El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
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El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
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La habitación estaba decorada con los restos que Shimphony Shappire cogió del circo. En su mayoría eran telas roídas y a medio quemar, pero también había encontrado entre las cenizas del Circo de los Horrores bastones de baile, falso atrezo de payaso, aros de metal que usaban los contorsionistas para sus actuaciones…. Por alguna razón que Emily Shawn no podía comprender, Shappy quiso regresar al lugar donde estaban los restos del Circo de los Horrores y coger las pocas cosas que allí quedaban como si fueran tesoros teñidos de ceniza. A Emily se le encogía el corazón cada vez que entraba a su habitación y veía la decoración que la payasa había creado. Aquello le recordaba lo que no quería recordar: El fuego, los niños, la muerte y los muertos… Si pudiera, borraría de su memoria todo lo que estuviera relacionado con el Circo de los Horrores. Todo a excepción de Thiel y El Pequeño Boomer.
Emily suspiró sonoramente y se dejó caer en el taburete que estaba enfrente de la cómoda. ¿Dónde estaban sus amigos ahora? No era la primera vez que se lamentaba de haber huido de las llamas y dejar que todos pensasen que Shappy había muerto en el incendio con su padre. Era terrible estar sola y, aunque la payasa lo pudiera sentir, ella era mucho más sensible. Echaba en falta tener a Boomer a su lado; que la rodease con sus grandes brazos y la mirase con su adorable sonrisa de niño. En varias ocasiones, quiso acercarse al grandullón mientras trabajaba en la forja de Baslodia y contarle la verdad: “Estoy aquí grandullón. Soy yo”. Pero él no la reconocería. Boomer conocía a la payasa de pelo azul, no a la chica de pelo rubia.
Las pinturas de payaso estaban en la cómoda. Emily pasó la mono por encima de ellas sin llegar a tocarlas. Tuvo auténtico pavor y odio hacia las pinturas. Shimphony Shappire no había traído más que problemas. Boomer, Thiel, los hombres monstruos y ella misma eran víctimas de la payasa. ¿A cuántos niños había matado bajo las órdenes de los vampiros, cuántas niñas había secuestrado para que Teobaldo abusase de ellas, cuántas veces había levantado a los muertos con su canción y cuántas veces había besado los pies del Maestro de Ceremonias?
En un arrebato de lágrimas y gritos, pasó ambas manos sobre la cómoda y tiró al suelo las pinturas del maquillaje. ¡Sí! Había hecho bien en alejarse de todas las personas que quería porque, al hacerlo, las estaba salvando de Shimphony Shappire.
-¡Te odio!- gritaba mientras golpeaba la cómoda con la palma de las manos - ¡Tu función ha terminado, vete; quiero que te vayas! ¡¿Por qué no te vas?!-
Shappy nunca se iría. Vivía en su cabeza, era tan parte de ella misma como lo eran sus labios. Los crímenes del pasado siempre regresaban y el telón de la función de los payasos se volvía a abrir para iniciar un nuevo espectáculo.
Dos días atrás, una sombra sin ojos ni boca se llevó a Boomer. Emily estaba escondida detrás de unas cajas y observaba (cuidaba) al grandullón como cada día. Si un hombre aparecía con intenciones de engañar o hacer daño a Boomer, Emily aparecía e intentaba calmar la situación con aeros. Le gustaba pensar que, ahora que el circo había terminado, ella se había convertido en la protectora de Boomer. Sin embargo, contra la sombra no pudo hacer nada. Se colocó debajo del gigante, parecía ser su propia sombra. De repente, la sombra se hizo más grande y comió a Boomer como el pez grande come al más pequeño. Otra sombra se colocó detrás de Emily; ésta tenía la horrible sonrisa de las pesadillas de la chica (se ríe como un muerto). Le cogió del cuello, estuvo a punto de asfixiarla, y le dijo con voz sepulcral que si quería volver a ver al gigante tenía que devolver lo que había robado.
Emily giró la cabeza hacia el libro que estaba sobre su cama. Shimphony Shappire había comenzado a leer y aprender los conjuros del libro de nigromancia; Emily intentaba inútilmente girar la cabeza horrorizada. Todo lo que mostraba era tan oscuro, tan triste y tan muerto…. Emily no podía verlo, pero Shappy sí. Se alimentaba de las palabras del libro como, tiempo atrás, su padre lo hubo hecho. Emily temía que convertirse en otra “Maestra de Ceremonias”.
(Eso no va a ocurrir, confía en mí).
Lo más sensato sería devolver el libro a su propietario. Si se lo entregase a la sombra podría rescatar a Boomer.
(Te equivocas, déjame libre y te mostraré cómo te equivocas).
-Por favor Shimphony- se dijo así mismo delante del espejo- deja que se quede con su libro. No merece la pena. Hazlo por Boomer. ¡Te lo suplico: Hazlo por él! Es la única manera de salvarle la vida- hubo un momento de silencio en el que los gestos faciales de la chica cambiaron por completo. Dejó de llorar y mostró una oscura y sarcástica sonrisa - Por Boomer es por quien lo voy a hacer- dijo Shappy.
La chica (o quizás sería más correcto “las dos chicas”) se tiró al suelo. Rebuscó entre los escombros las cremas y pinturas del maquillaje de payaso. La mayor parte de potes se abrieron cuando Emily los tiró. La alfombra, antes roja, quedó llena de pintura azul y blanca. A Shappy no le importó restregar sus manos por la alfombra para coger la pintura y ponérsela por la cara y el cabello.
Las dos gritaron en el mismo cuerpo. Emily gritó desesperada y aterrada, Shappy gritó de angustia y rabia.
Shappy cogió un cuchillo y el libro de nigromancia y los metió en un bolso de cuero. ¿Estaba loca por querer rescatar a Boomer? Emily diría que sí, que sería una insensatez y que moriría en el intento. No sabía lo que era morir de verdad, nunca había visto la muerte de cara. Shappy, sin embargo, era experta. En el Circo de los Horrores, era ella quien veía todos los horrores mientras Emily, cobarde, miraba hacia a otro lado. Los pellizcos y patadas de Maximalita se los llevó Shappy, Emily estaba escondida en alguna parte de todo el maquillaje de payaso que llevaba puesto. Las niñas de Teobaldo que morían de sed, de hambre o por las heridas que el depravado enano les hacía las enterró Shappy junto con Boomer. ¿Dónde estaba Emily Shawn entonces? ¿Dónde estaba cuando el telón se abría y salía al escenario a cantar la canción que levantaba a los muertos? Emily no tenía derecho a criticar a alguno Shappy. Ella nunca estuvo presente en el circo. No tenía derecho, ni tan siquiera, a amar a Boomer como Shappy le amaba.
Salió de casa y se desemperezó como si hubiera estado toda la tarde durmiendo. Miró al cielo, pronto se haría de noche. Shappy sonrió al cielo, cada vez, más negro y menos azul. Prefería la noche al día. En la oscuridad, los nuevos hechizos que había aprendido serían mucho más eficaces. Si tenía que enfrentarse a la guardia del Hombre Muerto, necesitaba contar con todas sus fuerzas.
(Por favor, no lo hagas. Si le quisieras de verdad, le darías el libro al Hombre Muerto).
-Si tú le quisieras lucharías por él- dijo Shappy mirando el reflejo de su rostro en un charco de agua de cloaca.
* Thiel: Ha pasado mucho tiempo desde la misión del Circo de los Horrores. En este tema, seguiremos la historia de Shappy y Boomer. Tendremos ese reencuentro que las dos (creo que te puedo incluir) esperábamos desde hace mucho tiempo. Suena divertido, espero que lo sea y que disfrutes del mastereado <3
Estás en Baslodia. No me importa cómo has llegado, yo no voy a ser estricta en tu cronología; lo importante es que estás aquí. Está anocheciendo, pero no llega a ser todavía de noche. En la calle te encuentras una figura de peliazul que hace meses que no has visto: Shappy. Supongo que tendrás muchas preguntas que hacerle. ¿Pero, es el momento? Ella tiene un objetivo en mente y lo va a cumplir cueste lo que le cueste. Ahora mismo, tienes dos opciones. Seguir a Shappy desde las sombras y ver dónde se dirige o reunirte con ella como buenas amigas que sois.
Emily suspiró sonoramente y se dejó caer en el taburete que estaba enfrente de la cómoda. ¿Dónde estaban sus amigos ahora? No era la primera vez que se lamentaba de haber huido de las llamas y dejar que todos pensasen que Shappy había muerto en el incendio con su padre. Era terrible estar sola y, aunque la payasa lo pudiera sentir, ella era mucho más sensible. Echaba en falta tener a Boomer a su lado; que la rodease con sus grandes brazos y la mirase con su adorable sonrisa de niño. En varias ocasiones, quiso acercarse al grandullón mientras trabajaba en la forja de Baslodia y contarle la verdad: “Estoy aquí grandullón. Soy yo”. Pero él no la reconocería. Boomer conocía a la payasa de pelo azul, no a la chica de pelo rubia.
Las pinturas de payaso estaban en la cómoda. Emily pasó la mono por encima de ellas sin llegar a tocarlas. Tuvo auténtico pavor y odio hacia las pinturas. Shimphony Shappire no había traído más que problemas. Boomer, Thiel, los hombres monstruos y ella misma eran víctimas de la payasa. ¿A cuántos niños había matado bajo las órdenes de los vampiros, cuántas niñas había secuestrado para que Teobaldo abusase de ellas, cuántas veces había levantado a los muertos con su canción y cuántas veces había besado los pies del Maestro de Ceremonias?
En un arrebato de lágrimas y gritos, pasó ambas manos sobre la cómoda y tiró al suelo las pinturas del maquillaje. ¡Sí! Había hecho bien en alejarse de todas las personas que quería porque, al hacerlo, las estaba salvando de Shimphony Shappire.
-¡Te odio!- gritaba mientras golpeaba la cómoda con la palma de las manos - ¡Tu función ha terminado, vete; quiero que te vayas! ¡¿Por qué no te vas?!-
Shappy nunca se iría. Vivía en su cabeza, era tan parte de ella misma como lo eran sus labios. Los crímenes del pasado siempre regresaban y el telón de la función de los payasos se volvía a abrir para iniciar un nuevo espectáculo.
Dos días atrás, una sombra sin ojos ni boca se llevó a Boomer. Emily estaba escondida detrás de unas cajas y observaba (cuidaba) al grandullón como cada día. Si un hombre aparecía con intenciones de engañar o hacer daño a Boomer, Emily aparecía e intentaba calmar la situación con aeros. Le gustaba pensar que, ahora que el circo había terminado, ella se había convertido en la protectora de Boomer. Sin embargo, contra la sombra no pudo hacer nada. Se colocó debajo del gigante, parecía ser su propia sombra. De repente, la sombra se hizo más grande y comió a Boomer como el pez grande come al más pequeño. Otra sombra se colocó detrás de Emily; ésta tenía la horrible sonrisa de las pesadillas de la chica (se ríe como un muerto). Le cogió del cuello, estuvo a punto de asfixiarla, y le dijo con voz sepulcral que si quería volver a ver al gigante tenía que devolver lo que había robado.
Emily giró la cabeza hacia el libro que estaba sobre su cama. Shimphony Shappire había comenzado a leer y aprender los conjuros del libro de nigromancia; Emily intentaba inútilmente girar la cabeza horrorizada. Todo lo que mostraba era tan oscuro, tan triste y tan muerto…. Emily no podía verlo, pero Shappy sí. Se alimentaba de las palabras del libro como, tiempo atrás, su padre lo hubo hecho. Emily temía que convertirse en otra “Maestra de Ceremonias”.
(Eso no va a ocurrir, confía en mí).
Lo más sensato sería devolver el libro a su propietario. Si se lo entregase a la sombra podría rescatar a Boomer.
(Te equivocas, déjame libre y te mostraré cómo te equivocas).
-Por favor Shimphony- se dijo así mismo delante del espejo- deja que se quede con su libro. No merece la pena. Hazlo por Boomer. ¡Te lo suplico: Hazlo por él! Es la única manera de salvarle la vida- hubo un momento de silencio en el que los gestos faciales de la chica cambiaron por completo. Dejó de llorar y mostró una oscura y sarcástica sonrisa - Por Boomer es por quien lo voy a hacer- dijo Shappy.
La chica (o quizás sería más correcto “las dos chicas”) se tiró al suelo. Rebuscó entre los escombros las cremas y pinturas del maquillaje de payaso. La mayor parte de potes se abrieron cuando Emily los tiró. La alfombra, antes roja, quedó llena de pintura azul y blanca. A Shappy no le importó restregar sus manos por la alfombra para coger la pintura y ponérsela por la cara y el cabello.
Las dos gritaron en el mismo cuerpo. Emily gritó desesperada y aterrada, Shappy gritó de angustia y rabia.
Shappy cogió un cuchillo y el libro de nigromancia y los metió en un bolso de cuero. ¿Estaba loca por querer rescatar a Boomer? Emily diría que sí, que sería una insensatez y que moriría en el intento. No sabía lo que era morir de verdad, nunca había visto la muerte de cara. Shappy, sin embargo, era experta. En el Circo de los Horrores, era ella quien veía todos los horrores mientras Emily, cobarde, miraba hacia a otro lado. Los pellizcos y patadas de Maximalita se los llevó Shappy, Emily estaba escondida en alguna parte de todo el maquillaje de payaso que llevaba puesto. Las niñas de Teobaldo que morían de sed, de hambre o por las heridas que el depravado enano les hacía las enterró Shappy junto con Boomer. ¿Dónde estaba Emily Shawn entonces? ¿Dónde estaba cuando el telón se abría y salía al escenario a cantar la canción que levantaba a los muertos? Emily no tenía derecho a criticar a alguno Shappy. Ella nunca estuvo presente en el circo. No tenía derecho, ni tan siquiera, a amar a Boomer como Shappy le amaba.
Salió de casa y se desemperezó como si hubiera estado toda la tarde durmiendo. Miró al cielo, pronto se haría de noche. Shappy sonrió al cielo, cada vez, más negro y menos azul. Prefería la noche al día. En la oscuridad, los nuevos hechizos que había aprendido serían mucho más eficaces. Si tenía que enfrentarse a la guardia del Hombre Muerto, necesitaba contar con todas sus fuerzas.
(Por favor, no lo hagas. Si le quisieras de verdad, le darías el libro al Hombre Muerto).
-Si tú le quisieras lucharías por él- dijo Shappy mirando el reflejo de su rostro en un charco de agua de cloaca.
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* Thiel: Ha pasado mucho tiempo desde la misión del Circo de los Horrores. En este tema, seguiremos la historia de Shappy y Boomer. Tendremos ese reencuentro que las dos (creo que te puedo incluir) esperábamos desde hace mucho tiempo. Suena divertido, espero que lo sea y que disfrutes del mastereado <3
Estás en Baslodia. No me importa cómo has llegado, yo no voy a ser estricta en tu cronología; lo importante es que estás aquí. Está anocheciendo, pero no llega a ser todavía de noche. En la calle te encuentras una figura de peliazul que hace meses que no has visto: Shappy. Supongo que tendrás muchas preguntas que hacerle. ¿Pero, es el momento? Ella tiene un objetivo en mente y lo va a cumplir cueste lo que le cueste. Ahora mismo, tienes dos opciones. Seguir a Shappy desde las sombras y ver dónde se dirige o reunirte con ella como buenas amigas que sois.
Sigel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
-Muchas gracias por todo, señor Gran Pa. ¡Nos vemos mañana!
Thiel saludó con la mano al gran hombre que se encargaba de dar asilo a los huérfanos de Baslodia y le dedicó una última sonrisa antes de que se cerrase la puerta. Era un hombre bueno, generoso y hospitalario, y la jovencita se había encariñado mucho con él. Cada vez que podía, iba a la humilde ciudad fortaleza para visitar a Timoteo, el niño sordo, y a Gran Pa, quienes se habían convertido en lo más cercano a una familia que podía tener.
Sin embargo, aunque ahora Thiel podía decir que tenía varias personas por quienes sentía un profundo afecto, seguía sintiéndose sola. Y así de sola se sintió cuando dio la espalda a la puerta cerrada y observó con nostalgia la calle desierta frente a ella. Terca como era, se negaba a hospedarse en el orfanato para así no ocupar las sábanas ni comer la comida que era para los niños. Aunque Gran Pa insistiese, ella prefería subirse a algún árbol cercano a las murallas y observar las estrellas mientras divagaba respecto a su pasado, su presente y, si estaba de buen humor, su futuro.
Y a eso iba cuando una silueta a no más de cincuenta metros de distancia le llamó la atención. En Baslodia era sumamente extraño ver a alguien maquillado o, peor aún, con el cabello de colores llamativos. -¿Acaso...? -Aunque pensaba ir hacia el lado contrario, cuando se dio cuenta estaba caminando hacia ella- No, no lo creo -Los grandes ojos oliva estaban bien abiertos y clavados al frente, tan absorta estaba en la carrera que no pudo evitar tropezarse un par de veces- ¿¡Podría ser!? -Terminó diciendo en voz alta cuando estuvo a pocos metros de la joven. Ese cabello azul sólo podía pertenecer a una persona en todo Aerandir.
Hacía mucho tiempo que no pensaba en el Circo de los Horrores. Eran recuerdos que le humedecían los ojos y le dejaban un gesto triste por el resto del día. Pero, aunque no quisiera pensar en ello, era imposible olvidar el fuego, los gritos, la pequeña espalda de Hont azotada, el maquillaje de sangre y las lágrimas y gritos de Boomer cuando pensaron que Shimphony Shappire estaba muerta. Cuando la vio en el fogón de Freyr y Freya, pudo disipar una parte de la enorme pena que cargaba desde lo sucedido en el Circo. Sin embargo, el encuentro fue tan fugaz que no pudo preguntarle nada y aún tenía demasiados sentimientos sin resolver al respecto.
-¡Shappy! ¿¡Eres tú!? -Cuando por fin estuvo cerca, se adelantó y la observó con la boca abierta. ¡Era ella! Aunque estaba emocionada, de pronto no supo si sonreír o preocuparse- ¿Cómo estás? ¿Qué haces aquí? ¿Y Boomer? -Muchas preguntas juntas y demasiado entusiasmo contenido. Respiró profundo, controlándose para no echársele encima y apretarla en un gran abrazo- No creí... -Se llevó ambas manos al pecho, acongojada- ...¡No creí que nos encontraríamos de nuevo!
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Tenía los ojos clavados hacia el final de la carretera. Más allá de las murallas de Baslodia, pasando el cementerio, estaba la mansión de la donde estaba la sombra que vio. Nadie se lo había dicho, no hubo hecho falta. Entre los conjuros que había aprendido del libro de nigromancia, había uno que le estaba resultando especialmente útil para seguir la pista de Boomer. El hechizo era sencillo, consistía en convocar un ojo fantasmal al lado de un ser querido y ver lo que el ojo veía. El ojo lo situó junto a Boomer. Vio el castillo en ruinas, dos torres casi destruidas que guardaban la entrada al castillo, un cementerio… y a él. El Hombre Muerto miró a la payasa a través del ojo que ella había convocado. Shappy pudo escuchar su risa y sentir los dedos del Hombre Muerto sobre su piel.
Deshizo el hechizo e hizo desaparecer el ojo antes que de que el Hombre Muerto le pudiera hacer daño. Tarde. Unas manos hechas de sombra rodearon el cuello de la payasa. La estaban asfixiando. En su mente tenía clavada la voz del Hombre Muerto.
"Podrías haber sido una buena alumna, tan buena como lo fue tú padre. Es grato que las niñas sigan el camino de sus padres. Sin embargo, elegiste mal y yo tengo un nuevo discípulo mucho mejor de lo que hubieras poder haber sido jamás".
Entonces lo comprendió. Las sombras que la estrangulaban no eran del Hombre Muerto sino de ese “nuevo discípulo”. Él es el que había secuestrado a Boomer. El Hombre Muerto nunca se ensuciaría las manos. Amenazaba, manipulaba y criaba a sus discípulos para que hicieran el trabajo sucio por él, pero nunca daba la cara. El Profanador, ese niño que había estado vinculando a los muertos con peluches de trapo, y el Maestro de Ceremonias fueron dos discípulos del Hombre Muerto. ¿Cuántas más habían desperdigados por Aerandir? ¿Cuántos más quedaban?
La voz de Thiel a la espalda de la payasa hizo desaparecer las sombras que la estrangulaban. Shappy tenía los nervios a flor de piel. Emily Shawn quería llorar; los ojos de la payasa estaban vidriosos, pero todavía podía resistir el llanto de niña hasta cierto momento. Todo terminó cuando Thiel pronunció el nombre de Boomer. El corazón de Shimphony Shappire se quebró como si fuera un cristal. Se dejó caer encima de Thiel y la abrazó con la misma fuerza con la que abrazaría al grandullón.
-También creí que nunca más volvería verte- Shappy, a diferencia de Emily, era independiente. No necesitaba que nadie cuidase de ella. Odiaba pedir ayudar tanto como odiaba dejarse ayudar por alguien. Sin embargo, ella era Thiel. La misma chica que le salvó del Circo de los Horrores. La había echado mucho de menos. Jamás había podido darle las gracias por haberla salvado (otra cosa que odiaba) y, ahora que la veía, tenía que tragarse su orgullo y contarle la verdad. No fue por rodeos:- Han secuestrado a Boomer. Le están haciendo daño- dejó de llorar y de abrazar a Thiel- Tengo que ir a salvarle- apretó las manos en dos puños- ¡Acompáñame por favor!-
* Thiel: Lo estás viendo. Shappy lo está pasando francamente. Anímala, dile que le ayudarás a salvar a Boomer y haz que Shimphony Shappire vuelva a ser la arisca payasa que siempre fue.Los puñetazos son eficaces para hacer entrar en razón a alguien, eso dirían Dag y Eltrant.
Deshizo el hechizo e hizo desaparecer el ojo antes que de que el Hombre Muerto le pudiera hacer daño. Tarde. Unas manos hechas de sombra rodearon el cuello de la payasa. La estaban asfixiando. En su mente tenía clavada la voz del Hombre Muerto.
"Podrías haber sido una buena alumna, tan buena como lo fue tú padre. Es grato que las niñas sigan el camino de sus padres. Sin embargo, elegiste mal y yo tengo un nuevo discípulo mucho mejor de lo que hubieras poder haber sido jamás".
Entonces lo comprendió. Las sombras que la estrangulaban no eran del Hombre Muerto sino de ese “nuevo discípulo”. Él es el que había secuestrado a Boomer. El Hombre Muerto nunca se ensuciaría las manos. Amenazaba, manipulaba y criaba a sus discípulos para que hicieran el trabajo sucio por él, pero nunca daba la cara. El Profanador, ese niño que había estado vinculando a los muertos con peluches de trapo, y el Maestro de Ceremonias fueron dos discípulos del Hombre Muerto. ¿Cuántas más habían desperdigados por Aerandir? ¿Cuántos más quedaban?
La voz de Thiel a la espalda de la payasa hizo desaparecer las sombras que la estrangulaban. Shappy tenía los nervios a flor de piel. Emily Shawn quería llorar; los ojos de la payasa estaban vidriosos, pero todavía podía resistir el llanto de niña hasta cierto momento. Todo terminó cuando Thiel pronunció el nombre de Boomer. El corazón de Shimphony Shappire se quebró como si fuera un cristal. Se dejó caer encima de Thiel y la abrazó con la misma fuerza con la que abrazaría al grandullón.
-También creí que nunca más volvería verte- Shappy, a diferencia de Emily, era independiente. No necesitaba que nadie cuidase de ella. Odiaba pedir ayudar tanto como odiaba dejarse ayudar por alguien. Sin embargo, ella era Thiel. La misma chica que le salvó del Circo de los Horrores. La había echado mucho de menos. Jamás había podido darle las gracias por haberla salvado (otra cosa que odiaba) y, ahora que la veía, tenía que tragarse su orgullo y contarle la verdad. No fue por rodeos:- Han secuestrado a Boomer. Le están haciendo daño- dejó de llorar y de abrazar a Thiel- Tengo que ir a salvarle- apretó las manos en dos puños- ¡Acompáñame por favor!-
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* Thiel: Lo estás viendo. Shappy lo está pasando francamente. Anímala, dile que le ayudarás a salvar a Boomer y haz que Shimphony Shappire vuelva a ser la arisca payasa que siempre fue.
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
La jovencita recibió el abrazo entre grititos de júbilo y lágrimas que, de su parte, eran de felicidad. Disfrutaba tanto los reencuentros como odiaba las despedidas, cosa curiosa tomando en cuenta que siempre era ella quien decidía marcharse del lugar en que había hecho buenas relaciones para recorrer el mundo en soledad. Quizás por eso se llevaba bien con Shimphony: porque ambas eran independientes hasta el extremo de dañarse a sí mismas.
La alegría del abrazo duró poco. Cuando se separó para ver los ojos de la joven payasa, el brillo de éstos la desconcertó. Entonces, como un chorro de agua fría, la inesperada noticia le hizo pegar un respingo y taparse la boca con ambas manos.
-¿A Boomer? -Repitió atontada, boqueando como un pez sin encontrar las palabras correctas que decir. No existía frase alguna para dar consuelo en esa situación... y no hizo falta ninguna. Shappy estaba pidiéndole ayuda, no consuelo. Más atónita aún, Thiel dio un paso atrás y bajó la mirada hasta escudriñar con el ceño fruncido algún punto indefinido entre sus pies.
Lo sucedido en el Circo de los Horrores no había sido fácil de asimilar. Durante largas semanas le costó conciliar el sueño y, cada vez que pensaba en ello, se le empañaban los ojos y se le aceleraba el pulso. Había sido la aventura (o desventura) más difícil de su corta vida... y la idea de pasar por algo similar hizo sonar todas las alarmas de su instinto en un clarísimo “¡Ni loca!”. Pero allí estaba la dulce Emily, o la compungida Shappy, mirándola fijamente con los ojos llorosos y las manos temblándole. Y también estaba Boomer, ¿cómo podría seguir viviendo en paz consigo misma si se daba la vuelta sin ayudar al pobre Boomer? Lo imaginó solo, tan inocente y aterrado, llorando y clamando por alguien que lo salvase. Porque el dulce Boomer era tan puro y genuino que él no dudaba en rogar por ayuda cuando la necesitaba.
Se pasó el antebrazo por el rostro para secar la incipiente humedad y tomó firmemente las manos de la payasa. Aunque sus ojos estaban igual de cristalinos, éstos brillaban con decisión.
-Te ayudaré. ¡No llores, Shappy, cada lágrima que cae es un poquito de energía desperdiciada! -Intentó darle ánimos, aunque bien sabía que cuando las cosas se ponían emotivas ella era la primera en llorar- Hemos logrado juntas cosas muy difíciles, ¿recuerdas? Aunque tenga que saltar desde el techo de un circo -rió- ¡cuenta conmigo!
La joven peliazul también se secó las lágrimas e inhaló profusamente. Thiel sonrió y, haciendo acopio de todo su tacto, le dijo con dulzura:
-He aprendido muchas cosas útiles en todo este tiempo, así que haré todo lo que pueda para serte de ayuda. ¿Sabes quién lo ha hecho? ¿Dónde está?
Shappy volvió a observar en dirección al cementerio y asintió. Aunque su tono de voz sonaba todavía alicaído, le respondió con firmeza: -Es por allá.
Thiel siguió la mirada impropia y asintió. Luego dejó caer la pequeña mano en el hombro ajeno, dándole un suave apretón.
-¡Pues te sigo!
La alegría del abrazo duró poco. Cuando se separó para ver los ojos de la joven payasa, el brillo de éstos la desconcertó. Entonces, como un chorro de agua fría, la inesperada noticia le hizo pegar un respingo y taparse la boca con ambas manos.
-¿A Boomer? -Repitió atontada, boqueando como un pez sin encontrar las palabras correctas que decir. No existía frase alguna para dar consuelo en esa situación... y no hizo falta ninguna. Shappy estaba pidiéndole ayuda, no consuelo. Más atónita aún, Thiel dio un paso atrás y bajó la mirada hasta escudriñar con el ceño fruncido algún punto indefinido entre sus pies.
Lo sucedido en el Circo de los Horrores no había sido fácil de asimilar. Durante largas semanas le costó conciliar el sueño y, cada vez que pensaba en ello, se le empañaban los ojos y se le aceleraba el pulso. Había sido la aventura (o desventura) más difícil de su corta vida... y la idea de pasar por algo similar hizo sonar todas las alarmas de su instinto en un clarísimo “¡Ni loca!”. Pero allí estaba la dulce Emily, o la compungida Shappy, mirándola fijamente con los ojos llorosos y las manos temblándole. Y también estaba Boomer, ¿cómo podría seguir viviendo en paz consigo misma si se daba la vuelta sin ayudar al pobre Boomer? Lo imaginó solo, tan inocente y aterrado, llorando y clamando por alguien que lo salvase. Porque el dulce Boomer era tan puro y genuino que él no dudaba en rogar por ayuda cuando la necesitaba.
Se pasó el antebrazo por el rostro para secar la incipiente humedad y tomó firmemente las manos de la payasa. Aunque sus ojos estaban igual de cristalinos, éstos brillaban con decisión.
-Te ayudaré. ¡No llores, Shappy, cada lágrima que cae es un poquito de energía desperdiciada! -Intentó darle ánimos, aunque bien sabía que cuando las cosas se ponían emotivas ella era la primera en llorar- Hemos logrado juntas cosas muy difíciles, ¿recuerdas? Aunque tenga que saltar desde el techo de un circo -rió- ¡cuenta conmigo!
La joven peliazul también se secó las lágrimas e inhaló profusamente. Thiel sonrió y, haciendo acopio de todo su tacto, le dijo con dulzura:
-He aprendido muchas cosas útiles en todo este tiempo, así que haré todo lo que pueda para serte de ayuda. ¿Sabes quién lo ha hecho? ¿Dónde está?
Shappy volvió a observar en dirección al cementerio y asintió. Aunque su tono de voz sonaba todavía alicaído, le respondió con firmeza: -Es por allá.
Thiel siguió la mirada impropia y asintió. Luego dejó caer la pequeña mano en el hombro ajeno, dándole un suave apretón.
-¡Pues te sigo!
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Se sentía horrible por haber metido a Thiel en un asunto tan peligroso. ¿Sabía ella algo acerca del Hombre? Después de lo que pasó en el Circo de los Horrores, habría tomado medidas y, lo más probable, es que hubiera elegido a un “nuevo discípulo” mucho peor de lo que fue el Maestro de Ceremonias. Shappy conocía tan poco del Hombre Muerto como Thiel; sin embargo, gracias a leer el libro de nigromancia, podía intuir cómo pensaba. En muchos capítulos del libro decía que el primer paso para cualquier invasión era formar un ejército. ¿Y no era en eso lo que se dedicaba el Circo de los Horrores? Shimphony Shappire creía que el Hombre Muerto seguía el mismo modo operandi que siguió tiempo atrás. Enseñar a un discípulo, invocar un ejército y acorralar a sus enemigos con trampas y mentiras. Thiel y ella caminaban directas hacia la trampa.
