Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
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Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Le costó tomar la decisión, pero al final se dijo que valía la pena. Y ahora, después de semejante caminata nocturna para llegar a donde los dioses perdieron las bragas, confirmaba que estaba en lo cierto.
Todos los años, en la Comarca de Urd, un pueblo perdido entre las montañas llamado Pavarty celebraba estas fechas con un pequeño festival culinario. La gente se reunía para cocinar en grupo y socializar, pero lo más importante era la labor del panadero y pastelero: se encargaban de los dulces y los postres que culminarían el evento más importante de toda la celebración, una ofrenda a las deidades.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Nayru llevaba mucho tiempo escuchando hablar de dicha fiesta y de los manjares que se servían en ella. Era un vampiro, y como tal la comida humana no le llamaba la atención. Pero el lugar se encontraba en Urd, zona en la que habitaban gran número de sus congéneres. Humanos y vampiros a la fuerza habían acabado conviviendo y ahora eso se reflejaba en la propia gastronomía: se decía que los artesanos de dicho pueblo eran capaces de hacer pasteles, caramelos y bollos... de sangre. Donada voluntariamente por el bien de la ceremonia, pero hechos con sangre, nada menos. ¿Cuánto hacía que no disfrutaba plenamente de un postre? Era una pregunta retórica.
Así que, básicamente, la mujer acababa de recorrer demasiados kilómetros, subir media montaña, perderse entre el bosque oscuro y tétrico, y salvarse de caer por un barranco de pura suerte, motivada por la gula. Simple y llanamente.
La vampiresa inspiró hondo el aire de la noche, la luna llena redonda y rebosante como un pastel bien horneado, y disfrutó de los aromas de la leña en los hornos, de la gente apelotonada alrededor de la comida, de la harina, los frutos secos, los huevos, el azúcar y la sangre libremente ofrecida. Se estremeció de placer anticipado y encaminó calle arriba. Le pareció extraño que no hubiese música.
El pueblo era pequeño, era modesto y desde luego no era bonito, pero estaba completamente iluminado por faroles de calabaza, cuero y de papel, cuyas mamparas lucían todo tipo de decoraciones, mayoritariamente monstruos típicos de la zona. Se podía ver sin problema pese a haber anochecido gracias a la multitud de velas. Guirnaldas decoraban los dinteles de las puertas y los marcos de las ventanas. Los caminos de tierra parecían confluir todos en la plaza, y allí estaba reunido el grueso de la población. Por alguna razón el ambiente festivo brillaba por su ausencia. La mujer se acercó a la gente con curiosidad, preguntándose si ya estarían listos los dulces y los bollos...
-No podemos dejar que el festival se vaya al traste, ¡hay que hacer algo!
-¡Si no realizamos la ofrenda, los dioses...!
-¡Qué desgracia! ¿Cómo ha podido pasar esto?
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]La vampiresa parpadeó. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaba la comida? ¡No había desayunado pensando en que se pondría las botas esta madrugada! Un hombre fornido se abrió paso limpiándose las manos en el delantal de su profesión, sosteniendo en el hueco del codo un macizo rodillo de amasar. Tenía el pelo hirsuto y oscuro y una yugular gruesa como el surco de la rueda de una carreta. La mujer tragó saliva.
-¡Calmaos! Que no cunda el pánico. Sólo tenemos que encontrar y recuperar...
-¡Estamos hablando de dar caza a los postres, Sirin! -exclamó una mujer, que se colocó al frente justo en la dirección opuesta.- ¿Cómo demonios planeas atrapar a un pastel con patas que te muerde los dedos cada vez que consigues ponerle la mano encima? ¡Pastelero loco!
-¡Son dulces! ¡Sus dientes son de caramelo! Sólo hay que atraparlos y reunirlos de nuevo, ¡estoy seguro de que regresarlos al altar es la solución! Siguiéndole la pista a los dulces encontraremos la mano de quien hizo esto. ¿Quién está conmigo?
Hubo un murmullo de incertidumbre, y la pequeña multitud se dividió entre los que pensaban que era buena idea y los que no. Y los que se apuntaban hasta a un bombardeo, pero a esos nadie les hacía caso. Mientras tanto Nayru miraba la escena, lamentando muy mucho todo el viaje que se había hecho hasta allí.
Todos los años, en la Comarca de Urd, un pueblo perdido entre las montañas llamado Pavarty celebraba estas fechas con un pequeño festival culinario. La gente se reunía para cocinar en grupo y socializar, pero lo más importante era la labor del panadero y pastelero: se encargaban de los dulces y los postres que culminarían el evento más importante de toda la celebración, una ofrenda a las deidades.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Nayru llevaba mucho tiempo escuchando hablar de dicha fiesta y de los manjares que se servían en ella. Era un vampiro, y como tal la comida humana no le llamaba la atención. Pero el lugar se encontraba en Urd, zona en la que habitaban gran número de sus congéneres. Humanos y vampiros a la fuerza habían acabado conviviendo y ahora eso se reflejaba en la propia gastronomía: se decía que los artesanos de dicho pueblo eran capaces de hacer pasteles, caramelos y bollos... de sangre. Donada voluntariamente por el bien de la ceremonia, pero hechos con sangre, nada menos. ¿Cuánto hacía que no disfrutaba plenamente de un postre? Era una pregunta retórica.
Así que, básicamente, la mujer acababa de recorrer demasiados kilómetros, subir media montaña, perderse entre el bosque oscuro y tétrico, y salvarse de caer por un barranco de pura suerte, motivada por la gula. Simple y llanamente.
La vampiresa inspiró hondo el aire de la noche, la luna llena redonda y rebosante como un pastel bien horneado, y disfrutó de los aromas de la leña en los hornos, de la gente apelotonada alrededor de la comida, de la harina, los frutos secos, los huevos, el azúcar y la sangre libremente ofrecida. Se estremeció de placer anticipado y encaminó calle arriba. Le pareció extraño que no hubiese música.
El pueblo era pequeño, era modesto y desde luego no era bonito, pero estaba completamente iluminado por faroles de calabaza, cuero y de papel, cuyas mamparas lucían todo tipo de decoraciones, mayoritariamente monstruos típicos de la zona. Se podía ver sin problema pese a haber anochecido gracias a la multitud de velas. Guirnaldas decoraban los dinteles de las puertas y los marcos de las ventanas. Los caminos de tierra parecían confluir todos en la plaza, y allí estaba reunido el grueso de la población. Por alguna razón el ambiente festivo brillaba por su ausencia. La mujer se acercó a la gente con curiosidad, preguntándose si ya estarían listos los dulces y los bollos...
-No podemos dejar que el festival se vaya al traste, ¡hay que hacer algo!
-¡Si no realizamos la ofrenda, los dioses...!
-¡Qué desgracia! ¿Cómo ha podido pasar esto?
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]La vampiresa parpadeó. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaba la comida? ¡No había desayunado pensando en que se pondría las botas esta madrugada! Un hombre fornido se abrió paso limpiándose las manos en el delantal de su profesión, sosteniendo en el hueco del codo un macizo rodillo de amasar. Tenía el pelo hirsuto y oscuro y una yugular gruesa como el surco de la rueda de una carreta. La mujer tragó saliva.
-¡Calmaos! Que no cunda el pánico. Sólo tenemos que encontrar y recuperar...
-¡Estamos hablando de dar caza a los postres, Sirin! -exclamó una mujer, que se colocó al frente justo en la dirección opuesta.- ¿Cómo demonios planeas atrapar a un pastel con patas que te muerde los dedos cada vez que consigues ponerle la mano encima? ¡Pastelero loco!
-¡Son dulces! ¡Sus dientes son de caramelo! Sólo hay que atraparlos y reunirlos de nuevo, ¡estoy seguro de que regresarlos al altar es la solución! Siguiéndole la pista a los dulces encontraremos la mano de quien hizo esto. ¿Quién está conmigo?
Hubo un murmullo de incertidumbre, y la pequeña multitud se dividió entre los que pensaban que era buena idea y los que no. Y los que se apuntaban hasta a un bombardeo, pero a esos nadie les hacía caso. Mientras tanto Nayru miraba la escena, lamentando muy mucho todo el viaje que se había hecho hasta allí.
Nayru
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Era agradable saber que aunque fuera en un lugar recóndito; tan poco conocido que bien pensé era un mito más antes de verlo con mis propios ojos, existía una agrupación elevada de gente con sentido común. Para la fecha, dejaban dulces como ofrenda. Dulces. Dulces.
Dulces, no órganos fuera de lugar.
Era como... como si alguien hubiese tenido empatia. Impensable.
No estaba en ánimos ni intención de celebrar; pero al menos quería ver el lugar para sentirme un poco más tranquilo y a gusto, sabiendo que había gente disfrutando por motivos agradables y no los usuales que tanto parecía encantarles. Podía sonar como "el cielo" del que tanto hablaban los sujetos estos del Dios Blanco, quizá... quizá literalmente, viendo que quienes fundaron el lugar decidieron hacerlo en media montaña. Una decisión cuestionable para mí; pero menos cuestionable de lo que resultaban los otros sacrificios que sabía, alguien estaba preparando para llevar a cabo en otro lugar.
Lamentablemente para el supuesto cielo se hacía todo el infierno antes, conociendo la mala fama de la Comarca de Urd para emboscadas. Puede que me lo mereciera un poco si terminaba en medio de una, siendo casi un elfo y metiéndome a territorio vampiro...
Nada me había pasado al final; sin embargo, estando en el sitio guardaba un fuerte arrepentimiento:
—...Estás tomándome el pelo.
—No, no, que va. Te digo que los postres los hacen con sangre.
Ya tenía una mano en la cara, negando con la cabeza. Claro que todo había sido bonito, demasiado bonito como para que no hubiese algo raro.
—Eh —empezó algo incómodo—, tampoco hay que poner esas caras, la sangre que hay, la hay porque la gente la pone de buena gana. No vamos por hay cortando dedos para obtenerla. Desde hace unos buenos treinta años al menos.
—Bueno —suspiré, desanimado. Podía vivir con la idea de que fuese algo voluntario; infinitamente mejor que si fuese forzado—. No voy a comer esta noche, parece.
—¿¡Qué!? —se llevo las manos al pecho, horrorizado—. ¿Vienes a Pabarty y pretendes irte sin probar la comida? ¡Jajajaja! —rio, rio falsamente, cosa fácil de confirmar por como se detuvo de repente para vestir una expresón sería—. Ni lo pienses. Mira, prueba al menos una cosita, te digo cuál es la que hacen con menos sangre, y ya me dices si te sabe bien o no.
—No.
—Andaaa...
—No.
—Andaaaaaaaaaaa...
Luego de unos diez minutos más del mismo intercambio, cedí contra las peticiones del vampiro, no sin antes hacerlo jurar que definitivamente me daría el postre con la menor cantidad de sangre que tuvieran en todo el lugar. Claro, él me hizo jurar a mí que si me gustaba, tendría que probar otros, pero eso no iba a pasar.
Abandonamos la pobre posada en la que estábamos, la más pequeña en la que había estado nunca. No podía culparla ni juzgarla demasiado realmente, considerando como lucía el resto del pueblo. Hacían lo que podían, y aplaudía eso con gusto, daba placer ver que no había resultado en un segundo Sacrestic Ville.
Andar en Pabarty era sencillo. No sólo era su tamaño, sino que cómo descubrí a los pocos minutos de estar en el pueblo, todos sus caminos daban bien hacia la plaza o hacia afuera. No es decir que no pudieras perderte, pero sólo una vez. Mientras andábamos calle abajo me abracé a mí mismo, acariciándome los brazos por un escalofrío que me recorrió desde lo más bajo de la espalda. Había estado teniendo ese tipo de sensación las últimas noches, pero lo pasaba por alto, pensando que serían ideas mías.
No es que el frío del lugar y la noche, más las velas iluminando las calles y dibujando sombras de la manera más tétrica en todos lados ayudase a pensar cosas buenas. El silencio en el lugar, para estar de celebración, tampoco me traía buenas vibras.
Cuando ya se podía ver la plaza mi compañero me tomó de la manga, dándome un jalón para el último estrecho. Casi podía verlo babearse sobre la idea de los postres del lugar, y por la cantidad de gente y los leves murmureos que se alcanzaban a oír pero no entender, puede que el vampiro no estuviese exagerando sobre el gran sabor. Después de todo, «Ave que no canta, "mastica"».
Nos incorporamos al grupo, haciendo bastante evidente que el silencio no era porque se estuviesen dando un festín. Un hombre fuerte y con un bigote prominente tenía la palabra. No llegué a procesar mucho de lo que dijo, , había escuchado algo de seguirle la pista a dulces y encontrar a quien había hecho... algo.
—Perdone —miré a un lado, sacando a una mujer de sus murmullos—, ¿podría decirme qué sucede? Es que llegue tarde, y...
A medida que la amable señora explicaba la situación entrecerraba más y más los ojos. ¿A los dulces les habían salido patas? Mejor que eso, les habían salido dientes y ojos. Uno creería que ya sería suficientemente bizarro que un postre repentinamente crezca cualquier cosa; pero la cereza del pastel era que si había una cereza del pastel pues había cobrado vida, como todo lo demás. Tenían dulces corriendo, huyendo por el pueblo.
Me repetiría eso a mí mismo.«A los dulces les crecieron partes y cobraron vida, por lo que están correteando libres». Asentí lentamente, subiendo un poco los labios. Desde que había abandonado Sandorai para experimentar el mundo, había oído, visto y vivido cosas buenas, malas y raras; y por ello me había hecho crédulo, tenía cierta disposición a que cuando me dijeran algo que repicase con la palabra "absurdo" en mi mente como verdad.
Pero para esto, ni raro ni absurdo se me hacían suficiente. «Postres hechos con sangre» vi a mi compañero, juzgándolo.
—¡EH! —se quejó, al notar como lo miraba—. ¡Sé qué estás pensando, infeliz! ¡Pero déjame decirte qué no es por eso! ¡Primera vez que sucede algo así!
—Escucha, no... no me voy a comer ningún caramelo que pueda moverse por voluntad propia.
—Sí, sé que no te has comido ninguna nena.
Sonreí de medio lado, ah, maldito.
—Veo que no endulzas tus palabras.
Pestañeó, viendome unos segundos casi ofendido, hasta que se le empezó a escapar la risa. Suavemente me golpeó en el estómago con el palmar de la mano y apuntó hacia donde se estaban dividiendo los grupos.
—Te odio —comentó casualmente—, ¿por qué no dejas de hacer bromas pésimas y me haces un favor? Ve-
—Lo sé, vamos —interrumpí al vampiro, asintiendo. El golem escaló por mi pierna hasta mi cintura, pasando de mi espalda a mi pecho y luego deslizándose por mis brazos. Al final de los mismos, se hizo en la forma de dos gruesos pero flexibles guantes.
—Eh —sonrió y lideró el camino, marchando orgullosamente—. No temas, Sirin, encontraremos esos dulces —comentó al hombre mientras pasaba a su lado.
Y así nos incorporamos al grupo que consideraba el asunto una "buena idea". No lo veía como tal, realmente, simplemente prefería tomar esta opción que vivir las implicaciones de no hacerlo.
Dulces, no órganos fuera de lugar.
Era como... como si alguien hubiese tenido empatia. Impensable.
No estaba en ánimos ni intención de celebrar; pero al menos quería ver el lugar para sentirme un poco más tranquilo y a gusto, sabiendo que había gente disfrutando por motivos agradables y no los usuales que tanto parecía encantarles. Podía sonar como "el cielo" del que tanto hablaban los sujetos estos del Dios Blanco, quizá... quizá literalmente, viendo que quienes fundaron el lugar decidieron hacerlo en media montaña. Una decisión cuestionable para mí; pero menos cuestionable de lo que resultaban los otros sacrificios que sabía, alguien estaba preparando para llevar a cabo en otro lugar.
Lamentablemente para el supuesto cielo se hacía todo el infierno antes, conociendo la mala fama de la Comarca de Urd para emboscadas. Puede que me lo mereciera un poco si terminaba en medio de una, siendo casi un elfo y metiéndome a territorio vampiro...
Nada me había pasado al final; sin embargo, estando en el sitio guardaba un fuerte arrepentimiento:
—...Estás tomándome el pelo.
—No, no, que va. Te digo que los postres los hacen con sangre.
Ya tenía una mano en la cara, negando con la cabeza. Claro que todo había sido bonito, demasiado bonito como para que no hubiese algo raro.
—Eh —empezó algo incómodo—, tampoco hay que poner esas caras, la sangre que hay, la hay porque la gente la pone de buena gana. No vamos por hay cortando dedos para obtenerla. Desde hace unos buenos treinta años al menos.
—Bueno —suspiré, desanimado. Podía vivir con la idea de que fuese algo voluntario; infinitamente mejor que si fuese forzado—. No voy a comer esta noche, parece.
—¿¡Qué!? —se llevo las manos al pecho, horrorizado—. ¿Vienes a Pabarty y pretendes irte sin probar la comida? ¡Jajajaja! —rio, rio falsamente, cosa fácil de confirmar por como se detuvo de repente para vestir una expresón sería—. Ni lo pienses. Mira, prueba al menos una cosita, te digo cuál es la que hacen con menos sangre, y ya me dices si te sabe bien o no.
—No.
—Andaaa...
—No.
—Andaaaaaaaaaaa...
Luego de unos diez minutos más del mismo intercambio, cedí contra las peticiones del vampiro, no sin antes hacerlo jurar que definitivamente me daría el postre con la menor cantidad de sangre que tuvieran en todo el lugar. Claro, él me hizo jurar a mí que si me gustaba, tendría que probar otros, pero eso no iba a pasar.
Abandonamos la pobre posada en la que estábamos, la más pequeña en la que había estado nunca. No podía culparla ni juzgarla demasiado realmente, considerando como lucía el resto del pueblo. Hacían lo que podían, y aplaudía eso con gusto, daba placer ver que no había resultado en un segundo Sacrestic Ville.
Andar en Pabarty era sencillo. No sólo era su tamaño, sino que cómo descubrí a los pocos minutos de estar en el pueblo, todos sus caminos daban bien hacia la plaza o hacia afuera. No es decir que no pudieras perderte, pero sólo una vez. Mientras andábamos calle abajo me abracé a mí mismo, acariciándome los brazos por un escalofrío que me recorrió desde lo más bajo de la espalda. Había estado teniendo ese tipo de sensación las últimas noches, pero lo pasaba por alto, pensando que serían ideas mías.
No es que el frío del lugar y la noche, más las velas iluminando las calles y dibujando sombras de la manera más tétrica en todos lados ayudase a pensar cosas buenas. El silencio en el lugar, para estar de celebración, tampoco me traía buenas vibras.
Cuando ya se podía ver la plaza mi compañero me tomó de la manga, dándome un jalón para el último estrecho. Casi podía verlo babearse sobre la idea de los postres del lugar, y por la cantidad de gente y los leves murmureos que se alcanzaban a oír pero no entender, puede que el vampiro no estuviese exagerando sobre el gran sabor. Después de todo, «Ave que no canta, "mastica"».
Nos incorporamos al grupo, haciendo bastante evidente que el silencio no era porque se estuviesen dando un festín. Un hombre fuerte y con un bigote prominente tenía la palabra. No llegué a procesar mucho de lo que dijo, , había escuchado algo de seguirle la pista a dulces y encontrar a quien había hecho... algo.
—Perdone —miré a un lado, sacando a una mujer de sus murmullos—, ¿podría decirme qué sucede? Es que llegue tarde, y...
A medida que la amable señora explicaba la situación entrecerraba más y más los ojos. ¿A los dulces les habían salido patas? Mejor que eso, les habían salido dientes y ojos. Uno creería que ya sería suficientemente bizarro que un postre repentinamente crezca cualquier cosa; pero la cereza del pastel era que si había una cereza del pastel pues había cobrado vida, como todo lo demás. Tenían dulces corriendo, huyendo por el pueblo.
Me repetiría eso a mí mismo.«A los dulces les crecieron partes y cobraron vida, por lo que están correteando libres». Asentí lentamente, subiendo un poco los labios. Desde que había abandonado Sandorai para experimentar el mundo, había oído, visto y vivido cosas buenas, malas y raras; y por ello me había hecho crédulo, tenía cierta disposición a que cuando me dijeran algo que repicase con la palabra "absurdo" en mi mente como verdad.
Pero para esto, ni raro ni absurdo se me hacían suficiente. «Postres hechos con sangre» vi a mi compañero, juzgándolo.
—¡EH! —se quejó, al notar como lo miraba—. ¡Sé qué estás pensando, infeliz! ¡Pero déjame decirte qué no es por eso! ¡Primera vez que sucede algo así!
—Escucha, no... no me voy a comer ningún caramelo que pueda moverse por voluntad propia.
—Sí, sé que no te has comido ninguna nena.
Sonreí de medio lado, ah, maldito.
—Veo que no endulzas tus palabras.
Pestañeó, viendome unos segundos casi ofendido, hasta que se le empezó a escapar la risa. Suavemente me golpeó en el estómago con el palmar de la mano y apuntó hacia donde se estaban dividiendo los grupos.
—Te odio —comentó casualmente—, ¿por qué no dejas de hacer bromas pésimas y me haces un favor? Ve-
—Lo sé, vamos —interrumpí al vampiro, asintiendo. El golem escaló por mi pierna hasta mi cintura, pasando de mi espalda a mi pecho y luego deslizándose por mis brazos. Al final de los mismos, se hizo en la forma de dos gruesos pero flexibles guantes.
—Eh —sonrió y lideró el camino, marchando orgullosamente—. No temas, Sirin, encontraremos esos dulces —comentó al hombre mientras pasaba a su lado.
Y así nos incorporamos al grupo que consideraba el asunto una "buena idea". No lo veía como tal, realmente, simplemente prefería tomar esta opción que vivir las implicaciones de no hacerlo.
Anders
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Los bosques más infestados de bestias. Las cumbres más heladas del continente. Desiertos tan áridos que la arena humeaba. Los recorrería todos y más, tal era la vida de la cazadora.
O en ese caso, un pueblecito perdido en algún lugar de la siniestra comarca de Urd. Menos glamuroso, pero una tenía que hacer sacrificios en pos de perseguir una presa.
O eso le había dicho al tipo de la taberna. Estaba allí por los dulces. Deliciosos esponjosos y dulces pastelitos. Y galletas. Y cualquier cosa remotamente dulce inventada por el hombre. Bueno, pueeeeeede que estuvieran hechos con sangre. Pero también lo estaba la morcilla. Y aparentemente estaba muy logrado, seguramente el fruto de los siglos de experiencia vampira intentando encontrar algo que supiera bien y diera sustento. Así que su corazón prácticamente se hizo pedazos cuando escucho que no habia dulces, y por supuesto quiso saber más.
Por suerte, no es que hubiera caído un cataclismo meteorito y los hubiera carbonizado. No, solo les habían salido patas y se habían escondido. Raro, pero manejable. Cosas más raras habrían pasado, seguro. –No os preocupéis, yo me encargo, soy una cazadora profesional.- dijo, con absoluta confianza.
-¿De dulces?- Preguntó uno de los pueblerinos.
-De d… pues claro que no, de las normales. Pero yo me encargo.- cerró los ojos, concentrándose.
-Oh espíritus, acudid a mi llamada.
Vuestra querida fiesta, truncada.
Deliciosos dulces, han hecho una escapada.
Yo os pido ayuda, con esta deliciosa carnada.-
La elfa notó el aire oscilar, a medida que los dos planos se conectaban, pero en vez de los adorables gatitos habituales, las luces que habían empezado a aparecer a su alrededor se hicieron añicos y algo atravesó la barrera con la sutileza de un pedrusco. La elfa abrió los ojos, alarmada ante la criatura que había acudido a su llamada, intentando atarla a su voluntad desesperadamente, pero su mente simplemente… resbalaba, el ser ignorando sus intentos. Potencialmente desastroso, y encima humillante por el hecho de que esa criatura lucia como una maldita chinchilla blanca de un palmo de altura.
-Shushu chu.- dijo la criatura. Y de alguna manera la entendía. Sus invocaciones siempre habían sido mudas pero extrañamente expresivas… puede que al invocar algo más fuerte, el vínculo también lo fuera. Pero no se dejaría engañar por su aparentemente esponjoso pelaje y esos bigotitos, o esa suave y peluda cola.
-Aprecio la ayuda supongo, pero aún no tengo muy claro porque me ayudas. O como piensas hacerlo.- Ya se habia rendido respecto a intentar controlarla, no parecía agresiva, ni siquiera poderosa, solo... escurridiza. tendria que echarle un ojo mientras siguiera aquí, eso si. La criatura floto en el aire. Mientras respondía.
-Shugi shu. Sha sha mlem.- ah, glotonería, la fuerza que movía el mundo. Simpatizaba con la extraña criatura.
-Espera, ¿qué diablos es la “glucovidencia”? Eso no existe.- pero la bola de pelo ya estaba flotando hacia alguna dirección a toda velocidad, en busca de dulces.
O en ese caso, un pueblecito perdido en algún lugar de la siniestra comarca de Urd. Menos glamuroso, pero una tenía que hacer sacrificios en pos de perseguir una presa.
O eso le había dicho al tipo de la taberna. Estaba allí por los dulces. Deliciosos esponjosos y dulces pastelitos. Y galletas. Y cualquier cosa remotamente dulce inventada por el hombre. Bueno, pueeeeeede que estuvieran hechos con sangre. Pero también lo estaba la morcilla. Y aparentemente estaba muy logrado, seguramente el fruto de los siglos de experiencia vampira intentando encontrar algo que supiera bien y diera sustento. Así que su corazón prácticamente se hizo pedazos cuando escucho que no habia dulces, y por supuesto quiso saber más.
Por suerte, no es que hubiera caído un cataclismo meteorito y los hubiera carbonizado. No, solo les habían salido patas y se habían escondido. Raro, pero manejable. Cosas más raras habrían pasado, seguro. –No os preocupéis, yo me encargo, soy una cazadora profesional.- dijo, con absoluta confianza.
-¿De dulces?- Preguntó uno de los pueblerinos.
-De d… pues claro que no, de las normales. Pero yo me encargo.- cerró los ojos, concentrándose.
-Oh espíritus, acudid a mi llamada.
Vuestra querida fiesta, truncada.
Deliciosos dulces, han hecho una escapada.
Yo os pido ayuda, con esta deliciosa carnada.-
-Shushu chu.- dijo la criatura. Y de alguna manera la entendía. Sus invocaciones siempre habían sido mudas pero extrañamente expresivas… puede que al invocar algo más fuerte, el vínculo también lo fuera. Pero no se dejaría engañar por su aparentemente esponjoso pelaje y esos bigotitos, o esa suave y peluda cola.
-Aprecio la ayuda supongo, pero aún no tengo muy claro porque me ayudas. O como piensas hacerlo.- Ya se habia rendido respecto a intentar controlarla, no parecía agresiva, ni siquiera poderosa, solo... escurridiza. tendria que echarle un ojo mientras siguiera aquí, eso si. La criatura floto en el aire. Mientras respondía.
-Shugi shu. Sha sha mlem.- ah, glotonería, la fuerza que movía el mundo. Simpatizaba con la extraña criatura.
-Espera, ¿qué diablos es la “glucovidencia”? Eso no existe.- pero la bola de pelo ya estaba flotando hacia alguna dirección a toda velocidad, en busca de dulces.
Valyria
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Patas. Dientes. Y a saber si ojos. La vampiresa frunció el ceño y cruzó los brazos al pecho, sintiendo cómo se iba al traste el magnífico plan gastronómico que tenía planeado. Porque los dulces habían cobrado vida y correteaban por ahí mordiendo en vez de ser mordidos.
Mientras los aldeanos discutían y se quejaban la mujer escudriñó los alrededores en busca de... ¿quizá un croissant parlante? ¿Una tarta de carreras? Suspiró. Al parecer Nayru no era la única que había sido atraída por las curiosas festividades del pueblecillo, porque descubrió entre la gente a dos personas tan fuera de lugar allí como ella misma: un tipo alto y larguirucho que venía acompañado y... tenía medias orejas de elfo asomando entre su pelo rubio, y una chica esbelta a la que le asomaban dos orejas enteras de elfo que... Espera espera... yo la conozco... de dón- ¡a ésa le he comprado cosas!
La mujer parpadeó confusa. ¿Qué hacían un elfo y medio en la comarca más tétrica de Aerandir? Sonrió sesgado ante la idea de que hubiesen venido a probar la comida de sangre. Aunque sólo una pequeña porción de lo cocinado aquella noche llevaba tan preciado ingrediente sería divertido verles comer una magdalena roja y dejarles caer en la cuenta de su componente principal.
La gente empezaba a moverse. Los que estaban de acuerdo con el panadero local se pusieron a su lado, y los que no simplemente se quedaron en la plaza, esperando. Lo mismo pensaban que allí quietos iban a solucionar las cosas. Con otro suspiro Nayru se acercó a Sirin Lambert. La elfa y el mestizo parecían haber tomado su propia decisión, la misma que la suya: cazar dulces en la noche de Samhain. No parecía un mal plan.
-Muy bien, Sirin. Ahora que nos tienes a todos... ¿qué?
El fornido hombre sonrió ampliamente como si aquello le gustase demasiado.
-¡Ahora toca el trabajo de campo! Cuando todo esto empezó yo seguía en el obrador y pude pillar a un par de esos cabroncetes. Punto uno: corren como demonios y son unos cabroncetes. Punto dos: aborrecen la sal; lo sé porque una de mis berlinas se cayó directa en el pote de la sal y al parecer eso rompió el hechizo.
-Estupendo, pues. Sólo hay que espolvorearlos con sal y apañado.
-¡Ni se te ocurra! ¡Eso los arruinaría y todavía tenemos que presentarlos en los altares esta noche!
Nayru frunció el ceño con cara de pocos amigos. Los aldeanos que estaban escuchando pusieron los ojos en blanco.
-Punto dos subsección uno: no les echéis sal, por el amor a los dioses. -dijo, apuntándola con un dedo grueso.- Punto tres: sienten la irrevocable necesidad de contagiar de "vida" todo postre, bollo, dulce o elaboración azucarada. He traído una bolsa de magdalenas normales para que las uséis de cebo. Si queréis seguir otra estrategia allá vosotros, pero esto es lo que yo haré. -y meneó ante todos un saco fino de arpillera que olía a harina y frutos secos; la mujer contuvo las ganas de tragar saliva.
-Pero... ¿entonces no sabes cómo se desencanta la comida? ¿Tu plan es atraparlos y... ya?
-Yyyy eso me lleva al punto número cuatro: hay un bicho rosa que jamás había visto en mi vida que es el que ha provocado todo esto. Así pequeño, peludo... y por alguna razón lleva una cereza en la cabeza. Todo lo comestible que toca cobra vida. Ése es mi plan de desencantamiento. Si la cosa encanta, puede desencantar. -comentó con una gran sonrisa bajo el bigote.
-Así que también hay que atraparlo.
-Correcto.
-Después de atrapar todos los dulces.
-O antes. Si lo ves lánzate. Es muy feo y muy rosa, no tiene pérdida. Pero los dulces hay que llevarlos todos a los altares, se muevan o no. Tenemos éste principal de la plaza, hay otro en la fachada de mi panadería, al oeste, y el tercero lo ponemos siempre delante del templo. ¡Vamos, vamos, se nos escapa la noche señ-!
