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Mensaje  Ger Mar Jun 26, 2018 9:04 pm


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Los ejércitos del flamante Rey Rigobert avanzaban estrambóticos por los bosques de Sandorái rumbo al sur. Nada les importaba. Aquellos trabuquetes, balistas y arietes tenían que llegar a los muros de Lunargenta antes de la séptima luna tras el solsticio de verano, y el rey estaba dispuesto a hacer cualquier cosa.

Las máquinas eran tan enormes. Tan pesadas. Que por delante del enorme ejército del rey avanzaban los llamados “taladores”. Hombres y mujeres que se dedicaban a talar árboles y apartarlos del camino para hacer paso a las enormes armas de asedio del ejército del Norte.

A Rigobert poco parecía importarle la naturaleza. Sin embargo, al clan de elfos conocido como los Galonudril sí que parecía molestarles la salvaje tala y los enormes disturbios que causaba el avance del ejército del Sur.

-¡Avanzad! ¡Rápido o no llegaremos! – se desgañitaba el rey Rigobert, con su repelente voz chillona, poniéndose rojo cual tomate por los nervios y la tensión.

Holnil Galonudril, joven caudillo de la avanzadilla elfa que acechaba desde las sombras a los dragones, que ni siquiera imaginaban que estaban siendo observados. Hizo una señal a sus hombres, pintados con marcas de guerra para que se apartasen. Los ejércitos eran demasiado grandes como para hacerles frente. Holnil guió a sus hombres que, espoleando a las hallas que montaban, una especie ciervos de pelajes claros y con cornamenta enroscada, no tardarían en llegar a la villa del clan.

En cuanto los hombres llegaron al poblado, todos los habitantes salieron de sus casas, talladas entre árboles altos, a la pequeña plaza central, aguardando las nuevas notricias que traían Holnil y su cuadrillo.

-Holnil, ¿qué noticias traes del ejército? ¿Qué hace aquí? – preguntó en un perfecto élfico aquel que parecía el chamán líder del clan.
-Maese Faramil. – dijo haciendo una reverencia al anciano. - Por lo que hemos escuchado, los ejércitos de Dundarak sólo están de paso. Se dirigen a Lunargenta, donde una guerra les espera, y ven este como el camino más corto para traspasar su enorme maquinaria de guerra. – comentó con cierta preocupación. – No les importa llevarse consigo árboles o animales si con ello consiguen llevar sus máquinas.

El venerable se atusó la barba y miró reflexivo al suelo. Lo más sensato sería dejar pasar a aquellos desalmados, de los que probablemente no volverían a ver. Falamil era un hombre sabio, que no buscaba la guerra. Sólo quería tranquilidad. Y pese a la arrogancia habitual de los elfos, él tenía muy claro que no expondría a su pueblo a una hipotética guerra contra todo el ejército de Dundarak.

-En ese caso, pese a la destrucción que traen consigo, les dejaremos que pasen y se vayan. – comentó el sabio. – No debemos entrar en conflicto con alguien tan poderoso.
-Sólo hay un problema, Maese. – instó el hombre con preocupación.
-¿Y cuál es? – preguntó.
-Que el poblado está en su trayectoria. Llegarán en escasa media hora, y no podrán tomar otro camino pues estamos rodeados de vados y eso les retrasaría demasiado. – comentó con cierto tono de preocupación. Haciendo que todos en la aldea suspirasen con miedo y terror.

Las enormes máquinas destructoras estaban al caer sobre la villa de los Galonudril. ¿Para Rigobert? No eran más que moscas en el camino.

* * * * * * * * * * *

El Rey Rigobert III trata de llevar  sus ejércitos del Norte a través de los bosques de Sandorái. El tiempo apremia y el paso por el pueblo de los Galonudril se antoja como el más rápido. Pero será imposible que las enormes máquinas de guerra pasen sin tener que derribar las casas de los elfos.

Primera ronda de la mision:

Duración: Dos turnos.
Objetivo: Narrar la llegada del ejército de Dundarak al pueblo de los Galonudril. Tendréis que tratar de convencer a Rigobert para tomar otro camino o bien apoyarle en su idea de abrir camino destruyendo el pueblo de los elfos. Uno de vosotros tendrá que tirar una runa y valoraré como de efectivos son vuestras palabras. Podéis sustituir la runa con una runa o habilidad que ayude vuestra elocuencia.

PD: Helyare, si mal no recuerdo, tienes un hada que ataca a la gente cuando se pone agresiva. Rigobert es puro nervio y como le lleves la contraria, puedes acabar con un problema. A ver cómo actúas.
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Mensaje  Helyare Vie Jun 29, 2018 4:48 pm

Ella, junto a un grupo más de guerreros del norte, se había adelantado al resto de soldados del rey, que transportaban maquinaria bastante pesada y tan extraña que no la había visto jamás. Era de esperar que sacasen varios días de ventaja a su caminata, montados a caballo. Llegaron a la península de Verisar para obtener información y hacérsela llegar al rey Rigobert. En realidad, Helyare estaba “por estar”, no le importaba esa información, no le importaba la guerra siquiera. Y no había bajado a Lunargenta con los demás, se había quedado en Vulwulfar los días que durase el viaje. Ya se reuniría con ellos. Por suerte, había un pequeño grupo que se había quedado en esa ciudad para obtener más información adicional, y cuando se fueran, regresaría con ellos. Si ella estaba en esa guerra era por acompañar a Ingela, y porque buscaba su propia información.

Días después, volvieron hacia donde estaba el rey del norte. Tras horas de camino, pudieron ver cómo las tropas del monarca y sus enormes máquinas entraban en Sandorai. Ese no podía ser el camino…

Los árboles empezaron a caer, se escuchaban desde varios metros a la redonda y Helyare no tardó en hacer avanzar a su caballo al galope para intentar encontrarse con quien estaba haciendo esa masacre. ¡Y parecía que a los demás les daba igual! Se quedó a un lado, mirando con expresión descuadrada a los soldados que avanzaban por el “camino” que estaban abriendo con las máquinas. Espoleó a su caballo para tratar de acercarse a donde estaban los de la maquinaria, pero los soldados le prohibieron el paso. Tenía que guardar las líneas, no podía salirse del camino ni de su fila –vuelve a tu sitio –le dijo uno, cortándole el paso con la lanza.
¡Tengo que hablar con el rey! ¿¡Qué están haciendo!? –señaló a los árboles caídos.
No puedes hablar con el Rey Rigobert ahora. Vuelve a tu sitio –repitió. Pero la elfa, nerviosa por lo que le estaban haciendo al bosque, ignoró su orden. Sacó el arco rápidamente y apuntó al soldado que le impedía el paso, mientras el resto de guardias avanzaban, salvo un par que se detuvo para ayudar a su compañero. La elfa miró a todos lados, buscando una forma, incluso pensó en arrollarlos con el caballo. Pero desistió de la idea, sería más rápido avanzar y tratar de interceptar las máquinas.