-Lo siento,- dijo con la cabeza baja- esto era un trabajo para hacerlo yo sola; no quería que nadie me siguiera. Pero, aquí estás. Has aparecido de la nada como hiciste la otra vez y, simplemente, no te puedo decir que no vengas. Todo lo contrario. Por alguna razón, siento que te necesito.- dejo unos segundos de silencio y respondió las preguntas de Thiel que había dejado en el aire- No sé qué están haciendo con Boomer. Lo vi encerrado en una torre cerca del castillo abandonado del cementerio. No sé nada más-.
Shappy se subió el cuello de la blusa para que Thiel no viera las marcas que la sombra le había hecho en el cuello. ¿Le seguiría si supiera lo poderoso que era el rival? ¿Iría con ella a pesar de estar cayendo en una trampa? La payasa se relamió los labios para mojarlos con saliva y habló de nuevo con una voz ligeramente más fría.
-Hay algo que te tengo que contar. Se trata del hombre que se ha llevado a Boomer- hubo unos segundos de silencio en los que Shappy se preguntó cómo podía explicarle a Thiel quién era Hombre Muerto y que lo pudiera entender- Es el mismo que convirtió a mi padre en el Maestro de Ceremonias y en el hogar y la Alegría de Emily en un Horror- otro tiempo de meditación- o, quizás, sea su nuevo discípulo. Me ha amenazado. Me dijo que como yo no era una buena alumna, se había buscado a otro. Sí, creo que es el nuevo. El Hombre Muerto, el creador del Horror, nunca se deja ver la cara. Sabe que quiero matarle así que estará escondido descojonándose de mí-.
Shappy se dio cuenta de que hacía mucho que no hablaba con tal confianza con nadie, ni siquiera con ella misma. Thiel era la única persona en toda Aerandir, sin contar a Boomer, con la que sentía que podía hablar de absolutamente todo. Tenía confianza plena con ella. Sabía, o creía saber, que Thiel jamás la juzgaría por sus pasados, presentes y futuros crímenes. Parecía no importarle los muchos niños que habían muerto por su culpa ni las veces que levantó a los muertos con su canción. Sonreía. Fuera lo que fuera lo que le estuviera contando, Thiel siempre mostraba su agradable sonrisa de ángel. A Shappy le gustaba aquella sonrisa.
-Hay algo que quiero enseñarte.- sacó el libro de nigromancia del bolso- Lo robé de las cenizas Circo. El Hombre Muerto quiere recuperarlo, pero será por encima de mi cadáver.- entonces dijo lo que a ningún otra persona más le podría decir- Estoy aprendiendo los hechizos del Hombre Muerto, los usaré para matar a él y a todos sus discípulos que me ponga por delante-.
El primer paso para cualquier invasión era formar un ejército. ¿Y no era en eso lo que se dedicaba el Circo de los Horrores?
Mamá decía que no podía salir a la calle de noche a jugar porque, cuando el Sol se va a dormir a su casa del cielo, los malos salen de su casa a hacer daño a la gente. Cada vez que mamá repetía la lección, daba un pequeño chasquido en la regordeta nariz de su hija. Gilda, la pequeña de cuatro años, reía y abrazaba a su madre justo después que le golpease la nariz. ¡Era muy divertido!
Si mamá pudiera hablar diría que es de noche y que no podía jugar en la calle. Le golpearía la naricita e irían las dos juntas de vuelta a casa. Pero mamá no podía hablar, estaba durmiendo en la acera.
Gilda se acostó entre los pechos de mamá. Se llevó el dedo gordo en la boca y fingió estar durmiendo. El suelo estaba frío y la acera de la calle era incómoda para dormir. A Gilda no le importó y se durmió.
¿Y los malos? Ellos habían salido de sus casas a hacer daño mucho antes de que se hiciera de noche. Ellos fueron los que hicieron que mamá se fuera a dormir. Le golpearon en la cara y luego le hicieron daño en el cuello. Salió mucha sangre. Gilda se escondió asustada al ver tanta sangre. Cuando los malos terminaron, cogieron el cuerpo de mamá, la desvistieron y la tiraron a la calle junto a otros papás y mamás que también estaban durmiendo.
Mamá empezó a despertase. Gilda notó como se movía muy lentamente.
-¿Volvemos a casa mamá?- no hubo respuesta- ¡Mamá!-
El brazo de la mujer rodeó a la pequeña. No la abrazaba, la sujetaba para que no escapase. Abrió la boca; casi se le cayó la cabeza del lugar por el corte que le había hecho el malo. La vio que en la frente de su madre creía un tercer ojo mucho más abierto, grande y brillante que los otros dos. Gilda gritó con todas sus fuerzas. Los otros papás y mamás que dormían habían despertado; todos tenían caras de malos y el mismo tercer ojo que mamá.
* Thiel: Shappy confía plenamente en ti y te ha contado su mayor secreto. ¿Qué pensará Thiel ahora que conoce contra quién se enfrenta y que Shappy ha estado aprendiendo hechizos prohibidos?
Por otra parte, caéis en la primera trampa que el nuevo discípulo del Hombre Muerto os tiene preparada. Delante vuestro, un grupo de cadáveres desnudos (zombies) que habían tirado en la calle, se levantan y se dirige hacia vosotros. Tuya es la opción de huir, esconderte o luchar. Ten en cuenta que uno de los zombies lleva una niña en brazos. ¿Dejarás que la pequeña muera?
No es necesario lanzar la Voluntad de los Dioses. Los zombies son débiles.
-Lo siento,- dijo con la cabeza baja- esto era un trabajo para hacerlo yo sola; no quería que nadie me siguiera. Pero, aquí estás. Has aparecido de la nada como hiciste la otra vez y, simplemente, no te puedo decir que no vengas. Todo lo contrario. Por alguna razón, siento que te necesito.- dejo unos segundos de silencio y respondió las preguntas de Thiel que había dejado en el aire- No sé qué están haciendo con Boomer. Lo vi encerrado en una torre cerca del castillo abandonado del cementerio. No sé nada más-.
Shappy se subió el cuello de la blusa para que Thiel no viera las marcas que la sombra le había hecho en el cuello. ¿Le seguiría si supiera lo poderoso que era el rival? ¿Iría con ella a pesar de estar cayendo en una trampa? La payasa se relamió los labios para mojarlos con saliva y habló de nuevo con una voz ligeramente más fría.
-Hay algo que te tengo que contar. Se trata del hombre que se ha llevado a Boomer- hubo unos segundos de silencio en los que Shappy se preguntó cómo podía explicarle a Thiel quién era Hombre Muerto y que lo pudiera entender- Es el mismo que convirtió a mi padre en el Maestro de Ceremonias y en el hogar y la Alegría de Emily en un Horror- otro tiempo de meditación- o, quizás, sea su nuevo discípulo. Me ha amenazado. Me dijo que como yo no era una buena alumna, se había buscado a otro. Sí, creo que es el nuevo. El Hombre Muerto, el creador del Horror, nunca se deja ver la cara. Sabe que quiero matarle así que estará escondido descojonándose de mí-.
Shappy se dio cuenta de que hacía mucho que no hablaba con tal confianza con nadie, ni siquiera con ella misma. Thiel era la única persona en toda Aerandir, sin contar a Boomer, con la que sentía que podía hablar de absolutamente todo. Tenía confianza plena con ella. Sabía, o creía saber, que Thiel jamás la juzgaría por sus pasados, presentes y futuros crímenes. Parecía no importarle los muchos niños que habían muerto por su culpa ni las veces que levantó a los muertos con su canción. Sonreía. Fuera lo que fuera lo que le estuviera contando, Thiel siempre mostraba su agradable sonrisa de ángel. A Shappy le gustaba aquella sonrisa.
-Hay algo que quiero enseñarte.- sacó el libro de nigromancia del bolso- Lo robé de las cenizas Circo. El Hombre Muerto quiere recuperarlo, pero será por encima de mi cadáver.- entonces dijo lo que a ningún otra persona más le podría decir- Estoy aprendiendo los hechizos del Hombre Muerto, los usaré para matar a él y a todos sus discípulos que me ponga por delante-.
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El primer paso para cualquier invasión era formar un ejército. ¿Y no era en eso lo que se dedicaba el Circo de los Horrores?
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Mamá decía que no podía salir a la calle de noche a jugar porque, cuando el Sol se va a dormir a su casa del cielo, los malos salen de su casa a hacer daño a la gente. Cada vez que mamá repetía la lección, daba un pequeño chasquido en la regordeta nariz de su hija. Gilda, la pequeña de cuatro años, reía y abrazaba a su madre justo después que le golpease la nariz. ¡Era muy divertido!
Si mamá pudiera hablar diría que es de noche y que no podía jugar en la calle. Le golpearía la naricita e irían las dos juntas de vuelta a casa. Pero mamá no podía hablar, estaba durmiendo en la acera.
Gilda se acostó entre los pechos de mamá. Se llevó el dedo gordo en la boca y fingió estar durmiendo. El suelo estaba frío y la acera de la calle era incómoda para dormir. A Gilda no le importó y se durmió.
¿Y los malos? Ellos habían salido de sus casas a hacer daño mucho antes de que se hiciera de noche. Ellos fueron los que hicieron que mamá se fuera a dormir. Le golpearon en la cara y luego le hicieron daño en el cuello. Salió mucha sangre. Gilda se escondió asustada al ver tanta sangre. Cuando los malos terminaron, cogieron el cuerpo de mamá, la desvistieron y la tiraron a la calle junto a otros papás y mamás que también estaban durmiendo.
Mamá empezó a despertase. Gilda notó como se movía muy lentamente.
-¿Volvemos a casa mamá?- no hubo respuesta- ¡Mamá!-
El brazo de la mujer rodeó a la pequeña. No la abrazaba, la sujetaba para que no escapase. Abrió la boca; casi se le cayó la cabeza del lugar por el corte que le había hecho el malo. La vio que en la frente de su madre creía un tercer ojo mucho más abierto, grande y brillante que los otros dos. Gilda gritó con todas sus fuerzas. Los otros papás y mamás que dormían habían despertado; todos tenían caras de malos y el mismo tercer ojo que mamá.
- Guilda:
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* Thiel: Shappy confía plenamente en ti y te ha contado su mayor secreto. ¿Qué pensará Thiel ahora que conoce contra quién se enfrenta y que Shappy ha estado aprendiendo hechizos prohibidos?
Por otra parte, caéis en la primera trampa que el nuevo discípulo del Hombre Muerto os tiene preparada. Delante vuestro, un grupo de cadáveres desnudos (zombies) que habían tirado en la calle, se levantan y se dirige hacia vosotros. Tuya es la opción de huir, esconderte o luchar. Ten en cuenta que uno de los zombies lleva una niña en brazos. ¿Dejarás que la pequeña muera?
No es necesario lanzar la Voluntad de los Dioses. Los zombies son débiles.
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
El sonido de los guijarros crujiendo bajo sus pies era la única compañía del par hasta que la voz de Shimphony rompió el silencio. Los grandes ojos oliva de la loba la observaron de reojo con expectación justo cuando se subía el cuello de la blusa. Thiel ya había visto las marcas en un principio; era una buena observadora. Lejos de amedrentarse, sólo había sentido más enojo hacia quien quiera que le había hecho tal cosa a su querida amiga. Demasiado difícil había sido liberar a Emily de las torturas del circo como para tolerar que alguien siguiera molestándola. Había imaginado que la próxima vez que se vieran se daría en felices circunstancias, y ver que la realidad distaba de aquello sólo acentuaba su determinación para terminar con el embrollo de una vez.
-Si necesita ocultarse y mandar a otros a hacer el trabajo sucio, entonces ese tal Hombre Muerto no debe ser muy fuerte. Suena más bien como un cobarde. -Murmuró con cierta irritación escondida en el tono aterciopelado de su voz. ¿Por qué, si no, evitaría tanto mostrar la cara? Quizás sólo era un hombre con gran capacidad de convencimiento que lograba captar la atención de los pobres crédulos sedientos de poder. Suspiró. Si bien es malo subestimar a los enemigos, también lo es imaginarlos más terribles de lo que realmente son.
Poco después Shappy sacó un libro de su bolso y se lo extendió. La jovencita lo tomó entre sus pequeñas manos y lo examinó superficialmente; por delante, por detrás y lo abrió a la mitad. Como no entendía en lo más mínimo qué ponía dentro, no tardó en cerrarlo y devolverlo a su amiga. Sin embargo, aunque no entendiese qué decía, podía comprender la connotación de ese tipo de magia.
-Así que has estado estudiando todo este tiempo. -Comentó con naturalidad, como restándole importancia al asunto. Thiel no era más que una jovencita salvaje e ignorante. Tan ignorante que no sentía rechazo por las razas “peligrosas”; vampiros, brujos, dragones, humanos, nigromantes, todos eran iguales para ella. Ni todos eran buenos y generosos, ni todos eran malos y rastreros. No sabía de magia, no sabía de hechizos buenos ni de hechizos malos, sólo sabía que todo lo que pudiese usarse para una buena causa era bienvenido. ¿Por qué habría de importarle si las armas de Shappy salían de un libro oscuro y maldito? Sus propias armas, sus garras y colmillos, no provenían de ningún oscuro conjuro y podían causar el mismo daño- Yo también me he esforzado por mejorar. -Añadió, sonriente. Quizás los meses que habían pasado en medio de ambas aventuras contribuirían a que ésta fuese menos penosa. Quizás, pensó esperanzada, esta vez no tendrían que sufrir tanto para vencer.
O quizás estaba siendo demasiado optimista.
Se había perdido tanto en sus pensamientos que, para cuando notó el pestilente olor a podredumbre llegando a su nariz, ya era demasiado tarde. No muy lejos, frente a ellas, se acercaba una... ¿espantosa? ¿desagradable? ¿vomitiva? multitud de lo que hacía no mucho tiempo habían sido personas. Thiel paró en seco y alzó una mano frente a Shappy para detenerla, instándola a que se escondiese detrás de la pared de una humilde casa de adobe.
-Esto es cosa del Hombre Muerto, ¿verdad? -Le preguntó a su amiga en voz baja mientras tomaba lugar junto a ella. -Sí... era una trampa. -Ya lo veo. -Ambas suspiraron al mismo tiempo. Si tenían suerte y esas “personas” resultaban no ser muy avispadas, quizás el escondite sería suficientemente bueno para evitarlos.
Las roncas voces y amargos olores estaban cada vez más cerca; a juzgar por la forma en que crujía la tierra, eran más pares de pies de los que se veían a simple vista. Thiel asomó la cabeza para constatar la situación; las criaturas estaban a menos de diez metros de distancia, todas mirando al frente, con las bocas entreabiertas y los ojos en blanco. A algunos incluso se les había caído hacia atrás la cabeza, terminando por partírsele el tajo del cuello. La joven loba tuvo que contener las arcadas llevándose una mano a la boca. Entonces, por primera vez, notó que algo no encajaba en el dantesco paisaje: Una niña viva se debatía entre sollozos, intentando liberarse del agarre de la muerta que la apresaba.
-¿Qué dem...? -¿Qué? ¿Qué pasa? -Una niña. Ahí. -Thiel se apartó para permitir que Shappy se asomase. Ambas observaron la escena con consternación. Aunque el plan era permanecer en el escondite hasta que la oleada pasara, ambas sabían que Thiel no podría quedarse de brazos cruzados. -No son muy rápidos. -Susurró mientras se quitaba la ropa bajo la atónita mirada de su compañera. Una vez desnuda, actuando con determinación pese al arrebol de sus mejillas, le tendió a la payasa su ropa y el resto de las pertenencias que solía llevar consigo- Rodéalos y sigue hacia el cementerio, ¿vale? Yo me ocupo de la niña y te alcanzo.
Aunque la peliazul no parecía muy convencida al respecto, ambas asintieron con la cabeza en mutuo acuerdo antes de separarse. Durante todos esos meses, Thiel se obligó a aceptar su faceta salvaje y aprender a sacar provecho de ésta. En el circo no sólo había temido a los payasos: también se temía a ella misma. Pero ahora las cosas serían distintas. Ahora no podía permitirse ser así de egoísta y temerosa.
La transformación fue breve. De un momento a otro, en vez de la flacucha y pálida muchachita, era una bestia blanca la que observaba a los muertos desde el amparo de una pared. La aceptación del salvajismo, del dolor de la mutación y de los impulsos instintivos que le calentaban la sangre en esa faceta, le permitía mantener la consciencia más que antes. No tanto como cuando estaba sobre sus dos pies, pero lo suficiente para ser un poco más calculadora. Observó y esperó el momento adecuado para salir del escondite, justo cuando la primer línea de muertos estaba a medio metro de distancia.
La carne blanda cedía bajo sus garras sin dificultad. Apartar a esos seres era como empujar a un montón de muñecos de trapo que gemían y manoteaban el aire débilmente. Aún así, sólo tocaba a los que se le venían encima; no tenía intenciones de dañarlos a todos. Lo más difícil fue intentar liberar a la niña del férreo agarre de su madre; no era tarea fácil intentar agarrarla sin lastimarla con sus garras, y más siendo que la pequeña gritaba y se retorcía en el proceso. Tuvo que destrozar los brazos de la madre a zarpazos para arrancarle a la niña. Para más inri, los otros muertos aprovecharon el momento para echársele encima, colgándose de sus hombros, su espalda y su cuello.
Apretó a la infante contra su pecho y se liberó de los lastres a patadas y codazos. Con un gran salto, se apartó de la multitud y comenzó a trotar por delante de ellos, a la dirección contraria del cementerio. Los gritos de la niña y su gran presencia ayudaron a llamar la atención de los no vivos hacia aquel lado. Cuando decidió que los hubo alejado lo suficiente, giró una esquina para perderlos y recorrió, por una callejuela paralela, la distancia que se había alejado. Giró nuevamente para regresar al punto de inicio y, más adelante, se encontró con Shappy.
Los muertos vivientes continuaron su recorrido sin mirar atrás, alejándose de ellas. Thiel constató con tranquilidad que no parecían tener interés en las casas que los rodeaban; si todo iba bien, sólo estarían deambulando sin rumbo por las calles desiertas. La razón por la cual no los había matado, era que tenía la esperanza de invertir el hechizo en algún momento y volverlos a la normalidad. Dejó a la niña en el suelo, junto a la payasa, y transmutó a su forma humana. La cría no dejaba de mirarla con los ojos desorbitados, sollozando y limpiándose los mocos y las lágrimas con ambas manitas. Thiel tomó su ropa de manos de Shappy y se vistió con premura, sin quitar los ojos de la pequeña humana. ¿Y ahora qué se suponía que hicieran con ella?
-Si necesita ocultarse y mandar a otros a hacer el trabajo sucio, entonces ese tal Hombre Muerto no debe ser muy fuerte. Suena más bien como un cobarde. -Murmuró con cierta irritación escondida en el tono aterciopelado de su voz. ¿Por qué, si no, evitaría tanto mostrar la cara? Quizás sólo era un hombre con gran capacidad de convencimiento que lograba captar la atención de los pobres crédulos sedientos de poder. Suspiró. Si bien es malo subestimar a los enemigos, también lo es imaginarlos más terribles de lo que realmente son.
Poco después Shappy sacó un libro de su bolso y se lo extendió. La jovencita lo tomó entre sus pequeñas manos y lo examinó superficialmente; por delante, por detrás y lo abrió a la mitad. Como no entendía en lo más mínimo qué ponía dentro, no tardó en cerrarlo y devolverlo a su amiga. Sin embargo, aunque no entendiese qué decía, podía comprender la connotación de ese tipo de magia.
-Así que has estado estudiando todo este tiempo. -Comentó con naturalidad, como restándole importancia al asunto. Thiel no era más que una jovencita salvaje e ignorante. Tan ignorante que no sentía rechazo por las razas “peligrosas”; vampiros, brujos, dragones, humanos, nigromantes, todos eran iguales para ella. Ni todos eran buenos y generosos, ni todos eran malos y rastreros. No sabía de magia, no sabía de hechizos buenos ni de hechizos malos, sólo sabía que todo lo que pudiese usarse para una buena causa era bienvenido. ¿Por qué habría de importarle si las armas de Shappy salían de un libro oscuro y maldito? Sus propias armas, sus garras y colmillos, no provenían de ningún oscuro conjuro y podían causar el mismo daño- Yo también me he esforzado por mejorar. -Añadió, sonriente. Quizás los meses que habían pasado en medio de ambas aventuras contribuirían a que ésta fuese menos penosa. Quizás, pensó esperanzada, esta vez no tendrían que sufrir tanto para vencer.
O quizás estaba siendo demasiado optimista.
Se había perdido tanto en sus pensamientos que, para cuando notó el pestilente olor a podredumbre llegando a su nariz, ya era demasiado tarde. No muy lejos, frente a ellas, se acercaba una... ¿espantosa? ¿desagradable? ¿vomitiva? multitud de lo que hacía no mucho tiempo habían sido personas. Thiel paró en seco y alzó una mano frente a Shappy para detenerla, instándola a que se escondiese detrás de la pared de una humilde casa de adobe.
-Esto es cosa del Hombre Muerto, ¿verdad? -Le preguntó a su amiga en voz baja mientras tomaba lugar junto a ella. -Sí... era una trampa. -Ya lo veo. -Ambas suspiraron al mismo tiempo. Si tenían suerte y esas “personas” resultaban no ser muy avispadas, quizás el escondite sería suficientemente bueno para evitarlos.
Las roncas voces y amargos olores estaban cada vez más cerca; a juzgar por la forma en que crujía la tierra, eran más pares de pies de los que se veían a simple vista. Thiel asomó la cabeza para constatar la situación; las criaturas estaban a menos de diez metros de distancia, todas mirando al frente, con las bocas entreabiertas y los ojos en blanco. A algunos incluso se les había caído hacia atrás la cabeza, terminando por partírsele el tajo del cuello. La joven loba tuvo que contener las arcadas llevándose una mano a la boca. Entonces, por primera vez, notó que algo no encajaba en el dantesco paisaje: Una niña viva se debatía entre sollozos, intentando liberarse del agarre de la muerta que la apresaba.
-¿Qué dem...? -¿Qué? ¿Qué pasa? -Una niña. Ahí. -Thiel se apartó para permitir que Shappy se asomase. Ambas observaron la escena con consternación. Aunque el plan era permanecer en el escondite hasta que la oleada pasara, ambas sabían que Thiel no podría quedarse de brazos cruzados. -No son muy rápidos. -Susurró mientras se quitaba la ropa bajo la atónita mirada de su compañera. Una vez desnuda, actuando con determinación pese al arrebol de sus mejillas, le tendió a la payasa su ropa y el resto de las pertenencias que solía llevar consigo- Rodéalos y sigue hacia el cementerio, ¿vale? Yo me ocupo de la niña y te alcanzo.
Aunque la peliazul no parecía muy convencida al respecto, ambas asintieron con la cabeza en mutuo acuerdo antes de separarse. Durante todos esos meses, Thiel se obligó a aceptar su faceta salvaje y aprender a sacar provecho de ésta. En el circo no sólo había temido a los payasos: también se temía a ella misma. Pero ahora las cosas serían distintas. Ahora no podía permitirse ser así de egoísta y temerosa.
La transformación fue breve. De un momento a otro, en vez de la flacucha y pálida muchachita, era una bestia blanca la que observaba a los muertos desde el amparo de una pared. La aceptación del salvajismo, del dolor de la mutación y de los impulsos instintivos que le calentaban la sangre en esa faceta, le permitía mantener la consciencia más que antes. No tanto como cuando estaba sobre sus dos pies, pero lo suficiente para ser un poco más calculadora. Observó y esperó el momento adecuado para salir del escondite, justo cuando la primer línea de muertos estaba a medio metro de distancia.
La carne blanda cedía bajo sus garras sin dificultad. Apartar a esos seres era como empujar a un montón de muñecos de trapo que gemían y manoteaban el aire débilmente. Aún así, sólo tocaba a los que se le venían encima; no tenía intenciones de dañarlos a todos. Lo más difícil fue intentar liberar a la niña del férreo agarre de su madre; no era tarea fácil intentar agarrarla sin lastimarla con sus garras, y más siendo que la pequeña gritaba y se retorcía en el proceso. Tuvo que destrozar los brazos de la madre a zarpazos para arrancarle a la niña. Para más inri, los otros muertos aprovecharon el momento para echársele encima, colgándose de sus hombros, su espalda y su cuello.
Apretó a la infante contra su pecho y se liberó de los lastres a patadas y codazos. Con un gran salto, se apartó de la multitud y comenzó a trotar por delante de ellos, a la dirección contraria del cementerio. Los gritos de la niña y su gran presencia ayudaron a llamar la atención de los no vivos hacia aquel lado. Cuando decidió que los hubo alejado lo suficiente, giró una esquina para perderlos y recorrió, por una callejuela paralela, la distancia que se había alejado. Giró nuevamente para regresar al punto de inicio y, más adelante, se encontró con Shappy.
Los muertos vivientes continuaron su recorrido sin mirar atrás, alejándose de ellas. Thiel constató con tranquilidad que no parecían tener interés en las casas que los rodeaban; si todo iba bien, sólo estarían deambulando sin rumbo por las calles desiertas. La razón por la cual no los había matado, era que tenía la esperanza de invertir el hechizo en algún momento y volverlos a la normalidad. Dejó a la niña en el suelo, junto a la payasa, y transmutó a su forma humana. La cría no dejaba de mirarla con los ojos desorbitados, sollozando y limpiándose los mocos y las lágrimas con ambas manitas. Thiel tomó su ropa de manos de Shappy y se vistió con premura, sin quitar los ojos de la pequeña humana. ¿Y ahora qué se suponía que hicieran con ella?
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Se equivocó, la trampa que el discípulo del hombre muerto les había preparado no era el pequeño grupo de muertos vivientes que esperaba al final de la calle; era la niña viva que estaba atrapada por uno de esos muertos. Cuando Thiel la trajo al provisional escondite que las chicas habían encontrado, Shappy se quedó mirando a la mocosa. Intentaba apartar los ojos de encima suya, incluso, en ocasiones, puso su mano en horizontal delante de su cara para tapar a la niña que seguía llorando en el suelo y solo fijarse en Thiel. No servía de nada. Al poco tiempo, la mano bajaba y la payasa miraba a la chiquilla. Ella era la viva imagen de todos los pecados que había cometido en el circo. ¿Cuántas niñas como esa había secuestrado para llevárselas al depravado Teobaldo? ¿Cuántas veces había maldecido con las risas a los padres de un crío para luego secuestrarlo y llevarlo junto con sus amigos? En aquellos días, Shimphony Shappire adormecía sus remordimientos al prometer a sus víctimas que eran sus amigas. Las promesas se cumplieron y, al final, el Maestro de Ceremonias murió y el Circo de los Horrores se convirtió en cenizas. Sin embargo, aquello no devolvería a la vida a todos los niños que murieron por culpa de Shappy. Sintió náuseas y se odió a sí misma tanto como la odiaba Emily Shawn.
Shappy apartó la cabeza de la niña sin dejar de verla. Estaba cayendo en la trampa del discípulo del Hombre Muerto. Estaba jugando con su mente igual como el Maestro de Ceremonias manipuló a todos los payasos del Circo de la Alegría. Se puso las dos manos en la sien, negó con la cabeza repetidas veces y dio un patada a la pared con tal de descargar toda la ira que sentía. Pensó en matar a la niña. Ella era un lastre para su misión de salvar a Boomer. Sería difícil escapar de los muertos con una cría en brazos, además de que le estaba atormentando los recuerdos. ¿Thiel lo entendería?
-Emily…,- movió otra vez la cabeza la cabeza en sentido negativo- en realidad fui yo sin maquillaje, te vi hace unos días visitar un orfanato. Los niños te tienen mucho cariño.- Se agacho con dificultad hacia la pequeña y levantó, con un dedo, la barbilla de la niña para verla de cara.- No puedo evitar pensar lo que estoy pensando, lo sabes, ¿verdad? Me críe entre payasos y horrores…- no terminó la frase. - Podemos llevarla al orfanato, pero los muertos de allí fuera nos seguirían y pondríamos en peligro a los demás niños. Podemos llevarla con nosotras y nos molestará en nuestro camino. Si tengo que elegir entre Boomer y una niña que no conozco, elegiré a Boomer.- con la mano que tenía libre acarició el cabello de la niña- Cariño, tienes suerte que la loba esté conmigo- sino le habría matado sin pestañear.
-¿Mamá?- preguntó la chiquilla con voz suave.
La payasa se mordió la buena. No podía decirle que su madre estaba muerta.
-¿Cómo te llamas, cariño?-.
-Me llamo Gilda- se limpió la cara con un brazo- ¿dónde está mamá?-
-Luego iremos con ella, ahora te tendrás que quedar un ratito con nosotras-.
-Tengo que ir con Mamá, me tiene que curar- la niña se levantó la manga de la camisa dejando ver una horrible pústula de sangre en su antebrazo- papá me pegó el bicho-.
La pústula parpadeó, parecía un ojo que se abría y cerraba. Era imposible. Shappy creyó que no había visto nada igual. ¿O tal vez sí? Se asomó fuera del escondite y vio la misma especie de pústula/ojo sobre la frente de los de muertos. Tenía, razón, la niña era la trampa.
El ojo se abrió y se movió del antebrazo de la chiquilla a la nuca. La payasa se apartó de un sobresalto. La niña se acercó gateando donde estaba Thiel. El llanto de la cría se había convertido en una leve sonrisa que iba creciendo por momentos. ¿Otra trampa?
Shappy estuvo rápida y, antes de que de la niña llegase donde estaba Thiel, invocó una jaula de huesos que emergió del propio suelo y atrapó a la chiquilla. El ojo se cerró y volvió a su posición original en el antebrazo de la niña.
-¡Quiero ir con mi mamá!- lloraba desconsoladamente. Volvió a ser ella misma.
-Esto es cada vez más parecido al Circo- dijo Shappy- Está atrapada como estuvo con Hont y las otras bestias- volvía a tener las manos en la sien, sentía que la cabeza le iba a explotar del dolor (era porque Emily que estaba llorando) - ¿Has visto lo que ha hecho? ¿Qué hacemos con ella?-
* Thiel: Lo que fuera que ha maldecido a los muertos, lo hizo también con a Gilda. Shappy ha estado rápida y la ha atrapado antes de que pudiera atacarte. ¿Qué debemos hacer con la niña? Es la pregunta clave. Shappy te ha dicho algunas opciones, tal vez a ti se te ocurra alguna nueva. La decisión final es toda tuya. Lo que elijas, dependerá sobre el trascurso del tema.
¡La historia se complica!
Shappy apartó la cabeza de la niña sin dejar de verla. Estaba cayendo en la trampa del discípulo del Hombre Muerto. Estaba jugando con su mente igual como el Maestro de Ceremonias manipuló a todos los payasos del Circo de la Alegría. Se puso las dos manos en la sien, negó con la cabeza repetidas veces y dio un patada a la pared con tal de descargar toda la ira que sentía. Pensó en matar a la niña. Ella era un lastre para su misión de salvar a Boomer. Sería difícil escapar de los muertos con una cría en brazos, además de que le estaba atormentando los recuerdos. ¿Thiel lo entendería?