La mujer iba a dejar salir un tremendo y hondo suspiro, pero por alguna razón la elfa rubia decidió que aquel era tan buen momento como cualquier otro para hacer su magia... e invocar algo que también era peludo, pero blanco y extrañamente lindo, con esas orejas demasiado grandes y los ojos pequeños... ¿qué era eso? El tumulto la sacó de sus pensamientos cuando de repente unas bolas blancas del tamaño de manzanas irrumpieron volando entre las cabezas de los presentes, emitiendo lindos sonidillos agudos. Tenían... tenían forma de oveja y olían a leche y vainilla. Se acercaron a la gente con sonrisas en sus caritas de caramelo pidiendo mimos y atención.
-¡A por ellos!
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Mientras los aldeanos discutían y se quejaban la mujer escudriñó los alrededores en busca de... ¿quizá un croissant parlante? ¿Una tarta de carreras? Suspiró. Al parecer Nayru no era la única que había sido atraída por las curiosas festividades del pueblecillo, porque descubrió entre la gente a dos personas tan fuera de lugar allí como ella misma: un tipo alto y larguirucho que venía acompañado y... tenía medias orejas de elfo asomando entre su pelo rubio, y una chica esbelta a la que le asomaban dos orejas enteras de elfo que... Espera espera... yo la conozco... de dón- ¡a ésa le he comprado cosas!
La mujer parpadeó confusa. ¿Qué hacían un elfo y medio en la comarca más tétrica de Aerandir? Sonrió sesgado ante la idea de que hubiesen venido a probar la comida de sangre. Aunque sólo una pequeña porción de lo cocinado aquella noche llevaba tan preciado ingrediente sería divertido verles comer una magdalena roja y dejarles caer en la cuenta de su componente principal.
La gente empezaba a moverse. Los que estaban de acuerdo con el panadero local se pusieron a su lado, y los que no simplemente se quedaron en la plaza, esperando. Lo mismo pensaban que allí quietos iban a solucionar las cosas. Con otro suspiro Nayru se acercó a Sirin Lambert. La elfa y el mestizo parecían haber tomado su propia decisión, la misma que la suya: cazar dulces en la noche de Samhain. No parecía un mal plan.
-Muy bien, Sirin. Ahora que nos tienes a todos... ¿qué?
El fornido hombre sonrió ampliamente como si aquello le gustase demasiado.
-¡Ahora toca el trabajo de campo! Cuando todo esto empezó yo seguía en el obrador y pude pillar a un par de esos cabroncetes. Punto uno: corren como demonios y son unos cabroncetes. Punto dos: aborrecen la sal; lo sé porque una de mis berlinas se cayó directa en el pote de la sal y al parecer eso rompió el hechizo.
-Estupendo, pues. Sólo hay que espolvorearlos con sal y apañado.
-¡Ni se te ocurra! ¡Eso los arruinaría y todavía tenemos que presentarlos en los altares esta noche!
Nayru frunció el ceño con cara de pocos amigos. Los aldeanos que estaban escuchando pusieron los ojos en blanco.
-Punto dos subsección uno: no les echéis sal, por el amor a los dioses. -dijo, apuntándola con un dedo grueso.- Punto tres: sienten la irrevocable necesidad de contagiar de "vida" todo postre, bollo, dulce o elaboración azucarada. He traído una bolsa de magdalenas normales para que las uséis de cebo. Si queréis seguir otra estrategia allá vosotros, pero esto es lo que yo haré. -y meneó ante todos un saco fino de arpillera que olía a harina y frutos secos; la mujer contuvo las ganas de tragar saliva.
-Pero... ¿entonces no sabes cómo se desencanta la comida? ¿Tu plan es atraparlos y... ya?
-Yyyy eso me lleva al punto número cuatro: hay un bicho rosa que jamás había visto en mi vida que es el que ha provocado todo esto. Así pequeño, peludo... y por alguna razón lleva una cereza en la cabeza. Todo lo comestible que toca cobra vida. Ése es mi plan de desencantamiento. Si la cosa encanta, puede desencantar. -comentó con una gran sonrisa bajo el bigote.
-Así que también hay que atraparlo.
-Correcto.
-Después de atrapar todos los dulces.
-O antes. Si lo ves lánzate. Es muy feo y muy rosa, no tiene pérdida. Pero los dulces hay que llevarlos todos a los altares, se muevan o no. Tenemos éste principal de la plaza, hay otro en la fachada de mi panadería, al oeste, y el tercero lo ponemos siempre delante del templo. ¡Vamos, vamos, se nos escapa la noche señ-!
La mujer iba a dejar salir un tremendo y hondo suspiro, pero por alguna razón la elfa rubia decidió que aquel era tan buen momento como cualquier otro para hacer su magia... e invocar algo que también era peludo, pero blanco y extrañamente lindo, con esas orejas demasiado grandes y los ojos pequeños... ¿qué era eso? El tumulto la sacó de sus pensamientos cuando de repente unas bolas blancas del tamaño de manzanas irrumpieron volando entre las cabezas de los presentes, emitiendo lindos sonidillos agudos. Tenían... tenían forma de oveja y olían a leche y vainilla. Se acercaron a la gente con sonrisas en sus caritas de caramelo pidiendo mimos y atención.
-¡A por ellos!
Nayru
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
—Psss… te estaban viendo —murmuró, codeándome levemente.
Miré algo serio a mi compañero, pensando que estaría intentando fastidiarme o alguna cosa del estilo. Realmente no me estaba mirando mientras me tocaba con su codo, así que parecía cierto. Exploré con los ojos más o menos hacia donde él miraba… que no es que redujese demasiado, estando en una plaza abarrotada de gente, ¿cómo iba a dar con qu-
Pestañeé una vez, luego de que la mujer que me observaba lo hiciera. No parecía completamente enfocada en mí, por suerte, así que tomé la oportunidad para apartar mi mirada antes de que llegase a cruzarse con la de ella. Me resultaba levemente familiar; pero descarté conocerla, no había estado nunca por el pueblo antes.
—¿Y qué te parece, una vampira?
—A ver, amigo, soy vampiro, no adivino. Podría serlo… parece pálida, y considerando donde estamos… ahora —se encogió de hombros—, su cara no me suena, y este lugar es como que muy pequeño para que alguien pase desapercibido así sin que nadie la conozca, conozco a casi todo Pabarty de boca, yyy a todos de cara.
—Ya veo —respondí, intercambiando entre él y Sirin.
—¡Pero no pasa nada! —continuó, llevándose las manos a la cintura. Parecía haberse olvidado del asunto de los dulces—. Con las vampiras, es un ganar-ganar. O las muerdes o te muerden.
Deje de ver a Sirin, cuestionando con la mirada que lo segundo fuese una situación ganadora. Sólo volví a Sirin cuando alzó la voz, alarmado, uno creería que lo había mordido un dulce, pero no, estaba regañando a… la misma mujer de antes. Así que también estaba en el grupo de “buena idea”.
…Que poco a poco se deslizaba al territorio de “no tan buena idea”, considerando que el punto dos subsección uno era "no los desencanten” mientras el tercero era “pueden y les gusta encantar otros dulces”. «Bueno, supongo que por eso es cocinero y no estratega», pensé acariciándome levemente el cuello con una mano, escuchando el resto del intercambio entre el hombre y la mujer.
Iba a decir algo cuando una cosa blanca y peluda apareció de la nada, flotando. Uno de los guantes se volvió una garra por reflejo, antes de ver mejor la figura…poco amenazante y… parecía poder hablar en… lo que fuese que fuera.
—¿Mmm-hmm? —musité al ver otra cara familiar cerca del bicho. Mucho más reconocible.
No es que tuviese tiempo o intención de decirle algo, para cuando la noté, Valyria ya estaba pegando carrera tras la cosa blanca, quizá y era una de sus invocaciones; aunque ciertamente no parecía hecha de luz. Habría mejorado su manejo del éter otra vez.
—Vamos, también tenemos que movernos —me acerqué a Sirin para tomar la bolsa de magdalenas y un saco vacío donde meter… los dulces cobrados vida. Deteniéndome ante un sonido agudo. Al alzar la cabeza vi una serie de ovejas cayendo y…
No, eran… ¿dulces? … Dulces. Dulces vivos. Verlo por alguna razón tenía el efecto contrario a ayudarme a creérmelo todavía más, observar a las pelotas de vainilla y leche acercarme a las personas y, aparentemente, pidiendo cariño, hacía más difícil procesar todo esto. Observé a Sirin, tomando la bolsa de magdalenas y el saco. Y juzgándolo a él también con la mirada.
—Gracias, gracias, estoy muy orgulloso de cómo estos han salido —comentó, ignorando totalmente la forma en la que lo veía—. ¡No permitáis qué toquen las magdalenas! ¡Ni nada más! ¡Vamos! —añadió, antes de correr a por ellos.
—¡Mueve el culo, Anders, a atrapar dulces! —gritó, correteando tras una de las pobres ovejas. Esa parecía haberse intimidado por como le saltaron encima directamente a agarrarla.
—Voy voy… —vi hacia un grupo de personas, que increíblemente, se estaban dejando intimidar por las ovejas y se alejaban de ellas. Se me hacía progresivamente más difícil taclear la situación con seriedad.
Me acerqué al grupo de ovejas, llamando apenas la atención de una. Para esa me agaché, sacando una magdalena y agitándola frente a ella, cosa que despertó el agrado de otras cuatro… quizá cinco, desviándose de las personas hacía mí. Más bien, hacia la magdalena.
Lentamente recogí el brazo para que se acercasen más y más… todo iba bien, hasta que una directamente osada se abalanzó hacia el dulce. El guante de arcilla se expandió, tapando el dulce y atrapando a la vez el rostro acaramelado de la oveja, al mismo tiempo con el brazo libre daba un manotazo y arrastraba a las dos que logré alcanzar dentro del saco, con la del guante, tres.
Con una serenidad muy rara, venida del hecho de que acababa de meter ovejas de dulce vivientes en un saco luego de engañarlas con una magdalena y me encontraba pensando “¿qué cojones acabo de hacer?”, apreté el saco para que no salieran mientras veía a las que no alcancé a empujar huir, siendo perseguidas Y huidas por otras personas, respectivamente por personas de los dos grupos que se habían dado.
Aunque había por allí quien parecía estar llevando alguna oveja ya hacia un altar, a mí me quedaba espacio en el saco, así que opté por avivarme un poco más y correr por Pabarty para llenarlo, dudaba que no hubiesen más ovejas.
No encontré ovejas, sino el duro y frío suelo en cuanto me resbalé con una cáscara de algo. Ante la caída escuché algo que parecía una risa, o al menos algo que intentaba imitarla.
Me puse de pie lentamente, con la misma cascará que me había resbalado, ahora que podía verla una de plátano... ¿dulce? golpeándome el rostro, proseguida de la misma risa.
Vi al culpable y lancé la cáscara a un lado, abriendo la boca levemente atónito, y luego volviéndola a cerrar al comparar la ya absurdidad de la situación.
Lo peor es que no podía estar seguro de si tenía los pulgares arriba en burla o lo habían hecho así... habían.... habían hecho un... un mono. Puede que Pabarty tuviese una enfermedad propia en la forma de elecciones cuestionables para sus dulces.
Con el pequeño infeliz intenté hacer la misma trampa de la magdalena en mano de arcilla, pero este sólo se mofó y empezó a agitar la cola en burla, entrecerré los ojos, ¿también variaban en inteligencia? Esto faltaba. Mordí la magdalena tranquilamente, aprovechando que al menos eso no estaba animado, y me acerqué lentamente al animal. Y le salté encima.
Sólo a mí se me ocurría que podía ser más ágil que un simio; pero en mi defensa, que voy a saber yo de que tan ágil era uno de pastel. El cabrón saltó sobre una mesa, derribando la vela que tenía encima, antes de dar un segundo más increíble salto para alcanzar un techo, desde donde se burló por la seguridad de la altura. Tenía los ojos aún más entrecerrados al ver que podía mover los dedos, eso quería decir una cosa: que antes SI tenía los pulgares arriba como burla.
Pestañeé ante el simio, viéndolo hacer sus dulces monerías y me di vuelta, subiendo los hombros e ignorándolo. No perdería mi tiempo intentando alcanzarlo. Un par de cosas me golpearon detrás de la cabeza, que cosa más terrible que una puta torta animada tenía mejor puntería que yo. Igual, no dolía, así que sólo le ignoré y seguí adelante disfrutándome yo la magdalena, y cuando iba a alcanzar por otra…
—¿Dond… —al oír la risa del maldito, otra vez, volví a verlo, observando como el pequeño bastardo dejaba caer magdalenas que se movían, ahora, por cuenta propia.
Arrugué la nariz disgustado viendo al mono, antes de que volviera a subirme ambos pulgares.
Corrí tras el desgraciado, tomando con látigos de arcilla de ida las más lentas magdalenas. El mono se alarmó y dio su propia carrera sobre los tejados, alcanzarlo así sería difícil, incluso cuando intentaba lanzarle pedazos endurecidos del golem como piedras para derribarlo.
Podía ver donde se dirigía, uno de los edificios más altos del lugar. Desvié mi camino para poder pillarlo de sorpresa allí, si iba por las escaleras internas del lugar no lo alcanzaría… pero eso no tenía que hacerlo.
Lancé la arcilla, pegándola a las paredes de la casa y dejando un contacto casi tan fino como un hilo entre el golem y yo, moldeándolo en forma de unos pocos escalones de arcilla, que es para lo que daba. No era problema; en cuanto pisé sobre el segundo escalón manipulé la masa, moviendo el primer escalón por debajo del segundo y el tercero, haciendo un cuarto. Literalmente, era animar sobre la marcha.
Al llegar a buena altura salté de la improvisada escalera y me tomé del techo, con el golem pegado a mi pierna para montarnos sobre el tejado. El mono venía viendo hacía atrás, posiblemente buscándome. Cuando saltó y cayó sobre el tejado me notó. Algo tarde.
Endurecí la arcilla donde pisábamos atrapando sus pies y la moldeé sobre mi cuerpo hasta llevarlo a mi brazo, conectando con el mono en una red de arcilla mientras avanzaba hacia él, hasta estar al frente, tomarlo del cuerpo y hacer lo que debía hacer:
Sacarle la lengua, y después meterlo al saco.
Miré algo serio a mi compañero, pensando que estaría intentando fastidiarme o alguna cosa del estilo. Realmente no me estaba mirando mientras me tocaba con su codo, así que parecía cierto. Exploré con los ojos más o menos hacia donde él miraba… que no es que redujese demasiado, estando en una plaza abarrotada de gente, ¿cómo iba a dar con qu-
Pestañeé una vez, luego de que la mujer que me observaba lo hiciera. No parecía completamente enfocada en mí, por suerte, así que tomé la oportunidad para apartar mi mirada antes de que llegase a cruzarse con la de ella. Me resultaba levemente familiar; pero descarté conocerla, no había estado nunca por el pueblo antes.
—¿Y qué te parece, una vampira?
—A ver, amigo, soy vampiro, no adivino. Podría serlo… parece pálida, y considerando donde estamos… ahora —se encogió de hombros—, su cara no me suena, y este lugar es como que muy pequeño para que alguien pase desapercibido así sin que nadie la conozca, conozco a casi todo Pabarty de boca, yyy a todos de cara.
—Ya veo —respondí, intercambiando entre él y Sirin.
—¡Pero no pasa nada! —continuó, llevándose las manos a la cintura. Parecía haberse olvidado del asunto de los dulces—. Con las vampiras, es un ganar-ganar. O las muerdes o te muerden.
Deje de ver a Sirin, cuestionando con la mirada que lo segundo fuese una situación ganadora. Sólo volví a Sirin cuando alzó la voz, alarmado, uno creería que lo había mordido un dulce, pero no, estaba regañando a… la misma mujer de antes. Así que también estaba en el grupo de “buena idea”.
…Que poco a poco se deslizaba al territorio de “no tan buena idea”, considerando que el punto dos subsección uno era "no los desencanten” mientras el tercero era “pueden y les gusta encantar otros dulces”. «Bueno, supongo que por eso es cocinero y no estratega», pensé acariciándome levemente el cuello con una mano, escuchando el resto del intercambio entre el hombre y la mujer.
Iba a decir algo cuando una cosa blanca y peluda apareció de la nada, flotando. Uno de los guantes se volvió una garra por reflejo, antes de ver mejor la figura…poco amenazante y… parecía poder hablar en… lo que fuese que fuera.
—¿Mmm-hmm? —musité al ver otra cara familiar cerca del bicho. Mucho más reconocible.
No es que tuviese tiempo o intención de decirle algo, para cuando la noté, Valyria ya estaba pegando carrera tras la cosa blanca, quizá y era una de sus invocaciones; aunque ciertamente no parecía hecha de luz. Habría mejorado su manejo del éter otra vez.
—Vamos, también tenemos que movernos —me acerqué a Sirin para tomar la bolsa de magdalenas y un saco vacío donde meter… los dulces cobrados vida. Deteniéndome ante un sonido agudo. Al alzar la cabeza vi una serie de ovejas cayendo y…
No, eran… ¿dulces? … Dulces. Dulces vivos. Verlo por alguna razón tenía el efecto contrario a ayudarme a creérmelo todavía más, observar a las pelotas de vainilla y leche acercarme a las personas y, aparentemente, pidiendo cariño, hacía más difícil procesar todo esto. Observé a Sirin, tomando la bolsa de magdalenas y el saco. Y juzgándolo a él también con la mirada.
—Gracias, gracias, estoy muy orgulloso de cómo estos han salido —comentó, ignorando totalmente la forma en la que lo veía—. ¡No permitáis qué toquen las magdalenas! ¡Ni nada más! ¡Vamos! —añadió, antes de correr a por ellos.
—¡Mueve el culo, Anders, a atrapar dulces! —gritó, correteando tras una de las pobres ovejas. Esa parecía haberse intimidado por como le saltaron encima directamente a agarrarla.
—Voy voy… —vi hacia un grupo de personas, que increíblemente, se estaban dejando intimidar por las ovejas y se alejaban de ellas. Se me hacía progresivamente más difícil taclear la situación con seriedad.
Me acerqué al grupo de ovejas, llamando apenas la atención de una. Para esa me agaché, sacando una magdalena y agitándola frente a ella, cosa que despertó el agrado de otras cuatro… quizá cinco, desviándose de las personas hacía mí. Más bien, hacia la magdalena.
Lentamente recogí el brazo para que se acercasen más y más… todo iba bien, hasta que una directamente osada se abalanzó hacia el dulce. El guante de arcilla se expandió, tapando el dulce y atrapando a la vez el rostro acaramelado de la oveja, al mismo tiempo con el brazo libre daba un manotazo y arrastraba a las dos que logré alcanzar dentro del saco, con la del guante, tres.
Con una serenidad muy rara, venida del hecho de que acababa de meter ovejas de dulce vivientes en un saco luego de engañarlas con una magdalena y me encontraba pensando “¿qué cojones acabo de hacer?”, apreté el saco para que no salieran mientras veía a las que no alcancé a empujar huir, siendo perseguidas Y huidas por otras personas, respectivamente por personas de los dos grupos que se habían dado.
Aunque había por allí quien parecía estar llevando alguna oveja ya hacia un altar, a mí me quedaba espacio en el saco, así que opté por avivarme un poco más y correr por Pabarty para llenarlo, dudaba que no hubiesen más ovejas.
No encontré ovejas, sino el duro y frío suelo en cuanto me resbalé con una cáscara de algo. Ante la caída escuché algo que parecía una risa, o al menos algo que intentaba imitarla.
Me puse de pie lentamente, con la misma cascará que me había resbalado, ahora que podía verla una de plátano... ¿dulce? golpeándome el rostro, proseguida de la misma risa.
Vi al culpable y lancé la cáscara a un lado, abriendo la boca levemente atónito, y luego volviéndola a cerrar al comparar la ya absurdidad de la situación.
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Lo peor es que no podía estar seguro de si tenía los pulgares arriba en burla o lo habían hecho así... habían.... habían hecho un... un mono. Puede que Pabarty tuviese una enfermedad propia en la forma de elecciones cuestionables para sus dulces.
Con el pequeño infeliz intenté hacer la misma trampa de la magdalena en mano de arcilla, pero este sólo se mofó y empezó a agitar la cola en burla, entrecerré los ojos, ¿también variaban en inteligencia? Esto faltaba. Mordí la magdalena tranquilamente, aprovechando que al menos eso no estaba animado, y me acerqué lentamente al animal. Y le salté encima.
Sólo a mí se me ocurría que podía ser más ágil que un simio; pero en mi defensa, que voy a saber yo de que tan ágil era uno de pastel. El cabrón saltó sobre una mesa, derribando la vela que tenía encima, antes de dar un segundo más increíble salto para alcanzar un techo, desde donde se burló por la seguridad de la altura. Tenía los ojos aún más entrecerrados al ver que podía mover los dedos, eso quería decir una cosa: que antes SI tenía los pulgares arriba como burla.
Pestañeé ante el simio, viéndolo hacer sus dulces monerías y me di vuelta, subiendo los hombros e ignorándolo. No perdería mi tiempo intentando alcanzarlo. Un par de cosas me golpearon detrás de la cabeza, que cosa más terrible que una puta torta animada tenía mejor puntería que yo. Igual, no dolía, así que sólo le ignoré y seguí adelante disfrutándome yo la magdalena, y cuando iba a alcanzar por otra…
—¿Dond… —al oír la risa del maldito, otra vez, volví a verlo, observando como el pequeño bastardo dejaba caer magdalenas que se movían, ahora, por cuenta propia.
Arrugué la nariz disgustado viendo al mono, antes de que volviera a subirme ambos pulgares.
Corrí tras el desgraciado, tomando con látigos de arcilla de ida las más lentas magdalenas. El mono se alarmó y dio su propia carrera sobre los tejados, alcanzarlo así sería difícil, incluso cuando intentaba lanzarle pedazos endurecidos del golem como piedras para derribarlo.
Podía ver donde se dirigía, uno de los edificios más altos del lugar. Desvié mi camino para poder pillarlo de sorpresa allí, si iba por las escaleras internas del lugar no lo alcanzaría… pero eso no tenía que hacerlo.
Lancé la arcilla, pegándola a las paredes de la casa y dejando un contacto casi tan fino como un hilo entre el golem y yo, moldeándolo en forma de unos pocos escalones de arcilla, que es para lo que daba. No era problema; en cuanto pisé sobre el segundo escalón manipulé la masa, moviendo el primer escalón por debajo del segundo y el tercero, haciendo un cuarto. Literalmente, era animar sobre la marcha.
Al llegar a buena altura salté de la improvisada escalera y me tomé del techo, con el golem pegado a mi pierna para montarnos sobre el tejado. El mono venía viendo hacía atrás, posiblemente buscándome. Cuando saltó y cayó sobre el tejado me notó. Algo tarde.
Endurecí la arcilla donde pisábamos atrapando sus pies y la moldeé sobre mi cuerpo hasta llevarlo a mi brazo, conectando con el mono en una red de arcilla mientras avanzaba hacia él, hasta estar al frente, tomarlo del cuerpo y hacer lo que debía hacer:
Sacarle la lengua, y después meterlo al saco.
Anders
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
A duras penas consiguió atrapar a la chinchilla flotante por la cola para escuchar al tipo. Dave, tenía cara de Dave, aunque se llamara Sirin. Los bichejos corrían mucho y odiaban la sal. La extremadamente suave chinchilla pareció temblar ante la mención de la sal, como horrorizándose de que alguien propusiera salar los postres. Había dejado de resistirse a su agarre y en su lugar se posó en su cabeza, asintiendo ante la mención de los altares.
-Shag shuu.- dijo asintiendo otra vez.
-No, se enfadaran si te los comes tu, pequeñín, es para los dioses, para tener buena suerte y todo eso.-
-¡Sha! ¡Shuga shu!- no se creía ni una palabra de esa bola de glotonería, no había dioses del azúcar, o se habría hecho monja ya. Y mucho menos de aspecto tan inofensivo. Se imaginaba más bien un enorme dragón de nata o jengibre. O un enorme hombre de gelatina. Se limpió la baba que empezaba a caérsele y siguió escuchando. Tuvo que volver a cogerla por la cola cuando empezó a flotar hacia la bolsa de madalenas. Contagiaban a otros dulces, bien, tenía galletas también. Y finalmente atrapar al Alfa. Paciente Cero. Lo que fuera. Valyria preparó un saco, sacándolo de su mochila mientras la criatura flotaba alegremente. Un segundo estaba allí, y el otro no. Valyria busco su invocación alarmada, hasta que la vio agarrada a una… oveja flotante, mordisqueándola. Una entre muchas.
Suspiró, ya agotada nada más empezar y alzo una galleta al aire, metiéndola dentro del saco cuando unas cuantas ovejas se acercaron y llevándose a tres o cuatro de una revolada, incluyendo la de la chinchilla, que simplemente reapareció con un puff de polvo blanco en su hombro, mordisqueando un trozo de lana. La elfa le arrancó un pedacito entre protestas y le dio un lametón. Vainilla y leche. Delicioso. –¿Tienes reparos en cazar un dulce vivo?- le preguntó.
-¿Sha? Mlem shushu.-
-Yo tamp… espera, ¿cómo que “así son normalmente”?- pero el bichejo simplemente se encogió de hombros, ojeando con hambre las ovejas, cada vez más escasas. Cambió su saco lleno por otro vacío y se dirigió a la criatura. -¿quieres cazar algo más?- y la chinchilla ya estaba flotando hacia una calle, para ella al azar.
No lo fue, para nada, pudo comprobar cuando se encontró de frente con… una familia de dragones. Del tamaño de su mano. Cruasanes, eran cruasanes con forma de dragón. Absolutamente adorables. Al menos no volaban, aunque eso seguramente significaba que estaban sucios. Valyria preparó el saco, alarmando al más grande que la miro fijamente y abrió la boca, lanzándole un chorro de algo marrón.
No dolió demasiado cuando le dio en el brazo, no como si fuera fuego desde luego, más bien estaba demasiado caliente, pero sin duda pegó un bote por la sorpresa. Dio un olisqueo a la cosa ¿Chocolate caliente? ¿Porque habían sido cocidos y estaban rellenos?
No eran completamente inofensivos, desde luego no quería acabar cubierta de chocolate con leche y posiblemente quemada aquí y allá, así que miro a su asistente en busca de alguna idea. La condenada había sacado de algún lado un bastón de caramelo y parecía estar ajustándose un yelmo blanco cristalino de lo que suponía que era azúcar.
Dragones… así que se disfrazaba de caballero para cazarlos, yelmo, lanza…solo le faltaba el caballo.
Dioses, iba a ser una noche muy larga.
-Shag shuu.- dijo asintiendo otra vez.
-No, se enfadaran si te los comes tu, pequeñín, es para los dioses, para tener buena suerte y todo eso.-
-¡Sha! ¡Shuga shu!- no se creía ni una palabra de esa bola de glotonería, no había dioses del azúcar, o se habría hecho monja ya. Y mucho menos de aspecto tan inofensivo. Se imaginaba más bien un enorme dragón de nata o jengibre. O un enorme hombre de gelatina. Se limpió la baba que empezaba a caérsele y siguió escuchando. Tuvo que volver a cogerla por la cola cuando empezó a flotar hacia la bolsa de madalenas. Contagiaban a otros dulces, bien, tenía galletas también. Y finalmente atrapar al Alfa. Paciente Cero. Lo que fuera. Valyria preparó un saco, sacándolo de su mochila mientras la criatura flotaba alegremente. Un segundo estaba allí, y el otro no. Valyria busco su invocación alarmada, hasta que la vio agarrada a una… oveja flotante, mordisqueándola. Una entre muchas.
Suspiró, ya agotada nada más empezar y alzo una galleta al aire, metiéndola dentro del saco cuando unas cuantas ovejas se acercaron y llevándose a tres o cuatro de una revolada, incluyendo la de la chinchilla, que simplemente reapareció con un puff de polvo blanco en su hombro, mordisqueando un trozo de lana. La elfa le arrancó un pedacito entre protestas y le dio un lametón. Vainilla y leche. Delicioso. –¿Tienes reparos en cazar un dulce vivo?- le preguntó.
-¿Sha? Mlem shushu.-
-Yo tamp… espera, ¿cómo que “así son normalmente”?- pero el bichejo simplemente se encogió de hombros, ojeando con hambre las ovejas, cada vez más escasas. Cambió su saco lleno por otro vacío y se dirigió a la criatura. -¿quieres cazar algo más?- y la chinchilla ya estaba flotando hacia una calle, para ella al azar.
No lo fue, para nada, pudo comprobar cuando se encontró de frente con… una familia de dragones. Del tamaño de su mano. Cruasanes, eran cruasanes con forma de dragón. Absolutamente adorables. Al menos no volaban, aunque eso seguramente significaba que estaban sucios. Valyria preparó el saco, alarmando al más grande que la miro fijamente y abrió la boca, lanzándole un chorro de algo marrón.
No dolió demasiado cuando le dio en el brazo, no como si fuera fuego desde luego, más bien estaba demasiado caliente, pero sin duda pegó un bote por la sorpresa. Dio un olisqueo a la cosa ¿Chocolate caliente? ¿Porque habían sido cocidos y estaban rellenos?
No eran completamente inofensivos, desde luego no quería acabar cubierta de chocolate con leche y posiblemente quemada aquí y allá, así que miro a su asistente en busca de alguna idea. La condenada había sacado de algún lado un bastón de caramelo y parecía estar ajustándose un yelmo blanco cristalino de lo que suponía que era azúcar.
Dragones… así que se disfrazaba de caballero para cazarlos, yelmo, lanza…solo le faltaba el caballo.
Dioses, iba a ser una noche muy larga.
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Aquí tenéis los Dracanes...¿Cruacos? ¿Cruanes?.
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
-¿Pe-per estas seguro de que no nos van a pi-pillar?
- Bueno… tanto como seguro… - la sonrisa maliciosa del pequeño hizo estremecer a todo el grupito.
- Os lo dije, no es una buena idea…
- ¿Por qué sois tan aburridos?
-Eso, sois unos aburridos. Y miedicas, largaos de aquí si tenéis miedo, bebes…
- Yo no tengo miedo…
- Y-yo tampoco, pe-pero si mamá se ente-tera… -el que parecía el cabecilla del grupo hizo una mueca de burla, como si estuviese llorando.
-¿Os quedáis o no?
- Si… - contestaron al unísono
El grupo de pequeños se apresuraba “silencioso” a una de las mesas en las que habían dispuesto la comida. Su objetivo era una gran fuente de galletas, toda la fuente. El plan era sencillo: se acercaban con cuidado de no ser vistos por un adulto, y mucho menos por un padre, cogían la fuente y se escondían bajo alguna mesa para poder zamparse todas las galletas ellos solos. Sencillo, fácil de ejecutar y brillante.
El jefecillo del grupo, Ernest, había conseguido liar a sus amigos y a su hermano, aunque algunos de ellos no terminaba de estar seguro de que aquello fuese una buena idea, pero la presión social podía con ellos, y como siempre, terminaron por apuntarse a otra de las muchas travesuras ideadas por el pequeño demonio de cabellos rubios.
Parecían espías hasta arriba de cerveza: caminaban dando traspiés, se chocaban con las patas de las mesas o se enredaban las ropas al pasar por debajo de una silla, alguno incluso exageraba tanto la acción de esconderse que terminó por caerse de bruces contra el suelo, pero era un día en que había mucha gente, y ver a niños jugar, o hacer el tonto, no llamó especialmente la atención de nadie. Así que, el botín estaba más que asegurado.
