[MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
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[MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Dicen las voces del Norte que la muerte acecha en cada esquina. Hostil y silenciosa aguarda el momento de llevarse vidas de forma indiscriminada. Nadie está a salvo, ni siquiera a miles de kilómetros. Ni siquiera tras las fronteras de las ciudades, indispensables protectoras en miles de batallas, pero inútiles para aplacar este mal invisible.
Más cruento que una guerra.
Ni siquiera los poderosos dragones del norte habían podido salvarse de esa extraña enfermedad. Ni siquiera los lobos del este lo habían conseguido. Todos habían sucumbido a esa maldición. ¿Era cosa de los Dioses? ¿Cuánto mal habían hecho para que los Dioses se cebaran así con ellos?
La península de Verisar, que al principio se veía como una opción de refugio, había dejado de serlo. Las grandes masas de refugiados de ambos reinos, la escasez de medicamentos y el pánico social estaban complicando mucho cualquier intento de retención de la enfermedad.
Y todo se volvió gris.
¿Dónde quedaba la solidaridad que predicaban las buenas personas? ¿Había cabida para ayudar a los enfermos? ¿Qué vidas había que salvar y cuáles no? El miedo, la desesperación, la escasez y la represión estaban empezando a convertir las ciudades en auténticos campos de batalla. Había saqueos, venganza, golpes entre hermanos, descontrol, protestas, secuestros, chantajes, asesinatos… Todo lo malo de una sociedad que estaba destruyéndose estaba en Verisar.
Pero, ¿quién es el juez de estos actos? ¿Quién es el jurado? Y… ¿Quién tendría el papel de ejecutor?
Más cruento que una guerra.
Ni siquiera los poderosos dragones del norte habían podido salvarse de esa extraña enfermedad. Ni siquiera los lobos del este lo habían conseguido. Todos habían sucumbido a esa maldición. ¿Era cosa de los Dioses? ¿Cuánto mal habían hecho para que los Dioses se cebaran así con ellos?
La península de Verisar, que al principio se veía como una opción de refugio, había dejado de serlo. Las grandes masas de refugiados de ambos reinos, la escasez de medicamentos y el pánico social estaban complicando mucho cualquier intento de retención de la enfermedad.
Y todo se volvió gris.
¿Dónde quedaba la solidaridad que predicaban las buenas personas? ¿Había cabida para ayudar a los enfermos? ¿Qué vidas había que salvar y cuáles no? El miedo, la desesperación, la escasez y la represión estaban empezando a convertir las ciudades en auténticos campos de batalla. Había saqueos, venganza, golpes entre hermanos, descontrol, protestas, secuestros, chantajes, asesinatos… Todo lo malo de una sociedad que estaba destruyéndose estaba en Verisar.
Pero, ¿quién es el juez de estos actos? ¿Quién es el jurado? Y… ¿Quién tendría el papel de ejecutor?
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¿Conocéis el dicho de “a río revuelto, ganancia de pescadores”? Tal vez tú no, pero estos vampiros sí lo sabían llevar a la práctica perfectamente. Habían encontrado el negocio y el beneficio en el mal que asolaba Verisar.
Haciéndose pasar por curanderos de Vulwulfar, habían conseguido entrar en Lunargenta gracias a la falacia de que habían encontrado la cura para la enfermedad. Habían atrapado a una elfa que caminaba sola por uno de los caminos durante la noche, y la estaban usando como reclamo para atraer a los desesperados ciudadanos que buscaban una solución rápida ante la enfermedad. Y eso es lo que ellos proponían, eran auténticos vendedores de humo, pero que no sólo estaban obteniendo beneficios materiales, sino presas fáciles.
-¡Antes del amanecer estarás curado! -Iban por las tabernas buscando incautos humanos que quisieran sus servicios. Luego, se reunían con ellos en puntos específicos de la ciudad, lejos de los guardias, y procedían con su engaño. -Esta elfa os ayudará. -Comenzaban a mentir, pasándose aún por simples humanos, mercaderes de ilusiones. Era más complicado que arrasar la ciudad, sí, pero sacaban muchos más beneficios haciendo eso.
Los ciudadanos que iban en busca de ayuda, miraban a la elfa esperando que hiciera algo, que pusiera sus manos sobre ellos y que de pronto sanasen. Pero eso era imposible, a pesar de que lo creyeran. Esa elfa sólo había sido secuestrada y obligada, mediante coacción, a seguir con el plan de esos seres de la noche. Era eso o acabaría decapitada en un árbol.
Mientras se llevaba a cabo la distracción, esos seres aprovechaban para robar las pertenencias de sus víctimas y acto seguido acabar con ellas en completo silencio. Nadie se enteraba. ¿Y si preguntaban por los desaparecidos? Simplemente se decía que al haberse curado, les dejaban salir de las murallas, dejando dentro a los contagiados.
Y más gente iba, guiada por su desesperación, a pedir la sanación para sus hermanos, hijos, o ellos mismos.
¿Y la Guardia de Lunargenta qué hacía ante eso? Nada.
El barco del rey Siegfried iba a zarpar en unas horas y llevaban días con revueltas en el puerto, así que no podían abandonar sus posiciones, y menos ahora, que es cuando iba a salir. Tenían que evacuar al rey, él sí que no podía contagiarse. Con él iría su corte, parte de los Guardias de rango más alto y Lord Tinegar, por supuesto.
Y otro batallón de soldados, en concreto, futuros cadetes, habían sido enviados a la frontera entre Baslodia y Vulwulfar, así que faltaba personal. Algunos habían muerto, otros habían caído enfermos, otros cuidaban la zona de Roilkat y los que quedaban en Lunargenta vigilaban a los enfermos, hacían el racionamiento, pasaban lista de todas las familias que vivían en la zona, vigilaban altercados, saqueos... ¡Como para estar pendientes de un rumor sobre salvación! Si los oían a diario. Algunos decían que si comías ciertos hongos, te curabas. Otros decían que si te enjuagabas la boca con agua del mar, serías sanado. ¿Hacer caso a otra tontería sobre elfos?
La Guardia estaba demasiado ocupada.
Y mientras tanto, la esperanza volvía a las vidas de las familias que veían a esos grandes curanderos de Vulwulfar.
-Nosotros venimos de allá, tan cerca de Sandorai estamos que conocemos el secreto de la sanación. Esta elfa, a la que llamamos Raiztîr, es quien nos ha curado a nosotros. Estábamos al borde de la muerte. Y ahora queremos compartir su don con todos nuestros hermanos. -Y todos picaban y tarde o temprano se reunían con esos hombres.
-¿Podrá salvar a mi padre? -Preguntaba un joven de aspecto demacrado. Y esa era la última vez que se volvía a saber de ellos. Sus cadáveres aparecían tirados por la calle, aunque eran tantos y tantos los que había, que no se tenía en cuenta la causa de la muerte. Todos eran por lo mismo: El mal invisible.
Jugaban con la ilusión de esa pobre gente que, acinados tras las murallas de la capital, aguardaban el momento para poder salvarse, sin tener que sufrir más ni ver a sus familiares ahogados en sus propios fluidos, cayendo en un sueño profundo del que nunca despertarían, dejando sólo el recuerdo de ese pestilente olor que ahora estaba impregnado hasta en la última piedra que levantaba la ciudad.
Y ese aquelarre se estaba aprovechando de ello para obtener grandes beneficios.
Esa noche, como las dos anteriores que lo habían hecho, iban a salir. Se pusieron las túnicas, ataron bien fuerte a la elfa y comenzaron a procesionar por una pequeña y oscura calle de la ciudad, alejados del centro. ¿Quién sería el incauto esta vez?
¡Bienvenidos, Iredia y Dag! Sé que os conocísteis en la misma ciudad en la que ahora nos encontramos, aunque supongo que cuando os encontrásteis en el puerto era todo más alegre que ahora. Dag, esta no es la Lunargenta que conocías. Ahora parece un campo de batalla, ¿se ha librado alguna guerra aquí? Más bien... Luchas. Muchas: entre hermanos, entre vecinos, entre gente que ni se conocía. Con tal de salvarse, se hace lo que esté en nuestra mano.
El colapso de la ciudad se ve en las calles, la tristeza está en el ambiente. Casi se puede ver la Muerte acechando.
Iredia: Tienes un poco de mala suerte, cuando conociste a Dag te perseguían unos tipos, y ahora eres la captura de un aquelarre de cinco vampiros que están aprovechando para conseguir buenos beneficios. Te tienen coaccionada, en este turno te tocará explicar tu convivencia con ellos. Puede que aún te tengan chantajeada o que tú misma hayas conseguido que te traten como una más, engañando a la gente.
Si eliges la primera opción, sería bueno que intentases escapar o hacer que alguien te ayudara... Ahí lo dejo.
Dag: ¿En qué se ha convertido tu ciudad? ¿Y qué demonios hace la guardia mientras el descontrol reina en las calles? En este turno vas a encontrarte con el grupo de vampiros y con una elfa. Tus opciones se verán reflejadas en cómo interactúes con ese pequeño clan: puedes unirte a ellos y seguir creando el caos dentro del caos o recurrir a la Guardia de Lunargenta para que solucionen el tema de esos estafadores. ¿Lord Tinegar te escucharía?
Haciéndose pasar por curanderos de Vulwulfar, habían conseguido entrar en Lunargenta gracias a la falacia de que habían encontrado la cura para la enfermedad. Habían atrapado a una elfa que caminaba sola por uno de los caminos durante la noche, y la estaban usando como reclamo para atraer a los desesperados ciudadanos que buscaban una solución rápida ante la enfermedad. Y eso es lo que ellos proponían, eran auténticos vendedores de humo, pero que no sólo estaban obteniendo beneficios materiales, sino presas fáciles.
-¡Antes del amanecer estarás curado! -Iban por las tabernas buscando incautos humanos que quisieran sus servicios. Luego, se reunían con ellos en puntos específicos de la ciudad, lejos de los guardias, y procedían con su engaño. -Esta elfa os ayudará. -Comenzaban a mentir, pasándose aún por simples humanos, mercaderes de ilusiones. Era más complicado que arrasar la ciudad, sí, pero sacaban muchos más beneficios haciendo eso.
Los ciudadanos que iban en busca de ayuda, miraban a la elfa esperando que hiciera algo, que pusiera sus manos sobre ellos y que de pronto sanasen. Pero eso era imposible, a pesar de que lo creyeran. Esa elfa sólo había sido secuestrada y obligada, mediante coacción, a seguir con el plan de esos seres de la noche. Era eso o acabaría decapitada en un árbol.
Mientras se llevaba a cabo la distracción, esos seres aprovechaban para robar las pertenencias de sus víctimas y acto seguido acabar con ellas en completo silencio. Nadie se enteraba. ¿Y si preguntaban por los desaparecidos? Simplemente se decía que al haberse curado, les dejaban salir de las murallas, dejando dentro a los contagiados.
Y más gente iba, guiada por su desesperación, a pedir la sanación para sus hermanos, hijos, o ellos mismos.
¿Y la Guardia de Lunargenta qué hacía ante eso? Nada.
El barco del rey Siegfried iba a zarpar en unas horas y llevaban días con revueltas en el puerto, así que no podían abandonar sus posiciones, y menos ahora, que es cuando iba a salir. Tenían que evacuar al rey, él sí que no podía contagiarse. Con él iría su corte, parte de los Guardias de rango más alto y Lord Tinegar, por supuesto.
Y otro batallón de soldados, en concreto, futuros cadetes, habían sido enviados a la frontera entre Baslodia y Vulwulfar, así que faltaba personal. Algunos habían muerto, otros habían caído enfermos, otros cuidaban la zona de Roilkat y los que quedaban en Lunargenta vigilaban a los enfermos, hacían el racionamiento, pasaban lista de todas las familias que vivían en la zona, vigilaban altercados, saqueos... ¡Como para estar pendientes de un rumor sobre salvación! Si los oían a diario. Algunos decían que si comías ciertos hongos, te curabas. Otros decían que si te enjuagabas la boca con agua del mar, serías sanado. ¿Hacer caso a otra tontería sobre elfos?
La Guardia estaba demasiado ocupada.
Y mientras tanto, la esperanza volvía a las vidas de las familias que veían a esos grandes curanderos de Vulwulfar.
-Nosotros venimos de allá, tan cerca de Sandorai estamos que conocemos el secreto de la sanación. Esta elfa, a la que llamamos Raiztîr, es quien nos ha curado a nosotros. Estábamos al borde de la muerte. Y ahora queremos compartir su don con todos nuestros hermanos. -Y todos picaban y tarde o temprano se reunían con esos hombres.
-¿Podrá salvar a mi padre? -Preguntaba un joven de aspecto demacrado. Y esa era la última vez que se volvía a saber de ellos. Sus cadáveres aparecían tirados por la calle, aunque eran tantos y tantos los que había, que no se tenía en cuenta la causa de la muerte. Todos eran por lo mismo: El mal invisible.
Jugaban con la ilusión de esa pobre gente que, acinados tras las murallas de la capital, aguardaban el momento para poder salvarse, sin tener que sufrir más ni ver a sus familiares ahogados en sus propios fluidos, cayendo en un sueño profundo del que nunca despertarían, dejando sólo el recuerdo de ese pestilente olor que ahora estaba impregnado hasta en la última piedra que levantaba la ciudad.
Y ese aquelarre se estaba aprovechando de ello para obtener grandes beneficios.
Esa noche, como las dos anteriores que lo habían hecho, iban a salir. Se pusieron las túnicas, ataron bien fuerte a la elfa y comenzaron a procesionar por una pequeña y oscura calle de la ciudad, alejados del centro. ¿Quién sería el incauto esta vez?
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¡Bienvenidos, Iredia y Dag! Sé que os conocísteis en la misma ciudad en la que ahora nos encontramos, aunque supongo que cuando os encontrásteis en el puerto era todo más alegre que ahora. Dag, esta no es la Lunargenta que conocías. Ahora parece un campo de batalla, ¿se ha librado alguna guerra aquí? Más bien... Luchas. Muchas: entre hermanos, entre vecinos, entre gente que ni se conocía. Con tal de salvarse, se hace lo que esté en nuestra mano.
El colapso de la ciudad se ve en las calles, la tristeza está en el ambiente. Casi se puede ver la Muerte acechando.
Iredia: Tienes un poco de mala suerte, cuando conociste a Dag te perseguían unos tipos, y ahora eres la captura de un aquelarre de cinco vampiros que están aprovechando para conseguir buenos beneficios. Te tienen coaccionada, en este turno te tocará explicar tu convivencia con ellos. Puede que aún te tengan chantajeada o que tú misma hayas conseguido que te traten como una más, engañando a la gente.
Si eliges la primera opción, sería bueno que intentases escapar o hacer que alguien te ayudara... Ahí lo dejo.
Dag: ¿En qué se ha convertido tu ciudad? ¿Y qué demonios hace la guardia mientras el descontrol reina en las calles? En este turno vas a encontrarte con el grupo de vampiros y con una elfa. Tus opciones se verán reflejadas en cómo interactúes con ese pequeño clan: puedes unirte a ellos y seguir creando el caos dentro del caos o recurrir a la Guardia de Lunargenta para que solucionen el tema de esos estafadores. ¿Lord Tinegar te escucharía?
Última edición por Fehu el Vie Jul 21 2017, 18:58, editado 2 veces
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Los fétidos aromas le taladraban las fosas nasales, así como los gritos de la gente percutían sin piedad contra sus tímpanos. Apenas estaba acostumbrándose a la exagerada amplificación de sus sentidos y una potente migraña le golpeteaba la nuca como un insistente martillo.
Había despertado de una pesadilla para zambullirse en otra. Primero el pueblo reducido a cenizas, cuya población fue bestialmente subyugada por un triste grupo de mercenarios. Luego, la certeza de que su más espantosa pesadilla era realidad: estaba solo en el mundo. Y ahora, su ciudad se veía reducida a una enorme jaula de muerte y putrefacción. Casi podía oír las carcajadas del vampiro que había compartido su maldición con él, prometiéndole una vida de tormentos en lugar de la placentera muerte que le hubiese ahorrado todo aquello.
En ciento cinco años, nadie había ido a buscarlo. Su familia probablemente lo había dado por muerto, pero... ¿y la guardia? ¿acaso no les había resultado extraño no encontrar su cuerpo junto a los cadáveres cercenados de sus compañeros? Se sentía abandonado por aquellas personas a las que había sido fiel durante más de una década. Abandonado e ignorado, tal como ahora mismo estaba sucediendo con la cuidad, cuyos guardias escaseaban en pos de cumplir órdenes más “importantes”, más importantes que las pobres almas devastadas que gimoteaban y braceaban desde el suelo. Y, aunque durante los primeros días de su despertar todavía se creía un orgulloso soldado, ahora que sabía la verdad no podía sentir más que decepción y antipatía hacia los Protectores de Lunargenta.
Entre las decenas de personas que corrían de un lado a otro empujándose, llevando cubetas de agua, paños teñidos de asquerosas supuraciones y todo cuanto pudiesen utilizar para ayudar a los enfermos, un único hombre caminaba contra la corriente humana con la cara destapada. Una espada en su vaina herrumbrosa pendía de su cinturón y vestía una camisa blanca, o más bien amarillenta, que horas atrás había quitado a uno de los muertos tirados en la calle para suplir la suya, que ya no tenía arreglo. No le importaba enfermarse. De hecho, ni siquiera creía poder hacerlo. Si un siglo de inanición no había acabado con él, dudaba que una peste lo hiciera. No obstante, la idea de encontrar el final de su suplicio más temprano que tarde tampoco lo perturbaba en demasía. No tenia ningún motivo para prolongar su existencia en un mundo extraño que no parecía tener espacio para alguien como él. ¿Por qué preocuparse, entonces, por cubrirse la boca o alejarse de los agonizantes?
-Este muchacho está empezando a tener pensamientos bastante escalofriantes... -Dijo una de las voces que le hacían compañía dentro de las paredes de su cráneo. La fría mirada del vampiro pasaba por encima de los montículos de cadáveres sin esbozar ni el más leve atisbo de emoción, cosa que, por increíble que sonara, hasta a sus “amigos imaginarios” o, si se quiere, “su consciencia”, les parecía un preocupante indicio del ánimo quebrantado y lastimoso del hombre.
-Sabes que si te mueres tú también nos morimos nosotros, ¿verdad, Dag?
-¡Yo no quiero morir!
-Eso, tío, deberías ser un poco más considerado con nosotros.
-Nadie va a morir. Perecer es un privilegio que nos fue arrebatado.
-Cállense de una vez, joder...
Dag se pasó la mano por el rostro y negó con la cabeza. Estaba caminando si ningún objetivo en particular. Para cuando se dio cuenta la masa de personas ya había quedado atrás; ahora se encontraba en las calles menos transitadas, aunque igual de apestosas, sólo concurridas por unos pocos rezagados.
-¡Benditos sean los elfos de Sandorai que han compartido la cura con nosotros! -Clamó una voz masculina que, supuso, correspondía a la oscura silueta que vio metros más adelante. A su lado, tres otras personas permanecían vigilantes, y Dag pudo intuir la presencia de otros dos un poco más lejos. En total eran seis y, salvo una de las personas, los demás se turnaban para hacer saber a todo quien pasase cerca el milagro que traían entre manos- ¡He aquí el final de esta maldita peste! ¡Acérquese, señora, acérquese a ver! -Fue una mujer de unos cuarenta años quien picó el anzuelo. ¿Estaría enferma? Lograr vivir cuatro largas décadas para encontrar su final con una plaga era, cuanto menos, indigno. El ojiazul se acercó con cautela para dilucidar qué triquiñuela se traían esos tipos. Podía haberse perdido un siglo de historia, pero dudaba que la gente actual fuese tan generosa como para entregar la cura de la enfermedad más temida de todo Aerandir sin pedir nada a cambio. La avaricia no conoce el paso del tiempo.
La dama explicó entre sollozos algo sobre su hija enferma, la única compañía que tenía, pues ambas vivían solas. Oh, así que no era ella la apestada. Los sospechosos bienhechores intercambiaron miradas y fingieron consultar algo con la elfa, aunque Dag no oyó en ningún momento que ésta respondiese nada a los cuchicheos de los otros. Pronto, como ansioso, el vocero del grupo posó una mano sobre el hombro de la señora en gesto devoto y dijo:
-Llévenos a su casa, sanaremos a su...
-¿Iredia?
-¿Sanarán a mi Iredia? -cuestionó la mujer, confundida.
El aquelarre estaba tan ocupado en echar sus garras sobre todos los bienes de la dama, que no se percataron del acercamiento del vampiro. Después de todo él también podía fundirse con las sombras, aunque todavía no podía explicarse cómo demonios lo hacía. El caso era que funcionaba. Y ahora tenía seis pares de ojos, siete con los de la cuarentona, clavados sobre él.
-¿Entonces tú sabes cuál es la cura, Iredia?
Preguntó, un poco en serio, un poco haciéndose el tonto. Su semblante inexpresivo escondía un brillo de incertidumbre. ¿Qué hacía la elfa con esos tipos?
-Te estás confundiendo, amigo. -Intervino rápidamente su congénere en un tono ligeramente menos amigable, teñido incluso de cierta molestia- Esta es Raiztîr y no sólo conoce la cura, ¡también la reparte generosamente!
-Juraría que se llama...
-¡Eso no es lo importante! -Le interrumpió, pero pronto atenuó el tono al ver que espantaba a la señora, quien los miraba de hito en hito con gesto asustadizo- Vamos, señora, guíenos hacia su...
-...Iredia. -Finalizó, con los ojos clavados sobre la muchacha, como si el otro jamás le hubiese interrumpido.
-¿Quién demonios es este tipo? -Gruñó entonces otro de los vampiros, dirigiéndose en voz baja directamente a la supuesta sanadora.
Había despertado de una pesadilla para zambullirse en otra. Primero el pueblo reducido a cenizas, cuya población fue bestialmente subyugada por un triste grupo de mercenarios. Luego, la certeza de que su más espantosa pesadilla era realidad: estaba solo en el mundo. Y ahora, su ciudad se veía reducida a una enorme jaula de muerte y putrefacción. Casi podía oír las carcajadas del vampiro que había compartido su maldición con él, prometiéndole una vida de tormentos en lugar de la placentera muerte que le hubiese ahorrado todo aquello.
En ciento cinco años, nadie había ido a buscarlo. Su familia probablemente lo había dado por muerto, pero... ¿y la guardia? ¿acaso no les había resultado extraño no encontrar su cuerpo junto a los cadáveres cercenados de sus compañeros? Se sentía abandonado por aquellas personas a las que había sido fiel durante más de una década. Abandonado e ignorado, tal como ahora mismo estaba sucediendo con la cuidad, cuyos guardias escaseaban en pos de cumplir órdenes más “importantes”, más importantes que las pobres almas devastadas que gimoteaban y braceaban desde el suelo. Y, aunque durante los primeros días de su despertar todavía se creía un orgulloso soldado, ahora que sabía la verdad no podía sentir más que decepción y antipatía hacia los Protectores de Lunargenta.
Entre las decenas de personas que corrían de un lado a otro empujándose, llevando cubetas de agua, paños teñidos de asquerosas supuraciones y todo cuanto pudiesen utilizar para ayudar a los enfermos, un único hombre caminaba contra la corriente humana con la cara destapada. Una espada en su vaina herrumbrosa pendía de su cinturón y vestía una camisa blanca, o más bien amarillenta, que horas atrás había quitado a uno de los muertos tirados en la calle para suplir la suya, que ya no tenía arreglo. No le importaba enfermarse. De hecho, ni siquiera creía poder hacerlo. Si un siglo de inanición no había acabado con él, dudaba que una peste lo hiciera. No obstante, la idea de encontrar el final de su suplicio más temprano que tarde tampoco lo perturbaba en demasía. No tenia ningún motivo para prolongar su existencia en un mundo extraño que no parecía tener espacio para alguien como él. ¿Por qué preocuparse, entonces, por cubrirse la boca o alejarse de los agonizantes?
-Este muchacho está empezando a tener pensamientos bastante escalofriantes... -Dijo una de las voces que le hacían compañía dentro de las paredes de su cráneo. La fría mirada del vampiro pasaba por encima de los montículos de cadáveres sin esbozar ni el más leve atisbo de emoción, cosa que, por increíble que sonara, hasta a sus “amigos imaginarios” o, si se quiere, “su consciencia”, les parecía un preocupante indicio del ánimo quebrantado y lastimoso del hombre.
-Sabes que si te mueres tú también nos morimos nosotros, ¿verdad, Dag?
-¡Yo no quiero morir!
-Eso, tío, deberías ser un poco más considerado con nosotros.
-Nadie va a morir. Perecer es un privilegio que nos fue arrebatado.
-Cállense de una vez, joder...
Dag se pasó la mano por el rostro y negó con la cabeza. Estaba caminando si ningún objetivo en particular. Para cuando se dio cuenta la masa de personas ya había quedado atrás; ahora se encontraba en las calles menos transitadas, aunque igual de apestosas, sólo concurridas por unos pocos rezagados.
-¡Benditos sean los elfos de Sandorai que han compartido la cura con nosotros! -Clamó una voz masculina que, supuso, correspondía a la oscura silueta que vio metros más adelante. A su lado, tres otras personas permanecían vigilantes, y Dag pudo intuir la presencia de otros dos un poco más lejos. En total eran seis y, salvo una de las personas, los demás se turnaban para hacer saber a todo quien pasase cerca el milagro que traían entre manos- ¡He aquí el final de esta maldita peste! ¡Acérquese, señora, acérquese a ver! -Fue una mujer de unos cuarenta años quien picó el anzuelo. ¿Estaría enferma? Lograr vivir cuatro largas décadas para encontrar su final con una plaga era, cuanto menos, indigno. El ojiazul se acercó con cautela para dilucidar qué triquiñuela se traían esos tipos. Podía haberse perdido un siglo de historia, pero dudaba que la gente actual fuese tan generosa como para entregar la cura de la enfermedad más temida de todo Aerandir sin pedir nada a cambio. La avaricia no conoce el paso del tiempo.
