No es ciudad para jóvenes [Privado]
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No es ciudad para jóvenes [Privado]
Como ya era costumbre para el grupo de JÓVENES aventureros, su larga travesía les había obligado una vez más a hacer un alto en el camino. Para Axel no era ningún problema ya que se podía tirar a la bartola encima de una roca y pasar la noche soñando con todo tipo de deliciosas plantas, pero para sus compañeros no parecía ser tan agradable todo esto, o no para la mayoría, la chica con escamas parecía estar como pez en el agua. La lluvia había empapado sus ropajes, sumado al inverosímil frío de la noche, hacía una combinación perfecta para lo que todos sabemos, muerte por hipotermia. Un nuevo punto para los sin ropa que volvían a ganar, sin desmerecer al método Wim Hof que practicaba sin darse cuenta.
Había que hacer algo para que todo el grupo llegara a la mañana siguiente.- Yo me encargo compañeros, mientras... ¿Podríais ser tan amables de recoger toda la madera seca que encontréis? Exclamó el joven y vivaz Axel mientras salía pitando con su increíblemente bien trazado plan sin fisuras en mente. Explorando los alrededores y debido a sus conocimientos de la zona no tardo mucho en hacerse con unos cuantos palos largos y varias hojas planas de un tamaño respetable. Cuando por fin deshizo el camino de vuelta, pidió ayuda a sus compañeros para comenzar a construir lo que sería el principio del plan hotelero rural a las afueras de ciudad lagarto.
Después de unos cuantos tiqui taca tiqui taca, palo por aquí, palo por allá, hojita por aquí, hojita por allá, la choza estaba lista. No era más que una suerte de estructura triangular cubierta de hojas, pero al menos les resguardaría de la lluvia. Como último retoque, se introdujo en la misma para excavar un agujero en el centro, que recubriría con rocas alrededor. Recogió la leña seca que habían conseguido sus compañeros con tanto tesón y la colocó dentro del círculo de piedras. - Supongo que ninguno tiene una antorcha ¿No? Ante la estupefacción de sus compañeros no pudo hacer más que reír, chistes de boomer que solo entendía él. Sin más dilación clavó su mirada en lo que en unos pocos segundos sería una hoguera y se puso dos dedos en la sien. Lo que parecía que iba a ser un increíble acto de magia, se convirtió en un señor agachado chocando dos piedras, cuando lo consiguió la madera comenzó a arder finalmente.- Tadaaaaaa. No pudo evitar realizar un par de reverencias ante el clamor del público allí presente, o eso creía él.
Ya tenían una acogedora y calentita choza, ahora solo faltaba el papeo. El hombre lobo desapareció sin decir nada para volver más tarde con un montón de deliciosas valerianaceae de todo tipo, unas cuantas setas y algún fruto por ahí suelto. Depositó el esperado manjar sobre unas cuantas hojas en el suelo de la cabaña y observó a sus compañeros orgulloso.- Buen provecho. Dijo con la mayor de sus sonrisas llevándose las manos a la cintura. Manos que por cierto parecían haber sido suplantadas por algún tipo de gigante. Picaduras de la bichería de la zona, sumado a las ortigas autóctonas le habían hecho un buen estropicio.
Cuando por fin pudo sentarse se dio cuenta de sus enormes manos.- Caracoles, no me había dado cuenta. Se lamentó mientras palpaba sus doloridas manos, la oscuridad de la noche y la emoción de poder ser útil por una vez le habían cegado. Nada tuvo que ver la edad y sus cansados ojos. Sacó unas cuantas hojas de su taparrabos y las tiró a la hoguera. - Esto nos ayudará a relajarnos y ahuyentar a las bestias. Una lástima que no funcione con los maleantes, la última vez que acampé aquí me dieron tres puñaladas y me tiraron al río. Dijo con la mirada perdida, mientras su cara se ensombrecía como sufriendo un shock momentáneo. -Pero bueno, las cosas que tienen estar tan cerca de ciudad lagarto ¿No? Pronunció pero esta vez sin reírse como era lo habitual. Al silencio lo acompañó el aullido de algún tipo de hueste infernal en la lejanía. Iba a ser una noche muy larga pasada por agua.
Había que hacer algo para que todo el grupo llegara a la mañana siguiente.- Yo me encargo compañeros, mientras... ¿Podríais ser tan amables de recoger toda la madera seca que encontréis? Exclamó el joven y vivaz Axel mientras salía pitando con su increíblemente bien trazado plan sin fisuras en mente. Explorando los alrededores y debido a sus conocimientos de la zona no tardo mucho en hacerse con unos cuantos palos largos y varias hojas planas de un tamaño respetable. Cuando por fin deshizo el camino de vuelta, pidió ayuda a sus compañeros para comenzar a construir lo que sería el principio del plan hotelero rural a las afueras de ciudad lagarto.
Después de unos cuantos tiqui taca tiqui taca, palo por aquí, palo por allá, hojita por aquí, hojita por allá, la choza estaba lista. No era más que una suerte de estructura triangular cubierta de hojas, pero al menos les resguardaría de la lluvia. Como último retoque, se introdujo en la misma para excavar un agujero en el centro, que recubriría con rocas alrededor. Recogió la leña seca que habían conseguido sus compañeros con tanto tesón y la colocó dentro del círculo de piedras. - Supongo que ninguno tiene una antorcha ¿No? Ante la estupefacción de sus compañeros no pudo hacer más que reír, chistes de boomer que solo entendía él. Sin más dilación clavó su mirada en lo que en unos pocos segundos sería una hoguera y se puso dos dedos en la sien. Lo que parecía que iba a ser un increíble acto de magia, se convirtió en un señor agachado chocando dos piedras, cuando lo consiguió la madera comenzó a arder finalmente.- Tadaaaaaa. No pudo evitar realizar un par de reverencias ante el clamor del público allí presente, o eso creía él.
Ya tenían una acogedora y calentita choza, ahora solo faltaba el papeo. El hombre lobo desapareció sin decir nada para volver más tarde con un montón de deliciosas valerianaceae de todo tipo, unas cuantas setas y algún fruto por ahí suelto. Depositó el esperado manjar sobre unas cuantas hojas en el suelo de la cabaña y observó a sus compañeros orgulloso.- Buen provecho. Dijo con la mayor de sus sonrisas llevándose las manos a la cintura. Manos que por cierto parecían haber sido suplantadas por algún tipo de gigante. Picaduras de la bichería de la zona, sumado a las ortigas autóctonas le habían hecho un buen estropicio.
Cuando por fin pudo sentarse se dio cuenta de sus enormes manos.- Caracoles, no me había dado cuenta. Se lamentó mientras palpaba sus doloridas manos, la oscuridad de la noche y la emoción de poder ser útil por una vez le habían cegado. Nada tuvo que ver la edad y sus cansados ojos. Sacó unas cuantas hojas de su taparrabos y las tiró a la hoguera. - Esto nos ayudará a relajarnos y ahuyentar a las bestias. Una lástima que no funcione con los maleantes, la última vez que acampé aquí me dieron tres puñaladas y me tiraron al río. Dijo con la mirada perdida, mientras su cara se ensombrecía como sufriendo un shock momentáneo. -Pero bueno, las cosas que tienen estar tan cerca de ciudad lagarto ¿No? Pronunció pero esta vez sin reírse como era lo habitual. Al silencio lo acompañó el aullido de algún tipo de hueste infernal en la lejanía. Iba a ser una noche muy larga pasada por agua.
Última edición por Axel Svensson el Lun Jun 08 2020, 12:29, editado 1 vez
Axel Svensson
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Cualquiera pensaría que El Capitán Werner se sentiría cómodo tras las (inexistentes) murallas de Ciudad Lagarto, una ciudad obrada por y para ladrones y piratas. Ese era el sueño predilecto que los piratas anhelaban: una tierra sin diferencias jerárquicas construida para el beneficio del prójimo con la sangre y el sudor de los burgueses que hasta el momento no sabían lo que era el sangrar y ni el sudar. Sobre papel, a los empleados se les enseñaría un nuevo oficio con el que beneficiarían a la comunidad y a los desamparados se les ofrecería una granja vacía, la manutención corría por su cuenta y una parte de las ganancias se las debería ofrecer a la comunidad. El Capitán paseaba por las calles de la ciudad pensando qué había fallado. El sueño de los piratas se convirtió en la pesadilla de los justos. La Ciudad Lagarto contaba con un número de indigentes que superaba con creces a la de cualquier otra ciudad de Verisar. Se escondían entre cajas y cestas esparto. Puede que hubieran conseguido un pedazo de pan rancio para almorzar y quisieran esconderlo al resto de mendigos no fuera que se lo quisiera robar o, simplemente, hubieran aprendido a tener miedo de los hombres que armados de Ciudad Lagarto. El miedo no formaba parte de la utopía de los piratas.
El Capitán sostuvo la mirada con un montón apilado de cajas de madera que había visto agitarse. Al otro lado se hallaba una persona. Sabía que no se trataba de un animal, una rata callejera, porque éste habría salido espantado por el sonido de las botas del pirata. El miedo de las personas es más poderoso que el que sienten los animales, logrando paralizar a sus víctimas. El Capitán sacó un puñado de monedas del bolsillo de la capa y las arrojó al lado de las cajas. Siete manos, ninguna con los dedos completos, emergieron de detrás del montón a recoger las monedas con la velocidad de aves rapaces abalanzándose contra su presa. El Capitán dio un paso de atrás, sorprendido por el número de manos. No se trataba de una única persona, sino de toda una familia. El pirata se alejó del lugar repitiendo mentalmente la dichosa pregunta: ¿qué había fallado?
Ciudad Lagarto carecía de organización. Muchas calles no tenían salidas y otras, por el contrario, se bifurcaban en dos caminos similares, idénticos en las noches de oscuridad. Parecía que cada terrateniente (en la utopía de los piratas no existían los terratenientes) hubiera edificado su casa en cualquier hogar y, a partir de ese punto, hubiera expandido sus territorios sin tener en consideración con el vecino.
Una curiosidad de la que El Capitán no se había percatado hasta horas después de paseo era de la gran escasez de comercios. Mientras que Baslodia destacaba por sus fraguas herreras y Vulwulfar por poseer la mayor lonja de toda Aerandir, el oficio de Ciudad Lagarto era el robo.
El Capitán se dio cuenta de la diferencia entre la ciudad libre que querían construir los ancianos piratas con Ciudad Lagarto: no había una comunidad. Cada habitante de Ciudad Lagarto se comportaba como si fuera el dueño de la ciudad. Los piratas no creían en los dueños. Las gentes de Lagarto tomaban lo que querían de su ciudad. No existía la propiedad privada, siempre que se hablase de las pertenencias del prójimo, ni la generosidad con los desamparados; solo avaricia en su forma más despreciable.
El pirata escupió un gajo de tinta y saliva el suelo. Acto seguido, se lamentó de haberlo hecho. Recordó la familia que había dado una limosna. Esas mismas personas se empujarían por agarrar el escupitajo pensando que sería comida con las mismas ansias que lo habían hecho con las monedas.
Regresó al puerto sin lonja de Ciudad Lagarto. Dio la orden a la tripulación de La Promesa de abandonar la ciudad, no hay nada de nuestra incumbencia. La tripulación ira por mar, así llegarían antes a Lunargenta. El Capitán Werner ira por tierra, alquilará un par de caballos a la salida de Lagarto. Le acompañaría Wes Fungai, sería escolta y compañero en el viaje.
Roger Baraun preguntó que se marchaban tan pronto de Lagarto si es que acababan de llegar. El Capitán contestó mirando al suelo.
—Está no es nuestra ciudad.
Tanto Wes Fungai como Alfred Werner tenían una espada colgando del cinturón a plena vista. Caminaban con seguridad por Lagarto sabiendo que ningún ladrón se les cruzaría en su camino. Alfred Werner dirigía la expedición. Aunque Lagarto no era su ciudad, sentía curiosidad por ella. La historia de la ciudad era tan reciente como triste. ¿Qué había salido mal en su inauguración? ¿Quién dibujó los planos de la ciudad? Y, sobre todo: ¿Quién fue el idiota que decidió entregar la llave de la ciudad a un puñado de ladrones? El idiota tendría que haber supuesto que los ladrones utilizarían la llave para entrar a su casa y robarla hasta los calzones.
Wes Fungai, en riguroso silencio, compartía las ideas del capitán pirata. Tenía la cabeza alta y el cuello erguido. Caminaba con fingido orgullo y evitando ver a directamente a los grupos de indigentes cobijados. El hombre erizo prefería buscar a los ladrones. Tenía la sospecha que les estaban siguiendo. Eran personas despreciables con cuchillos afilados en las manos y sonrisas burlescas en los labios. Wes Fungai creyó ver la sombra de uno de ellos tras la cortina corrida de una de las casas. No le dijo nada a El Capitán. En su lugar, dejó caer la mano derecha sobre la empuñadura de la espada. La sombra del ladrón desapareció del mismo modo que apareció, aun así, el hombre erizo no separó su mano de la empuñadura de la espada.
Los dos piratas escucharon un aullido no muy lejos de su posición. Alfred Werner pensó en el paseo que había hecho antes de hablar con la tripulación de La Promesa.
—Que no te confundan las calles de Lagarto, están hechas para la emboscada y el fácil engaño. Aunque parece que el grito provenga de tres calles detrás nuestra, es posible que se encuentre mucho más lejos o mucho más cerca. Ten los ojos bien abiertos y el arma… justo donde la tienes.
El Capitán se fijó en la posición de tensión del pirata. No era necesario advertirle de un posible encuentro ofensivo. Wes Fungai lo estaba esperando. Parecía que el anunciado combate se estaba retrasando.
Offrol: gracias por dejarme participar. Tengo muchas ganas de jugar con vosotros
El Capitán sostuvo la mirada con un montón apilado de cajas de madera que había visto agitarse. Al otro lado se hallaba una persona. Sabía que no se trataba de un animal, una rata callejera, porque éste habría salido espantado por el sonido de las botas del pirata. El miedo de las personas es más poderoso que el que sienten los animales, logrando paralizar a sus víctimas. El Capitán sacó un puñado de monedas del bolsillo de la capa y las arrojó al lado de las cajas. Siete manos, ninguna con los dedos completos, emergieron de detrás del montón a recoger las monedas con la velocidad de aves rapaces abalanzándose contra su presa. El Capitán dio un paso de atrás, sorprendido por el número de manos. No se trataba de una única persona, sino de toda una familia. El pirata se alejó del lugar repitiendo mentalmente la dichosa pregunta: ¿qué había fallado?
Ciudad Lagarto carecía de organización. Muchas calles no tenían salidas y otras, por el contrario, se bifurcaban en dos caminos similares, idénticos en las noches de oscuridad. Parecía que cada terrateniente (en la utopía de los piratas no existían los terratenientes) hubiera edificado su casa en cualquier hogar y, a partir de ese punto, hubiera expandido sus territorios sin tener en consideración con el vecino.
Una curiosidad de la que El Capitán no se había percatado hasta horas después de paseo era de la gran escasez de comercios. Mientras que Baslodia destacaba por sus fraguas herreras y Vulwulfar por poseer la mayor lonja de toda Aerandir, el oficio de Ciudad Lagarto era el robo.
El Capitán se dio cuenta de la diferencia entre la ciudad libre que querían construir los ancianos piratas con Ciudad Lagarto: no había una comunidad. Cada habitante de Ciudad Lagarto se comportaba como si fuera el dueño de la ciudad. Los piratas no creían en los dueños. Las gentes de Lagarto tomaban lo que querían de su ciudad. No existía la propiedad privada, siempre que se hablase de las pertenencias del prójimo, ni la generosidad con los desamparados; solo avaricia en su forma más despreciable.
El pirata escupió un gajo de tinta y saliva el suelo. Acto seguido, se lamentó de haberlo hecho. Recordó la familia que había dado una limosna. Esas mismas personas se empujarían por agarrar el escupitajo pensando que sería comida con las mismas ansias que lo habían hecho con las monedas.
Regresó al puerto sin lonja de Ciudad Lagarto. Dio la orden a la tripulación de La Promesa de abandonar la ciudad, no hay nada de nuestra incumbencia. La tripulación ira por mar, así llegarían antes a Lunargenta. El Capitán Werner ira por tierra, alquilará un par de caballos a la salida de Lagarto. Le acompañaría Wes Fungai, sería escolta y compañero en el viaje.
Roger Baraun preguntó que se marchaban tan pronto de Lagarto si es que acababan de llegar. El Capitán contestó mirando al suelo.
—Está no es nuestra ciudad.
Tanto Wes Fungai como Alfred Werner tenían una espada colgando del cinturón a plena vista. Caminaban con seguridad por Lagarto sabiendo que ningún ladrón se les cruzaría en su camino. Alfred Werner dirigía la expedición. Aunque Lagarto no era su ciudad, sentía curiosidad por ella. La historia de la ciudad era tan reciente como triste. ¿Qué había salido mal en su inauguración? ¿Quién dibujó los planos de la ciudad? Y, sobre todo: ¿Quién fue el idiota que decidió entregar la llave de la ciudad a un puñado de ladrones? El idiota tendría que haber supuesto que los ladrones utilizarían la llave para entrar a su casa y robarla hasta los calzones.
Wes Fungai, en riguroso silencio, compartía las ideas del capitán pirata. Tenía la cabeza alta y el cuello erguido. Caminaba con fingido orgullo y evitando ver a directamente a los grupos de indigentes cobijados. El hombre erizo prefería buscar a los ladrones. Tenía la sospecha que les estaban siguiendo. Eran personas despreciables con cuchillos afilados en las manos y sonrisas burlescas en los labios. Wes Fungai creyó ver la sombra de uno de ellos tras la cortina corrida de una de las casas. No le dijo nada a El Capitán. En su lugar, dejó caer la mano derecha sobre la empuñadura de la espada. La sombra del ladrón desapareció del mismo modo que apareció, aun así, el hombre erizo no separó su mano de la empuñadura de la espada.
Los dos piratas escucharon un aullido no muy lejos de su posición. Alfred Werner pensó en el paseo que había hecho antes de hablar con la tripulación de La Promesa.
—Que no te confundan las calles de Lagarto, están hechas para la emboscada y el fácil engaño. Aunque parece que el grito provenga de tres calles detrás nuestra, es posible que se encuentre mucho más lejos o mucho más cerca. Ten los ojos bien abiertos y el arma… justo donde la tienes.
El Capitán se fijó en la posición de tensión del pirata. No era necesario advertirle de un posible encuentro ofensivo. Wes Fungai lo estaba esperando. Parecía que el anunciado combate se estaba retrasando.
Offrol: gracias por dejarme participar. Tengo muchas ganas de jugar con vosotros
El Capitán Werner
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Desde que la jovencísima bio-cibernética comenzó a viajar acompañada por los distintos territorios de Aerandir, ya nunca podía estar realmente a solas con sus pensamientos. Eso era algo bueno. Dar tumbos de aquí para allá, más sola que la una, no la había ayudado mucho en la vida. Ni hace cien años, ni ahora. Se podría decir, en parte, que seguía viva de milagro, gracias a su cuerpo pensado para soportar más de una zurra y algún que otro zarpazo salvaje. No sería la primera vez, ni la última, que se peleaba con un lobo estepario por un pedazo de carne fresca.
Pero ahora era distinto. Ahora tenía amigos que la respaldaban si algo salía mal, la ayudaban a levantarse si tropezaba y, sobre todo, la animaban cuando se sentía triste. Allí estaba Arvid, el vampiro, apuñalando el cadáver de una ardilla; Ava, la dragona de agua, espantando (sin mucho éxito) una jauría de mosquitos que con su rama de olivo; Axel, el sabio del bosque, rascándose al mismo tiempo el culo y la entrepierna, por debajo del taparrabos. Aquello sí era vida... Amy, quien caminaba a la cola del grupo, respiró hondo y cerró los ojos, dejándose impregnar por la fina lluvia que los duchaba en aquel instante. Algunos decían que no era otra cosa que los ángeles del cielo, orinando sobre la tierra para nutrirla y así asegurar un año de prósperas cosechas. Puede ser, ¿por qué no?
La bio-cibernética, por su parte, había tenido una gran idea para evitar que volvieran a perderse. Antes de ponerse el Sol, se había asegurado de agenciarse un buen puñado de hojas, las cuales iba partiendo en trocitos y esparciéndolos a medida que hacían camino, dejando un rastro que seguir en el caso de necesitar volver sobre sus pasos. Amy pensaba que era la mejor idea que había tenido en meses, ¡quizás semanas! Tiritaba, y le caía el moquillo por culpa del frío y la lluvia, pero perderse… ¡Eso si que no! No es su guardia.
Según tenía entendido, se dirigían a una ciudad con forma de lagarto. Curioso. ¿Para qué? Lo pensó, pero no lo dijo en voz alta, no era algo que le incumbiese. Lo que sí le incumbía -y mucho- era la gran exclamación amarilla que había aparecido sobre la cabeza de Axel Svensson. Sin dedicarse a leer la descripción o los detalles pertinentes, Amy se puso manos a la obra con la misión secundaria que acababa de aceptar. [!] Recoger madera seca 0/15.
- Eso está hecho. Se pronunció, buscando las miradas cómplices de sus otros compañeros. Mejor formar grupo para tal encomienda.
Así pues, el alegre carcamal de cabello pajizo se fue por su lado y el resto se dispersaron por las cercanías, intentando no alejarse en exceso del punto de encuentro. Aunque siempre tendrían el rastro de hojitas para reencontrase si hiciera falta.
Lo que en primera instancia parecía una tarea la mar de sencilla, no tardó en descubrirse como el engaño del siglo. Amy frunció el ceño con fuerza. ¿Cómo demonios se suponía que iba a encontrar madera seca, si estaba lloviendo a cántaros? El viejo lobo se la había jugado, pero bien. Mirase a donde mirase, todo estaba mojado. ¿Era bobo o qué? Aquello era una misión imposible… y pasada por agua. Empapada, y con el miedo en el cuerpo de que se tratase de una quest contrarreloj, la chica medio-robot tuvo que sacarse las castañas del fuego de la única forma que se le ocurrió. Utilizando la lógica y el sentido común, dedujo que la madera de los troncos de los árboles más frondosos, resguardada bajo las hojas de los mismos y en el lado en el que no incidía directamente la lluvia, sería la madera más seca. Así que, sin más dilación, la muchacha utilizó las cuchillas de sus brazos para empezar a talar pedazos de corteza como si no hubiera mañana.
Algo menos de media hora estuvieron dejándose el costal, vagando entre árboles, charcos y barro, hasta volver a la casilla de salida, lugar en el que un animado Axel les esperaba para dar comienzo a la sesión de Bricomanía. Materiales en mano, todos los presentes pusieron su granito de arena y arrimaron el hombro para erigir su nuevo hogar (temporal). Amy estaba entusiasmada, habiendo olvidado incluso lo incómodo de tener la ropa pegada a la piel, los estornudos, y la sensación de la humedad calándole hasta los huesos.
La noche profunda arreciaba. Ya no se distinguían más que sombras y siluetas oscuras en el exterior de la chabola. Todos se sentaron adentro, dándose calor corporal mutuo -manteniendo siempre el distanciamiento social-, expectantes y extrañados ante la pregunta del gracioso abuelete, que curiosamente no parecía sufrir los efectos del frio que venía de la mano con el aguacero que aún caía fuera con vehemencia.
- ¿¡Has visto eso?! Levantó la voz más de lo debido, estupefacta, zarandeando a Ava por el hombro. La chica biónica no daba crédito al truco realizado por el increíble hombre barbudo. Había convertido unas simples piedras en fuego. ¿Cómo había hecho eso, acaso era un brujo? La mente de Amy se evadió en pensamientos demasiado complejos para ella. Con esa clase de poder… sería posible hacer caer imperios. Quizás era demasiado peligroso para dejarlo con vida… La muchacha de metal acarició su antebrazo, decidiendo que todavía no era el momento de poner fin a la vida del hechicero. Tampoco sería sabio desafiar a alguien tan poderoso sin una preparación previa.
Acto seguido, disfrutaron de una rica y nutritiva cena propia del más vegano de los elfos. Amy tragaba, casi sin masticar, frutos y hojas por igual. Engullía como un pato, sin quitarle el ojo de encima a las manos de Axel, abotargadas y enrojecidas, muy probablemente a causa de practicar magia prohibida. Si es que, ya lo dice la frase: un gran poder…
Llama, mi querida llama… ¿Cuánto tiempo había transcurrido?
La bio-cibernética observaba embobada las llamas danzar enfurecidas en la fogata, decayendo cada vez más en tamaño. De vez en cuando dejaba escapar un bostezo travieso. La sinfonía que acompañaba al baile no era otra que el crepitar de la leña, que no conseguía reavivar por completo el fuego, y los aullidos de engendros nocturnos que poblaban las afueras de Ciudad Lagarto. Uno a uno, arropados por la calidez de la lumbre y el peso del cansancio, los integrantes del grupo fueron sucumbiendo a la llamada de Morfeo (el de color no, el otro). Los parpados se fueron cerrando hasta que sólo quedó Amy despierta. No le gustaba dormir, así que hacía todo lo posible para no caer en las terribles garras del sueño.
La lluvia iba cesando con el paso de las horas, y unas pisadas cautelosas destacaron sobre la noche muda. Fuera de la cabaña, alguien ponía mucho empeño en no ser descubierto. Pero no el suficiente. Amy se asomó por la hoja-puerta, tentando a la misma curiosidad que mató al felino. Su cara se topó con la de ¿un hombre? que en un principio se asustó tanto o más que ella, aunque enseguida recobró la compostura, y no tardó en sacar lo que parecía ser un cuchillo del cinto. Se llevó en dedo índice de la otra mano a la boca e hizo como si soplara, emulando el gesto universal de guardar silencio.
- Estáis un poco perdidos por aquí, ¿no? El brillo de su navaja relampagueaba bajo la penumbra de la luna. Estaba claro que la mantenía a la vista con el propósito de intimidar. Esta zona es nuestra. Hablaba bajo, su voz sonaba cascada, y era rasposa como la lengua de un gato. No se puede acampar sin permiso, así que despierta a tus amigos y diles que saquen los aeros si queréis vivir. El cuchillo seguía desfilando ante los ojos de Amy, que pilló al vuelo las intenciones del desconocido. Debía tratarse de uno de esos vendedores ambulantes que iban de ciudad en ciudad y a los que sólo les interesaba sacarle los cuartos a la gente. Había escuchado hablar de ellos.
- No, gracias. No nos interesa. Pronunció con un hilo de voz, en un susurro para no despertar a los bellos durmientes que continuaban ajenos a la situación. Ya tenemos de todo. Dicho aquello, dejó caer la puerta-hoja sobre el rostro del mercader y se sacudió el polvo imaginario de las manos. Otra misión cumplida con éxito. Supuso que sus compañeros estarían contentos.
Pero ahora era distinto. Ahora tenía amigos que la respaldaban si algo salía mal, la ayudaban a levantarse si tropezaba y, sobre todo, la animaban cuando se sentía triste. Allí estaba Arvid, el vampiro, apuñalando el cadáver de una ardilla; Ava, la dragona de agua, espantando (sin mucho éxito) una jauría de mosquitos que con su rama de olivo; Axel, el sabio del bosque, rascándose al mismo tiempo el culo y la entrepierna, por debajo del taparrabos. Aquello sí era vida... Amy, quien caminaba a la cola del grupo, respiró hondo y cerró los ojos, dejándose impregnar por la fina lluvia que los duchaba en aquel instante. Algunos decían que no era otra cosa que los ángeles del cielo, orinando sobre la tierra para nutrirla y así asegurar un año de prósperas cosechas. Puede ser, ¿por qué no?
La bio-cibernética, por su parte, había tenido una gran idea para evitar que volvieran a perderse. Antes de ponerse el Sol, se había asegurado de agenciarse un buen puñado de hojas, las cuales iba partiendo en trocitos y esparciéndolos a medida que hacían camino, dejando un rastro que seguir en el caso de necesitar volver sobre sus pasos. Amy pensaba que era la mejor idea que había tenido en meses, ¡quizás semanas! Tiritaba, y le caía el moquillo por culpa del frío y la lluvia, pero perderse… ¡Eso si que no! No es su guardia.
Según tenía entendido, se dirigían a una ciudad con forma de lagarto. Curioso. ¿Para qué? Lo pensó, pero no lo dijo en voz alta, no era algo que le incumbiese. Lo que sí le incumbía -y mucho- era la gran exclamación amarilla que había aparecido sobre la cabeza de Axel Svensson. Sin dedicarse a leer la descripción o los detalles pertinentes, Amy se puso manos a la obra con la misión secundaria que acababa de aceptar. [!] Recoger madera seca 0/15.
- Eso está hecho. Se pronunció, buscando las miradas cómplices de sus otros compañeros. Mejor formar grupo para tal encomienda.
Así pues, el alegre carcamal de cabello pajizo se fue por su lado y el resto se dispersaron por las cercanías, intentando no alejarse en exceso del punto de encuentro. Aunque siempre tendrían el rastro de hojitas para reencontrase si hiciera falta.
Lo que en primera instancia parecía una tarea la mar de sencilla, no tardó en descubrirse como el engaño del siglo. Amy frunció el ceño con fuerza. ¿Cómo demonios se suponía que iba a encontrar madera seca, si estaba lloviendo a cántaros? El viejo lobo se la había jugado, pero bien. Mirase a donde mirase, todo estaba mojado. ¿Era bobo o qué? Aquello era una misión imposible… y pasada por agua. Empapada, y con el miedo en el cuerpo de que se tratase de una quest contrarreloj, la chica medio-robot tuvo que sacarse las castañas del fuego de la única forma que se le ocurrió. Utilizando la lógica y el sentido común, dedujo que la madera de los troncos de los árboles más frondosos, resguardada bajo las hojas de los mismos y en el lado en el que no incidía directamente la lluvia, sería la madera más seca. Así que, sin más dilación, la muchacha utilizó las cuchillas de sus brazos para empezar a talar pedazos de corteza como si no hubiera mañana.
Algo menos de media hora estuvieron dejándose el costal, vagando entre árboles, charcos y barro, hasta volver a la casilla de salida, lugar en el que un animado Axel les esperaba para dar comienzo a la sesión de Bricomanía. Materiales en mano, todos los presentes pusieron su granito de arena y arrimaron el hombro para erigir su nuevo hogar (temporal). Amy estaba entusiasmada, habiendo olvidado incluso lo incómodo de tener la ropa pegada a la piel, los estornudos, y la sensación de la humedad calándole hasta los huesos.
La noche profunda arreciaba. Ya no se distinguían más que sombras y siluetas oscuras en el exterior de la chabola. Todos se sentaron adentro, dándose calor corporal mutuo -manteniendo siempre el distanciamiento social-, expectantes y extrañados ante la pregunta del gracioso abuelete, que curiosamente no parecía sufrir los efectos del frio que venía de la mano con el aguacero que aún caía fuera con vehemencia.
- ¿¡Has visto eso?! Levantó la voz más de lo debido, estupefacta, zarandeando a Ava por el hombro. La chica biónica no daba crédito al truco realizado por el increíble hombre barbudo. Había convertido unas simples piedras en fuego. ¿Cómo había hecho eso, acaso era un brujo? La mente de Amy se evadió en pensamientos demasiado complejos para ella. Con esa clase de poder… sería posible hacer caer imperios. Quizás era demasiado peligroso para dejarlo con vida… La muchacha de metal acarició su antebrazo, decidiendo que todavía no era el momento de poner fin a la vida del hechicero. Tampoco sería sabio desafiar a alguien tan poderoso sin una preparación previa.
Acto seguido, disfrutaron de una rica y nutritiva cena propia del más vegano de los elfos. Amy tragaba, casi sin masticar, frutos y hojas por igual. Engullía como un pato, sin quitarle el ojo de encima a las manos de Axel, abotargadas y enrojecidas, muy probablemente a causa de practicar magia prohibida. Si es que, ya lo dice la frase: un gran poder…
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Llama, mi querida llama… ¿Cuánto tiempo había transcurrido?
La bio-cibernética observaba embobada las llamas danzar enfurecidas en la fogata, decayendo cada vez más en tamaño. De vez en cuando dejaba escapar un bostezo travieso. La sinfonía que acompañaba al baile no era otra que el crepitar de la leña, que no conseguía reavivar por completo el fuego, y los aullidos de engendros nocturnos que poblaban las afueras de Ciudad Lagarto. Uno a uno, arropados por la calidez de la lumbre y el peso del cansancio, los integrantes del grupo fueron sucumbiendo a la llamada de Morfeo (el de color no, el otro). Los parpados se fueron cerrando hasta que sólo quedó Amy despierta. No le gustaba dormir, así que hacía todo lo posible para no caer en las terribles garras del sueño.