Ernest se colocó la bandeja en la cabeza, mientras los demás niños hacían de muro humano para cubrirle y no ser visto. Alguna galleta se cayó por el camino, pero Naira se encargó de ir recogiéndolas, guardándolas en los bolsillos de su pantalón.
Al fin, encontraron el lugar perfecto. Un poco alejado del bullicio había una mesa en la que ya no quedaba comida, por lo que nadie se acercaría a ella, además, lo que lo hacía el escondite perfecto era que habían colocado sobre la mesa un mantel de tela, así que los niños podrían disfrutar de las galletas sin ser vistos.
- El plan perfecto… - dijo Ernets rascándose las manos como una mosca tras dejar la fuente en el suelo.
- Pero si nos las comemos todas nos dolerá la tripa...
- Pues tú te comes solo una
- ¡No!
Los pequeños se sentaron alrededor de la fuente y empezaron a comerse las deliciosas galletas. Podía escucharse una risilla, pero los niños ni lo tuvieron en cuenta, podía ser cualquiera de ellos. No dejaron ni las migas.
Los niños, con el estómago lleno de dulce, se tumbaron ahí donde estaban.
- Que buenas estaban.
- Y-yo no me encuentro mu-muy bien…
- Eso es porque eres un bebe.
- No soy un… - el niño se llevó la mano a la boca, como conteniendo las ganas de vomitar.
- ¡Qué asco! Vete fuera para hacer eso. Ya os dije que si comíamos tantas nos dolería la tripa.
- Menudo be… -cerró la boca e hinchó los mofletes antes de salir corriendo del escondite.
Y uno a uno, los niños empezaron a sentirse mal, la piel les palideció, su cuerpo se cubrió de una capa de sudor frío, empezaban a sentir, en brazos y piernas, fuertes calambres, pero, sobretodo, los niños empezaron a sentir hambre, un fuerte deseo por comer dulces.
El primero en salir corriendo a por más dulces fue el pequeño Ullúme, apodado así por el color de su cabello, que prácticamente se tiró sobre una mesa para comerse los dulces que aún estaban en las manos de la gente. Los adultos, sorprendidos y atónitos ante el comportamiento del pequeño, se disponían a darle una buena reprimenda cuando todos sus amigos hicieron lo propio. La manada de niños lo destrozaba todo en busca de algo dulce, no atendían a razones.
La madre de Naira pudo interceptar a la pequeña en una de sus carreras, la cogió de los hombros como pudo, se movía mucho, y trato a pararla.
- ¿!Naira, que está pasando!? Para ya, por favor… - su voz denotaba que empezaba a estar asustada.
La niña se revolvía, intentando soltarse, y al verse acorralada, dio un paso al frente y mordió a su madre en el brazo. La mujer la soltó al instante, llevándose la mano a la herida en forma de dentadura.
- ¡Naira!
La pequeña sacó la lengua y la pasó por sus labios, una gota de sangre se había quedado en ellos. Cerró los ojos, disfrutando del sabor. Nadie se había dado cuando de que todos los niños se habían parado a mirarla, y deseosos de probar también aquel manjar, empezaron a buscar a sus vistimas.
- Bueno… tanto como seguro… - la sonrisa maliciosa del pequeño hizo estremecer a todo el grupito.
- Os lo dije, no es una buena idea…
- ¿Por qué sois tan aburridos?
-Eso, sois unos aburridos. Y miedicas, largaos de aquí si tenéis miedo, bebes…
- Yo no tengo miedo…
- Y-yo tampoco, pe-pero si mamá se ente-tera… -el que parecía el cabecilla del grupo hizo una mueca de burla, como si estuviese llorando.
-¿Os quedáis o no?
- Si… - contestaron al unísono
El grupo de pequeños se apresuraba “silencioso” a una de las mesas en las que habían dispuesto la comida. Su objetivo era una gran fuente de galletas, toda la fuente. El plan era sencillo: se acercaban con cuidado de no ser vistos por un adulto, y mucho menos por un padre, cogían la fuente y se escondían bajo alguna mesa para poder zamparse todas las galletas ellos solos. Sencillo, fácil de ejecutar y brillante.
El jefecillo del grupo, Ernest, había conseguido liar a sus amigos y a su hermano, aunque algunos de ellos no terminaba de estar seguro de que aquello fuese una buena idea, pero la presión social podía con ellos, y como siempre, terminaron por apuntarse a otra de las muchas travesuras ideadas por el pequeño demonio de cabellos rubios.
Parecían espías hasta arriba de cerveza: caminaban dando traspiés, se chocaban con las patas de las mesas o se enredaban las ropas al pasar por debajo de una silla, alguno incluso exageraba tanto la acción de esconderse que terminó por caerse de bruces contra el suelo, pero era un día en que había mucha gente, y ver a niños jugar, o hacer el tonto, no llamó especialmente la atención de nadie. Así que, el botín estaba más que asegurado.
Ernest se colocó la bandeja en la cabeza, mientras los demás niños hacían de muro humano para cubrirle y no ser visto. Alguna galleta se cayó por el camino, pero Naira se encargó de ir recogiéndolas, guardándolas en los bolsillos de su pantalón.
Al fin, encontraron el lugar perfecto. Un poco alejado del bullicio había una mesa en la que ya no quedaba comida, por lo que nadie se acercaría a ella, además, lo que lo hacía el escondite perfecto era que habían colocado sobre la mesa un mantel de tela, así que los niños podrían disfrutar de las galletas sin ser vistos.
- El plan perfecto… - dijo Ernets rascándose las manos como una mosca tras dejar la fuente en el suelo.
- Pero si nos las comemos todas nos dolerá la tripa...
- Pues tú te comes solo una
- ¡No!
Los pequeños se sentaron alrededor de la fuente y empezaron a comerse las deliciosas galletas. Podía escucharse una risilla, pero los niños ni lo tuvieron en cuenta, podía ser cualquiera de ellos. No dejaron ni las migas.
Los niños, con el estómago lleno de dulce, se tumbaron ahí donde estaban.
- Que buenas estaban.
- Y-yo no me encuentro mu-muy bien…
- Eso es porque eres un bebe.
- No soy un… - el niño se llevó la mano a la boca, como conteniendo las ganas de vomitar.
- ¡Qué asco! Vete fuera para hacer eso. Ya os dije que si comíamos tantas nos dolería la tripa.
- Menudo be… -cerró la boca e hinchó los mofletes antes de salir corriendo del escondite.
Y uno a uno, los niños empezaron a sentirse mal, la piel les palideció, su cuerpo se cubrió de una capa de sudor frío, empezaban a sentir, en brazos y piernas, fuertes calambres, pero, sobretodo, los niños empezaron a sentir hambre, un fuerte deseo por comer dulces.
El primero en salir corriendo a por más dulces fue el pequeño Ullúme, apodado así por el color de su cabello, que prácticamente se tiró sobre una mesa para comerse los dulces que aún estaban en las manos de la gente. Los adultos, sorprendidos y atónitos ante el comportamiento del pequeño, se disponían a darle una buena reprimenda cuando todos sus amigos hicieron lo propio. La manada de niños lo destrozaba todo en busca de algo dulce, no atendían a razones.
La madre de Naira pudo interceptar a la pequeña en una de sus carreras, la cogió de los hombros como pudo, se movía mucho, y trato a pararla.
- ¿!Naira, que está pasando!? Para ya, por favor… - su voz denotaba que empezaba a estar asustada.
La niña se revolvía, intentando soltarse, y al verse acorralada, dio un paso al frente y mordió a su madre en el brazo. La mujer la soltó al instante, llevándose la mano a la herida en forma de dentadura.
- ¡Naira!
La pequeña sacó la lengua y la pasó por sus labios, una gota de sangre se había quedado en ellos. Cerró los ojos, disfrutando del sabor. Nadie se había dado cuando de que todos los niños se habían parado a mirarla, y deseosos de probar también aquel manjar, empezaron a buscar a sus vistimas.
_______________________________________________
Bienvenidos al evento del Samhain. Veo que habéis organizado una buena vosotros solitos, así que no he querido añadir más monstruos ni galletas que intenten escaparse de su viaje al altar, solo he añadido algunos niños. Los niños dan vida a todo, ¿verdad?
Como ya se ha ido diciendo en el tema, algunos de los dulces que se han servido en esta fiesta tienen poderes o incluso parece que han cobrado vida. Nuestros queridos niños han robado la fuente de estas galletas.
- Spoiler:
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Y se han convertido en una especie de zombies, pero en vez de comer cerebros, nuestros pequeños prefieren el azúcar. Debéis pararlos lo antes posible, de lo contrario se comerán todos los dulces, y os quedareis sin ofrendas para los altares.
Por otra parte, Naira, ha probado el dulce sabor de la sangre, y al parecer, le ha gustado. Los dientecitos de estos niños no son muy grandes ni mucho menos afilados, así que deben morder unas cuantas veces hasta que llegue a abrir una herida.
La única regla, estos pequeños se mueven mucho, casi tanto como el cabrón rosa, así que un pj no podrá coger, al menos con sus propias manos, a más de un niño a la vez. Si hacéis una ronda entera y aún queda algún niño suelto (hay cuatro) estos acaban con todos los dulces de la fiesta.
Buena suerte chicos, nos vemos pronto.
Thorn
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Y todo el mundo se desperdigó. Al menos los que estaban dispuestos a seguir a Sirin en lo que probablemente fuera la primera cruzada dulce de Aerandir. Nayru no pudo evitar sonreírse , preguntándose por qué seguían pasándole cosas raras. ¿Es que una no podía tener una vida tranquila sin toparse todo el rato con escenarios extraños o misiones disparatadas? A veces tenía la sensación de que alguien la empujaba a hacer todas aquellas cos-
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Una oveja encantada se estrelló contra su cara, llenándola de nata. Escuchó el jadeo sorprendido de alguien justo antes de darse la vuelta y tratar de salir corriendo, sin duda en busca de más de... esos dulces voladores. La vampiresa se sacudió la nata y el bizcocho, inspiró muy hondo y se limpió las manos en el tabardo de la primera persona junto a la que pasó que se estuvo quieta. Al tipo rubio ya se le había perdido la pista, sin duda muy inmerso en la particular caza. A la rubia, sin embargo, se la distinguía de lejos con aquella cosa peluda sobre la cabeza... tan... extrañamente linda... esponjosa... que tenía una lanza... ¿De dónde demonios había invocado eso?
Quiso encaminarse hacia ella y preguntar por el bicho blanco, que parecía tan atraído hacia los dulces y con la capacidad de invocar sus propias armas. Quizá funcionase como un detector del azúcar y se le pudiera sacar partido... Sin embargo la noche no acababa más que empezar, y todavía quedaban muchos empujones que recibir. Centrada en la misión a completar y en lo siguiente que hacer, Nayru ni siquiera se había dado cuenta del revuelo entre los habitantes de Pabarty (a parte del ocasionado por la conmoción que nos ocupa) provocado por unos adultos preocupados y unos niños extraños, y que originó el segundo golpe de la noche: una cría de no más de ocho años chocó contra ella, ofuscada como estaba por huir de su madre, si una debía de juzgar por el parecido.
La vampiresa agarró a la cría por la pechera del vestido y la separó de sí para poder mirarla mal. Porque la mujer era un poco gruñona, y porque no le gustaban los infantes. Tenía los ojos muy abiertos y volaban de un lado a otro con frenesí, su carita redonda conteniendo una sonrisa de éxtasis demente que casi se volvió en bocado cuando trató de morder los dedos que la mantenían presa.
-¡Naira! -gritó la madre, persiguiéndola.- ¡No me hagas contar hasta tres...!
-¿Quieres que juguemos a morder, mocosa? -se limitó a decir Nayru. Acto seguido abrió y cerró la boca en el aire con un terrible chasqueo, exhibiendo sus bonitos colmillos.
Naira dejó escapar un sonido a medio camino entre un chillido histérico y la risa siniestra de un niño malvado siendo feliz. Con una fuerza increíble para un cuerpecillo tan pequeño se zafó del agarre de la vampira, saliendo a toda carrera a una velocidad que tampoco era normal. La mujer parpadeó con sorpresa mirándose las manos pegajosas, llenas de migas de galleta. A su lado pasaron corriendo varias personas en persecución gritando que no entendían lo que les estaba pasando a los niños. Ella sí lo sabía: sobredosis de azúcar. ¡De toda la vida nunca se deja que los críos coman dulces hasta reventar!
Recogió su saco de magdalenas del suelo. Ni la rubia ni el rubio figuraban ya por ninguna parte, mucho menos el entusiasta de Sirin. En la plaza quedaban los pocos que no se habían querido unir a la caza, apiñados como ovejitas. Estaba sola.
En fin. Enfiló hacia la izquierda y se metió por la primera calle que vio, magdalena en mano como si fuese una antorcha iluminando el camino. Se veía bastante bien gracias a las decoraciones luminosas, las velas y las calabazas encendidas, por lo que no tuvo que forzar la vista y distinguió perfectamente la escena al doblar la esquina: otro niño acosando a un puñado de dulces contra la pared de una casa.
Un niño. Acosando. A un puñado. De dulces. Puso los ojos en blanco. Claro, ¿por qué no?
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Se acercó con el mayor de los silencios, saco al hombro, sentidos alerta. El crío, algo más grande que la tal Naira, de unos diez años quizá, gruñía muy animal hacia lo que parecía ser un caramelo de menta con forma humanoide. En la pared de la casa se distinguía el hueco de una hornacina, donde alguien colocó para el festival un cuenco de madera lleno de estos caramelos... La mujer escuchó un chirrido que le costó ubicar, hasta que se dio cuenta de que provenía del caramelo directamente. El niño trató de hacer un placaje, fallando estrepitosamente mientras el dulce se reía. Será cabrón.
Varias veces se repitió la escena, y no fue hasta que por mera casualidad el crío agarró una de las piernecillas rojiblancas que el caramelo empezó a entrar en pánico; Nayru supo entonces que estaban un poco jodidos: del cuenco de madera empezaron a salir más y más caramelos de menta, que se juntaron y fusionaron hasta formar nuevas figuras humanoides... cuatro, en concreto. El caramelo principal señaló al niño, las nuevas figuras, armadas con lanzas de justa, se pusieron en garde y embistieron al unísono la pantorrilla del chiquillo. Su grito fue más animal que humano, y eso hizo fruncir el ceño de la vampiresa. Se sacudió a los caballeros, emprendiendo una nueva embestida.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Sin tiempo para pensar demasiado la mujer irrumpió en la escena con un sprint veloz, metiéndole en el saco de arpillera hasta la cintura al chiquillo. Las piernas quedaron fuera y comenzó a moverse como el loco que era, pero seguía siendo un niño pequeño y por pequeña que fuese Nayru, tenía más fuerza. Los caramelos caballero se la quedaron mirando mientras peleaba con el crío, hasta que el hombrecillo rojiblanco estampó el cuenco de madera de la hornacina contra la cabeza del rebelde agresor.
-¿Qué cojones os pasa? ¿Sois caramelos asesinos o algo? ¿¡Por qué estoy hablando con los dulces!? -exclamó, revisando las heridas en la tierna pierna del chaval. Tuvo suerte, no eran demasiado profundas. - Y qué cojones le ha pasado al crío éste que ha entrado en modo berserker... Qué asco, todos los mocosos de esta aldea están llenos de migas pegajo-... Oh. Oooooh mierda...
Alzó la vista con la teoría todavía rondándole la cabeza, agarrada al saco, y se le fue de inmediato al ver lo que hacían los caballeros de caramelo: con minuciosidad, desmigaban con sus lanzas de justa todas las magdalenas normales que había tirado para vaciar el saco, hasta que de ellas no quedó más que un esponjoso montoncito destrozado. Tan sólo se libró una, roja y redonda, que al ser tocada por el hombre de caramelo cobró vida y salió corriendo cual cucaracha. ¿Qué iba a hacer ahora que ya no tenía magdalenas con las que tentar?
-No me jodas y encima racistas.
Los caballeros se reagruparon en torno al hombre de caramelo como una corte de honor, y éste hizo una mínima reverencia con la cabeza hacia la vampiresa, mirándola fijamente. Nayru se preguntó a qué rayos sabría un caramelo de sangre encantado. O si resultaría un cebo decente.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Una oveja encantada se estrelló contra su cara, llenándola de nata. Escuchó el jadeo sorprendido de alguien justo antes de darse la vuelta y tratar de salir corriendo, sin duda en busca de más de... esos dulces voladores. La vampiresa se sacudió la nata y el bizcocho, inspiró muy hondo y se limpió las manos en el tabardo de la primera persona junto a la que pasó que se estuvo quieta. Al tipo rubio ya se le había perdido la pista, sin duda muy inmerso en la particular caza. A la rubia, sin embargo, se la distinguía de lejos con aquella cosa peluda sobre la cabeza... tan... extrañamente linda... esponjosa... que tenía una lanza... ¿De dónde demonios había invocado eso?
Quiso encaminarse hacia ella y preguntar por el bicho blanco, que parecía tan atraído hacia los dulces y con la capacidad de invocar sus propias armas. Quizá funcionase como un detector del azúcar y se le pudiera sacar partido... Sin embargo la noche no acababa más que empezar, y todavía quedaban muchos empujones que recibir. Centrada en la misión a completar y en lo siguiente que hacer, Nayru ni siquiera se había dado cuenta del revuelo entre los habitantes de Pabarty (a parte del ocasionado por la conmoción que nos ocupa) provocado por unos adultos preocupados y unos niños extraños, y que originó el segundo golpe de la noche: una cría de no más de ocho años chocó contra ella, ofuscada como estaba por huir de su madre, si una debía de juzgar por el parecido.
La vampiresa agarró a la cría por la pechera del vestido y la separó de sí para poder mirarla mal. Porque la mujer era un poco gruñona, y porque no le gustaban los infantes. Tenía los ojos muy abiertos y volaban de un lado a otro con frenesí, su carita redonda conteniendo una sonrisa de éxtasis demente que casi se volvió en bocado cuando trató de morder los dedos que la mantenían presa.
-¡Naira! -gritó la madre, persiguiéndola.- ¡No me hagas contar hasta tres...!
-¿Quieres que juguemos a morder, mocosa? -se limitó a decir Nayru. Acto seguido abrió y cerró la boca en el aire con un terrible chasqueo, exhibiendo sus bonitos colmillos.
Naira dejó escapar un sonido a medio camino entre un chillido histérico y la risa siniestra de un niño malvado siendo feliz. Con una fuerza increíble para un cuerpecillo tan pequeño se zafó del agarre de la vampira, saliendo a toda carrera a una velocidad que tampoco era normal. La mujer parpadeó con sorpresa mirándose las manos pegajosas, llenas de migas de galleta. A su lado pasaron corriendo varias personas en persecución gritando que no entendían lo que les estaba pasando a los niños. Ella sí lo sabía: sobredosis de azúcar. ¡De toda la vida nunca se deja que los críos coman dulces hasta reventar!
Recogió su saco de magdalenas del suelo. Ni la rubia ni el rubio figuraban ya por ninguna parte, mucho menos el entusiasta de Sirin. En la plaza quedaban los pocos que no se habían querido unir a la caza, apiñados como ovejitas. Estaba sola.
En fin. Enfiló hacia la izquierda y se metió por la primera calle que vio, magdalena en mano como si fuese una antorcha iluminando el camino. Se veía bastante bien gracias a las decoraciones luminosas, las velas y las calabazas encendidas, por lo que no tuvo que forzar la vista y distinguió perfectamente la escena al doblar la esquina: otro niño acosando a un puñado de dulces contra la pared de una casa.
Un niño. Acosando. A un puñado. De dulces. Puso los ojos en blanco. Claro, ¿por qué no?
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Se acercó con el mayor de los silencios, saco al hombro, sentidos alerta. El crío, algo más grande que la tal Naira, de unos diez años quizá, gruñía muy animal hacia lo que parecía ser un caramelo de menta con forma humanoide. En la pared de la casa se distinguía el hueco de una hornacina, donde alguien colocó para el festival un cuenco de madera lleno de estos caramelos... La mujer escuchó un chirrido que le costó ubicar, hasta que se dio cuenta de que provenía del caramelo directamente. El niño trató de hacer un placaje, fallando estrepitosamente mientras el dulce se reía. Será cabrón.
Varias veces se repitió la escena, y no fue hasta que por mera casualidad el crío agarró una de las piernecillas rojiblancas que el caramelo empezó a entrar en pánico; Nayru supo entonces que estaban un poco jodidos: del cuenco de madera empezaron a salir más y más caramelos de menta, que se juntaron y fusionaron hasta formar nuevas figuras humanoides... cuatro, en concreto. El caramelo principal señaló al niño, las nuevas figuras, armadas con lanzas de justa, se pusieron en garde y embistieron al unísono la pantorrilla del chiquillo. Su grito fue más animal que humano, y eso hizo fruncir el ceño de la vampiresa. Se sacudió a los caballeros, emprendiendo una nueva embestida.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Sin tiempo para pensar demasiado la mujer irrumpió en la escena con un sprint veloz, metiéndole en el saco de arpillera hasta la cintura al chiquillo. Las piernas quedaron fuera y comenzó a moverse como el loco que era, pero seguía siendo un niño pequeño y por pequeña que fuese Nayru, tenía más fuerza. Los caramelos caballero se la quedaron mirando mientras peleaba con el crío, hasta que el hombrecillo rojiblanco estampó el cuenco de madera de la hornacina contra la cabeza del rebelde agresor.
-¿Qué cojones os pasa? ¿Sois caramelos asesinos o algo? ¿¡Por qué estoy hablando con los dulces!? -exclamó, revisando las heridas en la tierna pierna del chaval. Tuvo suerte, no eran demasiado profundas. - Y qué cojones le ha pasado al crío éste que ha entrado en modo berserker... Qué asco, todos los mocosos de esta aldea están llenos de migas pegajo-... Oh. Oooooh mierda...
Alzó la vista con la teoría todavía rondándole la cabeza, agarrada al saco, y se le fue de inmediato al ver lo que hacían los caballeros de caramelo: con minuciosidad, desmigaban con sus lanzas de justa todas las magdalenas normales que había tirado para vaciar el saco, hasta que de ellas no quedó más que un esponjoso montoncito destrozado. Tan sólo se libró una, roja y redonda, que al ser tocada por el hombre de caramelo cobró vida y salió corriendo cual cucaracha. ¿Qué iba a hacer ahora que ya no tenía magdalenas con las que tentar?
-No me jodas y encima racistas.
Los caballeros se reagruparon en torno al hombre de caramelo como una corte de honor, y éste hizo una mínima reverencia con la cabeza hacia la vampiresa, mirándola fijamente. Nayru se preguntó a qué rayos sabría un caramelo de sangre encantado. O si resultaría un cebo decente.
Yyyyyy ¡Val ha sido la primera en llevarse un dulce a la boca!
"La elfa le arrancó un pedacito entre protestas y le dio un lametón. Vainilla y leche. Delicioso."
Sólo fue una probada y por eso te quedas sin flotar, pero en tu siguiente/s post notarás que:
1.- tu pelo cada vez se hace más ligero y esponjoso como el de las ovejitas y que huele a leche y vainilla. Ñom.
2.- te vas sintiendo más ligera, como si la gravedad ya no tuviese el mismo efecto en ti. A lo mejor te sirve de algo. ( ● ˘ω˘ ● )
Estos cambios / adquisiciones no son permanentes y únicamente son válidos para
Nayru
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
La verdad es que este era un muy mal momento para descubrir que no le tenía el mejor de los rollos a las alturas.
Pestañeé un par de veces viendo hacia abajo desde el tejado donde estaba, no diría que tuviese exactamente miedo, sólo que desde el suelo... lucía mucho menos alto. Bueno, siempre podía bajar como subí, de hecho, por no tener tantas prisas, podía hacer una escalera y bajar tranquilament-
—¡Hey! ¡Hey! ¡No te comas eso! —empecé a llamar por un niño que estaba llevándose a la boca - estaba casi seguro - una de las magdalenas animadas que no había logrado pillar.
Dio miedo, por unos momentos. Nunca le había dedicado especial atención al acto de llevarse una magdalena a la boca y morderla, es decir, ¿quién lo har-«Sirin. Probablemente. Pero él no cuenta». Como estaba pensando, dio miedo, por unos momentos. Normalmente la comida, esto, no gritaba cuando la mordías.
Bueno, no cuando estaba muerta. Alguna vez me apresuré de niño y mordí un conejo sin saber que primero los metían al fuego, pero hey, ¿dulces?
Lo peor es que no sabía si la tembladera que tenía el niño encima era que tenía unas ganas muy fuertes de ir al baño y estaba que le explotaba la vejiga, si estaba riéndose, porque esos sonidos guardaban más relación con una risa que con masticar, o si estaba extasiado por el sabor. Todas eran igual de preocupantes; no sabía cuál me ponía más nervioso.
Cuando se giró con las mejillas rellenas como las de una ardilla con nueces y vi a un segundo más pequeño que lucía un par de años menor; añadí una cuarta y ganadora opción. Las migajas y baba entremezcladas de la boca del primero al no poder masticar todo resbalaban en los dedos del segundo, que gustosamente igual se lo llevaba todo a su boca.
Eso sólo habría bastado, pero con la adición de que ambos luciesen pálidos, el primero algo verde como si fuese a vomitar, eran extras muy pesados. Se me revolvió el estómago.
No lo hizo, por suerte. Al final pudo con las magdalenas que tenía en la boca y tragó, su atención absorbida por la de un nuevo caramelo que señalaba el pequeño.
Literal.
«Increíble, Sirin. Increíble. ¿Era marinero antes de todo este asunto de los caramelos o algo?». Al menos era chiquito, respecto a los krakenes reales al menos, porque fácil golpeaba al menos metro y medio de alto. A este punto ya ni siquiera me estaba preguntando por qué, sino cómo. Y tuve que preguntármelo otra vez al ver a los críos cargar con una velocidad que diría superaba la mía, y la ferocidad de lobos que tenían días sin comer.
De poco les valió ante un oponente tan bien armado. O tan armado, depende de cómo lo vieras.
Un tentáculo barrió las piernas del que iba adelante, con otro tomándolo de un brazo durante su caída y usando la propia fuerza que el niñito llevada más la añadida del propio kraken para estamparlo sobre el de atrás, lanzándolos a ambos. En esos momentos yo habría estado considerando una táctica mejor para acercarme, o una retirada. A los pequeños demonios no le parecía importar haber atravesado una puerta y tener astillas clavadas, como tampoco que el golpe hubiese hecho una clara mella: ahora el temblar parecía de debilidad y se estaban moviendo más lento.
Pero no paraban de moverse, e iban en dirección al monstruo. Entre eso y sus gruñidos empezaban a pintar el cuadro de esos salvajes que se fumaban un hongo y luego empezaban a repartir piñas, sólo que estos estarían del lado que las recibía si continuaban.
Retrocedí un par de pasos atando el saco, cogí carrera y patiné abajo por una rampa de arcilla para sacarme unos metros de la caída. No fueron todos, ni la mitad, pero si suficientes para que el impacto no fuese a sacarme las rodillas o cintura de lugar. Había dejado atado un pequeño hilillo en mi índice para poder seguir ‘tocando’ la masa y moldear el golem abajo, acomodándolo entre y abajo mi armadura y vestimenta.
—Suficiente —y no sabía a quien le estaba hablando. Ni siquiera sabía si debería estarles, para empezar. Naturalmente, los jovencitos no hicieron caso y ya estaba batallando contra el kraken, que alzaba a cada uno con un tentáculo.
Salté entre ellos, sirviéndoles a los pequeños de escudo y al kraken de tambor por los cuatro golpes que había sentido a lo largo del costado hasta el brazo, con suficiente fuerza como para sentirse a través de la armadura. Intentando tomar nota del estado del niño en esos instantes, mi mano voló abajo a por el hacha, con mi mente haciendo cuentas que debí suponer antes por los números.
A fracciones de segundo del último impacto sentido quede de cabeza, viendo al revés al kraken. Al ver arriba observé dos tentáculos tomándome de los pies. «Ah», derrotado por aritmética básica, trágico. Vi atrás al par, teniendo más… tiempo, para observar mejor. Me alarmé al cruzar fugaz la vista por sus manos, todo normal, todo bien, hasta que recordé que estaba de cabeza y si estaba de cabeza esos dedos no deberían estar apuntando así.
Lo bueno es que no parecía ni dolerle, por como estiraban la lengua con todas las ganas del mundo hacia sus muñecas para alcanzar el tentáculo y lamerlo. No significaba que fuese a permitirles más heridas.
Murmuré mis perdones a Sirin y tiré el saco a un lado, tendría que arruinar uno de sus dulces. Empujé cuchillas de mi golem desde debajo de mis pantalones, cortando los tentáculos que me sostenían. Con ambos brazos estirados ataje mi caída y procedí a hacer un rip-off, estirando un tentáculo de la arcilla en mis pies a donde empezaba uno del kraken. Jalé abajo mi propia pierna, rozando una patada a la cara del monstruo y pisando sobre el tentáculo tomado. Surgí de la masa en ese instante otra cuchilla y ahí iba un tercer tentáculo, mientras dibujaba un arco por arriba con mi hacha ahora que ya estaba de pie, cortando el par que sostenía a los dos niños, todo en una fluida moción.
El más grande cayó de pie normalmente; el pequeño de culo. Verdaderos a sus prioridades, el que estaba en el suelo agarró los dos tentáculos cortados que yacían a su lado, así a dedo roto, y empezó a echarles diente mientras se levantaba. El otro intentó saltar sobre el kraken por un costado, pero me atravesé para agarrarlo. No tardé en sentir puñetazos en el pecho y la espalda, cortesía del niño y los tentáculos restantes respectivamente.
Por un segundo deseé haber dejado que le pegaran. Acumulé toda la arcilla abajo y la expandí sobre el kraken, encerrándolo en una caja.
—¡Quieto! ¡Quie-to! —forcejeé con el muchacho. Era más un forcejeó para ver como lo sostenía sin lastimarlo.
En lo que luchaba contra él vi al segundo hacer su camino hacia mi saco. Si lo agarraba y corría como había corrido antes no lo iba a alcanzar. Me di vuelta y alcé pegando al que agarraba contra la caja de arcilla, arrastrando un poco alrededor de su cintura, tobillos y una muñeca.
Entonces tuve que saltarle encima al otro. Fue tan lejos de darme una cachetada con los dedos rotos.
Igual que a su compañero, tuve que pegarlo a la caja de arcilla e inmovilizar sus extremidades para que no escapara. Sólo entonces abrí un poco el saco, aplastando al maldito mono y abriendo una cara de la caja para tomar al kraken y meterlo allí también.
En retrospectiva, eso había sido un error, con el infeliz esperando el momento para escupirme chocolate caliente en la cara. Tuve que pelearme unos segundos contra kraken y mono hasta lograr encerrarlos en el saco a ambos y atarlo de nuevo, jadeante. Había aprendido dos cosas, primero: necesitaba llevar más sacos para evitar esto. Segundo: no quería tener hijos.
Deshice la caja entonces, atrapando ahora al par de niños con grilletes de cuerpo completo presionando un poco sus brazos contra su cuerpo para que no pudiesen generar fuerza y empecé a volver camino a la plaza. Empujándolos, porque aún se resistían. Uno había estado empujando con el pie el tentáculo que había cortado de un pisotón, el que había quedado más completo de todos, y se las había arreglado para montárselo sobre el zapato y alzar el pie intentando llevárselo a la boca.
