El caballero y la princesa {Desafío}
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El caballero y la princesa {Desafío}
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Que los vampiros se habían hecho con el control de Lunargenta era una realidad. El rey había tenido que exiliarse para salvar su propia vida y ahora, durante las noches, las calles eran un descontrol de muertes y fallecimientos continuos. Lunargenta era ahora una ciudad sin ley. Una tierra donde imperaba la anarquía. Y los señores de la noche se rifaban el trono, ansiosos de poder, deseosos de controlar la ciudad más poderosa y próspera de Aerandir, aunque ahora fuese una mera sombra de lo que antaño fue, tras ser devastada por la peste y viendo reducida su economía drásticamente.Mientras el resto de capitales de Verisar: Roilkat, Baslodia y Vulwulfar, organizaban un ejército con las pocas tropas que tenían disponibles, diezmadas para hacer frente a la amenaza de los vampiros, inmunes ante una peste que aún seguía muy activa y diezmando sus poblaciones, en Lunargenta no había más que un puñado de guardias que permanecían leales al Rey, pero que eran rápidamente masacrados durante la noche… Bueno, ellos y un “capitán”.
El “capitán” Artorias, un septuagenario viudo y veterano de guerra que había caído en la locura hace años. Era un conocido de todo el barrio Alto de la Ciudad, zona en la que se encontraba el castillo. Anhelaba con devolver a Lunargenta la gloria que tuvo, por eso aquel día salió armado con una espada corta y una cota de malla de hierro muy antigua y destrozada, que usaba en la época en la que sirvió al Rey.
-¡Ellos trajeron la enfermedad y la desdicha a nuestra ciudad! ¡Putos vampiros! – clamaba el anciano chalado. En una tarima en el centro de aquella pequeña plaza. Era de día. El mejor momento para asaltar el castillo. - ¿Quién quiere devolver Lunargenta a su Majestad el Rey Siegfried? – la mayoría de humanos ignoraban a aquel pobre demente, haciendo apuestas de cuánto tardaría un chupasangre en acabar con su lastimosa vida. -¡Yo soy el Capitán Artorias! Uníos a mí y devolveremos a Lunargenta su gloria perdida. ¡Tomaremos la ciudad! – le dio una patada a una botella de alcohol vacía que había en el suelo. - ¡A mí no me importa morir! ¡Voy a asaltar ese puto castillo y liberarlo de todos los putos vampiros que mancillan nuestro orgullo Lunargentés! – Tres seguidores igual de mal equipados que él lo espolearon, pero la inmensa mayoría de gente lo ignoraba. El anciano se giró con esfuerzo hacia el “ejército” con el que planteaba reconquistar la ciudad y les dio una orden. - ¡Marchad, mis valerosos hombres! ¡Al castillo! – y comenzaron una marcha hacia la puerta principal del mismo. Formando como ya no se hacía en la actualidad, con la marcha. Si alguien quería unirse, estaba a tiempo de ello.
Desde una esquina, oculta en las sombras y con una capucha cubriéndole la cabeza. Completamente tapada, la vampiresa-cortesana Géminis no cesaba de reír. Apoyada en una pared, mordisqueaba una manzana y observaba la lamentable escena. ¿Un anciano y tres campesinos que se le habían unido contra los vampiros? Eso iba a ser divertido. En cualquier caso, tal vez pudiese ver cumplidas sus aspiraciones si seguía a aquel viejo. Todo el mundo sabe que, en río revuelto, ganancia de pescadores. ¿No? Ella también tenía planes para los vampiros que habían tomado el castillo: Koshmina y Alexander, un matrimonio de vampiros con los que tenía cuentas pendientes y que la habían tratado de vilipendiar tras ser vendida por sus propios compañeros de la banda del zodíaco.
Sí, aquel estúpido veterano de guerra parecía el único tarada capaz de montar un alboroto en el castillo de Lunargenta. Quizás fuese una buena opción para entrar en el mismo y poder así vengarse mientras los vampiros se daban un festín con sus cuerpos. –Hmmm. – la cortesana se metió un dedo en la boca, divertida y rió. - Esta puede ser una buena para calentarnos... - y la prostituta se aprovechó de las sombras del día para permanecer más oculta, aunque sus pupilas rojas y brillantes delataban su condición. Era una vampiresa y no pretendía disimularlo. Sólo cubrirse para evitar las quemaduras del día.
- Capitán Artorias:
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- Géminis:
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* * * * * * * * * * * *
En este turno tienes total libertad para manejar a los personajes, a excepción de Géminis. Recuerda que se premia la creatividad.
Si eres vampiro/esa, tendrás que permanecer bien cubierto. Pues es de día y los rayos de sol son mortales.
Ger
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Re: El caballero y la princesa {Desafío}
Todos vieron caer a Lunargenta. Varias ciudades se percataron de lo sucedido, pero prefirieron concentrarse en sus propios asuntos, o al menos así se veía la situación. Los vampiros estaban arrasando la villa de los humanos, y muy pocos se animaban a detener aquel injusticia, teniendo en cuenta que los chupasangres eran una plaga peligrosa; un error de la naturaleza. Ellos nunca debieron existir, es más, ellos fueron criados por la traición; por el deseo de inmortalidad. Su linaje empezó gracias a la envidia de los dragones, los dioses de Aerandir. Aunque, desde otro punto de vista, los colmilludos siempre han sido culpables de existir. Cada uno de ellos ha pagado las consecuencias, incluso de errores que ellos no han cometido. Hay tristeza en sus corazones, hay odio, hay venganza. ¿Acaso no es razonable? Era hora de que los mortales pagaran. Fueron muchos años de racismo proveniente de humanos, y de todas las razas vivientes. ¡Era la llama de la conciencia!
Ver a Lunargenta así, destruida por el nuevo régimen de engendros, era hermoso. El silbido de espadas era música, los gritos desgarradores eran dulces gemidos, y el miedo de cientos de guardias era entretenido. ¿Desde cuándo todo evolucionó? ¿Los inexistentes dioses estaban con nosotros? ¿Éramos los elegidos para castigar a aquellos pecadores? No lo sé, pero tenía que aceptarlo, me encantaba.
Crucé mis brazos, mientras que mi bota se posicionaba encima de unos nudillos; quizá de un humano ya muerto. No me percaté bien de quién era. También, con una sonrisa ladina, me recargué en una pared del castillo y observé la escena desde las sombras.