La dama explicó entre sollozos algo sobre su hija enferma, la única compañía que tenía, pues ambas vivían solas. Oh, así que no era ella la apestada. Los sospechosos bienhechores intercambiaron miradas y fingieron consultar algo con la elfa, aunque Dag no oyó en ningún momento que ésta respondiese nada a los cuchicheos de los otros. Pronto, como ansioso, el vocero del grupo posó una mano sobre el hombro de la señora en gesto devoto y dijo:
-Llévenos a su casa, sanaremos a su...
-¿Iredia?
-¿Sanarán a mi Iredia? -cuestionó la mujer, confundida.
El aquelarre estaba tan ocupado en echar sus garras sobre todos los bienes de la dama, que no se percataron del acercamiento del vampiro. Después de todo él también podía fundirse con las sombras, aunque todavía no podía explicarse cómo demonios lo hacía. El caso era que funcionaba. Y ahora tenía seis pares de ojos, siete con los de la cuarentona, clavados sobre él.
-¿Entonces tú sabes cuál es la cura, Iredia?
Preguntó, un poco en serio, un poco haciéndose el tonto. Su semblante inexpresivo escondía un brillo de incertidumbre. ¿Qué hacía la elfa con esos tipos?
-Te estás confundiendo, amigo. -Intervino rápidamente su congénere en un tono ligeramente menos amigable, teñido incluso de cierta molestia- Esta es Raiztîr y no sólo conoce la cura, ¡también la reparte generosamente!
-Juraría que se llama...
-¡Eso no es lo importante! -Le interrumpió, pero pronto atenuó el tono al ver que espantaba a la señora, quien los miraba de hito en hito con gesto asustadizo- Vamos, señora, guíenos hacia su...
-...Iredia. -Finalizó, con los ojos clavados sobre la muchacha, como si el otro jamás le hubiese interrumpido.
-¿Quién demonios es este tipo? -Gruñó entonces otro de los vampiros, dirigiéndose en voz baja directamente a la supuesta sanadora.
Dag Thorlák
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
¿Cómo demonios había podido ser tan estúpida? Si ya de por sí atraía los problemas hacia ella, ir sola y ser cazada por unos vampiros sedientos de absolutamente todo tipo de cosas (no sólo sangre) sin duda era el súmmun de sus múltiples cagadas. Y esta vez estaba metida de lleno en un lío del cuál no sabía cómo salir. La habían capturado intentando salir de la ciudad. Al parecer, su apariencia dulce y el hecho de que aquellos tres tipos que la perseguían no le tenían mucho aprecio había ayudado a que esos vampiros dieran con ella.
Lo peor no era eso. No. Lo peor es que la estaban usando para un plan mucho más maquiavélico. La usaban para vender una cura que ella, por supuesto, no tenía.
-Oh, sí, vas a ayudarnos, elfita. Porque sino, ese linda cabecita se separará de tu cuerpo... -uno de los vampiros, el cabecilla, la agarraba de la melena, dejando su cuello al aire. Acariciaba con una de sus uñas la piel de su yugular- ... y no quieres eso. ¿Verdad? Tenemos grandes planes para ti. Serás recompensada si nos tratas bien.
Y así fue cómo acabó con esa gentuza. La recompensa, por supuesto, era convertirse en uno de ellos. Iredia no veía las ventajas por ningún lado.
Mientras tanto, Lunargenta estaba sumida en el caos. Durante el día, miles de refugiados entraban por las murallas, buscando refugio y una cura para ese gran mal que asolaba Aerandir. Mientras todo el mundo se hallaba fuera, los vampiros se encerraban en su cuartel destartalado de las afueras, durmiendo y rumiando los restos de sus pobres víctimas. Una cosa sí que tenía que reconocer Iredia: estaban haciéndose de oro esos vampiros. De oro y de sangre, porque la muerte acechaba esa casucha de pacotlla en la que se encontraba y el olor a putrefacción se metía en la nariz de la elfa sin piedad. Aunque, bien pensado, era un olor que estaba ahora mismo en todas partes. Iredia no recordaba haber olido otra cosa que no fuera mierda en los últimos dos días.
Por supuesto, los vampiros se encargaban de dejarla bien atada antes de irse a dormitar durante el día. Su primer día de secuestro fue horrible, porque había conseguido soltarse de las cuerdas. Sin embargo, la pillaron nada más abrir la puerta, así que se ganó unas bofetadas y el premio de ser atada a un mástil completamente hasta la puesta de sol. Habían llegado las primeras oleadas de refugiados ese día y los vampiros coleccionaron víctimas esa noche como si fueran trofeos.
La segunda noche... fue mucho más horrible. La elfa se había obligado a dormir durante el día, como ellos, pues estaba exhausta. Uno de los vampiros, Dorak, el que parecía el cabecilla del grupo, durmió junto a ella. Habría pagado una auténtica fortuna por tener una estaca y clavársela en el hueco oscuro que tenía ese ser por corazón. Sin embargo, cuando las luces del crepúsculo se ocultaban tras las colinas, Dorak clavó una uña levemente en su cuello para despertarla. Una gotita de sangre recorrió su piel y el vampiro la lamió. Iredia se moría del asco.
-Vamos, Raiztîr. No querrás dejar sin cura a estos pobres enfermos.
Iredia clavó sus ojos violáceos en el vampiro, con absoluto y demostrado desdén.
-Das asco.
Y Dorak rió.
-¿Y quién da más asco: nosotros por lo que hacemos... o tú por ayudarnos? -desató sus cuerdas y, con brusquedad, la llevó de nuevo a la calle.
Esa segunda noche fue la peor porque se vio obligada a intentar curar a un bebé. Tenía apenas seis meses, un niño precioso. Los vampiros adoraban a los bebés, su sangre era más fresca. Con lágrimas en los ojos, se vio obligada a imponer las manos a ese niño, a jurar a su padre que se curaría y Dorak la obligó a mirar cuando se llevaron al padre y al bebé aparte y los mataron a sangre fría. Lo peor fue oír el llanto escandalizado del bebé mientras Onyar, el vampiro pregonero, le mordía la tripa y sorbía su sangre como si fuera un manantial. Esa noche vomitó tanto que no pudo aceptar comida alguna de los vampiros. Sí, la mantenían secuestrada y bajo coacción, les interesaba que siguiese con vida si querían seguir sacando beneficios.
<<No puedo aguantar esto más.>>, se dijo la elfa. Si no conseguía escapatoria, se había planteado la idea de suicidarse. Sólo tenía que alertar a los ciudadanos en voz alta para que los vampiros acabasen con su vida. No sonaba mal del todo. Mejor eso que seguir viendo como mutilaban bebés.
La tercera noche, sin embargo, algo cambió. La dejaron atada con Virquel y Chasse como guardianes. Los otros tres, como siempre, se fueron a "cazar". En cuanto vieron que sus congéneres habían conseguido engañar a una pobre mujer, soltaron las cuerdas de la elfa, aunque se mantuvieron amenazadoramente cerca.
Iredia estaba más interesada en la figura que vislumbraba más lejos. Le era muy familiar, pero no la veía bien, pues la penumbra era demasiado incluso para ella. Cuando la mujer les comentó que no era ella la enferma, Virquel se acercó a su oído. No era una consulta lo que le hacía, era una amenaza.
-Ni se te ocurra hacer ninguna tontería, orejitas.
La joven trató de permanecer impasible. Dorak seguía intentando echar las garras a esa mujer. Probablemente quería llevarla a casa, con la niña. Dos pájaros de un tiro. Se habían acercado ya a ella y sus guardianes cuando oyó su nombre.
-¿Iredia?
Y se le encendió la llamada de la lucidez. Abrió los ojos como platos y fue a abrir la boca para decir el nombre de Dag. Sin embargo, se contuvo. No quería poner en peligro al hombre que la había rescatado en el puerto. En cambio, aprovechando que todos los vampiros lo miraban a él, le asintió fervientemente, haciéndole constar que era ella. Después, le puso cara de angustia, intentando hacerle entender que estaba en problemas. El corazón empezó a latirle muy rápido. Necesitaba quedarse a solas con él de alguna manera. Tenía que escapar de ahí.
-¿Entonces tú sabes cuál es la cura, Iredia?
Iba a responder cuando rápidamente Onyar, el vocero, le interrumpió, usando ese estúpido nombre que le habían impuesto. Ella entrecerró los ojos, molesta. Le halagó ver que al menos Dag usaba el suyo propio.
Y entonces, llegó el momento en el que le preguntaron por él. La elfa tragó saliva.
-Alguien con quien tuve sexo. -respondió de golpe.
Los vampiros estallaron entonces en carcajadas y la cuarentona se quedó muda, viendo la escena entre asustada y curiosa. Seguro que a Dag no le iba a hacer mucha gracia esto, pero necesitaba una distracción y era la mejor que se le ocurrió.
-Tan buen amante no fuiste si no recuerda bien tu nombre, Raiztîr. -dijo entre risas Dorak.
Iredia, en respuesta, le fulminó con sus ojos violáceos.
-De hecho, sí, ése es mi verdadero nombre. Tú también te acordarías si hubieras pasado una noche de sexo conmigo. -espetó la mordaz lengua de la elfa.
Y el vampiro correspondió esa mirada, con un brillo peligroso.
-No. Ya no lo es. -y se le escapó levantarle la mano, directo a darle una bofetada.
En el último momento, el vampiro cerró el puño, consciente de que perdería a la cuarentona si pegaba a la elfa allí mismo. Le acarició el rostro con una amenaza disimulada en sus ojos.
Gilgorin, el vampiro que faltaba, llegó entonces atropelladamente.
-Vienen más... -el vampiro estaba pálido, no le hacía precisamente gracia que llegasen más.
-¿Cuántos más?
Y una marabunta de infectados entró entonces en el callejón. Al parecer, se había corrido la voz de la elfa curandera, pues Gilgorin también había hecho propaganda de sus poderes. La mala fortuna quiso que aquel tropel de infectados fuera desbordante para los vampiros.
-¿Eres tú la que cura? ¿De verdad? -le preguntó un viejo harapiento.
-No, es él realmente. Hacedme caso.- y señaló a Dorak con el índice.
El viejo harapiento pasó la voz y todos fueron a preguntarle al vampiro. Y la elfa supo entonces que tenía que aprovechar que ahora los vampiros se hallaban desbordados en controlar a aquellos infectados que les acosaban a preguntas y no les dejaban moverse. Porque si la cogía de nuevo Dorak, estaba muerta, a juzgar por el brillo rojizo en la mirada que le dirigió a Iredia. La elfa se escabulló entonces hasta Dag, quien estaba más apartado de todo aquel gentío. Atropelladamente, esquivando infectados, fue hasta él, posando las manos en su pecho y dirigiendo sus ojos violáceos llenos de súplica y temor.
-Sácame de aquí, Dag. Esto es una trampa.
Le cogió de la mano, con toda la intención de alejarse de aquellos seres del infierno. De golpe, un ser diminuto, de vivos colores moteados entre violetas y azulados, de ojos grandes y mirada adorable se abalanzó sobre ella y se subió a su hombro. Iredia respiró aliviada, acariciándole la barriga a Rushi, su cría de Asski. Le agradó saber que esos vampiros no la habían encontrado.
Siguió tirando de la mano de Dag, dispuesto a llevárselo de allí.
-¡Vamos! ¡Tenemos que informar a la guardia!
Lo peor no era eso. No. Lo peor es que la estaban usando para un plan mucho más maquiavélico. La usaban para vender una cura que ella, por supuesto, no tenía.
-Oh, sí, vas a ayudarnos, elfita. Porque sino, ese linda cabecita se separará de tu cuerpo... -uno de los vampiros, el cabecilla, la agarraba de la melena, dejando su cuello al aire. Acariciaba con una de sus uñas la piel de su yugular- ... y no quieres eso. ¿Verdad? Tenemos grandes planes para ti. Serás recompensada si nos tratas bien.
Y así fue cómo acabó con esa gentuza. La recompensa, por supuesto, era convertirse en uno de ellos. Iredia no veía las ventajas por ningún lado.
Mientras tanto, Lunargenta estaba sumida en el caos. Durante el día, miles de refugiados entraban por las murallas, buscando refugio y una cura para ese gran mal que asolaba Aerandir. Mientras todo el mundo se hallaba fuera, los vampiros se encerraban en su cuartel destartalado de las afueras, durmiendo y rumiando los restos de sus pobres víctimas. Una cosa sí que tenía que reconocer Iredia: estaban haciéndose de oro esos vampiros. De oro y de sangre, porque la muerte acechaba esa casucha de pacotlla en la que se encontraba y el olor a putrefacción se metía en la nariz de la elfa sin piedad. Aunque, bien pensado, era un olor que estaba ahora mismo en todas partes. Iredia no recordaba haber olido otra cosa que no fuera mierda en los últimos dos días.
Por supuesto, los vampiros se encargaban de dejarla bien atada antes de irse a dormitar durante el día. Su primer día de secuestro fue horrible, porque había conseguido soltarse de las cuerdas. Sin embargo, la pillaron nada más abrir la puerta, así que se ganó unas bofetadas y el premio de ser atada a un mástil completamente hasta la puesta de sol. Habían llegado las primeras oleadas de refugiados ese día y los vampiros coleccionaron víctimas esa noche como si fueran trofeos.
La segunda noche... fue mucho más horrible. La elfa se había obligado a dormir durante el día, como ellos, pues estaba exhausta. Uno de los vampiros, Dorak, el que parecía el cabecilla del grupo, durmió junto a ella. Habría pagado una auténtica fortuna por tener una estaca y clavársela en el hueco oscuro que tenía ese ser por corazón. Sin embargo, cuando las luces del crepúsculo se ocultaban tras las colinas, Dorak clavó una uña levemente en su cuello para despertarla. Una gotita de sangre recorrió su piel y el vampiro la lamió. Iredia se moría del asco.
-Vamos, Raiztîr. No querrás dejar sin cura a estos pobres enfermos.
Iredia clavó sus ojos violáceos en el vampiro, con absoluto y demostrado desdén.
-Das asco.
Y Dorak rió.
-¿Y quién da más asco: nosotros por lo que hacemos... o tú por ayudarnos? -desató sus cuerdas y, con brusquedad, la llevó de nuevo a la calle.
Esa segunda noche fue la peor porque se vio obligada a intentar curar a un bebé. Tenía apenas seis meses, un niño precioso. Los vampiros adoraban a los bebés, su sangre era más fresca. Con lágrimas en los ojos, se vio obligada a imponer las manos a ese niño, a jurar a su padre que se curaría y Dorak la obligó a mirar cuando se llevaron al padre y al bebé aparte y los mataron a sangre fría. Lo peor fue oír el llanto escandalizado del bebé mientras Onyar, el vampiro pregonero, le mordía la tripa y sorbía su sangre como si fuera un manantial. Esa noche vomitó tanto que no pudo aceptar comida alguna de los vampiros. Sí, la mantenían secuestrada y bajo coacción, les interesaba que siguiese con vida si querían seguir sacando beneficios.
<<No puedo aguantar esto más.>>, se dijo la elfa. Si no conseguía escapatoria, se había planteado la idea de suicidarse. Sólo tenía que alertar a los ciudadanos en voz alta para que los vampiros acabasen con su vida. No sonaba mal del todo. Mejor eso que seguir viendo como mutilaban bebés.
La tercera noche, sin embargo, algo cambió. La dejaron atada con Virquel y Chasse como guardianes. Los otros tres, como siempre, se fueron a "cazar". En cuanto vieron que sus congéneres habían conseguido engañar a una pobre mujer, soltaron las cuerdas de la elfa, aunque se mantuvieron amenazadoramente cerca.
Iredia estaba más interesada en la figura que vislumbraba más lejos. Le era muy familiar, pero no la veía bien, pues la penumbra era demasiado incluso para ella. Cuando la mujer les comentó que no era ella la enferma, Virquel se acercó a su oído. No era una consulta lo que le hacía, era una amenaza.
-Ni se te ocurra hacer ninguna tontería, orejitas.
La joven trató de permanecer impasible. Dorak seguía intentando echar las garras a esa mujer. Probablemente quería llevarla a casa, con la niña. Dos pájaros de un tiro. Se habían acercado ya a ella y sus guardianes cuando oyó su nombre.
-¿Iredia?
Y se le encendió la llamada de la lucidez. Abrió los ojos como platos y fue a abrir la boca para decir el nombre de Dag. Sin embargo, se contuvo. No quería poner en peligro al hombre que la había rescatado en el puerto. En cambio, aprovechando que todos los vampiros lo miraban a él, le asintió fervientemente, haciéndole constar que era ella. Después, le puso cara de angustia, intentando hacerle entender que estaba en problemas. El corazón empezó a latirle muy rápido. Necesitaba quedarse a solas con él de alguna manera. Tenía que escapar de ahí.
-¿Entonces tú sabes cuál es la cura, Iredia?
Iba a responder cuando rápidamente Onyar, el vocero, le interrumpió, usando ese estúpido nombre que le habían impuesto. Ella entrecerró los ojos, molesta. Le halagó ver que al menos Dag usaba el suyo propio.
Y entonces, llegó el momento en el que le preguntaron por él. La elfa tragó saliva.
-Alguien con quien tuve sexo. -respondió de golpe.
Los vampiros estallaron entonces en carcajadas y la cuarentona se quedó muda, viendo la escena entre asustada y curiosa. Seguro que a Dag no le iba a hacer mucha gracia esto, pero necesitaba una distracción y era la mejor que se le ocurrió.
-Tan buen amante no fuiste si no recuerda bien tu nombre, Raiztîr. -dijo entre risas Dorak.
Iredia, en respuesta, le fulminó con sus ojos violáceos.
-De hecho, sí, ése es mi verdadero nombre. Tú también te acordarías si hubieras pasado una noche de sexo conmigo. -espetó la mordaz lengua de la elfa.
Y el vampiro correspondió esa mirada, con un brillo peligroso.
-No. Ya no lo es. -y se le escapó levantarle la mano, directo a darle una bofetada.
En el último momento, el vampiro cerró el puño, consciente de que perdería a la cuarentona si pegaba a la elfa allí mismo. Le acarició el rostro con una amenaza disimulada en sus ojos.
Gilgorin, el vampiro que faltaba, llegó entonces atropelladamente.
-Vienen más... -el vampiro estaba pálido, no le hacía precisamente gracia que llegasen más.
-¿Cuántos más?
Y una marabunta de infectados entró entonces en el callejón. Al parecer, se había corrido la voz de la elfa curandera, pues Gilgorin también había hecho propaganda de sus poderes. La mala fortuna quiso que aquel tropel de infectados fuera desbordante para los vampiros.
-¿Eres tú la que cura? ¿De verdad? -le preguntó un viejo harapiento.
-No, es él realmente. Hacedme caso.- y señaló a Dorak con el índice.
El viejo harapiento pasó la voz y todos fueron a preguntarle al vampiro. Y la elfa supo entonces que tenía que aprovechar que ahora los vampiros se hallaban desbordados en controlar a aquellos infectados que les acosaban a preguntas y no les dejaban moverse. Porque si la cogía de nuevo Dorak, estaba muerta, a juzgar por el brillo rojizo en la mirada que le dirigió a Iredia. La elfa se escabulló entonces hasta Dag, quien estaba más apartado de todo aquel gentío. Atropelladamente, esquivando infectados, fue hasta él, posando las manos en su pecho y dirigiendo sus ojos violáceos llenos de súplica y temor.
-Sácame de aquí, Dag. Esto es una trampa.
Le cogió de la mano, con toda la intención de alejarse de aquellos seres del infierno. De golpe, un ser diminuto, de vivos colores moteados entre violetas y azulados, de ojos grandes y mirada adorable se abalanzó sobre ella y se subió a su hombro. Iredia respiró aliviada, acariciándole la barriga a Rushi, su cría de Asski. Le agradó saber que esos vampiros no la habían encontrado.
- Rushi:
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Siguió tirando de la mano de Dag, dispuesto a llevárselo de allí.
-¡Vamos! ¡Tenemos que informar a la guardia!
Iredia
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
La gran muchedumbre de enfermos que les perseguían eran el producto de la histeria colectiva y el ansia que tenían los enfermos por curarse o ver cómo la enfermedad desaparecía en sus seres queridos. Era una situación desesperante, habían rezado a sus dioses y a los de otros. Cualquier atisbo de esperanza era más que suficiente para agarrarse a él, fuera o no real. Muchos se valían de rumores para intentar sanarse y eso es lo que había pasado con la elfa. Se había corrido la voz y la gran masa de personas corrían a reclamar su parte de magia curativa. ¡Cuán inocente es la mente humana! Pues la desesperación la ciega hasta el punto de creer en mentiras.
Iredia había sido lista al intentar desviar la atención de los enfermos hacia el grupo de vampiros. Pero, ¿en serio se creía la elfa que iba a ser todo tan fácil? Con su suerte, ¿realmente pensaba que los vampiros iban a ser aplastados por la muchedumbre y ellos iban a escapar? Ni siquiera podía esperar encontrarse a un guardia por la primera esquina que cruzasen. ¿O sí?
Atraídos por los gritos desesperados de los enfermos, la Guardia de Lunargenta mandó a unos efectivos a que sofocasen el ruido. Querían información de lo que estaba sucediendo y, al ver que había personas con el mal en sus cuerpos, decidieron actuar. Cortaron las calles, haciéndo que todas las personas se hacinaran en sólo dos callejones. Empezó la avalancha, los nervios, los gritos... Los vampiros del grupo de Dorak se transformaron en una neblina que sobrevolaba las cabezas de los ciudadanos, valiéndose de la oscuridad para ocultase.
Por más que esa gente insistía, gritaba o trataba de escapar, no lo conseguían. Ni siquiera Iredia y Dag, que habían quedado atrapados. Los soldados de la guardia mantenían la distancia mientras cortaban las calles para agrupar a todos en el mismo punto. Tenían armas largas con las que impedían el acercamiento con los enfermos, por tanto, acercarse era una locura.
Una mujer lo intentó, desesperada por salir de ese lugar de enfermos. Pero la punta de la lanza de uno de los guardias acabó clavándose en su brazo. No iban a ser permisivos. No cuando en esas dos calles había tantos enfermos.
La voz de Dorak se pudo escuchar claramente. -Bien, elfa, toda esta gente morirá por tu culpa. -Y de pronto, los vampiros se materializaron y empezaron a matar a los enfermos, transformándose en neblina cuando acababan con una víctima, para impedir que les pudieran hacer nada. -Y espero que disfrutéis la enfermedad.
Los gritos de agonía y dolor eran demasiado fuertes, no sabían quién sería el siguiente en morir. El lugar apestaba, puesto que muchos ya estaban en una fase avanzada de la enfermedad y las pústulas que supuraban, tenían ese mal olor tan característico. Todos se empujaban, trataban de correr, pero no podían. Varias personas fueron aplastadas, literalmente, por una avalancha de personas que trataban de huir. Pero era imposible, los soldados lo impedían.
-¿Has visto lo que ha hecho tu amiguita? -Cometó uno de los vampiros, materializándose al lado de Dag y desgarrando el cuello de un muchacho que al instante murió. El ser de la noche empezó a saciar su apetito con él, y sin apenas desangrarlo del todo, se volvió incorpóreo y fue a por su siguiente víctima.
¿Creíais que podríais escapar tan fácilmente? Lástima, los enfermos están entre vosotros y la Guardia no os dejará salir. Estáis encerrados en un par de calles. Los vampiros han encontrado la manera de saciar su sed... De venganza. La sangre es complementario, pero las ganas de vengarse de la elfa crecen cada instante.
Tenéis varias opciones: Podéis intentar escapar. En ese caso debéis tirar runas, los dos.
-Runa muy buena/buena: Consigues escapar.
-Runa media: No consigues escapar de la zona.
-Runa mala/muy mala: No sólo no consigues escapar, sino que los vampiros te atacarán.
¿No quería Iredia llamar a la Guardia? Ahí la tenéis. Sólo que no os escuchará. Para ellos sólo sois enfermos.
Otra opción que tenéis es intentar atacar a los vampiros, aunque en este caso también deberéis probar vuestra suerte.
-Runa muy buena/buena: Al que ataquéis, recibirá todo el daño y puede morir.
-Runa media: Lo dejáis herido, aunque podrá devolveros el ataque.
-Runa mala/muy mala: Atacaréis, pero fallaréis y recibirán los golpes los enfermos que estén cerca de vosotros. Los vampiros os atacarán.
¿Y la ruta del diálogo con los Guardias para que os ayuden? No quiero reírme tanto. Ni lo intentéis, no funcionará.
Iredia: Estás entre enfermos y te estás contagiando. En el siguiente hilo que abras, mostrarás la sintomatología de la enfermedad para tu raza:
-Fiebre (38ºC)
-Erupción cutánea.
Podrás contagiar en ese hilo a quien esté contigo.
Dag: Tú no puedes enfermar, ventajas del vampirismo. Pero puedes contagiar. En el siguiente hilo que abras deberás tener mucho cuidado con el contacto físico.
Iredia había sido lista al intentar desviar la atención de los enfermos hacia el grupo de vampiros. Pero, ¿en serio se creía la elfa que iba a ser todo tan fácil? Con su suerte, ¿realmente pensaba que los vampiros iban a ser aplastados por la muchedumbre y ellos iban a escapar? Ni siquiera podía esperar encontrarse a un guardia por la primera esquina que cruzasen. ¿O sí?
Atraídos por los gritos desesperados de los enfermos, la Guardia de Lunargenta mandó a unos efectivos a que sofocasen el ruido. Querían información de lo que estaba sucediendo y, al ver que había personas con el mal en sus cuerpos, decidieron actuar. Cortaron las calles, haciéndo que todas las personas se hacinaran en sólo dos callejones. Empezó la avalancha, los nervios, los gritos... Los vampiros del grupo de Dorak se transformaron en una neblina que sobrevolaba las cabezas de los ciudadanos, valiéndose de la oscuridad para ocultase.
