Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
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Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Eámanë le dice a Arethusa que no se puede quedar por más tiempo en su casa. Le coge de las manos y le agradece todo lo que les ha ayudado durante el embarazo. Arethusa hizo las tareas domésticas, la compra e, incluso, se presentó en la casa de alquimista a asistir las labores de Eámanë los días que ella se encontraba demasiado débil y pesada, sobre todo pesada, para ir a trabajar. Arethusa lo hacía todo, era su modo de pedir que le dejasen una semana más, solo unos días más, quedarse con ellos. Eámanë se lo advirtió. Viven en una casa pequeña. Arethusa ha ocupado el cuarto de invitados, el nuevo cuarto del bebé, durante muchos años. Lo siento Ary, tienes que irte. Se lo dijo hace ocho meses, cuando supieron que Eámanë estaba embarazada, se lo recordó hace un mes y le amenazó hace una semana. No puedes quedarte más. Las hermanas se abrazan. Saben que se volverán a encontrar. Tarde o temprano lo harán y para entonces, Arethusa espera tener casa propia, más grande que la de Eámanë y su marido, y un muy buen oficio.
Mientras se abrazan, Eamanë mete una pequeña bolsa de aeros y una nota en el bolsillo de la chaqueta de Arethusa. La besa en la mejilla y revuelve con la mano libre su bulliciosa melena castaña.
—Y péinate, hermanita. No vayas a ir a hecha una puerca en tu primer día de trabajo — dice riendo y con lágrimas en los ojos.
Arethusa no sabe qué decir. Se ha acostumbrado a vivir con Eámanë y Rovanth, los ama. Son su única familia, a excepción de su tóxico padre, del cual se debe alejar. Por un lado, teme a no saber valerse por sí misma. Arethusa no es como Eámanë, no piensa en casarse con un elfo de buena familia ni en buscar un oficio que le permita subsistir el tiempo suficiente hasta que fallezca de vieja o de enfermedad. ¡Qué aburrido! Arethusa tiene otras ambiciones mucho más divertidas que las de su hermana: bailar, cantar y tocar el violín hasta que muera. Un sueño genial y un oficio horrible. Por no hablar de la soledad. Salir a tocar a la plaza del pueblo sin que nadie le espere al terminar de cantar es muy triste. Eámenë suele acompañarla en sus actuaciones. Lleva una cesta de galletas con pasas. No deja que nadie las toque, son para Arethusa, para cuando termine la actuación y el público deje de aplaudir y ofrecer su limosna. Solía hacerlo. Ya no lo hará jamás, tiene que ocuparse de su hijo recién nacido. Rovanth dice que lo llamarán Arethan por Arethusa. Es un buen nombre. Por otro lado, uno muy distinto al miedo inicial, se siente emocionada. Recuerda sus días en la ciudad de los humanos y todos sus descubrimientos. ¿Sabías que allí la tierra no sabe a chocolate y que los humanos tienen bares donde hay gente que juega a las cartas y otros que bailan hasta quedarse sin nada? Fueron unos buenos días. Arethusa conoció a buenas personas y demostró que podía valerse por sí misma. ¿De qué tienes miedo, tonta? Allí fuera te esperan otras tantas personas tan buenas como el señor Owens. Traga saliva. Coge su maleta y el estuche con el violín. Adiós habitación, te echaré de menos.
—Aquí hay otra persona que se quiere despedir de ti.
Rovanth sujeta en brazos a Arethan envuelto en un montón de sábanas. Lo inclina lentamente para que Arethusa pueda ver la carita del bebé. Está dormitido. Arethusa acerca su dedo índice a las manitas del niño. Él, en sueños, cierra el puño como queriendo coger el dedo de Arethusa. ¡Qué mono!
Eamanë despliega las escaleras de la casa-árbol. Se abraza así misma recordando, suplicando, que Arethusa la vuelva abrazar. Rovanth lo impide, se coloca a su espalda y deposita su gran mano derecha (con la izquierda sujeta a Arethan) en el hombro de Eámanë. Arethusa lo agradece asintiendo con la cabeza. Si abraza a su hermana otra vez, no podrá bajar los escalones. Se abrazará a la rama más fuerte y se negará a bajar. Pateará y maldecirá a los todos los Dioses, los élficos y los humanos que conoció en su viaje, con tal de que no la echen de su casa y de su habitación; de la casa de Eámanë y de la habitación de Arethan.
Hora de marcharse. Baja los escalones de uno en uno. Solo puede sujetarse con la mano derecha, la izquierda la tiene ocupada sosteniendo la maleta. El estuche del violín lo lleva colgando al hombro derecho. Poco a poco. Eámanë y Rovanth la miran desde el porche de la casa-árbol, parece que ella hubiera caído y ellos la estuvieran observando desde arriba. Adiós. Piensa Arethusa. No, adiós no. Hasta luego. Nunca digas muerto y nunca digas adiós. Era una de las frases que decía papá cuando todavía era una persona cuerda con la que se podía sentarse a hablar con una taza de té en la mano. Nunca digas muerto y nunca digas adiós.
Una vez abajo, nada más pisar el suelo que nunca le pareció tan extraño e inhóspito como ahora, Arethusa mira arriba por última vez. Eámanë y Rovanth le han dado la espalda, camina hacia la puerta. La mano de Rovanth sigue en la misma posición: en el hombro de Eámanë. Arethusa se alegra por su hermana. Sonríe. Nota el sabor salado de las lágrimas mojar sus labios, pero no le importa.
Se da la vuelta y camina. No sabe a dónde. La dirección donde debería ir, la de su nuevo oficio, la pone en la nota que Eámanë le ha dado. Arethusa no quiere leerla, no todavía. Prefiere caminar, librarse de sus pensamientos y seguir caminando. Piensa en dejar atrás a Eámanë y Rovanth literalmente y no literalmente. Camina. Se dice así misma. Camina hasta que te sangren los pies, límpiatelos con agua y jabón, y retoma la marcha.
Mientras se abrazan, Eamanë mete una pequeña bolsa de aeros y una nota en el bolsillo de la chaqueta de Arethusa. La besa en la mejilla y revuelve con la mano libre su bulliciosa melena castaña.
—Y péinate, hermanita. No vayas a ir a hecha una puerca en tu primer día de trabajo — dice riendo y con lágrimas en los ojos.
Arethusa no sabe qué decir. Se ha acostumbrado a vivir con Eámanë y Rovanth, los ama. Son su única familia, a excepción de su tóxico padre, del cual se debe alejar. Por un lado, teme a no saber valerse por sí misma. Arethusa no es como Eámanë, no piensa en casarse con un elfo de buena familia ni en buscar un oficio que le permita subsistir el tiempo suficiente hasta que fallezca de vieja o de enfermedad. ¡Qué aburrido! Arethusa tiene otras ambiciones mucho más divertidas que las de su hermana: bailar, cantar y tocar el violín hasta que muera. Un sueño genial y un oficio horrible. Por no hablar de la soledad. Salir a tocar a la plaza del pueblo sin que nadie le espere al terminar de cantar es muy triste. Eámenë suele acompañarla en sus actuaciones. Lleva una cesta de galletas con pasas. No deja que nadie las toque, son para Arethusa, para cuando termine la actuación y el público deje de aplaudir y ofrecer su limosna. Solía hacerlo. Ya no lo hará jamás, tiene que ocuparse de su hijo recién nacido. Rovanth dice que lo llamarán Arethan por Arethusa. Es un buen nombre. Por otro lado, uno muy distinto al miedo inicial, se siente emocionada. Recuerda sus días en la ciudad de los humanos y todos sus descubrimientos. ¿Sabías que allí la tierra no sabe a chocolate y que los humanos tienen bares donde hay gente que juega a las cartas y otros que bailan hasta quedarse sin nada? Fueron unos buenos días. Arethusa conoció a buenas personas y demostró que podía valerse por sí misma. ¿De qué tienes miedo, tonta? Allí fuera te esperan otras tantas personas tan buenas como el señor Owens. Traga saliva. Coge su maleta y el estuche con el violín. Adiós habitación, te echaré de menos.
—Aquí hay otra persona que se quiere despedir de ti.
Rovanth sujeta en brazos a Arethan envuelto en un montón de sábanas. Lo inclina lentamente para que Arethusa pueda ver la carita del bebé. Está dormitido. Arethusa acerca su dedo índice a las manitas del niño. Él, en sueños, cierra el puño como queriendo coger el dedo de Arethusa. ¡Qué mono!
Eamanë despliega las escaleras de la casa-árbol. Se abraza así misma recordando, suplicando, que Arethusa la vuelva abrazar. Rovanth lo impide, se coloca a su espalda y deposita su gran mano derecha (con la izquierda sujeta a Arethan) en el hombro de Eámanë. Arethusa lo agradece asintiendo con la cabeza. Si abraza a su hermana otra vez, no podrá bajar los escalones. Se abrazará a la rama más fuerte y se negará a bajar. Pateará y maldecirá a los todos los Dioses, los élficos y los humanos que conoció en su viaje, con tal de que no la echen de su casa y de su habitación; de la casa de Eámanë y de la habitación de Arethan.
Hora de marcharse. Baja los escalones de uno en uno. Solo puede sujetarse con la mano derecha, la izquierda la tiene ocupada sosteniendo la maleta. El estuche del violín lo lleva colgando al hombro derecho. Poco a poco. Eámanë y Rovanth la miran desde el porche de la casa-árbol, parece que ella hubiera caído y ellos la estuvieran observando desde arriba. Adiós. Piensa Arethusa. No, adiós no. Hasta luego. Nunca digas muerto y nunca digas adiós. Era una de las frases que decía papá cuando todavía era una persona cuerda con la que se podía sentarse a hablar con una taza de té en la mano. Nunca digas muerto y nunca digas adiós.
Una vez abajo, nada más pisar el suelo que nunca le pareció tan extraño e inhóspito como ahora, Arethusa mira arriba por última vez. Eámanë y Rovanth le han dado la espalda, camina hacia la puerta. La mano de Rovanth sigue en la misma posición: en el hombro de Eámanë. Arethusa se alegra por su hermana. Sonríe. Nota el sabor salado de las lágrimas mojar sus labios, pero no le importa.
Se da la vuelta y camina. No sabe a dónde. La dirección donde debería ir, la de su nuevo oficio, la pone en la nota que Eámanë le ha dado. Arethusa no quiere leerla, no todavía. Prefiere caminar, librarse de sus pensamientos y seguir caminando. Piensa en dejar atrás a Eámanë y Rovanth literalmente y no literalmente. Camina. Se dice así misma. Camina hasta que te sangren los pies, límpiatelos con agua y jabón, y retoma la marcha.
Arethusa Lein
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
-Entonces tomas este lado, luego pasas esta punta por abajo, tiras y ¡Listo! ¡Tchik! Un perfecto moño – Decía Amit sonriente a una de sus hijas más pequeñas.
-Pero… Esta torcido –
-No, no lo está – Respondió el ratón mientras intentaba arreglarlo un poco, no se esperaba tener un público tan estricto.
-Dejalo, le diré a mamá que lo haga – Dijo la niña mientras deshacía el nudo.
-Oh… De acuerdo… - Amit bajó los hombros, sin duda no podía competir con su mujer en ese tipo de cosas, estaba mucho más acostumbrada que él a ayudar a los niños. La muchacha pareció darse cuenta de su desaliento, se miró los pies unos segundos, algo avergonzada con la situación, le dio un abrazo rápido a su padre y salió corriendo en busca de su madre.
No podía evitarse, la última vez que la había visto era apenas una bebe, y ahora ya era toda una adulta. Amit la vio mientras salía corriendo en cuatro patas, pronto se le sumaron varios de sus hermanos, todos ellos a un paso de ser adultos, eso hacía que el pecho del Mausu se hinchara del orgullo. Pero por otro lado… El no poder verlos crecer día a día siempre era algo que le remordía la consciencia.
-¿A qué esperas, papá? – Uno de sus hijos se había quedado quieto mirándolo, esperando que los siguiera.
-Sí, ya voy, ya voy… -
El roedor aún estaba murmurando cuando abrió los ojos. Se encontraba en el bosque de Sandorai, todavía demasiado lejos de las tierras que lo vieron nacer. Amit se desperezó y se asomó por el agujero del árbol, un improvisado refugio que había encontrado la noche anterior. Dio un salto para salir y se sacudió de cuerpo entero, varias hojas secas y algo de tierra salió de entre medio de su pelo.
Se paró nuevamente en dos patas y olió los alrededores, árboles, arbustos, tierra mojada, señales de animales, hongos y bayas ¡Bayas! Eso dibujo una sonrisa en el rostro del joven Mausu ¡Necesitaba desayunar con urgencia! Volvió al agujero en el árbol y saco su capa, su mochila y los pantalones. Eso último era mucho muy importante, no se podía estar en tierras de humanoides sin ese accesorio.
Mientras caminaba hacia donde estaban los frutos las imágenes del sueño regresaban a su memoria, Amit bajó la cabeza, desde hacía ya varias semanas no podía dormir sin que vinieran recuerdos de su familia a su mente. Era evidente que había pasado demasiado tiempo fuera de su hogar, por eso había decidido regresar y quedarse unos meses en su tribu.
No tardó demasiado en llegar hasta las bayas, se dejó caer junto al arbusto, abrió una bolsita de cuero y empezó a juntarlas de a una, eligiendo solo aquellas que estaban perfectamente maduras para comerlas en el momento y poniendo las que estaban algo más verdes en la bolsa para dejarlas que se pusieran a punto.
-¡Tchik! ¡Tchik! – Exclamaba feliz el Mausu mientras desayunaba, iba a terminar rápido con eso para poder seguir rumbo a su hogar. Estar sentado en esa forma no era lo más cómodo, pero eso le permitía utilizar sus patas delanteras como mano, enredaba la cola alrededor de su cintura para que no molestara y aunque parecía distraído con su comida sus orejas estaban bien altas para estar atento a cualquier pequeño sonido que pudiera surgir de la espesura.