—Por amor a… ¡No! —se lo quité de un jalón.
Estuve a punto de lanzarlo también, pero me invadió la curiosidad. El chocolate que me había disparado el kraken sabía a, bueno, chocolate, y aunque eran duros cuando estaban pegados a el parecía más bien… gomoso cuando los niños mordían pedazos cortados.
Tragué saliva y con cosa me lo lleve a la boca. Solo un poco, porque era demasiado como para comérmelo entero.
«Frambuesa, huh».
De vuelta a la plaza para poder dejar el saco y a los niños se me cayó el tentáculo de la mano bajo otra escena: caballeros de menta haciendo una reverencia hacia una mujer.
Normal, es que hasta los dulces tenían mejores modales que uno.
Pestañeé un par de veces viendo hacia abajo desde el tejado donde estaba, no diría que tuviese exactamente miedo, sólo que desde el suelo... lucía mucho menos alto. Bueno, siempre podía bajar como subí, de hecho, por no tener tantas prisas, podía hacer una escalera y bajar tranquilament-
—¡Hey! ¡Hey! ¡No te comas eso! —empecé a llamar por un niño que estaba llevándose a la boca - estaba casi seguro - una de las magdalenas animadas que no había logrado pillar.
Dio miedo, por unos momentos. Nunca le había dedicado especial atención al acto de llevarse una magdalena a la boca y morderla, es decir, ¿quién lo har-«Sirin. Probablemente. Pero él no cuenta». Como estaba pensando, dio miedo, por unos momentos. Normalmente la comida, esto, no gritaba cuando la mordías.
Bueno, no cuando estaba muerta. Alguna vez me apresuré de niño y mordí un conejo sin saber que primero los metían al fuego, pero hey, ¿dulces?
Lo peor es que no sabía si la tembladera que tenía el niño encima era que tenía unas ganas muy fuertes de ir al baño y estaba que le explotaba la vejiga, si estaba riéndose, porque esos sonidos guardaban más relación con una risa que con masticar, o si estaba extasiado por el sabor. Todas eran igual de preocupantes; no sabía cuál me ponía más nervioso.
Cuando se giró con las mejillas rellenas como las de una ardilla con nueces y vi a un segundo más pequeño que lucía un par de años menor; añadí una cuarta y ganadora opción. Las migajas y baba entremezcladas de la boca del primero al no poder masticar todo resbalaban en los dedos del segundo, que gustosamente igual se lo llevaba todo a su boca.
Eso sólo habría bastado, pero con la adición de que ambos luciesen pálidos, el primero algo verde como si fuese a vomitar, eran extras muy pesados. Se me revolvió el estómago.
No lo hizo, por suerte. Al final pudo con las magdalenas que tenía en la boca y tragó, su atención absorbida por la de un nuevo caramelo que señalaba el pequeño.
Literal.
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«Increíble, Sirin. Increíble. ¿Era marinero antes de todo este asunto de los caramelos o algo?». Al menos era chiquito, respecto a los krakenes reales al menos, porque fácil golpeaba al menos metro y medio de alto. A este punto ya ni siquiera me estaba preguntando por qué, sino cómo. Y tuve que preguntármelo otra vez al ver a los críos cargar con una velocidad que diría superaba la mía, y la ferocidad de lobos que tenían días sin comer.
De poco les valió ante un oponente tan bien armado. O tan armado, depende de cómo lo vieras.
Un tentáculo barrió las piernas del que iba adelante, con otro tomándolo de un brazo durante su caída y usando la propia fuerza que el niñito llevada más la añadida del propio kraken para estamparlo sobre el de atrás, lanzándolos a ambos. En esos momentos yo habría estado considerando una táctica mejor para acercarme, o una retirada. A los pequeños demonios no le parecía importar haber atravesado una puerta y tener astillas clavadas, como tampoco que el golpe hubiese hecho una clara mella: ahora el temblar parecía de debilidad y se estaban moviendo más lento.
Pero no paraban de moverse, e iban en dirección al monstruo. Entre eso y sus gruñidos empezaban a pintar el cuadro de esos salvajes que se fumaban un hongo y luego empezaban a repartir piñas, sólo que estos estarían del lado que las recibía si continuaban.
Retrocedí un par de pasos atando el saco, cogí carrera y patiné abajo por una rampa de arcilla para sacarme unos metros de la caída. No fueron todos, ni la mitad, pero si suficientes para que el impacto no fuese a sacarme las rodillas o cintura de lugar. Había dejado atado un pequeño hilillo en mi índice para poder seguir ‘tocando’ la masa y moldear el golem abajo, acomodándolo entre y abajo mi armadura y vestimenta.
—Suficiente —y no sabía a quien le estaba hablando. Ni siquiera sabía si debería estarles, para empezar. Naturalmente, los jovencitos no hicieron caso y ya estaba batallando contra el kraken, que alzaba a cada uno con un tentáculo.
Salté entre ellos, sirviéndoles a los pequeños de escudo y al kraken de tambor por los cuatro golpes que había sentido a lo largo del costado hasta el brazo, con suficiente fuerza como para sentirse a través de la armadura. Intentando tomar nota del estado del niño en esos instantes, mi mano voló abajo a por el hacha, con mi mente haciendo cuentas que debí suponer antes por los números.
A fracciones de segundo del último impacto sentido quede de cabeza, viendo al revés al kraken. Al ver arriba observé dos tentáculos tomándome de los pies. «Ah», derrotado por aritmética básica, trágico. Vi atrás al par, teniendo más… tiempo, para observar mejor. Me alarmé al cruzar fugaz la vista por sus manos, todo normal, todo bien, hasta que recordé que estaba de cabeza y si estaba de cabeza esos dedos no deberían estar apuntando así.
Lo bueno es que no parecía ni dolerle, por como estiraban la lengua con todas las ganas del mundo hacia sus muñecas para alcanzar el tentáculo y lamerlo. No significaba que fuese a permitirles más heridas.
Murmuré mis perdones a Sirin y tiré el saco a un lado, tendría que arruinar uno de sus dulces. Empujé cuchillas de mi golem desde debajo de mis pantalones, cortando los tentáculos que me sostenían. Con ambos brazos estirados ataje mi caída y procedí a hacer un rip-off, estirando un tentáculo de la arcilla en mis pies a donde empezaba uno del kraken. Jalé abajo mi propia pierna, rozando una patada a la cara del monstruo y pisando sobre el tentáculo tomado. Surgí de la masa en ese instante otra cuchilla y ahí iba un tercer tentáculo, mientras dibujaba un arco por arriba con mi hacha ahora que ya estaba de pie, cortando el par que sostenía a los dos niños, todo en una fluida moción.
El más grande cayó de pie normalmente; el pequeño de culo. Verdaderos a sus prioridades, el que estaba en el suelo agarró los dos tentáculos cortados que yacían a su lado, así a dedo roto, y empezó a echarles diente mientras se levantaba. El otro intentó saltar sobre el kraken por un costado, pero me atravesé para agarrarlo. No tardé en sentir puñetazos en el pecho y la espalda, cortesía del niño y los tentáculos restantes respectivamente.
Por un segundo deseé haber dejado que le pegaran. Acumulé toda la arcilla abajo y la expandí sobre el kraken, encerrándolo en una caja.
—¡Quieto! ¡Quie-to! —forcejeé con el muchacho. Era más un forcejeó para ver como lo sostenía sin lastimarlo.
En lo que luchaba contra él vi al segundo hacer su camino hacia mi saco. Si lo agarraba y corría como había corrido antes no lo iba a alcanzar. Me di vuelta y alcé pegando al que agarraba contra la caja de arcilla, arrastrando un poco alrededor de su cintura, tobillos y una muñeca.
Entonces tuve que saltarle encima al otro. Fue tan lejos de darme una cachetada con los dedos rotos.
Igual que a su compañero, tuve que pegarlo a la caja de arcilla e inmovilizar sus extremidades para que no escapara. Sólo entonces abrí un poco el saco, aplastando al maldito mono y abriendo una cara de la caja para tomar al kraken y meterlo allí también.
En retrospectiva, eso había sido un error, con el infeliz esperando el momento para escupirme chocolate caliente en la cara. Tuve que pelearme unos segundos contra kraken y mono hasta lograr encerrarlos en el saco a ambos y atarlo de nuevo, jadeante. Había aprendido dos cosas, primero: necesitaba llevar más sacos para evitar esto. Segundo: no quería tener hijos.
Deshice la caja entonces, atrapando ahora al par de niños con grilletes de cuerpo completo presionando un poco sus brazos contra su cuerpo para que no pudiesen generar fuerza y empecé a volver camino a la plaza. Empujándolos, porque aún se resistían. Uno había estado empujando con el pie el tentáculo que había cortado de un pisotón, el que había quedado más completo de todos, y se las había arreglado para montárselo sobre el zapato y alzar el pie intentando llevárselo a la boca.
—Por amor a… ¡No! —se lo quité de un jalón.
Estuve a punto de lanzarlo también, pero me invadió la curiosidad. El chocolate que me había disparado el kraken sabía a, bueno, chocolate, y aunque eran duros cuando estaban pegados a el parecía más bien… gomoso cuando los niños mordían pedazos cortados.
Tragué saliva y con cosa me lo lleve a la boca. Solo un poco, porque era demasiado como para comérmelo entero.
«Frambuesa, huh».
De vuelta a la plaza para poder dejar el saco y a los niños se me cayó el tentáculo de la mano bajo otra escena: caballeros de menta haciendo una reverencia hacia una mujer.
Normal, es que hasta los dulces tenían mejores modales que uno.
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Valyria, como prodigiosa cazadora, no tardo demasiado en tener esos diablillos draconicos en un saco, ¡y casi no se había manchado de chocolate en el proceso!
Eso sí, tenía que mantener los cruagones a un brazo de distancia porque el saco derramaba chocolate por todos lados. Es decir, seguramente ya habían parado de escupirlo porque no estaba rebosando, pero seguía dejando un chorreo constante y no iba a abrirlo para comprobarlo y mancharse la cara con un choco-escupitajo otra vez.
En cualquier caso, mientras buscaba a algún pobre campesino al que endosarle los dragones, porque desde luego no iba a cargarlos ella, se había fijado en los pequeños…disturbios que habían provocado los niños y, dado que por algún motivo la chinchilla-glotona se había contentado con sentarse en su cabeza y mordisquearle el pelo, se había quedado sin detector de dulces. Por lo que ayudar con los críos sonaba a la opción lógica.
¿Iba a ser fácil? Sin duda, como quitarle un caramelo a un niño.
La elfa metió la mano en el saco y saco un cruagon. Bueno, más que sacarlo, dejo que le mordiera la mano. Luego ató el saco, lo dejo al lado y empezó su acto. –AQUÍ ESTA, EL CRUAGON ALFA, EL DULCE MÁS DELICIOSO DE TODO ESTE FESTIVAL.- ¿Funcionaba su no tan magistral plan? Parecía que sí, puesto que la chinchilla parecía estar absorta mirando al cruagon, exactamente igual que los otros, y babeando. Que estuviera haciendo un charco de babas en su cabeza era desafortunado a la vez que increíblemente asqueroso, pero poco podía hacer hasta que el bicho saltara a darle un…allí estaba.
Agarró a la chinchilla de la cola mientras veía a la niña acercarse. Parecía algo…errática, y no solo por la baba que le salía por la boca. Es decir, no sabía mucho de niños pero estaban muy pálidos, y esos temblores en las manos no parecian naturales.
Fuese por el cebo, su carisma, pura suerte o porque era la única bolsa de sangre que gritaba a pleno pulmón, la niña se acercó a ella a toda carrera. Y claro, con una chinchilla en una mano, el Cruagon en otra y solo dos manos, tenía un problema con una controvertida pero fácil solución. Le habría dado pena si hubiera tenido tiempo para pensarlo, pero era una mujer practica cuando tenía poco tiempo para pensar.
No había nadie cerca, así que cualquier historia sobre haber pateado a una niña con toda su fuerza eran calumnias sin fundamento alguno. Valyria dejo ir a la chinchilla y limpio con la mano la marca de la pisotada, mientras se sentaba sobre la niña para que no se moviera. Con su cadera sobre la suya y los pies sobre los codos, poco podía hacer la niña mientras ella preparaba tranquilamente las cuerdas. Por supuesto, antes se había asegurado de que estuviera bien, y efectivamente, no tenía nada roto, ni siquiera un moratón. Añadiría caza-niños a su lista de cualidades.
Eso sí, tenía que mantener los cruagones a un brazo de distancia porque el saco derramaba chocolate por todos lados. Es decir, seguramente ya habían parado de escupirlo porque no estaba rebosando, pero seguía dejando un chorreo constante y no iba a abrirlo para comprobarlo y mancharse la cara con un choco-escupitajo otra vez.
En cualquier caso, mientras buscaba a algún pobre campesino al que endosarle los dragones, porque desde luego no iba a cargarlos ella, se había fijado en los pequeños…disturbios que habían provocado los niños y, dado que por algún motivo la chinchilla-glotona se había contentado con sentarse en su cabeza y mordisquearle el pelo, se había quedado sin detector de dulces. Por lo que ayudar con los críos sonaba a la opción lógica.
¿Iba a ser fácil? Sin duda, como quitarle un caramelo a un niño.
La elfa metió la mano en el saco y saco un cruagon. Bueno, más que sacarlo, dejo que le mordiera la mano. Luego ató el saco, lo dejo al lado y empezó su acto. –AQUÍ ESTA, EL CRUAGON ALFA, EL DULCE MÁS DELICIOSO DE TODO ESTE FESTIVAL.- ¿Funcionaba su no tan magistral plan? Parecía que sí, puesto que la chinchilla parecía estar absorta mirando al cruagon, exactamente igual que los otros, y babeando. Que estuviera haciendo un charco de babas en su cabeza era desafortunado a la vez que increíblemente asqueroso, pero poco podía hacer hasta que el bicho saltara a darle un…allí estaba.
Agarró a la chinchilla de la cola mientras veía a la niña acercarse. Parecía algo…errática, y no solo por la baba que le salía por la boca. Es decir, no sabía mucho de niños pero estaban muy pálidos, y esos temblores en las manos no parecian naturales.
Fuese por el cebo, su carisma, pura suerte o porque era la única bolsa de sangre que gritaba a pleno pulmón, la niña se acercó a ella a toda carrera. Y claro, con una chinchilla en una mano, el Cruagon en otra y solo dos manos, tenía un problema con una controvertida pero fácil solución. Le habría dado pena si hubiera tenido tiempo para pensarlo, pero era una mujer practica cuando tenía poco tiempo para pensar.
No había nadie cerca, así que cualquier historia sobre haber pateado a una niña con toda su fuerza eran calumnias sin fundamento alguno. Valyria dejo ir a la chinchilla y limpio con la mano la marca de la pisotada, mientras se sentaba sobre la niña para que no se moviera. Con su cadera sobre la suya y los pies sobre los codos, poco podía hacer la niña mientras ella preparaba tranquilamente las cuerdas. Por supuesto, antes se había asegurado de que estuviera bien, y efectivamente, no tenía nada roto, ni siquiera un moratón. Añadiría caza-niños a su lista de cualidades.
Valyria
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Aquello era raro. Bueno, la situación en general era rara, pero... Gruñó por lo bajo recolocando sin delicadeza alguna al crío inconsciente sobre su hombro, todavía con medio cuerpo dentro del saco. Miró hacia atrás de nuevo. Sip. Segían allí.
Los caramelos con forma humanoide, de no más de 30cm de altura, habían formado una extraña procesión tras ella, con el que parecía el líder al frente, y los... caballeros... detrás. De vez en cuando los miraba y ellos la miraba a ella, y Nayru no tenía ni puta idea de lo que estaba pasando, salvo que no eran demasiado amigables con otros dulces. Que no estuviesen hechos de sangre.
Les había pillado varias veces acosando otros postres y gracias a que los ensartaban con las lanzas, Nayru tenía ahora en su poder media tarta de manzana... ¿inconsciente? y cuatro piezas de un dulce cuyo nombre desconocía, así redondo con un hueco en medio.
La peculiar compaña llegó a la plaza, donde se encontró con el nervioso grupo de personas que decidieron, con todo el sentido común, que seguir los planes de Sirin era cosa seria y de locos. También parecían estar guardando todo lo que traían los improvisados cazadores, que se amontonaba en el modesto altar en la esquina Este como una extraña e inquietante masa palpitante. Pudo apreciar un montoncillo de tartaletas siniestras, un par de bizcochos de mirada torva, tres piruletas inusualmente grandes que se enroscaban y desenroscaban como látigos, abrazándose a cualquier cosa. La mujer se dirigió hacia ellos, crío al hombro, caramelos siniestros a la zaga, postres colgados del cinturón.
-Tengo esto -declaró, dejando la comida sobre la superficie de piedra-, y esto también. No sé muy bien lo que le pasa, pero os recomiendo que lo amordacéis porque ya lo he atado yo, y lo ignoréis hasta que amanezca p-...
-¡Pero si es el hijo de Lonau! ¿Qué le ha pasado? -exclamó un hombre al quitarle el saco a la criatura.- ¿¡Está herido!? ¿Qué he las hecho?
-Literalmente le he s-...
-¡Cuidadoooo!
-¡DEJADME ACABAR UNA PUTA F-...!
Los caramelos gritaban. Al parecer los dulces podían emitir sonidos, a parte de violencia y racismo. Claro, por qué no. La vampiresa hundió la cara entre las manos cuando vio a la compaña de caramelos tratar de embestir contra las ofrendas del altar, acto que fue neutralizado por tres personas presentes. Llevaban el suficiente tiempo ahí plantados como para saber que, o los ataban, o la liab-
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Algo extremadamente pegajoso golpeó a Nayru en la espalda, adhiriéndose a ella de manera asquerosa. La recorrió un escalofrío por toda la columna vertebral. Al tocar aquella viscosidad cayó en la cuenta de que era... miel. Sintió curiosidad por probarla pero seguía siendo un vampiro, toda la comida normal sabía igual: horrible. Alzó los ojos para encontrarse de lleno con la siguiente escena de aquella loca, desquiciada noche:
En la esquina oeste, una figura humanoide de unos 40cm que originalmente fueron una montaña de panqueques. En la esquina Este, un altar lleno de ofrendas y una guardia compuesta por caballeros-caramelo. En el centro, corriendo como descosidos, unos... trozos de... tarta roja... con patas de palos de canela que corrían que se las pelaban y que se refugiaron tras las lanzas rojiblancas. Y en la otra esquina apareció el elfo rubio con su saco lleno de cosas y lo que parecía su propia ración de niños raros. Qué bien.
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La dama de los panqueques se acercó con unos andares sorprendentemente ominosos para un dulce, apuntó con su cuchara de miel en dirección a la gente, Nayru y los caramelos, y emitió un chillido alto y desagradable mientras la miel empezaba a fluir y flotar a su alrededor, con pequeños frutos del bosque orbitándola como satélites. Los roles se acababan de invertir: ahora era un postre sin sangre el que perseguía a los que sí tenían.
Estupendo. Maravilloso. Pavarty estaba albergando la primera guerra racista entre dulces del mundo. ¿¡Por qué!?
Le importaba una mierda. Retrocedió un par de pasos hasta el altar para agarrar la piruleta-látigo. Si la fantochada no tenía fin, ella se lo pondría y punto. Unos panqueques destrozados seguían teniendo los mismos ingredientes que unos enteros, serían igual de válidos como ofrenda.
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¡Y Andy es el segundo en probar los efectos de los caramelos!
"El chocolate que me había disparado el kraken sabía a, bueno, chocolate, y aunque eran duros cuando estaban pegados a el parecía más bien… gomoso cuando los niños mordían pedazos cortados.
Tragué saliva y con cosa me lo lleve a la boca. Solo un poco, porque era demasiado como para comérmelo entero."
Y por goloso en tu siguiente/s post notarás que:
1.- De repente te salen ventosas en tus cuatro extremidades y eres capaz de cambiar la textura de tu piel...
3.- Ahora hueles como un postre recién orneado esperando algo de magia ( ˘ ∀ ˘ )
Estos cambios / adquisiciones no son permanentes y únicamente son válidos parael Candyfest Dulces Horrores.
que nadie me pregunte por qué la fiesta se ha torcido de este modo. no lo sé
Los caramelos con forma humanoide, de no más de 30cm de altura, habían formado una extraña procesión tras ella, con el que parecía el líder al frente, y los... caballeros... detrás. De vez en cuando los miraba y ellos la miraba a ella, y Nayru no tenía ni puta idea de lo que estaba pasando, salvo que no eran demasiado amigables con otros dulces. Que no estuviesen hechos de sangre.
Les había pillado varias veces acosando otros postres y gracias a que los ensartaban con las lanzas, Nayru tenía ahora en su poder media tarta de manzana... ¿inconsciente? y cuatro piezas de un dulce cuyo nombre desconocía, así redondo con un hueco en medio.
La peculiar compaña llegó a la plaza, donde se encontró con el nervioso grupo de personas que decidieron, con todo el sentido común, que seguir los planes de Sirin era cosa seria y de locos. También parecían estar guardando todo lo que traían los improvisados cazadores, que se amontonaba en el modesto altar en la esquina Este como una extraña e inquietante masa palpitante. Pudo apreciar un montoncillo de tartaletas siniestras, un par de bizcochos de mirada torva, tres piruletas inusualmente grandes que se enroscaban y desenroscaban como látigos, abrazándose a cualquier cosa. La mujer se dirigió hacia ellos, crío al hombro, caramelos siniestros a la zaga, postres colgados del cinturón.
-Tengo esto -declaró, dejando la comida sobre la superficie de piedra-, y esto también. No sé muy bien lo que le pasa, pero os recomiendo que lo amordacéis porque ya lo he atado yo, y lo ignoréis hasta que amanezca p-...
-¡Pero si es el hijo de Lonau! ¿Qué le ha pasado? -exclamó un hombre al quitarle el saco a la criatura.- ¿¡Está herido!? ¿Qué he las hecho?
-Literalmente le he s-...
-¡Cuidadoooo!
-¡DEJADME ACABAR UNA PUTA F-...!
Los caramelos gritaban. Al parecer los dulces podían emitir sonidos, a parte de violencia y racismo. Claro, por qué no. La vampiresa hundió la cara entre las manos cuando vio a la compaña de caramelos tratar de embestir contra las ofrendas del altar, acto que fue neutralizado por tres personas presentes. Llevaban el suficiente tiempo ahí plantados como para saber que, o los ataban, o la liab-
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Algo extremadamente pegajoso golpeó a Nayru en la espalda, adhiriéndose a ella de manera asquerosa. La recorrió un escalofrío por toda la columna vertebral. Al tocar aquella viscosidad cayó en la cuenta de que era... miel. Sintió curiosidad por probarla pero seguía siendo un vampiro, toda la comida normal sabía igual: horrible. Alzó los ojos para encontrarse de lleno con la siguiente escena de aquella loca, desquiciada noche:
En la esquina oeste, una figura humanoide de unos 40cm que originalmente fueron una montaña de panqueques. En la esquina Este, un altar lleno de ofrendas y una guardia compuesta por caballeros-caramelo. En el centro, corriendo como descosidos, unos... trozos de... tarta roja... con patas de palos de canela que corrían que se las pelaban y que se refugiaron tras las lanzas rojiblancas. Y en la otra esquina apareció el elfo rubio con su saco lleno de cosas y lo que parecía su propia ración de niños raros. Qué bien.
La dama de los panqueques se acercó con unos andares sorprendentemente ominosos para un dulce, apuntó con su cuchara de miel en dirección a la gente, Nayru y los caramelos, y emitió un chillido alto y desagradable mientras la miel empezaba a fluir y flotar a su alrededor, con pequeños frutos del bosque orbitándola como satélites. Los roles se acababan de invertir: ahora era un postre sin sangre el que perseguía a los que sí tenían.
Estupendo. Maravilloso. Pavarty estaba albergando la primera guerra racista entre dulces del mundo. ¿¡Por qué!?
Le importaba una mierda. Retrocedió un par de pasos hasta el altar para agarrar la piruleta-látigo. Si la fantochada no tenía fin, ella se lo pondría y punto. Unos panqueques destrozados seguían teniendo los mismos ingredientes que unos enteros, serían igual de válidos como ofrenda.
¡Y Andy es el segundo en probar los efectos de los caramelos!
"El chocolate que me había disparado el kraken sabía a, bueno, chocolate, y aunque eran duros cuando estaban pegados a el parecía más bien… gomoso cuando los niños mordían pedazos cortados.
Tragué saliva y con cosa me lo lleve a la boca. Solo un poco, porque era demasiado como para comérmelo entero."
Y por goloso en tu siguiente/s post notarás que:
1.- De repente te salen ventosas en tus cuatro extremidades y eres capaz de cambiar la textura de tu piel...
3.- Ahora hueles como un postre recién orneado esperando algo de magia ( ˘ ∀ ˘ )
Estos cambios / adquisiciones no son permanentes y únicamente son válidos para
que nadie me pregunte por qué la fiesta se ha torcido de este modo. no lo sé
Nayru
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
No lo pensé demasiado, y evité ver cualquier cosa. ¿La mujer de la Corte de Menta con un látigo parte piruleta? ¿Tartarañas? ¿Panqueen? Yo no vi nada.
«No voltees. Ignora esto y sólo camina» repetí como una mantra, avanzando en medio de los dos bandos, sin ver nada. Intentando pretender no ver nada, al menos. Era de esos momentos malos que estaban esperando que alguien dijera algo para que las cosas estallaran, y, definitivamente, no iba a ser yo quien abriera la boca. No hoy.
—Cari… cariño… ¡esos son…! —apuntó una mujer en el altar en mi dirección, viendo a los niños que tenía atrapados y forzaba a andar empujándolos con la arcilla.
—Sí, lo veo —inspiró, lentamente. Componiéndose ante la imagen.
Y corrió adelante, gritando.
—¡Pelea de comiiida! ¡Ajajaja!
Y por alguna maldita fuerza mágica que le merecería lugar al hombre un puesto entre vampiros de voz; y de los poderosos, estalló. Volaron tres frutos hacia la Corte de Menta en cuanto estos cargaron hacía Panqueen, los frutos destrozando las filas de caballeros que impactaban. Uno se alarmó y agitó su… brazo, como si llamase a una re-agrupación, y empezaron a correr de lado, posiblemente para rodearla.
Pretendí no ver absolutamente nada y llegué al altar, con los ojos en blanco vainilla, tirando allí el saco y dándome vuelta.
—Bien, ¿de quién son estos niños?
—¡Míos, salvaje! —dijo la madre al reaccionar ante la pregunta. Estaba ensimismada con la actitud de su esposo, que, por cierto, ahora estaba aplastado bajo miel. Posiblemente caliente—. ¿¡Qué les hiciste!?
—¿Aparte de salvarlos?
La mujer apuntó a los dedos rotos del pequeño, con una cara apropiadamente enojada.
—Señora, puedo explicar-
—¡No, no puedes!
—Señora, escu-
—¡Ohh, elfos, disque pacíficos! ¡Debería agarrarte a cachetadas aquí mismo! ¡Tienes suerte de… de qué no tenga ni puta idea de qué está ocurriendo!
—Señora-
—¡Sabes qué! ¡Si qué voy a hacerlo, no tengo por qué dejar pasar esto! —y tomó, también, una piruleta látigo, agitándola amenazadoramente frente a mis ojos.
Me quede callado ante eso. Esperé unos segundos, viendo sólo como su pecho se expandía y contraía según respiraba. Cuanto conté hasta diez, que eran diez sin que dijese nada, sentí que era seguro hablar.
—Seño-
—¿¡Y qué llevas en ese saco!? ¡Otro niño seguramente, maldito abusador! —dijo, tomando el saco.
Me lleve una mano a la frente empujando parte de mi pelo arriba, levemente estresado. Sólo un poquito. En mi concentración para mantener la calma noté bastante tarde que la mujer estaba abriendo el maldito saco, alcé un índice y negué con la cabeza, a lo que la mujer se apresuró a abrirlo más rápido.
El kraken saltó afuera, abrazándole la cara con todos sus tentáculos. Me dio tiempo de reaccionar y atrapar con la mano al mono cuando intento salir también, empujándolo atrás junto a magdalenas varias.
¿El kraken?
¿Cuál kraken? ¿Cuál señora gritando e intentando quitarse uno desesperadamente de la cara? Yo no vi nada.
—¡Siiirin!
Volteé ante el grito para ver la escena. Era de esos momentos qué creías estar viendo todo en cámara lenta: un hombre algo regordete, sin camisa, por alguna razón con un par de líneas debajo de los ojos que estaba bastante seguro, sólo eran chocolate, saltando para hacer de muro entre un Sirin cargando como cuatro jodidos sacos y una manzana bañada en miel.
La detuvo con su boca, y cayó dramáticamente al suelo. ¿Cómo caía alguien dramáticamente al suelo luego de un salto? Bueno, cayendo, pero con manita en la frente y todo.
—¡John! —gritó aterrado, poniéndose de rodillas junto al hombre—. ¡John, no! ¡Sabes qué no puedes comer dulces! ¡Dime algo, John! ¡John! ¡Lo qué sea!
—Shighbaghwhah.
Sirin le removió la manzana de la boca.
—…Si... Sirin… —murmuró, jalándolo suavemente del delantal—. Per… perdóname. Y-yo… siempre… yo siempre quise… probar tus dulces de leche.
Y murió.
—¡No! ¡John! —lo zarandeó—. ¡Vuelve, John! ¡¡Jooooohnny!!
Sirin alzó los puños y la cabeza al cielo con su grito, su voz resonando por la noche como un trueno en la fría lluvia que había traído la tormenta.
Excepto que no estaba lloviendo, y que no había tormenta tampoco, pero fue algo así.
Sirin se alzó sobre sus pies y se removió una lágrima, llevándole el dedo con la que lo quito a la boca.
—Sí… salado. A veces, un panadero debe hacer lo que un panadero debe hacer.
—¿Pan? —preguntó un pueblerino.
—Los panaderos hacen más que sólo pan, cretino.
—¿Ah sí? ¿Y por qué les dicen panaderos entonces?
—No tiene nada qué ver, ¿si a alguien le dicen espadachín entonces sólo puede usar espadas?
—Si usa otras armas les dicen guerrero, o guardia, o luchador. Ve tú a saber, pero tienen algo que acompasa todas, como los maestros de armas.
—Si sí, pero ve a Sirin. Es panadero e hizo magdalenas, tartas, panqueques, tortitas-
—¿Diferencia entre tartas y tortitas?
—Las tortitas son más pequeñas y circulares. Las tartas son triangulares.
—No, noo, no no no. Falso. Las tartas son redondas. Quedan triangulares cuando las cortas en trozos.
—¿Tú has visto una tarta qué no esté en trozos?
—Touché.
—Sigo entonces; ajá, tortitas, tortas, galletas, pasteles y pastelitos, berlinas y como siete cosas más.
—Ok hombre, pero ve —se cruzó de brazos—. No mencionaste pan. ¿Ves? ¿Cómo es qué es panadero si hace de todo menos pan?
—Ya ya, pero el pan no es dulce. Sirin hace más dulces que pan sí, pero sabe hacer pan también.
—¿Entonces por qué se llama panadero? Debería ser dulcero.
—Porque los dulces también los haces con harina, tío.
—¿Harinadero entonces?
