Los niños travestis de Sacrestic Ville [Trabajo]
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Los niños travestis de Sacrestic Ville [Trabajo]
Dentro de este mundo la gente muere a diario, mueren por distintas causas, accidente, enfermedad, en la guerra, en una pelea, y algunos más suertudos por vejez, aunque hay otros pocos menos afortunados, quizá los menos afortunados de todos, los asesinados, -si en la guerra son asesinados y en una pelea también, pero no me refiero a esta clase de asesinatos- las víctimas de un ser enfermo que consciente o inconscientemente mata a placer, algunos no son tan viscerales pero hay algunos que orquestan todo un ritual para llevar a cabo tal atrocidad, son los mismos que disfrutan la muerte tanto o más como cualquier coito, para ellos es más fácil llegar al orgasmo asesinando, torturando, provocando dolor, entre muchas otras prácticas inhumanas, las víctimas de esta clase de seres son los pobres diablos más desafortunados del mundo y se considera que la cordura del asesino no existe…
Kat hizo bola aquella carta, no sabía que le esperaría en aquel lugar, pero sin lugar a dudas compartía la opinión del emisor, pobres almas torturadas y condenadas a una muerte larga y dolorosa, no podía rechazar la petición, mientras más tiempo tomase para salir más tiempo tenía el asesino para actuar.
Por lo general a la peliblanca no le gustaba viajar acompañada, no era por aislarse pero prefería hacer las cosas a su modo y evitarse largas discrepancias con sus acompañantes cuando ella realizará algo moralmente incorrecto, pero a juzgar por el trabajo está vez necesitaría ayuda, ayuda que había encontrado en esta misma taberna mugrienta y barata en la que había pegado esta solicitud de trabajo que bien había provocado la risa a más de uno. Por fortuna un elfo bien parecido había tomado en serio aquel trozo de papel y había acudido al llamado, Kat no sabía si considerarlo amable o tonto, o quizá ambas, pero la ayuda se agradecía de todos modos. Aquella noche en que conoció al elfo no hablaron mucho, típico de Kat, solo hablaba lo necesario cuando conocía a alguien, así que solo acordaron estar fuera de la taberna antes del anochecer.
Cuando su compañero llegó Kat ya tenía unos minutos esperando, le resultaba muy coincidente que ambos tuviesen el pelo blanco, quizá en un futuro podrían tomar ventaja de eso.
-¿Ya sabes porqué estamos aquí cierto?- Kat había dado detalles del trabajo en su hoja pero no lo esclareció del todo. -Si tienes dudas este es el momento-
Kat sabía de antemano dónde estaban, un olvidado callejón en Sacrestic Ville, era el típico callejón oscuro, donde la mano de la justicia no llegaba, no era de extrañar que los crímenes descritos en aquel trozo de papel viejo sucedieran en aquel callejón. No tenía que decir demasiado, la peliblanca miró con obviedad a su acompañante mientras apuntaba hacia el callejón ladeando la cabeza lo menos autoritariamente posible, su expresión era similar al asco y a la burla, y su sonrisa casi se convierte en carcajada, para fines prácticos Kat le pedía a su modo que echara un vistazo al lugar antes de entrar al prostíbulo.
En cuanto el peliblanco comenzó a reconocer el callejón Kat se acicalo el abrigo nuevo, lo sujetó de las botonaduras y le dio un ligero jalón para darse más confianza y convencimiento, soltó un suspiro largo y fuerte y con gesto decidido dio el primer paso en dirección a la puerta de aquella casa para niños prostitutos.
Desde el primer momento en que entró al callejón logró percibir el aroma a excremento y "agua de riñón", mezclado con sudor humano, el olor era penetrante y sumamente asqueroso, pero eso a Kat no le afectaba, lo primero que pensó fue en la eficacia de aquel aroma para alejar a la gente desconocida e indeseada, seguramente muchos guardias de las zonas de alcurnia de la ciudad se negaban a entrar por el asco y el probable deseo de regresar el interior de sus estómagos nomás al oler la entrada.
No tardó mucho en llegar hasta el portón de aquel edificio, negruzco cual carbón, Kat no sabría adivinar si aquel tono era suciedad acumulada con los años o por el uso del carbón, aún así, el edificio era el más decente del callejón, al menos en apariencia pues dentro se comerciaba con las carnes de jóvenes olvidados por la sociedad, cuando la peliblanca alcanzó la puerta el olor característico del lugar se combinó con el del negocio, el aroma a licor barato y sexo.
Era la primera vez que Kat tenía que entrar en un comercio como este, había escuchado anécdotas de viajeros o compañeros de misiones en donde hablaban de estos tugurios de mala muerte pero no imaginaba que las puertas estuvieran abiertas y en servicio hasta altas horas de la noche, era la inocencia de la chica, en qué horas habrían de trabajar los niños putos si no es en la clandestinidad de la oscuridad. La mecánica no dudó en entrar le emocionaba hasta cierto punto conocer aquel edificio. Por dentro todo era muy diferente al exterior, candelabros ostentosos iluminaban con gran cantidad de velas cada habitación, Kat no pudo evitar pensar en un incendio seguro, -montones de velas colgando de los techos de un edificio completamente hecho de madera seca, quien fue el genio- mientras Kat miraba de reojo el resto de la habitación una mano se entrelazó con la suya, por un momento la chica brinco de la sorpresa, pero el.muchachito brinco todavía más al sentir el frío metal de los dedos de la biomecánica. -Lo siento niño, no soy lo que tú imaginas- la cara del jovencito perdió toda la ilusión al reconocer el tipo de ser al que intentaba venderse, no le quedó de otra más que largarse a uno de los sofás acojinados para esperar otro cliente.
-Veo que recibió mi carta señorita- la voz de un hombre maduro pero refinado irrumpió desde atrás, su rostro aparentaba más de una cuarentena de años, algunas cajas comenzaban a asomarse en su cabellera y su barba de candado.
