El origen de un cambio [Solitario]
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El origen de un cambio [Solitario]
Observé al gato mientras este revisaba sus virotes, uno por uno, en busca de cualquier grieta o defecto. Estaba bastante cómodo, sentado en esa tienda: era más grande que las que solíamos usar para acampar, ya que ese lugar podía convertirse fácilmente en un refugio permanente. Estaba algo alejado de todo, pero aquello era bueno. Como mínimo, serviría como refugio para el invierno. Teníamos suficiente dinero para aguantar una buena temporada sin arriesgar nuestras vidas, después de todo.
Pero lo mejor de la tienda era Syl. El felino alzó la mirada y arqueó una ceja.
-Te veo muy centrado en algo.- dijo, poniendo el virote horizontal frente a sus ojos. Satisfecho, lo guardó en el carcaj del suelo, junto a los demás.
-Solo estoy disfrutando de las vistas.- sonreí. -Veo, veo...-
-Oh, por favor.- resopló. Sin embargo, no pudo evitar devolverme la sonrisa. -Muy bien. ¿Qué ves?- preguntó, acostándose sobre la manta.
-Una cosita... pequeña. Y parda.- dije, acercándome lentamente.
-¡No soy tan pequeño!- se quejó. -Lo que pasa es que tu eres enorme.-
-No he dicho que seas tú.- dije, divertido. -Pero también es adorable. Y peluda. Y perfecta.-
-No se me ocurre nada con esa descripción.-
-Y es algo que...- continué, acercándome más y más, hasta estar casi encima de él.- Voy a... - Acerqué mi cabeza a la suya. El gato cerró los ojos y empezó a ronronear. -USAR COMO ALMOHADA.- exclamé, mientras le apretaba con los brazos y apoyaba mi cabeza sobre su pecho con fuerza.
-¿Qué? ¡Auch!- exclamó. El gato rió, intentando agitarse bajo mi peso inútilmente. -¡Quita!-
-Ríndete. No hay escapatoria.- dije, restregando mi cara contra su pelaje. Tras unos pocos segundos, Syl dejó de patalear y se quedó quieto.
-Vale. Tu ganas.- respondió, acariciando mi cabeza pacientemente. Agité mi cola alegremente, e inhalé, disfrutando de su olor. Después, besé su pecho, una y otra vez, subiendo poco a poco hasta su cuello. Le miré a los ojos.
-Tienes algo en la cara.- advertí. -Es un beso.- Posé mis labios en los suyos. Syl cerró los ojos, contento. Aquello era perfecto. Un pequeño paraíso. Tomé la mano del gato en la mía, apretándola afectivamente, y la examiné de cerca. -Me encantan las almohadillas de tus dedos. Son tan esponjosas...- Toqué su índice con el mío y gemí felizmente, disfrutando del tacto. Syl rió ligeramente.
-Si la gente te viese de esta forma... Un hombre perro de dos metros, agresivo y letal, un duelista de élite, usuario de magia arcana y líder de un grupo de bandidos... riendo como un bobalicón al tocar mis dedos.- sonrió, burlón. Bostecé, mostrando toda una retahíla de afilados dientes, y le toqué ligeramente en la nariz.
-Tal vez el mundo me aceptaría como el suave y adorable ser que soy.- bromeé.- Aunque me conformo con que lo veas tú.-
-Maldito perro, eres la cosa más dulce que existe.- musitó. Sin embargo, se detuvo y agitó una oreja. Moví ligeramente las mias, buscando el ruido. Suspiré y me separé de Syl.
-Supongo que no podía durar para siempre...- me quejé, saliendo de la tienda. Fuera, el resto del grupo depositaba sus mochilas en el suelo. Me acerqué a Irirgo y sonreí. -¿Me habéis traído algo?-
-Cansancio.- ofreció el dragón, sentándose sobre la hierba. El humano estaba chorreando de sudor. Me recordaba a Eltrant en el arenal. -Tengo de sobra.- jadeó. Debían haber forzado el último trecho. Después de todo, no les esperaba hasta el anochecer. Koth se aproximó y miró a Irirgo, agitando la cabeza como gesto de desapruebo.
-Rakfyr me da miedo. Creo que planea matarnos a todos.- dijo, apuntando al tigre. El chamán rió ligeramente, y se puso a guardar las cosas en la tienda que compartía con el coyote, ignorándolo. -Ha comprado media docena de cuchillos. Una hoz. Un martillo raro. Y tijeras. Quiero dormir en otra tienda.