-Pero… Esta torcido –
-No, no lo está – Respondió el ratón mientras intentaba arreglarlo un poco, no se esperaba tener un público tan estricto.
-Dejalo, le diré a mamá que lo haga – Dijo la niña mientras deshacía el nudo.
-Oh… De acuerdo… - Amit bajó los hombros, sin duda no podía competir con su mujer en ese tipo de cosas, estaba mucho más acostumbrada que él a ayudar a los niños. La muchacha pareció darse cuenta de su desaliento, se miró los pies unos segundos, algo avergonzada con la situación, le dio un abrazo rápido a su padre y salió corriendo en busca de su madre.
No podía evitarse, la última vez que la había visto era apenas una bebe, y ahora ya era toda una adulta. Amit la vio mientras salía corriendo en cuatro patas, pronto se le sumaron varios de sus hermanos, todos ellos a un paso de ser adultos, eso hacía que el pecho del Mausu se hinchara del orgullo. Pero por otro lado… El no poder verlos crecer día a día siempre era algo que le remordía la consciencia.
-¿A qué esperas, papá? – Uno de sus hijos se había quedado quieto mirándolo, esperando que los siguiera.
-Sí, ya voy, ya voy… -
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El roedor aún estaba murmurando cuando abrió los ojos. Se encontraba en el bosque de Sandorai, todavía demasiado lejos de las tierras que lo vieron nacer. Amit se desperezó y se asomó por el agujero del árbol, un improvisado refugio que había encontrado la noche anterior. Dio un salto para salir y se sacudió de cuerpo entero, varias hojas secas y algo de tierra salió de entre medio de su pelo.
Se paró nuevamente en dos patas y olió los alrededores, árboles, arbustos, tierra mojada, señales de animales, hongos y bayas ¡Bayas! Eso dibujo una sonrisa en el rostro del joven Mausu ¡Necesitaba desayunar con urgencia! Volvió al agujero en el árbol y saco su capa, su mochila y los pantalones. Eso último era mucho muy importante, no se podía estar en tierras de humanoides sin ese accesorio.
Mientras caminaba hacia donde estaban los frutos las imágenes del sueño regresaban a su memoria, Amit bajó la cabeza, desde hacía ya varias semanas no podía dormir sin que vinieran recuerdos de su familia a su mente. Era evidente que había pasado demasiado tiempo fuera de su hogar, por eso había decidido regresar y quedarse unos meses en su tribu.
No tardó demasiado en llegar hasta las bayas, se dejó caer junto al arbusto, abrió una bolsita de cuero y empezó a juntarlas de a una, eligiendo solo aquellas que estaban perfectamente maduras para comerlas en el momento y poniendo las que estaban algo más verdes en la bolsa para dejarlas que se pusieran a punto.
-¡Tchik! ¡Tchik! – Exclamaba feliz el Mausu mientras desayunaba, iba a terminar rápido con eso para poder seguir rumbo a su hogar. Estar sentado en esa forma no era lo más cómodo, pero eso le permitía utilizar sus patas delanteras como mano, enredaba la cola alrededor de su cintura para que no molestara y aunque parecía distraído con su comida sus orejas estaban bien altas para estar atento a cualquier pequeño sonido que pudiera surgir de la espesura.
Amit'tek
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Evita mirar hacia atrás. Le da miedo pensar que Eámanë ya no estará esperándola y la aterra imaginar que Eámanë la vigila por alguna de las muchas ventanas de la casa árbol. Prefiere no comprobarlo. Mantiene la mirada fija en el camino que avanza. Ha llegado el momento de empezar nueva vida. El primer paso lo dedica a mentalizarse. Está sola, y eso no tiene porque ser malo. Puede aprender nuevos oficios, comprar una casa bonita y no depender de nadie. Con Eámanë todo eran normas. ¡Se acabaron las normas! Niega con la cabeza adjuntando una infantil risa traviesa. Las normas se mantienen. Forman parte del proceso de vivir sola. Ahora que no está Eámanë riñéndola cada vez que se deje las medias en el suelo, debe de ser la misma Arethusa quien se mire al espejo y se diga: eso no. Levanta la mano derecha y emula el gesto gruñón con el dedo índice. Mueve la boca como si estuviera diciendo la frase de su hermana. ¡Eso no! Se ríe y la risa hace que su corazón se llene de valor y voluntad. Acaba de dar el primero paso, ha aceptado que nadie estará para sacarle las castañas del fuego cuando lo necesite, y se ve con fuerzas para vivir sola. Queda un largo camino por delante, un montón de pasos que dar, cada uno más difícil que el anterior. Arethusa lo sabe, pero después de dar el primero, los demás no le dan tanto miedo como al principio.
Sin dejar de caminar, rebusca los bolsillos de la chaqueta. Busca la nota que Eámanë le ha pasado. Debe de estar en algún lugar. La mochila, la bolsa de equipaje y el estuche del violín le dificultan la búsqueda. Hace verdaderas acrobacias con tal de introducir sus finas manitas en cada uno de los bolsillos sin necesidad de soltar ninguna de las bolsas. En un bolsillo nota el tacto del pañuelo de seda que guarda para recogerse el pelo, una bolsita con castañas en otro, aquí hay un botón suelto y aquí una calavera de pájaro que trae buena suerte. ¿Dónde está la nota? Empieza a pensar que debió caérsela durante el trayecto. Quiere mirar atrás, asegurarse de que la nota no se le ha caído al suelo. No, mejor no. Si lo hiciera, estaría tirando a la basura el reciente valor que ha obtenido. Nada de mirar atrás. La nota debe de estar en alguno de esos bolsillos y si no está, no está. Aceptar perder objetos importantes es otra característica muy adulta propia de la gente que vive sola. Arethusa guarda la lección en su cabeza por si la debe invocar una próxima vez.
Y es cuando siente, rebuscando en el último bolsillo de la chaqueta más por inercia que por decisión propia, el tacto del papel curado que compra Eámanë. Conseguir papel de gran calidad en Sandorai es complicado y muy caro. Arethusa juguetea con la nota mientras se pregunta si ella conseguirá un papel igual. No, no podrá hacerlo. La respuesta sirve tanto por la tonta pregunta que se estaba haciendo como la auténtica pregunta que evita pronunciar en voz alta: no, no puede leer la nota. Todavía es demasiado pronto. Necesita caminar más, dar muchos más pasos y pensar en lo que ha sucedido para luego poder dejar de pensar en lo que tendrá que hacer a partir de ahora.
Un ruido ocioso le llama su atención. Piensa, primero, que son sus neuronas chillando por el tremendo esfuerzo que están haciendo. Están pidiendo, más bien exigiendo, que Arethusa se siente y tomé un momento de descanso. Lo necesita. Es demasiado duro. Aunque se siente con fuerzas suficientes para caminar hasta Lunargenta, su cabeza está terriblemente cansada. La forma que tiene de hacérselo entender es mediante chirridos y jaquecas. Se imagina a Eámanë diciendo a viva voz: “¡Estate quieta chiquilla! ¿Quieres dejar de hablar por un momento?” Arethusa no está hablando, está pensando; lo que visto desde otra perspectiva podía ser igual a hablar con ella sola.
—Eso no — dice Arethusa a las piedras del camino moviendo el dedo gruñón.
La cabeza de Arethusa debe de estar realmente agotada pues continúa haciendo ruidos a pesar de que ella se ha rendido al cansancio. Arethusa se ha quedado parada en el sitio, no se mueve ni un ápice, ni hacia delante ni, por supuesto, hacia atrás. Quieta, como debe de estar su cabeza loca que no deja de hablar con ella misma. ¡Quieta! El ruido se escucha, no desde sus pensamientos, cosa que creía, sino desde el suelo. ¿Son los pies de Arethusa los que están cansados? Se pone de cuchillas y hace como si les estuviera hablando. Parecen estar perfectos. Ahora que está agachada, escucha con mayor claridad de dónde viene el sonido. Aun lado del camino, bajo un banquito de madera, hay un ratoncito comiendo bayas.
— ¡Me has asustado pequeño! Me has hecho creer que mi cabeza se estaba rompiendo. Deja de hacer ese ruido mientras comes — dedo gruñón (eso no) — suena como si estuviera pisando cristales; podrías asustar a más gente.
Los ratones no pueden hablar, al menos que Arethusa supiera, pero ella se siente más cómoda tras haber recriminado al animal por haberse comportado mal.
Sin dejar de caminar, rebusca los bolsillos de la chaqueta. Busca la nota que Eámanë le ha pasado. Debe de estar en algún lugar. La mochila, la bolsa de equipaje y el estuche del violín le dificultan la búsqueda. Hace verdaderas acrobacias con tal de introducir sus finas manitas en cada uno de los bolsillos sin necesidad de soltar ninguna de las bolsas. En un bolsillo nota el tacto del pañuelo de seda que guarda para recogerse el pelo, una bolsita con castañas en otro, aquí hay un botón suelto y aquí una calavera de pájaro que trae buena suerte. ¿Dónde está la nota? Empieza a pensar que debió caérsela durante el trayecto. Quiere mirar atrás, asegurarse de que la nota no se le ha caído al suelo. No, mejor no. Si lo hiciera, estaría tirando a la basura el reciente valor que ha obtenido. Nada de mirar atrás. La nota debe de estar en alguno de esos bolsillos y si no está, no está. Aceptar perder objetos importantes es otra característica muy adulta propia de la gente que vive sola. Arethusa guarda la lección en su cabeza por si la debe invocar una próxima vez.
Y es cuando siente, rebuscando en el último bolsillo de la chaqueta más por inercia que por decisión propia, el tacto del papel curado que compra Eámanë. Conseguir papel de gran calidad en Sandorai es complicado y muy caro. Arethusa juguetea con la nota mientras se pregunta si ella conseguirá un papel igual. No, no podrá hacerlo. La respuesta sirve tanto por la tonta pregunta que se estaba haciendo como la auténtica pregunta que evita pronunciar en voz alta: no, no puede leer la nota. Todavía es demasiado pronto. Necesita caminar más, dar muchos más pasos y pensar en lo que ha sucedido para luego poder dejar de pensar en lo que tendrá que hacer a partir de ahora.
Un ruido ocioso le llama su atención. Piensa, primero, que son sus neuronas chillando por el tremendo esfuerzo que están haciendo. Están pidiendo, más bien exigiendo, que Arethusa se siente y tomé un momento de descanso. Lo necesita. Es demasiado duro. Aunque se siente con fuerzas suficientes para caminar hasta Lunargenta, su cabeza está terriblemente cansada. La forma que tiene de hacérselo entender es mediante chirridos y jaquecas. Se imagina a Eámanë diciendo a viva voz: “¡Estate quieta chiquilla! ¿Quieres dejar de hablar por un momento?” Arethusa no está hablando, está pensando; lo que visto desde otra perspectiva podía ser igual a hablar con ella sola.
—Eso no — dice Arethusa a las piedras del camino moviendo el dedo gruñón.
La cabeza de Arethusa debe de estar realmente agotada pues continúa haciendo ruidos a pesar de que ella se ha rendido al cansancio. Arethusa se ha quedado parada en el sitio, no se mueve ni un ápice, ni hacia delante ni, por supuesto, hacia atrás. Quieta, como debe de estar su cabeza loca que no deja de hablar con ella misma. ¡Quieta! El ruido se escucha, no desde sus pensamientos, cosa que creía, sino desde el suelo. ¿Son los pies de Arethusa los que están cansados? Se pone de cuchillas y hace como si les estuviera hablando. Parecen estar perfectos. Ahora que está agachada, escucha con mayor claridad de dónde viene el sonido. Aun lado del camino, bajo un banquito de madera, hay un ratoncito comiendo bayas.
— ¡Me has asustado pequeño! Me has hecho creer que mi cabeza se estaba rompiendo. Deja de hacer ese ruido mientras comes — dedo gruñón (eso no) — suena como si estuviera pisando cristales; podrías asustar a más gente.
Los ratones no pueden hablar, al menos que Arethusa supiera, pero ella se siente más cómoda tras haber recriminado al animal por haberse comportado mal.
Arethusa Lein
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Aunque esos no eran sus bosques, Amit se sentía bastante confiado mientras cruzaba las tierras de los elfos. Por cuestiones de trabajo había tenido que hacer ese mismo camino muchas veces, era la manera más cómoda para poder entrar y salir del territorio donde se encontraba su tribu.
No es como si jamás hubiese tenido un solo inconveniente, el Mausu recordaba una vez en que un grupo de cazadores elfos lo habían encontrado mientras revolvía unas mochilas abandonadas y lo habían acusado de ladrón. Claramente Amit se sintió sumamente ofendido ¡Él no era ningún ladrón! Los bolsos estaban tirados en medio del bosque y se notaba que nadie los había tocado en mucho tiempo ¿Por qué no podía quedarse entonces con las cosas de valor que tuvieran adentro?
La discusión derivo en una larga argumentación de ambas partes para definir si absolutamente todo lo que cayera dentro del territorio de los elfos, por descarte, les pertenecía. Claro que el roedor no gano el debate, no podía ganar cuando del otro lado eran mayoría y además tenían armas.
Amit recordaba ese episodio y otros similares mientras se llevaba la fruta madura a la boca, por suerte nunca habían sido excesivamente agresivos, el Mausu suponía que eso podía ser porque no era un humano. Sacó su pequeño cuaderno de notas, estaba seguro que había anotado algo en relación a eso en algún lado.
-¡Tchik! – Exclamo cuando por fin encontró el párrafo que buscaba: “Dijo el Elfo en la Taberna que estaba junto al árbol con flores azules: Hace muchos años los nuestros y los Hombres-bestia andaban juntos, compartían territorio y vivían en paz” Amit no sabía sobre eso, y dudaba que ninguno de los de su tribu lo supiera tampoco, era algo que había pasado hacía muchos, muchos años.