Por más que esa gente insistía, gritaba o trataba de escapar, no lo conseguían. Ni siquiera Iredia y Dag, que habían quedado atrapados. Los soldados de la guardia mantenían la distancia mientras cortaban las calles para agrupar a todos en el mismo punto. Tenían armas largas con las que impedían el acercamiento con los enfermos, por tanto, acercarse era una locura.
Una mujer lo intentó, desesperada por salir de ese lugar de enfermos. Pero la punta de la lanza de uno de los guardias acabó clavándose en su brazo. No iban a ser permisivos. No cuando en esas dos calles había tantos enfermos.
La voz de Dorak se pudo escuchar claramente. -Bien, elfa, toda esta gente morirá por tu culpa. -Y de pronto, los vampiros se materializaron y empezaron a matar a los enfermos, transformándose en neblina cuando acababan con una víctima, para impedir que les pudieran hacer nada. -Y espero que disfrutéis la enfermedad.
Los gritos de agonía y dolor eran demasiado fuertes, no sabían quién sería el siguiente en morir. El lugar apestaba, puesto que muchos ya estaban en una fase avanzada de la enfermedad y las pústulas que supuraban, tenían ese mal olor tan característico. Todos se empujaban, trataban de correr, pero no podían. Varias personas fueron aplastadas, literalmente, por una avalancha de personas que trataban de huir. Pero era imposible, los soldados lo impedían.
-¿Has visto lo que ha hecho tu amiguita? -Cometó uno de los vampiros, materializándose al lado de Dag y desgarrando el cuello de un muchacho que al instante murió. El ser de la noche empezó a saciar su apetito con él, y sin apenas desangrarlo del todo, se volvió incorpóreo y fue a por su siguiente víctima.
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¿Creíais que podríais escapar tan fácilmente? Lástima, los enfermos están entre vosotros y la Guardia no os dejará salir. Estáis encerrados en un par de calles. Los vampiros han encontrado la manera de saciar su sed... De venganza. La sangre es complementario, pero las ganas de vengarse de la elfa crecen cada instante.
Tenéis varias opciones: Podéis intentar escapar. En ese caso debéis tirar runas, los dos.
-Runa muy buena/buena: Consigues escapar.
-Runa media: No consigues escapar de la zona.
-Runa mala/muy mala: No sólo no consigues escapar, sino que los vampiros te atacarán.
¿No quería Iredia llamar a la Guardia? Ahí la tenéis. Sólo que no os escuchará. Para ellos sólo sois enfermos.
Otra opción que tenéis es intentar atacar a los vampiros, aunque en este caso también deberéis probar vuestra suerte.
-Runa muy buena/buena: Al que ataquéis, recibirá todo el daño y puede morir.
-Runa media: Lo dejáis herido, aunque podrá devolveros el ataque.
-Runa mala/muy mala: Atacaréis, pero fallaréis y recibirán los golpes los enfermos que estén cerca de vosotros. Los vampiros os atacarán.
¿Y la ruta del diálogo con los Guardias para que os ayuden? No quiero reírme tanto. Ni lo intentéis, no funcionará.
Iredia: Estás entre enfermos y te estás contagiando. En el siguiente hilo que abras, mostrarás la sintomatología de la enfermedad para tu raza:
-Fiebre (38ºC)
-Erupción cutánea.
Podrás contagiar en ese hilo a quien esté contigo.
Dag: Tú no puedes enfermar, ventajas del vampirismo. Pero puedes contagiar. En el siguiente hilo que abras deberás tener mucho cuidado con el contacto físico.
Fehu
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Dag podía estar un poco mal de la cabeza, pero eso no lo convertía en un tonto. Cuando la elfa comenzó a hacerle gestos a espaldas de los otros vampiros, el hombre supo inmediatamente que estaba metida en un problema muy gordo. De hecho, bastaba con observar el trato que tenían sus captores con ella para comprender que no se trataban de cordiales amigos.
Sin embargo, aunque entendía que estaba intentando zafarse de la situación, el ojiazul dio un respingo cuando la muchacha alegó que la relación entre ambos consistía en encuentros sexuales.
-Vaya, parece que nos está fallando la memoria...
-¿Entonces no lo habíamos soñado?
Mascullaron sus voces. Él pestañeó reiteradas veces y observó a la elfa detenidamente. No, debía estar mintiendo. No olvidaría haber estado entre esos muslos ni bajo el efecto de la peor de sus amnesias.
Justo en el momento en que Dorak alzó su puño, Dag dio un paso adelante para detener un golpe que nunca llegó. Todo sucedió muy rápido. Uno de los secuaces arribó anunciando una estampida que ni siquiera entre todos ellos podían controlar. Unos tras otros, los enfermos se abalanzaban sobre el quinteto de chupasangres, con claras intenciones de llegar también hasta él, que no dudó en retroceder. Iredia no desaprovechó la oportunidad. Pronto, apenas la tuvo cerca, entrelazó los dedos de su mano con la ajena y se dispusieron a correr hacia la salida de la callejuela.
Pero fueron demasiado lentos. Cuando los cinco vampiros se esfumaron, los enfermos ya no tuvieron contención alguna y se esparcieron por toda la calle. Dag iba adelante, abriéndose paso a codazos y empujones mientras sostenía firmemente a Iredia para no perderla. Debía contener las arcadas cada vez que respiraba, o cuando su mirada se topaba con las desagradables heridas de la gente a menos de un palmo de distancia. En el cuello, en los brazos, en el rostro. La enfermedad podía manifestarse en cualquier sitio, desfigurando a los pobres moribundos hasta volverlos irreconocibles.
Cuando creyó que la masa humana llegaba a su fin, la punta de una lanza le pasó a escasos centímetros del rostro. Frenó abruptamente y retrocedió, mirando con los ojos bien abiertos a los guardias que pastoreaban a la gente como quien mete a los cerdos histéricos en su corral.
-¡Déjennos salir! -El guardia que tenía justo enfrente lo miró con el ceño fruncido y dio un estoque con su arma para forzarlo a continuar retrocediendo- ¡No estamos enfermos! -Insistió, pero no sirvió de nada. Si no eran severos, los uniformados serían aplastados por la estampida de agonizantes. Dag gritó y apartó la lanza con el antebrazo... sólo para recibir un golpe propinado por otro de los guardias que cercaban a la multitud. -¡Retrocede! -Le gritaron varios “protectores” al unísono. El vampiro apretó la mano de Iredia y les mostró los dientes como un animal rabioso. Los gritos, los empujones, el olor, la marea de sensaciones caóticas estaba conduciéndolo rápidamente al límite de su cordura.
Entonces una voz susurró a su oído:
-¿Has visto lo que ha hecho tu amiguita?
Cuando el rígido cuerpo de aquel chico cuya sangre acababa de ser drenada cayó a sus pies, Dag desenvainó su espada con la mano libre y la blandió hacia las volutas oscuras dejadas por el chupasangre tras su huida. Los vampiros aparecían y desaparecían rápidamente, dejando víctimas que caían al suelo sin ni el menor hálito de vida. No obstante, muchas otras personas se desplomaban a causa de la enfermedad. Todos los que tocaban el suelo eran aplastados por la aglomeración. Era un espectáculo grotesco, uno del cual se sentía ajeno, despersonalizado, como si observase la escena desde lejos.
-Iban a morir de todas formas.
Dijo una voz. No... un momento. Era su propia voz. Había sido un pensamiento propio, y el silencio de las demás le dio la razón. Con o sin vampiros, aquellas personas iban a morir. Iredia no tenía la cura. Y los guardias no estaban allí para ayudarlos: estaban allí para acelerar su condena de muerte, para retenerlos como animales en el matadero para que no contagiaran a los demás.
Apretó con fuerza la empuñadura de la espada y se volteó de nuevo hacia los guardias, halando a la elfa consigo. No tenía caso perseguir a las sombras que iban y venían entre la muchedumbre. A su juicio, lo mejor que podían hacer era escapar.
-Yo abro un hueco... -Ordenó con gravedad al tiempo en que le soltaba la mano- ...y tú corres como si tu vida dependiera de ello. -Y lo hacía. Cada segundo codeándose con los enfermos era una posibilidad de contagio para la elfa y, aunque Dag desdeñaba su propia existencia, todavía podía sentir algo de aprecio por las vidas de jóvenes amables como ella.
El guardia que tenía justo enfrente volvió a amenazarlo con la punta de la lanza. Dag se movió con rapidez, esquivando el estoque y agarrando con la mano izquierda la vara para atraerlo con un fuerte tirón. El soldado la tenía tan firmemente agarrada que, en vez de soltarla, trastabilló hacia adelante perdiendo el equilibrio cuando el vampiro haló otra vez con el fin de tenerlo más cerca. Entonces, una vez la afilada punta estuvo lejos, el vampiro ensartó la espada en las costillas del hombre como si su armadura no fuese más que una fina hoja de aluminio.
-Lo siento. No funcionó por las buenas.
El muchacho cayó al suelo dejando un espacio que duraría abierto escasos segundos. Los enfermos no tardarían en intentar pasar por allí y, por ende, los otros uniformados tomarían rápidamente su lugar, si es que no se ocupaban primero de degollar a quien acababa de dar muerte a su compañero. Debían ser rápidos si querían escapar por ahí.
Sin embargo, aunque entendía que estaba intentando zafarse de la situación, el ojiazul dio un respingo cuando la muchacha alegó que la relación entre ambos consistía en encuentros sexuales.
-Vaya, parece que nos está fallando la memoria...
-¿Entonces no lo habíamos soñado?
Mascullaron sus voces. Él pestañeó reiteradas veces y observó a la elfa detenidamente. No, debía estar mintiendo. No olvidaría haber estado entre esos muslos ni bajo el efecto de la peor de sus amnesias.
Justo en el momento en que Dorak alzó su puño, Dag dio un paso adelante para detener un golpe que nunca llegó. Todo sucedió muy rápido. Uno de los secuaces arribó anunciando una estampida que ni siquiera entre todos ellos podían controlar. Unos tras otros, los enfermos se abalanzaban sobre el quinteto de chupasangres, con claras intenciones de llegar también hasta él, que no dudó en retroceder. Iredia no desaprovechó la oportunidad. Pronto, apenas la tuvo cerca, entrelazó los dedos de su mano con la ajena y se dispusieron a correr hacia la salida de la callejuela.
Pero fueron demasiado lentos. Cuando los cinco vampiros se esfumaron, los enfermos ya no tuvieron contención alguna y se esparcieron por toda la calle. Dag iba adelante, abriéndose paso a codazos y empujones mientras sostenía firmemente a Iredia para no perderla. Debía contener las arcadas cada vez que respiraba, o cuando su mirada se topaba con las desagradables heridas de la gente a menos de un palmo de distancia. En el cuello, en los brazos, en el rostro. La enfermedad podía manifestarse en cualquier sitio, desfigurando a los pobres moribundos hasta volverlos irreconocibles.
Cuando creyó que la masa humana llegaba a su fin, la punta de una lanza le pasó a escasos centímetros del rostro. Frenó abruptamente y retrocedió, mirando con los ojos bien abiertos a los guardias que pastoreaban a la gente como quien mete a los cerdos histéricos en su corral.
-¡Déjennos salir! -El guardia que tenía justo enfrente lo miró con el ceño fruncido y dio un estoque con su arma para forzarlo a continuar retrocediendo- ¡No estamos enfermos! -Insistió, pero no sirvió de nada. Si no eran severos, los uniformados serían aplastados por la estampida de agonizantes. Dag gritó y apartó la lanza con el antebrazo... sólo para recibir un golpe propinado por otro de los guardias que cercaban a la multitud. -¡Retrocede! -Le gritaron varios “protectores” al unísono. El vampiro apretó la mano de Iredia y les mostró los dientes como un animal rabioso. Los gritos, los empujones, el olor, la marea de sensaciones caóticas estaba conduciéndolo rápidamente al límite de su cordura.
Entonces una voz susurró a su oído:
-¿Has visto lo que ha hecho tu amiguita?
Cuando el rígido cuerpo de aquel chico cuya sangre acababa de ser drenada cayó a sus pies, Dag desenvainó su espada con la mano libre y la blandió hacia las volutas oscuras dejadas por el chupasangre tras su huida. Los vampiros aparecían y desaparecían rápidamente, dejando víctimas que caían al suelo sin ni el menor hálito de vida. No obstante, muchas otras personas se desplomaban a causa de la enfermedad. Todos los que tocaban el suelo eran aplastados por la aglomeración. Era un espectáculo grotesco, uno del cual se sentía ajeno, despersonalizado, como si observase la escena desde lejos.
-Iban a morir de todas formas.
Dijo una voz. No... un momento. Era su propia voz. Había sido un pensamiento propio, y el silencio de las demás le dio la razón. Con o sin vampiros, aquellas personas iban a morir. Iredia no tenía la cura. Y los guardias no estaban allí para ayudarlos: estaban allí para acelerar su condena de muerte, para retenerlos como animales en el matadero para que no contagiaran a los demás.
Apretó con fuerza la empuñadura de la espada y se volteó de nuevo hacia los guardias, halando a la elfa consigo. No tenía caso perseguir a las sombras que iban y venían entre la muchedumbre. A su juicio, lo mejor que podían hacer era escapar.
-Yo abro un hueco... -Ordenó con gravedad al tiempo en que le soltaba la mano- ...y tú corres como si tu vida dependiera de ello. -Y lo hacía. Cada segundo codeándose con los enfermos era una posibilidad de contagio para la elfa y, aunque Dag desdeñaba su propia existencia, todavía podía sentir algo de aprecio por las vidas de jóvenes amables como ella.
El guardia que tenía justo enfrente volvió a amenazarlo con la punta de la lanza. Dag se movió con rapidez, esquivando el estoque y agarrando con la mano izquierda la vara para atraerlo con un fuerte tirón. El soldado la tenía tan firmemente agarrada que, en vez de soltarla, trastabilló hacia adelante perdiendo el equilibrio cuando el vampiro haló otra vez con el fin de tenerlo más cerca. Entonces, una vez la afilada punta estuvo lejos, el vampiro ensartó la espada en las costillas del hombre como si su armadura no fuese más que una fina hoja de aluminio.
-Lo siento. No funcionó por las buenas.
El muchacho cayó al suelo dejando un espacio que duraría abierto escasos segundos. Los enfermos no tardarían en intentar pasar por allí y, por ende, los otros uniformados tomarían rápidamente su lugar, si es que no se ocupaban primero de degollar a quien acababa de dar muerte a su compañero. Debían ser rápidos si querían escapar por ahí.
Dag Thorlák
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
La peor de sus pesadillas se estaba desarrollando delante de sus violáceos ojos. No sólo había conseguido desviar la atención de los enfermos. Había conseguido atraer a la guardia de Lunargenta, cosa que por otro lado se supone que era una ventaja. Era lo que quería, a fin de cuentas. Pero no, le salió exactamente al revés de cómo lo había planeado. La guardia los había encerrado en dos calles, la masa de gente enferma se agolpaba a empujones. Y lo peor fue que los vampiros aprovecharon muy bien aquella situación.
-Bien, elfa, toda esta gente morirá por tu culpa.
Ella se maldijo para sus adentros por ser tan estúpida. Aunque aún le dio tiempo a replicar.
-Mira, ahora tenéis comida abundante. De nada. -espetó con amargura y sarcasmo.
Y así comenzaron la matanza aquellos demonios nocturnos, como llamaban a los vampiros en su tribu. Les había entregado a toda esa multitud en bandeja y ellos, en las sombras y en la neblina, mataban sin piedad, algunos mirando a los ojos a la elfa mientras hincaban los dientes en las carnes. Ella, sujeta firmemente a la mano de Dag, avanzaba como en una especie de pesadilla, rodeada de olores putrefactos, de mierda, de sangre. De muerte. Sentía arder su cabeza y pensó que era por la tensión de la situación, pues sabía de sobra que los vampiros, en cuanto acabasen con todos los enfermos de allí, irían directamente a por ella. Era muy dulce, sería un buen postre.
Frenó en seco y se chocó contra la espalda de Dag justo cuando la lanza pasó a escasos centímetros del rostro del muchacho. Iredia, instintivamente, tiró de él hacia atrás, pensando que le daría y aliviada porque pudo esquivarla de todos modos. Mientras él discutía con los guardias, ella se llevó una mano a la frente.
Se detuvo el tiempo. Ardía. Su frente ardía. No era la tensión, no era el olor, no era la sangre y la muerte el motivo de sus pinchazos en la cabeza.. Vio como en una especie de espejismo cómo Dag desenvainaba la espada y la blandía ante el vacío. Tenía fiebre. Tenía maldita fiebre. Tenía los ojos llorosos y un temblor estúpido le recorría las extremidades. Ella empezó a ser ajena a la matanza que se producía a su alrededor,a ese chico que se desplomó desangrado por un vampiro, pero no porque fuera ajena, sino porque no podía reaccionar. Era demasiado siniestro, demasiado cruel para ser verdad. Era una más de aquellos apestados. Se llegó a plantear dejarse matar por los vampiros. Sería algo más inmediato que dejarse matar agónicamente por esa enfermedad desconocida. ¿Y así acababa todo? ¿De verdad?
-Dag... -llamó con un hilillo de voz.
No la escuchó, pues en apenas unos instantes ya se estaba enfrentando de nuevo a los guardias. Dijo no sé qué de abrir un hueco. Un hueco. Se obligó a sí misma a espabilar. Si ella era la única enferma que salía de allí, era un riesgo para los demás sanos, pero quizás pudiera encontrar la forma de escapar de allí y buscar una cura.
<<Iredia, eres médica. Busca una solución. Actúa. ACTÚA.>> -le gritaba su cerebro.
-Dag... ya es tarde... -gimió.
En un vistazo, se miró la mano y la vio: una erupción cutánea bajo la muñeca. No era muy grande, fácilmente ocultable bajo la manga. Pero tendría más. Iredia lo sabía. Y, probablemente, habría contagiado también a su salvador, cosa que le hizo maldecirse más a sí misma. Se sintió miserable, impotente y derrotada. Pero tenía que continuar. Había fingido durante casi tres días que curaba a toda aquella gente con la imposición de manos y realmente deseaba poder hacerlo. Ahora su deseo se convirtió en una obligación. Una sanadora muerta no podría curar a nadie más.
Entonces Dag hizo aquel hueco. El instinto de supervivencia reaccionó por ella. Rezó. Saltó.
-Bien, elfa, toda esta gente morirá por tu culpa.
Ella se maldijo para sus adentros por ser tan estúpida. Aunque aún le dio tiempo a replicar.
-Mira, ahora tenéis comida abundante. De nada. -espetó con amargura y sarcasmo.
Y así comenzaron la matanza aquellos demonios nocturnos, como llamaban a los vampiros en su tribu. Les había entregado a toda esa multitud en bandeja y ellos, en las sombras y en la neblina, mataban sin piedad, algunos mirando a los ojos a la elfa mientras hincaban los dientes en las carnes. Ella, sujeta firmemente a la mano de Dag, avanzaba como en una especie de pesadilla, rodeada de olores putrefactos, de mierda, de sangre. De muerte. Sentía arder su cabeza y pensó que era por la tensión de la situación, pues sabía de sobra que los vampiros, en cuanto acabasen con todos los enfermos de allí, irían directamente a por ella. Era muy dulce, sería un buen postre.
Frenó en seco y se chocó contra la espalda de Dag justo cuando la lanza pasó a escasos centímetros del rostro del muchacho. Iredia, instintivamente, tiró de él hacia atrás, pensando que le daría y aliviada porque pudo esquivarla de todos modos. Mientras él discutía con los guardias, ella se llevó una mano a la frente.
Se detuvo el tiempo. Ardía. Su frente ardía. No era la tensión, no era el olor, no era la sangre y la muerte el motivo de sus pinchazos en la cabeza.. Vio como en una especie de espejismo cómo Dag desenvainaba la espada y la blandía ante el vacío. Tenía fiebre. Tenía maldita fiebre. Tenía los ojos llorosos y un temblor estúpido le recorría las extremidades. Ella empezó a ser ajena a la matanza que se producía a su alrededor,a ese chico que se desplomó desangrado por un vampiro, pero no porque fuera ajena, sino porque no podía reaccionar. Era demasiado siniestro, demasiado cruel para ser verdad. Era una más de aquellos apestados. Se llegó a plantear dejarse matar por los vampiros. Sería algo más inmediato que dejarse matar agónicamente por esa enfermedad desconocida. ¿Y así acababa todo? ¿De verdad?
-Dag... -llamó con un hilillo de voz.
No la escuchó, pues en apenas unos instantes ya se estaba enfrentando de nuevo a los guardias. Dijo no sé qué de abrir un hueco. Un hueco. Se obligó a sí misma a espabilar. Si ella era la única enferma que salía de allí, era un riesgo para los demás sanos, pero quizás pudiera encontrar la forma de escapar de allí y buscar una cura.
<<Iredia, eres médica. Busca una solución. Actúa. ACTÚA.>> -le gritaba su cerebro.
-Dag... ya es tarde... -gimió.
En un vistazo, se miró la mano y la vio: una erupción cutánea bajo la muñeca. No era muy grande, fácilmente ocultable bajo la manga. Pero tendría más. Iredia lo sabía. Y, probablemente, habría contagiado también a su salvador, cosa que le hizo maldecirse más a sí misma. Se sintió miserable, impotente y derrotada. Pero tenía que continuar. Había fingido durante casi tres días que curaba a toda aquella gente con la imposición de manos y realmente deseaba poder hacerlo. Ahora su deseo se convirtió en una obligación. Una sanadora muerta no podría curar a nadie más.
Entonces Dag hizo aquel hueco. El instinto de supervivencia reaccionó por ella. Rezó. Saltó.
Iredia
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
La rápida intervención de Dag hizo que, durante segundos, hubiera un hueco libre que la elfa aprovechó para escapar. Pero esos segundos eran escasos y pronto el hueco fue cubierto por otro guardia, que ahora buscaba la cabeza de quien había dañado a su compañero. Seguían muriendo los ciudadanos, las voces y gritos de miedo y dolor corroboraban que lo estaban pasando realmente mal. Se empujaban, se golpeaban… Y se lanzaban contra los guardias para suicidarse.
La elfa pudo escapar del embrollo pero, ¿por cuánto tiempo? Ya empezaban a manifestarse algunos síntomas de la enfermedad, muy levemente, pero estaban presentes. Se había infectado. Si la encontraban sería llevada a cuarentena, un lugar fuera de las murallas de Lunargenta, donde se llevaba a los enfermos y cuidados por los médicos hasta que morían. Después, sus cadáveres eran quemados en unas hogueras que no se apagaban en todo el día. A pesar del fuego, los cuerpos se seguían amontonando, haciendo que proliferase la infección y empeorando la salud de los ya enfermos.
Tenía que ir a la base de los guardias para informar a los altos cargos de lo que estaba sucediendo. Ellos podrían ayudar, ¿o no? Pero no iba a ser tan fácil para la elfa pues al final de la calle, un par de guardias velaban por la seguridad de los ciudadanos, evitando que los contagiados se mezclasen con los sanos. -¡Alto! ¿A dónde crees que vas? -Colocaron las lanzas en posición de ataque, en paralelo al suelo. Esa era la medida que debían mantener con las personas para evitar el contagio.
-Vamos, habla. Acabas de salir de un lugar infectado. Irás a la cuarentena. -El otro guardia fue más drástico que el primero, pero sabía que en esa calle había un grupo de enfermos. Sin pensarlo, fueron a atrapar a la elfa.
El lugar donde estaban concentrados gran parte de los enfermos seguía alborotado ante la intromisión de los vampiros, que aparecían y desaparecían cuando acababan de drenar la sangre de sus víctimas. -Te has movido muy rápido, chico. -Comentó un vampiro cerca de su oído, para luego desvanecerse.
-Sí… ¿Eres un dragón? ¿Uno de nosotros? -Quiso saber desde el fondo otro, antes de degollar a una niña que gritaba por encontrar a su madre.
-Si fuera uno de nosotros no podría resistirse a estos manjares. -Dijo el tercero, lanzándose también a por la niña, aunque el anterior vampiro la apartó de su trayectoria, pues era su presa.
-Sí, van a morir igual. ¿Qué más da si adelantamos ese proceso? Además… Les evitamos sufrimiento. -Dijo Dorak antes de salir del círculo. -Quedaos aquí, yo tengo que recuperar a nuestra Raiztîr.
-Cuando acabemos con todos no tendrán más enfermedad en Lunargenta. -Intentó verse como si fuera un salvador. El héroe de la ciudad. Todo mientras besaba a una jovencita en los labios con avidez, bajando por su cuello y clavando sus dientes en ese lugar, justo donde más sangre circulaba. –Los vampiros no hacemos ningún mal. -Se apartó de la chica dejándola caer al suelo. -Mira, si a ella le he dado un último placer antes de morir.
El resto seguían masacrando a los ciudadanos, dejando más cadáveres que vivos en ese círculo. Los que todavía creían que podían escapar pasaban por encima de los cuerpos de sus vecinos, ansiosos por la salvación. La sangre corría por la calle, estaba sobre los muertos… Era una escena insoportable para cualquier persona.
Aparte de lidiar con enfermos, estáis metidos en líos. Cuando una pandemia ocurre la ciudadanía se vuelve loca, y vosotros lo estáis viviendo en vuestras propias carnes. Ni siquiera los que te protegen son de fiar.
Dag: No has podido escapar del tumulto de enfermos, quienes te empujan, te golpean… Y eso sin contar a los vampiros que los están aniquilando. En este turno puedes volver a intentar salir, tirando runas. El resultado sería el mismo que en el post anterior. Si consigues escapar sería bueno que acompañaras a Iredia a avisar a los soldados. Aunque, cuidado, Dorak va a por ella...