-Emily…,- movió otra vez la cabeza la cabeza en sentido negativo- en realidad fui yo sin maquillaje, te vi hace unos días visitar un orfanato. Los niños te tienen mucho cariño.- Se agacho con dificultad hacia la pequeña y levantó, con un dedo, la barbilla de la niña para verla de cara.- No puedo evitar pensar lo que estoy pensando, lo sabes, ¿verdad? Me críe entre payasos y horrores…- no terminó la frase. - Podemos llevarla al orfanato, pero los muertos de allí fuera nos seguirían y pondríamos en peligro a los demás niños. Podemos llevarla con nosotras y nos molestará en nuestro camino. Si tengo que elegir entre Boomer y una niña que no conozco, elegiré a Boomer.- con la mano que tenía libre acarició el cabello de la niña- Cariño, tienes suerte que la loba esté conmigo- sino le habría matado sin pestañear.
-¿Mamá?- preguntó la chiquilla con voz suave.
La payasa se mordió la buena. No podía decirle que su madre estaba muerta.
-¿Cómo te llamas, cariño?-.
-Me llamo Gilda- se limpió la cara con un brazo- ¿dónde está mamá?-
-Luego iremos con ella, ahora te tendrás que quedar un ratito con nosotras-.
-Tengo que ir con Mamá, me tiene que curar- la niña se levantó la manga de la camisa dejando ver una horrible pústula de sangre en su antebrazo- papá me pegó el bicho-.
La pústula parpadeó, parecía un ojo que se abría y cerraba. Era imposible. Shappy creyó que no había visto nada igual. ¿O tal vez sí? Se asomó fuera del escondite y vio la misma especie de pústula/ojo sobre la frente de los de muertos. Tenía, razón, la niña era la trampa.
El ojo se abrió y se movió del antebrazo de la chiquilla a la nuca. La payasa se apartó de un sobresalto. La niña se acercó gateando donde estaba Thiel. El llanto de la cría se había convertido en una leve sonrisa que iba creciendo por momentos. ¿Otra trampa?
Shappy estuvo rápida y, antes de que de la niña llegase donde estaba Thiel, invocó una jaula de huesos que emergió del propio suelo y atrapó a la chiquilla. El ojo se cerró y volvió a su posición original en el antebrazo de la niña.
-¡Quiero ir con mi mamá!- lloraba desconsoladamente. Volvió a ser ella misma.
-Esto es cada vez más parecido al Circo- dijo Shappy- Está atrapada como estuvo con Hont y las otras bestias- volvía a tener las manos en la sien, sentía que la cabeza le iba a explotar del dolor (era porque Emily que estaba llorando) - ¿Has visto lo que ha hecho? ¿Qué hacemos con ella?-
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* Thiel: Lo que fuera que ha maldecido a los muertos, lo hizo también con a Gilda. Shappy ha estado rápida y la ha atrapado antes de que pudiera atacarte. ¿Qué debemos hacer con la niña? Es la pregunta clave. Shappy te ha dicho algunas opciones, tal vez a ti se te ocurra alguna nueva. La decisión final es toda tuya. Lo que elijas, dependerá sobre el trascurso del tema.
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Terminó de vestirse con el jirón de tela que le servía como vestido y acomodó el cordel que hacía las veces de cinturón, del cual colgaba su daga, un bolsito y otro par de fruslerías. Fingiendo estar concentrada en su tarea, observó de reojo las reacciones de la payasa ante la presencia de la pequeña niña. Thiel sentía un profundo afecto por su amiga pero, aunque no la juzgaba, los peligros de estar con ella no se le pasaban por alto.
Sintió cierta decepción al oír que la payasa ya sabía de su presencia en Baslodia días antes, cuando la vio visitar el orfanato de Gran Pa. Sin embargo, aunque torció el gesto, no dijo nada al respecto; no era el momento adecuado para reprocharle nada a la pobre y perturbada Shimphony. Escuchó mansamente, intercalando su mirada entre la peliazul y la niña llamada Gilda. El terso entrecejo de la loba se arrugó al ver la desagradable herida que ésta última tenía en su pequeño brazo. Luego todo pasó muy rápido. La niña pareció entrar en un extraño trance y, cuando se lanzó a atacarla, Shappy la detuvo antes de que Thiel, absorta en su sorpresa, pudiera hacer nada.
Ahora dentro de la jaula, Gilda las miraba a ambas con ojos llorosos y se llevaba las manitas al rostro para secarse las lágrimas, que le hacían caminos húmedos entre la sucia piel. La loba, tras tomarse unos segundos para pensar, dejó caer una mano sobre la cabeza de Shappy, advirtiendo su acongoje, y dijo con una profunda serenidad que se forzó a tener para contrarrestar el nerviosismo de su amiga:
-No podemos poner en peligro al orfanato. Y tampoco podemos ponerla en peligro a ella llevándola con nosotras. -Se cruzó de brazos y tocó con la punta del pie los huesos que conformaban la jaula- Supongo que no tendrás dentro de ese libro algún conjuro para curarla, ¿verdad? -Masculló. Shimphony apretó contra su pecho el grueso libro oscuro- No lo sé. Quizás. Pero, aunque lo hubiera, tendría que estudiarlo por un buen rato y no tenemos tiempo. -La joven de ojos oliva asintió. Entendía que rescatar a Boomer era la prioridad, por más inhumano que sonase decidir postergar el socorro de aquella infante.
Suspiró copiosamente y volvió a pensar, con la mirada clavada en la niña, quien no hacía más que sollozar. Parecía ser una criatura tranquila, acostumbrada y resignada a la dureza de la vida pobre. Luego de un momento, se acuclilló frente a la jaula y decidió:
-La llevaremos a su casa. -Gilda quitó el pulgar de su boca al oír esto, Shappy exhaló un gruñido de hastío- ¿Mamá? -Tendrás que esperar allí a mamá. O a nosotras. Quien llegue primero. -Thiel le dedicó una cálida sonrisa a la infante- ¿Sería Gilda una buena niña y esperaría en casa? -Gilda... Gilda buena. -La pequeña asintió sin mucha convicción. Dicho esto, la joven loba se puso de pie- Entonces guíanos a tu hogar.
Le pidió a Shappy que deshiciera la jaula y emprendieron el camino hacia la casa de la niña, que iba adelante marcando el camino con pasitos cortos y zigzagueantes. Ninguna de las dos jóvenes le quitaba los ojos de encima, pendientes de lo que pudiera hacer, y al mismo tiempo observaban con cautela el entorno para no toparse con más trampas. Por suerte, la casa de Gilda era una modestísima construcción de adobe a pocas manzanas de distancia en dirección al cementerio, por lo cual no debieron desviarse mucho del camino.
Acompañaron dentro a la infante, que caminó hacia el viejo catre que descansaba en un oscuro rincón de la casucha. El suelo era de tierra y la ventana era un simple hueco desnudo en la pared. Thiel se preguntó si, aún teniendo padres, esa niña no habría estado en mejores condiciones viviendo en el orfanato de Gran Pa.
-Ya sabes, pequeña. Serás buena y obediente, ¿verdad? Tienes que quedarte aquí hasta que volvamos por ti, ¿vale? -La niña asintió, cada vez menos convencida. Las lágrimas volvían a desteñir sus mugrientas mejillas y la loba debió hacer un gran esfuerzo para marcharse e irse. Sus ojos también se habían humedecido más de la cuenta. La mayoría de la gente de Baslodia era muy humilde, y ésta ya era la segunda vez que Thiel atestiguaba los males que acechaban al pueblo. Entendía que la niña fuera tan tranquila, tan serena pese a su corta edad. ¿Habría estado también en las largas filas de críos raptados por el flautista? ¿La madre muerta cuyos brazos cercenó para arrancarle a su hija no habría sido una de las tantas mujeres de la plaza a las que le dio una flor aquella vez? Era probable. Tan horriblemente probable que se esforzó por apretar los párpados y borrar de su mente las caras de todos los muertos que acababa de ver.
Cuando volvieron a salir, le dijo a su amiga:
-Sería bueno que cerráramos bien la puerta y la ventana.
Shappy asintió y, como con la jaula, invocó macizas hileras de huesos que enrejaban las salidas de la casucha. Así, por lo menos, la niña no sería herida... ni heriría a nadie.
Sintió cierta decepción al oír que la payasa ya sabía de su presencia en Baslodia días antes, cuando la vio visitar el orfanato de Gran Pa. Sin embargo, aunque torció el gesto, no dijo nada al respecto; no era el momento adecuado para reprocharle nada a la pobre y perturbada Shimphony. Escuchó mansamente, intercalando su mirada entre la peliazul y la niña llamada Gilda. El terso entrecejo de la loba se arrugó al ver la desagradable herida que ésta última tenía en su pequeño brazo. Luego todo pasó muy rápido. La niña pareció entrar en un extraño trance y, cuando se lanzó a atacarla, Shappy la detuvo antes de que Thiel, absorta en su sorpresa, pudiera hacer nada.
Ahora dentro de la jaula, Gilda las miraba a ambas con ojos llorosos y se llevaba las manitas al rostro para secarse las lágrimas, que le hacían caminos húmedos entre la sucia piel. La loba, tras tomarse unos segundos para pensar, dejó caer una mano sobre la cabeza de Shappy, advirtiendo su acongoje, y dijo con una profunda serenidad que se forzó a tener para contrarrestar el nerviosismo de su amiga:
-No podemos poner en peligro al orfanato. Y tampoco podemos ponerla en peligro a ella llevándola con nosotras. -Se cruzó de brazos y tocó con la punta del pie los huesos que conformaban la jaula- Supongo que no tendrás dentro de ese libro algún conjuro para curarla, ¿verdad? -Masculló. Shimphony apretó contra su pecho el grueso libro oscuro- No lo sé. Quizás. Pero, aunque lo hubiera, tendría que estudiarlo por un buen rato y no tenemos tiempo. -La joven de ojos oliva asintió. Entendía que rescatar a Boomer era la prioridad, por más inhumano que sonase decidir postergar el socorro de aquella infante.
Suspiró copiosamente y volvió a pensar, con la mirada clavada en la niña, quien no hacía más que sollozar. Parecía ser una criatura tranquila, acostumbrada y resignada a la dureza de la vida pobre. Luego de un momento, se acuclilló frente a la jaula y decidió:
-La llevaremos a su casa. -Gilda quitó el pulgar de su boca al oír esto, Shappy exhaló un gruñido de hastío- ¿Mamá? -Tendrás que esperar allí a mamá. O a nosotras. Quien llegue primero. -Thiel le dedicó una cálida sonrisa a la infante- ¿Sería Gilda una buena niña y esperaría en casa? -Gilda... Gilda buena. -La pequeña asintió sin mucha convicción. Dicho esto, la joven loba se puso de pie- Entonces guíanos a tu hogar.
Le pidió a Shappy que deshiciera la jaula y emprendieron el camino hacia la casa de la niña, que iba adelante marcando el camino con pasitos cortos y zigzagueantes. Ninguna de las dos jóvenes le quitaba los ojos de encima, pendientes de lo que pudiera hacer, y al mismo tiempo observaban con cautela el entorno para no toparse con más trampas. Por suerte, la casa de Gilda era una modestísima construcción de adobe a pocas manzanas de distancia en dirección al cementerio, por lo cual no debieron desviarse mucho del camino.
Acompañaron dentro a la infante, que caminó hacia el viejo catre que descansaba en un oscuro rincón de la casucha. El suelo era de tierra y la ventana era un simple hueco desnudo en la pared. Thiel se preguntó si, aún teniendo padres, esa niña no habría estado en mejores condiciones viviendo en el orfanato de Gran Pa.
-Ya sabes, pequeña. Serás buena y obediente, ¿verdad? Tienes que quedarte aquí hasta que volvamos por ti, ¿vale? -La niña asintió, cada vez menos convencida. Las lágrimas volvían a desteñir sus mugrientas mejillas y la loba debió hacer un gran esfuerzo para marcharse e irse. Sus ojos también se habían humedecido más de la cuenta. La mayoría de la gente de Baslodia era muy humilde, y ésta ya era la segunda vez que Thiel atestiguaba los males que acechaban al pueblo. Entendía que la niña fuera tan tranquila, tan serena pese a su corta edad. ¿Habría estado también en las largas filas de críos raptados por el flautista? ¿La madre muerta cuyos brazos cercenó para arrancarle a su hija no habría sido una de las tantas mujeres de la plaza a las que le dio una flor aquella vez? Era probable. Tan horriblemente probable que se esforzó por apretar los párpados y borrar de su mente las caras de todos los muertos que acababa de ver.
Cuando volvieron a salir, le dijo a su amiga:
-Sería bueno que cerráramos bien la puerta y la ventana.
Shappy asintió y, como con la jaula, invocó macizas hileras de huesos que enrejaban las salidas de la casucha. Así, por lo menos, la niña no sería herida... ni heriría a nadie.
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
-Salgamos por aquí- dijo Shappy señalando el techo de la habitación de la niña- no quiero que tengas que enfrentarte otra vez con los tipos de allá bajo. Es mejor que vayamos saltando por los tejados de los edificios. ¿No te parece?-
Terminó la frase con una sonrisa cínica. Dejar a Gilda abandonada en su propia casa no era la mejor de las ideas, cualquier padre malhumorado protestaría al saber que un par chicas habían dejado a una niña de dos años encerrada en su propia habitación. Sin embargo, aquello era mucho que sacrificarla como había propuesto en silencio Shimphony Shappire; por no hablar de la idea de llevarla al cementerio encerrada en una jaula de huesos como si fuera un perro.
“Cariño, tienes suerte de que la loba esté conmigo”. Repitió para sus adentros la payasa mirando hacia la puerta cerrada de la habitación de Gilda, acto seguido agregó: “Las dos tenemos suerte de que Thiel cuide de nosotras”. Si hubieran llevado a la pequeña con ellas, Shappy se habría sentido traumada, casi violada por los remordimientos de haber matado a tantos niños en sus días como payasa del Circo de los Horrores. Cierto, esas muertos no fueron culpa de ella, sino del Maestro de Ceremonias e, indirectamente, del Hombre Muerto. Pero, la mano que guiaba a los niños a la muerte y la voz que invocaba a los muertos era la de Shimphony Shappire. Sentía que el Hombre Muerto había estado jugando con ella. Para él, no fue más que un peón al que poder sacrificar cuando las cosas se ponían feas. ¡Sorpresa! Éste peón se convirtió en reina y a su lado tenía a nueva pieza del tablero llamada La Loba que era incluso más valiosa que el propio rey. “Si conseguimos rescatar a Boomer, será gracias a Thiel”.
Las chicas llegaron al tejado del edificio. Abajo se podía ver a un grupo de personas, todas con el ojo de sangre en la frente, caminando sin tener ningún rumbo fijo. Era una muy desagradable.
Shappy sacó del bolsillo de su chaleco plateado una coleta con la que se ató el cabello para que no le molestase a saltar. Los edificios en Baslodia no eran como en las otras ciudades humanas. Las casas eran altas y estaban casi pegadas las unas a las otras de forma que hacían callejones muy estrechos que atravesaban las amplias avenidas de la ciudad. No sería difícil saltar por los tejados; tampoco era fácil.
Tomó aire, sujetó las cuerdas de su mochila, se concentró y clavó la vista al edificio que tenía enfrente. Saltó sin vacilar. Una vez sus pies tocaron las tejas, estuvo a punto a resbalar pero supo mantener el equilibrio.
-¡Vamos!- hizo una señal con la mano a Thiel -¡Te echo una carrera!- lejos de Gilda y de los ojos de sangre, la payasa se podía permitirse el lujo que era bromear.
El cementerio no estaba lejos. Después de saltar siete edificios más se encontrarían con la muralla que rodeaba la ciudad, una vez allí, las chicas tendrían que idear un plan para pasar por allí sin que los guardias les vieran. Después de algunos incidentes, por llamarlo de alguna manera, los guardias decretaron el toque de queda en Baslodia. Nadie sabía nada y la información que daban los guardias era escasa:
-No pueden salir de sus casas después de que se haya puesto el sol. Es por vuestro bien-.
“¿Entonces, qué pasa con todos los malditos de tres ojos?” le costó comprenderlo, pero, finalmente, lo vio claro. Seguramente, los guardias tendrían el mismo tercer ojo de sangre que el resto de habitantes de Baslodia.
-¿Cuánto tiempo lleva planeando esto?- Shappy se sorprendió al haber hecho la pregunta en voz alta. Miró a Thiel directamente a los ojos; no quería haberla metido en peligro, pero agradecía profundamente que estuviera a su lado. - Me acabo de dar cuenta de algo que no te va a gustar.- se sentó entre las tejas del edificio donde quedaron (faltaban dos casas más para llegar a la muralla) - El Hombre Muerto, o su discípulo, no lo sé- se llevó las manos en la cabeza como si estuviera intentando calmar un dolor profundo - nos la ha vuelto a jugar. Allá delante está la muralla de la ciudad. Desde hace algunos días, los guardias cierran las puertas para que nadie pueda entrar ni salir durante la noche. Adivina qué creo que tienen los guardias detrás de la nuca… No podemos pasar por allí sin que nos vean. – dejó unos segundos de silencio y volvió a hablar - Emily, con su cara inocente de no haber roto un plato en su vida podría pasar inadvertida, al menos hasta que se tope con la puerta cerrada en sus narices.- dio un golpecito a su coleta de color azul – Los guardias sospecharían de mí mucho antes de toparme de bruces con la puerta de hierro. ¿Se te ocurre otra gran idea como la de encerrar a Gilda en su habitación o voy sacando el libro de hechizos?-
A medio quilómetro de donde estaban Thiel y Shappy; una sombra se reía mientras observaba, con los dos ojos normales cerrados y el ojo sangre abierto, qué hacían las muchachas. La nueva, la loba, podía llegar de ser muy peligrosa. Su cabeza estaba llena de brillantes ideas. ¿Cómo había podido escapar de la trampa de la chiquilla? La sombra río a carcajadas sin abrir la boca. El sonido que producía era como el de una centena de grillos chirriando al mismo tiempo. No importaba. Que escape. Que huya. Que piense con su brillante cabecita y que llegue al castillo donde la sombra la esperaba. Shimphony Shappire tenía que llegar. El libro. El tercer ojo de sangre miraba el libro que la payasa robó. Podría haber aceptado servir al Hombre Muerto. Se lo propuso y ella lo rechazó. ¡Adelante! La sombra la estaba esperando. Tenía que llegar. Tarde o temprano, las chicas pasarían la trampa que les esperaba en la muralla y luego la del cementerio. Llegarían al castillo y allí, sucumbirían al poder del nigromante.
* Thiel: Shappy ya te ha felicitado, pero ahora me toca a mí. La forma en la que has solucionado la primera complejidad ha sido extraordinaria. Me pregunto qué es lo que harás ahora. Tu objetivo es buscar una forma en la que tanto Shappy como tú podréis pasar por la muralla sin llamar la atención. ¿Disfraces de guardia, hechizos de sombra o tus ideas originales?
Terminó la frase con una sonrisa cínica. Dejar a Gilda abandonada en su propia casa no era la mejor de las ideas, cualquier padre malhumorado protestaría al saber que un par chicas habían dejado a una niña de dos años encerrada en su propia habitación. Sin embargo, aquello era mucho que sacrificarla como había propuesto en silencio Shimphony Shappire; por no hablar de la idea de llevarla al cementerio encerrada en una jaula de huesos como si fuera un perro.
“Cariño, tienes suerte de que la loba esté conmigo”. Repitió para sus adentros la payasa mirando hacia la puerta cerrada de la habitación de Gilda, acto seguido agregó: “Las dos tenemos suerte de que Thiel cuide de nosotras”. Si hubieran llevado a la pequeña con ellas, Shappy se habría sentido traumada, casi violada por los remordimientos de haber matado a tantos niños en sus días como payasa del Circo de los Horrores. Cierto, esas muertos no fueron culpa de ella, sino del Maestro de Ceremonias e, indirectamente, del Hombre Muerto. Pero, la mano que guiaba a los niños a la muerte y la voz que invocaba a los muertos era la de Shimphony Shappire. Sentía que el Hombre Muerto había estado jugando con ella. Para él, no fue más que un peón al que poder sacrificar cuando las cosas se ponían feas. ¡Sorpresa! Éste peón se convirtió en reina y a su lado tenía a nueva pieza del tablero llamada La Loba que era incluso más valiosa que el propio rey. “Si conseguimos rescatar a Boomer, será gracias a Thiel”.
Las chicas llegaron al tejado del edificio. Abajo se podía ver a un grupo de personas, todas con el ojo de sangre en la frente, caminando sin tener ningún rumbo fijo. Era una muy desagradable.
Shappy sacó del bolsillo de su chaleco plateado una coleta con la que se ató el cabello para que no le molestase a saltar. Los edificios en Baslodia no eran como en las otras ciudades humanas. Las casas eran altas y estaban casi pegadas las unas a las otras de forma que hacían callejones muy estrechos que atravesaban las amplias avenidas de la ciudad. No sería difícil saltar por los tejados; tampoco era fácil.
Tomó aire, sujetó las cuerdas de su mochila, se concentró y clavó la vista al edificio que tenía enfrente. Saltó sin vacilar. Una vez sus pies tocaron las tejas, estuvo a punto a resbalar pero supo mantener el equilibrio.
-¡Vamos!- hizo una señal con la mano a Thiel -¡Te echo una carrera!- lejos de Gilda y de los ojos de sangre, la payasa se podía permitirse el lujo que era bromear.
El cementerio no estaba lejos. Después de saltar siete edificios más se encontrarían con la muralla que rodeaba la ciudad, una vez allí, las chicas tendrían que idear un plan para pasar por allí sin que los guardias les vieran. Después de algunos incidentes, por llamarlo de alguna manera, los guardias decretaron el toque de queda en Baslodia. Nadie sabía nada y la información que daban los guardias era escasa:
-No pueden salir de sus casas después de que se haya puesto el sol. Es por vuestro bien-.
“¿Entonces, qué pasa con todos los malditos de tres ojos?” le costó comprenderlo, pero, finalmente, lo vio claro. Seguramente, los guardias tendrían el mismo tercer ojo de sangre que el resto de habitantes de Baslodia.
-¿Cuánto tiempo lleva planeando esto?- Shappy se sorprendió al haber hecho la pregunta en voz alta. Miró a Thiel directamente a los ojos; no quería haberla metido en peligro, pero agradecía profundamente que estuviera a su lado. - Me acabo de dar cuenta de algo que no te va a gustar.- se sentó entre las tejas del edificio donde quedaron (faltaban dos casas más para llegar a la muralla) - El Hombre Muerto, o su discípulo, no lo sé- se llevó las manos en la cabeza como si estuviera intentando calmar un dolor profundo - nos la ha vuelto a jugar. Allá delante está la muralla de la ciudad. Desde hace algunos días, los guardias cierran las puertas para que nadie pueda entrar ni salir durante la noche. Adivina qué creo que tienen los guardias detrás de la nuca… No podemos pasar por allí sin que nos vean. – dejó unos segundos de silencio y volvió a hablar - Emily, con su cara inocente de no haber roto un plato en su vida podría pasar inadvertida, al menos hasta que se tope con la puerta cerrada en sus narices.- dio un golpecito a su coleta de color azul – Los guardias sospecharían de mí mucho antes de toparme de bruces con la puerta de hierro. ¿Se te ocurre otra gran idea como la de encerrar a Gilda en su habitación o voy sacando el libro de hechizos?-
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A medio quilómetro de donde estaban Thiel y Shappy; una sombra se reía mientras observaba, con los dos ojos normales cerrados y el ojo sangre abierto, qué hacían las muchachas. La nueva, la loba, podía llegar de ser muy peligrosa. Su cabeza estaba llena de brillantes ideas. ¿Cómo había podido escapar de la trampa de la chiquilla? La sombra río a carcajadas sin abrir la boca. El sonido que producía era como el de una centena de grillos chirriando al mismo tiempo. No importaba. Que escape. Que huya. Que piense con su brillante cabecita y que llegue al castillo donde la sombra la esperaba. Shimphony Shappire tenía que llegar. El libro. El tercer ojo de sangre miraba el libro que la payasa robó. Podría haber aceptado servir al Hombre Muerto. Se lo propuso y ella lo rechazó. ¡Adelante! La sombra la estaba esperando. Tenía que llegar. Tarde o temprano, las chicas pasarían la trampa que les esperaba en la muralla y luego la del cementerio. Llegarían al castillo y allí, sucumbirían al poder del nigromante.
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* Thiel: Shappy ya te ha felicitado, pero ahora me toca a mí. La forma en la que has solucionado la primera complejidad ha sido extraordinaria. Me pregunto qué es lo que harás ahora. Tu objetivo es buscar una forma en la que tanto Shappy como tú podréis pasar por la muralla sin llamar la atención. ¿Disfraces de guardia, hechizos de sombra o tus ideas originales?
Sigel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para marcharse antes de arrepentirse de dejar a la niña prácticamente a su suerte. Se prometió que volvería por ella y la llevaría a vivir bajo el cuidado de Gran Pa, y con ese triste juramento juntó fuerzas para seguir a Shimphony Shappire. Al fin y al cabo otro “niño”, un niño inocente y amable metido en el cuerpo de un grandullón con la cara pintada, necesitaba urgentemente la ayuda de las muchachas y cada segundo de indecisión era, probablemente, otra gruesa lágrima rodando por las mejillas del buen Boomer.
Trepar hasta el tejado de la casa no le resultó difícil. Lo complicado era controlar los latidos de su corazón que se desbocaba ante la idea de caer. De haberle gustado las alturas, hubiese nacido siendo pájaro. Pero era una loba cuya zona de confort era la tierra firme, con sus rocas y sus árboles bien arraigados a ella. Respiró profundo y tragó saliva, apenas esbozando una mueca nerviosa ante la broma de Shappy. La payasa escondía su nerviosismo, su angustia y su desesperación tanto detrás de su espeso maquillaje como de su humor. A Thiel le sudaban las manos y su incomodidad se dejaba entrever entre una sonrisa torcida y tensa. -Has saltado desde el techo de un circo... -Se dijo, aunque el recuerdo no hizo más que aumentar su vértigo durante un instante- Puedes hacerlo. Por Boomer. -Saber que la vida del gigantón dependía en gran medida de ellas dos le dio fuerzas. Tomó impulso y saltó; sus pies descalzos contribuyeron a que pudiera adherirse bien al tejado sin resbalar. No era tan difícil (o eso se dijo una y mil veces) y, salto tras salto, poco a poco fue perdiendo los nervios.
Pocas casas antes de llegar a la muralla, su compañera se detuvo a analizar la situación. La ojiverde, por su parte, no pudo hacer más que observar la cercana muralla con incertidumbre. Mientras Shappy hablaba, Thiel sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Por escasos segundos se sintió observada; un terrible presentimiento le heló los huesos y le tensó todos los músculos. Sin embargo ya habían llegado hasta allí y no cabía la posibilidad de darse la vuelta. Era natural que todo le diese mala espina, pensó, si estaban yendo directamente a enfrentarse contra el terrible creador del Circo de los Horrores.
Por enésima vez esa noche, Thiel respiró tan profundo que sintió que los pulmones le iban a estallar. “¿...voy sacando el libro de hechizos?” acababa de decir Shappy, a lo cual la loba negó enérgicamente con la cabeza. Aunque esa magia en sí no le parecía reprochable y podía ser muy conveniente llegado el caso, tampoco cometería la tontería de pensar que era inofensiva. Aquellos guardias, si estaban bajo la influencia del enemigo, no sabían lo que hacían. Eran muchachos con sus vidas, con sus familias, entregados a la labor de proteger a su ciudad. No merecían convertirse en víctimas. -Quizás haya una manera más fácil... -Murmuró. No podían recurrir a la violencia siempre que quisieran deshacerse de un obstáculo. ¿Y si eso era parte del plan del Hombre Muerto? A cada paso que daban, Shimphony tendría más y más muertes sobre sus hombros, algo que Emily tarde o temprano ya no podría aguantar. Thiel se entregó a la tarea de evitar, en la medida de lo posible, que su amiga se acostumbrase a quitar de en medio a los inocentes bajo cualquier costo, como si las vidas de los demás no valiesen tanto como las suyas.
Tras un momento con la mirada clavada en la muralla, chasqueó la lengua y, por fin, dijo:
-Tengan el ojo o no, no dejan de ser guardias. Tendrán que acudir al peligro si pasa algo cerca de la puerta, ¿no? -Se cruzó de brazos. Desde donde estaban, no se veía a más de cinco hombres custodiando el portón; uno de ellos permanecía junto a la gran palanca que activaba el sistema de poleas para abrir o cerrar la entrada- Quizás pueda darles una buena razón para descuidar su labor.
A Thiel no le agradaba mucho la idea de volver a adoptar su forma salvaje tras tan poco tiempo. Resultaba agotador y, con cada vez, tardaba más en reponer sus fuerzas. Pero teniendo esa opción se sentía obligada a usarla. Nobleza obliga, ¿no? -Si el dolor de mis huesos va a ayudarnos a todos... que así sea. -Susurró para sí misma mientras volvía a desvestirse. Al tenderle nuevamente sus pertenencias a Shappy, habló en voz más alta- Si funciona y se distraen todos, podrás acceder a la palanca que abre la puerta. No me esperes para salir corriendo. Soy rápida, así que te alcanzaré pronto. -Le sonrió con esa sonrisa que decía “te prometo que todo estará bien... aunque ni yo misma esté segura de esto” y acto seguido se deslizó por el tejado hasta caer a la calle. Tal como antes, la transformación fue rápida y el dolor, aunque más acentuado, soportable.
No fue directo hacia donde los uniformados hacían guardia. En vez de eso, trotó hasta la muralla por las callejuelas secundarias en el amparo de la penumbra. Estaba a dos casas de la puerta, esta vez pegada al gran muro, con la intención de que los hombres tuviesen que ir hasta allí y dejar su sitio sin vigilancia. Se atrincheró tras un montón de cajas apiladas, repletas de basura, desperdicios y tablones que descansaban contra la pared, y con su enormes zarpas se dio a la tarea de tirar todo por doquier creando una baraúnda que se oiría a un kilómetro de distancia. Entonces, para dejar claro que el espectáculo no estaba siendo causado por un gato callejero (o un tigre, tomando en cuenta la gravedad del barullo) exhaló un aullido largo y apabullante que retumbó en el tétrico silencio de la maltratada Baslodia.
Sus babeantes fauces exhalaban gruñidos ásperos mientras, poco a poco, se acercaba al encuentro con los guardias. “Vengan... Vengan a mí si saben lo que les conviene...”
Trepar hasta el tejado de la casa no le resultó difícil. Lo complicado era controlar los latidos de su corazón que se desbocaba ante la idea de caer. De haberle gustado las alturas, hubiese nacido siendo pájaro. Pero era una loba cuya zona de confort era la tierra firme, con sus rocas y sus árboles bien arraigados a ella. Respiró profundo y tragó saliva, apenas esbozando una mueca nerviosa ante la broma de Shappy. La payasa escondía su nerviosismo, su angustia y su desesperación tanto detrás de su espeso maquillaje como de su humor. A Thiel le sudaban las manos y su incomodidad se dejaba entrever entre una sonrisa torcida y tensa. -Has saltado desde el techo de un circo... -Se dijo, aunque el recuerdo no hizo más que aumentar su vértigo durante un instante- Puedes hacerlo. Por Boomer. -Saber que la vida del gigantón dependía en gran medida de ellas dos le dio fuerzas. Tomó impulso y saltó; sus pies descalzos contribuyeron a que pudiera adherirse bien al tejado sin resbalar. No era tan difícil (o eso se dijo una y mil veces) y, salto tras salto, poco a poco fue perdiendo los nervios.