Guardo el cuaderno y continuó con su desayuno, ya se sentía bastante satisfecho, pero quería recoger algunas más para tener al día siguiente. Escuchó unos pasos y se quedó quieto para prestar atención, pero así de repentinos como aparecieron, se detuvieron. El Mausu regresó entonces a su tarea de separar las bayas más apetitosas, aunque sin bajar la guardia del todo.
El roedor se encontraba chupándose los dedos con esmero, metiendo la lengua entre ellos para que no quedaran pegajosos, cuando una elfa apareció por el camino. Amit se detuvo en pleno acto, mientras la mujer le recriminaba por estar haciendo los sonidos que le eran naturales.
-¡Tchik! No puedo evitarlo, mis dientes golpean entre si cuando como – Se estiró los labios hacía atrás para mostrarle toda la hilera de dientes – Si tu mente se rompe con tan poca cosa es que tienes una concentración muy débil – Amit suponía que con esa expresión la elfa quería decir que la había distraído de sus pensamientos.
A menos que la mujer quisiera echarlo de los territorios de los elfos, Amit pasaría totalmente de ella, continuó arrancando frutos aunque ya no los comía, quería terminar de llenar la bolsa de cuero para poder irse de allí de una buena vez.
-Acusarme de estar asustando a la gente ¡Tchik-Tchik! Pero que descaro, cuanta insolencia – Murmuraba el roedor mientras hacía un nudo en la bolsa y se la acomodaba en el cinturón – Amit no hizo nada, solo estaba comiendo unas bayas – Continuaba mascullando – Vergüenza debería tener ella, vergüenza y un pedido de disculpas como mínimo. Pero no, los elfos nunca piden perdón ¡Tchik! – Se balanceó para tomar impulso y poder ponerse de pie, sacudiendo el polvo de sus pantalones recientemente adquiridos, no solo tenía que llevarlos puestos, sino que además tenía que mantenerlos limpios – Tantas complicaciones, tantas molestias ¡Tchik! – El Mausu miró a la elfa desafiante –Volví a hacerlo ¿Qué harás al respecto? -
No es como si jamás hubiese tenido un solo inconveniente, el Mausu recordaba una vez en que un grupo de cazadores elfos lo habían encontrado mientras revolvía unas mochilas abandonadas y lo habían acusado de ladrón. Claramente Amit se sintió sumamente ofendido ¡Él no era ningún ladrón! Los bolsos estaban tirados en medio del bosque y se notaba que nadie los había tocado en mucho tiempo ¿Por qué no podía quedarse entonces con las cosas de valor que tuvieran adentro?
La discusión derivo en una larga argumentación de ambas partes para definir si absolutamente todo lo que cayera dentro del territorio de los elfos, por descarte, les pertenecía. Claro que el roedor no gano el debate, no podía ganar cuando del otro lado eran mayoría y además tenían armas.
Amit recordaba ese episodio y otros similares mientras se llevaba la fruta madura a la boca, por suerte nunca habían sido excesivamente agresivos, el Mausu suponía que eso podía ser porque no era un humano. Sacó su pequeño cuaderno de notas, estaba seguro que había anotado algo en relación a eso en algún lado.
-¡Tchik! – Exclamo cuando por fin encontró el párrafo que buscaba: “Dijo el Elfo en la Taberna que estaba junto al árbol con flores azules: Hace muchos años los nuestros y los Hombres-bestia andaban juntos, compartían territorio y vivían en paz” Amit no sabía sobre eso, y dudaba que ninguno de los de su tribu lo supiera tampoco, era algo que había pasado hacía muchos, muchos años.
Guardo el cuaderno y continuó con su desayuno, ya se sentía bastante satisfecho, pero quería recoger algunas más para tener al día siguiente. Escuchó unos pasos y se quedó quieto para prestar atención, pero así de repentinos como aparecieron, se detuvieron. El Mausu regresó entonces a su tarea de separar las bayas más apetitosas, aunque sin bajar la guardia del todo.
El roedor se encontraba chupándose los dedos con esmero, metiendo la lengua entre ellos para que no quedaran pegajosos, cuando una elfa apareció por el camino. Amit se detuvo en pleno acto, mientras la mujer le recriminaba por estar haciendo los sonidos que le eran naturales.
-¡Tchik! No puedo evitarlo, mis dientes golpean entre si cuando como – Se estiró los labios hacía atrás para mostrarle toda la hilera de dientes – Si tu mente se rompe con tan poca cosa es que tienes una concentración muy débil – Amit suponía que con esa expresión la elfa quería decir que la había distraído de sus pensamientos.
A menos que la mujer quisiera echarlo de los territorios de los elfos, Amit pasaría totalmente de ella, continuó arrancando frutos aunque ya no los comía, quería terminar de llenar la bolsa de cuero para poder irse de allí de una buena vez.
-Acusarme de estar asustando a la gente ¡Tchik-Tchik! Pero que descaro, cuanta insolencia – Murmuraba el roedor mientras hacía un nudo en la bolsa y se la acomodaba en el cinturón – Amit no hizo nada, solo estaba comiendo unas bayas – Continuaba mascullando – Vergüenza debería tener ella, vergüenza y un pedido de disculpas como mínimo. Pero no, los elfos nunca piden perdón ¡Tchik! – Se balanceó para tomar impulso y poder ponerse de pie, sacudiendo el polvo de sus pantalones recientemente adquiridos, no solo tenía que llevarlos puestos, sino que además tenía que mantenerlos limpios – Tantas complicaciones, tantas molestias ¡Tchik! – El Mausu miró a la elfa desafiante –Volví a hacerlo ¿Qué harás al respecto? -
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Pone los pies de puntillas y da un pasito hacia delante. Le parece imposible que un ratón pude hablar en Sandorai. En Lunargenta era más común. Vio muchísimos hombres bestias, de todas las especies y de todos los tamaños: perros, gatos, caballos, cerdos, leones y águilas. Fue una chica cierva quien despertó en la elfa unas sensaciones que, desde entonces, había creído que carecía y ahora le resultaba difícil olvidar. Arethusa recuerda su viaje a la ciudad de los humanos. El pequeño ratoncito parece salido de sus recuerdos. ¿Qué hará en Sandorai, tan lejos de su hogar? Los elfos son reacios a recibir visitas de otras razas. ¿De dónde se habrá escapado el ratón maleducado? Está muy sorprendida. Da otro pasito de puntillas como lo haría una bailarina en cuclillas simulando ser un enano. Es la primera vez que ve un hombre bestia en su ciudad, tan cerca de su casa (de la casa de Eàmanë). Se pregunta si los humanos se sintieron tan confusos como ella cuando la vieron caminando por las calles de Lunargenta. Lo más posible es que sí, al juzgar por las caras de interrogante que ponían. Lunargenta no es un lugar adecuado para una pequeña elfa con un violín en la espalda.
Al gesto de confusión hay que sumarle dos nuevos sentimientos, dos que los humanos no sintieron cuando vieron a Arethusa: vergüenza y molestia. Arethusa le había hablado con un tono de voz que no utilizaría con una persona. Su voz había reflejado el miedo y la melancolía de empezar una nueva vida sola, sin el apoyo de su Eàmanë. Se siente como si el ratón hubiera tomado sus pensamientos más personales y los estuviera royendo como si fueran pedazos de frutas. Arethusa guarda el sentimiento de molestia y procura que sus gestos faciales solo desvelen la molestia. ¡Qué antipático! Repite la palabra mentalmente. No quiere pensar que el ratón ha descubierto sus íntimos secretos. ¡Pero qué ratoncito tan antipático! Parece que disfruta haciendo irritar a Arethusa. Tiene un reproche para cada cosa que le ha dicho la elfa. Abre su boca y enseña sus dientes, allí dentro guarda toda una colección de sonidos a cada cual más molesto.
Arethusa da otro pasito hacia delante. Ha escondido el dedo renegón (toda la mano) en el bolsillo de la chaqueta. Mientras el ratoncito sigue hablando, ella se acerca con despacio dejando entrever una mueca de molestia. Nota el tacto liso de la carta que Eàmanë le ha dejado. Eso no es lo que sigue buscando. Un botón de metal rueda por el bolsillo, por mucho que intente esquivarlo, sigue metiéndose entre los dedos como si quisiera ser cogido. Encuentra lo que está buscando en el momento en el que el ratoncito se ha metido un trozo de fruto en la boca y lo mordisque emitiendo un sonido todavía peor que el anterior. Arethusa respira hondo como si con ello pudiera alisar sus rasgos faciales. Si el pequeño ratón adivina lo que está tramando, se escapará y no podrá darle una lección. Es el momento de demostrar (a Eàmanë y así misma) que puede vivir sola.
¡Adelante! Grita en su cabeza.
—Adelante — susurra para darse ánimos.
En un rápido movimiento con la mano izquierda le quita el almuerzo al ratón. Aprovecha el momento de confusión para sacar un paño de lino del bolsillo de su chaqueta y metérselo en la boca.
—¡Ya está! — se ríe suavemente — Ratón ladrador poco mordedor.
Coge los extremos del paño con las dos manos y ata un lazo por encima de la cabeza del animal.
— Yo no soy tan mala como tú, — le enseña la lengua — te he hecho un lindo lacito para que estés más mono. Puedo hacerte otro con tu cola, si quieres. Serás el encanto de todas las ratonas. — sigue riéndose, le resulta muy divertido burlarse del ratón. — Tus amigos me lo agradecerán. Estoy segura que te han dejado aquí solito porque no paras de hablar. ¿Ves? Solucionado. Ahora puedes volver con ellos. De nada. ¿Y sabes qué más? Tu barriga gordita también me lo agradecerá. No te vendrá mal pasar un par de días con un lazo en la boca.
Al gesto de confusión hay que sumarle dos nuevos sentimientos, dos que los humanos no sintieron cuando vieron a Arethusa: vergüenza y molestia. Arethusa le había hablado con un tono de voz que no utilizaría con una persona. Su voz había reflejado el miedo y la melancolía de empezar una nueva vida sola, sin el apoyo de su Eàmanë. Se siente como si el ratón hubiera tomado sus pensamientos más personales y los estuviera royendo como si fueran pedazos de frutas. Arethusa guarda el sentimiento de molestia y procura que sus gestos faciales solo desvelen la molestia. ¡Qué antipático! Repite la palabra mentalmente. No quiere pensar que el ratón ha descubierto sus íntimos secretos. ¡Pero qué ratoncito tan antipático! Parece que disfruta haciendo irritar a Arethusa. Tiene un reproche para cada cosa que le ha dicho la elfa. Abre su boca y enseña sus dientes, allí dentro guarda toda una colección de sonidos a cada cual más molesto.
Arethusa da otro pasito hacia delante. Ha escondido el dedo renegón (toda la mano) en el bolsillo de la chaqueta. Mientras el ratoncito sigue hablando, ella se acerca con despacio dejando entrever una mueca de molestia. Nota el tacto liso de la carta que Eàmanë le ha dejado. Eso no es lo que sigue buscando. Un botón de metal rueda por el bolsillo, por mucho que intente esquivarlo, sigue metiéndose entre los dedos como si quisiera ser cogido. Encuentra lo que está buscando en el momento en el que el ratoncito se ha metido un trozo de fruto en la boca y lo mordisque emitiendo un sonido todavía peor que el anterior. Arethusa respira hondo como si con ello pudiera alisar sus rasgos faciales. Si el pequeño ratón adivina lo que está tramando, se escapará y no podrá darle una lección. Es el momento de demostrar (a Eàmanë y así misma) que puede vivir sola.
¡Adelante! Grita en su cabeza.
—Adelante — susurra para darse ánimos.
En un rápido movimiento con la mano izquierda le quita el almuerzo al ratón. Aprovecha el momento de confusión para sacar un paño de lino del bolsillo de su chaqueta y metérselo en la boca.
—¡Ya está! — se ríe suavemente — Ratón ladrador poco mordedor.
Coge los extremos del paño con las dos manos y ata un lazo por encima de la cabeza del animal.
— Yo no soy tan mala como tú, — le enseña la lengua — te he hecho un lindo lacito para que estés más mono. Puedo hacerte otro con tu cola, si quieres. Serás el encanto de todas las ratonas. — sigue riéndose, le resulta muy divertido burlarse del ratón. — Tus amigos me lo agradecerán. Estoy segura que te han dejado aquí solito porque no paras de hablar. ¿Ves? Solucionado. Ahora puedes volver con ellos. De nada. ¿Y sabes qué más? Tu barriga gordita también me lo agradecerá. No te vendrá mal pasar un par de días con un lazo en la boca.
Arethusa Lein
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Si de Amit dependiera, la conversación habría terminado ahí, no tenía nada que hablar con una elfa maleducada. El ratón era muy malhumorado, pero sin duda el hecho de acusarlo de modo injusto mientras comía su desayuno no ayudaba a que su mal humor mejore. Pero, para su desgracia, la muchacha no parecía dispuesta a terminar con la conversación, no se mostraba molesta, pero tampoco se iba de allí ¿Que era lo que quería?
El roedor miró a la elfa, luego a las bayas y pensó entender lo que pretendía ¡¡Quería sus frutas!!
Doblemente indignado, el Mausu apartó la bolsa con frutos y la cerró para que la chica no se la robe. He iba a comer la última baya para poder irse tranquilo cuando la elfa le golpeó la mano y acto seguido ¡Le puso un pañuelo en la boca!
-####### - Lo que sea que el ratón dijera seguramente estaba muy lejos de ser un halago - ##################### - Ahora el ratón estaba seguro no solo de que la elfa era una mal educada, sino también malvada. Se había aprovechado del pobre Amit para así poder amordazarlo y robarle sus frutos.
Mientras la muchacha se reía burlona, el Mausu la miraba con absoluta seriedad, y es que Amit no solo era rezongón sino también orgulloso. Lo que la joven acababa de hacer es herir la dignidad del roedor.
Con las manos aún pegajosas por los restos de las bayas y la propia saliva del ratón, aprovechó la cercanía de la elfa y la agarró de las orejas, esas bonitas orejas que los de su raza exhibían con tanto orgullo.
