La falda de La Doncella [Libre][3/4]
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La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Situado al sur-este del Pantano Misterioso, a los pies de las montañas que ayudan a delimitar las fronteras de los reinos del Este, el poblado de Hessdalen era lo más cercano a un centro de civilización humano en medio de esas tierras silvestres. El pueblo servía de núcleo comercial para las aldeas y caseríos desperdigados por la región, apartado como estaba de las principales rutas de comercio. Aún así, la falta de mercados urbanos cercanos por un lado, o industrias especializadas por el otro, significaba que la economía estaba estrictamente reducida al ámbito agreste. Hessdalen era un pueblo congelado en el tiempo, lejos de las modas, las guerras y las intrigas de la Península.
El muchacho inspiró profundamente absorbiendo el aire fresco de la montaña. A esa altura el bosque estaba dominado por las coníferas; píceas, diferentes pinos y abetos, con sus resinas fragantes y un sotobosque salpicado de los aromas cítricos de las bayas silvestres. Incluso la tierra tenía un carácter particular. Definido, vivo, ligeramente ácido.
Gwynn sonrió exhalando sonoramente. Explorar todos estos nuevos olores en su forma lupina sería una verdadera aventura sensorial, pero por ahora tendría que conformarse con apreciarlos a la distancia, mezclados con todos los aromas de un asentamiento humano; sebo, cuero y cal, pieles animales, metal, frutas y verduras en distintas etapas de descomposición, piel, ropas, hogares… y humo. Humo en todas partes, sobre cada persona. Era sin duda el rasgo en términos olfativo más característico de los humanos.
“La persona que espero conocer llegará esta noche o mañana durante la madrugada,” dijo su hermana junto a él mientras caminaban por la calle principal del pueblo, y quizá la única que podría llamarse tal. La joven vestía su típica armadura lamelar de cuero cocido sobre una sencilla túnica y pantalón de lana. Caoimhe había pasado un buen tiempo junto a los clanes fronterizos y había aprendido a luchar cómodamente usando protección y armas convencionales.
“Ya, ya, sé que quieres ir a explorar,” continuó sonriendo con picardía. “No hay problema. Esta zona debería ser bastante segura para un lobo, y estando tan cerca de nuestras tierras los humanos han aprendido a mostrar cierto respeto hacia los lobos. ¡Pero eso no quiere decir que puedas hacer lo que quieras! Recuerda, somos huéspedes aquí.”
“Lo sé, Caoimhe,” rezongó el muchacho ajustando la piel de ciervo que cubría sus hombros y espalda. El viento en la montaña era particularmente frío y Gwynn estaba vestido acorde a ello, con una gruesa túnica de lana y botas de piel de alce. Junto a la exótica lengua en la cual se comunicaban, y los diseños azules que su hermana había pintado con sus dedos sobre una de sus mejillas y brazos la apariencia de los licántropos arrancaba miradas por parte de los residentes del pueblo. La enorme mayoría de ellos jamás había conocido a uno de los lobos de las profundidades de la Arboleda Central.
“¡Muy bien!” anunció la joven elevando los brazos para estirar exageradamente su espalda con un gruñido. “Iré a explorar el pueblo. Nada de problemas, ¿eh? Después de todo ya eres casi un hombre,” exclamó intentando esconder una sonrisa divertida, pero el esfuerzo acabó en una carcajada afectuosa.
“¡Dioses! No puedo decir eso seriamente frente a una carita como esa. ¡Ay! Mi adorable hermanito bebé,” dijo la joven pellizcando ambas mejillas del menor.
“¡Caoimhe!” gritó Gwynn apartando las manos de su hermana avergonzado y echó una mirada furtiva a sus alrededores para estar seguro que nadie había visto el descarado despliegue de afecto. Era cierto que nadie entendería qué decían, pero, ¿cómo decían los humanos? Lo que vemos vale como mil palabras, o algo así.
La joven se alejó con una risita y Gwynn bufó girando los ojos. Explorar la ciudad era la manera de Caoimhe de decir que iría a beber con la gente del pueblo, coquetearía con algún chico para luego rechazar cualquier avance y quizá, más tarde, se metería en alguna pelea o competencia absurda.
El licántropo recorrió el pequeño mercado montado en el centro del pueblo con moderado entusiasmo. Había cosas que nunca había visto; extrañas raíces, frutos y figuras talladas en preciosa madera roja, pero comparado al enorme mercado de Lunargenta poco ofrecía para matar tiempo.
“¡Es verdad!” exclamó una voz estridente y áspera, como guijarros arenosos frotados contra hierro oxidado. “¡Lo vi con mis propios ojos!”
Gwynn se acercó alrededor de una carreta donde un viejo de enrojecido rostro enjuto y escasos mechones canos descansaba sentado contra la rueda. A algunas yardas de distancia un par de hombres sonreían tras sus barbas hirsutas mientras preparaban un cubo de cal para trabajar el cuero.
“Seguro, abuelo. Y yo que pensaba que no eras suficientemente viejo aún para perder la razón...”
“¡Os digo que es verdad! Lo he visto con mis dos ojos. Allí,” continuó señalando con un dedo tan nudoso como curtido a las montañas tras el pueblo. “En el bosque, en la ladera de La Doncella, cerca de la Cueva del Loco...”
“Déjalo, abuelo, no tenemos tiempo para esto.”
“¿Qué es lo que has visto allí, abuelo?” preguntó Gwynn acuclillándose junto al anciano.
----
El muchacho inspiró profundamente absorbiendo el aire fresco de la montaña. A esa altura el bosque estaba dominado por las coníferas; píceas, diferentes pinos y abetos, con sus resinas fragantes y un sotobosque salpicado de los aromas cítricos de las bayas silvestres. Incluso la tierra tenía un carácter particular. Definido, vivo, ligeramente ácido.
Gwynn sonrió exhalando sonoramente. Explorar todos estos nuevos olores en su forma lupina sería una verdadera aventura sensorial, pero por ahora tendría que conformarse con apreciarlos a la distancia, mezclados con todos los aromas de un asentamiento humano; sebo, cuero y cal, pieles animales, metal, frutas y verduras en distintas etapas de descomposición, piel, ropas, hogares… y humo. Humo en todas partes, sobre cada persona. Era sin duda el rasgo en términos olfativo más característico de los humanos.
“La persona que espero conocer llegará esta noche o mañana durante la madrugada,” dijo su hermana junto a él mientras caminaban por la calle principal del pueblo, y quizá la única que podría llamarse tal. La joven vestía su típica armadura lamelar de cuero cocido sobre una sencilla túnica y pantalón de lana. Caoimhe había pasado un buen tiempo junto a los clanes fronterizos y había aprendido a luchar cómodamente usando protección y armas convencionales.
“Ya, ya, sé que quieres ir a explorar,” continuó sonriendo con picardía. “No hay problema. Esta zona debería ser bastante segura para un lobo, y estando tan cerca de nuestras tierras los humanos han aprendido a mostrar cierto respeto hacia los lobos. ¡Pero eso no quiere decir que puedas hacer lo que quieras! Recuerda, somos huéspedes aquí.”
“Lo sé, Caoimhe,” rezongó el muchacho ajustando la piel de ciervo que cubría sus hombros y espalda. El viento en la montaña era particularmente frío y Gwynn estaba vestido acorde a ello, con una gruesa túnica de lana y botas de piel de alce. Junto a la exótica lengua en la cual se comunicaban, y los diseños azules que su hermana había pintado con sus dedos sobre una de sus mejillas y brazos la apariencia de los licántropos arrancaba miradas por parte de los residentes del pueblo. La enorme mayoría de ellos jamás había conocido a uno de los lobos de las profundidades de la Arboleda Central.
“¡Muy bien!” anunció la joven elevando los brazos para estirar exageradamente su espalda con un gruñido. “Iré a explorar el pueblo. Nada de problemas, ¿eh? Después de todo ya eres casi un hombre,” exclamó intentando esconder una sonrisa divertida, pero el esfuerzo acabó en una carcajada afectuosa.
“¡Dioses! No puedo decir eso seriamente frente a una carita como esa. ¡Ay! Mi adorable hermanito bebé,” dijo la joven pellizcando ambas mejillas del menor.
“¡Caoimhe!” gritó Gwynn apartando las manos de su hermana avergonzado y echó una mirada furtiva a sus alrededores para estar seguro que nadie había visto el descarado despliegue de afecto. Era cierto que nadie entendería qué decían, pero, ¿cómo decían los humanos? Lo que vemos vale como mil palabras, o algo así.
La joven se alejó con una risita y Gwynn bufó girando los ojos. Explorar la ciudad era la manera de Caoimhe de decir que iría a beber con la gente del pueblo, coquetearía con algún chico para luego rechazar cualquier avance y quizá, más tarde, se metería en alguna pelea o competencia absurda.
El licántropo recorrió el pequeño mercado montado en el centro del pueblo con moderado entusiasmo. Había cosas que nunca había visto; extrañas raíces, frutos y figuras talladas en preciosa madera roja, pero comparado al enorme mercado de Lunargenta poco ofrecía para matar tiempo.
“¡Es verdad!” exclamó una voz estridente y áspera, como guijarros arenosos frotados contra hierro oxidado. “¡Lo vi con mis propios ojos!”
Gwynn se acercó alrededor de una carreta donde un viejo de enrojecido rostro enjuto y escasos mechones canos descansaba sentado contra la rueda. A algunas yardas de distancia un par de hombres sonreían tras sus barbas hirsutas mientras preparaban un cubo de cal para trabajar el cuero.
“Seguro, abuelo. Y yo que pensaba que no eras suficientemente viejo aún para perder la razón...”
“¡Os digo que es verdad! Lo he visto con mis dos ojos. Allí,” continuó señalando con un dedo tan nudoso como curtido a las montañas tras el pueblo. “En el bosque, en la ladera de La Doncella, cerca de la Cueva del Loco...”
“Déjalo, abuelo, no tenemos tiempo para esto.”
“¿Qué es lo que has visto allí, abuelo?” preguntó Gwynn acuclillándose junto al anciano.
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- Nota:
- La siguiente persona tendrá que inventar qué es lo que ha visto el viejo. Puede ser cualquier cosa mientras sea suficientemente curioso como para motivar una aventura, pero no necesariamente estará vinculado a la eventual trama! :3
Última edición por Gwynn el Sáb Oct 27 2018, 20:30, editado 1 vez
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
El pueblo que ahora da la bienvenida a Kosir tiene cierto aire conocido, es la viva imagen de la aldea donde lo curaron luego de su exilio. Aunque aquel poblado en particular se dedicaba a la madera resulta imposible ignorar la similitud fronteriza.
Un puerto de la civilización frente a tierra salvaje, bien podría ser la entrada a bosque negro de no ser por la posición que marca el cielo de noche. Tan familiar y a la vez tan desconocido para el muchacho.
Dicho chico no puede evitar soltar un profundo suspiro, muchos recuerdos ahora innecesarios en su nueva vida. La buena memoria puede ser una maldición como bien dijo el chamán del pueblo hace tanto.
Al final termina por superar su nostalgia perdiendo la vista entre algunas baratijas del mercado, poseen cosas muy atractivas para el ojo de cualquier tribal. No se le puede restar habilidad a los artesanos exteriores.
Luego de intercambiar algunas pieles por suministros frescos, el joven pelirrojo se entretiene viendo artículos menores. Nadie lo sabe pero en realidad está copiando patrones para fabricar replicas en hueso animal.
Sabe tallar muy bien, es una buena forma de distraerse frente a una fogata mientras se espera que el sueño aparezca. También posee buena habilidad fabricando cosas artesanales y los artículos que lleva encima son testimonio de ello.
Termina por comprarse un aperitivo de buen sabor que le llama la atención, posee algunas monedas gracias a ventas menores a lo largo de su estancia en el exterior. Aunque al principio le costó entender el concepto comercial del dinero ya es todo un iniciado.
Mientras come la “manzana acaramelada” otra cosa llama su atención, cierto viejo contando historias en un tono alto. Kosir se acerca por curiosidad a modo de poder entender bien los argumentos del hombre.
¡Un gigante!, ¡He visto un gigante en la cueva del loco!
Aunque casi todos parecen tomarse la noticia como un desvarió, un niño permanece atento a lo que dice el anciano. Bueno… el niño y ahora Kosir, quien en su vida ha visto una criatura de esa índole por lo que siente curiosidad.
Esta demasiado cerca “forma un rostro pensativo” debe ser un caminante solitario que tomo esa cueva como nueva guarida.
Los adultos más grandes bufan y se ríen, no creen nada de lo que dice su conocido. El joven brumoso por otro lado muerde su manzana haciéndose ideas sobre el honor personal que le traería matar a esa cosa tan extraña.
Alen, ¿Queda lejos esa cueva?
Un puerto de la civilización frente a tierra salvaje, bien podría ser la entrada a bosque negro de no ser por la posición que marca el cielo de noche. Tan familiar y a la vez tan desconocido para el muchacho.
Dicho chico no puede evitar soltar un profundo suspiro, muchos recuerdos ahora innecesarios en su nueva vida. La buena memoria puede ser una maldición como bien dijo el chamán del pueblo hace tanto.
Al final termina por superar su nostalgia perdiendo la vista entre algunas baratijas del mercado, poseen cosas muy atractivas para el ojo de cualquier tribal. No se le puede restar habilidad a los artesanos exteriores.
Luego de intercambiar algunas pieles por suministros frescos, el joven pelirrojo se entretiene viendo artículos menores. Nadie lo sabe pero en realidad está copiando patrones para fabricar replicas en hueso animal.
Sabe tallar muy bien, es una buena forma de distraerse frente a una fogata mientras se espera que el sueño aparezca. También posee buena habilidad fabricando cosas artesanales y los artículos que lleva encima son testimonio de ello.
Termina por comprarse un aperitivo de buen sabor que le llama la atención, posee algunas monedas gracias a ventas menores a lo largo de su estancia en el exterior. Aunque al principio le costó entender el concepto comercial del dinero ya es todo un iniciado.
Mientras come la “manzana acaramelada” otra cosa llama su atención, cierto viejo contando historias en un tono alto. Kosir se acerca por curiosidad a modo de poder entender bien los argumentos del hombre.
¡Un gigante!, ¡He visto un gigante en la cueva del loco!
Aunque casi todos parecen tomarse la noticia como un desvarió, un niño permanece atento a lo que dice el anciano. Bueno… el niño y ahora Kosir, quien en su vida ha visto una criatura de esa índole por lo que siente curiosidad.
Esta demasiado cerca “forma un rostro pensativo” debe ser un caminante solitario que tomo esa cueva como nueva guarida.
Los adultos más grandes bufan y se ríen, no creen nada de lo que dice su conocido. El joven brumoso por otro lado muerde su manzana haciéndose ideas sobre el honor personal que le traería matar a esa cosa tan extraña.
Alen, ¿Queda lejos esa cueva?
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
- ¡¿Cómo que no me aceptas esta pieza imbécil?! ¡Me dijiste que te trajera un conejo rabudo y me saltas ahora que no lo quieres¡
Mi cabreo se notaba en la distancia. Me encontraba en una tienda de pieles en mitad del mercado agitando y zarandeando una pieza de conejo muerta delante de la cara del vendedor. El muy desgraciado me quería estafar. El día de ayer, al pasar por el pueblo me había ofrecido dos grandes gallos por una piel de conejo rabudo.
Por estos lares era una especie difícil de encontrar y su piel era imprescindible para la creación de botas de lujo. El dependiente quería arreglar un par de zapatos para una dama de alta clase y buscaba desesperadamente un cazador hábil para realizar el trabajo. Y yo, al ver la suculenta recompensa decidí poner mis servicios.
Tras llevarme bastantes horas en forma híbrida olisqueando el mínimo rastro del animal, encararme a un árbol al descubrir su escondida madriguera y perseguirlo por el bosque (´´Es rápida y esquiva la jodida especie`` pensé mientras sorteaba arbustos y le daba caza) Tras conseguir darle un zarpazo y atraparlo entre mis dientes, escuchar un crujido a hueso roto y sentir su último aliento. Después de darme la paliza por unos puñeteros gallos… Ahora me saltaba por peteneras.
- No me traes una piel de conejo. Me traes al bicho entero mordido por un animal. Te lo has encontrado por ahí tirado y no me sirve que esté agujereado por los colmillos. A lo sumo esto vale las plumas del gallo.
- ¡Pero tú eres tonto o qué! - no podía creer lo que estaba escuchando. Pues claro que tenía mordeduras de colmillos ¡Las mías! Ahora me tocaba decidir si decir que era un licántropo o callarme – ¡Maldito pueblerino bastardo! Ese no era el trato. No dijiste nada del estado que tenía que tener la piel – Harto ya de la situación me transformé delante suya para dejar clara las cosas.
Al hombre no pareció impresionarle (´´Estando tan cerca de un bosque este pueblo tiene que estar acostumbrado a mi especie``) y siguió con su retahíla. Que no me aceptaba la pesa. Asqueado se la lancé a la cara junto con un escupitajo y me giré. Por el rabillo del ojo vi que se movía hacia su derecha para recoger el conejo. Con ansias de conseguir mi recompensa, agarré uno de los gallos que tenía a mi lado y salí corriendo mientras el mercader se daba cuenta de lo sucedido y empezaba a gritar pidiendo ayuda y que fueran tras el ladrón.
Por supuesto, no iban a conseguir atraparme. Unos guardias se pusieron a perseguirme pero conseguí encararme al techo de un puesto de verduras y darles esquinazo. El pollo casi me delata al soltar un fuerte cacareo pero con mis dientes le arranqué la cabeza de cuajo. Allí encima me dispuse a disfrutar de mi ganancia (´´Aunque preferiría que estuviese pasada por el fuego pero que remedio. Cuando se calmen las aguas ya me iré de aquí´´ sonreí al pensar en mi próximo destino).
Quería visitar el mar. No había comprobado eso que decían que olía a sal. Y por supuesto, no me lo creía ¿Quién demonios iba a pensar que el océano estuviese lleno de especias? Ni que fuese un asqueroso caldo de una taberna de mala muerte. Bufé divertido ante tal pensamiento.
Pasaron los minutos degustando mi comida bajo un caliente sol. Decidí volver a mi forma humana para no llamar tanto la atención (´´Porque claro…Un humano encima de un puesto del mercado no es para nada cantoso. Mia, a veces eres tan tonto``)
Decidí que ya era hora de marcharme de allí, sin embargo, noté cierto revuelo no muy lejos de allí y, aburrido, puse el oído a ver de qué me enteraba. Al parecer un viejo había visto un gigante en no sé qué cueva (´´Valiente estupidez ¿Gigantes por estos sitios? Paparruchas y desvaríos de un loco``) Miré alrededor. Otros niños parecían también intrigados en la trola que estaba soltando el anciano subido a una carreta.
Mi cabreo se notaba en la distancia. Me encontraba en una tienda de pieles en mitad del mercado agitando y zarandeando una pieza de conejo muerta delante de la cara del vendedor. El muy desgraciado me quería estafar. El día de ayer, al pasar por el pueblo me había ofrecido dos grandes gallos por una piel de conejo rabudo.