La lluvia iba cesando con el paso de las horas, y unas pisadas cautelosas destacaron sobre la noche muda. Fuera de la cabaña, alguien ponía mucho empeño en no ser descubierto. Pero no el suficiente. Amy se asomó por la hoja-puerta, tentando a la misma curiosidad que mató al felino. Su cara se topó con la de ¿un hombre? que en un principio se asustó tanto o más que ella, aunque enseguida recobró la compostura, y no tardó en sacar lo que parecía ser un cuchillo del cinto. Se llevó en dedo índice de la otra mano a la boca e hizo como si soplara, emulando el gesto universal de guardar silencio.
- Estáis un poco perdidos por aquí, ¿no? El brillo de su navaja relampagueaba bajo la penumbra de la luna. Estaba claro que la mantenía a la vista con el propósito de intimidar. Esta zona es nuestra. Hablaba bajo, su voz sonaba cascada, y era rasposa como la lengua de un gato. No se puede acampar sin permiso, así que despierta a tus amigos y diles que saquen los aeros si queréis vivir. El cuchillo seguía desfilando ante los ojos de Amy, que pilló al vuelo las intenciones del desconocido. Debía tratarse de uno de esos vendedores ambulantes que iban de ciudad en ciudad y a los que sólo les interesaba sacarle los cuartos a la gente. Había escuchado hablar de ellos.
- No, gracias. No nos interesa. Pronunció con un hilo de voz, en un susurro para no despertar a los bellos durmientes que continuaban ajenos a la situación. Ya tenemos de todo. Dicho aquello, dejó caer la puerta-hoja sobre el rostro del mercader y se sacudió el polvo imaginario de las manos. Otra misión cumplida con éxito. Supuso que sus compañeros estarían contentos.
Amy
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
A pesar de las ganas de Ava de conocer mundo, para ella nunca era un problema detenerse a descansar en el camino con sus amigos. Y mucho menos si el cielo aquella noche había decidido regalarles aquella lluvia tan refrescante, lo que ayudaba enormemente a que su piel no se resecase, evitando así el tener que rascarse como si estuviese plagada de garrapatas, que por aquellas tierras eran un mal muy común.
Por desgracia, no toda la compañía tenía la misma visión respecto a la lluvia. Para ellos, daba la impresión de ser algo desagradable, que por algún extraño motivo, les calaba hasta los huesos y les hacía temblar. La tia Clementine se quedó una vez atrapada bajo las aguas heladas y a las dos semanas salió como si nada, no se qué les pasaría a ellos si el hielo se los comiese… pensaba la chica escamosa, mientras se alejaba un poco del grupo para intentar encontrar algo de madera seca, tal y como Axel les había pedido.
Lamentablemente, encontrar madera seca en un bosque bañado por la lluvia era una tarea bastante complicada, y más aún con la poca luz que había ya a aquellas horas, en las que uno no podía verse ni las escamas de los pies. Aún así Ava no dejo de buscar hasta que encontró varios palitos enterrados bajo otros muchos palitos, que gracias al cielo, aún conservaban algo de sequedad. En su búsqueda de madera, también encontró unas flores amarillas que llamaron su atención, así que decidió coger unas cuantas para dárselas a sus amigos y darle así un toque tropical a la noche.
Al reunirse con sus compañeros, se vió sorprendida por la cantidad de maderas y palos medio secos que habían conseguido reunir. Lo que no la sorprendió tanto fue ver, que al igual que ella, estaban de barro hasta las cejas. Bueno, el primo Maurice dice que es bueno para la piel, el siempre andaba untándose barro por todas partes, pensó Ava mientras se acercaba a sus embarrados amigos sonriendo.
Se pusieron entonces manos a la obra. Viéndolos desde fuera pareciera que estaban trabajando en la mayor obra arquitectónica hasta la fecha, pero después de pelearse con todas las ramas, maderas, piedras y barro que había por allí, el resultado fue una simple estructura en forma de triángulo que al menos les serviría durante un rato para evitar que la lluvia les golpease en la cabeza directamente todo el rato. La lluvia nunca es mala, ¿pero soportar gotas constantes en tu cabeza toda una noche? Hasta el hombre-pez más cuerdo se volvería loco ante tal tortura.
Para inaugurar su nueva medio choza, Ava cogió las flores que había recogido y adornó las cabezas de todos sus compañeros poniéndoles unas a modo de diadema, lo cual les dio un aspecto mucho más alegre a pesar del cansancio y del barro que les bañaba casi todo el cuerpo.
- ¡Os quedan genial! .- les dijo la chica pez muy satisfecha tras haber terminado.-
Fue entonces cuando el licántropo preguntó:
- Supongo que ninguno tiene una antorcha ¿no?
La cara de Ava y el silencio de sus compañeros fue suficiente para que el pobre Axel hiciese un ruido parecido a una risa y que empezase a chocar una piedra con otra en lo que parecía un pobre intento de hacer fuego. Lo que nadie esperaba, fue que finalmente, una chispa salió del choque de ambas piedras, y Axel consiguió que el fuego apareciese allí, bajo aquel diluvio, lo que hizo que Amy zarandease de forma muy emocionada a Ava, y que ésta no pudiese más que aplaudir ante tal hazaña, el resto del grupo parecía igual de emocionado, aunque lo disimulasen algo mejor que las dos amigas, pero aún así el hombre verde se mostró notablemente orgulloso de su trabajo.
Tras todo el trabajo bien hecho, y puesto que sus tripas tenían más ganas de hablar que ellos, decidieron que ya era hora de comer algo, así que se dieron un banquete digno de algún rey vegano, puesto que el menú de la noche apenas consistia en frutos, hierbas, hoja y algún pétalo de las flores que Ava había recogido y que alguien decidió que era buena idea probar. Espero que los pétalos no afecten negativamente a sus tripas… se dijo Ava.
Casi sin darse cuenta todos cayeron en un profundo sueño, unos gracias al calor de la hoguera y Ava gracias a que se encontraba hidratada y terriblemente cansada de tanto caminar y haber estado tanto rato intentando encontrar madera seca bajo aquella tormenta.
Ava no sabría decir cuánto tiempo llevaba dormida cuando empezó a oir pasos y susurros. Aún así se puso todo lo alerta que podía estar en aquel momento de somnolencia, y prestó atención a su alrededor. Estaba claro que alguien desconocido andaba por allí, y dudaba que fuera algún vendedor de churros, teniendo en cuenta que aún era noche cerrada. Vio a Amy asomada a la puerta improvisada de la cabaña improvisada, y no quiso hacer ningún ruido para que ni ella ni los de fuera se alertasen, pero lo que si hizo fue alargar el brazo hacia su rama de olivo, puesto que pescadilla precavida vale por dos.
Fue entonces cuando una chica robot volvió a introducirse en la choza, y parecía bastante satisfecha consigo misma, pero Ava siguió prestando atención al exterior, en la que unas voces se preguntaban incrédulas como se atrevía alguien a hacerles un desplante como aquel.
Ava empezó a toquetear a todo el mundo para despertarlo y empezó a decir con una voz casi inaudible:
- Chicos, no quisiera asustaros, pero es posible que vaya a entrar el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]...
Por desgracia, no toda la compañía tenía la misma visión respecto a la lluvia. Para ellos, daba la impresión de ser algo desagradable, que por algún extraño motivo, les calaba hasta los huesos y les hacía temblar. La tia Clementine se quedó una vez atrapada bajo las aguas heladas y a las dos semanas salió como si nada, no se qué les pasaría a ellos si el hielo se los comiese… pensaba la chica escamosa, mientras se alejaba un poco del grupo para intentar encontrar algo de madera seca, tal y como Axel les había pedido.
Lamentablemente, encontrar madera seca en un bosque bañado por la lluvia era una tarea bastante complicada, y más aún con la poca luz que había ya a aquellas horas, en las que uno no podía verse ni las escamas de los pies. Aún así Ava no dejo de buscar hasta que encontró varios palitos enterrados bajo otros muchos palitos, que gracias al cielo, aún conservaban algo de sequedad. En su búsqueda de madera, también encontró unas flores amarillas que llamaron su atención, así que decidió coger unas cuantas para dárselas a sus amigos y darle así un toque tropical a la noche.
Al reunirse con sus compañeros, se vió sorprendida por la cantidad de maderas y palos medio secos que habían conseguido reunir. Lo que no la sorprendió tanto fue ver, que al igual que ella, estaban de barro hasta las cejas. Bueno, el primo Maurice dice que es bueno para la piel, el siempre andaba untándose barro por todas partes, pensó Ava mientras se acercaba a sus embarrados amigos sonriendo.
Se pusieron entonces manos a la obra. Viéndolos desde fuera pareciera que estaban trabajando en la mayor obra arquitectónica hasta la fecha, pero después de pelearse con todas las ramas, maderas, piedras y barro que había por allí, el resultado fue una simple estructura en forma de triángulo que al menos les serviría durante un rato para evitar que la lluvia les golpease en la cabeza directamente todo el rato. La lluvia nunca es mala, ¿pero soportar gotas constantes en tu cabeza toda una noche? Hasta el hombre-pez más cuerdo se volvería loco ante tal tortura.
Para inaugurar su nueva medio choza, Ava cogió las flores que había recogido y adornó las cabezas de todos sus compañeros poniéndoles unas a modo de diadema, lo cual les dio un aspecto mucho más alegre a pesar del cansancio y del barro que les bañaba casi todo el cuerpo.
- ¡Os quedan genial! .- les dijo la chica pez muy satisfecha tras haber terminado.-
Fue entonces cuando el licántropo preguntó:
- Supongo que ninguno tiene una antorcha ¿no?
- Ava-cam:
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La cara de Ava y el silencio de sus compañeros fue suficiente para que el pobre Axel hiciese un ruido parecido a una risa y que empezase a chocar una piedra con otra en lo que parecía un pobre intento de hacer fuego. Lo que nadie esperaba, fue que finalmente, una chispa salió del choque de ambas piedras, y Axel consiguió que el fuego apareciese allí, bajo aquel diluvio, lo que hizo que Amy zarandease de forma muy emocionada a Ava, y que ésta no pudiese más que aplaudir ante tal hazaña, el resto del grupo parecía igual de emocionado, aunque lo disimulasen algo mejor que las dos amigas, pero aún así el hombre verde se mostró notablemente orgulloso de su trabajo.
Tras todo el trabajo bien hecho, y puesto que sus tripas tenían más ganas de hablar que ellos, decidieron que ya era hora de comer algo, así que se dieron un banquete digno de algún rey vegano, puesto que el menú de la noche apenas consistia en frutos, hierbas, hoja y algún pétalo de las flores que Ava había recogido y que alguien decidió que era buena idea probar. Espero que los pétalos no afecten negativamente a sus tripas… se dijo Ava.
Casi sin darse cuenta todos cayeron en un profundo sueño, unos gracias al calor de la hoguera y Ava gracias a que se encontraba hidratada y terriblemente cansada de tanto caminar y haber estado tanto rato intentando encontrar madera seca bajo aquella tormenta.
Ava no sabría decir cuánto tiempo llevaba dormida cuando empezó a oir pasos y susurros. Aún así se puso todo lo alerta que podía estar en aquel momento de somnolencia, y prestó atención a su alrededor. Estaba claro que alguien desconocido andaba por allí, y dudaba que fuera algún vendedor de churros, teniendo en cuenta que aún era noche cerrada. Vio a Amy asomada a la puerta improvisada de la cabaña improvisada, y no quiso hacer ningún ruido para que ni ella ni los de fuera se alertasen, pero lo que si hizo fue alargar el brazo hacia su rama de olivo, puesto que pescadilla precavida vale por dos.
Fue entonces cuando una chica robot volvió a introducirse en la choza, y parecía bastante satisfecha consigo misma, pero Ava siguió prestando atención al exterior, en la que unas voces se preguntaban incrédulas como se atrevía alguien a hacerles un desplante como aquel.
Ava empezó a toquetear a todo el mundo para despertarlo y empezó a decir con una voz casi inaudible:
- Chicos, no quisiera asustaros, pero es posible que vaya a entrar el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]...
Ava Brekker
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Axel corría entre la maleza a una velocidad envidiable, su forma lupina estaba al tope de sus capacidades y no dudaba en hacer gala de ello. Salto por aquí, voltereta por allá, que si se apoya en este árbol para coger impulso y otro salto más. Daba gusto ver al albino animal correr en absoluta libertad, con el hocico abierto y una cara de felicidad absoluta. El final de su trayecto era un saliente que no dudó ni un segundo en saltar a ciegas, haciendo una caída libre hasta zambullirse en un cristalino lago.
En el mundo real no era tan gracioso, mientras soñaba, el hombre no paraba de mover los brazos y las piernas como si estuviera corriendo realmente, dándole a sus compañeros de alcoba más de un manotazo o patada. Mientras tanto, en el mundo de morfeo, el lobo se sumergía en aquel lugar de ensueño, hasta que de pronto, un pez muy raro empezó a hacerle cosquillas en el lomo. - Glub glub glub. Repetía sin parar, no entendía nada, hasta que por fin las advertencias de Ava le hicieron volver al mundo real. - Chicos, no quisiera asustaros, pero es posible que vaya a entrar el hombre del saco... Escuchó medio dormido, pero le hizo abrir los ojos como platos.
Obviamente había escuchado en infinidad de ocasiones historias sobre el hombre del saco y a pesar de que nunca había podido comprobar su existencia, era uno de los mayores temores que Axel arrastraba desde su más tierna infancia. Pero no había tiempo para ser el cobardica anciano del pasado, tenía que proteger a los suyos, así que armándose de valor dijo. - Tra-Tra-Tranqui-quilos chi-chicos, yo me enca-ca-ca-cargo... Apenas pudiendo levantarse y temblando se dirigió a la salida de la choza.
Amy le miraba muy seria en la entrada, como juzgando su cobardía, no podía defraudarla así que con una estoicidad envidiable, corrió las hojas colgantes que hacían de puerta improvisada y salió de golpe. No pudo sentir más alivio cuando sintió un afilado cuchillo apoyado en su garganta. Apartando el brazo del desconocido con una mano suspiró. - Fiuuuu... No saben la alegría que me da veros muchachos. ¿Qué desean? Dijo mientras miraba al grupo de hombres, hombres normales y corrientes, que esperaban fuera de su hogar temporal. Los malhechores, confusos, portando cuchillos y porras no sabían muy bien que ocurría, quizás estaba chalado el señor que acababa de aparecer o les conocía de verdad...
- Viejo, dame todo lo que tengas pero rapidito. Se apresuró a decir el que había posado sobre la garganta de Axel un cuchillo hace tan solo unos instantes. - Y no te hagas el valiente, que me pongo muy nervioso si me enfado. El licántropo no entendía muy bien lo que ocurría, pero aquel tipo parecía incómodo por alguna razón. - Vale vale, tranquilo. Decía mientras hurgaba en su taparrabos. El hombre cuchillo en alto, puso la otra mano para recibir una parte de su ansiado botín. Axel acercó su puño cerrado hacia la mano del maleante para luego abrirla y dejar caer sobre ella todos sus preciados tesoros.
Unos frutos machacados, debido al movidito sueño que había tenido, un par de conchas y unas hojas secas fueron lo único que aterrizó en las garras del encapuchado. - Pero que... Big John. Dijo sin dudar. Lo último que recordaría el hombre lobo sería una gigantesca sombra acercarse por su espalda y un fuerte golpe en la cabeza.
Estaba KO, tumbando en mitad del barro mientras algunos miembros de la banda se acercaban a su cuerpo inerte. Lo siguiente que harían es atar y amordazar al viejo para después subirlo a un caballo. Quien sabe que harían con su escultural cuerpo, pero al menos ahora no podía preocuparse por ello, ni por sus compañeros que ahora corrían un peligro aún mayor. En alguna parte de lo que quedaba de la consciencia de Axel resonaba... Ojalá hubiera sido el hombre del saco...
En el mundo real no era tan gracioso, mientras soñaba, el hombre no paraba de mover los brazos y las piernas como si estuviera corriendo realmente, dándole a sus compañeros de alcoba más de un manotazo o patada. Mientras tanto, en el mundo de morfeo, el lobo se sumergía en aquel lugar de ensueño, hasta que de pronto, un pez muy raro empezó a hacerle cosquillas en el lomo. - Glub glub glub. Repetía sin parar, no entendía nada, hasta que por fin las advertencias de Ava le hicieron volver al mundo real. - Chicos, no quisiera asustaros, pero es posible que vaya a entrar el hombre del saco... Escuchó medio dormido, pero le hizo abrir los ojos como platos.
Obviamente había escuchado en infinidad de ocasiones historias sobre el hombre del saco y a pesar de que nunca había podido comprobar su existencia, era uno de los mayores temores que Axel arrastraba desde su más tierna infancia. Pero no había tiempo para ser el cobardica anciano del pasado, tenía que proteger a los suyos, así que armándose de valor dijo. - Tra-Tra-Tranqui-quilos chi-chicos, yo me enca-ca-ca-cargo... Apenas pudiendo levantarse y temblando se dirigió a la salida de la choza.
Amy le miraba muy seria en la entrada, como juzgando su cobardía, no podía defraudarla así que con una estoicidad envidiable, corrió las hojas colgantes que hacían de puerta improvisada y salió de golpe. No pudo sentir más alivio cuando sintió un afilado cuchillo apoyado en su garganta. Apartando el brazo del desconocido con una mano suspiró. - Fiuuuu... No saben la alegría que me da veros muchachos. ¿Qué desean? Dijo mientras miraba al grupo de hombres, hombres normales y corrientes, que esperaban fuera de su hogar temporal. Los malhechores, confusos, portando cuchillos y porras no sabían muy bien que ocurría, quizás estaba chalado el señor que acababa de aparecer o les conocía de verdad...
- Viejo, dame todo lo que tengas pero rapidito. Se apresuró a decir el que había posado sobre la garganta de Axel un cuchillo hace tan solo unos instantes. - Y no te hagas el valiente, que me pongo muy nervioso si me enfado. El licántropo no entendía muy bien lo que ocurría, pero aquel tipo parecía incómodo por alguna razón. - Vale vale, tranquilo. Decía mientras hurgaba en su taparrabos. El hombre cuchillo en alto, puso la otra mano para recibir una parte de su ansiado botín. Axel acercó su puño cerrado hacia la mano del maleante para luego abrirla y dejar caer sobre ella todos sus preciados tesoros.
Unos frutos machacados, debido al movidito sueño que había tenido, un par de conchas y unas hojas secas fueron lo único que aterrizó en las garras del encapuchado. - Pero que... Big John. Dijo sin dudar. Lo último que recordaría el hombre lobo sería una gigantesca sombra acercarse por su espalda y un fuerte golpe en la cabeza.
Estaba KO, tumbando en mitad del barro mientras algunos miembros de la banda se acercaban a su cuerpo inerte. Lo siguiente que harían es atar y amordazar al viejo para después subirlo a un caballo. Quien sabe que harían con su escultural cuerpo, pero al menos ahora no podía preocuparse por ello, ni por sus compañeros que ahora corrían un peligro aún mayor. En alguna parte de lo que quedaba de la consciencia de Axel resonaba... Ojalá hubiera sido el hombre del saco...
Axel Svensson
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
El Capitán Werner y Wes Fungai atravesaban las últimas calles de la ciudad Lagarto. Wes Fungai emitió un soplido de agotamiento, se había mantenido en tensión durante gran parte del paseo, con una mano en la empuñadura de la espada y con la otra fingiendo tranquilidad. El Capitán respondió con un movimiento asertivo con la cabeza. Ambos piratas compartieron el mismo pensamiento: no es nuestra ciudad y nunca lo fue.
—Damos por concluida nuestra investigación — dijo alegremente El Capitán Werner siendo consciente de que Wes Fungai no era la única persona que le estaba escuchando —. Si las circunstancias fueran otras, te habría sugerido visitar la biblioteca, habríamos aprendido mucho sobre la historia y edificación de Lagarto — ]hizo un movimiento de vagueza con la mano izquierda, los tres tentáculos que tenía por dedos danzaron en el aire —, pero dudo mucho que Lagarto posea algún tipo de biblioteca, ni siquiera un archivo en una cámara de la alcaldía. ¿He dicho alcaldía? ¡Eso sería mucho esperar!
Wes Fungai hizo el amago de una sonrisa, no porque le causase gracia la broma de El Capitán, sino porque te tenía un compromiso con éste.
—Venga, señor Fungai. Vayamos de aquí. Alquilaremos un carruaje en algún pueblo vecino, si es el tercer pueblo mejor, evitaremos encontrarnos con los habitantes de Lagarto que ronden las cercanías. No queremos problemas.
La frase iba dirigida hacia los otros oyentes, aquellos que se escondían detrás de los visillos y al otro lado de las puertas entre abiertas. No queremos problemas. Es evidente que estamos armados y si nos atacáis, varios de vosotros morirán en combate. El mensaje fue bien recibido. El Capitán escuchó el inconfundible ruido de una puerta al cerrarse. El número de oyentes había reducido considerablemente, también el número de manos que reposaban sobre la empuñadura de viejas dagas.
Lo siguiente que Alfred Werner le dijo a Wes Fungai fue en voz baja.
—Tendremos que pasar una noche en la intemperie. Será fuera de Lagarto, pero no lo bastante lejos como me gustaría.
—Como usted diga, mi capitán — eran las primeras palabras que el erizo pronunciaba desde que abandonó la seguridad que le proporciona La Promesa.
El Capitán caminaba ligeramente más despacio que Fungai. Prestaba atención a los pequeños detalles de la ciudad, los que relataban las historias que allí habían sucedió. Se fijó en las marcas verticales sobre los escalones de la entrada de un enorme edificio de dos plantas. Eran las mismas marcas que se encontraban en los templos e iglesias, cualquier capitán pirata sabría identificarlas. Allí habían colocado la cabeza de un hombre y un hacha afilada la habría separado del resto del cuerpo. En Lagarto se realizaban ejecuciones en público. El Capitán echó una ojeada a las ventanas de los edificios más cercanos, se encontró con ojos brillantes como estrellas que no se desvanecieron al toparse con los del pirata. Lo que aquellos ojos habían visto no tenía paragón. Un pirata de metro y medio con tentáculos en vez de barba era lo menos monstruoso.
Lagarto es un hábitat, no merece ser denominada ciudad, fría y hostil como el animal que le da nombre.
Las primeras impresiones eran confusas y la respuesta más evidente no es la más acertada. En Lunargente, el hombre que amenazaba con una espada a un hombre indefenso era encarcelado y juzgado como a un criminal. Aquí, en Lagarto, el segundo hombre podría tener un cuchillo escondido o, quizás, previamente habría matado a los familiares del primero. Los actos de violencia se respondían con más violencias. No existía la culpabilidad ni tampoco la inocencia, puesto que no había ningún delito. Se trataba de un sistema de comercio donde los aeros valían lo mismo que las vidas.
El Capitán y Fungai tuvieron la oportunidad de observar una transacción. Un grupo de comerciantes (bandidos) se presentaron a un campamento de aventureros situado en las afueras de Lagarto. Tú vida a cambio de aeros.
Fungai se quedó estático y con gesto vacilante. Comprendía, tan bien como El Capitán, que así eran las cosas en Lagarto. Se trataba de una transacción.
Los comerciantes golpearon al lobo de los aventureros y lo metieron dentro de un saco. Uno de los hombres, El Capitán reconoció que era el único desarmado, subió al animal a caballo y se lo llevó al interior de la ciudad.
Los demás comerciantes continuaban negociando con los aventureros. El pago no era suficiente. ¿Qué más?
El Capitán hizo acopio de marcharse. Hasta el momento había visto la escena desde la lejanía, escondido detrás de unos árboles sin hojas. Sin embargo, algo le llamó la atención: la figura infantil de una niña. Era unos años mayor que Ulareena, la hija del Capitán. La chica estaba frente a los comerciantes (bandidos) y los miraba con los ojos curiosos de un felino, como si no fuera capaz de entender que las espadas pueden cortar la carne.
Levantó la tenaza, apuntó al comerciante que se encontraba más cerca de la niña y disparó. El proyectil de agua estalló en la cabeza del bandido, le abrió un boquete por el que podía pasar una mano (o un tentáculo, fuera el caso).
Llegó el momento que Wes Fungai tanto había esperado: el pirata desenfundó la espada y se lanzó al ataque. El acero del arma del hombre erizo chocó contra la espada curva de uno de los bandidos. El combate se igualó de forma natural. Ambos eran capaces de predecir las fintas del contrincante y defenderlas antes de que el arma enemiga llegase a tocar la carne.
El Capitán tuvo la osadía de enfrentarse contra el resto de los piratas. Combinó la maestría con el sable con el uso de la tenaza como escudo, una táctica que los bandidos no esperaban y que conseguía distraerles el tiempo suficientemente, apenas un segundo, para que el capitán pirata pudiera realizar un corte limpio. Al primero le cortó la mano de la espada y lo derribó al suelo golpeándolo con la tenaza en el vientre. Las constantes súplicas y llantos por la mano pérdida indicaban que no volvería a levantarse. Al segundo bandido lo derribo sin hacer uso de trabajadas estrategias. Su arma eran los cuchillos, uno en cada mano, y su táctica era la que uno se podría esperar de un habitante de Lagarto: deslizarse por la espalda y atacar de improvisto. El Capitán se hizo a un lado a la vez que enredaba los tentáculos de la mano izquierda a los pies del escurridizo vándalo. Éste cayó de bruces contra el suelo en el momento que fue a saltar a la espalda del capitán, con los cuchillos en las manos. La caída fue tan torpe y desafortunada que los cuchillos terminaron atravesando el cráneo del bandido.
—Bienaventurados… iba a llamaros caballeros — dijo El Capitán al mismo tiempo que recogía el sombre del suelo (en un momento de la batalla se le había caído) —, os aconsejo que os vayáis en la mayor brevedad posible. Esta gente forma parte de un sistema de un gremio de comerciantes. ¿Me entienden? Estos tres… — Wes Fungai consiguió sorprender al tercero y último justo a tiempo. El hombre erizo clavó su espada en el vientre del bandido — iba a llamarles caballeros — repitió la misma broma —, son una extremidad de un cuerpo mucho más grande. Son el dedo meñique de Lagarto. Escuchad mi consejo y marchaos de aquí.
Los ojos del variopinto grupo y el ruido de los cascos de los caballos que lograron huir, marchándose con el lobo metido en un saco, eran respuesta suficiente: no nos iremos sin nuestro perro.
Offrol Utilizo la habilidad
Nivel 3 Cañón crustáceo (rasgo): Similar a lo que ocurre en la naturaleza (cangrejo pistolero), el Capitán Werner es capaz de almacenar agua en su tenaza y luego dispararla en forma de proyectil contundente. La habilidad resulta efectiva a corta y media distancia.
—Damos por concluida nuestra investigación — dijo alegremente El Capitán Werner siendo consciente de que Wes Fungai no era la única persona que le estaba escuchando —. Si las circunstancias fueran otras, te habría sugerido visitar la biblioteca, habríamos aprendido mucho sobre la historia y edificación de Lagarto — ]hizo un movimiento de vagueza con la mano izquierda, los tres tentáculos que tenía por dedos danzaron en el aire —, pero dudo mucho que Lagarto posea algún tipo de biblioteca, ni siquiera un archivo en una cámara de la alcaldía. ¿He dicho alcaldía? ¡Eso sería mucho esperar!
Wes Fungai hizo el amago de una sonrisa, no porque le causase gracia la broma de El Capitán, sino porque te tenía un compromiso con éste.
—Venga, señor Fungai. Vayamos de aquí. Alquilaremos un carruaje en algún pueblo vecino, si es el tercer pueblo mejor, evitaremos encontrarnos con los habitantes de Lagarto que ronden las cercanías. No queremos problemas.
La frase iba dirigida hacia los otros oyentes, aquellos que se escondían detrás de los visillos y al otro lado de las puertas entre abiertas. No queremos problemas. Es evidente que estamos armados y si nos atacáis, varios de vosotros morirán en combate. El mensaje fue bien recibido. El Capitán escuchó el inconfundible ruido de una puerta al cerrarse. El número de oyentes había reducido considerablemente, también el número de manos que reposaban sobre la empuñadura de viejas dagas.
Lo siguiente que Alfred Werner le dijo a Wes Fungai fue en voz baja.
—Tendremos que pasar una noche en la intemperie. Será fuera de Lagarto, pero no lo bastante lejos como me gustaría.
—Como usted diga, mi capitán — eran las primeras palabras que el erizo pronunciaba desde que abandonó la seguridad que le proporciona La Promesa.
El Capitán caminaba ligeramente más despacio que Fungai. Prestaba atención a los pequeños detalles de la ciudad, los que relataban las historias que allí habían sucedió. Se fijó en las marcas verticales sobre los escalones de la entrada de un enorme edificio de dos plantas. Eran las mismas marcas que se encontraban en los templos e iglesias, cualquier capitán pirata sabría identificarlas. Allí habían colocado la cabeza de un hombre y un hacha afilada la habría separado del resto del cuerpo. En Lagarto se realizaban ejecuciones en público. El Capitán echó una ojeada a las ventanas de los edificios más cercanos, se encontró con ojos brillantes como estrellas que no se desvanecieron al toparse con los del pirata. Lo que aquellos ojos habían visto no tenía paragón. Un pirata de metro y medio con tentáculos en vez de barba era lo menos monstruoso.
Lagarto es un hábitat, no merece ser denominada ciudad, fría y hostil como el animal que le da nombre.
Las primeras impresiones eran confusas y la respuesta más evidente no es la más acertada. En Lunargente, el hombre que amenazaba con una espada a un hombre indefenso era encarcelado y juzgado como a un criminal. Aquí, en Lagarto, el segundo hombre podría tener un cuchillo escondido o, quizás, previamente habría matado a los familiares del primero. Los actos de violencia se respondían con más violencias. No existía la culpabilidad ni tampoco la inocencia, puesto que no había ningún delito. Se trataba de un sistema de comercio donde los aeros valían lo mismo que las vidas.
El Capitán y Fungai tuvieron la oportunidad de observar una transacción. Un grupo de comerciantes (bandidos) se presentaron a un campamento de aventureros situado en las afueras de Lagarto. Tú vida a cambio de aeros.
Fungai se quedó estático y con gesto vacilante. Comprendía, tan bien como El Capitán, que así eran las cosas en Lagarto. Se trataba de una transacción.
Los comerciantes golpearon al lobo de los aventureros y lo metieron dentro de un saco. Uno de los hombres, El Capitán reconoció que era el único desarmado, subió al animal a caballo y se lo llevó al interior de la ciudad.
Los demás comerciantes continuaban negociando con los aventureros. El pago no era suficiente. ¿Qué más?
El Capitán hizo acopio de marcharse. Hasta el momento había visto la escena desde la lejanía, escondido detrás de unos árboles sin hojas. Sin embargo, algo le llamó la atención: la figura infantil de una niña. Era unos años mayor que Ulareena, la hija del Capitán. La chica estaba frente a los comerciantes (bandidos) y los miraba con los ojos curiosos de un felino, como si no fuera capaz de entender que las espadas pueden cortar la carne.
Levantó la tenaza, apuntó al comerciante que se encontraba más cerca de la niña y disparó. El proyectil de agua estalló en la cabeza del bandido, le abrió un boquete por el que podía pasar una mano (o un tentáculo, fuera el caso).
Llegó el momento que Wes Fungai tanto había esperado: el pirata desenfundó la espada y se lanzó al ataque. El acero del arma del hombre erizo chocó contra la espada curva de uno de los bandidos. El combate se igualó de forma natural. Ambos eran capaces de predecir las fintas del contrincante y defenderlas antes de que el arma enemiga llegase a tocar la carne.
El Capitán tuvo la osadía de enfrentarse contra el resto de los piratas. Combinó la maestría con el sable con el uso de la tenaza como escudo, una táctica que los bandidos no esperaban y que conseguía distraerles el tiempo suficientemente, apenas un segundo, para que el capitán pirata pudiera realizar un corte limpio. Al primero le cortó la mano de la espada y lo derribó al suelo golpeándolo con la tenaza en el vientre. Las constantes súplicas y llantos por la mano pérdida indicaban que no volvería a levantarse. Al segundo bandido lo derribo sin hacer uso de trabajadas estrategias. Su arma eran los cuchillos, uno en cada mano, y su táctica era la que uno se podría esperar de un habitante de Lagarto: deslizarse por la espalda y atacar de improvisto. El Capitán se hizo a un lado a la vez que enredaba los tentáculos de la mano izquierda a los pies del escurridizo vándalo. Éste cayó de bruces contra el suelo en el momento que fue a saltar a la espalda del capitán, con los cuchillos en las manos. La caída fue tan torpe y desafortunada que los cuchillos terminaron atravesando el cráneo del bandido.