-Si no utilizarás esas orejas para oír, entonces no las necesitas para nada, Niña Mal Educada – Dijo en cuanto se pudo correr la mordaza. Se aseguró que entrara mucho pegote en los oídos antes de soltarla – Mi pancita rechoncha demuestra que soy un ratón sano y fuerte ¡Tchik! – Le respondió el Mausu muy ofendido, mientras se daba palmaditas en la panza – Las niñas que no saben nada no deberían opinar –
Acto seguido, agarró su bolsa, se puso en cuatro patas y comenzó a correr. Una cosa era pasear pacíficamente por el bosque de los elfos y otra muy diferente era atacar a uno y pretender que nada pasara.
Con esto en mente, Amit corrió tan rápido como pudo, metiéndose entre arbustos, saltando ramas y esquivando raíces. Los oreja puntiaguda eran muy rápidos, pero el ratón confiaba en que la elfa no pudiera pasar por los mismos lugares que él.
Finalmente se detuvo, apoyando la espalda contra la corteza de un árbol enorme, respiraba agitado y con mucho nerviosismo miraba a los lados, en busca de cualquier indicio que le señalara la presencia de la elfa.
El roedor miró a la elfa, luego a las bayas y pensó entender lo que pretendía ¡¡Quería sus frutas!!
Doblemente indignado, el Mausu apartó la bolsa con frutos y la cerró para que la chica no se la robe. He iba a comer la última baya para poder irse tranquilo cuando la elfa le golpeó la mano y acto seguido ¡Le puso un pañuelo en la boca!
-####### - Lo que sea que el ratón dijera seguramente estaba muy lejos de ser un halago - ##################### - Ahora el ratón estaba seguro no solo de que la elfa era una mal educada, sino también malvada. Se había aprovechado del pobre Amit para así poder amordazarlo y robarle sus frutos.
Mientras la muchacha se reía burlona, el Mausu la miraba con absoluta seriedad, y es que Amit no solo era rezongón sino también orgulloso. Lo que la joven acababa de hacer es herir la dignidad del roedor.
Con las manos aún pegajosas por los restos de las bayas y la propia saliva del ratón, aprovechó la cercanía de la elfa y la agarró de las orejas, esas bonitas orejas que los de su raza exhibían con tanto orgullo.
-Si no utilizarás esas orejas para oír, entonces no las necesitas para nada, Niña Mal Educada – Dijo en cuanto se pudo correr la mordaza. Se aseguró que entrara mucho pegote en los oídos antes de soltarla – Mi pancita rechoncha demuestra que soy un ratón sano y fuerte ¡Tchik! – Le respondió el Mausu muy ofendido, mientras se daba palmaditas en la panza – Las niñas que no saben nada no deberían opinar –
Acto seguido, agarró su bolsa, se puso en cuatro patas y comenzó a correr. Una cosa era pasear pacíficamente por el bosque de los elfos y otra muy diferente era atacar a uno y pretender que nada pasara.
Con esto en mente, Amit corrió tan rápido como pudo, metiéndose entre arbustos, saltando ramas y esquivando raíces. Los oreja puntiaguda eran muy rápidos, pero el ratón confiaba en que la elfa no pudiera pasar por los mismos lugares que él.
Finalmente se detuvo, apoyando la espalda contra la corteza de un árbol enorme, respiraba agitado y con mucho nerviosismo miraba a los lados, en busca de cualquier indicio que le señalara la presencia de la elfa.
Amit'tek
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
¡Qué malo! Es una persona (un ratón) horrible. No tiene ningún encanto y es cruel como un brujo. En lugar de agradecer el lacito que Arethusa le ha hecho, una inocente y cariñosa broma con la que renegó el vocabulario vulgar del ratoncito, desata el laza y aprovecha la cercanía de las dos cabezas para atrapar las orejas de la elfas y estirarlas con sus diminutas fuerzas. Lo último que hace el malvado ratoncito es coger su bolsa de frutas e irse corriendo por los arbustos y recovecos de la zona, donde Arethusa no puede perseguirle y vengarse por lo que le ha hecho.
Arethusa siente dolor en las orejas por los estirones. El primer instinto es el de ponerse las manos por encima de ellas y aliviar el dolor con el calor corporal. Cambia de parecer en el último momento. El daño no es una molestia tan grande como lo es sentirse sucia. El malvado ratoncito tenía las manos manchadas de jugo de bayas; con esas manos, el muy guarro, le ha tocado las orejas. ¡Qué asco! Coge el pañuelo de su bolsillo y le da forma de fino churro para limpiarse con ahínco el jugo de bayas que el ratón le ha dejado en las orejas. ¡Qué asco! ¡Qué asco! ¡Qué asco! Se sienta en el banco de la zona. Pone sus maletas al lado de las piernas, donde pueda vigilarlas, y se entretiene sus buenos minutos de reloj en limpiar bien el pegote. Con agua caliente sería más fácil, piensa.
Una vez quedan sus orejas limpias, la elfa se cruza de brazos molesta. No es justo, nada justo. El ratón es malo y un guarro de narices. No es justo que se vaya de rositas después de haberle estirado y ensuciado las orejas con jugo de baya. Piensa en qué es lo que debe hacer. Es una pregunta muy difícil. Ha perdido completamente de vista al ratón y no sabe dónde puede haberse escondido. Pedir ayuda a Eámanë no es una opción. Arethusa está decidida a aprender a vivir sola, sin tener que depender de nadie. Mira a su izquierda y a su derecha, como si en los árboles colindantes estuvieran escrito el siguiente paso que debe dar. Se siente extraña y terriblemente sola. Arrastra sus bolsas hacia ella por la única razón de sentir contacto con algo. Un ratón me ha estirado las orejas y no sé qué hacer.
Utiliza la parte trasera del trapo con el que se ha limpiado las orejas para limpiarse las lágrimas y sonase la nariz. Arethusa se siente triste y no entiende por qué. ¡Ánimo! ¡Adelante! Grita en sus adentros, pero de poco le sirve. ¡Levántate y anda! ¿Y a dónde va a ir? Lo pone en la carta que le ha dado Eámanë. La lee primero mentalmente y luego en un susurro para comprobar que lo que hay escrito es real. Es la dirección de la casa árbol de un reconocido sacerdote elfo que trabaja con los hechizos de los druidas. El sacerdote se ha ofrecido a tomar a Arethusa como pupila. Le dejara una pequeña casa árbol que utiliza como almacén como vivienda en lo que la elfa encuentre algo mejor. Eámanë, ¿por qué eres tan buena? La promesa de trabajo y vivienda renuevan la autoestima de Arethusa. Se pone costosamente de pie y camina a la dirección que está escrita en la nota.
Menos mal que se ha limpiado las orejas, ojos y nariz hace un rato; no le gustaría presentarse en casa del sacerdote con la cara sucia por culpa del malvado y guarro ratón.
Me ha quedado un post muy corto, pero no sabía qué hacer >o< El ratón ha pillado a la pobre Ary de sorpresa. A ver si a ti se te ocurre algo divertido ò.Ó.
Arethusa siente dolor en las orejas por los estirones. El primer instinto es el de ponerse las manos por encima de ellas y aliviar el dolor con el calor corporal. Cambia de parecer en el último momento. El daño no es una molestia tan grande como lo es sentirse sucia. El malvado ratoncito tenía las manos manchadas de jugo de bayas; con esas manos, el muy guarro, le ha tocado las orejas. ¡Qué asco! Coge el pañuelo de su bolsillo y le da forma de fino churro para limpiarse con ahínco el jugo de bayas que el ratón le ha dejado en las orejas. ¡Qué asco! ¡Qué asco! ¡Qué asco! Se sienta en el banco de la zona. Pone sus maletas al lado de las piernas, donde pueda vigilarlas, y se entretiene sus buenos minutos de reloj en limpiar bien el pegote. Con agua caliente sería más fácil, piensa.
Una vez quedan sus orejas limpias, la elfa se cruza de brazos molesta. No es justo, nada justo. El ratón es malo y un guarro de narices. No es justo que se vaya de rositas después de haberle estirado y ensuciado las orejas con jugo de baya. Piensa en qué es lo que debe hacer. Es una pregunta muy difícil. Ha perdido completamente de vista al ratón y no sabe dónde puede haberse escondido. Pedir ayuda a Eámanë no es una opción. Arethusa está decidida a aprender a vivir sola, sin tener que depender de nadie. Mira a su izquierda y a su derecha, como si en los árboles colindantes estuvieran escrito el siguiente paso que debe dar. Se siente extraña y terriblemente sola. Arrastra sus bolsas hacia ella por la única razón de sentir contacto con algo. Un ratón me ha estirado las orejas y no sé qué hacer.
Utiliza la parte trasera del trapo con el que se ha limpiado las orejas para limpiarse las lágrimas y sonase la nariz. Arethusa se siente triste y no entiende por qué. ¡Ánimo! ¡Adelante! Grita en sus adentros, pero de poco le sirve. ¡Levántate y anda! ¿Y a dónde va a ir? Lo pone en la carta que le ha dado Eámanë. La lee primero mentalmente y luego en un susurro para comprobar que lo que hay escrito es real. Es la dirección de la casa árbol de un reconocido sacerdote elfo que trabaja con los hechizos de los druidas. El sacerdote se ha ofrecido a tomar a Arethusa como pupila. Le dejara una pequeña casa árbol que utiliza como almacén como vivienda en lo que la elfa encuentre algo mejor. Eámanë, ¿por qué eres tan buena? La promesa de trabajo y vivienda renuevan la autoestima de Arethusa. Se pone costosamente de pie y camina a la dirección que está escrita en la nota.
Menos mal que se ha limpiado las orejas, ojos y nariz hace un rato; no le gustaría presentarse en casa del sacerdote con la cara sucia por culpa del malvado y guarro ratón.
Me ha quedado un post muy corto, pero no sabía qué hacer >o< El ratón ha pillado a la pobre Ary de sorpresa. A ver si a ti se te ocurre algo divertido ò.Ó.
Arethusa Lein
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Muchos de los elfos que Amit había conocido eran un montón de engreidos desagradables, pero el Mausu tenía bien en claro que no todos eran iguales. El problema era que los simpáticos no eran mayoría, por lo que ante la duda el roedor optaba por escapar de ellos sin intercambiar palabra alguna. El encuentro con la joven elfa había sido completamente inesperado, y solo había servido para confirmar las sospechas del ratón: Los elfos no valían la pena.
Luego de que pasaran varios segundos y la elfa no apareciera, Amit supuso que había logrado perderla. Dejó escapar un suspiro de alivio y calmó su nerviosismo, se agarró la panza con ambas manos, por todo el estrés que había pasado sentía que el desayuno se revolvía en su estómago. Rechistó varias veces y maldijo a la elfa por haberle hecho pasar tanta mala sangre.
-Siempre que te encuentro estás protestando por algo, Amit´tek - Dijo una voz que salía de la nada.
-¡¡Tchik!! - Dio un salto el Mausu, asustado. Miró hacía los lados y no había nada, miró hacia arriba y allí estaba, el único elfo con quien el ratón había logrado llevarse bien - Me asustaste, Isil -
Amit olfateo el aire con desconfianza, pero siempre le pasaba lo mismo, los seres de esa raza olían a bosque, a plantas, a flores y frutos, el Mausu no tenía manera de diferenciar su olor entre medio de tanta vegetación. El roedor se puso de pie y se pasó las manos por el pantalón antes de ofrecersela al elfo, a su manera, el ratón le tenía cierto respeto a Isil, tenía entendido que era un miembro reconocido de su sociedad, pero no abusaba de su poder ni creía ser superior por eso.
-¿Pensabas pasar por el bosque sin venir a visitarme? - Isil siempre hablaba de modo amable, con calma y buena predisposición, era en parte por eso que se habían hecho amigos.
-No estaba en mis planes el visitar a nadie, tengo... Tengo muchas ganas de ver a mi familia pronto - Admitió Amit con algo de vergüenza, ese tipo de emociones no solían compartirse con seres que no fueran Mausus.
El elfo entrelazo las manos y asintió comprensivo.
-Entiendo, has pasado mucho tiempo lejos de tu hogar, es lógico que desees volver - Sonrió con amabilidad y agregó - Es una lastima, tengo una bolsa llena de esos dulces que tanto le habían gustado a tus hijos... - Miró de reojo al Mausu.
-Elfo tramposo, tchik - Amit se hizo el enojado, pero tenía que admitir que la compañía de Isil siempre era agradable - De acuerdo, solo será un momento -
El elfo asintió y le hizo un gesto para que lo siguiera. El Mausu había visitado la casa de Isil en varias oportunidades, se habían conocido hace tiempo, cuando el elfo encontró a Amit revolviendo entre las flores de su jardín en busca de algunas raíces. Desde entonces eran buenos amigos, aunque solo se veían cuando el ratón pasaba por el bosque de los elfos.
La casa de Isil era bastante grande, estaba compuesta por tres partes diferente, la vivienda principal, el estudio y el almacén, cada una perfectamente armada para que formara parte de los árboles sin lastimarlos. Amit subió tras su amigo y se instaló en la sala principal, luego esperó a que el elfo preparada algo de té, seguramente tendría algunos de esos dulces que hacían los elfos, aunque acababa de desayunar el Mausu ya tenía hambre de nuevo.
Luego de que pasaran varios segundos y la elfa no apareciera, Amit supuso que había logrado perderla. Dejó escapar un suspiro de alivio y calmó su nerviosismo, se agarró la panza con ambas manos, por todo el estrés que había pasado sentía que el desayuno se revolvía en su estómago. Rechistó varias veces y maldijo a la elfa por haberle hecho pasar tanta mala sangre.
-Siempre que te encuentro estás protestando por algo, Amit´tek - Dijo una voz que salía de la nada.