Puedes quedarte dentro y ayudar a tus hermanos a limpiar la ciudad de enfermos. Ya sabes lo que dicen: están haciendo una buena labor. ¡Su trabajo no está pagado!
Si quieres ser un justiciero y darles unos días más a los enfermos, puedes intentar luchar contra los vampiros. En ese caso las runas decidirán el destino que había en el post de arriba, en caso de atacarles. Como máster no te lo recomiendo, son cuatro vampiros que te pueden hacer bastante daño.
Iredia: ¡Has conseguido escapar! Eres libre como pajarillo... Antes de ser capturado. Tu libertad ha durado poco. Tendrás que ir a avisar a algún cargo alto de la guardia para solicitar ayuda, aunque es mejor que no te vean las ronchas, porque acabarás en la cuarentena. Estos guardias quieren revisarte, tu objetivo será escapar de ellos, y deberás lanzar runas.
-Runa muy buena/buena: Escaparás sin problema y llegarás al campamento de la Guardia. Ellos podrían ayudarte si les explicas tu caso.
-Runa media: Te detendrán y te llevarán a las mazmorras. No es que sea muy buena suerte… Pero míralo por el lado positivo: Te llevarán a la base de la Guardia y podrás explicar lo sucedido a los soldados.
-Runa mala/muy mala: Te detendrán y acabarás en la zona de cuarentena. Tu enfermedad se extenderá durante un hilo más, en este caso.
La elfa pudo escapar del embrollo pero, ¿por cuánto tiempo? Ya empezaban a manifestarse algunos síntomas de la enfermedad, muy levemente, pero estaban presentes. Se había infectado. Si la encontraban sería llevada a cuarentena, un lugar fuera de las murallas de Lunargenta, donde se llevaba a los enfermos y cuidados por los médicos hasta que morían. Después, sus cadáveres eran quemados en unas hogueras que no se apagaban en todo el día. A pesar del fuego, los cuerpos se seguían amontonando, haciendo que proliferase la infección y empeorando la salud de los ya enfermos.
Tenía que ir a la base de los guardias para informar a los altos cargos de lo que estaba sucediendo. Ellos podrían ayudar, ¿o no? Pero no iba a ser tan fácil para la elfa pues al final de la calle, un par de guardias velaban por la seguridad de los ciudadanos, evitando que los contagiados se mezclasen con los sanos. -¡Alto! ¿A dónde crees que vas? -Colocaron las lanzas en posición de ataque, en paralelo al suelo. Esa era la medida que debían mantener con las personas para evitar el contagio.
-Vamos, habla. Acabas de salir de un lugar infectado. Irás a la cuarentena. -El otro guardia fue más drástico que el primero, pero sabía que en esa calle había un grupo de enfermos. Sin pensarlo, fueron a atrapar a la elfa.
El lugar donde estaban concentrados gran parte de los enfermos seguía alborotado ante la intromisión de los vampiros, que aparecían y desaparecían cuando acababan de drenar la sangre de sus víctimas. -Te has movido muy rápido, chico. -Comentó un vampiro cerca de su oído, para luego desvanecerse.
-Sí… ¿Eres un dragón? ¿Uno de nosotros? -Quiso saber desde el fondo otro, antes de degollar a una niña que gritaba por encontrar a su madre.
-Si fuera uno de nosotros no podría resistirse a estos manjares. -Dijo el tercero, lanzándose también a por la niña, aunque el anterior vampiro la apartó de su trayectoria, pues era su presa.
-Sí, van a morir igual. ¿Qué más da si adelantamos ese proceso? Además… Les evitamos sufrimiento. -Dijo Dorak antes de salir del círculo. -Quedaos aquí, yo tengo que recuperar a nuestra Raiztîr.
-Cuando acabemos con todos no tendrán más enfermedad en Lunargenta. -Intentó verse como si fuera un salvador. El héroe de la ciudad. Todo mientras besaba a una jovencita en los labios con avidez, bajando por su cuello y clavando sus dientes en ese lugar, justo donde más sangre circulaba. –Los vampiros no hacemos ningún mal. -Se apartó de la chica dejándola caer al suelo. -Mira, si a ella le he dado un último placer antes de morir.
El resto seguían masacrando a los ciudadanos, dejando más cadáveres que vivos en ese círculo. Los que todavía creían que podían escapar pasaban por encima de los cuerpos de sus vecinos, ansiosos por la salvación. La sangre corría por la calle, estaba sobre los muertos… Era una escena insoportable para cualquier persona.
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Aparte de lidiar con enfermos, estáis metidos en líos. Cuando una pandemia ocurre la ciudadanía se vuelve loca, y vosotros lo estáis viviendo en vuestras propias carnes. Ni siquiera los que te protegen son de fiar.
Dag: No has podido escapar del tumulto de enfermos, quienes te empujan, te golpean… Y eso sin contar a los vampiros que los están aniquilando. En este turno puedes volver a intentar salir, tirando runas. El resultado sería el mismo que en el post anterior. Si consigues escapar sería bueno que acompañaras a Iredia a avisar a los soldados. Aunque, cuidado, Dorak va a por ella...
Puedes quedarte dentro y ayudar a tus hermanos a limpiar la ciudad de enfermos. Ya sabes lo que dicen: están haciendo una buena labor. ¡Su trabajo no está pagado!
Si quieres ser un justiciero y darles unos días más a los enfermos, puedes intentar luchar contra los vampiros. En ese caso las runas decidirán el destino que había en el post de arriba, en caso de atacarles. Como máster no te lo recomiendo, son cuatro vampiros que te pueden hacer bastante daño.
Iredia: ¡Has conseguido escapar! Eres libre como pajarillo... Antes de ser capturado. Tu libertad ha durado poco. Tendrás que ir a avisar a algún cargo alto de la guardia para solicitar ayuda, aunque es mejor que no te vean las ronchas, porque acabarás en la cuarentena. Estos guardias quieren revisarte, tu objetivo será escapar de ellos, y deberás lanzar runas.
-Runa muy buena/buena: Escaparás sin problema y llegarás al campamento de la Guardia. Ellos podrían ayudarte si les explicas tu caso.
-Runa media: Te detendrán y te llevarán a las mazmorras. No es que sea muy buena suerte… Pero míralo por el lado positivo: Te llevarán a la base de la Guardia y podrás explicar lo sucedido a los soldados.
-Runa mala/muy mala: Te detendrán y acabarás en la zona de cuarentena. Tu enfermedad se extenderá durante un hilo más, en este caso.
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Pudo ver a la elfa alejándose, su cabello rojo siendo mecido por el viento, sus delgadas piernas corriendo tan rápido como podía. Él no tuvo tanta suerte; un nuevo guardia cubrió rápidamente el hueco e intentó ensartarlo con la lanza, obligándolo a retroceder una vez más. Aún así, se sentía satisfecho. Ignorando el destino que aguardaba a la muchacha, él estaba convencido de que acababa de salvarla.
En cambio, Dag estaba lejos de ser salvado. Estaba zambullido en el epicentro del caos, soportando pisadas, codazos, gritos, olores nauseabundos. Se quedó estático, presenciando todo lo que aquellas almas desesperadas hacían a sus seres queridos con tal de salvarse ellos mismos. No importaba si eran vecinos, familiares o amigos de toda la vida, se empujaban unos a los otros, buscando pasar sobre los cuerpos caídos, usar a sus prójimos como escudos contra las lanzas, o incluso meter la mano en los bolsillos de los muertos para extraer algún saquito de aeros, pensando ilusamente que sus vidas durarían lo suficiente para usarlos. Los momentos de crisis sacaban lo peor de los humanos; no eran más que criaturas rastreras, hipócritas, efímeros pedazos de carne que terminaban pudriéndose con la más mínima enfermedad.
-¿Desde cuándo piensas en los humanos como si tú no fueras uno?
Murmuró una profunda voz. Pudo escucharla con claridad pese al infernal barullo, dado que provenía de su propia mente. Dag apretó los dientes. Se arrepentía de pensar así.
-Te arrepientes, pero sabes que tienes razón.
Y sí que la tenía. Junto a él, esas frágiles personas caían como moscas. Sucias, miserables, indignas. En el fondo, todos eran unos malditos egoístas. Sólo era necesario verlos en el momento adecuado para corroborarlo.
Pensando así, no podía ver con malos ojos a sus congéneres, que iban y venían reduciendo el número de enfermos mientras se daban el lujo de intentar convencerlo con sus viles palabras. Entre las voces de su cabeza y las de los vampiros que aparecían para susurrarle al oído e irse, Dag comenzaba a sentirse excesivamente nervioso. Le temblaban las manos y le chirriaban las muelas. No tenía intenciones de unirse al aquelarre... ni, tampoco, de salvar a esos pobres desdichados. Sólo quería estar en silencio, en paz, y nunca haber regresado a esa maldita ciudad. Sólo quería irse de allí. Sólo quería que esa gente dejase de empujarlo y gritarle al oído.
Quería y podía hacerlo. Únicamente debía poner fin al suplicio de los agonizantes para que dejaran de molestar. Entonces habría paz.
-Sin enfermos, la Guardia no tiene nada que hacer aquí.
-Y sin Guardia... eres libre.
-Además, esos vampiros ya no tendrían razones para quedarse.
-¡Todos ganamos!
Razonaron ilusamente sus compañías imaginarias.
-Pero... ¿qué pasa con Iredia?
Dag alzó la vista hacia Dorak, que estaba alejándose del grupo para perseguir a la elfa. Dentro de ese caos, era la única existencia que le importaba aunque fuese solo un poco. Iredia había sido amable con él durante un momento difícil; ella no parecía ser como los egoístas que tenía al lado. Antes de poder pensarlo dos veces, se encontró gritándole al jefe de los vampiros:
-¡Espera! -Todo el aquerrale lo observó. Incluso Dorak se volteó a verlo con una sonrisa sardónica en los labios- ¿Para qué la quieres? Ya no te sirve de nada, pronto morirá. Se ha contagiado. -Mintió. O, bueno, al menos creía estar mintiendo.
-Pues con más razón. Debemos ayudar a la ciudad deshaciéndonos de los enfermos, ¿recuerdas?
-Sufrirá más así. Déjala agonizar. -Insistió. Sin embargo, no parecía convencer a los chupasangres, que lo miraban con gestos burlones y negaban con la cabeza. Apretó los puños, respiró hondo... y gritó:
-¡Me uniré a ustedes! Mejor un vampiro que una simple elfa apestada, ¿verdad?
Eso sí que pareció llamar la atención del grupo. Todos, excepto Dorak, exhalaron una exclamación de sorpresa. El jefe, sin embargo, era un hueso duro de roer; éste alzó ambas manos con las palmas abiertas y señaló a la multitud.
-Depende de qué clase de vampiro, compañero. ¿A ver? Muéstranos de qué estás hecho.
El ojiazul miró a la izquierda y luego a la derecha. Inhaló hasta colmar sus pulmones, agarró firmemente la espada...
Y comenzó a degollar a los enfermos.
En cambio, Dag estaba lejos de ser salvado. Estaba zambullido en el epicentro del caos, soportando pisadas, codazos, gritos, olores nauseabundos. Se quedó estático, presenciando todo lo que aquellas almas desesperadas hacían a sus seres queridos con tal de salvarse ellos mismos. No importaba si eran vecinos, familiares o amigos de toda la vida, se empujaban unos a los otros, buscando pasar sobre los cuerpos caídos, usar a sus prójimos como escudos contra las lanzas, o incluso meter la mano en los bolsillos de los muertos para extraer algún saquito de aeros, pensando ilusamente que sus vidas durarían lo suficiente para usarlos. Los momentos de crisis sacaban lo peor de los humanos; no eran más que criaturas rastreras, hipócritas, efímeros pedazos de carne que terminaban pudriéndose con la más mínima enfermedad.
-¿Desde cuándo piensas en los humanos como si tú no fueras uno?
Murmuró una profunda voz. Pudo escucharla con claridad pese al infernal barullo, dado que provenía de su propia mente. Dag apretó los dientes. Se arrepentía de pensar así.
-Te arrepientes, pero sabes que tienes razón.
Y sí que la tenía. Junto a él, esas frágiles personas caían como moscas. Sucias, miserables, indignas. En el fondo, todos eran unos malditos egoístas. Sólo era necesario verlos en el momento adecuado para corroborarlo.
Pensando así, no podía ver con malos ojos a sus congéneres, que iban y venían reduciendo el número de enfermos mientras se daban el lujo de intentar convencerlo con sus viles palabras. Entre las voces de su cabeza y las de los vampiros que aparecían para susurrarle al oído e irse, Dag comenzaba a sentirse excesivamente nervioso. Le temblaban las manos y le chirriaban las muelas. No tenía intenciones de unirse al aquelarre... ni, tampoco, de salvar a esos pobres desdichados. Sólo quería estar en silencio, en paz, y nunca haber regresado a esa maldita ciudad. Sólo quería irse de allí. Sólo quería que esa gente dejase de empujarlo y gritarle al oído.
Quería y podía hacerlo. Únicamente debía poner fin al suplicio de los agonizantes para que dejaran de molestar. Entonces habría paz.
-Sin enfermos, la Guardia no tiene nada que hacer aquí.
-Y sin Guardia... eres libre.
-Además, esos vampiros ya no tendrían razones para quedarse.
-¡Todos ganamos!
Razonaron ilusamente sus compañías imaginarias.
-Pero... ¿qué pasa con Iredia?
Dag alzó la vista hacia Dorak, que estaba alejándose del grupo para perseguir a la elfa. Dentro de ese caos, era la única existencia que le importaba aunque fuese solo un poco. Iredia había sido amable con él durante un momento difícil; ella no parecía ser como los egoístas que tenía al lado. Antes de poder pensarlo dos veces, se encontró gritándole al jefe de los vampiros:
-¡Espera! -Todo el aquerrale lo observó. Incluso Dorak se volteó a verlo con una sonrisa sardónica en los labios- ¿Para qué la quieres? Ya no te sirve de nada, pronto morirá. Se ha contagiado. -Mintió. O, bueno, al menos creía estar mintiendo.
-Pues con más razón. Debemos ayudar a la ciudad deshaciéndonos de los enfermos, ¿recuerdas?
-Sufrirá más así. Déjala agonizar. -Insistió. Sin embargo, no parecía convencer a los chupasangres, que lo miraban con gestos burlones y negaban con la cabeza. Apretó los puños, respiró hondo... y gritó:
-¡Me uniré a ustedes! Mejor un vampiro que una simple elfa apestada, ¿verdad?
Eso sí que pareció llamar la atención del grupo. Todos, excepto Dorak, exhalaron una exclamación de sorpresa. El jefe, sin embargo, era un hueso duro de roer; éste alzó ambas manos con las palmas abiertas y señaló a la multitud.
-Depende de qué clase de vampiro, compañero. ¿A ver? Muéstranos de qué estás hecho.
El ojiazul miró a la izquierda y luego a la derecha. Inhaló hasta colmar sus pulmones, agarró firmemente la espada...
Y comenzó a degollar a los enfermos.
Dag Thorlák
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Milagrosamente, sin poder creerlo todavía, Dag había conseguido salvarla. Después del salto, sólo pudo correr hacia delante. Su cría de asski se había desasido de su hombro durante el salto, pero había conseguido escabullirse entre los guardias (no les importaban los gatos de colores en esos momentos precisamente) y correteaba junto a Iredia. En un momento dado, durante su carrera, la joven tropezó y cayó al suelo, rendida por la fiebre, que no quería irse de su cuerpo.
<<Tengo que sudar. Tengo que correr.>>, pensaba mientras se levantaba con dificultad.
Miró un momento a su espalda, hacia los enfermos que habían quedado allí atrapados a merced de los vampiros, hacia los chillidos de muerte y los ríos de sangre que derramaban esos demonios. Hacia Dag.
-Te sacaré de ahí... -apretó el puño mientras susurraba para sí- Te lo prometo.
Entonces, Rushi maulló e Iredia se giró bruscamente hacia aquellos guardias que la apuntaban con lanzas. No parecían muy contentos de verla. Tampoco parecían muy dispuestos a escucharla. Si se había pensado que sus problemas acababan ahí, estaba muy equivocada, parecía ser.
-No pienso ir a la cuarentena. -les espetó- No estoy enferma, sólo necesito ayuda. ¡Unos vampiros están masacrando a esa gente!
Obviamente, no la creyeron y echaron a correr tras ella. Frunció los labios, tratando de pensar un plan. Si se dejaba atrapar, la meterían en la cuarentena. En su tribu también se hacía cuando había algún riesgo de epidemia. Se apartaba a los apestados fingiendo cuidarlos cuando, en realidad, sólo prolongaban su agonía y su muerte. Era un abandono camuflado con supuesta piedad. No podía dejarse atrapar, no al menos por ellos. Aunque, por otro lado, igual ellos la conducían a alguien que pudiese resolver aquel caos. Su instinto, en cambio, volvía a decirle lo mismo. "Corre".
Y la elfa echó a correr. El felino fue tras ella, pequeño y temeroso.
-Rushi. -jadeó mientras corría- Escóndete. No pueden verte... -jadeó de nuevo. Correr era un suplicio.- Escóndete, que no te vean. ¡Elfalah! -le apremió al bicho en élfico.
Había pensado en mandarle el gato a Dag, pero no hubiera servido de nada, puesto que el bloqueo de las guardias era demasiado fuerte. Confiaba en el instinto felino de su pequeñín. Quizás, si la atrapaban, al menos podría buscar al ex-guardia y atraerlo hasta donde estuviese ella.
El gatete, obediente y con una última mirada de pena, corrió y se alejó, tomando una bifurcación y escondiéndose en la oscuridad. La elfa siguió corriendo hasta llegar a una bifurcación. A su izquierda, un callejón sin salida. A su derecha, a lo lejos, el límite de las dos calles donde la muerte se agolpaba en forma de peste y de demonios sedientos de sangre. Si salía de ahí, era libre del todo. Pero, a su espalda, los guardias le ganaban terreno. Volvió a correr, con un gemido y un jadeo, yéndose a la derecha, y sacó el cuchillo de su cinto. Sin pensarlo mucho, dadas las prisas, se hizo un corte rápido y profundo justo encima de la marca de la enfermedad. La fiebre la podía disimular, y quizás la marca de la muñeca la podría ocultar un tiempo, pero si la atrapaban mejor era ser precavidos. Herirse disimulaba la marca. Como durante la carrera ni siquiera podía pararse a apuntar, se hizo el corte quizás más profundo de lo que habría deseado. Serviría. Notó, además, que le había salido otro punto doloroso de enfermedad detrás de la rodilla, aunque con las mallas ese sí podía ocultarlo bien.
Había perdido velocidad al hacerse ese corte y los tenía casi encima. También, por otro lado, estaba muy cerca de su libertad. Sólo necesitaba un último sprint. Un último aliento. La cabeza le iba a estallar, el fin de la calle empezaba a bambolearse ante ella. Aún así, apretó los dientes. Corrió como nunca jamás había corrido en su vida.
<<Tengo que sudar. Tengo que correr.>>, pensaba mientras se levantaba con dificultad.
Miró un momento a su espalda, hacia los enfermos que habían quedado allí atrapados a merced de los vampiros, hacia los chillidos de muerte y los ríos de sangre que derramaban esos demonios. Hacia Dag.
-Te sacaré de ahí... -apretó el puño mientras susurraba para sí- Te lo prometo.
Entonces, Rushi maulló e Iredia se giró bruscamente hacia aquellos guardias que la apuntaban con lanzas. No parecían muy contentos de verla. Tampoco parecían muy dispuestos a escucharla. Si se había pensado que sus problemas acababan ahí, estaba muy equivocada, parecía ser.
-No pienso ir a la cuarentena. -les espetó- No estoy enferma, sólo necesito ayuda. ¡Unos vampiros están masacrando a esa gente!
Obviamente, no la creyeron y echaron a correr tras ella. Frunció los labios, tratando de pensar un plan. Si se dejaba atrapar, la meterían en la cuarentena. En su tribu también se hacía cuando había algún riesgo de epidemia. Se apartaba a los apestados fingiendo cuidarlos cuando, en realidad, sólo prolongaban su agonía y su muerte. Era un abandono camuflado con supuesta piedad. No podía dejarse atrapar, no al menos por ellos. Aunque, por otro lado, igual ellos la conducían a alguien que pudiese resolver aquel caos. Su instinto, en cambio, volvía a decirle lo mismo. "Corre".
Y la elfa echó a correr. El felino fue tras ella, pequeño y temeroso.
-Rushi. -jadeó mientras corría- Escóndete. No pueden verte... -jadeó de nuevo. Correr era un suplicio.- Escóndete, que no te vean. ¡Elfalah! -le apremió al bicho en élfico.
Había pensado en mandarle el gato a Dag, pero no hubiera servido de nada, puesto que el bloqueo de las guardias era demasiado fuerte. Confiaba en el instinto felino de su pequeñín. Quizás, si la atrapaban, al menos podría buscar al ex-guardia y atraerlo hasta donde estuviese ella.
El gatete, obediente y con una última mirada de pena, corrió y se alejó, tomando una bifurcación y escondiéndose en la oscuridad. La elfa siguió corriendo hasta llegar a una bifurcación. A su izquierda, un callejón sin salida. A su derecha, a lo lejos, el límite de las dos calles donde la muerte se agolpaba en forma de peste y de demonios sedientos de sangre. Si salía de ahí, era libre del todo. Pero, a su espalda, los guardias le ganaban terreno. Volvió a correr, con un gemido y un jadeo, yéndose a la derecha, y sacó el cuchillo de su cinto. Sin pensarlo mucho, dadas las prisas, se hizo un corte rápido y profundo justo encima de la marca de la enfermedad. La fiebre la podía disimular, y quizás la marca de la muñeca la podría ocultar un tiempo, pero si la atrapaban mejor era ser precavidos. Herirse disimulaba la marca. Como durante la carrera ni siquiera podía pararse a apuntar, se hizo el corte quizás más profundo de lo que habría deseado. Serviría. Notó, además, que le había salido otro punto doloroso de enfermedad detrás de la rodilla, aunque con las mallas ese sí podía ocultarlo bien.
Había perdido velocidad al hacerse ese corte y los tenía casi encima. También, por otro lado, estaba muy cerca de su libertad. Sólo necesitaba un último sprint. Un último aliento. La cabeza le iba a estallar, el fin de la calle empezaba a bambolearse ante ella. Aún así, apretó los dientes. Corrió como nunca jamás había corrido en su vida.
Iredia
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
El miembro 'Iredia' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
En un momento todo cambió. En la base de la Guardia Real llegaban noticias catastróficas desde la Base de los Bio. Allá donde una partida de valientes había sido enviada para tratar de buscar un remedio al mal que asolaba la ciudad, y todo Aerandir, allá donde iban las esperanzas de los ciudadanos… Allá se había quedado la única posibilidad de cura que había. Y no se podía hacer más. El continente estaba condenado.
La carta llegó a Lord Tinegar, quien procedió a la rápida evacuación de Su Majestad, el Rey Siegfried. ¿Había comentado que había explosiones por el puerto? Pues… Las había. Las revueltas generadas por la gente que intentaba abordar el barco del monarca había llegado a tal punto que el puerto había sido destruido, centenas de personas habían muerto y otras tantas estaban heridas. Rápidamente se solicitó a los médicos ir al lugar.
Mientras tanto, Iredia, esa elfa sin suerte de quien los dioses del Valhalla se reían, corría por las calles para intentar escapar de los guardias que trataban de apresarla. ¿Qué sucedía esa noche? Ya había sido capturada por un aquelarre de vampiros, ahora por la Guardia de Lunargenta. Sin duda, era el bufón personal de los caprichosos dioses que “velaban” por sus mortales.
Y todo esto sucedía mientras Dag, el vampiro que se había visto arrastrado por la elfa, empezaba a hacer caso a sus instintos y a seguir lo que el grupo de seres de la noche le pedía: acabar con los enfermos. Todos ellos se alimentaban de la sangre de esa pobre gente que ya no iba a tener una oportunidad más de ver el sol salir.
¿Qué más desgracias podían pasar esa noche? Como pregunta retórica está bien, pero como reto no tanto, pues los afectados serán siempre los que menos culpa tengan.
Pronto, esa calle quedó despejada de vivos, lo que quedaba ahí era un montón de cadáveres y charcos de sangre que había caído mientras se alimentaban. Dorak también se había quedado, Dag había sido bueno para convencerlo. Uno de los vampiros desapareció cuando estaba ocurriendo la masacre y apareció unos minutos después, cuando el último humano enfermo caía sobre los cadáveres de sus vecinos.
-El Rey ya no está. Lunargenta será nuestra. -Sonrió con malicia, mirando a su jefe.
-Vamos, los guardias se alegrarán de vernos. -Dijo Dorak con ánimos recargados. -Larga vida al Rey… -La ironía de su voz se desvaneció junto con su cuerpo cuando se evaporó y fue en dirección a la base de los Guardias de Lunargenta.
-¿Vienes, novato? -Estaba contento de tener a otro aliado más para su plan.
Mientras tanto, en la zona de cuarentena había que dar la bienvenida a una inquilina más. Justo a tiempo para cuando los médicos se fueron a ayudar en el puerto. Así que ahí estaba, rodeada de enfermos que vomitaban sangre, que sangraban por las pústulas y olían peor que carne en descomposición. Buen regalo de los dioses para la joven elfa. Agonizaban, sufrían, lloraban… Había madre abrazando los cuerpos inertes de sus bebés muertos, hombres y muchachos que todavía portaban armadura y se arrastraban por su vómito, incapaces de tenerse en pie, llorando porque sabían que cada segundo que pasaba, su vida se acortaba. Ellos habían soñado con morir en la batalla, no contra un mal invisible que los dioses les enviaban.
¿Y esa elfa? Todavía no estaba tan mal como ellos, pero si seguía ahí podía empeorar. La zona de cuarentena ya no contaba con doctores… Y no había cura, aunque ellos no lo sabían. Sólo estaba vigilada y, tras los muros que los separaban del resto de personas sanas, se podía ver que las hogueras para quemar los cadáveres no se apagaban.