Por estos lares era una especie difícil de encontrar y su piel era imprescindible para la creación de botas de lujo. El dependiente quería arreglar un par de zapatos para una dama de alta clase y buscaba desesperadamente un cazador hábil para realizar el trabajo. Y yo, al ver la suculenta recompensa decidí poner mis servicios.
Tras llevarme bastantes horas en forma híbrida olisqueando el mínimo rastro del animal, encararme a un árbol al descubrir su escondida madriguera y perseguirlo por el bosque (´´Es rápida y esquiva la jodida especie`` pensé mientras sorteaba arbustos y le daba caza) Tras conseguir darle un zarpazo y atraparlo entre mis dientes, escuchar un crujido a hueso roto y sentir su último aliento. Después de darme la paliza por unos puñeteros gallos… Ahora me saltaba por peteneras.
- No me traes una piel de conejo. Me traes al bicho entero mordido por un animal. Te lo has encontrado por ahí tirado y no me sirve que esté agujereado por los colmillos. A lo sumo esto vale las plumas del gallo.
- ¡Pero tú eres tonto o qué! - no podía creer lo que estaba escuchando. Pues claro que tenía mordeduras de colmillos ¡Las mías! Ahora me tocaba decidir si decir que era un licántropo o callarme – ¡Maldito pueblerino bastardo! Ese no era el trato. No dijiste nada del estado que tenía que tener la piel – Harto ya de la situación me transformé delante suya para dejar clara las cosas.
Al hombre no pareció impresionarle (´´Estando tan cerca de un bosque este pueblo tiene que estar acostumbrado a mi especie``) y siguió con su retahíla. Que no me aceptaba la pesa. Asqueado se la lancé a la cara junto con un escupitajo y me giré. Por el rabillo del ojo vi que se movía hacia su derecha para recoger el conejo. Con ansias de conseguir mi recompensa, agarré uno de los gallos que tenía a mi lado y salí corriendo mientras el mercader se daba cuenta de lo sucedido y empezaba a gritar pidiendo ayuda y que fueran tras el ladrón.
Por supuesto, no iban a conseguir atraparme. Unos guardias se pusieron a perseguirme pero conseguí encararme al techo de un puesto de verduras y darles esquinazo. El pollo casi me delata al soltar un fuerte cacareo pero con mis dientes le arranqué la cabeza de cuajo. Allí encima me dispuse a disfrutar de mi ganancia (´´Aunque preferiría que estuviese pasada por el fuego pero que remedio. Cuando se calmen las aguas ya me iré de aquí´´ sonreí al pensar en mi próximo destino).
Quería visitar el mar. No había comprobado eso que decían que olía a sal. Y por supuesto, no me lo creía ¿Quién demonios iba a pensar que el océano estuviese lleno de especias? Ni que fuese un asqueroso caldo de una taberna de mala muerte. Bufé divertido ante tal pensamiento.
Pasaron los minutos degustando mi comida bajo un caliente sol. Decidí volver a mi forma humana para no llamar tanto la atención (´´Porque claro…Un humano encima de un puesto del mercado no es para nada cantoso. Mia, a veces eres tan tonto``)
Decidí que ya era hora de marcharme de allí, sin embargo, noté cierto revuelo no muy lejos de allí y, aburrido, puse el oído a ver de qué me enteraba. Al parecer un viejo había visto un gigante en no sé qué cueva (´´Valiente estupidez ¿Gigantes por estos sitios? Paparruchas y desvaríos de un loco``) Miré alrededor. Otros niños parecían también intrigados en la trola que estaba soltando el anciano subido a una carreta.
Mia Lïber
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Lo habían enviado a Hessdalen a vender pieles... hace tres semanas. El tiempo pasa demasiado rápido cuando uno se divierte. Había sido una sorpresa el descubrir la buena cerveza que hacían en aquel lugar. Quizás era las barricas de madera local, tal vez el agua de la vertiente cercana, definitivamente era el anciano que pisaba la cebada antes de ponerla a fermentar -el secreto para el sabor ligeramente picante que sientes en la parte de atrás de la boca-. Lo único malo de la cerveza era la cantidad de veces que te obliga a buscar un árbol donde orinar. Es insoportable.
En uno de los viajes de regreso de su árbol favorito, un tambaleante Uther se topó con un pequeño grupo de gente que discutía -¡Ya te digo yo! ¡Que los gigantes no existen!- decía uno -¡Y yo te digo que sí! ¡Que lo he visto!- respondía el viejito, en el centro del asunto. El pobre anciano parecía defenderse, colorado de lo enojado que estaba de ver que nadie le creía. -¡Lo he visto con estos ojos que se han de comer los gusanos!- afirmaba, furioso.
La cara de Uther iba de un lado a otro, de acuerdo a quien hablara. Tenía los morros estirados y la mirada adormilada. Aquel tire y afloje se ponía aburrido. -¡YO!- interrumpió con un grito, haciendo que todos se callaran -Le creo al viejo...- completó, en voz más baja, cuando todas las miradas se voltearon a verle. -Permiso... permiso...- se abrió paso entre las personas y fue junto al anciano. Rodeando al viejo por los hombros con un brazo, preguntó -Abuelito, abuelito... a ver, ¿dónde lo viste al gigante?-. -En la cueva del loco- repitió el anciano. Uther asentía, tomándose el mentón con la mano, con cara de estar pensando.
-Pero qué descarados son todos... si la cueva del loco es territorio ancestral de gigantes- exclamó, mirando a los hombres con cara de hastío -No puedo creerlo... dudar así de este pobre anciano... de este cúmulo de sabiduría con patas. ¡Gente insensata!- reclamó, con tanta seguridad, que los hombres que confrontaban al anciano quedaron confundidos. Pero Uther ni siquiera sabía dónde quedaba la dichosa cueva. -Si tanto dudan de él, ¿por qué no vamos a constatarlo? ¿Eh? ¡Hombres de poca fe!- desafió a todos, señalando uno por uno a los presentes, a un adolescente y a un pequeño niño incluidos.
En uno de los viajes de regreso de su árbol favorito, un tambaleante Uther se topó con un pequeño grupo de gente que discutía -¡Ya te digo yo! ¡Que los gigantes no existen!- decía uno -¡Y yo te digo que sí! ¡Que lo he visto!- respondía el viejito, en el centro del asunto. El pobre anciano parecía defenderse, colorado de lo enojado que estaba de ver que nadie le creía. -¡Lo he visto con estos ojos que se han de comer los gusanos!- afirmaba, furioso.
La cara de Uther iba de un lado a otro, de acuerdo a quien hablara. Tenía los morros estirados y la mirada adormilada. Aquel tire y afloje se ponía aburrido. -¡YO!- interrumpió con un grito, haciendo que todos se callaran -Le creo al viejo...- completó, en voz más baja, cuando todas las miradas se voltearon a verle. -Permiso... permiso...- se abrió paso entre las personas y fue junto al anciano. Rodeando al viejo por los hombros con un brazo, preguntó -Abuelito, abuelito... a ver, ¿dónde lo viste al gigante?-. -En la cueva del loco- repitió el anciano. Uther asentía, tomándose el mentón con la mano, con cara de estar pensando.
-Pero qué descarados son todos... si la cueva del loco es territorio ancestral de gigantes- exclamó, mirando a los hombres con cara de hastío -No puedo creerlo... dudar así de este pobre anciano... de este cúmulo de sabiduría con patas. ¡Gente insensata!- reclamó, con tanta seguridad, que los hombres que confrontaban al anciano quedaron confundidos. Pero Uther ni siquiera sabía dónde quedaba la dichosa cueva. -Si tanto dudan de él, ¿por qué no vamos a constatarlo? ¿Eh? ¡Hombres de poca fe!- desafió a todos, señalando uno por uno a los presentes, a un adolescente y a un pequeño niño incluidos.
Uther
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Gwynn observó al viejo con los ojos abiertos como platos, sus labios dejando escapar pequeños sonidos de sorpresa y aprobación de vez en cuando. Por supuesto no tenía la más mínima idea de qué era un gigante. Si, entendía su uso como adjetivo en el lenguaje común, pero en su tribu no había leyendas ni cuentos sobre humanoides altos como robles. El muchacho asentía con la cabeza al mismo tiempo que intentaba imaginar qué era lo enorme en el relato del viejo. ¿Un animal? ¿Un monstruo? ¿Una persona muy alta?
Un chico pelirrojo se unió al pequeño grupo y Gwynn le observó de pies a cabeza. No tendría muchos más ciclos que él pero su rostro y sus brazos mostraban ya una impresionante colección de cicatrices. El pelirrojo se mostraba serio, compuesto, pero resultaba evidente que la historia del gigante había picado su interés. Los ojos del licántropo recorrieron los dibujos permanentes hechos en su piel unos instantes, pero lo que verdaderamente capturó su atención del recién llegado era la manzana cubierta en caramelo que llevaba en una mano. Gwynn decidió inmediatamente que quería una igual.
“¿Piensas ir a esa cueva?” preguntó mirando al chico a los ojos, pero el dulce en su mano atrajo su mirada como un agujero negro. “Oye, ¿te comerás la manzana entera?”
Un cacareo interrumpido por un crujido abrupto llamó su atención a tiempo para ver a un licántropo sobre un puesto del mercado con un pollo muerto en las manos. El sujeto estaba parcialmente transformado, algo que Gwynn no solía ver. Los adultos en su clan sólo adoptaban esa forma ocasionalmente para el combate, prefiriendo el resto del tiempo caminar o bien como lobos, o bien como humanos.
El pequeño alzó una mano apuntando a la figura con el índice, pero nadie le prestó mayor atención ocupados en debatir la existencia de los gigantes o el estado mental del anciano.
Un humano alto irrumpió en escena profiriendo un grito que arrancó un respingo por parte del pequeño. El viejo se encogió en su sitio, casi desapareciendo al sentir el brazo del recién llegado rodear sus hombros. Los curtidores, sin embargo, habían callado intercambiando miradas confusas y el anciano vio en ello la oportunidad para redimirse.
“Ah, ¡e-eso!” exclamó con voz temblorosa por el esfuerzo. Gwynn sonrió pensando que sonaba como un sapo al que le habían pisado los huevos. “¡Podemos ir ahora mismo y comprobarlo! Sé lo que he visto, y ahora tendré testigos. ¡Venga! ¡A la carreta!”
El dramático llamado a la acción fue seguido por una serie de gimoteos y gruñidos mientras el viejo intentaba lentamente ponerse de pie despúes de haber estado demasiado tiempo sentado. Una vez erguido avanzó con paso tambaleante hasta el frente del vehículo, trepando con dificultad a su asiento y cogiendo las riendas fuertemente.
“¡Ya lo veréis!” exclamo elevando un puño tembloroso sobre su cabeza frente a la mirada perpleja de los hombres.
“¡Siiii! ¡Vamos!” gritó Gwynn saltando a la carreta a la carrera.
“¿Pero qué coño dices, abuelo?” preguntó uno de los curtidores estirando los brazos incrédulo. “Este tipo está claramente borracho, ¡y ese es apenas un mocoso!”
“¡Bah! ¡Jodidos ignorantes!” exclamó el viejo poseído por la primera oleada de adrenalina que sentía en años. Con un gesto obsceno de su mano a modo de despedida sacudió las riendas haciendo que la pareja de bueyes emprendiese su perezosa marcha y Gwynn estalló en risas. Su día sería interesante después de todo.
A la distancia, en el mercado, podía oírse algún alboroto.
“¡Ahí está!” gritó un hombre con la voz entrecortada por el esfuerzo y la rabia. “¡El puto lobo que me ha robado!”
Un chico pelirrojo se unió al pequeño grupo y Gwynn le observó de pies a cabeza. No tendría muchos más ciclos que él pero su rostro y sus brazos mostraban ya una impresionante colección de cicatrices. El pelirrojo se mostraba serio, compuesto, pero resultaba evidente que la historia del gigante había picado su interés. Los ojos del licántropo recorrieron los dibujos permanentes hechos en su piel unos instantes, pero lo que verdaderamente capturó su atención del recién llegado era la manzana cubierta en caramelo que llevaba en una mano. Gwynn decidió inmediatamente que quería una igual.
“¿Piensas ir a esa cueva?” preguntó mirando al chico a los ojos, pero el dulce en su mano atrajo su mirada como un agujero negro. “Oye, ¿te comerás la manzana entera?”
Un cacareo interrumpido por un crujido abrupto llamó su atención a tiempo para ver a un licántropo sobre un puesto del mercado con un pollo muerto en las manos. El sujeto estaba parcialmente transformado, algo que Gwynn no solía ver. Los adultos en su clan sólo adoptaban esa forma ocasionalmente para el combate, prefiriendo el resto del tiempo caminar o bien como lobos, o bien como humanos.
El pequeño alzó una mano apuntando a la figura con el índice, pero nadie le prestó mayor atención ocupados en debatir la existencia de los gigantes o el estado mental del anciano.
Un humano alto irrumpió en escena profiriendo un grito que arrancó un respingo por parte del pequeño. El viejo se encogió en su sitio, casi desapareciendo al sentir el brazo del recién llegado rodear sus hombros. Los curtidores, sin embargo, habían callado intercambiando miradas confusas y el anciano vio en ello la oportunidad para redimirse.
“Ah, ¡e-eso!” exclamó con voz temblorosa por el esfuerzo. Gwynn sonrió pensando que sonaba como un sapo al que le habían pisado los huevos. “¡Podemos ir ahora mismo y comprobarlo! Sé lo que he visto, y ahora tendré testigos. ¡Venga! ¡A la carreta!”
El dramático llamado a la acción fue seguido por una serie de gimoteos y gruñidos mientras el viejo intentaba lentamente ponerse de pie despúes de haber estado demasiado tiempo sentado. Una vez erguido avanzó con paso tambaleante hasta el frente del vehículo, trepando con dificultad a su asiento y cogiendo las riendas fuertemente.
“¡Ya lo veréis!” exclamo elevando un puño tembloroso sobre su cabeza frente a la mirada perpleja de los hombres.
“¡Siiii! ¡Vamos!” gritó Gwynn saltando a la carreta a la carrera.
“¿Pero qué coño dices, abuelo?” preguntó uno de los curtidores estirando los brazos incrédulo. “Este tipo está claramente borracho, ¡y ese es apenas un mocoso!”
“¡Bah! ¡Jodidos ignorantes!” exclamó el viejo poseído por la primera oleada de adrenalina que sentía en años. Con un gesto obsceno de su mano a modo de despedida sacudió las riendas haciendo que la pareja de bueyes emprendiese su perezosa marcha y Gwynn estalló en risas. Su día sería interesante después de todo.
A la distancia, en el mercado, podía oírse algún alboroto.
“¡Ahí está!” gritó un hombre con la voz entrecortada por el esfuerzo y la rabia. “¡El puto lobo que me ha robado!”
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Aunque el relato parece interesante y la posible existencia del gigante trae buenos pensamientos a la mente belicosa de Kosir, la pelea verbal no termina por ir a ningún lado… bien podría ser una disputa por cualquier hembra.
De repente el niño tribal que también escucha la historia dedica algunas palabras al bárbaro, parece curioso por el relato pero luego sus intenciones reales se revelan solas, atraído al aperitivo como una mosca.
Si la quieres… tendrás que pelear por ella “dice con una sonrisa maliciosa”.
Eso solía decirle a los mocosos de la aldea cuando se ponían impertinentes, la mayoría sabía que no era bueno meterse con Kosir dada su habilidad. Nunca llego a los golpes con un enano pero a más de uno puso de cabeza, extrañamente siempre lo veían como una buena fuente de juegos.
Cierta conmoción tiene lugar más atrás y cuando el muchacho se voltea a mirar solo descubre un hombre bestial desayunando, posee un extraño estilo corporal aunque en esas cosas el joven brumoso es bastante ignorante.
Haram, menuda cosa más fea.
Vuelve entonces a la disputa pero otra interrupción tiene lugar, esta vez bastante cerca. El ebrio del pueblo aparece dándole razón al anciano, su tufo a cerveza barata llega hasta la plaza y de vuelta.
Kosir forma cierta mueca de asco, es difícil ver a un adulto brumoso plenamente formado tan ebrio. Como toman desde que salen del vientre todos adquieren una formidable resistencia al alcohol que solo mejora con el pasar de los días.
El chico exiliado a pesar de ser adulto no ha llegado a su máximo tamaño, por ende no tiene tanta fortaleza frente a las bebidas espumosas. Pero incluso así sabe cuándo detenerse para no dar un penoso espectáculo.
Algunos minutos después el viejo organiza una expedición a la cueva, tan animado que decide arriesgar su propia carreta. Extraño cambio de prioridades pero que viene bien al chico tribal para buscar un gigante que matar.
Se sienta al lado del niño aun con la manzana a medio comer, nada como un poco de alimento para el camino. Pega otro mordisco viendo en que gastar el tiempo para no aburrirse a sobremanera, caminar no suele dejar mucho espacio al pensamiento ocioso.
Hoy será un buen día.
Dice mientras observa el cielo y luego de dejar reposando su mandoble a un costado, esa formación de nubes indica que se derramara buena sangre contraria hoy… también puede significar que es día de baño pero el joven guerrero se decanta por la primera predicción.
De repente el niño tribal que también escucha la historia dedica algunas palabras al bárbaro, parece curioso por el relato pero luego sus intenciones reales se revelan solas, atraído al aperitivo como una mosca.
Si la quieres… tendrás que pelear por ella “dice con una sonrisa maliciosa”.
Eso solía decirle a los mocosos de la aldea cuando se ponían impertinentes, la mayoría sabía que no era bueno meterse con Kosir dada su habilidad. Nunca llego a los golpes con un enano pero a más de uno puso de cabeza, extrañamente siempre lo veían como una buena fuente de juegos.
Cierta conmoción tiene lugar más atrás y cuando el muchacho se voltea a mirar solo descubre un hombre bestial desayunando, posee un extraño estilo corporal aunque en esas cosas el joven brumoso es bastante ignorante.
Haram, menuda cosa más fea.
Vuelve entonces a la disputa pero otra interrupción tiene lugar, esta vez bastante cerca. El ebrio del pueblo aparece dándole razón al anciano, su tufo a cerveza barata llega hasta la plaza y de vuelta.
Kosir forma cierta mueca de asco, es difícil ver a un adulto brumoso plenamente formado tan ebrio. Como toman desde que salen del vientre todos adquieren una formidable resistencia al alcohol que solo mejora con el pasar de los días.
El chico exiliado a pesar de ser adulto no ha llegado a su máximo tamaño, por ende no tiene tanta fortaleza frente a las bebidas espumosas. Pero incluso así sabe cuándo detenerse para no dar un penoso espectáculo.
Algunos minutos después el viejo organiza una expedición a la cueva, tan animado que decide arriesgar su propia carreta. Extraño cambio de prioridades pero que viene bien al chico tribal para buscar un gigante que matar.
Se sienta al lado del niño aun con la manzana a medio comer, nada como un poco de alimento para el camino. Pega otro mordisco viendo en que gastar el tiempo para no aburrirse a sobremanera, caminar no suele dejar mucho espacio al pensamiento ocioso.
Hoy será un buen día.
Dice mientras observa el cielo y luego de dejar reposando su mandoble a un costado, esa formación de nubes indica que se derramara buena sangre contraria hoy… también puede significar que es día de baño pero el joven guerrero se decanta por la primera predicción.
