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Mensaje  Gerrit Nephgerd Dom 12 Ago - 19:54

Keira Bravery se asombró al descubrir que había recuperado la vitalidad de antaño. Aunque se mantenía en su posición erguida y arisca, capté un halo de luz en sus ojos. Me pregunté si había sido capaz de recordar cómo era antes de que la maldición del corazón ardiente hiciera meya en mí. Avancé un paso hacia Keira, era retrocedió dos. Escuché a su garganta tragar saliva y a su aliento rendir un suspiro. Seguí caminando. Esta vez, ella no hizo nada por retroceder. Cuando estuve lo bastante cerca, puse mis manos en sus caderas y acerqué su cuerpo al mío. Keira me besó en el cuello y confesó en un susurro que me había echado de menos, que odiaba el monstruo que había recogido y que se alegraba de tenerme de vuelta. Le demostré que estaba equivocada, el monstruo no se había marchado, solamente había cambiado de apariencia. Nuestros cuerpos estaban tan cerca que, prácticamente, la estaba obligando a que me besase en los labios. Keira correspondió durante unos minutos que se me hicieron especialmente cortos. Luego, se separó de mí con un empujón y fue a la habitación de matrimonio contoneando sus caderas. A medida que caminaba, podía ver como la manga de su camisa descendía lentamente. Estaba de espalda, pero podía suponer que se estaba desabrochando los botones de su blusa.

En la cama emergió el monstruo que Keira creía haber dejado atrás. La maldición de Duna no había desaparecido. Al excitarme me imaginé a los cuervos de Duna graznar en mi cabeza, decían que recolectase sangre para Odín. Estaba encima de Keira, con una mano hacía fuerza en su vientre para mantenerla echada en la cama y con la otra le apretaba el cuello para ahogarla. Ella se resistía. Intentó gritar que me apartase, que le estaba haciendo daño. No le obedecí. Sabía que le estaba haciendo daño pues Duna se había encargado personalmente que sintiera el reflejo del dolor que producía. Keira terminó por utilizar su magia. Me quemó el pecho con un proyectil de fuego. Solté su cuello. Ella estaba al borde de las lágrimas.

-Continua –dijo en voz baja-. No eras tú. Continúa-.

Se refería al sexo. Keira Bravery creía que había algo bueno en mí, que el monstruo que había estado a punto de matarla era una ilusión. Me quería, no lo decía pero yo sé que me quería. La idiota estaba enamorada de mí.

Continué como ella me pidió. No me atreví a tocarla con las manos, empujaba el cabezal de la cama en lugar de su vientre. Ella tenía deslizaba su mano derecho en la quemadura que me había hecho en el pecho. La acaricia se torno un arañazo en el primer orgasmo. En el segundo, las manos de Keira ardían produciéndome una nueva quemadura. Pensé con sarna en lo malo de acostarse con una bruja de fuego: se calentaba con facilidad.

A la mañana siguiente ambos quisimos celebrar mi recuperada vitalidad. Keira insistió en que fuéramos a comer a un hostal cercano a la casa que habitaba, la cual todavía seguía dudando si realmente era suya o la había usurpado a sus legítimos propietarios. El aire me serviría para despejar mi mente, me vendría bien. No era un pensamiento propio de mí, Keira me convenció a que me lo creyese de las muchas veces que lo repitió.

-Es espantosa- dijo Keira.

-¿Quién?-.

-Esa cabeza, me da nauseas-.

-¿Te refieres a Talisa? –acerqué la cabeza de metal a mi pecho-. A mí me gusta decir que es simpática, en lugar de fea, y especial, en lugar de maldita-.

-No tiene gracia –yo sí estaba sonriendo por el chiste-. Tírala a la basura-.

-Oh, créeme que me encantaría; pero entonces tendría que matarte aquí mismo. A ti y a todas las otras personas que me cruce. ¿No querrás morir con el estómago vacío? Comamos primero, luego negociaremos sobre el futuro de Talisa-.

-La tirarás-.

Keira pensaba que las maldiciones de Duna no eran reales y que llevaba la cabeza de Talisa por mera sugestión, como si fuera un amuleto. Inocente criatura. Poco faltó para que la ahogase en aquella misma noche y ella seguía auto-convenciéndose de la inexistencia de los monstruos. Mientras tuviera casa, comida y cama, no sería yo quien le rompería la ilusión de un plumazo. Tarde, cuando estuviese retorciéndose de dolor y los cuervos de Duna se alimentasen de su sangre, reconocería mis maldiciones. Hasta entonces, dejaría que ella misma crease su propia ilusión de felicidad.

El hostal era del gusto de Keira Bravery: un lugar pequeño y apacible, buena comida y buen servicio. Pude distinguir escudos del Hekshold en los brujos que almorzaban en la mesa vecina. Hablaban de pócimas y conjuros no con el placer de quien gusta experimentar, sino con el tedio de quien es obligado a trabajar. Keira les miraba con aire melancólico y soñador; yo con repelencia y severo rechazo.

-Ellos no son como nosotros- dijo Keira mientras daba vueltas con la cuchara al estofado de carne que nos sirvieron.

-Son peores –le contesté secamente sin darle demasiada importancia.


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Mensaje  Eyre Dom 12 Ago - 21:25


Por mucho que boqueaba no conseguía llenar sus pulmones. Apretada contra una pared mohosa de la parte trasera del hostal, sentía los huesos crujir bajo el potente abrazo de aquel hombre. Tenía el rostro hundido en su pecho, podía sentir la estática que le erizaba la piel ante semejante contacto. No podía verle el rostro, pero sí que lo oía sollozar y gruñir como un niño tras una rabieta y era capaz de sentir su tristeza, su furia. Olía igual que un animal asustado.

-Me... estás...

El diafragma le dolía como si un hierro candente estuviera quemándola por dentro. Necesitaba oxígeno. Tenía miedo y acababa de emplear la última gota de aire en sus pulmones para susurrar aquello; ya no lograría gritar.

-¡...las...timando!

La mano del sujeto se deslizó bajo su enagua, camino arriba hacia el muslo izquierdo. Por mucho que forcejeara era incapaz de combatirlo. Gimió y apretó los párpados. Solo deseaba desaparecer.


__________

Se despertó cubierta de sudor, con los caminos de las lágrimas aún húmedos en sus mejillas. Inhalando bruscamente, se incorporó y miró a su alrededor. Los rayos de luz se deslizaban débilmente a través de las rendijas resultantes de unas cortinas mal cerradas; suspiró con alivio al ver que se encontraba en la habitación de la posada. Dejó caer su mirada sobre la cama de Matthew y frunció el ceño. Aún vacía. Luego buscó a Veintitrés. El biocibernético seguía sentado en el piso, recargando sus baterías luego del percance que habían tenido que soportar el día anterior.

-Vaya pesadilla... -Rezongó, refiriéndose tanto al sueño que acababa de tener como a los recientes sucesos de su vida real. Desde el minuto en que había puesto un pie fuera de su hogar, no dejaba de meterse en “aventuras” desastrosas. Ya ni siquiera se molestaba en anotarlas en su diario; eran tantas y tan feas, que prefería simplemente dejarlas atrás.

Salió de la cama y se dirigió al cuarto de baño, donde mojó un paño en la jarra que había llenado la noche anterior para comenzar a asearse. No tenía apuro; ese día no iría al Hekshold. Sabía que la maestra Boisson -o “Huracán”, pensó al tiempo que sentía un cosquilleo en la boca del estómago- entendería su ausencia luego de todo lo que había pasado. Necesitaba urgentemente un descanso y algo de comer. Necesitaba un día de paz.

Tras peinarse y ponerse el vestido directamente sobre la camisola con que dormía, salió de la habitación no sin antes asegurarse con un pequeño hechizo de que, ésta vez sí, la puerta quedaba bien cerrada de manera que nadie puediese meterse a husmear. Dudaba que el sermón que le había dado a Veintitrés respecto a no irse con extraños sirviese de algo, a fin de cuentas, el dócil biocibernético estaba programado para cumplir las órdenes de los orgánicos. Solo esperaba que Matthew no apareciese justo en ese momento. O sí. Se merecía quedarse afuera. ¡Eso le pasaba por desaparecer sin decir nada tras una estúpida discusión!

Negó con la cabeza y se instó a poner buena cara mientras se dirigía al comedor. Llevó una mano a su diafragma e inhaló profusamente. El dolor había sido parte del sueño pero, de alguna manera, todavía podía sentirlo.
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Miér 15 Ago - 12:36

Mis insistencias sobre lo patéticos que eran los brujos del Hekshold terminaron en la primera frase. Son peores que nosotros. No creía que fuera necesario decir más. Me consideraba uno de los peores brujos de Aerandir: un monstruo que no podía contralar su cuerpo maldito, un idiota que hablaba con una cabeza de metal y con un martillo a que le había puesto nombre de mujer y un adicto a la adrenalina que sentía cuando se enfrentaba a alguien. Decir que alguien era peor que yo, era dejarlo prácticamente al nivel del suelo.

Keira, ya fuera por amor o ignorancia, seguía admirando a los alumnos del Hekshold; no les quitaba el ojo de encima. Ella no sabía escribir y apenas sabía  leer unas pocas palabras. Más de una vez, me había despertado viéndola ojear un libro infantil que había comprado en la biblioteca. Intentaba leerlo, pero no lo conseguía. Sus ojos viajaban desde las incomprensibles letras a las ilustraciones. En la academia Hekshold, pensaba ella, la enseñarían a leer los nombres del rey y la reina del cuento. Comprendería porqué encerraron a su hija, la princesa, en una torre y de qué manera el caballero de armadura blanca mató al dragón. Quería ser como los alumnos del Hekshold; no tener miedo de llevar un fardo de gruesos libros colgando de la espalda.

Me molestaba que estuviera prestando más atención a la gente del Hekshold que a mí, me sentí ignorado. Fue idea suya ir a almorzar a un hostal lujoso para celebrar mi recién recuperada vitalidad y el fin de una de mis maldiciones. Yo estaba muy cómodo en la casa, me habría conformado con un trozo de cecina frita y un par de huevos fritos. Si Keira tenía la ilusión de festejar el fin de la maldición, le pondría una vela a la cecina y la soplaría como si fuera el día de mi cumpleaños. No necesitaba más. Y ella tampoco. Me fijé que no había probado el estofado de carne, daba vueltas a la cuchara sin decidir llevársela en la boca. A esas alturas, yo me había comido la mitad de la carne y estaba mojando pan en la salsa. Empecé a atar cabos: Keira no quiso venir a celebrar nada, de ser así me estaría hablando, ni tampoco a comer un rico estofado de carne. No hizo falta que me preguntase por qué Keira Bravery quiso venir a este preciso hostal, el más cercano a la Academia Hekshold sin pertenecer a sus dominios. La respuesta estaba en el brillo de sus ojos que les dedicaba a los otros brujos.

Recordé la última vez que comimos en un hostal, fue en Baslodia. En aquel entonces no había conocido a Talisa, la mujer que perdería la cabeza de amor por mí, y su magia no pudo atenuar mis maldiciones. Hice algo de lo cual me arrepentí en el acto: cogí un tenedor y se lo clavé en la palma de la mano a Keira porque los cuervos de Duna me dijeron que debía castigarla por estar ignorándome. Ella me contestó con fuego y yo me devolví con truenos. Cuando La Guardia de los humanos vino a separarnos, ella ya se había marchado y pensé que no volvería a verla. Aparté con el pie la silla de mi lado derecho, donde había dejado apoyada la cabeza de Talisa. En seguida, escuché a los cuervos de Duna en mi cabeza repitiendo lo mismo que me dijeron la aquella la última vez en Basoldia. Agradecí que alguien me estuviera hablando, aunque fueran los espectros provocados por la maldición de la niña de Odín.

-Keira, ¿no vas a terminarte eso?- le dije con una sonrisa socarrona.

-¿Eh? –estaba tan ensimismada en sus pensamientos que parecía no haberme escuchado. Me molestó. Los cuervos de Duna dijeron que era de muy mala educación no escuchar aquel que has invitado a comer. Me enfadó.

-Me he quedado sin carne y sigo teniendo hambre. Si no vas a comer más, podrías pasarme un poco; lo suficiente para terminarme la salsa. ¿Te parece?-

-Sí, me parece. Acerca el plato-.

-Muchas gracias, Keira –dije su nombre alargando la última vocal, intentando que se sintiese incómoda.

Me levanté un poco de la silla y le acerqué con la mano derecha el plato, tal como me pidió. Keira cogía generosos pedazos de carne y los traspasaba de un plato a otro. Con la mano izquierda, sostenía un cuchillo sin levantarlo de la mesa.

-¿Suficiente?-

-Es más de lo que esperaba. ¿No te quedarás con hambre?-

-Estoy bien-.

Me volví a sentar en mi sitio con el plato lleno. Solté el cuchillo y seguí comiendo como si nunca hubiera pensado en asesinar a Keira. Con el pie, volví a acercar a mi lado la silla donde estaba Talisa. Los cuervos se callaron.

-Estaba pensando en el Hekshold. ¿Cómo crees que se vive en la Academia? –preguntó Keira de repente. Me alegró notar que me estaba viendo a mí y no a otros brujos.