—Bienaventurados… iba a llamaros caballeros — dijo El Capitán al mismo tiempo que recogía el sombre del suelo (en un momento de la batalla se le había caído) —, os aconsejo que os vayáis en la mayor brevedad posible. Esta gente forma parte de un sistema de un gremio de comerciantes. ¿Me entienden? Estos tres… — Wes Fungai consiguió sorprender al tercero y último justo a tiempo. El hombre erizo clavó su espada en el vientre del bandido — iba a llamarles caballeros — repitió la misma broma —, son una extremidad de un cuerpo mucho más grande. Son el dedo meñique de Lagarto. Escuchad mi consejo y marchaos de aquí.
Los ojos del variopinto grupo y el ruido de los cascos de los caballos que lograron huir, marchándose con el lobo metido en un saco, eran respuesta suficiente: no nos iremos sin nuestro perro.
Offrol Utilizo la habilidad
Nivel 3 Cañón crustáceo (rasgo): Similar a lo que ocurre en la naturaleza (cangrejo pistolero), el Capitán Werner es capaz de almacenar agua en su tenaza y luego dispararla en forma de proyectil contundente. La habilidad resulta efectiva a corta y media distancia.
El Capitán Werner
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Parecía ser que la bio-cibernética había fracasado en su tarea de mantener a sus compañeros atrapados en sueñópolis. Ava estaba casi tan alterada como aquella vez en la que no se encontraron con agua durante más de medio día. Manoseaba a los que aún dormían y los obligaba a abrir los ojos, igual que una madre a su hijo que llega tarde el primer día de clase. Hablaba en susurros, sin embargo, algo que dijo dejó trastocado a Axel, quien sintió la necesidad de salir de la cabaña chapucera para hacerse cargo de… de cosas de chuchos, supuso Amy. Por si acaso, por pura curiosidad de estar desvelada, y sin entender que quizás estaba siendo un pelín entrometida, decidió seguir al hombre lobo afuera.
Allí seguían los vendedores erre que erre. ¿Qué iban a intentar venderles ahora? La muchacha semi-robot había supuesto (ella solita) que debían ser mercaderes de cuchillos y otros utensilios filosos, porque no dejaban de enseñarles muestras, cada vez más cerca del gaznate. Y de cachiporras, al parecer. Amy estaba fuera de onda cuando se trataba de trueques y esas cosas, pero eso de arrearle en la perola a tu cliente después de que te pagase… No parecía muy lógico en sus ojos. Su amigo barbudo, el brujo del bosque, fue convirtiéndose gradualmente y de manera involuntaria en lobo blanco, a medida que sus ojos se iban cerrando y perdía la consciencia hasta desplomarse en el suelo. Un mecanismo lupino de defensa ancestral, probablemente. No le sirvió de mucho.
La chica metálica abrió ligeramente la boca de la sorpresa. En el momento que comenzaron a maniatar a su profesor de yoga Axel, a Amy le faltó tiempo para preparar sus cuchillas. Aunque no pudo sacarlas, ya que otro de los no tan amables señores se le plantó delante, con la idea de enseñarle lo que un hombre grandote y fornido es capaz de hacerle a una indefensa damisela en apuros. Y vaya apuros… los de aquel hombre. Apurada quedó su cabeza cuando algo la abrió en canal -en túnel, mejor dicho-, salpicando guarrerías que no estaban escritas, y dejando un orificio que la atravesaba de lado a lado, como si fuera un catalejo humano.
Una sonrisa boba de circunstancias se esbozó en el rostro de la biónica, paralizada sin poder hacer más que ver, con los ojos abiertos como platos, aquella escena de teatrillo de acción. Sonido de metal con metal, golpes sordos, chispas en la oscuridad, hojas afiladas silbando en el aire. Lo tenía todo… menos palomitas de maíz artesanales, como las que hacían en Verisar. Una lástima. No obstante, aquella carnicería acabó mucho más rápido de lo que cabría esperar, entre lamentos, gemidos, y almas que subían al cielo de los difuntos. Lo único que no terminó muy bien fue el detalle de su compañero canino, perdiéndose en la lluviosa y lúgubre lejanía, inmovilizado a lomos de un caballo galopando en plena fuga.
- Por favor, no nos mate. Pronunció con total tranquilidad. Amy, que había aprendido muchas cosas sobre la precaución, levantó las manos y rogó por su vida. Sabía que la violencia no la ayudaría en aquella ocasión… ¿Qué posibilidades tenían contra un hombre que se había arrancado una mano y la había sustituido por una pinza de cangrejo? Muy bien de la cabeza no podía estar, y con ese tipo de gente había que tener cuidadín extremo. A medida que se aproximaban ambos extraños, pudo apreciar con claridad que de “hombres” tenían poco. De hecho, el del gorro daba la impresión de ser pariente lejano de Ava, e imponía un poco menos de cerca por su escasa estatura; y el otro, pues parecía que se había chocado contra un cactus. Vaya gente rara pululaba por Aerandir, pensó la bio-cibernética, pasmada y maravillada a partes iguales, ante la visión de semejantes criaturas (bastante frescas a la hora de vestir, tenía que admitir.)
- Bienaventurados… Empezó a decir el señor que se había pasado comiendo espagueti, tratando de explicarles por qué no era buena idea deambular por allí sin protección contratada. Lo intentó lo mejor que pudo, sin embargo, Amy no entendía del todo sus palabras ni compartía las tácticas tan agresivas de venta y marketing que usaban por aquella zona. Sólo entendía que su amigo se iba cada vez más y más lejos, raptado cual saco de patatas, y allí plantados no iban a conseguir nada.
Con el ceño fruncido, la muchacha metálica miró a la chica dragón de agua, rebosando convicción por cada poro de su piel. Después giró la cabeza hasta el rastro de huellas, con forma de herradura, que se perdía a lo lejos en el barro mojado. Ellos no tenían montura… ni tiempo. Había que actuar con diligencia, así que Amy estudió cuidadosamente la situación: si aquel señor ataviado con un tricornio a la moda había sido capaz de despachar a todos los mercaderes en un santiamén, a una velocidad vertiginosa y sin sudar la gota gorda, no sería descabellado deducir que era igual de rápido para seguir un rastro.
- ¡Siga a ese animal! Exclamó la bio-cibernética, al mismo tiempo que se subía a la chepa del hombre tentacular y señalaba con el dedo índice en dirección al caballo que huía con su camarada lobo. No vio necesario espolearlo, parecía la mar de capaz… Y hablando de mar, la verdad es que un poquito a mar si que olía. Una fragancia salada, la cual se acentuaba bajo la lluvia nocturna. Respiró hondo. Mucho mejor que a las que estaba acostumbrada.
Allí seguían los vendedores erre que erre. ¿Qué iban a intentar venderles ahora? La muchacha semi-robot había supuesto (ella solita) que debían ser mercaderes de cuchillos y otros utensilios filosos, porque no dejaban de enseñarles muestras, cada vez más cerca del gaznate. Y de cachiporras, al parecer. Amy estaba fuera de onda cuando se trataba de trueques y esas cosas, pero eso de arrearle en la perola a tu cliente después de que te pagase… No parecía muy lógico en sus ojos. Su amigo barbudo, el brujo del bosque, fue convirtiéndose gradualmente y de manera involuntaria en lobo blanco, a medida que sus ojos se iban cerrando y perdía la consciencia hasta desplomarse en el suelo. Un mecanismo lupino de defensa ancestral, probablemente. No le sirvió de mucho.
La chica metálica abrió ligeramente la boca de la sorpresa. En el momento que comenzaron a maniatar a su profesor de yoga Axel, a Amy le faltó tiempo para preparar sus cuchillas. Aunque no pudo sacarlas, ya que otro de los no tan amables señores se le plantó delante, con la idea de enseñarle lo que un hombre grandote y fornido es capaz de hacerle a una indefensa damisela en apuros. Y vaya apuros… los de aquel hombre. Apurada quedó su cabeza cuando algo la abrió en canal -en túnel, mejor dicho-, salpicando guarrerías que no estaban escritas, y dejando un orificio que la atravesaba de lado a lado, como si fuera un catalejo humano.
Una sonrisa boba de circunstancias se esbozó en el rostro de la biónica, paralizada sin poder hacer más que ver, con los ojos abiertos como platos, aquella escena de teatrillo de acción. Sonido de metal con metal, golpes sordos, chispas en la oscuridad, hojas afiladas silbando en el aire. Lo tenía todo… menos palomitas de maíz artesanales, como las que hacían en Verisar. Una lástima. No obstante, aquella carnicería acabó mucho más rápido de lo que cabría esperar, entre lamentos, gemidos, y almas que subían al cielo de los difuntos. Lo único que no terminó muy bien fue el detalle de su compañero canino, perdiéndose en la lluviosa y lúgubre lejanía, inmovilizado a lomos de un caballo galopando en plena fuga.
- Por favor, no nos mate. Pronunció con total tranquilidad. Amy, que había aprendido muchas cosas sobre la precaución, levantó las manos y rogó por su vida. Sabía que la violencia no la ayudaría en aquella ocasión… ¿Qué posibilidades tenían contra un hombre que se había arrancado una mano y la había sustituido por una pinza de cangrejo? Muy bien de la cabeza no podía estar, y con ese tipo de gente había que tener cuidadín extremo. A medida que se aproximaban ambos extraños, pudo apreciar con claridad que de “hombres” tenían poco. De hecho, el del gorro daba la impresión de ser pariente lejano de Ava, e imponía un poco menos de cerca por su escasa estatura; y el otro, pues parecía que se había chocado contra un cactus. Vaya gente rara pululaba por Aerandir, pensó la bio-cibernética, pasmada y maravillada a partes iguales, ante la visión de semejantes criaturas (bastante frescas a la hora de vestir, tenía que admitir.)
- Bienaventurados… Empezó a decir el señor que se había pasado comiendo espagueti, tratando de explicarles por qué no era buena idea deambular por allí sin protección contratada. Lo intentó lo mejor que pudo, sin embargo, Amy no entendía del todo sus palabras ni compartía las tácticas tan agresivas de venta y marketing que usaban por aquella zona. Sólo entendía que su amigo se iba cada vez más y más lejos, raptado cual saco de patatas, y allí plantados no iban a conseguir nada.
Con el ceño fruncido, la muchacha metálica miró a la chica dragón de agua, rebosando convicción por cada poro de su piel. Después giró la cabeza hasta el rastro de huellas, con forma de herradura, que se perdía a lo lejos en el barro mojado. Ellos no tenían montura… ni tiempo. Había que actuar con diligencia, así que Amy estudió cuidadosamente la situación: si aquel señor ataviado con un tricornio a la moda había sido capaz de despachar a todos los mercaderes en un santiamén, a una velocidad vertiginosa y sin sudar la gota gorda, no sería descabellado deducir que era igual de rápido para seguir un rastro.
- ¡Siga a ese animal! Exclamó la bio-cibernética, al mismo tiempo que se subía a la chepa del hombre tentacular y señalaba con el dedo índice en dirección al caballo que huía con su camarada lobo. No vio necesario espolearlo, parecía la mar de capaz… Y hablando de mar, la verdad es que un poquito a mar si que olía. Una fragancia salada, la cual se acentuaba bajo la lluvia nocturna. Respiró hondo. Mucho mejor que a las que estaba acostumbrada.
Amy
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Poco quedaba ya de las flores que Ava había utilizado para adornar las cabezas de sus amigos. Hacía tiempo que la conocida como “chica dragón” no sentía tanto miedo, no solo por ella, si no por sus amigos. El hombre del saco distaba mucho de ser tan solo o una leyenda o un cuento infantil. Ella ya lo había visto antes, había oído sus pasos en la noche, y aunque sus progenitores sapo le habían dicho que había sido su imaginación por atiborrarse de pastel de setas la noche de antes, Ava sabía que lo que había visto y oído era real. Es por eso que había insistido tanto en despertar al hombre lobo, y también había intentado hacer que la chica robot se escondiera todo lo posible dentro de su casa improvisada, pero ninguno de los dos parecía estar mínimamente preocupado por la situación.
Cuando el lobo se despertó, Ava tuvo que ver como salía de la tienda apenas sin pensar en lo que estaba haciendo. Las dos chicas se asomaron al exterior (Ava tan solo puso un ojo en una de las muchas rendijas de la pseudo-cabaña) para ver cómo el Hombre del Saco, que en realidad era más de uno, amenazaban al pobre Axel, para después darle un fuerte golpe en la cabeza, lo que hizo además que éste se transformase de forma involuntaria en un gran lobo blanco, cosa que siempre impresionaba a la chica pez, pero que en aquel momento no pudo hacer nada por calmar sus nervios.
Fue entonces cuando uno de los hombres del saco reparó en Amy, que había pensado que era buena idea salir de la tienda, ¿¡Pero que no han entendido de que fuera está el Hombre del Saco!? pensó exasperada Ava, sin entender por que nadie tenía un mínimo de cuidado alguna vez. Vio como el hombre se acercaba a la robochica, y en su cara se veía de todo menos buenas intenciones. A pesar del miedo Ava sabía que tenía que hacer algo por ella, e iba a hacerlo a pesar del miedo, cuando de repente escuchó un disparo, y lo siguiente que vió fue como por la cara de Amy chorreaban lo que parecían los sesos del hombre del saco que se había acercado demasiado a ella.
¡¡¡Y ahora que!!! gritó Ava para sus adentros, mientras la chica metálica le decía a alguien “Por favor, no nos mate”. Ava dirigió la mirada hacía a aquello que le acababa de atravesar la cabeza a un hombre del saco, o al menos a uno de sus sirvientes, porque el Hombre del Saco no habría podido explotar de aquella manera.
El aspecto de los recién llegados no es que inspirase demasiada confianza, pero acababan de salvar a Amy, y bueno, si uno se paraba a pensarlo, tan solo eran un pulpo muy bajito con una espada y una pinza de cangrejo, y un señor.... ¿puercoespín? Había hombres-sapo que daban mucho más miedo pensó Ava, que se acordó de Timothe Florence, que era un hombre sapo, o al menos eso se suponía que era, a pesar de que tenía una especie de plumas viscosas por todo el cuerpo, un par de espolones en las patas traseras y esa cosa tan extraña que le colgaba de la barbilla…Aún así, nunca nadie juzgó que es lo que había hecho su madre 9 meses antes de que él naciese.
Los dos desconocidos empezaron a acercarse a ellas, mientras las dos jóvenes aventureras repararon en que al pobre Axel se lo habían llevado, y teniendo en cuenta que los hombres del saco iban a caballo, podrían estar ya muy lejos. Cruzaron sus miradas, ambas sabían lo que tenían que hacer.
- Bienaventurados… .- comenzó a decir el pulpo, que estando ahora más cerca, le pareció incluso adorable a Ava, que le sacaba casi dos cabezas a pesar de que el hombre pulpo llevaba sombrero.
Fue entonces cuando Amy, sin pensarlo, y sabiendo que tenían que darse prisa, se subió a la espalda del hombre del sombrero, y gritó que siguiese a los secuestradores de Axel.
A pesar de toda la tensión por lo ocurrido, y aunque sabía que el hombre lobo tenía menos tiempo cada segundo que pasaban allí sin hacer nada, Ava no pudo hacer otra cosa que empezar a reírse ante semejante situación. Fue como cuando alguien se le escapan los aires en un funeral, no es apropiado, pero uno no puede hacer otra cosa más que reírse. Incluso el señor puercoespín, que parecía un tipo bastante serio, con todos esos pinchos por todo el cuerpo, hizo una mueca, intentando aguantarse la risa, por ver como a su capitán acababa de domarlo lo que parecía una niña pequeña.
Cuando Ava se dió cuenta de la cara del hombre pulpo, decidió contener su risa lo mejor que pudo, y decidió presentarse.
- ¡Hola señores! Yo soy Ava, y la chica que lleva usted a la espalda es Amy. Es mi amiga. Ah, perdón por la risa. Son los nervios. Acabamos de ver al Hombre del Saco. Se ha llevado a nuestro amigo el lobo. Bueno no es un lobo. Es un señor. Bueno no un señor como vosotros, pero vamos que es un señor, pero que se transforma en lobo. ¿Nos querríais echar una mano con ese asuntillo? Teniendo en cuenta que acabáis de espachurrar a esos de ahí, y a este de aquí. Que no pasa nada, no crean que les juzgo, yo estoy muy de acuerdo con la violencia. Bueno, no lo estoy, o bueno depende. Se han ido por ahí… .- Ava decidió dejar de hablar y simplemente señalar el camino lleno de huellas por el que los asaltantes habían huido con Axel.
Puesto que el señor pulpo y su compañero puercoespín, que no hacía más que mirar a su capitán y a Ava, esperando una respuesta, no se movieron ni un poco, Ava decidió echar a andar por donde los secuestradores se habían ido, haciendoles gestos para animarles a que la siguieran. Pero bueno qué les pasa a estos dos, ¿les habrá comido un cangrejo la lengua?
Por suerte, los hombres echaron a andar, y empezaron a seguirla y los cuatro, con Amy aún en las espaldas del hombre tentáculos, siguieron las huellas que aquellos malhechores habían dejado en la tierra húmeda al huir con Axel y sus caballos.
A pesar de que Ava pensaba que sería mejor no molestar mucho a los recién llegados, no pudo quedarse callada:
- Bueno, ¿y de donde salís vosotros? ¿Tu del mar no? Yo también, bueno más o menos, mi padre sí, o eso creo, yo viví en una charca. Pero todo muy bonito eh, no os vayáis a pensar lo contrario. ¿Y tú, el de los pinchos? ¿O no te gusta que los llame pinchos? ¿Púas? ¿Agujas? ¿No has pensado en ponerles algún adorno? Yo si fuese tu lo haría...
Cuando el lobo se despertó, Ava tuvo que ver como salía de la tienda apenas sin pensar en lo que estaba haciendo. Las dos chicas se asomaron al exterior (Ava tan solo puso un ojo en una de las muchas rendijas de la pseudo-cabaña) para ver cómo el Hombre del Saco, que en realidad era más de uno, amenazaban al pobre Axel, para después darle un fuerte golpe en la cabeza, lo que hizo además que éste se transformase de forma involuntaria en un gran lobo blanco, cosa que siempre impresionaba a la chica pez, pero que en aquel momento no pudo hacer nada por calmar sus nervios.
Fue entonces cuando uno de los hombres del saco reparó en Amy, que había pensado que era buena idea salir de la tienda, ¿¡Pero que no han entendido de que fuera está el Hombre del Saco!? pensó exasperada Ava, sin entender por que nadie tenía un mínimo de cuidado alguna vez. Vio como el hombre se acercaba a la robochica, y en su cara se veía de todo menos buenas intenciones. A pesar del miedo Ava sabía que tenía que hacer algo por ella, e iba a hacerlo a pesar del miedo, cuando de repente escuchó un disparo, y lo siguiente que vió fue como por la cara de Amy chorreaban lo que parecían los sesos del hombre del saco que se había acercado demasiado a ella.
¡¡¡Y ahora que!!! gritó Ava para sus adentros, mientras la chica metálica le decía a alguien “Por favor, no nos mate”. Ava dirigió la mirada hacía a aquello que le acababa de atravesar la cabeza a un hombre del saco, o al menos a uno de sus sirvientes, porque el Hombre del Saco no habría podido explotar de aquella manera.
El aspecto de los recién llegados no es que inspirase demasiada confianza, pero acababan de salvar a Amy, y bueno, si uno se paraba a pensarlo, tan solo eran un pulpo muy bajito con una espada y una pinza de cangrejo, y un señor.... ¿puercoespín? Había hombres-sapo que daban mucho más miedo pensó Ava, que se acordó de Timothe Florence, que era un hombre sapo, o al menos eso se suponía que era, a pesar de que tenía una especie de plumas viscosas por todo el cuerpo, un par de espolones en las patas traseras y esa cosa tan extraña que le colgaba de la barbilla…Aún así, nunca nadie juzgó que es lo que había hecho su madre 9 meses antes de que él naciese.
Los dos desconocidos empezaron a acercarse a ellas, mientras las dos jóvenes aventureras repararon en que al pobre Axel se lo habían llevado, y teniendo en cuenta que los hombres del saco iban a caballo, podrían estar ya muy lejos. Cruzaron sus miradas, ambas sabían lo que tenían que hacer.
- Bienaventurados… .- comenzó a decir el pulpo, que estando ahora más cerca, le pareció incluso adorable a Ava, que le sacaba casi dos cabezas a pesar de que el hombre pulpo llevaba sombrero.
Fue entonces cuando Amy, sin pensarlo, y sabiendo que tenían que darse prisa, se subió a la espalda del hombre del sombrero, y gritó que siguiese a los secuestradores de Axel.
A pesar de toda la tensión por lo ocurrido, y aunque sabía que el hombre lobo tenía menos tiempo cada segundo que pasaban allí sin hacer nada, Ava no pudo hacer otra cosa que empezar a reírse ante semejante situación. Fue como cuando alguien se le escapan los aires en un funeral, no es apropiado, pero uno no puede hacer otra cosa más que reírse. Incluso el señor puercoespín, que parecía un tipo bastante serio, con todos esos pinchos por todo el cuerpo, hizo una mueca, intentando aguantarse la risa, por ver como a su capitán acababa de domarlo lo que parecía una niña pequeña.
Cuando Ava se dió cuenta de la cara del hombre pulpo, decidió contener su risa lo mejor que pudo, y decidió presentarse.
- ¡Hola señores! Yo soy Ava, y la chica que lleva usted a la espalda es Amy. Es mi amiga. Ah, perdón por la risa. Son los nervios. Acabamos de ver al Hombre del Saco. Se ha llevado a nuestro amigo el lobo. Bueno no es un lobo. Es un señor. Bueno no un señor como vosotros, pero vamos que es un señor, pero que se transforma en lobo. ¿Nos querríais echar una mano con ese asuntillo? Teniendo en cuenta que acabáis de espachurrar a esos de ahí, y a este de aquí. Que no pasa nada, no crean que les juzgo, yo estoy muy de acuerdo con la violencia. Bueno, no lo estoy, o bueno depende. Se han ido por ahí… .- Ava decidió dejar de hablar y simplemente señalar el camino lleno de huellas por el que los asaltantes habían huido con Axel.
Puesto que el señor pulpo y su compañero puercoespín, que no hacía más que mirar a su capitán y a Ava, esperando una respuesta, no se movieron ni un poco, Ava decidió echar a andar por donde los secuestradores se habían ido, haciendoles gestos para animarles a que la siguieran. Pero bueno qué les pasa a estos dos, ¿les habrá comido un cangrejo la lengua?
Por suerte, los hombres echaron a andar, y empezaron a seguirla y los cuatro, con Amy aún en las espaldas del hombre tentáculos, siguieron las huellas que aquellos malhechores habían dejado en la tierra húmeda al huir con Axel y sus caballos.
A pesar de que Ava pensaba que sería mejor no molestar mucho a los recién llegados, no pudo quedarse callada:
- Bueno, ¿y de donde salís vosotros? ¿Tu del mar no? Yo también, bueno más o menos, mi padre sí, o eso creo, yo viví en una charca. Pero todo muy bonito eh, no os vayáis a pensar lo contrario. ¿Y tú, el de los pinchos? ¿O no te gusta que los llame pinchos? ¿Púas? ¿Agujas? ¿No has pensado en ponerles algún adorno? Yo si fuese tu lo haría...
Ava Brekker
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
La verdad que sin el nauseabundo olor de uno de sus compañeros se descansaba mejor. Axel dormía apaciblemente junto al vaivén de aquel caballo, el saco le aportaba la oscuridad y el calor perfecto. Tanto era así que se relajó de tal manera que comenzó a perder su forma cuadrúpeda, volviendo a ser humano poco a poco. Durante este proceso las ataduras se fueron aflojando hasta darle libertad, pero para su desgracia en esa forma el balance no era el mismo, lo cual lo hizo caer de golpe del equino.
Todo parecía que éste golpe de suerte le daría la libertad, pero mientras caía, una de las cuerdas que lo maniataban hace unos instantes, se enganchó en uno de los estribos del caballo y la otra punta en su pie. El golpetazo fue tan fuerte que lo despertó y en que mal momento, no era demasiado agradable ser arrastrado por un caballo con la cabeza hundida en mitad del barro. El primer impacto repentino de una piedra le hizo ser consciente del peligro que corría en ese momento. -¡Ayud...! Su grito de socorro fue ahogado por el golpe de otra piedra en mitad de la frente.
El caballo se detuvo de pronto, parece ser que el grito a medias había sido suficiente. El secuestrador se bajó del caballo maldiciendo hasta en idiomas que no conocía. Reincorporó a Axel y reutilizó las cuerdas para atar sus manos de nuevo. - Gracias caballero, no se lo va a creer pero me han intentado secuestrar. Shhhhh, no se lo diga a nadie. Dijo el licántropo claramente perjudicado por tantos golpes en la cabeza. - Anda, sube. Replicó su captor ayudándole a subir al caballo de nuevo. Ahora al menos iba sentado como una persona normal, a la espalda del bandido, pero no entendía por qué los árboles bailaban de un lado para otro a su paso.
No tardaron mucho en llegar a una zona apartada y el hombre encapuchado dio un fuerte silbido. De la nada comenzaron a salir un montón de hombres y rodearon el caballo. - Si alguien nos sigue, matadlos. Tened cuidado pueden ser peligrosos. Argumentó el tipo en base a lo que había ocurrido hacía unos instantes. Los hombres asintieron y volvieron a mimetizarse de nuevo con el entorno, a la vez que el caballo volvía a emprender su camino.
No tardarían demasiado en llegar a Ciudad Lagarto, era extraño, lejos de llamar la atención la situación en la que se encontraba Axel, las gentes con las que se cruzaban desviaban la mirada a su paso. El hombre lobo comenzaba a estar más lúcido y no entendía que estaba ocurriendo y por qué aquel lugar era tan deprimente. Después de perderse cierto tiempo en las callejuelas, llegaron a una edificación que parecía bastante más grande que las demás, con un enorme portón que parecía la entrada al mismísimo infierno.
El hombre obligó a bajar a Axel del caballo y lo empujó hasta el portón, para después dar unos golpetazos en el mismo que parecían funcionar como una suerte de contraseña. Las puertas se abrieron, sobrecogiendo al hombre lobo que no había visto algo de tal magnitud en su vida. Ambos se perdieron en la oscuridad de aquel lúgubre lugar mientras las puertas se cerraban, chirriando a sus espaldas. El lugar estaba oscuro y de no ser por el complejo sistema de acceso, cualquiera diría que estaba abandonado, ni un alma en todo el trayecto.
Cuando ya llevaban un buen rato caminando por ese interminable pasillo inclinado, se apareció ante ellos una puerta bastante parecida a la anterior pero con más florituras y adornos. A ambos lados de la puerta se encontraban dos hombres de un tamaño considerable, que ocultaban sus facciones bajo una interminable capa. Bastó un solo gesto de su captor levantando la barbilla para que aquellas dos bestias abrieran la puerta y desvelaran el interior de aquella fortaleza.
La visión de Axel se nubló por un instante, de la oscuridad de aquel interminable túnel, pasó a una luz cegadora que venía de multitud de lámparas de aceite que se repartían por toda la estancia. Mientras sus ojos se acostumbraban al ambiente, pudo comenzar a observar varios detalles lujosos en el lugar, todo tipo de alimentos, música relajante y un gigantesco hombre elefante sentado en una especie de trono, rodeado por varios esclavos ligeritos de ropa. Un momento... ¡un hombre elefante! Cuando se dio cuenta de lo que acababa de ver, el hombre bestia ya se había levantado y con pesados movimientos llegó hasta donde se encontraba acercándole su trompa y comenzando a olisquearlo.
- Mmmmm, un wolfskouer Dijo mientras analizaba el olor. - Y blanco además. Respondió su captor con una sonrisa. El elefante se giró hacia él y le lanzó un morral que parecía estar lleno de aeros por el sonido metálico. - ¡Buen trabajo, conozco a varios que pagarán una fortuna por él! Sentenció el enorme hombre bestia, mientras el bandido le hacía una reverencia y abandonaba la sala por donde había venido. - Llevadlo junto al resto. Ordenó mientras le dirigía un último vistazo a Axel.
El licántropo asustado, sin entender nada de lo que estaba ocurriendo, fue apresado por dos hombres, que sujetándole cada uno de un brazo, lo arrastraron por una escalera de caracol hasta llegar a una puerta metálica en lo más profundo de aquel lugar. No sabía que había tras esa puerta, pero el olor a miedo y desesperación era insoportable allí abajo, sumado a que no estaba acostumbrado a estar en sitios cerrados, hacían que su respiración se agitase. No sabía por qué estaba allí ni lo que el futuro le deparaba, pero de una cosa estaba seguro, solo quería volver con sus compañeros.
Todo parecía que éste golpe de suerte le daría la libertad, pero mientras caía, una de las cuerdas que lo maniataban hace unos instantes, se enganchó en uno de los estribos del caballo y la otra punta en su pie. El golpetazo fue tan fuerte que lo despertó y en que mal momento, no era demasiado agradable ser arrastrado por un caballo con la cabeza hundida en mitad del barro. El primer impacto repentino de una piedra le hizo ser consciente del peligro que corría en ese momento. -¡Ayud...! Su grito de socorro fue ahogado por el golpe de otra piedra en mitad de la frente.
El caballo se detuvo de pronto, parece ser que el grito a medias había sido suficiente. El secuestrador se bajó del caballo maldiciendo hasta en idiomas que no conocía. Reincorporó a Axel y reutilizó las cuerdas para atar sus manos de nuevo. - Gracias caballero, no se lo va a creer pero me han intentado secuestrar. Shhhhh, no se lo diga a nadie. Dijo el licántropo claramente perjudicado por tantos golpes en la cabeza. - Anda, sube. Replicó su captor ayudándole a subir al caballo de nuevo. Ahora al menos iba sentado como una persona normal, a la espalda del bandido, pero no entendía por qué los árboles bailaban de un lado para otro a su paso.
No tardaron mucho en llegar a una zona apartada y el hombre encapuchado dio un fuerte silbido. De la nada comenzaron a salir un montón de hombres y rodearon el caballo. - Si alguien nos sigue, matadlos. Tened cuidado pueden ser peligrosos. Argumentó el tipo en base a lo que había ocurrido hacía unos instantes. Los hombres asintieron y volvieron a mimetizarse de nuevo con el entorno, a la vez que el caballo volvía a emprender su camino.
No tardarían demasiado en llegar a Ciudad Lagarto, era extraño, lejos de llamar la atención la situación en la que se encontraba Axel, las gentes con las que se cruzaban desviaban la mirada a su paso. El hombre lobo comenzaba a estar más lúcido y no entendía que estaba ocurriendo y por qué aquel lugar era tan deprimente. Después de perderse cierto tiempo en las callejuelas, llegaron a una edificación que parecía bastante más grande que las demás, con un enorme portón que parecía la entrada al mismísimo infierno.
El hombre obligó a bajar a Axel del caballo y lo empujó hasta el portón, para después dar unos golpetazos en el mismo que parecían funcionar como una suerte de contraseña. Las puertas se abrieron, sobrecogiendo al hombre lobo que no había visto algo de tal magnitud en su vida. Ambos se perdieron en la oscuridad de aquel lúgubre lugar mientras las puertas se cerraban, chirriando a sus espaldas. El lugar estaba oscuro y de no ser por el complejo sistema de acceso, cualquiera diría que estaba abandonado, ni un alma en todo el trayecto.
Cuando ya llevaban un buen rato caminando por ese interminable pasillo inclinado, se apareció ante ellos una puerta bastante parecida a la anterior pero con más florituras y adornos. A ambos lados de la puerta se encontraban dos hombres de un tamaño considerable, que ocultaban sus facciones bajo una interminable capa. Bastó un solo gesto de su captor levantando la barbilla para que aquellas dos bestias abrieran la puerta y desvelaran el interior de aquella fortaleza.
La visión de Axel se nubló por un instante, de la oscuridad de aquel interminable túnel, pasó a una luz cegadora que venía de multitud de lámparas de aceite que se repartían por toda la estancia. Mientras sus ojos se acostumbraban al ambiente, pudo comenzar a observar varios detalles lujosos en el lugar, todo tipo de alimentos, música relajante y un gigantesco hombre elefante sentado en una especie de trono, rodeado por varios esclavos ligeritos de ropa. Un momento... ¡un hombre elefante! Cuando se dio cuenta de lo que acababa de ver, el hombre bestia ya se había levantado y con pesados movimientos llegó hasta donde se encontraba acercándole su trompa y comenzando a olisquearlo.
- Mmmmm, un wolfskouer Dijo mientras analizaba el olor. - Y blanco además. Respondió su captor con una sonrisa. El elefante se giró hacia él y le lanzó un morral que parecía estar lleno de aeros por el sonido metálico. - ¡Buen trabajo, conozco a varios que pagarán una fortuna por él! Sentenció el enorme hombre bestia, mientras el bandido le hacía una reverencia y abandonaba la sala por donde había venido. - Llevadlo junto al resto. Ordenó mientras le dirigía un último vistazo a Axel.