¡El loco Artorias! Era imposible olvidar a ese vejete después de nuestras historias. Lo conocía en su juventud, podría decirse. Aún no era un loco en ese entonces, si no que era el soldado más alegre que esta villa pudo concebir. Fuimos grandes amigos, bebimos, bailamos, jugamos, pero una mujer selló nuestra amistad: Geminis. Caímos en su erotismo, y no tuve más remedio que escapar. En aquel momento, yo era un pirata. Pertenecía a la gran tripulación de Abadón. Desaparecí por evitarme un problema con Artorias, de contarle que Geminis se acostó conmigo en varias ocasiones. Nunca supe si lo descubrió o no, aunque sé perfectamente que el tiempo se encarga de sepultar cosas.
No obstante, nunca supe nada más de ella. ¿Quién era ella? ¿Cuál era su especie? ¿En verdad nos amaba? Recuerdo que al subirme al barco para irme, vi que Artorias levantó su arma y se despidió de mí. Nunca me preguntó por qué, sólo dejó que me fuera. Pasaron muchísimos años, más de los que esperé. Ahora era un anciano desquiciado. Se dirigía dentro del castillo, en plena luz del día, con intenciones de descuartizar a las sanguijuelas. Qué irónico… Cuando éramos colegas, me decía lo mucho que amaba a los vampiros. Y ahora, tiene un grupo de idiotas para ir a matarnos.
Desenvainé mi florete, y los seguí hasta el punto de batalla.
Al llegar, el capitán soltó un rugido hacia la puerta principal. -¡Buenos días, escorias!-Detrás de él, había una multitud de personas que se unieron a la causa. -¡Hemos venido a recuperar lo que es nuestro!-Velozmente, el barbudo embistió la entrada, y la madera salió disparatada a varias direcciones: Subestimarlo era un error. -¡Adentro, cabrones!-Ordenó Artorias, haciendo que todos los soldados se trasladaran dentro de la construcción. Al verse bajo techo, los vampiros salieron rápidamente para asesinarlos. -¡El sol no los cubrirá más, malditos imbéc..!-Dijo un colmilludo, para después ser sorprendido por una flecha en la frente.
-Cállate. Me repugnas.-En la lejanía, había un arquero. Se llamaba Nicolás, ojo de águila. Este se encargó de acabar con una infinidad de enemigos, mientras que sus compañeros abrían espacio a la sala principal. Entrar allí sería difícil, pero los mortales estaban dispuestos a hacer lo que sea. La guerra duró por unos minutos, incluso se veía extenderse hasta por horas. -¡Por Lunargenta!-Se escuchó entre la gente, y el campo de lucha se ralentizó: Una explosión había dispersado extremidades de un lado a otro.
Al fijarme bien, divisé unos cañones afuera del castillo. No supe en qué instante los trajeron, sin embargo era la oportunidad perfecta para ganar. -Así que jugaremos sucio...-Susurré por lo bajo, y me mantuve en la oscuridad. No quería lidiar con la mañana, y para ser sinceros, la ubicación de la artillería era inteligente. Ningún vampiro lograría acercarse con vida, todo por el maldito sol. -Debería intervenir...-Sin más preámbulo, me levanté del suelo y caminé por debajo de cada cabaña, hasta posicionarme en el castillo. Traté de no hacer ruido, tampoco deseaba euforia por mi presencia.
Entretanto, Artorias ya se declaraba el dueño del patio. Reía a carcajadas al ver los cadáveres en el pavimento. -¡Siegfried, estoy recuperando tu trono!-Hablaba con convicción. Una voz cantando, dos voces cantando, y finalmente era toda la multitud siguiendo una canción al unisono. No habían violines, ni un laúd, pero la jactancia de triunfar era suficiente para levantar sus cuerdas vocales. "Tervanskanto, Tervanskanto, Tervanskanto". El mundo volvía a confiar en un odioso desquiciado, quien ahora demostró más audacia que los propios dioses. El mundo cantaba por él, y para él. El mundo lo contemplaba caminando como un borracho por su casa. Sus expresiones eran tan contagiosas. "¡Larga vida a Artorias, el vejete chiflado!".
De repente, y sin que nadie lo esperase, un poderoso vampiro emergió desde la penumbra. Degolló tres jóvenes, y dejó que se desangraran en el asfalto. No se atrevió a beberse la sangre, si no que frunció el ceño para asustar a los presentes. Yo le conocía también... Era un sujeto peligroso en Sacrestic Ville. Ya tenía fama de ser cruel, y acabar con sus víctimas en cuestión de segundos. -Alexander...-Murmuré al verle. Los elogios se acabaron.
-¿Quién coño eres?-
-¿Debería yo responder?-
-¡Canalla!...-La distancia se convirtió nada más que en una palabra. El anciano chocó su espada contra la de él, regalándose miradas entre sí. -Quítate o te mataré.-Con un movimiento, los aceros produjeron un chirrido ensordecedor. Alexander dio un paso atrás, con suprema calma, y agredió a su contrincante, quien era un enclenque al lado de él. Las armas volvieron a crear chispas. Se estrellaban con agresividad; no obstante, la sanguijuela no forcejeaba. Le era fácil, como pelear con un niño.
Había un círculo, cada uno rodeando a los guerreros. Ninguno se atrevía a hacer algo, más que mirar la lucha desequilibrada. La gran batalla se detuvo por unos segundos, sólo para apreciar a grandes combatientes.
-¡Alexander y Artorias!-Vociferé. La audiencia se giró a observarme. Se apartaron en grupos. Humanos en un lado, vampiros en el otro. -Suficiente...-Sonreí ladinamente. Oí que mi nombre era pronunciado por lo bajo.
-Lo que faltaba... Paul Brown Moreau y su legado de golfos... ¿Qué diablos quieres?-
-¿P...Paul?-El barbudo quedó estupefacto. De alguna manera se encontraba arrodillado delante de Alexander, quien ya tenía su espada localizada en el cuello de él. -Cuánto tiempo, amigo mío...-
-Así es. ¿Cómo has estado, "Justiciero Lunargentés"?-Lo llamé por su sobrenombre, lo que quería ser en su juventud. Siempre fui mayor que él, aún después de mi conversión. -He de decir que... Fue un mal plan. Invadir un territorio toma meses, no un simple día.-
-Lo sé, aunque no me importa mori...-
-No tengo tiempo para fábulas de amor.-Alexander, con astucia, impulsó su arma hacia el cuello de Artorias. El hierro viajó de forma veloz por el aire, cortando y rebanando éste en dos. Luego, el filo ya soñaba en traspasar la delicada y rugosa garganta del abuelo. Sin embargo, justo cuando el acto se percibía inevitablemente sangriento, mi florete logró detener la estocada del colmilludo.
