peso de Zatch y el de su tupida cola tirarla hacia abajo. Tratando de no chillar, aterrizó sobre el primer tejado. Más bien estrelló en el tejado, porque el revolcón que se dio armó un estropicio y mandó lejos a su pobre enamorado. Se levantó y sacudió, plumas volaron lejos. Llamó a Zatch con un bramido y volvió a la carrera. Algo similar pasó sobre el segundo tejado, pero ella, notando que no lograba volar, preparó el aterrizaje forzoso. Entendió que no podría volar sino dar largos saltos de techo en techo.
Y así fue saltando de tejado en tejado. Adie le llevaba mucha ventaja, pero ella lo seguía sin detenerse, cuidando de que su amada carga no se le cayera, ya que el pobre Zatch se bamboleaba de un lado al otro -Agárrate fuerte- pensaba Ingela cada vez que saltaba. Al aterrizar, cerraba sus alas sobre las piernas de él con firmeza para que no saliera volando.
Adie entró a un parque, Ingela sonrió de ver que encontrarían al dios Bragi pronto y este enrollo se solucionaría por fin. Pero algo estaba mal. Adie comenzó a destrozarlo todo. La dragona emplumada soltó un graznido al ver cómo el cibernético lanzaba enormes piedras por los aires y sacaba árboles de cuajo, desenterrando las profundas raíces. ¿Qué le ocurría al robot? ¿Se estaría descomponiendo? ¿El dios le había echado algún maleficio?
Asustada, apresuró el paso y dio un largo salto hasta caer cerca de Adie. Tan rápido como sus patas de pájaro le permitieron, corrió junto a él y comenzó a graznar, tratando de calmarlo. ¡Graznaba tan gracioso! Era un sonido entre como suena un pollito y un pato.
Ingela
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Re: La dulce broma del dios Bragi. [Zatch + 0/2]
Un extenso suspiro se escapó de entre los labios del zorro cuando Adie, con la boca llena de tierra, afirmó que su cuerpo era demasiado pesado para la dragona. Estuvo a punto de bajarse para optar por otro plan, pero la cosa tuvo una mejor idea: los guiaría desde abajo, mientras ellos remontaban vuelo. Ingela se sacudió y Zatch agarró firmemente los penachos de plumas para no caer. Entonces, batió las alas y saltó.
El zorro rugió un grito panicoso. Era la primera vez que volaba en toda su vida, y supo en ese instante que no le agradaba en lo absoluto. El suelo estaba demasiado lejos de sus patas como para caer bien y notó que a Ingela le costaba un gran esfuerzo elevarse. Apretó los muslos y se agarró más fuerte, pero cuando se estrellaron contra el primer tejado, no pudo evitar salir despedido de su montura. Se asió firmemente a las tejas arrancando unas cuantas de ellas, las cuales se precipitaron techo abajo suscitando uno que otro grito de quien tenía la mala fortuna de justo pasar por allí. Maldiciendo entre dientes, se incorporó y regresó corriendo hacia la sierpe emplumada para volver a montarse en ella. Estaba adolorido, se había golpeado fuertemente el costado izquierdo y tenía el pelaje todo revuelto. Aún así, se esforzó por transmitir tranquilidad en su gesto y en sus palabras.
-Nunca pensé que cuando me tuvieras encima serías tan brusca conmigo. -Dejó caer la palma de la pata sobre el cuello de la muchacha, acariciándola con suavidad- Sé gentil, ¡es mi primera vez! -Bromeó.
Creía haber aprendido que la mejor manera de tranquilizarla no era mostrarle compasión ni preocuparse excesivamente por ella, si no simplemente distenderla y hacerla reír. Confiaba en que el humor era la mejor opción para hacer que aquel caótico día fuese un poco más llevadero.
Poco a poco, ambos se acostumbraron a los movimientos del otro. Protegido por las alas de ella, y habiendo notado que cuanto más se agazapase sobre el lomo más estable de mantenía, lograron que el resto del camino tuviera menos incidentes. Cuando llegaron al parque, sin embargo, las cosas volvían a ponerse difíciles. ¿Por qué los dioses se ensañaban así con ellos? ¿Acaso no podían tener un maldito día de paz?
Zatch se bajó de un salto cuando Ingela corrió hacia Adie. Las pocas personas que paseaban por el parque se alejaron corriendo a toda velocidad. No sólo una enorme criatura emplumada acababa de bajar del cielo; también había un hombre gigantesco y metálico que lo estaba destrozando todo. El zorro se quedó pasmado ante la escena: uno gritaba que no encontraba al Dios Bragi y la otra graznaba como una posesa.
-¡SUFICIENTE! -Tenía los puños apretados y el pelo de la espalda erizado- ¡Deja de destrozarlo todo, maldita cosa! -Apuntó al robot con el índice- Y tú, Ingela, tienes una voz hermosa... -Suavizó su tono de voz poco a poco- ...pero es mejor que nos calmemos. No debemos montar un espectáculo; lo único que falta es que ahora vengan más entrometidos a ver qué está pasando, ¿no creen?