El ruido de los árboles era estruendoso a sus oídos. ¡Ahí había almas! Esos árboles eran antiguos elfos, familias, esencia de sus dioses. ¿¡Por qué tan poco respeto!? Podían haber entrado por el este, ir a Baslodia, a Vulwulfar. Pero no arrasar el bosque de los elfos. Se dio la vuelta y, cuando los tres soldados volvieron a sus filas, se coló entre los árboles. Nillë iba con ella, con cara de preocupación. La de impotencia ya la llevaba Helyare al ver que no había podido hablar con el rey. Pero hablaría…
Avanzó entre los árboles a toda velocidad, buscando adelantar a las máquinas e impedir que siguieran destrozando el bosque. Los árboles seguían cayendo; para su desgracia, no tenían intención de parar con la tala. Y, entre el estruendo, se escuchaba la odiosa voz del rey. Al llegar a donde quería, sin apenas perder tiempo, disparó una flecha que pasó a escasos centímetros de la cabeza del rey. Aprovechando el desconcierto, salió de entre los árboles y se colocó frente a la comitiva, frente a las máquinas, bajándose del caballo y dándole un suave golpe para que se alejara, con su arco en la mano. Con la primera flecha no había tenido la intención de matarlo, pero…

El odio se podía ver en su rostro, a pesar de estar cubierta parte de su cabeza. Notaba presión en su cabeza, ardor en la cara por la rabia que sentía. Estaba muy tensa, si hubiera estado sola se le habrían caído las lágrimas al ver los árboles arrancados. También estaba sorprendida, aunque intentó no aparentarlo; frente a ella pudo ver las enormes y extrañas máquinas que había traído el rey para la guerra, mas, a diferencia de lo que pensaba, las máquinas no eran las que talaban los árboles. ¡Peor! Eran personas quienes lo hacían. Su cara seguía descuadrada al ver que era gente la que estaba destrozando los árboles para permitir el paso a esa maquinaria tan estrambótica. No los había podido ver, metida entre los grandes ejércitos que bajaban del norte, pero en ese momento les dedicó una mirada de odio a todos.

Sin mediar palabra cargó su arco, de nuevo, y disparó a uno de los taladores, que quedó de pie junto al árbol después de que la flecha entrase por su cuello y se clavase en el tronco. Ahora la escucharían y ese tipejo había acabado con la mirada socarrona que le había dedicado cuando había visto que trataba de proteger los árboles. La elfa pasó una mirada de puro odio a todos los que tenía enfrente. Los miembros de la guardia personal del rey, rápidamente, levantaron sus armas al sentir la amenaza, pero no les hizo caso a ellos, sino al rey, a quien se dirigió, sin moverse de su sitio, frente a todos.
¿Se puede saber qué haces? Largo –increpó uno, tan borde como los primeros, que ahora estarían parados en medio de las filas de guerreros.

Ignorándolo alzó la vista para dirigirse al dragón –¡Daos la vuelta! ¡Retira a tus hombres! ¡No podéis pasar por aquí! Hay poblados –gritó para hacerse oír –¡estáis destrozando el bosque, nuuku… imbéciles! ¡Id por otro camino! –bramó, muy enfadada, al ver el destrozo que habían hecho en una parte del bosque –nályel taig’sleanra, ud’raan… –dirigió la mirada a los que estaban delante, los taladores; algunos habían ido a intentar ayudar a su compañero. –Lo merecéis por haber sesgado los árboles –dijo entre dientes, para luego volver la cabeza hacia el monarca – ¡No seas idiota y dile a tus hombres que vayan por otro lado! –repitió –¡Los árboles son sagrados! ¡Marchaos y buscad otro camino! ¡Podéis ir por Verisar, no necesitáis destruir el bosque! –no parecían muy por la labor de cambiar de rumbo, sin embargo, miraron al rey para ver su opinión.

Nillë permanecía cerca de ella, atenta a las peticiones que su compañera les estaba haciendo a los guerreros. Iba a ser difícil que retrocedieran, pero Helyare no iba a permitir que diesen un paso más a través del bosque; no si iban a destruirlo. Ya habían destruido muchos árboles y, cerca de ahí, sabía que había un poblado. ¿También pasarían por encima? Estaba muy, muy cerca. ¿Se habrían enterado los elfos de que llegaban estas huestes? Clavó la mirada en la del rey, buscando algún atisbo de comprensión por lo que estaban haciendo.


Traducciones:
off:


Última edición por Helyare el Vie Jun 29, 2018 4:49 pm, editado 1 vez
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[MEGAEVENTO: GUERRA] El atajo de Sandorái Empty Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] El atajo de Sandorái

Mensaje  Tyr Vie Jun 29, 2018 4:48 pm

El miembro 'Helyare' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses


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Mensaje  Siria Lun Jul 09, 2018 8:33 am

El viento sacudía suavemente nuestras ropas, entregándonos un confort frente al clima tan distinto de las praderas del norte. Estabamos acostumbradas al frío, al desgaste, a la lucha por la supervivencia, y estas tierras cálidas nos hacían olvidar aquellas sensaciones, aquellos pensamientos que nos llenaban de alertas, de estar preocupadas por el clima. El cierto sentido, teniamos celos de los elfos. Sentíamos que la tenían mucho más fácil, como si los dioses originalmente les hubieran dado una gran bendición. Pero cuando pensaba de esa forma, recordaba que, en nuestra sangre, circulaba un regalo mucho más hermoso, algo que trascendía el tiempo y el mundo en si. Y también estaban nuestros ancestros, quienes hicieron de lo inhóspito su hogar. Cuando lo pensaba de esa forma, no sentía que debíamos tener celos, en lo absoluto. Teníamos una enorme bendición en nuestros corazones, una que se heredaba de generación en generación, que se multiplicaba y se hacía nuestra.

Quizás era por ello que no lo entendíamos, al igual como otros no nos entendían.

Nadie de nosotros se hizo una idea clara de por qué nos quedamos estancados de un momento a otro. Algunos prefirieron quedarse quietos a la espera de alguna orden, mientras que otros corrían hacia adelante, donde se encontraban los taladores. Nosotras hubieramos quedado en el primer grupo, pero un guardia corriendo en la dirección contraria al resto buscaba el auxilio de alguien

- ¡Necesitamos una enfermera, rápido!