-Calma.-
-Mira, Paul. Te lo advierto.-
-Mátame, y verás cómo tu reino se derrumba.-Me mantuve serio, ojeándolo con las cejas arqueadas. -Estos vampiros se confundirán, empezarán a matarse entre sí, y todo porque decidiste matarme...-Aparté el florete.
-Piénsalo bien, "Su Majestad"-
Ver a Lunargenta así, destruida por el nuevo régimen de engendros, era hermoso. El silbido de espadas era música, los gritos desgarradores eran dulces gemidos, y el miedo de cientos de guardias era entretenido. ¿Desde cuándo todo evolucionó? ¿Los inexistentes dioses estaban con nosotros? ¿Éramos los elegidos para castigar a aquellos pecadores? No lo sé, pero tenía que aceptarlo, me encantaba.
Crucé mis brazos, mientras que mi bota se posicionaba encima de unos nudillos; quizá de un humano ya muerto. No me percaté bien de quién era. También, con una sonrisa ladina, me recargué en una pared del castillo y observé la escena desde las sombras.
¡El loco Artorias! Era imposible olvidar a ese vejete después de nuestras historias. Lo conocía en su juventud, podría decirse. Aún no era un loco en ese entonces, si no que era el soldado más alegre que esta villa pudo concebir. Fuimos grandes amigos, bebimos, bailamos, jugamos, pero una mujer selló nuestra amistad: Geminis. Caímos en su erotismo, y no tuve más remedio que escapar. En aquel momento, yo era un pirata. Pertenecía a la gran tripulación de Abadón. Desaparecí por evitarme un problema con Artorias, de contarle que Geminis se acostó conmigo en varias ocasiones. Nunca supe si lo descubrió o no, aunque sé perfectamente que el tiempo se encarga de sepultar cosas.
No obstante, nunca supe nada más de ella. ¿Quién era ella? ¿Cuál era su especie? ¿En verdad nos amaba? Recuerdo que al subirme al barco para irme, vi que Artorias levantó su arma y se despidió de mí. Nunca me preguntó por qué, sólo dejó que me fuera. Pasaron muchísimos años, más de los que esperé. Ahora era un anciano desquiciado. Se dirigía dentro del castillo, en plena luz del día, con intenciones de descuartizar a las sanguijuelas. Qué irónico… Cuando éramos colegas, me decía lo mucho que amaba a los vampiros. Y ahora, tiene un grupo de idiotas para ir a matarnos.
Desenvainé mi florete, y los seguí hasta el punto de batalla.
Al llegar, el capitán soltó un rugido hacia la puerta principal. -¡Buenos días, escorias!-Detrás de él, había una multitud de personas que se unieron a la causa. -¡Hemos venido a recuperar lo que es nuestro!-Velozmente, el barbudo embistió la entrada, y la madera salió disparatada a varias direcciones: Subestimarlo era un error. -¡Adentro, cabrones!-Ordenó Artorias, haciendo que todos los soldados se trasladaran dentro de la construcción. Al verse bajo techo, los vampiros salieron rápidamente para asesinarlos. -¡El sol no los cubrirá más, malditos imbéc..!-Dijo un colmilludo, para después ser sorprendido por una flecha en la frente.
-Cállate. Me repugnas.-En la lejanía, había un arquero. Se llamaba Nicolás, ojo de águila. Este se encargó de acabar con una infinidad de enemigos, mientras que sus compañeros abrían espacio a la sala principal. Entrar allí sería difícil, pero los mortales estaban dispuestos a hacer lo que sea. La guerra duró por unos minutos, incluso se veía extenderse hasta por horas. -¡Por Lunargenta!-Se escuchó entre la gente, y el campo de lucha se ralentizó: Una explosión había dispersado extremidades de un lado a otro.
Al fijarme bien, divisé unos cañones afuera del castillo. No supe en qué instante los trajeron, sin embargo era la oportunidad perfecta para ganar. -Así que jugaremos sucio...-Susurré por lo bajo, y me mantuve en la oscuridad. No quería lidiar con la mañana, y para ser sinceros, la ubicación de la artillería era inteligente. Ningún vampiro lograría acercarse con vida, todo por el maldito sol. -Debería intervenir...-Sin más preámbulo, me levanté del suelo y caminé por debajo de cada cabaña, hasta posicionarme en el castillo. Traté de no hacer ruido, tampoco deseaba euforia por mi presencia.
Entretanto, Artorias ya se declaraba el dueño del patio. Reía a carcajadas al ver los cadáveres en el pavimento. -¡Siegfried, estoy recuperando tu trono!-Hablaba con convicción. Una voz cantando, dos voces cantando, y finalmente era toda la multitud siguiendo una canción al unisono. No habían violines, ni un laúd, pero la jactancia de triunfar era suficiente para levantar sus cuerdas vocales. "Tervanskanto, Tervanskanto, Tervanskanto". El mundo volvía a confiar en un odioso desquiciado, quien ahora demostró más audacia que los propios dioses. El mundo cantaba por él, y para él. El mundo lo contemplaba caminando como un borracho por su casa. Sus expresiones eran tan contagiosas. "¡Larga vida a Artorias, el vejete chiflado!".
De repente, y sin que nadie lo esperase, un poderoso vampiro emergió desde la penumbra. Degolló tres jóvenes, y dejó que se desangraran en el asfalto. No se atrevió a beberse la sangre, si no que frunció el ceño para asustar a los presentes. Yo le conocía también... Era un sujeto peligroso en Sacrestic Ville. Ya tenía fama de ser cruel, y acabar con sus víctimas en cuestión de segundos. -Alexander...-Murmuré al verle. Los elogios se acabaron.
-¿Quién coño eres?-
-¿Debería yo responder?-
-¡Canalla!...-La distancia se convirtió nada más que en una palabra. El anciano chocó su espada contra la de él, regalándose miradas entre sí. -Quítate o te mataré.-Con un movimiento, los aceros produjeron un chirrido ensordecedor. Alexander dio un paso atrás, con suprema calma, y agredió a su contrincante, quien era un enclenque al lado de él. Las armas volvieron a crear chispas. Se estrellaban con agresividad; no obstante, la sanguijuela no forcejeaba. Le era fácil, como pelear con un niño.