-La paga debería ser buena para un caso como este, no piense bien de mi, estos niños no me importan más que usted- mintió la mecánica, que no dejaba de mirar con curiosidad los atuendos de los jóvenes prostitutos. Todos vestían con botas entaconadas claramente para mujer, sus cabellos largos para todos estaban mejor cuidados que el de ella y definitivamente peinados como si de princesas se tratarán, lucian maquillaje corriente y pronunciado y algunos con pintura para labios ya corrida, todo contrastando con sus delgados brazos y sus pechos planos, de lejos pasaban por una señorita casadera pero de cerca la ilusión de rompía. -¿Quien viene y paga por la compañía de tus chicas?- Kat no era de las que preparaba el terreno para las preguntas o los comentarios fuertes y directos, prefería no perder el tiempo en charlas amortiguantes.
-Muchos más hombres de los que imagina, muchos son acaudalados mercaderes y nobles, todos homosexuales como podrá ver, y ninguno tiene el valor de aceptar sus desviaciones abiertamente- el propietario del prostíbulo respondió sin miedo alguno, por razones económicas no estaba dispuesto a difundir nombres, perdería muchos clientes si él perdía la discreción que su profesión exigía.
-¿Cuántos jóvenes ha perdido desde que empezaron los eventos?- pregunto Kat mientras se paseaba por el vestíbulo observando a los jóvenes.
-Le envié la carta la mañana en que apareció muerto el tercero- el propietario hizo una pausa larga e insegura pero continuó más a la fuerza que por gusto -Aunque esta mañana encontramos los restos de un cuarto niño- el andar de Kat se detuvo tajantemente, un nuevo ataque, justo lo que ella quería.
-¿Y la escena del crimen? ¿Que hicieron con el cuerpo?- Kat no podía ocultar su fascinación por el misterio, tenía un interés intenso en violar los restos del pobre diablo.
Kat hizo bola aquella carta, no sabía que le esperaría en aquel lugar, pero sin lugar a dudas compartía la opinión del emisor, pobres almas torturadas y condenadas a una muerte larga y dolorosa, no podía rechazar la petición, mientras más tiempo tomase para salir más tiempo tenía el asesino para actuar.
Por lo general a la peliblanca no le gustaba viajar acompañada, no era por aislarse pero prefería hacer las cosas a su modo y evitarse largas discrepancias con sus acompañantes cuando ella realizará algo moralmente incorrecto, pero a juzgar por el trabajo está vez necesitaría ayuda, ayuda que había encontrado en esta misma taberna mugrienta y barata en la que había pegado esta solicitud de trabajo que bien había provocado la risa a más de uno. Por fortuna un elfo bien parecido había tomado en serio aquel trozo de papel y había acudido al llamado, Kat no sabía si considerarlo amable o tonto, o quizá ambas, pero la ayuda se agradecía de todos modos. Aquella noche en que conoció al elfo no hablaron mucho, típico de Kat, solo hablaba lo necesario cuando conocía a alguien, así que solo acordaron estar fuera de la taberna antes del anochecer.
Cuando su compañero llegó Kat ya tenía unos minutos esperando, le resultaba muy coincidente que ambos tuviesen el pelo blanco, quizá en un futuro podrían tomar ventaja de eso.
-¿Ya sabes porqué estamos aquí cierto?- Kat había dado detalles del trabajo en su hoja pero no lo esclareció del todo. -Si tienes dudas este es el momento-
Kat sabía de antemano dónde estaban, un olvidado callejón en Sacrestic Ville, era el típico callejón oscuro, donde la mano de la justicia no llegaba, no era de extrañar que los crímenes descritos en aquel trozo de papel viejo sucedieran en aquel callejón. No tenía que decir demasiado, la peliblanca miró con obviedad a su acompañante mientras apuntaba hacia el callejón ladeando la cabeza lo menos autoritariamente posible, su expresión era similar al asco y a la burla, y su sonrisa casi se convierte en carcajada, para fines prácticos Kat le pedía a su modo que echara un vistazo al lugar antes de entrar al prostíbulo.
En cuanto el peliblanco comenzó a reconocer el callejón Kat se acicalo el abrigo nuevo, lo sujetó de las botonaduras y le dio un ligero jalón para darse más confianza y convencimiento, soltó un suspiro largo y fuerte y con gesto decidido dio el primer paso en dirección a la puerta de aquella casa para niños prostitutos.
Desde el primer momento en que entró al callejón logró percibir el aroma a excremento y "agua de riñón", mezclado con sudor humano, el olor era penetrante y sumamente asqueroso, pero eso a Kat no le afectaba, lo primero que pensó fue en la eficacia de aquel aroma para alejar a la gente desconocida e indeseada, seguramente muchos guardias de las zonas de alcurnia de la ciudad se negaban a entrar por el asco y el probable deseo de regresar el interior de sus estómagos nomás al oler la entrada.
No tardó mucho en llegar hasta el portón de aquel edificio, negruzco cual carbón, Kat no sabría adivinar si aquel tono era suciedad acumulada con los años o por el uso del carbón, aún así, el edificio era el más decente del callejón, al menos en apariencia pues dentro se comerciaba con las carnes de jóvenes olvidados por la sociedad, cuando la peliblanca alcanzó la puerta el olor característico del lugar se combinó con el del negocio, el aroma a licor barato y sexo.
Era la primera vez que Kat tenía que entrar en un comercio como este, había escuchado anécdotas de viajeros o compañeros de misiones en donde hablaban de estos tugurios de mala muerte pero no imaginaba que las puertas estuvieran abiertas y en servicio hasta altas horas de la noche, era la inocencia de la chica, en qué horas habrían de trabajar los niños putos si no es en la clandestinidad de la oscuridad. La mecánica no dudó en entrar le emocionaba hasta cierto punto conocer aquel edificio. Por dentro todo era muy diferente al exterior, candelabros ostentosos iluminaban con gran cantidad de velas cada habitación, Kat no pudo evitar pensar en un incendio seguro, -montones de velas colgando de los techos de un edificio completamente hecho de madera seca, quien fue el genio- mientras Kat miraba de reojo el resto de la habitación una mano se entrelazó con la suya, por un momento la chica brinco de la sorpresa, pero el.muchachito brinco todavía más al sentir el frío metal de los dedos de la biomecánica. -Lo siento niño, no soy lo que tú imaginas- la cara del jovencito perdió toda la ilusión al reconocer el tipo de ser al que intentaba venderse, no le quedó de otra más que largarse a uno de los sofás acojinados para esperar otro cliente.