Pocas casas antes de llegar a la muralla, su compañera se detuvo a analizar la situación. La ojiverde, por su parte, no pudo hacer más que observar la cercana muralla con incertidumbre. Mientras Shappy hablaba, Thiel sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Por escasos segundos se sintió observada; un terrible presentimiento le heló los huesos y le tensó todos los músculos. Sin embargo ya habían llegado hasta allí y no cabía la posibilidad de darse la vuelta. Era natural que todo le diese mala espina, pensó, si estaban yendo directamente a enfrentarse contra el terrible creador del Circo de los Horrores.
Por enésima vez esa noche, Thiel respiró tan profundo que sintió que los pulmones le iban a estallar. “¿...voy sacando el libro de hechizos?” acababa de decir Shappy, a lo cual la loba negó enérgicamente con la cabeza. Aunque esa magia en sí no le parecía reprochable y podía ser muy conveniente llegado el caso, tampoco cometería la tontería de pensar que era inofensiva. Aquellos guardias, si estaban bajo la influencia del enemigo, no sabían lo que hacían. Eran muchachos con sus vidas, con sus familias, entregados a la labor de proteger a su ciudad. No merecían convertirse en víctimas. -Quizás haya una manera más fácil... -Murmuró. No podían recurrir a la violencia siempre que quisieran deshacerse de un obstáculo. ¿Y si eso era parte del plan del Hombre Muerto? A cada paso que daban, Shimphony tendría más y más muertes sobre sus hombros, algo que Emily tarde o temprano ya no podría aguantar. Thiel se entregó a la tarea de evitar, en la medida de lo posible, que su amiga se acostumbrase a quitar de en medio a los inocentes bajo cualquier costo, como si las vidas de los demás no valiesen tanto como las suyas.
Tras un momento con la mirada clavada en la muralla, chasqueó la lengua y, por fin, dijo:
-Tengan el ojo o no, no dejan de ser guardias. Tendrán que acudir al peligro si pasa algo cerca de la puerta, ¿no? -Se cruzó de brazos. Desde donde estaban, no se veía a más de cinco hombres custodiando el portón; uno de ellos permanecía junto a la gran palanca que activaba el sistema de poleas para abrir o cerrar la entrada- Quizás pueda darles una buena razón para descuidar su labor.
A Thiel no le agradaba mucho la idea de volver a adoptar su forma salvaje tras tan poco tiempo. Resultaba agotador y, con cada vez, tardaba más en reponer sus fuerzas. Pero teniendo esa opción se sentía obligada a usarla. Nobleza obliga, ¿no? -Si el dolor de mis huesos va a ayudarnos a todos... que así sea. -Susurró para sí misma mientras volvía a desvestirse. Al tenderle nuevamente sus pertenencias a Shappy, habló en voz más alta- Si funciona y se distraen todos, podrás acceder a la palanca que abre la puerta. No me esperes para salir corriendo. Soy rápida, así que te alcanzaré pronto. -Le sonrió con esa sonrisa que decía “te prometo que todo estará bien... aunque ni yo misma esté segura de esto” y acto seguido se deslizó por el tejado hasta caer a la calle. Tal como antes, la transformación fue rápida y el dolor, aunque más acentuado, soportable.
No fue directo hacia donde los uniformados hacían guardia. En vez de eso, trotó hasta la muralla por las callejuelas secundarias en el amparo de la penumbra. Estaba a dos casas de la puerta, esta vez pegada al gran muro, con la intención de que los hombres tuviesen que ir hasta allí y dejar su sitio sin vigilancia. Se atrincheró tras un montón de cajas apiladas, repletas de basura, desperdicios y tablones que descansaban contra la pared, y con su enormes zarpas se dio a la tarea de tirar todo por doquier creando una baraúnda que se oiría a un kilómetro de distancia. Entonces, para dejar claro que el espectáculo no estaba siendo causado por un gato callejero (o un tigre, tomando en cuenta la gravedad del barullo) exhaló un aullido largo y apabullante que retumbó en el tétrico silencio de la maltratada Baslodia.
Sus babeantes fauces exhalaban gruñidos ásperos mientras, poco a poco, se acercaba al encuentro con los guardias. “Vengan... Vengan a mí si saben lo que les conviene...”
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Mientras hacían la patrulla de cada día, los tres guardias hablaban de las banalidades de cada día. La mayoría de sus temas eran cotilleos y rumores sin fundamento. Alica Arrow, que al parecer era quien estaba más pendiente de los temas del corazón, dijo que durante la mañana acompañó a su abuela al mercado y que, en la parada de las verduras, escuchó decir al tendero que había visto a una mujer realizar el oficio más viejo del mundo en la cancela de los Worken. Benjamin Axe y William Sword alzaron sus cejas al unísono. Pensaron que su compañera se habría equivoco. Los Worken se habían ganado su fama en Baslodia por haber cambiado de religión hasta tres veces en lo que iba de década. Primero obedecían las leyes de la vieja religión de los humanos, la señora Worken, cada mañana, iba al santuario de Freya a rendirle tributo. Tres años después, la misma mujer cambió radicalmente. Comenzó a usar vestidos negros y casi todas las joyas (en su mayoría collares y pendientes) llevaban una pequeña cruz como colgante. El templo al que fue a rezar fue al de los nuevos cristianos, una religión que era prácticamente desconocida para el resto de los humanos de Aerandir. Más tarde, cinco años después de las cruces y los rosarios, los vestidos de la señores Worken volvieron a cambiar de color, esta vez al blanco. Cambió las relucientes joyas de oro por diademas de flores con las que adornaba su largo cabello cano. Esta nueva religión que acogió era una mezcla entre lo que se creía que hacían los elfos en sus secretos bosques y lo que se inventaba la señora Worken. Caprichos de la nobleza, pensaron todos los habitantes de Baslodia (incluidos los tres guardias que cotilleaban en la muralla). Fuera como fuere, cada vez que la señora Worken cambiaba de religión, también lo hacían sus hijos. Benjamin Axe dijoen voz alta lo que William Sword pensaba en su cabeza:
-Si doña Worken se entera que su hijo contrata a meretrices, le cortará la polla y hará que los cocineros la cocinen para el próximo caldo-.
Los tres guardias rieron. Benjamin tenía una manera de hablar muy característica. A Alica Arrow le hacía gracia que fuera tan grosero, había que tener valor para utilizar ese ruin lenguaje de una dama (Benjamin hubiera respondido a eso: ¿y dónde está dicha dama?). William Sword, sin embargo, se reía porque pensaba exactamente lo mismo que su compañero pero no se atrevía a decirlo en voz alta. Axe era quien decía las groserías y Sword quien las pensaba.
-No he dicho que el chico de los Worken hubiera pagado a la mujer- Alica Arrow movió el dedo haciendo círculos como si estuviera enredando un nudo que no existía.
-¡El señor Worken! - se adelantó a decir Sword. Axe era algo más lento que William a la hora de atar cabos.
-El mismo que viste y calza. Se lo escuché decir al verdulero del mercado mientras ayudaba a mi abuela con las bolsas. Al parecer, a él se lo había contado el zapatero el día anterior cuando fue a que le reparase unas alpargatas que se le habían roto en el campo-.
-Me tienes que invitar a que ayude al mercado con tu abuela, yo también quiero enterarme de las historias de los nobles-.
-Yo te las resumo, Will: “putas, coños y pollas”. Todos los ricos son iguales-.
Los tres guardias volvieron a reír a la vez.
Las patrullas eran más divertidas si se hacían entre amigos. Ali, Will y Ben se conocían desde que eran pequeños. Los tres habían firmado por la guardia en el mismo día. No fue coincidencia, lo hicieron justo al día siguiente que las canciones cobraron vida. La hermana pequeña de Ben fue una de las desaparecidas por el flautista. Los tres amigos movieron cielo y tierra por encontrarla. Siguieron la orquesta de Hont y la otra chica que ninguno de los tres recordaban. Ben golpeaba como un loco los restos de una placa de metal con sus propios puños. Fue un auténtico milagro ver salir a la pequeña de los Axe con vida. Un milagro que no fue obra de los Dioses viejos, nuevos ni los que se inventaba la pulcra doña Worken. Fue gracias a la Guardia y a la justicia. Benjamin convenció a sus amigos a que se alistasen con él.
-Creo que he oído un ruido- William Sword interrumpió las risas y señaló algún lugar entre los tejados de los edificios.
-Yo no he oído nada. - dijo Benjamin- Habrá sido un gato-.
-Se distinguir el ruido de un gato cundo lo oigo, esto es más grande.- se puso la mano en la frente como si fuera la visera de una gorra.
-Entonces es un gato grande-.
-Ben, haz caso a Will. A mí también me ha parecido oír algo y no tiene que estar demasiado lejos-.
-¡No estoy loco, gracias!- contestó William Sword con una buena dosis de sarcasmo.
Ben fue al interior de la muralla. No tardó más de dos minutos en regresar con tres catalejos, uno para cada uno (a William le dio el catalejo más pequeño por ver si la conseguía hacer enrabiar). Alica Arrow fue quien vio a la persona, si es que se podía llamar persona, que estaba saltando entre los edificios más cercanos de la muralla.
-Chicos, ¿qué sabéis acerca de los lobos?-
-Que sueltan mucho pelo-.
En ese momento se escuchó el aullido del licántropo muy cerca de donde los guardias estaban.
-¿Y qué más?-
-Y que sangran como cualquier otra raza- terminó Benjamin Axe cogiendo su par de hachas de guerra.
-Premio para el grosero caballero-.
Corría lento porque la mochila le pesaba. Antes de separase de Thiel, cogió la ropa de la chica y se la guardó mientras ella se encargaba de llamar la atención de los guardias. Shappy hubiera preferido disfrazarse. Podrían haber buscado en alguno de los edificios de los muertos de la calle, seguramente habrían encontrado alguna pieza suelta de armadura. Si a eso se le sumaba las buenas dotes de actuación de la payasa, habrían pasado por guardias con la misma facilidad con la que Shappy consiguió hacer pasar a Thiel por payasa.
-Lobos, ¿qué se le va a hacer?- se dijo para sí misma sin dejar de correr - Aunque no te gusten los disfraces, sigues siendo mi loba favorita-.
Llegó a una pequeña puerta que daba al interior de la muralla. Por poco estuvo de cruzarse de frente con un hombre casi tan grande como Boomer e igual de fuerte. Esperó, escondida detrás de unas cajas de proyectiles para ballestas, a que el guardia se fuera por donde había venido. El primer impulso de la payasa fue seguirlo, quizás así podría saber cuántas guardias y cuán peligroso era cada uno de ellos. Sin embargo, tenía que cumplir con la misión que Thiel le había mandado.
¡Una palanca! Por algún lugar del interior de la muralla debía haber una sala con los engranajes que hagan levantar la puerta. Engranajes que se harían funcionar con un mero movimiento de palanca. Pero, ¿dónde? Ahora se lamentaba de no haber seguido a aquel tipo. Los pasadizos de la muralla formaban un laberinto. Había un millar de salas; algunas eran habitáculos no mucho más grande que su antigua caravana en el Circo que servían como dormitorios para los guardias y otras simples almacenes de comida y armas.
Después de haber pasado más de cinco veces seguidas por el mismo pasillo, pensó que se contentaría si llegaba a salir de la muralla. Dejó de buscar la sala de engranajes y tuercas; con encontrar la salida ya estaría la mar de contenta.
Volvió a llegar al mismo almacén donde antes se había cruzado con el guardia. Se fijó en la caja de los proyectiles de ballesta que, minutos atrás, había usado como escondite. La caja estaba vacía.
-Te quiero Thiel, no me juzgues por lo que te voy a hacer-.
Se sentó detrás de la caja, en la misma posición que antes usó para esconderse, y sacó el libro de nigromancia. El mismo ojo que utilizó para averiguar la posición de Boomer, lo usó para cuidar (y espiar) a Thiel.
-Si estás en peligro, prometo que intentaré ayudarte- terminó en un susurro.
* Thiel: Los guardias no se han fijado en los malditos de tres ojos que hay en las calles. Están demasiado pendientes de sus propias historias. En cambio, tu plan de distraerles ha dado efecto. Se han fijado en ti y te perseguirán. Son gente de bien; una vez salvaste a la hermana menor de uno de ellos. ¿Te atreverás a defenderte haciéndoles daño o intentarás huir de ellos sin llegar a atacarles? Eres libre de describir a los guardias como gustes, no me he centrado en su aspecto físico por si deseas darles tú alguno en particular.
Por otra parte, Shappy no encuentra la sala de máquinas que abre el portón de la muralla. Ha invocado una criatura para cuidar de ti mientras estáis separadas. Deberás lanzar una runa. Dependiendo de su suerte, Shappy podrá encontrar la sale de máquinas en el turno siguiente o seguirá perdida en la muralla.
-Si doña Worken se entera que su hijo contrata a meretrices, le cortará la polla y hará que los cocineros la cocinen para el próximo caldo-.
Los tres guardias rieron. Benjamin tenía una manera de hablar muy característica. A Alica Arrow le hacía gracia que fuera tan grosero, había que tener valor para utilizar ese ruin lenguaje de una dama (Benjamin hubiera respondido a eso: ¿y dónde está dicha dama?). William Sword, sin embargo, se reía porque pensaba exactamente lo mismo que su compañero pero no se atrevía a decirlo en voz alta. Axe era quien decía las groserías y Sword quien las pensaba.
-No he dicho que el chico de los Worken hubiera pagado a la mujer- Alica Arrow movió el dedo haciendo círculos como si estuviera enredando un nudo que no existía.
-¡El señor Worken! - se adelantó a decir Sword. Axe era algo más lento que William a la hora de atar cabos.
-El mismo que viste y calza. Se lo escuché decir al verdulero del mercado mientras ayudaba a mi abuela con las bolsas. Al parecer, a él se lo había contado el zapatero el día anterior cuando fue a que le reparase unas alpargatas que se le habían roto en el campo-.
-Me tienes que invitar a que ayude al mercado con tu abuela, yo también quiero enterarme de las historias de los nobles-.
-Yo te las resumo, Will: “putas, coños y pollas”. Todos los ricos son iguales-.
Los tres guardias volvieron a reír a la vez.
Las patrullas eran más divertidas si se hacían entre amigos. Ali, Will y Ben se conocían desde que eran pequeños. Los tres habían firmado por la guardia en el mismo día. No fue coincidencia, lo hicieron justo al día siguiente que las canciones cobraron vida. La hermana pequeña de Ben fue una de las desaparecidas por el flautista. Los tres amigos movieron cielo y tierra por encontrarla. Siguieron la orquesta de Hont y la otra chica que ninguno de los tres recordaban. Ben golpeaba como un loco los restos de una placa de metal con sus propios puños. Fue un auténtico milagro ver salir a la pequeña de los Axe con vida. Un milagro que no fue obra de los Dioses viejos, nuevos ni los que se inventaba la pulcra doña Worken. Fue gracias a la Guardia y a la justicia. Benjamin convenció a sus amigos a que se alistasen con él.
-Creo que he oído un ruido- William Sword interrumpió las risas y señaló algún lugar entre los tejados de los edificios.
-Yo no he oído nada. - dijo Benjamin- Habrá sido un gato-.
-Se distinguir el ruido de un gato cundo lo oigo, esto es más grande.- se puso la mano en la frente como si fuera la visera de una gorra.
-Entonces es un gato grande-.
-Ben, haz caso a Will. A mí también me ha parecido oír algo y no tiene que estar demasiado lejos-.
-¡No estoy loco, gracias!- contestó William Sword con una buena dosis de sarcasmo.
Ben fue al interior de la muralla. No tardó más de dos minutos en regresar con tres catalejos, uno para cada uno (a William le dio el catalejo más pequeño por ver si la conseguía hacer enrabiar). Alica Arrow fue quien vio a la persona, si es que se podía llamar persona, que estaba saltando entre los edificios más cercanos de la muralla.
-Chicos, ¿qué sabéis acerca de los lobos?-
-Que sueltan mucho pelo-.
En ese momento se escuchó el aullido del licántropo muy cerca de donde los guardias estaban.
-¿Y qué más?-
-Y que sangran como cualquier otra raza- terminó Benjamin Axe cogiendo su par de hachas de guerra.
-Premio para el grosero caballero-.
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Corría lento porque la mochila le pesaba. Antes de separase de Thiel, cogió la ropa de la chica y se la guardó mientras ella se encargaba de llamar la atención de los guardias. Shappy hubiera preferido disfrazarse. Podrían haber buscado en alguno de los edificios de los muertos de la calle, seguramente habrían encontrado alguna pieza suelta de armadura. Si a eso se le sumaba las buenas dotes de actuación de la payasa, habrían pasado por guardias con la misma facilidad con la que Shappy consiguió hacer pasar a Thiel por payasa.
-Lobos, ¿qué se le va a hacer?- se dijo para sí misma sin dejar de correr - Aunque no te gusten los disfraces, sigues siendo mi loba favorita-.
Llegó a una pequeña puerta que daba al interior de la muralla. Por poco estuvo de cruzarse de frente con un hombre casi tan grande como Boomer e igual de fuerte. Esperó, escondida detrás de unas cajas de proyectiles para ballestas, a que el guardia se fuera por donde había venido. El primer impulso de la payasa fue seguirlo, quizás así podría saber cuántas guardias y cuán peligroso era cada uno de ellos. Sin embargo, tenía que cumplir con la misión que Thiel le había mandado.
¡Una palanca! Por algún lugar del interior de la muralla debía haber una sala con los engranajes que hagan levantar la puerta. Engranajes que se harían funcionar con un mero movimiento de palanca. Pero, ¿dónde? Ahora se lamentaba de no haber seguido a aquel tipo. Los pasadizos de la muralla formaban un laberinto. Había un millar de salas; algunas eran habitáculos no mucho más grande que su antigua caravana en el Circo que servían como dormitorios para los guardias y otras simples almacenes de comida y armas.
Después de haber pasado más de cinco veces seguidas por el mismo pasillo, pensó que se contentaría si llegaba a salir de la muralla. Dejó de buscar la sala de engranajes y tuercas; con encontrar la salida ya estaría la mar de contenta.
Volvió a llegar al mismo almacén donde antes se había cruzado con el guardia. Se fijó en la caja de los proyectiles de ballesta que, minutos atrás, había usado como escondite. La caja estaba vacía.
-Te quiero Thiel, no me juzgues por lo que te voy a hacer-.
Se sentó detrás de la caja, en la misma posición que antes usó para esconderse, y sacó el libro de nigromancia. El mismo ojo que utilizó para averiguar la posición de Boomer, lo usó para cuidar (y espiar) a Thiel.
-Si estás en peligro, prometo que intentaré ayudarte- terminó en un susurro.
- Criatura que invoca Shappy y que te sigue allá donde vayas:
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* Thiel: Los guardias no se han fijado en los malditos de tres ojos que hay en las calles. Están demasiado pendientes de sus propias historias. En cambio, tu plan de distraerles ha dado efecto. Se han fijado en ti y te perseguirán. Son gente de bien; una vez salvaste a la hermana menor de uno de ellos. ¿Te atreverás a defenderte haciéndoles daño o intentarás huir de ellos sin llegar a atacarles? Eres libre de describir a los guardias como gustes, no me he centrado en su aspecto físico por si deseas darles tú alguno en particular.
Por otra parte, Shappy no encuentra la sala de máquinas que abre el portón de la muralla. Ha invocado una criatura para cuidar de ti mientras estáis separadas. Deberás lanzar una runa. Dependiendo de su suerte, Shappy podrá encontrar la sale de máquinas en el turno siguiente o seguirá perdida en la muralla.
Sigel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Los guardias estaban tardando y la enorme loba blanca caminaba sobre sus patas traseras de un lado a otro. La sangre corría hirviendo dentro de sus venas, sus músculos permanecían tensos y dentro de la mente de la criatura se libraba una batalla entre la consciencia y el instinto. En su forma bestial eran sus deseos animales los que pujaban por dominar: correr, aullar, cazar, morder. Por otro lado, había pasado mucho tiempo fortaleciendo su raciocinio para impedir que su faceta salvaje lograra tomar el control por completo. Gruñó algo ininteligible y se detuvo cuando oyó, por fin, los tres pares de pies acercándose a su escondite.
En ese momento, una nueva presencia se hizo notar a sus espaldas. La bestia se volteó y observó la cosa que mantenía su mirada clavada sobre ella. Pestañeó, bufó y negó bruscamente con la cabeza un par de veces antes de decidir ignorarla. Ahora tenía asuntos más importantes que atender. Además, tenía la sensación de que no era una presencia a la cual debía temer; más bien al contrario, pues se sentía acompañada por ella.
-Estén atentos. -dijo una voz femenina cerca de ella. La loba estaba agazapada en el estrecho y penumbroso espacio que quedaba entre dos casas, esperando que el trío se acercara un poco más.
-Gracias por el consejo. -Susurró, sarcástico, el guardia que parecía encabezar al grupo. La voz sonó tan allegada que la bestia supo que habían pasado junto a su escondite y seguido de largo. Cuando los tres hubieron pasado, Thiel salió del escondrijo apareciendo a espaldas de los guardias, quienes incluso siguieron caminando unos pocos metros antes de percatarse de su presencia. Tuvo que gruñir para llamar su atención, y todos voltearon al mismo tiempo con los ojos bien abiertos y las hachas en alto.
-¡Ahí está! -Clamó Will, siendo tan obvio que hasta Thiel rodó los ojos con gesto hastiado. Sólo eran tres pobres jóvenes; ni siquiera se veían muy capaces de cumplir bien con su trabajo. Sin embargo, cuando una de las hachas silbó pasando justo al lado de su cabeza para clavarse en el suelo metros más allá, la loba supo que no debía subestimarlos demasiado.
-¡Rodéenla! -Ordenó Ben. La joven conocía esos ojos azules, lo había visto más de una vez al entrar y salir de Baslodia. Nunca le había parecido un mal chico. Se preguntó si no sería mejor simplemente transformarse y pedirles amablemente que abrieran la gran puerta... Pero si Shappy tenía razón y estaban siendo controlados por el Hombre Muerto, no podía arriesgarse a hacerlo. ¿Qué tan cobarde era ese maldito como para esconderse tras muchachos inocentes? Se prometió que, si lograban llegar hasta él, pondría fin a ese manipulador para siempre.
Alica se plantó frente a ella, mientras que Benjamin y William se situaron a cada uno de sus costados. Este último, habiéndose desprendido del hacha, desenvainó su espada. Durante un instante la bestia blanca los observó a los ojos de uno en uno. Todo fue quietud por un segundo. Quietud que fue quebrada cuando se impulsó hacia adelante para embestir a Alica y quitarla de su camino, desencadenando los ataques de los otros dos guardias. La espada de Will le rozó el muslo izquierdo. Benjamin, sin embargo, estuvo más cerca de decapitar a su amiga que a Thiel cuando lanzó un hachazo con demasiada impulsividad. La guardia mujer cayó de espaldas al suelo con el latoso estrépito de su armadura; probablemente le dolería todo el cuerpo durante una semana, pero nada demasiado grave. Thiel le pasó por encima y se escabulló, evitando estocadas y sablazos, por un pequeño sendero que se abría entre las edificaciones.
Ambos jóvenes ayudaron a su compañera a ponerse de pie y se aprestaron a recomponerse antes de perseguir a la cánida para darle caza. Se preguntaban, sin embargo, por qué clase de milagro aquella bestia había decidido huir en vez de darles lucha; una lucha que sin duda habría acabado mal para todos.
La loba dio unas cuantas vueltas para distraer a sus perseguidores antes de encaminarse de nuevo hacia la muralla. Esperaba con ansias y optimismo ver la puerta abierta cuando se asomara por entre las viviendas.
En ese momento, una nueva presencia se hizo notar a sus espaldas. La bestia se volteó y observó la cosa que mantenía su mirada clavada sobre ella. Pestañeó, bufó y negó bruscamente con la cabeza un par de veces antes de decidir ignorarla. Ahora tenía asuntos más importantes que atender. Además, tenía la sensación de que no era una presencia a la cual debía temer; más bien al contrario, pues se sentía acompañada por ella.
-Estén atentos. -dijo una voz femenina cerca de ella. La loba estaba agazapada en el estrecho y penumbroso espacio que quedaba entre dos casas, esperando que el trío se acercara un poco más.
-Gracias por el consejo. -Susurró, sarcástico, el guardia que parecía encabezar al grupo. La voz sonó tan allegada que la bestia supo que habían pasado junto a su escondite y seguido de largo. Cuando los tres hubieron pasado, Thiel salió del escondrijo apareciendo a espaldas de los guardias, quienes incluso siguieron caminando unos pocos metros antes de percatarse de su presencia. Tuvo que gruñir para llamar su atención, y todos voltearon al mismo tiempo con los ojos bien abiertos y las hachas en alto.
-¡Ahí está! -Clamó Will, siendo tan obvio que hasta Thiel rodó los ojos con gesto hastiado. Sólo eran tres pobres jóvenes; ni siquiera se veían muy capaces de cumplir bien con su trabajo. Sin embargo, cuando una de las hachas silbó pasando justo al lado de su cabeza para clavarse en el suelo metros más allá, la loba supo que no debía subestimarlos demasiado.
-¡Rodéenla! -Ordenó Ben. La joven conocía esos ojos azules, lo había visto más de una vez al entrar y salir de Baslodia. Nunca le había parecido un mal chico. Se preguntó si no sería mejor simplemente transformarse y pedirles amablemente que abrieran la gran puerta... Pero si Shappy tenía razón y estaban siendo controlados por el Hombre Muerto, no podía arriesgarse a hacerlo. ¿Qué tan cobarde era ese maldito como para esconderse tras muchachos inocentes? Se prometió que, si lograban llegar hasta él, pondría fin a ese manipulador para siempre.
Alica se plantó frente a ella, mientras que Benjamin y William se situaron a cada uno de sus costados. Este último, habiéndose desprendido del hacha, desenvainó su espada. Durante un instante la bestia blanca los observó a los ojos de uno en uno. Todo fue quietud por un segundo. Quietud que fue quebrada cuando se impulsó hacia adelante para embestir a Alica y quitarla de su camino, desencadenando los ataques de los otros dos guardias. La espada de Will le rozó el muslo izquierdo. Benjamin, sin embargo, estuvo más cerca de decapitar a su amiga que a Thiel cuando lanzó un hachazo con demasiada impulsividad. La guardia mujer cayó de espaldas al suelo con el latoso estrépito de su armadura; probablemente le dolería todo el cuerpo durante una semana, pero nada demasiado grave. Thiel le pasó por encima y se escabulló, evitando estocadas y sablazos, por un pequeño sendero que se abría entre las edificaciones.
Ambos jóvenes ayudaron a su compañera a ponerse de pie y se aprestaron a recomponerse antes de perseguir a la cánida para darle caza. Se preguntaban, sin embargo, por qué clase de milagro aquella bestia había decidido huir en vez de darles lucha; una lucha que sin duda habría acabado mal para todos.
La loba dio unas cuantas vueltas para distraer a sus perseguidores antes de encaminarse de nuevo hacia la muralla. Esperaba con ansias y optimismo ver la puerta abierta cuando se asomara por entre las viviendas.
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
El miembro 'Thiel' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Thiel había conseguido distraer y esquivar los ataques de los guardias. Ellos eran tres, y lobas sola había una. En teoría, los guardias deberían haber tenido ventaja. Solo en teoría, en la práctica era Thiel quien ganaba. Ella era mucho más brillante que cualquier otra persona. ¡Esa era la palabra! “Brillante”. Cualquiera puede ser inteligente y resolver los acertijos más complicados de Aerandir; pero solo había una persona, una loba blanca, que fuera excepcionalmente brillante. Shappy invocó el ojo fantasmagórico a espaldas de la chica para cuidar de ella; sin embargo, en ningún momento hizo falta que utilizase sus poderes de nigromancia para salvarla. Hubo un momento en el que estuvo a punto de crear una jaula de huesos que rodease al guardia más grande; el tipo por poco rebana la cabeza a Thiel. Shimphony Shappire no iba a permitir perder a sus dos mejores y únicos amigos en una misma noche. Por Thiel, la payasa sería capaz de desvelar sus poderes. El castigo por haber estudiado nigromancia era la muerte. ¿Significaba que Shappy era capaz de sacrificarse por Thiel? En un principio, ella creía que si tenía que morir, lo haría única y exclusivamente por El Pequeño Boomer (mi querido grandullón). En cierto sentido, Shappy estuvo a punto de morir en el Circo de los Horrores por él. Se dio cuenta que había otra persona, a parte de Boomer, por la que merecía la pena vivir y morir cuando vio el hacha del guardia más grande rozar la cabeza de Thiel.
Cogió el libro de nigromancia con una mano y, con la que quedaba libre, se apoyó en las cajas vacías para ayudarse levantarse sin tener que cerrar el libro. Una vez en pie, fue por los caminos que ya había recorrido. Se acabó buscar la sala de engranajes y máquinas. Shappy iba a ir donde estaba la loba blanca. De alguna forma que todavía no sabía (Thiel era la de las ideas brillantes), detendría a los tres guardias y atravesarían la enorme puerta de metal.
Hacia abajo, siempre hacia abajo. La puertecilla por donde se había colado en el interior de la muralla estaba en el primer piso, el almacén que usaba de escondite en el cuarto o el quinto piso. ¿Y si era el sexto? La payasa era pésima para haber de orientarse en el interior de una gran estructura; lo suyo eran los espacios abiertos. Cómo sea, el pequeño almacén estaba en uno de los pisos más altos. Tenía que bajar. Si algún pasillo cambiaba de rumbo y se dirigía a unas escaleras, la payasa las usaba para bajar.
Si encontrase una ventana podría hacerse una idea en qué piso estaba. Sin embargo, éstas daban en el interior de las habitaciones de los guardias. En los pasillos no había ninguna sola ventana. Shappy no se atrevía a entrar en las habitaciones de los guardias por miedo a que hubiera alguno durmiendo. ¿No era raro que únicamente hubiera tres guardias en una ciudad tan grande como Baslodia? ¿Dónde estaban los demás? ¿Haciendo frente a la oleada de poseídos o estarían poseídos por el tercer ojo?
Las preguntas de Shimphony Shappire se respondieron cuando, después de bajar las últimas estrechas escaleras, llegó por error a las mazmorras de la muralla. Todas las celdas, a excepción de una, estaban ocupadas por guardias con el tres ojos. El tercero estaba en la frente y tenía la misma apariencia que el que había visto en la nuca de Gilda.
Los poseídos se levantaron del suelo y atacaron los barrotes nada más ver a la payasa. Shappy dio un paso hacia atrás y tragó saliva. Los barrotes parecían resistentes, los poseídos no podían escapar. No había razón para tener miedo, sin embargo, en un pequeño rinconcito de su mente donde habitaba Emily Shawn, Shimphony Shappire tenía miedo.