Había un círculo, cada uno rodeando a los guerreros. Ninguno se atrevía a hacer algo, más que mirar la lucha desequilibrada. La gran batalla se detuvo por unos segundos, sólo para apreciar a grandes combatientes.
-¡Alexander y Artorias!-Vociferé. La audiencia se giró a observarme. Se apartaron en grupos. Humanos en un lado, vampiros en el otro. -Suficiente...-Sonreí ladinamente. Oí que mi nombre era pronunciado por lo bajo.
-Lo que faltaba... Paul Brown Moreau y su legado de golfos... ¿Qué diablos quieres?-
-¿P...Paul?-El barbudo quedó estupefacto. De alguna manera se encontraba arrodillado delante de Alexander, quien ya tenía su espada localizada en el cuello de él. -Cuánto tiempo, amigo mío...-
-Así es. ¿Cómo has estado, "Justiciero Lunargentés"?-Lo llamé por su sobrenombre, lo que quería ser en su juventud. Siempre fui mayor que él, aún después de mi conversión. -He de decir que... Fue un mal plan. Invadir un territorio toma meses, no un simple día.-
-Lo sé, aunque no me importa mori...-
-No tengo tiempo para fábulas de amor.-Alexander, con astucia, impulsó su arma hacia el cuello de Artorias. El hierro viajó de forma veloz por el aire, cortando y rebanando éste en dos. Luego, el filo ya soñaba en traspasar la delicada y rugosa garganta del abuelo. Sin embargo, justo cuando el acto se percibía inevitablemente sangriento, mi florete logró detener la estocada del colmilludo.
-Calma.-
-Mira, Paul. Te lo advierto.-
-Mátame, y verás cómo tu reino se derrumba.-Me mantuve serio, ojeándolo con las cejas arqueadas. -Estos vampiros se confundirán, empezarán a matarse entre sí, y todo porque decidiste matarme...-Aparté el florete.
-Piénsalo bien, "Su Majestad"-
Paul Brown Moreau
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Re: El caballero y la princesa {Desafío}
El rival de Paul Brown había acabado con la vida de Artorias, el excapitán de la guardia que quería devolver Lunargenta al rey Siegfried. Era una temeridad y sabía que todo su pequeño grupo iba a terminar disuelto. Los vampiros, aquellos que habían sido despreciados por siglos, eran una raza superior, por mucho que pesase a los lunargenteses. Más fuertes, más poderosos, con mucha más experiencia y veteranía. Artorias era viejo y demarcado, tenía menos años que Paul y parecía, sin embargo, el doble de anciano. Definitivamente, los humanos eran inferiores.
-Lunargenta no perdurará en manos de vampiros, Paul. ¡Esta ciudad volverá a pertenecer a los hombres! – clamó el último superviviente Artorias desde el suelo, herido, pero aún vivo.
Instantes después, una larga espada atravesaría por completo su cuerpo. Y tras él, aparecería el cuerpo de un vampiro. Alguien que era increíblemente fuerte y poderoso. Quizás, el vampiro más poderoso y temido de Aerandir. Blandía un mandoble a dos manos.
-Vlad, el Inmortal. – dijo Alexander, sorprendido.
-El mismo. – El peliblanco sonrió. – Y no estoy aquí sino para realizar aquello par lo que se me ha enviado.
Lo que más destacaba del pecho de Vladimir, más allá de su armadura, era el rubí que actuaba como joya de su equipamiento. Era una de las cuatro reliquias de la muerte. Aquellas que únicamente portaban las leyendas de Aerandir: Los centinelas. Elen Calhoun, Melena Blanca, Amaterasu y… Vladimir.
Géminis rápidamente vio al hombre y salió de su escondrijo para saludar al recién llegado.
-Vladimir… Siempre tan atractivo... – la vampiresa se mostró coqueta con el vampiro de larga melena cana. Se mordió los labios y le miró fijamente a los ojos, él sonrió y se dejó besar intensamente por la mujer, que le tomó por la cabeza para hacer aún más apasionado su beso, mientras Paul y Alexander hacían de sujetavelas. Cuando esta terminó, giró su cabeza sin dejar que sus escotados pechos siguiesen rozando el del vampiro. - ¿Paul? ¿Alexander? ¡Qué bien habéis crecido! – miró a ambos meneando la cabeza de arriba abajo y apretando sus dientes.
-¿Ya no te acuerdas de nosotros, Géminis? – preguntó Alexander.
-Como para olvidar esas cinturas… - se mordió un labio. – Pero… ¡Oh, chicos! Entended que ya hay otro que ha tomado mi corazón… Más fuerte, más poderoso, más inteligente... - puso voz cariñosa y se giró a Vladimir, correteando con sus dedos y afiladas uñas por el pecho, acercándose peligrosamente al rubí que brillaba en la armadura del vampiro. - ¿Verdad que sí, Vla…?
El centinela tomó la muñeca de la vampiresa con mucha fuerza, y la apartó, susurrándole unas palabras siempre sin perder la sonrisa. -Amor, nunca te acerques a eso. – la miró a los ojos, y luego la soltó con desparpajo. Que Géminis era una furcia interesada no era un secreto para ninguno de los presentes,
-Tengo una… - miró al cielo. – Digamos, amiga. Que vive lejos. Dejémoslo ahí. – en ningún momento mencionó el nombre de la susodicha. – Que me ha encomendado la misión de hacerme con el control de esta ciudad. Pero parece ser que hay alguien que ya ha usurpado el trono que me pertenece. – alzó la vista y miró a Géminis. - ¿Vamos a sacarle de ahí, no cariño? – sólo tenían que entrar. La vampiresa sonrió y se levantó. Sus ambiciones estaban por encima de la ambición. Si Vlad era el príncipe Inmortal, ella sería su princesa.
* * * * * * * * * * * * *Paul: Has acabado con los caballeros de Artorias y te has posicionado del lado de los vampiros. Ahora tendrás que decidir si unirte a Vladimir el Inmortal y a Géminis en su lucha por tratar de arrebatar el trono al nuevo rey, Dag. Que si bien no está en el castillo, Vladimir tratará de matar a todos los vampiros que se enfrenten a él.
Si te posicionas del lado del centinela. Tendrás que describir la masacre que éste y Géminis cometerán con sus congéneres vampiros en el interior del castillo. Puedes sentirte libre para participar o no.
Si por el contrario quieres ser partidario al régimen de Dag, tendrás que oponerte a Géminis y Vladimir y tratar de enfrentarte a ellos (tirando una runa, que ya puede ser buena, tratándose de un centinela ya puede ser buena). La opción neutral también está contemplada, en ese caso tendrás que desentenderte y marchar del castillo. En este caso, Vladimir tomará el castillo.