—Hmm… —se llevó una mano a la barbilla—. Creo que me tienes, sí, ahora que lo dices… debería ser harinadero.
Mis facultades mentales estaban decayendo muy rápidamente.
Pestañeé repetidas veces en un intento de reiniciar mi cerebro, hibernar, algo. La pequeña discusión sobre la terminología correcta para alguien que hacía dulces y pan había consumido demasiado de mí, y eso sin contar la batalla que se estaba desatando a frente. Por amor a algo, esa vampira era una salvaje, y qué bien usaba el látigo-
No espera, eso último sonaba muy mal. Sirin, mejor Sirin. Iba corriendo contra Panqueen, cargando un enorme barril de madera. Verdadera a su naturaleza, la… uh… cosa de panqueques, tomó uno de su cuerpo, lo tiró sobre un montón de miel que tenía acumulada y lo bateó con la cuchara. La miel se extendió por todo el suelo, y aunque Sirin logró evitar resbalar sobre ella, resbaló igual al pisar el panqueque.
Alcé las cejas poco impr-
«!!!» respingué y di un salto al frente al ver una sombra aproximándome demasiado rápido hacia nosotros. Lo que estaba cargando Sirin voló hacia nosotros, saqué el hacha e intenté golpearlo. El contenedor me golpeó a mí, haciéndome rodar dolorosamente por el suelo. El hacha había alcanzado a romper parte de la madera, así que su contenido se dispersó por todo el lugar: sal.
Fuera de la parte de que yo estaba adolorido como un infeliz por el impacto, la situación en realidad parecía buena. Donde quedo el montón de sal varios dulces se alejaron y desistieron en sus intentos de atacar el altar - o no desistir, pero se les veía menos animados a intentarlo. Los pueblerinos tuvieron la maravillosa idea de empujar la sal alrededor del mismo y esparcirla tanto como pudieran para evitar que los dulces que iban a nivel del suelo, es decir todos, ¿la gran mayoría? no pudieran alcanzarlo, incluso si saltaban.
Intenté levantarme y sentí una presión rara en el pecho y un hombro y los bra… oh. Oh. ¿Ab… abolladuras? Mis primeras abolladuras, ¡y me los había causado un maldito barril de sal! Oh, uh. En fin. No tenía la práctica, pero estaba seguro de qué había visto a otros que usaban armadura retirar las partes que estaban abolladas cuando… se abollaban. Las quité lentamente, más rápido a medida que el mundo volvía a ser uno solo en mi cabeza, y me puse de pie.
…Qu-
«¡Pero si me bañé, estoy seguro, no puedo oler ma-… ol… oler… ¿ah?» olfateé. Debajo de mi axila- no, era… ¿todo el br-… uh.
¿Todo?
Olía… rico. Um. No… no haría caso a esto. Me tocaba suponer que era lo que sucedía cuando pasabas todo el día con dulces. Cazándolos.
Me puse la mano en un costado para asegurarme de que mis costillas siguieran en su lugar, todo bi-
«?» agité una mano, intentando despegar mi ropa de mi palma. La agité con aún más fuerza, y por hacerlo la tela alcanzó por un momento el antebrazo y se pegó ahí también. ¡Ni qué me hubiesen bañado tanto de chocolate, sólo fue un…!
Desvié la mirada, viendo a los niños. Me estaban… mirando, con baba. Ew. Ya era raro e incómodo que mirasen así a dulces vivos, ¿pero a mí? Peor, ni que fuera un-
Ooh. Oooh mierda. Oh mierda.
Me lleve un brazo a la boca y mordí un poco. Blandito.
—Me… ¿me estoy volviendo un pastel?
«No voltees. Ignora esto y sólo camina» repetí como una mantra, avanzando en medio de los dos bandos, sin ver nada. Intentando pretender no ver nada, al menos. Era de esos momentos malos que estaban esperando que alguien dijera algo para que las cosas estallaran, y, definitivamente, no iba a ser yo quien abriera la boca. No hoy.
—Cari… cariño… ¡esos son…! —apuntó una mujer en el altar en mi dirección, viendo a los niños que tenía atrapados y forzaba a andar empujándolos con la arcilla.
—Sí, lo veo —inspiró, lentamente. Componiéndose ante la imagen.
Y corrió adelante, gritando.
—¡Pelea de comiiida! ¡Ajajaja!
Y por alguna maldita fuerza mágica que le merecería lugar al hombre un puesto entre vampiros de voz; y de los poderosos, estalló. Volaron tres frutos hacia la Corte de Menta en cuanto estos cargaron hacía Panqueen, los frutos destrozando las filas de caballeros que impactaban. Uno se alarmó y agitó su… brazo, como si llamase a una re-agrupación, y empezaron a correr de lado, posiblemente para rodearla.
Pretendí no ver absolutamente nada y llegué al altar, con los ojos en blanco vainilla, tirando allí el saco y dándome vuelta.
—Bien, ¿de quién son estos niños?
—¡Míos, salvaje! —dijo la madre al reaccionar ante la pregunta. Estaba ensimismada con la actitud de su esposo, que, por cierto, ahora estaba aplastado bajo miel. Posiblemente caliente—. ¿¡Qué les hiciste!?
—¿Aparte de salvarlos?
La mujer apuntó a los dedos rotos del pequeño, con una cara apropiadamente enojada.
—Señora, puedo explicar-
—¡No, no puedes!
—Señora, escu-
—¡Ohh, elfos, disque pacíficos! ¡Debería agarrarte a cachetadas aquí mismo! ¡Tienes suerte de… de qué no tenga ni puta idea de qué está ocurriendo!
—Señora-
—¡Sabes qué! ¡Si qué voy a hacerlo, no tengo por qué dejar pasar esto! —y tomó, también, una piruleta látigo, agitándola amenazadoramente frente a mis ojos.
Me quede callado ante eso. Esperé unos segundos, viendo sólo como su pecho se expandía y contraía según respiraba. Cuanto conté hasta diez, que eran diez sin que dijese nada, sentí que era seguro hablar.
—Seño-
—¿¡Y qué llevas en ese saco!? ¡Otro niño seguramente, maldito abusador! —dijo, tomando el saco.
Me lleve una mano a la frente empujando parte de mi pelo arriba, levemente estresado. Sólo un poquito. En mi concentración para mantener la calma noté bastante tarde que la mujer estaba abriendo el maldito saco, alcé un índice y negué con la cabeza, a lo que la mujer se apresuró a abrirlo más rápido.
El kraken saltó afuera, abrazándole la cara con todos sus tentáculos. Me dio tiempo de reaccionar y atrapar con la mano al mono cuando intento salir también, empujándolo atrás junto a magdalenas varias.
¿El kraken?
¿Cuál kraken? ¿Cuál señora gritando e intentando quitarse uno desesperadamente de la cara? Yo no vi nada.
—¡Siiirin!
Volteé ante el grito para ver la escena. Era de esos momentos qué creías estar viendo todo en cámara lenta: un hombre algo regordete, sin camisa, por alguna razón con un par de líneas debajo de los ojos que estaba bastante seguro, sólo eran chocolate, saltando para hacer de muro entre un Sirin cargando como cuatro jodidos sacos y una manzana bañada en miel.
La detuvo con su boca, y cayó dramáticamente al suelo. ¿Cómo caía alguien dramáticamente al suelo luego de un salto? Bueno, cayendo, pero con manita en la frente y todo.
—¡John! —gritó aterrado, poniéndose de rodillas junto al hombre—. ¡John, no! ¡Sabes qué no puedes comer dulces! ¡Dime algo, John! ¡John! ¡Lo qué sea!
—Shighbaghwhah.
Sirin le removió la manzana de la boca.
—…Si... Sirin… —murmuró, jalándolo suavemente del delantal—. Per… perdóname. Y-yo… siempre… yo siempre quise… probar tus dulces de leche.
Y murió.
—¡No! ¡John! —lo zarandeó—. ¡Vuelve, John! ¡¡Jooooohnny!!
Sirin alzó los puños y la cabeza al cielo con su grito, su voz resonando por la noche como un trueno en la fría lluvia que había traído la tormenta.
Excepto que no estaba lloviendo, y que no había tormenta tampoco, pero fue algo así.
Sirin se alzó sobre sus pies y se removió una lágrima, llevándole el dedo con la que lo quito a la boca.
—Sí… salado. A veces, un panadero debe hacer lo que un panadero debe hacer.
—¿Pan? —preguntó un pueblerino.
—Los panaderos hacen más que sólo pan, cretino.
—¿Ah sí? ¿Y por qué les dicen panaderos entonces?
—No tiene nada qué ver, ¿si a alguien le dicen espadachín entonces sólo puede usar espadas?
—Si usa otras armas les dicen guerrero, o guardia, o luchador. Ve tú a saber, pero tienen algo que acompasa todas, como los maestros de armas.
—Si sí, pero ve a Sirin. Es panadero e hizo magdalenas, tartas, panqueques, tortitas-
—¿Diferencia entre tartas y tortitas?
—Las tortitas son más pequeñas y circulares. Las tartas son triangulares.
—No, noo, no no no. Falso. Las tartas son redondas. Quedan triangulares cuando las cortas en trozos.
—¿Tú has visto una tarta qué no esté en trozos?
—Touché.
—Sigo entonces; ajá, tortitas, tortas, galletas, pasteles y pastelitos, berlinas y como siete cosas más.
—Ok hombre, pero ve —se cruzó de brazos—. No mencionaste pan. ¿Ves? ¿Cómo es qué es panadero si hace de todo menos pan?
—Ya ya, pero el pan no es dulce. Sirin hace más dulces que pan sí, pero sabe hacer pan también.
—¿Entonces por qué se llama panadero? Debería ser dulcero.
—Porque los dulces también los haces con harina, tío.
—¿Harinadero entonces?
—Hmm… —se llevó una mano a la barbilla—. Creo que me tienes, sí, ahora que lo dices… debería ser harinadero.
Mis facultades mentales estaban decayendo muy rápidamente.
Pestañeé repetidas veces en un intento de reiniciar mi cerebro, hibernar, algo. La pequeña discusión sobre la terminología correcta para alguien que hacía dulces y pan había consumido demasiado de mí, y eso sin contar la batalla que se estaba desatando a frente. Por amor a algo, esa vampira era una salvaje, y qué bien usaba el látigo-
No espera, eso último sonaba muy mal. Sirin, mejor Sirin. Iba corriendo contra Panqueen, cargando un enorme barril de madera. Verdadera a su naturaleza, la… uh… cosa de panqueques, tomó uno de su cuerpo, lo tiró sobre un montón de miel que tenía acumulada y lo bateó con la cuchara. La miel se extendió por todo el suelo, y aunque Sirin logró evitar resbalar sobre ella, resbaló igual al pisar el panqueque.
Alcé las cejas poco impr-
«!!!» respingué y di un salto al frente al ver una sombra aproximándome demasiado rápido hacia nosotros. Lo que estaba cargando Sirin voló hacia nosotros, saqué el hacha e intenté golpearlo. El contenedor me golpeó a mí, haciéndome rodar dolorosamente por el suelo. El hacha había alcanzado a romper parte de la madera, así que su contenido se dispersó por todo el lugar: sal.
Fuera de la parte de que yo estaba adolorido como un infeliz por el impacto, la situación en realidad parecía buena. Donde quedo el montón de sal varios dulces se alejaron y desistieron en sus intentos de atacar el altar - o no desistir, pero se les veía menos animados a intentarlo. Los pueblerinos tuvieron la maravillosa idea de empujar la sal alrededor del mismo y esparcirla tanto como pudieran para evitar que los dulces que iban a nivel del suelo, es decir todos, ¿la gran mayoría? no pudieran alcanzarlo, incluso si saltaban.
Intenté levantarme y sentí una presión rara en el pecho y un hombro y los bra… oh. Oh. ¿Ab… abolladuras? Mis primeras abolladuras, ¡y me los había causado un maldito barril de sal! Oh, uh. En fin. No tenía la práctica, pero estaba seguro de qué había visto a otros que usaban armadura retirar las partes que estaban abolladas cuando… se abollaban. Las quité lentamente, más rápido a medida que el mundo volvía a ser uno solo en mi cabeza, y me puse de pie.
…Qu-
«¡Pero si me bañé, estoy seguro, no puedo oler ma-… ol… oler… ¿ah?» olfateé. Debajo de mi axila- no, era… ¿todo el br-… uh.
¿Todo?
Olía… rico. Um. No… no haría caso a esto. Me tocaba suponer que era lo que sucedía cuando pasabas todo el día con dulces. Cazándolos.
Me puse la mano en un costado para asegurarme de que mis costillas siguieran en su lugar, todo bi-
«?» agité una mano, intentando despegar mi ropa de mi palma. La agité con aún más fuerza, y por hacerlo la tela alcanzó por un momento el antebrazo y se pegó ahí también. ¡Ni qué me hubiesen bañado tanto de chocolate, sólo fue un…!
Desvié la mirada, viendo a los niños. Me estaban… mirando, con baba. Ew. Ya era raro e incómodo que mirasen así a dulces vivos, ¿pero a mí? Peor, ni que fuera un-
Ooh. Oooh mierda. Oh mierda.
Me lleve un brazo a la boca y mordí un poco. Blandito.
—Me… ¿me estoy volviendo un pastel?
Anders
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
-Toma.- dijo Valyria, dejando caer, suavemente, al niño al lado de uno de esos pueblerinos. Cuantos más bichejos recuperaba, más había, y estaba empezando a estar considerablemente molesta.
-¿Q…qué diablos le hiciste a ese niño?- preguntó el hombre. Tenía las manos cubiertas de algo negro. Puede que el herrero local. O que se hubiera entretenido con el dulce equivocado, había llegado a un punto donde le daba igual.
-Me lo encontré así, tirado, junto a un montón de dragones de carame…¿mazapán? Dulces. – mintió, y el saco con los cruagones se revolvió, como si reconocieran que estaban hablando de ellos. Dejo allí también el saco, cogio otro, y se dirigio hacia la dirección con más ruido. Y lo que vio allí… no era nada bueno.
Una batalla campal con caballeros rojos y un montón de mazapán con fruta orbitando a su alrededor, y más caramelos, incluso había gente allí armada con caramelos-látigo o algo así. –Se acabó.-Y se giró, dando media vuelta, ante las protestas de la chinchilla, que seguía usándola de transporte.
-Hey, no me culpes, cace a un montón ya, solo quiero una ducha, tengo el pelo pringoso y chocolate por todos lados.-
-¡Shaga shu shu sha!- la elfa paró en seco.
-¿Qué cereza?-
-Sha shugi shuga mlem chuuuu.-
-¿Tú tienes la c…?- no, uno no culpaba a la víctima de un robo. Por más que esta fuera una autoproclamada diosa que no podía mantener su alijo de dulces a salvo y te babeaba en la cabeza. -¿Si la consigo… todo se acabara?-
-Sha.- Bien. Bien bien bien. Necesitaba un plan. Uno genial. Magistral, espectacular, nunca antes visto... o lo que más se acercara a uno.
-TU, EL DEL NIÑO. DEVUÉLVEME EL SACO.-
Se había acercado al campo de batalla por el lado de los caballeros, y uno se encaró a ella. Ella se limitó a apuntarlo con el brazo, apretar uno de los cruagones con el otro, y un chorro de chocolate cubrió al caballero, que se tambaleo, cayendo de una buen dada patada. –Dadme la cereza y nadie resultara herido.- amenazó, el pobre cruagon que había estrujado quejándose un poco por el mal trato, pero le acarició un poco la cabecita para compensar. Se sentía un poco mal por ello al fin y al cabo, aunque le hubieran causado tantos problemas. –Shush shush, lo siento, la próxima vez solo os tocare ¿de acuerdo? Disparáis solos.-
Mientras tanto, su polizona había adoptado otro disfraz, vistiendo una armadura blanca que por algún motivo dejaba pasar las orejas y cola, ondeando el estandarte de una galleta con tropezones de algo marrón oscuro y había soltado lo que, suponía, era un valiente grito de guerra, aunque para ella sonaba bastante gracioso.
-¿Q…qué diablos le hiciste a ese niño?- preguntó el hombre. Tenía las manos cubiertas de algo negro. Puede que el herrero local. O que se hubiera entretenido con el dulce equivocado, había llegado a un punto donde le daba igual.
-Me lo encontré así, tirado, junto a un montón de dragones de carame…¿mazapán? Dulces. – mintió, y el saco con los cruagones se revolvió, como si reconocieran que estaban hablando de ellos. Dejo allí también el saco, cogio otro, y se dirigio hacia la dirección con más ruido. Y lo que vio allí… no era nada bueno.
Una batalla campal con caballeros rojos y un montón de mazapán con fruta orbitando a su alrededor, y más caramelos, incluso había gente allí armada con caramelos-látigo o algo así. –Se acabó.-Y se giró, dando media vuelta, ante las protestas de la chinchilla, que seguía usándola de transporte.
-Hey, no me culpes, cace a un montón ya, solo quiero una ducha, tengo el pelo pringoso y chocolate por todos lados.-
-¡Shaga shu shu sha!- la elfa paró en seco.
-¿Qué cereza?-
-Sha shugi shuga mlem chuuuu.-
-¿Tú tienes la c…?- no, uno no culpaba a la víctima de un robo. Por más que esta fuera una autoproclamada diosa que no podía mantener su alijo de dulces a salvo y te babeaba en la cabeza. -¿Si la consigo… todo se acabara?-
-Sha.- Bien. Bien bien bien. Necesitaba un plan. Uno genial. Magistral, espectacular, nunca antes visto... o lo que más se acercara a uno.
-TU, EL DEL NIÑO. DEVUÉLVEME EL SACO.-
Literalmente cinco minutos más tarde.
-TEMEDME DULCES, PUES TENGO UN DRAGÓN, Y NO DUDARE EN UTILIZARLO.- varios de hecho, un montón, todos ligados con tiras de cuero a sus brazos y bien rectos por algún que otro palo. Un poco incómodo, pero nadie dudaría su efectividad.Se había acercado al campo de batalla por el lado de los caballeros, y uno se encaró a ella. Ella se limitó a apuntarlo con el brazo, apretar uno de los cruagones con el otro, y un chorro de chocolate cubrió al caballero, que se tambaleo, cayendo de una buen dada patada. –Dadme la cereza y nadie resultara herido.- amenazó, el pobre cruagon que había estrujado quejándose un poco por el mal trato, pero le acarició un poco la cabecita para compensar. Se sentía un poco mal por ello al fin y al cabo, aunque le hubieran causado tantos problemas. –Shush shush, lo siento, la próxima vez solo os tocare ¿de acuerdo? Disparáis solos.-
Mientras tanto, su polizona había adoptado otro disfraz, vistiendo una armadura blanca que por algún motivo dejaba pasar las orejas y cola, ondeando el estandarte de una galleta con tropezones de algo marrón oscuro y había soltado lo que, suponía, era un valiente grito de guerra, aunque para ella sonaba bastante gracioso.
Valyria
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Vale, resumen:
-Todos los niños han sido capturados y dejados en algún altar, lo suficientemente inutilizados como para no salir corriendo de nuevo. Probably.
-Sirin se volvió loco de dolor por la pérdida de Johny, su amigo diabético de la infancia y amante ocasional (que nadie se lo diga a su actual esposa o la tendremos de boss final (?). Así que allá que fue con un barril enterito de sal y la gente del pueblo hizo un anillo alrededor del altar. Lo bueno es que los dulces no se quieren acercar. Lo malo es que los dulces no se quieren acercar.
-Los tres dulceteros- digo, Andy, Valy y Nay coinciden de nuevo en la plaza donde todo empezó y donde a Panqueen le está dando un ataquito de empoderamiento potencialmente peligroso.
-Sigo sin poderes porque os pregunté a ambos y los dos me hicisteis una pedorreta y como que darme poderes a mi misma es así feíto. Not a particular concern of mine tho, I'll survive.
La vampiresa agitó la piruleta hacia el frente con toda la seguridad que le proporcionaba la inexperiencia. Y pese a no saber nada sobre látigos, estaba segura de que al estallar en el aire no soltaban un alegre "woof woof". Claro que tampoco es que hubiese visto muchos látigos-piruleta-perro.
El látigo ladró al aire sobresaltando a los dulces a su alrededor, que la miraron entre ultrajados y cautelosos. El retroceso de la improvisada arma hizo que se enrollara en su cintura con demasiado cariño. Unos ojillos de caramelo la miraron desde ahí, orejas tiesas y lengua fuera. Una carita que pedía a gritos unas caricias.
-Pero qué cojones... -murmuró, acariciando la cabecita del perro con desconcierto. La criatura pareció satisfecha y volvió a enrollarse. Si hubiese tenido cola estaría golpeando a la mujer con la fuerza de todo can entusiasmado.
Volvió a apuntar hacia el frente, deseando caerle lo suficientemente bien a la piruleta como para que le obedeciese, porque lo que se dice puntería, pues al parecer no tenía. Con ese tipo de... arma, al menos. Avanzó unos pasos hasta colocarse al lado del joven mestizo, centrada sobre todo en la mujer panqueque y sus próximos movim-
Me… ¿me estoy volviendo un pastel?
¿Huh? Se giró hacia él abriendo mucho los ojos. Lo que faltaba. Que la gente empezara a convertirse en bollería. Olisqueó levemente el ambiente y luego con más fuerza, captando el dulce aroma de postre recién horneado. Es decir, todo el pueblo olía a azúcar y caramelos gracias al desastre vigente, pero el chico a su lado desprendía esa suave fragancia de harina caliente y vainilla, de azúcar en polvo con canela... De repente le dieron muchas ganas de...
-Tú ya eras un pastelito antes de esto, rollito de canela. -comentó contra la oreja del otro, usando la mano libre para agarrar aquel firme trasero.- Qué te parece si cuando esto acabe...
Y antes de que nadie pudiese reaccionar entró en escena la elfa rubia, la que le sonaba de algo. Esgrimiendo un... ¿croissant con forma de dragón? Roció a uno de los caballeros caramelo vampiro y por un instante a Nayru le dio un poco de pena verlo humear. ¿Qué hacía aquella loca? ¿Que andaba gritando? ¿Cerezas? ¿Que no tenía suficiente con todo el maldito menú a disposición que ahora buscaba cerezas? ¡Oh no! A lo mejor tenía lo mismo que los niños... los ojos de mujer cansada y hasta las pelotas no contribuían.
-¡No apuntes a los aliados con eso y mira allí! -señaló hacia Panqueen.- ¡Las lunáticas se entienden entre ellas, ve a decirle algo! ¡Eh! ¡EH NO, QUIETOS! -gritó, abalanzándose sobre otro de los caballeros que cargaba contra la mujer de orejas puntiagudas.- ¡Vas en la dirección equivocada! ¡La de los panqueques dijo que los dulces hechos de sangre eran de peor calidad!
De repente un silencio entre los dulces rojos, ominoso, que se volvieron hacia ella y la observaron tan intensamente como a uno le pueden observar magdalenas, tartas y bollos. Los que estaban dentro del círculo de sal, en el altar, alzaron sus voces chillonas. Todos a una. Los que estaban fuera se giraron hacia Panqueen. Todos a una.
-Oh. Ooooh mierda.
Los dulces sin sangre echaron a correr hacia el otro lado de la plaza. Sirin lanzó su propio grito de guerra, buscando el barril de sal. Los pueblerinos se miraron entre ellos. Nayru escondió la cara detrás del caballero de caramelo que tenía atrapado en un abrazo de koala. La criatura blanca sobre la elfa emprendió un vuelo errático y preocupado.
Una risa repentina, disonante y desquiciada, rompió la tensión de la noche. Todos los presentes la buscaron y lo que encontraron fue una criatura rosa encaramada al tejado de la casa del alcalde. Los miraba, los señalaba y reía atroz panza arriba como si la catástrofe de la plaza fuese la mejor comedia del siglo.
La bolita blanca invocada por la rubia boqueó dramáticamente, señalando el tejado. Así que eso era, huh.
¡TÚUUU! ¡TE ATRAPARÉEEE!- se desgañitó el panadero.
Nayru
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
«Todo esto es culpa de Valyria».
Pensé cruelmente, levemente ruborizado pero con el ceño fruncido al ver a la elfa atacando a uno de los dulces con una improvisada arma de dulces, porque no le había bastado que cada dulce fuese un arma en su propio derecho, más o menos. Había tenido que buscar la forma de volverlos un arma también.
Vi a la vampira esbozando media mueca nerviosa, y baje la mirada, como para confirmar. Sí, sí, me susurró en el oído y todo; pero tenía una leve esperanza de que un caramelo me estuviese mordiendo el culo.
Nop, era ella.
—Me… um. Me llamo Anders —dije, sin estar muy seguro de que más decir. “Si te van a coger al menos que sepan que nombre gemir,” decía papá. Mi capacidad de comprensión había llegado a su límite hace mucho tiempo.
Las cosas escalaron sin que pudiese interrumpir—no lo habría hecho, honestamente. ¿Qué era eso qué tenía sobre su cabeza? ¿Una… ardilla? Valyria podía invocar ardillas. En fin. Esto era su culpa, cada vez que nos acercábamos a menos de cinco metros algo malo pasaba, como obras de teatro, o ciempiés gigantes, eso era- era… un margen enorme, pero probaba mi punto, su presencia hacia que las cosas se pusieran raras.
Y esta ocasión envolvía caramelos, sí me preguntasen antes, podría haber dicho y todo que era obra suya. Nunca la había visto intentar darle vida a un dulce… pero si le preguntasen si quería, fijo que respondería-
¡TÚUUU! ¡TE ATRAPARÉEEE!
«¿Huh?» pestañeé, volteando hacia la masa de músculos y dulces cargando un barril de sal, gritando como un guerrero en hongos hacía la cosa rosa más fea que se había cruzado jamás sobre mis ojos. Al menos, esta noche. Noté no era el único que lo estaba viendo, y por algún motivo Valyria estaba soltando un asalto dulce sobre la criatura como si su vida dependiese de ello, iba a gritar “¡Valyria, opciones!”—siempre quise decir eso antes, era como la excusa perfecta—pero no tuve necesidad. Cuando el ángulo fue propicio para ver la cereza, recordé las palabras de Sirin.
Ese es el bastardo.
Pensé muchas cosas a la vez. Como esa cosa era más rápido que todos, la dirección en la que se estaba moviendo; si derribaba o no uno de los pilares de las rudimentarias casas: sabía cuales hacían de soportes vitales, así que podía hacerlas venirse abajo sin mucho esfuerzo, si olería rico o no para siempre; cómo controlaba esto, porque era un rollito y no un rollo si no era un hombre bajo, la distancia entre nosotros y el bastardo sin formas apropiadas de subir al techo, cuál nalga me habían agarrado.
La conclusión que había alcanzado es que ningún caballero no permitiría que insultase el honor de su princesa. ¿Reina?
Tosí audiblemente, muy audiblemente. No funcionó mucho, porque el rosado era importante, por lo que directamente tuve que dar un pequeño grito para llamar la atención, unos cuantos caballeritos voltearon, y un par de aldeanos.
Me hubiese gustado que más caballeritos de... lo que fuese voltearan. En fin. Le toqué una nalga a la mujer, con un dedo, uno solo, ni siquiera estaba seguro que fuese tocar, la- la, ¿la roce? Algo así, tocarla pero muy poquito. Mientras estaba indefensa, no viendo, ocupada sosteniendo a uno de sus compañeros entre sus brazos, err, indefensa, otra vez. La idea era enfurecer a los pequeños para que me siguieran, y, seguro lo hicieron, pero no porque la tocase.
El dedo se me había quedado pegado. Grité internamente jalando atrás y cuando se despegó, pude salir corriendo a lo que solo podía definir como un batallón de menta dándome caza en un torneo de justas donde yo no tenía ni caballo ni lanza.
—¡Llena tus bichos de sal, Valyria! —le grité a la elfa mientras pasaba corriendo, arcilla bajo un brazo y saco de magdalenas bajo el otro—. ¡Y guíalo a fleeechaaas!
Me perdí entre los hogares, siguiendo con los ojos al maldito de rosa. Aquí tenía más ventaja que Sirin: podía ver infinitamente mejor que el humano de noche así que lo guíe, y sin embargo; el rosadito era pequeño y ágil. Nos tomó tiempo llegar, más que nada porque no conocía las calles y Sirin no parecía estar hablando ni en humano ni en elfo ni en nada que no fuese gritos esos momentos. Pero estábamos ahí.
Un área en cruz o equis según como la vieras, entrando por una calle, tres para elegir a donde ir. Edificios bajos, casas… débiles. Correría la arcilla por el arma, sobre el mango, tejiendo arcilla más allá para alargarlo un metro y poco más. Acumularía sobre y detrás de la cabeza del hacha pero no la hoja para darle más peso.
Luciría como una alabarda sin la punta que haría de lanza. No la hice al instante sino cuando pasaba junto al panadero para caer en medio de la intersección de calles, solo un instante en un giro descontrolado para destrozar uno de los soportes de una casa, la que había notado más endeble de todas al llegar al pueblo.
Se vino abajo, y con Valyria cortando la ruta del bicho, bueno, no podía volar, ¿no? Tendría que caer a ras del suelo: no es que esto fuese a volverlo más lento, pero…
—¡Si… um! —gran momento para que se me olvidase su nombre—. ¡Panadero!
—Harinadero —volteé a ver al hombre un momento. ¿De dónde había salido?
—¡Sal! —apunté.
Y golpeé la alabarda sobre la calle por la que habíamos entrado, empujando toda la arcilla hacia el filo y estirándola por el suelo, dejándola al punto más barroso posible, intentando darle… una consistencia pegajos- sentí los cambios y entrecerré los ojos. «No maldito, no tu cuerpo».
Um. Extendí la arcilla para que los caballeritos quedasen atrapados, y lancé el saco de magdalenas al frente. Inmóviles. Inanimadas. Con los infelices atrapado partí el muro, estirándolo en altura y ancho a cambio de que fuese menos grueso, no necesitaba mucha resistencia contra algo que no era fuerte sino rápido.
Un camino bloqueado de sal, dos con la barrera de arcilla y caballeros atorados, y otro bloqueado por Sirin y mi…. Ser pegajoso. De algo tenía que servir.
Miré feo al rosado cuando cayó en escena, y lo reté con la mirada, podía tomar cualquier camino, pero si arriesgaba los muros tendría que usar a los otros dulces de plataforma, si los tocaba… bueno, el encantamiento del que habló Sirin… entendía la vida de los bichos como mera animación, y por experiencia de primera mano: era como tirar agua dentro de un envase, excepto que era éter en vez de agua, y no eran envases sino material. El agua correría sola y se extendería: todos dejarían de estar animados. Si en cambio iba por las magdalenas, bueno… mantenía conexión con ambos muros a ras del suelo, usando disimuladitos hilos de arcilla como puente para todo el éter que tenía cargado. No vería venir las espinas.
Era un pla-
—Qué —musité al ver al cabrón saltar sobre las cabezas de los caballeros y caer al otro lado del muro, y como todos los caballeros seguían moviéndose. Miré a Sirin.
—Mi plan de que toque para desencantar puede tener el pequeño hueco de que desencante a voluntad —dijo, acomodandose el bigote—. ¡En cualquier caso, se escapa! ¡Tras él! —dijo, y cargó de nuevo.