-Veo que recibió mi carta señorita- la voz de un hombre maduro pero refinado irrumpió desde atrás, su rostro aparentaba más de una cuarentena de años, algunas cajas comenzaban a asomarse en su cabellera y su barba de candado.
-La paga debería ser buena para un caso como este, no piense bien de mi, estos niños no me importan más que usted- mintió la mecánica, que no dejaba de mirar con curiosidad los atuendos de los jóvenes prostitutos. Todos vestían con botas entaconadas claramente para mujer, sus cabellos largos para todos estaban mejor cuidados que el de ella y definitivamente peinados como si de princesas se tratarán, lucian maquillaje corriente y pronunciado y algunos con pintura para labios ya corrida, todo contrastando con sus delgados brazos y sus pechos planos, de lejos pasaban por una señorita casadera pero de cerca la ilusión de rompía. -¿Quien viene y paga por la compañía de tus chicas?- Kat no era de las que preparaba el terreno para las preguntas o los comentarios fuertes y directos, prefería no perder el tiempo en charlas amortiguantes.
-Muchos más hombres de los que imagina, muchos son acaudalados mercaderes y nobles, todos homosexuales como podrá ver, y ninguno tiene el valor de aceptar sus desviaciones abiertamente- el propietario del prostíbulo respondió sin miedo alguno, por razones económicas no estaba dispuesto a difundir nombres, perdería muchos clientes si él perdía la discreción que su profesión exigía.
-¿Cuántos jóvenes ha perdido desde que empezaron los eventos?- pregunto Kat mientras se paseaba por el vestíbulo observando a los jóvenes.
-Le envié la carta la mañana en que apareció muerto el tercero- el propietario hizo una pausa larga e insegura pero continuó más a la fuerza que por gusto -Aunque esta mañana encontramos los restos de un cuarto niño- el andar de Kat se detuvo tajantemente, un nuevo ataque, justo lo que ella quería.
-¿Y la escena del crimen? ¿Que hicieron con el cuerpo?- Kat no podía ocultar su fascinación por el misterio, tenía un interés intenso en violar los restos del pobre diablo.
Kat B320
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Re: Los niños travestis de Sacrestic Ville [Trabajo]
Luego de volver con Hyro a la posada y dormir un rato, regresé a la taberna donde esperaba la chica. Como la mayoría de los bio-cibernéticos, ella no hablaba mucho, pero eso no me molestaba. De hecho, prefería un compañero de pocas palabras que a un brujo que no puede dejar de decir estupideces, como Hyro.
Pero el silencio prolongado me resultaba aburrido, y el aburrimiento me llevaba a perderme en mi mente, recurriendo a la imaginación para entretenerme. Por ello, mientras nos dirigíamos hacia nuestro destino, mis piernas se movían de forma automática mientras que mi mirada perdida indicaba que yo estaba aventurándome en extrañas situaciones hipotéticas.
–¿Uh? –solté cuando la bio habló, regresándome a la aburrida y apestosa realidad–. Oh, sí, por supuesto que lo sé –respondí, cruzándome de brazos y mirando mis alrededores, e hice una mueca al ser más consciente del hedor impregnado en el aire–. Solo tengo una pregunta, para evitar un malentendido. –Volví a mirar a la bio–. El objetivo, ¿quieres capturarlo vivo o muerto?
Poco después me pidió examinar el lugar. Asentí con la cabeza antes de ponerme en ello, sin quejas; ya había visitado en varias ocasiones las Catacumbas de Lunargenta, un paisaje mucho más desagradable, en varios sentidos.
El edificio era de tres pisos, mientras que las casas laterales contaban con dos. Alguien con la agilidad suficiente podría saltar de una ventana a la otra sin problemas. El deterioro notable en los tejados indicaba que, tal vez, sería un suicidio intentar caminar por ellos. Las demás casas en el callejón parecían abandonadas, pero era probable que eso fuera solo porque sus habitantes estaban durmiendo, teniendo en cuenta la hora, y tampoco se preocupaban por la higiene.
Finalmente entré al prostíbulo, y ahí me fue difícil mantener una máscara de impasibilidad. Niños vestidos como las más hermosas doncellas, cada uno exhibiendo una belleza inmaculada que contrastaba con el vulgar trabajo que realizaban día tras día. Ninguno parecía infeliz con su rol, a diferencia de los esclavos sexuales en las catacumbas, así que la idea de salvarlos de esa vida parecía ridícula, considerando que tampoco sabría exactamente qué hacer con ellos si los sacaba de ahí.
–Bienvenido, señor –dijo cortésmente un niño que se me acercó sin que lo notara, e hizo una profunda referencia–. ¿Po…? –Calló en cuanto le di unas palmaditas en la cabeza. Mientras fingía no escuchar la conversación entre la bio y un hombre cuarentón, hablaría con el chico.
–Oh, pero qué suave –noté con asombro al tocar su cabello castaño claro y lacio, que le llegaba hasta la cintura y cubría uno de sus ojos celestes con un flequillo. Ignorando la perplejidad del pequeño, pregunté–: ¿Es real o una peluca?
–Es… ¡Ay! –se quejó cuando tiré de su flequillo.
–Es real, entonces. –Busqué algo en mi faltriquera y se lo ofrecí, colocando una rodilla en el suelo para estar a su nivel–. Te gustan los dulces, ¿no?
Cualquier pizca de enojo desapareció. Sus ojos brillaron al ver el dulce y, por algún motivo, dudaba en comérselo. Entonces se decidió por guardarlo en uno de sus bolsillos y, tras acercarse, susurró:
–Te haré cualquier «servicio» que quieras si me das más dulces. –Sonrió de oreja a oreja.
–Sobre eso –respondió el cuarentón a la bio, por su parte–, prefiero hablar de los detalles en un lugar donde no podamos incomodar al cliente –agregó, dedicándome una sonrisa breve.
