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Mensaje  Invitado Miér Ago 22 2018, 16:10

Beltrexus - última hora de la tarde

Las ráfagas de viento se precipitaban con fuerza contra los mástiles y la cubierta del barco, convirtiendo la delicada brisa marina en una especie de peligroso antagonista. Los marineros se agarraban a las jarcias, barandillas o cualquier otro elemento que evitara que perdieran el equilibrio sobre aquellas tablas tan empapadas como encharcadas. Por suerte habían logrado atracar antes de que aquella tempestad se levantara, pero aún quedaba mucho trabajo por hacer y los primeros cajones de mercancía estaban comenzando a ser llevados por la pasarela a tierra.

En el borde de la toldilla, aferrado a la esquina en la que el antepecho gira para descender junto con la escalera, Leonardo Meldara observaba cómo la tripulación continuaba con sus tareas. Sin embargo, sus pensamientos no acompañaban la atenta mirada. Aquel clima era terriblemente adverso y casi parecía que la ciudad estaba clamando en contra de él, protestando por verle regresar a un lugar que había tenido que abandonar hacía ya demasiado. Parecía no quererle allí. Parecía llamarle traidor. Y aquello turbaba al mercader, ya que, pese a todo, guardaba en su pecho un corazón tan dividido como leal.

Al cabo de un par de minutos absorto en aquel espectáculo de la naturaleza, el brujo se desabrochó los dos botones superiores de su jubón de cuero negro, aflojando la presión que éste ejercía sobre su cuello, aunque con la intención oculta de ayudarle a volver a la realidad y al pragmatismo. Una vez despejada su cabeza, se tomó su tiempo para descender con cuidado los escalones y llamó la atención del oficial de cubierta.

- - ordenó gritando, intentando imponerse al estruendo reinante -

El oficial, un hombre castaño, de piel tostada por el sol y curtida por la sal del océano, asintió y comenzó a replicar la nueva directriz que algunos recibieron con alivio, mientras que otros, deseosos de terminar ya la labor y poder disfrutar de tierra firme, no pudieron evitar expresiones de claro disgusto. Pero no había réplica posible, por lo que, caja que hubieran sacado, caja que debía volver a la bodega. El Meldara, por su parte, se dispuso a abandonar el navío.

Los listones del muelle se quejaron bajo su peso una vez saltara fuera y comenzara a andar hacia los edificios. Pese a tener que mantener los párpados medio cerrados para evitar que la incipiente lluvia empañara sus pupilas, pudo distinguir que apenas había un alma en el puerto. No era de extrañar, pero eso hacía que el lugar pareciera desolado e insistía en la idea de que en aquel enclave, que hubiera sido su hogar durante largos años, él tan sólo fuera un extranjero más. Pero sus pasos eran firmes y, con la excepción de algún resbalón que supo corregir a tiempo, llegó a pisar barro a salvo.

Allí fue donde comenzó a sentir alguna presencia detrás de las ventanas o bajo los pequeños salientes que servían de reducido pórtico. No eran muchos los que observaban, pero al menos ahora podía asegurar que no había llegado a un lugar despoblado. Por tanto, siguió su camino mientras su brazo intentaba proteger su rostro del vendaval y sus botas se sumergían en el fango.

Cuando la puerta del establecimiento se abrió al empujarla, un golpe de aire viciado y sobrecalentado le recibió. No era agradable, pero se agradecía para combatir el entumecimiento que llevaba sintiendo varios días y que se había acrecentado en la última hora. Aquella taberna que recordaba haber visitado cuando estudiaba en Beltrexus, estaba a rebosar y tan sólo quedaban un par de mesas libres, por lo que el joven hombre se precipitó a reclamar una de ellas. Se sentó en el taburete de madera y oteó el panorama mientras esperaba que le atendieran.

Hombres y mujeres se alternaban indistintamente en el recinto, en medio de pintas de cervezas y el fuerte murmullo de las conversaciones entrelazadas. No parecía que ninguno fuera excesivamente pudiente, pero casi todos debía de haberse refugiado allí huyendo del exterior. Precisamente tal y como lo había hecho él. El establecimiento estaba hecho de madera y la chimenea era la responsable de caldear el ambiente y llenarlo de ese inconfundible aroma a humo. Pero, claramente, a nadie parecía importarle, prefiriendo sufrir la saturación de aquella mezcla de suciedad y sudor a la enfermedad que con seguridad desarrollarían de exponerse a la calle.

Pronto, una muchacha de no más de quince años se le acercó. No profirió palabra y tampoco parecía tener intención de hacerlo, como sugerían sus rubias cejas arqueadas y una expresión altiva que casi más que una pregunta encerraba una advertencia. Leonardo tuvo que adivinar por el mandil que llevaba que se trataba de alguien del establecimiento.

- – pidió él, volviendo a intentar hacer que su voz sobresaliese al ruido y esperando no equivocarse en sus suposiciones.

- – respondió ella con un tono cortante, sin que hubiera margen a réplica.