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Un trueno sonó en la lejanía trayendo olor a lluvia y humedad. Pasé del evento. Ya encontraría refugio más tarde. Mientras, me llamaba más la atención la extraña patrulla que se había formado: un viejo tan loco como la cueva a la que iban, un niño que mirando a su alrededor me había señalado (´´ ¡Maldito niñato! Vas a hacer que me descubran`` comentó mi mente rápida a la vez que me escondía más en el tejado), el borracho del pueblo y un último niño con mirada impertinente (´´Vaya plan``)
Me acomodé en el lugar mirando como el cielo se iba llenando de nubes. Sin embargo, no me dejaron relajarme a mi modo ni mucho tiempo. A los minutos escuché un grito: “¡Ahí está! ¡El puto lobo que me ha robado!” Me quedé quieto deseando que no se estuvieran dirigiendo a mí. Pero a quién quería engañar. Me habían encontrado. Maldita sea mi suerte.
Bajé de un salto del tejado en dirección contraria al origen del aviso donde se empezaban ya a congregar varios guardias armados, curiosos que buscaban una historia interesante en ese pueblo de mala muerte y el mercader mentiroso. Todos miraban en mi dirección y se preparaban para seguirme.
Salí corriendo. Ya era hora de salir de allí y proseguir mi viaje. No había mucho por donde esconderse de los guardias que comenzaban a multiplicarse (´´ ¿Qué tiene este pueblo que hay tantos armados? `` ) y a pisarme los talones. Esquivé a uno por la derecha mientras empujaba al compañero que iba con él y caía en un cesto de manzanas que se desparramaron por el suelo.
El mercado era ahora un lío de personas gritando y corriendo. Unos huían, otros trataban de asegurar su mercancía y los últimos solo tenían entre ceja y ceja el atraparme. Logré escabullirme entre la multitud y acabar en un pequeño callejón sin que me viesen
- ¿Cómo no? - dije con un suspiro comprobando que aquel sitio no tenía otra salida que aquella por la que había venido. Me escondí tras un barril mirando afuera por si alguien me seguía.
Por suerte el resultado había sido rápido. La normalidad volvió al mercado en cuanto los soldados salieron a buscarme por algún que otro lado. Aún seguí escondido por si las moscas y para ver qué salida iba a tomar. Lo decidí en el instante en el que pasó un mercader transportando una cesta por la entrada del callejón. Sin miramientos, lo noqueé con un golpe en la nuca y lo arrastré al interior. Necesitaba su vestimenta para pasar inadvertido por el lugar. Lo despojé de ellas y usé su camisa como turbante para esconder mi rostro. Al salir cogí la cesta y me hice pasar por un comerciante.
Todo estaba yendo bien. Demasiado rápido, pero bien. Parecía que nadie se percataba que realmente era el lobo a quien estaban buscando. Actuando de la manera que caracterizaba a un mercader de aquel lugar crucé el bazar sin problemas. Cuando vi la salida del pueblo abandoné la cesta y me apresuré en mi huida.
Seguramente ese fue mi error.
Por mi derecha aparecieron dos soldados que debían estar esperando a que apareciese por allí. Chicos listos. Me gritaron que parase. Uno de ellos me agarró los brazos mientras el otro me quitaba la improvisada máscara de tela.
- ¿Pensabas que ibas a huir de aquí? - preguntó el segundo mientras hacía sonar un cuerno para llamar al resto de la guardia.
Lo miré a los ojos de manera amenazadora y le enseñé los dientes. Pero no dije nada. Si los envalentonaba se volverían más agresivos y harían mejor su trabajo. Tenía que esperar el hueco que me diese la oportunidad de escapar. Un momento de vacilación.
El que me estaba agarrando los brazos parecía que era algo nuevo en esto porque cada vez iba aflojando el agarre. Aun así, iba a ser difícil hacer que me soltase. Su compañero se dio cuenta de mi interés en el que tenía atrás y con la empuñadura de su espada me golpeó la sien derecha cerca del ojo. Aullé de dolor y me dejaron caer al suelo.
- Vaya, vaya. No hace falta verte en forma de lobo para que aúlles asqueroso animal – dijo sonriendo y lanzándome un escupitajo en la cara. Yo me revolvía en el barro del dolor. Notaba deslizar la sangre por la herida que me había abierto. Busqué con la mirada desesperadamente una salida. No encontraba apenas anda que me asegurase salir de allí indemne. Solo a lo lejos una carreta que en breves saldría del pueblo.
Sonreí. Una idea se me pasó por la cabeza y en segundos comencé a ponerla en práctica. Fingí tener una serie de espasmos y desfallecer en el suelo. El chico nuevo hizo lo que ya supuse que haría que fue acercarse (´´Grato error de principiante querido soldadito``). Con un fuerte puñetazo le partí el labio del que cayeron algunos dientes al suelo y donde acabó el desorientado. Con un giro logré desequilibrar al segundo, agarrar su espada y clavársela en el estómago. Su cara sorprendida quedó junto a la mía. Con la sangre cayéndome por el rostro le dediqué una sonrisa y lo dejé caer moribundo.
Escuchaba venir más soldados con sus armaduras de hierro, aunque aún no eran visibles. Eso significaba que ellos tampoco me veían a mí. Corrí por la calle hasta una esquina por donde acabaría pasando la carreta que poco antes se había cruzado en mi campo de visión. Cuando lo hizo, me escabullí por detrás y pude agarrarme a la parte de abajo, junto a las ruedas.
Varios soldados pasaron por allí. Nadie me vio. Sonreí mientras jadeaba. La herida dolía bastante pero ya me preocuparía por ella cuando saliese de allí.
Unas gotas de lluvia comenzaron a caer. Parecía ser el inicio de una gran tormenta
Me acomodé en el lugar mirando como el cielo se iba llenando de nubes. Sin embargo, no me dejaron relajarme a mi modo ni mucho tiempo. A los minutos escuché un grito: “¡Ahí está! ¡El puto lobo que me ha robado!” Me quedé quieto deseando que no se estuvieran dirigiendo a mí. Pero a quién quería engañar. Me habían encontrado. Maldita sea mi suerte.
Bajé de un salto del tejado en dirección contraria al origen del aviso donde se empezaban ya a congregar varios guardias armados, curiosos que buscaban una historia interesante en ese pueblo de mala muerte y el mercader mentiroso. Todos miraban en mi dirección y se preparaban para seguirme.
Salí corriendo. Ya era hora de salir de allí y proseguir mi viaje. No había mucho por donde esconderse de los guardias que comenzaban a multiplicarse (´´ ¿Qué tiene este pueblo que hay tantos armados? `` ) y a pisarme los talones. Esquivé a uno por la derecha mientras empujaba al compañero que iba con él y caía en un cesto de manzanas que se desparramaron por el suelo.
El mercado era ahora un lío de personas gritando y corriendo. Unos huían, otros trataban de asegurar su mercancía y los últimos solo tenían entre ceja y ceja el atraparme. Logré escabullirme entre la multitud y acabar en un pequeño callejón sin que me viesen
- ¿Cómo no? - dije con un suspiro comprobando que aquel sitio no tenía otra salida que aquella por la que había venido. Me escondí tras un barril mirando afuera por si alguien me seguía.
Por suerte el resultado había sido rápido. La normalidad volvió al mercado en cuanto los soldados salieron a buscarme por algún que otro lado. Aún seguí escondido por si las moscas y para ver qué salida iba a tomar. Lo decidí en el instante en el que pasó un mercader transportando una cesta por la entrada del callejón. Sin miramientos, lo noqueé con un golpe en la nuca y lo arrastré al interior. Necesitaba su vestimenta para pasar inadvertido por el lugar. Lo despojé de ellas y usé su camisa como turbante para esconder mi rostro. Al salir cogí la cesta y me hice pasar por un comerciante.
Todo estaba yendo bien. Demasiado rápido, pero bien. Parecía que nadie se percataba que realmente era el lobo a quien estaban buscando. Actuando de la manera que caracterizaba a un mercader de aquel lugar crucé el bazar sin problemas. Cuando vi la salida del pueblo abandoné la cesta y me apresuré en mi huida.
Seguramente ese fue mi error.
Por mi derecha aparecieron dos soldados que debían estar esperando a que apareciese por allí. Chicos listos. Me gritaron que parase. Uno de ellos me agarró los brazos mientras el otro me quitaba la improvisada máscara de tela.
- ¿Pensabas que ibas a huir de aquí? - preguntó el segundo mientras hacía sonar un cuerno para llamar al resto de la guardia.
Lo miré a los ojos de manera amenazadora y le enseñé los dientes. Pero no dije nada. Si los envalentonaba se volverían más agresivos y harían mejor su trabajo. Tenía que esperar el hueco que me diese la oportunidad de escapar. Un momento de vacilación.
El que me estaba agarrando los brazos parecía que era algo nuevo en esto porque cada vez iba aflojando el agarre. Aun así, iba a ser difícil hacer que me soltase. Su compañero se dio cuenta de mi interés en el que tenía atrás y con la empuñadura de su espada me golpeó la sien derecha cerca del ojo. Aullé de dolor y me dejaron caer al suelo.
- Vaya, vaya. No hace falta verte en forma de lobo para que aúlles asqueroso animal – dijo sonriendo y lanzándome un escupitajo en la cara. Yo me revolvía en el barro del dolor. Notaba deslizar la sangre por la herida que me había abierto. Busqué con la mirada desesperadamente una salida. No encontraba apenas anda que me asegurase salir de allí indemne. Solo a lo lejos una carreta que en breves saldría del pueblo.
Sonreí. Una idea se me pasó por la cabeza y en segundos comencé a ponerla en práctica. Fingí tener una serie de espasmos y desfallecer en el suelo. El chico nuevo hizo lo que ya supuse que haría que fue acercarse (´´Grato error de principiante querido soldadito``). Con un fuerte puñetazo le partí el labio del que cayeron algunos dientes al suelo y donde acabó el desorientado. Con un giro logré desequilibrar al segundo, agarrar su espada y clavársela en el estómago. Su cara sorprendida quedó junto a la mía. Con la sangre cayéndome por el rostro le dediqué una sonrisa y lo dejé caer moribundo.
Escuchaba venir más soldados con sus armaduras de hierro, aunque aún no eran visibles. Eso significaba que ellos tampoco me veían a mí. Corrí por la calle hasta una esquina por donde acabaría pasando la carreta que poco antes se había cruzado en mi campo de visión. Cuando lo hizo, me escabullí por detrás y pude agarrarme a la parte de abajo, junto a las ruedas.
Varios soldados pasaron por allí. Nadie me vio. Sonreí mientras jadeaba. La herida dolía bastante pero ya me preocuparía por ella cuando saliese de allí.
Unas gotas de lluvia comenzaron a caer. Parecía ser el inicio de una gran tormenta
Mia Lïber
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Para grata sorpresa del lupino, el veterano se entusiasmó con la idea de ir a la tal cueva. -¡Claro! ¡Claro! ¡No faltaba más! Vamos, abuelo, enseñémosle a esta sarta de incrédulos- apoyó aún más al anciano, echándole carbón a la llama que se había encendido en los ojos del hombre. Contuvo una risilla al verlo subir a su carromato con torpeza, seguido de un niño y un muchacho, parece que eran los únicos crédulos que habían creído en las palabras del anciano. Eso o eran verdaderamente chismosos. De cualquier forma, los paseos eran más divertidos si habían niños, así que esbozó una sonrisa y se encaramó de un salto en la parte de atrás de la carreta.
Olía a húmedo, el viento corría frío y el cielo se había comenzado a cerrar con pesadas nubes, oscureciendo levemente el día. Señalando lo obvio, estiró un dedo al cielo -Va a llover- indicó -Espero que eso no espante a los gigantes- comentó en tono jocoso, mirando alternadamente al niño y al muchacho. -Yo soy Uther, ¿y ustedes?- preguntó. -¿Viven aquí en Hessdalen o también son forasteros?- continuó preguntando, buscando sacar conversación. -Yo he venido a vender pieles y no me puedo quejar, me las han quitado de las manos- comentó. Se había echado de espaldas sobre la carreta, con las manos cruzadas detrás de la cabeza. Sus piernas se meneaban en el aire, colgando de la parte trasera del carro.
El bamboleo mecía suavemente a Uther, arrullándolo al punto de quedarse dormido. Andar en ese tipo de vehículos causaba ese efecto en el muchacho, siempre, haciendo de él un pésimo conductor y aún peor copiloto. Pero a pesar de ser de fácil sueño, lo tenía liviano, así que un particularmente fuerte rebote lo sobresaltó, despertándolo por completo y haciéndolo sentar de un brinco. Oteó al rededor, sintiendo un nuevo perfume. Ya tenía identificados a los dos chiquillos, el caramelo de la manzana se les había impregnado, y al viejo, que olía a uvas pasas y popó. El nuevo aroma era a sudor, plumas mojadas y sangre de pollo.
Subió las piernas al carro y, acostándose sobre su barriga, se asomó debajo de este, pillando a un chico escondido -¡Vaya! Tenemos un polizón- exclamó sonriente.
Olía a húmedo, el viento corría frío y el cielo se había comenzado a cerrar con pesadas nubes, oscureciendo levemente el día. Señalando lo obvio, estiró un dedo al cielo -Va a llover- indicó -Espero que eso no espante a los gigantes- comentó en tono jocoso, mirando alternadamente al niño y al muchacho. -Yo soy Uther, ¿y ustedes?- preguntó. -¿Viven aquí en Hessdalen o también son forasteros?- continuó preguntando, buscando sacar conversación. -Yo he venido a vender pieles y no me puedo quejar, me las han quitado de las manos- comentó. Se había echado de espaldas sobre la carreta, con las manos cruzadas detrás de la cabeza. Sus piernas se meneaban en el aire, colgando de la parte trasera del carro.
El bamboleo mecía suavemente a Uther, arrullándolo al punto de quedarse dormido. Andar en ese tipo de vehículos causaba ese efecto en el muchacho, siempre, haciendo de él un pésimo conductor y aún peor copiloto. Pero a pesar de ser de fácil sueño, lo tenía liviano, así que un particularmente fuerte rebote lo sobresaltó, despertándolo por completo y haciéndolo sentar de un brinco. Oteó al rededor, sintiendo un nuevo perfume. Ya tenía identificados a los dos chiquillos, el caramelo de la manzana se les había impregnado, y al viejo, que olía a uvas pasas y popó. El nuevo aroma era a sudor, plumas mojadas y sangre de pollo.
Subió las piernas al carro y, acostándose sobre su barriga, se asomó debajo de este, pillando a un chico escondido -¡Vaya! Tenemos un polizón- exclamó sonriente.
Uther
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
El tosco vehículo crujía con cada vuelta de sus gastadas ruedas, el vaivén pronunciado amenazando con partir el eje en cualquier momento. Nada más dejár el pueblo el camino se había transformado en un sendero serpentino de tierra húmeda y piedra que abrazaba la montaña, y cuya falta de mantención sugería que sólo sería usado por arrieros, pastores y leñadores.
El bosque a su alrededor parecía respirar con vida propia. En las tierras bajas el final del Verano había cambiado los colores y texturas, desnudando a los árboles para preparar un nuevo ciclo llegada la Primavera, pero en la montaña el bosque mantenía el verde profundo de las coníferas y el musgo omnipresente alimentado por las generosas lluvias del Este.
Gwynn inspiró profundamente y elevó la mirada al cielo. Entre las ramas y agujas de los pinos era posible ver las nubes oscuras que progresivamente acentuaban las sombras del bosque, recordándole al pequeño por un instante la oscuridad húmeda y rica de la Arboleda Central. Hogar.
Había algo también. Algo que no había notado antes distraído por el tentador aroma del dulce en las manos del pelirrojo, o el vaho etílico que desprendía su nuevo y excéntrico acompañante. No, había algo diferente. Metal palpitante, llamativo, inconfundible. Sangre… y un olor casi ahogado por ella, sutil, etéreo, indescriptible en lenguaje humano pues era algo que sólo su naturaleza animal podía percibir. Un aroma que asociaba a la caza. Adrenalina.
El licántropo se inclinó hacia el muchacho sentado a su lado y le olfateó sin descaro ignorando en buena parte su reacción. La mayoría de los humanos llevaba impregnados sobre sí los olores típicos de la vida sedentaria, una amalgama más o menos homogénea derivada de sus actividades y estilo de vida. El pelirrojo olía como un cazador, un viajero, alguien que entendía el bosque y podía subsistir de él.
Las palabras del hombre le sacaron de su ensimismamiento y sonrió ante su observación. ¿Cuándo era la lluvia una sorpresa en estas tierras?
“Yo soy Gwynn,” dijo señalando su pecho con el pulgar. “Es mi primera vez en Hessdalen. Mi clan vive en la Arboleda,” añadió con orgullo, aún ignorante respecto a las rivalidades sectarias que existían en el mundo licántropo y su propio lugar en él.
“¿Te han robado las pieles?” preguntó frunciendo el ceño. Las expresiones coloquiales en lengua Común eran aún un punto débil para el muchacho. “Los humanos no saben cambiar cosas. Siempre intentan hacer trampa y se enfadan unos con otros. ¿Qué hay de ti?” dijo desviando su atención hacia pelirrjo. “Hueles… ¡como un humano criado por lobos que se ha perdido!” exclamó riendo a causa de su ocurrencia. La descripción estaba basada más en la apariencia del muchacho y su vestimenta que en su aroma, pero para el pequeño licántropo ambos sentidos solían estar mezclados igualmente.
“¿Qué son esos dibujos?” preguntó acercando una mano para tocar con sus dedos la piel tatuada del muchacho. Para su sorpresa no había textura ni relieve. No era pintura sino pigmentos inyectados bajo la piel, tal como hacían algunos guerreros de los clanes fronterizos. La mayoría, sin embargo, prefería usar tinturas naturales que desaparecían al poco tiempo, como la que llevaba encima ahora mismo.
“Nosotros usamos pintura,” dijo señalando los azules dibujos curvilíneos que recorrían desde su mejilla hasta su muñeca, la mayoría ocultos bajo su túnica. “Así puedes dibujar muchas cosas dependiendo de para qué. Estos son para protección. Los hizo mi hermana.”
Uther respondió con un ronquido suave y Gwynn sonrió divertido, aunque la expresión desapareció rápidamente. Allí estaba ese aroma nuevamente. El muchacho miró a su alrededor buscando entre los árboles y sus sombras cualquier indicio de actividad. Alguien les seguía, no había duda. Un cazador o un guerrero, si confiaba en su olfato. Un lobo.
Uther despertó sobresaltado cuando una de las ruedas golpeó una piedra y miró alrededor buscando algo. Gwynn ladeó la cabeza sorprendido. ¿Lo había percibido también? A veces olvidaba que los licántropos fuera de su tribu eran diferentes.
“¿Un polizón?” preguntó extrañado estirando el cuello intentando ver algo. “¿Eso qué es? Pensaba sería un lobo.”
No entendía por qué alguien querría viajar bajo una carreta, ni cómo era posible hacerlo cómodamente, pero no quiso pensar en ello demasiado. En este último par de meses ahabía aprendido que el mundo era un lugar muy raro.