Lo vi más con los ojos más entrecerrados y abrí el muro para que pudiese pasar, soltando un suspiro
Pensé cruelmente, levemente ruborizado pero con el ceño fruncido al ver a la elfa atacando a uno de los dulces con una improvisada arma de dulces, porque no le había bastado que cada dulce fuese un arma en su propio derecho, más o menos. Había tenido que buscar la forma de volverlos un arma también.
Vi a la vampira esbozando media mueca nerviosa, y baje la mirada, como para confirmar. Sí, sí, me susurró en el oído y todo; pero tenía una leve esperanza de que un caramelo me estuviese mordiendo el culo.
Nop, era ella.
—Me… um. Me llamo Anders —dije, sin estar muy seguro de que más decir. “Si te van a coger al menos que sepan que nombre gemir,” decía papá. Mi capacidad de comprensión había llegado a su límite hace mucho tiempo.
Las cosas escalaron sin que pudiese interrumpir—no lo habría hecho, honestamente. ¿Qué era eso qué tenía sobre su cabeza? ¿Una… ardilla? Valyria podía invocar ardillas. En fin. Esto era su culpa, cada vez que nos acercábamos a menos de cinco metros algo malo pasaba, como obras de teatro, o ciempiés gigantes, eso era- era… un margen enorme, pero probaba mi punto, su presencia hacia que las cosas se pusieran raras.
Y esta ocasión envolvía caramelos, sí me preguntasen antes, podría haber dicho y todo que era obra suya. Nunca la había visto intentar darle vida a un dulce… pero si le preguntasen si quería, fijo que respondería-
¡TÚUUU! ¡TE ATRAPARÉEEE!
«¿Huh?» pestañeé, volteando hacia la masa de músculos y dulces cargando un barril de sal, gritando como un guerrero en hongos hacía la cosa rosa más fea que se había cruzado jamás sobre mis ojos. Al menos, esta noche. Noté no era el único que lo estaba viendo, y por algún motivo Valyria estaba soltando un asalto dulce sobre la criatura como si su vida dependiese de ello, iba a gritar “¡Valyria, opciones!”—siempre quise decir eso antes, era como la excusa perfecta—pero no tuve necesidad. Cuando el ángulo fue propicio para ver la cereza, recordé las palabras de Sirin.
Ese es el bastardo.
Pensé muchas cosas a la vez. Como esa cosa era más rápido que todos, la dirección en la que se estaba moviendo; si derribaba o no uno de los pilares de las rudimentarias casas: sabía cuales hacían de soportes vitales, así que podía hacerlas venirse abajo sin mucho esfuerzo, si olería rico o no para siempre; cómo controlaba esto, porque era un rollito y no un rollo si no era un hombre bajo, la distancia entre nosotros y el bastardo sin formas apropiadas de subir al techo, cuál nalga me habían agarrado.
La conclusión que había alcanzado es que ningún caballero no permitiría que insultase el honor de su princesa. ¿Reina?
Tosí audiblemente, muy audiblemente. No funcionó mucho, porque el rosado era importante, por lo que directamente tuve que dar un pequeño grito para llamar la atención, unos cuantos caballeritos voltearon, y un par de aldeanos.
Me hubiese gustado que más caballeritos de... lo que fuese voltearan. En fin. Le toqué una nalga a la mujer, con un dedo, uno solo, ni siquiera estaba seguro que fuese tocar, la- la, ¿la roce? Algo así, tocarla pero muy poquito. Mientras estaba indefensa, no viendo, ocupada sosteniendo a uno de sus compañeros entre sus brazos, err, indefensa, otra vez. La idea era enfurecer a los pequeños para que me siguieran, y, seguro lo hicieron, pero no porque la tocase.
El dedo se me había quedado pegado. Grité internamente jalando atrás y cuando se despegó, pude salir corriendo a lo que solo podía definir como un batallón de menta dándome caza en un torneo de justas donde yo no tenía ni caballo ni lanza.
—¡Llena tus bichos de sal, Valyria! —le grité a la elfa mientras pasaba corriendo, arcilla bajo un brazo y saco de magdalenas bajo el otro—. ¡Y guíalo a fleeechaaas!
Me perdí entre los hogares, siguiendo con los ojos al maldito de rosa. Aquí tenía más ventaja que Sirin: podía ver infinitamente mejor que el humano de noche así que lo guíe, y sin embargo; el rosadito era pequeño y ágil. Nos tomó tiempo llegar, más que nada porque no conocía las calles y Sirin no parecía estar hablando ni en humano ni en elfo ni en nada que no fuese gritos esos momentos. Pero estábamos ahí.
Un área en cruz o equis según como la vieras, entrando por una calle, tres para elegir a donde ir. Edificios bajos, casas… débiles. Correría la arcilla por el arma, sobre el mango, tejiendo arcilla más allá para alargarlo un metro y poco más. Acumularía sobre y detrás de la cabeza del hacha pero no la hoja para darle más peso.
Luciría como una alabarda sin la punta que haría de lanza. No la hice al instante sino cuando pasaba junto al panadero para caer en medio de la intersección de calles, solo un instante en un giro descontrolado para destrozar uno de los soportes de una casa, la que había notado más endeble de todas al llegar al pueblo.
Se vino abajo, y con Valyria cortando la ruta del bicho, bueno, no podía volar, ¿no? Tendría que caer a ras del suelo: no es que esto fuese a volverlo más lento, pero…
—¡Si… um! —gran momento para que se me olvidase su nombre—. ¡Panadero!
—Harinadero —volteé a ver al hombre un momento. ¿De dónde había salido?
—¡Sal! —apunté.
Y golpeé la alabarda sobre la calle por la que habíamos entrado, empujando toda la arcilla hacia el filo y estirándola por el suelo, dejándola al punto más barroso posible, intentando darle… una consistencia pegajos- sentí los cambios y entrecerré los ojos. «No maldito, no tu cuerpo».
Um. Extendí la arcilla para que los caballeritos quedasen atrapados, y lancé el saco de magdalenas al frente. Inmóviles. Inanimadas. Con los infelices atrapado partí el muro, estirándolo en altura y ancho a cambio de que fuese menos grueso, no necesitaba mucha resistencia contra algo que no era fuerte sino rápido.
Un camino bloqueado de sal, dos con la barrera de arcilla y caballeros atorados, y otro bloqueado por Sirin y mi…. Ser pegajoso. De algo tenía que servir.
Miré feo al rosado cuando cayó en escena, y lo reté con la mirada, podía tomar cualquier camino, pero si arriesgaba los muros tendría que usar a los otros dulces de plataforma, si los tocaba… bueno, el encantamiento del que habló Sirin… entendía la vida de los bichos como mera animación, y por experiencia de primera mano: era como tirar agua dentro de un envase, excepto que era éter en vez de agua, y no eran envases sino material. El agua correría sola y se extendería: todos dejarían de estar animados. Si en cambio iba por las magdalenas, bueno… mantenía conexión con ambos muros a ras del suelo, usando disimuladitos hilos de arcilla como puente para todo el éter que tenía cargado. No vería venir las espinas.
Era un pla-
—Qué —musité al ver al cabrón saltar sobre las cabezas de los caballeros y caer al otro lado del muro, y como todos los caballeros seguían moviéndose. Miré a Sirin.
—Mi plan de que toque para desencantar puede tener el pequeño hueco de que desencante a voluntad —dijo, acomodandose el bigote—. ¡En cualquier caso, se escapa! ¡Tras él! —dijo, y cargó de nuevo.
Lo vi más con los ojos más entrecerrados y abrí el muro para que pudiese pasar, soltando un suspiro
Anders
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
No era un experta en situaciones que involucraran rehenes, pero estaba bastante segura de que su entrada había sido impecable. Lo que significaba que ahora iban a traerle la cereza.
En cualquier momento.
Cualquier momento…
Y había empezado una guerra campal sin ninguna cereza a la vista. Genial. Cerró su puño, que temblaba un poco con furia contenida, hasta el punto que los pobres cruagones sacaron la lengua algo mareados. Una batalla campal era una gran manera de acabar con todos los dulces gracias a su arsenal improvisado, pero el destino tenía otros planes.
No necesito a la dramática chinchilla para reconocer a la cosa esa, encajaba con la descripción que les habían dado, y tenía una cereza, así que sumo dos más dos. Miró a la cosa rosada, a los ojos, prometiendo absoluta aniquilación si no bajaba ahora mismo y le ofrecía su cuello. Y cuando la miró, la señaló y se rio, le lanzó aliento de cruagon. No acertó, pero fue muy catártico.
De alguna manera, podía notar la mirada de Anders, juzgándola, como si ella tuviera la culpa. Puede que estuviera mirando la chinchilla, ella si tenía la culpa. Y mientras veía a Anders siendo perseguido por caballeros mentolados, sugiriéndole que rellenara a esos pobres cruagones de sal, estaba pensando. Ni hablar de meterles sal, por cómo le estaban poniendo ojitos, como si fuera a matarlos. Bien pensado seguramente era lo que haría. Pero un puñado de sal fue al carcaj de sus flechas.
Subió a los tejados, siguiendo a ese bicho rosado con la vista, calculando, disparando una flecha de vez en cuando, que la cosa evitaba como si fueran la mismísima plaga. Y entonces Anders activo su trampa, y se preparó. No con su arco no, su mano no cruagonada agarró a la chinchilla.
-¿Shu?-
-¿Estas lista para cumplir tu destino?- puede que fuera la frase, puede que fuera su sonrisa, pero la chinchilla se retorció en su mano mientras era arrojada hacia la cosa rosa. Trágicamente, empezó a saltar encima de los caballeros, y la chinchilla se estampo contra uno de los escudos con un sonoro clonk, arrancándoselo al caballero y derrapando con su improvisado vehículo más allá del agujero recién abierto por Anders. Estaba maldiciéndola todo el rato mientras se alejaba, así que estaría bien, y había valido la pena intentarlo. En cualquier caso, ella repitió la actuación de la cosa rosa, y bajo del tejado encima de los caballeros, usando uno de plataforma. Girar en el aire para bañarlos en chocolate era innecesario seguramente, pero había quedado increíblemente elegante y le permitió desfogarse un poco.
En cualquier momento.
Cualquier momento…
Y había empezado una guerra campal sin ninguna cereza a la vista. Genial. Cerró su puño, que temblaba un poco con furia contenida, hasta el punto que los pobres cruagones sacaron la lengua algo mareados. Una batalla campal era una gran manera de acabar con todos los dulces gracias a su arsenal improvisado, pero el destino tenía otros planes.
No necesito a la dramática chinchilla para reconocer a la cosa esa, encajaba con la descripción que les habían dado, y tenía una cereza, así que sumo dos más dos. Miró a la cosa rosada, a los ojos, prometiendo absoluta aniquilación si no bajaba ahora mismo y le ofrecía su cuello. Y cuando la miró, la señaló y se rio, le lanzó aliento de cruagon. No acertó, pero fue muy catártico.
De alguna manera, podía notar la mirada de Anders, juzgándola, como si ella tuviera la culpa. Puede que estuviera mirando la chinchilla, ella si tenía la culpa. Y mientras veía a Anders siendo perseguido por caballeros mentolados, sugiriéndole que rellenara a esos pobres cruagones de sal, estaba pensando. Ni hablar de meterles sal, por cómo le estaban poniendo ojitos, como si fuera a matarlos. Bien pensado seguramente era lo que haría. Pero un puñado de sal fue al carcaj de sus flechas.
Subió a los tejados, siguiendo a ese bicho rosado con la vista, calculando, disparando una flecha de vez en cuando, que la cosa evitaba como si fueran la mismísima plaga. Y entonces Anders activo su trampa, y se preparó. No con su arco no, su mano no cruagonada agarró a la chinchilla.
-¿Shu?-
-¿Estas lista para cumplir tu destino?- puede que fuera la frase, puede que fuera su sonrisa, pero la chinchilla se retorció en su mano mientras era arrojada hacia la cosa rosa. Trágicamente, empezó a saltar encima de los caballeros, y la chinchilla se estampo contra uno de los escudos con un sonoro clonk, arrancándoselo al caballero y derrapando con su improvisado vehículo más allá del agujero recién abierto por Anders. Estaba maldiciéndola todo el rato mientras se alejaba, así que estaría bien, y había valido la pena intentarlo. En cualquier caso, ella repitió la actuación de la cosa rosa, y bajo del tejado encima de los caballeros, usando uno de plataforma. Girar en el aire para bañarlos en chocolate era innecesario seguramente, pero había quedado increíblemente elegante y le permitió desfogarse un poco.
Valyria
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Y en mitad de todo el caos, del inminente peligro y la locura generalizada, el chaval le tocó el culo. No como ella hiciera previamente, que le había agarrado la nalga con ganas. La tocó con un dedo, un dedo, el cual se enganchó en el pantalón. Y no tuvo mejor idea que poner cara de pánico absoluto y estirar hasta romper como si Nayru le reclamase el alma.
Estupefacta, lo vio salir corriendo con todos los caballeros de caramelo. El que aún tenía agarrado la miró, ella le miró a él parpadeando despacio. Se puso en pie sin soltar el pescuezo del caramelo con la intención de seguir a los demás cuando notó algo raro en los pantalones. Palpó hasta dar con el problema y soltó una risilla irritada, ignorando el rasgón en la tela que le descubría medio culo al andar.
-Así que Anders ¿hmm? La próxima vez la ropa te la arranco yo. -murmuró.- Muy bien, tú te vienes conmigo y me obedeces o te meto en un barril de sal. Y vosotros... -se giró hacia la gente, dispersa, confusa. Algunos sostenían dulces animados, otros se reunían en grupillo e intercambiaban recientes experiencias traumáticas.- estad preparados por si veis la cosa rosa.
Y salió corriendo en busca de los rubios, Sirin, su barril de sal y el dueño de la mencionada misteriosa cereza, que al parecer era muy importante. EL caballero de caramelo la siguió obediente, resonando con un gracioso clic clic clic por el pavimento. Encontró otros aldeanos por ahí, ocupados sin duda en atrapar los dulces más escurridizos; ya no debían quedar muchos pero daban la suficiente guerra.
Llegó a la escena justo a tiempo para ver el desarrollo de lo que fuera que tuviesen en mente, y que tenía como centro el resto del escuadrón de soldaditos de caramelo, atrapados con la cabeza fuera como ofrenda en mitad de una... pared... viscosa... que parecía barro. Parecía, porque tenía el color y la consistencia del barro, pero olía a bollo de canela como Anders. ¿Pero qué circo estaban montando?
La criatura rosa se abalanzó sobre la escena ignorando por completo cualquier tipo de plan establecido, saltándose las reglas con el descaro que otorga la pura hijoputez en estado salvaje. Pasó como un rayo cerca de su oreja y por un momento la mujer pudo ver que, efectivamente, en lo alto de su fea cabeza tenía una cereza brillante y roja. Demasiado brillante, demasiado roja.
-¡La cereza! ¡Hay que quitarle la cereza! -gritó, señalándola como si acabase de hacer el gran descubrimiento de la noche.
El bicho saltó con osadía sobre las cabezas de los caballeros como quien salta escalones en un día contento, esquivándolo todo. La tía loca rubia agarró el peluche esponjoso que venía revoloteando a su alrededor para, con admirable destreza, lanzarlo en pos de su rosa homónimo, a ver qué era lo que pasaba. La pelotita no se lo tomó muy bien, dirigiendo gestos muy feos a la mujer con ininteligibles chillidos indignados.
Antes de que el muro colapsara ante ellos y perder de vista al enano cabrón, Nayru se concentró usando su mano extendida como punto de enfoque para mejorar la puntería. Tanteó las sombras a su disposición, las saludó como viejas amigas, dejó que recorriesen todos los rincones oscuros dentro de ella para dirigirlas hacia donde quería.
Proyectó una nube de sombras1 que se pegó al culo peludo rosado del bastardo, encerrándole en una esfera brumosa y opaca en el momento en el que le sacaba a Anders un dedo muy feo al saltar sobre el muro. Vaya. Menuda noche de seres mágicos.
-¡Buscad una esfera negra que se mueva! ¡Hay suficiente luz de luna, debería destacar! No podemos verle el color... pero ahora mismo él no puede ver nada. Aprovechemos eso.
Estupefacta, lo vio salir corriendo con todos los caballeros de caramelo. El que aún tenía agarrado la miró, ella le miró a él parpadeando despacio. Se puso en pie sin soltar el pescuezo del caramelo con la intención de seguir a los demás cuando notó algo raro en los pantalones. Palpó hasta dar con el problema y soltó una risilla irritada, ignorando el rasgón en la tela que le descubría medio culo al andar.
-Así que Anders ¿hmm? La próxima vez la ropa te la arranco yo. -murmuró.- Muy bien, tú te vienes conmigo y me obedeces o te meto en un barril de sal. Y vosotros... -se giró hacia la gente, dispersa, confusa. Algunos sostenían dulces animados, otros se reunían en grupillo e intercambiaban recientes experiencias traumáticas.- estad preparados por si veis la cosa rosa.
Y salió corriendo en busca de los rubios, Sirin, su barril de sal y el dueño de la mencionada misteriosa cereza, que al parecer era muy importante. EL caballero de caramelo la siguió obediente, resonando con un gracioso clic clic clic por el pavimento. Encontró otros aldeanos por ahí, ocupados sin duda en atrapar los dulces más escurridizos; ya no debían quedar muchos pero daban la suficiente guerra.
Llegó a la escena justo a tiempo para ver el desarrollo de lo que fuera que tuviesen en mente, y que tenía como centro el resto del escuadrón de soldaditos de caramelo, atrapados con la cabeza fuera como ofrenda en mitad de una... pared... viscosa... que parecía barro. Parecía, porque tenía el color y la consistencia del barro, pero olía a bollo de canela como Anders. ¿Pero qué circo estaban montando?
La criatura rosa se abalanzó sobre la escena ignorando por completo cualquier tipo de plan establecido, saltándose las reglas con el descaro que otorga la pura hijoputez en estado salvaje. Pasó como un rayo cerca de su oreja y por un momento la mujer pudo ver que, efectivamente, en lo alto de su fea cabeza tenía una cereza brillante y roja. Demasiado brillante, demasiado roja.
-¡La cereza! ¡Hay que quitarle la cereza! -gritó, señalándola como si acabase de hacer el gran descubrimiento de la noche.
El bicho saltó con osadía sobre las cabezas de los caballeros como quien salta escalones en un día contento, esquivándolo todo. La tía loca rubia agarró el peluche esponjoso que venía revoloteando a su alrededor para, con admirable destreza, lanzarlo en pos de su rosa homónimo, a ver qué era lo que pasaba. La pelotita no se lo tomó muy bien, dirigiendo gestos muy feos a la mujer con ininteligibles chillidos indignados.
Antes de que el muro colapsara ante ellos y perder de vista al enano cabrón, Nayru se concentró usando su mano extendida como punto de enfoque para mejorar la puntería. Tanteó las sombras a su disposición, las saludó como viejas amigas, dejó que recorriesen todos los rincones oscuros dentro de ella para dirigirlas hacia donde quería.
Proyectó una nube de sombras1 que se pegó al culo peludo rosado del bastardo, encerrándole en una esfera brumosa y opaca en el momento en el que le sacaba a Anders un dedo muy feo al saltar sobre el muro. Vaya. Menuda noche de seres mágicos.
-¡Buscad una esfera negra que se mueva! ¡Hay suficiente luz de luna, debería destacar! No podemos verle el color... pero ahora mismo él no puede ver nada. Aprovechemos eso.
Lvl 0 - La noche es oscura...
Nayru castea una "nube" de sombras de hasta 3x3 metros cúbicos ligado a un personaje / objeto de su elección, que no genera daño por sí misma y que sólo se disipará por orden propia o final natural. Todos aquellos dentro de la nube no podrán ver nada, siendo la vista el único sentido impedido. Afecta a un máximo de 3 personas que entren en su rango, y sólo se adhiere a un objetivo u objeto.
Nayru
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
A este punto, la persecución estaba tomando un peaje. Las carreras con la armadura y el único gólem del mundo que tenía que ir cargado me habían desgastado físicamente. Lo absurdo y raro de la noche, más lo rápido que era ese bicho, se combinaban en una peculiar forma de frustración pura.
Tener a Valyria y la cosa blanca dando volteretas y demostrando su enorme agilidad con un baño de chocolate no me ayudaba a enfocarme.
Saber que tenía un par de bollos por culo no ayudaba en nada, tampoco.
No estoy siendo metafórico.
Le había tomado algo de tiempo a mi cerebro adaptarse. Tal vez me había tomado algo de tiempo a mí, pero empezaba a notar cosas. ¿Cómo digo esto? Aunque tengas los ojos cerrados sabes que tu brazo está allí. Puede que no esté tocando “nada,” pero sabes por un hecho que tu brazo está. Lo sientes sin sentirlo, porque no es una sensación venida solo de tacto, a menos de que estés pudriéndote de frío, en cuyo caso argumentaría que estás sintiendo el frío en tu brazo, no tu brazo.
Bueno, esto era así. No podía sentirlos del todo, ni sabía a la perfección la forma ni podía moverlos a voluntad, ni nada. Como un culo normal. Pero, pero sabía en ese instante, que el mío ahora era un par de bollos, como tú sabrías que tienes tu brazo o el otro.
No solo era eso. Los dedos de mis manos eran grisines. No estaba seguro ni quería saber que eran los de mis pies. Ya que estamos en eso, no sabía ni quiero saber que era nada de lo demás, realmente. Sí—estaba preocupado por mi pene, pero creo que casi todo hombre lo está. Si no, en tal situación lo estarían.
En una descarga de furia como relámpago por mi cuerpo al ver como el rosado no solo me había evitado sino que se burlaba, medio rostro se me hizo de caramelo duro, o se cubrió. No estaba seguro, me toqué la cara y no pude sentir por ella pero sí por mis dedos; estaban de vuelta a la normalidad. Tampoco podía ver ni oír por el lado de la cara que se me había acaramelizado.
Puta mierda. ¿Y si mi cerebro se volvía mitad dulce también? Ya era suficientemente torpe con el cerebro entero.
Como si la noche quisiera que permaneciera así de desenfocado, llego la vampira y subió la mano. Le seguí con la mirada.
El hueco del pantalón, por supuesto.
Arrugué la cara y me llevé una mano a la boca, primero confuso porque iba con media nalga al aire. Luego simplemente porque iba con media nalga al aire. No me tardé en ‘descubrir’ que era culpa mía.
—...Mi amiga sabe coser muy bien —me limité a decir, mientras apuntaba a Valyria con el pulgar. Por cambiar el tema, añadí—: Fue un buen tiro, es una pena que no tenga… substancia —acaricié el pulgar contra el índice. Eso lo habría disparado fuera del aire y tendría que haber sentido la caída.
Puede que hubiese terminado con la propia persecución entonces.
Al menos ahora teníamos un rastro además de la ocasional risa irritante: todo lo que entraba a la nube de sombras andante salía derribado, pero la nube no dejaba de moverse. Es decir, el rosado seguía corriendo por mucho que chocara.
Cerré el montón de tierra con los caballeros atrapados y lo comprimí hasta la forma de una roca, que endurecí. Era el equivalente del cuento raro ese que había algo clavado en una roca… ¿era un bastón?
Lo que sea. Era como eso, pero con caballeros de caramelo vivientes atrapados en la piedra, en vez de un objeto inanimado. Porque tenía que ser igual de extra que la noche.
Empecé mi carrera por la calle de al lado, se escuchaban cosas derribándose. Las palabras de la vampira volvieron a repetirse. Ver. La idea de enfrentarla fue terrorífica, no poder nada… ¿no te hacía presa fácil?
Escuchar el desastre que iba dejando el rosado por sus choques me hizo notar que al menos no bloqueaba el ruido. Una parte de mí había asumido eso, supuse que es porque me imaginaba la oscuridad así. Silenciosa.
Esto no era enemistad hacia ella ni nada así. Sé que la gente no iba pensando por la vida al ver a alguien hacer algo "mierda, eso es peligroso. ¿Qué haría si fuese yo…?” Pero tenía un record de ataques de esos. No es decir que no conociese buenos vampiros; solo que había tenido demasiado tras mi cuello.
Definitivamente no era más rápido que Valyria y había tenido que sacrificar la tierra acumulada para retener a los caballeros vivientes. Algunos de ellos. Reunirla en plena carrera se me estaba haciendo más complicado de lo que esperaba, pero era una experiencia a tomar en cuenta para el futuro.
Cada zancada significaba cortar conexión al piso, lo que significaba que mi éter no podía correr demasiado lejos, y en un instante tan pequeño arrancar tierra dura era complicado.
Puesto simple, tenía solo la mitad de mis armas. Un poco menos de la mitad si considerabas que no podía ver a mi blanco en sí, por lo que lanzar el hacha sería más difícil.
A un blanco tan pequeño como una cereza, peor.
Pero no había forma en que fuese más rápido que Valyria. Si me detenía a acumular tierra cuidadosamente aunque fuesen unos segundos, quedaría aún más atrás, y si alguna vez has corrido demasiado, sabes que a cierto punto es menos doloroso seguir corriendo porque cuando te detengas va a ser horrible empezar otra vez.
Por eso seguí corriendo, y por eso al ‘salir’ de la calle y ver una mota de oscuridad no dudé en lanzar el hacha.
Tener a Valyria y la cosa blanca dando volteretas y demostrando su enorme agilidad con un baño de chocolate no me ayudaba a enfocarme.
Saber que tenía un par de bollos por culo no ayudaba en nada, tampoco.
No estoy siendo metafórico.
Le había tomado algo de tiempo a mi cerebro adaptarse. Tal vez me había tomado algo de tiempo a mí, pero empezaba a notar cosas. ¿Cómo digo esto? Aunque tengas los ojos cerrados sabes que tu brazo está allí. Puede que no esté tocando “nada,” pero sabes por un hecho que tu brazo está. Lo sientes sin sentirlo, porque no es una sensación venida solo de tacto, a menos de que estés pudriéndote de frío, en cuyo caso argumentaría que estás sintiendo el frío en tu brazo, no tu brazo.
Bueno, esto era así. No podía sentirlos del todo, ni sabía a la perfección la forma ni podía moverlos a voluntad, ni nada. Como un culo normal. Pero, pero sabía en ese instante, que el mío ahora era un par de bollos, como tú sabrías que tienes tu brazo o el otro.
No solo era eso. Los dedos de mis manos eran grisines. No estaba seguro ni quería saber que eran los de mis pies. Ya que estamos en eso, no sabía ni quiero saber que era nada de lo demás, realmente. Sí—estaba preocupado por mi pene, pero creo que casi todo hombre lo está. Si no, en tal situación lo estarían.
En una descarga de furia como relámpago por mi cuerpo al ver como el rosado no solo me había evitado sino que se burlaba, medio rostro se me hizo de caramelo duro, o se cubrió. No estaba seguro, me toqué la cara y no pude sentir por ella pero sí por mis dedos; estaban de vuelta a la normalidad. Tampoco podía ver ni oír por el lado de la cara que se me había acaramelizado.
Puta mierda. ¿Y si mi cerebro se volvía mitad dulce también? Ya era suficientemente torpe con el cerebro entero.
Como si la noche quisiera que permaneciera así de desenfocado, llego la vampira y subió la mano. Le seguí con la mirada.
El hueco del pantalón, por supuesto.
Arrugué la cara y me llevé una mano a la boca, primero confuso porque iba con media nalga al aire. Luego simplemente porque iba con media nalga al aire. No me tardé en ‘descubrir’ que era culpa mía.
—...Mi amiga sabe coser muy bien —me limité a decir, mientras apuntaba a Valyria con el pulgar. Por cambiar el tema, añadí—: Fue un buen tiro, es una pena que no tenga… substancia —acaricié el pulgar contra el índice. Eso lo habría disparado fuera del aire y tendría que haber sentido la caída.
Puede que hubiese terminado con la propia persecución entonces.
Al menos ahora teníamos un rastro además de la ocasional risa irritante: todo lo que entraba a la nube de sombras andante salía derribado, pero la nube no dejaba de moverse. Es decir, el rosado seguía corriendo por mucho que chocara.
Cerré el montón de tierra con los caballeros atrapados y lo comprimí hasta la forma de una roca, que endurecí. Era el equivalente del cuento raro ese que había algo clavado en una roca… ¿era un bastón?
Lo que sea. Era como eso, pero con caballeros de caramelo vivientes atrapados en la piedra, en vez de un objeto inanimado. Porque tenía que ser igual de extra que la noche.
Empecé mi carrera por la calle de al lado, se escuchaban cosas derribándose. Las palabras de la vampira volvieron a repetirse. Ver. La idea de enfrentarla fue terrorífica, no poder nada… ¿no te hacía presa fácil?
Escuchar el desastre que iba dejando el rosado por sus choques me hizo notar que al menos no bloqueaba el ruido. Una parte de mí había asumido eso, supuse que es porque me imaginaba la oscuridad así. Silenciosa.
Esto no era enemistad hacia ella ni nada así. Sé que la gente no iba pensando por la vida al ver a alguien hacer algo "mierda, eso es peligroso. ¿Qué haría si fuese yo…?” Pero tenía un record de ataques de esos. No es decir que no conociese buenos vampiros; solo que había tenido demasiado tras mi cuello.
Definitivamente no era más rápido que Valyria y había tenido que sacrificar la tierra acumulada para retener a los caballeros vivientes. Algunos de ellos. Reunirla en plena carrera se me estaba haciendo más complicado de lo que esperaba, pero era una experiencia a tomar en cuenta para el futuro.
Cada zancada significaba cortar conexión al piso, lo que significaba que mi éter no podía correr demasiado lejos, y en un instante tan pequeño arrancar tierra dura era complicado.
Puesto simple, tenía solo la mitad de mis armas. Un poco menos de la mitad si considerabas que no podía ver a mi blanco en sí, por lo que lanzar el hacha sería más difícil.
A un blanco tan pequeño como una cereza, peor.
Pero no había forma en que fuese más rápido que Valyria. Si me detenía a acumular tierra cuidadosamente aunque fuesen unos segundos, quedaría aún más atrás, y si alguna vez has corrido demasiado, sabes que a cierto punto es menos doloroso seguir corriendo porque cuando te detengas va a ser horrible empezar otra vez.
Por eso seguí corriendo, y por eso al ‘salir’ de la calle y ver una mota de oscuridad no dudé en lanzar el hacha.
Anders
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Llegados a ese punto, su agotado cuerpo se movía usando puro odio como combustible. Y azúcar, pero prefería pensar que era la rabia que sentía contra esa cosa rosa la que movía todas sus acciones.
La chinchilla orbitando a su alrededor quejándose de que esa no era forma de tratar a una diosa desde luego no ayudaba a su humor. Paró por un momento, recuperando el aliento para resituarse. Esa mujer había convertido a su presa en una bola de sombras, cosa que era… no ideal, pero al parecer la volvía ciega, por lo que compensaba. Estaba considerando seriamente invocar algo muy, muy grande para que la llevara a cuestas, pero se lo repensó mejor, volviendo a saltar de tejado en tejado en busca del estúpido bicharraco rosa.
Costaba un poco más de ver, y se movía más erráticamente, pero en general, era más fácil de alcanzar. Saltó a la calle, detrás de la bola de oscuridad, convencida ahora de que podría atraparla. Estaba ya cayendo cuando vio a Anders y su hacha, viendo sus movimientos prácticamente a cámara lenta, viendo perfectamente la trayectoria recta entre el, la bola de sombras y ella. -Ah…metí la pata.- Nada más tocar el suelo, rodó a un lado, resultando más bien en un avance en diagonal por culpa de la inercia, que la dejo bocabajo con el culo apoyado en una pared. Pero lo que le dolía la espalda era lo de menos. Algo brillaba dentro de la oscuridad, lo que era…un poco paradójico y a juzgar por los chillidos de su peluda acompañante, no era nada bueno.