-¡¡Tchik!! - Dio un salto el Mausu, asustado. Miró hacía los lados y no había nada, miró hacia arriba y allí estaba, el único elfo con quien el ratón había logrado llevarse bien - Me asustaste, Isil -
Amit olfateo el aire con desconfianza, pero siempre le pasaba lo mismo, los seres de esa raza olían a bosque, a plantas, a flores y frutos, el Mausu no tenía manera de diferenciar su olor entre medio de tanta vegetación. El roedor se puso de pie y se pasó las manos por el pantalón antes de ofrecersela al elfo, a su manera, el ratón le tenía cierto respeto a Isil, tenía entendido que era un miembro reconocido de su sociedad, pero no abusaba de su poder ni creía ser superior por eso.
-¿Pensabas pasar por el bosque sin venir a visitarme? - Isil siempre hablaba de modo amable, con calma y buena predisposición, era en parte por eso que se habían hecho amigos.
-No estaba en mis planes el visitar a nadie, tengo... Tengo muchas ganas de ver a mi familia pronto - Admitió Amit con algo de vergüenza, ese tipo de emociones no solían compartirse con seres que no fueran Mausus.
El elfo entrelazo las manos y asintió comprensivo.
-Entiendo, has pasado mucho tiempo lejos de tu hogar, es lógico que desees volver - Sonrió con amabilidad y agregó - Es una lastima, tengo una bolsa llena de esos dulces que tanto le habían gustado a tus hijos... - Miró de reojo al Mausu.
-Elfo tramposo, tchik - Amit se hizo el enojado, pero tenía que admitir que la compañía de Isil siempre era agradable - De acuerdo, solo será un momento -
El elfo asintió y le hizo un gesto para que lo siguiera. El Mausu había visitado la casa de Isil en varias oportunidades, se habían conocido hace tiempo, cuando el elfo encontró a Amit revolviendo entre las flores de su jardín en busca de algunas raíces. Desde entonces eran buenos amigos, aunque solo se veían cuando el ratón pasaba por el bosque de los elfos.
La casa de Isil era bastante grande, estaba compuesta por tres partes diferente, la vivienda principal, el estudio y el almacén, cada una perfectamente armada para que formara parte de los árboles sin lastimarlos. Amit subió tras su amigo y se instaló en la sala principal, luego esperó a que el elfo preparada algo de té, seguramente tendría algunos de esos dulces que hacían los elfos, aunque acababa de desayunar el Mausu ya tenía hambre de nuevo.
- Spoiler:
- F.D.I: Bien, esto es lo que se me ocurrió ^^ Espero que no cambie muchos tus planes. Si queres modificar el nombre me avisas, y como este es un pnj para la historia de tu pj, te dejo a vos elegir la imagen.
Amit'tek
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Llega a la dirección que marca la carta de Eámanë. Los laboratorios de los sacerdotes, a diferencias de las casas comunes, no están construidos en la copa del árbol, sino en el interior del tronco. Entre las delgadas ramas se esconden delgadas chimeneas artificiales que sirven para extraer los gases generados por las pócimas del sacerdote. Arethusa revisa la nota de su hermana. La primera parte, la que marca la dirección del laboratorio del sacerdote, está escrita con la letra de Eámanë. Una segunda parte, la que más entusiasma y asusta a Arethusa, posee una caligrafía muy diferente. “Estaremos encantados de recibir a Arethusa en nuestra casa”. Más abajo se encuentra la firma del sacerdote: Nethima. ¿Es el primer o segundo nombre? Arethusa piensa que debe tratarse del apellido ya que los sacerdotes son personas de autoridad.
—La tercera [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], contando desde por el Este, pasando la fuente. — lee la dirección en voz baja sin apartar los ojos de la nota.
Los laboratorios, a diferencia de las casas-árbol, están construidos en el interior del tronco. En la copa de la refia, Arethusa alcanza a ver unas ramas huecas y sin hojas que sirven para extraer los gases de los experimentos. Un elfo especializado en la magia natural debe de haber creado las chimeneas. Arethusa conoce esta magia porque se la ha visto conjurar a Rovanth, el marido de Eámanë.
—Firmado: Nethima — suspira.
Arethusa ha visto a muchos sacerdotes a lo largo de su (relativa) corta vida, pero jamás se ha dirigido a ninguno. Los ha visto desde lejos, como si fueran figuras mitológicas que se han escapado de alguna canción de fantasía. ¿Qué estarán haciendo? Pensaba desde la distancia. Quizás hablar con los Dioses o puede que sanar las enfermedades de Aerandir con sus plegarias. Cuando pase al interior de la refia, descubrirá qué es lo que hacen realmente. La idea la asusta y fascina por partes iguales. Tiene miedo de descubrir que no está preparada para trabajar al lado de un sacerdote, ni siquiera de hablar con él. Las chimeneas artificiales de la refia la intimidan, parecen gruñir como perros guardianes.
Niega con la cabeza repetidas veces para deshacerse de la inseguridad. Es lo mejor para mí, lo mejor para Eámanë e incluso lo mejor para Arethan. El pequeño estará orgulloso de ver a su tía convertida en sacerdotisa.
Desvía la mirada, a salvo de las chimeneas de la refia. Alcanza a ver al maleducado y guarro ratón. Está siguiendo a un elfo alto y de buen vestir. Pobre desafortunado, el ratón le va a llenar sus orejas de pegajoso jugo de mora y luego se reirá de él con su chirriante y molesta voz. Arethusa espera a que el elfo se gire y le ofrezca una merecida patada al ratón; terminada en punta y en todo el culete. Sucede lo contrario: lo invita a pasar a su casa con una ligera reverencia.
—¡Tchik! — imita el sonido del ratón. —¡Tchik, tchik y doble tchik! — gruñe como si estuviera diciendo la peor de las palabrotas.
Un elfo de buena cuna invita a pasar al maleducado ratón a su casa y a mí unas chimeneas me espantan como si fuera una intrusa. Muy justo todo. Piensa sin dejar de chirriar.
Coge una piedrecita del suelo, no más grande que un garbanzo. La pasa de una mano a otra para controlar el peso. Una vez se hace con él, lanza la piedra contra la copa de la refia. Apunta a una de las chimeneas artificiales, aunque su deseo es alcanzar al ratoncito. Falla el tiro. Arethusa no destaca por su buena puntería. La piedra se pierde entre las ramas de la refia. ¡Maldición! ¡Thick! ¡Maldición y Thick!
Una elfa sale del laboratorio. Agarra la mano de Arethusa cuando ésta se dispone a coger una segunda piedrecita.
—Cuida esa boca — dice con voz autoritaria — no quieras saber lo que estás diciendo en la lengua de los dragones.
La apariencia física de la desconocida es la inversa de lo que se podría esperar de una sacerdotisa. Viste una corta falda de tiras de cuero y un corsé del mismo material que deja poco a la imaginación; si se afina la vista, se alcanza ver la sombra de un pezón en el lado derecho del sostén. Su cabello es un ovillo de pelos sin peinar y gruesas rastas. El color natural del cabello parece ser el rubio, la parte inferior del mismo parece estar manchado, que no tintado, de color magenta. Tiene tres piercings en el labio inferior. En otras circunstancias a Arethusa le hubiera parecido exótica y atractiva. Ahora, la mujer le da tanto miedo como las chimeneas del árbol.
—Es por su culpa. — contesta al borde de las lágrimas — Ha sido él, el ratón. Ha saltado encima de mí, me ha insultado y encima me ha metido zumo de moras en la oreja.
—¿Hablas de ese hombre bestia? — la elfa suelta la mano de Arethusa. Su tacto deja un escozor como si hubiera tocado un fardo de ortigas. Arethusa resiste rascarse la piel — Entonces, ¿por qué no vas y se lo dices a él en lugar de tirar piedras a mi tejado? — el aliento de la desconocida apesta a ajo — Adelante, ve y díselo.
Arethusa se queda paralizada. No sabe qué decir. Ella… ella es… [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. No, no puede ser. Ella es todo lo contrario de lo que representan las sacerdotisas de Sandorai.
—Hola, soy Arethusa… — intenta pronunciar la frase que había ensañado para presentarse al sacerdote, pero su voz suena débil y entrecortada — me envía mi hermana Eámanë y estoy buscando al señor… ¡a la señora! Nethima.
La sacerdotisa parece no escuchar a Arethusa. La toma de la oreja y la arrastra hacia la dirección donde el elfo había llevado al ratón. A medio camino, es cuando la sacerdotisa empieza a hablar.
—No voy a tomar como discípula a una elfa que no se atreva a pronunciar una palabra. — el aliento de Nethima ha cambiado de aroma, ahora huele a madreselva.
Nethima llama a la puerta del elfo con la mano libre. Inmediatamente, suelta la oreja de Arethusa no sin antes golpearla con un suave chasquido.
—No te rasques — dice y ahora su aliente posee la fragancia de Eámanë.
—La tercera [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], contando desde por el Este, pasando la fuente. — lee la dirección en voz baja sin apartar los ojos de la nota.
Los laboratorios, a diferencia de las casas-árbol, están construidos en el interior del tronco. En la copa de la refia, Arethusa alcanza a ver unas ramas huecas y sin hojas que sirven para extraer los gases de los experimentos. Un elfo especializado en la magia natural debe de haber creado las chimeneas. Arethusa conoce esta magia porque se la ha visto conjurar a Rovanth, el marido de Eámanë.
—Firmado: Nethima — suspira.
Arethusa ha visto a muchos sacerdotes a lo largo de su (relativa) corta vida, pero jamás se ha dirigido a ninguno. Los ha visto desde lejos, como si fueran figuras mitológicas que se han escapado de alguna canción de fantasía. ¿Qué estarán haciendo? Pensaba desde la distancia. Quizás hablar con los Dioses o puede que sanar las enfermedades de Aerandir con sus plegarias. Cuando pase al interior de la refia, descubrirá qué es lo que hacen realmente. La idea la asusta y fascina por partes iguales. Tiene miedo de descubrir que no está preparada para trabajar al lado de un sacerdote, ni siquiera de hablar con él. Las chimeneas artificiales de la refia la intimidan, parecen gruñir como perros guardianes.
Niega con la cabeza repetidas veces para deshacerse de la inseguridad. Es lo mejor para mí, lo mejor para Eámanë e incluso lo mejor para Arethan. El pequeño estará orgulloso de ver a su tía convertida en sacerdotisa.
Desvía la mirada, a salvo de las chimeneas de la refia. Alcanza a ver al maleducado y guarro ratón. Está siguiendo a un elfo alto y de buen vestir. Pobre desafortunado, el ratón le va a llenar sus orejas de pegajoso jugo de mora y luego se reirá de él con su chirriante y molesta voz. Arethusa espera a que el elfo se gire y le ofrezca una merecida patada al ratón; terminada en punta y en todo el culete. Sucede lo contrario: lo invita a pasar a su casa con una ligera reverencia.
—¡Tchik! — imita el sonido del ratón. —¡Tchik, tchik y doble tchik! — gruñe como si estuviera diciendo la peor de las palabrotas.
Un elfo de buena cuna invita a pasar al maleducado ratón a su casa y a mí unas chimeneas me espantan como si fuera una intrusa. Muy justo todo. Piensa sin dejar de chirriar.
Coge una piedrecita del suelo, no más grande que un garbanzo. La pasa de una mano a otra para controlar el peso. Una vez se hace con él, lanza la piedra contra la copa de la refia. Apunta a una de las chimeneas artificiales, aunque su deseo es alcanzar al ratoncito. Falla el tiro. Arethusa no destaca por su buena puntería. La piedra se pierde entre las ramas de la refia. ¡Maldición! ¡Thick! ¡Maldición y Thick!
Una elfa sale del laboratorio. Agarra la mano de Arethusa cuando ésta se dispone a coger una segunda piedrecita.
—Cuida esa boca — dice con voz autoritaria — no quieras saber lo que estás diciendo en la lengua de los dragones.
La apariencia física de la desconocida es la inversa de lo que se podría esperar de una sacerdotisa. Viste una corta falda de tiras de cuero y un corsé del mismo material que deja poco a la imaginación; si se afina la vista, se alcanza ver la sombra de un pezón en el lado derecho del sostén. Su cabello es un ovillo de pelos sin peinar y gruesas rastas. El color natural del cabello parece ser el rubio, la parte inferior del mismo parece estar manchado, que no tintado, de color magenta. Tiene tres piercings en el labio inferior. En otras circunstancias a Arethusa le hubiera parecido exótica y atractiva. Ahora, la mujer le da tanto miedo como las chimeneas del árbol.
—Es por su culpa. — contesta al borde de las lágrimas — Ha sido él, el ratón. Ha saltado encima de mí, me ha insultado y encima me ha metido zumo de moras en la oreja.
—¿Hablas de ese hombre bestia? — la elfa suelta la mano de Arethusa. Su tacto deja un escozor como si hubiera tocado un fardo de ortigas. Arethusa resiste rascarse la piel — Entonces, ¿por qué no vas y se lo dices a él en lugar de tirar piedras a mi tejado? — el aliento de la desconocida apesta a ajo — Adelante, ve y díselo.
Arethusa se queda paralizada. No sabe qué decir. Ella… ella es… [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]. No, no puede ser. Ella es todo lo contrario de lo que representan las sacerdotisas de Sandorai.
—Hola, soy Arethusa… — intenta pronunciar la frase que había ensañado para presentarse al sacerdote, pero su voz suena débil y entrecortada — me envía mi hermana Eámanë y estoy buscando al señor… ¡a la señora! Nethima.
La sacerdotisa parece no escuchar a Arethusa. La toma de la oreja y la arrastra hacia la dirección donde el elfo había llevado al ratón. A medio camino, es cuando la sacerdotisa empieza a hablar.
—No voy a tomar como discípula a una elfa que no se atreva a pronunciar una palabra. — el aliento de Nethima ha cambiado de aroma, ahora huele a madreselva.
Nethima llama a la puerta del elfo con la mano libre. Inmediatamente, suelta la oreja de Arethusa no sin antes golpearla con un suave chasquido.
—No te rasques — dice y ahora su aliente posee la fragancia de Eámanë.