Su mirada viajó lentamente de vuelta hasta el pelirrojo mientras una idea surgía en su mente. Este era el momento…
Sin aviso alguno aprovechó la distracción para inclinarse y robar un enorme mordisco del dulce junto a él.
“¡O shiento!” exclamó intentando no reír con la boca llena de manzana. “¡Tenhía que pobarla!”
En su defensa el pelirrojo había dicho que tendría que luchar por ella, y en el combate como en la caza la sorpresa era siempre la mejor arma.
El bosque a su alrededor parecía respirar con vida propia. En las tierras bajas el final del Verano había cambiado los colores y texturas, desnudando a los árboles para preparar un nuevo ciclo llegada la Primavera, pero en la montaña el bosque mantenía el verde profundo de las coníferas y el musgo omnipresente alimentado por las generosas lluvias del Este.
Gwynn inspiró profundamente y elevó la mirada al cielo. Entre las ramas y agujas de los pinos era posible ver las nubes oscuras que progresivamente acentuaban las sombras del bosque, recordándole al pequeño por un instante la oscuridad húmeda y rica de la Arboleda Central. Hogar.
Había algo también. Algo que no había notado antes distraído por el tentador aroma del dulce en las manos del pelirrojo, o el vaho etílico que desprendía su nuevo y excéntrico acompañante. No, había algo diferente. Metal palpitante, llamativo, inconfundible. Sangre… y un olor casi ahogado por ella, sutil, etéreo, indescriptible en lenguaje humano pues era algo que sólo su naturaleza animal podía percibir. Un aroma que asociaba a la caza. Adrenalina.
El licántropo se inclinó hacia el muchacho sentado a su lado y le olfateó sin descaro ignorando en buena parte su reacción. La mayoría de los humanos llevaba impregnados sobre sí los olores típicos de la vida sedentaria, una amalgama más o menos homogénea derivada de sus actividades y estilo de vida. El pelirrojo olía como un cazador, un viajero, alguien que entendía el bosque y podía subsistir de él.
Las palabras del hombre le sacaron de su ensimismamiento y sonrió ante su observación. ¿Cuándo era la lluvia una sorpresa en estas tierras?
“Yo soy Gwynn,” dijo señalando su pecho con el pulgar. “Es mi primera vez en Hessdalen. Mi clan vive en la Arboleda,” añadió con orgullo, aún ignorante respecto a las rivalidades sectarias que existían en el mundo licántropo y su propio lugar en él.
“¿Te han robado las pieles?” preguntó frunciendo el ceño. Las expresiones coloquiales en lengua Común eran aún un punto débil para el muchacho. “Los humanos no saben cambiar cosas. Siempre intentan hacer trampa y se enfadan unos con otros. ¿Qué hay de ti?” dijo desviando su atención hacia pelirrjo. “Hueles… ¡como un humano criado por lobos que se ha perdido!” exclamó riendo a causa de su ocurrencia. La descripción estaba basada más en la apariencia del muchacho y su vestimenta que en su aroma, pero para el pequeño licántropo ambos sentidos solían estar mezclados igualmente.
“¿Qué son esos dibujos?” preguntó acercando una mano para tocar con sus dedos la piel tatuada del muchacho. Para su sorpresa no había textura ni relieve. No era pintura sino pigmentos inyectados bajo la piel, tal como hacían algunos guerreros de los clanes fronterizos. La mayoría, sin embargo, prefería usar tinturas naturales que desaparecían al poco tiempo, como la que llevaba encima ahora mismo.
“Nosotros usamos pintura,” dijo señalando los azules dibujos curvilíneos que recorrían desde su mejilla hasta su muñeca, la mayoría ocultos bajo su túnica. “Así puedes dibujar muchas cosas dependiendo de para qué. Estos son para protección. Los hizo mi hermana.”
Uther respondió con un ronquido suave y Gwynn sonrió divertido, aunque la expresión desapareció rápidamente. Allí estaba ese aroma nuevamente. El muchacho miró a su alrededor buscando entre los árboles y sus sombras cualquier indicio de actividad. Alguien les seguía, no había duda. Un cazador o un guerrero, si confiaba en su olfato. Un lobo.
Uther despertó sobresaltado cuando una de las ruedas golpeó una piedra y miró alrededor buscando algo. Gwynn ladeó la cabeza sorprendido. ¿Lo había percibido también? A veces olvidaba que los licántropos fuera de su tribu eran diferentes.
“¿Un polizón?” preguntó extrañado estirando el cuello intentando ver algo. “¿Eso qué es? Pensaba sería un lobo.”
No entendía por qué alguien querría viajar bajo una carreta, ni cómo era posible hacerlo cómodamente, pero no quiso pensar en ello demasiado. En este último par de meses ahabía aprendido que el mundo era un lugar muy raro.
Su mirada viajó lentamente de vuelta hasta el pelirrojo mientras una idea surgía en su mente. Este era el momento…
Sin aviso alguno aprovechó la distracción para inclinarse y robar un enorme mordisco del dulce junto a él.
“¡O shiento!” exclamó intentando no reír con la boca llena de manzana. “¡Tenhía que pobarla!”
En su defensa el pelirrojo había dicho que tendría que luchar por ella, y en el combate como en la caza la sorpresa era siempre la mejor arma.
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
La conversación sigue avanzando, esta vez por intervención del curioso ebrio. Kosir se limita a emitir un ruido de aburrimiento mientras deja que el niño y su versión adulta igual de parlanchina hablen un poco.
Es claro que el otro chico también está lejos de su área, quizás fue exiliado aunque las costumbres exteriores son muy variadas. Tal vez está en su rito de madures pues ya parece en edad suficiente para optar a convertirse en adulto.
No soy un humano, soy un hombre.
Tales términos carecen de sentido en bosque negro, allí las personas son personas o no lo son. El muchacho no entiende muy bien porque su interlocutor se clasifica como algo diferente a un ser superior corriente.
El pelirrojo termina mirando de medio lado al autodenominado Gwynn, la comparación que hace es extraña y no sabe si sentirse ofendido, elogiado o completamente mareado por el trabalenguas infantil.
Son runas de protección “dice mientras muestra los tatuajes de su brazo” me las grabaron cuando supere el rito de adultez.
La escritura rúnica que tiene grabada en varias partes de su cuerpo son sellos antiguos de los brumosos, viejo misticismo. Cada individuo de una generación tiene símbolos diferentes con respecto a sus semejantes.
Interesante, cuando te vuelvas adulto seguro pasaran a ser permanentes en el ritual “mira al niño de manera metódica” tal vez en un año.
Es refrescante para el joven salvaje ver referencias lógicas de su hogar afuera, tal parece que la demencial vida urbana no define todo el mundo exterior como inicialmente pensó… siguen siendo muy llorones pero un paso a la vez.
Su viaje toma un giro extraño cuando descubren a un pasajero oculto, la inmediata distracción de Kosir es aprovechada por el niño hablador quien propina el más traicionero mordisco al aperitivo en propiedad del bárbaro.
¡¡¡Danem!!!
Pasa a observar bien la manzana y es que la pequeña piraña casi se la traga toda, menuda mandíbula. Sin perder tiempo el guerrero sujeta del brazo a la escurridiza comadreja mientras decide mentalmente que hacer.
Alguien debe aprender respeto “sonríe maliciosamente”.
Acto seguido sujeta al mocoso del cuello, le coloca el nudillo derecho en la cabeza y comienza a restregar bruscamente su puño. Sigue así varios minutos hasta que se cansa de los aleteos del pequeño, llegado a ese punto le deja tranquilo para luego acabarse lo que resta de la manzana en una sola masticada.
Con esta lluvia el olor a perro mojado se pondrá peor…
Es claro que el otro chico también está lejos de su área, quizás fue exiliado aunque las costumbres exteriores son muy variadas. Tal vez está en su rito de madures pues ya parece en edad suficiente para optar a convertirse en adulto.
No soy un humano, soy un hombre.
Tales términos carecen de sentido en bosque negro, allí las personas son personas o no lo son. El muchacho no entiende muy bien porque su interlocutor se clasifica como algo diferente a un ser superior corriente.
El pelirrojo termina mirando de medio lado al autodenominado Gwynn, la comparación que hace es extraña y no sabe si sentirse ofendido, elogiado o completamente mareado por el trabalenguas infantil.
Son runas de protección “dice mientras muestra los tatuajes de su brazo” me las grabaron cuando supere el rito de adultez.
La escritura rúnica que tiene grabada en varias partes de su cuerpo son sellos antiguos de los brumosos, viejo misticismo. Cada individuo de una generación tiene símbolos diferentes con respecto a sus semejantes.
Interesante, cuando te vuelvas adulto seguro pasaran a ser permanentes en el ritual “mira al niño de manera metódica” tal vez en un año.
Es refrescante para el joven salvaje ver referencias lógicas de su hogar afuera, tal parece que la demencial vida urbana no define todo el mundo exterior como inicialmente pensó… siguen siendo muy llorones pero un paso a la vez.
Su viaje toma un giro extraño cuando descubren a un pasajero oculto, la inmediata distracción de Kosir es aprovechada por el niño hablador quien propina el más traicionero mordisco al aperitivo en propiedad del bárbaro.
¡¡¡Danem!!!
Pasa a observar bien la manzana y es que la pequeña piraña casi se la traga toda, menuda mandíbula. Sin perder tiempo el guerrero sujeta del brazo a la escurridiza comadreja mientras decide mentalmente que hacer.
Alguien debe aprender respeto “sonríe maliciosamente”.
Acto seguido sujeta al mocoso del cuello, le coloca el nudillo derecho en la cabeza y comienza a restregar bruscamente su puño. Sigue así varios minutos hasta que se cansa de los aleteos del pequeño, llegado a ese punto le deja tranquilo para luego acabarse lo que resta de la manzana en una sola masticada.
Con esta lluvia el olor a perro mojado se pondrá peor…
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
- Nota:
- Mia y Uther no pueden continuar la historia por ahora, así que continuan Kosir y Gwynn, al menos por ahora!
Ah, jamás la victoria había sabido tan dulce. Literalmente. El caramelo que cubría la fruta era todo lo que su olfato había prometido. No podía creer que jamás hubiese tenido oportunidad de probar semejante manjar.
Gwynn dedicó una enorme sonrisa llena de manzana al humano, orgulloso e insolente por partes iguales. ¡Seguro no se había esperado semejante truco! El muchacho elevó ambos brazos en señal de victoria, lanzando un gemido de sorpresa al ser asido firmemente por uno ellos. Bastó una rápida mirada a la sonrisa pícara del joven para despertar su instinto de supervivencia de hermano menor.
“¡Nooo!” chilló retorciéndose con la desesperada flexibilidad de una serpiente herida pero todo esfuerzo fue en vano. El agarre del humano era férreo y nada pudo hacer para evitar que un brazo tatuado rodease su cuello firmemente. El viejo se rascó la oreja con el meñique para comprobar que su tímpano no hubiese explotado. Dioses, ahora recordaba cuánto odiaba viajar con niños.
“Ya no queda mucho hasta el primer refugio,” anunció elevando la voz con la esperanza de distraer a los más jóvenes. “Es una cabaña bastante sencilla, para cazadores y tal. Tengo una historia divertida al respecto, hace poco más de una década...”
“¡Ow! ¡Ow! ¡Owww! ¡Nooo!” chilló nuevamente el pequeño licántropo cuando los nudillos del mayor comenzaron a lastimar su cabeza, escupiendo un torrente de trozos de manzana y saliva y una descarga de patadas en todas direcciones.
“¡Quieto, maldición!” graznó el viejo perdiendo el último rastro de paciencia. Con un esfuerzo monumental de su vetusto espinazo logró girarse lo suficiente para asestar una seguidilla de certeros golpes al par de mocosos con la misma vara que usaba con sus bueyes. Finalmente el chico tatuado dejó ir al rubio y el viejo zarandeó la vara en el aire como amenaza antes de girarse hacia el camino nuevamente. Por desgracia, en su afán por disciplinar a sus insufribles pasajeros no había notado cómo la carreta se había desviado del sendero y ahora sólo pudo maldecir entre dientes antes de que una de las ruedas golpease de lleno una pila de rocas mohosas sacudiendo violentamente el vehículo, lo suficiente para espantar al par de bestias que entre bramidos se arrojaron a una carrera espantada.
“¡Eh, quietos! ¡Argh! ¡Quietos, joder!” ladró el viejo intentando tirar de las rudimentarias riendas sin éxito.
Gwynn aferró una de las tablas de la carreta con una mano mientras con la otra agarraba firmemente el brazo del chico humano. Los pinos a su alrededor parecían fundirse en una vorágine de verde y marrón. ¡Dioses! Jamás hubiese pensado que esas bestias podían correr a tal velocidad. Los crujidos secos de la gastada carreta no hacían nada para calmar el vértigo que sentía en su estómago.
Las ruedas golpearon alguna roca en el sendero catapultando al joven licántropo en el aire por un instante, aterrizando dolorosamente sobre su espalda. Al incorporarse notó extrañado que Uther ya no estaba allí.
“¡Hemos perdido a Uther!” grito por sobre el viento y el crujir de la madera, y al notar la expresión confusa del pelirrojo añadió: “¡El lobo ebrio! ¡Estaba allí!”
Un alarido visceral escapó del viejo y Gwynn intentó ver qué sucedía pero no pudo ver nada frente a él salvo nubes grises y en aquella fracción de segundo una parte de su mente casi notó la sospechosa ausencia de pinos, casi, pues con un último crujido ronco el eje cedió completamente.
El golpe de la carreta contra el suelo a esa velocidad catapultó nuevamente al muchacho quien sólo pudo registrar su golpe contra el suelo cubierto de hierba y agujas de pino y los tumbos que dio antes de detenerse. Un segundo alarido pareció perderse rápidamente en la distancia.
Con esfuerzo el muchacho se puso de pie lanzando un gimoteo de dolor y siguió entre tambaleos el rastro de tablas, bisagras y astillas hasta el borde de un precipicio de roca. Gwynn decidió de inmediato que no tenía interés en acercarse lo suficiente para descubrir la distancia que había hasta la base. Al girarse no tardó en divisar el camino entre los árboles, quizá a unas cincuenta yardas.
“¡Hey! ¡Estás bien! Quiero decir… ¿estás bien?” exclamó al encontrar al pelirrojo. El chico no parecía estar en mejores condiciones que él. “El abuelo, creo que ha caído con sus animales por allí,” continuó señalando el precipicio con un dedo, “¿Crees que esté bien?”
Los primeros relámpagos surcaron el cielo acompañados esta vez por gruesos goterones. Menudo comienzo de la aventura.
“El abuelo dijo que el refugio estaba cerca de aquí. Quizá deberíamos ir allí. Quizá él y Uther lo encuentren también. ¡Oh! Aún no me dices cómo te llamas.”
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Lo cierto es que el viejo tiene menos paciencia que el propio Kosir, algo difícil de encontrar sin duda. Por suerte los bastonazos se detienen cuando el chico salvaje suspende su merecido correctivo.
Por desgracia las cosas no transcurren de manera calmada pues durante su arrebato el anciano descuida la carreta, en breve se encuentran atravesando terreno agreste con un vehículo tan viejo como su dueño.
Naner… esto acabara mal.
No hay que ser en genio para deducir que… las carretas viejas no deben someterse a tal esfuerzo. A medida que avanzan por la zona natural el crepitar de su transporte despierta mucha desconfianza.
Luego vienen los saltos y tumbos, el bárbaro debe sujetarse bastante para no terminar rebotando en el espacio reducido como una pelota. El joven chiquillo que le robo la manzana por su parte tiene un buen inicio pero termina emulando a un balón de cuero.
En un evento particularmente violento, el pelirrojo acaba siendo arrojado fuera de la carreta. Da algunas vueltas en la tierra fértil hasta quedar tirado boca arriba, le toma varios segundos superar el zumbido de sus oídos.
Gwynn es la primera visión que tiene el muchacho tribal al recuperar plenamente su conciencia, la preocupación que muestra el niño sin duda es una visión extraña para alguien nacido entre los brumosos.
Estoy bien “pasa a sentarse y luego mira el lugar señalado por su aliado” luego le prenderemos una antorcha a los ancestros…
El viejo, su carreta y las bestias de carga cayeron por un precipicio bastante alto, Kosir no duda de que sus dioses tengan un nuevo visitante en donde sea que vivan. Menudo inicio para una aventura.
Tampoco hay señales del viejo ebrio o incluso el polizón, todo indica que el exiliado ha terminado como cuidador designado. Por lo menos su nuevo protegido ha demostrado ser bastante despabilado.
Kosir, me llamo Kosir “se levanta con esfuerzo” buscar refugio suena bien… espera un momento.
Un dolor intermitente llama su atención, cuando revisa bien nota que tiene una astilla atravesada de lado a lado en la mano izquierda. Pone un rostro de aburrimiento y en cierto movimiento cuidado la arranca sin generar nada más que una mueca rápida de desagrado.
Mucho mejor “dice a medida que aplica una pasta de olor vegetal fuerte en ambos lados de la herida” tiempo de movernos o el señor de la tempestad se divertirá con nosotros.
Por desgracia las cosas no transcurren de manera calmada pues durante su arrebato el anciano descuida la carreta, en breve se encuentran atravesando terreno agreste con un vehículo tan viejo como su dueño.
Naner… esto acabara mal.
No hay que ser en genio para deducir que… las carretas viejas no deben someterse a tal esfuerzo. A medida que avanzan por la zona natural el crepitar de su transporte despierta mucha desconfianza.
Luego vienen los saltos y tumbos, el bárbaro debe sujetarse bastante para no terminar rebotando en el espacio reducido como una pelota. El joven chiquillo que le robo la manzana por su parte tiene un buen inicio pero termina emulando a un balón de cuero.
En un evento particularmente violento, el pelirrojo acaba siendo arrojado fuera de la carreta. Da algunas vueltas en la tierra fértil hasta quedar tirado boca arriba, le toma varios segundos superar el zumbido de sus oídos.
Gwynn es la primera visión que tiene el muchacho tribal al recuperar plenamente su conciencia, la preocupación que muestra el niño sin duda es una visión extraña para alguien nacido entre los brumosos.
Estoy bien “pasa a sentarse y luego mira el lugar señalado por su aliado” luego le prenderemos una antorcha a los ancestros…
El viejo, su carreta y las bestias de carga cayeron por un precipicio bastante alto, Kosir no duda de que sus dioses tengan un nuevo visitante en donde sea que vivan. Menudo inicio para una aventura.
Tampoco hay señales del viejo ebrio o incluso el polizón, todo indica que el exiliado ha terminado como cuidador designado. Por lo menos su nuevo protegido ha demostrado ser bastante despabilado.
Kosir, me llamo Kosir “se levanta con esfuerzo” buscar refugio suena bien… espera un momento.
Un dolor intermitente llama su atención, cuando revisa bien nota que tiene una astilla atravesada de lado a lado en la mano izquierda. Pone un rostro de aburrimiento y en cierto movimiento cuidado la arranca sin generar nada más que una mueca rápida de desagrado.
Mucho mejor “dice a medida que aplica una pasta de olor vegetal fuerte en ambos lados de la herida” tiempo de movernos o el señor de la tempestad se divertirá con nosotros.