Era usual a veces tener accidentados debido a la apresurada labor de talar y llevar las armas de asedio en el bosque, pero la urgencia con la que se escuchaba, y sumado al detenimiento de las tropas, hicieron que Leveru siquiera se preguntara lo que ocurría. Tanto las dos que quedabamos la seguimos por detrás, casi instintivamente, como si de alguna forma también estuvieramos involucradas en todo ello.

Lo que nos encontramos fue algo que recordaríamos para siempre.

Por un lado, mis oídos no podían dejar de escuchar a aquella voz que recordaba, que exclamaba con un fervor y odio que pocas veces presencié. Sus exigencias estaban detrás de insultos y de palabras desconocidas a nuestra lengua, nublando la quizás noble intención que tenían detrás. Peor aún, aquellas iban dirigidas a nuestro monarca, sin el miedo de enfrentar a las tropas que estaban delante de ellas y detrás de él. Aquella voz la reconocía sin verla, ya habíamos coincidido en nuestros caminos dos veces antes de hoy, aunque nunca había llegado a ese nivel de agresividad y odio.

Quizás en contraste, mis ojos no se despegaron de Leveru en todo momento que actuó. Uno de los taladores había sido atravesado en el cuello por una flecha, mientras sus compañeros desesperadamente iban a socorrerlo, aun cuando la vida se le escapaba tan rápido como la sangre que derramaba. Desconocía si aquellas flechas eran mágicas o normales, pero su forma de actuar fue increíblemente rápida y precisa. Al ser una dragona de tierra, sus uñas eran increíblemente cortantes, como si se trataran de un mineral, y cortaron un extremo de la flecha, la punta hecha para evitar que pudiera ser removida. Con la misma precisión, empujó rápidamente el cuerpo del talador en el mismo ángulo en donde había entrado la flecha, quedando el cuerpo liberado de esta y la flecha ensangrentada quedandose en el árbol.

Más cuando se le removió la flecha de su cuello, la herida escapaba de cualquier cosa que podían hacer los dragones presentes, y la muerte era algo inescapable para el leñador. Pero fue la delicadeza de la misma raza quien intentó quitar su vida la que terminó salvándolo.

Sorpresivamente, una mujer de vestiduras hermosas y de una gran belleza había llegado al lado del leñador, sin que los presentes se dieran cuenta, colocando sus dulces manos en su cuello. Lentamente, la vida que se escapaba abandonó su objetivo mientras las perforaciones sanaban. Era una elfa, especializada en sanar. Junto con ella, sin embargo, aparecieron muchos más elfos en el lugar, todos liderados por alguien que parecía ser el líder, cuya mayor característica que tenía era su barba.

De pronto, el ambiente cambió. Era algo raro de sentir, era como si todo a nuestro alrededor cambiara de sentimientos y de miradas. Era palpable, aquella vez, la serenidad y la tranquilidad de los bosques, fama que se conocía por todo el mundo, mezclada con algo de tristeza y miedo que hacía que el viento se sintiera único en nuestras mejillas, como si abrazara esos sentimientos y los hiciera sentir a todas las tropas.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta que no eran los elfos quienes aparecieron repentinamente. Eramos nosotros quienes invadimos la serenidad del bosque hasta llegar a sus hogares, tal y como la elfa había dicho antes.

- La dama presente no miente, mi señor - el sujeto habló con una voz calma y sabia, se sentía algo reconfortante escucharlo - Durante años, nuestro pequeño asentamiento se ha refugiado entre los árboles que tiene a su alrededor, por el lugar en donde vuestro ejército contempla recorrer.

Entre toda la situación, su majestad parecía inmutable. Aun cuando muchos elfos parecían querer detener al ejército mediante el diálogo, era impensado que pudieran hacer algo a través de un conflicto.

- Salgan del camino - simplemente respondió, sin mostrar algún ápice de haber escuchado las palabras del anciano o de Helyare

Creo que, entre todos los presentes, ninguno de nosotros se sorprendió frente a sus palabras.

- Apelo a su buen sentido del deber, a evitar una injusticia contra un pequeño pueblo que no está en contra de lo que busca. Solo queremos…

No alcanzó a terminar sus palabras cuando varios guardias, al igual que como hicieron con Helyare, de acercarse lentamente a los elfos con la clara intención de sacarlos del camino. Pero lentamente empeoraba, debido a que algunos de ellos, por muy pacíficos que decían ser, no planeaban perder todo lo que consideraban su hogar por tantos años. Incluso se podía ver en sus ojos la completa intención de defender lo que les quedaba, aun cuando les costara la vida.

- Dices que no están en contra de nuestros objetivos, y sin embargo, uno de ustedes no tiene problemas en atacarme, o a alguien de nuestras tropas, sin mirar si ha de morir por la insensatez de su raza.

Las palabras eran duras, y en algo tenían de razón: cualquier persona pacífica que quisiera haberse comunicado con las tropas no hubiera casi arriesgado a la muerte a uno de los leñadores. Pero también era injusto, pues de alguna forma necesitaban llamar su atención, para hacerle llegar sus reclamos.

Desgraciadamente, la tensión comenzó a subir en el ambiente debido a su negativa. Voces se alzaban, mientras de inmediato otras intentaban acallarlas. Lo siguiente que vendría sería como muchos conflictos escritos en la historia desde hace mucho, aquellos escritos con sangre y remordimientos. Pero esta vez sería distinto. No solo recordaríamos para siempre lo que sucedería, sino que recordaríamos para siempre que nos alzamos contra inocentes, contra los débiles, los que no pueden levantar su voz contra quienes los oprimen. Aquellos eran inocentes, no tenían la culpa de lo que sucedería, pero eso no importaría.

No estaba dispuesta a dejar que aquello sucediera.

No me importaba pasar a la historia como una traidora, una incitadora o una agitadora. Así también, no me importaba quedar como una santa, una salvadora o una justiciera.

Simplemente, no quería que nadie muriera este día...