-Les avisé; saben los Dioses que lo hice. Durante dos semanas dije que esto sucedería.- decía el hombre que quedaba solo en una celda independiente- ¿Crees que alguien quiso escucharme? No me hagas reír, preciosa. No quisieron escucharme. Las profecías de los sacerdotes no son asunto de la Guardia de Baslodia.¡Claro que no! Ellos prefieren esperar a que ya sea demasiado tarde y solo queden un par de supervivientes sin hechizar-.
-¿Quién eres?- fue la única pregunta que se le ocurrió hacer.
-El único hombre que sabe qué ha pasado: Nigromantes. Eso es lo que ha sucedido. Los Dioses llevan semanas hablándome. Me dijeron que una chica especialmente guapa maldeciría a mi mujer, a mi hija y a otras personas más al azar. ¿La razón? Se la callaron; a los Dioses no les gusta hablar demasiado. ¿Lo sabías? Lo que sí me dijeron es que conocería a una chica de pelo azul y cara pintada y que llevaría un libro especialmente interesante. –hubo unos segundos de silencio-¿De qué trata ese libro que llevas en las manos? ¿Es interesante? ¿Magia negra? ¿Nigromancia, quizás?- La sonrisa del joven amable se curvó en una mueca de odio y recelo- ¡¿Me lo enseñas?!-
El chico se asomó por los barrotes y dio un manotazo para coger el libro. Shappy estuvo atenta y se echó un paso hacia atrás. Reconoció los ojos azules del hombre, eran los mismos que vio en Gilda.
-¿No me lo quieres dar? No me importa. Tus amigos no tardarán en romper los barrotes. Serán estúpidos, pero no les importa usar los dientes- señaló los guardias de las otras celdas; estaban royendo los barrotes como si fueran ratones.
-Thiel…- llamó a su amiga a través del ojo fantasmagórico. Emily estaba llorando. Shappy confusa y furiosa. Las piernas de la chica eran controladas por Emily, estaba temblada y parecía no poder sostenerse en pie durante mucho tiempo más. Las manos también le temblaban, pero no por miedo, éstas eran de Shimphony, lo hacían por la impotencia que sentía al no saber qué hacer en este momento - Thiel… necesito que vengas… trae ayuda-.
* Thiel: Shappy te pide ayuda y la escuchas por el ojo que te sigue. Ve hasta donde está ella. Esta vez, te lo pondré un poco más fácil. Busca una manera para que los tres guardias te sigan hasta el calabozo. El chico misterioso que ha conocido Shappy puede ser un aliado muy valioso (además de guapo); no puede salir herido.
Cogió el libro de nigromancia con una mano y, con la que quedaba libre, se apoyó en las cajas vacías para ayudarse levantarse sin tener que cerrar el libro. Una vez en pie, fue por los caminos que ya había recorrido. Se acabó buscar la sala de engranajes y máquinas. Shappy iba a ir donde estaba la loba blanca. De alguna forma que todavía no sabía (Thiel era la de las ideas brillantes), detendría a los tres guardias y atravesarían la enorme puerta de metal.
Hacia abajo, siempre hacia abajo. La puertecilla por donde se había colado en el interior de la muralla estaba en el primer piso, el almacén que usaba de escondite en el cuarto o el quinto piso. ¿Y si era el sexto? La payasa era pésima para haber de orientarse en el interior de una gran estructura; lo suyo eran los espacios abiertos. Cómo sea, el pequeño almacén estaba en uno de los pisos más altos. Tenía que bajar. Si algún pasillo cambiaba de rumbo y se dirigía a unas escaleras, la payasa las usaba para bajar.
Si encontrase una ventana podría hacerse una idea en qué piso estaba. Sin embargo, éstas daban en el interior de las habitaciones de los guardias. En los pasillos no había ninguna sola ventana. Shappy no se atrevía a entrar en las habitaciones de los guardias por miedo a que hubiera alguno durmiendo. ¿No era raro que únicamente hubiera tres guardias en una ciudad tan grande como Baslodia? ¿Dónde estaban los demás? ¿Haciendo frente a la oleada de poseídos o estarían poseídos por el tercer ojo?
Las preguntas de Shimphony Shappire se respondieron cuando, después de bajar las últimas estrechas escaleras, llegó por error a las mazmorras de la muralla. Todas las celdas, a excepción de una, estaban ocupadas por guardias con el tres ojos. El tercero estaba en la frente y tenía la misma apariencia que el que había visto en la nuca de Gilda.
Los poseídos se levantaron del suelo y atacaron los barrotes nada más ver a la payasa. Shappy dio un paso hacia atrás y tragó saliva. Los barrotes parecían resistentes, los poseídos no podían escapar. No había razón para tener miedo, sin embargo, en un pequeño rinconcito de su mente donde habitaba Emily Shawn, Shimphony Shappire tenía miedo.
-Les avisé; saben los Dioses que lo hice. Durante dos semanas dije que esto sucedería.- decía el hombre que quedaba solo en una celda independiente- ¿Crees que alguien quiso escucharme? No me hagas reír, preciosa. No quisieron escucharme. Las profecías de los sacerdotes no son asunto de la Guardia de Baslodia.¡Claro que no! Ellos prefieren esperar a que ya sea demasiado tarde y solo queden un par de supervivientes sin hechizar-.
-¿Quién eres?- fue la única pregunta que se le ocurrió hacer.
-El único hombre que sabe qué ha pasado: Nigromantes. Eso es lo que ha sucedido. Los Dioses llevan semanas hablándome. Me dijeron que una chica especialmente guapa maldeciría a mi mujer, a mi hija y a otras personas más al azar. ¿La razón? Se la callaron; a los Dioses no les gusta hablar demasiado. ¿Lo sabías? Lo que sí me dijeron es que conocería a una chica de pelo azul y cara pintada y que llevaría un libro especialmente interesante. –hubo unos segundos de silencio-¿De qué trata ese libro que llevas en las manos? ¿Es interesante? ¿Magia negra? ¿Nigromancia, quizás?- La sonrisa del joven amable se curvó en una mueca de odio y recelo- ¡¿Me lo enseñas?!-
El chico se asomó por los barrotes y dio un manotazo para coger el libro. Shappy estuvo atenta y se echó un paso hacia atrás. Reconoció los ojos azules del hombre, eran los mismos que vio en Gilda.
-¿No me lo quieres dar? No me importa. Tus amigos no tardarán en romper los barrotes. Serán estúpidos, pero no les importa usar los dientes- señaló los guardias de las otras celdas; estaban royendo los barrotes como si fueran ratones.
-Thiel…- llamó a su amiga a través del ojo fantasmagórico. Emily estaba llorando. Shappy confusa y furiosa. Las piernas de la chica eran controladas por Emily, estaba temblada y parecía no poder sostenerse en pie durante mucho tiempo más. Las manos también le temblaban, pero no por miedo, éstas eran de Shimphony, lo hacían por la impotencia que sentía al no saber qué hacer en este momento - Thiel… necesito que vengas… trae ayuda-.
- Chico misterioso:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
_____________________
* Thiel: Shappy te pide ayuda y la escuchas por el ojo que te sigue. Ve hasta donde está ella. Esta vez, te lo pondré un poco más fácil. Busca una manera para que los tres guardias te sigan hasta el calabozo. El chico misterioso que ha conocido Shappy puede ser un aliado muy valioso (además de guapo); no puede salir herido.
Sigel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Cuando encaró la calle que desembocaba directamente en el gran portón de entrada de Baslodia, la enorme loba arrugó el hocico y gruñó con descontento al encontrarlo todavía cerrado. La distracción, aparentemente, no había servido de nada, y ahora tampoco sabía dónde se encontraba Shappy. Se dirigió hacia la pequeña puerta que daba al interior de la muralla y olisqueó.Aún quedaba un suave rastro, casi imperceptible, del aroma de la payasa. Además de su olor corporal, podía percibir la distintiva esencia de los pigmentos del maquillaje y la tintura azul del cabello.
Estaba asomando la cabeza por el estrecho espacio de la puerta cuando la voz de Shappy sonando sorpresivamente cerca de sus tímpanos le provocó un respingo. La bestia miró hacia atrás con los ojos bien abiertos... para encontrarse con el extraño ojo que la había estado siguiendo a todas partes, cuya presencia olvidó debido a la persecución de los guardias.
-Thiel… necesito que vengas… trae ayuda.
Decía su amiga, con lo cual la loba tuvo que obligarse a contener la sorpresa causada por aquella rara criatura; no había tiempo para cuestionar los extraños trucos e invocaciones de su compañera. ¿Llevar ayuda? La única persona en quien pudo pensar, en un principio, fue Gran Pa. El hombre era lo más cercano que Thiel tenía a una figura paternal, pero la clase de ayuda que usualmente recibía de él no era más que palabras amables y buenos consejos. Además, no pensaba entrometerlo en esa locura por nada del mundo; los niños lo necesitaban más que ellas, que de una u otra manera podrían arreglárselas solas.
Pensó entonces en los guardias, cuyas armaduras traqueteaban ya muy cerca de donde se encontraba. Eran las únicas personas que tenía a mano y, además, estaban siguiendo su rastro con rapidez y eficacia.
Debía facilitarles la labor dejando pistas reconocibles de su presencia. Exhaló un largo aullido para revelar su posición y se dispuso a entrar. Sin embargo, su enorme cuerpo no cabía por la estrecha abertura que daba a pasillos internos de la construcción. Intentó encontrar la forma de caber un par de veces hasta que se dio por vencida, soltando un bufido antes de, inevitablemente, optar por retomar su forma humana. La transformación fue rápida, pero la joven Thiel pudo sentir con claridad cómo su cuerpo se debilitaba con el reiterado proceso. Aparte del agotamiento, ahora carecía de medios para defenderse, por lo cual no podía permitir que los protectores de la ciudad la alcanzaran.
¿Pero cómo podía hacer que los guardias siguieran sus pasos en tan laberínticos pasajes sin tener que enfrentarse a ellos? Con el ceño fruncido, la jovencita se devanó los sesos intentando encontrar una solución que no la expusiese demasiado... pero no pudo dar con ella. Desnuda y desprotegida, sólo amparada por su agilidad, decidió esperar a los soldados y permitir que le pisaran los talones a lo largo del recorrido. Debía concentrarse en olfatear el aroma de la payasa para dar con su paradero y, al mismo tiempo, llevar un ritmo preciso, ni muy rápido como para perder a sus perseguidores, ni muy lento como para que pudieran rebanarle la espalda de un hachazo. Pisaba con más fuerza a propósito para que sus pasos retumbaran y, cuando tomaba las encrucijadas, dejaba que los soldados viesen el rumor de sus cabellos escondiéndose tras las esquinas. Así, con el corazón en la boca y sin aliento, bajó y bajó hasta descubrir la mazmorra donde su amiga la esperaba.
La escena que encontró resultaba sumamente perturbadora: hombres y mujeres con el uniforme de la Guardia mordisqueaban los barrotes, destrozándose los dientes y haciéndose sangrar las encías. Tuvo que esquivar los numerosos pares de brazos que salían con ansias de atrapar a quien se acercase demasiado para llegar hasta la peliazul, quien permanecía de pie frente al único hombre que ocupaba una celda reservada para él. Thiel pudo oler el miedo de su amiga, lo cual la obligó a mantenerse estoica. Aunque el panorama le daba escalofríos, no podía dejarse llevar por el temor ella también, ¿quién, si no, se mantendría valiente para cuidarlas?
Pocos segundos después de la llegada de la joven, los guardias se sumaron a la escena. Sudorosos, agitados y cansados de correr con sus pesadas armaduras a cuestas, los tres se detuvieron en seco al descubrir a sus compañeros enjaulados, y al comprobar que no había ninguna loba blanca en la estancia. Thiel corrió hasta Shappy y se posicionó tras ella, escondiendo su desnudez de los ávidos ojos de los humanos.
-Espero que con ellos te valga. -Susurró, respirando rápidamente en un intento por recuperar el aliento- ¿Me das mi ropa? -Apenas la tuvo, se vistió con premura y tomó firmemente su pequeña daga. Sólo entonces levantó la vista hacia el hombre solitario y clavando la mirada en sus ojos, aunque la pregunta iba dirigida a la payasa, preguntó:
-¿Qué está pasando?
Estaba asomando la cabeza por el estrecho espacio de la puerta cuando la voz de Shappy sonando sorpresivamente cerca de sus tímpanos le provocó un respingo. La bestia miró hacia atrás con los ojos bien abiertos... para encontrarse con el extraño ojo que la había estado siguiendo a todas partes, cuya presencia olvidó debido a la persecución de los guardias.
-Thiel… necesito que vengas… trae ayuda.
Decía su amiga, con lo cual la loba tuvo que obligarse a contener la sorpresa causada por aquella rara criatura; no había tiempo para cuestionar los extraños trucos e invocaciones de su compañera. ¿Llevar ayuda? La única persona en quien pudo pensar, en un principio, fue Gran Pa. El hombre era lo más cercano que Thiel tenía a una figura paternal, pero la clase de ayuda que usualmente recibía de él no era más que palabras amables y buenos consejos. Además, no pensaba entrometerlo en esa locura por nada del mundo; los niños lo necesitaban más que ellas, que de una u otra manera podrían arreglárselas solas.
Pensó entonces en los guardias, cuyas armaduras traqueteaban ya muy cerca de donde se encontraba. Eran las únicas personas que tenía a mano y, además, estaban siguiendo su rastro con rapidez y eficacia.
Debía facilitarles la labor dejando pistas reconocibles de su presencia. Exhaló un largo aullido para revelar su posición y se dispuso a entrar. Sin embargo, su enorme cuerpo no cabía por la estrecha abertura que daba a pasillos internos de la construcción. Intentó encontrar la forma de caber un par de veces hasta que se dio por vencida, soltando un bufido antes de, inevitablemente, optar por retomar su forma humana. La transformación fue rápida, pero la joven Thiel pudo sentir con claridad cómo su cuerpo se debilitaba con el reiterado proceso. Aparte del agotamiento, ahora carecía de medios para defenderse, por lo cual no podía permitir que los protectores de la ciudad la alcanzaran.
¿Pero cómo podía hacer que los guardias siguieran sus pasos en tan laberínticos pasajes sin tener que enfrentarse a ellos? Con el ceño fruncido, la jovencita se devanó los sesos intentando encontrar una solución que no la expusiese demasiado... pero no pudo dar con ella. Desnuda y desprotegida, sólo amparada por su agilidad, decidió esperar a los soldados y permitir que le pisaran los talones a lo largo del recorrido. Debía concentrarse en olfatear el aroma de la payasa para dar con su paradero y, al mismo tiempo, llevar un ritmo preciso, ni muy rápido como para perder a sus perseguidores, ni muy lento como para que pudieran rebanarle la espalda de un hachazo. Pisaba con más fuerza a propósito para que sus pasos retumbaran y, cuando tomaba las encrucijadas, dejaba que los soldados viesen el rumor de sus cabellos escondiéndose tras las esquinas. Así, con el corazón en la boca y sin aliento, bajó y bajó hasta descubrir la mazmorra donde su amiga la esperaba.
La escena que encontró resultaba sumamente perturbadora: hombres y mujeres con el uniforme de la Guardia mordisqueaban los barrotes, destrozándose los dientes y haciéndose sangrar las encías. Tuvo que esquivar los numerosos pares de brazos que salían con ansias de atrapar a quien se acercase demasiado para llegar hasta la peliazul, quien permanecía de pie frente al único hombre que ocupaba una celda reservada para él. Thiel pudo oler el miedo de su amiga, lo cual la obligó a mantenerse estoica. Aunque el panorama le daba escalofríos, no podía dejarse llevar por el temor ella también, ¿quién, si no, se mantendría valiente para cuidarlas?
Pocos segundos después de la llegada de la joven, los guardias se sumaron a la escena. Sudorosos, agitados y cansados de correr con sus pesadas armaduras a cuestas, los tres se detuvieron en seco al descubrir a sus compañeros enjaulados, y al comprobar que no había ninguna loba blanca en la estancia. Thiel corrió hasta Shappy y se posicionó tras ella, escondiendo su desnudez de los ávidos ojos de los humanos.
-Espero que con ellos te valga. -Susurró, respirando rápidamente en un intento por recuperar el aliento- ¿Me das mi ropa? -Apenas la tuvo, se vistió con premura y tomó firmemente su pequeña daga. Sólo entonces levantó la vista hacia el hombre solitario y clavando la mirada en sus ojos, aunque la pregunta iba dirigida a la payasa, preguntó:
-¿Qué está pasando?
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Los poseídos eran como ratas royendo los barrotes de la celda. A unos pocos, los más ancianos, se les habían roto los dientes y dejaban un rastro de baba gris en los hierros, los poseídos más jóvenes se destrozaban sus propias dentaduras a la par que destrozaban los barrotes. Un brazo que se movía como la garra de una arpía estuvo a punto de atrapar a la payasa por el cuello. Ella, que era mucho más rápida que los poseídos, se puso de cuclillas en el suelo y dio una voltereta (truco que aprendió en el circo) para escapar del agarre.
-Es gracioso que precisamente tú, la nigromante que me hablaron los Dioses, tenga miedo de sus propias creaciones.- el hombre unió las palmas de sus manos y cantó las oraciones hacia sus Dioses - Odín guía mis manos con tu lanza. Sigel guía mi camino con tu luz. Freya guía mi corazón con tu amor…-
-Cállate- le espetó Shappy lanzándole una piedra a sus pies.
No respetaba a los Dioses. Su padre, cuando todavía lo consideraba como tal el circo se llamaba Circo de la Alegría, le contaba las historias de Odín y Thor; las conocía todas. Llegaron los Horrores y los Dioses abandonaron a los payasos del circo. Shappy guardaba un profundo rencor hacia los Dioses. Escuchar los rezos del extraño hombre no hacía más que revivir aquel rencor que una vez creyó a ver olvidado.
El hombre ignoró la piedra de Shappy y siguió rezando como si nunca hubiera pasado. Shimphony se agachó a coger otra piedra más, esta vez no iba a ser un aviso. La iba a apuntar directamente al entrecejo del hombre. Estuvo a punto de lanzar la piedra cuando unos fuertes pasos sonaron por encima de sus cabezas.
-Has tenido suerte,- dijo Shimphony Shappire dejando la piedra a un lado y girándose de cara a las escaleras - la próxima te la iba a lanzar directamente en la cara-.
Thiel no tardó en aparecer por allí. Shappy se quitó la mochila y la usó para cubrir la desnudez de la loba. Su ropa estaba dentro de la mochila, pero, mientras la sacaban, no iba a permitir que el hombre obsesionado con los Dioses viese la nívea piel de Thiel.
Detrás de la loba llegaron los verdaderos refuerzos, Shappy los había visto por el ojo que había invocado. Eran tres jóvenes guardias de Baslodia: la chica llevaba un arco, el chico más grande y robusto un hacha y el otro chico, más alto que la chica pero más bajo que su compañero del hacha, llevaba una espada. Los tres estaban asustados y nerviosos, como si hubieran visto un muertos levantarse de su tumba, o una horda de poseídos mordisquear los barrotes de la prisión.
-Por fin nos encontramos, - Shappy levantó los brazos como si estuviera dando la bienvenida a los guardias mientras dejaba la mochila abierta para que Thiel cogiese su ropa. - habéis tardado mucho en venir. Esperaba más de unos miembros de la guardia-.
El guardia del hacha río y bufó, parecía un jabalí a punto a de atacar. La chica interpuso su arco en el camino de su compañero y habló con voz severa y calmada.
-Eso mismo podíamos preguntar nosotros:- dijo mirando a Thiel- ¿qué está pasando, dónde está el licántropo?- por cómo pronunció la última pregunta, Shappy suponía que ya sabía la respuesta.
-Deja de buscar Ali, creo que la tenemos delante- dijo el guardia de la espada con una sonrisa. -Debemos irnos de aquí antes de que nuestros examigos salgan de la celda. ¿Señoritas, suben vosotras primero?-
-Conmigo no eres tan caballeroso- Ali dio un golpecito con el puño en el hombro del chico.
-Ni tampoco conmigo- el guardia del hacha dio una fuerte palmada en la espalda de su compañero. El golpe fue tan fuerte que hizo que se le cayese la espada.
-Chicos callad, me estáis poniendo en evidencia- el chico río.
Mientras los tres amigos hablaban, el hombre de la celda susurraba sus rezos absurdos (Thor guía mi…) y los poseídos continuaban mordiendo los barrotes y alargando la mano. Los guardias tenían cuidado en no herir a los poseídos; el más grande de ellos, daba golpe seco con el mango del hacha a los brazos que salían de los barrotes sin llegar a romperlos y la chica, Ali, usaba la madera de una flecha como vara para alejar a los poseídos de los barrotes.
-Estos eran nuestros amigos y compañeros.- dijo Alice, su rostro brillaba triste y apagada. - Es una historia larga, pero el resumen es que los tuvimos que encerrar antes que nos matasen a nosotros-.
-Los encerramos cuando todavía eran nuestros amigos y no jodidos perros rabiosos- el hombre del hacha controlaba a base de empujones y golpes a cinco poseídos al mismo tiempo.
-Todavía no tenían eso en la frente- Alice se tocó con un dedo la frente. Inmediatamente, Shappy supo que se refería al tercer ojo.
-Ya habrá tiempo para charlas, todos arriba antes que acaben de comerse los hierros- el chico de la espada estaba a los pies de escalera. Era el que parecía más asustado.
Una vez Thiel terminó de vestir, Shappy guardó el libro de nigromancia en la mochila. Podría invocar huesos en forma de barrotes, como ya lo había hecho antes, para impedir que los poseídos saliesen. No lo hizo porque hubiera sido ponerse en evidencia. El religioso por fin se había callado; estaba arrodillado de cara a la puerta de su celda. Los guardias no sabían que Shappy conocía la magia oscura de los nigromantes. Si lo llegasen a descubrir, la extraña amabilidad que habían mostrado hasta ahora se desvanecería por completo. La condenarían sin pestañear.
-Vosotras también tenéis muchas preguntas que responder- dijo Alice a medida que empezaba a subir las escaleras- Ben, cierra la puerta del calabozo y atráncala para que no pasen nuestros examigos-.
-¿Qué pasará con Wigheard?-
-Ya lo escuchaste cuando le cogimos, los Dioses le protegen- dijo el chico mientras ayudaba a Thiel y Shappy a salir del calabozo sin que ningún brazo le atrapase en el último momento.
* Thiel: Salís del calabozo sin ninguna herida, los refuerzos han llegado en el mejor momento. Los guardias son amables pero desconfiados; os llevan a una pequeña sala donde apenas hay una mesa redonda y unas pocas sillas. Alice Arrow insiste en saber quiénes sois y qué hacéis en la muralla. Ya sabes cómo es Shappy, si la dejas hablar ten por seguro que os meteréis en más problemas. Tu deber, en el siguiente turno, será dar una explicación a los guardias. Puedes mentirles o decirles la verdad. Dependiendo de lo creíble que resultes, ellos te contarán más sobre qué pasó con sus examigos y quién es Wigheard; es posible que los guardias se unan en tu aventura para rescatar a Boomer si consigues ser convincente con tus verdades o mentiras. ¿Qué pasará si no lo consigues? Como dice mi madre: “piensa mal y acertarás”.
Este puede ser un buen momento para trabajar más la personalidad de los tres guardias. Puedes jugar con ellos tanto como quieras.
-Es gracioso que precisamente tú, la nigromante que me hablaron los Dioses, tenga miedo de sus propias creaciones.- el hombre unió las palmas de sus manos y cantó las oraciones hacia sus Dioses - Odín guía mis manos con tu lanza. Sigel guía mi camino con tu luz. Freya guía mi corazón con tu amor…-
-Cállate- le espetó Shappy lanzándole una piedra a sus pies.
No respetaba a los Dioses. Su padre, cuando todavía lo consideraba como tal el circo se llamaba Circo de la Alegría, le contaba las historias de Odín y Thor; las conocía todas. Llegaron los Horrores y los Dioses abandonaron a los payasos del circo. Shappy guardaba un profundo rencor hacia los Dioses. Escuchar los rezos del extraño hombre no hacía más que revivir aquel rencor que una vez creyó a ver olvidado.
El hombre ignoró la piedra de Shappy y siguió rezando como si nunca hubiera pasado. Shimphony se agachó a coger otra piedra más, esta vez no iba a ser un aviso. La iba a apuntar directamente al entrecejo del hombre. Estuvo a punto de lanzar la piedra cuando unos fuertes pasos sonaron por encima de sus cabezas.
-Has tenido suerte,- dijo Shimphony Shappire dejando la piedra a un lado y girándose de cara a las escaleras - la próxima te la iba a lanzar directamente en la cara-.
Thiel no tardó en aparecer por allí. Shappy se quitó la mochila y la usó para cubrir la desnudez de la loba. Su ropa estaba dentro de la mochila, pero, mientras la sacaban, no iba a permitir que el hombre obsesionado con los Dioses viese la nívea piel de Thiel.
Detrás de la loba llegaron los verdaderos refuerzos, Shappy los había visto por el ojo que había invocado. Eran tres jóvenes guardias de Baslodia: la chica llevaba un arco, el chico más grande y robusto un hacha y el otro chico, más alto que la chica pero más bajo que su compañero del hacha, llevaba una espada. Los tres estaban asustados y nerviosos, como si hubieran visto un muertos levantarse de su tumba, o una horda de poseídos mordisquear los barrotes de la prisión.
-Por fin nos encontramos, - Shappy levantó los brazos como si estuviera dando la bienvenida a los guardias mientras dejaba la mochila abierta para que Thiel cogiese su ropa. - habéis tardado mucho en venir. Esperaba más de unos miembros de la guardia-.
El guardia del hacha río y bufó, parecía un jabalí a punto a de atacar. La chica interpuso su arco en el camino de su compañero y habló con voz severa y calmada.
-Eso mismo podíamos preguntar nosotros:- dijo mirando a Thiel- ¿qué está pasando, dónde está el licántropo?- por cómo pronunció la última pregunta, Shappy suponía que ya sabía la respuesta.
-Deja de buscar Ali, creo que la tenemos delante- dijo el guardia de la espada con una sonrisa. -Debemos irnos de aquí antes de que nuestros examigos salgan de la celda. ¿Señoritas, suben vosotras primero?-
-Conmigo no eres tan caballeroso- Ali dio un golpecito con el puño en el hombro del chico.
-Ni tampoco conmigo- el guardia del hacha dio una fuerte palmada en la espalda de su compañero. El golpe fue tan fuerte que hizo que se le cayese la espada.
-Chicos callad, me estáis poniendo en evidencia- el chico río.
Mientras los tres amigos hablaban, el hombre de la celda susurraba sus rezos absurdos (Thor guía mi…) y los poseídos continuaban mordiendo los barrotes y alargando la mano. Los guardias tenían cuidado en no herir a los poseídos; el más grande de ellos, daba golpe seco con el mango del hacha a los brazos que salían de los barrotes sin llegar a romperlos y la chica, Ali, usaba la madera de una flecha como vara para alejar a los poseídos de los barrotes.
-Estos eran nuestros amigos y compañeros.- dijo Alice, su rostro brillaba triste y apagada. - Es una historia larga, pero el resumen es que los tuvimos que encerrar antes que nos matasen a nosotros-.
-Los encerramos cuando todavía eran nuestros amigos y no jodidos perros rabiosos- el hombre del hacha controlaba a base de empujones y golpes a cinco poseídos al mismo tiempo.
-Todavía no tenían eso en la frente- Alice se tocó con un dedo la frente. Inmediatamente, Shappy supo que se refería al tercer ojo.
-Ya habrá tiempo para charlas, todos arriba antes que acaben de comerse los hierros- el chico de la espada estaba a los pies de escalera. Era el que parecía más asustado.
Una vez Thiel terminó de vestir, Shappy guardó el libro de nigromancia en la mochila. Podría invocar huesos en forma de barrotes, como ya lo había hecho antes, para impedir que los poseídos saliesen. No lo hizo porque hubiera sido ponerse en evidencia. El religioso por fin se había callado; estaba arrodillado de cara a la puerta de su celda. Los guardias no sabían que Shappy conocía la magia oscura de los nigromantes. Si lo llegasen a descubrir, la extraña amabilidad que habían mostrado hasta ahora se desvanecería por completo. La condenarían sin pestañear.
-Vosotras también tenéis muchas preguntas que responder- dijo Alice a medida que empezaba a subir las escaleras- Ben, cierra la puerta del calabozo y atráncala para que no pasen nuestros examigos-.
-¿Qué pasará con Wigheard?-
-Ya lo escuchaste cuando le cogimos, los Dioses le protegen- dijo el chico mientras ayudaba a Thiel y Shappy a salir del calabozo sin que ningún brazo le atrapase en el último momento.
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* Thiel: Salís del calabozo sin ninguna herida, los refuerzos han llegado en el mejor momento. Los guardias son amables pero desconfiados; os llevan a una pequeña sala donde apenas hay una mesa redonda y unas pocas sillas. Alice Arrow insiste en saber quiénes sois y qué hacéis en la muralla. Ya sabes cómo es Shappy, si la dejas hablar ten por seguro que os meteréis en más problemas. Tu deber, en el siguiente turno, será dar una explicación a los guardias. Puedes mentirles o decirles la verdad. Dependiendo de lo creíble que resultes, ellos te contarán más sobre qué pasó con sus examigos y quién es Wigheard; es posible que los guardias se unan en tu aventura para rescatar a Boomer si consigues ser convincente con tus verdades o mentiras. ¿Qué pasará si no lo consigues? Como dice mi madre: “piensa mal y acertarás”.
Este puede ser un buen momento para trabajar más la personalidad de los tres guardias. Puedes jugar con ellos tanto como quieras.
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Shimphony Shappire no le respondió y Thiel no insistió con la pregunta, quizás ni siquiera la payasa sabía a ciencia cierta qué estaba ocurriendo en ese lugar que olía a sudor, a saliva y a despojos humanos. Tomó la larga tela del interior de la mochila y se envolvió el cuerpecito con premura. La desnudez no le causaba pudor, pero conocía muy bien la reacción que ésta despertaba en los humanos. La loba detestaba ser prejuiciosa, pero aquella raza solía ser tan grosera que le era imposible no pensar mal de ellos cuando los descubría observándola con lascivia. El guardia cuya arma era una espada, William, no fue la excepción: al reconocer en voz alta a Thiel como la licántropo, detuvo sus verdes ojos sobre ella con demasiado detenimiento. Ella le dedicó una mirada antipática al tiempo que recuperaba su pequeña daga y la asía al cordel que le servía de cinturón, dejando entrever en dicha acción un sutil gesto amenazador.
Tras una breve conversación durante la cual la muchachita se abstuvo de tomar la palabra, los soldados concluyeron que la mejor idea sería conducirlas a una salita escaleras arriba. El trío de uniformados se mostraba amable e, incluso, se trataban entre ellos con demasiada informalidad para ser guardias en plena función. Aunque Thiel los creía un tanto ineptos, no les sacó los ojos de encima. Desconfiaba de ellos silenciosamente, de la misma manera que sucedía a la inversa.