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
“Kosir,” repitió el muchacho haciendo una mueca de dolor al tocar su hombro con los dedos. Dioses, seguro mañana tendría el cuerpo pintado de azul y púrpura. El frío no ayudaría tampoco. Lo mejor sería buscar refugio y fuego hasta que la tormenta menguase. Su expresión sólo aumentó de manera conmiserativa al notar la herida en la mano del humano.
“Eso luce feo, Kosir,” dijo con el rostro compungido, ahogando un grito cuando el chico procedió a retirar la astilla con la misma impasibilidad de quien remueve una espina de su ropa. “¡Dioses!” exclamó al notar el borbotón de sangre, e instintivamente se acercó para lamer la herida, pero el humano fue más rápido en extraer una pasta espesa y usarla para detener el sangrado y cubrir el área. Gwynn pudo adivinar por el olor penetrante del ungüento que se trataría de alguna medicina.
“¿No te duele? Ya veo por qué tienes tantas cicatrices en el cuerpo,” bromeó esbozando una sonrisa de tímida mofa. Gwynn jamás lo admitiría, pero el despliegue de estoicismo había despertado un grado de admiración hacia el pelirrojo. Si fuese un lobo sin duda sería un gran cazador.
Un nuevo relámpago cruzó el cielo gris y el muchacho se encogió en su sitio antes de sentir el bramido sacudir los cielos. Siempre había sentido un respeto reverencial hacia el dios del Trueno. En la penumbra húmeda de la Arboleda Central sus rayos brillaban como una constelación fugaz sobre el denso follaje y por un instante Gwynn era capaz de apreciar lo pequeño que eran los enormes árboles de su hogar respecto al mundo a su alrededor. Ahora, bajo un cielo abierto, la sensación era incluso más sobrecogedora.
“Sí. Sólo debemos seguir el camino. Con un poco de suerte llegaremos antes de estar calados hasta los huesos,” dijo echando a andar ajustando la piel de ciervo que cubría sus hombros, y que junto a las botas de alce que ceñían sus pantorrillas desnudas ofrecían mediana protección frente a la lluvia. Aún así sus mechones dorados se pegaban ya sobre su frente y la parte de su túnica de gruesa lana sobre las rodillas no tardaría en quedar empapada. Sabía que sobre cuatro patas la lluvia no presentaría inconveniente alguno, pero no podría comunicarse con Kosir y su hermana probablemente le gritaría por abandonar su ropa en cualquier sitio.
Caminaron un rato en silencio. Gwynn sospechaba que el humano no era uno para desperdiciar palabras libremente y parte de él quería demostrarle que también él podía ser maduro y serio. Irónicamente el aburrimiento no tardó en doblegar su resolución y no tardó en acercarse al pelirrojo casi hasta tocar su brazo.
“¿Está mejor?” preguntó señalando la mano herida. “Una vez cuando era pequeño caí sobre una rama y me hizo una herida aquí, ¿ves?” dijo señalando una diminuta cicatriz en su brazo. “Dolió mucho pero mis padres lamieron la herida y al día siguiente casi no la sentía.”
El muchacho guardó silencio unos momentos observando la ropa y los tatuajes del humano nuevamente sin ocultar la curiosidad que sentía por su apariencia, diferente a la mayoría de los de su raza.
“¿Qué hay de tu familia? ¿Viven cerca de aquí? ¡Ah! ¡Mira!”
Frente a ellos, quizá a un furlong de distancia, una modesta construcción de leños, tablas y techo de césped destacaba en un pequeño claro junto al camino. Por su perfil rústico podía adivinarse que se trataba de una cabaña sencilla de una única habitación y hogar central. Un refugio, tal como el viejo lo había llamado, más que una vivienda.
Recordar al abuelo formó un nudo en el estómago de Gwynn. No podía evitar sentirse culpable por haberle distraído, causando indirectamente el accidente, aunque su mente gritó de inmediato que la culpa era en realidad de Kosir. El muchacho estiró una mano frente a él. Los goterones de lluvia habían dado paso a enormes copos de nieve. El frío no tardaría en congelar sus cabellos y su ropa.
“¡Dioses!” exclamó acelerando el paso. “Espero que haya madera seca dentro. No nos queda mucho tiempo antes de que el sol se oculte.”
“Eso luce feo, Kosir,” dijo con el rostro compungido, ahogando un grito cuando el chico procedió a retirar la astilla con la misma impasibilidad de quien remueve una espina de su ropa. “¡Dioses!” exclamó al notar el borbotón de sangre, e instintivamente se acercó para lamer la herida, pero el humano fue más rápido en extraer una pasta espesa y usarla para detener el sangrado y cubrir el área. Gwynn pudo adivinar por el olor penetrante del ungüento que se trataría de alguna medicina.
“¿No te duele? Ya veo por qué tienes tantas cicatrices en el cuerpo,” bromeó esbozando una sonrisa de tímida mofa. Gwynn jamás lo admitiría, pero el despliegue de estoicismo había despertado un grado de admiración hacia el pelirrojo. Si fuese un lobo sin duda sería un gran cazador.
Un nuevo relámpago cruzó el cielo gris y el muchacho se encogió en su sitio antes de sentir el bramido sacudir los cielos. Siempre había sentido un respeto reverencial hacia el dios del Trueno. En la penumbra húmeda de la Arboleda Central sus rayos brillaban como una constelación fugaz sobre el denso follaje y por un instante Gwynn era capaz de apreciar lo pequeño que eran los enormes árboles de su hogar respecto al mundo a su alrededor. Ahora, bajo un cielo abierto, la sensación era incluso más sobrecogedora.
“Sí. Sólo debemos seguir el camino. Con un poco de suerte llegaremos antes de estar calados hasta los huesos,” dijo echando a andar ajustando la piel de ciervo que cubría sus hombros, y que junto a las botas de alce que ceñían sus pantorrillas desnudas ofrecían mediana protección frente a la lluvia. Aún así sus mechones dorados se pegaban ya sobre su frente y la parte de su túnica de gruesa lana sobre las rodillas no tardaría en quedar empapada. Sabía que sobre cuatro patas la lluvia no presentaría inconveniente alguno, pero no podría comunicarse con Kosir y su hermana probablemente le gritaría por abandonar su ropa en cualquier sitio.
Caminaron un rato en silencio. Gwynn sospechaba que el humano no era uno para desperdiciar palabras libremente y parte de él quería demostrarle que también él podía ser maduro y serio. Irónicamente el aburrimiento no tardó en doblegar su resolución y no tardó en acercarse al pelirrojo casi hasta tocar su brazo.
“¿Está mejor?” preguntó señalando la mano herida. “Una vez cuando era pequeño caí sobre una rama y me hizo una herida aquí, ¿ves?” dijo señalando una diminuta cicatriz en su brazo. “Dolió mucho pero mis padres lamieron la herida y al día siguiente casi no la sentía.”
El muchacho guardó silencio unos momentos observando la ropa y los tatuajes del humano nuevamente sin ocultar la curiosidad que sentía por su apariencia, diferente a la mayoría de los de su raza.
“¿Qué hay de tu familia? ¿Viven cerca de aquí? ¡Ah! ¡Mira!”
Frente a ellos, quizá a un furlong de distancia, una modesta construcción de leños, tablas y techo de césped destacaba en un pequeño claro junto al camino. Por su perfil rústico podía adivinarse que se trataba de una cabaña sencilla de una única habitación y hogar central. Un refugio, tal como el viejo lo había llamado, más que una vivienda.
Recordar al abuelo formó un nudo en el estómago de Gwynn. No podía evitar sentirse culpable por haberle distraído, causando indirectamente el accidente, aunque su mente gritó de inmediato que la culpa era en realidad de Kosir. El muchacho estiró una mano frente a él. Los goterones de lluvia habían dado paso a enormes copos de nieve. El frío no tardaría en congelar sus cabellos y su ropa.
“¡Dioses!” exclamó acelerando el paso. “Espero que haya madera seca dentro. No nos queda mucho tiempo antes de que el sol se oculte.”
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
El desenlace con la astilla impresiona bastante a Gwynn, parece que siente más dolor que el propio Kosir. Claramente es un niño no adaptado a la violencia como tantos otros habitantes del exterior.
Esto es un rasguño “ríe un poco para sí mismo” he tenido heridas mucho peores en mi vida.
Convertirse en adulto dentro de la cultura brumosa requiere un ritual, uno de sus pasos es aniquilar cualquier animal salvaje peligroso en combate personal. Las cicatrices que lleva el muchacho salvaje en su rostro son testimonio de esa violenta pelea… aunque el otro termino mucho peor.
La lluvia no tarda en caer del cielo y aunque viene con cierta intensidad no es lo peor de todo, el viento por otro lado si es algo a tener en cuenta. A Kosir le costó un poco adaptarse a las áreas descubiertas pues en bosque negro no hay sitio sin arboles enormes.
Particularmente al joven adulto no le molesta la lluvia, durante una batalla no hay mejor manera de lavar la sangre que con el cólera del cielo. En condiciones más calmadas suele relajarlo bastante como las gotas caen en su cuerpo, incluso con el factor frio.
A medida que avanzan se forma cierto silencio, estado que no tarda en ser roto por el más joven de los dos. Cierta sonrisa se manifiesta en el rostro del brumoso y es que esperada tal desenlace desde hace minutos, los niños son muy predecibles.
Dranos, no es nada… lamer heridas solo funciona entre bestias, tienes suerte de que sirviera.
Curioso personaje sin duda, lleno de costumbres extrañas para ser un simple exterior. Kosir no deja de sorprenderse de los distintos tipos de personas que se pueden encontrar afuera… es un mundo enorme.
Mi familia… ellos ya no importan.
Todo queda en un impecable silencio incómodo y es que el guerrero tiene muchos sentimientos encontrados en cuanto a su familia, después de todo su padre lo exilio cuando fracaso en matarlo durante un linchamiento por ser más pequeño de lo normal.
Afortunadamente encuentran la cabaña, un pequeño reducto perfecto para soportar la naturaleza. Para ese entonces ambos personajes están empapados aunque al menos llegan justo a tiempo para refugiarse de la nieve.
Sin vacilar el luchador abre la puerta de par en par con una patada, no hay nadie. El sitio se encuentra cuidado pero esa no es la mejor noticia, alguien tuvo la amabilidad de dejar madera al lado de la chimenea.
Los ancestros nos sonríen “dice con cierto alivio en su rostro”.
El pelirrojo no tarda mucho en tirar varios maderos e iniciar fuego con su pedernal, luego se sienta y acerca ambas manos al fuego para recuperar calor. Eventualmente toma varios tragos de su cantimplora, la misma que lleva una receta particular y concentrada de hidromiel.
Es claro que aún no superas tu rito de adultez pero… un trago a esto y se te quitara el frio rápido, velo como un kiner del futuro “ofrece la cantimplora mientras ríe un poco”.
Esto es un rasguño “ríe un poco para sí mismo” he tenido heridas mucho peores en mi vida.
Convertirse en adulto dentro de la cultura brumosa requiere un ritual, uno de sus pasos es aniquilar cualquier animal salvaje peligroso en combate personal. Las cicatrices que lleva el muchacho salvaje en su rostro son testimonio de esa violenta pelea… aunque el otro termino mucho peor.
La lluvia no tarda en caer del cielo y aunque viene con cierta intensidad no es lo peor de todo, el viento por otro lado si es algo a tener en cuenta. A Kosir le costó un poco adaptarse a las áreas descubiertas pues en bosque negro no hay sitio sin arboles enormes.
Particularmente al joven adulto no le molesta la lluvia, durante una batalla no hay mejor manera de lavar la sangre que con el cólera del cielo. En condiciones más calmadas suele relajarlo bastante como las gotas caen en su cuerpo, incluso con el factor frio.
A medida que avanzan se forma cierto silencio, estado que no tarda en ser roto por el más joven de los dos. Cierta sonrisa se manifiesta en el rostro del brumoso y es que esperada tal desenlace desde hace minutos, los niños son muy predecibles.
Dranos, no es nada… lamer heridas solo funciona entre bestias, tienes suerte de que sirviera.
Curioso personaje sin duda, lleno de costumbres extrañas para ser un simple exterior. Kosir no deja de sorprenderse de los distintos tipos de personas que se pueden encontrar afuera… es un mundo enorme.
Mi familia… ellos ya no importan.
Todo queda en un impecable silencio incómodo y es que el guerrero tiene muchos sentimientos encontrados en cuanto a su familia, después de todo su padre lo exilio cuando fracaso en matarlo durante un linchamiento por ser más pequeño de lo normal.
Afortunadamente encuentran la cabaña, un pequeño reducto perfecto para soportar la naturaleza. Para ese entonces ambos personajes están empapados aunque al menos llegan justo a tiempo para refugiarse de la nieve.
Sin vacilar el luchador abre la puerta de par en par con una patada, no hay nadie. El sitio se encuentra cuidado pero esa no es la mejor noticia, alguien tuvo la amabilidad de dejar madera al lado de la chimenea.
Los ancestros nos sonríen “dice con cierto alivio en su rostro”.
El pelirrojo no tarda mucho en tirar varios maderos e iniciar fuego con su pedernal, luego se sienta y acerca ambas manos al fuego para recuperar calor. Eventualmente toma varios tragos de su cantimplora, la misma que lleva una receta particular y concentrada de hidromiel.
Es claro que aún no superas tu rito de adultez pero… un trago a esto y se te quitara el frio rápido, velo como un kiner del futuro “ofrece la cantimplora mientras ríe un poco”.
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Gwynn ingreso a la cabaña tras el humano agradeciendo a los dioses que se encontrase desierta. En caso de haber habido alguien posiblemente no hubiese apreciado la violenta invasión de su espacio.
Sin perder un instante el muchacho procedió a explorar el pequeño refugio mientras Kosir encendía el fuego en el hogar. El edificio era por dentro tan rústico como había parecido desde el exterior, pero pese a su sencillez había sido construido con cuidado y esmero. Los troncos horizontales de sus paredes habían sido cuidadosamente seleccionados y ensamblados añadiendo una doble capa de barro y materia vegetal entre ellos para aislar el aire frío del exterior, y el techo de finas tablas disfrutaba de la protección adicional del césped sobre él. El abuelo había dicho que el lugar era usado por leñadores locales, por lo que su calidad no resultaba extraño.
El interior estaba sumido en la penumbra, salvo por la luz mortecina del sol de invierno que entraba por la puerta abierta. Aún así era suficiente para los agudos ojos del licántropo. En una esquina un sencillo y delgado colchón relleno posiblemente de lana o harapos y una enorme piel de oso ofrecían un espacio para dormir para dos o tres personas. En la esquina contigua y ocupando un cuarto de la cabaña había una montaña de cajas, bolsas de junco y barriles conteniendo herramientas, pieles, trampas y artículos de los cazadores y tramperos que allí pernoctaban.
El muchacho recorrió cada pieza con los dedos lentamente, atento a los golpes de pedernal tras él. Eventualmente llegó a un baúl de fresno junto a la pared. Al abrirlo dejó escapar un gruñido alegre sintiendo la saliva acumularse sobre su lengua.
“¡Kosir, mira!” exclamó cogiendo la bolsa del baúl y llevándola con esfuerzo junto al humano. “Carne ahumada, pan, fruta, ¡queso!” enumeró el licántropo excitado, su timbre agudizándose con cada palabra. Calculaba que habrían pasado el mediodía hacía un buen rato y su estómago rugía ya por un bocado.
El fuego cobraba fuerza ya en el hogar y Gwynn inhaló profundamente el aroma relajante de la madera antes de cerrar la puerta de la cabaña. Tiritando se quitó la ropa empapada colgándola cerca del fuego y cogió una de las pieles de las cajas para envolverse en ella. Sólo entonces se sentó junto al fuego, abriendo la piel ligeramente para que las llamas calentasen su cuerpo helado. Era difícil pensar lo frustrante que debía ser para los humanos pasar el invierno completo sin poder crecer pelaje sobre su piel.
“¿Un kiner del futuro?” preguntó el muchacho aceptando la cantimplora en sus manos. Sin pensarlo dos veces la llevó a sus labios y bebió un par tragos largos y sedientos los cuales le soprendieron por su dulzura, primero, y un latido de corazón más tarde por el ardor intenso en su garganta. Instintivamente inhaló una sonora bocanada de aire que sólo logró que los vapores del alcohol invadiesen también sus pulmones. Tosiendo violentamente el pequeño miró al humano con el rostro rojo y los ojos llorosos. ¿Qué clase de bebida era esta? Era incluso más fuerte que la cerveza que los hombres bebían en las ciudades humanas.
“Gracias,” dijo con voz temblorosa cuando pudo respirar normalmente. “¿Qué… qué es eso? Sabe a miel, pero quema.”
Gwynn aprovechó el momento para poner el pan junto al fuego y llevarse un trozo de carne ahumada a la boca.
“¿Qué haremos ahora?” preguntó mirando el humo desaparecer por las aperturas de ventilación del techo. La temperatura en la cabaña era ahora agradable. “¿Crees que deberíamos esperar a Uther? Tendremos que esperar al menos hasta que nuestra ropa esté seca, o jamás llegaremos a la cueva.”
El muchacho miró al fuego sintiendo su cabeza sorprendentemente ligera. Kosir tenía razón, la bebida en su cantimplora sí que servía para combatir el frío. De hecho podía sentir una extraña calidez en su interior, como cuando despiertas de buen humor en un lecho abrigado. La idea le hizo esbozar una sonrisa boba.
“Oye, ¿puedo beber un poco más de eso?”
Sin perder un instante el muchacho procedió a explorar el pequeño refugio mientras Kosir encendía el fuego en el hogar. El edificio era por dentro tan rústico como había parecido desde el exterior, pero pese a su sencillez había sido construido con cuidado y esmero. Los troncos horizontales de sus paredes habían sido cuidadosamente seleccionados y ensamblados añadiendo una doble capa de barro y materia vegetal entre ellos para aislar el aire frío del exterior, y el techo de finas tablas disfrutaba de la protección adicional del césped sobre él. El abuelo había dicho que el lugar era usado por leñadores locales, por lo que su calidad no resultaba extraño.
El interior estaba sumido en la penumbra, salvo por la luz mortecina del sol de invierno que entraba por la puerta abierta. Aún así era suficiente para los agudos ojos del licántropo. En una esquina un sencillo y delgado colchón relleno posiblemente de lana o harapos y una enorme piel de oso ofrecían un espacio para dormir para dos o tres personas. En la esquina contigua y ocupando un cuarto de la cabaña había una montaña de cajas, bolsas de junco y barriles conteniendo herramientas, pieles, trampas y artículos de los cazadores y tramperos que allí pernoctaban.
El muchacho recorrió cada pieza con los dedos lentamente, atento a los golpes de pedernal tras él. Eventualmente llegó a un baúl de fresno junto a la pared. Al abrirlo dejó escapar un gruñido alegre sintiendo la saliva acumularse sobre su lengua.
“¡Kosir, mira!” exclamó cogiendo la bolsa del baúl y llevándola con esfuerzo junto al humano. “Carne ahumada, pan, fruta, ¡queso!” enumeró el licántropo excitado, su timbre agudizándose con cada palabra. Calculaba que habrían pasado el mediodía hacía un buen rato y su estómago rugía ya por un bocado.