---

Las notas del arpa comenzaron a salir tímidamente de su rincón, comenzando con tonos altos, pero tristes. Quien tomaba el instrumento lo sostenía de forma firme, como si inconscientemente necesitara aferrarse a un coraje que en su interior no creía poseer. Sus ojos cerrados no fueron impedimentos para dar algunos pasos hacia adelante, alejandose del tumulto testigo del conflicto. Al principio, solo llamó la atención de algunos guardias, quienes se encontraban más preocupados de lo que sucedería, pero lentamente cada uno movió su cabeza hacia la dulce voz que comenzó a inundar el ambiente.*

off:

Reia nu sheri
Vish pha le ghathi
Ye lett kai shinessa
Vap fasa fa ruli

D phra dret cgrahl
Sya lenet clafo
O me qfilaha yo b fa
Foa mi Do exi syunaha la

syulow del falta rarni
Zen nio fo hasyua ka rurni mi syula
Ye lett
Kreigha dza
Ye lett fumi
Pha jirao fou det ma
Reiha cra
Mi syalenbi syeelu
D fatlu fi faka

Reia nu sheri
Vish pha le ghathi
Ye lett kai shinessa
Vap fasa fa ruli

D phra dret cgrahl
Sya lenet clafo
O me qfilaha yo b fa
Foa mi Do exi syunaha la

syulow del falta rarni
Zen nio fo hasyua ka rurni mi syula
Ye lett
Kreigha dza
Ye lett fumi
Pha jirao fou det ma
Reiha cra
Mi syalenbi syeelu
D fatlu fi faka



Fue algo que muchos habían sentido por primera vez en sus vidas. La voz, a diferencia del tímido instrumento, comenzó de una manera cálida y serena, como si fuera ajena a los sentimientos que inundaban a los presentes. Y sin embargo, se sentía como si comprendiera a cada uno, entendiera lo que apretaban sus corazones y nublara sus razones. Era como si el tacto de una madre invadiera dulcemente el corazón de cada uno, lo envolviera en su regazo y quisiera separar el dolor, el cansancio, el miedo, todos esos sentimientos y, aunque fuera por un instante corto y efímero, hacerlos desaparecer.

Por ello, no extrañó que un silencio absoluto inundara el ambiente. Podías escuchar al viento todavía abrazando a los presentes, moviendo las hojas de los árboles haciendo un sonido tan naturalmente hermoso. Incluso, por un momento, muchos olvidaron el por qué estaban ahí. Y sus ojos se depositaron en la figura que les otorgó aquel cúmulo de sensaciones.

- Su majestad - alzó la voz con esa calidez y suavidad con la que había entregado sus sentimientos, pero firme y haciendose notar por todos los presentes, con orgullo y fortaleza, como si de alguna forma estuvieran escuchando con atención a una gran heroína de tiempos ancestrales - En toda mi humildad, le solicitaría, bajo su permiso, decir algunas palabras.

Pudo haber sido la intervención de la dragona, la canción que pudo quedarse en su mente y corazón, o quizás solo que en su cabeza otros asuntos atendía, pero guardó silencio mientras la miró. Aquello, por todos, se pudo entender como una afirmación silenciosa. No olvidando a quienes habían resistido el paso de los dragones, dio media vuelta para encontrarse con los ojos del venerable líder de los elfos de aquel lugar. Estuvo a punto de hacerle la misma petición, pero antes de hacerla, recibió una humilde afirmación con la cabeza por parte del sabio. Y la joven dragona pudo sentirse más segura de lo que había decidido hacer.

- Cuando nuestros primeros ancestros decidieron peregrinar buscando a nuestros Dioses, muchos no entendieron lo que realmente buscaban. Algunos decían que habían perdido la cabeza, su uso de razón. Otros habían abandonado a los Dioses Dragones por otras Deidades a las cuales dales su fe. Muchos creyeron que estaban aferrandose a algo inútil, a una creencia sin sentido, que estaban muriendo en las tierras del norte por nada.

Se podía sentir su voz en cada corazón que latía en el lugar. Muchos recordaban las historias del pasado, como su hubieran sido alguna vez los protagonistas de aquellas indecisiones. Y en un cierto sentido, lo fueron.

- Pero continuamos, porque fue lo que creíamos desde lo más profundo de nuestros corazones. Y fuimos escuchados. Cada uno de nuestros antepasados - la joven tocó en el hombro a uno de los guardias que estaban ahí, quien estaba embelesado escuchando su relato - Y recibimos uno de los regalos más sagrados que podría recibir un mortal en esta tierra - su mano se dirigió hacia su corazón, tocando aquella parte de su pecho delicadamente - Recibimos su sangre.

El orgullo de una raza, algo que hacía alzar de orgullo hasta al más pequeño de las tierras del norte. Unificaba un pueblo más allá de lo que otros pueblos podrían alcanzar. Los hacía sentirse fuertes en los momentos más difíciles, y más gentiles en los momentos más duros.

- Pero no solo recibimos su sangre. Recibimos un secreto, algo que no nos daríamos cuenta hasta muchos años más adelante… - miró a su alrededor, sin perder de vista los ojos que centraban su atención en ella, sin ignorar a las esperanzas que se depositaban en ella - … heredamos sus esperanzas. Más allá de la fuerza, de poder transformarnos, de usar los elementos… lo que realmente heredamos es la esperanza que tenían en nosotros para hacer un cambio, en un mundo en donde lentamente nos alejamos cada vez más de lo que es realmente importante.

Algunos se miraban mutuamente, otros reflexionaban sobre las palabras de la joven. Todo en completo silencio, respetando la voluntad que se presenciaba en aquel día.

- En estos momentos nos dirigimos a la guerra, a la ciudad de los humanos en donde tenemos las esperanzas de hacer las cosas bien, de rectificar las injusticias - esta vez, volvió a mirar a Rigobert III, y a diferencia de muchos quienes podían mirarlo en aquel día, su mirada mostraba decisión, como si en su corazón estuviera inundada de convencimiento de sus palabras - Y por esta razón nos encontramos en estos bosques, en donde árboles han visto morir a sus hijos, así como las personas que pelearon en las Guerras Illidences hace ya miles de años. La gente que está delante de usted, su majestad, son los hijos de aquellos que pudieron contar la historia, de quienes debieron salir adelante después de perderlo todo.

No sabía decir cuán efectivas eran sus palabras en llegar al corazón del Rey, de quienes lo seguían o de quienes se le oponían. El silencio era tan angustiante a veces que nadie sabía realmente lo que podía pensar el que estaba al costado de cada uno.

- Al principio, hablé de lo importante que es nuestra herencia, porque otras razas jamás lo entenderán. No entenderán lo que significa para nosotros, para cada uno, lo que significa llevar consigo esta sangre, y estas esperanzas. Más, de la misma forma, nunca entenderemos completamente lo que otras razas consideran como “sagrado”. Nunca entenderemos realmente el dolor que les causa el que destruyamos sus bosques. Pero si hay algo que podemos saber, su majestad, y es el cómo cada uno de ellos le está implorando, en estos momentos, que tome una decisión que sea con la más grande de las grandezas del alma.