Se pasó las manos por el rostro. No podía creer que estaba en un parque a medio destruir buscando al mismísimo Dios Bragi. En todo caso, si la deidad no quería ser encontrada, pues no la encontrarían nunca. Los dioses eran caprichosos y temperamentales, probablemente no les gustaba que les dijeran lo que tenían que hacer. Pero si había mandado a Adie a buscarlos entonces debía estar divirtiéndose a lo grande con ellos, y quizás lo estaba haciendo más cerca de lo que creían.
Los ojos ambarinos del zorro recorrieron la plaza con lentitud a la par que movía la nariz para olisquearlo todo... aunque, a decir la verdad, no tenía ni la menor idea de cómo debía oler un dios. Se cruzó de brazos y comenzó a recorrer los senderos del parque con obstinación. Así, los minutos fueron pasando. Uno, dos, cinco... Comenzaba a impacientarse. Estaba a punto de darse la vuelta, de sugerir buscar a algún otro brujo, o quizás a los elfos... cuando lo vio.
Parado sobre una roca partida, un pequeño lagarto lo observaba fijamente. Zatch mantuvo su mirada sobre él. Aparte de su piel tornasolada, no veía nada atípico en la criatura... hasta que vio cómo le guiñaba un ojo. Entonces supo de quién se trataba.
-¡Te encontré! -Gritó justo antes de lanzársele encima.
El zorro rugió un grito panicoso. Era la primera vez que volaba en toda su vida, y supo en ese instante que no le agradaba en lo absoluto. El suelo estaba demasiado lejos de sus patas como para caer bien y notó que a Ingela le costaba un gran esfuerzo elevarse. Apretó los muslos y se agarró más fuerte, pero cuando se estrellaron contra el primer tejado, no pudo evitar salir despedido de su montura. Se asió firmemente a las tejas arrancando unas cuantas de ellas, las cuales se precipitaron techo abajo suscitando uno que otro grito de quien tenía la mala fortuna de justo pasar por allí. Maldiciendo entre dientes, se incorporó y regresó corriendo hacia la sierpe emplumada para volver a montarse en ella. Estaba adolorido, se había golpeado fuertemente el costado izquierdo y tenía el pelaje todo revuelto. Aún así, se esforzó por transmitir tranquilidad en su gesto y en sus palabras.
-Nunca pensé que cuando me tuvieras encima serías tan brusca conmigo. -Dejó caer la palma de la pata sobre el cuello de la muchacha, acariciándola con suavidad- Sé gentil, ¡es mi primera vez! -Bromeó.
Creía haber aprendido que la mejor manera de tranquilizarla no era mostrarle compasión ni preocuparse excesivamente por ella, si no simplemente distenderla y hacerla reír. Confiaba en que el humor era la mejor opción para hacer que aquel caótico día fuese un poco más llevadero.
Poco a poco, ambos se acostumbraron a los movimientos del otro. Protegido por las alas de ella, y habiendo notado que cuanto más se agazapase sobre el lomo más estable de mantenía, lograron que el resto del camino tuviera menos incidentes. Cuando llegaron al parque, sin embargo, las cosas volvían a ponerse difíciles. ¿Por qué los dioses se ensañaban así con ellos? ¿Acaso no podían tener un maldito día de paz?
Zatch se bajó de un salto cuando Ingela corrió hacia Adie. Las pocas personas que paseaban por el parque se alejaron corriendo a toda velocidad. No sólo una enorme criatura emplumada acababa de bajar del cielo; también había un hombre gigantesco y metálico que lo estaba destrozando todo. El zorro se quedó pasmado ante la escena: uno gritaba que no encontraba al Dios Bragi y la otra graznaba como una posesa.
-¡SUFICIENTE! -Tenía los puños apretados y el pelo de la espalda erizado- ¡Deja de destrozarlo todo, maldita cosa! -Apuntó al robot con el índice- Y tú, Ingela, tienes una voz hermosa... -Suavizó su tono de voz poco a poco- ...pero es mejor que nos calmemos. No debemos montar un espectáculo; lo único que falta es que ahora vengan más entrometidos a ver qué está pasando, ¿no creen?
Se pasó las manos por el rostro. No podía creer que estaba en un parque a medio destruir buscando al mismísimo Dios Bragi. En todo caso, si la deidad no quería ser encontrada, pues no la encontrarían nunca. Los dioses eran caprichosos y temperamentales, probablemente no les gustaba que les dijeran lo que tenían que hacer. Pero si había mandado a Adie a buscarlos entonces debía estar divirtiéndose a lo grande con ellos, y quizás lo estaba haciendo más cerca de lo que creían.
Los ojos ambarinos del zorro recorrieron la plaza con lentitud a la par que movía la nariz para olisquearlo todo... aunque, a decir la verdad, no tenía ni la menor idea de cómo debía oler un dios. Se cruzó de brazos y comenzó a recorrer los senderos del parque con obstinación. Así, los minutos fueron pasando. Uno, dos, cinco... Comenzaba a impacientarse. Estaba a punto de darse la vuelta, de sugerir buscar a algún otro brujo, o quizás a los elfos... cuando lo vio.
Parado sobre una roca partida, un pequeño lagarto lo observaba fijamente. Zatch mantuvo su mirada sobre él. Aparte de su piel tornasolada, no veía nada atípico en la criatura... hasta que vio cómo le guiñaba un ojo. Entonces supo de quién se trataba.
-¡Te encontré! -Gritó justo antes de lanzársele encima.
- DIOS BRAGI:
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Zatch
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