Quien creían que podía darles la cura también estaba enferma. Aun así algunas personas la miraban con curiosidad. Los médicos se habían ido, acabando con las esperanzas de todos. Pero estaba ella... Una elfa.
Y esa pobre gente todavía pensaba que habría salvación para ellos, todavía esperaban que la cura llegase. Esperaban... Pero el tiempo no era su aliado y cada instante el mal les iba consumiendo. ¿Qué podía hacer una elfa? Como mucho sanar las heridas del cuerpo, no acabar con esta enfermedad tan destructiva. Ojalá y en Sandorai tuvieran las curas para todos los males. Lástima. A veces los elfos no eran la salvación de todo Aerandir.
El lugar donde estás es custodiado por varios guardias, unos ocho o nueve. Que vigilan una fortificación de madera y sacos que usan la muralla para aprovechar otra pared más. Es un lugar grande, puede albergar a unas cien personas, pero ahí hay más de trescientas. Eso aumenta el peligro. Y la zona de los médicos está apartada. Está todo pensado para que no se junten con los enfermos, quienes su único destino es acabar quemados en las hogueras.
El destino es caprichoso, da vueltas y nunca sabemos cómo puede acabar. Ya no hay cura posible para esta enfermedad. Todas las esperanzas se han acabado, podéis verlo [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Incluso, ha llegado un [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] para el general Lord Tinegar y han evacuado a su Majestad, el Rey Siegfried.
La situación es extrema y las consecuencias, también. Estáis en un foco problemático, sobre todo Iredia. Las medidas que toméis y vuestra suerte, harán que se decida vuestro destino.
Dag: Puedes respirar, por mucho que te infectes no podrás enfermarte, aunque sí contagias. A quien contagies en el siguiente hilo que abras deberá estar enfermo un hilo que él abra. Y así sucesivamente… Ya sabes que el contacto es una principal causa de infección. Pero no es ese tu objetivo en este turno, no es plan de ir infectando a todo Aerandir, ¿o sí?
Te has unido a los vampiros. Tu objetivo será decidir entre ir con ellos a la base de los Guardias, o no.
Si decides lo primero: En la base de los guardias tendréis que luchar contra doce los soldados. Dorak quiere ser rey, y hay que ayudarle, es el jefe.
Para ese enfrentamiento tendrás que lanzar una runa que decida vuestra suerte. Esta decisión será difícil y espero que los dioses sean benevolentes. Aunque ya sabemos cómo son de caprichosos.
- Runa muy buena: Os haréis con el poder de la base de la Guardia de Lunargenta. Durante lo que dure la pandemia, Lunargenta estará controlada por vampiros. Parece bueno, ¿eh? Habrá que disfrutarlo antes de que la guardia quiera recuperar su poder.
- Runa buena: Conseguís entrar en la Base, aunque todavía no podéis haceros con el poder de Lunargenta… Todo a su debido tiempo, poco a poco.
- Runa media: La lucha estará reñida, aunque ellos os conseguirán echar. ¡Más suerte la próxima vez! Los guardias están preparados para esos ataques. Tendrás heridas leves, tranquilo, al final de este evento te las curaré.
- Runa mala: El resultado del combate no os va a gustar: os atraparán y seréis enviados a la Base de los Biocibernéticos, la prisión para delincuentes como vosotros, que intentáis dar un golpe de estado. En este caso volveremos a vernos en un mastereado para sacarte de ahí.
- Runa muy mala: Todo “tu nuevo” aquelarre de vampiros acabará muerto a manos de los guardias y tú acabarás con severas heridas que tendrán que ser sanadas en uno de los talleres de medicina, o comprando productos en el mercado. Cuidado con el médico que te cure… No sea que acabe infectado.
En cambio, si decides no ser un traidor a la corona, tus “amiguitos” irán a por ti. Puedes luchar contra ellos o huir. Las runas muy buenas/buenas te permitirán vencer a todos o escapar ileso; las medias dejarán el combate en tablas, por lo que puedes ser atacado en el siguiente turno o, en caso de huir, te perseguirán. Si las runas son malas/muy malas, te golpearán, dejándote heridas graves, o te atraparán si huyes.
Estas últimas opciones no tendrán repercusiones graves para ti en tu futuro, sin embargo, si decides ayudar en el golpe de estado, sí.
Iredia: ¿Cómo alguien tan bueno como tú tiene tan mala suerte? ¿Acaso eres divertimento de los dioses? Tus intentos de escapar no han servido para nada y has acabado en la zona de cuarentena, exponiéndote más aún a los enfermos. Recuerda, estarás mala durante dos hilos.
Tu misión es escapar de ahí. ¿Fácil? No, nada que sea voluntad de los dioses es sencillo. Puedes quedarte ahí y no escapar, pero nadie te ayudara, pues los médicos se han ido. A lo mejor estar en un rinconcito, alejada de todos… Pero si quieres escapar deberás lanzar runa.
- Runa muy buena/buena: Escaparás ilesa, sin problema. Lo mejor es que te vayas de la ciudad… Aunque puedes ir a ver si ves a Dag. Pero no te lo recomiendo, demasiados enfermos en las calles.
- Runa media: No consigues escapar, permanecerás ahí un turno más y tus síntomas empeorarán. Recuerda que no hay cura. ¿Esta es la media? ¿Y la mala?
- Runa mala/muy mala Escaparás… ¿Y esto es lo que te da la runa mala? Sí… Porque escaparás y los enfermos de la cuarentena, también. ¡Felicidades! Liberarás la enfermedad por toda la ciudad y parte de la península. Tantas medidas de protección para que al final la capital caiga.
Este tema y "[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]" están interconectados, suceden a varias calles de distancia, por lo que las decisiones de una afectan a los otros, y viceversa.
La carta llegó a Lord Tinegar, quien procedió a la rápida evacuación de Su Majestad, el Rey Siegfried. ¿Había comentado que había explosiones por el puerto? Pues… Las había. Las revueltas generadas por la gente que intentaba abordar el barco del monarca había llegado a tal punto que el puerto había sido destruido, centenas de personas habían muerto y otras tantas estaban heridas. Rápidamente se solicitó a los médicos ir al lugar.
Mientras tanto, Iredia, esa elfa sin suerte de quien los dioses del Valhalla se reían, corría por las calles para intentar escapar de los guardias que trataban de apresarla. ¿Qué sucedía esa noche? Ya había sido capturada por un aquelarre de vampiros, ahora por la Guardia de Lunargenta. Sin duda, era el bufón personal de los caprichosos dioses que “velaban” por sus mortales.
Y todo esto sucedía mientras Dag, el vampiro que se había visto arrastrado por la elfa, empezaba a hacer caso a sus instintos y a seguir lo que el grupo de seres de la noche le pedía: acabar con los enfermos. Todos ellos se alimentaban de la sangre de esa pobre gente que ya no iba a tener una oportunidad más de ver el sol salir.
¿Qué más desgracias podían pasar esa noche? Como pregunta retórica está bien, pero como reto no tanto, pues los afectados serán siempre los que menos culpa tengan.
Pronto, esa calle quedó despejada de vivos, lo que quedaba ahí era un montón de cadáveres y charcos de sangre que había caído mientras se alimentaban. Dorak también se había quedado, Dag había sido bueno para convencerlo. Uno de los vampiros desapareció cuando estaba ocurriendo la masacre y apareció unos minutos después, cuando el último humano enfermo caía sobre los cadáveres de sus vecinos.
-El Rey ya no está. Lunargenta será nuestra. -Sonrió con malicia, mirando a su jefe.
-Vamos, los guardias se alegrarán de vernos. -Dijo Dorak con ánimos recargados. -Larga vida al Rey… -La ironía de su voz se desvaneció junto con su cuerpo cuando se evaporó y fue en dirección a la base de los Guardias de Lunargenta.
-¿Vienes, novato? -Estaba contento de tener a otro aliado más para su plan.
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Mientras tanto, en la zona de cuarentena había que dar la bienvenida a una inquilina más. Justo a tiempo para cuando los médicos se fueron a ayudar en el puerto. Así que ahí estaba, rodeada de enfermos que vomitaban sangre, que sangraban por las pústulas y olían peor que carne en descomposición. Buen regalo de los dioses para la joven elfa. Agonizaban, sufrían, lloraban… Había madre abrazando los cuerpos inertes de sus bebés muertos, hombres y muchachos que todavía portaban armadura y se arrastraban por su vómito, incapaces de tenerse en pie, llorando porque sabían que cada segundo que pasaba, su vida se acortaba. Ellos habían soñado con morir en la batalla, no contra un mal invisible que los dioses les enviaban.
¿Y esa elfa? Todavía no estaba tan mal como ellos, pero si seguía ahí podía empeorar. La zona de cuarentena ya no contaba con doctores… Y no había cura, aunque ellos no lo sabían. Sólo estaba vigilada y, tras los muros que los separaban del resto de personas sanas, se podía ver que las hogueras para quemar los cadáveres no se apagaban.
Quien creían que podía darles la cura también estaba enferma. Aun así algunas personas la miraban con curiosidad. Los médicos se habían ido, acabando con las esperanzas de todos. Pero estaba ella... Una elfa.
Y esa pobre gente todavía pensaba que habría salvación para ellos, todavía esperaban que la cura llegase. Esperaban... Pero el tiempo no era su aliado y cada instante el mal les iba consumiendo. ¿Qué podía hacer una elfa? Como mucho sanar las heridas del cuerpo, no acabar con esta enfermedad tan destructiva. Ojalá y en Sandorai tuvieran las curas para todos los males. Lástima. A veces los elfos no eran la salvación de todo Aerandir.
El lugar donde estás es custodiado por varios guardias, unos ocho o nueve. Que vigilan una fortificación de madera y sacos que usan la muralla para aprovechar otra pared más. Es un lugar grande, puede albergar a unas cien personas, pero ahí hay más de trescientas. Eso aumenta el peligro. Y la zona de los médicos está apartada. Está todo pensado para que no se junten con los enfermos, quienes su único destino es acabar quemados en las hogueras.
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El destino es caprichoso, da vueltas y nunca sabemos cómo puede acabar. Ya no hay cura posible para esta enfermedad. Todas las esperanzas se han acabado, podéis verlo [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. Incluso, ha llegado un [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] para el general Lord Tinegar y han evacuado a su Majestad, el Rey Siegfried.
La situación es extrema y las consecuencias, también. Estáis en un foco problemático, sobre todo Iredia. Las medidas que toméis y vuestra suerte, harán que se decida vuestro destino.
Dag: Puedes respirar, por mucho que te infectes no podrás enfermarte, aunque sí contagias. A quien contagies en el siguiente hilo que abras deberá estar enfermo un hilo que él abra. Y así sucesivamente… Ya sabes que el contacto es una principal causa de infección. Pero no es ese tu objetivo en este turno, no es plan de ir infectando a todo Aerandir, ¿o sí?
Te has unido a los vampiros. Tu objetivo será decidir entre ir con ellos a la base de los Guardias, o no.
Si decides lo primero: En la base de los guardias tendréis que luchar contra doce los soldados. Dorak quiere ser rey, y hay que ayudarle, es el jefe.
Para ese enfrentamiento tendrás que lanzar una runa que decida vuestra suerte. Esta decisión será difícil y espero que los dioses sean benevolentes. Aunque ya sabemos cómo son de caprichosos.
- Runa muy buena: Os haréis con el poder de la base de la Guardia de Lunargenta. Durante lo que dure la pandemia, Lunargenta estará controlada por vampiros. Parece bueno, ¿eh? Habrá que disfrutarlo antes de que la guardia quiera recuperar su poder.
- Runa buena: Conseguís entrar en la Base, aunque todavía no podéis haceros con el poder de Lunargenta… Todo a su debido tiempo, poco a poco.
- Runa media: La lucha estará reñida, aunque ellos os conseguirán echar. ¡Más suerte la próxima vez! Los guardias están preparados para esos ataques. Tendrás heridas leves, tranquilo, al final de este evento te las curaré.
- Runa mala: El resultado del combate no os va a gustar: os atraparán y seréis enviados a la Base de los Biocibernéticos, la prisión para delincuentes como vosotros, que intentáis dar un golpe de estado. En este caso volveremos a vernos en un mastereado para sacarte de ahí.
- Runa muy mala: Todo “tu nuevo” aquelarre de vampiros acabará muerto a manos de los guardias y tú acabarás con severas heridas que tendrán que ser sanadas en uno de los talleres de medicina, o comprando productos en el mercado. Cuidado con el médico que te cure… No sea que acabe infectado.
En cambio, si decides no ser un traidor a la corona, tus “amiguitos” irán a por ti. Puedes luchar contra ellos o huir. Las runas muy buenas/buenas te permitirán vencer a todos o escapar ileso; las medias dejarán el combate en tablas, por lo que puedes ser atacado en el siguiente turno o, en caso de huir, te perseguirán. Si las runas son malas/muy malas, te golpearán, dejándote heridas graves, o te atraparán si huyes.
Estas últimas opciones no tendrán repercusiones graves para ti en tu futuro, sin embargo, si decides ayudar en el golpe de estado, sí.
Iredia: ¿Cómo alguien tan bueno como tú tiene tan mala suerte? ¿Acaso eres divertimento de los dioses? Tus intentos de escapar no han servido para nada y has acabado en la zona de cuarentena, exponiéndote más aún a los enfermos. Recuerda, estarás mala durante dos hilos.
Tu misión es escapar de ahí. ¿Fácil? No, nada que sea voluntad de los dioses es sencillo. Puedes quedarte ahí y no escapar, pero nadie te ayudara, pues los médicos se han ido. A lo mejor estar en un rinconcito, alejada de todos… Pero si quieres escapar deberás lanzar runa.
- Runa muy buena/buena: Escaparás ilesa, sin problema. Lo mejor es que te vayas de la ciudad… Aunque puedes ir a ver si ves a Dag. Pero no te lo recomiendo, demasiados enfermos en las calles.
- Runa media: No consigues escapar, permanecerás ahí un turno más y tus síntomas empeorarán. Recuerda que no hay cura. ¿Esta es la media? ¿Y la mala?
- Runa mala/muy mala Escaparás… ¿Y esto es lo que te da la runa mala? Sí… Porque escaparás y los enfermos de la cuarentena, también. ¡Felicidades! Liberarás la enfermedad por toda la ciudad y parte de la península. Tantas medidas de protección para que al final la capital caiga.
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
El último cuerpo cayó inerte a los pies de Dag, quien enfundó su espada sin molestarse en limpiar la herrumbrosa hoja teñida de carmín. Los cristalinos ojos azules se clavaron sobre los difuntos, sobre esas pieles pálidas tan cubiertas de sangre como la calle donde se encontraban. Él, a diferencia de sus compañeros, no bebió ni una gota durante la masacre; sus acciones no eran guiadas por el hambre ni la maldad, si no por esa idea de librar a la ciudad de enfermos, y a los enfermos del sufrimiento, tan bien implantada en su mente por sus congéneres. No obstante, cuando no hubo nadie más a quien abatir, se arrodilló junto al cuerpo de una joven que él mismo había degollado y tomó suavemente la fría muñeca impropia para llevársela a la boca. Clavó los colmillos y comenzó a dar pequeños sorbos, que pronto pasaron a ser largos y desesperados tragos. Cuando ya no hubo líquido, la soltó con brusquedad y mordió el brazo de quien se encontraba al lado. Cada succión alimentaba su euforia y le desbocaba el corazón. Había pasado tanta hambre por miedo a matar a sus víctimas... pero ahora estaba dándose un festín con los cadáveres de aquellos pobres desdichados. Sin embargo, no sentía ninguna culpa ni pena por aquellos mezquinos humanos. Poco a poco, casi sin darse cuenta, comenzaba a pensar que su vida era más importante que las de ellos.
Aunque no acababa de creérselo, pudo convencer a Dorak de dejar en paz a la elfa... a cambio de un precio muy elevado: su libertad. Ahora se veía obligado a seguir al aquelarre, aunque sus planes no le importasen en lo absoluto. Podía huir, pero ¿hasta cuándo? Lo malo de la inmortalidad era que tendrían todo el tiempo del mundo para buscarlo y vengarse de él... o peor, para buscar a Iredia y darle muerte. Desechando esa idea, no le quedó otra opción más que seguir a los vampiros a la base de La Guardia. Respecto a la elfa, quien por cierto Dag se preguntaba dónde se habría metido, probablemente estaría más segura mientras el ojiazul se mantuviese pegado al aquelarre. En tanto él estuviera allí, no permitiría que le pusieran un dedo -ni colmillo- encima a la amable muchacha.
Cuando llegaron a destino, Dag dejó caer una mano sobre la empuñadura de su espada y se acercó a uno de los vampiros para preguntarle en susurros:
-¿Con qué fin se supone que estamos aquí?
El otro esbozó una sonrisa maliciosa.
-Para tomar el control de Lunargenta, evidentemente.
El exguardia frunció el ceño. ¿Vampiros dirigiendo la ciudad de los humanos? Un siglo atrás, hubiese puesto el grito en el cielo y hecho todo lo posible, incluso arriesgar su vida, para que tan descabellado plan jamás fuera llevado a cabo. Ahora, no obstante, la idea no despertaba en él nada más que una llana indiferencia. Lunargenta ya estaba sumida en el caos; su pueblo agonizaba y los gobernantes no parecían ser aptos para solucionar el problema. ¿Tanto cambiarían las cosas luego de un golpe de estado? No veía la manera en que la situación pudiera empeorar más.
-Ya veo. -Respondió con simpleza mientras desenvainaba la espada.
Dorak fue el primero en acercarse a la base, siendo seguido de cerca por los cinco vampiros restantes, incluyendo a Dag. El grupo no tardó en llamar la atención de los guardias más cercanos, aquellos cuya labor era, probablemente, vigilar las lindes del establecimiento. Los seres de la noche los recibieron esbozando sardónicas sonrisas que exhibían sin ningún tapujo sus largos y aguzados colmillos, delatando intencionalmente sus identidades.
-¡Vampiros! -Alertó uno de los doce soldados. Los seis chupasangres intercambiaron miradas y se posicionaron uno junto al otro, separados apenas por un par de metros entre sí.
-Dos para cada uno. -Indicó Dorak con tono jocoso, y un cabeceo suyo bastó para dar comienzo a la contienda.
Uno de los guardias, el más próximo a él, se le acercó blandiendo la espada con un grito de guerra repleto de gallos; no parecía haber pasado la adolescencia hacía demasiado tiempo. Dag se agachó y con un rápido movimiento ensartó su espada en el cuerpo del joven uniformado como si la coraza de hierro que lo envolvía no fuera más que un fino papel. El chico exhaló un aullido agónico e intentó encajarle una estocada sin éxito. El vampiro podía oler su sangre, su sudor, su miedo. De pronto, un siglo de ira contenida en contra de aquellos que jamás habían ido a buscarlo afloró para dar rienda suelta a todo su odio, su frustración y su sed de venganza. Ya no quedaba nada del hombre bonachón que sólo quería encontrarle un sentido a su vida arruinada por la misma raza de la cual ahora formaba parte. No es que se estuviera poniendo del lado de los vampiros, tampoco. Sólo quería ver correr la sangre de esos que lo habían traicionado... en un desesperado intento por aliviar el sufrimiento de su alma.
A su lado, sus iguales luchaban totalmente carentes de piedad. Sin embargo no debían confiarse, ya que seguían estando en desventaja numérica.
Aunque no acababa de creérselo, pudo convencer a Dorak de dejar en paz a la elfa... a cambio de un precio muy elevado: su libertad. Ahora se veía obligado a seguir al aquelarre, aunque sus planes no le importasen en lo absoluto. Podía huir, pero ¿hasta cuándo? Lo malo de la inmortalidad era que tendrían todo el tiempo del mundo para buscarlo y vengarse de él... o peor, para buscar a Iredia y darle muerte. Desechando esa idea, no le quedó otra opción más que seguir a los vampiros a la base de La Guardia. Respecto a la elfa, quien por cierto Dag se preguntaba dónde se habría metido, probablemente estaría más segura mientras el ojiazul se mantuviese pegado al aquelarre. En tanto él estuviera allí, no permitiría que le pusieran un dedo -ni colmillo- encima a la amable muchacha.
Cuando llegaron a destino, Dag dejó caer una mano sobre la empuñadura de su espada y se acercó a uno de los vampiros para preguntarle en susurros:
-¿Con qué fin se supone que estamos aquí?
El otro esbozó una sonrisa maliciosa.
-Para tomar el control de Lunargenta, evidentemente.
El exguardia frunció el ceño. ¿Vampiros dirigiendo la ciudad de los humanos? Un siglo atrás, hubiese puesto el grito en el cielo y hecho todo lo posible, incluso arriesgar su vida, para que tan descabellado plan jamás fuera llevado a cabo. Ahora, no obstante, la idea no despertaba en él nada más que una llana indiferencia. Lunargenta ya estaba sumida en el caos; su pueblo agonizaba y los gobernantes no parecían ser aptos para solucionar el problema. ¿Tanto cambiarían las cosas luego de un golpe de estado? No veía la manera en que la situación pudiera empeorar más.
-Ya veo. -Respondió con simpleza mientras desenvainaba la espada.
Dorak fue el primero en acercarse a la base, siendo seguido de cerca por los cinco vampiros restantes, incluyendo a Dag. El grupo no tardó en llamar la atención de los guardias más cercanos, aquellos cuya labor era, probablemente, vigilar las lindes del establecimiento. Los seres de la noche los recibieron esbozando sardónicas sonrisas que exhibían sin ningún tapujo sus largos y aguzados colmillos, delatando intencionalmente sus identidades.
-¡Vampiros! -Alertó uno de los doce soldados. Los seis chupasangres intercambiaron miradas y se posicionaron uno junto al otro, separados apenas por un par de metros entre sí.
-Dos para cada uno. -Indicó Dorak con tono jocoso, y un cabeceo suyo bastó para dar comienzo a la contienda.
Uno de los guardias, el más próximo a él, se le acercó blandiendo la espada con un grito de guerra repleto de gallos; no parecía haber pasado la adolescencia hacía demasiado tiempo. Dag se agachó y con un rápido movimiento ensartó su espada en el cuerpo del joven uniformado como si la coraza de hierro que lo envolvía no fuera más que un fino papel. El chico exhaló un aullido agónico e intentó encajarle una estocada sin éxito. El vampiro podía oler su sangre, su sudor, su miedo. De pronto, un siglo de ira contenida en contra de aquellos que jamás habían ido a buscarlo afloró para dar rienda suelta a todo su odio, su frustración y su sed de venganza. Ya no quedaba nada del hombre bonachón que sólo quería encontrarle un sentido a su vida arruinada por la misma raza de la cual ahora formaba parte. No es que se estuviera poniendo del lado de los vampiros, tampoco. Sólo quería ver correr la sangre de esos que lo habían traicionado... en un desesperado intento por aliviar el sufrimiento de su alma.
A su lado, sus iguales luchaban totalmente carentes de piedad. Sin embargo no debían confiarse, ya que seguían estando en desventaja numérica.
Dag Thorlák
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Los guardias, sin ningún tipo de miramiento, la cogieron y la llevaron a la zona de cuarentena bien sujeta de brazos y piernas como un saco de patatas.
-¡Que yo no estoy enferma! -gritaba la joven elfa mientras se resistía, furiosa.
-Claro, por eso te has escapado de la zona donde están los enfermos... -le respondían los guardias.
Iredia se dio cuenta de una terrible verdad: nadie hacía nada allí por solucionar y erradicar el virus. Sólo mataban a todo aquel que presentase los síntomas. ¿Para qué? Si no descubrían el foco, pronto no quedaría nadie a quien matar. Todos estarían muertos. Quizás los médicos se prestasen a escucharla, si es que se encontraba a alguno en la zona de cuarentena.
De un empujón, la metieron en aquel complejo amurallado con otras trescientas personas infectadas en él. Muchas más de las que ese lugar podía albergar. Cerraron el portón tras ella con ese terrible sonido que indicó el final de su libertad. Olía a muerte, a vómito, a heces y a infierno de forma tan intensa que, mientras los guardias la dejaban allí, cayó de rodillas y vomitó en el suelo, enfrente de ella. Vomitó bilis, no había comido desde hacía bastante tiempo. La fiebre seguía latente en ella, mareándola y empalideciéndola aún más de lo que su blanquecina piel daba de sí. A nadie le importó que siguiese allí soltando líquido por la boca, era casi higiénico comparado con lo que se veía en otros rincones.
Una vez terminó de echar las papillas correspondientes, alzó la mirada a su alrededor. Algunos la observaban con una mezcla de curiosidad y pena, otros se sentían demasiado desgraciados y enfermos como para siquiera levantar la vista. Una madre arropaba, apoyada en la pared y llena de pústulas, a dos bebés gemelos muertos en sus brazos, susurrándoles al oído palabras que nunca más podrían escuchar. Otro hombre yacía en el suelo con una pierna cortada, supuso Iredia por haberse revelado contra la guardia. Sin querer, un sentimiento de rencor hacia aquellos destinados supuestamente a protegerlos empezó a nacer en su interior.
<<La espada es el único cerebro que tienen.>>, pensó la elfa con amargura.
Desesperanzada, aún de rodillas, se llevó las manos al rostro y lloró como nunca antes en su vida había llorado. Derramó su impotencia, derramó su rabia, derramó su desazón, su angustia, su desgracia. Sus manos cubrían su rostro y se empaparon de aquellas lágrimas de dolor. Sabía que no importaba cuánto estuviese ahí lamentándose de su mala suerte, el destino sería implacable con ella al igual que lo sería con todos aquellos encerrados en ese lugar. No veía ninguna vía de escape, no veía forma de quitarse esa enfermedad que poco a poco invadía su piel y su cabeza. Ignoró completamente aquellos ojos a su alrededor que contemplaban cómo sollozaba la desgraciada elfa, no los veía con las manos en su rostro y con las lágrimas empañando su mirada. Alzó la vista al cielo, mirando con rabia a las estrellas.