Y en un acto inesperado para todos los presentes, la joven lentamente bajó su cuerpo hasta que ambas rodillas tocaron el suelo, consiguiendo el soporte para inclinar su espalda hacia abajo, inclinándose respetuosamente hacia el rey, como si su solicitud emanara desde lo más profundo de su honesta alma.

- También me sumo a ellas. Lo hago porque tengo la convicción de que no necesitamos hacer sufrir a otros en nuestro camino. Porque creo en usted, su majestad, y en que será capaz de hacer el mayor bien para todos.

Si hubiera sido una guerrera reconocida, una diplomática importante, o una embajadora del saber, quizás hubiera sido tomada en cuenta más de lo que podía ahora. Entre toda la gente importante en el lugar, entre todos los guerreros, dragones, elfos, lunáticos, sabios, y reyes, ella solo era una granjera cuya vida jamás había sido importante. Inexperta del mundo, intentando conseguir algo quizás alejado de lo que podía hacer.

Era solo eso, una granjera.

Y solo podía recorrer el camino que su corazón le indicaba.

off:

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[MEGAEVENTO: GUERRA] El atajo de Sandorái Empty Re: [MEGAEVENTO: GUERRA] El atajo de Sandorái

Mensaje  Ger Mar Ago 07, 2018 10:46 pm

Era admirable el valor de los elfos cuando las máquinas de guerra de los dragones se postraron delante de sus casas. Dispuestos a cortar lo que fuera necesario para hacer pasar los trabuquetes y otras máquinas de guerra tan enormes. Su Majestad, el joven rey Rigobert III, no parecía muy dispuesto a dejarlos pasar. Y cuando vio que la caravana detuvo su paso, alzó su movimiento hasta donde se encontraba un anciano. Y junto a él, dos caballeros dragón que, por el momento, se mostraban dialogantes.

-¿Qué sucede? – preguntó inquieto el joven rey cuasiadolescente.
-Majestad, los elfos no parece que vayan a querer dejarnos pasar. – comentó en primera instancia.

La respuesta no gustó a Rigobert. Y cuando la elfa, Helyare, que venía acompañando la expedición, apareció para oponerse a los planes del maquiavélico rubio. Éste no pudo sino soltar una carcajada. No sin entender ni pizca de lo que decía. Se cruzó de brazos y cerró sus puños. Momento en el que apareció otra mujer, esta vez una dragona, a hablar de manera más pacífica. Sus palabras le tranquilizaron. De no haber intervenido ésta, el rey probablemente habría enfurecido aún más y no habría quedado ni rastro de aquel pueblo. Poco podían hacer cuatro arqueros contra un ejército entero.

Pero... ¿Y a las palabras de Helyare? ¿Cómo reaccionó Rigobert? El Rey no dijo nada. Y es que, en ocasiones, un gesto vale más que mil palabras.

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Helyare y Rigobert, una relación que no empieza bien.

-¡APRESAD A ESTA DESGRACIADA OREJAS PICUDAS! – ordenó su Majestad después de gesticular.

Y lo que uno de sus fieles hombres hizo fue desenvainar su arma y dirigirse a por Helyare. – Entrégate y no te haremos daño. – clamó el valiente legionario, dispuesto a cumplir su labor y a devolver a la elfa al carro de la prisión que cualquier ejército que se preciara siempre llevaba consigo, en la parte trasera del campamento.

Estuvo cerca de hacerlo, pero Nillë dejó de revolotear del lado de la elfa y se lanzó a por aquel que mostró posturas ofensivas contra su hermana mayor. El hadita se introdujo por la manga y, después, recorrió todo el cuerpo del hombre, provocando una serie de quemaduras y cortes que hicieron que el tipo terminara desangrado en el suelo. Mas no existía legislación aplicable contra un hada. Sí contra su dueña, responsable de ello. Se hizo un silencio tremendo. También exclamaciones sorpresivas. Pero los daños al hombre eran mortales. Todo el mundo terminó horrorizado.

El propio Rigobert podía ser un incompetente comandante. O quizás tuviese manías de tirano. Pero no era un cobarde, y ya lo había demostrado al enfrentarse y derrotar a la todopoderosa Lucy Fireheart, Alta Encantadora de la Logia. Mientras todos sus hombres permanecían acongojados, fue el propio rey quien no tardó en dar ejemplo, descender de su caballo y alzar su propia espada, la Castigadora, contra Helyare.

Clavó su espada en el suelo y generó nuevamente una grieta que se extendió hasta la ubicación de Helyare, la rodeó, dando paso a raíces que tomaron a la elfa por las manos y los brazos. Rigobert no tardó en mirar a ésta desafiante.

-¿Qué castigo debería recaer sobre alguien que se rebela y aniquila a uno de mis hombres? – preguntó y se acercó a su rostro. - ¿Qué me impide matarte aquí mismo por tu impertinencia y osadía? – entrecerró los ojos, la miró pensativa. – Sí… Quizás sea el primer reo que vaya la Senda durante mi mandato. ¿Te gustaría? – Y rió levemente, luego se alejó y alzó su espada. El anciano de la aldea lo miró. Se podía percibir el miedo en sus ojos. El suyo y el de todos sus compañeros. - A ti, y a todos aquellos elfos que impidan mi paso. ¡Al futuro rey del mundo y a todas mis máquinas! – Se podía decir que la humildad no era una de las virtudes del nuevo rey.

No hizo falta más. Los caballeros dragón tomaron a Helyare y la sacaron a la fuerza de la escena, donde un hechicero de la Logia encapuchado, tomaría un báculo. Las altas encantadoras Lucy Fireheart y Abbey Frost también estaban allí, pero no intervinieron en la decisión. Simplemente vieron como su compañero marcaba a Helyare en el antebrazo con la marca del cuervo. Algo que en el Norte significaba que eras “un ladrón, un asesino o un traidor”, en resumen, una persona de malas influencias cuyo castigo era la Senda nevada. Por último, Helyare fue encerrada en una carroza.

Después, Rigobert miró a Siria. Su discurso había sido inspirador. Posó su mano enguantada en sus perneras de brillante armadura de mitril, el mejor material existente en Aerandir. Miró a la granjera fíjamente a los ojos. No sabía qué había pasado, pero el rey, pese a ser un caprichoso, estaba dispuesto a reducir su énfasis.

-Nobles palabras las tuyas, aldeana. – afirmó. Y luego se postró ante. - Dar marcha atrás ahora es imposible, pero trataremos de avanzar con el menor número de pérdidas arbóreas, aunque lleve algo más de tiempo. Además, Dundarak ayudará a la reforestación de todo el daño ocasionado al bosque. – luego miró a sus sirvientes e hizo una mueca de repugnancia. – Y dadle un caballo a esta mujer.