-¡Son herramientas para esculpir!- dijo el tigre, divertido. -Madera, hueso... y las tijeras son para coser. Ni que yo fuese alguien peligroso...-
-Eso dijo el destripador de Dundarak...- respondió el coyote. -Irirgo, tu no tienes mucho por lo que vivir. Cámbiame la tienda.-
-Si le matas, ¿puedo quedarme con su piel?- preguntó el dragón en voz alta. -Parece estar bien para el invierno.-
Hice un recuento de lo que habían traído. Suficiente comida para un par de semanas. Tres toldos impermeables para las tiendas, por si llovía. Herramientas para el tigre. Puntas de virote. Sebo. Aceite para lámparas. Velas. Varios metros de cuerda y tela. Mantas nuevas. Cebo para trampas. Tinta y papel. En resumen, todo lo que necesitábamos, lo teníamos o lo podíamos conseguir. La suma de Rakfyr al grupo implicaba un buen ahorro en mantenimiento de equipo, así que aquella vez el coste había sido bastante menor a lo que imaginaba.
-Bueno, nada mal, nada mal...- dije. -La próxima vez iremos Syl, Rakfyr, Irirgo y yo.- anuncié. Esa era la rotación, después de todo. Ahora que teníamos que comprar para seis en vez de cinco, hacia falta más gente para cargar con cosas. Pero estaba bien.
Todo estaba bien.
-Asher. ¿Puedes venir un segundo? Algo va mal.- me llamó Dann.
-Maldita sea.-
Pero lo mejor de la tienda era Syl. El felino alzó la mirada y arqueó una ceja.
-Te veo muy centrado en algo.- dijo, poniendo el virote horizontal frente a sus ojos. Satisfecho, lo guardó en el carcaj del suelo, junto a los demás.
-Solo estoy disfrutando de las vistas.- sonreí. -Veo, veo...-
-Oh, por favor.- resopló. Sin embargo, no pudo evitar devolverme la sonrisa. -Muy bien. ¿Qué ves?- preguntó, acostándose sobre la manta.
-Una cosita... pequeña. Y parda.- dije, acercándome lentamente.
-¡No soy tan pequeño!- se quejó. -Lo que pasa es que tu eres enorme.-
-No he dicho que seas tú.- dije, divertido. -Pero también es adorable. Y peluda. Y perfecta.-
-No se me ocurre nada con esa descripción.-
-Y es algo que...- continué, acercándome más y más, hasta estar casi encima de él.- Voy a... - Acerqué mi cabeza a la suya. El gato cerró los ojos y empezó a ronronear. -USAR COMO ALMOHADA.- exclamé, mientras le apretaba con los brazos y apoyaba mi cabeza sobre su pecho con fuerza.
-¿Qué? ¡Auch!- exclamó. El gato rió, intentando agitarse bajo mi peso inútilmente. -¡Quita!-
-Ríndete. No hay escapatoria.- dije, restregando mi cara contra su pelaje. Tras unos pocos segundos, Syl dejó de patalear y se quedó quieto.
-Vale. Tu ganas.- respondió, acariciando mi cabeza pacientemente. Agité mi cola alegremente, e inhalé, disfrutando de su olor. Después, besé su pecho, una y otra vez, subiendo poco a poco hasta su cuello. Le miré a los ojos.
-Tienes algo en la cara.- advertí. -Es un beso.- Posé mis labios en los suyos. Syl cerró los ojos, contento. Aquello era perfecto. Un pequeño paraíso. Tomé la mano del gato en la mía, apretándola afectivamente, y la examiné de cerca. -Me encantan las almohadillas de tus dedos. Son tan esponjosas...- Toqué su índice con el mío y gemí felizmente, disfrutando del tacto. Syl rió ligeramente.
-Si la gente te viese de esta forma... Un hombre perro de dos metros, agresivo y letal, un duelista de élite, usuario de magia arcana y líder de un grupo de bandidos... riendo como un bobalicón al tocar mis dedos.- sonrió, burlón. Bostecé, mostrando toda una retahíla de afilados dientes, y le toqué ligeramente en la nariz.
-Tal vez el mundo me aceptaría como el suave y adorable ser que soy.- bromeé.- Aunque me conformo con que lo veas tú.-
-Maldito perro, eres la cosa más dulce que existe.- musitó. Sin embargo, se detuvo y agitó una oreja. Moví ligeramente las mias, buscando el ruido. Suspiré y me separé de Syl.
-Supongo que no podía durar para siempre...- me quejé, saliendo de la tienda. Fuera, el resto del grupo depositaba sus mochilas en el suelo. Me acerqué a Irirgo y sonreí. -¿Me habéis traído algo?-
-Cansancio.- ofreció el dragón, sentándose sobre la hierba. El humano estaba chorreando de sudor. Me recordaba a Eltrant en el arenal. -Tengo de sobra.- jadeó. Debían haber forzado el último trecho. Después de todo, no les esperaba hasta el anochecer. Koth se aproximó y miró a Irirgo, agitando la cabeza como gesto de desapruebo.
-Rakfyr me da miedo. Creo que planea matarnos a todos.- dijo, apuntando al tigre. El chamán rió ligeramente, y se puso a guardar las cosas en la tienda que compartía con el coyote, ignorándolo. -Ha comprado media docena de cuchillos. Una hoz. Un martillo raro. Y tijeras. Quiero dormir en otra tienda.