-Como en cualquier otro, con la diferencia que además de obedecer las leyes de las ciudades, también tiene que cumplir el reglamento de la Academia-.

-A ti no te gustan los reglamentos –dijo en tono acusador, como si fuera un criminal.

-No, no me gustan. Y por eso no me verás vestir con túnicas que lleven el escudo de la cabeza de un animal-.

-Esos dos se están cogiendo de la mano. ¿Están enamorados? ¿Hay amor en el Hekshold?-

-¿A qué vienen esas preguntas? –al ver que Keira volvía a girarse hacia los brujos, quise seguir hablando para llamar su atención –No, no creo que estén enamorados. Tal vez estén practicando un conjuro en el que haga falta apoyar la mano en la tu compañero. No lo sé-.

-A ti no te gusta el amor -el mismo tono acusador.

-Y te recuerdo que a ti tampoco. Cuando nos conocimos aborrecías el contacto físico, verlo y tenerlo. ¿Haces memoria o te la tengo que hacer yo?-

Escondió su mano izquierda bajo de la mesa como si me estuviera castigando al rechazar cogerme de la mano mientras comía. No me importaba. Vine porque ella quiso fuera; no tenía la intención de comer un caro estofado de carne, aunque disfrutaba haciéndolo, ni de apoyar mi mano izquierda en la suya mientras comíamos. Si se estaba castigando a alguien, la muy estúpida, se estaba castigando a ella misma.

-He de ir a servicio. -dijo Keira.

Puso su servilleta encima de la mesa, se levanto despacio y fue a la barra a preguntar dónde estaba el servicio. Me di cuenta que Keira no pudo resistirse en pasar por delante de las mesas donde estaban los brujos del Hekshold. Tenía los húmedos. Me imaginé que les estaba pidiendo con la mirada que la rescatasen de mí. Ella era la princesa de su cuento infantil, yo era el dragón a quien había que matar y los brujos del Hekshold, el caballero de brillante armadura blanca que conseguía matar al dragón y rescatar a la princesa.

Conocía a Keira mejor de lo que me conocía a mí mismo. Si tardaba más de cinco minutos en volver del baño, era porque se había quedado llorando en la caza. Llevaba esperándola más de diez minutos.
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Mensaje  Eyre Miér 15 Ago - 19:24


Cuando ingresó al comedor, los ojos de la muchacha barrieron lánguidamente el salón con gesto de hastío. Normalmente, a esa hora, la posada estaba prácticamente desolada; por eso solía aprovechar el mediodía para comer en grandes cantidades y, así, luego poder saltarse la cena, cuando sí que se abarrotaba de gente. No le gustaba exponerse a grupos tan grandes a sabiendas de que, desde un principio, estar en las islas suponía el constante peligro de ser descubierta por algún conocido de sus padres.

Cabizbaja y lamentando que su atuendo no contase con una capucha, se acercó al mostrador. Tras éste el posadero, Guillem, garabateaba en su destartalado cuaderno de contaduría. Cuando alzó la mirada para encontrarse con la jovencita, de su expresión taciturna nació una sonrisa casi paternal.

-¡Buenos días, joven Lena! ¿Lo de siempre?

Eyre sonrió y asintió. Comenzaba a acostumbrarse a ser llamada por su segundo nombre, además de que el tono cantarín y el buen humor del posadero nunca fallaban en levantarle el ánimo.

-Lo de siempre, señor Guillem. Gracias.

-Perfecto. Ve a sentarte, estará en un momento. ¡Greta, un estofado de verduras!

Se dio la media vuelta y su sonrisa flaqueó al buscar un sitio para sentarse. El salón contaba con tres largas mesas de las cuales, en un día tranquilo, dos solían estar vacías. No obstante, aquel día una había sido ocupada por un grupo de hombres, pese a la temprana hora, ya bastante borrachos; la otra tenía a un montón de uniformados del Hekshold, con quienes definitivamente no iba a sentarse, y la tercera... solamente acogía a un hombre enfrascado en terminar con dos grandes platos de comida.

Exhaló un laxo suspiro y hacia allá fue, cabizbaja para no tener que cruzar miradas con el sujeto. En momentos así detestaba aún más a Matthew por haberla abandonado. Él no tenía problemas en socializar y, a su lado, no temía tanto a los hombres borrachos. Pero ahora estaba sola, tan sola como cuando había partido de casa, y debía aguantarse. No podía estar dependiendo siempre de aquel carismático sinvergüenza, debía dejar de comportarse como una niña mimada.

-Lo siento, ¿puedo sentarme? -Masculló, aunque hizo a un lado la silla antes de recibir respuesta. Era pura cortesía; en mesas tan largas se acostumbraba comer codo a codo con los desconocidos sin molestarse en preguntar. Se sentó a dos asientos de distancia y, de brazos cruzados, clavó la mirada en el pasaplatos de la cocina, como si eso acelerase la preparación de su plato. Odiaba tener que esperar entre un montón de extraños.
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Jue 16 Ago - 17:19

Punto de vista de Keira Bravery

Apoya sus manos con tanta fuerza en la pila que casi parece que se vaya a caer mareada. Mira a la mujer reflejada en el espejo y piensa si realmente es ella. Tiene mucho en común con esa mujer: la misma larga melena, mismo color de ojos y lleva puesto su mismo vestido estampado. ¿Su perfume olerá igual? ¿Existen los aromas al otro lado del espejo? Keira prefiere hacerse estas preguntas banales acerca del fantasioso mundo del espejo en vez de pensar en Gerrit. ¿En el Hekshold enseñan a los brujos a viajar a través del espejo? ¿Pueden los brujos del espejo oler el perfume de su reflejo? Se inclina un poco hacia el espejo y aspira lentamente el aroma. Nota el inconfundible olor de la humedad mitigado por los productos de limpieza. Es el olor del espejo, no de la mujer que ve reflejada. Vuelve a erguirse, muy despacio por miedo a perder el pensamiento que ronda su cabeza. ¿Las personas del mundo espejo pueden llorar? La mujer que ve reflejada parece estar a punto de echarse a llorar. Tiene los ojos humedecidos y una gota de baba cae por su boca entreabierta. Keira siente pena por la mujer del espejo, refleja su dolor en la figura que tiene delante por tal de no aceptar que le pertenece. Igual que su contraparte del espejo, Keira está al borde de las lágrimas. Con la mano derecha aprieta un paño de tela para limpiarse la cara. No lo hará. En vez de ello, moja el trapo en el fregadero y limpia el rostro de su reflejo. El espejo queda sucio por las gotas de agua, es imposible diferenciar si la mujer está llorando o riendo. Keira sonríe sin ganas. Cree haber ayudado a la mujer. Se despide de su reflejo con la mano. Estarás bien, le promete en voz baja, Gerrit cuidó de ti cuando los Dioses te cegaron. Dice ser un asesino, un monstruo, pero tú sabes que no es cierto. Gerrit tiene miedo por lo que le hicieron cuando era joven. Teme ser como su maestro. Tú sabes que él es un buen hombre. Sin él, no habrías recuperado la vista. Sin él, no habrías conocido nunca qué siente una mujer cuando está a solas con un hombre bueno.

Sale del baño con una leve sonrisa. Se encuentra mejor y se siente segura de sí misma. Vuelve a pensar en cómo sería su vida si fuera alumna de la Academia Hekshold. Imagina estar sentada en una habitación más pequeña que la que habita leyendo un grueso libro sin ilustraciones mientras balancea sus largas piernas. Las clases…, le fascina imaginar en el mundo de posibilidades que se encierra tras esas puertas. Además de enseñarles a viajar a través del espejo, también les enseñarán, cree ella, a utilizar todo tipo de artefactos mágicos de inmenso poder. También, deben enseñarles a cantar y bailar sincronizando sus poderes. Para Keira, el baile es lo más importante. Una vez intentó bailar con las llamas del fuego que invocaba. Estaba en la plaza de Vulwulfar, un público de elfos y humanos la observaban. Keira levantó los brazos e hizo un giro de caderas. El fuego bordeó su figura. Ella no tuvo miedo de quemarse, bailó con el fuego y el fuego bailó con ella. Fue un éxito, el mejor baile que jamás había realizado. Su ropa se consumió con el fuego. El público no aplaudió por verla desnuda, sino por haber hecho bailar al fuego. En el Hekshold debían enseñar bailes con ese y muchos más con otros elementos mágicos. Debe de ser un lugar estupendo.

Keira se muerde el labio inferior y desea que su contraparte del espejo tenga la posibilidad de visitar la Academia Hekshold. Ella se tiene que conformar viendo a los alumnos con anhelo e imaginándose cómo sería sus vidas.

El camino que sigue para llegar a la mesa donde está Gerrit no es el habitual. Ellos se sentaron en las mesas más alejadas de la puerta principal y de cara a la barra. Puede llegar hasta Gerrit bordeando las mesas sin molestar a nadie, es el camino más rápido y sencillo. Sin embargo, Keira decide pasar por medio de las mesas donde están sentados los alumnos del Hekshold. Pasa por su lado y sueña con sus vidas. Aspira sus perfumes, huelen a especies exóticas y a magia, y desea que la mujer del espejo posea el mismo aroma. Examina sin reparo la complexión física de los alumnos del Hekshold. Busca indicios que verifiquen que en la Academia enseñan a bailar utilizando la magia: brazos ágiles, movimientos hábiles con la cuchara y caderas amplias para contonear al público. Tres brujos cumplen con los requisitos de un buen bailarín. El resto, está a medio camino. Le llama la atención una fina chica que parece no haber bailado nunca. Es delgada como una astilla, tiene el rostro pálido decorado por una inmensa lluvia de pecas y una larga melena de color castaña. Presta mucha atención a sus movimientos con la cuchara, son tan torpes que parece que le fuera a caer de la mano. Keira se detiene en la espalda de la chica sin mediar palabra. Gerrit está esperando en la mesa, pero a Keira no le importa. Mira a la chica y se pregunta cuánto tiempo llevara en el Hekshold. Poco, concluye, no sabe bailar.

Keira se agacha detrás de la chica. Pasa su mano por el brazo derecho de la chica, lo hace con dulzura para no asustarla. Llega hasta su mano, se la dirige para que coja la cuchara como es debido, como si hiciera bailarla. Guía la mano de la chica obligándola, sin hacer fuerza y sin hacerle daño, a que haga círculos en el aire.

-Baile –susurra. Keira se siente llena de vitalidad, como si la magia de la palabra pudiera ser capaz de espantar todos sus males-. Movimientos lentos y elegantes. Así es el baile. ¿De donde vienes, del… –no se atreve a pronunciar el nombre de la academia- allí no bailáis?-
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Mensaje  Eyre Vie 17 Ago - 2:14


Eyre agradeció para sus adentros que el hombre cercano hiciese caso omiso de su petición de asiento. Era enorme, fornido y, aunque guapo, algo en su expresión le causaba una sensación desagradable, mezcla rara entre nostalgia y antipatía. Prefería no tener que dirigirse a él ni a ninguno de los estudiantes del Hekshold en la mesa contigua, cuyas miradas furtivas ya comenzaba a notar. Eran mayores, así que no habían sido sus compañeros, pero había un par de rostros que creía reconocer de haberse cruzado alguna vez en los amplios pasillos del castillo. ¿Sería alguno de ellos alumno de la Profesora Meitner?

La espera se hizo eterna y ya comenzaban a dolerle las cervicales de tanto estar cabizbaja cuando el humeante plato fue depositado frente a sus ojos junto a un enorme mendrugo de pan. Guillem le dio una palmadita en la cabeza y murmuró un “¡que aproveche!” antes de regresar a su puesto para volver a compenetrarse en el confuso mar de números del gastado cuaderno. A juzgar por su mirada, algo en sus cuentas no iba bien. Y Eyre se sintió inmensamente culpable al no extrañarse por aquello; normal que no le cuadrasen las cifras cuando uno de los huéspedes se trataba de Matthew Owens.

Tomó la cuchara con desánimo y la hundió en el caldo dispuesta a dar el primer bocado, mas ésta nunca llegó a sus labios. Su mano fue interceptada por otra de dedos más largos que los suyos y, pese a haber sido un contacto suave, no pudo evitar pegar un respingo ante la inesperada intromisión- ¿U-Uh? -Bastó girarse un poco para entrever a la mujer. Si el hombre rubio le había causado nostalgia, ella le transmitió una profunda y agridulce aflicción.

-Yo... -Incómoda, no supo hacer nada mejor que soltar la cuchara. Ésta cayó dentro del estofado salpicando pequeñas gotas calientes que fueron a parar a su, ya de por sí, manchado vestido. Su cuerpo se tensó y buscó apartar a la mujer con la mayor amabilidad posible, si es que existe alguna manera amable de quitarse de encima a otra persona.

-...Lo siento, no... no sé de qué me habla, señora.

Bajó la mirada, con los ojos vidriosos y los mofletes colorados. “Allí”, había dicho, y esa simple palabra consiguió acelerarle el pulso. Era demasiado ambigua. ¿“Allí”, dónde? ¿En casa de sus padres? ¿En el continente? ¿En el Hekshold? Cualquiera de las tres opciones era comprometedora e implicaba que la mujer la conocía de algo. Eso no estaba bien. Había sido tonto bajar la guardia. ¡Debía de haberse quedado en su habitación!