El fuego cobraba fuerza ya en el hogar y Gwynn inhaló profundamente el aroma relajante de la madera antes de cerrar la puerta de la cabaña. Tiritando se quitó la ropa empapada colgándola cerca del fuego y cogió una de las pieles de las cajas para envolverse en ella. Sólo entonces se sentó junto al fuego, abriendo la piel ligeramente para que las llamas calentasen su cuerpo helado. Era difícil pensar lo frustrante que debía ser para los humanos pasar el invierno completo sin poder crecer pelaje sobre su piel.
“¿Un kiner del futuro?” preguntó el muchacho aceptando la cantimplora en sus manos. Sin pensarlo dos veces la llevó a sus labios y bebió un par tragos largos y sedientos los cuales le soprendieron por su dulzura, primero, y un latido de corazón más tarde por el ardor intenso en su garganta. Instintivamente inhaló una sonora bocanada de aire que sólo logró que los vapores del alcohol invadiesen también sus pulmones. Tosiendo violentamente el pequeño miró al humano con el rostro rojo y los ojos llorosos. ¿Qué clase de bebida era esta? Era incluso más fuerte que la cerveza que los hombres bebían en las ciudades humanas.
“Gracias,” dijo con voz temblorosa cuando pudo respirar normalmente. “¿Qué… qué es eso? Sabe a miel, pero quema.”
Gwynn aprovechó el momento para poner el pan junto al fuego y llevarse un trozo de carne ahumada a la boca.
“¿Qué haremos ahora?” preguntó mirando el humo desaparecer por las aperturas de ventilación del techo. La temperatura en la cabaña era ahora agradable. “¿Crees que deberíamos esperar a Uther? Tendremos que esperar al menos hasta que nuestra ropa esté seca, o jamás llegaremos a la cueva.”
El muchacho miró al fuego sintiendo su cabeza sorprendentemente ligera. Kosir tenía razón, la bebida en su cantimplora sí que servía para combatir el frío. De hecho podía sentir una extraña calidez en su interior, como cuando despiertas de buen humor en un lecho abrigado. La idea le hizo esbozar una sonrisa boba.
“Oye, ¿puedo beber un poco más de eso?”
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
El pequeño cachorro hace un descubrimiento bastante interesante, comida almacenada y con cierta frescura además. Kosir no tarda en tomar un poco de todo para satisfacer su enorme apetito bárbaro.
Tendremos que dejar un ciervo ahumado como tributo por esta comida.
La gente de afuera suele ver a los tribales como terribles personas que viven apartadas de la civilización por su propio salvajismo, nada más alejado de la realidad. Muchos clanes tienen reglas más decentes que las enormes ciudades exteriores, como la ley del tributo que obliga a todo brumoso a reponer cualquier cosa tomada en necesidad.
Gwynn remueve sus ropajes para secarse más rápido, afortunadamente no tarda en ponerse algo encima. Kosir por su parte no necesita recurrir a eso porque sus prendas son impermeables, un estilo de confección popular en bosque negro debido al clima húmedo.
Que soporte bien el agua no significa inmunidad total pero solo caer en una masa liquida grande puede empapar internamente al muchacho mientras lleve sus cosas, otro legado de una gente que lo detesta.
Kiner… significa adelanto creo “suspira” que palabras más raras usan los exteriores.
Lo siguiente es un espectáculo bastante hilarante, el niño tomando su primera bebida fuerte. Kosir no puede evitar soltar sonoras carcajadas mientras su acompañante intenta no ahogarse por la inexperiencia.
¡Te hará crecer pelo en pecho jajaja! “le da una palmada algo brusca en la espalda a Gwynn”.
Olvidaba lo divertidos que son los cachorros, ahora entiende porque no les pateaba el trasero cuando lo molestaban en su aldea. Incluso un salvaje necesita diversión sana de tanto en tanto, algo que no implique violencia o sexo.
Si no están aquí es que siguieron otro camino, ya no podemos contar con su existencia… pero mejor esperamos a que Malacar descargue su ira.
Caminar en una tormenta no es muy prudente, desgasta mucho. Si son sorprendidos por un elemento mejor adaptado tendrán su capacidad combativa reducida a la mitad y un guerrero debilitado muere bastante rápido.
La petición del pequeño genera cierta sonrisa en su responsable, claramente quiere otro intento con la bebida. El hidromiel ritual es una cuestión de adultos aunque los chiquillos brumosos pueden tomarlo si le aguantan… claro que luego de la primera resaca suelen abandonar el hábito hasta que ganan más años.
De acuerdo, veamos si tienes lo necesario “le acerca nuevamente la cantimplora”.
Tendremos que dejar un ciervo ahumado como tributo por esta comida.
La gente de afuera suele ver a los tribales como terribles personas que viven apartadas de la civilización por su propio salvajismo, nada más alejado de la realidad. Muchos clanes tienen reglas más decentes que las enormes ciudades exteriores, como la ley del tributo que obliga a todo brumoso a reponer cualquier cosa tomada en necesidad.
Gwynn remueve sus ropajes para secarse más rápido, afortunadamente no tarda en ponerse algo encima. Kosir por su parte no necesita recurrir a eso porque sus prendas son impermeables, un estilo de confección popular en bosque negro debido al clima húmedo.
Que soporte bien el agua no significa inmunidad total pero solo caer en una masa liquida grande puede empapar internamente al muchacho mientras lleve sus cosas, otro legado de una gente que lo detesta.
Kiner… significa adelanto creo “suspira” que palabras más raras usan los exteriores.
Lo siguiente es un espectáculo bastante hilarante, el niño tomando su primera bebida fuerte. Kosir no puede evitar soltar sonoras carcajadas mientras su acompañante intenta no ahogarse por la inexperiencia.
¡Te hará crecer pelo en pecho jajaja! “le da una palmada algo brusca en la espalda a Gwynn”.
Olvidaba lo divertidos que son los cachorros, ahora entiende porque no les pateaba el trasero cuando lo molestaban en su aldea. Incluso un salvaje necesita diversión sana de tanto en tanto, algo que no implique violencia o sexo.
Si no están aquí es que siguieron otro camino, ya no podemos contar con su existencia… pero mejor esperamos a que Malacar descargue su ira.
Caminar en una tormenta no es muy prudente, desgasta mucho. Si son sorprendidos por un elemento mejor adaptado tendrán su capacidad combativa reducida a la mitad y un guerrero debilitado muere bastante rápido.
La petición del pequeño genera cierta sonrisa en su responsable, claramente quiere otro intento con la bebida. El hidromiel ritual es una cuestión de adultos aunque los chiquillos brumosos pueden tomarlo si le aguantan… claro que luego de la primera resaca suelen abandonar el hábito hasta que ganan más años.
De acuerdo, veamos si tienes lo necesario “le acerca nuevamente la cantimplora”.
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Gwyinn cogió la cantimplora nuevamente moviéndola de lado a lado para oír el líquido en su interior. Aún quedaba bastante de la pócima de miel ardiente, así que podría beber con confianza sabiendo que no privaría al humano de ella. Llevándosela a los labios bebió otro trago haciendo una mueca al sentir el néctar quemar su garganta antes de ofrecérselo al joven junto a él.
Su cuerpo y su cabeza se sentían ligeros, tal como cuando reæia durante largo rato hasta quedar sin aliento. Reclinándose hacia atrás estiró ambas piernas para calentar sus pies frente al fuego, moviendo sus dedos como si pudiese comandar las llamas con ellos. Inclinando la cabeza hacia adelante inspeccionó unos momentos su torso lampiño.
“Pues no está haciendo efecto,” comento sonriendo. “¿Te ha hecho a ti crecer pelo en el pecho? ¡Quizá no llevas nada encima y ese es tu pelaje!” exclamó señalando el abrigo de pieles del joven humano antes de estallar en carcajadas.
A la distancia un aullido interrumpió la tranquilidad en la cabaña recordándoles que se encontraban en medio del bosque. El muchacho giró la cabeza escuchando atentamente. El llamado era largo, expresivo, entusiasta. Gwynn no podía reconocer la voz, naturalmente, pero el mensaje era claro y transparente, suficiente para sacudir su lado lupino y acelerar su pulso. Agruparse. Manada. Caza.
Un coro de voces no tardó en responder a la invocación, la excitación patente en cada una de ellas. Gwynn entendía perfectamente el por qué. Para los humanos la nieve podía arruinar cualquier intento de cacería, pero para los lobos era una oportunidad. No necesitabas ver las huellas sobre cuatro patas, ni tampoco otear el horizonte. Sólo debías seguir tu olfato, tu oído y tu instinto sabiendo que los copos revoloteando en el aire ayudarían a ocultar tu figura y tu movimiento. Gwynn con su pelaje albo se sentía como un espectro sobre la nieve, invisible, incorpóreo.
El muchacho suspiró sintiendo una punzada de nostalgia en su vientre. Echaba de menos a su manada, el correr sin pausa comunicándose sin palabras, el compartir un corazón y un espíritu. Echaba de menos a sus hermanos y su familia.
“Es muy cómodo, ¿sabes?” preguntó distraídamente. “Estar cubierto de pelo, quiero decir. Nunca tienes frío y sobre cuatro patas puedes correr día y noche.”
Su mirada retornó al humano y particularmente a la peculiar espada junto a él. Había visto armas confeccionadas con hueso o dientes de diferentes criaturas; cabezas de flecha, de lanza o pequeños cuchillos, pero jamás semejante hoja.
“¿No se rompe tu espada?” preguntó ladeando la cabeza. “Debe ser de un animal muy fuerte, ¡y muy grande!”
El muchacho esbozó una sonrisa enorme poniéndose de pie como un resorte. El vértigo y la ligereza en su cabeza se sintieron como si hubiese sido catapultado la altura de un roble y no meros cuatro pies y medio.
“¿Por qué no me enseñas a usarla?” preguntó saltando en su sitio sin poder contener su entusiasmo. Ya podía verse blandiendo un arma como los guerreros de las ciudades humanas, cubierto en malla de metal bajo coloridas túnicas. Sin duda se sentiría increíblemente incómodo pero podía imaginar el rostro de sus hermanos si pudiesen verle.
Su cuerpo y su cabeza se sentían ligeros, tal como cuando reæia durante largo rato hasta quedar sin aliento. Reclinándose hacia atrás estiró ambas piernas para calentar sus pies frente al fuego, moviendo sus dedos como si pudiese comandar las llamas con ellos. Inclinando la cabeza hacia adelante inspeccionó unos momentos su torso lampiño.
“Pues no está haciendo efecto,” comento sonriendo. “¿Te ha hecho a ti crecer pelo en el pecho? ¡Quizá no llevas nada encima y ese es tu pelaje!” exclamó señalando el abrigo de pieles del joven humano antes de estallar en carcajadas.
A la distancia un aullido interrumpió la tranquilidad en la cabaña recordándoles que se encontraban en medio del bosque. El muchacho giró la cabeza escuchando atentamente. El llamado era largo, expresivo, entusiasta. Gwynn no podía reconocer la voz, naturalmente, pero el mensaje era claro y transparente, suficiente para sacudir su lado lupino y acelerar su pulso. Agruparse. Manada. Caza.
Un coro de voces no tardó en responder a la invocación, la excitación patente en cada una de ellas. Gwynn entendía perfectamente el por qué. Para los humanos la nieve podía arruinar cualquier intento de cacería, pero para los lobos era una oportunidad. No necesitabas ver las huellas sobre cuatro patas, ni tampoco otear el horizonte. Sólo debías seguir tu olfato, tu oído y tu instinto sabiendo que los copos revoloteando en el aire ayudarían a ocultar tu figura y tu movimiento. Gwynn con su pelaje albo se sentía como un espectro sobre la nieve, invisible, incorpóreo.
El muchacho suspiró sintiendo una punzada de nostalgia en su vientre. Echaba de menos a su manada, el correr sin pausa comunicándose sin palabras, el compartir un corazón y un espíritu. Echaba de menos a sus hermanos y su familia.
“Es muy cómodo, ¿sabes?” preguntó distraídamente. “Estar cubierto de pelo, quiero decir. Nunca tienes frío y sobre cuatro patas puedes correr día y noche.”
Su mirada retornó al humano y particularmente a la peculiar espada junto a él. Había visto armas confeccionadas con hueso o dientes de diferentes criaturas; cabezas de flecha, de lanza o pequeños cuchillos, pero jamás semejante hoja.
“¿No se rompe tu espada?” preguntó ladeando la cabeza. “Debe ser de un animal muy fuerte, ¡y muy grande!”
El muchacho esbozó una sonrisa enorme poniéndose de pie como un resorte. El vértigo y la ligereza en su cabeza se sintieron como si hubiese sido catapultado la altura de un roble y no meros cuatro pies y medio.
“¿Por qué no me enseñas a usarla?” preguntó saltando en su sitio sin poder contener su entusiasmo. Ya podía verse blandiendo un arma como los guerreros de las ciudades humanas, cubierto en malla de metal bajo coloridas túnicas. Sin duda se sentiría increíblemente incómodo pero podía imaginar el rostro de sus hermanos si pudiesen verle.
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Es claro que al cachorro le gusta el hidromiel ritual, nada mal. Por desgracia una vez ambos personajes se separen tendrá que probar esa orina diluida que venden en los lugares de reposo del enorme mundo.
Toma su tiempo “ríe entre dientes” al final tendré más pelo que estas pieles, ¡JAJA!
Los animales del bosque pasan a comunicarse, aullando como los lobos que son. Es algo que Kosir conoce bien, todos los tipos de depredadores que atiborran los bosques exteriores suelen converger también en su hogar.
“Suelta algunos aullidos aleatorios con tono alto que sorprendentemente reciben una lejana respuesta”.
No es la primera vez que lo hace y tiene cierta experiencia, vivir en un bosque no da una amplia gama de actividades entretenidas. Claramente no puede entender el lenguaje animal pero como buen salvaje lo imita tan bien que consigue replica.
Más difícil es imitar a un oso, duele la garganta.
La siguiente revelación del niño es un tanto extraña, hace que su responsable le mire con cierta intriga. No sabe bien si está inventando todo o es parte de algún clan maldito extraño como solo los tienen en el exterior.
Carez… ¿Entonces te cubres de pelo y corres en cuatro patas?, ¿Por qué?
Como buen cachorro la atención del pequeño cambia de enfoque rápido, pasa a sentir curiosidad por el mandoble de Kosir. Ya para el bárbaro es obvio que casi nadie en el enorme mundo utiliza el hueso ritual como material de forja.
Es hueso ritual, tan duro como el acero. En bosque negro tenemos los glares, cementerios de bestias enormes cuyos huesos son tan grandes como los arboles más viejos.
Poco afuera conocen esa historia aunque tampoco es un gran secreto sagrado, cualquier visitante lo suficientemente afortunado como para lograr Salir en una pieza puede admirarles y sacar sus impresiones sin mucho esfuerzo.
Tranquilo curo, seguro ganaras algo similar cuando superes tu rito de adultez.
El entusiasmo mostrado por Gwynn es predecible, el mismo Kosir destilaba lo mismo en cada reunión de guerreros cuando aún no había alcanzado su edad independiente… tantos recuerdos ahora vistos desde otro ángulo.
Claro “clava a Kaiju en el suelo” solo retírala con fuerza.
Una sonrisa maliciosa se forma en el brumoso y es que solo él sabe que su arma es extremadamente liviana, incluso un niño puede manejarla con facilidad. Blandirla es otra cosa claro pero no llegaran a eso.
Toma su tiempo “ríe entre dientes” al final tendré más pelo que estas pieles, ¡JAJA!
Los animales del bosque pasan a comunicarse, aullando como los lobos que son. Es algo que Kosir conoce bien, todos los tipos de depredadores que atiborran los bosques exteriores suelen converger también en su hogar.
“Suelta algunos aullidos aleatorios con tono alto que sorprendentemente reciben una lejana respuesta”.
No es la primera vez que lo hace y tiene cierta experiencia, vivir en un bosque no da una amplia gama de actividades entretenidas. Claramente no puede entender el lenguaje animal pero como buen salvaje lo imita tan bien que consigue replica.
Más difícil es imitar a un oso, duele la garganta.
La siguiente revelación del niño es un tanto extraña, hace que su responsable le mire con cierta intriga. No sabe bien si está inventando todo o es parte de algún clan maldito extraño como solo los tienen en el exterior.
Carez… ¿Entonces te cubres de pelo y corres en cuatro patas?, ¿Por qué?
Como buen cachorro la atención del pequeño cambia de enfoque rápido, pasa a sentir curiosidad por el mandoble de Kosir. Ya para el bárbaro es obvio que casi nadie en el enorme mundo utiliza el hueso ritual como material de forja.
Es hueso ritual, tan duro como el acero. En bosque negro tenemos los glares, cementerios de bestias enormes cuyos huesos son tan grandes como los arboles más viejos.
Poco afuera conocen esa historia aunque tampoco es un gran secreto sagrado, cualquier visitante lo suficientemente afortunado como para lograr Salir en una pieza puede admirarles y sacar sus impresiones sin mucho esfuerzo.
Tranquilo curo, seguro ganaras algo similar cuando superes tu rito de adultez.
El entusiasmo mostrado por Gwynn es predecible, el mismo Kosir destilaba lo mismo en cada reunión de guerreros cuando aún no había alcanzado su edad independiente… tantos recuerdos ahora vistos desde otro ángulo.
Claro “clava a Kaiju en el suelo” solo retírala con fuerza.
Una sonrisa maliciosa se forma en el brumoso y es que solo él sabe que su arma es extremadamente liviana, incluso un niño puede manejarla con facilidad. Blandirla es otra cosa claro pero no llegaran a eso.
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
¿Por qué?
La pregunta hizo eco en su cabeza. Jamás lo había pensado. ¿Existía alguna razón? Para él correr sobre cuatro patas resultaba tan natural como hacerlo sobre dos, como correr y caminar, dos funciones básicas que podían alternarse según la necesidad. Resultaba difícil recordar que Kosir, pese a su vestimenta y su relación con el bosque, pese a su personalidad y la manera en que podía responder con confianza al llamado de los lobos era, finalmente, humano.
Gwynn había siempre pensado en ellos como lobos incompletos. Seres que habían olvidado el Regalo. Había oído en las ciudades humanas que los licántropos eran el resultado de experimentos realizados por los hombres del portal, pero eso no era verdad. Sus padres le habían dicho que ellos habían simplemente despertado algo que ya existía allí. Su verdadera naturaleza.
Por fortuna no tuvo que encontrar una respuesta, atento ahora a la explicación del pelirrojo.
“¿Quién pone las bestias allí? ¿Otras bestias? ¿Por qué crecen tanto? ¿Puedes comerlas?” El muchacho se mordió el labio para detener su asalto inquisitivo. No era el momento de saciar su sed de historias, sino de mostrar su lado de cazador y guerrero. Neutralizando su semblante observó a Kosir clavar la espada en el suelo y asintió solemnemente. ¡Esta era una primera prueba!