-¡Son herramientas para esculpir!- dijo el tigre, divertido. -Madera, hueso... y las tijeras son para coser. Ni que yo fuese alguien peligroso...-
-Eso dijo el destripador de Dundarak...- respondió el coyote. -Irirgo, tu no tienes mucho por lo que vivir. Cámbiame la tienda.-
-Si le matas, ¿puedo quedarme con su piel?- preguntó el dragón en voz alta. -Parece estar bien para el invierno.-
Hice un recuento de lo que habían traído. Suficiente comida para un par de semanas. Tres toldos impermeables para las tiendas, por si llovía. Herramientas para el tigre. Puntas de virote. Sebo. Aceite para lámparas. Velas. Varios metros de cuerda y tela. Mantas nuevas. Cebo para trampas. Tinta y papel. En resumen, todo lo que necesitábamos, lo teníamos o lo podíamos conseguir. La suma de Rakfyr al grupo implicaba un buen ahorro en mantenimiento de equipo, así que aquella vez el coste había sido bastante menor a lo que imaginaba.
-Bueno, nada mal, nada mal...- dije. -La próxima vez iremos Syl, Rakfyr, Irirgo y yo.- anuncié. Esa era la rotación, después de todo. Ahora que teníamos que comprar para seis en vez de cinco, hacia falta más gente para cargar con cosas. Pero estaba bien.
Todo estaba bien.
-Asher. ¿Puedes venir un segundo? Algo va mal.- me llamó Dann.
-Maldita sea.-
Asher Daregan
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Re: El origen de un cambio [Solitario]
-Vale.¿Que ocurre?- pregunté, aproximándome a Dann. El brujo había desplegado uno de los toldos en el suelo, y lo estaba examinando con cierta preocupación.
-Las runas. No funcionan bien.- musitó, aún sin mirarme. -Están inscritas, pero no funciona. No está tan caliente como debería. No sé que he hecho mal.- dijo. Coloqué una mano en su hombro, sobresaltandolo un poco.
-No te pongas tan nervioso, no es nada.- dije, mirando la carpa. Me agaché y la toqué con los dedos. -Ah... es de lino. No de algodón.- expliqué.- Estas runas no funcionan tan bien con este tipo de tela. Las impermeables sí, pero las de calor fallan.-
-Ah... claro. Maldita sea, soy idiota.- suspiró. -¿Y ahora qué?-
-La verdad es que mientras estabais fuera se me ha ocurrido una idea...- murmuré. -Va a llevar un tiempo, pero... creo que podríamos construir una pequeña cabaña. Ahí, entre el Mago y el Druida.- dije, señalando al espacio entre los totems. Ese claro era básicamente un hogar ideal para el invierno. No había motivo para no hacerlo un refugio más permanente. Un lugar al que ir cada año. -...de momento, pregúntale a Rakfyr si tiene tela de otro tipo. Solo la necesitáis Irirgo y tu, me parece. Aún no hace tanto frío como para que el resto lo necesitemos.
El brujo asintió y me levanté, dejándole refunfuñar sobre tipos de tela. Quería volver a mi tienda con Syl, pero el gato se encontraba hablando con Rakfyr en ese instante... y sabía que no accedería de todos modos. El gato estaba muy inseguro sobre hacer conocida nuestra relación. No le culpaba. Era la primera vez para él. Pero aun así, no podía evitar sentirme algo decaido. Era frustrante el tener que esperar a altas horas de la noche, el tener que ser cuidadoso y no hacer ruido, el no poder abrazarlo cuando quisiera.
Pero no podía presionarle. Ni siquiera estaba seguro de cual era nuestra situación. ¿Qué éramos? ¿Novios? ¿Compañeros? Había sentimientos románticos por parte de ambos, pero... ¿Le estaba cortejando? ¿Me cortejaba él a mi? ¿Que demonios significaba eso? Tendría que preguntarle. Pero no tendría un buen momento hasta que llegase la noche. Quien sabía cuanto podía durar esa conversación. Me rasqué el cuello, inquieto. No solía sentirme de esa forma por nada en el mundo. Estúpidos sentimientos.
Suspiré y decidí mantenerme ocupado. Irirgo y Koth aún estaban demasiado cansados para cualquier actividad física, y no parecía buen momento para calentar o hacer ejercicio. Dannos se estaba encargando de los encantamientos, los dos felinos de la comida, y... no había nada que hacer. Pero al menos aún tenía un libro.
Volví a mi tienda y me acosté, hojeando ligeramente el tomo. Era una recolección de historias sobre los Guías, sus caminos, sus enseñanzas, símbolos, fechas y constelaciones. Por supuesto, de parte del chamán. Lo abrí y empecé a leer. "El inicio." bla, bla, bla... "Humanos." Aburrido. "Historia de los dragones." No. Ahí. "El Lobo."