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-Lunargenta no perdurará en manos de vampiros, Paul. ¡Esta ciudad volverá a pertenecer a los hombres! – clamó el último superviviente Artorias desde el suelo, herido, pero aún vivo.
Instantes después, una larga espada atravesaría por completo su cuerpo. Y tras él, aparecería el cuerpo de un vampiro. Alguien que era increíblemente fuerte y poderoso. Quizás, el vampiro más poderoso y temido de Aerandir. Blandía un mandoble a dos manos.
-Vlad, el Inmortal. – dijo Alexander, sorprendido.
-El mismo. – El peliblanco sonrió. – Y no estoy aquí sino para realizar aquello par lo que se me ha enviado.
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Lo que más destacaba del pecho de Vladimir, más allá de su armadura, era el rubí que actuaba como joya de su equipamiento. Era una de las cuatro reliquias de la muerte. Aquellas que únicamente portaban las leyendas de Aerandir: Los centinelas. Elen Calhoun, Melena Blanca, Amaterasu y… Vladimir.
Géminis rápidamente vio al hombre y salió de su escondrijo para saludar al recién llegado.
-Vladimir… Siempre tan atractivo... – la vampiresa se mostró coqueta con el vampiro de larga melena cana. Se mordió los labios y le miró fijamente a los ojos, él sonrió y se dejó besar intensamente por la mujer, que le tomó por la cabeza para hacer aún más apasionado su beso, mientras Paul y Alexander hacían de sujetavelas. Cuando esta terminó, giró su cabeza sin dejar que sus escotados pechos siguiesen rozando el del vampiro. - ¿Paul? ¿Alexander? ¡Qué bien habéis crecido! – miró a ambos meneando la cabeza de arriba abajo y apretando sus dientes.
-¿Ya no te acuerdas de nosotros, Géminis? – preguntó Alexander.
-Como para olvidar esas cinturas… - se mordió un labio. – Pero… ¡Oh, chicos! Entended que ya hay otro que ha tomado mi corazón… Más fuerte, más poderoso, más inteligente... - puso voz cariñosa y se giró a Vladimir, correteando con sus dedos y afiladas uñas por el pecho, acercándose peligrosamente al rubí que brillaba en la armadura del vampiro. - ¿Verdad que sí, Vla…?
El centinela tomó la muñeca de la vampiresa con mucha fuerza, y la apartó, susurrándole unas palabras siempre sin perder la sonrisa. -Amor, nunca te acerques a eso. – la miró a los ojos, y luego la soltó con desparpajo. Que Géminis era una furcia interesada no era un secreto para ninguno de los presentes,
-Tengo una… - miró al cielo. – Digamos, amiga. Que vive lejos. Dejémoslo ahí. – en ningún momento mencionó el nombre de la susodicha. – Que me ha encomendado la misión de hacerme con el control de esta ciudad. Pero parece ser que hay alguien que ya ha usurpado el trono que me pertenece. – alzó la vista y miró a Géminis. - ¿Vamos a sacarle de ahí, no cariño? – sólo tenían que entrar. La vampiresa sonrió y se levantó. Sus ambiciones estaban por encima de la ambición. Si Vlad era el príncipe Inmortal, ella sería su princesa.
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Si te posicionas del lado del centinela. Tendrás que describir la masacre que éste y Géminis cometerán con sus congéneres vampiros en el interior del castillo. Puedes sentirte libre para participar o no.
Si por el contrario quieres ser partidario al régimen de Dag, tendrás que oponerte a Géminis y Vladimir y tratar de enfrentarte a ellos (tirando una runa, que ya puede ser buena, tratándose de un centinela ya puede ser buena). La opción neutral también está contemplada, en ese caso tendrás que desentenderte y marchar del castillo. En este caso, Vladimir tomará el castillo.
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Re: El caballero y la princesa {Desafío}
Aún se veía inspirado, aún creía que los humanos recuperarían Lunargenta en cualquier momento. Sin embargo, los deseos del anciano era completamente inalcanzables. Lo vi en el suelo, de rodillas, observando mi presencia mientras que su vida se esfumaba lentamente. Sus ojos estaban abiertos, similares a los de un afortunado niño quién todavía conserva su inocencia. Él se dedicaba a apreciarme en aquella circunstancia desfavorable, donde posiblemente envidiaba mi habilidad de permanecer joven, para siempre. Quizá, de alguna manera, él deseaba ser un vampiro como nosotros. Es más, su contemplación muda me conmovía un poco; era recordar su juventud, y las veces que jugábamos a ser héroes. "Justiciero Lunargentés" era su apodo. Los ciudadanos nos veían correr por las calles de Lunargenta, lanzarnos piedras, combatir con palos de madera, e imaginar nuestras vidas como aventureros de Aerandir.
-Amigo mío...-No tuve otra opción que inclinarme y poner mi mano izquierda en su hombro. Conectamos rápidamente, haciendo que el hombre se enfocara nada más que en el rostro mío. El vejete lo entendió, era lástima lo que sentía por su estado tan deteriorado. ¿Qué fue lo que lo afectó? ¿Por qué los seres humanos enloquecen? ¿Qué lo llevo a ser un veterano desquiciado? Un millón de preguntas rondaban en mi cabeza, mientras que este hombre no se perdía ni un milímetro de mis expresiones. Era lo último que le quedaba antes de morir; mi respuesta ante su clamor. Su olor a sangre era repugnante, por eso nadie se había acercado a beber de él. -Lunargenta ha muerto.-Dije con claridad, creando una reacción de sorpresa. -Y nosotros la matamos...-Pegué mi frente contra la del barbudo. -¡Acéptalo,
Art...!-Vociferé ruidosamente, aunque terminé siendo interrumpido.
Artorias fue dividido en dos; la repugnancia emergió desde su cuerpo como un río. Quedé estupefacto, nunca había visto algo así en un movimiento tan limpio. Fue un corte recto, veloz, seco... El responsable de esta agresión era un tipo peligroso, eso era obvio. Matar así no es tan fácil, ni siquiera para grandes asesinos como Johannes. Remembré el gremio de los asesinos, y las tantas pruebas que pasé para convertirme en uno de los mejores. Decapité cabezas, amputé extremidades, pero nunca fui capaz de asesinar simétricamente. No me pude mover, no sé lo que me sucedía. Percibía la poderosa aurora de un sujeto delante mío; no obstante, no lograba levantar mi rostro para reconocerlo. Si mis secuaces estuviesen aquí, probablemente me sacarían de problemas delicados como este.