-Lo siento, -reiteró- con permiso.

Arrastró la silla hacia atrás, tomó el plato entre manos temblorosas y se puso de pie, evitando la mirada ajena para huir a través de las mesas, en dirección a su habitación. Allí, a solas con Veintitrés, podría comer tranquila.
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Sáb 18 Ago - 17:42

Observé a Keira Bravery desde mi asiento. Se comportaba con los brujos del Hekshold como un perro faltó de atención. Paseaba entre las mesas mirando los platos y los rostros de los estudiantes. Entregaría toda mi bolsa de aeros a cualquier adivino que pudiera penetrar en la mente de Keira y me explicase qué pensaba. Ella no era una estúpida, se estaba dando cuenta del ridículo que estaba haciendo. Todos la observaban y se preguntaba qué estaba haciendo.

Incliné la silla a un lado en un gesto preocupado. Fuera lo que fuera que estuviera haciendo Keira, también me afectaba a mí. Aunque no me importaba la imagen que unos brujos afeminados pudieran tener de mí, no quería entablar disputa por esta vez. ¡Estábamos de celebración! Keira insistió en almorzar en un bonito hostal para celebrar el fin de mis maldiciones. Sería de mala educación formar una pelea en mitad de una fiesta. De tan mala educación como lo era olvidar qué estábamos celebrando y buscar un nuevo divertimiento con otras personas.

Incliné la silla hacia atrás y dirigí una airada mirada a Keira. Ella no conseguía verme. Estaba demasiado ocupada jugando con su nueva amiga. Los brujos que sí me vieron comenzaron a murmurar entre ellos. Podía imaginar las cosas que estarían diciendo de mí: nada bueno.

La amiga de Keira cogió su plato y se levantó de la silla. Caminó con pasó acelerado, parecía un ratón asustado.

Keira volvió a nuestra mesa. Se sentó sumisa en su silla y continuó con su movimiento constante con la cuchara al estofado con carne. Esperé de brazos cruzados a que me explicase qué había estado haciendo con los brujos del Hekshold y quién era esa chica con la que había estado jugando. Keira no me dijo nada.

-Si me permites, yo también he de ir al aseo. –dije con tono socarrón.

Caminé dando fuerte pisadas a la madera del suelo para llamar la atención de Keira. Quería asegurarme que me viese ir a la dirección opuesta donde estaba el servicio del hostal. Seguía el camino que había tomado la amiga de Keira.

La encontré subiendo por las escaleras, seguramente fuera a su habitación. Me quedé en el primer escalón de las escaleras pensando qué hacer. Las habitaciones del hostal eran un área restringida en la que se suponía que solo los estudiantes del Hekshold y los trabajores del propio hostal podían acceder. Normas. Reglamentos. Pude escuchar la voz de Keira. (A ti no te gustan los reglamentos). No, no me gustaban, y por eso empecé a subir las escaleras tras la chica. Al ritmo que ella subía un escalón, me aseguraba de que yo hubiera subido tres. Quería alcanzarla lo más rápido posible. La chica tenía preguntas qué responder.

Faltaban tres escalones para llegar a la primera planta cuando logré interceptarla. Puse una mano en su espalda  y la otra en su boca para que no pudiera gritar. La empuje de cara a la pared. No advertí hasta entonces que me había dejado a Talisa en la mesa. Los cuervos de Duna graznaban en mi cabeza, pero yo no podía entender lo que decían; tal vez porque estaba obedeciendo a sus demandas.

-No quiero hacerte daño –mentí-. Solo quiero que me respondas a un par de preguntas. ¿De acuerdo? Entonces te dejaré marchar. Si no me contestas o no me dices la verdad, me enfadaré contigo. No soy una mala persona, pero me molesta mucho que me mientan. No lo soporto. Tú no me vas a mentir. ¿Verdad que no? Vas a ser una buena chica y me vas a contestar a todo lo que te pregunte. Y sin gritar, no quiere que cierta persona de allí abajo se entere de lo que estamos hablando-.

Esperé a que la chica comprendiera lo que le había dicho para continuar hablando.

-Primera pregunta, empezamos fuerte: ¿qué le has dicho a Keira Bravery? Quiero saberlo. Dime, ¿estabais hablando de mí? ¿O quizás del Hekshold? Dímelo. –levanté mi mano izquierda para dejarla hablar- Cuéntamelo, prometo no enfadarme-.
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Mensaje  Eyre Lun 20 Ago - 2:10


Las escaleras que conducían a las habitaciones eran estrechas y los escalones crujían ruidosamente con cada paso que daba. Por ello la joven se percató de que alguien subía tras ella y, nerviosa, procuró acelerar el paso. Pensaba que era la mujer. ¿Qué quería con ella? ¿De dónde la conocía? ¿Sabía sobre el Hekshold, sobre ella o sobre su familia?

-¡Nngh!

La mano que cubrió su boca no podía pertenecer a la dama de dedos largos. Era grande, áspera y olía a estofado de carne. Eyre intentó gritar cuando su mejilla fue apretada contra la pared, pero le fue imposible hacerlo debido a la fuerza con que era presionada. Entonces, el desconocido comenzó a hablar.

Cuando la mano dejó su rostro, lo primero que hizo fue inhalar profusamente para dar a sus pulmones el aire que clamaban. Su pecho subía y bajaba con frenesí y, temblorosa, apenas intentó girarse para ver por el rabillo del ojo con quién estaba “hablando”. Un escalofrío le sacudió las vértebras al descubrir al hombre rubio junto a quien antes se había sentado. Con razón algo en él le daba mala espina... aunque, a decir verdad, había algo más que no terminaba de descifrar. Carraspeó e intentó apartarse, pero la mano de la espalda seguía apretándola de manera que no pudiera escapar. Si gritaba, el tipo la partiría en dos. No le quedaban muchas opciones más que responder a aquella retahíla de preguntas que, para ella, carecían completamente de sentido.

Le fue difícil encontrar las palabras. Primero, porque el miedo le impidió escuchar con atención lo que el sujeto había dicho. Y, segundo, porque no sabía quién era Keira Bravery, aunque por lógica dedujo que se trataba de la mujer de la cuchara. Titubeante, comenzó a decir:

-No estábamos hablando de usted... ni del Hekshold.
-Susurró con esfuerzo- Me dijo algo sobre bailar y... y le dije que no sabía de qué me hablaba. Nada más. Nunca en mi vida había visto a esa mujer. -Intentó buscar la mirada ajena pese a la difícil posición en que se encontraba. Un rayo de desconcierto la atravesó al toparse con aquellos ojos azules, no azules como los propios, sino más eléctricos, más elusivos y perturbados. Su miedo se acrecentó y tuvo que esforzarse para juntar el valor que requería continuar hablando con un ápice de firmeza.

-Si de verdad no quiere hacerme daño, señor, le pediré que me suelte de una vez.

Bajó la mirada y esperó. Debía comenzar a pensar qué hacer si aquel maniático decidía no soltarla.
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Mar 21 Ago - 18:18

La chica tuvo la misma reacción que la mayoría de personas con las que me había cruzado en los últimos días, a excepción de Matthew Cojowens. Antes de empezar a hablar, tartamudeó palabras incomprensibles hasta que se acostumbró a hablar con alguien que le estaba amenazando en la espalda. Dijo que no había hablado de mí con Keira y no la creí. Su tono de voz nervioso y titubeante convencería a cualquier otra persona de su veracidad, pero no a mí. Yo sabía que Keira Bravery me odiaba seguramente más de lo que yo la odio a ella. También me amaba, estaba seguro. Ambos sentimientos se compenetraban muy bien en la cama. Fuera de ella, Keira terminaba marchándose de mi lado y mirándome con recelo. Hablaba a mis espaldas. Nadie me lo había dicho, pero yo estaba convencido. Conocía muy bien a Keira, sabía que no podría resistir la tentación de criticarme con sus amigas, de insultarme. Dijo que no habían hablado sobre el Hekshold y tampoco la creí. En toda la mañana, Keira no había tenido otro tema de conversación que no tuviera que ver con el Hekshold. ¿Por qué me mentía? Estaba complicándome las cosas. ¿De verdad pensaba que era tan estúpido como para creer que habían hablado de algo tan insustancial como era el baile? Si no fuera por los cuervos que anidaban mi razón, lo hubiera creído.

Sin soltar a la chica, usé el meñique de mi mano derecha para guiar mi magia telequinética con la que abrí la funda de mi cinturón y saqué la daga Rompecorazones. Sus mentiras me habían hecho enfadar. En un abrir y cerrar de ojos, pasé de estar amenazándola con los puños desnudos a tener un cuchillo en la mano. El filo del arma rasgar la tela de su vestido debería servirle como indicativo de que sí quería hacerla daño y que no la había a soltar.

-Te soltaré siempre y cuando me digas la verdad –me callé para que la chica pudiera escuchar el sonido de su vestido al rasgarse- Hoy estoy de buen humor. Keira te lo habrá dicho, como todas esas cosas que no me quieras decir, venimos aquí para celebrar el fin de mis maldiciones. Hace dos días aparentaba ser más viejo que mi abuelo. Mírame, ¿te lo puedes creer? ¡Pero si estoy en la flor de la vida! Quisimos celebrarlo. Una buena fiesta. La gente me reciba con alegría y me felicita por recién recuperada juventud. ¿Acaso no has visto el caso que me hace Keira? Me idolatra. Ha reunido a todos mis amigos. No se despega de mi lado ni un segundo. –las risas terminaron de golpe. Cambié el tono de voz alegre y demente por otro tosco y agresivo. –Te he mentido. Nada de lo que te acabo de decir es cierto. Aunque eso ya lo has podido comprobar por ti misma. Es muy fácil detectar a un mentiroso-.

Los cuervos me empujaban a apretar el cuchillo, a rasgar la piel de la chica en vez de sus costuras. Este era un mal lugar para matar a alguien, lleno de brujos del Hekshold. Podría matar a la chica, pero luego no podría garantizar que saliese vivo del hostal. Por proximidad, Keira tampoco saldría viva. Mi razón me decía que debía esperar. ¿A qué? No lo sabía. A qué se fueran todos y me quedase solo con la chica en el edificio, quizás. Una ínfima parte de mi humanidad se lamentaba de haber cogido la cabeza de Talisa al levantarme de la silla.

-Ahora que sabes lo fácil que resulta conocer a un mentiroso, ¿por qué no me dices lo que lo que quiero escuchar? Adelante, soy todo oídos-.
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Mensaje  Eyre Mar 21 Ago - 20:06


Supo incluso antes de pedirlo que aquel sujeto se negaría a liberarla. Los psicópatas no sentían compasión por sus víctimas, por muy innecesario que fuera que un hombre de ese tamaño aplastara contra la pared a una niña con tan desproporcionada fuerza. Más que interrogarla, conseguiría quebrarle las costillas. Cualquiera se daría cuenta: estaba fuera de sí.

Él habló y luego hizo una pausa para permitirle oír el sonido de la tela; no hizo falta, dado que la sensación del vestido holgándose hubiera sido suficiente para percatarse de que pronto estaría desnuda. El frío filo de la daga cosquilleó apenas rozando su piel y ella boqueó sin éxito la palabra “¡Veintitrés!”. Le era imposible hablar sin sentir una ácida punzada en los pulmones y su corazón latía tan fuerte que podía oír la sangre tamborileando en sus tímpanos. Sentía que si seguía así le daría un ataque de ansiedad como cuando, siendo más joven, experimentaba sus primeras visiones.

Supo entonces que la única forma de pasar por aquello era calmarse, concentrarse en su respiración y escuchar dócilmente lo que aquel loco tenía para decir. No llegaría muy lejos si cometía el error de entrar en pánico.

-Piensa, Eyre, has estado en situaciones peores, ¡piensa!

Era evidente que estaba tratando con alguien a quien le faltaba un tornillo. Alguien a quien le importaba demasiado lo que pensaran de él o, más específicamente, lo que la tal Keira pensara. ¿Sería ella la única preocupación del hombre? ¿Serviría para...? No tenía muchas opciones, era lo único que podía conjeturar a esas alturas. Cuando dejó de hablar y dejó flotando la pregunta en el aire, Eyre hizo un esfuerzo por ladearse un poco más, solo lo suficiente como para poder clavar su mirada en la ajena. Poco quedaba del temor paralizante que había sentido; ahora sus ojos brillaban con la determinación del venado que confía en su destreza para ganarle la carrera a los lobos. Solo tenía una oportunidad y, tal como él había pedido, la usaría para decirle exactamente lo que quería escuchar:

[1]-¿Pero qué haces? ¡Te dije que no hagamos estas cosas en público! -Su tono fue meloso y no necesitó abrir los labios para hablar. Al menos, no los reales. Era Keira Bravery quien hablaba a ojos del rubio, atrapada bajo su corpachón con un juguetón mohín de enfado. Centró toda su atención en hacer la ilusión creíble mientras creaba, alrededor de ésta, un aire de confusión que debía impedirle recordar, al menos por un momento, bajo qué circunstancias habían llegado hasta allí- Volvamos a comer, ¿sí? El estofado se está enfriando. -Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para ocultar las náuseas causadas por la mera intromisión en la mente del brujo; nunca en su corta vida había entrado en contacto con una consciencia tan turbia, tan grotesca y caótica como lo era aquella. Y también, para qué mentir, debió esforzarse con creces para imitar la forma en que hablaría una adulta o, bueno, como ella creía que hablaban- Podemos continuar con esto en casa...