-¿¡OS ESTÁIS DIVIRTIENDO CONMIGO, MALDITOS COLN-LAH!? -espetó a los dioses, insultándolos en élfico con un contundente "hijos de puta" y volviéndose a tapar el rostro con las manos.
Siempre había confiado en ellos para todo, siempre había contado con su apoyo y con que, pasara lo que pasase, jamás tornarían su voluntad contra ella si ella hacía el bien. ¿Éste era su castigo por no haberse rebelado a la coacción de los demonios nocturnos? Estaba claro que se había equivocado, que los dioses la consideraban un juguete con el que divertirse. No tenía otra forma de explicar sino aquel aciago destino. De nada había servido hacerse una raja en el brazo para ocultar su pústula, los guardias ni siquiera se habían molestado en mirar si presentaba síntomas. La habían cogido para matarla, como a los perros abandonados.
Tan perdida estaba en su llanto que dio un respingo cuando notó una mano en su hombro. Alzó la vista y se encontró con un rostro femenino que ya había visto antes.
-Raitzir... -gimió la mujer que, ratos atrás, casi cae en la trampa de sus secuestradores.
La elfa se quedó unos segundos mirándola con sorpresa. ¿Cómo había conseguido escapar? Recibió una mirada de compasión por parte de aquella madre.
-También me capturaron, también me trajeron aquí estando sana...- entonces, le mostró una marca que había en su cuello, tras el pelo. Una pústula- Aunque ya no. Supongo que como tú.
Iredia zarandeó la cabeza. La fiebre le impedía pensar con claridad. El único sentimiento que tenía ahora mismo era de gratitud por, al menos, poder morir con alguien conocido allí.
-Pero tú podías curarlos -seguía hablando la mujer- Tú podías...
-No. -cortó tajantemente la elfa, apreciando que algunas miradas curiosas prestaban atención a esa conversación- Esos vampiros me secuestraron y me utilizaron para atraer víctimas hasta ellos. Yo no curo nada. Sé de medicina, pero esto... Estoy igual que vosotros. -aclaró, mirando a su alrededor.
-¿Estamos perdidos entonces?¿No hay cura? -preguntó un anciano a su lado.
-Eso no lo sé. ¿No hay médicos aquí?
-Esos no dicen nada -espetó una muchacha rubia- De vez en cuando, nos dan una sopa que sabe a mierda. Dicen que es para calmar los síntomas, pero cada vez que les preguntamos por la cura, nos contestan con evasivas. Y luego, están aquellos- señaló con la cabeza a unos guardias infectados- que, directamente, nos escupen como a perros. No les importamos nada.
En eso, la elfa estaba de acuerdo. Sin embargo, se dio cuenta de algo que le hizo fruncir el ceño. Los guardias que habían acabado infectados se hallaban en un rincón apartados de los demás, como si fuesen unos apestados dentro de los apestados.
-Igual intento hablar con algún médico ahora... -comentó, sin dejar de mirar a los guardias.
-No están. Ha debido pasar algo en el puerto y los necesitaban a todos, o eso he oído comentar a algunos aquí que han llegado hace nada. -informó el viejo.
-Seguro que ha pasado algo con el rey...
-¡El rey debería estar infectado como nosotros!¡Así sabría lo que es estar aquí! -espetó la rubia.
Y estalló una discusión. Que si el rey había huído, que si el rey había muerto, que si el rey se había rascado un pie... Iredia los ignoró, levantándose con dificultad y dirigiéndose hacia la madre.
-Había un muchacho conmigo..., ojos azules, moreno, de rostro hermoso y fornido de cuerpo. ¿Te suena?
La mujer se quedó dudando unos instantes, hasta que al final abrió mucho los ojos, dándose cuenta de algo.
-Ay, creo que sé quién me dices. Pero, cielo, se quedó allí... sólo recuerdo que aquellos seres aparecían y desaparecían, matando a todos. Ese muchacho que dices también luchaba, pero no sé cuál ha sido su destino. -la noticia cayó sobre Iredia como una losa- Lo siento.
La elfa asintió y, con gran abatimiento, además de tiritante y tambaleante por la fiebre, se dirigió a la zona donde estaban los guardias. Deseó con todo su corazón que Dag estuviese bien. Si había acabado luchando contra los vampiros, quizás hubiese sobrevivido (ella no se imaginó ni por un instante lo que había pasado en realidad). Si salía de allí, quizás podían volver a encontrarse. Y Rushi... ¿Estaría bien? Aunque no temía que su asski fuera capturado o infectado, sí temía que estuviera solo y perdido. Lo buscaría en cuanto saliese. Se encontró a sí misma olvidando su furia contra los dioses y rezando para que aquel caballero y su cría de asski estuviesen a salvo.
A medida que se iba acercando, veía que era un grupo de seis guardias infectados. Tres de ellos estaban prácticamente muertos. Otros dos estaban en fase avanzada, pero aún conscientes. Uno parecía en fase inicial. Fue ése quien se dirigió a ella.
-Vaya... una que no nos odia. -espetó con sarcasmo. Era un hombre maduro, curtido en mil batallas y con canas en las sienes.
La elfa, olvidando completamente las formas, se sentó en el suelo junto a él, clavándole sus ojos violetas.
-Os apartáis porque los demás os detestan, ¿verdad?
El maduro enarcó una ceja.
-Acabas de llegar, por lo que veo.
-Tú también.
Se hizo el silencio.
-Soy médico. -habló por fin la elfa- Y sé que los demás se han ido, dejando el ala libre. Ellos tres están prácticamente muertos, pero, si me ayudas, puedo intentar paliar los síntomas de tus compañeros. Y los tuyos. Tendrán medicinas allí. Ayúdame.
El canoso la escrutó con la mirada, quizás evaluando si decía la verdad.
-Si haces alguna jugada, aviso a la guardia.
Aquella pequeña victoria le supo amarga a la elfa, pues sabía que, en caso de conseguir medicinas, el guardia la obligaría a usarlas primero con sus compañeros. Además, si resultaba ser una mentirosa, él la mataría al instante. Pero, a cambio, puede que consiguiera informarse de qué demonios era aquel mal que estaba destruyendo a las personas de esa ciudad. Los médicos tendrían apuntes, materiales, algo que le permitiría a la elfa empezar por alguna parte.
El guardia la guió hasta una construcción de madera, separada por una valla del resto de enfermos. Saltó la valla, ayudando a la elfa después, y pegó una patada a la puerta de la construcción (una especie de caseta muy larga). La puerta cedió instantáneamente. Los médicos habían abandonado el lugar tan deprisa que habían dejado el interior hecho un auténtico caos de desorden y ni se habían molestado en cerrar. Quizás porque no pensaban volver. Eso explicaba por qué los enfermos no habían invadido ese sitio. ¿Para qué? Estaban muertos dentro o fuera de la caseta. Iredia se entretuvo allí, mirando hojas de apuntes, y aprovechó para darle al guardia unas hierbas para él y sus compañeros. Éste, con un gruñido de agradecimiento, salió de la caseta siguiendo las instrucciones de la elfa y se las llevó a sus compañeros.
Iredia se entretuvo allí, aplicándose una pomada fresca en la frente para su fiebre y encontró unos papiros enrollados y atados sobre una mesilla que atrajeron su atención. Sin embargo, justo cuando iba a abrirlos, también encontró otra cosa. Una anilla en el suelo. Una trampilla, justo debajo de la mesilla. Tras cuatro intentos, una caída (la fiebre la hacía aún más débil de lo que era de serie) y varias maldiciones, logró apartar la mesilla y levantar la trampilla. Dentro solo había unas escaleras y oscuridad.
<<Por aquí salen los médicos para no coincidir con los enfermos...>>, descubrió Iredia.
Se guardó aquellos pergaminos en el cinturón. No sabía que se encontraría al final de aquel pasadizo, si es que llevaba a alguna parte. Pero, desde luego, sería mejor que lo que le esperaba fuera de la caseta. O eso quería pensar.
-¡Que yo no estoy enferma! -gritaba la joven elfa mientras se resistía, furiosa.
-Claro, por eso te has escapado de la zona donde están los enfermos... -le respondían los guardias.
Iredia se dio cuenta de una terrible verdad: nadie hacía nada allí por solucionar y erradicar el virus. Sólo mataban a todo aquel que presentase los síntomas. ¿Para qué? Si no descubrían el foco, pronto no quedaría nadie a quien matar. Todos estarían muertos. Quizás los médicos se prestasen a escucharla, si es que se encontraba a alguno en la zona de cuarentena.
De un empujón, la metieron en aquel complejo amurallado con otras trescientas personas infectadas en él. Muchas más de las que ese lugar podía albergar. Cerraron el portón tras ella con ese terrible sonido que indicó el final de su libertad. Olía a muerte, a vómito, a heces y a infierno de forma tan intensa que, mientras los guardias la dejaban allí, cayó de rodillas y vomitó en el suelo, enfrente de ella. Vomitó bilis, no había comido desde hacía bastante tiempo. La fiebre seguía latente en ella, mareándola y empalideciéndola aún más de lo que su blanquecina piel daba de sí. A nadie le importó que siguiese allí soltando líquido por la boca, era casi higiénico comparado con lo que se veía en otros rincones.
Una vez terminó de echar las papillas correspondientes, alzó la mirada a su alrededor. Algunos la observaban con una mezcla de curiosidad y pena, otros se sentían demasiado desgraciados y enfermos como para siquiera levantar la vista. Una madre arropaba, apoyada en la pared y llena de pústulas, a dos bebés gemelos muertos en sus brazos, susurrándoles al oído palabras que nunca más podrían escuchar. Otro hombre yacía en el suelo con una pierna cortada, supuso Iredia por haberse revelado contra la guardia. Sin querer, un sentimiento de rencor hacia aquellos destinados supuestamente a protegerlos empezó a nacer en su interior.
<<La espada es el único cerebro que tienen.>>, pensó la elfa con amargura.
Desesperanzada, aún de rodillas, se llevó las manos al rostro y lloró como nunca antes en su vida había llorado. Derramó su impotencia, derramó su rabia, derramó su desazón, su angustia, su desgracia. Sus manos cubrían su rostro y se empaparon de aquellas lágrimas de dolor. Sabía que no importaba cuánto estuviese ahí lamentándose de su mala suerte, el destino sería implacable con ella al igual que lo sería con todos aquellos encerrados en ese lugar. No veía ninguna vía de escape, no veía forma de quitarse esa enfermedad que poco a poco invadía su piel y su cabeza. Ignoró completamente aquellos ojos a su alrededor que contemplaban cómo sollozaba la desgraciada elfa, no los veía con las manos en su rostro y con las lágrimas empañando su mirada. Alzó la vista al cielo, mirando con rabia a las estrellas.
-¿¡OS ESTÁIS DIVIRTIENDO CONMIGO, MALDITOS COLN-LAH!? -espetó a los dioses, insultándolos en élfico con un contundente "hijos de puta" y volviéndose a tapar el rostro con las manos.
Siempre había confiado en ellos para todo, siempre había contado con su apoyo y con que, pasara lo que pasase, jamás tornarían su voluntad contra ella si ella hacía el bien. ¿Éste era su castigo por no haberse rebelado a la coacción de los demonios nocturnos? Estaba claro que se había equivocado, que los dioses la consideraban un juguete con el que divertirse. No tenía otra forma de explicar sino aquel aciago destino. De nada había servido hacerse una raja en el brazo para ocultar su pústula, los guardias ni siquiera se habían molestado en mirar si presentaba síntomas. La habían cogido para matarla, como a los perros abandonados.
Tan perdida estaba en su llanto que dio un respingo cuando notó una mano en su hombro. Alzó la vista y se encontró con un rostro femenino que ya había visto antes.
-Raitzir... -gimió la mujer que, ratos atrás, casi cae en la trampa de sus secuestradores.
La elfa se quedó unos segundos mirándola con sorpresa. ¿Cómo había conseguido escapar? Recibió una mirada de compasión por parte de aquella madre.
-También me capturaron, también me trajeron aquí estando sana...- entonces, le mostró una marca que había en su cuello, tras el pelo. Una pústula- Aunque ya no. Supongo que como tú.
Iredia zarandeó la cabeza. La fiebre le impedía pensar con claridad. El único sentimiento que tenía ahora mismo era de gratitud por, al menos, poder morir con alguien conocido allí.
-Pero tú podías curarlos -seguía hablando la mujer- Tú podías...
-No. -cortó tajantemente la elfa, apreciando que algunas miradas curiosas prestaban atención a esa conversación- Esos vampiros me secuestraron y me utilizaron para atraer víctimas hasta ellos. Yo no curo nada. Sé de medicina, pero esto... Estoy igual que vosotros. -aclaró, mirando a su alrededor.
-¿Estamos perdidos entonces?¿No hay cura? -preguntó un anciano a su lado.
-Eso no lo sé. ¿No hay médicos aquí?
-Esos no dicen nada -espetó una muchacha rubia- De vez en cuando, nos dan una sopa que sabe a mierda. Dicen que es para calmar los síntomas, pero cada vez que les preguntamos por la cura, nos contestan con evasivas. Y luego, están aquellos- señaló con la cabeza a unos guardias infectados- que, directamente, nos escupen como a perros. No les importamos nada.
En eso, la elfa estaba de acuerdo. Sin embargo, se dio cuenta de algo que le hizo fruncir el ceño. Los guardias que habían acabado infectados se hallaban en un rincón apartados de los demás, como si fuesen unos apestados dentro de los apestados.
-Igual intento hablar con algún médico ahora... -comentó, sin dejar de mirar a los guardias.
-No están. Ha debido pasar algo en el puerto y los necesitaban a todos, o eso he oído comentar a algunos aquí que han llegado hace nada. -informó el viejo.
-Seguro que ha pasado algo con el rey...
-¡El rey debería estar infectado como nosotros!¡Así sabría lo que es estar aquí! -espetó la rubia.
Y estalló una discusión. Que si el rey había huído, que si el rey había muerto, que si el rey se había rascado un pie... Iredia los ignoró, levantándose con dificultad y dirigiéndose hacia la madre.
-Había un muchacho conmigo..., ojos azules, moreno, de rostro hermoso y fornido de cuerpo. ¿Te suena?
La mujer se quedó dudando unos instantes, hasta que al final abrió mucho los ojos, dándose cuenta de algo.
-Ay, creo que sé quién me dices. Pero, cielo, se quedó allí... sólo recuerdo que aquellos seres aparecían y desaparecían, matando a todos. Ese muchacho que dices también luchaba, pero no sé cuál ha sido su destino. -la noticia cayó sobre Iredia como una losa- Lo siento.
La elfa asintió y, con gran abatimiento, además de tiritante y tambaleante por la fiebre, se dirigió a la zona donde estaban los guardias. Deseó con todo su corazón que Dag estuviese bien. Si había acabado luchando contra los vampiros, quizás hubiese sobrevivido (ella no se imaginó ni por un instante lo que había pasado en realidad). Si salía de allí, quizás podían volver a encontrarse. Y Rushi... ¿Estaría bien? Aunque no temía que su asski fuera capturado o infectado, sí temía que estuviera solo y perdido. Lo buscaría en cuanto saliese. Se encontró a sí misma olvidando su furia contra los dioses y rezando para que aquel caballero y su cría de asski estuviesen a salvo.
A medida que se iba acercando, veía que era un grupo de seis guardias infectados. Tres de ellos estaban prácticamente muertos. Otros dos estaban en fase avanzada, pero aún conscientes. Uno parecía en fase inicial. Fue ése quien se dirigió a ella.
-Vaya... una que no nos odia. -espetó con sarcasmo. Era un hombre maduro, curtido en mil batallas y con canas en las sienes.
La elfa, olvidando completamente las formas, se sentó en el suelo junto a él, clavándole sus ojos violetas.
-Os apartáis porque los demás os detestan, ¿verdad?
El maduro enarcó una ceja.
-Acabas de llegar, por lo que veo.
-Tú también.
Se hizo el silencio.
-Soy médico. -habló por fin la elfa- Y sé que los demás se han ido, dejando el ala libre. Ellos tres están prácticamente muertos, pero, si me ayudas, puedo intentar paliar los síntomas de tus compañeros. Y los tuyos. Tendrán medicinas allí. Ayúdame.
El canoso la escrutó con la mirada, quizás evaluando si decía la verdad.
-Si haces alguna jugada, aviso a la guardia.
Aquella pequeña victoria le supo amarga a la elfa, pues sabía que, en caso de conseguir medicinas, el guardia la obligaría a usarlas primero con sus compañeros. Además, si resultaba ser una mentirosa, él la mataría al instante. Pero, a cambio, puede que consiguiera informarse de qué demonios era aquel mal que estaba destruyendo a las personas de esa ciudad. Los médicos tendrían apuntes, materiales, algo que le permitiría a la elfa empezar por alguna parte.
El guardia la guió hasta una construcción de madera, separada por una valla del resto de enfermos. Saltó la valla, ayudando a la elfa después, y pegó una patada a la puerta de la construcción (una especie de caseta muy larga). La puerta cedió instantáneamente. Los médicos habían abandonado el lugar tan deprisa que habían dejado el interior hecho un auténtico caos de desorden y ni se habían molestado en cerrar. Quizás porque no pensaban volver. Eso explicaba por qué los enfermos no habían invadido ese sitio. ¿Para qué? Estaban muertos dentro o fuera de la caseta. Iredia se entretuvo allí, mirando hojas de apuntes, y aprovechó para darle al guardia unas hierbas para él y sus compañeros. Éste, con un gruñido de agradecimiento, salió de la caseta siguiendo las instrucciones de la elfa y se las llevó a sus compañeros.
Iredia se entretuvo allí, aplicándose una pomada fresca en la frente para su fiebre y encontró unos papiros enrollados y atados sobre una mesilla que atrajeron su atención. Sin embargo, justo cuando iba a abrirlos, también encontró otra cosa. Una anilla en el suelo. Una trampilla, justo debajo de la mesilla. Tras cuatro intentos, una caída (la fiebre la hacía aún más débil de lo que era de serie) y varias maldiciones, logró apartar la mesilla y levantar la trampilla. Dentro solo había unas escaleras y oscuridad.
<<Por aquí salen los médicos para no coincidir con los enfermos...>>, descubrió Iredia.
Se guardó aquellos pergaminos en el cinturón. No sabía que se encontraría al final de aquel pasadizo, si es que llevaba a alguna parte. Pero, desde luego, sería mejor que lo que le esperaba fuera de la caseta. O eso quería pensar.
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
El miembro 'Iredia' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Si Lord Tinegar hubiera estado presente en la Base de la Guardia, ni por asomo habría permitido que los vampiros llegasen tan lejos. Pero no estaba. Ni él ni los cargos más altos. Su clase social y su posición en el gremio les había abierto las puertas a la escapatoria y a librarse de la pandemia. En esos momentos debían estar en el barco de Su Majestad. Por un lado podría parecer cobarde, ¿no? Pues eran quienes debían velar por la seguridad de su pueblo. Pero debían su vida y su lealtad al Rey Siegfried. Y por nada del mundo, ni siquiera por la voluntad de caprichosos dioses, podían permitir que muriera. Un rey enfermo no podría gobernar a su pueblo. Y habían tenido que evacuarlo.
En el castillo habían quedado los guardias de más bajo nivel y los que habían decidido quedarse a proteger la base para cuando el rey y su séquito regresaran. Ellos habían sido los que estaban sufriendo la ira y la maldad que reinaba en Lunargenta. Los altercados en las calles, ver morir a los enfermos… Y ahora la lucha contra los vampiros que pretendían dar un golpe de estado.
Los pobres chavales estaban muy dispuestos a dar su vida por el rey pero, ¿en serio pretendían ganar? Estaban luchando contra seres de la noche, sus filos no servían contra gente que era capaz de desaparecer dejando una neblina en su lugar. Ni eran capaces de desenvolverse en la oscuridad tan bien como ellos. ¡Ay, inocentes! Dale un arma a un hombre y se creerá el Dios del mundo. Pero no eran conscientes de las tácticas y habilidades de sus rivales, por lo que pronto, esos doce guardias eran abatidos.
-¡Ja! ¡Insensatos! ¡Podíamos haberos dado un sitio en nuestro reino! -Dorak pateó la cabeza de uno, mientras el resto del aquelarre se entretenía desangrándolos y divirtiéndose con sus intestinos, que colgaban fuera del cuerpo de algunos de los soldados. Estaban felices: habían tomado Lunargenta.
-¡Pronto podremos tomar toda Verisar! –Gritó uno alzando los brazos mientras dejaba caer a un guerrero con un corte en el cuello que teñía de sangre su azulada armadura.
¿Un reino gobernado por vampiros? ¿¡En qué momento los dioses eran tan crueles!? El aquelarre avanzó hacia el interior de la base de la guardia.
-Me proclamo Rey de Lunargenta. -Dorak sonrió ampliamente mientras iba encabezando la comitiva. -Quiero una corona. ¡Y sentarme en el trono! Y si encuentro a esa elfa, la haré mi concubina. Me acompañará, bailará para mí cuando se lo pida y todas las noches me la voy a fo…
-Ya a saber dónde estará esa elfa. Pero podemos buscar más. –Interrumpió uno de los vampiros, que jugaba con la espada de un guardia a quien se la había arrebatado.
-Pues otra elfa, me da igual. Quiero saber si lo que dicen de las criaturas del bosque es cierto…
-¿Qué brillan a la luz del sol? Eso no podemos saberlo…
-No, idiota. Que son muy buenas en la cama.
Esa conversación tan “masculina” se vio interrumpida por la aparición de una persona. Su armadura azul denotaba que pertenecía a la guardia de Lunargenta. Otra insensata más que se atrevía a hacer frente a esos vampiros. La chica que apareció llevaba un mandoble entre sus manos y, sin previo aviso arremetió contra Dorak y le rebanó la cabeza. ¡Tan fugaz era la vida incluso para los que podían vivirla eternamente! En un rápido movimiento clavó su espada en la cabeza que había caído al suelo, y la levantó con ella incrustada. -Un rey necesita una cabeza sobre la que llevar la corona. -Negó, mirando la cabeza y luego se dirigió al grupo. -¿Queréis lo mismo para vosotros, chupasangres? Fuera del lugar donde deben estar los protectores del pueblo, seres malditos. -Sentenció acercándose a ellos sin un ápice de temor, apoyando la espada en el suelo, sacando la cabeza con un pie y pateándola para que rodase hasta los pies de unos de los vampiros. -Soy quien queda en pie para proteger esta ciudad hasta que el Rey regrese. Y la protegeré. -Dicho esto emprendió un nuevo ataque contra los seres que formaban el aquelarre, cometiendo una masacre.
Cuando los dioses parecen tener ojeriza a alguien, se nota. La pobre Iredia parecía ser la diana de las burlas de los que habitaban allá por el Valhalla, nuestro reino divino. Incluso los mismos dioses élficos parecían haberse aliado con los de los mortales para ver quién de todos conseguía hacer más daño a la pobre elfa que, nada más llegar a la ciudad, ya había sido capturada por un aquelarre de vampiros estafadores que sólo buscaban presas fáciles. Al escapar de los vampiros, los mismos guardias se habían ensañado con ella y la habían llevado a la temida zona de cuarentena. De allí nadie salía. No vivo, al menos.
Aquel lugar era horrible, lleno de barro, fluidos corporales, un olor tan desagradable que haría vomitar al ser más repulsivo de todo Aerandir y una tristeza que se podía sentir, helaba la piel tanto como las frías noches.
La elfa lo intentó, de nuevo. ¿Tanto ansiaba su libertad? Posiblemente, pero no era consciente de que los dioses tenían otro trabajito para ella y negaban su escapatoria por todos los medios. Encontró una trampilla, casi podía tocar la libertad… Pero no alcanzó a ver qué había bajo el suelo. Su fiebre era tan alta que acabó en el suelo, inconsciente. La enfermedad estaba haciendo mella en la muchacha, una mella muy grande, incluso para alguien de su raza. Uno de los guardias que estaba vigilando la zona en aquel momento, la encontró y, sin reparo ni cuidado, la arrastró hacia el lugar habilitado como cuarentena y volvió a cerrar la puerta tras ella. Después se fue a seguir con su vigilancia en la garita donde estaba la trampilla. Si alguien más encontraba ese lugar sería peligroso. Y más, si eran enfermos. Ellos no podían salir de ese lugar, no con vida, pues iban a ser una fuente de infecciones si conseguían escapar. Sus órdenes eran claras: debían recluirlos allí hasta que murieran. Porque todos morían. No había sobrevivido ni un humano a esa pandemia. Persona que entraba en el campamento, persona que tenía un reencuentro con nuestras amadas Valquirias.
Apenas duraban dos o tres días desde que pisaban el campamento. Tal vez porque la infección mataba demasiado rápido, o porque si alguien entraba y estaba sano, se contagiaba en cuestión de horas. O por la falta de medidas de higiene. Todo era probable. Aquel lugar daba asco, ni los guardias entraban a no ser que fuera estrictamente necesario.
Y allí, llena de barro y otros fluidos, que mejor no nombraremos, estaba Iredia. La mujer que había hablado con ella se acercó y le colocó un paño húmedo con aceite de lavanda en la frente. -Mi pequeña… -Parecía preocupada por ella, y no era para menos. El aspecto de la chica del bosque era deplorable en esos momentos. Otros enfermos se sumaron a la mujer para ayudar a la elfa. Todavía tenían esperanza en que pudiera hacer algo por ellos, si no con sus poderes, con sus intentos por escapar, su osadía. Todo era útil cuando las horas corrían en su contra. Estaban tratando de que despertara, si no lo hacía, la quemarían en cuanto los guardias hicieran la ronda en busca de cadáveres. Eso también lo hacían para protegerlos, eso decían, pues los muertos eran un foco de infección muy grande. Pero había veces que se pasaban alguno y el lugar apestaba más todavía, si es que era posible. Habían llegado a encontrar a personas en avanzado estado de descomposición en la cuarentena. Así que no tenían muchas esperanzas. Y las pocas que tenían, las depositaban en una criatura del bosque que consideraban una creación divina. -Tú puedes…
-Todavía tiene pulso. Y respira. -Comentó uno de los enfermos, un joven muchacho que, antes de ser llevado a aquel infierno, era estudiante de medicina. Incluso los guardias exiliados se habían acercado. Era ella quien les había provisto de medicinas que, aunque no tuvieran efecto, aliviaban.