–Descuida, en realidad soy el compañero de trabajo de nuestra querida chica de cabellos cenicientos –informé para luego levantarme y hacer una rápida reverencia–. A su servicio, señor.
Él miró a la bio, esperando una confirmación o negación.
–Oh, entonces… –musitó el niño, su voz apenas audible, desilusionado.
–Cuando termine mi trabajo, los tendrás igualmente, y sin necesidad de que me des «servicios», ¿vale? Solo ten paciencia. –Mis palabras regresaron la sonrisa al rostro del pequeño, quien asintió alegremente.
–Entonces, sobre el cadáver… Será mejor que lo vean por ustedes mismos. –El cuarentón hizo un gesto con la cabeza para indicarnos que lo siguiéramos. Caminando tras él por un pasillo, pregunté:
–¿Dónde encontraron los cadáveres?
Sus labios se convirtieron en una línea tensa.
–Todos en calles cercanas, mientras venían de casa.
–¿Dónde viven tus niños?
–Prefiero no revelar esa información.
–Vale. ¿Vienen solos hasta aquí?
–En pequeños grupos la mayoría de las veces, acompañados por un escolta. Pero si alguno se retrasa, los demás no le esperan y le toca venir solo… Y los cuatro que han… Bueno, los cuatro se retrasaron en los días en que los… asesinaron. –Se detuvo frente a la última habitación en el pasillo, sacó de su abrigo un amasijo de llaves y empezó a buscar la que necesitaba–. Les advierto que lo que verán dentro será desagradable. La brutalidad de los homicidios es la firma de este asesino, eso y las tres estacas con forma de cruz de cobre que deja clavadas en los corazones y ojos de las víctimas.
–Descuida, seguramente ya habré visto cosas peores –declaré despreocupadamente.
–Ya veremos.
Finalmente abrió la puerta y con un gesto nos invitó a pasar, con el olor a muerte llegando a mi nariz.
Pero el silencio prolongado me resultaba aburrido, y el aburrimiento me llevaba a perderme en mi mente, recurriendo a la imaginación para entretenerme. Por ello, mientras nos dirigíamos hacia nuestro destino, mis piernas se movían de forma automática mientras que mi mirada perdida indicaba que yo estaba aventurándome en extrañas situaciones hipotéticas.
–¿Uh? –solté cuando la bio habló, regresándome a la aburrida y apestosa realidad–. Oh, sí, por supuesto que lo sé –respondí, cruzándome de brazos y mirando mis alrededores, e hice una mueca al ser más consciente del hedor impregnado en el aire–. Solo tengo una pregunta, para evitar un malentendido. –Volví a mirar a la bio–. El objetivo, ¿quieres capturarlo vivo o muerto?
Poco después me pidió examinar el lugar. Asentí con la cabeza antes de ponerme en ello, sin quejas; ya había visitado en varias ocasiones las Catacumbas de Lunargenta, un paisaje mucho más desagradable, en varios sentidos.
El edificio era de tres pisos, mientras que las casas laterales contaban con dos. Alguien con la agilidad suficiente podría saltar de una ventana a la otra sin problemas. El deterioro notable en los tejados indicaba que, tal vez, sería un suicidio intentar caminar por ellos. Las demás casas en el callejón parecían abandonadas, pero era probable que eso fuera solo porque sus habitantes estaban durmiendo, teniendo en cuenta la hora, y tampoco se preocupaban por la higiene.
Finalmente entré al prostíbulo, y ahí me fue difícil mantener una máscara de impasibilidad. Niños vestidos como las más hermosas doncellas, cada uno exhibiendo una belleza inmaculada que contrastaba con el vulgar trabajo que realizaban día tras día. Ninguno parecía infeliz con su rol, a diferencia de los esclavos sexuales en las catacumbas, así que la idea de salvarlos de esa vida parecía ridícula, considerando que tampoco sabría exactamente qué hacer con ellos si los sacaba de ahí.
–Bienvenido, señor –dijo cortésmente un niño que se me acercó sin que lo notara, e hizo una profunda referencia–. ¿Po…? –Calló en cuanto le di unas palmaditas en la cabeza. Mientras fingía no escuchar la conversación entre la bio y un hombre cuarentón, hablaría con el chico.
–Oh, pero qué suave –noté con asombro al tocar su cabello castaño claro y lacio, que le llegaba hasta la cintura y cubría uno de sus ojos celestes con un flequillo. Ignorando la perplejidad del pequeño, pregunté–: ¿Es real o una peluca?
–Es… ¡Ay! –se quejó cuando tiré de su flequillo.
–Es real, entonces. –Busqué algo en mi faltriquera y se lo ofrecí, colocando una rodilla en el suelo para estar a su nivel–. Te gustan los dulces, ¿no?
Cualquier pizca de enojo desapareció. Sus ojos brillaron al ver el dulce y, por algún motivo, dudaba en comérselo. Entonces se decidió por guardarlo en uno de sus bolsillos y, tras acercarse, susurró:
–Te haré cualquier «servicio» que quieras si me das más dulces. –Sonrió de oreja a oreja.
–Sobre eso –respondió el cuarentón a la bio, por su parte–, prefiero hablar de los detalles en un lugar donde no podamos incomodar al cliente –agregó, dedicándome una sonrisa breve.
–Descuida, en realidad soy el compañero de trabajo de nuestra querida chica de cabellos cenicientos –informé para luego levantarme y hacer una rápida reverencia–. A su servicio, señor.
Él miró a la bio, esperando una confirmación o negación.
–Oh, entonces… –musitó el niño, su voz apenas audible, desilusionado.
–Cuando termine mi trabajo, los tendrás igualmente, y sin necesidad de que me des «servicios», ¿vale? Solo ten paciencia. –Mis palabras regresaron la sonrisa al rostro del pequeño, quien asintió alegremente.
–Entonces, sobre el cadáver… Será mejor que lo vean por ustedes mismos. –El cuarentón hizo un gesto con la cabeza para indicarnos que lo siguiéramos. Caminando tras él por un pasillo, pregunté:
–¿Dónde encontraron los cadáveres?