Durante el camino, la loba memorizó cada curva e intersección y dibujó cuidadosamente un plano mental de los pasillos para saber por dónde salir rápidamente en caso de que aquellos humanos saliesen con alguna repentina ofensiva. Al entrar al habitáculo, dejó una silla vacía a su izquierda, en medio de ella y la guardia mujer, y Shappy se sentó a su derecha. De esa manera, la payasa estaba más alejada de los soldados. Thiel sentía una instintiva necesidad de proteger a su amiga: por un lado, porque la sabía más débil (al menos físicamente) y, por el otro... porque temía sus reacciones impredecibles que podían meterlas en problemas.
Una vez todos estuvieron sentados, la joven uniformada se cruzó de brazos e intercaló su atención entre ambas jovencitas.
-¿Y bien? ¿Qué hacen una loba y una... -Alice se detuvo un momento mientras examinaba el rostro de Shappire- ...una mimo en una muralla custodiada por La Guardia?
Los humanos eran muy impertinentes. ¿Por qué les importaba tanto el motivo por el cual estaban allí? No habían creado ningún problema, ¡solamente debían abrir la puerta y dejarlas ir! Thiel bufó, pero contuvo sus opiniones para no crear roces innecesarios. No obstante, Shappy abrió la boca para expresar exactamente los pensamientos de la loba.
-Eso no les concierne. Sólo queríamos salir y necesitábamos abrir la puerta, ¿y si, en vez de hacernos perder el tiempo, nos hacen el favor de...?
-¡Vaya! ¡Parece que la bufona esta no quiere cooperar!
Aunque las groseras palabras del guardia del hacha sobresaltaron a Thiel y parecieron irritar a su amiga, la jovencita casi agradeció la interrupción. Puso una mano sobre la de la payasa y se la apretó, echándole una significativa mirada que decía claramente “Por favor, déjamelo a mí.” Ella detestaba hablar con extraños; se ponía muy nerviosa y se le trababa la lengua, especialmente en momentos clave como aquel. Sin embargo, apostaba los colmillos a que incluso eso sería mejor que permitir a la nigromante ponerse a despotricar.
-Disculpen las palabras de mi compañero. Compórtate, Benjamin. -Intercedió William, recargando una mejilla sobre la palma de su mano e ignorando el insulto que su compañero le propinó por lo bajo. Su tono era sereno, pero no por ello menos estricto- No podemos abrir la puerta, ¿acaso no saben que hay un toque de queda? -Thiel asintió con timidez- ¡Vaya! Si lo sabían, es aún más grave que hayan intentado salir de todas maneras.
-Es realmente importante. -Le tembló la voz, pero se esforzó por adquirir, poco a poco, una mayor entereza.
-¿Se puede saber por qué?
Thiel miró a Shappy de reojo, apretó los dientes, caviló la respuesta y, finalmente, suspiró.
-Nuestro amigo ha sido secuestrado y tenemos que ir por él lo antes posible.
-¡JÁ! -Ben rió tan fuerte que casi se cae de la silla- ¿Piensan salvar a alguien ustedes solas? ¿Una niña y una simple bufona?
Thiel apretó más fuerte la mano de Shappy cuando la sintió tensarse y, antes de que la peliazul hablara, se apresuró a alzar la voz:
-No soy una niña, soy una loba. Una que podría haberte arrancado la cabeza hace cinco minutos.
Las risas de Benjamin cesaron al instante. Alica carraspeó.
-¿Quién lo ha secuestrado?
-La misma persona que fue capaz de... esto. -Se señaló la frente con un dedo, en referencia al tercer ojo- Un nigor...nigrore...
-Un nigromante. -Dijo Shappy entre dientes. No parecía estar de acuerdo con que su amiga contase toda la verdad. Aún así Thiel no sabía mucho más, pues la payasa le había contado pocos detalles.
-¿¡Un nigromante!? -Alica apretó el arco entre sus manos. Thiel se removió en la silla y clavó sus ojos en los de la guardia. Era una mujer joven, con el negro y largo cabello recogido en una coleta apretada que endurecía su gesto, pero no enfeecía sus facciones amables. Si podía convencer a alguien, probablemente ella era a quien debía dirigirse.
-Sí. Él tiene a nuestro amigo y es el culpable del caos que hay en la ciudad. Quizás ustedes no lo vieron aún, pero en las calles hay procesiones enteras de gente con esa cosa en la frente. ¡Incluso niños!
Los tres guardias intercambiaron miradas, tensando las mandíbulas y echando mano a sus armas como si estuvieran dispuestos a salir a corroborar aquello en ese mismo instante. Thiel apoyó ambas manos sobre la mesa y se levantó, llamando su atención.
-Si lo encontramos, tal vez podamos hacer que revierta lo que le hizo a esa gente... y a quienes tienen encerrados abajo. No podemos quedarnos de brazos cruzados, ¡tienen que dejarnos salir!
-Lo siento, pero si lo que dices es cierto, dudo aún más que ustedes solas puedan hacer algo al respecto. -Insistió Ben, esta vez con mayor seriedad. Thiel lo observó durante un instante y, casi sin pensar, le respondió:
-¡Entonces vengan con nosotras!
Tras una breve conversación durante la cual la muchachita se abstuvo de tomar la palabra, los soldados concluyeron que la mejor idea sería conducirlas a una salita escaleras arriba. El trío de uniformados se mostraba amable e, incluso, se trataban entre ellos con demasiada informalidad para ser guardias en plena función. Aunque Thiel los creía un tanto ineptos, no les sacó los ojos de encima. Desconfiaba de ellos silenciosamente, de la misma manera que sucedía a la inversa.
Durante el camino, la loba memorizó cada curva e intersección y dibujó cuidadosamente un plano mental de los pasillos para saber por dónde salir rápidamente en caso de que aquellos humanos saliesen con alguna repentina ofensiva. Al entrar al habitáculo, dejó una silla vacía a su izquierda, en medio de ella y la guardia mujer, y Shappy se sentó a su derecha. De esa manera, la payasa estaba más alejada de los soldados. Thiel sentía una instintiva necesidad de proteger a su amiga: por un lado, porque la sabía más débil (al menos físicamente) y, por el otro... porque temía sus reacciones impredecibles que podían meterlas en problemas.
Una vez todos estuvieron sentados, la joven uniformada se cruzó de brazos e intercaló su atención entre ambas jovencitas.
-¿Y bien? ¿Qué hacen una loba y una... -Alice se detuvo un momento mientras examinaba el rostro de Shappire- ...una mimo en una muralla custodiada por La Guardia?
Los humanos eran muy impertinentes. ¿Por qué les importaba tanto el motivo por el cual estaban allí? No habían creado ningún problema, ¡solamente debían abrir la puerta y dejarlas ir! Thiel bufó, pero contuvo sus opiniones para no crear roces innecesarios. No obstante, Shappy abrió la boca para expresar exactamente los pensamientos de la loba.
-Eso no les concierne. Sólo queríamos salir y necesitábamos abrir la puerta, ¿y si, en vez de hacernos perder el tiempo, nos hacen el favor de...?
-¡Vaya! ¡Parece que la bufona esta no quiere cooperar!
Aunque las groseras palabras del guardia del hacha sobresaltaron a Thiel y parecieron irritar a su amiga, la jovencita casi agradeció la interrupción. Puso una mano sobre la de la payasa y se la apretó, echándole una significativa mirada que decía claramente “Por favor, déjamelo a mí.” Ella detestaba hablar con extraños; se ponía muy nerviosa y se le trababa la lengua, especialmente en momentos clave como aquel. Sin embargo, apostaba los colmillos a que incluso eso sería mejor que permitir a la nigromante ponerse a despotricar.
-Disculpen las palabras de mi compañero. Compórtate, Benjamin. -Intercedió William, recargando una mejilla sobre la palma de su mano e ignorando el insulto que su compañero le propinó por lo bajo. Su tono era sereno, pero no por ello menos estricto- No podemos abrir la puerta, ¿acaso no saben que hay un toque de queda? -Thiel asintió con timidez- ¡Vaya! Si lo sabían, es aún más grave que hayan intentado salir de todas maneras.
-Es realmente importante. -Le tembló la voz, pero se esforzó por adquirir, poco a poco, una mayor entereza.
-¿Se puede saber por qué?
Thiel miró a Shappy de reojo, apretó los dientes, caviló la respuesta y, finalmente, suspiró.
-Nuestro amigo ha sido secuestrado y tenemos que ir por él lo antes posible.
-¡JÁ! -Ben rió tan fuerte que casi se cae de la silla- ¿Piensan salvar a alguien ustedes solas? ¿Una niña y una simple bufona?
Thiel apretó más fuerte la mano de Shappy cuando la sintió tensarse y, antes de que la peliazul hablara, se apresuró a alzar la voz:
-No soy una niña, soy una loba. Una que podría haberte arrancado la cabeza hace cinco minutos.
Las risas de Benjamin cesaron al instante. Alica carraspeó.
-¿Quién lo ha secuestrado?
-La misma persona que fue capaz de... esto. -Se señaló la frente con un dedo, en referencia al tercer ojo- Un nigor...nigrore...
-Un nigromante. -Dijo Shappy entre dientes. No parecía estar de acuerdo con que su amiga contase toda la verdad. Aún así Thiel no sabía mucho más, pues la payasa le había contado pocos detalles.
-¿¡Un nigromante!? -Alica apretó el arco entre sus manos. Thiel se removió en la silla y clavó sus ojos en los de la guardia. Era una mujer joven, con el negro y largo cabello recogido en una coleta apretada que endurecía su gesto, pero no enfeecía sus facciones amables. Si podía convencer a alguien, probablemente ella era a quien debía dirigirse.
-Sí. Él tiene a nuestro amigo y es el culpable del caos que hay en la ciudad. Quizás ustedes no lo vieron aún, pero en las calles hay procesiones enteras de gente con esa cosa en la frente. ¡Incluso niños!
Los tres guardias intercambiaron miradas, tensando las mandíbulas y echando mano a sus armas como si estuvieran dispuestos a salir a corroborar aquello en ese mismo instante. Thiel apoyó ambas manos sobre la mesa y se levantó, llamando su atención.
-Si lo encontramos, tal vez podamos hacer que revierta lo que le hizo a esa gente... y a quienes tienen encerrados abajo. No podemos quedarnos de brazos cruzados, ¡tienen que dejarnos salir!
-Lo siento, pero si lo que dices es cierto, dudo aún más que ustedes solas puedan hacer algo al respecto. -Insistió Ben, esta vez con mayor seriedad. Thiel lo observó durante un instante y, casi sin pensar, le respondió:
-¡Entonces vengan con nosotras!
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Los tres guardias intercambiaron opiniones con la mirada. No necesitaban la boca para hablar entre ellos, hablaban con los ojos. Cada uno de ellos se conocía lo suficiente como para saber qué pensaba el otro y debatirlo sin mencionar palabra alguna. William sonrío y Alice se cruzó de brazos adoptando una posición autoritaria e incómoda. Benjamin Axe fue el que habló no sin antes soltar una sarcástica risotada que hizo temblar la mesa en la que estaban sentados.
-Estáis locas, como dos cencerros.-
William dio un par de palmadas a la espalda de Ben para hacerlo callar.
-Lo que el gran Ben quiere decir es que si salimos estaremos expuestos a eso- William señaló la frente de Thiel, la loba blanca. Por ironías de la vida, ella estuvo a punto de arrancarle la cabeza y, ahora, él estaba intentando cortejarle con una simpática sonrisa.
Alice se levantó de la silla. Del bolsillo de su pantalón extrajo un pequeño mapa. Lo desenvolvió en la mesa para que Thiel y Shimphony Shappire pudieran verlo. No simpatizaba con ellas, aun así, creía necesario mostrarles toda la verdad. Tal vez así, volverían a sus casas donde estarían salvas y sanas.
-Nuestros compañeros, los habéis conocido abajo, tenían una misión similar a la vuestra: Entrar en la guarida del nigromante y acabar con él. Hace seis noches que se instaló en una mansión abandonada cerca del cementerio –señaló la mansión en el mapa- y, desde entonces, no hemos dejado de pelear contra los muertos vivientes. Mi madre murió una vez al darme a luz. La volví a matar a su cadáver de un disparo en la cabeza. Nadie me dijo que era ella, pero lo supe. La misión era sencilla, llegar a la mansión y derrotar al nigromante. Parecía fácil. Ben, Will y yo, al ser los más jóvenes, nos quedaríamos en la muralla para defenderla de algún posible ataque. De todos los que emprendieron el viaje, volvieron la mitad y todos ellos con el tercer ojo. Ben tuvo una idea: Encerrara los malditos en las mazmorras. A día de hoy todavía nos preguntamos cómo fue que nos vieron. Un sacerdote se presentó en la muralla y gritó, a todo aquel que le pudiera escuchar, que estábamos torturando a nuestros compañeros, que los teníamos encerrados sin comida ni agua. Habló del tercer ojo, pero solo para extender el pánico entre los ciudadanos y desprestigiar a la Guardia-.
Alice Arrow calló de repente como si no fuera necesario decir nada más. Entre aquellos que habían partido en la desgraciada misión de derrotar al nigromante del tercer ojo, se encontraban los líderes de la Guardia de Baslodia. Al quedar malditos por aquello que William Sword llamaba eso, ella tomó el papel de líder de la Guardia. Nadie le había nombrado, tampoco se habían quejado. Era necesario que hubiera una figura autoritaria y ni Ben ni Will iban a hacerse con el cargo.
-A uno se le quitan las ganas de viajar y conocer mundo- bromeó Ben rompiendo el silencio con su ronca voz.
-Nadie pasará más allá de esta puerta- Alice señaló la puerta central de la muralla. - Volved a vuestras casas; no quiero tener que encarcelaros como hice con nuestros amigos-.
Hasta el momento, se había estado conteniendo. Dejó que los guardias hablasen de todas las estupideces que querían hablar. Shappy las escuchó todas, solo dijo algo si era estrictamente necesario. Lo hice por Thiel. De haber estado sola, le habría escupido en la cara de la frígida Alice. Todos los guardias eran iguales, cuando se enfrentaban a un peligro que desconocían, lo escondían para no preocupar a los habitantes de las ciudades. Alice así lo dijo: Encerraron al sacerdote para que no cundiera el práctico y no desprestigiar a la Guardia. El prestigio le importaba más que las vidas.
Se mordió la lengua sin dejar de mirar el mapa. En esa mansión estaría Boomer. Estaba casi segura de que lo había visto con el ojo espía que invocó para proteger al grandullón. En el mapa parecía estar tan cerca el castillo; tan cerca que de alargar la mano podría tocarlo.
-¿Qué hay de los hombres y mujeres de Baslodia que tienen eso- pinchó con la uña del dedo índice la frente de William- sin haber salido de las murallas?-
-¿Qué quieres decir?- preguntó Alice, estaba enfadada.
-Quiero decir que sois unos cobardes.- golpeó con las dos manos la mesa- ¡Sorpresa! Allí dentro está plagado de poseídos. Porque sí, se llaman poseídos; no eso-.
-Mientes; eres igual que el sacerdote. ¡Estás mintiendo!-.
Shappy sonrió con la misma sonrisa picarona que William Sword usó para intentar seducir a Thiel. Cogió el libro de nigromancia y lo extendió encima del mapa. Pronunció las palabras en la lengua muerta y, entonces, un ojo espía se mostró la pequeña niña que Thiel y Shappy dejaron atrapada en su propia habitación.
-¡Doble sorpresa!- dijo Shappy riendo como un bufón.
Los poseídos (los Dioses le habían dicho que se llamaban así), rompieron la puerta de madera. Con todos los barrotes rotos, fue un milagro que no le hicieran ningún daño. Wigheard rezó una oración a todos los Dioses que conocía. Ellos le habían salvado. Lo mantenían con vida por alguna razón que desconocía. ¿Querían que transmitiese su palabra? ¿Quizás que se enfrentase él solo contra el nigromante del tercer ojo? Fuera como fuera, los poseídos le ignoraba y Wigheard vio la oportunidad perfecta para poder hacerse con ellos. Cogió el cuenco de hierro donde le servían la comida como si fuera un perro y lo utilizó como arma. Tres de los poseídos cayeron al suelo, otros cuatro consiguieron subir corriendo las escaleras hasta llegar al piso superior. ¡Los guardas, la payasa (de la cual sospechaba que era la causante de las maldiciones) y la loba estaban allí! Con el mismo cuenco de hierro, golpeó los barrotes que todavía se mantenían en pie y las paredes del calabozo. Pretendía hacer el máximo ruido posible para alertar a los de arriba. Rezó a los Dioses para que los guardias, que le habían tratado mal, escuchasen sus golpes y así se salvasen del ataque de los poseídos.
* Thiel: Shappy ha cometido un error, uno que posiblemente lo pague caro: Ha enseñado a los guardias el libro de nigromancia y ha conjurado un hechizo para demostrarles que están equivocados. Debes de hacer lo posible para que Alice no la tome con Shappy. Tú has sido la que mejor ha construido a Alice, fría hacia los desconocidos y la más agradable hacia sus amigos; sabrá mejor que nadie de lo que sería capaz al descubrir que Shimphony Shappire es nigromante.
Por otro lado, tienes a cuatro poseídos que se dirigen hacia donde estás. Tú decides si escuchas o no la alerta de Wigheard. También deberás decidir si llevar o no el sacerdote contigo. Te recuerdo que los Dioses tienen planes para él.
-Estáis locas, como dos cencerros.-
William dio un par de palmadas a la espalda de Ben para hacerlo callar.
-Lo que el gran Ben quiere decir es que si salimos estaremos expuestos a eso- William señaló la frente de Thiel, la loba blanca. Por ironías de la vida, ella estuvo a punto de arrancarle la cabeza y, ahora, él estaba intentando cortejarle con una simpática sonrisa.
Alice se levantó de la silla. Del bolsillo de su pantalón extrajo un pequeño mapa. Lo desenvolvió en la mesa para que Thiel y Shimphony Shappire pudieran verlo. No simpatizaba con ellas, aun así, creía necesario mostrarles toda la verdad. Tal vez así, volverían a sus casas donde estarían salvas y sanas.
-Nuestros compañeros, los habéis conocido abajo, tenían una misión similar a la vuestra: Entrar en la guarida del nigromante y acabar con él. Hace seis noches que se instaló en una mansión abandonada cerca del cementerio –señaló la mansión en el mapa- y, desde entonces, no hemos dejado de pelear contra los muertos vivientes. Mi madre murió una vez al darme a luz. La volví a matar a su cadáver de un disparo en la cabeza. Nadie me dijo que era ella, pero lo supe. La misión era sencilla, llegar a la mansión y derrotar al nigromante. Parecía fácil. Ben, Will y yo, al ser los más jóvenes, nos quedaríamos en la muralla para defenderla de algún posible ataque. De todos los que emprendieron el viaje, volvieron la mitad y todos ellos con el tercer ojo. Ben tuvo una idea: Encerrara los malditos en las mazmorras. A día de hoy todavía nos preguntamos cómo fue que nos vieron. Un sacerdote se presentó en la muralla y gritó, a todo aquel que le pudiera escuchar, que estábamos torturando a nuestros compañeros, que los teníamos encerrados sin comida ni agua. Habló del tercer ojo, pero solo para extender el pánico entre los ciudadanos y desprestigiar a la Guardia-.
Alice Arrow calló de repente como si no fuera necesario decir nada más. Entre aquellos que habían partido en la desgraciada misión de derrotar al nigromante del tercer ojo, se encontraban los líderes de la Guardia de Baslodia. Al quedar malditos por aquello que William Sword llamaba eso, ella tomó el papel de líder de la Guardia. Nadie le había nombrado, tampoco se habían quejado. Era necesario que hubiera una figura autoritaria y ni Ben ni Will iban a hacerse con el cargo.
-A uno se le quitan las ganas de viajar y conocer mundo- bromeó Ben rompiendo el silencio con su ronca voz.
-Nadie pasará más allá de esta puerta- Alice señaló la puerta central de la muralla. - Volved a vuestras casas; no quiero tener que encarcelaros como hice con nuestros amigos-.
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Hasta el momento, se había estado conteniendo. Dejó que los guardias hablasen de todas las estupideces que querían hablar. Shappy las escuchó todas, solo dijo algo si era estrictamente necesario. Lo hice por Thiel. De haber estado sola, le habría escupido en la cara de la frígida Alice. Todos los guardias eran iguales, cuando se enfrentaban a un peligro que desconocían, lo escondían para no preocupar a los habitantes de las ciudades. Alice así lo dijo: Encerraron al sacerdote para que no cundiera el práctico y no desprestigiar a la Guardia. El prestigio le importaba más que las vidas.
Se mordió la lengua sin dejar de mirar el mapa. En esa mansión estaría Boomer. Estaba casi segura de que lo había visto con el ojo espía que invocó para proteger al grandullón. En el mapa parecía estar tan cerca el castillo; tan cerca que de alargar la mano podría tocarlo.
-¿Qué hay de los hombres y mujeres de Baslodia que tienen eso- pinchó con la uña del dedo índice la frente de William- sin haber salido de las murallas?-
-¿Qué quieres decir?- preguntó Alice, estaba enfadada.
-Quiero decir que sois unos cobardes.- golpeó con las dos manos la mesa- ¡Sorpresa! Allí dentro está plagado de poseídos. Porque sí, se llaman poseídos; no eso-.
-Mientes; eres igual que el sacerdote. ¡Estás mintiendo!-.
Shappy sonrió con la misma sonrisa picarona que William Sword usó para intentar seducir a Thiel. Cogió el libro de nigromancia y lo extendió encima del mapa. Pronunció las palabras en la lengua muerta y, entonces, un ojo espía se mostró la pequeña niña que Thiel y Shappy dejaron atrapada en su propia habitación.
-¡Doble sorpresa!- dijo Shappy riendo como un bufón.
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Los poseídos (los Dioses le habían dicho que se llamaban así), rompieron la puerta de madera. Con todos los barrotes rotos, fue un milagro que no le hicieran ningún daño. Wigheard rezó una oración a todos los Dioses que conocía. Ellos le habían salvado. Lo mantenían con vida por alguna razón que desconocía. ¿Querían que transmitiese su palabra? ¿Quizás que se enfrentase él solo contra el nigromante del tercer ojo? Fuera como fuera, los poseídos le ignoraba y Wigheard vio la oportunidad perfecta para poder hacerse con ellos. Cogió el cuenco de hierro donde le servían la comida como si fuera un perro y lo utilizó como arma. Tres de los poseídos cayeron al suelo, otros cuatro consiguieron subir corriendo las escaleras hasta llegar al piso superior. ¡Los guardas, la payasa (de la cual sospechaba que era la causante de las maldiciones) y la loba estaban allí! Con el mismo cuenco de hierro, golpeó los barrotes que todavía se mantenían en pie y las paredes del calabozo. Pretendía hacer el máximo ruido posible para alertar a los de arriba. Rezó a los Dioses para que los guardias, que le habían tratado mal, escuchasen sus golpes y así se salvasen del ataque de los poseídos.
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* Thiel: Shappy ha cometido un error, uno que posiblemente lo pague caro: Ha enseñado a los guardias el libro de nigromancia y ha conjurado un hechizo para demostrarles que están equivocados. Debes de hacer lo posible para que Alice no la tome con Shappy. Tú has sido la que mejor ha construido a Alice, fría hacia los desconocidos y la más agradable hacia sus amigos; sabrá mejor que nadie de lo que sería capaz al descubrir que Shimphony Shappire es nigromante.
Por otro lado, tienes a cuatro poseídos que se dirigen hacia donde estás. Tú decides si escuchas o no la alerta de Wigheard. También deberás decidir si llevar o no el sacerdote contigo. Te recuerdo que los Dioses tienen planes para él.
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
La situación se tornaba peligrosa. Sus palabras no habían servido de mucho y, por si fuera poco, la mirada de William comenzaba a ponerla nerviosa. La joven evitó los ojos del soldado e intentó concentrarse en el mapa, memorizando el camino para llegar hasta la guarida del nigromante. Con o sin guardias, no estaba dispuesta a esperar más tiempo para salir de Baslodia. Habían demasiadas personas por proteger y mucho que hacer; debían salir de las murallas pronto si no querían poner en peligro a Timoteo, a Gran Pa, a Boomer y a todos los habitantes de la ciudad amurallada.
Lamentablemente, Shappy no parecía ser capaz de docilizar su fuerte temperamento ni siquiera con fines estratégicos. Si no hubiese abierto la boca y puesto el libro de nigromancia sobre la mesa, quizás todavía habrían tenido la oportunidad de salir de allí sin demasiadas complicaciones. Pero el obrar de la payasa era azaroso e inconveniente. Cuando Alice posó sus ojos sobre el texto y sus compañeros presenciaron la aparición del extraño ojo, Thiel supo con sólo ver sus miradas que las cosas acababan de complicarse demasiado.
-¡Es una bruja! ¡Una nigromante!
-¡Agárrenla! -Gritó Alice, y los tres intentaron abalanzarse sobre la payasa.
La loba se interpuso en su camino de un salto, levantándose con tanta brusquedad que la silla cayó ruidosamente hacia atrás. Se precipitó sobre la mesa para cerrar el libro tan fuerte que sus páginas exhalaron polvo, y se lo lanzó a Shappy con la misma falta de delicadeza y una mirada iracunda que le exigía dejar de reírse. La payasa lo agarró en el aire y lo devolvió a su mochila, sin borrar del todo su sonrisa burlona. Thiel, con el ceño fruncido y el labio superior retraído de manera que sus colmillos se viesen bien, observó fijamente a los guardias de manera retadora, protegiendo a la peliazul con su pequeño cuerpo de por medio.
-¿¡No ven que no queremos hacerles ningún daño!?
-¡Es una nigromante, niña! ¡Apártate!
-¿¡Y qué más da!? ¡Si sus poderes sirven para ayudarnos, pues entonces que lo sea!
-¡¡Si no te apartas, las vamos a agarrar a las dos y...!!
-¡Shhh! -Interrumpió William, quien estaba más cerca de la puerta- Cállense un momento... ¿oyen eso?
Cuando los cinco guardaron silencio, el sonido de los pasos acercándose por el pasillo fue imposible de ignorar. Thiel, gracias a su sentido del oído más desarrollado que el de los humanos, percibió también el estruendo proveniente del calabozo. Benjamin abrió la puerta del habitáculo para mirar hacia afuera y, tomando su hacha, exclamó:
-¡Los muy hijos de puta han conseguido escapar!
Esto supuso un impasse en el conflicto entre las chicas y los guardias, quienes encontraban más urgente encargarse de los “muertos vivientes” que retenerlas. Alice tomó su arco y salió tras Ben. William fue el último en retirarse, debatiéndose entre quedarse allí vigilándolas o ir a ayudar a sus compañeros; finalmente, cuando oyó a la líder gritar que se trataban de cuatro oponentes, terminó por salir a ayudar.
La loba echó una mirada nerviosa a su compañera y, oyendo todavía los ruidos del calabozo, decidió que de nada serviría quedarse allí esperando a que los soldados terminasen la faena para regresar a molestarlas.
-Abajo quedaba un hombre sano. Iré a sacarlo de ahí. -Anunció- Debemos irnos pronto, Shappy. No te la tomes con los guardias, te lo ruego. ¡Ya regreso!
Y, dicho esto, le apretó el hombro con una mano en gesto de cariño y salió corriendo hacia el calabozo.
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Un círculo de poseídos rodeaba a Mason Wigheard, pero ninguno le llegaba a atacar. Pasaban de largo como si fueran hormigas esquivando una roca de su camino. Wigheard estaba arrodillado en el suelo y tenía las palmas de las manos unidas, estaba rezando. En sus oraciones destacaban dos nombres: el de su mujer y el de su hija, ambas se llamaban Gilda. Rezaba a Freya, Diosa del amor, para que cuidase de su esposa y a Odín, padre de todos los hombres, que cuidase de su hija. Era irónico, Wigheard no pedía a los Dioses que le protegiesen, sus oraciones era para su familia, sin embargo, ellos, en su infinita sabiduría, habían decido otorgar a él seguridad. Gilda madre e Gilda hija, si las predicciones de los Dioses se cumplían a raja tabla, estarían bajo la posesión del tercer ojo.
Terminados los rezos, levantó, muy lentamente, la cabeza del suelo. Observó a los poseídos marchar por las escaleras por donde subieron los guardias unos minutos atrás. Habían roto la puerta de madera, tenían vía libre. A lo sumo eran diez poseídos, diez guardias cuyo espíritu había ido violado por los nigromantes. Uno de ellos se giró y gruñó en la cara de Wigheard como si fuera un perro asustado. Se quedó mirándolo unos instantes. Su tercer ojo, rojo como la sangre, le producía tanto temor como atracción. No podía dejar de mirarlo, quería hacerlo, apartarse del gruñido del poseído, ahora parecía un perro herido, sin embargo mantenía la mirada clavada en el tercer ojo como si sus ojos fueran dos flechas y el ojo de sangre su diana. Finalmente, cuando el poseído salió con los demás, el hombre sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se limpió la cara de las babas del poseído. Era repugnante. Sintió nauseas, ganas de vomitar y de echarse a llorar. Hizo las dos cosas al mismo tiempo.
Se levantó a duras penas, ayudándose con un barrote suelto que había caído durante la batalla, cuando todos los poseídos salieron por el calabozo. Se preguntó, mentalmente y en voz alta, por qué los Dioses le habían elegido. No tenía una respuesta para ello. Lo único que sabía era que tenían un plan para él y que, pasase lo que pasase, el cumpliría con el plan de los Dioses. ¡Por Odín, padre de todos los hombres! Lo único que sabía, con ciencia cierta, es que el libro de la payasa nigromante tenía mucho que ver con el camino que los Dioses habían elegido y que él, Mason Wigheard, tenía la honorable misión de hacerse con el libro. Tal vez, de esa forma, la maldición del tercer ojo desaparecería.
Se armó de valor, empuñó el barrote caído como si fuera un garrote y empezó a caminar detrás de los poseídos. Ellos irían a por los guardias sanos y la loba, él a por el libro de la payasa. ¿Y dónde estaba ella? La respuesta era muy sencilla: Muy cerca de dónde estuviera su amiga la loba y ella estaba a pocos metros delante de los diez poseídos.
-Venga conmigo, ya vio que a mí no me hacen daño. – camino adelantando a los poseídos, estos le abrieron paso como si fuera un Rey- ¡Venga, ahora! Quiero hablar con usted. Ya sabe de qué, del libro de su amiga. Le ayudaré a salir de aquí, también a sus amigos de arriba. Saldremos sin necesidad de herir a los poseídos a cambio de que me dé el libro de la payasa. Es un trato justo, saben los Dioses que lo es-.
* Thiel: Mason Wigheard está aprendiendo a usar el don que cree que le han concedido los Dioses. Pasa por delante de los poseídos sin que estos le ataquen y te propone ir con él, sin necesidad de atacar a nadie a cambio del libro de Shappy. Tú decides qué hacer.