"La senda del lobo es, quizás, una de las más ambiguas que hay, ya que enseña tanto a ser independiente como a cuidar de su manada, haciendo referencia a las clásicas denominaciones de "lobo solitario" y "manada de lobos". El solitario caza y come por su cuenta, sin ligarse a ningún individuo o territorio. Sobrevive moviéndose de un lado a otro, aprovechando lo que pueda, tomando lo que necesite, y disfrutando de su libertad. Viaja sin cargas, observa su entorno, y nunca hace lo que no sea necesario. Pisa ligero y no se involucra."
"Por otro lado, el lobo de manada vive en familia. Grandes grupos, juntos en un hogar. Son defensivos de su territorio y de su gente, pero no atacan si no tienen motivo. Dependiendo de donde esté su lugar, pueden pasar grandes cantidades de tiempo sin conflicto. Su fuerza está en su unión. Un todo es más que la suma de sus partes. Aunque no viajen tan lejos ni tan libres como los solitarios, el tener una manada les da más seguridad."
¿...Eso era todo? El resto del capítulo solo contaba historias y enumeraba símbolos. ¿Que demonios significaba eso? Esperaba algún tipo de instrucciones de vida, pero lo único que esa cosa decía era como podían vivir los lobos. Y eso eran los animales. No los hombres bestia, ni los licántropos. Gruñí, dejando caer el libro sobre mi cama. Eso no me iba a servir. Salí de la tienda, buscando algo más que hacer.
Koth. El zorro tendría algo de entretenimiento. Me acerqué a él. Aún estaba hablando con Irirgo, pero en cuanto me vio aproximarme, se levantó de un salto, dispuesto a correr.
-¡...No fue culpa mía! ¡Irirgo me desafió!- dijo, alejándose un par de metros y cubriéndose con los brazos. Arqueé una ceja. -...No me estás matando.-
-Muy observador. ¿Qué has hecho?- pregunté, frunciendo el ceño. Kothán y el dragón intercambiaron una mirada.
-Nada.- dijeron al unísono. Me crucé de brazos, pero decidí dejarlo pasar. Ya lo averiguaría, tarde o temprano.
-...en fin. Me aburro. ¿Tienes dados?- pregunté. El zorro sonrió y sacó un par de pequeñas figuras de doce caras, arrojándolas hacia mi. Las cogí al vuelo y examiné de cerca. -Hueso. No están mal... y parecen nuevos. ¿Los has comprado en la ciudad?
-Nah. Me los ha hecho Rak.- explicó, señalando al tigre con su pulgar. -Están bastante bien, la verdad. ¿A que quieres jugar?
-Cualquier cosa menos Trapazados.- dije. El zorro chasqueó la lengua, divertido, y empezó a caminar hacia su tienda. Ibamos a necesitar una superficie plana, después de todo.
Asher Daregan
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Re: El origen de un cambio [Solitario]
¿Un maldito cuatro? Esbocé una mueca mientras el zorro se llevaba ese pequeño puñado de aeros con una sonrisa orgullosa. Suspiré. Al menos no era Irirgo. El dragón había tenido una buena racha con las cartas: tal vez Koth le hubiese enseñado a jugar de verdad. Sin embargo, los dados aún se le resistian. Había tenido una suerte desastrosa.
-¿Seguro que no están trucados...?- preguntó el dragón. Sonreí.
-Los he comprobado cuatro veces. Están bien.- dije. El dragón suspiró.
-Me hiere que sospeche de mi. Pero por otra parte...- El zorro me guiñó un ojo y ensanchó su sonrisa, mirando al dragón. -...Irir no ganaría ni haciendo trampas.-
-Sé que tres sílabas son demasiado pedir, pero, por los dioses, inténtalo un poco.- dijo el veterano. -¿Que os pasa a los hombres bestia con los nombres cortos?-
-¿Está intentando cambiar de tema para que no nos burlemos?- pregunté. Koth soltó una larga carcajada.
-¡Pillado! Pero, Irirgo, es natural. Tienes cuerpo de dragón en tu otra forma, y ojos de serpiente en esta.- sonrió el coyote. Irirgo siguió refunfuñando, pero rebuscó en su bolsillo y plantó un par de aeros más sobre la pequeña mesa. No hacía falta que dijese nada. Su mirada estaba siendo muy elocuente. Alcé las manos. No tenía ganas de perder más dinero, así que me quedé mirando mientras Koth agitaba los dados y soplaba dentro de su puño.
-Voy a sacar más. Ahora, déjate de teatro y tira de una vez...- murmuró el dragón.
-¡Los rituales son importantes! Si los hicieses, tal vez ganarías más a menudo.-
-¿...como es que sois tan amigos, de todas formas?- inquirí. El dragón y el zorro tenían actitudes prácticamente opuestas. Por lo que sabía, Irirgo detestaba los trucos rebuscados y las tramas complicadas. Era un hombre de valores y honor. A veces me preguntaba que hacía con un grupo de bandidos como nosotros.