-*¿Es broma? No es posible, no es cierto... Vladimir es un mito.*-Pensé al escuchar a Alexander. Él había pronunciado su nombre con tanta calma que parecía falso. No quería alzar el rostro, a pesar de que todos los vampiros callaron al notarlo en la mitad del círculo. De hecho, ansiaba que todo se relacionara con una falsedad, o una equivocación por parte de la multitud.
Cabizbajo, caminé hacia atrás, anhelaba ser invisible en situaciones como estas. Después, para más colmo, oí una voz aguda y angelical, proveniente de una sola mujer en este mundo: Géminis. Así que ella estaba ahí, todo este tiempo, vigilando como la vil chupasangre que es.
Volvió a mencionar su nombre, "Vladimir". Cada vez que lo escuchaba, me llenaba más de miedo. El invencible, el indestructible, el inmortal. Me impresionaba que Géminis estuviese ahí, pero perdía importancia al saber que un legendario se hallaba en frente mío.
Sin más preámbulo, inhalé valor y planté mi mirada en él. Sí era cierto, ahí se encontraba el señor de las tinieblas, con su celestial armadura y el rubí carmesí como la sangre de las bestias. Correr despavorido era la mejor alternativa; no tenía nada más que ejecutar en estos lugares. Géminis y el gran Vladimir eran novios, sí, interesante, sin embargo nada era tan relevante como la mismísima presencia del centinela apocalíptico. Él se manifestó con un objetivo en mente: tomar el castillo de Lunargenta. Nadie lo iba a detener, y el que lo intentara, era un suicida. La reputación de Vlad es inmensa.
-¿Qué harás, Paul?-Susurró Alexander por lo bajo, sólo para que yo prestara atención. -¿Te unirás a él, o serás leal al señor Dag Thorlak?-También discernía de su inseguridad. Al menos no era el único confundido.
No sé quién es ese tal Dag, nunca he oído de él en mi vida. De tantos guerreros que pude imaginar en el trono, ese tal "Dag" no me sonaba para nada. Existía un dilema en mi cabeza, con dos posiciones para seleccionar. Prácticamente era unirse a Vladimir, o morir defendiendo al Thorlak. Empecé a sudar exageradamente; vi cómo las gotas bajaban como cataratas por mi rostro. La gente esperaba una reacción de mí, porque al fin y al cabo, era Paul, ese don nadie que se catalogaba de aprendiz delante de tres reyes colmilludos. "El inmortal" era mi inspiración, el símbolo de crueldad pura. Él, junto a otros pensamientos, me influenciaron a ser un villano; a ser un demonio viviente. Luchar contra él era en contra de mis principios, además de que me mataría en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué era lo más conveniente para mí?
-Siempre te admiré, Vladimir.-Dije, creando tensión en la escena. -Soñé con conocerte,
y así, crear un clan del caos, donde juntos podríamos transformar a Aerandir en un mundo de perversidad.-Me acerqué un poco más, al punto de causar incomodad. Después, solté una carcajada, una larga y totalmente macabra risa. Duró durante varios minutos, hasta que perdí mi respiración. -Pero soy un idiota...-
De repente, desenvainé mi espada y me puse en guardia. - Y Lunargenta será mía...-Expresé con ironía, para luego lanzarme a atacarlos.
-Amigo mío...-No tuve otra opción que inclinarme y poner mi mano izquierda en su hombro. Conectamos rápidamente, haciendo que el hombre se enfocara nada más que en el rostro mío. El vejete lo entendió, era lástima lo que sentía por su estado tan deteriorado. ¿Qué fue lo que lo afectó? ¿Por qué los seres humanos enloquecen? ¿Qué lo llevo a ser un veterano desquiciado? Un millón de preguntas rondaban en mi cabeza, mientras que este hombre no se perdía ni un milímetro de mis expresiones. Era lo último que le quedaba antes de morir; mi respuesta ante su clamor. Su olor a sangre era repugnante, por eso nadie se había acercado a beber de él. -Lunargenta ha muerto.-Dije con claridad, creando una reacción de sorpresa. -Y nosotros la matamos...-Pegué mi frente contra la del barbudo. -¡Acéptalo,
Art...!-Vociferé ruidosamente, aunque terminé siendo interrumpido.
Artorias fue dividido en dos; la repugnancia emergió desde su cuerpo como un río. Quedé estupefacto, nunca había visto algo así en un movimiento tan limpio. Fue un corte recto, veloz, seco... El responsable de esta agresión era un tipo peligroso, eso era obvio. Matar así no es tan fácil, ni siquiera para grandes asesinos como Johannes. Remembré el gremio de los asesinos, y las tantas pruebas que pasé para convertirme en uno de los mejores. Decapité cabezas, amputé extremidades, pero nunca fui capaz de asesinar simétricamente. No me pude mover, no sé lo que me sucedía. Percibía la poderosa aurora de un sujeto delante mío; no obstante, no lograba levantar mi rostro para reconocerlo. Si mis secuaces estuviesen aquí, probablemente me sacarían de problemas delicados como este.
-*¿Es broma? No es posible, no es cierto... Vladimir es un mito.*-Pensé al escuchar a Alexander. Él había pronunciado su nombre con tanta calma que parecía falso. No quería alzar el rostro, a pesar de que todos los vampiros callaron al notarlo en la mitad del círculo. De hecho, ansiaba que todo se relacionara con una falsedad, o una equivocación por parte de la multitud.
Cabizbajo, caminé hacia atrás, anhelaba ser invisible en situaciones como estas. Después, para más colmo, oí una voz aguda y angelical, proveniente de una sola mujer en este mundo: Géminis. Así que ella estaba ahí, todo este tiempo, vigilando como la vil chupasangre que es.
Volvió a mencionar su nombre, "Vladimir". Cada vez que lo escuchaba, me llenaba más de miedo. El invencible, el indestructible, el inmortal. Me impresionaba que Géminis estuviese ahí, pero perdía importancia al saber que un legendario se hallaba en frente mío.