La cerveza no tardó en llegar, mientras que la comida parecía hacerse de rogar. En el tiempo de espera, su vista no había dejado de fijarse en los lugareños. Alguno parecía querer sonarle, el hombre medio calvo de mirada jovial o la mujer que insistía en mantener sus brazos en jarras, pero hacía demasiado tiempo como para que se acordara de la mayoría de gente que hubiera conocido allí. Por el contrario, alguna mirada se detenía de más en él, pero Leonardo había cambiado demasiado desde que fuera aquel joven brujo, por lo que seguramente nadie sería capaz de reconocerle. Entonces, aburrido por la situación, decidió empapar su poco frondoso bigote en el alcohol.
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Mensaje  Matthew Owens Jue Ago 30 2018, 13:34

Matthew respiro profundo y dejo salir el aire de sus pulmones lentamente, ese clima pesado y con fuertes vientos parecía anunciar la proximidad de una tormenta tropical. Era muy hermoso ver cómo las nubes se movían con velocidad, tapando lo poco que podía verse aún del cielo, cómo la gente corría para guardar todos los objetos que pudiera desprenderse del piso, era como la antesala del caos, y Owens adoraba el caos.

Se sentía mucho más relajado luego de lo que había pasado en el prostíbulo la noche anterior. Claro que la parte de encontrarse con Gerrit no había sido del todo agradable, pero el generar una pequeña revuelta entre los clientes, los trabajadores del lugar y la guardia sí que lo habían hecho sentir… Vivo. Hacía algún tiempo que no sentía la necesidad de continuar despierto, pero algo le decía que si cerraba los ojos se perdería de acontecimientos aún más divertidos que los de la noche anterior. Y Matthew tenía mucha confianza en sus corazonadas.

Ciertamente ya podría haber regresado con Eyre, la idea lo tentaba, pero se había gastado todo su dinero la noche anterior y no quería volver a ella como un mendigo. No, lo mejor era juntar algunas monedas y presentarse con su dignidad intacta.

¿Y dónde conseguían trabajo las personas como Matthew? Habían varios sitios. Los callejones oscuros, un viejo clásico, pero no era buena opción en una noche de lluvia, además, las cosas que se conseguían en lugares así no solían ser bien pagas. Negocios muy puntuales de gente conocida era otra opción, allí podían dejarte encargos de forma poco llamativa. Pero lamentablemente Owens aún no era lo suficientemente conocido en la isla de los Hechiceros como para tener ese tipo de contactos.

La opción más viable era entonces ir a la vieja y conocida taberna, ese tipo de lugares jamás fallaban. El estafador abrió la puerta y dejó que el fuerte viento de tormenta se colara dentro del lugar, una camarera dejó escapar un pequeño grito de sorpresa cuando la ráfaga de aire empujo su falda y la hizo tropezar.

-¡Cuidado! – Dijo Matt mientras daba una larga zancada para atrapar a la muchacha y a su bandeja llena de bebidas. El humano llevaba una camisa blanca y arriba de ella un chaleco oscuro que combinaba con su pantalón, podía estar sin dinero, pero ese no era motivo para verse desarreglado ¡Antes muerto! – Eso estuvo cerca – Le sonrió a la joven, la cual se ruborizo “Bien, bien, buena reacción. Empezamos bien” – Dejame ayudarte con esto-

-Oh, no, no, no es necesario – Con un pequeño gesto los trozos de la única jarra que había llegado a romperse comenzaron a moverse hasta formar un montón, se levantaron en el aire y fueron a parar a un pañuelo que la joven sostenía “Claro, estamos en la isla de los hechiceros” pensó el estafador, aún le resultaba desconcertante el que no pudiera diferenciarlos de los demás – Mmm te agradezco de todos modos –

Matthew solo hizo un gesto afirmativo con la cabeza y dejo ir a la muchacha, lo siguiente era asegurarse de que fuera ella quien lo atendiera, esa sería una buena oportunidad para poder preguntarle si sabía de alguien que estuviera necesitando algún tipo de trabajo. ¿De cualquier tipo? Matt se sonrió, aún no estaba tan desesperado como para aceptar cualquier cosa.

Se sentó en la única mesa que quedaba libre y espero, el ambiente que se generaba en las tabernas no era algo que llamara demasiado su atención, prefería otro tipo de entretenimientos, cosas menos… rudimentarias. Pero no estaba allí para disfrutar, así que se conformó con seguir la corriente hasta que la misma chica que había ayudado antes se acercó para preguntar si iba a beber algo. Pidió un vino especiado y cuando la joven regreso la agarró de la muñeca con delicadeza, aunque al notar su mirada de sospecha la soltó rápidamente “Cuidado, Owens, estás hablando con alguien que puede arrojarte contra la pared con solo mover una mano”

-Disculpe usted, no era mi intención ofenderla – Dijo el estafador y sonrió de modo encantador, con lo que hizo dudar a la muchacha – He llegado hace pocas semanas a la isla y aún no me adapto a sus modos.