-La bebida hace muchos milagros.- dijo Kothán, encogiéndose de hombros. Finalmente, tiró los dados. El hueso impactó en la pequeña tabla de madera, y aterrizó... con un doce y un ocho. Veinte. Aquello iba a ser difícil de superar. El zorro levantó la mirada y esbozó su típica sonrisa. -Aún puedes retirarte y sólo perder la mitad...-
-En tus sueños.- gruñó Irirgo, recogiendo los dados. El viejo se quedó pensativo unos segundos, pero finalmente, se llevó el puño a la boca y sopló. Lanzó los dados. Dos doces. Koth abrió los ojos, sorprendido.
-Ni yo me lo creo.- musitó su oponente.
Lentamente, el hombre bestia empujó los dos aeros hasta su compañero con sorprendente seriedad. Pasaron unos segundos. Nadie dijo nada. Ambos intercambiaron una mirada, y, de repente, Irirgo sopló, liberando una pequeña llama delante de su cara durante apenas medio segundo. Koth empezó a reír histéricamente.
Eran tan raritos. Pero tampoco se podía decir que yo fuese precisamente "normal". Sonreí. Eramos la clase de personas que no encajaban en la sociedad. Pero, ¿quien necesitaba a la sociedad? Había vivido en ella. Estaba podrida. Todo el mundo era miserable, incluido yo. Con gente como yo estaba mucho mejor. En ese claro, lo normal era ser un ladrón, o un predicador, un veterano de guerra, un cazador furtivo, un mercenario, un tullido, o cualquier otra cosa. Lo normal era ser raro. Fuese tallar totems, o hacer trampas a los dados, o reír como un idiota por un chiste sin sentido.
"O amar a otro hombre." me dijo una voz dentro de mi. Pensé en decirlo justo en ese momento, pero me mordí la lengua. No. No era sólo mi secreto. Era decisión de ambos, tanto mía como de Syl. Tenía que respetarlo. ¿Y si simplemente decía mis preferencias, sin mencionar al gato? No. Podrían sospechar. Era frustrante, pero no había manera. Tendría que quedarme callado hasta que Syl se sintiese cómodo revelándolo.
-Bueno, eso ha sido bizarro. Ahora, si me disculpáis...- dije, levantándome pese a sus protestas. Tenía muchas cosas en la cabeza, necesitaba un tiempo a solas. Nada más salí, miré al cielo, sorprendido. ¿Cuanto tiempo había pasado allí dentro? Estaba anocheciendo. Mi estómago no tardó en recordármelo.
Miré alrededor. Rakfyr estaba frente a la hoguera, intentando encenderla sin mucho éxito. El tigre emitió un par de palabras en un idioma que no comprendía y continuó frotando un palo sobre otro. Me acerqué, algo divertido.
-¿...algún problema?- sonreí.
-No tengo la madera adecuada. Está húmeda.- respondió, aún inmerso en su tarea. Arqueé una ceja.
-Y no estás usando pedernal porque...-
-No tengo. Además, no me gusta demasiado. La madera me gusta más que la piedra, si eso tiene algún sentido.- admitió.
-No lo tiene... ¿me permites?- dije, apartándole con un gesto. Me puse en cuclillas junto a la hoguera, carraspeé, y saqué un trozo de pedernal de mi bolsillo, mostrándolo en alto. Rakfyr ladeó ligeramente la cabeza. -¡ARGAMETOR!- exclamé, lanzando la runa contra la hoguera y encendiéndola al instante en una pequeña llamarada. El chamán se sobresalto, pero acabó saltando una carcajada. Sonreí.
-¿Qué... qué es eso que has gritado?- preguntó, negando con la cabeza. Me encogí de hombros. Cosas más absurdas había oído de algunos brujos. -En fin... gracias. Me pondré a cocinar.-
-¿Seguro que no están trucados...?- preguntó el dragón. Sonreí.
-Los he comprobado cuatro veces. Están bien.- dije. El dragón suspiró.
-Me hiere que sospeche de mi. Pero por otra parte...- El zorro me guiñó un ojo y ensanchó su sonrisa, mirando al dragón. -...Irir no ganaría ni haciendo trampas.-
-Sé que tres sílabas son demasiado pedir, pero, por los dioses, inténtalo un poco.- dijo el veterano. -¿Que os pasa a los hombres bestia con los nombres cortos?-
-¿Está intentando cambiar de tema para que no nos burlemos?- pregunté. Koth soltó una larga carcajada.
-¡Pillado! Pero, Irirgo, es natural. Tienes cuerpo de dragón en tu otra forma, y ojos de serpiente en esta.- sonrió el coyote. Irirgo siguió refunfuñando, pero rebuscó en su bolsillo y plantó un par de aeros más sobre la pequeña mesa. No hacía falta que dijese nada. Su mirada estaba siendo muy elocuente. Alcé las manos. No tenía ganas de perder más dinero, así que me quedé mirando mientras Koth agitaba los dados y soplaba dentro de su puño.