Arethusa Lein
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Había dicho que solo se quedaría un minuto, pero cuando el elfo regreso a la sala tenía en una mano la bolsa con los dulces y en la otra una bandeja con dos tazas de té, claramente la visita se extendería durante un buen rato. Amit se mordió una uña y miró por la ventana la altura en la que se encontraba el sol, aún tenía tiempo de sobra antes de que anocheciera, no tendría por qué causar inconveniente alguno el quedarse un rato con su amigo.
-Es té hecho con las raíces que intentaste robarme – Bromeó Isil
-Nunca me lo perdonarás ¿Mmm? Si hubiese sabido que esas plantas era de alguien no habría escarbado allí – Se excusó de nuevo el roedor mientras agarraba la taza que le ofrecían con ambas manos.
-A nosotros no nos gusta hacer de esos jardines artificiales con plantas ordenadas como hacen los humanos – Se sentó a la mesa y agarró el té con la clásica elegancia que parecían derrochar los elfos sin esfuerzo alguno.
Un sonidito en la ventana llamo su atención, el bosque de los elfos era tan pacifico que cualquier tipo de sonido fuera de lo común resaltaba mucho más. Pero además de eso, las sensibles orejas del ratón se percataron de una voz que había escuchado pocas horas antes. Frunció el ceño y rápidamente fue hacía la ventana, apoyando ambas patas y el hocico contra el vidrio.
-Es la elfa mal educada – Chilló desde - ¿Me ha seguido? Por supuesto que lo ha hecho, Tchik, es una chiquilla muy malvada – A Amit se le crispaban los pelos de la espalda de solo recordar las horribles cosas que le había dicho esa jovencita.
-¿Tuviste problemas antes de encontrarte conmigo? – Preguntó curioso Isil, quien no se había levantado aún de la mesa ni había soltado la taza de té.
-Estaba desayunando uno frutos del bosque cuando esa niña apareció y comenzó a insultarme – Dijo el Mausu mientras señalaba acusador a Lein.
-Vaya ¿Es así? ¿Sin motivo alguno? –
-Fue así como pasó, Tchik –
Entonces tocaron a la puerta, y allí estaban la Joven Mal Educada y otra elfa que la sostenía para que no escapara, ya que era evidente que estaba yendo en contra de su voluntad. Amit se quedó parado atrás de Isil, de brazos cruzados, mirando con rencor a Arethusa, por momentos se escuchaba que entrechocaba los dientes, pero mantuvo los labios bien apretados para no interrumpir.
-Buenos días Señorita Nethima, buenos días joven Elfa – Saludo amablemente Isil a las dos - ¿En qué puedo ayudarlas? –
El Mausu no apartaba la vista de Lein, estaba seguro que la niña además de malvada, traicionera e ignorante, era mentirosa, intentaría echarle toda la culpa de lo sucedido, y Amit no permitiría que lo haga.
-Mi compañero me acaba de comentar que ya tuvieron un encuentro, espero no le haya dejado una mala impresión, los Mausu son seres muy bondadosos, solo hay que saber entender sus costumbres – Y lo decía con sinceridad, hasta el momento no había conocido a un solo Ratón de esa raza que fuera mal intencionado.
-Es té hecho con las raíces que intentaste robarme – Bromeó Isil
-Nunca me lo perdonarás ¿Mmm? Si hubiese sabido que esas plantas era de alguien no habría escarbado allí – Se excusó de nuevo el roedor mientras agarraba la taza que le ofrecían con ambas manos.
-A nosotros no nos gusta hacer de esos jardines artificiales con plantas ordenadas como hacen los humanos – Se sentó a la mesa y agarró el té con la clásica elegancia que parecían derrochar los elfos sin esfuerzo alguno.
Un sonidito en la ventana llamo su atención, el bosque de los elfos era tan pacifico que cualquier tipo de sonido fuera de lo común resaltaba mucho más. Pero además de eso, las sensibles orejas del ratón se percataron de una voz que había escuchado pocas horas antes. Frunció el ceño y rápidamente fue hacía la ventana, apoyando ambas patas y el hocico contra el vidrio.
-Es la elfa mal educada – Chilló desde - ¿Me ha seguido? Por supuesto que lo ha hecho, Tchik, es una chiquilla muy malvada – A Amit se le crispaban los pelos de la espalda de solo recordar las horribles cosas que le había dicho esa jovencita.
-¿Tuviste problemas antes de encontrarte conmigo? – Preguntó curioso Isil, quien no se había levantado aún de la mesa ni había soltado la taza de té.
-Estaba desayunando uno frutos del bosque cuando esa niña apareció y comenzó a insultarme – Dijo el Mausu mientras señalaba acusador a Lein.
-Vaya ¿Es así? ¿Sin motivo alguno? –
-Fue así como pasó, Tchik –
Entonces tocaron a la puerta, y allí estaban la Joven Mal Educada y otra elfa que la sostenía para que no escapara, ya que era evidente que estaba yendo en contra de su voluntad. Amit se quedó parado atrás de Isil, de brazos cruzados, mirando con rencor a Arethusa, por momentos se escuchaba que entrechocaba los dientes, pero mantuvo los labios bien apretados para no interrumpir.
-Buenos días Señorita Nethima, buenos días joven Elfa – Saludo amablemente Isil a las dos - ¿En qué puedo ayudarlas? –
El Mausu no apartaba la vista de Lein, estaba seguro que la niña además de malvada, traicionera e ignorante, era mentirosa, intentaría echarle toda la culpa de lo sucedido, y Amit no permitiría que lo haga.
-Mi compañero me acaba de comentar que ya tuvieron un encuentro, espero no le haya dejado una mala impresión, los Mausu son seres muy bondadosos, solo hay que saber entender sus costumbres – Y lo decía con sinceridad, hasta el momento no había conocido a un solo Ratón de esa raza que fuera mal intencionado.
Amit'tek
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
No es verdad, el hombre ratón no es para nada bondadoso. Es molestos, maleducado y, por si fuera poco, mentiroso. A saber qué clase de pantomimas le habrá dicho al vecino de la sacerdotisa Nethima. Muchas mentiras, seguro que sí. Comer haciendo mucho ruido al masticar era una mal costumbre aquí, en Lunargenta (Arethusa lo sabe porque visitó la ciudad de los humanos) y en cualquier rincón de Aerandir.
Arethusa arruga y mira al hombre ratón con una mueca de desagrado. ¡En menudo lío la ha metido! Esto le puede costar su puesto como pupila de la sacerdotisa Nethima y también su nuevo hogar, el cual todavía no ha conocido, en la casa-refia de la sacerdotisa. Si Nethima rechaza a Arethusa por culpa del maleducado y mentiroso ratón, Arethusa tendría que regresar cabizbaja a casa de Eámanë. Su hermana mayor se sentiría muy decepcionada. Quizás, la perdonaría con el paso de los días e incluso podría ayudarla a buscar un nuevo trabajo; pero Arethusa no sería capaz de perdonarse a sí misma. La casa de Eámanë era pequeña para tres personas y diminuta para cuatro. Con la llegada del pequeño Arethan y contando a Arethusa, hacen cuatro. Alguien sobra dentro de la familia Rovanth-Lein y esa era la hermana que había estado viviendo durante años sin aportar ningún beneficio al hogar y robando comida a escondidas para entregársela a un viejo el elfo, el padre de Eámanë y Arethusa, que enloquece por momentos.
Aspira profunda y lentamente. Tiene la palma de la mano en el hombro sobre el sarpullido que le ha dejado la sacerdotisa Nethima. Acaricia la herida sin llegar a rascarse. Selecciona en su cabeza las palabras justas. No quiere causar una mala impresión a la sacerdotisa (peor que haber lanzado piedras encima de su casa) ni dejarse pisotear por un maleducado ratoncito. ¿Qué pensaría Eámanë si la viese así? Peor todavía: ¿Qué pensaría Mainera Lein? Ella dejó Sandorai para unirse al ejército de La Guardia y viajar por toda Aerandir combatir contra toda clase de criaturas feas y malvadas. ¿Qué pensaría si viese a su hermanita pequeña, la que tanto quiso en vida, esconderse porque tiene miedo de un ratoncito maleducado?
—Está mintiendo. Él no es bondasoso — está tan enfadada que no pronuncia bien la palabra “bondadoso”. — Si las costumbres de los Mausu’s — sean quiénes sean ellos — son hacer ruido con los dientes, insultar y manchar la cara de la gente con sus manos sucias; debo decir que son unas costumbres muy malas y que deberían cambiarlas. — habla con una razón infinita.
—¿Algo más que añadir señorita Lein?
La sacerdotisa Nethima coge una piedra del suelo y la deposita sobre las manos de Arethusa. Le guía un ojo y sonríe como si fueran los cómplices de un gran robo. Es una sonrisa muy bonita y seductora. ¿Quiere que tire la piedra a…? ¿Por qué ha...? Arethusa se hace muchas preguntas, pero no logra finalizar ninguna.
—Métele en la boca a ver si haces el mismo Tchik que antes. — aprieta la piedra en su mano. — Tchik, tchik, tchik, tchik. Te voy a dar con el tchik en la boca. ¡Deja de burlarte de mí! Eres malo. Quieres hacerme quedar en ridícula. Te divierte burlarte de mí y romperme la cabeza con tus tchiks. No lo conseguirás. Me niego. No, no, no. He dicho que no. No te dejaré. No te dejaré que digas mentiras. Eres un ratón malo. Me has metido gajos de baya pringosa en la oreja y has salido corriendo como un cobarde. Eres un ratón muy malo. Eres…
Arethusa se dispone a lanzar la piedra, pero ésta expande sus alas de escarabajo y alza el vuelo sobre las cabezas de los presentes. Magia de la sacerdotisa Nethima. Arethusa suelta todo el aire que había aspirado. Se siente mucho mejor.
Arethusa arruga y mira al hombre ratón con una mueca de desagrado. ¡En menudo lío la ha metido! Esto le puede costar su puesto como pupila de la sacerdotisa Nethima y también su nuevo hogar, el cual todavía no ha conocido, en la casa-refia de la sacerdotisa. Si Nethima rechaza a Arethusa por culpa del maleducado y mentiroso ratón, Arethusa tendría que regresar cabizbaja a casa de Eámanë. Su hermana mayor se sentiría muy decepcionada. Quizás, la perdonaría con el paso de los días e incluso podría ayudarla a buscar un nuevo trabajo; pero Arethusa no sería capaz de perdonarse a sí misma. La casa de Eámanë era pequeña para tres personas y diminuta para cuatro. Con la llegada del pequeño Arethan y contando a Arethusa, hacen cuatro. Alguien sobra dentro de la familia Rovanth-Lein y esa era la hermana que había estado viviendo durante años sin aportar ningún beneficio al hogar y robando comida a escondidas para entregársela a un viejo el elfo, el padre de Eámanë y Arethusa, que enloquece por momentos.
Aspira profunda y lentamente. Tiene la palma de la mano en el hombro sobre el sarpullido que le ha dejado la sacerdotisa Nethima. Acaricia la herida sin llegar a rascarse. Selecciona en su cabeza las palabras justas. No quiere causar una mala impresión a la sacerdotisa (peor que haber lanzado piedras encima de su casa) ni dejarse pisotear por un maleducado ratoncito. ¿Qué pensaría Eámanë si la viese así? Peor todavía: ¿Qué pensaría Mainera Lein? Ella dejó Sandorai para unirse al ejército de La Guardia y viajar por toda Aerandir combatir contra toda clase de criaturas feas y malvadas. ¿Qué pensaría si viese a su hermanita pequeña, la que tanto quiso en vida, esconderse porque tiene miedo de un ratoncito maleducado?
—Está mintiendo. Él no es bondasoso — está tan enfadada que no pronuncia bien la palabra “bondadoso”. — Si las costumbres de los Mausu’s — sean quiénes sean ellos — son hacer ruido con los dientes, insultar y manchar la cara de la gente con sus manos sucias; debo decir que son unas costumbres muy malas y que deberían cambiarlas. — habla con una razón infinita.
—¿Algo más que añadir señorita Lein?
La sacerdotisa Nethima coge una piedra del suelo y la deposita sobre las manos de Arethusa. Le guía un ojo y sonríe como si fueran los cómplices de un gran robo. Es una sonrisa muy bonita y seductora. ¿Quiere que tire la piedra a…? ¿Por qué ha...? Arethusa se hace muchas preguntas, pero no logra finalizar ninguna.
—Métele en la boca a ver si haces el mismo Tchik que antes. — aprieta la piedra en su mano. — Tchik, tchik, tchik, tchik. Te voy a dar con el tchik en la boca. ¡Deja de burlarte de mí! Eres malo. Quieres hacerme quedar en ridícula. Te divierte burlarte de mí y romperme la cabeza con tus tchiks. No lo conseguirás. Me niego. No, no, no. He dicho que no. No te dejaré. No te dejaré que digas mentiras. Eres un ratón malo. Me has metido gajos de baya pringosa en la oreja y has salido corriendo como un cobarde. Eres un ratón muy malo. Eres…
Arethusa se dispone a lanzar la piedra, pero ésta expande sus alas de escarabajo y alza el vuelo sobre las cabezas de los presentes. Magia de la sacerdotisa Nethima. Arethusa suelta todo el aire que había aspirado. Se siente mucho mejor.
Arethusa Lein
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Tal como Amit había supuesto, la chica no paraba de mentir, daba vuelta la situación para que el ratón quedara como un ser despreciable que se había aprovechado de una pobre elfa que iba caminando por el bosque. El Mausu apretó los puños, indignado, el pelo de su espalda se iba erizando, una reacción natural del cuerpo al detectar una amenaza, en este caso no estaba en peligro de muerte ni nada parecido, pero estaba en peligro su honor, lo cual era mucho peor.
Con mucho esfuerzo se mantuvo callado mientras Lein lo difamaba, aunque le sorprendió un poco la actitud de la sacerdotisa, supuso que entre elfos debían defenderse. Amit levantó la vista hacía Isil, como si le preguntara con la mirada “¿Tu también te pondrás de su lado?”, el hombre lo miro fugazmente, pero no agregó nada, ni le dio ninguna certeza al Mausu, quería mantenerse lo más imparcial posible hasta que la situación llegara a su fin.