Se agitó, consiguiendo poner las piernas en el suelo y preparándose para salir por patas, puesto que ya se olía lo que estaba a punto de pasar.
Lo hizo demasiado tarde. La luz se intensificó, hasta explotar. Un hacha salió disparada contra una pared y una tormenta de nieve inundó la zona, interrumpiendo su inicio de carrera y estampándola contra una pared. Y sin embargo, a pesar de esa horrible ventisca, no sentía el frío desolador que habría esperado. Abrir la boca para preguntarle a Anders a gritos si estaba bien le explico el porqué. No era nieve, la nieve no era dulce.
No veía ni rastro del bicho rosa, pero una cereza en el suelo, partida en dos, en un perfecto círculo de suelo, la única parte no blanca de todo lo que podía ver, explicaba unas cuantas cosas.
En realidad no, pero podía preguntar más tarde, de momento, se dio unos cuantos golpes en los pies para romper el cristal de azúcar que los había retenido y se apartó de la pared, que parecía ser más blanda por momentos. Y luego le hizo pat pat a la pobre chinchilla, que miraba la cereza desolada. -Ea ea, seguro que puedes arreglarlo, ¿cierto?-
-Sha, shugi shu…-
-Bueno, ¿y eso es malo? Tendrías a un pueblo que te adora y te da dulces durante el tiempo que haga falta.- el bicho seguía poniendo cara triste, pero ese súbito movimiento de cola le decía otra cosa.
Mierda, se olvidaba de Anders. ¿Hola? ¿Queda alguien vivo?-
La chinchilla orbitando a su alrededor quejándose de que esa no era forma de tratar a una diosa desde luego no ayudaba a su humor. Paró por un momento, recuperando el aliento para resituarse. Esa mujer había convertido a su presa en una bola de sombras, cosa que era… no ideal, pero al parecer la volvía ciega, por lo que compensaba. Estaba considerando seriamente invocar algo muy, muy grande para que la llevara a cuestas, pero se lo repensó mejor, volviendo a saltar de tejado en tejado en busca del estúpido bicharraco rosa.
Costaba un poco más de ver, y se movía más erráticamente, pero en general, era más fácil de alcanzar. Saltó a la calle, detrás de la bola de oscuridad, convencida ahora de que podría atraparla. Estaba ya cayendo cuando vio a Anders y su hacha, viendo sus movimientos prácticamente a cámara lenta, viendo perfectamente la trayectoria recta entre el, la bola de sombras y ella. -Ah…metí la pata.- Nada más tocar el suelo, rodó a un lado, resultando más bien en un avance en diagonal por culpa de la inercia, que la dejo bocabajo con el culo apoyado en una pared. Pero lo que le dolía la espalda era lo de menos. Algo brillaba dentro de la oscuridad, lo que era…un poco paradójico y a juzgar por los chillidos de su peluda acompañante, no era nada bueno.
Se agitó, consiguiendo poner las piernas en el suelo y preparándose para salir por patas, puesto que ya se olía lo que estaba a punto de pasar.
Lo hizo demasiado tarde. La luz se intensificó, hasta explotar. Un hacha salió disparada contra una pared y una tormenta de nieve inundó la zona, interrumpiendo su inicio de carrera y estampándola contra una pared. Y sin embargo, a pesar de esa horrible ventisca, no sentía el frío desolador que habría esperado. Abrir la boca para preguntarle a Anders a gritos si estaba bien le explico el porqué. No era nieve, la nieve no era dulce.
No veía ni rastro del bicho rosa, pero una cereza en el suelo, partida en dos, en un perfecto círculo de suelo, la única parte no blanca de todo lo que podía ver, explicaba unas cuantas cosas.
En realidad no, pero podía preguntar más tarde, de momento, se dio unos cuantos golpes en los pies para romper el cristal de azúcar que los había retenido y se apartó de la pared, que parecía ser más blanda por momentos. Y luego le hizo pat pat a la pobre chinchilla, que miraba la cereza desolada. -Ea ea, seguro que puedes arreglarlo, ¿cierto?-
-Sha, shugi shu…-
-Bueno, ¿y eso es malo? Tendrías a un pueblo que te adora y te da dulces durante el tiempo que haga falta.- el bicho seguía poniendo cara triste, pero ese súbito movimiento de cola le decía otra cosa.
Mierda, se olvidaba de Anders. ¿Hola? ¿Queda alguien vivo?-
Valyria
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Fue como si la desgracia quisiera cachondearse de todos ellos y le dijese al tiempo que fuera más despacio. Al menos Nayru lo captó todo a cámara lenta.
Vio el lanzamiento a ciegas de Anders, vio a la rubia ponerse en el camino de la trayectoria, vio su propia bola de oscuridad alinearse. Abrió la boca para gritarle a la elfa en el momento en el que el arma entraba en la negrura, temiendo que el tiro errado le partiese la crisma o algo. Tenía energía y motivación para cazar la cosa rosa, y eso, aquella noche, era de un valor inestimable. Y también tenía que coserle el pantalón para pasarlo a la cuenta del chaval.
Pero no. La hoja del elfo resonó contra otro hueso totalmente diferente y salió disparada por el otro lado.
¿Se acabó? ¿Le había acertado al enano rosa? La bola de oscuridad de repente quedó suspendida unos palmos sobre el suelo, muy muy quieta. Un punto en el centro comenzó a brillar, haciendo que la vampiresa parpadease con incredulidad. Su habilidad era impenetrable, la luz ni entraba ni salía, cómo era p...
Explotó. Algo explotó con tanta intensidad que la onda expansiva, si bien no les dañó, tumbó a todos los presentes incluyendo caramelos. La luz lo inundó todo, cegándolos como un sol tiránico y blanco, envolviéndolos en una ventisca salvaje que los zarandeaba sin piedad. Nayru trató de agarrarse a lo primero que echó mano, pero el caballerito de azúcar que salió en su rescate tenía el mismo sistema de anclaje que un diente de león en día de brisa.
Rodó por el suelo hasta golpear la espalda contra la pared. No fue un porrazo tan seco como esperaba, casi blando, pero no podía preocuparse ahora mismo de eso porque la nieve amenazaba con enterrarla. Como vampiro era inmortal, pero seguía necesitando el aire para vivir.
Y tan pronto como empezó, cesó. Sin más. La calma antinatural que siempre se cierne sobre los lugares después de una tormenta dejó en los oídos de todos una sensación de sonido silencioso. La mujer abrió los ojos a la noche, el brillo ya no estaba. Se puso en pie trabajosamente, vapuleada como pocas veces, y notó que había algo raro al sacudirse la nieve de los hombros: en vez de caer al suelo, se dispersaba en espesas nubecillas. ¿Era...? No podía ser. Se llevó un dedo a la boca y comprobó con estupefacción que sí, que era azúcar. Nevaba azúcar.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Sin embargo Nayru no se movió de donde estaba, porque seguían ocurriendo cosas más raras. Con ella misma, en concreto. Se miró las palmas de las manos, los brazos, de un tono más oscuro al suyo. Al bajar la vista contempló que su torso salía de una tarta de manzana... pero podía sentirse los pies. De hecho, la tarta actuaba como una falda... y clavada en ella había varias espadas roperas. Algo goteó desde su cabeza. Casi soltó un grito al saber que el atuendo venía con sombrero y todo, esponjoso como una tortita y con miel incluida. Era... ¿se había convertido en un dulce ella también? ¿Cómo...? ¿¡Por qué!?
-¿Hola? ¿Queda alguien vivo?
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Se giró de inmediato hacia aquella voz, esperando encontrar a la elfa rubia. La encontró, claro. Cambiada. Le había encanecido el pelo, crecido orejas de fresa y a su alrededor flotaban varios conejos que parecían estar hechos de nubes o merengue. En vez de la ropa normal llevaba un vaporoso vestido blanco que juraría estaba hecho con encaje de azúcar porque sí, ahora el encaje de azúcar era algo. Y para rematar, tenía cola. Encantadoramente esponjosa.
-¿Tienes idea de lo que está pasando? -casi gimió, se le escapaba de toda lógica.
Tras ella vio la cosa peluda blanca que la venía acompañando, trazando círculos mirando al suelo mientras soltaba soniditos ininteligibles. Lo último que le faltaba aquella noche era que algo desconocido invocase algo aún más desconocido para... Cuando se acercó pudo ver que no, que sólo estaba llorando sobre el cadáver de la cereza partida en dos. La misma cereza que había que quitarle al bicho rosa.
-Oooh joder. Joder joder joder. ¿Dónde está la cosa rosa? ¿Y el otro? Tu amigo, dónde...
-Urrghhh aquí... ayudadme...
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Tanto la elfa con cola como Nayru se giraron en dirección a la nueva voz... a la vieja voz, en realidad. Porque aunque Sirin Lambert luciera totalmente diferente, seguía siendo él mismo. Ahora parecía un gigantesco y robusto osito de... ¿gelatina? Algo más compacto, y sin duda más grande, con una coloración entre el rojo y el morado la mar de interesante. Sus facciones animales quedaban extrañas tras el bigote que no había perdido en el cambio. Arrastraba consigo lo que parecía una masa informe de color caramelo que goteaba según andaba y...
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Era Anders, inconsciente al parecer. No le extrañó ya que la última vez que lo vio corría como un condenado hacia la desgracia. Conservaba la figura atlética particular de su propia mezcla, pero alargada y más elegante ahora. Parecía estar hecho totalmente de caramelo, de la cabeza a los pies, incluyendo todo el barro con el que jugaba y que siempre mantenía cerca... todo sirope. De repente abrió los ojos y después de entrar en un breve estado de pánico silencioso, se bajó de los poco caballerosos brazos del panadero y recobró la compostura. Ahora que estaba consciente todo su caramelo parecía volver... ¿a su sitio? Obedecía órdenes como mínimo, el caramelo no gotea hacia arriba.
Los cuatro se miraron, siendo por unos segundos la definición física del sumo desconcierto. Las transformaciones no sólo no se limitaban a ellos, sino que iban más allá incluso de lo que podían ver ahora mismo. La totalidad de Pavarty había sido convertida en una villa de caramelo, con sus casas de bizcocho y jengibre, adoquines de chocolate y decoraciones de azúcar, tejas de regaliz y pozos que, irónicamente, seguían dando agua en vez de almíbar. Las fuentes gorgoteaban con sirope y los árboles de la avenida principal tenían hojas que, al chuparlas, sabían a caramelo ácido
Esto abarcaba todo el pueblo y al menos cinco kilómetros a la redonda del mismo, con lo cual las lomas de césped eran ahora suaves briznas azucaradas y los bosquecillos cercanos tenían árboles de caramelo de menta, con sus espirales blancas y rojas y todo. Un laguito cercano cambió sus aguas turbias de calima por uno de los mejores chocolates que probablemente se pudieran encontrar en el continente. Evidentemente afectaba también a los huertos cercanos y algunas cosechas.
Toda la vida vegetal había sido afectada así como las construcciones e incluso los caminos, dejando intactos animales y habitantes salvo por los cuatro que fastidiaron todo el asunto.
La chinchilla trató, muy graciosamente, de arreglar lo que estaba roto. Golpeó varias veces la mitad de aquella fruta roja, concentrándose mucho, pero nada sucedía. Cuando se cansó de hacer lo que estuviese haciendo se volvió hacia ellos, flotando entre nubes brillantes de azúcar en polvo mientras los señalaba acusadora con su dedito.
Para sorpresa de todos menos de la elfa rubia, pudieron entender a la criatura por primera vez en lo que iba de noche. Para sorpresa de todos, y esta vez también de la rubia, tuvieron que aguantar tres minutos de acusaciones en un lenguaje sorprendentemente técnico sobre artefactos milenarios, dimensiones, energía y glucosa. Nadie entendió absolutamente nada.
Vio el lanzamiento a ciegas de Anders, vio a la rubia ponerse en el camino de la trayectoria, vio su propia bola de oscuridad alinearse. Abrió la boca para gritarle a la elfa en el momento en el que el arma entraba en la negrura, temiendo que el tiro errado le partiese la crisma o algo. Tenía energía y motivación para cazar la cosa rosa, y eso, aquella noche, era de un valor inestimable. Y también tenía que coserle el pantalón para pasarlo a la cuenta del chaval.
Pero no. La hoja del elfo resonó contra otro hueso totalmente diferente y salió disparada por el otro lado.
¿Se acabó? ¿Le había acertado al enano rosa? La bola de oscuridad de repente quedó suspendida unos palmos sobre el suelo, muy muy quieta. Un punto en el centro comenzó a brillar, haciendo que la vampiresa parpadease con incredulidad. Su habilidad era impenetrable, la luz ni entraba ni salía, cómo era p...
Explotó. Algo explotó con tanta intensidad que la onda expansiva, si bien no les dañó, tumbó a todos los presentes incluyendo caramelos. La luz lo inundó todo, cegándolos como un sol tiránico y blanco, envolviéndolos en una ventisca salvaje que los zarandeaba sin piedad. Nayru trató de agarrarse a lo primero que echó mano, pero el caballerito de azúcar que salió en su rescate tenía el mismo sistema de anclaje que un diente de león en día de brisa.
Rodó por el suelo hasta golpear la espalda contra la pared. No fue un porrazo tan seco como esperaba, casi blando, pero no podía preocuparse ahora mismo de eso porque la nieve amenazaba con enterrarla. Como vampiro era inmortal, pero seguía necesitando el aire para vivir.
Y tan pronto como empezó, cesó. Sin más. La calma antinatural que siempre se cierne sobre los lugares después de una tormenta dejó en los oídos de todos una sensación de sonido silencioso. La mujer abrió los ojos a la noche, el brillo ya no estaba. Se puso en pie trabajosamente, vapuleada como pocas veces, y notó que había algo raro al sacudirse la nieve de los hombros: en vez de caer al suelo, se dispersaba en espesas nubecillas. ¿Era...? No podía ser. Se llevó un dedo a la boca y comprobó con estupefacción que sí, que era azúcar. Nevaba azúcar.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Sin embargo Nayru no se movió de donde estaba, porque seguían ocurriendo cosas más raras. Con ella misma, en concreto. Se miró las palmas de las manos, los brazos, de un tono más oscuro al suyo. Al bajar la vista contempló que su torso salía de una tarta de manzana... pero podía sentirse los pies. De hecho, la tarta actuaba como una falda... y clavada en ella había varias espadas roperas. Algo goteó desde su cabeza. Casi soltó un grito al saber que el atuendo venía con sombrero y todo, esponjoso como una tortita y con miel incluida. Era... ¿se había convertido en un dulce ella también? ¿Cómo...? ¿¡Por qué!?
-¿Hola? ¿Queda alguien vivo?
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Se giró de inmediato hacia aquella voz, esperando encontrar a la elfa rubia. La encontró, claro. Cambiada. Le había encanecido el pelo, crecido orejas de fresa y a su alrededor flotaban varios conejos que parecían estar hechos de nubes o merengue. En vez de la ropa normal llevaba un vaporoso vestido blanco que juraría estaba hecho con encaje de azúcar porque sí, ahora el encaje de azúcar era algo. Y para rematar, tenía cola. Encantadoramente esponjosa.
-¿Tienes idea de lo que está pasando? -casi gimió, se le escapaba de toda lógica.
Tras ella vio la cosa peluda blanca que la venía acompañando, trazando círculos mirando al suelo mientras soltaba soniditos ininteligibles. Lo último que le faltaba aquella noche era que algo desconocido invocase algo aún más desconocido para... Cuando se acercó pudo ver que no, que sólo estaba llorando sobre el cadáver de la cereza partida en dos. La misma cereza que había que quitarle al bicho rosa.
-Oooh joder. Joder joder joder. ¿Dónde está la cosa rosa? ¿Y el otro? Tu amigo, dónde...
-Urrghhh aquí... ayudadme...
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Tanto la elfa con cola como Nayru se giraron en dirección a la nueva voz... a la vieja voz, en realidad. Porque aunque Sirin Lambert luciera totalmente diferente, seguía siendo él mismo. Ahora parecía un gigantesco y robusto osito de... ¿gelatina? Algo más compacto, y sin duda más grande, con una coloración entre el rojo y el morado la mar de interesante. Sus facciones animales quedaban extrañas tras el bigote que no había perdido en el cambio. Arrastraba consigo lo que parecía una masa informe de color caramelo que goteaba según andaba y...
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Era Anders, inconsciente al parecer. No le extrañó ya que la última vez que lo vio corría como un condenado hacia la desgracia. Conservaba la figura atlética particular de su propia mezcla, pero alargada y más elegante ahora. Parecía estar hecho totalmente de caramelo, de la cabeza a los pies, incluyendo todo el barro con el que jugaba y que siempre mantenía cerca... todo sirope. De repente abrió los ojos y después de entrar en un breve estado de pánico silencioso, se bajó de los poco caballerosos brazos del panadero y recobró la compostura. Ahora que estaba consciente todo su caramelo parecía volver... ¿a su sitio? Obedecía órdenes como mínimo, el caramelo no gotea hacia arriba.
Los cuatro se miraron, siendo por unos segundos la definición física del sumo desconcierto. Las transformaciones no sólo no se limitaban a ellos, sino que iban más allá incluso de lo que podían ver ahora mismo. La totalidad de Pavarty había sido convertida en una villa de caramelo, con sus casas de bizcocho y jengibre, adoquines de chocolate y decoraciones de azúcar, tejas de regaliz y pozos que, irónicamente, seguían dando agua en vez de almíbar. Las fuentes gorgoteaban con sirope y los árboles de la avenida principal tenían hojas que, al chuparlas, sabían a caramelo ácido
Esto abarcaba todo el pueblo y al menos cinco kilómetros a la redonda del mismo, con lo cual las lomas de césped eran ahora suaves briznas azucaradas y los bosquecillos cercanos tenían árboles de caramelo de menta, con sus espirales blancas y rojas y todo. Un laguito cercano cambió sus aguas turbias de calima por uno de los mejores chocolates que probablemente se pudieran encontrar en el continente. Evidentemente afectaba también a los huertos cercanos y algunas cosechas.
Toda la vida vegetal había sido afectada así como las construcciones e incluso los caminos, dejando intactos animales y habitantes salvo por los cuatro que fastidiaron todo el asunto.
La chinchilla trató, muy graciosamente, de arreglar lo que estaba roto. Golpeó varias veces la mitad de aquella fruta roja, concentrándose mucho, pero nada sucedía. Cuando se cansó de hacer lo que estuviese haciendo se volvió hacia ellos, flotando entre nubes brillantes de azúcar en polvo mientras los señalaba acusadora con su dedito.
Para sorpresa de todos menos de la elfa rubia, pudieron entender a la criatura por primera vez en lo que iba de noche. Para sorpresa de todos, y esta vez también de la rubia, tuvieron que aguantar tres minutos de acusaciones en un lenguaje sorprendentemente técnico sobre artefactos milenarios, dimensiones, energía y glucosa. Nadie entendió absolutamente nada.
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Estupendo. La cereza, que era el billete de salida de toda esta locura, se ha roto. "Roto." Ahem, no miremos a nadie.
¿Consecuencias? Ya las habéis visto: Pavarty es ahora un pueblo hecho enteramente de dulces. Sus habitantes no, supongo que ellos darán las gracias, pero todos nosotros sí que nos hemos convertido en dulces horrores al estar tan cerca del blast radius :B
¿Soluciones? Es cosa del gremlin ahora. Inari, la invocación fallida de Val, está bastante cabreada porque le hemos fastidiado un artefacto multidimensional (o eso dice ella, yo no me fiaría). Y al fin y al cabo es su magia, a pesar de que gracias a la influencia de los dioses pudo ser invocada en este plano y agravar la situación a nuestro lado.
Por lo tanto, depende de nosotros desenfadar a la chinchilla y que nos devuelva nuestro aspecto. Tú también, Val. No debería ser difícil, a Inari le vuelven loca los dulces. Respecto al cabrón rosa... ¿se habrá desvanecido junto al poder desatado de la cereza? ¿Habrá regresado a su plano? ¿O resulta que era una personificación de la propia cereza para poder ir de un lado a otro? Misterios misteriosos misteriosamente misteriados.
No podemos olvidar que también hay que contentar a los dioses esta noche y aún debemos hacer las ofrendas pertinentes. ¡La noche todavía no acaba!
Empieza la ronda 7, amigos míos. Have fun.
Nayru
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Sonreí, viendo luz en la oscuridad.
Al ver la cara de Valyria y la otra mujer dejé de hacerlo casi a tiempo. Algo golpeó mis ojos y mis oídos y mi cuerpo al mismo tiempo. Vi blanco. Escuché algo que se escuchaba como te endulzaban diciéndote cosas al oído.
Y sentí como que me había golpeado un martillo del tamaño de mi cuerpo completo.
No se sintió como nada, de hecho, hasta que el dolor se asentó. Verás… hay dolores que ocupan tu mente más de lo que deberían por lo que sea que alcanzase tu cuerpo. ¿Un corte? Te arde el corte, donde está. Ni más ni menos.
¿Te pica una avispa? Despídete de tu jodido brazo. Dolores como ese tenían que asentarse; reducirse para poder dejar espacio de nuevo a lo demás. Fuesen otros dolores, o fuese tu cuerpo y tus sentidos. Estos últimos volvieron a mí lentamente.
Con ello creí estar muerto. De todos los caminos que había escuchado que podían esperarte luego de la vida, no había oído de éste. Blanco por todos lados. Sintiéndome tan pesado que no estaba seguro si tenía el culo o el pecho contra el suelo.
No esperaba que fuese a juzgarme un oso gigante de colores - porque siempre había algo que debía hacerlo.
¿Había ido a parar en un sitio con hombres-bestia? Me agradaban, al menos. Tal vez no me agradaría después de descubrir que quizá estaba rojo porque estaba bañado en sangre, uno de esos tantos que tuve que matar para que no me matasen. Ni podía abrir la boca para decir "hey, ¿sin malos sentimientos?"
Puede que no fuese necesario, y era un amigo. Me llevaría a donde iban “los bue-
Mierda, me estaba arrastrando. Ni siquiera me cargaba como un saco de harina o algo. Al abismo entonces. Suspiré con la pesadez que sentía en el alma y cerré los ojos.
Al escuchar una voz familiar los abrí. Entonces me fijé en el bigote, y el alrededor. Y dos seres más, acaramelados. Las memorias me golpearon más fuerte que la explosión. Hubo una.
Debí imaginarlo. El lugar más terrible al que podía ir era de vuelta con los vivos.
Me bajé lentamente del agarré del oso y resbalé en una falta de equilibrio. Vi mis piernas, algo... algo largas. Me sentía como de puntillas, pero sin poder dejar de estarlo. Había un charco viscoso en el suelo que empezó a escalarme y maldije, porque esa sensación sí que la conocía.
Mi único otro movimiento voluntario fue girar la cabeza hacia la cosita que Valyria llevaba consigo, azotando a la cereza como alguien intentando abrir un coco. Le vi la cara al resto e intenté abrir la boca para llamar nombres y comprobar quien era quien, pero esa voz no me sonaba. Pasé la vista sobre ella unas tres veces buscando su fuente, hasta comprender que la fuente era la cosita.
La voz de las fresas me dejaba claro que era Valyria. Por descarte, Tarta o era la chica o un desafortunado accidente. O era Sirin, y el oso era alguien más, pero…
—Ni siquiera sé que es glucosa —murmuré en voz baja. Por el movimiento de la cola y como se giró en mi dirección, la pequeña pareció escucharme.
Le vi la cara a Valyria por pistas, porque parecía la más cómoda de todos con la situación.
…
La… uh. Aparté la mirada de su cola, porque no hablaba de ese tipo de comodidad. ¿Teníamos qué negociar con una...? Por los dulces, ni sabía que era, pero Valyria solía invocar seres que actuaban más o menos como animales. O se presentaban como uno.
Agarré a la cosita e intenté acariciarle la tripa con un dedo. Lo disfruto un par de segundos, hasta que la arañé en un sobresalto y se encabronó más, insultándome en lo que sospechaba eran dos o tres idiomas más distintos. Se dio vuelta con un nivel de drama que no esperarías de nada de su naturaleza, golpeándome la cara con su cola en el mismo movimiento, y se alejó, emitiendo pequeños sonidos.
Sonidos que no puedo describir, por lo que deberás conformarte con saber que sonaba como algo mullido y enojado.
No algo con esas características. Algo que es eso y nada más. Suavidad y furia, si tiene algún sentido. Por lo que te he dicho del resto de esta noche, deberías saber que no, no tiene ninguno.
Volteé atrás para ver la causa del accidental arañazo a Inari. El caballero de menta, había vuelto… con un parche, lo que parecía una cortina negra destrozada, y pinchándome con bastante insistencia con su lanza en el culo. Bastante noble el intentar vengarse aún por su señora.
Al ver la cara de Valyria y la otra mujer dejé de hacerlo casi a tiempo. Algo golpeó mis ojos y mis oídos y mi cuerpo al mismo tiempo. Vi blanco. Escuché algo que se escuchaba como te endulzaban diciéndote cosas al oído.
Y sentí como que me había golpeado un martillo del tamaño de mi cuerpo completo.
No se sintió como nada, de hecho, hasta que el dolor se asentó. Verás… hay dolores que ocupan tu mente más de lo que deberían por lo que sea que alcanzase tu cuerpo. ¿Un corte? Te arde el corte, donde está. Ni más ni menos.
¿Te pica una avispa? Despídete de tu jodido brazo. Dolores como ese tenían que asentarse; reducirse para poder dejar espacio de nuevo a lo demás. Fuesen otros dolores, o fuese tu cuerpo y tus sentidos. Estos últimos volvieron a mí lentamente.
Con ello creí estar muerto. De todos los caminos que había escuchado que podían esperarte luego de la vida, no había oído de éste. Blanco por todos lados. Sintiéndome tan pesado que no estaba seguro si tenía el culo o el pecho contra el suelo.
No esperaba que fuese a juzgarme un oso gigante de colores - porque siempre había algo que debía hacerlo.
¿Había ido a parar en un sitio con hombres-bestia? Me agradaban, al menos. Tal vez no me agradaría después de descubrir que quizá estaba rojo porque estaba bañado en sangre, uno de esos tantos que tuve que matar para que no me matasen. Ni podía abrir la boca para decir "hey, ¿sin malos sentimientos?"
Puede que no fuese necesario, y era un amigo. Me llevaría a donde iban “los bue-
Mierda, me estaba arrastrando. Ni siquiera me cargaba como un saco de harina o algo. Al abismo entonces. Suspiré con la pesadez que sentía en el alma y cerré los ojos.
Al escuchar una voz familiar los abrí. Entonces me fijé en el bigote, y el alrededor. Y dos seres más, acaramelados. Las memorias me golpearon más fuerte que la explosión. Hubo una.
Debí imaginarlo. El lugar más terrible al que podía ir era de vuelta con los vivos.
Me bajé lentamente del agarré del oso y resbalé en una falta de equilibrio. Vi mis piernas, algo... algo largas. Me sentía como de puntillas, pero sin poder dejar de estarlo. Había un charco viscoso en el suelo que empezó a escalarme y maldije, porque esa sensación sí que la conocía.
Mi único otro movimiento voluntario fue girar la cabeza hacia la cosita que Valyria llevaba consigo, azotando a la cereza como alguien intentando abrir un coco. Le vi la cara al resto e intenté abrir la boca para llamar nombres y comprobar quien era quien, pero esa voz no me sonaba. Pasé la vista sobre ella unas tres veces buscando su fuente, hasta comprender que la fuente era la cosita.
La voz de las fresas me dejaba claro que era Valyria. Por descarte, Tarta o era la chica o un desafortunado accidente. O era Sirin, y el oso era alguien más, pero…
—Ni siquiera sé que es glucosa —murmuré en voz baja. Por el movimiento de la cola y como se giró en mi dirección, la pequeña pareció escucharme.
Le vi la cara a Valyria por pistas, porque parecía la más cómoda de todos con la situación.
…
La… uh. Aparté la mirada de su cola, porque no hablaba de ese tipo de comodidad. ¿Teníamos qué negociar con una...? Por los dulces, ni sabía que era, pero Valyria solía invocar seres que actuaban más o menos como animales. O se presentaban como uno.
Agarré a la cosita e intenté acariciarle la tripa con un dedo. Lo disfruto un par de segundos, hasta que la arañé en un sobresalto y se encabronó más, insultándome en lo que sospechaba eran dos o tres idiomas más distintos. Se dio vuelta con un nivel de drama que no esperarías de nada de su naturaleza, golpeándome la cara con su cola en el mismo movimiento, y se alejó, emitiendo pequeños sonidos.
Sonidos que no puedo describir, por lo que deberás conformarte con saber que sonaba como algo mullido y enojado.
No algo con esas características. Algo que es eso y nada más. Suavidad y furia, si tiene algún sentido. Por lo que te he dicho del resto de esta noche, deberías saber que no, no tiene ninguno.
Volteé atrás para ver la causa del accidental arañazo a Inari. El caballero de menta, había vuelto… con un parche, lo que parecía una cortina negra destrozada, y pinchándome con bastante insistencia con su lanza en el culo. Bastante noble el intentar vengarse aún por su señora.
Última edición por Anders el Jue 10 Dic - 22:28, editado 1 vez
Anders
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
Se sentía… aturdida. Normal, seguramente, dadas las circunstancias, pero a la vez… bien, como si se hubiera podido rascar una zona a la que no llegaba. Se estiró, agitando la cola y su cerebro frenó en seco.
Volvió a agitar la cola, confirmando la sensación, mientras se fijaba en cierto precioso encaje en sus brazos que definitivamente no había hecho ella. Esa parte la molestó más que la cola, la verdad. Y sintiendo su humor, fue avasallada por un amasijo de formas redondas, que la mandaron de culo al suelo.
Esa parte la volvió a descolocar, apartando un adorable conejo de merengue de su boca. Al parecer sus espíritus se habían… materializado sin su ayuda. Y con una forma curiosa. Y sabor, eso desde luego era nuevo. Suspiró, centrando su mente. Todo el mundo parecía estar bien. Bueno, cambiados, pero vivos. Incluso la chinchilla, por mucho que les estuviera gritando, parecía estar perfectamente. Incluso el pueblo, a pesar del aspecto… paradisíaco, parecía estar cambiado pero intacto. ¿Había acabado ya la bronca? No, no que va, pero aprecia estar quedándose sin aire. ¿Cómo podía gritar tanto una cosa tan pequeña? Un par de minutos más tarde, por fin se había callado, tomando aire encima de uno de sus conejos.
Extendió los brazos hacia ella, y la condenada la miró, para luego girarse y hacer que el conejo flotara más lejos. Que esa cosa forzara su voluntad y ordenara a una de sus criaturas como si nada era… una sensación exótica, cuando menos, aunque pareció parar cuando notó su mueca. Hasta se dejó agarrar, aunque seguía refunfuñando. -No te enfades. Salió mal, pero hicimos lo que pudimos. Y creo que lo hicimos bastante bien…- oyó el refunfuño, y sacó una galleta, que desapareció tan rápido de su mano que habría sospechado teletransporte si no pudiera notar las migajas cayendo sobre sus manos. -¿Y no es todo lo que vemos una prueba de tu enorme poder, para ser admirado durante un tiempo?- Y por supuesto que ya que estaba, aprovecho para achuchar a la chinchilla, en toda su esponjosidad. Intento frotar su cara contra su barriguita, pero una pata en toda la frente se lo impidió.