-Voy a sacar más. Ahora, déjate de teatro y tira de una vez...- murmuró el dragón.
-¡Los rituales son importantes! Si los hicieses, tal vez ganarías más a menudo.-
-¿...como es que sois tan amigos, de todas formas?- inquirí. El dragón y el zorro tenían actitudes prácticamente opuestas. Por lo que sabía, Irirgo detestaba los trucos rebuscados y las tramas complicadas. Era un hombre de valores y honor. A veces me preguntaba que hacía con un grupo de bandidos como nosotros.
-La bebida hace muchos milagros.- dijo Kothán, encogiéndose de hombros. Finalmente, tiró los dados. El hueso impactó en la pequeña tabla de madera, y aterrizó... con un doce y un ocho. Veinte. Aquello iba a ser difícil de superar. El zorro levantó la mirada y esbozó su típica sonrisa. -Aún puedes retirarte y sólo perder la mitad...-
-En tus sueños.- gruñó Irirgo, recogiendo los dados. El viejo se quedó pensativo unos segundos, pero finalmente, se llevó el puño a la boca y sopló. Lanzó los dados. Dos doces. Koth abrió los ojos, sorprendido.
-Ni yo me lo creo.- musitó su oponente.
Lentamente, el hombre bestia empujó los dos aeros hasta su compañero con sorprendente seriedad. Pasaron unos segundos. Nadie dijo nada. Ambos intercambiaron una mirada, y, de repente, Irirgo sopló, liberando una pequeña llama delante de su cara durante apenas medio segundo. Koth empezó a reír histéricamente.
Eran tan raritos. Pero tampoco se podía decir que yo fuese precisamente "normal". Sonreí. Eramos la clase de personas que no encajaban en la sociedad. Pero, ¿quien necesitaba a la sociedad? Había vivido en ella. Estaba podrida. Todo el mundo era miserable, incluido yo. Con gente como yo estaba mucho mejor. En ese claro, lo normal era ser un ladrón, o un predicador, un veterano de guerra, un cazador furtivo, un mercenario, un tullido, o cualquier otra cosa. Lo normal era ser raro. Fuese tallar totems, o hacer trampas a los dados, o reír como un idiota por un chiste sin sentido.
"O amar a otro hombre." me dijo una voz dentro de mi. Pensé en decirlo justo en ese momento, pero me mordí la lengua. No. No era sólo mi secreto. Era decisión de ambos, tanto mía como de Syl. Tenía que respetarlo. ¿Y si simplemente decía mis preferencias, sin mencionar al gato? No. Podrían sospechar. Era frustrante, pero no había manera. Tendría que quedarme callado hasta que Syl se sintiese cómodo revelándolo.
-Bueno, eso ha sido bizarro. Ahora, si me disculpáis...- dije, levantándome pese a sus protestas. Tenía muchas cosas en la cabeza, necesitaba un tiempo a solas. Nada más salí, miré al cielo, sorprendido. ¿Cuanto tiempo había pasado allí dentro? Estaba anocheciendo. Mi estómago no tardó en recordármelo.
Miré alrededor. Rakfyr estaba frente a la hoguera, intentando encenderla sin mucho éxito. El tigre emitió un par de palabras en un idioma que no comprendía y continuó frotando un palo sobre otro. Me acerqué, algo divertido.
-¿...algún problema?- sonreí.
-No tengo la madera adecuada. Está húmeda.- respondió, aún inmerso en su tarea. Arqueé una ceja.
-Y no estás usando pedernal porque...-
-No tengo. Además, no me gusta demasiado. La madera me gusta más que la piedra, si eso tiene algún sentido.- admitió.
-No lo tiene... ¿me permites?- dije, apartándole con un gesto. Me puse en cuclillas junto a la hoguera, carraspeé, y saqué un trozo de pedernal de mi bolsillo, mostrándolo en alto. Rakfyr ladeó ligeramente la cabeza. -¡ARGAMETOR!- exclamé, lanzando la runa contra la hoguera y encendiéndola al instante en una pequeña llamarada. El chamán se sobresalto, pero acabó saltando una carcajada. Sonreí.
-¿Qué... qué es eso que has gritado?- preguntó, negando con la cabeza. Me encogí de hombros. Cosas más absurdas había oído de algunos brujos. -En fin... gracias. Me pondré a cocinar.-
Asher Daregan
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Re: El origen de un cambio [Solitario]
Observé al tigre mientras preparaba la comida. Era curioso. Era un trabajo simple. Relativamente sencillo. Pero era evidente que el chamán tenía experiencia en aquello. Sus movimientos eran seguros y firmes, pero cuidadosos al mismo tiempo. En cierta forma, me daba algo de envidia: Rakfyr era diestro en una docena de actividades prácticas, y parecía disfrutarlas a todas.