Manteniéndole la mirada, intentó deslizar sus manos sobre las del hombre en una especie de caricia sensual y esperó, rogando a todos los dioses que aquella treta la salvara... y no empeorara aún más las cosas.

[1] Uso de Maestría: Ilusiones
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Vie 24 Ago - 18:06

Keira. Debí estar volviéndome loco. En un momento, tenía atrapada a la chiquilla en mis manos. Ella sudaba nerviosa mientras se suplicaba en susurros que la dejase en paz. Yo me sentí extasiado por estar saciando la imperativa necesidad que los cuervos de Duna me proyectaban de recolectar sangre para el Dios Odín. Al pestañear, todo cambió. Quien tenía delante no era la chiquilla del Hekshold, sino una Keira Bravery. Me acariciaba la cara y me hablaba con dulzura. Incliné ligeramente mi cabeza hacia su mano. Su contacto aliviaba tanto las maldiciones como lo hacía la cabeza de Talisa. Evité pensar en qué había sucedido. Esta no era la primera vez que sufría un trance. En los primeros días mis maldiciones, los cuervos se apoderaban de mi cuerpo. Mi mente caía rendida, era como si me hubiera desmayado, mientras que mi cuerpo caminaba, mataba y recolectaba la sangre para los Dioses. Pude imaginar qué pasó con la chica que había estado hostigando para que me hablase de Keira y por qué Keira había subido hasta aquí. Suponía que quería que me alejase de la escena del crimen. Quizás me habría traído una pastilla de jabón con la que limpió mis manos y mi ropa de sangre cuando todavía estaba en trance. Todo para que los brujos del Hekshold no pudieran relacionarnos con la chica difunta.

Dejé que la mano de Keira me acariciase un rato más la mejilla antes de hablar. Me hacía cosquillas al pasar por la sombra de barba. Me gustaba. Me calmaba.

-No quiero volver allí abajo ni tampoco a esa casa que todavía no me has dicho cómo la conseguiste. Desde que nos encontramos por segunda vez, no me has mirado a los ojos. No cómo ahora lo haces. Me has tratado como un muñeco, un adorno más para tu preciosa nueva casa. ¿Qué ha cambiado? Por favor, necesito que me lo digas. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? ¿Es por qué me he dejado la cabeza de Talisa o por qué acabo de matar a esa chica? ¿Qué hace me estés acariciando? Siempre has evitado tocarme. ¿Por qué ahora me tratas como si de verdad me quisieras? No lo sé, pero no quiero que dejes de hacerlo. Continua. –cerré los ojos y me quedé tranquilo. –Continua-.

Deslicé mi mano derecha por la cintura de Keira mientras que posaba la izquierda sobre la suya en mi cama. Continua. Quería estar en esta posición por el resto del día. Entrada la noche, iríamos a la cama donde no me importaba que no me mirase a la cara. ¿Era mucho pedir? Yo creía que no. Al fin y al cabo, era lo que me merecía. Lo que ambos nos merecíamos. Se acabó pensar en cómo serían nuestras vidas si viviéramos en el Hekshold, en Lunargenta o en la jodida ciudad de los dragones. Estábamos en un hostal en las afueras de Belltrexus; yo maldito y ella en silencio. Teníamos que disfrutar con lo que nos había tocado vivir no lamentarnos por lo que podría haber sido. Con la misma suavidad con la que me habló, retiré la mano de mi rostro y me incliné a besarla en la boca. Continua. Me imaginé que Keira me decía telepáticamente. Continua.

Noté que el vestido de Keira estaba destrozado por la parte de atrás, se le caía la parte frontal hacia mi pecho. Podría dejar en ropa interior con un simple paso hacia atrás. Pensé que había sido ella quien se lo había roto apropósito, que se estaba desnudando. Eso hizo que me excitara.

-Ayúdame a quitarme la camiseta –podría hacerlo sin ayuda, pero no quería apartar las manos de su cuerpo.

Una pareja de brujos del Hekshold pasaron por mi espalda, iban a las habitaciones a hacer lo mismo que yo estaba deseando hacer con Keira. Los brujos hablaron con ellos mientras nos miraban de reojo. Escuché un nombre conocido de la boca del chico: Matthew Owens. Recordé que en nuestro último encuentro en el burdel, el humano mencionó que era miembro del Hekshold. Sonreí al imaginarme que Matthew estaba en el comedor y que me había visto disfrutar de un desagradable almuerzo con Keira y un perfecto final.
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Mensaje  Eyre Vie 24 Ago - 19:38


¡Funcionaba! La mirada del hombre mutó rápidamente del más visceral odio a la gentil mansedumbre de un infante en brazos de su madre, todo gracias a la simple magia de un rostro conocido y algunas caricias que parecían, más que a la piel, llegarle al mismísimo alma.

Eyre se sintió sucia y traidora, aún a pesar del primer alivio y de estar obrando para salvar la propia vida. Sintió remordimientos y tuvo miedo, incluso, de que Matthew llegase y la encontrara en esa situación. ¿Por qué? ¡Si ni siquiera se percataría de que era ella quien estaba con el rubio! Y, de todas maneras, no tenía cuentas que rendirle. No eran nada más que... ¿compañeros? ¡Lo que fuera!  Debía dejar de preocuparse por semejantes tonterías y poner su atención en esconder todos esos pensamientos tras una expresión amorosa y neutral, aún cuando sintió un abrupto mareo al descubrir cómo el hombre no se arrepentía en lo más mínimo de “haberla matado”. Su consciencia parecía estar limpia y tenía intenciones de continuar con su día como si nada hubiera pasado. Ahora más que nunca supo que, ante la más mínima oportunidad, debía escapar de ese demente.

Parecía haberle dado un trato más amoroso del que acostumbraba. No le sorprendía que la verdadera Keira fuera más seca de lo que era ella; dudaba que alguien pudiese sentir deseos de mimar a semejante loco. Sin embargo, ahora no podía cambiar de actitud sin correr el riesgo de que descubriera el engaño. ¿Qué debía responderle? Caviló durante un instante intentando controlar el nerviosismo que le agarrotaba los músculos como si cada parte de su ser intentara decirle “¡corre!”.

-Es porque me gusta cuando eres bueno.
-Musitó, intentando sonar convencida. Parecía algo lógico, algo que podría decirle cualquier mujer a su pareja, ¿no? Y, además, quizás serviría para inducirlo a seguir comportándose así. Lo que no esperó fue lo que llegó luego; el hombre se inclinó hacia ella y, sin dejarle ni un centímetro de espacio para escapar, le plantó un beso que le hizo arder hasta las orejas. No un beso nada más. Su primer beso. Su primer beso había sido con un maldito delirante y no sólo eso, sino que pronto notó que quería más.

-¡No sigas, para, no sigas! -Era lo que en realidad quería decirle. Pero, de hacerlo, se ganaría la muerte que el brujo ya había creído darle. Apretó los párpados e intentó soportar ocultando su asco la manera en que las manos ajenas recorrían su cadera, su espalda, su nuca. Nunca habría creído que su primer experiencia “romántica” pudiera llegar a ser tan desagradable; incluso tuvo ganas de vomitar al notar la manera en que el pantalón del hombre se abombaba. Era agotador intentar no gritar y mantener la ilusión al mismo tiempo; cada minuto que pasaba mermaba sus energías y aumentaba su dificultad para concentrarse. No podía seguir así mucho más, ¡tenía que encontrar la manera de huir!

-Claro... -Deslizó las manos sobre el ancho pecho ajeno, rumbo al extremo inferior de la camiseta. Vio allí una oportunidad. Asió la tela entre trémulos dedos y comenzó a tirar hacia arriba- Levanta los brazos. -Ronroneó, coqueta, mientras se ponía en puntas de pie para terminar de quitar el ropaje. Entonces, antes de terminar de liberarlo, dio un fuerte tirón hacia abajo para ocultar el rostro ajeno y tomó envión para empujarlo con brusquedad por las escaleras. ¡Ahora o nunca! Abrazándose a sí misma para evitar que el vestido terminara de caérsele, corrió a toda velocidad hacia arriba. Atravesó el pasillo y, tras empujar a los brujos del Hekshold, entró en su habitación y echó llave.

Eyre volvía a ser Eyre, con la respiración agitada y lágrimas goteándole del mentón. Se sentía sucia, más que cuando dormía en la tierra húmeda del bosque, igual de sucia que cuando había sido manoseada por aquel desagradable bandido el día anterior. Permaneció largos segundos con la espalda apoyada en la puerta, atenta al más mínimo sonido, antes de permitirse relajar el cuerpo con un largo y profuso suspiro. Con las rodillas temblándole, caminó hacia Veintitrés y se sentó junto a él en el suelo para apretarlo en un silencioso abrazo. El biocibernético no correspondió, pues todavía “dormía” mientras se cargaban sus baterías con los tenues rayos de sol que se colaban a través de las cortinas.  

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Mensaje  Gerrit Nephgerd Dom 26 Ago - 17:22

Me gustaba más esta Keira, misteriosa y juguetona. Una Kiera que daba más valor a las caricias, que a las palabras. Si quería que fuera bueno, estaba dispuesto a ser el mejor con tal de que no recuperase el amargo carácter que parecía haber dejado atrás. Soportaría todas las conversaciones que tuvieran que ver con el Hekshold si luego me garantizaba poder besarla y tocarla como lo estaba haciendo ahora. Sería el mejor brujo, el mejor compañero y el mejor amante. Promesa.

Levanté los brazos y me alejé un paso de Keira para que me pudiera quitar la camiseta sin molestias. No le miraba a los ojos, sino al vestido que se deslizaba lentamente por su cuerpo y era frenado por sus pechos. Al haberme alejado un paso, dejé a su vestido roto libre de las fuerzas de la gravedad. Cuando volviera poner mis manos en su espalda, bastaría un simple tirón para arrancárselo y dejarle en ropa interior. Me hice una imagen mental en mi cabeza de cómo era en ropa interior; más alta y estilizada de lo que realmente era. La excitación del momento hizo que viese con mejores ojos a Keira, que la desease más que a cualquier otra cosa en Aerandir. Solo la quería a ella. Solo estaba ella.

Noté las uñas de Kiera rozar mi cuerpo mientras subía mi camiseta. Conocía mis gustas, sabía que me excitaba las finas líneas que dibujaba con las uñas sobre mi pecho. En ocasiones, había utilizado su magia para que notase las uñas ligeramente más calientes que su cuerpo y así incrementar los escalofríos que me causaba con las caricias. No me hacía daño por el fuego ni me dejaba marca al día siguiente; tampoco me hubiese importado que lo hubiera hecho. En esta ocasión, no noté el calor en sus manos y supuse que era porque tendría miedo de quemar la camiseta.

-Quémala –le susurré. –Hazla arder. No me importa salir desnudo de…-

Antes que de pudiera seguir, Keira me dio un fuerte empujón. Me había dejado la camiseta en la cabeza, a medio quitar. Sus uñas rozaban mi cuello. No me esperaba que me empujase. Perdí el equilibrio al tocar el borde del escalón con la punta del pie derecho. Rápidamente me dejé caer hacia la izquierda, hacia la barandilla. Conseguí sujetarme a mitad de las escaleras sin llegar a caer por completo. Respiré profundamente y me quité la camiseta para poder ver dónde estaba Keira. ¿Acaso había intentado matarme después de haberme besado? No entendía qué estaba pasando. ¿Dónde se había ido? La única explicación que alcanzaba a darle era que me había intentado matar como venganza por haber matado a su amiga del Hekshold; pero era absurdo. Keira estaba enamorada de mí, me quería más que cualquier otra persona. Dijo que me quería cuando era bueno y estaba dispuesto a ser el mejor por ella. ¿Me mintió? No lo sabía. Estaba demasiado furioso como para poder pensar. Tiré la camiseta a un lado de las escaleras y subí con cuidado por tal de no resbalar. Tenía la sensación que, tras la primera caída, podría perder de nuevo el equilibrio.

El ruido de los tropezones alarmó a varias personas de abajo. Tres de los camareros que se aseguraban que el hostal no había sufrido daños y unos cuantos curiosos vinieron hacia donde yo estaba.

-Señor, ¿qué ha pasado? –no me gustaba que me llamasen señor. -¿Se encuentra bien?-

-Estoy bien, no te preocupes. A mi chica es muy apasionada, eso es lo que ocurre –contesté riendo.

-Tiene una herida en la frente. Un hilo de sangre apenas, ¿está seguro que está bien?-

-Perfectamente, solo tengo que encontrar a mi chica y continuar con nuestros juegos privados. Ya me entiende. –dos chicos, adolescentes vestidos del Hekshold, rieron detrás del grupo de curiosos. -¿Alguno de vosotros ha visto por donde se ha ido?-

-Yo sí, está en esa habitación. He visto como corría hasta ahí-.

-De repente, se está convirtiendo en la habitación más transitada del hostal –susurró alguien.