Hubiera sido perfecto que la elfa hubiese tenido los pergaminos que encontró en la garita, pero el guardia que la había arrastrado se los había quitado. Sólo había una oportunidad más.
Lo primero que debo deciros es que lamento la tardanza para responder, los dioses también tenemos asuntos que resolver y cuidar a demasiados mortales. Pero pasamos a otro índice de cosas. Este será el último turno, a menos que vuestras acciones me hagan extender el evento lo que sea necesario. Sin duda, ambos habéis tenido una misión importante y depende de vuestros actos podréis pasar a los anales de la historia de Aerandir. Siempre es destacable que la historia os acompañe y tengáis un buen lugar, no como cierta vampiresa que os ha desprovisto a todos de la cura y os a condenado.
Dag: Tienes un asunto importante entre tus manos. Puede que parezca una nimiedad, pero tus decisiones en este último turno podrán hacerte entrar en la historia de Aerandir. Arriesgado es, sin duda. Porque serías recordado por haber intentado dar un golpe de estado. Y eso no sé si es plato de buen gusto para todos…
Ya estáis en la Base de la Guardia de Lunargenta, aquella que era infranqueable. Pero hasta la cadena más dura sucumbe si un eslabón es débil. En este caso, una serie de infortunios han convertido la cadena en algo frágil, rompible. La persona que ha aparecido y ha dado muerte a Dorak es Lelianne, ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]) una brava guerrera de alto cargo en la guardia, que ha decidido seguir sus valores y quedarse a proteger el lugar. Habilidosa en el manejo de la espada, rápida y mortal. Ya lo habéis podido comprobar con vuestro líder.
Vuestro deber: acabar con ella. Pero eso es lo que quiere el aquelarre, ¿y tú? Podrás ayudarla a acabar con ellos y evitar el golpe de estado. En ese caso no deberás lanzar runas. Habrás protegido la ciudad del asedio que pretendían hacer.
Pero, ¿y si quisieras convertirte en el nuevo jefe supremo? Podrías crear tu reino de oscuridad. En ese caso dependerás de la voluntad de los dioses.
• Runa muy buena/buena: Vences a Lelianne. El golpe de estado es efectivo y Lunargenta pasará a ser territorio de los vampiros.
• Runa media: La guerrera conseguirá echaros del lugar, sobre todo a tus compañeros, que acabarán muertos. Tendrás heridas leves, tranquilo, no hará falta que un médico te las cure, aunque ten cuidado con los infectados.
• Runa mala/muy mala: ¿Te acuerdas qué pasaba si os atrapaban los soldados en el patio? Pues algo parecido en este caso. Si tratáis de seguir con el golpe de estado y los dioses os brindan la peor de las suertes, Lelianne en persona os llevará a la Base de los Bio, como criminales que sois.
Puedes manejar a tu aquelarre.
Iredia: Querida Iredia, ¿qué le has hecho a los dioses? Su voluntad no te acompañó para salir de la zona de cuarentena. Pero yo soy el más bueno de todos ellos y te permitiré elegir entre tener tu enfermedad durante cuatro hilos, los próximos que abras (cuidado, no contagies a los demás… O sí, tú decides), o un pequeño evento conmigo para ayudar a tu sanación.
Mas, por ahora, has vuelto a la zona de cuarentena. Te despertarás y tu objetivo en este último turno será explicarles a los enfermos lo que has descubierto. Si quieres que salgan todos. ¿Dejarías salir a todos? O, ¿serías egoísta y saldrías solo tú? Tranquila, he dicho que soy el más bueno de los dioses… No fallarás a la hora de escapar en este hilo. Pero si quieres hacerlo sola, intenta que no te descubran. Mi pregunta es, ¿serías capaz de huir sola, dejando a todos ellos a su suerte? ¿O serías capaz de liberarlos y condenar a Verisar más todavía?
No lances la voluntad de los dioses, ellos no te escucharán. Todo depende de lo que tú decidas.
En el castillo habían quedado los guardias de más bajo nivel y los que habían decidido quedarse a proteger la base para cuando el rey y su séquito regresaran. Ellos habían sido los que estaban sufriendo la ira y la maldad que reinaba en Lunargenta. Los altercados en las calles, ver morir a los enfermos… Y ahora la lucha contra los vampiros que pretendían dar un golpe de estado.
Los pobres chavales estaban muy dispuestos a dar su vida por el rey pero, ¿en serio pretendían ganar? Estaban luchando contra seres de la noche, sus filos no servían contra gente que era capaz de desaparecer dejando una neblina en su lugar. Ni eran capaces de desenvolverse en la oscuridad tan bien como ellos. ¡Ay, inocentes! Dale un arma a un hombre y se creerá el Dios del mundo. Pero no eran conscientes de las tácticas y habilidades de sus rivales, por lo que pronto, esos doce guardias eran abatidos.
-¡Ja! ¡Insensatos! ¡Podíamos haberos dado un sitio en nuestro reino! -Dorak pateó la cabeza de uno, mientras el resto del aquelarre se entretenía desangrándolos y divirtiéndose con sus intestinos, que colgaban fuera del cuerpo de algunos de los soldados. Estaban felices: habían tomado Lunargenta.
-¡Pronto podremos tomar toda Verisar! –Gritó uno alzando los brazos mientras dejaba caer a un guerrero con un corte en el cuello que teñía de sangre su azulada armadura.
¿Un reino gobernado por vampiros? ¿¡En qué momento los dioses eran tan crueles!? El aquelarre avanzó hacia el interior de la base de la guardia.
-Me proclamo Rey de Lunargenta. -Dorak sonrió ampliamente mientras iba encabezando la comitiva. -Quiero una corona. ¡Y sentarme en el trono! Y si encuentro a esa elfa, la haré mi concubina. Me acompañará, bailará para mí cuando se lo pida y todas las noches me la voy a fo…
-Ya a saber dónde estará esa elfa. Pero podemos buscar más. –Interrumpió uno de los vampiros, que jugaba con la espada de un guardia a quien se la había arrebatado.
-Pues otra elfa, me da igual. Quiero saber si lo que dicen de las criaturas del bosque es cierto…
-¿Qué brillan a la luz del sol? Eso no podemos saberlo…
-No, idiota. Que son muy buenas en la cama.
Esa conversación tan “masculina” se vio interrumpida por la aparición de una persona. Su armadura azul denotaba que pertenecía a la guardia de Lunargenta. Otra insensata más que se atrevía a hacer frente a esos vampiros. La chica que apareció llevaba un mandoble entre sus manos y, sin previo aviso arremetió contra Dorak y le rebanó la cabeza. ¡Tan fugaz era la vida incluso para los que podían vivirla eternamente! En un rápido movimiento clavó su espada en la cabeza que había caído al suelo, y la levantó con ella incrustada. -Un rey necesita una cabeza sobre la que llevar la corona. -Negó, mirando la cabeza y luego se dirigió al grupo. -¿Queréis lo mismo para vosotros, chupasangres? Fuera del lugar donde deben estar los protectores del pueblo, seres malditos. -Sentenció acercándose a ellos sin un ápice de temor, apoyando la espada en el suelo, sacando la cabeza con un pie y pateándola para que rodase hasta los pies de unos de los vampiros. -Soy quien queda en pie para proteger esta ciudad hasta que el Rey regrese. Y la protegeré. -Dicho esto emprendió un nuevo ataque contra los seres que formaban el aquelarre, cometiendo una masacre.
_____________________
Cuando los dioses parecen tener ojeriza a alguien, se nota. La pobre Iredia parecía ser la diana de las burlas de los que habitaban allá por el Valhalla, nuestro reino divino. Incluso los mismos dioses élficos parecían haberse aliado con los de los mortales para ver quién de todos conseguía hacer más daño a la pobre elfa que, nada más llegar a la ciudad, ya había sido capturada por un aquelarre de vampiros estafadores que sólo buscaban presas fáciles. Al escapar de los vampiros, los mismos guardias se habían ensañado con ella y la habían llevado a la temida zona de cuarentena. De allí nadie salía. No vivo, al menos.
Aquel lugar era horrible, lleno de barro, fluidos corporales, un olor tan desagradable que haría vomitar al ser más repulsivo de todo Aerandir y una tristeza que se podía sentir, helaba la piel tanto como las frías noches.
La elfa lo intentó, de nuevo. ¿Tanto ansiaba su libertad? Posiblemente, pero no era consciente de que los dioses tenían otro trabajito para ella y negaban su escapatoria por todos los medios. Encontró una trampilla, casi podía tocar la libertad… Pero no alcanzó a ver qué había bajo el suelo. Su fiebre era tan alta que acabó en el suelo, inconsciente. La enfermedad estaba haciendo mella en la muchacha, una mella muy grande, incluso para alguien de su raza. Uno de los guardias que estaba vigilando la zona en aquel momento, la encontró y, sin reparo ni cuidado, la arrastró hacia el lugar habilitado como cuarentena y volvió a cerrar la puerta tras ella. Después se fue a seguir con su vigilancia en la garita donde estaba la trampilla. Si alguien más encontraba ese lugar sería peligroso. Y más, si eran enfermos. Ellos no podían salir de ese lugar, no con vida, pues iban a ser una fuente de infecciones si conseguían escapar. Sus órdenes eran claras: debían recluirlos allí hasta que murieran. Porque todos morían. No había sobrevivido ni un humano a esa pandemia. Persona que entraba en el campamento, persona que tenía un reencuentro con nuestras amadas Valquirias.
Apenas duraban dos o tres días desde que pisaban el campamento. Tal vez porque la infección mataba demasiado rápido, o porque si alguien entraba y estaba sano, se contagiaba en cuestión de horas. O por la falta de medidas de higiene. Todo era probable. Aquel lugar daba asco, ni los guardias entraban a no ser que fuera estrictamente necesario.
Y allí, llena de barro y otros fluidos, que mejor no nombraremos, estaba Iredia. La mujer que había hablado con ella se acercó y le colocó un paño húmedo con aceite de lavanda en la frente. -Mi pequeña… -Parecía preocupada por ella, y no era para menos. El aspecto de la chica del bosque era deplorable en esos momentos. Otros enfermos se sumaron a la mujer para ayudar a la elfa. Todavía tenían esperanza en que pudiera hacer algo por ellos, si no con sus poderes, con sus intentos por escapar, su osadía. Todo era útil cuando las horas corrían en su contra. Estaban tratando de que despertara, si no lo hacía, la quemarían en cuanto los guardias hicieran la ronda en busca de cadáveres. Eso también lo hacían para protegerlos, eso decían, pues los muertos eran un foco de infección muy grande. Pero había veces que se pasaban alguno y el lugar apestaba más todavía, si es que era posible. Habían llegado a encontrar a personas en avanzado estado de descomposición en la cuarentena. Así que no tenían muchas esperanzas. Y las pocas que tenían, las depositaban en una criatura del bosque que consideraban una creación divina. -Tú puedes…
-Todavía tiene pulso. Y respira. -Comentó uno de los enfermos, un joven muchacho que, antes de ser llevado a aquel infierno, era estudiante de medicina. Incluso los guardias exiliados se habían acercado. Era ella quien les había provisto de medicinas que, aunque no tuvieran efecto, aliviaban.
Hubiera sido perfecto que la elfa hubiese tenido los pergaminos que encontró en la garita, pero el guardia que la había arrastrado se los había quitado. Sólo había una oportunidad más.
_____________________
Lo primero que debo deciros es que lamento la tardanza para responder, los dioses también tenemos asuntos que resolver y cuidar a demasiados mortales. Pero pasamos a otro índice de cosas. Este será el último turno, a menos que vuestras acciones me hagan extender el evento lo que sea necesario. Sin duda, ambos habéis tenido una misión importante y depende de vuestros actos podréis pasar a los anales de la historia de Aerandir. Siempre es destacable que la historia os acompañe y tengáis un buen lugar, no como cierta vampiresa que os ha desprovisto a todos de la cura y os a condenado.
Dag: Tienes un asunto importante entre tus manos. Puede que parezca una nimiedad, pero tus decisiones en este último turno podrán hacerte entrar en la historia de Aerandir. Arriesgado es, sin duda. Porque serías recordado por haber intentado dar un golpe de estado. Y eso no sé si es plato de buen gusto para todos…
Ya estáis en la Base de la Guardia de Lunargenta, aquella que era infranqueable. Pero hasta la cadena más dura sucumbe si un eslabón es débil. En este caso, una serie de infortunios han convertido la cadena en algo frágil, rompible. La persona que ha aparecido y ha dado muerte a Dorak es Lelianne, ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]) una brava guerrera de alto cargo en la guardia, que ha decidido seguir sus valores y quedarse a proteger el lugar. Habilidosa en el manejo de la espada, rápida y mortal. Ya lo habéis podido comprobar con vuestro líder.
Vuestro deber: acabar con ella. Pero eso es lo que quiere el aquelarre, ¿y tú? Podrás ayudarla a acabar con ellos y evitar el golpe de estado. En ese caso no deberás lanzar runas. Habrás protegido la ciudad del asedio que pretendían hacer.
Pero, ¿y si quisieras convertirte en el nuevo jefe supremo? Podrías crear tu reino de oscuridad. En ese caso dependerás de la voluntad de los dioses.
• Runa muy buena/buena: Vences a Lelianne. El golpe de estado es efectivo y Lunargenta pasará a ser territorio de los vampiros.
• Runa media: La guerrera conseguirá echaros del lugar, sobre todo a tus compañeros, que acabarán muertos. Tendrás heridas leves, tranquilo, no hará falta que un médico te las cure, aunque ten cuidado con los infectados.
• Runa mala/muy mala: ¿Te acuerdas qué pasaba si os atrapaban los soldados en el patio? Pues algo parecido en este caso. Si tratáis de seguir con el golpe de estado y los dioses os brindan la peor de las suertes, Lelianne en persona os llevará a la Base de los Bio, como criminales que sois.
Puedes manejar a tu aquelarre.
Iredia: Querida Iredia, ¿qué le has hecho a los dioses? Su voluntad no te acompañó para salir de la zona de cuarentena. Pero yo soy el más bueno de todos ellos y te permitiré elegir entre tener tu enfermedad durante cuatro hilos, los próximos que abras (cuidado, no contagies a los demás… O sí, tú decides), o un pequeño evento conmigo para ayudar a tu sanación.
Mas, por ahora, has vuelto a la zona de cuarentena. Te despertarás y tu objetivo en este último turno será explicarles a los enfermos lo que has descubierto. Si quieres que salgan todos. ¿Dejarías salir a todos? O, ¿serías egoísta y saldrías solo tú? Tranquila, he dicho que soy el más bueno de los dioses… No fallarás a la hora de escapar en este hilo. Pero si quieres hacerlo sola, intenta que no te descubran. Mi pregunta es, ¿serías capaz de huir sola, dejando a todos ellos a su suerte? ¿O serías capaz de liberarlos y condenar a Verisar más todavía?
No lances la voluntad de los dioses, ellos no te escucharán. Todo depende de lo que tú decidas.
Fehu
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Aquellos jóvenes guardias no eran dignos contrincantes de media docena de vampiros. Más temprano que tarde, los uniformados terminaron por sucumbir bajo el despiadado ataque de los seres nocturnos. [1]Antes de acabar con su última presa, Dag se pasó el filo de la espada por la palma de la mano, bañándola en sangre antes de atravesar al último guardia que quedaba en pie para absorber su energía vital. Un placentero escalofrío le subió por la espalda y se relamió los labios como si hubiese estado sorbiendo del mismísimo cuello del muchacho. Pronto, el aquelarre tuvo paso libre para adentrarse en la base de los Guardias, esa base que el exsoldado había frecuentado más de un siglo atrás vistiendo el uniforme azul.
Dag tuvo que hacer un esfuerzo por ignorar la conversación mantenida por el grupo. Caminaba atrás de todos, con los labios tensos y los puños apretados. Cada pasillo era un nuevo recuerdo que surcaba fugazmente su cabeza. Allí le habían dado su primera espada, acá había soportado su primer regaño y, por allá, el jefe le había otorgado su primera condecoración. Una horrenda mezcla de nostalgia y enojo le apretó la boca del estómago. En ese lugar había compartido años de su vida con quienes jamás se dignaron a ir a buscarlo. Quizás, si las cosas hubiesen tomado un rumbo distinto, él habría sido una de las personas que ahora defendían fervientemente la ciudad. Pero el destino no lo quiso así y ahora, en vez de un protector de Lunargenta, era un vampiro quien caminaba con la firme decisión de saciar su sed de venganza con el primer uniformado que se le pusiera enfrente.
Y dicha persona no tardó en hacer acto de presencia. Cuando creían haberlos matado a todos, una mujer apareció blandiendo su mandoble y ahogando abruptamente la grave voz de Dorak, cuya cabeza rodó hasta los mismísimos pies de Dag. El moreno posó su mirada largamente sobre ésta, cavilante.
-¿¡Y crees que vas a protegerla tú sola, pequeña zorra!?
Bramó uno de los chupasangres mientras se precipitaba hacia la mujer enarbolando el sable. Era la mano derecha de Dorak, quien el exsoldado creía haber escuchado que se llamaba Kanso, ¿o era Sanko? Como fuera, ese detalle dejó de importar cuando la cabeza del ser nocturno fue arrancada de cuajo y lanzada a un lado.
Quedaban cuatro vampiros contra una feroz guerrera. Seguían siendo mayoría pero, sin el líder ni su subalterno, no conseguían organizarse bien. Dorak se la pasaba gritando mandatos a diestra y siniestra, manteniendo el orden de sus lacayos. En su ausencia, atacaban de manera atolondrada y caótica. Después de todo, probablemente antes de ser vampiros habían sido simples civiles, quizás granjeros o comerciantes que no conocían el arte de la guerra. Dag se limitó a presenciar la escena por un momento. Era el único que tenía un entrenamiento militar y poseía la capacidad para organizar la batalla. Pero sabía que dar muerte a esa mujer ya no sería un simple ajuste de cuentas: significaría acceder al control entero de la ciudad. Y no estaba seguro de que eso fuese lo que deseaba.
Como siempre que dudaba, una de las voces de su consciencia aprovechó el momento para retumbar entre las paredes de su cráneo.
-Me gusta la idea. -Opinó- Imagínate:“Dag Thorlák, Rey de Lunargenta”.
-Suena bien, ¿eh?
-No creo que yo sea...
-Tonterías. Nosotros somos lo mejor que podría pasarle a esta ciudad.
-¡Así es! Mira cómo está. Todo esto sucedió gracias a la ineptitud de los gobernantes.
-¡Y tú serías un rey mucho menos inútil!
-Piensa en todo lo que podríamos hacer... ¡todas las personas que podríamos ayudar!
Dag clavó su mirada en la guerrera mientras ésta abatía a su tercer víctima con una limpia estocada en el corazón. Quedaban tres, no había tiempo que perder. Acababa de tomar una decisión. El exguardia enarboló su espada y señaló al vampiro que tenía a su izquierda.
-¡A su retaguardia! -El ser de la noche se esfumó y reapareció a espaldas de la guerrera, quien se encontraba aplacando los ataques del otro chupasangres. Dag corrió entonces hacia ambos, al grito de: -¡Tú a la derecha y tú a la izquierda! -Interceptó el mandoble de la mujer con su propia espada, deteniendo un golpe que iba directo a cercenar la cabeza del vampiro, permitiéndole a éste esquivarla- ¡Agárrenla!
La guerrera era endiabladamente rápida, casi demasiado para tratarse de una humana, pero no pudo hacer nada para evitar que las sanguijuelas, una vez posicionadas a sus lados, la tomasen de los brazos. Dag, parado frente a ella, golpeó el mandoble con todas sus fuerzas para arrancárselo de las manos. Desprotegida, la mujer escupió a los pies del ojiazul y rugió con todo el veneno de su furia:
-¡Este pueblo jamás se inclinará ante un maldito chupasangres! ¡Larga vida al Rey Siegfried!
Dag le dedicó una sonrisa amable al tiempo que alzaba la espada, preparándose para cercenar ese cuello con un tajo limpio.
-Ni la vida de ese tal Siegfried será tan larga como la de un vampiro, cariño.
_______
[1]Uso de Habilidad Mágica: Hoja Sangrienta.
Dag tuvo que hacer un esfuerzo por ignorar la conversación mantenida por el grupo. Caminaba atrás de todos, con los labios tensos y los puños apretados. Cada pasillo era un nuevo recuerdo que surcaba fugazmente su cabeza. Allí le habían dado su primera espada, acá había soportado su primer regaño y, por allá, el jefe le había otorgado su primera condecoración. Una horrenda mezcla de nostalgia y enojo le apretó la boca del estómago. En ese lugar había compartido años de su vida con quienes jamás se dignaron a ir a buscarlo. Quizás, si las cosas hubiesen tomado un rumbo distinto, él habría sido una de las personas que ahora defendían fervientemente la ciudad. Pero el destino no lo quiso así y ahora, en vez de un protector de Lunargenta, era un vampiro quien caminaba con la firme decisión de saciar su sed de venganza con el primer uniformado que se le pusiera enfrente.
Y dicha persona no tardó en hacer acto de presencia. Cuando creían haberlos matado a todos, una mujer apareció blandiendo su mandoble y ahogando abruptamente la grave voz de Dorak, cuya cabeza rodó hasta los mismísimos pies de Dag. El moreno posó su mirada largamente sobre ésta, cavilante.
-¿¡Y crees que vas a protegerla tú sola, pequeña zorra!?
Bramó uno de los chupasangres mientras se precipitaba hacia la mujer enarbolando el sable. Era la mano derecha de Dorak, quien el exsoldado creía haber escuchado que se llamaba Kanso, ¿o era Sanko? Como fuera, ese detalle dejó de importar cuando la cabeza del ser nocturno fue arrancada de cuajo y lanzada a un lado.
Quedaban cuatro vampiros contra una feroz guerrera. Seguían siendo mayoría pero, sin el líder ni su subalterno, no conseguían organizarse bien. Dorak se la pasaba gritando mandatos a diestra y siniestra, manteniendo el orden de sus lacayos. En su ausencia, atacaban de manera atolondrada y caótica. Después de todo, probablemente antes de ser vampiros habían sido simples civiles, quizás granjeros o comerciantes que no conocían el arte de la guerra. Dag se limitó a presenciar la escena por un momento. Era el único que tenía un entrenamiento militar y poseía la capacidad para organizar la batalla. Pero sabía que dar muerte a esa mujer ya no sería un simple ajuste de cuentas: significaría acceder al control entero de la ciudad. Y no estaba seguro de que eso fuese lo que deseaba.
Como siempre que dudaba, una de las voces de su consciencia aprovechó el momento para retumbar entre las paredes de su cráneo.
-Me gusta la idea. -Opinó- Imagínate:“Dag Thorlák, Rey de Lunargenta”.
-Suena bien, ¿eh?
-No creo que yo sea...
-Tonterías. Nosotros somos lo mejor que podría pasarle a esta ciudad.
-¡Así es! Mira cómo está. Todo esto sucedió gracias a la ineptitud de los gobernantes.
-¡Y tú serías un rey mucho menos inútil!
-Piensa en todo lo que podríamos hacer... ¡todas las personas que podríamos ayudar!
Dag clavó su mirada en la guerrera mientras ésta abatía a su tercer víctima con una limpia estocada en el corazón. Quedaban tres, no había tiempo que perder. Acababa de tomar una decisión. El exguardia enarboló su espada y señaló al vampiro que tenía a su izquierda.
-¡A su retaguardia! -El ser de la noche se esfumó y reapareció a espaldas de la guerrera, quien se encontraba aplacando los ataques del otro chupasangres. Dag corrió entonces hacia ambos, al grito de: -¡Tú a la derecha y tú a la izquierda! -Interceptó el mandoble de la mujer con su propia espada, deteniendo un golpe que iba directo a cercenar la cabeza del vampiro, permitiéndole a éste esquivarla- ¡Agárrenla!
La guerrera era endiabladamente rápida, casi demasiado para tratarse de una humana, pero no pudo hacer nada para evitar que las sanguijuelas, una vez posicionadas a sus lados, la tomasen de los brazos. Dag, parado frente a ella, golpeó el mandoble con todas sus fuerzas para arrancárselo de las manos. Desprotegida, la mujer escupió a los pies del ojiazul y rugió con todo el veneno de su furia:
-¡Este pueblo jamás se inclinará ante un maldito chupasangres! ¡Larga vida al Rey Siegfried!
Dag le dedicó una sonrisa amable al tiempo que alzaba la espada, preparándose para cercenar ese cuello con un tajo limpio.
-Ni la vida de ese tal Siegfried será tan larga como la de un vampiro, cariño.
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[1]Uso de Habilidad Mágica: Hoja Sangrienta.
Dag Thorlák
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
El miembro 'Dag Thorlák' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
Ese pasillo se hacía más largo por momentos. No entendía por qué, habría jurado que el resplandor de la salida no estaba tan lejano. Tampoco entendía por qué, de repente, se había caído al suelo. Solo entendía una cosa: tenía un intenso dolor de cabeza. La piel le ardía y, sin embargo, nunca había tenido tanto frío. Nunca. De pronto, ya no hubo resplandor al fondo, ya no hubo pasillo. Sólo un frío horrible, un dolor de cabeza insoportable y la dureza del suelo contra su mejilla.
Se despertó en el suelo, rodeada de diversas... cosas malolientes que no quería saber qué eran. Veía borroso, pero conseguía apreciar formas humanas a su lado. Tenía todo el cuerpo entumecido y dolorido, como si la hubieran dado una paliza y la hubieran tirado a un pozo lleno de mierda.