Sus labios se convirtieron en una línea tensa.
–Todos en calles cercanas, mientras venían de casa.
–¿Dónde viven tus niños?
–Prefiero no revelar esa información.
–Vale. ¿Vienen solos hasta aquí?
–En pequeños grupos la mayoría de las veces, acompañados por un escolta. Pero si alguno se retrasa, los demás no le esperan y le toca venir solo… Y los cuatro que han… Bueno, los cuatro se retrasaron en los días en que los… asesinaron. –Se detuvo frente a la última habitación en el pasillo, sacó de su abrigo un amasijo de llaves y empezó a buscar la que necesitaba–. Les advierto que lo que verán dentro será desagradable. La brutalidad de los homicidios es la firma de este asesino, eso y las tres estacas con forma de cruz de cobre que deja clavadas en los corazones y ojos de las víctimas.
–Descuida, seguramente ya habré visto cosas peores –declaré despreocupadamente.
–Ya veremos.
Finalmente abrió la puerta y con un gesto nos invitó a pasar, con el olor a muerte llegando a mi nariz.
Rauko
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Re: Los niños travestis de Sacrestic Ville [Trabajo]
El sujeto abrió una puerta de madera demasiado fina, probablemente era de las habitaciones más caras y reservadas para los nobles y ricos que visitaban el buerdel, pero aquella noche no estaba ocupada para el placer, aquella noche estaba el cuerpo de un joven a unos pasos alejado de la cama, tumbado en el piso de madera, la imagen era grotesca, incluso Kat reconoció que no cualquier estómago soportaría ver un mutilamiento así, cualquiera catalogaría la edad del occiso como adolescente, no mayor a trece años, y su género era dudoso, tenía hombros anchos masculinos y era falto de caderas pero el vestido era como el de cualquier mujer sugestiva de la villa, tes pálida típica de la zona y sin tomar en cuenta las manchas de sangre en el cuero aún se podían distinguir pecas por montones en las mejillas lastimada de la víctima.
Cuando la chica peliblanca se inclinó para inspeccionar mejor el cuerpo pudo ver los detalles del mutilamiento, los ojos habían sido extirpados dejando las cuencas oculares cavernosas y sangrantes en el joven rostro de la víctima, eso sin olvidar las estacas clavadas, algún tipo de mensaje intentaba dejar el asesino era lo más obvio, tenía un tajo profundo y preciso que le atravesaba el cuello de lado a lado hasta tocar el hueso, el cuerpo estaba en posición fetal, amarrado de los pies y las manos, en este punto Kat aprecio las botas altas con tacón claramente femeninas en la víctima, su mano derecha tampoco estaba, parecía haber sido arrancada por la fuerza dejando un caos de músculos desgarrados. En el abdomen presentaba un segundo tajo igual o más preciso que el del cuello, solo alguien dedicado a la medicina podía cortar el tejido adiposo sin dañar las vísceras que descansaban colgando de la herida de la chica que no parecía haber sufrido violencia previa a su asesinato, su maquillaje estaba intacto, o lo que quedaba de él, por otro lado los cortes en el cuerpo eran seña de una evidente y muy probable tortura previa a su muerte. Sin lugar a dudas era el peor destino que Kat había presenciado desde su activación.
-¿Qué opina señorita?- preguntó el patrón de la víctima mientras intentaba ocultar el asco y lo difícil que era asimilar la imagen.
-¿Que carajo pensaba cuando me llamó a mi para resolver estos crímenes?- pregunto Kat mientras tocaba una herida del cuerpo para examinar el interior.
-Que necesitaríamos a alguien de su tipo para atrapar al responsable, y no me equivoqué, usted es la primera en mirar el cuerpo con tanto detalle y durante tanto tiempo, dígame... ¿Qué humano podría soportar tan terrible vista?- el hombre tenía un punto válido, para Kat no era difícil mirar la escena, para ella era divertido incluso, la peliblanca dibujó una sonrisa de aceptación y le dio la razón al hombre. -Tienes toda la puta razon… ¿Como me dijiste que te llamabas?
-Emmanuelle Mortensen, para servirle a ambos- el señor de negocios hizo una pausa para mirar al elfo peliblanco, no tenía contemplado tratar con dos investigadores, sabía algo acerca de Kat pero no tenía ni la más mínima información acerca del acompañante, Mortensen ya se había sentido incómodo al responder tantas preguntas en el camino a la escena del crimen que ahora no estaba seguro de haber tomado la decisión correcta. Kat ignoró la mirada de Mortensen, el cuerpo solo era una parte de la historia.
La peliblanca se acercó a su compañero, era difícil no mirar los restos del joven prostituto.
-¿Que opinas?- Kat aún no tenía alguna conjetura bien definida pero a grandes rasgos se podía ver la firma de un loco -Supongo que las demás chicas han de saber algo al respecto, ¿no crees?- Kat no quería hablar del todo con su compañero, el dueño del negocio no parecía ser de fiar y no quería arriesgarse a confesar su desconfianza hacia el, al menos no mientras no estuviesen solos.
-Será mejor que busquemos más pistas e interroguemos sutilmente a los chicos que trabajan para Mortensen- Sugirió la mecánica con un tono más a mandato.
Kat se dió la vuelta sin esperar la respuesta del elfo. -Señor Mortensen, ¿Podemos hacer que venga alguien a plasmar en papel esta desagradable situación?
-¿Necesitas un cronista?- Mortensen no entendía de qué serviría un letrado en este caso.