El licántropo asustado, sin entender nada de lo que estaba ocurriendo, fue apresado por dos hombres, que sujetándole cada uno de un brazo, lo arrastraron por una escalera de caracol hasta llegar a una puerta metálica en lo más profundo de aquel lugar. No sabía que había tras esa puerta, pero el olor a miedo y desesperación era insoportable allí abajo, sumado a que no estaba acostumbrado a estar en sitios cerrados, hacían que su respiración se agitase. No sabía por qué estaba allí ni lo que el futuro le deparaba, pero de una cosa estaba seguro, solo quería volver con sus compañeros.
Axel Svensson
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Cogió a la chica de metal (Amy) con la misma ternura con la que cogería a su propia hija y la bajó de su accidentada espalda. No dijo nada a la muchacha ni se quejó por el daño que le había hecho, habría sido una falta de respeto hacia Ava, quien estaba hablando en aquel momento.
Ava hablaba con torpeza, como si estuviera aprendiendo la lengua común o, lo que sería más correcto, a hablar fuera del agua. El Capitán nació en la superficie, en un humilde edificio de la zona pobre de Lunargenta. Aun así, conservaba un marcado acento marino que le obligaba a detenerse a pronunciar con cuidado, más de lo considerado, a la hora de enfrentarse con una palabra con más de tres sílabas. La vacilación de Ava era eclipsada con su nervioso. En lugar de tomar aire para respirar, como haría El Capitán, seguía hablando buscando las palabras más acertadas que pudieran expresar lo que quería decir.
El Capitán arqueó una ceja al escuchar hablar del licántropo. ¿Sería ese el animal que se refería Amy? Desde lejos le había parecido vulgar perro callejero. La oscuridad de la noche engañó al pirata y, posiblemente, también a los criminales de Lagarto.
—En realidad, salimos de un barco — dijo El Capitán escondiendo una risa.
Cogió el sombrero y se lo llevó al pecho.
—Soy el capitán Alfred Werner, mis amigos y tripulación tienen a llamarme Capitán. Éste es mi contramaestre, Wes Fungai.
—Saludos — dijo el hombre erizo bajando la cabeza en son de sumisión.
—Somos piratas — explicó El Capitán asumiendo que tanto Amy, por niña, y Ava, por marina, no entendería a que se había referido con lo de “salir de un barco” —. Nuestra visita a Lagarto se debe a la curiosidad… digamos que piratesca, hacia los habitantes de la ciudad. Le prometo que no tenemos intención de haceros daño. Al menos que tengáis el bolsillo más aeros que yo — Werner no se arriesgó a que las chicas no entendieran la ironía; rápidamente agregó: —. Estoy bromeando.
Wes Fungai llevó una mano detrás de la oreja, fingiendo estar rascándose el cuello, pero acariciándose, realmente, las púas que sobresalían por el cuello de la agujereada camisa. Pensaba en el consejo de Ava y en los hombres bestias que utilizaban pendientes y piercings para decorar sus rasgos animales: los toros utilizaban un enorme aro en la nariz, el león llevaba una corona que ensalzaba la melena roja y el elefante, un generoso número de pendientes, más de los que Fungai sabía contar, alrededor de las gigantescas orejas.
— En las púas no — contestó Wes Fungai —. Pinchan y protegen — puso la palma de la mano sobre las púas de su torso, sin llegar a clavárselas, para ejemplificar lo que quería decir —. Me gustan los pendientes.
No era habitual escuchar a Wes Fungai pronunciar más de cuatro palabras seguidas, mucho menos hablando con desconocidos. Por lo general mantenía un carácter reservado y antipático. No contestaba si no se le preguntaba primero. Era un hombre (un erizo) de pocas palabras, siendo la frase más larga que había pronunciado a bordo de La Promesa: “A sus órdenes, mi capitán.”
Fungai confiaba en Ava por las mismas razones por las que confiaba en El Capitán Werner y en Roger Baraun: los tres eran hombres bestias. Pertenecían a una raza que tenía más dificultades que beneficios, dentro de la jerarquía de Verisar.
El Capitán ofreció la mano a Amy para que fueran a buscar al lobo juntos. Con este gesto, obligaba a la chica a caminar a su mismo ritmo, lento y cauteloso. Los jóvenes tendían a ser precipitados, Amy lo había demostrado subiéndose a la chepa de Werner como si éste fuera un jamelgo y ella un experimentado jinete. Si la chica adelantaba al resto, podría recibir las primeras heridas del combate. El Capitán no lo podía consentir. Los niños eran su debilidad, odiaba ver a un niño sufriendo los desastres de las injustas guerras.
—Vamos a buscar a tu amigo. ¿Me enseñas por dónde se ha ido? — señaló con la tenaza La Ciudad Lagarto —. Fue por ahí, ¿verdad? Siguieron el camino y se metieron dentro de la ciudad. Enséñamelo.
Mirando hacia Ava añadió.
—Ten tu arma al alcance, por lo que pueda pasar.
Wes Fungai obedeció en el acto. Extrajo un pañuelo del bolsillo de su pantalón y limpió la sangre de su sable.
Ava hablaba con torpeza, como si estuviera aprendiendo la lengua común o, lo que sería más correcto, a hablar fuera del agua. El Capitán nació en la superficie, en un humilde edificio de la zona pobre de Lunargenta. Aun así, conservaba un marcado acento marino que le obligaba a detenerse a pronunciar con cuidado, más de lo considerado, a la hora de enfrentarse con una palabra con más de tres sílabas. La vacilación de Ava era eclipsada con su nervioso. En lugar de tomar aire para respirar, como haría El Capitán, seguía hablando buscando las palabras más acertadas que pudieran expresar lo que quería decir.
El Capitán arqueó una ceja al escuchar hablar del licántropo. ¿Sería ese el animal que se refería Amy? Desde lejos le había parecido vulgar perro callejero. La oscuridad de la noche engañó al pirata y, posiblemente, también a los criminales de Lagarto.
—En realidad, salimos de un barco — dijo El Capitán escondiendo una risa.
Cogió el sombrero y se lo llevó al pecho.
—Soy el capitán Alfred Werner, mis amigos y tripulación tienen a llamarme Capitán. Éste es mi contramaestre, Wes Fungai.
—Saludos — dijo el hombre erizo bajando la cabeza en son de sumisión.
—Somos piratas — explicó El Capitán asumiendo que tanto Amy, por niña, y Ava, por marina, no entendería a que se había referido con lo de “salir de un barco” —. Nuestra visita a Lagarto se debe a la curiosidad… digamos que piratesca, hacia los habitantes de la ciudad. Le prometo que no tenemos intención de haceros daño. Al menos que tengáis el bolsillo más aeros que yo — Werner no se arriesgó a que las chicas no entendieran la ironía; rápidamente agregó: —. Estoy bromeando.
Wes Fungai llevó una mano detrás de la oreja, fingiendo estar rascándose el cuello, pero acariciándose, realmente, las púas que sobresalían por el cuello de la agujereada camisa. Pensaba en el consejo de Ava y en los hombres bestias que utilizaban pendientes y piercings para decorar sus rasgos animales: los toros utilizaban un enorme aro en la nariz, el león llevaba una corona que ensalzaba la melena roja y el elefante, un generoso número de pendientes, más de los que Fungai sabía contar, alrededor de las gigantescas orejas.
— En las púas no — contestó Wes Fungai —. Pinchan y protegen — puso la palma de la mano sobre las púas de su torso, sin llegar a clavárselas, para ejemplificar lo que quería decir —. Me gustan los pendientes.
No era habitual escuchar a Wes Fungai pronunciar más de cuatro palabras seguidas, mucho menos hablando con desconocidos. Por lo general mantenía un carácter reservado y antipático. No contestaba si no se le preguntaba primero. Era un hombre (un erizo) de pocas palabras, siendo la frase más larga que había pronunciado a bordo de La Promesa: “A sus órdenes, mi capitán.”
Fungai confiaba en Ava por las mismas razones por las que confiaba en El Capitán Werner y en Roger Baraun: los tres eran hombres bestias. Pertenecían a una raza que tenía más dificultades que beneficios, dentro de la jerarquía de Verisar.
El Capitán ofreció la mano a Amy para que fueran a buscar al lobo juntos. Con este gesto, obligaba a la chica a caminar a su mismo ritmo, lento y cauteloso. Los jóvenes tendían a ser precipitados, Amy lo había demostrado subiéndose a la chepa de Werner como si éste fuera un jamelgo y ella un experimentado jinete. Si la chica adelantaba al resto, podría recibir las primeras heridas del combate. El Capitán no lo podía consentir. Los niños eran su debilidad, odiaba ver a un niño sufriendo los desastres de las injustas guerras.
—Vamos a buscar a tu amigo. ¿Me enseñas por dónde se ha ido? — señaló con la tenaza La Ciudad Lagarto —. Fue por ahí, ¿verdad? Siguieron el camino y se metieron dentro de la ciudad. Enséñamelo.
Mirando hacia Ava añadió.
—Ten tu arma al alcance, por lo que pueda pasar.
Wes Fungai obedeció en el acto. Extrajo un pañuelo del bolsillo de su pantalón y limpió la sangre de su sable.
El Capitán Werner
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Desde su trono hípico (que no épico) la bio-cibernética veía las cosas de otra manera, por encima del hombro, sintiéndose ligeramente superior al resto de meros mortales. Ahora entendía perfectamente a los grandes conquistadores que eran retratados siempre subidos sobre un mal potro de melena blanca y cuartos traseros anchos como troncos. Cualquier asunto parecía trivial desde allí arriba; hasta la lluvia que llevaba toda la noche azotando al grupo de campistas a las afueras de Ciudad Lagarto daba la sensación de haber amainado, reducida a una cortinilla chispeante de agua fina.
Lo que no amainaba bajo ningún concepto era la AVAlancha de palabras y frases sueltas con la que la chica dragón de agua azotaba al desprevenido dúo de hombres-bestia que posiblemente les acababan de salvar la vida. Así era Ava, así se lo pagaba a los pobres señores que bastante tenía ya con su aspecto. Amy no pudo hacer otra cosa que saludar con la mano cuando su amiga la presentó, aquello le ahorró mucho trabajo y le permitió centrase en lo que realmente importaba: intentar descubrir cómo poner en marcha a su montura cangrejo, la cual no respondía a las órdenes de la muchacha metálica.
Sin embargo, ya se sabe que lo bueno no dura para siempre, aunque en esta ocasión fue un gatillazo tan repentino que ni siquiera Amy quedó indiferente. Sus sueños de cabalgar a lomos de un corcel lampiño de pura cepa fueron destrozados en mil pedazos por parte de quien menos se lo esperaba: su propia montura. Traición, pólvora y conspiración. Ya tenía bastante con que hubiesen secuestrado a su amigo lobo… Un respiro, ¿no? La chica medio-robot se sacudió la cabeza para deshacerse del efecto mojado causado por la lluvia, de la misma forma que lo habría hecho un perro recién bañado a manguerazos. Se encontraba estupefacta ante la introducción de ambos piratas. No sabía que significaba exactamente aquella palabra, pero sonaba estupenda, así que ella también quiso impresionar a los recién llegados con algo de su trasfondo.
- Yo nací en un basurero. Afirmó orgullosa, si bien no estaba segura al cien por cien de la veracidad de lo que acababa de decir. Era la historia que siempre le contaba Arvid de cuando la encontró deambulando sin rumbo. Lo cierto es que Amy no conseguía recordar nada más antes de eso, así que tampoco tenía motivos para dudar. También le pereció muy curioso ver al hombre-cactus jugueteando con las espinas que recubrían su inmaculado cutis, sopesando las recomendaciones de Avichuela. ¿Había dicho “proteger”? ¿No te duelen? Parece que duelen. Amy ladeó la cabeza de un modo casi imperceptible, siendo más una especie de tic que un gesto en sí.
Así se adentraron a las profundidades del bosque, siguiendo el rastro dejado por los cascos de los caballos en la tierra húmeda. La bio-cibernética aceptó la mano del capitán cangrejo sin rechistar, sujetándola con la suya propia, fría y de metal. Era obvio por qué lo hacía. El hombre, más bien pulpo, debía estar aterrado y necesitaba agarrarse a alguien para templar los nervios. Extraño, teniendo en cuenta la sangre que acababa de derramar… a lo mejor tenia miedo de la oscuridad. Amy no era quien para juzgar, ella también sentía esa sensación indescriptible en su barriga, que no era hambre sino temor por lo que le pudiera pasar a su compañero canino-lupino. Un sentimiento la mar de humano, igual que ella.
- Claro. Hay que salvar a copito de nieve. Reafirmó en voz alta, cual mensaje recordatorio de una misión tutorial, que aparecía de vez en cuando para los jugadores más despistados y olvidadizos. El cangrejo se ofreció muy amablemente a ayudarles a buscar a su compi, probablemente convencido gracias a la labia de Ava Escamas Azules. Indicaba con la “mano” por donde tirar, como si no fuese lo más obvio del mundo o Amy fuera una impedida mental… la había pillado, tenía que reconocerlo. Por lo sí que no se tenía que preocupar era por lo de las armas, ella siempre las llevaba encima, en el sentido más literal de la palabra.
Apenas hubo unos minutos de silencio donde sólo se oía la tenue lluvia caer. ¿Qué es un… pirata? Fue la pregunta que interrumpió la calma. Cuanto más andaban en dirección a la ciudad, más le reconcomía por dentro la curiosidad a la chica biónica. Sobre todo, después de escuchar el comentario de los aeros. Amy sabía que los aeros eran dinero, y que el dinero se podía intercambiar por bienes y servicios. ¿Y si ella era un pirata y no lo sabía? No podía vivir con la duda. ¿Es un- Ay. La muchacha intentó andar más deprisa para ponerse por delante del cangrejo, pero tuvo que pararse en seco. Una flecha había impactado contra ella, justo en mitad del pecho, donde debía encontrase su corazón. El proyectil se quedó clavado, colgando de la piel y la blusa agujereada, sin llegar a penetrar mucho más en su cuerpo, debido a la coraza bio-cibernética que la escudaba. Dios bendiga y provea.
Todos se pusieron en alerta. El tirador continuaba oculto en la maleza. El sonido de la flecha silbando por el aire lo camuflaba el ruido del ambiente, siendo imposible imaginar de dónde provenía el lanzamiento. Un par de flechas más volaron en la oscuridad, algunas con malas intenciones y buena puntería, dirigidas al resto, otras hundiéndose de punta en el barro. No tardaron en salir de su escondite un número considerable de hombres y mujeres con las caras cubiertas por pañuelos de colores vivos. En un abrir y cerrar de ojos tenían a -presumiblemente- bandidos rebosantes de malicia a sus espaldas, y de frente también, haciendo corrito, típica estrategia de bullero.
Amy corrió instintivamente hacia Ava primero, pero en mitad de la trayectoria se vio obligada a lanzarse al suelo para esquivar, esta vez, una daga voladora. Se separó lo suficiente de los demás para que una gigantesca mujer-vaca, oronda y de piel moteada, la asiera por el cuello y la levantase a más de medio metro del suelo para inmovilizarla, asfixiándola. La bio-cibernética no se lo pensó ni medio segundo, forcejeando con las piernas y desenvainando una de sus cuchillas, la cual acabó perforando la sesera del ser bovino por la boca, hasta asomar por la parte posterior de la cocorota.
La cuchilla se retrajo sin apenas esparcir un ápice de sangre, haciendo que la vaca cayese de rodillas. Amy, sin mediar palabra, extrajo la cuchilla de su otro bazo y atravesó el ombligo de la mujer-bestia en repetidas ocasiones, asegurándose de que no volviese a levantar nunca más. Ni siquiera cambió su expresión al hacerlo, al contrario que la bandida, la cual tenía la mandíbula desencajada y los ojos salidos de las órbitas.
Cuando la muchacha trató de volver a dirigirse hacia su amiga medio pez, notó como sus piernas dejaban de responderle sin previo aviso, desplomándose de bruces contra el suelo. Tres piedras esféricas, unidas por cuerdas de metal (una boleadora, comúnmente llamada) se habían enredado en sus tobillos haciéndola caer tras perder el equilibro. Acto seguido, un par de humanos, uno apuntándola con una espada larga y el otro con un arco, la tomaron como rehén, manteniendo una distancia prudencial.
- ¡Quietos! ¡No os mováis! Pronunció con una voz imponente el más bajito, rasgando la noche. ¡Tirad las armas si no queréis que esto se ponga feo! Amy habría obedecido, pero es que no podía tirar sus cuchillas sin arrancarse los brazos. Sólo le quedaba esperar un poco más, mientras buscaba con la mirada las escamas de Ava, el sombrero del cangrejo, las espinas del hombre-cactus… y hasta, en un acto de fe, al lobo blanco que la había abandonado.
Lo que no amainaba bajo ningún concepto era la AVAlancha de palabras y frases sueltas con la que la chica dragón de agua azotaba al desprevenido dúo de hombres-bestia que posiblemente les acababan de salvar la vida. Así era Ava, así se lo pagaba a los pobres señores que bastante tenía ya con su aspecto. Amy no pudo hacer otra cosa que saludar con la mano cuando su amiga la presentó, aquello le ahorró mucho trabajo y le permitió centrase en lo que realmente importaba: intentar descubrir cómo poner en marcha a su montura cangrejo, la cual no respondía a las órdenes de la muchacha metálica.
Sin embargo, ya se sabe que lo bueno no dura para siempre, aunque en esta ocasión fue un gatillazo tan repentino que ni siquiera Amy quedó indiferente. Sus sueños de cabalgar a lomos de un corcel lampiño de pura cepa fueron destrozados en mil pedazos por parte de quien menos se lo esperaba: su propia montura. Traición, pólvora y conspiración. Ya tenía bastante con que hubiesen secuestrado a su amigo lobo… Un respiro, ¿no? La chica medio-robot se sacudió la cabeza para deshacerse del efecto mojado causado por la lluvia, de la misma forma que lo habría hecho un perro recién bañado a manguerazos. Se encontraba estupefacta ante la introducción de ambos piratas. No sabía que significaba exactamente aquella palabra, pero sonaba estupenda, así que ella también quiso impresionar a los recién llegados con algo de su trasfondo.
- Yo nací en un basurero. Afirmó orgullosa, si bien no estaba segura al cien por cien de la veracidad de lo que acababa de decir. Era la historia que siempre le contaba Arvid de cuando la encontró deambulando sin rumbo. Lo cierto es que Amy no conseguía recordar nada más antes de eso, así que tampoco tenía motivos para dudar. También le pereció muy curioso ver al hombre-cactus jugueteando con las espinas que recubrían su inmaculado cutis, sopesando las recomendaciones de Avichuela. ¿Había dicho “proteger”? ¿No te duelen? Parece que duelen. Amy ladeó la cabeza de un modo casi imperceptible, siendo más una especie de tic que un gesto en sí.
Así se adentraron a las profundidades del bosque, siguiendo el rastro dejado por los cascos de los caballos en la tierra húmeda. La bio-cibernética aceptó la mano del capitán cangrejo sin rechistar, sujetándola con la suya propia, fría y de metal. Era obvio por qué lo hacía. El hombre, más bien pulpo, debía estar aterrado y necesitaba agarrarse a alguien para templar los nervios. Extraño, teniendo en cuenta la sangre que acababa de derramar… a lo mejor tenia miedo de la oscuridad. Amy no era quien para juzgar, ella también sentía esa sensación indescriptible en su barriga, que no era hambre sino temor por lo que le pudiera pasar a su compañero canino-lupino. Un sentimiento la mar de humano, igual que ella.
- Claro. Hay que salvar a copito de nieve. Reafirmó en voz alta, cual mensaje recordatorio de una misión tutorial, que aparecía de vez en cuando para los jugadores más despistados y olvidadizos. El cangrejo se ofreció muy amablemente a ayudarles a buscar a su compi, probablemente convencido gracias a la labia de Ava Escamas Azules. Indicaba con la “mano” por donde tirar, como si no fuese lo más obvio del mundo o Amy fuera una impedida mental… la había pillado, tenía que reconocerlo. Por lo sí que no se tenía que preocupar era por lo de las armas, ella siempre las llevaba encima, en el sentido más literal de la palabra.
Apenas hubo unos minutos de silencio donde sólo se oía la tenue lluvia caer. ¿Qué es un… pirata? Fue la pregunta que interrumpió la calma. Cuanto más andaban en dirección a la ciudad, más le reconcomía por dentro la curiosidad a la chica biónica. Sobre todo, después de escuchar el comentario de los aeros. Amy sabía que los aeros eran dinero, y que el dinero se podía intercambiar por bienes y servicios. ¿Y si ella era un pirata y no lo sabía? No podía vivir con la duda. ¿Es un- Ay. La muchacha intentó andar más deprisa para ponerse por delante del cangrejo, pero tuvo que pararse en seco. Una flecha había impactado contra ella, justo en mitad del pecho, donde debía encontrase su corazón. El proyectil se quedó clavado, colgando de la piel y la blusa agujereada, sin llegar a penetrar mucho más en su cuerpo, debido a la coraza bio-cibernética que la escudaba. Dios bendiga y provea.
Todos se pusieron en alerta. El tirador continuaba oculto en la maleza. El sonido de la flecha silbando por el aire lo camuflaba el ruido del ambiente, siendo imposible imaginar de dónde provenía el lanzamiento. Un par de flechas más volaron en la oscuridad, algunas con malas intenciones y buena puntería, dirigidas al resto, otras hundiéndose de punta en el barro. No tardaron en salir de su escondite un número considerable de hombres y mujeres con las caras cubiertas por pañuelos de colores vivos. En un abrir y cerrar de ojos tenían a -presumiblemente- bandidos rebosantes de malicia a sus espaldas, y de frente también, haciendo corrito, típica estrategia de bullero.
Amy corrió instintivamente hacia Ava primero, pero en mitad de la trayectoria se vio obligada a lanzarse al suelo para esquivar, esta vez, una daga voladora. Se separó lo suficiente de los demás para que una gigantesca mujer-vaca, oronda y de piel moteada, la asiera por el cuello y la levantase a más de medio metro del suelo para inmovilizarla, asfixiándola. La bio-cibernética no se lo pensó ni medio segundo, forcejeando con las piernas y desenvainando una de sus cuchillas, la cual acabó perforando la sesera del ser bovino por la boca, hasta asomar por la parte posterior de la cocorota.
La cuchilla se retrajo sin apenas esparcir un ápice de sangre, haciendo que la vaca cayese de rodillas. Amy, sin mediar palabra, extrajo la cuchilla de su otro bazo y atravesó el ombligo de la mujer-bestia en repetidas ocasiones, asegurándose de que no volviese a levantar nunca más. Ni siquiera cambió su expresión al hacerlo, al contrario que la bandida, la cual tenía la mandíbula desencajada y los ojos salidos de las órbitas.
Cuando la muchacha trató de volver a dirigirse hacia su amiga medio pez, notó como sus piernas dejaban de responderle sin previo aviso, desplomándose de bruces contra el suelo. Tres piedras esféricas, unidas por cuerdas de metal (una boleadora, comúnmente llamada) se habían enredado en sus tobillos haciéndola caer tras perder el equilibro. Acto seguido, un par de humanos, uno apuntándola con una espada larga y el otro con un arco, la tomaron como rehén, manteniendo una distancia prudencial.
- ¡Quietos! ¡No os mováis! Pronunció con una voz imponente el más bajito, rasgando la noche. ¡Tirad las armas si no queréis que esto se ponga feo! Amy habría obedecido, pero es que no podía tirar sus cuchillas sin arrancarse los brazos. Sólo le quedaba esperar un poco más, mientras buscaba con la mirada las escamas de Ava, el sombrero del cangrejo, las espinas del hombre-cactus… y hasta, en un acto de fe, al lobo blanco que la había abandonado.
Amy
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
El grupo andaba siguiendo un pequeño camino que cruzaba el bosque con la intención de salvar al hombre lobo, y a pesar de la urgencia de la situación, la chica pez, la chica robot, el hombre calamar, y el hombre erizo no parecían tener especial prisa, teniendo en cuenta lo calmados que caminaban.
- Pues los piratas son 3,1416 ratas Amy.- contestó Ava riéndose de sus propias palabras. Así era Ava, si el público no acompañaba, ella ponía el humor y las risas.
Aunque Ava intentaba charlar de forma animada y tranquila, se sentía preocupada por su amigo. ¿Que haría el pobre Axel, el lobito blanco, frente a los que muy probablemente eran secuaces del Hombre del Saco? A medida que pasaba el tiempo, la joven sabía que sus probabilidades de encontrarlo con vida, y entero, disminuía exponencialmente.
De repente, Ava, que caminaba completamente distraída y ajena a su entorno, escuchó un ruido muy fuerte y extraño. Era como si una flecha hubiese impactado contra un robusto trozo de metal.
- ¿Qué ha sido…? ¡¡Amy!!.- gritó Ava al ver lo que había ocurrido.
El ruido era exactamente eso que le había parecido. Una flecha se había clavado en la coraza robótica de Amy, y por suerte no parecía estar muy profunda,
- ¿¡De dónde ha venido eso!?.- volvió a gritar Ava, puesto que no tenía sentido intentar ser sigiloso, teniendo en cuenta que se encontraban metidos de lleno en un campo de tiro. Estaban rodeados.
Una flecha pasó muy cerca del brazo de Ava, tan cerca que se le clavó. Afortundamente no se le clavó muy profundamente, pero lo suficiente como para mantenerse clavada sin caerse, por lo que Ava empezó a sangrar de forma abundante. La joven se llevó la mano contraria de forma instintiva a donde la flecha la había herido. Fijándose en que Amy corría hacia ella para protegerla, tirándose al suelo para esquivar una daga voladora, que venía de vete tu a saber donde.
- ¿¡Pero a quién se le ocurre tirar las dagas por ahí!? ¡¡Con lo caras que son!!.- se le ocurrió decir a Ava, no porque le estuviera afectando la pérdida de sangre, si no porque ella era así.
De repente, chorreando sangre, la joven chica pez vió como un número notablemente alto de gente, ataviada con ropas de colores muy vivos, salían de entre los árboles y los arbustos, además de una enorme mujer vaca, que cogió a Amy del cuello. Ava quería ir a ayudar a su amiga, pero solo contaba con un brazo y una rama de olivo. A pesar de eso, ella no lo dudó, e hizo un amago de moverse e ir a ayudar a la chica robot, cuando esta, sacó una de sus cuchillas, que fue a clavarse directamente y sin vacilación en la cabeza de aquella mujer.
La mujer bestia no tardó ni 2 segundos en caer al suelo, ya sin vida, debido a la cuchillada que Amy le acababa de propinar. Aún así, la chica metálica no debía de fiarse del estado de la mujer, puesto que le volvió a clavar una de sus cuchillas en el vientre de forma repetida, no fuese que a la mujer bestia le entrase apetito y eso la hiciese revivir.
A Ava se le iluminaron los ojos frente a aquel despliegue de violencia. No es que la chica pez fuese un ser violento, pero siempre era divertido ver como su amiga hacía hamburguesas con sus enemigos. Su cara contrastaba con la de la gente que acaba de salir de entre los árboles, que a pesar de la viveza de los colores de sus ropas, sus rostros se mostraban completamente ensombrecidos debido a la carnicería que acababan de presenciar.
Amy se levantó e intentó dirigirse hacia donde estaba Ava, pero algo la hizo caer al suelo, mientras una voz les gritaba que no se moviesen.
Pero cómo se va a mover, si le han atado los pies, y a donde voy a ir yo, si me estoy desangrando… Creo que alguien debería mirarme esto, no tengo tanta sangre en el cuerpo creo… Me estoy mareando… ¿Y el cangrejo? ¿Y el erizo? Ah… Creo que están ahí, podrían hacer hamburguesas con los demás también… Eeeeh…
- ¿Una ayudita?.- fue lo último que dijo Ava antes de desmayarse.
- Pues los piratas son 3,1416 ratas Amy.- contestó Ava riéndose de sus propias palabras. Así era Ava, si el público no acompañaba, ella ponía el humor y las risas.
Aunque Ava intentaba charlar de forma animada y tranquila, se sentía preocupada por su amigo. ¿Que haría el pobre Axel, el lobito blanco, frente a los que muy probablemente eran secuaces del Hombre del Saco? A medida que pasaba el tiempo, la joven sabía que sus probabilidades de encontrarlo con vida, y entero, disminuía exponencialmente.
De repente, Ava, que caminaba completamente distraída y ajena a su entorno, escuchó un ruido muy fuerte y extraño. Era como si una flecha hubiese impactado contra un robusto trozo de metal.
- ¿Qué ha sido…? ¡¡Amy!!.- gritó Ava al ver lo que había ocurrido.
El ruido era exactamente eso que le había parecido. Una flecha se había clavado en la coraza robótica de Amy, y por suerte no parecía estar muy profunda,
- ¿¡De dónde ha venido eso!?.- volvió a gritar Ava, puesto que no tenía sentido intentar ser sigiloso, teniendo en cuenta que se encontraban metidos de lleno en un campo de tiro. Estaban rodeados.
Una flecha pasó muy cerca del brazo de Ava, tan cerca que se le clavó. Afortundamente no se le clavó muy profundamente, pero lo suficiente como para mantenerse clavada sin caerse, por lo que Ava empezó a sangrar de forma abundante. La joven se llevó la mano contraria de forma instintiva a donde la flecha la había herido. Fijándose en que Amy corría hacia ella para protegerla, tirándose al suelo para esquivar una daga voladora, que venía de vete tu a saber donde.
- ¿¡Pero a quién se le ocurre tirar las dagas por ahí!? ¡¡Con lo caras que son!!.- se le ocurrió decir a Ava, no porque le estuviera afectando la pérdida de sangre, si no porque ella era así.
De repente, chorreando sangre, la joven chica pez vió como un número notablemente alto de gente, ataviada con ropas de colores muy vivos, salían de entre los árboles y los arbustos, además de una enorme mujer vaca, que cogió a Amy del cuello. Ava quería ir a ayudar a su amiga, pero solo contaba con un brazo y una rama de olivo. A pesar de eso, ella no lo dudó, e hizo un amago de moverse e ir a ayudar a la chica robot, cuando esta, sacó una de sus cuchillas, que fue a clavarse directamente y sin vacilación en la cabeza de aquella mujer.
La mujer bestia no tardó ni 2 segundos en caer al suelo, ya sin vida, debido a la cuchillada que Amy le acababa de propinar. Aún así, la chica metálica no debía de fiarse del estado de la mujer, puesto que le volvió a clavar una de sus cuchillas en el vientre de forma repetida, no fuese que a la mujer bestia le entrase apetito y eso la hiciese revivir.
A Ava se le iluminaron los ojos frente a aquel despliegue de violencia. No es que la chica pez fuese un ser violento, pero siempre era divertido ver como su amiga hacía hamburguesas con sus enemigos. Su cara contrastaba con la de la gente que acaba de salir de entre los árboles, que a pesar de la viveza de los colores de sus ropas, sus rostros se mostraban completamente ensombrecidos debido a la carnicería que acababan de presenciar.
Amy se levantó e intentó dirigirse hacia donde estaba Ava, pero algo la hizo caer al suelo, mientras una voz les gritaba que no se moviesen.
Pero cómo se va a mover, si le han atado los pies, y a donde voy a ir yo, si me estoy desangrando… Creo que alguien debería mirarme esto, no tengo tanta sangre en el cuerpo creo… Me estoy mareando… ¿Y el cangrejo? ¿Y el erizo? Ah… Creo que están ahí, podrían hacer hamburguesas con los demás también… Eeeeh…
- ¿Una ayudita?.- fue lo último que dijo Ava antes de desmayarse.
Última edición por Ava Brekker el Jue Jul 23 2020, 00:05, editado 1 vez
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
El ruido de esa pesada puerta metálica entreabriéndose hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Axel. Cuando por fin estuvo lo suficientemente abierta, uno de los guardias lo empujó al interior de aquel lugar y de un rápido portazo, selló la salida de nuevo. El pesado metal chocando violentamente contra la piedra, provocó que las pesadas ondas viajasen por la estancia dando una sensación de pesadez aún mayor.
Cuando los ojos del lobo comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad pudo ver un montón de hombres bestia, de todas las razas y colores agazapados contra la pared, evitando cualquier contacto visual con los demás residentes del lugar. La tensión era palpable, dejando bastante claro que aquel lugar estaba bastante lejos de ser amigable. Con fugaces miradas para no incomodar a sus nuevos vecinos, empezó a fijarse en los detalles. Algunos de los allí presentes parecían familias completas, las cuales no sabía si se habían formado allí dentro o vinieron todos juntos del exterior. Sus ropas harapientas dejaban claro que algunos llevaban allí más tiempo del que cualquiera podría soportar.