-Niña, ¿me oyes?
Una silueta humana se acercó más a ella. No apreciaba quién era, no conseguía ver nítidamente las caras. Sin embargo, esa voz femenina...
Alzó una mano, intentando tocar esa silueta y notó unos finos dedos cálidos asiéndola y apretándola con dulzura.
-Está despertando. -mencionó otra voz, esta vez joven, masculina y a su izquierda- Quizás todavía aguante un día más. Le han salido erupciones detrás de las orejas...
Iredia gimió, dolida. No le había gustado nada eso que había escuchado sobre sus orejas. Se dio cuenta entonces de que tenía algo sobre la frente, pues alguien lo estaba moviendo y le acababa de llegar un ramalazo de olor a lavanda que agradeció un montón. Era el primer buen olor que percibía su nariz desde hace bastantes días. El frío de la fiebre había disminuido, pero seguía sintiéndose un absoluto despojo. En su vida se había sentido tan maloliente y enferma.
Su visión, tras un rato largo de murmullos preocupados, se fue tornando más nítida. Le lloraban los ojos por la fiebre, pero ya pudo apreciar que quién le asía la mano era aquella mujer, aquella madre abatida. A su izquierda, había un joven que parecía más espabilado, aunque también enfermo. Vio, además, que enfrente tenía a aquel soldado que le había acompañado a la caseta de los guardias. Por un instante, se le cruzó un pensamiento estúpido por la cabeza.
<<Al final resulta que he hecho amigos>>.
-Ay... -volvió a gemir mientras trataba de incorporarse.
La madre le puso una mano en el pecho, impidiéndole que siguiera intentando levantarse.
-No, no, no, no, quieta. Estás débil, no te fuerces tanto.
-Tengo que...
-Hazla caso, es mejor que te quedes tumbada. -añadió el joven espabilado, que le puso una mano en la mejilla- Parece que te ha bajado un poco la fiebre. Las hierbas de los soldados han hecho un poco de efecto.
Iredia le dirigió entonces una mirada febril al muchacho, reconociendo en sus palabras a un compañero de profesión. De pronto, se sintió abatida y dejó que la volviesen a tumbar. Un pensamiento turbio le hizo dar un vuelco a su estómago mientras le pasaban un paño fresco por las mejillas y los brazos. Sabía que ese pasadizo era la clave para salir de allí (cosa que indudablemente quería). Pero ya no estaba lo suficientemente fuerte para hacerlo sola. Y, sin embargo, si se arriesgaba a ir acompañada, probablemente serían un lastre y morirían al poco de salir. El dilema era simple: ¿quería morir sola o acompañada? Si sacaba por el pasadizo a algún enfermo más con ella, propagarían la enfermedad. Si salía sola, también propagaría la plaga y encima moriría muy pronto. Siguió este hilo de pensamientos hasta que se dio cuenta de que había tomado una decisión hace tiempo.
Se llevó una mano a su cinturón y maldijo para sus adentros cuando se percató de que estaba vacío. Le habían quitado los pergaminos. Al cabo de un rato, más espabilada, dejaron que se sentara apoyada en la pared. Aprovechó que se quedó sola con el joven médico para hacerle una seña.
-Quiero contarte algo. Y no puedes decir nada.
-Vale -respondió rápidamente el joven.
-Júralo sobre los dioses.
El tono determinante de Iredia sorprendió al muchacho, quien empezó a comprender que la elfa tenía algo muy importante que revelar. Hizo el juramente y se acercó más a ella, pasando a hablar en susurros. La elfa le contó lo que había encontrado en la caseta: los pergaminos que le habían quitado los guardias y el pasadizo que llevaba fuera de las murallas de la zona de cuarentena. El joven médico se quedó en silencio tras la revelación, con gesto grave. Comprendía lo que quería Iredia y la importante decisión que había tomado. Él, como médico, también sabía que sacar a todos esos enfermos de allí era suicidar Aerandir, pero entendía que la elfa quería buscar una cura y necesitaba ayuda. Sintió las esperanzas renovadas y le asió la mano tratando de reconfortarla.
-¿Se lo dirás a alguien más?
Iredia tragó saliva antes de responder.
-Sí. A dos más. -clavó entonces sus ojos violetas febriles en el muchacho- Y ya.
Fue a añadir algo, pero se le quebró la voz y no pudo. El peso de intentar salvar solo a tres afortunados y dejar a los demás a su suerte era algo que le pesaba en el alma. Sabía que esta decisión le costaría noches de insomnio y pesadillas con los rostros enfermos que tenía a su alrededor, como castigo por su egoísmo. Sin embargo, se juró a sí misma que si encontraba una cura, volvería allí.
Le señaló entonces al soldado que había ido con ella a la caseta y a la amable madre que compartía su aciago destino.
-Avísalos. Tengo un plan.
Cayó la noche en la zona de cuarentena. Una noche especialmente triste. Cuatro sombras se deslizaban entre los enfermos, algunas torpemente y otras más ágiles. Los enfermos seguían soltando los mismos gemidos y lamentos en la zona de cuarentena. No había diferencia entre el día en la noche. Daba igual si realmente sólo te quedaban unas horas de vida. Se acercaron a pocos metros de la caseta del médico, ahora vigilada por cuatro guardias. Iredia, agarrada del brazo de la madre, observó cómo el soldado hacía una seña y dos compañeros infectados salieron de las sombras y empezaron a tirar, literalmente, mierda a los guardias, entre gritos e insultos. Los guardias, no muy contentos, descubrieron a aquellos dos traviesos y dos de ellos salieron en su persecución. El soldado, a la vanguardia del grupo de cuatro, se deslizó entonces por un lateral y tiró una piedra a una de las ventanas de la caseta, la más alejada de la puerta. Los dos guardias restantes, alertados por el sonido, fueron a mirar, momento que aprovechó el soldado para hacer una seña al médico y a las damas mientras él plantaba cara a los dos guardias al grito de <>.
Todo parecía marchar bien, estaban los tres dentro. Iredia encontró rápidamente la trampilla y entre todos quitaron la mesilla que impedía abrirla. Sin embargo, en el momento en el que lo hicieron, la madre, benévola hasta ahora, dio un empellón a Iredia tirándola al suelo y agarró un bisturí de la mesilla, apuntando a ambos médicos. La locura brillaba en los ojos de la mujer.
-Estáis condenando a todos los enfermos. ¿Os creéis superiores sólo por ser médicos?
Iredia, desde el suelo, contempló con horror cómo la mujer clavaba el bisturí de golpe en la tripa del joven médico. La joven elfa soltó un grito ahogado y trató de levantarse a socorrer al joven, quién cayó pesadamente al suelo con las manos en el vientre y con sangre en la boca.
-¿Te has vuelto loca?¡Estamos tratando de encontrar una cura!
Pero la desesperación, la ira y la carencia de cordura no dejaban pensar a la mujer con claridad. Miró a Iredia mortalmente.
-Tú misma lo dijiste, Raitzir. No curas nada. Sólo quieres usarnos para huir tú. Maldita cerda elfa... -los ojos de la mujer se dirigieron hacia el exterior. -No te vas a salir con la tuya. O huimos todos... o no huye nadie. -y salió corriendo por la puerta.
La elfa, rápidamente, fue hasta el joven médico, que ya estaba medio muerto. Con lágrimas en los ojos, consiguió abrir la trampilla, dispuesta a llevárselo con él a rastras si era preciso. Él, en cambio, la apartó suavemente cuando fue a cogerlo.
-Su hija... murió aquí. Se murió mientras tratábamos de que.... recuperaras.... la consciencia. No entendió tus inten... ciones. -el joven empezó a toser sangre- Vete... Raitzir... vete. Sálvalos.
Un estruendo sonó de repente cerca de la puerta. La mujer había salido de la caseta, intentando dar la voz de alarma. Sonó un sablazo y un golpe pesado en el suelo. Una sombra entonces entró corriendo en la caseta. Iredia ya estaba preparada para lo peor cuando descubrió que era el soldado aliado, cubierto de sangre.
-No tratarán de descubrir el cuerpo, elfa. Vamos.
Iredia miró por última vez al joven, que ya había expirado.
-Iredia... -le cerró los ojos- Mi nombre es Iredia.
Con un gran dolor en el corazón, se separó de él y bajó por la trampilla. El soldado cerró el acceso tras de sí y ambos se deslizaron apresuradamente, rezando para que, en el momento en el que descubriesen el cuerpo de la madre loca, ellos ya estuviesen demasiado lejos de allí.
Se despertó en el suelo, rodeada de diversas... cosas malolientes que no quería saber qué eran. Veía borroso, pero conseguía apreciar formas humanas a su lado. Tenía todo el cuerpo entumecido y dolorido, como si la hubieran dado una paliza y la hubieran tirado a un pozo lleno de mierda.
-Niña, ¿me oyes?
Una silueta humana se acercó más a ella. No apreciaba quién era, no conseguía ver nítidamente las caras. Sin embargo, esa voz femenina...
Alzó una mano, intentando tocar esa silueta y notó unos finos dedos cálidos asiéndola y apretándola con dulzura.
-Está despertando. -mencionó otra voz, esta vez joven, masculina y a su izquierda- Quizás todavía aguante un día más. Le han salido erupciones detrás de las orejas...
Iredia gimió, dolida. No le había gustado nada eso que había escuchado sobre sus orejas. Se dio cuenta entonces de que tenía algo sobre la frente, pues alguien lo estaba moviendo y le acababa de llegar un ramalazo de olor a lavanda que agradeció un montón. Era el primer buen olor que percibía su nariz desde hace bastantes días. El frío de la fiebre había disminuido, pero seguía sintiéndose un absoluto despojo. En su vida se había sentido tan maloliente y enferma.
Su visión, tras un rato largo de murmullos preocupados, se fue tornando más nítida. Le lloraban los ojos por la fiebre, pero ya pudo apreciar que quién le asía la mano era aquella mujer, aquella madre abatida. A su izquierda, había un joven que parecía más espabilado, aunque también enfermo. Vio, además, que enfrente tenía a aquel soldado que le había acompañado a la caseta de los guardias. Por un instante, se le cruzó un pensamiento estúpido por la cabeza.
<<Al final resulta que he hecho amigos>>.
-Ay... -volvió a gemir mientras trataba de incorporarse.
La madre le puso una mano en el pecho, impidiéndole que siguiera intentando levantarse.
-No, no, no, no, quieta. Estás débil, no te fuerces tanto.
-Tengo que...
-Hazla caso, es mejor que te quedes tumbada. -añadió el joven espabilado, que le puso una mano en la mejilla- Parece que te ha bajado un poco la fiebre. Las hierbas de los soldados han hecho un poco de efecto.
Iredia le dirigió entonces una mirada febril al muchacho, reconociendo en sus palabras a un compañero de profesión. De pronto, se sintió abatida y dejó que la volviesen a tumbar. Un pensamiento turbio le hizo dar un vuelco a su estómago mientras le pasaban un paño fresco por las mejillas y los brazos. Sabía que ese pasadizo era la clave para salir de allí (cosa que indudablemente quería). Pero ya no estaba lo suficientemente fuerte para hacerlo sola. Y, sin embargo, si se arriesgaba a ir acompañada, probablemente serían un lastre y morirían al poco de salir. El dilema era simple: ¿quería morir sola o acompañada? Si sacaba por el pasadizo a algún enfermo más con ella, propagarían la enfermedad. Si salía sola, también propagaría la plaga y encima moriría muy pronto. Siguió este hilo de pensamientos hasta que se dio cuenta de que había tomado una decisión hace tiempo.
Se llevó una mano a su cinturón y maldijo para sus adentros cuando se percató de que estaba vacío. Le habían quitado los pergaminos. Al cabo de un rato, más espabilada, dejaron que se sentara apoyada en la pared. Aprovechó que se quedó sola con el joven médico para hacerle una seña.
-Quiero contarte algo. Y no puedes decir nada.
-Vale -respondió rápidamente el joven.
-Júralo sobre los dioses.
El tono determinante de Iredia sorprendió al muchacho, quien empezó a comprender que la elfa tenía algo muy importante que revelar. Hizo el juramente y se acercó más a ella, pasando a hablar en susurros. La elfa le contó lo que había encontrado en la caseta: los pergaminos que le habían quitado los guardias y el pasadizo que llevaba fuera de las murallas de la zona de cuarentena. El joven médico se quedó en silencio tras la revelación, con gesto grave. Comprendía lo que quería Iredia y la importante decisión que había tomado. Él, como médico, también sabía que sacar a todos esos enfermos de allí era suicidar Aerandir, pero entendía que la elfa quería buscar una cura y necesitaba ayuda. Sintió las esperanzas renovadas y le asió la mano tratando de reconfortarla.
-¿Se lo dirás a alguien más?
Iredia tragó saliva antes de responder.
-Sí. A dos más. -clavó entonces sus ojos violetas febriles en el muchacho- Y ya.
Fue a añadir algo, pero se le quebró la voz y no pudo. El peso de intentar salvar solo a tres afortunados y dejar a los demás a su suerte era algo que le pesaba en el alma. Sabía que esta decisión le costaría noches de insomnio y pesadillas con los rostros enfermos que tenía a su alrededor, como castigo por su egoísmo. Sin embargo, se juró a sí misma que si encontraba una cura, volvería allí.
Le señaló entonces al soldado que había ido con ella a la caseta y a la amable madre que compartía su aciago destino.
-Avísalos. Tengo un plan.
--------------------------
Cayó la noche en la zona de cuarentena. Una noche especialmente triste. Cuatro sombras se deslizaban entre los enfermos, algunas torpemente y otras más ágiles. Los enfermos seguían soltando los mismos gemidos y lamentos en la zona de cuarentena. No había diferencia entre el día en la noche. Daba igual si realmente sólo te quedaban unas horas de vida. Se acercaron a pocos metros de la caseta del médico, ahora vigilada por cuatro guardias. Iredia, agarrada del brazo de la madre, observó cómo el soldado hacía una seña y dos compañeros infectados salieron de las sombras y empezaron a tirar, literalmente, mierda a los guardias, entre gritos e insultos. Los guardias, no muy contentos, descubrieron a aquellos dos traviesos y dos de ellos salieron en su persecución. El soldado, a la vanguardia del grupo de cuatro, se deslizó entonces por un lateral y tiró una piedra a una de las ventanas de la caseta, la más alejada de la puerta. Los dos guardias restantes, alertados por el sonido, fueron a mirar, momento que aprovechó el soldado para hacer una seña al médico y a las damas mientras él plantaba cara a los dos guardias al grito de <
Todo parecía marchar bien, estaban los tres dentro. Iredia encontró rápidamente la trampilla y entre todos quitaron la mesilla que impedía abrirla. Sin embargo, en el momento en el que lo hicieron, la madre, benévola hasta ahora, dio un empellón a Iredia tirándola al suelo y agarró un bisturí de la mesilla, apuntando a ambos médicos. La locura brillaba en los ojos de la mujer.
-Estáis condenando a todos los enfermos. ¿Os creéis superiores sólo por ser médicos?
Iredia, desde el suelo, contempló con horror cómo la mujer clavaba el bisturí de golpe en la tripa del joven médico. La joven elfa soltó un grito ahogado y trató de levantarse a socorrer al joven, quién cayó pesadamente al suelo con las manos en el vientre y con sangre en la boca.
-¿Te has vuelto loca?¡Estamos tratando de encontrar una cura!
Pero la desesperación, la ira y la carencia de cordura no dejaban pensar a la mujer con claridad. Miró a Iredia mortalmente.
-Tú misma lo dijiste, Raitzir. No curas nada. Sólo quieres usarnos para huir tú. Maldita cerda elfa... -los ojos de la mujer se dirigieron hacia el exterior. -No te vas a salir con la tuya. O huimos todos... o no huye nadie. -y salió corriendo por la puerta.
La elfa, rápidamente, fue hasta el joven médico, que ya estaba medio muerto. Con lágrimas en los ojos, consiguió abrir la trampilla, dispuesta a llevárselo con él a rastras si era preciso. Él, en cambio, la apartó suavemente cuando fue a cogerlo.
-Su hija... murió aquí. Se murió mientras tratábamos de que.... recuperaras.... la consciencia. No entendió tus inten... ciones. -el joven empezó a toser sangre- Vete... Raitzir... vete. Sálvalos.
Un estruendo sonó de repente cerca de la puerta. La mujer había salido de la caseta, intentando dar la voz de alarma. Sonó un sablazo y un golpe pesado en el suelo. Una sombra entonces entró corriendo en la caseta. Iredia ya estaba preparada para lo peor cuando descubrió que era el soldado aliado, cubierto de sangre.
-No tratarán de descubrir el cuerpo, elfa. Vamos.
Iredia miró por última vez al joven, que ya había expirado.
-Iredia... -le cerró los ojos- Mi nombre es Iredia.
Con un gran dolor en el corazón, se separó de él y bajó por la trampilla. El soldado cerró el acceso tras de sí y ambos se deslizaron apresuradamente, rezando para que, en el momento en el que descubriesen el cuerpo de la madre loca, ellos ya estuviesen demasiado lejos de allí.
Iredia
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Re: [MEGAEVENTO] Venta de humo [Juez, jurado, verdugo] [Dag-Iredia]
¿Qué hacer cuando los dioses bendicen el camino de un mortal hasta alzarlo a la gloria? Nada. La voluntad caprichosa de quienes habitan en el Valhalla no se puede cambiar, sólo ellos están en esa disposición. Y Dag, bendecido por el mismo Odín, dios de dioses, se coronó como el nuevo jefe de Lunargenta. Pese a que la Guardia de la ciudad trató de evitarlo por todos los medios no había efectivos suficientes para hacer frente a todo lo que este mal desencadenó en la capital. ¿Preocupados por la enfermedad? Ese era el menor de los problemas, pues de los muertos no hay que temer. El miedo hay que tenerlo de los vivos, de aquellos que sobrevivieron a la pandemia, de aquellos que son inmunes a sus síntomas y aún así pueden debilitar a una población entera, de aquellos que todavía pueden blandir una espada. Y esos vampiros podían.
Era imposible que los pocos guardias, además los más novatos, hicieran frente a ese aquelarre. Pero testigos son los dioses de que intentaron con todas sus fuerzas proteger su ciudad, aquella que estaba siendo destruida por el mal. El Rey, aunque para muchos tuviera poder divino, era un simple humano y su vida pendía de un fino hilo con el que los dioses podíamos jugar cuando quisiéramos, así que tuvo que ser evacuado a las Islas Illidenses junto al resto de su corte, y con ella, los mejores soldados, dejando Lunargenta desprovista de protección. ¡Pobres novatos! Ellos que pensaban servir durante años a la Guardia…
Ahora, Dag Thorlák era quien impondría su mandato en una ciudad despojada de su rey, repleta de cadáveres que estaban tirados por sus calles, revolcados en sus propios fluidos, familias rotas que vagaban sin saber a dónde ir, sin posibilidad de escapar del mal invisible, y llena de edificios abandonados por las continuas visitas de la Muerte. La antigua Lunargenta, llena de vida, de barcos, de comercio, de fiestas era ahora un sitio lúgubre, sin una pizca de color. ¿Por qué permitían eso los dioses? En el tablero de juego agotaban las vidas de inocentes y permitían a seres malditos alzarse hasta la gloria.
Y así pasaba, que por ese juego divino, Iredia se había visto afectada gravemente por la enfermedad que ellos mismos habían creado.
La joven elfa consiguió escapar, pese a que habían intentado retenerla en la zona de cuarentena. Por fin podía ver algo de luz en su camino y liberarse de una situación muy peligrosa. Aunque sin olvidar que ella también llevaba el mal dentro y cualquier encuentro con una persona podía ponerla en peligro. ¿Pero eso a quién le importa? Lo esencial era que, por fin, era libre y podía huir a donde fuese. Aunque… Si quería salir de Verisar lo tendría crudo, los dioses no se lo iban a poner fácil. Bastante que la habían dejado vivir pese a ser una triste mortal, débil, como todos.
Y ellos, los dioses, habían sido quienes habían puesto a cada uno en un lugar: A Iredia huyendo de Lunargenta, y a Dag como el nuevo jefe.
Dag: Has conseguido matar a muchos enfermos, matar a muchos guardias y llegar al poder. ¡Enhorabuena! Aunque hayas tenido que dejar a Iredia ser apresada y llevada a la cuarentena has conseguido sentarte en el trono del Rey. Y eso no lo consigue todo el mundo. Disfruta de sus ventajas… O desventajas. Ya sabes, la doble cara de la moneda:
Tendrás poder, pero es impuesto y muchos no lo aceptarán. Ten cuidado, no sea que intenten acabar contigo y quitarte la corona.
Recompensas:
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• +5 ptos de experiencia en función de la originalidad del usuario.
+20 puntos de experiencia en total que han sido sumados directamente a tu perfil.
• Hasta nuevo aviso, eres quien manda en Lunargenta y deberás ser obedecido en todos tus deseos. Los dos vampiros te acompañarán a todos lados y se encargarán de que así sea. Obedecerán tus órdenes, siempre y cuando no impliquen matar o herir severamente a ningún personaje o npc acompañante. Te protegerán de ataques y pelearán por ti si se lo ordenas, son tus súbditos y harán todo lo posible por obedecer tus mandatos.
Además, cuando des una orden a otro personaje deberás tirar runa, si el resultado es muy bueno, deberá obedecer dicho mandato en ese momento. Por supuesto, serán órdenes simples que no impliquen suicidio, asesinato de personajes o acompañantes... Ya sabes. Hay que jugar limpio aunque seas el rey.
• Espada de Lelianne (calidad superior): Espada de una mano, forjada especialmente para la Guardia de Lunargenta.
Información adicional:
• Estás infectado. Los síntomas no te afectan por tu condición de vampiro, pero sí puedes contagiar si mantienes contacto con un personaje, acompañante y npc. Durante el siguiente hilo que abras tendrás que tener mucho cuidado si no quieres hacer enfermar a alguien. Yo vigilaré tus movimientos desde el Valhalla y bajaré si creo que has contagiado a tu/s partner/s.
• Pese a que tengas poder y seguidores, también tienes detractores: La Guardia de Lunargenta. Cualquier encuentro con uno de ellos mientras sigas siendo el jefe, desencadenará una mala reacción por parte del soldado. Ten cuidado con los siguientes temas…
Iredia: Al menos has escapado. Enferma, pero has escapado. ¡Da gracias a los dioses! Que, a pesar de que te han tenido como centro de su divertimento, han sido benévolos contigo y te han permitido ver el sol un día más.
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• El guardia que te acompaña ha recuperado los pergaminos:
Información adicional:
• Estás enferma. Durante los siguientes hilos que abras podrás contagiar, al igual que Dag, mediante cualquier tipo de contacto con la otra persona, así que evita usar tus manos sanadoras. Deberás decirme qué prefieres:
- Enfermedad durante los siguientes cuatro hilos que abras.
- Un evento para recibir un tratamiento. Si eliges esta opción, cualquier hilo que abras hasta que se abra el evento, también presentará un peligro potencial de contagio.
Tú sí tienes síntomas: fiebre, debilidad muscular y erupciones.
Ambos: Espero que hayáis disfrutado del evento, sois partícipes de la historia de Aerandir. Habéis superado todas las trabas e, incluso, habéis puesto más. Estoy abierto a vuestras opiniones y, os recuerdo, que debéis tener cuidado de ahora en adelante. La enfermedad no acaba en este evento. De vuestras acciones depende que se propague o que no. ¡Suerte! Pero no diré si buena o mala.
Era imposible que los pocos guardias, además los más novatos, hicieran frente a ese aquelarre. Pero testigos son los dioses de que intentaron con todas sus fuerzas proteger su ciudad, aquella que estaba siendo destruida por el mal. El Rey, aunque para muchos tuviera poder divino, era un simple humano y su vida pendía de un fino hilo con el que los dioses podíamos jugar cuando quisiéramos, así que tuvo que ser evacuado a las Islas Illidenses junto al resto de su corte, y con ella, los mejores soldados, dejando Lunargenta desprovista de protección. ¡Pobres novatos! Ellos que pensaban servir durante años a la Guardia…
Ahora, Dag Thorlák era quien impondría su mandato en una ciudad despojada de su rey, repleta de cadáveres que estaban tirados por sus calles, revolcados en sus propios fluidos, familias rotas que vagaban sin saber a dónde ir, sin posibilidad de escapar del mal invisible, y llena de edificios abandonados por las continuas visitas de la Muerte. La antigua Lunargenta, llena de vida, de barcos, de comercio, de fiestas era ahora un sitio lúgubre, sin una pizca de color. ¿Por qué permitían eso los dioses? En el tablero de juego agotaban las vidas de inocentes y permitían a seres malditos alzarse hasta la gloria.
Y así pasaba, que por ese juego divino, Iredia se había visto afectada gravemente por la enfermedad que ellos mismos habían creado.
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Y ellos, los dioses, habían sido quienes habían puesto a cada uno en un lugar: A Iredia huyendo de Lunargenta, y a Dag como el nuevo jefe.
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Dag: Has conseguido matar a muchos enfermos, matar a muchos guardias y llegar al poder. ¡Enhorabuena! Aunque hayas tenido que dejar a Iredia ser apresada y llevada a la cuarentena has conseguido sentarte en el trono del Rey. Y eso no lo consigue todo el mundo. Disfruta de sus ventajas… O desventajas. Ya sabes, la doble cara de la moneda:
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Iredia: Al menos has escapado. Enferma, pero has escapado. ¡Da gracias a los dioses! Que, a pesar de que te han tenido como centro de su divertimento, han sido benévolos contigo y te han permitido ver el sol un día más.
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- Con estos apuntes aprenderás a preparar remedios contra la fiebre, los vómitos y contra la urticaria. Pueden serte útiles en estos tiempos que corren, aunque sólo funcionarán en humanos. Tal vez puedas mejorar alguna poción…
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