Gwynn se irguió dejando caer la piel que cubría sus hombros y apretó con fuerza sus nudillos tal como había visto a otros hombres hacer cuando era necesario una demostración de su portento físico, pero sus tendones tiernos se negaron a producir chasquido alguno. Sin perder espíritu el muchacho se acercó al arma frunciendo el ceño, conjurando todo el orgullo y confianza posible para un cachorro de su tamaño. Rodeando la empuñadura con sus manos dio un pequeño tirón exploratorio. La hoja parecía estar firmemente clavada, y si era cierto que se trataba de algún tipo de hueso tan duro como el acero sin duda sería también sorprendentemente densa. Esto requeriría de todas sus fuerzas, pensó Gwynn inspirando sonoramente por la nariz. No podía quedar en ridículo frente al mayor.
Lanzando un gruñido de guerra el muchacho dobló las rodillas y tiró tan fuerte como le era posible. Casi no registró la hoja disparada en el aire, al menos no hasta sentir su equilibrio ceder mientras caía de espaldas lentamente. El gruñido de guerra había mutado rápidamente en un chillido ahogado y el licántropo arrojó los brazos hacia los costados desesperadamente trazando un arco amplio con la espada en sus manos. Tras un par de torpes giros cayó finalmente sentado logrando clavar el mandoble en la pared tras él.
“¡Ow! ¡Maldición!” gritó intentando ponerse de pie rápidamente, como si con ello pudiese recuperar alguna migaja de dignidad. Su rostro ardía al mirar a Kosir. “Lo siento, yo… no esperaba que pudiera hacerlo. Debo tener mucha fuerza.” La afirmación había sonado más bien como una pregunta.
Tiró de la espada con cuidado para evitar un fiasco como el anterior y, extrañado, notó que una pieza de madera se desprendía del troncó en la pared. En su interior Gwynn encontró un pergamino doblado torpemente, como si quien sea lo hubiese escondido allí lo hiciese con desesperada prisa.
“¿Qué..?”
Dejando la espada a un lado el muchacho abrió el pergamino. Lo primero notó fueron las manchas de sangre seca que lo cubría, bajo las cuales un tosco dibujo coronaba un breve texto en la lengua humana. El icántropo intentó descifrar lo que era unos momentos con el ceño fruncido en concentración.
“¿Kosir? ¿Puedes leer esto?” preguntó ofreciéndole al joven el pergamino. “Tiene un dibujo raro. Creo que es un fantasma saludando.”
La pregunta hizo eco en su cabeza. Jamás lo había pensado. ¿Existía alguna razón? Para él correr sobre cuatro patas resultaba tan natural como hacerlo sobre dos, como correr y caminar, dos funciones básicas que podían alternarse según la necesidad. Resultaba difícil recordar que Kosir, pese a su vestimenta y su relación con el bosque, pese a su personalidad y la manera en que podía responder con confianza al llamado de los lobos era, finalmente, humano.
Gwynn había siempre pensado en ellos como lobos incompletos. Seres que habían olvidado el Regalo. Había oído en las ciudades humanas que los licántropos eran el resultado de experimentos realizados por los hombres del portal, pero eso no era verdad. Sus padres le habían dicho que ellos habían simplemente despertado algo que ya existía allí. Su verdadera naturaleza.
Por fortuna no tuvo que encontrar una respuesta, atento ahora a la explicación del pelirrojo.
“¿Quién pone las bestias allí? ¿Otras bestias? ¿Por qué crecen tanto? ¿Puedes comerlas?” El muchacho se mordió el labio para detener su asalto inquisitivo. No era el momento de saciar su sed de historias, sino de mostrar su lado de cazador y guerrero. Neutralizando su semblante observó a Kosir clavar la espada en el suelo y asintió solemnemente. ¡Esta era una primera prueba!
Gwynn se irguió dejando caer la piel que cubría sus hombros y apretó con fuerza sus nudillos tal como había visto a otros hombres hacer cuando era necesario una demostración de su portento físico, pero sus tendones tiernos se negaron a producir chasquido alguno. Sin perder espíritu el muchacho se acercó al arma frunciendo el ceño, conjurando todo el orgullo y confianza posible para un cachorro de su tamaño. Rodeando la empuñadura con sus manos dio un pequeño tirón exploratorio. La hoja parecía estar firmemente clavada, y si era cierto que se trataba de algún tipo de hueso tan duro como el acero sin duda sería también sorprendentemente densa. Esto requeriría de todas sus fuerzas, pensó Gwynn inspirando sonoramente por la nariz. No podía quedar en ridículo frente al mayor.
Lanzando un gruñido de guerra el muchacho dobló las rodillas y tiró tan fuerte como le era posible. Casi no registró la hoja disparada en el aire, al menos no hasta sentir su equilibrio ceder mientras caía de espaldas lentamente. El gruñido de guerra había mutado rápidamente en un chillido ahogado y el licántropo arrojó los brazos hacia los costados desesperadamente trazando un arco amplio con la espada en sus manos. Tras un par de torpes giros cayó finalmente sentado logrando clavar el mandoble en la pared tras él.
“¡Ow! ¡Maldición!” gritó intentando ponerse de pie rápidamente, como si con ello pudiese recuperar alguna migaja de dignidad. Su rostro ardía al mirar a Kosir. “Lo siento, yo… no esperaba que pudiera hacerlo. Debo tener mucha fuerza.” La afirmación había sonado más bien como una pregunta.
Tiró de la espada con cuidado para evitar un fiasco como el anterior y, extrañado, notó que una pieza de madera se desprendía del troncó en la pared. En su interior Gwynn encontró un pergamino doblado torpemente, como si quien sea lo hubiese escondido allí lo hiciese con desesperada prisa.
“¿Qué..?”
Dejando la espada a un lado el muchacho abrió el pergamino. Lo primero notó fueron las manchas de sangre seca que lo cubría, bajo las cuales un tosco dibujo coronaba un breve texto en la lengua humana. El icántropo intentó descifrar lo que era unos momentos con el ceño fruncido en concentración.
“¿Kosir? ¿Puedes leer esto?” preguntó ofreciéndole al joven el pergamino. “Tiene un dibujo raro. Creo que es un fantasma saludando.”
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Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Las preguntas del niño acerca de los huesos rituales ponen pensativo a Kosir, lo cierto es que solo los chamanes saben la historia completa. Para el resto casi siempre es suficiente con manejar pocos detalles.
Difícil saber, eran bestias ancestrales pero ya no existen, solo nos quedan sus huesos de recuerdo “pone rosto serio” les llamamos titanes.
Eventualmente llegan al momento esperado, el intento de Gwynn por retirar el mandoble. Su responsable se retira un poco para evitar que el efecto residual lo golpee de lleno y es que está bastante seguro de lo que pasara.
El cachorro acumula fuerzas como era previsible, se toma su tiempo para ponerse en comunión con su cuerpo. Ante dicho espectáculo el personaje bárbaro no puede sino sonreír, pobre chico se llevara un susto de muerte.
Luego de varios minutos de preparación el chiquillo hace su intento, pone a trabajar su poco desarrollada musculatura y tira desde una posición fortalecida… es suficiente con decir que pronto descubre las milagrosas propiedades del hueso ritual.
Kaiju da un arco perfecto en el aire para luego terminar clavada a espaldas de su fugaz manejador, para ese entonces las sonoras carcajadas de Kosir ya no son contenidas por ningún tipo de impedimento táctico.
Con esfuerzo Gwynn recupera la compostura, está bastante confuso sobre lo que acaba de hacer. Sin duda una escena que su cuidador no puede evitar tomar como otro evento hilarante en toda la treta.
El hueso ritual es ligero, requiere más habilidad que fuerza su manejo.
Extrañamente otra cosa llama la atención del pequeño, encuentra algo en el agujero causado por la espada aunque suene extraño. Es la clase de eventos aleatorios que suelen colmar el mundo exterior sin duda.
Creo que puedo.
El brumoso toma la delicada pieza de pergamino, es claro que lleva tiempo oculto. Es lengua humana exterior y aunque Kosir la domina acarrea otras complicaciones… basta decir que el muchacho salvaje entiende todo pero le es difícil leerlo letra por letra a un tercero.
Es… danem, indica algo oculto en una estatua cercana “hace un esfuerzo por revelar más” está en un claro al oeste.
Con curiosidad el guerrero busca otros detalles, termina con las manos vacías. Es un mensaje sencillo que sin duda despierta la curiosidad, por otro lado es difícil saber si tiene algo de real o es mera fantasía.
Difícil saber, eran bestias ancestrales pero ya no existen, solo nos quedan sus huesos de recuerdo “pone rosto serio” les llamamos titanes.
Eventualmente llegan al momento esperado, el intento de Gwynn por retirar el mandoble. Su responsable se retira un poco para evitar que el efecto residual lo golpee de lleno y es que está bastante seguro de lo que pasara.
El cachorro acumula fuerzas como era previsible, se toma su tiempo para ponerse en comunión con su cuerpo. Ante dicho espectáculo el personaje bárbaro no puede sino sonreír, pobre chico se llevara un susto de muerte.
Luego de varios minutos de preparación el chiquillo hace su intento, pone a trabajar su poco desarrollada musculatura y tira desde una posición fortalecida… es suficiente con decir que pronto descubre las milagrosas propiedades del hueso ritual.
Kaiju da un arco perfecto en el aire para luego terminar clavada a espaldas de su fugaz manejador, para ese entonces las sonoras carcajadas de Kosir ya no son contenidas por ningún tipo de impedimento táctico.
Con esfuerzo Gwynn recupera la compostura, está bastante confuso sobre lo que acaba de hacer. Sin duda una escena que su cuidador no puede evitar tomar como otro evento hilarante en toda la treta.
El hueso ritual es ligero, requiere más habilidad que fuerza su manejo.
Extrañamente otra cosa llama la atención del pequeño, encuentra algo en el agujero causado por la espada aunque suene extraño. Es la clase de eventos aleatorios que suelen colmar el mundo exterior sin duda.
Creo que puedo.
El brumoso toma la delicada pieza de pergamino, es claro que lleva tiempo oculto. Es lengua humana exterior y aunque Kosir la domina acarrea otras complicaciones… basta decir que el muchacho salvaje entiende todo pero le es difícil leerlo letra por letra a un tercero.
Es… danem, indica algo oculto en una estatua cercana “hace un esfuerzo por revelar más” está en un claro al oeste.
Con curiosidad el guerrero busca otros detalles, termina con las manos vacías. Es un mensaje sencillo que sin duda despierta la curiosidad, por otro lado es difícil saber si tiene algo de real o es mera fantasía.
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
Gwynn le quitó el pergamino de las manos para examinarlo nuevamente. Algo oculto en una estatua… ¿era eso el dibujo entero? De ser así sería sin duda la estatua más fea que jamás hubiese visto. Quizá algún demonio local, o un monstruo.
“Al Oeste…” murmuró frunciendo el ceño. “Es más o menos hacia donde nos dirigíamos inicialmente.”
El muchacho dio un par de zancadas y abrió la puerta de la cabaña, tiritando levemente cuando el aire frío golpeó su piel. Afuera la tormenta había dado paso a una suave precipitación de pequeños copos de nieve que revoloteaban alrededor de un eje vertical. Perfecto, pensó el licántropo, sin viento no habrá problemas.
“No debe haber más de cinco pulgadas de nieve acumulada sobre el suelo,” dijo girándose hacia Kosir cerrando la puerta tras de sí. “Suficiente para proteger tus pasos del hielo que hay debajo, pero no demasiada para dificultarlos.”
Por supuesto sólo hablaba de Kosir pues en su caso podía correr a través de un pie de nieve en su forma lupina sin mayores problemas.
“Creo que podríamos caminar medio rast antes de que el Sol se oculte. Eso debería ser suficiente para llegar a ese claro, ¿no?”
Gwynn cogió sus prendas junto al fuego y acarició con sus dedos el pelo y el pellejo bajo él, suspirando satisfecho al comprobar que se encontraba casi totalmente secas. Ventajas de una piel bien curtida.
“Podemos llevar la comida y algunas provisiones de aquí,” comentó sentándose sobre el suelo para vestirse. “Mientras traigamos todo luego no estaríamos haciendo algo malo, ¿no? ¡Es sólo usar cosas en una emergencia!”
Después de todo, esto ERA una emergencia. Su guía había saltado al vacío, probablemente reuniéndose con los dioses a no ser que aprendiese a volar repentinamente, y el otro adulto que les acompañaba había encontrado un destino incierto. Cierto, Kosir insistía que él era un adulto, pero no parecía tener más de catorce ciclos.
El muchacho se puso de pie y buscó entre las cajas en la esquina hasta dar con una gruesa chaqueta de piel de zorro la cual, dado su tamaño, podía usar como un abrigo sobre el resto de su ropa. Sería útil para caminar bajo la nieve, y si por algún motivo debían dormir a la intemperie el humano podría usarla.
“¿Preparado? ¡Vamos! No quiero que los dueños del refugio nos encuentren aquí” rió el menor golpeando la punta de sus botas sobre el suelo antes de abrir la puerta y salir al exterior. El muchacho inspiró el aire helado sonoramente disfrutando el nuevo aroma del bosque. El frío y la nieve atrapaba ciertos olores haciendo otros tanto más prístinos y dominantes. La sangre, en particular, resultaba especialmente llamativa en su piel de lobo, como si deslizase sin obstrucción sobre el manto blanco. ¿Habrían encontrado ya su presa los lobos de la montaña?
“Sigues hablando del rito de adultez,” comentó el muchacho atento al sonido de sus pasos. ¡Ah, cómo había echado de menos el crujir sordo de la nieve bajo sus pies!
“Pero no sé si yo tendré uno. En mi clan cuando llegas a cierta edad te permiten unirte a la Gran Cacería para correr durante días o semanas junto a los adultos de la manada y demostrar que puedes contribuir como cualquier otro. ¿Es eso un rito?” preguntó mirando al pelirrojo. El evento era una prueba de las habilidades de cazador del cachorro, pero también de guerrero. La Arboleda Central era una tierra tan brutal como salvaje, y el lobo descuidado no tardaba en pasar de predador a presa.
Sobre las ramas de un pino muerto un cuervo llamó su atención con un graznido ronco. Gwynn observó al ave unos instantes. Sus pequeños ojos negros le miraban con inquietante inteligencia y transparente curiosidad, como si pudiese ver claramente al lobo oculto bajo la piel del niño. No era raro que para los lobos de la Luna de Sangre fuesen animales sagrados, puente viviente hacia la tierra de las hadas.
“¿Qué tuviste que hacer tú para pasar tu rito de adultez?”
“Al Oeste…” murmuró frunciendo el ceño. “Es más o menos hacia donde nos dirigíamos inicialmente.”
El muchacho dio un par de zancadas y abrió la puerta de la cabaña, tiritando levemente cuando el aire frío golpeó su piel. Afuera la tormenta había dado paso a una suave precipitación de pequeños copos de nieve que revoloteaban alrededor de un eje vertical. Perfecto, pensó el licántropo, sin viento no habrá problemas.
“No debe haber más de cinco pulgadas de nieve acumulada sobre el suelo,” dijo girándose hacia Kosir cerrando la puerta tras de sí. “Suficiente para proteger tus pasos del hielo que hay debajo, pero no demasiada para dificultarlos.”
Por supuesto sólo hablaba de Kosir pues en su caso podía correr a través de un pie de nieve en su forma lupina sin mayores problemas.
“Creo que podríamos caminar medio rast antes de que el Sol se oculte. Eso debería ser suficiente para llegar a ese claro, ¿no?”
Gwynn cogió sus prendas junto al fuego y acarició con sus dedos el pelo y el pellejo bajo él, suspirando satisfecho al comprobar que se encontraba casi totalmente secas. Ventajas de una piel bien curtida.
“Podemos llevar la comida y algunas provisiones de aquí,” comentó sentándose sobre el suelo para vestirse. “Mientras traigamos todo luego no estaríamos haciendo algo malo, ¿no? ¡Es sólo usar cosas en una emergencia!”
Después de todo, esto ERA una emergencia. Su guía había saltado al vacío, probablemente reuniéndose con los dioses a no ser que aprendiese a volar repentinamente, y el otro adulto que les acompañaba había encontrado un destino incierto. Cierto, Kosir insistía que él era un adulto, pero no parecía tener más de catorce ciclos.
El muchacho se puso de pie y buscó entre las cajas en la esquina hasta dar con una gruesa chaqueta de piel de zorro la cual, dado su tamaño, podía usar como un abrigo sobre el resto de su ropa. Sería útil para caminar bajo la nieve, y si por algún motivo debían dormir a la intemperie el humano podría usarla.
“¿Preparado? ¡Vamos! No quiero que los dueños del refugio nos encuentren aquí” rió el menor golpeando la punta de sus botas sobre el suelo antes de abrir la puerta y salir al exterior. El muchacho inspiró el aire helado sonoramente disfrutando el nuevo aroma del bosque. El frío y la nieve atrapaba ciertos olores haciendo otros tanto más prístinos y dominantes. La sangre, en particular, resultaba especialmente llamativa en su piel de lobo, como si deslizase sin obstrucción sobre el manto blanco. ¿Habrían encontrado ya su presa los lobos de la montaña?
“Sigues hablando del rito de adultez,” comentó el muchacho atento al sonido de sus pasos. ¡Ah, cómo había echado de menos el crujir sordo de la nieve bajo sus pies!
“Pero no sé si yo tendré uno. En mi clan cuando llegas a cierta edad te permiten unirte a la Gran Cacería para correr durante días o semanas junto a los adultos de la manada y demostrar que puedes contribuir como cualquier otro. ¿Es eso un rito?” preguntó mirando al pelirrojo. El evento era una prueba de las habilidades de cazador del cachorro, pero también de guerrero. La Arboleda Central era una tierra tan brutal como salvaje, y el lobo descuidado no tardaba en pasar de predador a presa.
Sobre las ramas de un pino muerto un cuervo llamó su atención con un graznido ronco. Gwynn observó al ave unos instantes. Sus pequeños ojos negros le miraban con inquietante inteligencia y transparente curiosidad, como si pudiese ver claramente al lobo oculto bajo la piel del niño. No era raro que para los lobos de la Luna de Sangre fuesen animales sagrados, puente viviente hacia la tierra de las hadas.
“¿Qué tuviste que hacer tú para pasar tu rito de adultez?”
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
La revelación da una motivación fuerte al niño, es fácil entender que quiere seguir la pista. Kosir suspira un pues en cierto modo se ve reflejado esta vez, ¿Ya que están de paso porque no resolver un misterio local?
Gwynn confirma que la estatua se encuentra en su ruta original, curioso como mínimo. Quizás también actúa como bienvenida a las entrañas de la tierra aunque solo podrán saber más una vez en el sitio.
Llegaremos.
Pronto el pequeño saca a flote un tema algo complejo para cualquier brumoso, la propiedad. En la sociedad de Kosir el robo es una deshonra que debe retribuirse acordemente aunque si una persona muere las cosas pasan a su familia o en última estancia al clan.
Como cultura guerrera también existe un concepto sencillo, conservas lo que matas o conquistas en igualdad de condiciones. Todo esto genera cierto vacío con respecto a lo que tienen en la cabaña puesto que su dueño directo está muerto y los jóvenes conquistaron la adversidad.
No hay problema en tomar cosas de la cabaña, es derecho de conquista a la adversidad.
Sin vacilar el muchacho bárbaro repone sus provisiones de alimento, es lo único que toca pues lo demás seria peso muerto. Ya lleva todo lo que puede realmente necesitar como buen habitante del bosque.