Según se alejaba de la puerta y de la única fuente de luz de la gigantesca celda, el olor se hacía cada vez más insoportable para los sentidos del lobo. La mezcla de olor a orín, heces y sangre se hacía cada vez más presente y los habitantes parecían cada vez más amenazantes. Incluso por unos instantes sintió esa sensación de peligro que solo había tenido algunas pocas veces antes de un ataque, a la par que una sombra se movió velozmente a su espalda. Estaba bastante claro que el lugar estaba bastante lejos de ser una cárcel. Así que sumando lo que había escuchado de aquel hombre elefante y viendo la variopinta población que allí dentro había, parecía bastante claro que se trataba de trata de esclavos.
En su paseo hasta las profundidades de aquel lugar, juraría que pudo ver a un pequeño grupo de hombres devorando algo, pero prefirió no pensar en ello y pasar de largo. Durante el paseo pudo escuchar lo que parecía una acalorada discusión. Guiado por la curiosidad se acercó a aquel grupo, con los cuales el resto mantenía lo que parecía ser una distancia de seguridad, ignorando lo que estaban haciendo en aquel momento. - Kevin, Kevin... Cuando aprenderásh... Quizásh si tu te conviertesh en nueshtro sustento se acabarían nuestrosh problemash. Dijo una voz seseante, que hipnotizaba con tan solo escucharla.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo ver que el corro estaba formado en su totalidad por hombres lagarto, de diferentes etnias, pero sin lugar a dudas todos de la misma procedencia. Sin vergüenza alguna e ignorando cualquier estándar presidiario o de peligrosidad, se coló entre ellos abriéndose paso ante la atónita mirada de los allí presentes. Cuando llegó al centro, pudo ver a un diminuto cerdito con cara de no estar pasando por su mejor momento, atosigado por un hombre serpiente. El resto que mantenían el cerco, parecían ser como los secuaces de aquel hombre. Estaba aprendiendo más rápido de que esperaba los escalafones de aquel lugar.
- Lo lo lo siento... ya sabes que cada vez está más complicado conseguir mercancía. No es mi cu..cu...culpa. Axel abrió los ojos de par en par, jamás en su vida había visto a un hombre bestia tan mono. Mientras se sorprendía, el hombre serpiente se acerco amenazante al cerdito. - Shiii, pero para cobrar no tuviste problemash... Tresh vecesh... Cuando acabó la frase el hombre lanzó un amenazador mordisco que no había impactado en el pequeño cerdo de milagro, que asustado soltó un cochiqueo oink que impulsó su cuteness a niveles insospechados. No podía permitir tal abuso.
Con un rápido movimiento Axel se puso en medio protegiendo al pequeño y rosadito hombre bestia. Ante las miradas perplejas de los miembros de aquella banda reptiliana, sobretodo de la del que parecía el líder. Quizás no había analizado lo suficientemente bien la situación, estaba en un lugar desconocido, increíblemente hostil y ante una banda de hombres reptiles, los cuales no tenían precisamente fama de ser seres pacíficos y dialogantes. Pero ya estaba metido hasta la cocina y pretendía defender a ese precioso ser con su vida si era necesario.
Cuando los ojos del lobo comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad pudo ver un montón de hombres bestia, de todas las razas y colores agazapados contra la pared, evitando cualquier contacto visual con los demás residentes del lugar. La tensión era palpable, dejando bastante claro que aquel lugar estaba bastante lejos de ser amigable. Con fugaces miradas para no incomodar a sus nuevos vecinos, empezó a fijarse en los detalles. Algunos de los allí presentes parecían familias completas, las cuales no sabía si se habían formado allí dentro o vinieron todos juntos del exterior. Sus ropas harapientas dejaban claro que algunos llevaban allí más tiempo del que cualquiera podría soportar.
Según se alejaba de la puerta y de la única fuente de luz de la gigantesca celda, el olor se hacía cada vez más insoportable para los sentidos del lobo. La mezcla de olor a orín, heces y sangre se hacía cada vez más presente y los habitantes parecían cada vez más amenazantes. Incluso por unos instantes sintió esa sensación de peligro que solo había tenido algunas pocas veces antes de un ataque, a la par que una sombra se movió velozmente a su espalda. Estaba bastante claro que el lugar estaba bastante lejos de ser una cárcel. Así que sumando lo que había escuchado de aquel hombre elefante y viendo la variopinta población que allí dentro había, parecía bastante claro que se trataba de trata de esclavos.
En su paseo hasta las profundidades de aquel lugar, juraría que pudo ver a un pequeño grupo de hombres devorando algo, pero prefirió no pensar en ello y pasar de largo. Durante el paseo pudo escuchar lo que parecía una acalorada discusión. Guiado por la curiosidad se acercó a aquel grupo, con los cuales el resto mantenía lo que parecía ser una distancia de seguridad, ignorando lo que estaban haciendo en aquel momento. - Kevin, Kevin... Cuando aprenderásh... Quizásh si tu te conviertesh en nueshtro sustento se acabarían nuestrosh problemash. Dijo una voz seseante, que hipnotizaba con tan solo escucharla.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo ver que el corro estaba formado en su totalidad por hombres lagarto, de diferentes etnias, pero sin lugar a dudas todos de la misma procedencia. Sin vergüenza alguna e ignorando cualquier estándar presidiario o de peligrosidad, se coló entre ellos abriéndose paso ante la atónita mirada de los allí presentes. Cuando llegó al centro, pudo ver a un diminuto cerdito con cara de no estar pasando por su mejor momento, atosigado por un hombre serpiente. El resto que mantenían el cerco, parecían ser como los secuaces de aquel hombre. Estaba aprendiendo más rápido de que esperaba los escalafones de aquel lugar.
- Lo lo lo siento... ya sabes que cada vez está más complicado conseguir mercancía. No es mi cu..cu...culpa. Axel abrió los ojos de par en par, jamás en su vida había visto a un hombre bestia tan mono. Mientras se sorprendía, el hombre serpiente se acerco amenazante al cerdito. - Shiii, pero para cobrar no tuviste problemash... Tresh vecesh... Cuando acabó la frase el hombre lanzó un amenazador mordisco que no había impactado en el pequeño cerdo de milagro, que asustado soltó un cochiqueo oink que impulsó su cuteness a niveles insospechados. No podía permitir tal abuso.
Con un rápido movimiento Axel se puso en medio protegiendo al pequeño y rosadito hombre bestia. Ante las miradas perplejas de los miembros de aquella banda reptiliana, sobretodo de la del que parecía el líder. Quizás no había analizado lo suficientemente bien la situación, estaba en un lugar desconocido, increíblemente hostil y ante una banda de hombres reptiles, los cuales no tenían precisamente fama de ser seres pacíficos y dialogantes. Pero ya estaba metido hasta la cocina y pretendía defender a ese precioso ser con su vida si era necesario.
Axel Svensson
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Estoy viejo para esto
Pensaba Blaze mientras aclaraba su espada en la orilla de un lago. Tras él, un reguero de sangre que conducía hasta los cuerpos sin vida de los vampiros que acaba de decapitar con motivo de su último encargo. Un día más como otro cualquiera en la vida del mercenario viajero. Una vida dura, solitaria y peligrosa pero de alguna forma había que ganarse el pan mientras cumplía su objetivo de visitar hasta el último rincón de Aerandir y, para bien o para mal, matar era lo que mejor sabía hacer.
Exhausto volvió al pueblo a por su merecida recompensa por un trabajo bien hecho e inmediatamente emprendió de nuevo su viaje hacia su nuevo destino: Ciudad Lagarto.
Si bien es cierto que él nunca había estado en Ciudad Lagarto, había oído que era un lugar oscuro, feo, mezquino y lleno de criminales esperando que parpadees para quitarte todo lo que lleves encima… o algo peor. No parecía un sitio agradable al que ir de visita ni dónde encontrar encargos que mereciesen la pena. A pesar de que parte de él quería descubrir por sí mismo si tan horrible era aquella ciudad o eran meras exageraciones, no merecía la pena el arriesgarse a entrar en ella.
Tras cuatro días de viaje por fin llegó a las afueras de la ciudad. Pudo notar como a medida que avanzaba y se acercaba a ella, cada vez la neblina era más espesa y la lluvia caía con más fuerza. Era casi como si el clima fuera acorde al ambiente de la ciudad. Tardó casi medio día en atravesar el bosque que servía de frontera con Ciudad Lagarto pues la frondosidad del mismo junto a la niebla, la lluvia y el cansancio de un viaje largo a penas sin descansos, había convertido aquel bosque en una ardua travesía que le había requerido más tiempo del deseado.
Con la vista nublada, por fin vislumbró lo que parecía ser un pequeño sendero que atravesaba el bosque al que se dirigió de inmediato con la esperanza de que este llegara hasta el final de la extensa arbolada por la que llevaba horas tropezando.
Mientras avanzaba por dicho camino con más prisa que pausa, pudo alcanzar a ver lo que parecían siluetas de hombres un poco más adelante. Con resignación pero por precaución, Blaze volvió a adentrarse en el bosque para poder seguir avanzando usando los arboles para dificultar que le descubrieran pues teniendo en cuenta lo cerca que se encontraba ya de la ciudad, era de suponer que los desconocidos le podían traer problemas innecesarios.
Cuando su avanzadilla ya estaba a la altura de aquellos hombres vio que se estaban enfrentando a otro grupo de personas lo cual era perfecto como distracción para poder avanzar sin preocuparse de que le vieran. Seguramente se tratara de dos grupos de bandidos intentando robarse mutuamente. De repente oyó el grito de lo que parecía ser una niña y por acto reflejo miró al que estaba siendo el campo de batalla. ¿AMY?... ¡¿Y… AVA?! ¿Qué demonios hacen ellas aquí? El mundo era un pañuelo.
Estaba claro que Blaze ya no podía ignorar el conflicto. Sus ¿amigas? estaban en peligro y debía ayudarlas. Debía idear un plan y rápido pues la situación era de lo más complicada. Les superaban en número, desconocía las habilidades de los hombres-bestias enemigos y además Amy y Ava parecían heridas por lo que debía asumir que no podía contar con ellas para pelear. Sin embargo parecía que Calamardo y el Puercoespín Serafín estaban del lado de las chicas. Debía confiar en que así fuera o las posibilidades de victoria eran escasas. Incluso con estos nuevos aliados de habilidades para el combate desconocidas, la cosa pintaba mal.
En aquella situación lo mejor que se le ocurría era aprovechar el terrero y el clima para acabar sigilosamente con algunos enemigos, aunque el sigilo no era su fuerte la verdad. Poco a poco, aprovechando los árboles como cobertura y la lluvia enmudeciendo el ruido de sus pasos, consiguió situarse detrás de un árbol a escasos metros de un par de enemigos. Ahora que se encontraba mas cerca, advirtió que en el suelo había una daga y una flecha, lo cual era perfecto para su plan ya que el mandoble gigante de Blaze no era el arma más sigilosa del mundo precisamente.
Con un rápido movimiento, Blaze salió de su escondite, flecha en mano izquierda y daga en mano derecha. Clavó la flecha en el cuello del primer enemigo y desgarró con la daga la garganta del segundo por la retaguardia casi de forma simultánea. Y hasta ahí llegó su misión sigilosa pues el resto de la banda de criminales inmediatamente le descubrieron ante los lamentos de sus camaradas caídos.
Así que atacando a dos damiselas indefensas. Qué vergüenza. Sacó y agitó un pequeño saco que emitía un sonoro tintineo Si queréis aeros, venid a por ellos. Dijo mientras esbozaba una sonrisa provocadora. Ni las chicas eran damiselas indefensas, ni él tenía muchos aeros pero esperaba que el ataque a la hombría de sus enemigos sumado a la codicia, le convirtieran en el foco de sus ataques dándoles a Amy y Ava una oportunidad de escapar con ayuda de sus nuevos amigos el calamar y el erizo.
Pensaba Blaze mientras aclaraba su espada en la orilla de un lago. Tras él, un reguero de sangre que conducía hasta los cuerpos sin vida de los vampiros que acaba de decapitar con motivo de su último encargo. Un día más como otro cualquiera en la vida del mercenario viajero. Una vida dura, solitaria y peligrosa pero de alguna forma había que ganarse el pan mientras cumplía su objetivo de visitar hasta el último rincón de Aerandir y, para bien o para mal, matar era lo que mejor sabía hacer.
Exhausto volvió al pueblo a por su merecida recompensa por un trabajo bien hecho e inmediatamente emprendió de nuevo su viaje hacia su nuevo destino: Ciudad Lagarto.
Si bien es cierto que él nunca había estado en Ciudad Lagarto, había oído que era un lugar oscuro, feo, mezquino y lleno de criminales esperando que parpadees para quitarte todo lo que lleves encima… o algo peor. No parecía un sitio agradable al que ir de visita ni dónde encontrar encargos que mereciesen la pena. A pesar de que parte de él quería descubrir por sí mismo si tan horrible era aquella ciudad o eran meras exageraciones, no merecía la pena el arriesgarse a entrar en ella.
Tras cuatro días de viaje por fin llegó a las afueras de la ciudad. Pudo notar como a medida que avanzaba y se acercaba a ella, cada vez la neblina era más espesa y la lluvia caía con más fuerza. Era casi como si el clima fuera acorde al ambiente de la ciudad. Tardó casi medio día en atravesar el bosque que servía de frontera con Ciudad Lagarto pues la frondosidad del mismo junto a la niebla, la lluvia y el cansancio de un viaje largo a penas sin descansos, había convertido aquel bosque en una ardua travesía que le había requerido más tiempo del deseado.
Con la vista nublada, por fin vislumbró lo que parecía ser un pequeño sendero que atravesaba el bosque al que se dirigió de inmediato con la esperanza de que este llegara hasta el final de la extensa arbolada por la que llevaba horas tropezando.
Mientras avanzaba por dicho camino con más prisa que pausa, pudo alcanzar a ver lo que parecían siluetas de hombres un poco más adelante. Con resignación pero por precaución, Blaze volvió a adentrarse en el bosque para poder seguir avanzando usando los arboles para dificultar que le descubrieran pues teniendo en cuenta lo cerca que se encontraba ya de la ciudad, era de suponer que los desconocidos le podían traer problemas innecesarios.
Cuando su avanzadilla ya estaba a la altura de aquellos hombres vio que se estaban enfrentando a otro grupo de personas lo cual era perfecto como distracción para poder avanzar sin preocuparse de que le vieran. Seguramente se tratara de dos grupos de bandidos intentando robarse mutuamente. De repente oyó el grito de lo que parecía ser una niña y por acto reflejo miró al que estaba siendo el campo de batalla. ¿AMY?... ¡¿Y… AVA?! ¿Qué demonios hacen ellas aquí? El mundo era un pañuelo.
Estaba claro que Blaze ya no podía ignorar el conflicto. Sus ¿amigas? estaban en peligro y debía ayudarlas. Debía idear un plan y rápido pues la situación era de lo más complicada. Les superaban en número, desconocía las habilidades de los hombres-bestias enemigos y además Amy y Ava parecían heridas por lo que debía asumir que no podía contar con ellas para pelear. Sin embargo parecía que Calamardo y el Puercoespín Serafín estaban del lado de las chicas. Debía confiar en que así fuera o las posibilidades de victoria eran escasas. Incluso con estos nuevos aliados de habilidades para el combate desconocidas, la cosa pintaba mal.
En aquella situación lo mejor que se le ocurría era aprovechar el terrero y el clima para acabar sigilosamente con algunos enemigos, aunque el sigilo no era su fuerte la verdad. Poco a poco, aprovechando los árboles como cobertura y la lluvia enmudeciendo el ruido de sus pasos, consiguió situarse detrás de un árbol a escasos metros de un par de enemigos. Ahora que se encontraba mas cerca, advirtió que en el suelo había una daga y una flecha, lo cual era perfecto para su plan ya que el mandoble gigante de Blaze no era el arma más sigilosa del mundo precisamente.
Con un rápido movimiento, Blaze salió de su escondite, flecha en mano izquierda y daga en mano derecha. Clavó la flecha en el cuello del primer enemigo y desgarró con la daga la garganta del segundo por la retaguardia casi de forma simultánea. Y hasta ahí llegó su misión sigilosa pues el resto de la banda de criminales inmediatamente le descubrieron ante los lamentos de sus camaradas caídos.
Así que atacando a dos damiselas indefensas. Qué vergüenza. Sacó y agitó un pequeño saco que emitía un sonoro tintineo Si queréis aeros, venid a por ellos. Dijo mientras esbozaba una sonrisa provocadora. Ni las chicas eran damiselas indefensas, ni él tenía muchos aeros pero esperaba que el ataque a la hombría de sus enemigos sumado a la codicia, le convirtieran en el foco de sus ataques dándoles a Amy y Ava una oportunidad de escapar con ayuda de sus nuevos amigos el calamar y el erizo.
Raion Blaze
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Eran los peores pillos de Ciudad Lagarto y aun así consiguieron acorralar al grupo de amigos. Vestían con uniformes coloridos, muy diferentes a lo que uno esperaría de los asesinos de Lagarto. Aparecieron de la nada, de debajo de las piedras y de detrás de los matorrales, armados con ballestas y cuchillos, armas traicioneras. Superaban a los amigos en número y armento, no en disciplina y cuidado.
Una mujer vaca del bando de los asesinos fue la primera en perecer. Cometió la osadía de atrapar por la espalda a la chica que parecía la más indefensa del grupo, a Amy. El error lo pagó con sangre. De los antebrazos de Amy emergieron un par de cuchillas metálicas que cortaron la carne y el hueso de la mujer vaca en acto primitivo de defensa.
El Capitán Werner dio un paso hacia la posición de Amy. Pensó que estaría asustada no por haber sufrido el impacto de los proyectiles y soportado el peso de la mujer vaca, sino por haber matado a una persona. El Capitán quiso consolar a la chica, pero tuvo que detenerse a medio camino. Un paso más y los tres arqueros que lo apuntaban dispararían. Así lo dijo el líder de los coloridos asesinos.
— Haz lo que dice — dijo El Capitán Werner a Wes Fungai con un marcado tono de resignación.
El erizo se puso de cuchillas y dejo, muy despacio, como si le doliese, el sable que en tantas aventuras y abordajes le había acompañado. El Capitán, por su parte, utilizó una sucia treta contra los asesinos. Fingió ser más viejo y débil de lo que era realmente, exagerando cada movimiento que daba. Curvó la espalda en posición vertical como si hubiera sufrido un accidente, le costaba tanto desprenderse del arma como agacharse.
Los asesinos tuvieron paciencia con el anciano pirata, estaban más concentrados en las cuchillas que formaban parte del cuerpo de Amy y que acababan de quitar la vida a una de sus compañeras.
Como si Ava hubiera invocado la ayuda por medio de un hechizo marino, dos manos aliadas aparecieron detrás de los arqueros enemigos. Estaban armadas con las armas que habían recogido del suelo: una daga y una flecha. En el momento de distracción y confusión proporcionado por las cuchillas de Amy, las manos aliadas cortaron el cuello de dos de los arqueros enemigos. El tercero se giró con rapidez. Dejó caer su arco y desenvainó la espada dispuesta a combatir contra la criatura que había matado a sus amigos. El Capitán Werner enderezó su espalda en ese mismo momento y disparó un proyectil de agua a la cabeza del tercer arquero.
Wes Fungai recuperó su espada y se lanzó al ataque. El erizo conocía las técnicas de este tipo de asesinos sin escrúpulos pues, hacía unos años atrás, él había pertenecido a una banda similar. Irían a por el miembro más débil o el que ellos pensasen que sería el más débil. Así fue que la mujer vaca decidió atacar a Amy en primer lugar, encontrándose con el par de cuchillas metálicas. Los asesinos aprendieron la lección. No sería a la cibernética a quien atacarían, sino a la mujer que acababa de sufrir un desmayo.
El erizo se colocó delante de la cabeza de Ava. La espada de Fungai limitaba la distancia que permitía que los asesinos se acercasen a Ava.
— Empiezo a pensar que no es la primera vez que sufrís estos… incidentes — dijo El Capitán Werner mirando hacia Amy —. Ven — llamó a la chica con un movimiento de tenaza —, quédate detrás de mi y no te pasará nada.
La oferta de protección era una mera cortesía. Amy había demostrado que sabía defenderse solita. No necesitaba la ayuda de un viejo pirata, ni mucho menos de alfanje roído por el aire salado del mar. Contaba con la coraza metálica y su par de cuchillas.
El Capitán abrazó a Amy, pegándola a su costado en un gesto paternal.
— ¿Quién es ese hombre de allí? Lucha con nosotros y me ha parecido oír que pronuncia vuestros nombres. ¿Lo conocéis?
Una mujer vaca del bando de los asesinos fue la primera en perecer. Cometió la osadía de atrapar por la espalda a la chica que parecía la más indefensa del grupo, a Amy. El error lo pagó con sangre. De los antebrazos de Amy emergieron un par de cuchillas metálicas que cortaron la carne y el hueso de la mujer vaca en acto primitivo de defensa.
El Capitán Werner dio un paso hacia la posición de Amy. Pensó que estaría asustada no por haber sufrido el impacto de los proyectiles y soportado el peso de la mujer vaca, sino por haber matado a una persona. El Capitán quiso consolar a la chica, pero tuvo que detenerse a medio camino. Un paso más y los tres arqueros que lo apuntaban dispararían. Así lo dijo el líder de los coloridos asesinos.
— Haz lo que dice — dijo El Capitán Werner a Wes Fungai con un marcado tono de resignación.
El erizo se puso de cuchillas y dejo, muy despacio, como si le doliese, el sable que en tantas aventuras y abordajes le había acompañado. El Capitán, por su parte, utilizó una sucia treta contra los asesinos. Fingió ser más viejo y débil de lo que era realmente, exagerando cada movimiento que daba. Curvó la espalda en posición vertical como si hubiera sufrido un accidente, le costaba tanto desprenderse del arma como agacharse.
Los asesinos tuvieron paciencia con el anciano pirata, estaban más concentrados en las cuchillas que formaban parte del cuerpo de Amy y que acababan de quitar la vida a una de sus compañeras.
Como si Ava hubiera invocado la ayuda por medio de un hechizo marino, dos manos aliadas aparecieron detrás de los arqueros enemigos. Estaban armadas con las armas que habían recogido del suelo: una daga y una flecha. En el momento de distracción y confusión proporcionado por las cuchillas de Amy, las manos aliadas cortaron el cuello de dos de los arqueros enemigos. El tercero se giró con rapidez. Dejó caer su arco y desenvainó la espada dispuesta a combatir contra la criatura que había matado a sus amigos. El Capitán Werner enderezó su espalda en ese mismo momento y disparó un proyectil de agua a la cabeza del tercer arquero.
Wes Fungai recuperó su espada y se lanzó al ataque. El erizo conocía las técnicas de este tipo de asesinos sin escrúpulos pues, hacía unos años atrás, él había pertenecido a una banda similar. Irían a por el miembro más débil o el que ellos pensasen que sería el más débil. Así fue que la mujer vaca decidió atacar a Amy en primer lugar, encontrándose con el par de cuchillas metálicas. Los asesinos aprendieron la lección. No sería a la cibernética a quien atacarían, sino a la mujer que acababa de sufrir un desmayo.
El erizo se colocó delante de la cabeza de Ava. La espada de Fungai limitaba la distancia que permitía que los asesinos se acercasen a Ava.
— Empiezo a pensar que no es la primera vez que sufrís estos… incidentes — dijo El Capitán Werner mirando hacia Amy —. Ven — llamó a la chica con un movimiento de tenaza —, quédate detrás de mi y no te pasará nada.
La oferta de protección era una mera cortesía. Amy había demostrado que sabía defenderse solita. No necesitaba la ayuda de un viejo pirata, ni mucho menos de alfanje roído por el aire salado del mar. Contaba con la coraza metálica y su par de cuchillas.
El Capitán abrazó a Amy, pegándola a su costado en un gesto paternal.
— ¿Quién es ese hombre de allí? Lucha con nosotros y me ha parecido oír que pronuncia vuestros nombres. ¿Lo conocéis?
El Capitán Werner
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Sí, esa era Amy. Probablemente hasta ella misma se preguntaba cómo había acabado en esa situación, pero era una chica un poquito demasiado espesa de mollera como para darle vueltas a la cabeza con ideas que no implicasen trinchar o comer. Continuaba forcejeando con las piernas inútilmente, tratando de zafarse del opresor yugo de las boleadoras, sólo comparable a la horrible sensación de tener los cordones de las bambas atados entre sí. La bio-cibernética estaba tan ensimismada en lograr la liberación de sus pinreles que no reparó en los intentos del capitán cangrejo para ganar tiempo, ni en la tenebrosa silueta que se cernió sobre sus desprevenidos captores, en un abrir y cerrar de orto.
Hasta ella misma pegó un respingo del susto, sobresaltándose y llevando las manos a la cabeza -todavía con las cuchillas al aire- para cubrirse el rostro. “En la cara no” era un lema por el que merecía la pena vivir, luchar y morir. El verdadero dogma de los guerreros. Sin embargo, los únicos que caían a diestro y siniestro eran sus enemigos, los bandidos enmascarados. Amy los veía precipitarse sin vida al barro, con la cara descompuesta y contraída, sus cuerpos siendo golpeados bajo la lluvia en una moción a cámara lenta, con música siniestra y emocional de bardo modernillo de fondo.
La muchacha se asustó tanto que empezó a reptar hacia el lado contrario para escapar de tal cruel destino y la enorme sombra corpulenta que lo perpetraba, hasta que un sonido metálico de monedas resonando entre ellas la dejó embelesada.”Si queréis aeros, venid a por ellos." Inmediatamente, Amy se dio la vuelta y reptó hacia los aeros. Claro que quería aeros, no era imbécil. Sabía de sobra que podían intercambiarse por lujosos bienes y servicios. A cada cual más indispensable.
A punto estuvo de caer en los engaños de aquel maestro timador, de no ser por el disparo nocturno que convirtió (como ya era tradición) la cabeza de otro de los malhechores en chucrut. A través del agujero de donut que era la sesera de aquel pobre desgraciado que tuvo la mala suerte de interponerse en la línea de tiro, Amy atisbó a una desfallecida Avichuela que no perdía ni un segundo el tiempo. Ni corta ni perezosa, debía haberse montado un botellón de tres pares de escamas ella sola, y ahora descansaba tumbada a la bartola sobre una charca de vino tinto, disfrutando de las bondades de un chaparrón veraniego. Menuda borrachina… y menuda envidia. No obstante, necesitaba ayuda para despertar de tremendo coma etílico que llevaba encima. Aunque también cabía decir que era una suerte para aquellos granujas tener a semejante asesina en potencia en estado vegetal.
Amy consiguió librarse por fin del enrevesado cachivache que limitaba sus movimientos, tras unos quirúrgicos segundos de ensayo y error, desenredando así las boleadoras de sus piernas. Aprovechando el caos que había estallado entre los asaltantes gracias al ataque relámpago del aguerrido y aparentemente no tan anciano pirata, el hombre-cactus, y Raion “tula loca” Blaze, la muchacha semi metálica no tuvo mayor inconveniente en escurrir el bulto hasta situarse a la espalda de W. Fungai, quien cubría y protegía a Ava como lo haría un lémur marcando su territorio en época de celo. Gracias a que mantenía a los cuatreros a raya, la bio-cibernética pudo poner en práctica la única técnica de reanimación que conocía: el boca a boca.
Así pues, colocó la “boca” de su mano en la “boca” de la mejilla de Ava, propinándole un aluvión de terribles sopapos que cruzaban la cara de la mujer dragón de agua de Este a Oeste. Si Amy hubiese sido un hombre elfo caucásico, aquello habría estado mal visto, pero su condición de minoría cibernético-femenina le permitía desmoronar cualquier constructo social moralista que se lanzase sobre ella. Si no le devolvía el ánima al cuerpo a su amiga de aquella forma, ya no sabía que más hacer. Pero, desgraciadamente, no pudo mantener mucho más su intervención de primeros auxilios, ya que El Capitán la reclamaba a su vera.
Por alguna razón que desconocía, la menuda estatura de aquel hombre pulpo creaba un efecto balsámico en la chica biónica, como si la expresión de “pequeño pero matón” cobrase vida y forma física para tenderle una mano afable, paternal y deforme, sobre todo deforme. ”Hombre del océano, cógeme de la mano y guíame a la tierra que tú entiendes…” [[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]] Era la cancioncilla sin letra que tarareaba el cerebro de Amy, aunque ni ella misma fuese consciente. Ya a salvo, la bio-cibernética se rascó la nuca distraídamente, a la vez que esbozaba una sonrisilla bobalicona al escuchar lo de que no debía ser la primera vez que sufrían incidentes como aquellos. No por nada, sino porque ni siquiera sabía lo que significaba la palabra incidente.
Antes de que ninguno de los presentes se diera cuenta, el número de malandrines contra los que se enfrentaban había descendido exponencialmente. Nada ajenos a su precaria situación, los salteadores emprendían una sigilosa retirada estratégica, perdiéndose en la espesura de los árboles y el amparo de la lluvia, sin pensárselo dos veces a la hora de abandonar a su suerte a sus compañeros que quedaban rezagados, algunos todavía cruzando espadas con los miembros del variopinto grupo de piratas y aventureros. ”¿Quién es ese hombre de allí?” Una de cal y otro de arena. Primero el señor de la tenaza la abrazaba y luego les asediaba con preguntas ridículamente difíciles… El caso es que aquel papichulo de brillante armadura, barba de madurito interesante, semblante duro y áspero, y descomunal tranca de espada, le quería sonar a Amy.
— … Gracias al cielo, la muchacha medio robot pudo evitar fundir su chip de tanto pensar en si conocía o no a Raion Blaze, el Ímpavido. Por el rabillo del ojo pudo ver como uno de los bandidos se levantaba del suelo después de llevar unos minutos haciéndose el muerto, echando a correr hacia lo profundo del bosque. Amy ni titubeó antes de desenvainar las cuchillas de sus brazos y emprender la persecución del gato y el ratón para con el elusivo rufián.
Se hacía el muerto sí, pero también estaba herido de verdad. Cojeaba de una pata y se sujetaba el costado, apretando y aminorando la marcha a destiempo, como si su principal enemigo fuesen sus propias piernas. La bio-cibernética no tardó en darle caza, haciéndole caer al suelo entre revolcones de fango y humedad, por culpa de obligarle a esquivar una estocada que, muy probablemente, lo habría convertido en brocheta de no haberla evadido en el último momento.
— ¿Dónde está copito de nieve? El temor se reflejó apenas unos instantes en los ojos del hombre, pero recuperó la compostura a tiempo para realizar una maniobra croqueta que le sirvió para evitar un tajo que casi le abre una segunda boca por encima de la suya. Interrogar no era el fuerte de Amy. El corte le rozó tan cerca que la bandana del bandolero quedó hecha jirones, dejando al descubierto el hocico triangular de un hombre-lince moteado. También dejó al descubierto un llamativo tatuaje de dos colmillos cruzados en su carrillo izquierdo.
Sacando fuerzas de flaqueza, el hombre-bestia se apoyó con ambos pies en el torso de Amy, usándola como trampolín, y realizando una voltereta hacia atrás que le sirvió para ponerse en pie y tirar a la muchacha de espaldas al suelo. Valiéndose de aquella oportunidad de oro, redobló sus esfuerzos por salir pitando de allí, piernas para qué os quiero, desapareciendo como humo entre unos matorrales.
Amy se puso de cuclillas en cuanto se hubo recuperado del traspié. Recogió los restos de la colorida bandana y se los ató en la muñeca. También aprovechó la sangre que había goteado sobre el terreno para embadurnarse los dedos y dibujar un par de líneas rojas bajo sus ojos. Hecho esto, emprendió una carrera en solitario, dejando atrás a sus compañeros de fatigas en un acto temerario de imprudencia y cabezonería. Por su parte, Haba, los piratas facheros y Raion Blaze, el Destripador, ya se habrían percatado de que todos los cadáveres del suelo llevaban la misma marca tatuada en los mofletes: el dibujo de unos colmillos en cruz. ¿Casualidad ¿Coincidencia? NO LO CREO.
Treinta minutos, la mitad de una hora, quizás algo más, le costó a la muchacha metálica atravesar las “puertas” de Ciudad Lagarto. No daba crédito. Simplemente no podía creerlo. Ninguno de los edificios tenía forma de lagarto, ni las calles, ni las ventanas, ni tan siquiera las nubes o las personas. Por no haber, no había ni lagartos de verdad por las paredes o suelos. Increíble. Amy se sentía estafada, su decepción era inmensurable y su día estaba arruinado. Aun con todo, respiró hondo y avanzó lentamente en dirección a las chabolas que formaban el extrarradio del lugar.
Cuchicheos. Personas de brazos cruzados, apoyadas en los muros y con el rostro ensombrecido la miraban fugazmente antes de volver a sus asuntos. La mayoría de los que aparentaban estar tranquilos tenían una aspecto rudo o armas de filo colgando de la cintura. Amy decidió probar suerte con el ser que menos mala espina le daba a primera vista: un hombre-pollito de plumaje anaranjado y ojos saltones, aunque de espalda ancha y complexión de armario empotrado.