El personaje de “hombre sencillo y sincero” siempre funcionaba, por algún motivo la gente tendía a bajar la guardia cuando quien tenían en frente manifestaba con franqueza que era inútil. Matt dejó que se fuera, no era necesario forzar las cosas. Un rato más tarde, cuando pidió una segunda copa parecía que la situación se había vuelto más propicia.

-Disculpe si la molesto nuevamente, me urge conseguir un trabajo – Esta vez mantuvo las manos bien alejadas, intentando aparentar tranquilidad – Sé que a este tipo de sitios llegan todos los rumores – Sonrió con algo de picardía – Y que las que mejor escuchan son ustedes ¿Cierto?

La muchacha sonrió “¡Esta hecho!”
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Contactos inesperados { Leonardo Meldara & Matthew Owens } Empty Re: Contactos inesperados { Leonardo Meldara & Matthew Owens }

Mensaje  Invitado Mar Oct 02 2018, 17:09


Justo cuando las últimas gotas de cerveza atravesaban su garganta, la puerta del lugar se abrió nuevamente. El gélido viento volvió a cortar la acogedora atmósfera y él sintió como el frío le congelaba con mayor insistencia, dado que las prendas que portaba aún no se habían llegado a secar por completo. Por tanto, le resultó aún menos agradable, ya que, pese a todo, intentaba recuperar parte de la comodidad que un barco no podría ofrecerle, pero intentó olvidarse de la molestia con el simple gesto de no hacerle caso. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para dejarse llevar por tales minucias. No sólo era el hecho de que se sintiera rechazado por el emplazamiento que visitaba o que tuviera que hacerse pasar por un humano corriente, sino que, además, en los últimos meses su hogar se había vuelto a convertir un lugar tan ajeno como peligroso.

La misma noche en la que el patriarca de los Meldara murió, el hermano de su padre, Mario, llevó a cabo un movimiento que le convertiría en cabeza de familia. Aprovechándose de la oportunidad, hizo desaparecer a Enzio y se hizo con el control de los negocios de la familia, volviendo casi indiscutible su poder. Por su parte, Leonardo, que se encontraba en Lunargenta preparando los asuntos familiares frente a la inminente invasión, no pudo hacer nada para evitar el pequeño golpe de estado. Por supuesto, el legítimo heredero sabía que su tío debía haber tenido ayuda tanto dentro de la familia como fuera de ella para consolidar la legalidad de facto de aquella traición, tanto como también era consciente de que, con los contactos y recursos con los que contaba en aquel momento, no era prudente lanzar un contraataque. Y por ello, había mantenido un perfil bajo, evitando regresar a Meldara y continuando con el legado familiar, por mucho que, en el fondo, sabía que no engañaba a nadie y que su vida pendía de un ligero hilo.

Mientras intentaba recomponerse, un cuenco de madera se precipitó frente a él, cayendo de pie, pero dejando que el pardo líquido que contenía se esparciera por ambos bordes. Y, claro está, le salpicó. Leonardo lanzó una mirada de desaprobación a la torpe mujer que, nuevamente, le respondió con una expresión altiva que le hizo callarse. En otra situación hubiera exigido una compensación, pero en aquel momento no se encontraba con el humor adecuado como para montar una escena. Así que lo único que hizo fue hundir la cuchara de madera en aquella masa y no poder contener una mueca de desagrado tras probarla.

Así, pese a que hubiera intentado centrarse en la comida, le resultó demasiado arduo acogerse a la indiferencia y no pudo negar que el recién llegado había captado su atención. El hecho de que, tan pronto como entrara, se lanzara a rescatar a aquella joven que por un tropiezo casi cayó al suelo, le resultó de interés. Hacerse el héroe no era tan extraño en aquella época, como tampoco era raro que todos esos ademanes guardaran una segunda intención detrás. Él lo sabía muy bien: había tenido que aprender a valerse de esas apariencias para lograr sus objetivos. Así que se mantuvo atento a él, sin observale demasiado para no ser obvio, pero sí lo suficiente como para vigilarle.

No estaba lejos, por lo que, pese al jolgorio presente, no le costó en demasía escuchar lo que decía. Así pues, mientras las palabras de éste afloraban, la mente de Leonardo se afanaba en formular una incipiente idea. En un principio, la rechazó, creyéndola arriesgada e innecesaria, pero a medida que le ésta insistía en permanecer en su mente, poco a poco se iba convenciendo de la factibilidad de la misma. Y, al final, no le quedó más remedio que levantarse y cambiarse a la mesa de al lado.

-   - tuvo que controlar sus palabras para adecuarlas al ambiente y que no desentonaran por demasiado recargadas - - una parte de Leonardo sentía que se estaba exponiendo al dirigirse a un extraño con aquellas propuestas, pero, por otro lado, era consciente de que, antes o después, tenía que empezar a mover sus fichas. Y, por supuesto, era mejor contar con algún as extra.
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