-Un dibujante… y uno de estómago fuerte-
En realidad no hacía mucha falta el dibujo, quería mantener ocupado al cuarentón para poder interrogar a las chicas sin que Mortensen no estuviste intentando meter sus narices
-¿Le puedo encargar esta tarea señor Mortensen?-
-Me temo que tengo otros asuntos que atender, pero si requiere ayuda le ofrezco a mi sirviente, es mi mejor chica y el mejor chico para tareas difíciles- Mortensen se hizo a un lado y con ademán de la mano y una reverencia presentó a su acompañante, detrás de él una chica bien parecida dió un paso al frente mientras regalaba una sonrisa al par de detectives en turno. La chica era como todas las demás, delgada y maquillada, vestía una falda con olanes hasta la rodilla de color blanco, su blusa igual de blanca que la falda le cubría los pechos planos de varón y mostraba su espalda y hombros andróginos, no se podía garantizar que las ropas no ayudaban pero las curvas de su cuerpo no envidiaban en nada los cuerpos de las chicas de su edad. El rostro de Hayley era tan fino como el resto de su cuerpo, barbilla delgada, boca pequeña, labios ni gruesos ni delgados, ojos azules, y enmedio una nariz recta y respingada moteada de pecas, era difícil no caer en el engaño, incluso el maquillaje era convincente, no muy grotesco y cargado como el de las demás chicas, pero elegante para lucir sus ojos, y el pelo ni se diga, no era tan largo como el de las demás pero tenía los rizos perfectos y un tono entre rojizo y naranja como el de un atardecer.
Cuando la chica peliblanca se inclinó para inspeccionar mejor el cuerpo pudo ver los detalles del mutilamiento, los ojos habían sido extirpados dejando las cuencas oculares cavernosas y sangrantes en el joven rostro de la víctima, eso sin olvidar las estacas clavadas, algún tipo de mensaje intentaba dejar el asesino era lo más obvio, tenía un tajo profundo y preciso que le atravesaba el cuello de lado a lado hasta tocar el hueso, el cuerpo estaba en posición fetal, amarrado de los pies y las manos, en este punto Kat aprecio las botas altas con tacón claramente femeninas en la víctima, su mano derecha tampoco estaba, parecía haber sido arrancada por la fuerza dejando un caos de músculos desgarrados. En el abdomen presentaba un segundo tajo igual o más preciso que el del cuello, solo alguien dedicado a la medicina podía cortar el tejido adiposo sin dañar las vísceras que descansaban colgando de la herida de la chica que no parecía haber sufrido violencia previa a su asesinato, su maquillaje estaba intacto, o lo que quedaba de él, por otro lado los cortes en el cuerpo eran seña de una evidente y muy probable tortura previa a su muerte. Sin lugar a dudas era el peor destino que Kat había presenciado desde su activación.
-¿Qué opina señorita?- preguntó el patrón de la víctima mientras intentaba ocultar el asco y lo difícil que era asimilar la imagen.
-¿Que carajo pensaba cuando me llamó a mi para resolver estos crímenes?- pregunto Kat mientras tocaba una herida del cuerpo para examinar el interior.
-Que necesitaríamos a alguien de su tipo para atrapar al responsable, y no me equivoqué, usted es la primera en mirar el cuerpo con tanto detalle y durante tanto tiempo, dígame... ¿Qué humano podría soportar tan terrible vista?- el hombre tenía un punto válido, para Kat no era difícil mirar la escena, para ella era divertido incluso, la peliblanca dibujó una sonrisa de aceptación y le dio la razón al hombre. -Tienes toda la puta razon… ¿Como me dijiste que te llamabas?
-Emmanuelle Mortensen, para servirle a ambos- el señor de negocios hizo una pausa para mirar al elfo peliblanco, no tenía contemplado tratar con dos investigadores, sabía algo acerca de Kat pero no tenía ni la más mínima información acerca del acompañante, Mortensen ya se había sentido incómodo al responder tantas preguntas en el camino a la escena del crimen que ahora no estaba seguro de haber tomado la decisión correcta. Kat ignoró la mirada de Mortensen, el cuerpo solo era una parte de la historia.
La peliblanca se acercó a su compañero, era difícil no mirar los restos del joven prostituto.
-¿Que opinas?- Kat aún no tenía alguna conjetura bien definida pero a grandes rasgos se podía ver la firma de un loco -Supongo que las demás chicas han de saber algo al respecto, ¿no crees?- Kat no quería hablar del todo con su compañero, el dueño del negocio no parecía ser de fiar y no quería arriesgarse a confesar su desconfianza hacia el, al menos no mientras no estuviesen solos.
-Será mejor que busquemos más pistas e interroguemos sutilmente a los chicos que trabajan para Mortensen- Sugirió la mecánica con un tono más a mandato.
Kat se dió la vuelta sin esperar la respuesta del elfo. -Señor Mortensen, ¿Podemos hacer que venga alguien a plasmar en papel esta desagradable situación?
-¿Necesitas un cronista?- Mortensen no entendía de qué serviría un letrado en este caso.
-Un dibujante… y uno de estómago fuerte-
En realidad no hacía mucha falta el dibujo, quería mantener ocupado al cuarentón para poder interrogar a las chicas sin que Mortensen no estuviste intentando meter sus narices
-¿Le puedo encargar esta tarea señor Mortensen?-
-Me temo que tengo otros asuntos que atender, pero si requiere ayuda le ofrezco a mi sirviente, es mi mejor chica y el mejor chico para tareas difíciles- Mortensen se hizo a un lado y con ademán de la mano y una reverencia presentó a su acompañante, detrás de él una chica bien parecida dió un paso al frente mientras regalaba una sonrisa al par de detectives en turno. La chica era como todas las demás, delgada y maquillada, vestía una falda con olanes hasta la rodilla de color blanco, su blusa igual de blanca que la falda le cubría los pechos planos de varón y mostraba su espalda y hombros andróginos, no se podía garantizar que las ropas no ayudaban pero las curvas de su cuerpo no envidiaban en nada los cuerpos de las chicas de su edad. El rostro de Hayley era tan fino como el resto de su cuerpo, barbilla delgada, boca pequeña, labios ni gruesos ni delgados, ojos azules, y enmedio una nariz recta y respingada moteada de pecas, era difícil no caer en el engaño, incluso el maquillaje era convincente, no muy grotesco y cargado como el de las demás chicas, pero elegante para lucir sus ojos, y el pelo ni se diga, no era tan largo como el de las demás pero tenía los rizos perfectos y un tono entre rojizo y naranja como el de un atardecer.