Sin más preámbulo, inhalé valor y planté mi mirada en él. Sí era cierto, ahí se encontraba el señor de las tinieblas, con su celestial armadura y el rubí carmesí como la sangre de las bestias. Correr despavorido era la mejor alternativa; no tenía nada más que ejecutar en estos lugares. Géminis y el gran Vladimir eran novios, sí, interesante, sin embargo nada era tan relevante como la mismísima presencia del centinela apocalíptico. Él se manifestó con un objetivo en mente: tomar el castillo de Lunargenta. Nadie lo iba a detener, y el que lo intentara, era un suicida. La reputación de Vlad es inmensa.
-¿Qué harás, Paul?-Susurró Alexander por lo bajo, sólo para que yo prestara atención. -¿Te unirás a él, o serás leal al señor Dag Thorlak?-También discernía de su inseguridad. Al menos no era el único confundido.
No sé quién es ese tal Dag, nunca he oído de él en mi vida. De tantos guerreros que pude imaginar en el trono, ese tal "Dag" no me sonaba para nada. Existía un dilema en mi cabeza, con dos posiciones para seleccionar. Prácticamente era unirse a Vladimir, o morir defendiendo al Thorlak. Empecé a sudar exageradamente; vi cómo las gotas bajaban como cataratas por mi rostro. La gente esperaba una reacción de mí, porque al fin y al cabo, era Paul, ese don nadie que se catalogaba de aprendiz delante de tres reyes colmilludos. "El inmortal" era mi inspiración, el símbolo de crueldad pura. Él, junto a otros pensamientos, me influenciaron a ser un villano; a ser un demonio viviente. Luchar contra él era en contra de mis principios, además de que me mataría en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué era lo más conveniente para mí?
-Siempre te admiré, Vladimir.-Dije, creando tensión en la escena. -Soñé con conocerte,
y así, crear un clan del caos, donde juntos podríamos transformar a Aerandir en un mundo de perversidad.-Me acerqué un poco más, al punto de causar incomodad. Después, solté una carcajada, una larga y totalmente macabra risa. Duró durante varios minutos, hasta que perdí mi respiración. -Pero soy un idiota...-
De repente, desenvainé mi espada y me puse en guardia. - Y Lunargenta será mía...-Expresé con ironía, para luego lanzarme a atacarlos.
Paul Brown Moreau
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Re: El caballero y la princesa {Desafío}
El miembro 'Paul Brown Moreau' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: El caballero y la princesa {Desafío}
Menudo cretino era Paul Brown Moreau. ¿Atacar a Vladimir el Inmortal? ¿Un centinela protector de Aerandir? Géminis se escondió detrás del de la melena nevada, sabiendo lo que estaba por llegar. Riendo a carcajada limpia. El centinela colocó en ristre su larguísima espada, casi tan larga como él, que blandió con fuerza dispuesto a enfrentarse a Paul.
Aquel combate no sería más que un simple entrenamiento para alguien acostumbrado a enfrentarse a los jinetes oscuros, la mayor amenaza que jamás empezó con Aerandir. ¿Y quién era Paul más que un simple vampiro mortal? Un seductor con un poder insignificante. Aquel combate terminaría en cuanto Vladimir quisiera y no sería más que tras un par de estocadas cuando el centinela decantó como era previsible la balanza a su favor. Paul terminó en el suelo, sin espada.
-Como tú mismo te has definido, eres un idiota, Paul. – el vampiro colocó su espada a la altura del cuello de Paul Brown, amenazante. Podría rebanarle el pescuezo allí mismo.
-Te lo has ganado a pulso, cariño. – Géminis reía, mordiéndose una larga uña roja y esperando ver si el vampiro decidía cortarle la cabeza a aquel con el que en más de una ocasión había yacido. Poco le importaba a la exmiembro de la banda del zodíaco.
Pero Vlad tenía mejores planes para él, y únicamente con su mano diestra colocó su mano en la cabeza del vampiro, y un aura morada envolvió su cabeza y también la de Paul, Vladimir estaba dentro de él.
Todo se desvanecería alrededor de Paul. Estaba en el vacío. En el más profundo y negro vacío. No había absolutamente nada allí más que humo… y el propio Paul. El vampiro comenzaría a escuchar una voz en forma de eco procedente de todos los sitios. Era la voz de Vlad.
“Tienes miedo. ¿Crees ser un rival digno para ellos, Paul?”
Delante de Paul aparecería Aegus Tarmúnil, uno de los jinetes oscuros. De los doce concretamente que quedaban vivos, después de ser Verzhela Tarmúnil asesinada por Tyrande Nemaniël, Melena Blanca y Elen Calhoun.
El jinete portaba un arco y disparó a Paul, pero la flecha le atravesó sin herirlo, como si el propio vampiro fuese una cortina de humo, y justo detrás atravesó a una mujer. Alguien que importaba a Paul Brown, la guarda Alanna Delteria. “¿La ves? Ha muerto. Ellos la han matado. Y tú no has podido hacer nada para impedirlo”. Tras Alanna, comenzarían a escucharse risas de niños. Y tras ella, aparecerían casas sumidas en el fuego. La ciudad entera ardía y, sobre ella, los jinetes oscuros sembraban el caos y la destrucción.
“Todos morirán, Paul. Y no podrás salvarlos. ¿Entiendes ahora por qué Lunargenta no puede ser tuya, Paul? Ni tampoco de Dag Thorlak, ni siquiera de esa escoria humana de rey al que llaman Siegfried”
…
“¿O puedes matarlos?”
Paul podría entonces tomar su espada y atravesar al jinete que le había disparado la flecha. Éste comenzó a escupir sangre, llenando el rostro del vampiro del tinte. Pero lo había conseguido. ¿Lo había matado?
“Lo has matado, Paul, muy bien”.
El humo se disipó al son de la malévola risa de Géminis y Paul, muy nervioso, volvería a la misma escena en la que había perdido el conocimiento.
Con la espada atravesada por el abdomen se encontraba su amigo, su hermano, Alexander, gravemente herido. Una herida prácticamente mortal que, de no ser tratada, terminaría con la vida de su amigo. Géminis reía. Y Vladimir, serio aprovecharía para dedicarle unas palabras. El centinela era, también, el señor del engaño.
-No eres capaz de gobernar. ¿Ahora lo entiendes? – concluyó Vladimir. – No puedes protegerte ni siquiera a ti mismo. ¿Cómo vas a ser capaz de proteger a tus seres queridos? ¿Cómo piensas proteger una ciudad entera? – le preguntó. – Considera tu supervivencia como un acto se misericordia, Paul. Tú estás libre, pero Dag…
-¡Dag Thorlak morirá! – completó Géminis, agarrándose a Vladimir y mostrando una cara de hija de puta absoluta.