-Y yo que pensaba que era una mosquita muerta, al final resulta que es la más espabilada –le contestó una segunda voz.

-Muchas gracias, y vuelvan a sus asuntos –como sabía que no se marcharían, saqué un montón de aeros de mi bolsillo y los arrojé al piso inferior. El dinero les resultaba más interesante que ver a dos brujos yacer.

Fui a la habitación que amablemente me indicaron. Rodé la manivela. Estaba cerrada.

-Keira, soy yo. ¿No vas a abrirme? –golpeé la puerta con suavidad. –Pensé que me estabas esperando. ¿Keira? –sonreí. Estaba empezando a echar de menos la cabeza de Talisa. Golpeé la puerta con más fuerza. –Keira –canturreé su nombre.

No me dejó otra opción. Utilicé mi magia telequinética para hacer rodar el cierre de la cerradura desde el interior. Volví a intentar girar la manivela, ahora se abrió perfectamente.

-Tú no eres Keira, –era la chica del Hekshold, la amiga de Keira que pensé que había matado. –pero llevas puesto su vestido –ladeé la cabeza en un tono de vacilación. –El segundo vestido, me refiero- entonces lo comprendí.

Pasé al interior de la habitación y cerré la puerta. Mi cabeza daba vueltas. Estaba furioso por el empujón y mareado por la caída. Sentía mis músculos en tensión y mi piel hirviendo desde el interior por los picotazos de los cuervos de Duna. Una parte de mi quería matar a la chica sin preguntar quién era, otra parte, que enmudecía a la primera, le excitaba ver a la chica llorar; era tan frágil y delicada, parecía poder romperla con tan solo tocarle el hombro. Matarla sería un piadoso regalo. Podría hacerla mucho más daño de otra forma. Al fin y al cabo, si había fingido ser Keira durante un instante, quería significar que quería que la tratase como la trataba a ella.

-¿Alguna vez te has sentido sola? –pasé una corriente de electricidad a la manivela, cualquiera que intentase abrir la puerta se electrocutaría. –Hablo de ese sentimiento de soledad que crees que el mundo se ha cerrado a tu alrededor, que por mucha gente que se encuentre a tu lado,  nadie te va a tender una mano. Deja que te lo muestre –caminé hacia el lugar donde la chica estaba sentada en el suelo junto con una persona de metal similar a Talisa. Otra cabeza que arrancar. –Me has engañado. ¿Verdad? Me has hecho creer que eres Keira para librarte de mí. ¿O ha sido para seducirme? –guiñe un ojo. Escondía mi rabia en pequeñas muecas de gracia. –Voy a hacerte un favor. Voy a ser bueno contigo. Voy a ser el mejor. Como me has pedido. Como te gusta-.

Me quité las zapatillas deslizando los pies. A la vez me quité el cinturón sin dejar de mirar a la chica. Los pantalones cayeron solos. Caminé desnudo hacia la chica. Me puse de cuclillas delante de ella y le sonreí como un demente.

-Hola Keira – le llamé por el nombre de mi amante aunque ya se hubiera deshecho el hechizo.

Pasé el cinturón alrededor de su cuello y tiré de él para obligarla a que se pegase a mí. Tenía izquierda sobre el cinturón y con la derecha le acariciaba la mejilla. Le besé una vez en la comisura del labio con la delicadeza de una flor. Le gustaba cuando era bueno. Y por ella estaba dispuesto a ser el mejor.
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Mensaje  Eyre Dom 26 Ago - 19:16


Durante un par de minutos, la habitación pareció pertenecer a un tiempo estático y lejano donde hasta las motas de polvo flotaban quietas en el aire. Tras la puerta no existían el pasillo, los otros huéspedes o el rubio trastocado. Sólo su respiración entrecortada quebraba el silencio de cuando en cuando, recordándole que ella era la única inquilina de ese espacio calmo y privilegiado. Pensó, esperanzada, que todo había terminado y que mañana recordaría aquello como un mal sueño. Que Matthew llegaría, se disculparía por haber desaparecido y ella le respondería, con una sonrisa, que no importaba, que no se había perdido de nada. Mientras apretaba la mano metálica y quieta de Veintitrés incluso pensó que más tarde, cuando sus baterías estuvieran cargadas, irían juntos al mercado para comprar frutas que sustituirían al almuerzo que no había podido tener.

Comenzaba a relajarse cuando la manivela chirrió. Un fugaz presentimiento disparó los latidos de su corazón. Al oír la voz del brujo, todos sus músculos se tensaron y un ácido dolor invadió su estómago al presagiar que la pesadilla no hacía más que empezar. No respondió. Rogó a los dioses que lo hicieran irse, que lo mandaran lejos. Hizo silencio y contuvo la respiración.

Eyre siempre oía a los dioses, pero éstos nunca la escuchaban a ella. El crujido de la cerradura precedió al ronroneo de los goznes mientras la puerta se abría para dar paso a la enorme y aterradora silueta del hombre distorsionada por las lágrimas que cubrían sus ojos. Una vez más, él hablaba y ella lo observaba desde abajo, pequeña y temblorosa. El miedo le punzaba en las sienes y descontrolaba su cuerpo con fuertes temblores. Un paso, dos pasos, tres. Cada vez estaba más cerca. ¿Acaso esperaba que le respondiese? Sus labios estaban sellados, paralizados por los nervios. Él comenzó a desvestirse. Era la primera vez que veía a un hombre desnudo. Nunca pensó que sería así. Miedo. Repulsión. No fue capaz de apartarse cuando la atrajo hacia su cuerpo.

Entonces la besó, y fue como si aquel beso rompiera el hechizo en que había estado sumida. Una corriente eléctrica la sacudió de los pies a la cabeza; la furia reemplazó al miedo y como antes había querido desaparecer, ahora deseaba repeler a aquel perverso con todas sus fuerzas. Había sido demasiado. Recordó inmediatamente la noche anterior y se convenció de que nadie en todo ese maldito mundo tenía el derecho de ponerle un dedo encima. “¡SUFICIENTE!”, vociferó para sus adentros, e hizo dos cosas que jamás se imaginó capaz de hacer: Mordió con todas sus fuerzas el labio del hombre y atrajo con telekinesis el abrecartas que descansaba en el escritorio para clavárselo en un brazo, hundiéndolo en su carne hasta la mitad del mango.

-¡¡QUÍTAME LAS MANOS DE ENCIMA!! -Estalló, empujándolo una vez más para escabullirse de su mortífero abrazo. No le importó que el roce con el cinturón le arrancara un mechón de pelo; la adrenalina enmudecía al dolor. Corrió hacia la puerta perdiendo el vestido en la carrera. No le importaba salir en camisola y enagua. Luego se daría cuenta, horrorizada, de que no le había importado dejar atrás a Veintitrés. Se echó sobre el picaporte, ¡estaba tan cerca de la libertad, tan, tan cerca...!

Una descarga eléctrica la repelió hacia atrás. ¡La manivela! Gritó y se miró, absorta, las palmas rojizas de las manos. Todo su cuerpo se estremeció con un frío glacial al percatarse de que su pesadilla se estaba cumpliendo.

Estaba atrapada con aquel hombre.
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Sáb 1 Sep - 18:07

La chica consiguió hacer lo que nunca me hubiera esperado: tomar la esperanza que creí haberle rebatado y enfrentarse a mí. Utilizó su magia telequinética para acercar un abrecartas de la mesita y clavármelo en el antebrazo. Instintivamente, di un paso hacia atrás. La miré sorprendido y asustado. A esas alturas, me imaginé que la chica del Hekshold estaría tan asustada que se habría convertido en una muñeca estática. ¡Qué error! ¡Qué error! Me lamenté mentalmente mientras me limpiaba la sangre con el brazo sano. Ella era una alumna de Hekshold y, por si fuera poco, amiga de Keira Bravery. Debí suponer que no se comportaría como las demás mujer.

Miré al alrededor buscando algo que pudiera frenar la hemorragia. No encontré nada mejor que las sábanas. Me arrastré hacia la cama y arranqué un trozo de sábana lo  suficientemente grande como para que diera tres vueltas a mi antebrazo. Antes de sanar la herida, me di cuenta tarde, debía de quitar el abrecartas que la chica me había clavado. El dolor era atroz, aunque se podía comparar con el dolor que me producían los cuervos de Duna; evitaba tocar el abrecartas por no mover su filo en el interior de mi brazo y provocarme una herida mayor. Me mordí el hombro de mi brazo herido a la vez que me hacía mentalmente la idea de sacar la daga de la herida. Una, dos y…. Si no me hubiera mordido el hombro, mis gritos se habrían escuchado desde la planta baja de la posada.

Me di cuenta, tarde a mi gusto, que la sangre que brotaba de la herida estaba hirviendo. No pude evitar imaginarme que mi propia sangre se estaba burlando de mí emulando el ritmo de la estridente risa de Duna. Motivos tenían para hacerlo. La herida era espantosa, pero eran mis maldiciones quienes me hacían sentir como un monstruo. Me había salido un cardenal en el brazo izquierdo, en el mismo lugar donde yo había presionado a la chica del Hekshold para que no escapase de mi agarre. Mi brazo derecho estaba totalmente inutilizado. Lo podía mover, por suerte, el cuchillo no cortó ningún nervio: solo venas, volcanes de sangre caliente. Los cuervos de Duna me consumían a picotazos desde la profundidad de mi piel. Quise girarme hacia donde estaba la chica, hacerle ver y comprender lo que me había hecho. ¡Ella tenía la culpa! Si se hubiera comportado como Keira, cosa que parecía ser su intención al haber tomado su imagen robada, mis maldiciones se hubieran calmado y me habrían dado un momento de paz. Ahora, gracias a ella, me había convertido en un monstruo de feria. La piel alrededor de la herida convulsionaba como si los cuervos estuvieran haciendo fuerza para salir todos a la vez. Todo mi antebrazo se estaba convirtiendo en una amalgama incomprensible de carne y sangre. ¡Culpa suya! Por mucho que hubiera querido restregar mi herida en su cara, no podría girarme. Me mantuve quieto en la misma esquina, con la mano izquierda sujetando el contorno de la herida y la boca pegada al hombro. Pensé en quedarme en el mismo lugar hasta el día de mi muerte o, como mínimo, hasta el día en el que las maldiciones de Duna desapareciesen.

Noté un impulso en mi mano derecha que me hizo recordar que todavía seguía con vida. La amiga de Keira cayó en la trampa que había dejado en la manivela de la puerta, un suave impulso eléctrico pasó por su hombro. La maldición de Duna hizo que el mismo dolor se reflejase en mí. Descargué la electricidad acumulada por el reflejo con un puñetazo al suelo. Al soltar el antebrazo, la improvisada venda hecha con sabanas se deslizó al suelo dejando la herida libre. Me imaginé a los cuervos riendo en el nido que habían hecho en mi agujero de sangre.

-¡Ya basta! –le grité a la herida -¡BASTA! –tenía la boca llena de babas y sangre, mi pronunciación fue la misma que la de un niño de corta edad –Por favor… basta. Necesito que… –intercalaba los bufidos con los llantos –que vengan Keira, Suuri o Talisa. Ellas saben lo que necesito –me balanceé hacia delante. Estaba a punto de caer desmayado –Necesito…-

No supe decir cómo conseguí erguirme. Quizás porque quería quedarme atrás. Si la chica del Hekshold consiguió herirme cuando estaba tan asustada como un conejo en el matadero, yo no iba a ser menos. Caminé balanceándome como lo haría un cadáver obligado a alzarse de su tumba. Miré a los ojos de la chica sin saber qué hacer con ella. Nada bueno. Nada que le gustase.

-No tienes la menor idea de lo que has hecho, –conjuré una cadena de relámpagos en mi brazo herido al mismo tiempo que hablaba. La electricidad me adormecía el brazo haciendo que los cuervos de Duna dejasen de picotearme y reduciendo considerablemente la hemorragia –quién soy y qué debo hacer para silenciar mis maldiciones –negué con la cabeza –Será rápido: cinco minutos que te parecerán cinco horas-.

Tomé a la chica del brazo y la empujé con la suficiente fuerza como para echarla al suelo. No iba a cometer el mismo error de infravalorar. Era amiga de Keira y una traidora que había robado su imagen, lo justo era que le tratarse como a ella. Me coloqué detrás de la chica. Sentí una excitación mayor que cuando me hubo acariciado la mejilla. Aplasté la cabeza de la chica contra la alfombra del suelo. En otra ocasión, utilizaría mi otra mano para desatar los últimos nudos de su desbastado vestido; sin embargo, con el antebrazo gravemente herido, tuve que conformarme en utilizar la magia telequinética. El camisón de la chica se deslizó por su cuerpo dejándola en ropa interior. Me puse encima de ella. Le di un suave tirón para verla de frente, deseaba ver como lloraba. No hay esperanzas, me preocupé de que no las hubiera lanzado el abre cartas por la ventana con un impulso eléctrico.