* * * * * * * * *

Esta solución afectará al resultado de la guerra, pero al menos sois buenas personas.

Helyare: ¿Qué parte de ser dialogante es lo que no has entendido? Te has opuesto al avance del rey y tu hadita ha hecho el resto. Puedes dar gracias de que Siria ha logrado calmarlo ligeramente. Eres apresada, marcada y arrestada por sus hombres, quienes te llevarán a una caravana. Desde allí serás una espectadora de lujo del asedio de Lunargenta. Finalmente terminarás en los calabozos de Dundarak y tendrás que hacer un mastereado en la senda Nevada, como fallo a tu juicio y ataque a uno de los hombres del rey. Un paseíto por la nieve muy divertido.

Marca del Cuervo: Eres marcada con la marca del cuervo, que cubre todo tu antebrazo derecho. A priori no es una (otra) maldición por tus pésimas acciones. Esto simplemente te dejará como una "ladrona, asesina o traidor". En definitiva, simplemente cualquier NPC o usuario que sea un poco culto sabrá que no eres trigo limpio. Así que procura taparlo.

Tattoo:

Siria: Has caído en gracia por tus palabras y tranquilidad al rey Rigobert. Y por ello, éste te pedirá que le acompañes personalmente en su avance. Rigobert te dará un caballo blanco que pasará a ser tuyo cuando el hilo termine.

Antes de daros las recompensas, tendréis que narrar el avance de las máquinas causando los menores destrozos posibles, y su llegada a Lunargenta con el paso de los días. Tenéis libertad creativa. ¿La diferencia? Una lo verá desde una caravana prisión, la otra junto al rey. La misión era de dificultad sencilla, por lo que no será necesario ahora que tiréis runa.

Extra: Habéis conseguido que los dragones sientan algo de afecto por los elfos. La voz no tardará en correrse entre todos los pueblos del bosque. Esto puede parecer una nimiedad, pero tendrá importancia en futuras tramas.

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Mensaje  Helyare Miér Ago 08, 2018 12:12 pm

Sólo por el gesto que había tenido para con ella, Helyare sintió ganas casi irrefrenables de atravesar el cráneo del rey con una de sus flechas. Llegó a cargar el arco, incluso. Pero no le dio tiempo a apuntar, pues cuando el monarca ordenó su arresto, Nillë intervino para hacer que desistieran… a su modo. Uno de los guerreros acabó en el suelo, desangrado. Rápidamente, el hada fue junto a su compañera, que permanecía impasible, mirando al soldado en un charco de sangre. El pequeño ser se escondió entre los ropajes de Helyare, al mismo tiempo que el rey bajaba de su corcel. Ella siguió igual. Hubiese sido un completo silencio incómodo de no ser por los gritos de sorpresa que daban los del ejército. Estaban asustados. Pero el rey no.

En cuanto vio que se acercaba tensó la cuerda del arco, directamente apuntando hacia él –retira las tropas –insistió. Las palabras de la dragona que había visto en el norte, parecieron tranquilizar a todos. Incluso a ella misma, pero no cesó en su intento de que se fueran. Eso sí, no estaba tan alterada como hacía unos minutos. Sin embargo, el rey Rigobert III no iba a dejar las cosas así como así. Una grieta avanzó a gran velocidad hacia la elfa que, confusa, miraba para ambos lados cuando se dividió. Del hueco empezaron a emerger raíces que la atraparon, pese a su insistencia por escapar –¡suéltame! –tironeaba hacia atrás para deshacerse del agarre de los árboles. El arco y la flecha habían caído al suelo y poco podía hacer para recuperarlos.

El monarca se acercó más y la elfa dejó de moverse por unos instantes, mirando de mala gana a ese niñato engreído. ¿¡Cómo podía haber gente que siguiera a ese tipo!? Era idiota. En cuanto se acercó a su rostro, ella le escupió, como gesto del asco que sentía hacia él –. Retira tus tropas de Sandorai –repitió, seca. ¿Acaso no había escuchado las palabras de la dragona? Había sido un discurso que, incluso a ella, le había emocionado. Al menos, había alguien que entendía lo que significaban esos árboles para ellos. Esa dragona había intentado transmitir la importancia del lugar donde se encontraban. ¿¡Por qué no escuchaba!? Helyare volvió a intentar zafarse de las raíces, aunque le resultaba imposible –ojalá te maten por ir jugando a los reyes, niño engreído –masculló antes de que se diera la vuelta.

Unos guardias fueron a buscarla, y trató de escapar, quería que la soltaran, pero no lo conseguía. Pretendía vengarse de ese cretino. Pero varios caballeros dragón se lo impedían –¡soltadme! –. Para más inri, un encapuchado tomó un báculo para hacerle una marca en el brazo. En ese instante gritó al ver lo que estaban haciendo con su piel, ya bastante castigada con otras marcas. Se retorció bastante más fuerte que las otras veces, tratando de apartarse de ese hechicero –¡¡Que me soltéis!! –miraba horrorizada lo que le estaban haciendo –¡¡sucio brujo, deberías morir en una hoguera!! ¡¡Tú y todos los de tu maldita raza!!

Sin apenas dejarla tiempo para que pudiera recomponerse, fue trasladada a la parte de atrás del campamento. Enrabietada por el trato que estaba recibiendo, a pesar de la calma que había experimentado antes, seguía intentando zafarse. Por suerte para ella, estaba un poco equivocada: el rey sí había escuchado las palabras de la mujer. Mientras la trasladaban pudo escuchar que intentarían no destrozar más árboles y que reforestarían lo destruido. Helyare suspiró con alivio y, en ese momento, dejó de forcejear. Siguió el camino que le marcaban y acabó en un carro con barrotes. Se sentó en una de las esquinas, apoyando la cabeza en una de las paredes, contemplando la marca reciente que llevaba. Parecía un cuervo. Se mordió el labio con rabia e impotencia, sin saber qué hacer, pero maldiciendo infinitamente al monarca, deseándole la más atroz de las muertes.
La repulsión que sentía por el rey, ahora también la sentía por la marca que le habían hecho. Clavó las uñas en su antebrazo, presa de la ira. Al instante soltó un puñetazo al suelo de la caravana y empezó a rebuscar entre su bolso unas tiras de tela que usaba, precisamente, para taparse las otras cicatrices que tenía en ese mismo sitio. Las que llevaba ahora estaban destrozadas, así que empezó a ponerse otras nuevas y limpias.