-Seguro que los lugareños estarán encantados de tenerte supervisando sus…lo que sea que crezca en los campos ahora. Y piensa en lo generosa que será la ofrenda del año que viene… Pero algunos solo estamos de visita, y nunca recuperaras nuestra… ¿parte de la cereza? Si nos vamos sin que nos ayudes…- seguía enfurruñada, pero a ella no la engañaba, podía notar esa cola agitarse como un remolino ante la mención de la ofrenda. -Y hablando de ofrenda, aun no la hicimos, ¿cierto? ¿Qué te parece si vamos a ello?- esta vez ya no pudo fingir su indiferencia, flotando fuera de sus brazos y dando una pirueta al aire antes de dirigirse… pues hacia donde estaría el altar seguramente, estaba un poco perdida tras la terraformación, la verdad.
Volvió a agitar la cola, confirmando la sensación, mientras se fijaba en cierto precioso encaje en sus brazos que definitivamente no había hecho ella. Esa parte la molestó más que la cola, la verdad. Y sintiendo su humor, fue avasallada por un amasijo de formas redondas, que la mandaron de culo al suelo.
Esa parte la volvió a descolocar, apartando un adorable conejo de merengue de su boca. Al parecer sus espíritus se habían… materializado sin su ayuda. Y con una forma curiosa. Y sabor, eso desde luego era nuevo. Suspiró, centrando su mente. Todo el mundo parecía estar bien. Bueno, cambiados, pero vivos. Incluso la chinchilla, por mucho que les estuviera gritando, parecía estar perfectamente. Incluso el pueblo, a pesar del aspecto… paradisíaco, parecía estar cambiado pero intacto. ¿Había acabado ya la bronca? No, no que va, pero aprecia estar quedándose sin aire. ¿Cómo podía gritar tanto una cosa tan pequeña? Un par de minutos más tarde, por fin se había callado, tomando aire encima de uno de sus conejos.
Extendió los brazos hacia ella, y la condenada la miró, para luego girarse y hacer que el conejo flotara más lejos. Que esa cosa forzara su voluntad y ordenara a una de sus criaturas como si nada era… una sensación exótica, cuando menos, aunque pareció parar cuando notó su mueca. Hasta se dejó agarrar, aunque seguía refunfuñando. -No te enfades. Salió mal, pero hicimos lo que pudimos. Y creo que lo hicimos bastante bien…- oyó el refunfuño, y sacó una galleta, que desapareció tan rápido de su mano que habría sospechado teletransporte si no pudiera notar las migajas cayendo sobre sus manos. -¿Y no es todo lo que vemos una prueba de tu enorme poder, para ser admirado durante un tiempo?- Y por supuesto que ya que estaba, aprovecho para achuchar a la chinchilla, en toda su esponjosidad. Intento frotar su cara contra su barriguita, pero una pata en toda la frente se lo impidió.
-Seguro que los lugareños estarán encantados de tenerte supervisando sus…lo que sea que crezca en los campos ahora. Y piensa en lo generosa que será la ofrenda del año que viene… Pero algunos solo estamos de visita, y nunca recuperaras nuestra… ¿parte de la cereza? Si nos vamos sin que nos ayudes…- seguía enfurruñada, pero a ella no la engañaba, podía notar esa cola agitarse como un remolino ante la mención de la ofrenda. -Y hablando de ofrenda, aun no la hicimos, ¿cierto? ¿Qué te parece si vamos a ello?- esta vez ya no pudo fingir su indiferencia, flotando fuera de sus brazos y dando una pirueta al aire antes de dirigirse… pues hacia donde estaría el altar seguramente, estaba un poco perdida tras la terraformación, la verdad.
Valyria
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
No entendió nada. Es decir, las palabras llegaban a ella, comprendía el sentido de cada una de manera individual. El problema era cuando la chinchilla las juntaba todas en frases largas y ahí se perdía todo.
Ignoró el discurso de furia peluda en favor de un reconocimiento de los alrededores, tratando de no reír ante Sirin y su mejor esfuerzo por no meter a la cosita blanca en un saco y hacer magdalenas con ella. Sí, todo se había vuelto de caramelo, o de bizcocho, o de azúcar. Vio los mimos de Anders ser rechazados sin mayor miramiento y cómo el único caballerito de caramelo que quedaba le pinchaba el culo.
-¡Soldado! -exclamó con la voz más marcial que supo poner. La criatura se cuadró de inmediato mirando al frente, que básicamente fue la parte baja del joven, dulce espectáculo.- Ese culo no se pincha, se muerde.
Y ahora Nayru sí rió ante la expresión del chico y la incertidumbre del caramelo, dejando escapar el sonido desde el estómago, con fuerza. Sirvió para liberar un poco la tensión. Porque aunque la seguía preocupando ligeramente ser una tarta de manzana, la reconfortaba ver que las cosas con ella parecían más o menos igual.
-¿Arruinado? ¿Tu cereza? ¡Mira mi pueblo! ¡Mira como ha quedado todo! Y ahora somos caramelos. ¡Somos gente de caramelo! -Sirin alcanzó un tono bastante agudo que en un hombre como él no podía llamarse chillar, pero que hubiera hecho gruñir a algún perro. Apuntó a la chinchilla con su grueso dedo acusador.- ¡Pasa la noche y las ofrendas sin hacer! Y todo por perseguir algo que dejaste suelto... ¡Devuélvenos a como estábamos!
-Cálmate, viejo. -suspiró la tartaresa alzando las manos en busca de paz.- No vamos a enfadar más a... una chinchilla mágica salida de quién sabe dónde. No, ¿te imaginas que la cabreas y en vez de gente de caramelo nos convierte en caramelos, sin más? Espera... ¿la cosa rosa no volverá, cierto?
Inari, la nombrada chinchilla, asintió a la vez que dejaba escapar soniditos de indignación ante el maltrato inmerecido de su persona. Al menos la amiga de Anders trataba de... sobornarla. Probablemente. Desde luego la mujer parecía la mar de encantada con su nueva forma y sus conejitos de merengue. Tan suave y esponjosa era aquella cola... ¿ella entera sería así?
-Tiene sentido... pero si ella nos ha convertido, que nos desconvierta. No me gusta mucho la idea, pero ¿qué tal si le hacemos una ofrenda a ella también? Una pequeñita en la hornacina que hay en la fachada de mi panadería, no quiero ofender a los dioses. ¿Te... parece bien? -preguntó con el ceño fruncido; la chinchilla revoloteó con evidente satisfacción.- ¡Y quiero que conste que aún sigo enfadado! Los dulces siguen dispersos, ahora que nos hemos librado de la cereza a lo mejor es más fácil meterlos en los altares. Habrá que repartirse el terreno.
-Suena a un plan que podemos seguir, me vale.
Y acto seguido se pusieron todos en marcha. La amiga de Anders se adelantó, moviendo esa cola tentadora ante sus ojos. ¿Cómo sería beber la sangre de una persona de caramelo? Sin pensar, porque las cosas peligrosas muchas veces se hacen sin razonamiento coherente previo (de ahí la alta tasa de mortalidad), Nayru repitió por segunda vez aquella noche el gesto de agarrarle el trasero a un elfo. No decepcionó.
-¡Bueeeeno yomevoyporestelado! -exclamó sonriente, escabulléndose antes de poder ser víctima de cualquier represalia.
Correr con falda no era fácil, ni útil ni nada de nada. Y menos con una que estaba hecha de tarta, literalmente. Aún así lo curioso era que en vez de romperse o el hojaldre caer, se adaptaba a sus movimientos con naturalidad. Lo cual... tenía sentido dentro de que no tenía sentido.
La mujer, escoltada por el caballerito que parecía haberle tomado cariño, encontró que la tarea de arrear dulces no era tan difícil como resultó en un principio: ahora podía hablar con rosquillas y bollos y pedirles amablemente que la siguiesen hasta el altar, e ir con el caballero le daba un aire de importancia que ninguna criatura cuestionó. Al parecer todo el dulce parecía consternado, desorientado, como si se hubiese despertado de un sueño extraño. Sin duda la cereza tuvo algo que ver en todo el caos ocasionado.
Nayru trató de que la gente del pueblo contribuyese también. Es decir, hablaba con los pocos que se quedaban a mirarla en vez de salir corriendo llamándola monstruo. Pasó por la plaza de Panqueen para verla reunir su propio rebaño de bollería, hombro con hombro con dos mujeres y tres críos que juraría estaban masticando algo; es bien sabido que los niños de campo no conocen la piedad.
Poco a poco redirigió su tropa hacia el altar principal donde se encontraban los niños que capturaron. Habían sufrido cambios a lo largo de la noche, alguno tenía ojos de fruta escarchada, otro tenía dedos de lengua de gato, pero en general conservaban su humanidad... adormecida. A lo mejor les había dado el bajón de azúcar y por eso estaban tan tranquilos, los cabrones.
Esperó a que sus compañeros de acaramelada desventura hiciesen acto de presencia, ignorando cada vez con mayor fuerza el hecho de que ahora era una maldita tarta de manzana y de que si los dioses no hacían acto de presencia se iba a quedar así. ¿Cuáles eran las posibilidades? Estaba haciendo un gran esfuerzo por no entrar en pánico.
La gente se fue reuniendo lentamente, como un reloj de arena, a su ritmo constante. Llegaron Sirin, Anders y su amiga, cada cual con su propia cosecha para la ofrenda, y la escena fue espectacular.
Los habitantes de Pavarty comenzaron a entonar un himno, un rezo, una canción, la mujer no estaba segura de qué era. Sonaba antiguo, a ese tipo de versos que heredas de tu abuelo que heredó de su abuelo y así hasta el principio del principio, cuando el mundo era menos conocido y los dioses más grandes. En grupos o en solitario, todos sostenían una vela, un candil o farol, porque era noche de Samhain y no sólo se rezaba a los dioses, se guiaba a los que venían de visita y a los que estaban perdidos y necesitaban encontrar el camino de vuelta.
Así que Nayru cerró los ojos y tarareó la melodía de las voces, porque no se sabía la letra. Una ancianita les había dado velas a todos, de modo que se concentró en el brillo de la llama detrás de los párpados. No era una mujer de fe, y si bien no profesaba ninguna religión tampoco rechazaba la existencia de los dioses, de la misma manera que ya no comía asado, pero no ignoraba su presencia.
Se dejó mecer por la suave brisa de la noche dulce, por el ritmo de un coro tosco y bello. Repasó los acontecimientos con una sonrisilla porque, sinceramente, había sido divertido. Algo que recordaría siempre. Tendría que preguntarle el nombre a la elfresa, no estaba segura de si le partiría la cara o no...
Cuando abrió los ojos lo primero que vio, evidentemente, fueron sus manos. Del tono normal y corriente de siempre. La falda tampoco aparecía en su campo de visión, sólo sus piernas y sus pantalones. Suspiró con alivio.
Ignoró el discurso de furia peluda en favor de un reconocimiento de los alrededores, tratando de no reír ante Sirin y su mejor esfuerzo por no meter a la cosita blanca en un saco y hacer magdalenas con ella. Sí, todo se había vuelto de caramelo, o de bizcocho, o de azúcar. Vio los mimos de Anders ser rechazados sin mayor miramiento y cómo el único caballerito de caramelo que quedaba le pinchaba el culo.
-¡Soldado! -exclamó con la voz más marcial que supo poner. La criatura se cuadró de inmediato mirando al frente, que básicamente fue la parte baja del joven, dulce espectáculo.- Ese culo no se pincha, se muerde.
Y ahora Nayru sí rió ante la expresión del chico y la incertidumbre del caramelo, dejando escapar el sonido desde el estómago, con fuerza. Sirvió para liberar un poco la tensión. Porque aunque la seguía preocupando ligeramente ser una tarta de manzana, la reconfortaba ver que las cosas con ella parecían más o menos igual.
-¿Arruinado? ¿Tu cereza? ¡Mira mi pueblo! ¡Mira como ha quedado todo! Y ahora somos caramelos. ¡Somos gente de caramelo! -Sirin alcanzó un tono bastante agudo que en un hombre como él no podía llamarse chillar, pero que hubiera hecho gruñir a algún perro. Apuntó a la chinchilla con su grueso dedo acusador.- ¡Pasa la noche y las ofrendas sin hacer! Y todo por perseguir algo que dejaste suelto... ¡Devuélvenos a como estábamos!
-Cálmate, viejo. -suspiró la tartaresa alzando las manos en busca de paz.- No vamos a enfadar más a... una chinchilla mágica salida de quién sabe dónde. No, ¿te imaginas que la cabreas y en vez de gente de caramelo nos convierte en caramelos, sin más? Espera... ¿la cosa rosa no volverá, cierto?
Inari, la nombrada chinchilla, asintió a la vez que dejaba escapar soniditos de indignación ante el maltrato inmerecido de su persona. Al menos la amiga de Anders trataba de... sobornarla. Probablemente. Desde luego la mujer parecía la mar de encantada con su nueva forma y sus conejitos de merengue. Tan suave y esponjosa era aquella cola... ¿ella entera sería así?
-Tiene sentido... pero si ella nos ha convertido, que nos desconvierta. No me gusta mucho la idea, pero ¿qué tal si le hacemos una ofrenda a ella también? Una pequeñita en la hornacina que hay en la fachada de mi panadería, no quiero ofender a los dioses. ¿Te... parece bien? -preguntó con el ceño fruncido; la chinchilla revoloteó con evidente satisfacción.- ¡Y quiero que conste que aún sigo enfadado! Los dulces siguen dispersos, ahora que nos hemos librado de la cereza a lo mejor es más fácil meterlos en los altares. Habrá que repartirse el terreno.
-Suena a un plan que podemos seguir, me vale.
Y acto seguido se pusieron todos en marcha. La amiga de Anders se adelantó, moviendo esa cola tentadora ante sus ojos. ¿Cómo sería beber la sangre de una persona de caramelo? Sin pensar, porque las cosas peligrosas muchas veces se hacen sin razonamiento coherente previo (de ahí la alta tasa de mortalidad), Nayru repitió por segunda vez aquella noche el gesto de agarrarle el trasero a un elfo. No decepcionó.
-¡Bueeeeno yomevoyporestelado! -exclamó sonriente, escabulléndose antes de poder ser víctima de cualquier represalia.
Correr con falda no era fácil, ni útil ni nada de nada. Y menos con una que estaba hecha de tarta, literalmente. Aún así lo curioso era que en vez de romperse o el hojaldre caer, se adaptaba a sus movimientos con naturalidad. Lo cual... tenía sentido dentro de que no tenía sentido.
La mujer, escoltada por el caballerito que parecía haberle tomado cariño, encontró que la tarea de arrear dulces no era tan difícil como resultó en un principio: ahora podía hablar con rosquillas y bollos y pedirles amablemente que la siguiesen hasta el altar, e ir con el caballero le daba un aire de importancia que ninguna criatura cuestionó. Al parecer todo el dulce parecía consternado, desorientado, como si se hubiese despertado de un sueño extraño. Sin duda la cereza tuvo algo que ver en todo el caos ocasionado.
Nayru trató de que la gente del pueblo contribuyese también. Es decir, hablaba con los pocos que se quedaban a mirarla en vez de salir corriendo llamándola monstruo. Pasó por la plaza de Panqueen para verla reunir su propio rebaño de bollería, hombro con hombro con dos mujeres y tres críos que juraría estaban masticando algo; es bien sabido que los niños de campo no conocen la piedad.
Poco a poco redirigió su tropa hacia el altar principal donde se encontraban los niños que capturaron. Habían sufrido cambios a lo largo de la noche, alguno tenía ojos de fruta escarchada, otro tenía dedos de lengua de gato, pero en general conservaban su humanidad... adormecida. A lo mejor les había dado el bajón de azúcar y por eso estaban tan tranquilos, los cabrones.
Esperó a que sus compañeros de acaramelada desventura hiciesen acto de presencia, ignorando cada vez con mayor fuerza el hecho de que ahora era una maldita tarta de manzana y de que si los dioses no hacían acto de presencia se iba a quedar así. ¿Cuáles eran las posibilidades? Estaba haciendo un gran esfuerzo por no entrar en pánico.
La gente se fue reuniendo lentamente, como un reloj de arena, a su ritmo constante. Llegaron Sirin, Anders y su amiga, cada cual con su propia cosecha para la ofrenda, y la escena fue espectacular.
Los habitantes de Pavarty comenzaron a entonar un himno, un rezo, una canción, la mujer no estaba segura de qué era. Sonaba antiguo, a ese tipo de versos que heredas de tu abuelo que heredó de su abuelo y así hasta el principio del principio, cuando el mundo era menos conocido y los dioses más grandes. En grupos o en solitario, todos sostenían una vela, un candil o farol, porque era noche de Samhain y no sólo se rezaba a los dioses, se guiaba a los que venían de visita y a los que estaban perdidos y necesitaban encontrar el camino de vuelta.
Así que Nayru cerró los ojos y tarareó la melodía de las voces, porque no se sabía la letra. Una ancianita les había dado velas a todos, de modo que se concentró en el brillo de la llama detrás de los párpados. No era una mujer de fe, y si bien no profesaba ninguna religión tampoco rechazaba la existencia de los dioses, de la misma manera que ya no comía asado, pero no ignoraba su presencia.
Se dejó mecer por la suave brisa de la noche dulce, por el ritmo de un coro tosco y bello. Repasó los acontecimientos con una sonrisilla porque, sinceramente, había sido divertido. Algo que recordaría siempre. Tendría que preguntarle el nombre a la elfresa, no estaba segura de si le partiría la cara o no...
Cuando abrió los ojos lo primero que vio, evidentemente, fueron sus manos. Del tono normal y corriente de siempre. La falda tampoco aparecía en su campo de visión, sólo sus piernas y sus pantalones. Suspiró con alivio.
¡Última ronda, señor y señora, la del cierre! Ya era hora, sois muy lentos en postear :3
¡Anyways! Ha sido muy divertido, muchas gracias por haber venido conmigo a vandalizar el mundo y dejarme experimentar con vuestra sanidad mental <3
Nayru
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
No tan bien, pensé al oír a Valyria excusarnos. Siendo justos, ella y la vampira habían hecho gran trabajo. Yo había lanzado un hacha.
Miré de reojo a la tartaresa y, luego de recobrarme del leve shock, le sonreí antes de voltear a ver el caballerito.
—Tal vez siempre hemos sido gente de caramelo —dije secamente, viendo a Sirin. No le pareció gracioso.
Me pasé la mano por el cuello... am... detrás de... el caramelo duro. Se hizo suave y me dió algo de pánico sentir como mis dedos se hundieron en mi cuello, antes de endurecerse de nuevo y atraparlos allí. Estuve más segundos de los que necesitaba en esa situación. Tomé una mejor idea de la sensación en el momento y logré suavizarlo y sacarlos de nuevo. Diría que controlar caramelo es unos 8/10 animar.
Todos acordamos -aceptamos- el plan/trato de Sirin y los vi andar. Tardé un poco en seguir, primero mientras reposaba la aceptación de quedarme en esa forma para siempre. Luego al ver a la tarta agarrarle el culo a las fresas con crema. Vamos, repite eso, verás porque cualquiera se paralizaría unos instantes.
La tarta desapareció y curvé los labios con lo poco de buen humor que podía canalizar. Di los primeros pasos rápido, para poder alcanzar a Valyria, y alcé una mano en el gesto de pew pew:
—Luces como un snack —le guiñé el ojo y sonreí, más burlón que seductor. ¿Cuándo iba a tener la oportunidad de hacer un chiste así de malo y apropiado otra vez?
Esperaba que la respuesta fuese "más nunca" en vez de "mañana al amanecer." Me separé de Valyria y Inaria, ¿Inaria? Ina, y empecé mi recolección. Mucho más fácil que la última vez que había intentado cazar dulces, esto era más como... sí, solo recolectar. Algunos me ofrecían seguirme solos. A otros se los ofrecía yo. Luego estaban algunas magdalenas animadas, que de alguna forma habían llegado a tejados y no se sabían bajar.
Juraría que escuché a una maullar.
El cuerpo de caramelo vino con sus ventajas raras. Ya no estaba limitado a solo el gólem o una cantidad equivalente de masa. Todo mi cuerpo era juego válido, ahora, así que hice más que caminar: escalé, haciendo mi cuerpo pegajoso, o usándome como mi propio soporte. Cuando había grietas podía 'meter' los dedos en las zanjas y combinarlos al otro lado como un gancho para jalarme. Había efectos arrastrados de antes, el cambio de textura, y... ¿color? No estaba muy seguro de como funcionaba eso.
Tampoco es que quisiera quedarme así.
Sirin iba cerca, no sé que tan cerca; pero suficientemente cerca para escucharlo y a su escándalo, reclutando también gente para que se nos unieran. Estaba siendo todo sorpresivamente tranquilo para lo que había pasado. Tal vez ya nadie podía sorprenderse visto todo lo que había pasado en la noche. Nos unimos poco antes de llegar al altar, lugar donde ya estaba la tarta con sus subditos. Una abuela me entregó una vela, y a Sirin, y a los caramelos. A los que no podían sostenerla se las pusó encima. A una de las magdalenas se la clavó, y la magdalena se quedó muy tranquila desde entonces.
Pasé la mayor parte del rezo pensando si había matado a la magdalena.
Eso a un lado, fue agradable. Quizás fue magia, o quizás fue producto de que éramos caramelos, o quizás fui yo, o para como fue la maldita noche y lo que sabía de ella, quizás fuiste tú; pero sentí sabores en mi boca, y no, no era mi lengua. Los diferentes tonos eran distintos panes. Los diferentes volúmenes distinta temperatura. Las voces eran miel.
Algunas eran sangre.
El sabor se fue, y cuando me acaricié el cuello, mis dedos no se hundieron.
Miré de reojo a la tartaresa y, luego de recobrarme del leve shock, le sonreí antes de voltear a ver el caballerito.
—Tal vez siempre hemos sido gente de caramelo —dije secamente, viendo a Sirin. No le pareció gracioso.
Me pasé la mano por el cuello... am... detrás de... el caramelo duro. Se hizo suave y me dió algo de pánico sentir como mis dedos se hundieron en mi cuello, antes de endurecerse de nuevo y atraparlos allí. Estuve más segundos de los que necesitaba en esa situación. Tomé una mejor idea de la sensación en el momento y logré suavizarlo y sacarlos de nuevo. Diría que controlar caramelo es unos 8/10 animar.
Todos acordamos -aceptamos- el plan/trato de Sirin y los vi andar. Tardé un poco en seguir, primero mientras reposaba la aceptación de quedarme en esa forma para siempre. Luego al ver a la tarta agarrarle el culo a las fresas con crema. Vamos, repite eso, verás porque cualquiera se paralizaría unos instantes.
La tarta desapareció y curvé los labios con lo poco de buen humor que podía canalizar. Di los primeros pasos rápido, para poder alcanzar a Valyria, y alcé una mano en el gesto de pew pew:
—Luces como un snack —le guiñé el ojo y sonreí, más burlón que seductor. ¿Cuándo iba a tener la oportunidad de hacer un chiste así de malo y apropiado otra vez?
Esperaba que la respuesta fuese "más nunca" en vez de "mañana al amanecer." Me separé de Valyria y Inaria, ¿Inaria? Ina, y empecé mi recolección. Mucho más fácil que la última vez que había intentado cazar dulces, esto era más como... sí, solo recolectar. Algunos me ofrecían seguirme solos. A otros se los ofrecía yo. Luego estaban algunas magdalenas animadas, que de alguna forma habían llegado a tejados y no se sabían bajar.
Juraría que escuché a una maullar.
El cuerpo de caramelo vino con sus ventajas raras. Ya no estaba limitado a solo el gólem o una cantidad equivalente de masa. Todo mi cuerpo era juego válido, ahora, así que hice más que caminar: escalé, haciendo mi cuerpo pegajoso, o usándome como mi propio soporte. Cuando había grietas podía 'meter' los dedos en las zanjas y combinarlos al otro lado como un gancho para jalarme. Había efectos arrastrados de antes, el cambio de textura, y... ¿color? No estaba muy seguro de como funcionaba eso.
Tampoco es que quisiera quedarme así.
Sirin iba cerca, no sé que tan cerca; pero suficientemente cerca para escucharlo y a su escándalo, reclutando también gente para que se nos unieran. Estaba siendo todo sorpresivamente tranquilo para lo que había pasado. Tal vez ya nadie podía sorprenderse visto todo lo que había pasado en la noche. Nos unimos poco antes de llegar al altar, lugar donde ya estaba la tarta con sus subditos. Una abuela me entregó una vela, y a Sirin, y a los caramelos. A los que no podían sostenerla se las pusó encima. A una de las magdalenas se la clavó, y la magdalena se quedó muy tranquila desde entonces.
Pasé la mayor parte del rezo pensando si había matado a la magdalena.
Eso a un lado, fue agradable. Quizás fue magia, o quizás fue producto de que éramos caramelos, o quizás fui yo, o para como fue la maldita noche y lo que sabía de ella, quizás fuiste tú; pero sentí sabores en mi boca, y no, no era mi lengua. Los diferentes tonos eran distintos panes. Los diferentes volúmenes distinta temperatura. Las voces eran miel.
Algunas eran sangre.
El sabor se fue, y cuando me acaricié el cuello, mis dedos no se hundieron.
Anders
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Re: Dulces Horrores {Samhain 19} [Libre] [Noche]
La chinchilla se había cansado de volar, o puede que fuera el hecho de que finalmente alguien reconocía su magnificencia y le ofrecía una ofrenda, por pequeña que fuera. Se plantó en su cabeza, usando sus nuevas orejas como agarres, seguramente intentando lucir dignificada, mientras soltaba sonidos de satisfacción.
Ella no participó en la colecta de dulces, reuniendo aquí y allá algunos si estaban en su camino, pero sin buscarlos activamente, de alguna manera, unos cuantos cruagones la siguieron, sin duda sintiendo su experiencia como caza-cruagones. O a lo mejor esos conejos flotantes eran en realidad cruagones y sentían algún tipo de conexión.
Sus divagaciones sobre la naturaleza de las extensiones levitadoras de su cuerpo fueron interrumpidas de manera algo brusca por una mano en su culo. Se giró hacia la culpable, que no estaba tardando en salir por patas, apuntándola con el dedo y concentrando todo su poder fresil para aniquilarla.
Resultó ser que su nueva forma no le daba megapoderes sobre las fresas, los conejos, el merengue o alguna otra variación de dulce, para su desgracia, así que la mujer quedó desaniquilada.
Al menos Anders llegó para animarla después del chasco que la falta de poderes suponía. -Ah, muy dulce por tu parte.- respondió a su vez con una sonrisa.
Finalmente, llego al altar, con la criatura aun enganchada a sus orejas, y juraría que estaba lamiendo una discretamente cuando creía que no estaba atenta. Alzó las manos y la cogió en brazos. -Vas a arreglar a todas esas personas, ¿cierto?- le preguntó seria.
-Shuga sha cha.- respondió la bola de pelo.
-De auténtica belleza nada.- respondió, agitándola.
-¡Sha sha shu shugi!- protestó como pudo.
-¿Inescrutables? Más quisieras, si no lo arreglas, ¡no te van a ofrecer nada!- pudo ver el momento en el que la autoproclamada diosa cambió su cara de superioridad chinchillenca a completo horror, como si no se le hubiera pasado por la cabeza la posibilidad. Se deshizo de su agarre y se volvió a asentar en su cabeza, muy seria, claramente concentrada.
Poco a poco, las ofrendas se fueron apilando, aceptando una vela de una mujer. Habría considerado el canto un poco… dramático, no su tipo, si no pudiera notar las palabras resonar de una manera muy, muy familiar. Abrió los ojos, intentando sentir las ondas, el punto en el que convergían, pero una patita le dio en toda la frente, susurrando algo sobre tener fe. Tenía sus dudas, y que pudiera notar el poder arremolinándose alrededor de la bola de pelo a través de su conexión no ayudaba mucho, la verdad. Y entonces… nada. Vacío, silencio, como si se hubiera quedado ciega tras una vida viendo colores.
La chinchilla se había ido, se dio cuenta, no sin antes darle otra vez con la pata, esta vez en la nariz. Se la frotó, enfurruñada, solo para ver que su mano lucia normal. Intentó mover la cola, nada, y sus orejas volvían a ser normales. Parecía que… ya se había acabado.
Y no había ninguna ofrenda a la vista, la condenada chinchilla las había robado todas.
Ella no participó en la colecta de dulces, reuniendo aquí y allá algunos si estaban en su camino, pero sin buscarlos activamente, de alguna manera, unos cuantos cruagones la siguieron, sin duda sintiendo su experiencia como caza-cruagones. O a lo mejor esos conejos flotantes eran en realidad cruagones y sentían algún tipo de conexión.
Sus divagaciones sobre la naturaleza de las extensiones levitadoras de su cuerpo fueron interrumpidas de manera algo brusca por una mano en su culo. Se giró hacia la culpable, que no estaba tardando en salir por patas, apuntándola con el dedo y concentrando todo su poder fresil para aniquilarla.
Resultó ser que su nueva forma no le daba megapoderes sobre las fresas, los conejos, el merengue o alguna otra variación de dulce, para su desgracia, así que la mujer quedó desaniquilada.
Al menos Anders llegó para animarla después del chasco que la falta de poderes suponía. -Ah, muy dulce por tu parte.- respondió a su vez con una sonrisa.
Finalmente, llego al altar, con la criatura aun enganchada a sus orejas, y juraría que estaba lamiendo una discretamente cuando creía que no estaba atenta. Alzó las manos y la cogió en brazos. -Vas a arreglar a todas esas personas, ¿cierto?- le preguntó seria.
-Shuga sha cha.- respondió la bola de pelo.
-De auténtica belleza nada.- respondió, agitándola.
-¡Sha sha shu shugi!- protestó como pudo.
-¿Inescrutables? Más quisieras, si no lo arreglas, ¡no te van a ofrecer nada!- pudo ver el momento en el que la autoproclamada diosa cambió su cara de superioridad chinchillenca a completo horror, como si no se le hubiera pasado por la cabeza la posibilidad. Se deshizo de su agarre y se volvió a asentar en su cabeza, muy seria, claramente concentrada.
Poco a poco, las ofrendas se fueron apilando, aceptando una vela de una mujer. Habría considerado el canto un poco… dramático, no su tipo, si no pudiera notar las palabras resonar de una manera muy, muy familiar. Abrió los ojos, intentando sentir las ondas, el punto en el que convergían, pero una patita le dio en toda la frente, susurrando algo sobre tener fe. Tenía sus dudas, y que pudiera notar el poder arremolinándose alrededor de la bola de pelo a través de su conexión no ayudaba mucho, la verdad. Y entonces… nada. Vacío, silencio, como si se hubiera quedado ciega tras una vida viendo colores.
La chinchilla se había ido, se dio cuenta, no sin antes darle otra vez con la pata, esta vez en la nariz. Se la frotó, enfurruñada, solo para ver que su mano lucia normal. Intentó mover la cola, nada, y sus orejas volvían a ser normales. Parecía que… ya se había acabado.
Y no había ninguna ofrenda a la vista, la condenada chinchilla las había robado todas.
Valyria
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