La paciencia de Amit tenía un límite, uno bastante corto claro está.
-¡¡Nada de eso es cierto!! Yo solo estaba sentado desayunando ¡Las bayas son del bosque! ¡Tchik! ¡Y los caminos son del bosque! No tenías ningún derecho a venir e insultarme – Levantó el dedo acusador, gritando en un tono irritantemente agudo.
En verdad, ambas partes se estaban gritando, y por lo mismo, no se escuchaban. Mientras tanto, Isil y Nethima observaban en silencio, no era una situación como para preocuparse demasiado, parecía el altercado entre dos niños realmente. El hombre levantó una ceja cuando vio que la sacerdotisa le daba una piedra a Arethusa.
Amit dio un salto, instintivamente llevo la mano hacía su cinturón, pero había dejado el martillo junto a la mesa donde el elfo le estaba sirviendo el té. Pero entonces Lein le dijo algo en verdad horrible, lo llamo “cobarde”, el Mausu dio un respingo y se paró derecho, la elfa lo había agraviado de forma muy profunda.
-Puedes decir muchas cosas de un Mausu, puedes decirnos mal educados, Tchik, sucios, malos, ruidosos… ¡Pero no permitiré que nos trates de cobardes! –
Se puso en cuatro patas y ya estaba dispuesto a saltarle al cuello a Lein, pero Isil lo detuvo justo antes de que tomara impulso, sosteniéndolo por los hombros. El Mausu chillaba y se agitaba para todos lados, intentando zafarse del agarre, estirando los brazos para poder alcanzar a la elfa y hacerle mucho daño.
-Amit, Amit ¡Cálmate! ¡Calmado! La sacerdotisa sabe lo que hace – Al final tuvo que usar todo el peso de su cuerpo para poder retenerlo contra el piso y que no lastimara a la elfa – Te creo, Amit´tek, sé que tú no eres un cobarde –
Cansado de hacer fuerza, el ratón dejó de moverse, respirando agitado bajo el cuerpo de Isil, seguía mirando enojado a Lein, pero había quedado claro que no podría atacarla estando allí los otros dos. A medida que su mente se enfriaba comenzaba a entrar en razón, y se daba cuenta que era muy imprudente amenazar a una elfa en su hogar.
Estaba indignado, lo habían insultado en todos los sentidos y no podía hacer nada al respecto.
-Yo no te haré nada. Pero los dioses ven todo lo que hacemos, Tchik, y estoy seguro que ellos se encargaran de devolverte todo el daño que has hecho hoy – Por el tono serio en que lo decía parecía casi una maldición. Finalmente el elfo lo soltó, Amit se puso de pie y se pasó las patas por la panza para quitarse el polvo del piso –Ya no me siento cómodo aquí, Isil. Me voy -
Con mucho esfuerzo se mantuvo callado mientras Lein lo difamaba, aunque le sorprendió un poco la actitud de la sacerdotisa, supuso que entre elfos debían defenderse. Amit levantó la vista hacía Isil, como si le preguntara con la mirada “¿Tu también te pondrás de su lado?”, el hombre lo miro fugazmente, pero no agregó nada, ni le dio ninguna certeza al Mausu, quería mantenerse lo más imparcial posible hasta que la situación llegara a su fin.
La paciencia de Amit tenía un límite, uno bastante corto claro está.
-¡¡Nada de eso es cierto!! Yo solo estaba sentado desayunando ¡Las bayas son del bosque! ¡Tchik! ¡Y los caminos son del bosque! No tenías ningún derecho a venir e insultarme – Levantó el dedo acusador, gritando en un tono irritantemente agudo.
En verdad, ambas partes se estaban gritando, y por lo mismo, no se escuchaban. Mientras tanto, Isil y Nethima observaban en silencio, no era una situación como para preocuparse demasiado, parecía el altercado entre dos niños realmente. El hombre levantó una ceja cuando vio que la sacerdotisa le daba una piedra a Arethusa.
Amit dio un salto, instintivamente llevo la mano hacía su cinturón, pero había dejado el martillo junto a la mesa donde el elfo le estaba sirviendo el té. Pero entonces Lein le dijo algo en verdad horrible, lo llamo “cobarde”, el Mausu dio un respingo y se paró derecho, la elfa lo había agraviado de forma muy profunda.
-Puedes decir muchas cosas de un Mausu, puedes decirnos mal educados, Tchik, sucios, malos, ruidosos… ¡Pero no permitiré que nos trates de cobardes! –
Se puso en cuatro patas y ya estaba dispuesto a saltarle al cuello a Lein, pero Isil lo detuvo justo antes de que tomara impulso, sosteniéndolo por los hombros. El Mausu chillaba y se agitaba para todos lados, intentando zafarse del agarre, estirando los brazos para poder alcanzar a la elfa y hacerle mucho daño.
-Amit, Amit ¡Cálmate! ¡Calmado! La sacerdotisa sabe lo que hace – Al final tuvo que usar todo el peso de su cuerpo para poder retenerlo contra el piso y que no lastimara a la elfa – Te creo, Amit´tek, sé que tú no eres un cobarde –
Cansado de hacer fuerza, el ratón dejó de moverse, respirando agitado bajo el cuerpo de Isil, seguía mirando enojado a Lein, pero había quedado claro que no podría atacarla estando allí los otros dos. A medida que su mente se enfriaba comenzaba a entrar en razón, y se daba cuenta que era muy imprudente amenazar a una elfa en su hogar.
Estaba indignado, lo habían insultado en todos los sentidos y no podía hacer nada al respecto.
-Yo no te haré nada. Pero los dioses ven todo lo que hacemos, Tchik, y estoy seguro que ellos se encargaran de devolverte todo el daño que has hecho hoy – Por el tono serio en que lo decía parecía casi una maldición. Finalmente el elfo lo soltó, Amit se puso de pie y se pasó las patas por la panza para quitarse el polvo del piso –Ya no me siento cómodo aquí, Isil. Me voy -
Amit'tek
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
No, mentira. Está mintiendo. Nada de eso ocurrió. El ratón no estaba desayudando. Es mentira. Lo que en realidad estaba haciendo era molestar. Roía el hueso de una baya escondido detrás de un banco con la intención de asustar al pobre desprevenido que se sentase en él. Esa pobre desprevenida fue Arethusa. Tuvo que taparse las orejas con las dos manos para no escucharle. Sonaba como si alguien intentase cortar una esfera de metal con una sierra. Un ruido horrible, el peor que ha escuchado jamás. Súmale un tchik por cada vez que el ratoncito hacía girar el hueso en su boca. ¡Qué molesto!
Arethusa no dice lo que piensa. Su turno ha pasado. La sacerdotisa Nethima mandó callar al ratoncito para que Arethusa pudiera hablar. Lo justo y considerado es dejar ahora que el ratón hable. Si quiere dar buena impresión a la sacerdotisa, mejor dicho, mejorar la mala primera impresión que dio, tiene que hacer de tripas corazón y no decir ni una palabra mientras el ratón habla. Una tarea que, si ya de por sí es complicada para alguien normal, para Arethusa es un espanto. Se muerde el labio inferior y mira con rabia al ratoncito como si le estuviera mandando callar. No calla, sigue hablando y sigue mintiendo. ¡Tchik!. Arethusa da secos golpes con la punta del pie derecho como suele hacer antes de empezar a bailar; es un mal hábito que siempre consigue tranquilizarla. Si estuviera sola con el hombre ratón, seguramente le hubiera dado la espalda y se hubiera marchado danzando en lugar de corriendo.
Y llega el momento de la verdad: el hombre ratón se delata sin darse cuenta; incluso reconoce que un sucio y un maleducado. La sacerdotisa Nethima y el otro elfo lo ven con los mismos ojos que Arethusa. Es una bestia peligrosa y maleducada. Un peligro para Sandorai. Hace ruidos y tchiks, es un faltón, agredió a Arethusa ensuciando sus orejas de jugo de baya y ahora la amenaza igual que lo haría un perro salvaje. ¡Es malo! ¿Ahora la creen? ¡Es un malo y un mentiroso! Arethusa no lo dice en voz alta. Está demasiado ocupada cuidando de que el hombre ratón no se lance sobre ella. Ha dejado de dar los secos pasos de baile.
Lo que más miedo le da es verle hablar: no abre apenas la boca y muestra toda su colección de dientes afilados. Maldice sin decir palabrotas. Pone a los de Dioses en juego. Arethusa se siente insegura. Retrocede. ¿Los ratones son capaces de invocar a los Dioses? No deberían. Se contesta mentalmente. ¿Qué saben ellos acerca de los Dioses sagrados? Nada, lo mismo que ella.
—Yo tampoco me siento…
Arethusa es incapaz de terminar la frase. Mira a la sacerdotisa Nethima, al elfo amigo del hombre ratón y finalmente a la molestia con patas. Piensa que ha fracasado en todo lo que ha hecho desde que dejó la casa de Eámanë. No ha hecho una cosa bien. Se ha encontrado con una criaturita del bosque y ha acabado a gritos con él, ha tirado piedras contra el tejado (las ramas) de la casa-árbol de la sacerdotisa que le brindará una oportunidad de trabajo y, ahora, flojea a la hora de explicar por qué el hombre ratón es malo. ¡Creo que lo es! Ella lo ha visto. Pero no sabe qué palabras utilizar. Eámanë sabría hacerlo. Arethusa no es Eámanë.
—Tengo ganas de llorar — dice en una voz tan baja que solo las orejas de los elfos y los ratones serían capaces de escucharla —. Me voy.
—¿A dónde? — pregunta la sacerdotisa Nethima.
—No lo sé.
—Sabes a donde puedes ir y sabes qué tienes que decir para que te deje pasar.
—Sí.
—Pero no quieres decirlo porque eres una niña orgullosa, igual que tu padre.
Arethusa no contesta.
—Imagino que, entonces, tampoco querrás trabajar en el laboratorio ni aprender las costumbres de las sacerdotisas. Te irás algún sitio que ni tú misma sabes dónde está, la lista de sitios que puedes visitar es muy amplia. Ve y piérdete. — Arethusa notó el sarcasmo en el tono de voz de la sacerdotisa y el amargo aliento a ajo.
—Lo siento… — dice al final, cuando el elfo amigo del hombre ratón está por cerrar la puerta de su casa —, no debí…. Lo siento.
Entre todos los lugares que podría ir si no pedía disculpas, según dijo la sacerdotisa Nethima, Arethusa habría escogido el peor de todos: la casa de su padre. Él la hubiera maltratado física y mentalmente. Arethusa se hubiera encerrado en la casa. Si salía a la calle, Eámanë o cualquiera de sus amigos habría visto las cicatrices que papá le dejaría. Eámanë se sentiría culpable por haber dejado a Arethusa sola. Es una buena chica, pero a veces toma decisiones equivocadas. Hubiera dicho a su marido para defender lo indefendible. Ellos habrían peleado. El pobre Arethan tendría que ver como sus padres discuten…
La historia se hace una bola en la cabeza de Arethusa. No sé da cuenta, pero está llorando. Llora por los problemas que ha ocasionado y los que podría haber ocasionado y no fueron. Se siente débil. Los toscos pasos de baile con los que había hecho callar su fuego interno mientras dejaba hablar al hombre ratón se han convertido en movimientos torpes. Parece que, en cualquier momento, Arethusa perdería la coordinación y caería al sueño. Tiene la culpa de todo.
Arethusa no dice lo que piensa. Su turno ha pasado. La sacerdotisa Nethima mandó callar al ratoncito para que Arethusa pudiera hablar. Lo justo y considerado es dejar ahora que el ratón hable. Si quiere dar buena impresión a la sacerdotisa, mejor dicho, mejorar la mala primera impresión que dio, tiene que hacer de tripas corazón y no decir ni una palabra mientras el ratón habla. Una tarea que, si ya de por sí es complicada para alguien normal, para Arethusa es un espanto. Se muerde el labio inferior y mira con rabia al ratoncito como si le estuviera mandando callar. No calla, sigue hablando y sigue mintiendo. ¡Tchik!. Arethusa da secos golpes con la punta del pie derecho como suele hacer antes de empezar a bailar; es un mal hábito que siempre consigue tranquilizarla. Si estuviera sola con el hombre ratón, seguramente le hubiera dado la espalda y se hubiera marchado danzando en lugar de corriendo.
Y llega el momento de la verdad: el hombre ratón se delata sin darse cuenta; incluso reconoce que un sucio y un maleducado. La sacerdotisa Nethima y el otro elfo lo ven con los mismos ojos que Arethusa. Es una bestia peligrosa y maleducada. Un peligro para Sandorai. Hace ruidos y tchiks, es un faltón, agredió a Arethusa ensuciando sus orejas de jugo de baya y ahora la amenaza igual que lo haría un perro salvaje. ¡Es malo! ¿Ahora la creen? ¡Es un malo y un mentiroso! Arethusa no lo dice en voz alta. Está demasiado ocupada cuidando de que el hombre ratón no se lance sobre ella. Ha dejado de dar los secos pasos de baile.
Lo que más miedo le da es verle hablar: no abre apenas la boca y muestra toda su colección de dientes afilados. Maldice sin decir palabrotas. Pone a los de Dioses en juego. Arethusa se siente insegura. Retrocede. ¿Los ratones son capaces de invocar a los Dioses? No deberían. Se contesta mentalmente. ¿Qué saben ellos acerca de los Dioses sagrados? Nada, lo mismo que ella.