-Tú te lo has buscado. Serás mi Keira, mi Suuri y mi Talisa. –

Los cuervos de Duna gritaban en mi cabeza que continuase adelante, que no me detuviera ante nada. Les corregí mentalmente, ahora no tocaba avanzar, sino descender. Me incliné hacia la cabeza de la chica, por un momento creí ver a Keira. Besé sus labios como si fueran los de mi compañera: terminando el beso mordiendo suavemente el labio inferior. La maldición del reflejo hizo que sintiera una suave punzada en mi propio labio. Mi endiablada sonrisa delataba cuánto estaba disfrutando de esto.
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Mensaje  Eyre Miér 5 Sep - 0:06


La mirada ajena se clavó en sus ojos como dos puñales, tanto que sintió a su mismísima alma estremecerse. No pudo evitar desviar los ojos hacia su cama; tan solo una hora atrás había estado allí, retozando sin tener ni idea de lo que le deparaba el destino. No... Mentía. Claro que tenía idea. Lo había soñado. ¡Lo había soñado! De pronto tuvo la certeza de que los dioses ya le habían avisado. Y Eyre, estúpida de ella, no los había escuchado. ¿Cuántos otros mensajes habría pasado por alto? ¿Era ese un castigo por no prestarles la suficiente atención?

¡Pues ya había entendido! ¿¡Por qué no paraban el castigo!?

Él se abalanzó sobre ella con la ya conocida brutalidad; fue en vano que diera un paso atrás. Le sacaba cuatro cabezas y aún con un abrecartas ensartado en la carne exhibía esa fuerza que solamente los locos eran capaces de desplegar. Bastó un manotazo para echarla al suelo; ella cayó de rodillas con tal fuerza que no pudo evitar golpearse también la barbilla y el pecho. La espesa cortina de hebras castañas ocultó su expresión deformada por la impotencia y por el espanto. Con la mejilla apretada contra la descolorida alfombra que apestaba a todos los huéspedes anteriores a ella y a Matthew, cerró los ojos y apretó la mandíbula.

-No vas a llorar. -Se dijo- No le darás el gusto.

Fue como una voz interior. Una voz serena y sabia. En ese instante, con esa resolución que le endureció el espíritu, sintió que se desprendía de una parte valiosa de su infancia.

Tras ser despojada de su vestido, aún escasamente protegida por la camisola y la enagua, recibió con reticencia al ardiente contacto ajeno. Ella, en contraste, estaba helada, aunque de alguna manera su piel brillaba cubierta de sudor. Al ser besada, abrió los ojos y los clavó, de reojo, sobre el rostro ajeno. Los iris, antes azules como el cálido cielo de verano, ahora brillaban con la frialdad de un témpano de las islas del norte. Supo que su miedo alimentaba al hombre y por eso amputó su capacidad de tenerlo. O, al menos, de demostrarlo. Incluso su respiración comenzaba a apaciguarse. Recordó haber leído que algunos animales se hacían los muertos para perder el interés de los cazadores.

Cuando el hombre decidió dar por terminado el ósculo, ella suspiró y desvió lentamente su mirada hacia el único otro punto que era capaz de observar: el polvoriento suelo debajo de la cama.

-¿Qué pensará Keira cuando sepa que te gusta violar adolescentes?

No supo por qué lo dijo. Las palabras simplemente salieron con desdén de su boca. ¿Qué más daba? Tuvo la hiriente certeza de que ya poco podía hacer. Veintitrés no despertaría hasta mucho después y Matthew no entraría justo ahora por esa puerta. Estaba sola y no podía hacer nada. Había pasado por cosas casi peores. Si iba a pasar por eso, al menos lo haría aferrándose al último trocito de dignidad que le quedaba.
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Miér 5 Sep - 18:34

La chica evitaba verme directamente a la cara. Fijaba su vista cualquier punto de la habitación, debajo de la cama donde desearía esconderse o por la ventana que desearía saltar, para huir de mí. En cierto sentido, agradecí que lo hiciera. Al tener la cabeza girada, su larga melena le tapaba el rostro. Podía imaginarme que detrás del cabello castaño estaba Keira, Suuri o Talisa. La imagen de las mujeres que amaba tranquilizaba a los cuervos de Duna que anidaban bajo mi piel. El dolor de los picotazos y los irritantes graznidos desaparecían. Estaba obedeciendo las órdenes de Duna, como premio, mis maldiciones cesaban su dolor. Sin embargo, y por muy agradecido que estuviera, no pude evitar sentirme humillado. Tenía un ego grandísimo, era narcisista de manual. Me gustaba que me mirasen, que disfrutasen viendo mi cuerpo y que deseasen tenerlo encima o debajo, según el devenir de la noche. La chica del Hekshold debía sentirse halagada, ruborizada por haber cumplido el deseo de la mayoría de los hombres y mujeres de Aerandir. En lugar de ello, me huía. ¿Dónde estaban esas manos pasando por mis pectorales, esa lengua juguetona que emergía de los labios en busca de otro beso y dónde estaba el calor en su cuerpo? Al tocarla, sentía un sudor frío fruto de su miedo hacía mí. Los cuervos de Duna insistían en que ese frío era más aclamado que el calor del sexo; yo no me lo creía. Necesitaba su calor, necesitaba que me mirase a la cara y se mordiese labios como una niña al contemplar mi recuperada juventud.

Agarré sus dos brazos y los apreté con fuerza. Mis manos parecían dos garras de cuervos. Apretaba con más fuerza cada vez que la chica hacía un gesto que me resultaba desagradable. Quise controlarla, si no era mediante las palabras y la intimidación, sería por la fuerza.  

—No llores, me da igual, pero no dejes de mirarme. Estoy aquí arriba, no detrás de tu cama—.

Solté su brazo derecho durante unos segundos para desgarrar la parte frontal de su camisón. Ya que ella se negaba a dirigirme la mirada, estaba en mi derecho de ver su cuerpo sin ningún tapujo. Aproveché para bajarle su ropa interior. No tuve decoro por preguntar si la estaba haciendo daño al arañarla con mis uñas; si así era ella debería sentirse agradecida. A Keira le gustaba pasar sus manos por sus piernas y espalda revisando las cicatrices que le hice durante la noche. Nos hicimos, pues luego, pasaba la palma de sus manos por mi espalda y me besaba en las heridas que todavía estuvieran sangrando. ¿La chica del Hekshold besaría la herida que me ha hecho en el brazo? No, por cuenta propia. Le tendría que enseñar cómo se hacía. Quizás cuando acabásemos.

Con las bragas entre las piernas y el camisón desgarrado, abierto como si fuera una chaqueta sin botones, la chica lanzó una pregunta que hizo que me levantase las cejas de sorpresa. ¿Qué pensaba Keira? La bailarina estaba muy presente en mis pensamientos, pero no me había preguntado qué pensaría si me viera con su amiga.

—Ella ya lo sabe. —puse mi mano izquierda encima del pecho derecho de la chica, necesitaba un lugar donde sostener mis palabras para darles credibilidad y no encontré otro mejor —A estas alturas, se habrá resignado a pagar nuestra comida y vuelto a casa con la cabeza agachada. Ya lo sabe. Sabe lo que le ocurre a sus amigas —.


_____________________

Ha pagado los dos estafados: el que se ha comido Gerrit y el otro que Keira no ha probado bocado. Vuelve a casa con la cabeza alta. No mira hacia atrás. No quiere pensar en lo que ha ocurrido. En ocasiones cree ver lo que ocurre. Cuando ha despertado, la puerta de su conciencia estaba abierta. Keira conocía la magia por lo que se contaba en las viejas canciones. Sabía de la existencia de las puertas mentales, así es como se llamaban en la mayoría de epopeyas. Lejos de parecerse una infracción de la intimidad, se sentía abrazada porque una persona había cruzado la puerta y visto atrás de sus ojos. La chica del Hekshold pudo ver en un sueño incomprensible lo que Keira sentía. Ahora la puerta estaba entreabierta. Keira ve un hilo de luz por el que se asomaban dos figuras. La chica está en el suelo, con media cabeza ocultada por su melena castaña. Un chico grande y fornido está encima de ella. Los dos están desnudos. Se respira un amargo aroma a sudor y sexo. La cintura del chico se aproxima peligrosamente a la de la chica. Keira no quiere ver. ¡Qué se cierre la puerta! Pide a gritos en su interior.

En el camino del hostal a la casa que se ha adueñado, Keira no suelta ni una sola lágrima y sus labios son una línea recta de indiferencia. Lleva los dos objetos que más odio: la cabeza de Talisa y la dama martillo Suuri.

Una vez entró en la casa va directa a la cocina. Calienta al horno de leña dos cubos de agua. Lleva los cubos al cuarto de baño y se encierra dentro. El cristal del lavabo se cubre de una capa de vaho. El rostro de la mujer del espejo queda completamente tapado. No se puede diferenciar quién es ella. Así estará a salvo. No podrán herirla. La mujer del otro lado del espejo podrá ser lo que quiera ser: escapar del abrazo de Gerrit y apuntarse al Hekshold. Es libre. Keira le protegerá desde su mundo.

Se sienta en la taza del váter. Se tapa la cara con las dos manos y es ahora cuando llora. Nada ha cambiado. Gerrit sigue siendo el mismo monstruo de hace un año, de hace tres y de hace diez. ¡Disfruta de tu fiesta! ¿No era lo que quería, celebrar el fin de su maldición? Adelante, que lo disfrute. Keira descubre que odia a Gerrit tanto como lo ama. Nada ha cambiado y nada cambiará.

_____________________

Nada había cambiado y nada iba a cambiar. Al servicio de Samhain, cuando me consideraba un asesino de elfos, utilicé mi posición para aprovecharme de cuantas personas pude. Samhain me enseñó. Tenía catorce años, él veintidós, cuando me trajo a una elfa de cama que había hecho prisionera. Fue mi regalo de cumpleaños. La chica del Hekshold también era un regalo, hecho por Keira en lugar de Samhain. Keira tenía la culpa de que hubiera dado con la chica, y luego ella por haberme hecho enfadar engañándome con el rostro robado de su amiga. Nada había cambiado. Si no era Samhain quien me alentaba a ser una persona violenta, serían los cuervos de Duna. Lo más sabio era resignarse, dejar de luchar por controlar mi cuerpo constantemente y obedecer a las órdenes que me mandaban.

—Te va a doler. Mañana será peor—le advertí a la chica. Fueron las primeras palabras que me dijo Samhain el día que me deshice de mi virtud infantil.

Cerré los ojos y deslicé mi cintura hacia la de la chica muy lentamente. Fui considerado, más de lo que ella fue al conmigo al engañarme. No había prisa. A medida que avanzaba, sus gritos serían más fuertes. Me permití tomar el tiempo que fuera necesario para disfrutar de cada uno de sus gemidos. Muy lentamente. Duna estaría contenta conmigo, la sangre que le estaba recolectando era más pura y valiosa que la de cualquier asesinato.

El dolor de mi brazo desapareció por completo. En su lugar, apareció una fuerte presión en mi zona testicular, el reflejo del daño que le estaría provocando a la chica. Este dolor, lejos de resultarme molesto, me incitaba a continuar. Cada nuevo impulso lo hacía con un grado más de velocidad y uno menos de misericordia. Pronto, las embestidas se fueron intercalando con los bufidos de un animal, del monstruo que Samhain creó en mí.

Llegado a la cúspide del orgasmo, me sentía vivo, renacido (ella debía sentir como un cadáver). ¡Qué gran forma de recuperar mi juventud!

—Cambia. Puedes hacérselo—me esforcé a hablar, apenas se me entendía —Cambia a Keira. Cuando acabe, sé Keira—.


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Mensaje  Eyre Miér 5 Sep - 21:13


Eyre supo en ese instante que nunca más volvería a sentirse limpia. Que no importaba cuan fuerte frotase la esponja contra su piel, aún si lo hacía con tanta fuerza que terminase en carne viva, no podría librarse de esa asquerosa sensación. Con la angustia agolpada en la garganta, pensó en su nana y en sus padres, en lo preocupados que estarían por ella. Pensó en lo ingenua que había sido al creer que todo estaría bien tras poner un pie fuera de su hogar. Pensó, mientras se mordía la lengua para no gritar, que la próxima noche y todas las siguientes sus pesadillas retratarían aquel momento y ya no los intrincados mensajes de los dioses.

La primer embestida dolió tanto que creyó sentir cómo su carne se rajaba de par en par; apretó los dientes con tal fuerza que pronto pudo sentir la sangre de su propia lengua colmándole la boca. Sin embargo, ni el más mínimo sonido manó de su garganta. No gritó, no gimió. Tampoco se dignó a mirarlo, no importaba cuánto se lo pidiera. No le daría el gusto. No podía permitírselo. Se comportaría como un muñeco de trapo si con eso conseguía que el hombre se hartara pronto. Al final, eso era en ese instante: una muñeca sin opinión que valiese.

Luego todo pareció mermar, el ritmo frenético, el dolor constante, la ponzoñosa humillación, todo contribuyó a sumirla en una especie de trance que mantenía con precariedad su consciencia en una sola pieza. La agonía dio paso a un profundo odio. Nunca en toda su vida había experimentado tan aberrante sentimiento; la joven antes inocente deseó entonces asesinar a ese hombre con sus propias manos, devolverle todo el dolor que estaba infligiendo en su cuerpo y en su mente. Lo odió a él, se odió a sí misma y odió a los dioses profundamente. Algo en su alma se quebró y tuvo la certeza de que nunca sería la misma.