Terminados los rezos, levantó, muy lentamente, la cabeza del suelo. Observó a los poseídos marchar por las escaleras por donde subieron los guardias unos minutos atrás. Habían roto la puerta de madera, tenían vía libre. A lo sumo eran diez poseídos, diez guardias cuyo espíritu había ido violado por los nigromantes. Uno de ellos se giró y gruñó en la cara de Wigheard como si fuera un perro asustado. Se quedó mirándolo unos instantes. Su tercer ojo, rojo como la sangre, le producía tanto temor como atracción. No podía dejar de mirarlo, quería hacerlo, apartarse del gruñido del poseído, ahora parecía un perro herido, sin embargo mantenía la mirada clavada en el tercer ojo como si sus ojos fueran dos flechas y el ojo de sangre su diana. Finalmente, cuando el poseído salió con los demás, el hombre sacó un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se limpió la cara de las babas del poseído. Era repugnante. Sintió nauseas, ganas de vomitar y de echarse a llorar. Hizo las dos cosas al mismo tiempo.
Se levantó a duras penas, ayudándose con un barrote suelto que había caído durante la batalla, cuando todos los poseídos salieron por el calabozo. Se preguntó, mentalmente y en voz alta, por qué los Dioses le habían elegido. No tenía una respuesta para ello. Lo único que sabía era que tenían un plan para él y que, pasase lo que pasase, el cumpliría con el plan de los Dioses. ¡Por Odín, padre de todos los hombres! Lo único que sabía, con ciencia cierta, es que el libro de la payasa nigromante tenía mucho que ver con el camino que los Dioses habían elegido y que él, Mason Wigheard, tenía la honorable misión de hacerse con el libro. Tal vez, de esa forma, la maldición del tercer ojo desaparecería.
Se armó de valor, empuñó el barrote caído como si fuera un garrote y empezó a caminar detrás de los poseídos. Ellos irían a por los guardias sanos y la loba, él a por el libro de la payasa. ¿Y dónde estaba ella? La respuesta era muy sencilla: Muy cerca de dónde estuviera su amiga la loba y ella estaba a pocos metros delante de los diez poseídos.
-Venga conmigo, ya vio que a mí no me hacen daño. – camino adelantando a los poseídos, estos le abrieron paso como si fuera un Rey- ¡Venga, ahora! Quiero hablar con usted. Ya sabe de qué, del libro de su amiga. Le ayudaré a salir de aquí, también a sus amigos de arriba. Saldremos sin necesidad de herir a los poseídos a cambio de que me dé el libro de la payasa. Es un trato justo, saben los Dioses que lo es-.
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* Thiel: Mason Wigheard está aprendiendo a usar el don que cree que le han concedido los Dioses. Pasa por delante de los poseídos sin que estos le ataquen y te propone ir con él, sin necesidad de atacar a nadie a cambio del libro de Shappy. Tú decides qué hacer.
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Los pasos de la jovencita se detuvieron abruptamente cuando, a través del estrecho pasillo, viajó hasta sus oídos el eco de la marcha de diez poseídos más. Llegar hasta los calabozos iba a ser más difícil de lo que pensaba. Estaba intentando idear un plan con todas sus fuerzas cuando la pestilencia de los hombres con el ojo en la frente golpeó su nariz. Por suerte o por desgracia, pronto se dio cuenta de que no hacía falta bajar hasta las celdas; el sacerdote caminaba a la retaguardia de la horripilante procesión de seres babeantes con los ojos en blanco. A veces pensaba que, para ser tan joven, había presenciado ya demasiadas escenas aterradoras durante su corta vida.
Dio uno, dos, tres pasos atrás hasta que los poseídos pararon súbitamente su andar. La loba jadeó, sosteniendo su pequeña daga con toda la fuerza que podía albergar en el puño derecho, esperando con impaciencia el primer ataque. No obstante, los seres se separaron en dos filas para dejar al monje caminar por el espacio en medio y Thiel atestiguó, con la boca entreabierta y una ceja arqueada, cómo a éste no le hacían ningún daño. Inmediatamente olfateó el aire intentando dar con algún rastro del aroma del Hombre Muerto del Circo de los Horrores, pero no sintió nada parecido. ¿Quién era ese tipo y por qué parecía tener control sobre las personas con el ojo en la frente?
El hombre comenzó a hablarle. La trataba de usted, cosa que le dio mala espina, pues nadie le había hablado con ese respeto forzado en toda su vida; la gente no trataba con formalidad a las niñas sucias y descalzas como ella. Venía con una propuesta que le hizo arrugar el puente de la nariz en cuanto escuchó la palabra “libro”. ¿Acaso los humanos no eran capaces de ayudar a otros desinteresadamente por una vez en sus vidas?
Thiel lo observó de arriba a abajo. Sus dulces ojos oliváceos eran tan capaces de mirar con amor como de medir a otros con la frialdad calculadora de una víbora. Inhaló profundamente y se tomó unos cuantos segundos para pensar, hasta clavar una vez más la mirada en las pupilas ajenas.
-¿Y si te digo que no, entonces qué? -Habló por fin- Podemos salir sin tu ayuda, por Fenrir que sí. ¿Te quedarás aquí mientras huimos? ¿O les ordenarás que nos maten? -Inquirió, señalando a los poseídos con un cabeceo irreverente- No quiero hacerles daño, y tú tampoco deberías usarlos como herramienta para manipularme. Son humanos como tú, tus “hermanos”, ¿no? Acepte tu propuesta o no, deberías escoltarme a la salida para evitar que los hiera. El libro no es mío, es de Shappy, y no me corresponde cerrar este trato en su lugar. Es con ella con quien debes hablar.
Levantó la daga para señalarlo con toda la firmeza que su aguda e infantil voz no alcanzaba a imponer.
-Te propongo un mejor trato: Tú nos acompañas a la salida y controlas a los hombres con el ojo en la frente; yo te presento a Shappy y, no solo no te arranco la cabeza por intentar manipularme, si no que también le diré que sea amable contigo. ¡Ah! E incluso te dejaremos ayudarnos a combatir al Hombre Muerto, que es muy malo y seguramente le cae bastante mal a tu “Dios”. ¿Qué dices? Es un trato justo, saben los Dioses que lo es. -Parafraseó.
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
Recordó la primera vez que vio a la loba blanca. Su figura le intimidó tanto como las visiones que los Dioses le habían concedido sobre los poseídos. Era una bestia, un peligroso monstruo de garras y dientes. De tener a loba albina delante, sentiría miedo y se apartaría en cuanto ella comenzase a aullar. Sin embargo, la figura que veía era la de una pequeña y flaca niña que levantaba para parecer más alta, era como ver a una niña ponerse de puntillas jugando a ser adulta.
Después de que terminase la chica de hablar, Wigheard la observó unos segundos sin decir nada. No había necesidad de decir nada. Si ella no tenía el libro de nigromancia, aquel que los Dioses le habían hecho ver y comprender con benditas visiones, no merecía decirle ninguna palabra. La payasa, Shappy como la loba le llamaba, era quien merecía todo el interés del sacerdote. Dio un paso hacia delante fingiendo que no haber escuchado a la niña, los poseídos le siguieron como perros falderos. Estuvo a punto de dar un segundo, se quedaría pegado a la chiquilla si lo hubiera hecho, sin embargo se detuvo en seco. Con el garrote que utilizaba para ayudarse a caminar, empujó, no con dulzura ni cuidado, a la chica a un lado del pasillo; lejos del alcance de los poseídos.
-No obedecen mis órdenes, le habrían ataco de no ser por mí. No son hombres, dejaron de ser mis hermanos. Son animales, monstruos como su parte lobina- en un arrebato de furia, utilizó el garrote como estaca y la clavó en la cabeza de un sumiso poseído. La sangre que brotó de la sien tenía un enfermizo color grisáceo. Los otros poseídos no hicieron absolutamente nada- Los Dioses me bendijeron con el don de la inmunidad, los monstruos no me harán daño. A usted tampoco si me colocó a su lado. ¿Si estuviera con su amiga estaría segura?- dio un paso atrás, alejándose de la chica. Acto seguido uno de los poseídos alargó sus brazos, tiesos como ramas secas, para coger del cuello a la niña. Wigheard interpuso el garrote entre el poseído y la chica antes de que pudiera hacerle daño. - Me temo que no. Piense en lo que ha dicho, quiere proteger a la causante de todos los males de Baslodia, una payasa que no puede hacer nada por usted más que ponerla en peligro. De acuerdo, no seré yo quien le haga cambiar de opinión. Pero luego, no diga que no se lo advertí-.
Hubo unos segundos momento de silencio. Mason Wigheard aprovecho para humedecerse los labios y los poseídos para adelantar el paso del sacerdote y seguir el rastro de los tres guardias y la payasa.
-¿Trato justo?- Continuó la frase por donde la chica lo había dejado- La justicia la dictan los Diose. Ven conmigo y le mostraré que es la justicia-.
El trío de guardias seguían a la payasa haya donde fuera. Ella había insistido en abandonar la muralla y coger el camino hacia el cementerio, el que les llevaría a la mansión abandonada, lugar donde supuestamente estaba el Pequeño Boomer. Shappire camina a tres pasos por delante de los guardias. Benjamin, en segundo lugar, sujetaba la empuñadura de su hacha con las dos manos, William se escondía de la oscuridad de la noche bajo la sombra del escudo que llevaba en su mano izquierda y Alice, en el último lugar de la fila, daba pasos firmes, forzados y autoritarios. Excepto la payasa, que parecía estar segura de lo que estaba haciendo, los demás tenían miedo de continuar. Temían convertirse en aquello que se habían convertido sus compañeros. La respiración de Benjamin sonaba como los resoplidos de buey, William estaba completamente en silencio, cosa rara pues era conocido por sus largas charlas y Alice miraba cada recoveco del camino como si hubiera un enemigo escondido en cada sombra.
-No esperamos a…- comenzó a hablar Ben, decía, como era habitual, lo que sus amigos pensaban y no se atrevían a decir. Antes de que terminase la frase fue interrumpida por la voz Shimphony Shappire.
-Está bien, sabe cuidarse solita-
La payasa hacía cabriolas mientras caminaba. Parecía estar divirtiéndose, como si estuviera jugando. A Benjamin Axe le ponía nervioso. Con la primera voltereta que dio la payasa, Ben se sobresaltó al pensar que podía haber resbalado y caído al suelo. Lo mismo pasó con la segunda a la tercera; las siguientes, el corpulento guardia contestaba levantando su hacha unos centímetros como si estuviera amenazando a Shimphony Shappire para que no le asustase otra vez. La payasa le ignoraba, seguía con sus acrobacias, estaba en su propia casa (en su propio Circo).
A medida que seguían avanzando, monolitos solitarios aparecían por el camino. Solamente los hombres y mujeres más adinerados de Baslodia tenían derecho a una capilla en el interior de las verjas del cementerio; los otros muertos se enterraban en fosas comunes o, muy de vez en cuando, bajo la sombra de pequeñas lápidas individuales, a las afueras de la ciudad. Los grandes monolitos protegían las fosas comunes, las lápidas eran exclusivas de los fallecidos que murieron con honores: guardias, víctimas de crueles asesinatos, infantes que habían tenido una muerte injusta… Los árboles entorno al camino parecían haber absorbido la esencia del lugar, tenían un aspecto tan frío y triste como lo podían tener los grandes monolitos. Benjamin pensó en su hermana, William y Alice también pensaron en la hermana de su amigo, de no ser por Thiel y el pequeño hombre rata, la niña estaría enterrada en una de aquellas tumbas. Tenían mucho que agradecer a Thiel, confiaban en ella y, por consiguiente, también en Shimphony Shappire.
-¿Qué más me podéis contar acerca de aquella mansión?- Shappy señaló con la mano izquierda la imponente mansión que se levantaba tras las verjas del cementerio. - Me sorprende que alguien mandase construir una casa en mitad de un cementerio-.
-La gente tiene un gusto horrible para la decoración- bromeó Will sin apartarse de la protección de su escudo para hablar.
-No tiene gracia-.
-Sí la tiene, pero tú no se la sabes dar- Shappire río por el comentario de Will y dio otra pirueta más.
-No, no la tiene- Ben se giró y apuntó el filo del hacha hacia su compañero.
-Tranquilo, grandullón, solo bromeaba-.
-Reserva las bromas para cuando salvemos al amigo de la payasa-.
-Chicos, parad- Alice habló despacio con un tono de voz muy tenue. - Todos estamos asustados-Shappy no- pero no es el momento de pelearnos entre nosotros. Tenemos una misión, ¿lo recordáis?- Lo siguiente que dijo fue con un tono de voz una nota más aguda- Hace años, mis abuelos eran unos niños, no existía ninguna mansión. Era un mausoleo dedicado a una familia que no recuerdo el nombre, mi abuela se acordará. Cuando era niña me contaba una historia sobre el príncipe Ian y la princesa Alice. Era mi cuento favorito porque la princesa se llamaba como yo. Ian y Alice iban a tener un bebé dentro de poco tiempo; estaban nerviosos, todo Baslodia lo estaba. Alice se paseaba con una carroza con un vestido de seda blanca con el vientre libre para que todos pudieran alegrarse de la venida del bebé. Era hermoso, en todos los sentidos. Mi abuela decía que venía gente de todas las ciudades para dar la enhorabuena a la princesa Alice. Eran buenos tiempos. El día del nacimiento del bebé, médicos de toda Aerandir, elfos, brujos e incluso dragones, trataron a la princesa para que sufriese lo menos posible en el parto y que el bebé naciese fuerte y sano-.
-¿Y eso que tiene ver con la mansión?-
-Todo a su tiempo- dijo Ben con voz grave.
-El bebé nació muerto.- continuó Alice como si nunca le hubieran interrumpido- La princesa, triste por haber perdido a quien iba ser su primer hijo, mandó hacer una casa en el mismo lugar donde enterrarían a su bebé. No quería apartarse de él. El mausoleo, se convirtió en la mansión particular de la princesa Alice. Cuenta mi abuela que desde que dejaron descansar a su bebé, ella nunca salió de allí. El príncipe Ian era el único que salía, y muy de vez en cuando. Los desfiles terminaron, la alegría por los príncipes desapareció de Baslodia y su recuerdo queda en la mente de la gente más anciana. Esa es la historia que cuenta mi abuela, no sé qué punto tiene de cierto-.
-Si todavía sigue el cadáver del niño, se lo puedo preguntar- Shappy no bromeaba, con los hechizos del libro podía hacer hablar a los muertos.
-En serio, no lo hagas- gruñó Ben, el único que se dio cuenta que la payasa no bromeaba.
-¿Por qué no? Nadie me lo puede impedir-.
-Recuerda que estamos contigo, somos tres contra uno-.
-Allí arriba- Shappy señaló las puertas del cementerio- solo iré yo. Vosotros os tenéis que quedar aquí. Muchas gracias por acompañarme hasta aquí y ayudarme a salir de la muralla. Os lo agradezco mucho, pero vuestro viaje termina justo aquí-.
Abrió el libro por una página aleatoria y habló en una lengua muerta que los guardias no entendieron. De la tierra salieron unas manos de hueso que atraparon los pies de los guardias como si fueran grilletes.
Alice Arrow, la más rápida de los tres, sacó una flecha de su carcaj y apuntó en dirección a la payasa. No pronunció ninguna palabra, sus ojos fríos como escarcha decían todo lo que tenía que decir. Shappy la miró y sonrío. Ella tampoco habló, la risa y el brillo azul del zafiro de sus ojos fueron suficientes para contestar a la amenaza de la arquera.
La celda se abrió sola. Boomer se abrazaba. Boomer estaba confuso. Boomer pensó que alguien muy bueno abrió la celda. Boomer no se atrevió a salir. Boomer se quedó sentado, sumiso. Boomer podía escapar. Boomer tenía miedo de escapar. Boomer pensaba en chica de tres ojos. Boomer creía que chica de tres ojos le esperaría fuera y que sujetaría la cabeza de la persona buena que había abierto de la celda. Boomer balanceaba la espalda como lo haría un niño asustado. Boomer estaba muy asustado. Desde que Boomer llegó a la casa de la chica de tres ojos, Boomer ha tenido muchas pesadillas sin estar durmiendo. Boomer sabía que eran pesadillas porque no eran reales. Boomer sabía distinguir la realidad de los sueños mentirosos. Las pesadillas de la casa de la mujer de tres ojos no eran reales. Las pesadillas eran mentiras. La imagen de la mujer de tres ojos sujetando la cabeza de una persona muy buena era una mentira, era una pesadilla.
Boomer tatareó la canción de Shappy. Shappy era la más buena. Shappy usaba su canción para crear mentiras que hacían reír. En el escenario todos reían a escuchar a Shappy. Shappy cantaba a los dulces sueños que ganan a las pesadillas mentirosas. Boomer apretó los puños, grandes como dos bolas demoledoras. Boomer se puso en pie sin dejar de tatarear la melodía de la canción de Shappy. Boomer se salió por la puerta de la celda. Shappy era la más buena. Boomer echaba mucho de menos a Shappy.
Boomer lloraba. Boomer se apoyaba de las paredes para caminar. Boomer veía pesadillas mentirosas. Boomer quería gritar, pero Boomer no tenía voz para gritar.
Las otras puertas de la casa de la mujer de tres ojos estaban abiertas. Boomer salió por ellas. Boomer no sabía dónde. Las pesadillas mentirosas decían que iban a donde estaba Shappy porque Boomer tenía que hacer daño a Shappy. Boomer sabía que Shappy ya no estaba. Boomer no podía hacer daño a Shappy porque ella no estaba. Las pesadillas eran muy mentirosas.
La verja del cementerio se abrió sola. Una figura de un hombre gigante salió por ella. En su frente tenía un tercer ojo, brillante como el sol de verano, era el único que mantenía abierto. El gigante tenía un nombre, no lo recordaba. El gigante estaba herido, no le importaba. Bajaba por el camino del cementerio armado con un pilar que él mismo había arrancado, o tal vez le habían ordenado arrancar.
Unos metros más abajo, a los pies de la colina coronada por el cementerio, todos se encontraron. El gigante sin nombre, el sacerdote con sumisos poseídos, guardias atrapados por huesos que fingían ser manos, una licántropa y una payasa. Ésta última marcaba la disyuntiva entre los presentes. Su libro, un objeto maldito de gran poder. Todos querían poseerlo, cada cual bajo su propio objetivo.
-Boomer, grandullón- dijo la payasa al ver al gigante.
La respuesta fue un golpe con el pilar que usaba como arma. La payasa fue empujada varios metros, hasta topar contra el tronco de un árbol seco. Perdió el conocimiento, se desmayó. Si no hubiera conocido el dolor en los días del Circo de los Horrores, posiblemente hubiera muerto.
* Thiel: Se han formado tres bandos:
* En uno tienes a los guardias.Quieren hacerse con el libro de Shappy para rescatar a sus compañeros.
* Mason Wigheard y nueve poseídos sumisos a las órdenes del sacerdote. Quiere matar y destruir el libro porque cree que es la voluntad de los Dioses.
* Y por último, el más peligroso de todos, El Pequeño Boomer. Está poseído, bajo el control de una mujer que no conocemos. Su intenciones es hacerse con el libro y no le importa matar a Shappy.
Los tres grupos se pelearan entre ellos para conseguir el libro. Estás en medio. Me pregunto qué vas a hacer....¿Salvar a las personas que quieres? ¿Intentar rescatar Baslodia al lado de los guardias? ¿Seguir la fe ciega de un sacerdote? ¿Guiarte por tu corazón y procurar que no hagan daño a un Boomer que no es consciente de sus actos? Es una batalla dura. Mucha gente puede salir herida o muerta, elige bien. Y no te olvides de lanzar la voluntad de los Dioses.
Después de que terminase la chica de hablar, Wigheard la observó unos segundos sin decir nada. No había necesidad de decir nada. Si ella no tenía el libro de nigromancia, aquel que los Dioses le habían hecho ver y comprender con benditas visiones, no merecía decirle ninguna palabra. La payasa, Shappy como la loba le llamaba, era quien merecía todo el interés del sacerdote. Dio un paso hacia delante fingiendo que no haber escuchado a la niña, los poseídos le siguieron como perros falderos. Estuvo a punto de dar un segundo, se quedaría pegado a la chiquilla si lo hubiera hecho, sin embargo se detuvo en seco. Con el garrote que utilizaba para ayudarse a caminar, empujó, no con dulzura ni cuidado, a la chica a un lado del pasillo; lejos del alcance de los poseídos.
-No obedecen mis órdenes, le habrían ataco de no ser por mí. No son hombres, dejaron de ser mis hermanos. Son animales, monstruos como su parte lobina- en un arrebato de furia, utilizó el garrote como estaca y la clavó en la cabeza de un sumiso poseído. La sangre que brotó de la sien tenía un enfermizo color grisáceo. Los otros poseídos no hicieron absolutamente nada- Los Dioses me bendijeron con el don de la inmunidad, los monstruos no me harán daño. A usted tampoco si me colocó a su lado. ¿Si estuviera con su amiga estaría segura?- dio un paso atrás, alejándose de la chica. Acto seguido uno de los poseídos alargó sus brazos, tiesos como ramas secas, para coger del cuello a la niña. Wigheard interpuso el garrote entre el poseído y la chica antes de que pudiera hacerle daño. - Me temo que no. Piense en lo que ha dicho, quiere proteger a la causante de todos los males de Baslodia, una payasa que no puede hacer nada por usted más que ponerla en peligro. De acuerdo, no seré yo quien le haga cambiar de opinión. Pero luego, no diga que no se lo advertí-.
Hubo unos segundos momento de silencio. Mason Wigheard aprovecho para humedecerse los labios y los poseídos para adelantar el paso del sacerdote y seguir el rastro de los tres guardias y la payasa.
-¿Trato justo?- Continuó la frase por donde la chica lo había dejado- La justicia la dictan los Diose. Ven conmigo y le mostraré que es la justicia-.
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El trío de guardias seguían a la payasa haya donde fuera. Ella había insistido en abandonar la muralla y coger el camino hacia el cementerio, el que les llevaría a la mansión abandonada, lugar donde supuestamente estaba el Pequeño Boomer. Shappire camina a tres pasos por delante de los guardias. Benjamin, en segundo lugar, sujetaba la empuñadura de su hacha con las dos manos, William se escondía de la oscuridad de la noche bajo la sombra del escudo que llevaba en su mano izquierda y Alice, en el último lugar de la fila, daba pasos firmes, forzados y autoritarios. Excepto la payasa, que parecía estar segura de lo que estaba haciendo, los demás tenían miedo de continuar. Temían convertirse en aquello que se habían convertido sus compañeros. La respiración de Benjamin sonaba como los resoplidos de buey, William estaba completamente en silencio, cosa rara pues era conocido por sus largas charlas y Alice miraba cada recoveco del camino como si hubiera un enemigo escondido en cada sombra.
-No esperamos a…- comenzó a hablar Ben, decía, como era habitual, lo que sus amigos pensaban y no se atrevían a decir. Antes de que terminase la frase fue interrumpida por la voz Shimphony Shappire.
-Está bien, sabe cuidarse solita-
La payasa hacía cabriolas mientras caminaba. Parecía estar divirtiéndose, como si estuviera jugando. A Benjamin Axe le ponía nervioso. Con la primera voltereta que dio la payasa, Ben se sobresaltó al pensar que podía haber resbalado y caído al suelo. Lo mismo pasó con la segunda a la tercera; las siguientes, el corpulento guardia contestaba levantando su hacha unos centímetros como si estuviera amenazando a Shimphony Shappire para que no le asustase otra vez. La payasa le ignoraba, seguía con sus acrobacias, estaba en su propia casa (en su propio Circo).
A medida que seguían avanzando, monolitos solitarios aparecían por el camino. Solamente los hombres y mujeres más adinerados de Baslodia tenían derecho a una capilla en el interior de las verjas del cementerio; los otros muertos se enterraban en fosas comunes o, muy de vez en cuando, bajo la sombra de pequeñas lápidas individuales, a las afueras de la ciudad. Los grandes monolitos protegían las fosas comunes, las lápidas eran exclusivas de los fallecidos que murieron con honores: guardias, víctimas de crueles asesinatos, infantes que habían tenido una muerte injusta… Los árboles entorno al camino parecían haber absorbido la esencia del lugar, tenían un aspecto tan frío y triste como lo podían tener los grandes monolitos. Benjamin pensó en su hermana, William y Alice también pensaron en la hermana de su amigo, de no ser por Thiel y el pequeño hombre rata, la niña estaría enterrada en una de aquellas tumbas. Tenían mucho que agradecer a Thiel, confiaban en ella y, por consiguiente, también en Shimphony Shappire.
-¿Qué más me podéis contar acerca de aquella mansión?- Shappy señaló con la mano izquierda la imponente mansión que se levantaba tras las verjas del cementerio. - Me sorprende que alguien mandase construir una casa en mitad de un cementerio-.
-La gente tiene un gusto horrible para la decoración- bromeó Will sin apartarse de la protección de su escudo para hablar.
-No tiene gracia-.
-Sí la tiene, pero tú no se la sabes dar- Shappire río por el comentario de Will y dio otra pirueta más.
-No, no la tiene- Ben se giró y apuntó el filo del hacha hacia su compañero.
-Tranquilo, grandullón, solo bromeaba-.
-Reserva las bromas para cuando salvemos al amigo de la payasa-.
-Chicos, parad- Alice habló despacio con un tono de voz muy tenue. - Todos estamos asustados-Shappy no- pero no es el momento de pelearnos entre nosotros. Tenemos una misión, ¿lo recordáis?- Lo siguiente que dijo fue con un tono de voz una nota más aguda- Hace años, mis abuelos eran unos niños, no existía ninguna mansión. Era un mausoleo dedicado a una familia que no recuerdo el nombre, mi abuela se acordará. Cuando era niña me contaba una historia sobre el príncipe Ian y la princesa Alice. Era mi cuento favorito porque la princesa se llamaba como yo. Ian y Alice iban a tener un bebé dentro de poco tiempo; estaban nerviosos, todo Baslodia lo estaba. Alice se paseaba con una carroza con un vestido de seda blanca con el vientre libre para que todos pudieran alegrarse de la venida del bebé. Era hermoso, en todos los sentidos. Mi abuela decía que venía gente de todas las ciudades para dar la enhorabuena a la princesa Alice. Eran buenos tiempos. El día del nacimiento del bebé, médicos de toda Aerandir, elfos, brujos e incluso dragones, trataron a la princesa para que sufriese lo menos posible en el parto y que el bebé naciese fuerte y sano-.
-¿Y eso que tiene ver con la mansión?-
-Todo a su tiempo- dijo Ben con voz grave.
-El bebé nació muerto.- continuó Alice como si nunca le hubieran interrumpido- La princesa, triste por haber perdido a quien iba ser su primer hijo, mandó hacer una casa en el mismo lugar donde enterrarían a su bebé. No quería apartarse de él. El mausoleo, se convirtió en la mansión particular de la princesa Alice. Cuenta mi abuela que desde que dejaron descansar a su bebé, ella nunca salió de allí. El príncipe Ian era el único que salía, y muy de vez en cuando. Los desfiles terminaron, la alegría por los príncipes desapareció de Baslodia y su recuerdo queda en la mente de la gente más anciana. Esa es la historia que cuenta mi abuela, no sé qué punto tiene de cierto-.
-Si todavía sigue el cadáver del niño, se lo puedo preguntar- Shappy no bromeaba, con los hechizos del libro podía hacer hablar a los muertos.
-En serio, no lo hagas- gruñó Ben, el único que se dio cuenta que la payasa no bromeaba.
-¿Por qué no? Nadie me lo puede impedir-.
-Recuerda que estamos contigo, somos tres contra uno-.
-Allí arriba- Shappy señaló las puertas del cementerio- solo iré yo. Vosotros os tenéis que quedar aquí. Muchas gracias por acompañarme hasta aquí y ayudarme a salir de la muralla. Os lo agradezco mucho, pero vuestro viaje termina justo aquí-.
Abrió el libro por una página aleatoria y habló en una lengua muerta que los guardias no entendieron. De la tierra salieron unas manos de hueso que atraparon los pies de los guardias como si fueran grilletes.
Alice Arrow, la más rápida de los tres, sacó una flecha de su carcaj y apuntó en dirección a la payasa. No pronunció ninguna palabra, sus ojos fríos como escarcha decían todo lo que tenía que decir. Shappy la miró y sonrío. Ella tampoco habló, la risa y el brillo azul del zafiro de sus ojos fueron suficientes para contestar a la amenaza de la arquera.
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La celda se abrió sola. Boomer se abrazaba. Boomer estaba confuso. Boomer pensó que alguien muy bueno abrió la celda. Boomer no se atrevió a salir. Boomer se quedó sentado, sumiso. Boomer podía escapar. Boomer tenía miedo de escapar. Boomer pensaba en chica de tres ojos. Boomer creía que chica de tres ojos le esperaría fuera y que sujetaría la cabeza de la persona buena que había abierto de la celda. Boomer balanceaba la espalda como lo haría un niño asustado. Boomer estaba muy asustado. Desde que Boomer llegó a la casa de la chica de tres ojos, Boomer ha tenido muchas pesadillas sin estar durmiendo. Boomer sabía que eran pesadillas porque no eran reales. Boomer sabía distinguir la realidad de los sueños mentirosos. Las pesadillas de la casa de la mujer de tres ojos no eran reales. Las pesadillas eran mentiras. La imagen de la mujer de tres ojos sujetando la cabeza de una persona muy buena era una mentira, era una pesadilla.
Boomer tatareó la canción de Shappy. Shappy era la más buena. Shappy usaba su canción para crear mentiras que hacían reír. En el escenario todos reían a escuchar a Shappy. Shappy cantaba a los dulces sueños que ganan a las pesadillas mentirosas. Boomer apretó los puños, grandes como dos bolas demoledoras. Boomer se puso en pie sin dejar de tatarear la melodía de la canción de Shappy. Boomer se salió por la puerta de la celda. Shappy era la más buena. Boomer echaba mucho de menos a Shappy.
Boomer lloraba. Boomer se apoyaba de las paredes para caminar. Boomer veía pesadillas mentirosas. Boomer quería gritar, pero Boomer no tenía voz para gritar.
Las otras puertas de la casa de la mujer de tres ojos estaban abiertas. Boomer salió por ellas. Boomer no sabía dónde. Las pesadillas mentirosas decían que iban a donde estaba Shappy porque Boomer tenía que hacer daño a Shappy. Boomer sabía que Shappy ya no estaba. Boomer no podía hacer daño a Shappy porque ella no estaba. Las pesadillas eran muy mentirosas.
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La verja del cementerio se abrió sola. Una figura de un hombre gigante salió por ella. En su frente tenía un tercer ojo, brillante como el sol de verano, era el único que mantenía abierto. El gigante tenía un nombre, no lo recordaba. El gigante estaba herido, no le importaba. Bajaba por el camino del cementerio armado con un pilar que él mismo había arrancado, o tal vez le habían ordenado arrancar.
Unos metros más abajo, a los pies de la colina coronada por el cementerio, todos se encontraron. El gigante sin nombre, el sacerdote con sumisos poseídos, guardias atrapados por huesos que fingían ser manos, una licántropa y una payasa. Ésta última marcaba la disyuntiva entre los presentes. Su libro, un objeto maldito de gran poder. Todos querían poseerlo, cada cual bajo su propio objetivo.
-Boomer, grandullón- dijo la payasa al ver al gigante.
La respuesta fue un golpe con el pilar que usaba como arma. La payasa fue empujada varios metros, hasta topar contra el tronco de un árbol seco. Perdió el conocimiento, se desmayó. Si no hubiera conocido el dolor en los días del Circo de los Horrores, posiblemente hubiera muerto.