-No te vas a llevar nada a la boca hasta que termine, así que no me mires así.- dijo, lanzándome una sonrisa burlona.
-¡Tch! ¡Pero soy quien ha encendido el fuego!- protesté. -¡Y cazado la comida!-
-Creía que lo había cazado Syl.- replicó, señalando la carne de venado con el pulgar.
-Si, bueno. Syl lo encontró. Yo lo embestí. Y el lo mató.-
-¿...has embestido a un ciervo?- El chamán arqueó una ceja y sonrió, divertido. -Tienes demasiada energía.-
-Por supuesto. Yo no estoy tan viejo como tú.- dije, tumbandome sobre la hierba. -Deberías haberlo visto. Ni siquiera tuve que utilizar un Salto... ya sabes, eso de desaparecer. Solo tuve que correr hasta que se cansó.-
-¿Así lo llamas? ¿Un Salto?- Rakfyr me miró y ladeó la cabeza con curiosidad. -¿Como lo haces, de todas formas?-
-Salto... o Impulso, supongo. Es algo complicado. Artes arcanas y oscuras que es mejor no usar.- respondí, encogiéndome de hombros. El tigre me reprimió con la mirada, y sonreí. -Vale, vale... Son runas inscritas en mi cuerpo.- expliqué. Me levanté y mostré una de mis pantorrillas, tocando la zona. -Es difícil de ver, por todo el pelaje, pero si lo tocas con cuidado se puede palpar. Y son más evidentes cuando las uso. Para Impulso... bueno, es algo experimental. Pero funciona.- dije. El tigre parecía estar escuchando atentamente: ni rastro de aburrimiento en su mirada. Parecía casi tan inmerso en el tema como Dann. Ensanché mi sonrisa y continué con mi explicación. -Vale, hay dos símbolos principales. Uno es "vacío", y el otro es "movimiento", que actúa como variante de "fuerza". Vacío es un símbolo peligroso. Es como... un portal. A una dimensión de oscuridad. Son cosas que... están, pero no están. Dann lo sabría explicar mejor, pero te daría libros para leer. Básicamente, a mi propia voluntad, puedo hacer que mis extremidades... no estén. Es decir, no desaparecen, pero no se pueden tocar. Sin embargo, siguen siendo parte de mi cuerpo. La segunda función es simple: un empujón. Uno muy fuerte. Sin la parte de vacío, el frenar me mataría. Pero al hacerlas... etéreas... no reciben el daño que sufrirían al frenar.- dije.
-Oh, ya veo... Creo que lo entiendo. Un poco. Pero eso del "Vacío"... ¿No te parece curioso? ¿Como puede existir eso? Me pregunto si los espíritus tienen algo que ver con ese... lugar.- dijo, removiendo la carne del estofado. -Cuéntame más luego.-
Suspiré, pero asentí. Aquello me había puesto de buen humor. Hacía tiempo que no daba explicaciones sobre mi "magia". Era gratificante, de alguna forma. Además, el tigre parecía interesado de verdad. Cada vez que le mencionaba el tema a Syl, el gato parecía incómodo.
Claro que Grito le ponía incómodo a mucha gente. Sin duda, hay quien lo tacharía de "magia negra" o algo similar.
La cena vino y pasó como de costumbre. Había conseguido que Rak accediese a comer carne, pero además de aquello, no hubo nada fuera de lo común. Intenté no mirar demasiado a mi compañero, pero era difícil de evitar: cada movimiento de Syl me llamaba la atención. Su rostro era difícil de leer, pero sus orejas si parecían moverse. Aun así, no era la clase de movimientos que Kothán, Rakfyr o yo hacíamos. Nada tan evidente como bajarlas en momentos tristes o de culpa. Era mucho más sutil. Si alguien se dirigía hacia él, era muy distinto a cuando no participaba en la conversación.
Tras un rato, el sueño empezó a alcanzarme. Y llegó la parte que había estado esperando.
Volví a mi tienda. Él ya estaba ahí, sentado en el suelo. Sonreí cálidamente, y le abracé, apoyandome sobre él y obligandole a acostarse. El gato pareció alarmado durante un breve instante, pero no tardó en calmarse y recibirme con un agradable ronroneo.
-Te he echado de menos.- susurré, mirándole a los ojos.
-Yo también.- admitió. Le abracé más fuerte, notando su pelaje contra el mio. Durante ese momento, nada importaba. Pero notaba algo. Algo en su mirada parecía preocuparle. Ladeé la cabeza. -Es solo que... no podemos hacer ruido.- dijo, bajando aún más la voz. Suspiré. No quería admitirlo, pero me molestaba. -Lo siento.-
-No pasa nada.- aseguré. Me separé un poco del gato, aunque mantuve mi mano bajo su camisa, acariciando ligeramente su costado. Acerqué mi hocico al suyo, y los froté cariñosamente. Syl sonrió. Y me besó.
-No te vas a llevar nada a la boca hasta que termine, así que no me mires así.- dijo, lanzándome una sonrisa burlona.