Kat B320
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Re: Los niños travestis de Sacrestic Ville [Trabajo]
El cuerpo que encontramos dentro de la habitación exhibía la grotesca brutalidad de un asesino desquiciado. Era una imagen que no creí que vería fuera de las Catacumbas de Lunargenta. Un par de años atrás aquello me habría revuelto el estómago. Ahora, en vez de ello, sentí tristeza por la víctima, ira hacia el homicida y culpa por no haber podido evitar el fatal desenlace. Sin darme cuenta, mi mano derecha se convirtió en un puño tenso.
La bio, como se esperaría de cualquiera de su raza, no tuvo problemas en examinar el cadáver. Aunque permanecí a su lado, preferí ojear la habitación. Una cama con dosel, varios muebles con cojines, un armario, una mesa circular con copas vacías, un estante con varios instrumentos destinados a utilizarse durante el acto sexual, una repisa con un par de libros… A simple vista, nada interesante.
Tras un intercambio de palabras con mi compañera, el cuarentón se presentó como Emmanuelle Mortensen, y luego me miró por un breve momento. No pasé por alto que, aunque él intentara ocultarlo, mi presencia le incomodaba.
La bio solicitó mi opinión sobre el caso. Esforzándome en no responderle con una tontería como «me parece que el chico fue asesinado», dije:
–No hay mucho que pueda decir, por ahora. No parece que esto sea obra de un asesino a sueldo, sino de una persona trastornada que se deja llevar por sus… impulsos. –Pero con tan poca información ni siquiera se podía asegurar nada aún.
Cuando la bio mencionó que los demás travestis podrían saber algo, asentí con la cabeza. Luego me mantuve en silencio mientras ella solicitaba que alguien dibujara el cadáver. Mortensen le delegó la tarea a un travesti cuya presencia no fui capaz de notar hasta el momento. Este nos dedicó una sonrisa y dijo:
–Mi nombre es Hayley. –Una voz dulce, melodiosa y más femenina que la de muchas chicas–. Para servirles a ambos. –agregó, y sujetó los extremos de su falda para hacer una reverencia. Un gesto tan elegante como inapropiado de hacerse en la misma habitación donde descansaba un compañero fallecido.
–Oh, y yo soy Rauko. Un placer, Hayley –fue mi respuesta, y le ofrecí la misma sonrisa que nos regaló–. Pero ¿usted a dónde irá, señor? –inquirí casualmente, volteándome hacia Mortensen–. ¿Planea salir cuando hay un asesino suelto?
–No –contestó–, iré a mi recámara. Necesito escribir unas cartas. Solo eso.
–Oh, pues vale. –Todavía quería hacerle más preguntas, pero preferí dejarlo para después.
Mortensen, frunciendo los labios, observó una vez más el cadáver, pero fue incapaz de no apartar la mirada después de un par de segundos.
–Confío en que puedan hacer el trabajo, evitar que haya más tragedias –nos murmuró, sin mirarnos, y pareció que intentaba convencerse a sí mismo más que cualquier otra cosa. Tras una rápida reverencia se retiró de la habitación sin decir más.
–Vale, Hayley, no parece que te incomode la presencia del cadáver –comenté luego, caminando por la habitación, examinando las copas vacías, el estante y la repisa.
–Me incomoda. Pero he visto cosas peores –dijo amablemente. Una respuesta que me pareció perturbadora–. Y he sido entrenada para actuar como se desea de mí sin importar las circunstancias.
–¿A qué clase de entrenamiento los somete Mortensen? –Hablar con un tono casual, aunque aún podía hacerlo, se me estaba dificultando. Si Mortensen trataba a los chicos como empezaba a suponer, me encargaría de eliminarlo. Por supuesto, eso lo haría luego de que me hubiese pagado por mi trabajo.
–No, no, no –se apresuró a negar Hayley–. No es lo que crees. El señor Mortensen es bueno. Él me rescató a mí y a unos chicos más de las catacumbas de Lunargenta, nos dio un hogar y nosotras aceptamos agradecerle haciendo este trabajo como sus chicas.
Tal vez no los había rescatado realmente. En vez de buscar niños y entrenarlos para el oficio, era más fácil comprarlos ya entrenados como esclavos sexuales en las catacumbas, aunque eso no era algo muy barato, y unas mentiras bastarían para, además, hacerles estar agradecidos.
–Entonces Mortensen es su héroe, ¿no? –dije mostrando una sonrisa relajada, y Hayley asintió. «Bueno, por lo menos parece que no los tortura», me dije para finalmente dejar de lado el asunto.
–Oh, lo siento. Lo olvidé –se disculpó de pronto–. Necesitan un dibujante, ¿no? No sé dibujar muy bien, pero sé quién podrá hacer lo que piden. Si me disculpan un momento, la traeré enseguida. Con su permiso. –Una rápida reverencia y salió de prisa de la habitación.
–No confío en alguien que acude a las catacumbas buscando niños –fue lo primero que le dije a Kat en cuanto estuvimos solos–. Tampoco creo que esto sea obra de algún rival de Mortensen –añadí justo antes de sentarme al borde de la cama–. Dudo que siquiera tenga competencia. Hasta que me hablaste del trabajo que haríamos, no había oído sobre un burdel de niños travestis, o por lo menos no de uno en este lado de Aerandir. Además, no suele ser común que alguien al que le guste las mujeres también le guste… lo que se ofrece aquí, así que es poco razonable pensar que Mortensen está «robando» los clientes de los burdeles tradicionales.
–Ustedes son los investigadores, ¿no? –preguntó una nueva voz femenina, sin emoción.
Miré hacia la puerta, encontrando en el umbral a una chica… No, un chico de misma estatura que Hayley, y tal vez con la misma edad. Vestía ropas color carmín y de tela fina; pantalón largo hasta los tobillos y una blusa manga corta que no cubría la zona del abdomen. Tenía tez bronceada, ojos color avellana, labios carnosos y cabello castaño claro recogido en una trenza casual.