Gesticuló hasta que este se fijó en ella y procedió a preguntarle si conocía a un gatete que llevaba la cara marcada por un tatuaje que no supo muy bien cómo describir, así que sacó una de sus cuchillas y lo dibujó de memoria lo mejor que pudo en el suelo, con trazos rápidos y artísticos. Le quedó un churro. El señor pollo la miró en silencio, abriendo tanto los ojos que casi se le salieron de las cuencas, estupefacto ante la bizarra situación. Amy le correspondió con cara de circunstancias. ¿Conocía aquella marca? Nunca se supo, pues se volteó y huyó sin mediar palabra.
Amy tuvo que probar suerte con otra persona, así que eligió al azar a un caballero (parecía humano) de media melena canosa y salvaje, entrado en años, aunque manteniendo un porte distinguido de corsario, acentuado por el cuerpo escultural que moldeaba su ajustado atuendo, el cual daba la impresión que iba a disparar los broches y botones que lo componían con cualquier movimiento brusco. Fumaba en pipa curvada y al principio casi hizo ademán de interesare por lo que la muchacha robótica tenía que decir. No obstante, al final el resultado fue similar, con ligeros cambios de matiz en los gruñidos y miradas de amargura y recelo.
Los ojos y oídos de Lagartijo eran numerosos y estaban bien distribuidos, aunque preferían ocultarse de las miradas indiscretas y curiosear desde algún lugar oculto a simple vista. ¿Cuántos de ellos habían presenciado la escena de una forastera con extremidades metálicas haciendo preguntas y fisgoneando a plena luz del día? O sea, era de noche y tampoco es que la visibilidad proporcionada por las antorchas y farolillos fuese para echar petardos, pero se entendía. La respuesta no era otra que: muchos. Sin embargo, tan sólo un par de ellos fueron los que se aventuraron al encuentro de Amy, quien practicaba en aquel momento la fidelidad del tatuaje de los colmillos, dibujándolo nuevamente en el suelo.
Un pequeña mujer-bestia roedora, de algo más de tres palmos de alto y el cabello recogido en una coleta pelirroja, llevaba un buen rato interesada en aquella jovencita de pelo oscuro, grandes ojos castaños e intenciones autodestructivas. Se acercó a ella mascando algo con la boca llena, a paso parsimonioso, el que le permitían sus cortas piernecillas de ratita presumida. En un primer momento, Amy no supo quien le hablaba, pero tras bajar la vista se tropezó con los ojos color café de su interlocutora.
— Vivir rápido y morir joven, ¿eh, compi? Inquirió con una voz sumamente animada, en comparación al cansancio de su semblante. Te debe gustar el peligro para ir por ahí provocando con los brazos al aire. Extrañamente, ver a la bio-cibernética con las cuchillas extendidas no le causaba ni un ápice de pavor a la roedora. Más bien… le prendía un brillo de fascinación en los ojos. No es una buena ciudad para hacer preguntas, créeme. Consejo de amiga. Se notaba que había decidido apelar al carácter inocente de Amy, aún sin conocerla.
Sea como fuere, las cartas estaban barajadas y sobre la mesa, tanto para la muchacha de metal como para el resto de sus compañeros, que también tenían vela en este entierro. La vida de Axel era un carromato sin frenos… pero un carromato de estos añejos, de los que han visto mejores días. Muy viejo, vamos.
Hasta ella misma pegó un respingo del susto, sobresaltándose y llevando las manos a la cabeza -todavía con las cuchillas al aire- para cubrirse el rostro. “En la cara no” era un lema por el que merecía la pena vivir, luchar y morir. El verdadero dogma de los guerreros. Sin embargo, los únicos que caían a diestro y siniestro eran sus enemigos, los bandidos enmascarados. Amy los veía precipitarse sin vida al barro, con la cara descompuesta y contraída, sus cuerpos siendo golpeados bajo la lluvia en una moción a cámara lenta, con música siniestra y emocional de bardo modernillo de fondo.
La muchacha se asustó tanto que empezó a reptar hacia el lado contrario para escapar de tal cruel destino y la enorme sombra corpulenta que lo perpetraba, hasta que un sonido metálico de monedas resonando entre ellas la dejó embelesada.”Si queréis aeros, venid a por ellos." Inmediatamente, Amy se dio la vuelta y reptó hacia los aeros. Claro que quería aeros, no era imbécil. Sabía de sobra que podían intercambiarse por lujosos bienes y servicios. A cada cual más indispensable.
A punto estuvo de caer en los engaños de aquel maestro timador, de no ser por el disparo nocturno que convirtió (como ya era tradición) la cabeza de otro de los malhechores en chucrut. A través del agujero de donut que era la sesera de aquel pobre desgraciado que tuvo la mala suerte de interponerse en la línea de tiro, Amy atisbó a una desfallecida Avichuela que no perdía ni un segundo el tiempo. Ni corta ni perezosa, debía haberse montado un botellón de tres pares de escamas ella sola, y ahora descansaba tumbada a la bartola sobre una charca de vino tinto, disfrutando de las bondades de un chaparrón veraniego. Menuda borrachina… y menuda envidia. No obstante, necesitaba ayuda para despertar de tremendo coma etílico que llevaba encima. Aunque también cabía decir que era una suerte para aquellos granujas tener a semejante asesina en potencia en estado vegetal.
Amy consiguió librarse por fin del enrevesado cachivache que limitaba sus movimientos, tras unos quirúrgicos segundos de ensayo y error, desenredando así las boleadoras de sus piernas. Aprovechando el caos que había estallado entre los asaltantes gracias al ataque relámpago del aguerrido y aparentemente no tan anciano pirata, el hombre-cactus, y Raion “tula loca” Blaze, la muchacha semi metálica no tuvo mayor inconveniente en escurrir el bulto hasta situarse a la espalda de W. Fungai, quien cubría y protegía a Ava como lo haría un lémur marcando su territorio en época de celo. Gracias a que mantenía a los cuatreros a raya, la bio-cibernética pudo poner en práctica la única técnica de reanimación que conocía: el boca a boca.
Así pues, colocó la “boca” de su mano en la “boca” de la mejilla de Ava, propinándole un aluvión de terribles sopapos que cruzaban la cara de la mujer dragón de agua de Este a Oeste. Si Amy hubiese sido un hombre elfo caucásico, aquello habría estado mal visto, pero su condición de minoría cibernético-femenina le permitía desmoronar cualquier constructo social moralista que se lanzase sobre ella. Si no le devolvía el ánima al cuerpo a su amiga de aquella forma, ya no sabía que más hacer. Pero, desgraciadamente, no pudo mantener mucho más su intervención de primeros auxilios, ya que El Capitán la reclamaba a su vera.
Por alguna razón que desconocía, la menuda estatura de aquel hombre pulpo creaba un efecto balsámico en la chica biónica, como si la expresión de “pequeño pero matón” cobrase vida y forma física para tenderle una mano afable, paternal y deforme, sobre todo deforme. ”Hombre del océano, cógeme de la mano y guíame a la tierra que tú entiendes…” [[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]] Era la cancioncilla sin letra que tarareaba el cerebro de Amy, aunque ni ella misma fuese consciente. Ya a salvo, la bio-cibernética se rascó la nuca distraídamente, a la vez que esbozaba una sonrisilla bobalicona al escuchar lo de que no debía ser la primera vez que sufrían incidentes como aquellos. No por nada, sino porque ni siquiera sabía lo que significaba la palabra incidente.
Antes de que ninguno de los presentes se diera cuenta, el número de malandrines contra los que se enfrentaban había descendido exponencialmente. Nada ajenos a su precaria situación, los salteadores emprendían una sigilosa retirada estratégica, perdiéndose en la espesura de los árboles y el amparo de la lluvia, sin pensárselo dos veces a la hora de abandonar a su suerte a sus compañeros que quedaban rezagados, algunos todavía cruzando espadas con los miembros del variopinto grupo de piratas y aventureros. ”¿Quién es ese hombre de allí?” Una de cal y otro de arena. Primero el señor de la tenaza la abrazaba y luego les asediaba con preguntas ridículamente difíciles… El caso es que aquel papichulo de brillante armadura, barba de madurito interesante, semblante duro y áspero, y descomunal tranca de espada, le quería sonar a Amy.
— … Gracias al cielo, la muchacha medio robot pudo evitar fundir su chip de tanto pensar en si conocía o no a Raion Blaze, el Ímpavido. Por el rabillo del ojo pudo ver como uno de los bandidos se levantaba del suelo después de llevar unos minutos haciéndose el muerto, echando a correr hacia lo profundo del bosque. Amy ni titubeó antes de desenvainar las cuchillas de sus brazos y emprender la persecución del gato y el ratón para con el elusivo rufián.
Se hacía el muerto sí, pero también estaba herido de verdad. Cojeaba de una pata y se sujetaba el costado, apretando y aminorando la marcha a destiempo, como si su principal enemigo fuesen sus propias piernas. La bio-cibernética no tardó en darle caza, haciéndole caer al suelo entre revolcones de fango y humedad, por culpa de obligarle a esquivar una estocada que, muy probablemente, lo habría convertido en brocheta de no haberla evadido en el último momento.
— ¿Dónde está copito de nieve? El temor se reflejó apenas unos instantes en los ojos del hombre, pero recuperó la compostura a tiempo para realizar una maniobra croqueta que le sirvió para evitar un tajo que casi le abre una segunda boca por encima de la suya. Interrogar no era el fuerte de Amy. El corte le rozó tan cerca que la bandana del bandolero quedó hecha jirones, dejando al descubierto el hocico triangular de un hombre-lince moteado. También dejó al descubierto un llamativo tatuaje de dos colmillos cruzados en su carrillo izquierdo.
Sacando fuerzas de flaqueza, el hombre-bestia se apoyó con ambos pies en el torso de Amy, usándola como trampolín, y realizando una voltereta hacia atrás que le sirvió para ponerse en pie y tirar a la muchacha de espaldas al suelo. Valiéndose de aquella oportunidad de oro, redobló sus esfuerzos por salir pitando de allí, piernas para qué os quiero, desapareciendo como humo entre unos matorrales.
Amy se puso de cuclillas en cuanto se hubo recuperado del traspié. Recogió los restos de la colorida bandana y se los ató en la muñeca. También aprovechó la sangre que había goteado sobre el terreno para embadurnarse los dedos y dibujar un par de líneas rojas bajo sus ojos. Hecho esto, emprendió una carrera en solitario, dejando atrás a sus compañeros de fatigas en un acto temerario de imprudencia y cabezonería. Por su parte, Haba, los piratas facheros y Raion Blaze, el Destripador, ya se habrían percatado de que todos los cadáveres del suelo llevaban la misma marca tatuada en los mofletes: el dibujo de unos colmillos en cruz. ¿Casualidad ¿Coincidencia? NO LO CREO.
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Treinta minutos, la mitad de una hora, quizás algo más, le costó a la muchacha metálica atravesar las “puertas” de Ciudad Lagarto. No daba crédito. Simplemente no podía creerlo. Ninguno de los edificios tenía forma de lagarto, ni las calles, ni las ventanas, ni tan siquiera las nubes o las personas. Por no haber, no había ni lagartos de verdad por las paredes o suelos. Increíble. Amy se sentía estafada, su decepción era inmensurable y su día estaba arruinado. Aun con todo, respiró hondo y avanzó lentamente en dirección a las chabolas que formaban el extrarradio del lugar.
Cuchicheos. Personas de brazos cruzados, apoyadas en los muros y con el rostro ensombrecido la miraban fugazmente antes de volver a sus asuntos. La mayoría de los que aparentaban estar tranquilos tenían una aspecto rudo o armas de filo colgando de la cintura. Amy decidió probar suerte con el ser que menos mala espina le daba a primera vista: un hombre-pollito de plumaje anaranjado y ojos saltones, aunque de espalda ancha y complexión de armario empotrado.
Gesticuló hasta que este se fijó en ella y procedió a preguntarle si conocía a un gatete que llevaba la cara marcada por un tatuaje que no supo muy bien cómo describir, así que sacó una de sus cuchillas y lo dibujó de memoria lo mejor que pudo en el suelo, con trazos rápidos y artísticos. Le quedó un churro. El señor pollo la miró en silencio, abriendo tanto los ojos que casi se le salieron de las cuencas, estupefacto ante la bizarra situación. Amy le correspondió con cara de circunstancias. ¿Conocía aquella marca? Nunca se supo, pues se volteó y huyó sin mediar palabra.
- dramatizacion:
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Amy tuvo que probar suerte con otra persona, así que eligió al azar a un caballero (parecía humano) de media melena canosa y salvaje, entrado en años, aunque manteniendo un porte distinguido de corsario, acentuado por el cuerpo escultural que moldeaba su ajustado atuendo, el cual daba la impresión que iba a disparar los broches y botones que lo componían con cualquier movimiento brusco. Fumaba en pipa curvada y al principio casi hizo ademán de interesare por lo que la muchacha robótica tenía que decir. No obstante, al final el resultado fue similar, con ligeros cambios de matiz en los gruñidos y miradas de amargura y recelo.
Los ojos y oídos de Lagartijo eran numerosos y estaban bien distribuidos, aunque preferían ocultarse de las miradas indiscretas y curiosear desde algún lugar oculto a simple vista. ¿Cuántos de ellos habían presenciado la escena de una forastera con extremidades metálicas haciendo preguntas y fisgoneando a plena luz del día? O sea, era de noche y tampoco es que la visibilidad proporcionada por las antorchas y farolillos fuese para echar petardos, pero se entendía. La respuesta no era otra que: muchos. Sin embargo, tan sólo un par de ellos fueron los que se aventuraron al encuentro de Amy, quien practicaba en aquel momento la fidelidad del tatuaje de los colmillos, dibujándolo nuevamente en el suelo.
Un pequeña mujer-bestia roedora, de algo más de tres palmos de alto y el cabello recogido en una coleta pelirroja, llevaba un buen rato interesada en aquella jovencita de pelo oscuro, grandes ojos castaños e intenciones autodestructivas. Se acercó a ella mascando algo con la boca llena, a paso parsimonioso, el que le permitían sus cortas piernecillas de ratita presumida. En un primer momento, Amy no supo quien le hablaba, pero tras bajar la vista se tropezó con los ojos color café de su interlocutora.
— Vivir rápido y morir joven, ¿eh, compi? Inquirió con una voz sumamente animada, en comparación al cansancio de su semblante. Te debe gustar el peligro para ir por ahí provocando con los brazos al aire. Extrañamente, ver a la bio-cibernética con las cuchillas extendidas no le causaba ni un ápice de pavor a la roedora. Más bien… le prendía un brillo de fascinación en los ojos. No es una buena ciudad para hacer preguntas, créeme. Consejo de amiga. Se notaba que había decidido apelar al carácter inocente de Amy, aún sin conocerla.
Sea como fuere, las cartas estaban barajadas y sobre la mesa, tanto para la muchacha de metal como para el resto de sus compañeros, que también tenían vela en este entierro. La vida de Axel era un carromato sin frenos… pero un carromato de estos añejos, de los que han visto mejores días. Muy viejo, vamos.
Amy
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Ava nadaba por un mar de aguas cálidas y cristalinas. Podía ver con cierta claridad todo el fondo marino, lleno de corales de todos los colores imaginables, y la ajetreada vida de los peces que habían establecido allí su hogar. Sus escamas brillaban por la luz del sol que atravesaba la superficie del agua, y hacía que emitieran reflejos de colores preciosos. Todo allí era perfecto. Había paz y tranquilidad, y Ava podía nadar tranquila y disfrutar de su elemento. No había prisa por nada, no había que buscar a nadie, no había cuchillos con los que poder acertar absurdamente a nadie en los ojos. Allí Ava podría relajarse.
Cuando estuvo cansada nadó hasta la orilla. Aquella era una playa paradisíaca, por la arena tan blanca de la playa, y por aquel azul tan bonito de las aguas que la tocaban. Allí la esperaba un gran banquete. Una gran mesa llena de pan, de todos los tipos de panes que se amasaban en Aerandir, algunos es posible que ni siquiera los hubiese llegado a probar nunca, pero ahora tenía la posibilidad. También había platos y platos llenos de carne, y al menos 3 docenas de huevos fritos en los que gastar gran cantidad del pan. Ava era tan feliz, aquello hasta casi parecía un sueño…
Un golpe fuerte y seco (y bastante metálico) en la mejilla de Ava fue lo que hizo que ésta abriese los ojos y se incorporase.
- PE… PERO QUE
Lo que Ava vio al despertarse no pudo desilusionarla más. Se encontraba en medio de un barrizal, bajo una ligera lluvia que calaba los huesos, rodeada por un charco de sangre, en principio suya, pero que se mezclaba con otros charcos de sangre provenientes de otros. También vio a un puercoespín plantado delante de ella, ¿y aquello era un calamar? Sí, le sonaba haber conocido a uno hacía poco. Amy estaba con aquel hombre. Aunque sin saber por qué vió como la joven echaba a correr hacia el bosque.
- O sea que el mar… Y el pan… Y la carne… NO. ¡¡DEJADME VOLVER!! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH
Ava, que aún se encontraba sentada, tiró su espalda contra el suelo, como poseída por el espíritu de algún tipo de pez capaz de enterrarse en la tierra si mismo, empezó a tirarse barro por encima pretendiendo esconderse, o enterrarse, o… algo.
- QUIERO IRME A ESA PLAYA OTRA VEZ, NO PODÉIS RETENERME, SOY UN PEZ LIBRE, SOCORRO. ¡¡DEJAD QUE ME VAYA O MI FURIA RECAERÁ SOBRE VOSOTROS!!
Todos los allí presentes quedaron estupefactos ante la actuación de Ava. Porque uno puede estar acostumbrado a ver como un niño pequeño se revuelca por el barro, pero ver a una joven intentando volver a un sueño dando vueltas por el barro y cubriéndose con él, mientras no hace más que gritar ya es un poco más raro, incluso a las afueras de Ciudad Lagarto.
Los bandidos coloridos que aún quedaban por allí, y que aún podían andar, echaron a correr, algunos pensando que aquella muchacha acababa de ser poseída por algún tipo de espíritu maligno, no era la primera vez que veían algo así. Y los que ya no podían moverse, rezaron en silencio, por sus almas, y puede que incluso por la de aquella muchacha desquiciada.
Ava no dejaba de gritar, y sus compañeros no sabían muy bien que hacer, así que la miraban intentando ocultar su falta de ideas. Raion Blaze se acercó, y a pesar de su aspecto de hombre bruto y serio, se agachó delicadamente al lado de una muy alterada Ava e intentó tranquilizarla.
- Ava, estabas soñando, pero estás bien. Bueno has perdido bastante sangre, pero tienes que tranquilizarte.- le dijo a la muchacha a la vez que la ayudaba a sentarse.
- Pe… Pero… Había pan, y agua, y comida...- le contestó Ava al borde del llanto.
- No te preocupes, ahora buscaremos algo que comer. Aunque antes creo que deberíamos curarte esto.- dijo reparando en su herida del brazo, que ahora estaba llena de barro y no tenía muy buena pinta.
El Capitán Calamar hizo un rápido gesto al hombre erizo, que en con un ágil movimiento estaba agachado junto a Ava, y empezó a lavarle y curarle la herida. Había que darle 3 o 4 puntos si querían que aquello se cerrase en condiciones, así que sin preguntar le dio a Ava una puntada con una aguja (o a lo mejor era una de sus espinas), lo que hizo que la chica pez gritase aún más fuerte que antes.
- ¿¡PERO QUÉ HACES!? ¿¡ESTÁS LOCO!?
A Ava nunca le habían cosido ninguna herida, así que aquello le pilló de sorpresa. Pretendía seguir gritando, porque aunque había visto muchas veces como cosían heridas a sus compañeros sapos, jamás habría imaginado que aquello podía doler tanto. Pero puesto que ninguno de sus compañeros se inmutó, y todos la observaban muy serios, pensó que lo mejor sería dejar hacer al hombre erizo, intentando aparentar algo de dignidad. Si es que aún le quedaba algo.
- Ay, era broma. Puedes seguir. No te preocupes.- el erizo siguió dando puntadas lo más suavemente que pudo.- Ay. Ay. Bueno no es para tant… Ay.
Una vez hubo terminado, le vendó la herida con un jirón de ropa azul que había arrancado al cuerpo de uno de los bandidos que no había podido salir huyendo. Nadie sabía si había sido a propósito, pero el erizo había escogido una venda que iba muy a juego con las escamas de Ava, por lo que la chica quedó muy conforme con aquella operación.
Raion le tendió una mano para ayudarla a ponerse en pie. Ava aún se sentía un poco mareada a causa de la pérdida de sangre, estaba claro que la pobre chica necesitaba comer algo para reponer fuerzas.
- ¿Que tal te encuentras? .- preguntó amablemente el señor Blaze.
- Bueno, creo que bien. Aunque tengo mucho más barro encima del que me gustaría.
- ¿Crees que puedes andar? Si no, podría llevar…
- VALE.- contestó muy rápidamente Ava, sin apenas dejarle terminar, ante la expectativa de que alguien la llevase a cuestas.- Quiero decir… Bueno, a lo mejor me conviene, no querría volver a desmayarme.
Ava se subió a caballito en las espaldas de Raion, ante la mirada del Capitán y su acompañante, que no entendían cómo aquel hombre, un guerrero, dejaba que aquella chica pez se le subiese encima.
- ¿Dónde está Amy? .- preguntó Ava al darse cuenta de que no estaba por ninguna parte, ahora que se encontraba segura en las espaldas de su amigo.
- Se marchó corriendo, dirección Ciudad Lagarto.- explicó brevemente el Capitán.
- Pueeees, supongo que tendremos que ir a buscarla a ella también.
- ¿También? ¿Quién más se ha perdido? .- preguntó Raion.
- Bueno, pues el caso es que unos señores secuestraron a Axel. Así que también hay que encontrarlo. Pero no sabemos dónde podría estar. Suponemos que en Ciudad Lagartija, pero quien sabe. Espero que esté bien.
Cuando estuvo cansada nadó hasta la orilla. Aquella era una playa paradisíaca, por la arena tan blanca de la playa, y por aquel azul tan bonito de las aguas que la tocaban. Allí la esperaba un gran banquete. Una gran mesa llena de pan, de todos los tipos de panes que se amasaban en Aerandir, algunos es posible que ni siquiera los hubiese llegado a probar nunca, pero ahora tenía la posibilidad. También había platos y platos llenos de carne, y al menos 3 docenas de huevos fritos en los que gastar gran cantidad del pan. Ava era tan feliz, aquello hasta casi parecía un sueño…
Un golpe fuerte y seco (y bastante metálico) en la mejilla de Ava fue lo que hizo que ésta abriese los ojos y se incorporase.
- PE… PERO QUE
Lo que Ava vio al despertarse no pudo desilusionarla más. Se encontraba en medio de un barrizal, bajo una ligera lluvia que calaba los huesos, rodeada por un charco de sangre, en principio suya, pero que se mezclaba con otros charcos de sangre provenientes de otros. También vio a un puercoespín plantado delante de ella, ¿y aquello era un calamar? Sí, le sonaba haber conocido a uno hacía poco. Amy estaba con aquel hombre. Aunque sin saber por qué vió como la joven echaba a correr hacia el bosque.
- O sea que el mar… Y el pan… Y la carne… NO. ¡¡DEJADME VOLVER!! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH
Ava, que aún se encontraba sentada, tiró su espalda contra el suelo, como poseída por el espíritu de algún tipo de pez capaz de enterrarse en la tierra si mismo, empezó a tirarse barro por encima pretendiendo esconderse, o enterrarse, o… algo.
- QUIERO IRME A ESA PLAYA OTRA VEZ, NO PODÉIS RETENERME, SOY UN PEZ LIBRE, SOCORRO. ¡¡DEJAD QUE ME VAYA O MI FURIA RECAERÁ SOBRE VOSOTROS!!
Todos los allí presentes quedaron estupefactos ante la actuación de Ava. Porque uno puede estar acostumbrado a ver como un niño pequeño se revuelca por el barro, pero ver a una joven intentando volver a un sueño dando vueltas por el barro y cubriéndose con él, mientras no hace más que gritar ya es un poco más raro, incluso a las afueras de Ciudad Lagarto.
Los bandidos coloridos que aún quedaban por allí, y que aún podían andar, echaron a correr, algunos pensando que aquella muchacha acababa de ser poseída por algún tipo de espíritu maligno, no era la primera vez que veían algo así. Y los que ya no podían moverse, rezaron en silencio, por sus almas, y puede que incluso por la de aquella muchacha desquiciada.
Ava no dejaba de gritar, y sus compañeros no sabían muy bien que hacer, así que la miraban intentando ocultar su falta de ideas. Raion Blaze se acercó, y a pesar de su aspecto de hombre bruto y serio, se agachó delicadamente al lado de una muy alterada Ava e intentó tranquilizarla.
- Ava, estabas soñando, pero estás bien. Bueno has perdido bastante sangre, pero tienes que tranquilizarte.- le dijo a la muchacha a la vez que la ayudaba a sentarse.
- Pe… Pero… Había pan, y agua, y comida...- le contestó Ava al borde del llanto.
- No te preocupes, ahora buscaremos algo que comer. Aunque antes creo que deberíamos curarte esto.- dijo reparando en su herida del brazo, que ahora estaba llena de barro y no tenía muy buena pinta.
El Capitán Calamar hizo un rápido gesto al hombre erizo, que en con un ágil movimiento estaba agachado junto a Ava, y empezó a lavarle y curarle la herida. Había que darle 3 o 4 puntos si querían que aquello se cerrase en condiciones, así que sin preguntar le dio a Ava una puntada con una aguja (o a lo mejor era una de sus espinas), lo que hizo que la chica pez gritase aún más fuerte que antes.
- ¿¡PERO QUÉ HACES!? ¿¡ESTÁS LOCO!?
A Ava nunca le habían cosido ninguna herida, así que aquello le pilló de sorpresa. Pretendía seguir gritando, porque aunque había visto muchas veces como cosían heridas a sus compañeros sapos, jamás habría imaginado que aquello podía doler tanto. Pero puesto que ninguno de sus compañeros se inmutó, y todos la observaban muy serios, pensó que lo mejor sería dejar hacer al hombre erizo, intentando aparentar algo de dignidad. Si es que aún le quedaba algo.
- Ay, era broma. Puedes seguir. No te preocupes.- el erizo siguió dando puntadas lo más suavemente que pudo.- Ay. Ay. Bueno no es para tant… Ay.
Una vez hubo terminado, le vendó la herida con un jirón de ropa azul que había arrancado al cuerpo de uno de los bandidos que no había podido salir huyendo. Nadie sabía si había sido a propósito, pero el erizo había escogido una venda que iba muy a juego con las escamas de Ava, por lo que la chica quedó muy conforme con aquella operación.
Raion le tendió una mano para ayudarla a ponerse en pie. Ava aún se sentía un poco mareada a causa de la pérdida de sangre, estaba claro que la pobre chica necesitaba comer algo para reponer fuerzas.
- ¿Que tal te encuentras? .- preguntó amablemente el señor Blaze.
- Bueno, creo que bien. Aunque tengo mucho más barro encima del que me gustaría.
- ¿Crees que puedes andar? Si no, podría llevar…
- VALE.- contestó muy rápidamente Ava, sin apenas dejarle terminar, ante la expectativa de que alguien la llevase a cuestas.- Quiero decir… Bueno, a lo mejor me conviene, no querría volver a desmayarme.
Ava se subió a caballito en las espaldas de Raion, ante la mirada del Capitán y su acompañante, que no entendían cómo aquel hombre, un guerrero, dejaba que aquella chica pez se le subiese encima.
- ¿Dónde está Amy? .- preguntó Ava al darse cuenta de que no estaba por ninguna parte, ahora que se encontraba segura en las espaldas de su amigo.
- Se marchó corriendo, dirección Ciudad Lagarto.- explicó brevemente el Capitán.
- Pueeees, supongo que tendremos que ir a buscarla a ella también.
- ¿También? ¿Quién más se ha perdido? .- preguntó Raion.
- Bueno, pues el caso es que unos señores secuestraron a Axel. Así que también hay que encontrarlo. Pero no sabemos dónde podría estar. Suponemos que en Ciudad Lagartija, pero quien sabe. Espero que esté bien.
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Mientras tanto, en el interior de aquella cárcel-mazmorra, Axel había decidido proteger con su vida si fuera necesario a aquel pequeño hombre bestia. Todavía estaba pensando en su graciosa colita rizada que rebotaba como un resorte cada vez que hablaba cuando le cayó el primer sopapo. Ni lo vio venir, una mano verde y escamosa golpeó la cara del viejo haciéndole perder momentáneamente el equilibrio. En cualquier otro momento se habría dejado caer y efectuaría la milenaria técnica de la tortuga, pero su nivel de desvanecimiento era tal, que se quedó de pie frente aquellas borrosas formas que se aproximaban hacia él. Lo demás es historia.
— Pero como se puede ser tan inconsciente... ¿Acaso es un suicida? Se me ocurren otras formas menos doloras...— Escuchó el hombre lobo mientras entreabría los ojos y veía que las piedras del techo de la celda cambiaban de posición, como a pequeños tirones.
La realidad era que aquel diminuto cerdito intentaba arrastrarlo como podía hasta un lugar "seguro". Lo agarraba de un brazo y con toda su fuerza lo podía mover tan solo unos pocos centímetros, así en repetidas ocasiones, parón a descansar y continuaba con su fatigoso trabajo. Durante el trayecto Axel volvió a desvanecerse de nuevo, al son de su propio cuerpo siendo arrastrado, que por alguna razón su cerebro lo relacionaba como las olas rompiendo en una cala. Estaba visto que la solidaridad no era el punto fuerte de aquel lugar, porque el pobre hombre cerdo, tardó casi una hora en llevar a su salvador hasta estar cerca del lugar deseado.
El licántropo volvió a la vida como si todo el aire de su cuerpo hubiese querido entrar en sus pulmones de golpe. Asustado se llevó las manos al pecho y notó que algo había golpeado a la altura de su estómago. Asustado y aún postrado en el frío suelo, levantó un poco la cabeza y pudo ver al cerdito de espaldas sobre él. El muy animal lo había levantado como si fuera una jarra de cerveza en medio de uno de sus diminutos empujes. No se pudo controlar y hundió su dedo índice en la barriguita del rosadito animal.
— ¡Pe...pe...pero que haces enfermo!— Replicó el cerdo indignado mientras se ponía a un lado del vejestorio. — ¿Puedes ponerte en pie? Estamos cerca.— Cerca de que. ¿Habían muerto y estaban camino al valhalla?
Con un par de intentos y la ayuda del pequeño animal, consiguió reincorporarse y apoyándose en la pared, empezar a caminar de a poco. Cuando llegaron a su destino, estuvo al borde de perder el conocimiento nuevamente, pero unas siluetas gigantescas le hicieron ponerse alerta. Su diminuto acompañante hizo un gesto y las siluetas se abrieron dejando paso a otras figuras más pequeñas y esbeltas, que corrieron hacia él para sujetarlo.
— Que bien huelen...— Dijo con una sonrisa de oreja a oreja antes de perder el conocimiento nuevamente.
Unas dulces voces, recitando plegarias que le resultaban familiares, fue lo primero que escuchó al recobrar el conocimiento de nuevo. Más de un par de manos estaban sobre su cuerpo, emitiendo una bonita y cálida luz, que le reconfortaba enormemente. El dolor se iba diluyendo entre las palabras de aquellas extrañas y poco a poco fue siguiendo el rastro de todas aquellas manos, siguiendo sus brazos hasta llegar a ver a las personas tras ellas. Se trataban de unas jovencísimas elfas que estaban tratando sus heridas. Axel cerró los ojos dejándolas hacer su trabajo, hasta que al fin terminaron.
— Muchas gracias.— Dijo mientras se reincorporaba, quedándose sentado en el suelo.
Al mirar a su alrededor, vio al pequeño cerdito apoyado en la pared, de pezuñas cruzadas mirándolo con desconfianza. Luego dirigió su mirada a sus curanderas, pero ninguna de ellas le devolvía la mirada, todas tenían los ojos clavados en el suelo y la cabeza gacha. De pronto su estómago le dio un vuelco, su cabeza empezaba a funcionar y estaba más que claro porque aquellas jóvenes muchachas estaban ahí. No podía sentir más que una mezcla de pena y rabia, algo poco frecuente en él, pero la situación le sobrepasaba.
Tras unos minutos de relax, el cerdito se aproximó a Axel increpándole lo que había hecho. Este le respondió con la mayor naturalidad del mundo y pidiéndole disculpas por los problemas causados. El hombre bestia se quedó perplejo y miró a las elfas, después caminó un par de veces rodeando al licántropo analizando sus facciones, para después asentir.