-¡Tch! ¡Pero soy quien ha encendido el fuego!- protesté. -¡Y cazado la comida!-
-Creía que lo había cazado Syl.- replicó, señalando la carne de venado con el pulgar.
-Si, bueno. Syl lo encontró. Yo lo embestí. Y el lo mató.-
-¿...has embestido a un ciervo?- El chamán arqueó una ceja y sonrió, divertido. -Tienes demasiada energía.-
-Por supuesto. Yo no estoy tan viejo como tú.- dije, tumbandome sobre la hierba. -Deberías haberlo visto. Ni siquiera tuve que utilizar un Salto... ya sabes, eso de desaparecer. Solo tuve que correr hasta que se cansó.-
-¿Así lo llamas? ¿Un Salto?- Rakfyr me miró y ladeó la cabeza con curiosidad. -¿Como lo haces, de todas formas?-
-Salto... o Impulso, supongo. Es algo complicado. Artes arcanas y oscuras que es mejor no usar.- respondí, encogiéndome de hombros. El tigre me reprimió con la mirada, y sonreí. -Vale, vale... Son runas inscritas en mi cuerpo.- expliqué. Me levanté y mostré una de mis pantorrillas, tocando la zona. -Es difícil de ver, por todo el pelaje, pero si lo tocas con cuidado se puede palpar. Y son más evidentes cuando las uso. Para Impulso... bueno, es algo experimental. Pero funciona.- dije. El tigre parecía estar escuchando atentamente: ni rastro de aburrimiento en su mirada. Parecía casi tan inmerso en el tema como Dann. Ensanché mi sonrisa y continué con mi explicación. -Vale, hay dos símbolos principales. Uno es "vacío", y el otro es "movimiento", que actúa como variante de "fuerza". Vacío es un símbolo peligroso. Es como... un portal. A una dimensión de oscuridad. Son cosas que... están, pero no están. Dann lo sabría explicar mejor, pero te daría libros para leer. Básicamente, a mi propia voluntad, puedo hacer que mis extremidades... no estén. Es decir, no desaparecen, pero no se pueden tocar. Sin embargo, siguen siendo parte de mi cuerpo. La segunda función es simple: un empujón. Uno muy fuerte. Sin la parte de vacío, el frenar me mataría. Pero al hacerlas... etéreas... no reciben el daño que sufrirían al frenar.- dije.
-Oh, ya veo... Creo que lo entiendo. Un poco. Pero eso del "Vacío"... ¿No te parece curioso? ¿Como puede existir eso? Me pregunto si los espíritus tienen algo que ver con ese... lugar.- dijo, removiendo la carne del estofado. -Cuéntame más luego.-
Suspiré, pero asentí. Aquello me había puesto de buen humor. Hacía tiempo que no daba explicaciones sobre mi "magia". Era gratificante, de alguna forma. Además, el tigre parecía interesado de verdad. Cada vez que le mencionaba el tema a Syl, el gato parecía incómodo.
Claro que Grito le ponía incómodo a mucha gente. Sin duda, hay quien lo tacharía de "magia negra" o algo similar.
La cena vino y pasó como de costumbre. Había conseguido que Rak accediese a comer carne, pero además de aquello, no hubo nada fuera de lo común. Intenté no mirar demasiado a mi compañero, pero era difícil de evitar: cada movimiento de Syl me llamaba la atención. Su rostro era difícil de leer, pero sus orejas si parecían moverse. Aun así, no era la clase de movimientos que Kothán, Rakfyr o yo hacíamos. Nada tan evidente como bajarlas en momentos tristes o de culpa. Era mucho más sutil. Si alguien se dirigía hacia él, era muy distinto a cuando no participaba en la conversación.
Tras un rato, el sueño empezó a alcanzarme. Y llegó la parte que había estado esperando.
Volví a mi tienda. Él ya estaba ahí, sentado en el suelo. Sonreí cálidamente, y le abracé, apoyandome sobre él y obligandole a acostarse. El gato pareció alarmado durante un breve instante, pero no tardó en calmarse y recibirme con un agradable ronroneo.
-Te he echado de menos.- susurré, mirándole a los ojos.
-Yo también.- admitió. Le abracé más fuerte, notando su pelaje contra el mio. Durante ese momento, nada importaba. Pero notaba algo. Algo en su mirada parecía preocuparle. Ladeé la cabeza. -Es solo que... no podemos hacer ruido.- dijo, bajando aún más la voz. Suspiré. No quería admitirlo, pero me molestaba. -Lo siento.-
-No pasa nada.- aseguré. Me separé un poco del gato, aunque mantuve mi mano bajo su camisa, acariciando ligeramente su costado. Acerqué mi hocico al suyo, y los froté cariñosamente. Syl sonrió. Y me besó.
Y eso era cuanto necesitaba para ser feliz.
Asher Daregan
Aerandiano de honor
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