Gurim.
Lo cierto es que otros visitantes frecuentes del refugio quizás no piensen de igual manera que ambos muchachos, para evitar malos entendidos lo mejor será retirarse del lugar y seguir el camino.
Avanzan entonces por la nieve, no es un terreno muy agradable pero cualquier tribal sabe sortearlo bien. A medida que avanzan Gwynn muestra curiosidad sobre el rito de adultez e incluso deja entrever las costumbres de su gente.
Es extraño… aunque parece demandar fortaleza igualmente, supongo que todo varia afuera.
Al menos el niño gana crédito por enfrentarse a algo, Kosir tiene entendido que muchos habitantes exteriores ni siquiera celebran el maduramiento ritual con pruebas demandantes… salvajes.
Tuve que matar una bestia salvaje con un cuchillo de piedra afilada, todos suelen conformarse con un lobo pero yo fui más allá y cace a un oso… como puedes ver por mi rostro fue una pelea dura “sonríe mientras señala sus ropajes” pero el otro se llevó lo peor jajaja.
Gwynn confirma que la estatua se encuentra en su ruta original, curioso como mínimo. Quizás también actúa como bienvenida a las entrañas de la tierra aunque solo podrán saber más una vez en el sitio.
Llegaremos.
Pronto el pequeño saca a flote un tema algo complejo para cualquier brumoso, la propiedad. En la sociedad de Kosir el robo es una deshonra que debe retribuirse acordemente aunque si una persona muere las cosas pasan a su familia o en última estancia al clan.
Como cultura guerrera también existe un concepto sencillo, conservas lo que matas o conquistas en igualdad de condiciones. Todo esto genera cierto vacío con respecto a lo que tienen en la cabaña puesto que su dueño directo está muerto y los jóvenes conquistaron la adversidad.
No hay problema en tomar cosas de la cabaña, es derecho de conquista a la adversidad.
Sin vacilar el muchacho bárbaro repone sus provisiones de alimento, es lo único que toca pues lo demás seria peso muerto. Ya lleva todo lo que puede realmente necesitar como buen habitante del bosque.
Gurim.
Lo cierto es que otros visitantes frecuentes del refugio quizás no piensen de igual manera que ambos muchachos, para evitar malos entendidos lo mejor será retirarse del lugar y seguir el camino.
Avanzan entonces por la nieve, no es un terreno muy agradable pero cualquier tribal sabe sortearlo bien. A medida que avanzan Gwynn muestra curiosidad sobre el rito de adultez e incluso deja entrever las costumbres de su gente.
Es extraño… aunque parece demandar fortaleza igualmente, supongo que todo varia afuera.
Al menos el niño gana crédito por enfrentarse a algo, Kosir tiene entendido que muchos habitantes exteriores ni siquiera celebran el maduramiento ritual con pruebas demandantes… salvajes.
Tuve que matar una bestia salvaje con un cuchillo de piedra afilada, todos suelen conformarse con un lobo pero yo fui más allá y cace a un oso… como puedes ver por mi rostro fue una pelea dura “sonríe mientras señala sus ropajes” pero el otro se llevó lo peor jajaja.
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
El muchacho caminó en silencio un rato, pateando la nieve fresca de vez en cuando.
“No es justo que cacéis lobos,” dijo finalmente dirigiendo una mirada seria al pelirrojo. “Ellos no atacan humanos sin razón. Los adultos dicen que quienes cazan sin motivo ofenden a los dioses y a los espíritus del bosque.”
Gwynn tocó con sus dedos la corteza de los pinos mientras caminaba. Aquello era algo que había comprobado con sus propios ojos. Los humanos no sólo mataban sin razón, también quemaban bosques enteros para crear tierra para cultivar, y alimentar aún más gente quienes necesitarían quemar aún más bosques. Su desconexión con la tierra les llevaba a comportarse como una plaga.
Kosir, sin embargo, parecía provenir de una cultura diferente a la de los habitantes de las ciudades y, como tal, merecía el beneficio de la duda.
“Pocos de vosotros pasaríais el rito si intentaseis cazar a alguien de mi tribu,” comentó finalmente sonriendo orgulloso. Un cachorro humano armado con un cuchillo no tendría posibilidad alguna contra un lobo del Clann an Gealach.
La suave pendiente había dado paso a un terreno progresivamente más escarpado. La nieve ocultaba ahora piedras y arbustos que les obligaban a disnumuir su andar. Hacía ya una buena distancia que habían abandonado el camino, por lo que Gwynn tuvo detenerse sorprendido al notar el sendero despejado entre los árboles.
“¡Kosir, mira!” exclamó corriendo hasta su hallazgo. Unos momentos de atenta observación bastaron para encontrar lo que había sospechado. “¡Huellas!”
El rastro estaba ya medio oculto por la nieve, pero no dejaba lugar a dudas. Al menos dos personas habían usado ese sendero en las últimas horas.
Gwynn siguió la pista agazapado impulsado por una curiosidad instintiva. No tuvo que andar más de cincuenta yardas antes de detenerse escondiéndose tras una pícea. Frente a ellos un pequeño claro abrazaba una pronunciada pared de granito oscuro que servía como portentoso marco para la oscura entrada de una caverna natural, alta como un roble que comienza ya a producir bellotas. A sus costados algunos sacos y cajas de madera sobresalían entre el manto blanco de la nieve. No había rastro de la estatua, al menos no en el exterior, pero Gwynn dedicó una mirada excitada al pelirrojo.
“¡Una cueva!” exclamó en un susurro cómplice. “¿Crees que es aquí donde el abuelo vio el gigante?”
El muchacho abandonó su escondite y dio una seguidilla de furtivos pasos hacia la entrada. Algo resultaba extraño. Frente a ella podían verse medio enterrados los restos de una pequeña fogata, sus carbones y piedras oscuras aún visibles. Alguien había mantenido allí un fuego antes de la tormenta.
Gwynn avanzó hasta una de las cajas levantando con esfuerzo la tapa.
“Estas son armas humanas, armas de metal,” comentó mirando a Kosir desconcertado, “y aquí ha habido más gente. ¿Crees que vivan con el gigante? Pero, ¿para qué necesitarían todo esto?”
“No es justo que cacéis lobos,” dijo finalmente dirigiendo una mirada seria al pelirrojo. “Ellos no atacan humanos sin razón. Los adultos dicen que quienes cazan sin motivo ofenden a los dioses y a los espíritus del bosque.”
Gwynn tocó con sus dedos la corteza de los pinos mientras caminaba. Aquello era algo que había comprobado con sus propios ojos. Los humanos no sólo mataban sin razón, también quemaban bosques enteros para crear tierra para cultivar, y alimentar aún más gente quienes necesitarían quemar aún más bosques. Su desconexión con la tierra les llevaba a comportarse como una plaga.
Kosir, sin embargo, parecía provenir de una cultura diferente a la de los habitantes de las ciudades y, como tal, merecía el beneficio de la duda.
“Pocos de vosotros pasaríais el rito si intentaseis cazar a alguien de mi tribu,” comentó finalmente sonriendo orgulloso. Un cachorro humano armado con un cuchillo no tendría posibilidad alguna contra un lobo del Clann an Gealach.
La suave pendiente había dado paso a un terreno progresivamente más escarpado. La nieve ocultaba ahora piedras y arbustos que les obligaban a disnumuir su andar. Hacía ya una buena distancia que habían abandonado el camino, por lo que Gwynn tuvo detenerse sorprendido al notar el sendero despejado entre los árboles.
“¡Kosir, mira!” exclamó corriendo hasta su hallazgo. Unos momentos de atenta observación bastaron para encontrar lo que había sospechado. “¡Huellas!”
El rastro estaba ya medio oculto por la nieve, pero no dejaba lugar a dudas. Al menos dos personas habían usado ese sendero en las últimas horas.
Gwynn siguió la pista agazapado impulsado por una curiosidad instintiva. No tuvo que andar más de cincuenta yardas antes de detenerse escondiéndose tras una pícea. Frente a ellos un pequeño claro abrazaba una pronunciada pared de granito oscuro que servía como portentoso marco para la oscura entrada de una caverna natural, alta como un roble que comienza ya a producir bellotas. A sus costados algunos sacos y cajas de madera sobresalían entre el manto blanco de la nieve. No había rastro de la estatua, al menos no en el exterior, pero Gwynn dedicó una mirada excitada al pelirrojo.
“¡Una cueva!” exclamó en un susurro cómplice. “¿Crees que es aquí donde el abuelo vio el gigante?”
El muchacho abandonó su escondite y dio una seguidilla de furtivos pasos hacia la entrada. Algo resultaba extraño. Frente a ella podían verse medio enterrados los restos de una pequeña fogata, sus carbones y piedras oscuras aún visibles. Alguien había mantenido allí un fuego antes de la tormenta.
Gwynn avanzó hasta una de las cajas levantando con esfuerzo la tapa.
“Estas son armas humanas, armas de metal,” comentó mirando a Kosir desconcertado, “y aquí ha habido más gente. ¿Crees que vivan con el gigante? Pero, ¿para qué necesitarían todo esto?”
Gwynn
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
La postura de Gwynn es extraña para ser alguien tribal, bien debe saber que las necesidades del hombre se imponen sobre la naturaleza. Con respeto y prudencia pero las personas tienen más importancia por su raciocinio.
Es selección natural, nada más.
Es cierto que los brumosos sienten satisfacción luego de luchar contra una bestia pero agradecen la victoria a la naturaleza también, después de todo un enemigo digno merece respeto incluso luego de ser derrotado.
Las criaturas son magníficas pero es violencia sin control, salvaje, peligrosa… en cierto modo el orden debe imponerse.
De pronto el pequeño pasa a argumentar que si tal rito involucrara a un elemento de su clan el resultado sería terrible para la gente del pelirrojo, eso es casi un reto pero este último sabe bien que la juventud es impertinente.
Sería interesante de probar pero está prohibido cazar una persona durante el ritual, para eso tenemos las guerras entre clanes.
A medida que avanzan por un camino cada vez más irregular, algo llama la atención del chiquillo. Huellas… huellas sorprendentemente pequeñas para ser territorio de un gigante hambriento y devorador de hombres.
Como una revelación aparece la cueva, la entrada es bastante destacable y muestra señales inequívocas de haber sido mantenida por elementos mundanos. Sin duda individuos corrientes montaron refugio en la zona de ingreso.
No hay estatua…
Si bien las indicaciones del mapa les llevaron al destino inicial, su referencia grafica no se encuentra por ningún lado. En este punto no es descabellado pensar que tal vez era un simple dibujo cultural.
Nesner…
Dice mientras manipula las armas recién encontradas por su protegido, suficientes para mantener equipado a un grupo de diez. Todo comienza a aclararse poco a poco en un sentido frustrante para el muchacho que quería matar un gigante.
Creo que no hay gigantes, solo historias y gente aprovechándose “suspira”.
Tiene toda la pinta de ser un campamento salteador, tomando ventaja de historias tontas que mantienen alejados a los curiosos. Aunque en bosque negro no hay ladrones, Kosir ya ha matado suficientes afuera como para entender cómo trabajan.
Es selección natural, nada más.
Es cierto que los brumosos sienten satisfacción luego de luchar contra una bestia pero agradecen la victoria a la naturaleza también, después de todo un enemigo digno merece respeto incluso luego de ser derrotado.
Las criaturas son magníficas pero es violencia sin control, salvaje, peligrosa… en cierto modo el orden debe imponerse.
De pronto el pequeño pasa a argumentar que si tal rito involucrara a un elemento de su clan el resultado sería terrible para la gente del pelirrojo, eso es casi un reto pero este último sabe bien que la juventud es impertinente.
Sería interesante de probar pero está prohibido cazar una persona durante el ritual, para eso tenemos las guerras entre clanes.
A medida que avanzan por un camino cada vez más irregular, algo llama la atención del chiquillo. Huellas… huellas sorprendentemente pequeñas para ser territorio de un gigante hambriento y devorador de hombres.
Como una revelación aparece la cueva, la entrada es bastante destacable y muestra señales inequívocas de haber sido mantenida por elementos mundanos. Sin duda individuos corrientes montaron refugio en la zona de ingreso.
No hay estatua…
Si bien las indicaciones del mapa les llevaron al destino inicial, su referencia grafica no se encuentra por ningún lado. En este punto no es descabellado pensar que tal vez era un simple dibujo cultural.
Nesner…
Dice mientras manipula las armas recién encontradas por su protegido, suficientes para mantener equipado a un grupo de diez. Todo comienza a aclararse poco a poco en un sentido frustrante para el muchacho que quería matar un gigante.
Creo que no hay gigantes, solo historias y gente aprovechándose “suspira”.
Tiene toda la pinta de ser un campamento salteador, tomando ventaja de historias tontas que mantienen alejados a los curiosos. Aunque en bosque negro no hay ladrones, Kosir ya ha matado suficientes afuera como para entender cómo trabajan.
Kosir
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Re: La falda de La Doncella [Libre][3/4]
El muchacho bufó haciendo eco de la desilusión del humano. Tras toda la anticipación creada en torno al gigante pensar que sólo fuese una historia drenaba la excitación de la aventura. Dejando caer los hombros el muchacho se adentró en la cueva tocando el granito helado con sus dedos. No hubo avanzado un par de pasos cuando un aroma capturó su atención arrojándole de vuelta a los bosques de la Arboleda Central, de vuelta a su piel de lobo. Al principio no pudo definirlo. El recuerdo era difuso y sensorial, tal como solían ser las vivencias sobre cuatro patas, pero el sentimiento que producían era inequívoco. Peligro.
“Kosir,” llamó en voz baja sin desviar los ojos de la oscuridad de la caverna. “Ven. Algo no está bien. No huele a humano. Bueno, sí, pero hay algo más. No tiene sentido...”
El muchacho avanzó algunos pies casi conteniendo el aliento. Podía sentir su corazón retumbar en sus orejas. Sus ojos poco a poco fueron acostumbrándose a la penumbra y una silueta oscura le hizo detenerse en su sitio. Por un instante pensó que se trataría de la estatua de la que hablaba Kosir, hasta que un gruñido reverberante que pareció hacer vibrar la roca misma de la montaña puso nombre al vago recuerdo que su olfato había disparado. Oso. Olía como la cueva de un oso.
La figura avanzó hacia él y Gwynn dejó escapar un gemido. Frente a él no había un animal, sino un gigantesco hombre bestia ursino de opaco pelaje marrón. El sujeto vestía sobre el torso, ancho como un roble, una tosca armadura confeccionada con placas de cuero cocido y piezas de cota de anillas. Su rostro era una máscara de cicatrices, quemaduras y mechones dispersos. ¿Cuánto mediría? Fácilmente el doble que Gwynn*, desde pies a cabeza.
Los ojos ámbar del hombre oso examinaron al niño unos instantes antes de desviar su mirada hacia el humano, sin duda considerándole la mayor (o única) amenaza. Con un rugido ensordecedor el gigante se echó a la carrera blandiendo en su mano una enorme maza de cabeza de bronce y pesada vara de madera de haya tan larga como el propio Gwynn.
“¡Kosir!” gritó el muchacho, su voz casi ahogada por el estruendo de la carrera del hombre bestia. El muchacho sintió su corazón hundirse. Esto era peligroso. No, esto era grave. ¿Morirían aquí? Inspirando fuertemente negó con la cabeza y miró a su alrededor. Unas pocas cajas y bolsas. Una linterna. ¡Allí!
El pequeño corrió hasta la lanza levantándola en sus manos. ¡Dioses! Jamás había empuñado una y resultaba más pesada de lo que hubiera imaginado. Con un pequeño grito de guerra se giró hacia la entrada de la cueva.
El hombre oso estaba ya a un puñado de yardas de Kosir. Con un último rugido extendió la maza tras de sí antes de impulsarla con toda su fuerza y su peso en un amplio arco hacia el joven humano. Gwynn contuve el aliento. El espadón del pelirrojo era largo, pero el alcance de los brazos del hombre oso era sencillamente demencial. Kosir no podría bloquear semejante ataque. El muchacho se mordió el labio inferior sintiendo un nudo en la garganta. La expresión del gigante era una de triunfo anticipado, su hocico torcido en una mueca de escarnio...
* : 2.6 - 2.8 metros de altura
“Kosir,” llamó en voz baja sin desviar los ojos de la oscuridad de la caverna. “Ven. Algo no está bien. No huele a humano. Bueno, sí, pero hay algo más. No tiene sentido...”
El muchacho avanzó algunos pies casi conteniendo el aliento. Podía sentir su corazón retumbar en sus orejas. Sus ojos poco a poco fueron acostumbrándose a la penumbra y una silueta oscura le hizo detenerse en su sitio. Por un instante pensó que se trataría de la estatua de la que hablaba Kosir, hasta que un gruñido reverberante que pareció hacer vibrar la roca misma de la montaña puso nombre al vago recuerdo que su olfato había disparado. Oso. Olía como la cueva de un oso.
La figura avanzó hacia él y Gwynn dejó escapar un gemido. Frente a él no había un animal, sino un gigantesco hombre bestia ursino de opaco pelaje marrón. El sujeto vestía sobre el torso, ancho como un roble, una tosca armadura confeccionada con placas de cuero cocido y piezas de cota de anillas. Su rostro era una máscara de cicatrices, quemaduras y mechones dispersos. ¿Cuánto mediría? Fácilmente el doble que Gwynn*, desde pies a cabeza.
Los ojos ámbar del hombre oso examinaron al niño unos instantes antes de desviar su mirada hacia el humano, sin duda considerándole la mayor (o única) amenaza. Con un rugido ensordecedor el gigante se echó a la carrera blandiendo en su mano una enorme maza de cabeza de bronce y pesada vara de madera de haya tan larga como el propio Gwynn.
“¡Kosir!” gritó el muchacho, su voz casi ahogada por el estruendo de la carrera del hombre bestia. El muchacho sintió su corazón hundirse. Esto era peligroso. No, esto era grave. ¿Morirían aquí? Inspirando fuertemente negó con la cabeza y miró a su alrededor. Unas pocas cajas y bolsas. Una linterna. ¡Allí!
El pequeño corrió hasta la lanza levantándola en sus manos. ¡Dioses! Jamás había empuñado una y resultaba más pesada de lo que hubiera imaginado. Con un pequeño grito de guerra se giró hacia la entrada de la cueva.
El hombre oso estaba ya a un puñado de yardas de Kosir. Con un último rugido extendió la maza tras de sí antes de impulsarla con toda su fuerza y su peso en un amplio arco hacia el joven humano. Gwynn contuve el aliento. El espadón del pelirrojo era largo, pero el alcance de los brazos del hombre oso era sencillamente demencial. Kosir no podría bloquear semejante ataque. El muchacho se mordió el labio inferior sintiendo un nudo en la garganta. La expresión del gigante era una de triunfo anticipado, su hocico torcido en una mueca de escarnio...
* : 2.6 - 2.8 metros de altura
- Nota:
- El hombre oso es un enemigo formidable y tiene la ventaja del elemento sorpresa. Sugiero una tirada de runas para determinar cómo responde Kosir a su ataque. La consecuencia de cada resultado debería ser bastante evidente...
Gwynn
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