El carromato avanzaba y ya no se oían los árboles caer. Ella estaba concentrada masticando su rabia, mientras acababa de ocultar esa horrible marca, y no se estaba enterando de nada. No fue al terminar cuando se dio cuenta de que no estaban cayendo árboles. Como mucho, ramas. A ambos lados de la caravana había ramillas, arbustos aplastados… pero ningún árbol. Se quedó contemplando durante unos minutos el rastro que estaban dejando los ejércitos del norte. Se notaba que habían pasado por ahí, pero, desde que había hablado esa muchacha, no había más árboles. O, al menos, no tantos. Vio alguno desquebrajado, pero no caído, ni partido. Volvió a suspirar aliviada al ver que sí que habían cumplido su promesa y se quedó ahí, callada y sin moverse en lo que duró el viaje. Más largo de lo habitual, sí, pero seguro para Sandorai.

Pasaron varios días, los que duró el trayecto sin hacer ni decir nada, hastiada de estar encerrada. Bien podría haber pedido hablar con el rey y disculparse, después de todo, habían pasado por Sandorai intentando hacer el menor daño posible, después de lo sucedido. Pero su orgullo era demasiado grande como para disculparse con ese cretino que, de primeras, tenía pensado pasar por encima de los árboles. Era un engreído y no iba a rebajarse a hablar con él por muy aburrida y harta que estuviera de su celda portátil. Y, aparte, sólo tenía cariño por una persona de su raza, se negaba a redimirse ante otro ser infecto que no fuera un elfo.
Eso sí, a quien debía estar agradecida era a la chica que había intercedido por ella. Aunque no la veía. Pero había salvado el bosque. Después de emprender de nuevo el trayecto, Helyare miró de refilón a los elfos que habían tratado de impedir que el rey destrozase su poblado. Al menos, quería que esa gente estuviera bien. Y, por suerte, gracias a la mujer que cantaba, lo estaban. Su pueblo había recibido daños, porque las máquinas esas eran enormes, pero nada que no pudieran arreglar. No hubo pérdidas tampoco. Y sus estúpidos cacharros avanzaron despacio hacia el final del bosque.

El camino por los senderos de Verisar fue mejor. Al menos, la elfa no tenía el corazón en la garganta, pensando en cuánto tardaría el rey en volver a su idea de pasar por encima de los árboles. Pero no fue así. La campesina había sido elocuente en sus palabras, así que, salieron de Sandorai sin más daños. Por fin pudo descansar, aunque estuviera en esa estúpida celda. Ignoraba los comentarios de los guardias, que de verdad la creían una completa traidora a su rey. Pero le daba igual. Ni eran una raza importante para ella, ni ellos, en sí, eran importantes. Y mucho menos su monarca, pues ella no tenía mucho aprecio por alguien que tenía poder absoluto para hacer y deshacer a su antojo. Y, por supuesto, tampoco por quienes lo seguían a ciegas. Le parecían poco más que idiotas.

Los días más largos que había vivido nunca, posiblemente. Aburrida, hastiada y cada vez con menos paciencia por seguir ahí encerrada, pero, tras la última puesta de sol antes de dejar el camino que seguían, llegaron a Lunargenta. Se podían ver, a lo lejos, los infranqueables muros blanquecinos de la ciudad. Había edificios destruidos, pero apenas se apreciaban bien. ¿Y ahora? No sabía qué le deparaba al estar ahí metida. El resto lucharían, pero, ¿y ella? No quería quedarse ahí, iba a ser presa fácil. De hecho, no quería quedarse en la guerra. Tan solo había bajado porque tenía asuntos pendientes, nada más. La contienda le importaba más bien poco, como si destruían la capital. Tampoco le interesaba que el tal Siegfried recuperase el trono, pese a que Ingela le había dicho que eso era importante. ¿Su amiga también seguiría a ciegas al cretino de Rigobert? Esperaba que no, pero algo que decía que… tal vez.
¿Cuándo me vais a sacar de aquí? –el gesto de uno de los guardias fue jocoso y la ignoró –, yo no tengo que rendir cuentas con vuestro rey. No es el mío.
Silencio, elfa. Te quedarás ahí hasta que ganemos la guerra. Luego ya se verá qué hacemos contigo. Es el precio a pagar por la traición –ella miró mal al soldado, soltando un bufido y poniendo los ojos en blanco, mientras la tropa seguía avanzando hacia la capital. Apretó la mandíbula, deseosa de poder estrangular al guerrero ese, tan ciego que seguía a un niño como su máximo líder. ¡Idiotas! Volvió a quedarse callada, pero no por la orden del dragón, sino porque intentaba maquinar cómo escaparse de ahí. A pesar de su molestia, ahí siguió, esperando la oportunidad para huir, mientras los ejércitos avanzaban dispuestos a asediar la capital. Algo que tuvo que ver, aunque le resultaba estúpida la guerra que tenían montada.
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Mensaje  Siria Lun Ago 20, 2018 1:44 am

Después que se me permitiese hablar todo lo que hablé, sentí como si mi cuerpo se hubiera desacelerado después de haber volado kilómetros por las planicies. La presión mental que había sentido fue algo que pocas veces había sentido en mi vida, pues solo estaba acostumbrada a dirigirme a gente que vivía sus vidas de manera normal, como cualquiera de nosotros. El joven Eltrant, por ejemplo, quien coincidí en una posada, o Wood, quien estuvo viajando conmigo hasta pocos momentos antes de que el ejército del norte decidiera dar un paso hacia la libertad de Lunargenta. O incluso Zöe, quien tenía encuentros… pues, bastante silenciosos y llenos de malentendidos. Pero todos eran personas que habían tenido un origen humilde, o vivían entre las personas normales.

A diferencia de todo lo que había vivido hasta ese momento, en ningún momento dejé de sentir a la gente que me observó cuando hablé. Hechiceros y dueños de gran poder mágico, personas de enorme prestigio, los consejeros más cercanos de la nobleza, gente que había entrenado toda su vida para el momento de la guerra, y por sobre todos, el mismísimo Rey de los Dragones.

Todos, escuchando lo que una campesina tenía que decir.

- … ¡Siria! - pude escuchar en un susurro alto, la familiar voz de Leveru - ¡Que Su Majestad viene para acá!