— Si, está lo suficientemente escuchimizado. No sé si me arrepentiré de esto, pero se viene con nosotros chicas. — Las elfas que parecían las únicas en entender sus palabras dieron un grito ahogado llevándose las manos a la boca, sumamente sorprendidas.
Estaba claro que no entendía que estaba pasando, así que tuvieron una larga charla poniéndole al día. Aquel cerdo estaba robando raciones para alimentar a las elfas, escondiéndolas de los guardias, y había urdido un plan para escapar de allí. Le llevaría toda la noche explicarle los entresijos que había tras tan intricando plan, pero Axel ayudaría sin dudar. No podría vivir con la carga de saber lo que le ocurriría a aquellas pobres muchachas el resto de su vida si no salían de allí, además, se lo debía.
— Pero como se puede ser tan inconsciente... ¿Acaso es un suicida? Se me ocurren otras formas menos doloras...— Escuchó el hombre lobo mientras entreabría los ojos y veía que las piedras del techo de la celda cambiaban de posición, como a pequeños tirones.
La realidad era que aquel diminuto cerdito intentaba arrastrarlo como podía hasta un lugar "seguro". Lo agarraba de un brazo y con toda su fuerza lo podía mover tan solo unos pocos centímetros, así en repetidas ocasiones, parón a descansar y continuaba con su fatigoso trabajo. Durante el trayecto Axel volvió a desvanecerse de nuevo, al son de su propio cuerpo siendo arrastrado, que por alguna razón su cerebro lo relacionaba como las olas rompiendo en una cala. Estaba visto que la solidaridad no era el punto fuerte de aquel lugar, porque el pobre hombre cerdo, tardó casi una hora en llevar a su salvador hasta estar cerca del lugar deseado.
El licántropo volvió a la vida como si todo el aire de su cuerpo hubiese querido entrar en sus pulmones de golpe. Asustado se llevó las manos al pecho y notó que algo había golpeado a la altura de su estómago. Asustado y aún postrado en el frío suelo, levantó un poco la cabeza y pudo ver al cerdito de espaldas sobre él. El muy animal lo había levantado como si fuera una jarra de cerveza en medio de uno de sus diminutos empujes. No se pudo controlar y hundió su dedo índice en la barriguita del rosadito animal.
— ¡Pe...pe...pero que haces enfermo!— Replicó el cerdo indignado mientras se ponía a un lado del vejestorio. — ¿Puedes ponerte en pie? Estamos cerca.— Cerca de que. ¿Habían muerto y estaban camino al valhalla?
Con un par de intentos y la ayuda del pequeño animal, consiguió reincorporarse y apoyándose en la pared, empezar a caminar de a poco. Cuando llegaron a su destino, estuvo al borde de perder el conocimiento nuevamente, pero unas siluetas gigantescas le hicieron ponerse alerta. Su diminuto acompañante hizo un gesto y las siluetas se abrieron dejando paso a otras figuras más pequeñas y esbeltas, que corrieron hacia él para sujetarlo.
— Que bien huelen...— Dijo con una sonrisa de oreja a oreja antes de perder el conocimiento nuevamente.
Unas dulces voces, recitando plegarias que le resultaban familiares, fue lo primero que escuchó al recobrar el conocimiento de nuevo. Más de un par de manos estaban sobre su cuerpo, emitiendo una bonita y cálida luz, que le reconfortaba enormemente. El dolor se iba diluyendo entre las palabras de aquellas extrañas y poco a poco fue siguiendo el rastro de todas aquellas manos, siguiendo sus brazos hasta llegar a ver a las personas tras ellas. Se trataban de unas jovencísimas elfas que estaban tratando sus heridas. Axel cerró los ojos dejándolas hacer su trabajo, hasta que al fin terminaron.
— Muchas gracias.— Dijo mientras se reincorporaba, quedándose sentado en el suelo.
Al mirar a su alrededor, vio al pequeño cerdito apoyado en la pared, de pezuñas cruzadas mirándolo con desconfianza. Luego dirigió su mirada a sus curanderas, pero ninguna de ellas le devolvía la mirada, todas tenían los ojos clavados en el suelo y la cabeza gacha. De pronto su estómago le dio un vuelco, su cabeza empezaba a funcionar y estaba más que claro porque aquellas jóvenes muchachas estaban ahí. No podía sentir más que una mezcla de pena y rabia, algo poco frecuente en él, pero la situación le sobrepasaba.
Tras unos minutos de relax, el cerdito se aproximó a Axel increpándole lo que había hecho. Este le respondió con la mayor naturalidad del mundo y pidiéndole disculpas por los problemas causados. El hombre bestia se quedó perplejo y miró a las elfas, después caminó un par de veces rodeando al licántropo analizando sus facciones, para después asentir.
— Si, está lo suficientemente escuchimizado. No sé si me arrepentiré de esto, pero se viene con nosotros chicas. — Las elfas que parecían las únicas en entender sus palabras dieron un grito ahogado llevándose las manos a la boca, sumamente sorprendidas.
Estaba claro que no entendía que estaba pasando, así que tuvieron una larga charla poniéndole al día. Aquel cerdo estaba robando raciones para alimentar a las elfas, escondiéndolas de los guardias, y había urdido un plan para escapar de allí. Le llevaría toda la noche explicarle los entresijos que había tras tan intricando plan, pero Axel ayudaría sin dudar. No podría vivir con la carga de saber lo que le ocurriría a aquellas pobres muchachas el resto de su vida si no salían de allí, además, se lo debía.
Axel Svensson
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
La pelea no tardó en desatarse. Blaze y el Capitán Werner diezmaban las fuerzas enemigas con relativa facilidad mientras Wes Fungai protegía a Amy y Ava en la retaguardia. En este caso, como se suele decir, más sabe el Diablo por viejo que por Diablo y es que, por amplio que fuera el grupo de bandidos, la experiencia en combate entre ambos bandos, marcaba una gran diferencia. Al fin y al cabo, sus rivales tan solo eran unos rateros de medio pelo que se aprovechaban de los más débiles. Una pelea como aquella les superaba con creces. Aún así, no se podían despistar demasiado pues sus oponentes practicaban la tradicional e innoble, pero peligrosa táctica, del despiste mientras otro aliado apuñala a traición por la espalda entre en las sobras aprovechándose de la notoria superioridad numérica.
Cuando la horda enemiga vio reducido su tamaño a la mitad del original, la gran mayoría de sus miembros decidieron salir por patas de allí abandonando a su suerte a los que el orgullo o el miedo, quien sabe, impedían huir de la escena.
Una vez no quedó enemigo en pie en el campo de batalla, Blaze se acercó a la malherida de Ava para comprobar su estado el cuál debía ser crítico pues la pobre mujer-pez no paraba de gritar a pleno pulmón mientras se rebozaba cual croqueta por el barro presa del dolor, o eso creía Blaze. Los lamentos que Blaze no conseguía descifrar desde la lejanía cobraron sentido cuando este estuvo más cerca de su fuente. Incomprensiblemente, no eran gritos de dolor por el corte en su brazo, si no porque parecía encontrarse todavía en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Un espectáculo lamentable.
Por suerte, parecía que el hombre erizo tenía conocimientos sobre primeros auxilios y curó y cosió la herida de Ava con bastante solvencia. Gracias por proteger y cuidar a las chicas. Era innegable que aquellos desconocidos habían sido de gran ayuda a pesar de que aún no sabía si podía fiarse de ellos. Presa de esta desconfianza, puede que su agradecimiento no hubiese sonado tan sincero como debería.
Con hidalguía, Blaze se ofreció a cargar con ella si el moverse le resultaba demasiado doloroso dada su herida. Ava no tardó ni un milisegundo en aceptar dicha oferta y encaramarse a su espalda de un rápido y enérgico bote demostrando que podía valerse por sí misma sin ningún problema pero prefería ser llevada a cuestas mas por comodidad que por necesidad. Aún así Blaze con cierta resignación aceptó su nuevo cometido como mula de carga.
Lejos de terminar, la aventura no había hecho mas que comenzar. Amy había desaparecido rumbo Ciudad Lagarto en medio de la trifulca y al parecer a Axel lo habían raptado previamente a que Blaze apareciese en escena.
Antes de emprender su marcha a Ciudad Largarto donde supuestamente se encontraba Amy, inspeccionó los cuerpos de los enemigos caídos en busca de alguna pista sobre el paradero de Axel sin éxito, aunque consiguió juntar unos cuantos aeros, al fin y al cabo, sus dueños ya no iban a necesitarlos. Por suerte, uno de ellos parecía seguir con vida pues se arrastraba con dificultades por el barro en dirección contraria a donde se encontraba el grupo en un intento inútil por escapar. Blaze agarró y alzó del chaleco al pequeño hombre-bestia hasta que el rostro de ambos estuvo a la misma altura. ¡Por favor, no me mate! Exclamó entre lágrimas lo que parecía ser un niño koala. No lo haré si me dices a donde se han llevado a mi amigo. Dijo refiriéndose a Axel. Con apenas un hilo de voz y temblando del miedo no tardó en sucumbir ante la petición de Blaze Un edificio alto, al noreste de la Ciudad Lagarto. Ese es nuestro cuartel. Bajo tierra hay calabozos, seguro que está ahí.
Blaze bajó al suelo a la pequeña criatura, tanto por estatura como por edad, cumpliendo así su promesa. Deberías dejar esta vida. Dijo Blaze con un tono que denotaba cierta compasión por el niño-koala No tengo aeros ni a dónde ir. Era obvio que aquel niño estaba atrapado en una vida que él no había elegido vivir. Aerandir es muy grande, siempre hay otro sitio al que ir. No sucedía con frecuencia, pero Blaze no puedo evitar sentir cierta compasión por aquel crío. Ya no tienes excusa. Le dijo mientras le lanzaba un saquito repleto de los aeros que había recogido de los cadáveres. Sin mediar más palabra, Blaze y el resto del grupo pusieron rumbo a Ciudad Lagarto.
Y de repente ahí estaba, el capricho del destino le había situado en la única ciudad de Aerandir que no tenía el deseo de visitar pero no podía abandonar a Amy y Axel a su suerte. Desde la misma puerta de la entrada a la ciudad, se podía vislumbrar a lo lejos un edificio mas alto que el resto el cual debía ser el cuartel de los bandidos según la información proporcionada por el niño-koala. El grupo se dirigiría en esa dirección con la esperanza de cruzarse con Amy por el camino pues con algo de suerte, la biocibernética también habría puesto marcha hacia aquella localización y sus itinerarios acabarían por cruzarse o de lo contrario, deberían buscarla antes de adentrarse en el la Estrella de la Muerte para rescatar al miembro mas peludo del equipo.
Cuando la horda enemiga vio reducido su tamaño a la mitad del original, la gran mayoría de sus miembros decidieron salir por patas de allí abandonando a su suerte a los que el orgullo o el miedo, quien sabe, impedían huir de la escena.
Una vez no quedó enemigo en pie en el campo de batalla, Blaze se acercó a la malherida de Ava para comprobar su estado el cuál debía ser crítico pues la pobre mujer-pez no paraba de gritar a pleno pulmón mientras se rebozaba cual croqueta por el barro presa del dolor, o eso creía Blaze. Los lamentos que Blaze no conseguía descifrar desde la lejanía cobraron sentido cuando este estuvo más cerca de su fuente. Incomprensiblemente, no eran gritos de dolor por el corte en su brazo, si no porque parecía encontrarse todavía en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Un espectáculo lamentable.
Por suerte, parecía que el hombre erizo tenía conocimientos sobre primeros auxilios y curó y cosió la herida de Ava con bastante solvencia. Gracias por proteger y cuidar a las chicas. Era innegable que aquellos desconocidos habían sido de gran ayuda a pesar de que aún no sabía si podía fiarse de ellos. Presa de esta desconfianza, puede que su agradecimiento no hubiese sonado tan sincero como debería.
Con hidalguía, Blaze se ofreció a cargar con ella si el moverse le resultaba demasiado doloroso dada su herida. Ava no tardó ni un milisegundo en aceptar dicha oferta y encaramarse a su espalda de un rápido y enérgico bote demostrando que podía valerse por sí misma sin ningún problema pero prefería ser llevada a cuestas mas por comodidad que por necesidad. Aún así Blaze con cierta resignación aceptó su nuevo cometido como mula de carga.
Lejos de terminar, la aventura no había hecho mas que comenzar. Amy había desaparecido rumbo Ciudad Lagarto en medio de la trifulca y al parecer a Axel lo habían raptado previamente a que Blaze apareciese en escena.
Antes de emprender su marcha a Ciudad Largarto donde supuestamente se encontraba Amy, inspeccionó los cuerpos de los enemigos caídos en busca de alguna pista sobre el paradero de Axel sin éxito, aunque consiguió juntar unos cuantos aeros, al fin y al cabo, sus dueños ya no iban a necesitarlos. Por suerte, uno de ellos parecía seguir con vida pues se arrastraba con dificultades por el barro en dirección contraria a donde se encontraba el grupo en un intento inútil por escapar. Blaze agarró y alzó del chaleco al pequeño hombre-bestia hasta que el rostro de ambos estuvo a la misma altura. ¡Por favor, no me mate! Exclamó entre lágrimas lo que parecía ser un niño koala. No lo haré si me dices a donde se han llevado a mi amigo. Dijo refiriéndose a Axel. Con apenas un hilo de voz y temblando del miedo no tardó en sucumbir ante la petición de Blaze Un edificio alto, al noreste de la Ciudad Lagarto. Ese es nuestro cuartel. Bajo tierra hay calabozos, seguro que está ahí.
Blaze bajó al suelo a la pequeña criatura, tanto por estatura como por edad, cumpliendo así su promesa. Deberías dejar esta vida. Dijo Blaze con un tono que denotaba cierta compasión por el niño-koala No tengo aeros ni a dónde ir. Era obvio que aquel niño estaba atrapado en una vida que él no había elegido vivir. Aerandir es muy grande, siempre hay otro sitio al que ir. No sucedía con frecuencia, pero Blaze no puedo evitar sentir cierta compasión por aquel crío. Ya no tienes excusa. Le dijo mientras le lanzaba un saquito repleto de los aeros que había recogido de los cadáveres. Sin mediar más palabra, Blaze y el resto del grupo pusieron rumbo a Ciudad Lagarto.
Y de repente ahí estaba, el capricho del destino le había situado en la única ciudad de Aerandir que no tenía el deseo de visitar pero no podía abandonar a Amy y Axel a su suerte. Desde la misma puerta de la entrada a la ciudad, se podía vislumbrar a lo lejos un edificio mas alto que el resto el cual debía ser el cuartel de los bandidos según la información proporcionada por el niño-koala. El grupo se dirigiría en esa dirección con la esperanza de cruzarse con Amy por el camino pues con algo de suerte, la biocibernética también habría puesto marcha hacia aquella localización y sus itinerarios acabarían por cruzarse o de lo contrario, deberían buscarla antes de adentrarse en el la Estrella de la Muerte para rescatar al miembro mas peludo del equipo.
Raion Blaze
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Devolvió el gesto de correspondencia al corpulento caballero con un ligero movimiento de cabeza, un gesto que quería reducía el valor de la heroicidad y que, al mismo tiempo, agradecía al caballero el haber interferido en el momento adecuado. Era muy posible que sin la participación del hombre los cuatro, las chicas y los piratas, hubieran perecido en una lluvia de virotes.
Fue Ava la encargada de dar comienzo a la conversación puesto que Amy se encontraba en un estado de estupefacción causado, quizás, por las vidas arrebatas a través de sus cuchillas. Ambas conocían al hombre de la armadura, lo recibieron con el cariño que se procesa a un buen amigo. El Capitán pensó que Amy estaba a punto de saltar en brazos del caballero buscando la protección y seguridad de sus brazos. Ava volvió adelantarse a su amiga de metal, aprovechando el amistoso ofrecimiento del caballero de cargar con ella mientras que se recuperaba completamente de la pierna herida.
El Capitán se sintió desplazado dentro del grupo. Los tres amigos se conocían muy bien y aunque agradecían la participación de los piratas en la batalla que acababan de hacer frente, El Capitán Werner y Wes Fungai eran incapaces de seguir las bromas internas del grupo y entender el lenguaje subliminal de los gestos y sonrisas que entre los amigos se dirigían. Wes Fungai, que destacaba por su seriedad y rectitud, era el que más dificultades tenía a la hora de integrarse en el grupo. No entendía el sarcasmo ni por qué una persona bromearía en un asunto de máxima relevancia.
El erizo guardaba el momento en el que Ava le llamó loco por estar cosiéndole una herida abierta. Wes Fungai no era ningún loco. Movió la cabeza de lado a lado mostrando la negativa a los gritos de la chica. El pirata cumplía con las órdenes de El Capitán con eficacia y cuidado. Mientras que con una mano introducía la aguja, con la otra acariciaba la zona herida a la vez que cerraba la brecha facilitando la costura. Procuraba realizar movimientos rápidos y preciosos con todo el mimo que un erizo disponía.
No era ningún loco. Era un pirata realizando imperfectas operaciones de cirujano lo suficientemente precisas para que la chica conserve la pierna.
La aversión hacía la broma que era incapaz de comprender fue aumentando. El Capitán Werner comprendía el sentimiento de vacilación mezclado con enfado del pirata, lo veía en sus ojos y en la tosca decisión de colocarse en la retaguardia del grupo, una vez se pusieron en marcha hacia Lagarto, sin mediar palabra con nadie. Mejor seguir al grupo que esforzarse por pertenecer a él, pensaba el erizo.
El Capitán no obligó a Fungai a que se uniese a la conversación. Respetó su decisión de silencio y confió en la lealtad del pirata. Tanto estuviera en la retaguardia como en la vanguardia, el sable de Fungai cortaría las cabezas de los enemigos con la misma determinación que cualquier otra espada amiga.
El desconocido resultaba una figura interesante para El Capitán Werner. Las chicas y el raptado lobo blanco pertenecían a un grupo no selecto de viajeros, marginados de sus respectivas razas que se unieron por amistad, sin pensar en los beneficios mutuos de la unión. El mandoble y la armadura del hombre, sin embargo, narraban historias de triunfos y derrotas muy diferentes a las que podrían contar sus amigas. Hablan sobre el honor y la gloria de la raza de los humanos, el valor del hombre en la guerra y el poderío militar de Verisar. El Capitán creía leer esas historias en las placas de hierro de la armadura del hombre y sentía resignación hacia él. El código de los hombres de Verisar expresaba ideales contrarios de los piratas, convirtiéndolos en enemigos naturales.
El humano podría estar pensando lo mismo sobre El Capitán Werner. La vestimenta de cuero raído y el viejo sombrero de tres puntas conocían más historias que cualquier armadura de metal.
—¿Vais a presentarnos? — preguntó El Capitán Werner mirando hacia Ava —. Debe ser un buen amigo, no abundan los hombres que se ofrecen a llevar en brazos a las damiselas en apuros.
Dejó unos segundos de silencio para que pudieran asimilar la molestia en sus palabras.
—Mi nombre es Alfred, Alfred Werner — dijo levantando el ala del sombrero —. De donde vengo, la gente tiende a llamarme capitán — con la última palabra desvelaba el oficio y las ambiciones de los piratas.
Entretenido como estaba analizando el contexto del hombre y la relación que pudiera tener con las chicas, El Capitán, ni ninguno de los integrantes del grupo, se fijó en la desaparición de Amy. No fue hasta que el humano fue a interrogar a uno de los bandidos heridos, El Capitán no se percató de la falta de la biocibernética.
—Amy.... ¿Dónde está Amy? — preguntó con el mismo nerviosismo que haría si la que hubiera desaparecido fuera su mismísima hija.
Wes Fungai se encogió de hombros sin dar una respuesta.
El Capitán se encaminó hacia el hombre y el bandido que interrogaba. Repitió la pregunta lentamente para que no se perdiera la amenaza en sus palabras.
—¿Dónde está la chica de las cuchillas?
El bandido señaló con una mano la malvada ciudad Lagarto mientras que con la otra atesoraba la bolsa de monedas que el hombre le cedió.
El Capitán se encaminó hacia el bandido superviviente. El bandido superaba en altura al pirata y quizás también en fuerza y velocidad; pero no en determinación ni perspicacia. El Capitán levantó la tenaza y atrapó el frágil cuello del bandido. La respuesta era insuficiente. ¿Qué clase de educación había recibido? Merecía un respeto, no pedía que le hablasen de usted, pero sí un mínimo de condescendía.
Los amigos escucharon el chasquido que se produjo al romperse la tráquea del bandido. El Capitán echó el cadáver del hombre a un lado de la carretera y recuperó el saquito de monedas.
—No desperdicies tus aeros en la donación a un hombre ingrato — El Capitán lanzó el saquito a su auténtico dueño —. Tampoco en un pirata — añadió con un tono de broma que Fungai no entendió.
El grupo tomó rumbo a Lagarto. El Capitán, pese a sus cortas pierna, caminaba con velocidad. Estaba preocupado por los terribles accidentes que pudieran sucederle a una niña en una ciudad sin escrúpulos como Lagarto. El alivio del pirata y la razón por la que había tenido la libertad de lanzar una broma sarcástica contra el hombre residía en las cuchillas ocultas de la chica. No estaba indefensa y cualquiera que quisiera capturarla tendría que vérselas con el par de hojas metálicas.
Fue Ava la encargada de dar comienzo a la conversación puesto que Amy se encontraba en un estado de estupefacción causado, quizás, por las vidas arrebatas a través de sus cuchillas. Ambas conocían al hombre de la armadura, lo recibieron con el cariño que se procesa a un buen amigo. El Capitán pensó que Amy estaba a punto de saltar en brazos del caballero buscando la protección y seguridad de sus brazos. Ava volvió adelantarse a su amiga de metal, aprovechando el amistoso ofrecimiento del caballero de cargar con ella mientras que se recuperaba completamente de la pierna herida.
El Capitán se sintió desplazado dentro del grupo. Los tres amigos se conocían muy bien y aunque agradecían la participación de los piratas en la batalla que acababan de hacer frente, El Capitán Werner y Wes Fungai eran incapaces de seguir las bromas internas del grupo y entender el lenguaje subliminal de los gestos y sonrisas que entre los amigos se dirigían. Wes Fungai, que destacaba por su seriedad y rectitud, era el que más dificultades tenía a la hora de integrarse en el grupo. No entendía el sarcasmo ni por qué una persona bromearía en un asunto de máxima relevancia.
El erizo guardaba el momento en el que Ava le llamó loco por estar cosiéndole una herida abierta. Wes Fungai no era ningún loco. Movió la cabeza de lado a lado mostrando la negativa a los gritos de la chica. El pirata cumplía con las órdenes de El Capitán con eficacia y cuidado. Mientras que con una mano introducía la aguja, con la otra acariciaba la zona herida a la vez que cerraba la brecha facilitando la costura. Procuraba realizar movimientos rápidos y preciosos con todo el mimo que un erizo disponía.
No era ningún loco. Era un pirata realizando imperfectas operaciones de cirujano lo suficientemente precisas para que la chica conserve la pierna.
La aversión hacía la broma que era incapaz de comprender fue aumentando. El Capitán Werner comprendía el sentimiento de vacilación mezclado con enfado del pirata, lo veía en sus ojos y en la tosca decisión de colocarse en la retaguardia del grupo, una vez se pusieron en marcha hacia Lagarto, sin mediar palabra con nadie. Mejor seguir al grupo que esforzarse por pertenecer a él, pensaba el erizo.
El Capitán no obligó a Fungai a que se uniese a la conversación. Respetó su decisión de silencio y confió en la lealtad del pirata. Tanto estuviera en la retaguardia como en la vanguardia, el sable de Fungai cortaría las cabezas de los enemigos con la misma determinación que cualquier otra espada amiga.
El desconocido resultaba una figura interesante para El Capitán Werner. Las chicas y el raptado lobo blanco pertenecían a un grupo no selecto de viajeros, marginados de sus respectivas razas que se unieron por amistad, sin pensar en los beneficios mutuos de la unión. El mandoble y la armadura del hombre, sin embargo, narraban historias de triunfos y derrotas muy diferentes a las que podrían contar sus amigas. Hablan sobre el honor y la gloria de la raza de los humanos, el valor del hombre en la guerra y el poderío militar de Verisar. El Capitán creía leer esas historias en las placas de hierro de la armadura del hombre y sentía resignación hacia él. El código de los hombres de Verisar expresaba ideales contrarios de los piratas, convirtiéndolos en enemigos naturales.
El humano podría estar pensando lo mismo sobre El Capitán Werner. La vestimenta de cuero raído y el viejo sombrero de tres puntas conocían más historias que cualquier armadura de metal.
—¿Vais a presentarnos? — preguntó El Capitán Werner mirando hacia Ava —. Debe ser un buen amigo, no abundan los hombres que se ofrecen a llevar en brazos a las damiselas en apuros.
Dejó unos segundos de silencio para que pudieran asimilar la molestia en sus palabras.
—Mi nombre es Alfred, Alfred Werner — dijo levantando el ala del sombrero —. De donde vengo, la gente tiende a llamarme capitán — con la última palabra desvelaba el oficio y las ambiciones de los piratas.
Entretenido como estaba analizando el contexto del hombre y la relación que pudiera tener con las chicas, El Capitán, ni ninguno de los integrantes del grupo, se fijó en la desaparición de Amy. No fue hasta que el humano fue a interrogar a uno de los bandidos heridos, El Capitán no se percató de la falta de la biocibernética.
—Amy.... ¿Dónde está Amy? — preguntó con el mismo nerviosismo que haría si la que hubiera desaparecido fuera su mismísima hija.
Wes Fungai se encogió de hombros sin dar una respuesta.
El Capitán se encaminó hacia el hombre y el bandido que interrogaba. Repitió la pregunta lentamente para que no se perdiera la amenaza en sus palabras.
—¿Dónde está la chica de las cuchillas?
El bandido señaló con una mano la malvada ciudad Lagarto mientras que con la otra atesoraba la bolsa de monedas que el hombre le cedió.
El Capitán se encaminó hacia el bandido superviviente. El bandido superaba en altura al pirata y quizás también en fuerza y velocidad; pero no en determinación ni perspicacia. El Capitán levantó la tenaza y atrapó el frágil cuello del bandido. La respuesta era insuficiente. ¿Qué clase de educación había recibido? Merecía un respeto, no pedía que le hablasen de usted, pero sí un mínimo de condescendía.
Los amigos escucharon el chasquido que se produjo al romperse la tráquea del bandido. El Capitán echó el cadáver del hombre a un lado de la carretera y recuperó el saquito de monedas.
—No desperdicies tus aeros en la donación a un hombre ingrato — El Capitán lanzó el saquito a su auténtico dueño —. Tampoco en un pirata — añadió con un tono de broma que Fungai no entendió.
El grupo tomó rumbo a Lagarto. El Capitán, pese a sus cortas pierna, caminaba con velocidad. Estaba preocupado por los terribles accidentes que pudieran sucederle a una niña en una ciudad sin escrúpulos como Lagarto. El alivio del pirata y la razón por la que había tenido la libertad de lanzar una broma sarcástica contra el hombre residía en las cuchillas ocultas de la chica. No estaba indefensa y cualquiera que quisiera capturarla tendría que vérselas con el par de hojas metálicas.
El Capitán Werner
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
En el momento que Amy hizo ademán de agacharse para hablar con la muchacha roedora, esta no dudo en encaramarse a un barril de vino cercano para hablarle de tú a tú a la bio-cibernética, molesta con la idea de que la gente tuviese que rebajarse -en el sentido más literal de la palabra- para tener una conversación con ella.
— ¿? Amy frunció el ceño, su gesto insignia. Oía lo que aquella ratilla le decía, pero ni escuchaba ni llegaba a entender del todo. Por eso hizo lo que mejor se le daba hacer en casos de máxima confusión: presentarse. Hola. Pronunció con un reconfortante y animado matiz en la voz. Yo me llamo Amy.
— Eh… La pequeña roedora fue pillada de improvisto por la ligeramente incoherente respuesta de Amy. Hola, Amy. Tras una breve (aunque no por ello menos incómoda) pausa, añadió. ¿Quieres que te de indicaciones, compi? Pareces un poco perdida.
— Estoy buscando a copito de nieve. Se repitió como un disco rallado, siendo aquel el único objetivo que ocupaba ahora su mente. O a un gato. Que lleva esto. Con una de sus cuchillas, Amy trazó una curva en el suelo, muy cerca del barril donde la chica rata se mantenía subida. Tan cerca que la obligó a dar un saltito hacia atrás para esquivar el afilado borde del arma.
— ¡Oye! Exclamó la roedora, palpándose para comprobar que seguía de una pieza. A lo mejor deberías guardar esas cosas antes de que hagas salami con alguien. Sin prestar mucha atención al indescifrable mojón que la muchacha metálica garabateaba en el suelo, la rata volvió a la carga con más preguntas. Por cierto. ¿Eso cómo te lo has hecho? Le dijo, alzando las cejas a la vez que señalaba las piernas y los brazos de la bio-cibernética con notable curiosidad, falta de tacto e indiscreción. ¿Entrenando un dragón? O… ¿ya lo tenías de antes?
— Yo… Amy envainó las cuchillas mantis, haciendo caso a la roedora. Se bloqueaba cuando recibía tantas preguntas al mismo tiempo. A ella le gustaban las órdenes claras y directas, no las cuestiones sin sentido aparente. Nací así. Nací en un basurero. Cambió rápidamente su expresión de confusión por la de orgullo.
— Vale… Alargar tanto las vocales de aquella palabra tan solo sirvió para agravar su respuesta de dar la razón como a los locos. ¿Sabes, compi? Esta ciudad no está hecha para chicas que tienen paja en la cabeza. Lo que necesitas es… Decidió jugar su última carta, habiendo comprobado de primera mano que Amy, pese a sus cuchillas por brazos, parecía tan inofensiva como una culebra desdentada. … una guía. Dijo, apretándose con el pulgar en el centro de su peludo pecho. El nombre es Vadi, Vadi Radke.
Justo cuando daba la impresión de que tanto parloteo podía llegar a buen puerto, o a cualquier puerto en realidad, un par de figuras se habían situado lo suficientemente cerca de las chicas para que su presencia resultase amenazante. Amy y Vadi giraron la cabeza como movidas por un resorte. Ninguna de ellas se había percatado del par de hombres que ahora estaba al lado suya: eran dos tipos fornidos, de cuerpo casi escultural se podría decir. Ambos llevaban una barba tupida, aunque la de uno de ellos era mucho más poblada y larga, de un color pelirrojo y con trenzas que la adornaban.
Este último sostenía una antorcha que dejaba ver su torso descubierto bajo la luz, poblado con un sinfín de tatuajes y sobre el que descansaba un pesado colgante dorado, todo ello con motivos ornamentados aerandianos. Aquel hombre fue el primero en mediar palabra, haciendo que las hachas de mano que colgaban de su cinto brillasen de forma inquietante. El otro de los hombres afianzó con fuerza su propia arma, una gran hacha de dos manos igual o quizás más inquietante si cabía.
— Mis ojos no me engañaban. Dijo al final, con una voz serena de marcado acento norteño. Enfocó la luz de la antorcha a los brazos de Amy, sacando el metal de sus brazos a relucir. Reconocería estas telas en cualquier parte de la ciudad. Se refería al jirón de tela colorida que la bio-cibernética había tomado de uno de los bandidos y se había atado a la muñeca.
No había ningún indicador claro, pero para Vadi el ambiente se estaba caldeando sin venir mucho a cuento. Era la calma que precedía a la tormenta. Ahora mismo tenía la más mala de las espinas.
— Oye, amigo. Espetó Vadi de repente, sin poder mantenerse callada ni un segundo más. Amy observaba sin entender, como siempre. ¿Por qué no os perdéis un rato? El hombre de la antorcha la miró unos instantes, sin embargo no tardó en volver a fijar su atención en el pedazo de paño que colgaba de la muñeca de Amy.
— Dime, niña. Su tono calmado era peor que cualquier alarido desquiciado, casi no iba a juego con su apariencia de bárbaro tribal. ¿Dónde puedo encontrar a tus amigos? El hombre agarró el brazo de Amy con un cuidado casi paternal.
— No lo sé. Respondió la chica de metal, con una expresión neutra. ¿Tú lo sabes?. A lo mejor él sabía el paradero de copito de nieve… O del resto, que también se había perdido. El bárbaro se lo tomó como si Amy se hubiese reído en su cara, derrochando cinismo a borbotones. Sin embargo, ni siquiera torció el gesto.
— Sólo quiero saber dónde se esconden. Se agachó un poco hasta quedar más o menos a la altura de la bio-cibernética. Bueno, “un poco” sería quedarse algo cortos, ya que aquel norteño rondaría fácilmente los dos metros de cabeza a pies. ¿Dónde están? Pronunció con una voz gruesa y rasposa. Amy no dijo nada. Si le acababa de contestar, ¿para qué preguntaba otra vez? No lo entendía. El hombre le soltó con brusquedad y desgana la muñeca, desenvainando una de sus hachas y empuñándola junto con la antorcha. Se ha acabado mi paciencia. Si no vas a decir palabra, lo mismo me sirves aquí que bajo tierra.