—Yo tampoco me siento…
Arethusa es incapaz de terminar la frase. Mira a la sacerdotisa Nethima, al elfo amigo del hombre ratón y finalmente a la molestia con patas. Piensa que ha fracasado en todo lo que ha hecho desde que dejó la casa de Eámanë. No ha hecho una cosa bien. Se ha encontrado con una criaturita del bosque y ha acabado a gritos con él, ha tirado piedras contra el tejado (las ramas) de la casa-árbol de la sacerdotisa que le brindará una oportunidad de trabajo y, ahora, flojea a la hora de explicar por qué el hombre ratón es malo. ¡Creo que lo es! Ella lo ha visto. Pero no sabe qué palabras utilizar. Eámanë sabría hacerlo. Arethusa no es Eámanë.
—Tengo ganas de llorar — dice en una voz tan baja que solo las orejas de los elfos y los ratones serían capaces de escucharla —. Me voy.
—¿A dónde? — pregunta la sacerdotisa Nethima.
—No lo sé.
—Sabes a donde puedes ir y sabes qué tienes que decir para que te deje pasar.
—Sí.
—Pero no quieres decirlo porque eres una niña orgullosa, igual que tu padre.
Arethusa no contesta.
—Imagino que, entonces, tampoco querrás trabajar en el laboratorio ni aprender las costumbres de las sacerdotisas. Te irás algún sitio que ni tú misma sabes dónde está, la lista de sitios que puedes visitar es muy amplia. Ve y piérdete. — Arethusa notó el sarcasmo en el tono de voz de la sacerdotisa y el amargo aliento a ajo.
—Lo siento… — dice al final, cuando el elfo amigo del hombre ratón está por cerrar la puerta de su casa —, no debí…. Lo siento.
Entre todos los lugares que podría ir si no pedía disculpas, según dijo la sacerdotisa Nethima, Arethusa habría escogido el peor de todos: la casa de su padre. Él la hubiera maltratado física y mentalmente. Arethusa se hubiera encerrado en la casa. Si salía a la calle, Eámanë o cualquiera de sus amigos habría visto las cicatrices que papá le dejaría. Eámanë se sentiría culpable por haber dejado a Arethusa sola. Es una buena chica, pero a veces toma decisiones equivocadas. Hubiera dicho a su marido para defender lo indefendible. Ellos habrían peleado. El pobre Arethan tendría que ver como sus padres discuten…
La historia se hace una bola en la cabeza de Arethusa. No sé da cuenta, pero está llorando. Llora por los problemas que ha ocasionado y los que podría haber ocasionado y no fueron. Se siente débil. Los toscos pasos de baile con los que había hecho callar su fuego interno mientras dejaba hablar al hombre ratón se han convertido en movimientos torpes. Parece que, en cualquier momento, Arethusa perdería la coordinación y caería al sueño. Tiene la culpa de todo.
Arethusa Lein
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Por fin la joven elfa parecía quedarse sin palabras, en cierto modo Amit se sentía orgulloso, había logrado que lo escucharan y que la muchacha se quedara sin argumentos. Eso no significaba que le creyeran, pero en última instancia, siempre y cuando lo dejaran ir, le importaba bien poco lo que un grupo de elfos pudieran pensar de él.
Isil entendió la motivación del Ratón, solo asintió mientras iba a buscar las cosas del Mausu, además de los dulces que había prometido para los hijos de Amit. Le entregó todo en silencio, en ese momento Arethusa tartamudeaba algunas disculpas que siquiera eran tomadas en cuenta por el roedor.
-Espero que nuestro próximo encuentro sea en circunstancias más gratas – Amit no le respondió pero asintió con la cabeza para que supiera que apreciaba el comentario. Luego Isil hizo una inclinación frente a la sacerdotisa a modo de despedida respetuosa y cerró finalmente la puerta de su casa.
Amit no tenía nada que agregar a la discusión, por lo que había entendido esa otra mujer era algo así como una Shaman de los elfos. En la sociedad de los Mausu los Sacerdotes eran muy respetados, eran quienes los ayudaban con sus problemas, los curaban, aconsejaban y ayudaban a las mujeres a dar a luz.
El ratón no entendía qué hacía una figura tan importante con una niña tan mal educada, en su tribu no hubiesen permitido que alguien así estuviera bajo la responsabilidad de un Shaman. Solo los jóvenes Mausu más respetados y que demostraban ser de fiar podían entrar en el circuito que les permitiría algún día llegar a ser Altos Consejeros o Curanderos.
Los elfos eran extraños, tenían muchas costumbres que Amit no entendía, y aunque ambas razas tenían una gran afinidad con la naturaleza, compartiendo incluso parte del territorio, tenían hábitos muy distintos.
Con paso ofendido, Amit se alejó del sector donde se encontraban Arethusa y Nethima, mientras internamente pensaba que no quería encontrarse con más orejas picudas en lo que le quedaba de trayecto hasta su hogar. Murmuraba entre chillidos varios tipos de maldiciones y malas palabras, inentendibles para el resto de las razas, pero de haber algún Mausu en los alrededores de seguro se habría sonrojado.
Isil entendió la motivación del Ratón, solo asintió mientras iba a buscar las cosas del Mausu, además de los dulces que había prometido para los hijos de Amit. Le entregó todo en silencio, en ese momento Arethusa tartamudeaba algunas disculpas que siquiera eran tomadas en cuenta por el roedor.
-Espero que nuestro próximo encuentro sea en circunstancias más gratas – Amit no le respondió pero asintió con la cabeza para que supiera que apreciaba el comentario. Luego Isil hizo una inclinación frente a la sacerdotisa a modo de despedida respetuosa y cerró finalmente la puerta de su casa.
Amit no tenía nada que agregar a la discusión, por lo que había entendido esa otra mujer era algo así como una Shaman de los elfos. En la sociedad de los Mausu los Sacerdotes eran muy respetados, eran quienes los ayudaban con sus problemas, los curaban, aconsejaban y ayudaban a las mujeres a dar a luz.
El ratón no entendía qué hacía una figura tan importante con una niña tan mal educada, en su tribu no hubiesen permitido que alguien así estuviera bajo la responsabilidad de un Shaman. Solo los jóvenes Mausu más respetados y que demostraban ser de fiar podían entrar en el circuito que les permitiría algún día llegar a ser Altos Consejeros o Curanderos.
Los elfos eran extraños, tenían muchas costumbres que Amit no entendía, y aunque ambas razas tenían una gran afinidad con la naturaleza, compartiendo incluso parte del territorio, tenían hábitos muy distintos.
Con paso ofendido, Amit se alejó del sector donde se encontraban Arethusa y Nethima, mientras internamente pensaba que no quería encontrarse con más orejas picudas en lo que le quedaba de trayecto hasta su hogar. Murmuraba entre chillidos varios tipos de maldiciones y malas palabras, inentendibles para el resto de las razas, pero de haber algún Mausu en los alrededores de seguro se habría sonrojado.
Amit'tek
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
Ni en sueños piensa volverse a encontrar con el pequeño ratón, es una molestia con patas y el mayor incordio de Aerandir. Desde que se cruzó con él no le había causado más que problemas. Le ensució de pegajoso jugo, por su culpa Arethusa lanzó piedras contra el tejado de la sacerdotisa Nethima y, por si era poco arruinar su presentación, contó una falsa historia para que todos pensasen que Arethusa tenía ataques virulentos de ira y estaba loca. Esto último es lo que más le molesta. Seguramente, Eámanë habría hablado con la sacerdotisa Nethima sobre papá. No es un tema agradable de conversación, pero sí importante para entender el comportamiento de la violinista. Hablarían durante horas. Tomarían té y pastas para endulzar el amargo ambiente que generaba la conversación. Eámanë terminaría pidiendo ayuda por su madre, porque no quería que se convirtiera en su padre. Reñir a un hombre ratón porque hacia ruido al comer o lanzar piedras contra la copa (el tejado) de una casa árbol son cosas que se esperaría que hiciera papá.
Arethusa baja la cabeza. Ahora que se ha marchado el ratón, solo queda ella para recibir toda la culpa en forma de palabras élficas, más dañinas de los tchik’s. Soy como papá, se dice mentalmente, no lo puedo evitar.
La sacerdotisa Nethima se despide del amigo del hombre ratón. Toma sus dos manos y le habla en élfico en voz baja. Arethusa, como muestra de respeto, da un paso hacia atrás para no escuchar lo que dice. Sabe lo poderosas que son las palabras de las sacerdotisas; solo las deben escuchar aquellos a los que van dirigidas. Además, Arethusa no se siente cómoda al escuchar a alguien disculparse en su nombre.
Cuando terminar de hablar, la sacerdotisa camina hacia su casa sin decir nada. Arethusa no hace por seguirla. Al fin y al cabo, la sacerdotisa Nethima no ha confirmado que la tomará como discípula. De estar en su posición, Arethusa reconoce que no lo enseñaría a alguien que ha lanzado piedras contra su casa y que se ha peleado con un hombre ratón sin ningún motivo. Pero Nethima no es Arethusa. Antes de abandonar la propiedad del elfo amigo del ratón, levanta el brazo dando una señal a Arethusa para que la siga. ¡Encantada! Iré dónde usted vaya. Seré su sombra. Aprenderé de todo lo que hace, se lo promete. No me apartaré de su lado. Seré la mejor discípula que haya tenido nunca. Arethusa piensa en millar de frases de agradecimiento, pero evita pronunciarlas en voz alta por miedo a romper el silencio que la sacerdotisa Nethima generaba con su presencia.
Arethusa baja la cabeza. Ahora que se ha marchado el ratón, solo queda ella para recibir toda la culpa en forma de palabras élficas, más dañinas de los tchik’s. Soy como papá, se dice mentalmente, no lo puedo evitar.
La sacerdotisa Nethima se despide del amigo del hombre ratón. Toma sus dos manos y le habla en élfico en voz baja. Arethusa, como muestra de respeto, da un paso hacia atrás para no escuchar lo que dice. Sabe lo poderosas que son las palabras de las sacerdotisas; solo las deben escuchar aquellos a los que van dirigidas. Además, Arethusa no se siente cómoda al escuchar a alguien disculparse en su nombre.
Cuando terminar de hablar, la sacerdotisa camina hacia su casa sin decir nada. Arethusa no hace por seguirla. Al fin y al cabo, la sacerdotisa Nethima no ha confirmado que la tomará como discípula. De estar en su posición, Arethusa reconoce que no lo enseñaría a alguien que ha lanzado piedras contra su casa y que se ha peleado con un hombre ratón sin ningún motivo. Pero Nethima no es Arethusa. Antes de abandonar la propiedad del elfo amigo del ratón, levanta el brazo dando una señal a Arethusa para que la siga. ¡Encantada! Iré dónde usted vaya. Seré su sombra. Aprenderé de todo lo que hace, se lo promete. No me apartaré de su lado. Seré la mejor discípula que haya tenido nunca. Arethusa piensa en millar de frases de agradecimiento, pero evita pronunciarlas en voz alta por miedo a romper el silencio que la sacerdotisa Nethima generaba con su presencia.
Arethusa Lein
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Re: Una nota, un bebé y un adiós [Privado con Amit'tek]
¡Vaya jornada más compleja había tenido! Y pensar que temprano en la mañana había creído que sería un día calmado, muchas horas de tranquila caminata bajo los hermosos árboles del bosque de Sandorai. De todos modos, había aprendido varias cosas importantes y en el futuro se cuidaría de ir por los caminos principales sin tocar absolutamente nada, los elfos se creían dueños del bosque, eso era evidente, y dependiendo de si se encontraba con alguien mínimamente coherente podía irse sin mayores inconvenientes, o terminar declarando frente a una alta sacerdotisa.
-¡Que falta de lógica! – Dijo Amit en voz alta y en idioma Mausu, ya no había nadie en los alrededores así que no era necesario hablar en idioma común - ¿Dónde se ha visto? Si vinieran a nuestra Tribu no los trataríamos de semejante manera ¡Y todo por unas tontas bayas! ¡Tchik! –
La naturaleza era de todos y no le pertenecía a nadie, así era como lo pensaba Amit. Las únicas plantas que si tenían dueños eran las que se cosechaban en los campos…
-Los campos… - El ratón se detuvo, su mal humor comenzó a esfumarse cuando recordó los problemas que originalmente lo tenían preocupado: Los cultivos. Se había olvidado por completo que había asuntos más acuciantes en los cuales pensar – Que se queden con sus bayas ¡Tchik! De todos modos, las nuestras son cien veces más deliciosas – Si, estaba convencido de eso, siquiera estaban tan buenas.
Refunfuñando, el Roedor salió del bosque de los elfos. En cuanto llegara a sus tierras les contaría a todos en su tribu sobre una tal Arethusa Lein, una niña horrible y mal educada que se burlaba de los Mausu. Y no tendría piedad alguna para con ella ¡La describiría en toda su maldad! Y así todos los ratones sabrían lo que tendrían que hacer si la veían.
-¡Que falta de lógica! – Dijo Amit en voz alta y en idioma Mausu, ya no había nadie en los alrededores así que no era necesario hablar en idioma común - ¿Dónde se ha visto? Si vinieran a nuestra Tribu no los trataríamos de semejante manera ¡Y todo por unas tontas bayas! ¡Tchik! –
La naturaleza era de todos y no le pertenecía a nadie, así era como lo pensaba Amit. Las únicas plantas que si tenían dueños eran las que se cosechaban en los campos…
-Los campos… - El ratón se detuvo, su mal humor comenzó a esfumarse cuando recordó los problemas que originalmente lo tenían preocupado: Los cultivos. Se había olvidado por completo que había asuntos más acuciantes en los cuales pensar – Que se queden con sus bayas ¡Tchik! De todos modos, las nuestras son cien veces más deliciosas – Si, estaba convencido de eso, siquiera estaban tan buenas.
Refunfuñando, el Roedor salió del bosque de los elfos. En cuanto llegara a sus tierras les contaría a todos en su tribu sobre una tal Arethusa Lein, una niña horrible y mal educada que se burlaba de los Mausu. Y no tendría piedad alguna para con ella ¡La describiría en toda su maldad! Y así todos los ratones sabrían lo que tendrían que hacer si la veían.
Esa misma noche Amit ya se había olvidado de la mayoría de los acontecimientos.
Amit'tek
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