Hace momentos atrás, el Rey se había encargado de capturar a la Elfa… ¿Helyare era su nombre? Creo que es más fácil que la llame Hely de aquí en adelante. Pues, se había encargado de capturarla, de sentenciarla a ir en la parte de la prisión móvil de la caravana, no sin antes ser marcada. Un hechicero lo hizo, dejando su brazo sentenciado a ser acusada cuando los ojos de la gente del norte se diera cuenta. Mis amigas, tanto Leveru como Samantha, se apresuraron a moverme sutil y gentilmente hacia atrás, debido al riesgo que había generado el hada, pero cuando el rey comenzó a caminar hacia mi dirección…

La verdad… es que sentí cómo mi cuerpo se había congelado, solo pudiendo inclinarme levemente de donde estaba de pie. Mis amigas, a diferencia, se habían inclinado hacia él, colocando una rodilla en el suelo y presentando sus respetos. No pude hacer eso, y la verdad, si me hubiera puesto como ellas, quizás lo hubiera tomado como una falta de respeto, pues quizás quería que lo miraran a los ojos de manera respetuosa mientras hablaba. No pude ocultar mi nerviosismo, pues… era el mismisimo Rey el que me miraba. Distinto era que yo actuara a no se cuantos metros lejos de él a que estuviera cara a cara y frente a frente a mi.

Y entonces, se postró delante de mi…

- …

¿Han sentido alguna vez una sensación de que todo, absolutamente todo el mundo te está mirando, tu corazón está latiendo a mil por hora, el sudor se vuelve frío y se cuela por todos los rincones de tu ropa, tu rostro se vuelve tan rojo como un tomate, y sientes que piensas mil palabras por minuto? Queporejemplonopuedasarticularningúnpensamientocoherente, yqueestéscongeladamientraselreyprobablementeestáesperandoalgunarespuestatuya.

¡No, no, no, no, no iba a tocarlo! No era digna de ello, pero si tuve el suficiente valor, o cobardía, para postrarme ante él y bajar la cabeza lo suficiente como para que mi frente tocara el piso

- M-Muchísimas gracias por escucharme, Su Majestad – por los Dioses Dragones, casi se me salía un “U-usted también” como respuesta – Y muchas gracias por su Magnanimidad y piedad.



Momentos pasaron, y lentamente el ejército comenzaba a retomar la marcha. El pueblo elfo podía observar como quienes un momento atrás amenazaban sus vidas y lo que habían construido durante tantos años, ahora evitaban destruir todo a su paso. Muchas ramas, y a lo sumo un árbol o dos fueron los desafortunados, pero en los ojos de los lugareños, había paz y agradecimiento. No solo se evitó una catástrofe, sino que los dragones volveríamos a estas tierras, no para destruir, sino para crear un nuevo futuro.

Se podía sentir el agradecimiento en su mirada, pero la verdad… lo único que hice fue hablar. No hice nada distinto de lo que alguna vez me enseñó mi abuelo. En el fondo, nadie de allí era un villano que quisiera causarles dolor. Probablemente, si Hely no hubiera discutido, y amenazado con su arco… y su hada no hubiera matado a ese guerrero… pensándolo de esa forma, me di cuenta que todo se había complicado más de lo que alguna persona hubiera pensado. Pero aquello… no lo sé, no creía que hubiera hecho marcado una diferencia si no hubiera sido por el poder de mi canto. Era la forma en que los Dioses Dragones se habían manifestado aquel día. De haber sido una aldeana más, sin poderes, nada de esto hubiera sido posible, por mucho discurso bonito que hubiera dicho.

Pero.. los aldeanos estaban felices de no perder su hogar. En ese momento, solo pude alegrarme por ellos. Después de la guerra, planeaba volver a estos lugares, y esperaba que la próxima vez fuera sin un incidente como este.

No pude evitar pensar en Hely. Aunque había sido todo un caos, había actuado de buena fe. No quería que sus compañeros de sangre perdieran lo que era suyo, y supongo que los árboles eran algo más para ellos de lo que podíamos entender. No pude evitar preguntarme si nos odiaría eternamente por todo este incidente. Solo podía esperar que saliera viva de aquel juicio que recibiría, y si era así… solo podía esperar a que no descargara su enorme resentimiento conmigo, si es que nos volvíamos a ver.

Pero ahora, estaba el tema de “el Yak en la habitación”, el tema que era tan obvio pero que nadie quería tocar: una Doña Nadie estaba en un caballo blanco, viajando cerca de El Rey, en un lugar en donde probablemente nadie de ahí esperaba estar. Solo podía imaginarme que la gente en el área era de alta confianza con Su Majestad, algo así como consejeros y gente muy influenciadora en las decisiones de él.

No es que me sintiera incómoda, pero… no sé, para alguien que vivió toda su vida en las planicies, alguien de “origen humilde” no parecía “colar” mucho. Aunque ello no era mucho problema, pues si El Rey había decretado que me había ganado un lugar ahí, nadie protestaría por muy “humilde”, o entiéndase como “pobre”, que fuera. El me había considerado como alguien digna. Y no tenía por qué sentirme menos frente a nadie. Mis orígenes me hicieron lo que era, y permitieron que todo lo que había pasado, pasara.

Aun así, el que el mismísimo Rey se arodillara ante mi…

¡Ay, me sonrojo de solo pensarlo! ¡Vamos Siria, no pienses tanto en ello! Tranquiliza el corazón, despeja la mente, y verás que todo pasará…

- Mi hermosa reina, ¿que piensas de este fino arreglo que he mandado a--?

¡Que dejes de pensar en ello! Por los Dioses Dragones, este viaje iba a ser largo...

Los días fueron largos, mientras que lentamente existían los ánimos de conversación con el resto de quienes estaban cerca. Bueno, quienes estaban dispuestos a conversar, en realidad. Algunos preguntaban de cómo había logrado emitir un canto como aquel, o querían saber en qué academia había estudiado. Alguno que otro se sorprendía de que fuera algo que fuera espontáneo, aunque la mayoría no se encontraba interesado, quizás porque no habían sido afectados por la música. Una que otra pregunta involucraba si tenía algún pretendiente, y cosas así. Me dio la ligera, ligera impresión de que El Rey había puesto atención a esa respuesta, ¡Pero no puedo asegurar ni negar nada!

Fue entonces cuando lentamente esos temas triviales se esfumaron para avistar en el horizonte la ciudad de los humanos, Lunargenta. Lentamente, las armas comenzaron a emitir un sonido al unísono, como si estuvieran marchando seriamente. El silencio de la gente permitió escuchar más fuertemente a las máquinas, quienes dejaron cualquier pacto hecho antes para comenzar a botar todo por su paso. Las órdenes de los capitanes lentamente hacían caso a lo que los generales y comandantes daban a indicar. Todo el mundo comenzó a desplegarse, ya fuera para preparar los lugares donde descansaríamos, para asegurar las zonas, para alimentar a las grandes máquinas, o ya fuera para planear las estrategias venideras.

Entre todo, estaba yo. No era alguien que se había preparado para la guerra, ni como guerrera ni de una forma como asistente.

No pude evitar preguntarme cuál sería mi rol en todo este conflicto...
Siria
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