Así, mientras Alexander se desangraba en los brazos de Paul, Géminis y Vladimir se darían la vuelta y concluirían entrando, definitivamente, al castillo. Podía prepararse Dag de lo que le tocaría vivir.
* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
Paul Brown Moreau: Podrías haber hecho que Artorias tomara el castillo, pero en vez de eso... Has optado por disputárselo a Vladimir. Menudo insensato alzando tu espada contra uno de los cuatro centinelas de Aerandir. Únicamente porque te ha salido una buena runa, te he permitido terminar ileso el combate, pero aún así, tu amigo Alexander sufre una fuerte hemorragia por el control mental que Vladimir ha hecho sobre ti, y tendrás que curarlo en un futuro hilo si no quieres que muera allí mismo. Géminis y Vladimir terminarán haciéndose con el castillo… ¿y tú? ¿Has aprendido que no eres tan fuerte como te consideras? Esperemos que sí…
Recompensas:
- 5 puntos de experiencia (3 por buen desarrollo y 2 por originalidad del usuario. Ya sumados a tu perfil.
Objeto: Orbe de los sueños rotos
Aquel combate no sería más que un simple entrenamiento para alguien acostumbrado a enfrentarse a los jinetes oscuros, la mayor amenaza que jamás empezó con Aerandir. ¿Y quién era Paul más que un simple vampiro mortal? Un seductor con un poder insignificante. Aquel combate terminaría en cuanto Vladimir quisiera y no sería más que tras un par de estocadas cuando el centinela decantó como era previsible la balanza a su favor. Paul terminó en el suelo, sin espada.
-Como tú mismo te has definido, eres un idiota, Paul. – el vampiro colocó su espada a la altura del cuello de Paul Brown, amenazante. Podría rebanarle el pescuezo allí mismo.
-Te lo has ganado a pulso, cariño. – Géminis reía, mordiéndose una larga uña roja y esperando ver si el vampiro decidía cortarle la cabeza a aquel con el que en más de una ocasión había yacido. Poco le importaba a la exmiembro de la banda del zodíaco.
Pero Vlad tenía mejores planes para él, y únicamente con su mano diestra colocó su mano en la cabeza del vampiro, y un aura morada envolvió su cabeza y también la de Paul, Vladimir estaba dentro de él.
Todo se desvanecería alrededor de Paul. Estaba en el vacío. En el más profundo y negro vacío. No había absolutamente nada allí más que humo… y el propio Paul. El vampiro comenzaría a escuchar una voz en forma de eco procedente de todos los sitios. Era la voz de Vlad.
“Tienes miedo. ¿Crees ser un rival digno para ellos, Paul?”
Delante de Paul aparecería Aegus Tarmúnil, uno de los jinetes oscuros. De los doce concretamente que quedaban vivos, después de ser Verzhela Tarmúnil asesinada por Tyrande Nemaniël, Melena Blanca y Elen Calhoun.
El jinete portaba un arco y disparó a Paul, pero la flecha le atravesó sin herirlo, como si el propio vampiro fuese una cortina de humo, y justo detrás atravesó a una mujer. Alguien que importaba a Paul Brown, la guarda Alanna Delteria. “¿La ves? Ha muerto. Ellos la han matado. Y tú no has podido hacer nada para impedirlo”. Tras Alanna, comenzarían a escucharse risas de niños. Y tras ella, aparecerían casas sumidas en el fuego. La ciudad entera ardía y, sobre ella, los jinetes oscuros sembraban el caos y la destrucción.
“Todos morirán, Paul. Y no podrás salvarlos. ¿Entiendes ahora por qué Lunargenta no puede ser tuya, Paul? Ni tampoco de Dag Thorlak, ni siquiera de esa escoria humana de rey al que llaman Siegfried”
…
“¿O puedes matarlos?”
Paul podría entonces tomar su espada y atravesar al jinete que le había disparado la flecha. Éste comenzó a escupir sangre, llenando el rostro del vampiro del tinte. Pero lo había conseguido. ¿Lo había matado?
“Lo has matado, Paul, muy bien”.
El humo se disipó al son de la malévola risa de Géminis y Paul, muy nervioso, volvería a la misma escena en la que había perdido el conocimiento.
Con la espada atravesada por el abdomen se encontraba su amigo, su hermano, Alexander, gravemente herido. Una herida prácticamente mortal que, de no ser tratada, terminaría con la vida de su amigo. Géminis reía. Y Vladimir, serio aprovecharía para dedicarle unas palabras. El centinela era, también, el señor del engaño.
-No eres capaz de gobernar. ¿Ahora lo entiendes? – concluyó Vladimir. – No puedes protegerte ni siquiera a ti mismo. ¿Cómo vas a ser capaz de proteger a tus seres queridos? ¿Cómo piensas proteger una ciudad entera? – le preguntó. – Considera tu supervivencia como un acto se misericordia, Paul. Tú estás libre, pero Dag…
-¡Dag Thorlak morirá! – completó Géminis, agarrándose a Vladimir y mostrando una cara de hija de puta absoluta.
Así, mientras Alexander se desangraba en los brazos de Paul, Géminis y Vladimir se darían la vuelta y concluirían entrando, definitivamente, al castillo. Podía prepararse Dag de lo que le tocaría vivir.
* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
Paul Brown Moreau: Podrías haber hecho que Artorias tomara el castillo, pero en vez de eso... Has optado por disputárselo a Vladimir. Menudo insensato alzando tu espada contra uno de los cuatro centinelas de Aerandir. Únicamente porque te ha salido una buena runa, te he permitido terminar ileso el combate, pero aún así, tu amigo Alexander sufre una fuerte hemorragia por el control mental que Vladimir ha hecho sobre ti, y tendrás que curarlo en un futuro hilo si no quieres que muera allí mismo. Géminis y Vladimir terminarán haciéndose con el castillo… ¿y tú? ¿Has aprendido que no eres tan fuerte como te consideras? Esperemos que sí…
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Vladimir ha dejado a tu lado una esfera que permitirá a Paul crear una escena de ilusión falsa en su enemigo, se utiliza de manera similar a como Vlad ha usado su magia contigo: Creando un escenario de humo en el que Paul podrá crear su propia historia. Aquel sobre que se utilice, creerá que será verdadera. Por lo que puede utilizarse para convencer a alguien de algo, para atemorizar al objetivo, o para cualquier otro uso que se te ocurra.
Úsala con sabiduría, pues sólo tiene un único uso.
Ger
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