Tan pronto como hubo empezado, terminó. Todo su ser latía en agudos espasmos de dolor y un hilo de sangre, tan fino como del que pendía su consciencia, surcaba sus muslos. Ilusamente creyó que lo próximo sería despertar de la pesadilla; no obstante, el hombre tenía una nueva petición para hacerle. Sus sienes latieron de furia y solo entonces, lenta y lánguidamente, se dignó a clavar sus ojos en los ajenos.

Crear las ilusiones era simple: controlaba la mente impropia para hacerle ver una imagen a su antojo. Lo interesante era que, en el proceso, también tenía acceso a un atisbo de muchos otros pensamientos; le había tomado años aprender a separar su propia identidad de la ajena durante ese brevísimo instante y solía evitar mirar, para no entrometerse demasiado. Esta vez, presa de la ira, le bastó una fracción de segundo para inmiscuirse en esa mente retorcida y confusa; y allí, tras las pupilas del hombre, encontró toda la información que necesitaba.

-Como desees.

Esperó a que el rubio pestañeara. Cuando abriera los ojos se encontraría con que había yacido con aquel a quien más odiaba y se encargó de brindarle la imagen más grotesca que pudiera llegar a ocurrírsele. Se tomó la molestia de añadir un toque pútrido a la imagen, después de todo, él ya había muerto hacía mucho tiempo atrás.

Cuando el hombre abriera los ojos, se encontraría con su querido Samhain.
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Mensaje  Eyre Miér 5 Sep - 21:15

Y ahora la tan esperada runa.
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Mensaje  Tyr Miér 5 Sep - 21:15

El miembro 'Eyre' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses


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Mensaje  Gerrit Nephgerd Sáb 8 Sep - 17:14

Lo conseguí. Después de haber abusado física y psicológicamente a más de un centenar de víctimas, al fin conseguí proyectar mi esencia a otra persona; tal y como mi padre y luego Samhain hicieron conmigo. Conseguí convertir a la chica del Hekshold en lo que yo era: un monstruo. Lo vi en su fiera mirada y su sonrisa socarrona. Lo sentí en el calor que emanaba de mi entrepierna y en la presión que sentía en el pecho. Estaba frente a un igual. Ya no tenía por qué ser cuidoso, ella ahora era como yo, se divertiría con lo que yo me divertía. La embestí como solía embestir a Keira después de una larga noche de alcohol. Quería ver los dientes de la chica del Hekshold clavados en sus labios para reprimir un grito que se confundía con el orgasmo. ¿Dónde estaba ese grite? La embestí con más fuerza. Sentí el dolor que provocaba reflejado en mi entrepierna por la maldición del espejo. Hice una demostración a la chica de cómo me gustaba que gritasen; aunque imaginaba que ya debería saberlo, pero que se estaba haciendo la dura para excitarme. Lo conseguía. Sabía lo que me gustaba.

En su nueva y monstruosa faceta, la chica asumía su rol servicial. Prometió cumplir mis deseos. Sonreí de manera triunfal enseñándole todos mis dientes. Deslice una mano de su brazo hasta su pecho. Al convertirse en Keira, ya no me importaría tocarla y acariciarla. No solo sería cuestión de venganza, también habría sosiego y cariño.

—Keira Bravery — la llamé con voz dulce.

Sin embargo, Keira nunca apareció. El rostro que estaba viendo se convirtió en una masa de huesos y piel podrida. El cartílago de las orejas y la nariz habían desaparecido. Los ojos eran dos cuencas vacías por las que se veía algunas zonas sin piel donde quedaban al descubierto los huesos del cráneo. Me costó reconocer a los rasgos fáciles del cadáver. Estaba culminando en ese preciso instante. Me había concentrado tanto en hacer sufrir y gozar a la chica del Hekshold que me costaba pensar con claridad. Por no hablar de la pérdida de sangre por la herida del brazo. Estaba mareado. Los objetos de mí alrededor parecían bailar en círculos a la vez que me señalaban y se reían de mí por lo que había hecho. ¿Y qué había hecho? En el centro del círculo estaba la respuesta: el cadáver de una persona que maté dos años atrás. El cadáver de mi maestro Samhain. Había culminado en el sexo de mi maestro.

En cuanto me di cuenta, solté el pecho de la chica, el cual se había aplanado y emblandecido. No me alejé, no enseguida. Primero, palpé el suelo a mi lado buscando algo con lo que pudiera defenderme del muerto. Mi martillo Suuri sería una opción perfecta. Me maldije mentalmente por no haberlo cogido cuando tuve la oportunidad, antes de salir corriendo detrás de la chica del Hekshold. ¿Y dónde estaba el abrecartas que ella me había clavado en el brazo? Tardé unos segundos en recordar que lo había lanzado por la ventana con un impulso telequinético. Estaba indefenso frente al cadáver que de uno de los hombres que me convirtieron en lo que era. Y lo que era peor, había abusado sexualmente del cadáver y ahora él buscaba venganza. Por instinto, me separé unos metros atrás de la chica. Pegué la espalda contra la puerta. Sin llegar a levantarme del todo, puse la mano en la manivela para abrirla. Una descarga recorrió mi brazo abriendo de nuevo la herida que ya empezaba a cicatrizar.

—No eres real. Yo te maté. —le dije al muerto. —Te maté. Te engañé para que me siguieras y te traicioné. ¡No eres real! Eres esa chica del Hekshold. —lo decía en voz alta para convencerme de que todo era una ilusión. — ¡Te maté! —

Tenía la mano izquierda pegada en el suelo, necesitaba tocar algo que estuviera seguro que era real. La mano derecha la ocupaba en frenar la hemorragia de la mano derecha. Estaba asustado. Parecía un animal asustado viéndose acorralado frente a su cazador. Así era como debió sentirse la chica antes de que abusara de ella. Las vueltas habían cambiado. Me reí como un rey glotón por la ironía. ¡Era tan gracioso! La risa se me quebró a la mitad. Me faltaba el aire y tenía la garganta seca. Tosí con fuerza sin separar la mano izquierda del suelo ni la derecha de la herida.

—No eres Samhain. Eres yo. Tú eres igual que yo — quise reírme de nuevo, pero me había quedado sin fuerzas para ello.

Miré hacia todos los puntos de la habitación como si estuviera buscando algo que no sabía qué era. ¿Una salida? ¿Ayuda? ¿Un arma? ¿Una tumba? No lo sabía. Éramos dos monstruos atrapados en una habitación. Todo lo demás carecía de interés. Solo estábamos nosotros.

—Deja que te pregunte: ¿qué vas a hacer ahora? ¿Vas a recuperar tu imagen original y te vas a poner encima de mí? Adelante, hazlo. Es tu turno — miré al cadáver (a la chica que había detrás) como si la estuviera retando a ver quién era el peor monstruo de la habitación: el que asesino había nacido siendo un monstruo o la chica que acababa de estrenarse como monstruo. —¡Adelante! Lo estás deseando. ¡HAZLO! —lancé una descarga al lado derecho del cadáver, no quería herirlo, quería que hiciera lo que yo —¡VAMOS! ¡MALDITA SEA, VEN AQUÍ Y LLÉVAME A LA LOCURA, NUESTRA ÍNTIMA LOCURA! —.


Offrol: ¿Con qué ahora nos ponemos necrofílicos Eyre? Vamos a dar muy mala imagen al foro.
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Mensaje  Eyre Vie 14 Sep - 3:42


El brujó la soltó y Eyre... No. Y Samhain se desplomó en el suelo con el traqueteo húmedo de la osamenta a media putrefacción. Una sonrisa enferma y sardónica tensó los músculos desnudos de su mandíbula. De haberse visto en un espejo, la joven que habitaba bajo ese monstruo de pesadillas hubiera gritado. Ella no era esa aberración... pero, en cierta forma, le gustaba serlo. Disfrutaba viendo el brillo del terror en los ojos impropios. La hacía sentir... poderosa. ¿Por eso el rubio obraba como obraba? ¿Era porque encontraba ese placer en el miedo ajeno?

Lenta y solemnemente hizo acopio de todas sus fuerzas para levantarse. Mover ese cuerpo era tan difícil como si fuera real; durante las ilusiones, la bruja casi podía sentir la nueva complexión que estaba asumiendo a ojos de los demás. Un gemido agudo y constante manó de su garganta hasta que pudo ponerse de pie y, una vez erguido, Samhain clavó desde arriba sus cuencas vacías en el tembloroso hombre que lo miraba apretado contra la puerta, como un ratón enfrentando su cruento destino. Patético. Antes le hubiera causado lástima, pero ahora, sintiendo aquel dolor punzante y ardiente en el bajo vientre que le impedía caminar con normalidad, lo único que pudo experimentar fue un profundo y amargo goce.

-No, querido mataelfos, te equivocas. Tú...
-hizo énfasis en aquella palabra señalándolo con el huesudo dedo índice- has crecido para convertirte en lo mismo que yo.

Lo dejó hablar. Aunque temblaba de miedo aún no parecía totalmente convencido con la ilusión; mientras algunos caían a la primera, otros insistían en recordar quién se escondía detrás del disfraz. Resultaba molesto, pero la solución era simple. Ella ya conocía qué trapos sucios podía usar para convencerlo de que se trataba, efectivamente, de su odiado maestro.

El muerto salvó la distancia que los separaba con sendos pasos y escuchó con paciencia los delirios del loco. Cuando hubo terminado, lentamente se inclinó hacia él y estiró un brazo para acariciarle los cabellos con dulzura paternal.

-Mírame bien. -Alzó los brazos a los costados, como un hombre clavado en su cruz invisible, y esbozó una sonrisa desdentada y de pútridas encías- En esto te convertirás. Serás traicionado por quien más quieres. Un muerto olvidado, odiado... -le miró de arriba a abajo antes de reír con sorna- y malfollado.

Retrocedió un par de pasos para tomar asiento en la cama. La acción le dolió horrores, pero poco dolor podía esbozarse en ese rostro desfigurado por la descomposición. Desde allí, levantó un brazo y señaló la puerta con un ademán suntuoso, indicándole que podía marchar.

-Me contenta saber que tu destino será el mío. ¡Ahora vete! Eres libre.
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Jue 20 Sep - 19:18

La bruja del Hekshold me dijo cosas horribles con la voz de Samhain, cosas que no tenía forma de saber si no es que Keira se las hubiera contado. Mi garganta daba tumbos a medida que hablaba. En un segundo pasaba de reír como un ebrio pirata a arrugar la frente y apretar la mandíbula como un animal en posición de defensa. No podía controlarme. Temía ponerme a llorar delante de Samhain, que la chica del Hekshold me viera y que luego se lo contase a Keira Bravery. ¿Qué pasaría entonces? Podía hacerme una idea. Keira acabaría abandonándome. Me vería como un brujo llorón y derrotado. Se marcharía de mi lado y usurparía una casa que no pudiera encontrar. Los cuervos de Duna acabarían consumiendo me cadáver. Entendería que era un brujo débil que se echaba a lloriquear después de haberse follado a un cadáver. Dejaría de interesarles. Duna buscaba a los brujos más fuertes para que recolectasen la sangre para los Dioses. Recordé lo que dijo la niña: “empezarán por los ojos, es la parte más jugosa”, y entonces me imaginé a los cuervos burlándose de mí gritando que sin ojos no podría lagrimear.

Con la mano izquierda seguía sosteniéndome a la puerta. Estaba bien cerrada. Deslicé la mano hacia la manivela. La sostuve sin llegar a manipularla. Sentí una breve descarga, un aviso, del hechizo que había conjurado a la cerradura. La descarga me hizo recordar que estaba vivo. Pese a que me reía y lloraba como debían reír y llorar los muertos frente a los Dioses, mi corazón seguía latiendo, lo que a toda regla significaba que estaba vivo. Intenté levantarme del suelo sujetándome con la manivela, pero me fue imposible. Al poco terminaba cayéndome de culo. La impresión, el horror y sobre todo la rabia habían hecho de mi cuerpo una rígida y pesada vara de metal que no podía levantar por mucha fuerza que hiciese.

Ya que no podía moverme, me concentré en lo único que había en la habitación: en Samhain. El brujo se movía tal y como lo recordaba. Sus gestos eran bordes, orgullosos y sabios. Se movía como un erudito que sabía que estaba en lo correcto y no estaba dispuesto a entrar en debate. Y era posible que fuera verdad, Samhain no se equivocaba, pero yo era más borde y orgulloso que él, también menos sabio. Entre todas las cosas horribles que me dijo, le debatí aquella que pensé que podría hacerle mayor daño.

—¿Qué hay de tu querida elfa, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]? Ella también debe de ser una malfollada ya que ambos te hemos catado. — me reí, aunque no tuviera gracia — Además, a la bruja del Hekshold le ha gustado. Dudo que pueda olvidarme con facilidad; tal vez nunca lo haga.