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* Thiel: Se han formado tres bandos:
* En uno tienes a los guardias.Quieren hacerse con el libro de Shappy para rescatar a sus compañeros.
* Mason Wigheard y nueve poseídos sumisos a las órdenes del sacerdote. Quiere matar y destruir el libro porque cree que es la voluntad de los Dioses.
* Y por último, el más peligroso de todos, El Pequeño Boomer. Está poseído, bajo el control de una mujer que no conocemos. Su intenciones es hacerse con el libro y no le importa matar a Shappy.
Los tres grupos se pelearan entre ellos para conseguir el libro. Estás en medio. Me pregunto qué vas a hacer....¿Salvar a las personas que quieres? ¿Intentar rescatar Baslodia al lado de los guardias? ¿Seguir la fe ciega de un sacerdote? ¿Guiarte por tu corazón y procurar que no hagan daño a un Boomer que no es consciente de sus actos? Es una batalla dura. Mucha gente puede salir herida o muerta, elige bien. Y no te olvides de lanzar la voluntad de los Dioses.
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
La pequeña Thiel era consciente de que no había sido bendecida con el don de la palabra. La mitad de su vida se la había pasado aullando y, la otra, solucionando sus problemas a base de zarpazos y mordiscones; poco había perfeccionado su parla. Sin embargo, jamás pensó que su discurso pudiera ser ignorado de esa manera. ¡Se había esforzado por sonar convincente, de verdad que sí! Pero el sacerdote, como si ni siquiera la hubiera oído, la apartó de un garrotazo fuera del alcance de los poseídos. La joven gimió y se llevó las manos al estómago, donde acababa de recibir el golpe, antes de lanzar una mirada entre sorprendida e iracunda al desgraciado.
Porque si, no era nada más que eso, un maldito desgraciado. Acababa de llamarla salvaje para acto seguido acabar con la existencia de uno de esos hombres a quienes el tipo ya no veía como humanos. Thiel apartó la mirada y esbozó una mueca de asco, debiendo contener una arcada al oler la pestilente sangre podrida, pero fue incapaz de decir o hacer nada al respecto. Sabía que lo más sensato era aceptar por imposible conversar con ese humano cuya opinión no podría cambiar de ninguna manera. Su mente estaba enferma, podrida por delirios sobre los dioses.
Decidió seguir a Wigheard en completo silencio, quedándose cerca para protegerse de los muertos vivientes, pero manteniendo una mínima distancia prudente de él y sin bajar nunca la guardia. Le gustase o no, el desagradable sujeto era la única manera de salir del muro ahorrándose una afrenta con los posesos. Era incapaz de asumir la forma lobuna entre aquellas paredes tan estrechas y temía no poder dar pelea con ese cuerpecito flacucho y frágil. Además, no podía perder más tiempo. Ya no oía las voces de los guardias ni la de Shappy dentro de la muralla y temió que la hubiesen abandonado. Pero no, Shimphonny no le haría tal cosa. Seguramente había decidido adelantarse, sin poder esperar más para llegar hasta Boomer. Estaba bien. La paciente y comprensiva jovencita quiso creer eso y apoyó esa decisión; así, al menos, no tenía que preocuparse por ir a buscarla y sacarla de allí intacta.
El camino fue breve e incómodo. Apenas salieron de las murallas y llegaron a campo abierto, Thiel apresuró el paso y tomó distancia del hombre. Iban en la misma dirección, pero no iban juntos. Caminó tan rápido como sus cortas piernas se lo permitieron, siguiendo el olor de Shappy y confiando en que había memorizado bien el camino hacia el cementerio.
Cuando llegó, deseó por un instante no haberse alejado jamás de su pacífica jauría en los Bosques del Este. El panorama que tenía enfrente paralizó sus músculos e inmediatamente un sudor frío comenzó a humedecerle la espalda. Frente a las puertas del cementerio, la peliazul era apuntada por Alice, quien estaba atrapada por los pies al igual que sus compañeros con esas manos huesudas que salían de la tierra y que Thiel lamentaba conocer tan bien. Por otro lado estaba Boomer, cuya imagen corrompida por el tercer ojo provocó que los ojos de la loba blanca se bañasen en lágrimas.
Cuando dio un paso adelante para entrar en escena, el grandullón arremetió contra la payasa, lanzándola a metros de distancia con un golpe seco que habría matado a cualquiera. Thiel exhaló un grito ahogado y no dudó en correr hasta el centro del barullo, dejando tras de sí al sacerdote y su horda de poseídos, que comenzaban a avanzar hacia los guardias inmovilizados. No podía quedarse quieta. ¡¡Tenía que hacer algo!!
Pero la situación era simplemente insostenible. Si tomaba parte de un bando, siempre cabía la posibilidad de salir perdiendo, y no tenía tiempo para ponerse a meditar las posibles soluciones. Acosada por una creciente ansiedad, se decantó por usar el sentido común y echar mano a los únicos aliados que no parecían ser unos locos, ni unos inconscientes: Los guardias.
Corrió hacia ellos y se agachó a sus pies para despedazar con las manos los esqueléticos agarres. Mientras lo hacía, hablaba con atropello:
-¡Él es Boomer, ese grandullón es el amigo que vinimos a rescatar! -Bramó mientras liberaba los pies de Alice y pasaba a los de William- También está poseído, no sabe lo que hace, ¡¡por favor, no le hagan daño!! -Rogó, pasando por último a los pies de Benjamin, a quien miró desde abajo con ojos suplicantes- Se los ruego, no lo toquen, yo me encargaré de él. Ocúpense de aquel loco -señaló con un cabeceo al monje- y de los otros poseídos. Por favor, por favor, háganme caso, al menos como agradecimiento por lo de tu pequeña hermana. Yo... yo me aseguraré de que Shappy revierta la maldición de sus amigos. ¡¡Lo prometo, solamente no la toquen ni a ella ni a Boomer y desháganse del sacerdote!! -Suplicó, poniéndose de pie y tomando con fuerza las manos de Ben. Los tres guardias intercambiaron miradas y asintieron con reticencia antes de dirigirse a Wigheard y su tropel de hombres con el tercer ojo.
Si los soldados se encargaban, por lo menos, de frenar al otro loco y mantenerlo alejado de Shappy, sólo quedaba el gigantón. Thiel respiró profundo, se miró las manos cuyos dedos estaban desollados tras arañar y tirar de los agarres huesudos, y se giró hacia Boomer. El “niño” de enormes dimensiones se veía maltratado y la loba sabía que el pobrecillo debía de estar llorando asustado detrás de esos ojos cerrados. Se plantó entre él y la payasa, disponiéndose una vez más a ser el escudo de carne y hueso que recibiera los golpes por ella. A veces Thiel pecaba de amar demasiado a sus amigos.
-Boomer, sé que puedes escucharme -Le habló con firmeza, aunque las rodillas le temblaban de miedo. Recibir un golpe del grandullón podía tener consecuencias fatales. El enorme payaso detuvo su andar por un instante, pero no tardó en reanudar la marcha, evidenciando que su presencia no lo amedrentaba- ¡¡Boomer, para, soy Thiel!! ¿Me recuerdas? ¡Acabas de pegarle a Shappy, tu amiAGH! -El gigante manoteó al aire y la agarro del pelo, aunque probablemente buscaba tomarle la cabeza. Tiró de su larga melena hacia arriba hasta levantarla, separándole los pies varios centímetros del suelo- ¡¡SUÉLTAME!! -Bramó, pataleando y levantando las manos para aferrarse al antebrazo ajeno. Boomer la lanzó hacia un lado como una muñeca de trapo y Thiel rodó varios metros más allá, tragando polvo y desgarrándose la piel de los brazos tras deslizarse sobre el camino de tierra y piedras.
La niña gimoteó, pero se puso de pie como si el cuerpo no le doliese hasta el punto de no poder contener las lágrimas. Observó con consternación la lejana silueta del hombretón caminando hacia el cuerpo inconsciente de la payasa. No quería herir a Boomer, pero tampoco podía dejar que siguiera suelto. Debía inmovilizarlo. Y lo único que podía inmovilizar a ese grandullón era una criatura de enormes dimensiones. Chasqueó la lengua, con los párpados a medio caer de cansancio, y se arrancó del cuerpo la tela que hacía de vestido para transformarse de inmediato.
Esta vez le dolió más que las demás. El agotamiento comenzaba a pesar en su cuerpecito y sabía que esa era la última transformación que podría soportar antes de caer exhausta. La enorme bestia se apoyó en sus cuatro patas y trotó hacia el gigante a gran velocidad. Él estaba a apenas un metro de Shappy cuando se le echó encima y lo tumbó al suelo panza abajo. El grandullón se retorció como un pez fuera del agua, gritó, babeo y volvió a retorcerse, pero la loba blanca podía contener sus contorsiones, apretándolo en un abrazo que habría roto los huesos de cualquiera.
Aulló hacia Shappy, instándola a despertar de una maldita vez. No sabía cuánto tiempo podría contener al grandullón.
Porque si, no era nada más que eso, un maldito desgraciado. Acababa de llamarla salvaje para acto seguido acabar con la existencia de uno de esos hombres a quienes el tipo ya no veía como humanos. Thiel apartó la mirada y esbozó una mueca de asco, debiendo contener una arcada al oler la pestilente sangre podrida, pero fue incapaz de decir o hacer nada al respecto. Sabía que lo más sensato era aceptar por imposible conversar con ese humano cuya opinión no podría cambiar de ninguna manera. Su mente estaba enferma, podrida por delirios sobre los dioses.
Decidió seguir a Wigheard en completo silencio, quedándose cerca para protegerse de los muertos vivientes, pero manteniendo una mínima distancia prudente de él y sin bajar nunca la guardia. Le gustase o no, el desagradable sujeto era la única manera de salir del muro ahorrándose una afrenta con los posesos. Era incapaz de asumir la forma lobuna entre aquellas paredes tan estrechas y temía no poder dar pelea con ese cuerpecito flacucho y frágil. Además, no podía perder más tiempo. Ya no oía las voces de los guardias ni la de Shappy dentro de la muralla y temió que la hubiesen abandonado. Pero no, Shimphonny no le haría tal cosa. Seguramente había decidido adelantarse, sin poder esperar más para llegar hasta Boomer. Estaba bien. La paciente y comprensiva jovencita quiso creer eso y apoyó esa decisión; así, al menos, no tenía que preocuparse por ir a buscarla y sacarla de allí intacta.
El camino fue breve e incómodo. Apenas salieron de las murallas y llegaron a campo abierto, Thiel apresuró el paso y tomó distancia del hombre. Iban en la misma dirección, pero no iban juntos. Caminó tan rápido como sus cortas piernas se lo permitieron, siguiendo el olor de Shappy y confiando en que había memorizado bien el camino hacia el cementerio.
Cuando llegó, deseó por un instante no haberse alejado jamás de su pacífica jauría en los Bosques del Este. El panorama que tenía enfrente paralizó sus músculos e inmediatamente un sudor frío comenzó a humedecerle la espalda. Frente a las puertas del cementerio, la peliazul era apuntada por Alice, quien estaba atrapada por los pies al igual que sus compañeros con esas manos huesudas que salían de la tierra y que Thiel lamentaba conocer tan bien. Por otro lado estaba Boomer, cuya imagen corrompida por el tercer ojo provocó que los ojos de la loba blanca se bañasen en lágrimas.
Cuando dio un paso adelante para entrar en escena, el grandullón arremetió contra la payasa, lanzándola a metros de distancia con un golpe seco que habría matado a cualquiera. Thiel exhaló un grito ahogado y no dudó en correr hasta el centro del barullo, dejando tras de sí al sacerdote y su horda de poseídos, que comenzaban a avanzar hacia los guardias inmovilizados. No podía quedarse quieta. ¡¡Tenía que hacer algo!!
Pero la situación era simplemente insostenible. Si tomaba parte de un bando, siempre cabía la posibilidad de salir perdiendo, y no tenía tiempo para ponerse a meditar las posibles soluciones. Acosada por una creciente ansiedad, se decantó por usar el sentido común y echar mano a los únicos aliados que no parecían ser unos locos, ni unos inconscientes: Los guardias.
Corrió hacia ellos y se agachó a sus pies para despedazar con las manos los esqueléticos agarres. Mientras lo hacía, hablaba con atropello:
-¡Él es Boomer, ese grandullón es el amigo que vinimos a rescatar! -Bramó mientras liberaba los pies de Alice y pasaba a los de William- También está poseído, no sabe lo que hace, ¡¡por favor, no le hagan daño!! -Rogó, pasando por último a los pies de Benjamin, a quien miró desde abajo con ojos suplicantes- Se los ruego, no lo toquen, yo me encargaré de él. Ocúpense de aquel loco -señaló con un cabeceo al monje- y de los otros poseídos. Por favor, por favor, háganme caso, al menos como agradecimiento por lo de tu pequeña hermana. Yo... yo me aseguraré de que Shappy revierta la maldición de sus amigos. ¡¡Lo prometo, solamente no la toquen ni a ella ni a Boomer y desháganse del sacerdote!! -Suplicó, poniéndose de pie y tomando con fuerza las manos de Ben. Los tres guardias intercambiaron miradas y asintieron con reticencia antes de dirigirse a Wigheard y su tropel de hombres con el tercer ojo.
Si los soldados se encargaban, por lo menos, de frenar al otro loco y mantenerlo alejado de Shappy, sólo quedaba el gigantón. Thiel respiró profundo, se miró las manos cuyos dedos estaban desollados tras arañar y tirar de los agarres huesudos, y se giró hacia Boomer. El “niño” de enormes dimensiones se veía maltratado y la loba sabía que el pobrecillo debía de estar llorando asustado detrás de esos ojos cerrados. Se plantó entre él y la payasa, disponiéndose una vez más a ser el escudo de carne y hueso que recibiera los golpes por ella. A veces Thiel pecaba de amar demasiado a sus amigos.
-Boomer, sé que puedes escucharme -Le habló con firmeza, aunque las rodillas le temblaban de miedo. Recibir un golpe del grandullón podía tener consecuencias fatales. El enorme payaso detuvo su andar por un instante, pero no tardó en reanudar la marcha, evidenciando que su presencia no lo amedrentaba- ¡¡Boomer, para, soy Thiel!! ¿Me recuerdas? ¡Acabas de pegarle a Shappy, tu amiAGH! -El gigante manoteó al aire y la agarro del pelo, aunque probablemente buscaba tomarle la cabeza. Tiró de su larga melena hacia arriba hasta levantarla, separándole los pies varios centímetros del suelo- ¡¡SUÉLTAME!! -Bramó, pataleando y levantando las manos para aferrarse al antebrazo ajeno. Boomer la lanzó hacia un lado como una muñeca de trapo y Thiel rodó varios metros más allá, tragando polvo y desgarrándose la piel de los brazos tras deslizarse sobre el camino de tierra y piedras.
La niña gimoteó, pero se puso de pie como si el cuerpo no le doliese hasta el punto de no poder contener las lágrimas. Observó con consternación la lejana silueta del hombretón caminando hacia el cuerpo inconsciente de la payasa. No quería herir a Boomer, pero tampoco podía dejar que siguiera suelto. Debía inmovilizarlo. Y lo único que podía inmovilizar a ese grandullón era una criatura de enormes dimensiones. Chasqueó la lengua, con los párpados a medio caer de cansancio, y se arrancó del cuerpo la tela que hacía de vestido para transformarse de inmediato.
Esta vez le dolió más que las demás. El agotamiento comenzaba a pesar en su cuerpecito y sabía que esa era la última transformación que podría soportar antes de caer exhausta. La enorme bestia se apoyó en sus cuatro patas y trotó hacia el gigante a gran velocidad. Él estaba a apenas un metro de Shappy cuando se le echó encima y lo tumbó al suelo panza abajo. El grandullón se retorció como un pez fuera del agua, gritó, babeo y volvió a retorcerse, pero la loba blanca podía contener sus contorsiones, apretándolo en un abrazo que habría roto los huesos de cualquiera.
Aulló hacia Shappy, instándola a despertar de una maldita vez. No sabía cuánto tiempo podría contener al grandullón.
Thiel
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Re: El regreso de los payasos [Mastereado][Thiel]
William Sword se protegía detrás de su escudo a las garras de un poseído. Le aterraba el chasquido seco que producían las uñas del poseído al arañar la madera del escudo. Le conoció, su nombre era Aron Dray. Era el jefe de los cocineros de la Guardia en Baslodia. Un título que carecía de honores para todo aquel que no fuera de buen comer; en otras palabras, para todos a excepción de Ben y Will. Para ellos dos, Aron era más importante que cualquier general. Le hablaban con respeto y admiración, el viejo cocinero siempre creyó que estaban bromeando para conseguir una doble ración de comida en la cantina. Y era verdad, en cierta medida, pero también era cierta su admiración y respeto por el jefe de los cocineros. William prefería cerrar los ojos bajo a los escudos y hundirse en los recuerdos anteriores a los nigromantes que ver la espesa baba gris del poseído que había dejado de ser Aron y escuchar el chasquido seco de las uñas al arañar el escudo.
Dejó caer la espada y se aferró a la empuñadura del escudo con las dos manos. Las piernas parecían ablandarse por cada minuto que el poseído (se llama Aron Dray. ARON DRAY) permanecía encima de su escudo. En un momento, apenas sin darse cuenta, se arrodilló en el suelo. Aron era unos pocos centímetros más bajo que Will, pero a esa altura parecía enorme. William pensó en gritar, eso hubiera estado bien, pero estaba demasiado asustado para hacerlo.
El aullido de Thiel, la loba blanca que minutos antes había intentado seducir, le despertó del trance. Si ella podía él también lo haría. Gritó con todas sus fuerzas a la vez que se volvía a poner, muy lentamente, en pie.
El gigante caminaba lenta y pesadamente hacia donde estaba la loba albina. Arrancó una enorme roca, más grande que él mismo, del suelo. La escena le recordó, en un principio, a los cuentos infantiles donde solían aparecer una niña pequeña enfrente de un gran oso en el bosque; a su hermana pequeña le leyó muchos cuentos de osos y niñas. Luego, se acordó de una canción y esa canción le volvió a los ojos esmeraldas de Thiel. ¡¿Cómo no pudo haberse dado cuenta antes?! Ella era la misma chica que levantó toda Baslodia en una marcha musical con tal de rescatar a los niños que el Flautista había secuestrado y alejar a las ratas que el mismo Flautista había traído.
Antes de que Boomer, así dijo Thiel que se llamaba el gigante, lanzase la roca, Benjamin saltó y puso sus manazas encima haciendo fuerza para sostener el pedrusco. En comparación con los otros guardias de Baslodia, Ben era una mole, Will bromeaba a veces llamándole grandote o grandullón. Sin embargo, al lado de Boomer, se sentía como una hormiga frente a un buey. El payaso le sacaba una cabeza y media. Era gigante y su fuerza, por desgracia, era proporcional a su altura.
Apretó la punta de los talones en la tierra para evitar deslizarse y caer. Ben empujaba la enorme roca hacia donde estaba Boomer. El payaso, por el contrario, hacia fuerza hacia donde estaba el guardia. Ben gruñó, en un último esfuerzo, acompañando el aullido de la loba blanca.
Le resultaba difícil mantenerse tranquila; respiraba hondo y pausado, traga saliva y tatareaba las canciones que su abuela le cantaba cuando era una niña. De nada le sirvió. El nerviosismos, el peor enemigo para los arqueros, hacía que le temblasen las manos y errase sus disparos. A uno de los poseídos le alcanzó en el brazo cuando su intención fue dispararle en la pierna para que no pudiera mantenerse en pie. Tragó saliva y tatareó la canción de la bella luna. Al coger, una flecha más del carcaj de su espalda, se tomaba un segundo para acariciarse la melena e imaginarse que su abuela estaba junto a ella peinándola. ¿Sirvió de algo? No. El segundo disparo, dirigido a un poseído que estaba encima de Will, se clavó en la rama de un árbol.
-Te lo avisé,- la voz del sacerdote sonaba a unos metros por delante, estaba tan nerviosa que le costó localizarle- os avisé a todos y ninguno quiso escucharme. Preferisteis encerrarme en los calabozos para que no armase un escándalo público. – Al fin Alice pudo verle. Un grupo no muy grande de poseídos le rodeaban. –Los Dioses te castigarán por tus errores-.
-Te están utilizando.- las palabras le salieron de la boca como si los Dioses, los de verdad, se las estuvieran diciendo- Por eso no te has convertido-.
La payasa estaba entre ellos dos. El maquillaje se le estaba corriendo por la cara por las lágrimas y por la sangre que chorreaba por la herida que le había hecho el gigante al golpearla. Alice Arrow no había simpatizado con Shimphony Shappire hasta aquel mismo momento.
-Si alguien me estuviera utilizando, perdonaría la vida a la nigromante.- el sacerdote levantó el garrote de hierro que usaba como bastón y lo apuntó a la cabeza de la payasa. Su sonrisa era una amenaza mayor que la espesa baba gris que caía de la boca abierta de los poseídos.
-¡No lo hagas!- el grito de Alice Arrow fue silenciado por el aullido de la loba albina.
Tenía que empujar, hacer más fuerza que el hombre que estaba al otro lado de la gran roca. Hacía fuerza, mucha fuerza, más que el otro hombre. Lo ganaría pronto. Le vencería. Entonces, la loba blanca aulló. Los humanos, los tres guardias, gritaron con ella. El hombre al otro lado de la roca parecía tomar la fuerza de los gritos para superar al gigante, no fue suficiente. El gigante tomó la roca y la levantó con el hombre incluido. Lanzó todo a la loba blanca para que dejase de aullar. Falló, por muy poco. Pero el hombre estaba en el suelo y ya no se levantaría. ¿Muerto? La voz que le robó el nombre al gigante tomaría el cadáver del hombre si estuviera muerto. Vivo. Estaba vivo. Pero no iría muy lejos. El brazo derecho lo tenía dislocado; no había que ser médico para darse cuenta que la posición que lo tenía, por encima de su cabeza, no era natural.
Miro a su alrededor, solo había árboles. Entonces arrancó una gran rama de un árbol y señaló con ella a la loba blanca. No le gustaba la loba blanca. La voz que le robó el nombre le ordenó matar a la loba blanca. También le ordenó coger el libro de la payasa. El iris del tercer y único ojo abierto del gigante se apuntó hacia el libro de la payasa. El gigante no movió la cabeza, el ojo podía moverse sin que moviera la cabeza. Un hombre estaba a punto de matar a la payasa, una chica tenía una flecha mal tensada en su arco para matar al hombre y las yemas de los dedos de la payasa se movían por encima de las líneas del libro abierto como si lo estuviera leyendo con el tacto.
El hombre dejó caer el trozo de hierro encima de la payasa. Una mano de hueso, venida de la tierra, desvió el ataque. No le dio en la cara, sino en el hombro izquierdo. La mujer soltó la cuerda del arco, la flecha no fue a parar a ninguna parte.
El gigante corrió, empuñando la rama como si fuera una enorme espada, hacia la loba blanca. Estaba demasiado cerca del libro. Cumplía las órdenes de matarla. La mujer, el hombre del hierro y la payasa se matarían entre ellos. El gigante después cogería el libro. Mientras tenía que entretener o matar a la loba blanca. La voz se lo ordenaba a que así fuera.
* Thiel: Has conseguido que los guardias te ayuden. ¿Podrás mantenerlos con vida? Como puedes ver en este [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], he lanzado la Voluntad de los Dioses, que sean ellos los que decidan el rumbo que debe de tomar el mastereado. Me ha salido suerte media: Ben y Shappy quedan gravemente heridos. Ben inconsciente y con un brazo dislocado y Shappy con una barra de hierro clavada en el hombro.
Ahora tienes dos peligros que hacer frente. Por un lado tienes a Boomer que intentará matarte y por otro a Wigheard y sus poseídos que intentarán matar a Shappy. En el siguiente turno deberás hacer lo posible para detener a ambos. No olvides lanzar la Voluntad de los Dioses.
Desgraciadamente, no podrás utilizar a Benjamin Axe, obviamente. Seguirá inconsciente hasta nuevo aviso.
Dejó caer la espada y se aferró a la empuñadura del escudo con las dos manos. Las piernas parecían ablandarse por cada minuto que el poseído (se llama Aron Dray. ARON DRAY) permanecía encima de su escudo. En un momento, apenas sin darse cuenta, se arrodilló en el suelo. Aron era unos pocos centímetros más bajo que Will, pero a esa altura parecía enorme. William pensó en gritar, eso hubiera estado bien, pero estaba demasiado asustado para hacerlo.
El aullido de Thiel, la loba blanca que minutos antes había intentado seducir, le despertó del trance. Si ella podía él también lo haría. Gritó con todas sus fuerzas a la vez que se volvía a poner, muy lentamente, en pie.
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El gigante caminaba lenta y pesadamente hacia donde estaba la loba albina. Arrancó una enorme roca, más grande que él mismo, del suelo. La escena le recordó, en un principio, a los cuentos infantiles donde solían aparecer una niña pequeña enfrente de un gran oso en el bosque; a su hermana pequeña le leyó muchos cuentos de osos y niñas. Luego, se acordó de una canción y esa canción le volvió a los ojos esmeraldas de Thiel. ¡¿Cómo no pudo haberse dado cuenta antes?! Ella era la misma chica que levantó toda Baslodia en una marcha musical con tal de rescatar a los niños que el Flautista había secuestrado y alejar a las ratas que el mismo Flautista había traído.
Antes de que Boomer, así dijo Thiel que se llamaba el gigante, lanzase la roca, Benjamin saltó y puso sus manazas encima haciendo fuerza para sostener el pedrusco. En comparación con los otros guardias de Baslodia, Ben era una mole, Will bromeaba a veces llamándole grandote o grandullón. Sin embargo, al lado de Boomer, se sentía como una hormiga frente a un buey. El payaso le sacaba una cabeza y media. Era gigante y su fuerza, por desgracia, era proporcional a su altura.
Apretó la punta de los talones en la tierra para evitar deslizarse y caer. Ben empujaba la enorme roca hacia donde estaba Boomer. El payaso, por el contrario, hacia fuerza hacia donde estaba el guardia. Ben gruñó, en un último esfuerzo, acompañando el aullido de la loba blanca.
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Le resultaba difícil mantenerse tranquila; respiraba hondo y pausado, traga saliva y tatareaba las canciones que su abuela le cantaba cuando era una niña. De nada le sirvió. El nerviosismos, el peor enemigo para los arqueros, hacía que le temblasen las manos y errase sus disparos. A uno de los poseídos le alcanzó en el brazo cuando su intención fue dispararle en la pierna para que no pudiera mantenerse en pie. Tragó saliva y tatareó la canción de la bella luna. Al coger, una flecha más del carcaj de su espalda, se tomaba un segundo para acariciarse la melena e imaginarse que su abuela estaba junto a ella peinándola. ¿Sirvió de algo? No. El segundo disparo, dirigido a un poseído que estaba encima de Will, se clavó en la rama de un árbol.
-Te lo avisé,- la voz del sacerdote sonaba a unos metros por delante, estaba tan nerviosa que le costó localizarle- os avisé a todos y ninguno quiso escucharme. Preferisteis encerrarme en los calabozos para que no armase un escándalo público. – Al fin Alice pudo verle. Un grupo no muy grande de poseídos le rodeaban. –Los Dioses te castigarán por tus errores-.
-Te están utilizando.- las palabras le salieron de la boca como si los Dioses, los de verdad, se las estuvieran diciendo- Por eso no te has convertido-.
La payasa estaba entre ellos dos. El maquillaje se le estaba corriendo por la cara por las lágrimas y por la sangre que chorreaba por la herida que le había hecho el gigante al golpearla. Alice Arrow no había simpatizado con Shimphony Shappire hasta aquel mismo momento.
-Si alguien me estuviera utilizando, perdonaría la vida a la nigromante.- el sacerdote levantó el garrote de hierro que usaba como bastón y lo apuntó a la cabeza de la payasa. Su sonrisa era una amenaza mayor que la espesa baba gris que caía de la boca abierta de los poseídos.
-¡No lo hagas!- el grito de Alice Arrow fue silenciado por el aullido de la loba albina.
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Tenía que empujar, hacer más fuerza que el hombre que estaba al otro lado de la gran roca. Hacía fuerza, mucha fuerza, más que el otro hombre. Lo ganaría pronto. Le vencería. Entonces, la loba blanca aulló. Los humanos, los tres guardias, gritaron con ella. El hombre al otro lado de la roca parecía tomar la fuerza de los gritos para superar al gigante, no fue suficiente. El gigante tomó la roca y la levantó con el hombre incluido. Lanzó todo a la loba blanca para que dejase de aullar. Falló, por muy poco. Pero el hombre estaba en el suelo y ya no se levantaría. ¿Muerto? La voz que le robó el nombre al gigante tomaría el cadáver del hombre si estuviera muerto. Vivo. Estaba vivo. Pero no iría muy lejos. El brazo derecho lo tenía dislocado; no había que ser médico para darse cuenta que la posición que lo tenía, por encima de su cabeza, no era natural.
Miro a su alrededor, solo había árboles. Entonces arrancó una gran rama de un árbol y señaló con ella a la loba blanca. No le gustaba la loba blanca. La voz que le robó el nombre le ordenó matar a la loba blanca. También le ordenó coger el libro de la payasa. El iris del tercer y único ojo abierto del gigante se apuntó hacia el libro de la payasa. El gigante no movió la cabeza, el ojo podía moverse sin que moviera la cabeza. Un hombre estaba a punto de matar a la payasa, una chica tenía una flecha mal tensada en su arco para matar al hombre y las yemas de los dedos de la payasa se movían por encima de las líneas del libro abierto como si lo estuviera leyendo con el tacto.
El hombre dejó caer el trozo de hierro encima de la payasa. Una mano de hueso, venida de la tierra, desvió el ataque. No le dio en la cara, sino en el hombro izquierdo. La mujer soltó la cuerda del arco, la flecha no fue a parar a ninguna parte.
El gigante corrió, empuñando la rama como si fuera una enorme espada, hacia la loba blanca. Estaba demasiado cerca del libro. Cumplía las órdenes de matarla. La mujer, el hombre del hierro y la payasa se matarían entre ellos. El gigante después cogería el libro. Mientras tenía que entretener o matar a la loba blanca. La voz se lo ordenaba a que así fuera.
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* Thiel: Has conseguido que los guardias te ayuden. ¿Podrás mantenerlos con vida? Como puedes ver en este [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], he lanzado la Voluntad de los Dioses, que sean ellos los que decidan el rumbo que debe de tomar el mastereado. Me ha salido suerte media: Ben y Shappy quedan gravemente heridos. Ben inconsciente y con un brazo dislocado y Shappy con una barra de hierro clavada en el hombro.
Ahora tienes dos peligros que hacer frente. Por un lado tienes a Boomer que intentará matarte y por otro a Wigheard y sus poseídos que intentarán matar a Shappy. En el siguiente turno deberás hacer lo posible para detener a ambos. No olvides lanzar la Voluntad de los Dioses.
Desgraciadamente, no podrás utilizar a Benjamin Axe, obviamente. Seguirá inconsciente hasta nuevo aviso.
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