–Elfo, cabello blanco y ropas negras –dijo al mirarme–. Sí, eres el que le regaló el dulce a Chiara –asintió para sí–. Quiero hablar con ustedes, pero Hayley volverá pronto. –Miró al pasillo antes de proseguir–. Estaré en el segundo piso. –Se giró y, antes de dar un paso, añadió–: Y, por favor, no confíen en Hayley. –Dicho eso, también se marchó.
La bio, como se esperaría de cualquiera de su raza, no tuvo problemas en examinar el cadáver. Aunque permanecí a su lado, preferí ojear la habitación. Una cama con dosel, varios muebles con cojines, un armario, una mesa circular con copas vacías, un estante con varios instrumentos destinados a utilizarse durante el acto sexual, una repisa con un par de libros… A simple vista, nada interesante.
Tras un intercambio de palabras con mi compañera, el cuarentón se presentó como Emmanuelle Mortensen, y luego me miró por un breve momento. No pasé por alto que, aunque él intentara ocultarlo, mi presencia le incomodaba.
La bio solicitó mi opinión sobre el caso. Esforzándome en no responderle con una tontería como «me parece que el chico fue asesinado», dije:
–No hay mucho que pueda decir, por ahora. No parece que esto sea obra de un asesino a sueldo, sino de una persona trastornada que se deja llevar por sus… impulsos. –Pero con tan poca información ni siquiera se podía asegurar nada aún.
Cuando la bio mencionó que los demás travestis podrían saber algo, asentí con la cabeza. Luego me mantuve en silencio mientras ella solicitaba que alguien dibujara el cadáver. Mortensen le delegó la tarea a un travesti cuya presencia no fui capaz de notar hasta el momento. Este nos dedicó una sonrisa y dijo:
–Mi nombre es Hayley. –Una voz dulce, melodiosa y más femenina que la de muchas chicas–. Para servirles a ambos. –agregó, y sujetó los extremos de su falda para hacer una reverencia. Un gesto tan elegante como inapropiado de hacerse en la misma habitación donde descansaba un compañero fallecido.
–Oh, y yo soy Rauko. Un placer, Hayley –fue mi respuesta, y le ofrecí la misma sonrisa que nos regaló–. Pero ¿usted a dónde irá, señor? –inquirí casualmente, volteándome hacia Mortensen–. ¿Planea salir cuando hay un asesino suelto?
–No –contestó–, iré a mi recámara. Necesito escribir unas cartas. Solo eso.
–Oh, pues vale. –Todavía quería hacerle más preguntas, pero preferí dejarlo para después.
Mortensen, frunciendo los labios, observó una vez más el cadáver, pero fue incapaz de no apartar la mirada después de un par de segundos.
–Confío en que puedan hacer el trabajo, evitar que haya más tragedias –nos murmuró, sin mirarnos, y pareció que intentaba convencerse a sí mismo más que cualquier otra cosa. Tras una rápida reverencia se retiró de la habitación sin decir más.
–Vale, Hayley, no parece que te incomode la presencia del cadáver –comenté luego, caminando por la habitación, examinando las copas vacías, el estante y la repisa.
–Me incomoda. Pero he visto cosas peores –dijo amablemente. Una respuesta que me pareció perturbadora–. Y he sido entrenada para actuar como se desea de mí sin importar las circunstancias.
–¿A qué clase de entrenamiento los somete Mortensen? –Hablar con un tono casual, aunque aún podía hacerlo, se me estaba dificultando. Si Mortensen trataba a los chicos como empezaba a suponer, me encargaría de eliminarlo. Por supuesto, eso lo haría luego de que me hubiese pagado por mi trabajo.
–No, no, no –se apresuró a negar Hayley–. No es lo que crees. El señor Mortensen es bueno. Él me rescató a mí y a unos chicos más de las catacumbas de Lunargenta, nos dio un hogar y nosotras aceptamos agradecerle haciendo este trabajo como sus chicas.
Tal vez no los había rescatado realmente. En vez de buscar niños y entrenarlos para el oficio, era más fácil comprarlos ya entrenados como esclavos sexuales en las catacumbas, aunque eso no era algo muy barato, y unas mentiras bastarían para, además, hacerles estar agradecidos.
–Entonces Mortensen es su héroe, ¿no? –dije mostrando una sonrisa relajada, y Hayley asintió. «Bueno, por lo menos parece que no los tortura», me dije para finalmente dejar de lado el asunto.
–Oh, lo siento. Lo olvidé –se disculpó de pronto–. Necesitan un dibujante, ¿no? No sé dibujar muy bien, pero sé quién podrá hacer lo que piden. Si me disculpan un momento, la traeré enseguida. Con su permiso. –Una rápida reverencia y salió de prisa de la habitación.
–No confío en alguien que acude a las catacumbas buscando niños –fue lo primero que le dije a Kat en cuanto estuvimos solos–. Tampoco creo que esto sea obra de algún rival de Mortensen –añadí justo antes de sentarme al borde de la cama–. Dudo que siquiera tenga competencia. Hasta que me hablaste del trabajo que haríamos, no había oído sobre un burdel de niños travestis, o por lo menos no de uno en este lado de Aerandir. Además, no suele ser común que alguien al que le guste las mujeres también le guste… lo que se ofrece aquí, así que es poco razonable pensar que Mortensen está «robando» los clientes de los burdeles tradicionales.
–Ustedes son los investigadores, ¿no? –preguntó una nueva voz femenina, sin emoción.
Miré hacia la puerta, encontrando en el umbral a una chica… No, un chico de misma estatura que Hayley, y tal vez con la misma edad. Vestía ropas color carmín y de tela fina; pantalón largo hasta los tobillos y una blusa manga corta que no cubría la zona del abdomen. Tenía tez bronceada, ojos color avellana, labios carnosos y cabello castaño claro recogido en una trenza casual.
–Elfo, cabello blanco y ropas negras –dijo al mirarme–. Sí, eres el que le regaló el dulce a Chiara –asintió para sí–. Quiero hablar con ustedes, pero Hayley volverá pronto. –Miró al pasillo antes de proseguir–. Estaré en el segundo piso. –Se giró y, antes de dar un paso, añadió–: Y, por favor, no confíen en Hayley. –Dicho eso, también se marchó.
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