Samhain se sentó al borde de la cama como lo solía hacer Keira después de haber regresado de trabajar, echándome en cara que yo no tenía forma de ganarme la vida. La diferencia estaba en las miradas. Keira Bravery no quería discutir conmigo, sabía que no podía hacerlo. Dibujaba una fina línea recta con sus labios y se mantenía en silencio durante un instante, hasta que yo la besaba por la espalda y la obligaba a yacer entre las sábanas. Samhain, sin embargo, no cerraba la puta boca. Insistía con la idea que me había convertido en él: un monstruo despreciable. Tenía razón, siempre la tenía. Golpeé el suelo con mi puño derecho. No contento con esto, bajé también la mano izquierda y seguí golpeando. Parecía un niño enfadado. ¡¿Esa era forma de debatir contra un hacedor de monstruos, demostrándole que estaba en lo cierto al decir que todo lo solucionaba con violencia?! No, no lo era. Intenté serenarme. Levanté la cabeza y miré a los ojos de Samhain deseando conocer las palabras adecuadas para poder debatirle. No quería irme, quería quedarme en la habitación y golpear a mi antiguo maestro con la misma ira con la que había castigado el suelo. Aunque pudiera moverme con normalidad, no me atrevería a enfrentarme cuerpo a cuerpo contra él. La vez que le maté pude hacerlo porque previamente había conseguido drogarlo. El veneno le hizo sentir tan torpe y confuso que se caía a cada paso que daba. Incluso era posible que no me hubiera prestado atención cuando le dije que le descubrí follando con la elfa rubia. Me alegré de habérselo recordado ahora, después de su ilusoria resurrección.

Terminé por levantarme, fue casi un milagro a verlo conseguido. Los mechones de mi cabello caían por el lateral de mi cabeza como salvajes lianas rubias y mis ojos habían adquirido un color más pálido que lo habitual. Sentí que estaba sudando y me di asco. Debí tener un aspecto demencial, no solo era un monstruo mentalmente, al fin y gracias a Samhain (la chica del Hekshold), había conseguido serlo también físicamente. Me odié a mí mismo y odié todavía más quedarme plantado durante unos largos segundos sin hacer ningún movimiento. Era una bestia que no se decía a huir o a atacar. Huir era lo más inteligente, lo que habría hecho cualquier erudito, lo que habría hecho Samhain de saber que le descubrí acostándose con Mirmana. Pensar en lo que habría hecho mi maestro me hizo recapacitar sobre qué haría yo.

—Te equivocas, no nos parecemos en nada. — fue en ese momento en el que empecé a lagrimear — Me condenaste el mismo día que me pusiste una mano en el hombro. Nunca conseguiré librarme de ti. La única manera sería matándome, y tú me enseñaste a no huir. — caminé hacia la cama tan rápido como mis entumecidas piernas me permitían — Me enseñaste a pensar que era una persona importante, el protagonista de mi propia historia. Por encima de mí sobre había una persona a quien debía obedecer, tú. Y eso fue hasta que te follaste a la elfa. Entonces no quedó nadie. Pensé hacer todo cuanto quisiera, ¡Aerandir estaría a mis pies! Pero me equivoqué. Todavía quedaba una persona a la cual servía sumisión aunque no lo supiera: el monstruo que tú te encargaste de alimentar. Lo cebaste como un cerdo para el día de la feria sin pensar que el cerdo podría estallar de tanto comer. Lo estás bien, mi cabeza ha estallado. Y aunque me haya hecho pedazos y necesite ayuda para recomponerme; veo imposible vivir de otra manera diferente. No, has fracasado. No me has convertido en un reflejo de lo que eras. Me has convertido un monstruo con una correa de hierro marcada por la ira.

Puse mis dos manos sobre el cuello de Samhain sin llegar a apretar. Pese a todo lo que había dicho, pensaba en abrazarlo y echarme a llorar. Acababa de sinceramente, le dijo todo lo que durante años me había callado. Le eché en cara el haberse enamorado de una elfa, el haber sido una mala influencia y el haberse muerto dejándome solo y perdido. Le miré a los ojos suplicando que fuera el que diera el primer pasó, quería que me consolase como nunca lo había hecho. Me di cuenta que le pedía demasiado. Negué con la cabeza con suavidad. Apreté las manos sobre su cuello, le ahogué. Estaba firmando mi sentencia de muerte. Samhain podía devolverme el ataque. Era capaz de matarme de un solo soplido. Tal vez, así me liberaría por completo y para siempre. Apreté con más fuerza.

—¡ADELANTE, MÁTAME! — mis lágrimas eran ríos de agua salada —¡MÁTAME O DESAPARECE PARA SIEMPRE!

¡La chica del Hekshold! Inconscientemente, cumplí con aquello que temía: llorar delante de la bruja ilusionista.

Solté el cuello de Samhain (de la chica) y me quedé arrodillado delante de la cama. Me esforcé por dejar de llorar. Me temblaban los brazos y las piernas. Estaba asustado. Cerré los ojos y no dije nada. Ya lo había dicho todo lo que era capaz de decir.
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Mensaje  Eyre Jue 20 Sep - 20:40


El hombre que la había violado ahora golpeaba el suelo como un niño encaprichado. Yacía allí como un estúpido, intimidado por la ilusión de un cadáver que, en realidad, no volvería a ver jamás. En el mundo real los muertos no volvían a dar lecciones, preferían dejar que los vivos cargaran todos los días con la culpa de sus actos.

Eyre sintió náuseas y una profunda desilusión al ver cómo aquel maniático parecía dispuesto a quedarse. Había intentado manipularlo de manera que la situación en sí misma lo empujase a marchar; liberándolo, esperaba liberarse a sí misma. Pero no. Volvía a incorporarse, volvía hacia ella, volvía a hablar. Su hueca mirada se fijó en él, disfrazando su impaciencia con una mueca de frío desinterés. No le interesaba quién era Mirmana; el discurso le causaba indiferencia. No quería saber cuáles eran los problemas que hacían miserable a ese sujeto cuyos actos eran guiados por el azar.

Solamente quería que se fuera.

No encontró fuerzas para moverse cuando echó sus manos sobre ella. La ilusión estaba consumiendo su energía a pasos agigantados y, luego de lo que había pasado, una parte suya simplemente deseaba que todo terminara de una vez. Eyre, que tanta muerte había presenciado, no le temía al fin de su existencia; más bien la veía como un consuelo. Y, tras lo que había pasado, ahora tenía la certeza de que existían cosas mucho peores que aquello.

Sus mejillas también se mojaron cuando sintió cómo su garganta cedía bajo los dedos impropios. Eran dos extraños compartiendo lágrimas. La niña -esa sería la última vez que se vería a sí misma como una niña- odió sentir cómo su ira se teñía con tintes de pena, dolor y compasión. Quiso odiarlo con más intensidad, tanto como momentos atrás, pero fue incapaz. El brujo le recordaba a un niño más que a un monstruo. Volvió a pensar que olía como un animal asustado, pues eso era en realidad: una simple bestia en busca de consuelo.

Su vista comenzaba a nublarse; los gritos del hombre sonaron muy, muy lejos, aunque sus rostros estaban apenas separados por algunos centímetros. Pensó que nunca lograría despedirse de su nana, de sus padres, de Gwynn o de Veintitrés. Pensó en Matthew, en qué estaría haciendo, en si alguna vez regresaría a la posada para preguntar por ella. Cerró los ojos y relajó el cuerpo; no quería gritar ni llorar. Había vivido con dignidad y acababa de decidir que moriría de la misma manera.

Entonces, el aire volvió a quemar su garganta cuando fue liberada. Llenó sus pulmones con una gran bocanada de oxígeno y también tragó saliva con sabor a sangre. Cuando miró hacia abajo, vio que sus manos volvían a ser las suyas, esas con dedos largos, uñas cuidadas y recientes cayos y heridas ganadas en su travesía. No había podido mantener la ilusión, aunque, cabizbajo, el brujo no parecía haberse percatado de ello.

Lo miró largamente mientras oía cómo poco a poco dejaba de sollozar. Volvió a intentar sentir odio por él, pero lo único que encontró fue un profundo cansancio, desconsuelo y tristeza. Sus ojos viajaron hasta la mochila que descansaba en el escritorio; dentro de ésta llevaba el cuchillo de su padre. Pronto descartó la idea. Antes había querido matarlo, ahora solo deseaba pestañear y descubrir que había desaparecido, que nada de todo aquello había pasado.

Exhausta, se inclinó hacia adelante y posó una mano sobre la cabeza del hombre. Sus ojos hinchados por el llanto se cerraron con lentitud para concentrarse en en proyectar las imágenes más bellas que podía llegar a imaginar. Con su último hálito de magia, le susurró dentro de la mente:

-¿Ves este campo? ¿Ves los naranjos? Este es mi lugar bonito. Te lo prestaré para que puedas venir aquí cada vez que sientas que te estás convirtiendo en un monstruo, ¿vale?

Eres un buen chico. No tienes la culpa de lo que Samhain te ha hecho. Los demonios no lloran, así que tú no eres un demonio; solo has pasado por cosas malas. Puedes remediarlo, puedes compensarlo. Eres un buen chico y podrías ser un buen hombre.

Concéntrate en este lugar. Ve a sentarte a la sombra de los naranjos y cómete algunos. Cierra los ojos, Gerrit, y descansa.

Cuando despiertes, sal de aquí sin preguntarte qué ha ocurrido. Solo vete, ve a hacer algo bueno. Quítate las cadenas de Samhain y, cuando seas libre, podrás sentir de verdad la paz que estás sintiendo ahora.

En cuanto a mí, no me busques. No creo ser capaz de perdonarte nunca.

Ahora... duerme.


Lo soltó con gentileza y se recostó sobre el tibio colchón de paja sin volver a abrir los ojos. Tanto su cuerpo como su mente estaban exhaustos, y ella misma había deseado permanecer en la pradera de los naranjos en flor. Allí, con las mejillas húmedas, se quedó dormida con la esperanza de que, cuando despertara, Gerrit Nephgerd se habría marchado para nunca volverlo a ver.
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Mensaje  Gerrit Nephgerd Dom 30 Sep - 19:39

Puse una mano en el borde del colchón de plumas  y lo agarre con fuerza. Parecía la garra de cuervo apoyada sobre la branca de un árbol. La cama era mi único sustento de realidad. Fuera de la cama, veía un manso campo de naranjos. La bruja del Hekshold me llevó hacia las afueras de la ciudad o conjuró una ilusión por la cual podía sentir la paz de los árboles frutales; a esas alturas, desconocía qué era real e irreal. Mis manos eran reales, igual que el colchón con el que me apoyaba, todo lo demás poseía la misma credibilidad que las caricias de la falsa Keira y las amenazas del falso Samhain. Incluso la voz de la chica me parecía ilusoria. Decía que era un buen hombre, que no era culpa de la maldad que mi maestro instauró en mí. ¿Debía creerla? Estaba repleta una esperanza y bondad que no merecía; era un sostén igual que efectivo que la cama. Después de haberla deshonrado y marcado de por vida, sentía que no merecía su gentileza. Quizás nunca me la ofreció. Me imaginé que las oraciones esperanzadoras eran otra ilusión más a sumar. Mientras me sosegaba con un cántico tierno, en realidad debería estar maldiciéndome con toda su rabia. De ser así, habría hecho un buen trabajo. No podría negar que le había convertido en lo que yo era, en lo que Samhain me obligó a ser. Ninguna ilusión remediaría lo que le hice.

Sonreí con maldad mirando hacia el suelo, hacia la tierra del huerto. Me pregunté si la bruja me habría hechizado para que me sintiese como un muerto. Las sensaciones de un cadáver no debían de ser muy diferentes a las que yo tenía. Tenía el cuerpo entumecido, mis parpados eran dos pesadas bolsas de piedras y el odio, el dolor y la culpa se esfumaron de mi mente para dar paso un solitario sentimiento de tranquilidad. Era un muerto que necesitaba recostarse sobre su ataúd y dormir en paz. Si creyese en el Único Dios de las nuevas religiones, pensaría que no era la chica del Hekshold quien me hablaba, sino un ángel que me dirigía hacia el descanso eterno.

¿Había llegado mi hora de descansar? La chica me decía que me levantase del suelo y que me fuera de su habitación. Había logrado que me odiase hasta la saciedad, no quería volverme a ver. Pero los muertos no podían levantarse, al menos lo que no estaban dirigidos por nigromantes. Además, si obedecía a la orden de irme, desobedecería a la última de quedarme dormido.

Dejé que mi cuerpo se dejase caer por completo en el suelo. Solté el colchón de la cama. Pronto, éste escapó de mi visión y todo se convirtió en tierra y naranjos. Me llevé las manos a la cabeza como si fuera una almohada. Creí estar solo y en paz. Empecé a hablar conmigo mismo como lo haría un lunático, como ya hice otras muchas veces.

—Me recordará para siempre. Cada vez que se quite la ropa interior vera las marcas que le he dejado. ¿Estáis contentos? — pregunté mirando a los cuervos que volaban en un falso cielo — No, vosotros nunca lo estáis. Hubierais preferido que acabase con lo que había empezado. Pero esta vez, gano yo. La chica sigue viva y ahora es más fuerte que antes. Si me vuelve a encontrar, si vosotros me obligáis a buscarla, creedme, no se contentaré con hacerme ver un campo de naranjeros. Sabrá defenderse, de mí y de cualquier otro monstruo. He ganado.

Cogí un terrón de tierra (un paño de seda que había caído de las prendas de la chica) y lo lancé hacia a los pájaros (hacia el techo). Reí, lloré y, finalmente, me dormí.
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