Vadi abrió mucho los ojos. Todo había pasado sumamente rápido, teniendo en cuenta el ritmo al que había escalado la conversación, pasando a terrible malentendido. Fue a decir algo, pero el otro hombre que había permanecido todo el rato en silencio puso un pie sobre el barril en el que se encontraba subida la roedora, empujándolo con fuerza, derribándolo y haciendo que el vino de su interior se empezara a desparramar por uno de los agujeros. Vadi se tambaleó y, aunque consiguió saltar a tiempo, el gigantón que portaba el hacha a dos manos la asió por la cola en mitad del salto, dejándola suspendida bocabajo en el aire.
— ¡EH, CARAMIERDA! Imprecó Vadi, completamente fuera de sí, forcejeando como si pelease con su propia sombra. ¿PUEDES BAJARME AL SUELO?
Dicho y hecho, el bárbaro la estampó contra el piso, levantando cuanto apenas una nube de polvo. Eso sí, cumpliendo su petición de bajarla al suelo y, de paso, hacerla callar de una vez por todas. Antes de que Vadi perdiera la consciencia del todo, aquel individuo la volvió a recoger, mostrando sus dientes con sorna, a la vez que sacaba un grueso cordel de yute de su faltriquera. Lo anudó con la pericia de un marinero y lo enredó al cuello de Vadi a modo de soga, dejándola colgada de uno de los postes de madera astillados que se erigían a modo de contrafuerte en una de las chabolas.
La pobre roedora se aferró al nudo con todo el brío que le quedaba en el cuerpo, sofocada y asfixiándose por momentos, sin poder siquiera emitir un sonido de queja. “Hoy no es mi día de suerte.” Era muy probablemente lo que se le pasaba en aquel instante por la cabeza, justo cuando la espalda del zamarro se interponía entre ella y Amy, quien estaba ocupada con sus propios percances, ajena a la situación de la chica rata.
— Agacha la cabeza y ponte de rodillas. Amy, quien no apartaba la vista del filo del hacha, obedeció. No por miedo ni nada, sino porque una orden era una orden, al fin y al cabo. Quizás así los dioses se apiaden de ti en la otra vida.
Levantó el hacha, dejando que el contraste de luces y sombras que proyectaba la antorcha sobre su semblante lo endureciese aun más todavía. No le causaba ningún contento ni satisfacción acabar con la vida de una niña, pero aquella banda de esclavistas y asesinos eran el cáncer de Ciudad Lagarto. Y de cualquier ciudad. No dudaban en aprovecharse de los más débiles y usarlos como carne de alabarda. En el fondo él le estaba haciendo un favor a la bio-cibernética. Los fuertes sobreviven y en su mano está ayudar a los débiles, aunque a veces sea por métodos tan cuestionables como una ejecución pública a la entrada de la ciudad.
La moraleja que se conseguía sacar de todo aquello era que no se podía dejar a Amy sola ni un segundo.
— ¿? Amy frunció el ceño, su gesto insignia. Oía lo que aquella ratilla le decía, pero ni escuchaba ni llegaba a entender del todo. Por eso hizo lo que mejor se le daba hacer en casos de máxima confusión: presentarse. Hola. Pronunció con un reconfortante y animado matiz en la voz. Yo me llamo Amy.
— Eh… La pequeña roedora fue pillada de improvisto por la ligeramente incoherente respuesta de Amy. Hola, Amy. Tras una breve (aunque no por ello menos incómoda) pausa, añadió. ¿Quieres que te de indicaciones, compi? Pareces un poco perdida.
— Estoy buscando a copito de nieve. Se repitió como un disco rallado, siendo aquel el único objetivo que ocupaba ahora su mente. O a un gato. Que lleva esto. Con una de sus cuchillas, Amy trazó una curva en el suelo, muy cerca del barril donde la chica rata se mantenía subida. Tan cerca que la obligó a dar un saltito hacia atrás para esquivar el afilado borde del arma.
— ¡Oye! Exclamó la roedora, palpándose para comprobar que seguía de una pieza. A lo mejor deberías guardar esas cosas antes de que hagas salami con alguien. Sin prestar mucha atención al indescifrable mojón que la muchacha metálica garabateaba en el suelo, la rata volvió a la carga con más preguntas. Por cierto. ¿Eso cómo te lo has hecho? Le dijo, alzando las cejas a la vez que señalaba las piernas y los brazos de la bio-cibernética con notable curiosidad, falta de tacto e indiscreción. ¿Entrenando un dragón? O… ¿ya lo tenías de antes?
— Yo… Amy envainó las cuchillas mantis, haciendo caso a la roedora. Se bloqueaba cuando recibía tantas preguntas al mismo tiempo. A ella le gustaban las órdenes claras y directas, no las cuestiones sin sentido aparente. Nací así. Nací en un basurero. Cambió rápidamente su expresión de confusión por la de orgullo.
— Vale… Alargar tanto las vocales de aquella palabra tan solo sirvió para agravar su respuesta de dar la razón como a los locos. ¿Sabes, compi? Esta ciudad no está hecha para chicas que tienen paja en la cabeza. Lo que necesitas es… Decidió jugar su última carta, habiendo comprobado de primera mano que Amy, pese a sus cuchillas por brazos, parecía tan inofensiva como una culebra desdentada. … una guía. Dijo, apretándose con el pulgar en el centro de su peludo pecho. El nombre es Vadi, Vadi Radke.
Justo cuando daba la impresión de que tanto parloteo podía llegar a buen puerto, o a cualquier puerto en realidad, un par de figuras se habían situado lo suficientemente cerca de las chicas para que su presencia resultase amenazante. Amy y Vadi giraron la cabeza como movidas por un resorte. Ninguna de ellas se había percatado del par de hombres que ahora estaba al lado suya: eran dos tipos fornidos, de cuerpo casi escultural se podría decir. Ambos llevaban una barba tupida, aunque la de uno de ellos era mucho más poblada y larga, de un color pelirrojo y con trenzas que la adornaban.
- Spoiler:
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Este último sostenía una antorcha que dejaba ver su torso descubierto bajo la luz, poblado con un sinfín de tatuajes y sobre el que descansaba un pesado colgante dorado, todo ello con motivos ornamentados aerandianos. Aquel hombre fue el primero en mediar palabra, haciendo que las hachas de mano que colgaban de su cinto brillasen de forma inquietante. El otro de los hombres afianzó con fuerza su propia arma, una gran hacha de dos manos igual o quizás más inquietante si cabía.
— Mis ojos no me engañaban. Dijo al final, con una voz serena de marcado acento norteño. Enfocó la luz de la antorcha a los brazos de Amy, sacando el metal de sus brazos a relucir. Reconocería estas telas en cualquier parte de la ciudad. Se refería al jirón de tela colorida que la bio-cibernética había tomado de uno de los bandidos y se había atado a la muñeca.
No había ningún indicador claro, pero para Vadi el ambiente se estaba caldeando sin venir mucho a cuento. Era la calma que precedía a la tormenta. Ahora mismo tenía la más mala de las espinas.
— Oye, amigo. Espetó Vadi de repente, sin poder mantenerse callada ni un segundo más. Amy observaba sin entender, como siempre. ¿Por qué no os perdéis un rato? El hombre de la antorcha la miró unos instantes, sin embargo no tardó en volver a fijar su atención en el pedazo de paño que colgaba de la muñeca de Amy.
— Dime, niña. Su tono calmado era peor que cualquier alarido desquiciado, casi no iba a juego con su apariencia de bárbaro tribal. ¿Dónde puedo encontrar a tus amigos? El hombre agarró el brazo de Amy con un cuidado casi paternal.
— No lo sé. Respondió la chica de metal, con una expresión neutra. ¿Tú lo sabes?. A lo mejor él sabía el paradero de copito de nieve… O del resto, que también se había perdido. El bárbaro se lo tomó como si Amy se hubiese reído en su cara, derrochando cinismo a borbotones. Sin embargo, ni siquiera torció el gesto.
— Sólo quiero saber dónde se esconden. Se agachó un poco hasta quedar más o menos a la altura de la bio-cibernética. Bueno, “un poco” sería quedarse algo cortos, ya que aquel norteño rondaría fácilmente los dos metros de cabeza a pies. ¿Dónde están? Pronunció con una voz gruesa y rasposa. Amy no dijo nada. Si le acababa de contestar, ¿para qué preguntaba otra vez? No lo entendía. El hombre le soltó con brusquedad y desgana la muñeca, desenvainando una de sus hachas y empuñándola junto con la antorcha. Se ha acabado mi paciencia. Si no vas a decir palabra, lo mismo me sirves aquí que bajo tierra.
Vadi abrió mucho los ojos. Todo había pasado sumamente rápido, teniendo en cuenta el ritmo al que había escalado la conversación, pasando a terrible malentendido. Fue a decir algo, pero el otro hombre que había permanecido todo el rato en silencio puso un pie sobre el barril en el que se encontraba subida la roedora, empujándolo con fuerza, derribándolo y haciendo que el vino de su interior se empezara a desparramar por uno de los agujeros. Vadi se tambaleó y, aunque consiguió saltar a tiempo, el gigantón que portaba el hacha a dos manos la asió por la cola en mitad del salto, dejándola suspendida bocabajo en el aire.
— ¡EH, CARAMIERDA! Imprecó Vadi, completamente fuera de sí, forcejeando como si pelease con su propia sombra. ¿PUEDES BAJARME AL SUELO?
Dicho y hecho, el bárbaro la estampó contra el piso, levantando cuanto apenas una nube de polvo. Eso sí, cumpliendo su petición de bajarla al suelo y, de paso, hacerla callar de una vez por todas. Antes de que Vadi perdiera la consciencia del todo, aquel individuo la volvió a recoger, mostrando sus dientes con sorna, a la vez que sacaba un grueso cordel de yute de su faltriquera. Lo anudó con la pericia de un marinero y lo enredó al cuello de Vadi a modo de soga, dejándola colgada de uno de los postes de madera astillados que se erigían a modo de contrafuerte en una de las chabolas.
La pobre roedora se aferró al nudo con todo el brío que le quedaba en el cuerpo, sofocada y asfixiándose por momentos, sin poder siquiera emitir un sonido de queja. “Hoy no es mi día de suerte.” Era muy probablemente lo que se le pasaba en aquel instante por la cabeza, justo cuando la espalda del zamarro se interponía entre ella y Amy, quien estaba ocupada con sus propios percances, ajena a la situación de la chica rata.
— Agacha la cabeza y ponte de rodillas. Amy, quien no apartaba la vista del filo del hacha, obedeció. No por miedo ni nada, sino porque una orden era una orden, al fin y al cabo. Quizás así los dioses se apiaden de ti en la otra vida.
Levantó el hacha, dejando que el contraste de luces y sombras que proyectaba la antorcha sobre su semblante lo endureciese aun más todavía. No le causaba ningún contento ni satisfacción acabar con la vida de una niña, pero aquella banda de esclavistas y asesinos eran el cáncer de Ciudad Lagarto. Y de cualquier ciudad. No dudaban en aprovecharse de los más débiles y usarlos como carne de alabarda. En el fondo él le estaba haciendo un favor a la bio-cibernética. Los fuertes sobreviven y en su mano está ayudar a los débiles, aunque a veces sea por métodos tan cuestionables como una ejecución pública a la entrada de la ciudad.
La moraleja que se conseguía sacar de todo aquello era que no se podía dejar a Amy sola ni un segundo.
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Ava se sentía más que cómoda yendo a lomos de Blaze. Apenas notaba ya la costura del brazo, la verdad es que el erizo había hecho un buen trabajo, y además, aquello le confería un aspecto más duro según ella misma pensaba, con suerte quedaría una cicatriz con la que presumir delante de sus primos sapos.
Gracias al interrogatorio de Raion al niño koala, que Ava había escuchado muy atenta asomando apenas los ojos por detrás de los hombros del humano, ahora sabían a dónde debían dirigirse exactamente. Aunque siempre existía la posibilidad de que aquello fuese una trampa de la que no saldrían, pero que es la vida sin un poco de aventura.
Raion aguantó estoicamente todo el paseo hacia la Ciudad, con Ava detrás de su oreja comentando todo lo que se le venía a la cabeza.
- Ciertamente no sé por qué habrán secuestrado a Axel. Normalmente la gente secuestra a los niños. Para dárselos a otra gente que los quiere, o para comérselos, ¿no? Aunque yo no me comería un bebé, pero hay gente muy rara por ahí. A lo mejor lo han secuestrado porque alguien está buscando un esposo y no lo encuentra. No me miréis así, ¡cosas más raras se han visto!
Sus acompañantes apenas podían hacer otra cosa más que escucharla divagar sobre el secuestro de Axel, lo sensible que era Amy a pesar de sus cuchillas y todas las veces que Ava señaló y gritó que había un gazapo en el camino. Por algún motivo, estos animalitos le hacían mucha gracia.
Su brazo se encontraba razonablemente mejor, apenas le dolía si lo dejaba quieto, y aquel vendaje era claramente algo de lo que presumir, pero aún así decidió que lo mejor sería seguir a espaldas de Blaze, no fuese que se desmayase por la pérdida de sangre y la falta de agua, tan necesaria para alguien de su especie.
Y así fue como llegaron a Ciudad Lagarto, ahogados por el discurso de Ava, pero contentos por haber podido llegar sin ningún incidente. Salvo por lo de ese pajarraco que decidió que el sombrero del Capitán era un buen sitio para dejar caer cierto regalito.
Apenas llevaban andados unos pasos en Ciudad Lagarto cuando Ava vió a Amy. Bueno, a Amy y dos mamarrachos que estaban claramente amenazandola. Ava sabía de sobra que la chica cuchillas no tendría ningún tipo de problema contra aquellos dos, pero eso no era motivo para salir en defensa de su amiga. Bajó de la espalda de Raion torpemente, entre otras cosas porque lo hizo de repente, sin avisar, así que por poco no se cayó y salió andando muy decidida hacia donde estaba.
Debido a su incapacidad para correr, iba bastante despacio, así que en su paseo hacia donde estaban Ava vio como uno de los dos hombres levantaba su hacha, para descargarla sobre Amy.
- ¡Pero bueno! ¿¡Y ese que hace!?
Intentó ir más deprisa, pero daba la impresión de que sus piernas se cruzasen la una con la otra, así que viendo que no llegaría a tiempo, miró a su alrededor y vió lo que parecía algún cascote que se había caído de la pared de alguna casa cercana. Cuando lo cogió notó que pesaba bastante, así que sin apenas pensar, ni apuntar, ni nada, lanzó el escombro contra el hombre del hacha, y fue a darle en toda la cabeza.
Evidentemente el hombre no se esperaba aquello, y aunque se lo hubiese esperado hubiese dado igual, porque le dio en toda la frente, lo que hizo que soltase el hacha, que cayó peligrosamente muy cerca de Amy, la cual ni se inmutó, que además se cayese de culo, llevándose las manos a la frente que había empezado a chorrearle sangre.
- ¿PERO QUÉ DEMONIOS HA SIDO ESO?.- gritó su compañero, que apenas se molestó en ver si su compañero estaba bien, pero que observó en la dirección en la que el trozo de pared había venido volando, hasta plantar sus ojos en Ava. ¿¡HAS SIDO TU SUCIA SARDINA!? ¡Además eres uno de ellos!.- le gritó al fijar la vista en el vendaje de su brazo.
- ¡¡Oye no soy una sardina!! ¡¡Ni estoy sucia!! ¿¡Cómo podría estar sucia una sardina!? ¡Si viven en el agua todo el tiempo!
Aquellas palabras solo sirvieron para enfurecer aún más al hombre, que rápidamente fue en su dirección. Ava no tenía posibilidad de escapar corriendo, así que cogió otro cascote del suelo, y lo lanzó. Y debió de hacerlo con algún tipo de efecto, porque el hombre intentó apartar la cabeza para esquivarlo, pero la piedra le dió igualmente en un lado de la cabeza.
- ¡SERÁS BRUJA!.- le gritó al no entender cómo había conseguido darle, echándose una mano al lado donde le había dado y empezando a correr más deprisa.
Justo en ese instante, Ava se dió cuenta de que sus acompañantes humano, calamar y erizo se encontraban a su lado, y se interpusieron entre el hombre y ella. No sabes donde te has metido amigo, se rió Ava para sus adentros.
Como Ava sabía que aquello ya no era problema suyo, se dirigió hacia donde estaba Amy, que además no estaba sola. Ella y una pequeña ratoncilla observaban al hombre sangrante, que al llegar Ava levantó un poco la vista.
- Otra de ellos.- espetó.
- ¿Pero otra de que? Aquí la gente no se explica nada bien.
El hombre, cansado de sujetarse la frente dejó que la sangre cayese por su cara, y cogiendo su hacha se levantó.
- Pues si tu no hablas chica, haré que hable este besugo azul.
- ¿¡PERO COMO QUE BESUGO!? ¿¡A QUIEN TE CREES QUE LE ESTÁS HABLANDO!?
Como el hombre se estaba desangrando, sus movimientos eran un tanto limitados, así que Ava sin pensar, cogió un trozo de teja que había al lado de Amy y volvió a lanzárselo al hombre, que tal y como se había levantado, volvió a caer de culo tras recibir un tejazo en su ya malograda frente.
Gracias al interrogatorio de Raion al niño koala, que Ava había escuchado muy atenta asomando apenas los ojos por detrás de los hombros del humano, ahora sabían a dónde debían dirigirse exactamente. Aunque siempre existía la posibilidad de que aquello fuese una trampa de la que no saldrían, pero que es la vida sin un poco de aventura.
Raion aguantó estoicamente todo el paseo hacia la Ciudad, con Ava detrás de su oreja comentando todo lo que se le venía a la cabeza.
- Ciertamente no sé por qué habrán secuestrado a Axel. Normalmente la gente secuestra a los niños. Para dárselos a otra gente que los quiere, o para comérselos, ¿no? Aunque yo no me comería un bebé, pero hay gente muy rara por ahí. A lo mejor lo han secuestrado porque alguien está buscando un esposo y no lo encuentra. No me miréis así, ¡cosas más raras se han visto!
Sus acompañantes apenas podían hacer otra cosa más que escucharla divagar sobre el secuestro de Axel, lo sensible que era Amy a pesar de sus cuchillas y todas las veces que Ava señaló y gritó que había un gazapo en el camino. Por algún motivo, estos animalitos le hacían mucha gracia.
Su brazo se encontraba razonablemente mejor, apenas le dolía si lo dejaba quieto, y aquel vendaje era claramente algo de lo que presumir, pero aún así decidió que lo mejor sería seguir a espaldas de Blaze, no fuese que se desmayase por la pérdida de sangre y la falta de agua, tan necesaria para alguien de su especie.
Y así fue como llegaron a Ciudad Lagarto, ahogados por el discurso de Ava, pero contentos por haber podido llegar sin ningún incidente. Salvo por lo de ese pajarraco que decidió que el sombrero del Capitán era un buen sitio para dejar caer cierto regalito.
Apenas llevaban andados unos pasos en Ciudad Lagarto cuando Ava vió a Amy. Bueno, a Amy y dos mamarrachos que estaban claramente amenazandola. Ava sabía de sobra que la chica cuchillas no tendría ningún tipo de problema contra aquellos dos, pero eso no era motivo para salir en defensa de su amiga. Bajó de la espalda de Raion torpemente, entre otras cosas porque lo hizo de repente, sin avisar, así que por poco no se cayó y salió andando muy decidida hacia donde estaba.
Debido a su incapacidad para correr, iba bastante despacio, así que en su paseo hacia donde estaban Ava vio como uno de los dos hombres levantaba su hacha, para descargarla sobre Amy.
- ¡Pero bueno! ¿¡Y ese que hace!?
Intentó ir más deprisa, pero daba la impresión de que sus piernas se cruzasen la una con la otra, así que viendo que no llegaría a tiempo, miró a su alrededor y vió lo que parecía algún cascote que se había caído de la pared de alguna casa cercana. Cuando lo cogió notó que pesaba bastante, así que sin apenas pensar, ni apuntar, ni nada, lanzó el escombro contra el hombre del hacha, y fue a darle en toda la cabeza.
Evidentemente el hombre no se esperaba aquello, y aunque se lo hubiese esperado hubiese dado igual, porque le dio en toda la frente, lo que hizo que soltase el hacha, que cayó peligrosamente muy cerca de Amy, la cual ni se inmutó, que además se cayese de culo, llevándose las manos a la frente que había empezado a chorrearle sangre.
- ¿PERO QUÉ DEMONIOS HA SIDO ESO?.- gritó su compañero, que apenas se molestó en ver si su compañero estaba bien, pero que observó en la dirección en la que el trozo de pared había venido volando, hasta plantar sus ojos en Ava. ¿¡HAS SIDO TU SUCIA SARDINA!? ¡Además eres uno de ellos!.- le gritó al fijar la vista en el vendaje de su brazo.
- ¡¡Oye no soy una sardina!! ¡¡Ni estoy sucia!! ¿¡Cómo podría estar sucia una sardina!? ¡Si viven en el agua todo el tiempo!
Aquellas palabras solo sirvieron para enfurecer aún más al hombre, que rápidamente fue en su dirección. Ava no tenía posibilidad de escapar corriendo, así que cogió otro cascote del suelo, y lo lanzó. Y debió de hacerlo con algún tipo de efecto, porque el hombre intentó apartar la cabeza para esquivarlo, pero la piedra le dió igualmente en un lado de la cabeza.
- ¡SERÁS BRUJA!.- le gritó al no entender cómo había conseguido darle, echándose una mano al lado donde le había dado y empezando a correr más deprisa.
Justo en ese instante, Ava se dió cuenta de que sus acompañantes humano, calamar y erizo se encontraban a su lado, y se interpusieron entre el hombre y ella. No sabes donde te has metido amigo, se rió Ava para sus adentros.
Como Ava sabía que aquello ya no era problema suyo, se dirigió hacia donde estaba Amy, que además no estaba sola. Ella y una pequeña ratoncilla observaban al hombre sangrante, que al llegar Ava levantó un poco la vista.
- Otra de ellos.- espetó.
- ¿Pero otra de que? Aquí la gente no se explica nada bien.
El hombre, cansado de sujetarse la frente dejó que la sangre cayese por su cara, y cogiendo su hacha se levantó.
- Pues si tu no hablas chica, haré que hable este besugo azul.
- ¿¡PERO COMO QUE BESUGO!? ¿¡A QUIEN TE CREES QUE LE ESTÁS HABLANDO!?
Como el hombre se estaba desangrando, sus movimientos eran un tanto limitados, así que Ava sin pensar, cogió un trozo de teja que había al lado de Amy y volvió a lanzárselo al hombre, que tal y como se había levantado, volvió a caer de culo tras recibir un tejazo en su ya malograda frente.
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Le costó más de la cuenta entender lo que ocurría en el interior de aquel lugar y más aún lo que estaba intentando decir aquel adorable cerdito. La conmoción de los repetidos golpes seguía ahí a pesar de que sus heridas ya estaban completamente sanadas. Con la ayuda de las elfas consiguió ponerse en pie y sacudirse un poco el polvo que tenía encima.
— Bien, ahora explícame de que va todo esto pero en un idioma que yo pueda entender.— Pensó que quizás sus palabras habían sido demasiado rudas. — Por favor.— Concluyó sonriendo mientras mostraba su cara más afable.
El cerdo en lugar de darle vueltas al asunto simplemente le hizo un gesto con la pezuña para que le siguiera, poniéndose en marcha con la esperanza de que el desaliñado hombre fuera tras el. Atravesando a un grupo de gente que parecía haber pasado por mejores momentos, llegaron a una zona que parecía ser algún tipo de barriada. Tiendas de campaña hechas de tela, presumiblemente de la ropa de los muertos que ya no la necesitaban y que ahora servían para dar cobijo a los vivos, o lo que quedaba de ellos. El cerdo se coló por una de las tiendas y tras un rato salio nuevamente.
— ¿Su señoría necesita una invitación? ¡Pasa! — Ordenó el cerdo volviendo al interior de aquella tienda.
Axel no entendía ni lo más mínimo, ni por qué esto le iba a resolver sus dudas entrar ahí, quizás solo necesitaba un lugar más privado. Así que se agachó y entró en aquel lugar. Era bastante acogedor para lo que era aquel espantoso lugar, una suerte de camas, adornadas con cojines manufacturados allí mismo, hacían de aquel lugar algo parecido a un hogar. Todo estaba bastante ordenado y no veía nada fuera de lo común. El rosadito ser una vez que estaba dentro él y las tres elfas que lo seguían, pasó a cerrar la puerta de la tienda, atando un cordel trenzado que la atravesaba de arriba abajo. Después se dirigió a la parte de atrás de la sala y comenzó a separar varias capas de tela.
— ¡Tachaaam! — Dijo el hombre bestia a la par que descubría un pequeño túnel por el que a duras penas podría caber una persona. — Y este será nuestro billete hacia la libertad. Eso si lo acabamos antes de que nos cacen o nos coman.— Sentenció con un semblante sombrío que casi daba miedo al escucharle.
Axel se acercó al agujero y no dudó ni un segundo en asomarse. Se veía que llevaban un largo tiempo trabajando en esto, pero a juzgar por lo que había tardado en llegar hasta ahí caminando, se encontrarían bastante lejos de encontrar aire puro. Salió de la madriguera y se quedó mirando a sus supuestamente, salvadores. Tenía muchas dudas rondando su mente, pero no quería resultar desmoralizante para aquel pequeño grupo, así que eligió con cuidado sus palabras.
— Por como hablas cualquiera diría que estás cerca de tu objetivo, pero da la impresión de que falta un largo trecho para llegar a la superficie.— Dijo preocupado. El cerdo respondió con una extraña risotada entremezclada con el más puro cochiqueo. — No estamos intentando llegar a la superficie, nos queda poco para alcanzar... el alcantarillado. — Sentenció con una pose de superioridad. — En tan solo unos pocos días estaremos muy cerca. Si tuviéramos herramientas... pero soy el único que puede quitar tierra sin secuelas visibles. — Dijo mirándose las pezuñas.
Era el momento de devolver el favor y dicho sea de paso, salir de aquel lugar. Se concentró mirando el agujero y antes de que se pudieran dar cuenta, ante los allí presentes se encontraba un lobo blanco de una planta envidiable. El puerco no pudo evitar caerse hacia atrás del susto, pero al ver que el albo animal se colaba por el túnel a gran velocidad, se relajó, parecía que no era el plato principal. Tras unos segundos de shock, el hombre bestia, no sin cierto temor, decidió seguirlo y cual fue su sorpresa al ver al lobo escarbando con sus garras como si la vida le fuese en ello. Emocionado salió del túnel para encontrarse con las elfas.
— No quisiera daros falsas esperanzas, pero con nuestra nueva incorporación, quizás mañana estemos camino de nuestra nueva vida. — Pronunció sin ocultar su emoción, pero controlando su tono de voz lo máximo posible.
Mientras Axel seguía cavando, el cerdito redirigía la tierra al exterior, donde las elfas rellenaban lo que parecían ser cojines con tierra, que luego llevarían sin levantar sospechas al "baño" para vaciarlos. Se notaba que no era un plan urdido de la noche a la mañana, había trabajo detrás. Si lo que aquel pequeño hombre bestia decía era cierto, puede que estuviera más cerca de lo que creía de volverse a reunir con sus compañeros. Solo esperaba que éstos no se metieran en más problemas por su culpa.
— Bien, ahora explícame de que va todo esto pero en un idioma que yo pueda entender.— Pensó que quizás sus palabras habían sido demasiado rudas. — Por favor.— Concluyó sonriendo mientras mostraba su cara más afable.
El cerdo en lugar de darle vueltas al asunto simplemente le hizo un gesto con la pezuña para que le siguiera, poniéndose en marcha con la esperanza de que el desaliñado hombre fuera tras el. Atravesando a un grupo de gente que parecía haber pasado por mejores momentos, llegaron a una zona que parecía ser algún tipo de barriada. Tiendas de campaña hechas de tela, presumiblemente de la ropa de los muertos que ya no la necesitaban y que ahora servían para dar cobijo a los vivos, o lo que quedaba de ellos. El cerdo se coló por una de las tiendas y tras un rato salio nuevamente.
— ¿Su señoría necesita una invitación? ¡Pasa! — Ordenó el cerdo volviendo al interior de aquella tienda.
Axel no entendía ni lo más mínimo, ni por qué esto le iba a resolver sus dudas entrar ahí, quizás solo necesitaba un lugar más privado. Así que se agachó y entró en aquel lugar. Era bastante acogedor para lo que era aquel espantoso lugar, una suerte de camas, adornadas con cojines manufacturados allí mismo, hacían de aquel lugar algo parecido a un hogar. Todo estaba bastante ordenado y no veía nada fuera de lo común. El rosadito ser una vez que estaba dentro él y las tres elfas que lo seguían, pasó a cerrar la puerta de la tienda, atando un cordel trenzado que la atravesaba de arriba abajo. Después se dirigió a la parte de atrás de la sala y comenzó a separar varias capas de tela.
— ¡Tachaaam! — Dijo el hombre bestia a la par que descubría un pequeño túnel por el que a duras penas podría caber una persona. — Y este será nuestro billete hacia la libertad. Eso si lo acabamos antes de que nos cacen o nos coman.— Sentenció con un semblante sombrío que casi daba miedo al escucharle.
Axel se acercó al agujero y no dudó ni un segundo en asomarse. Se veía que llevaban un largo tiempo trabajando en esto, pero a juzgar por lo que había tardado en llegar hasta ahí caminando, se encontrarían bastante lejos de encontrar aire puro. Salió de la madriguera y se quedó mirando a sus supuestamente, salvadores. Tenía muchas dudas rondando su mente, pero no quería resultar desmoralizante para aquel pequeño grupo, así que eligió con cuidado sus palabras.
— Por como hablas cualquiera diría que estás cerca de tu objetivo, pero da la impresión de que falta un largo trecho para llegar a la superficie.— Dijo preocupado. El cerdo respondió con una extraña risotada entremezclada con el más puro cochiqueo. — No estamos intentando llegar a la superficie, nos queda poco para alcanzar... el alcantarillado. — Sentenció con una pose de superioridad. — En tan solo unos pocos días estaremos muy cerca. Si tuviéramos herramientas... pero soy el único que puede quitar tierra sin secuelas visibles. — Dijo mirándose las pezuñas.
Era el momento de devolver el favor y dicho sea de paso, salir de aquel lugar. Se concentró mirando el agujero y antes de que se pudieran dar cuenta, ante los allí presentes se encontraba un lobo blanco de una planta envidiable. El puerco no pudo evitar caerse hacia atrás del susto, pero al ver que el albo animal se colaba por el túnel a gran velocidad, se relajó, parecía que no era el plato principal. Tras unos segundos de shock, el hombre bestia, no sin cierto temor, decidió seguirlo y cual fue su sorpresa al ver al lobo escarbando con sus garras como si la vida le fuese en ello. Emocionado salió del túnel para encontrarse con las elfas.
— No quisiera daros falsas esperanzas, pero con nuestra nueva incorporación, quizás mañana estemos camino de nuestra nueva vida. — Pronunció sin ocultar su emoción, pero controlando su tono de voz lo máximo posible.
Mientras Axel seguía cavando, el cerdito redirigía la tierra al exterior, donde las elfas rellenaban lo que parecían ser cojines con tierra, que luego llevarían sin levantar sospechas al "baño" para vaciarlos. Se notaba que no era un plan urdido de la noche a la mañana, había trabajo detrás. Si lo que aquel pequeño hombre bestia decía era cierto, puede que estuviera más cerca de lo que creía de volverse a reunir con sus compañeros. Solo esperaba que éstos no se metieran en más problemas por su culpa.
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
La gran pregunta no paraba de dar vueltas por su cabeza. Ensimismado, intentando encontrar una respuesta que le convenciese, ni si quiera se dio cuenta de que había llegado a la ciudad hasta que anduvo unos cuantos pasos por aquella como en modo piloto automático. Con cierto recelo y decidió trasladar la cuestión de su mente a su boca Y bien, dígame “Capitán”, ¿Por qué ayudan a las chicas?
Y es que lo sucedido con el niño-koala hizo que Blaze se replanteará muchas cosas con respecto a sus nuevos y accidentales compañeros. A pesar de que habían arriesgado sus vidas para defender a Ava y Amy, comenzó a plantearse la posibilidad de que no estuvieran actuando movidos por ideales de bondad o justicia pues al fin y al cabo eran piratas y parecían enorgullecerse de ello a pesar que estos tan solo eran un puñado de codiciosos y orgullosos, movidos por sus intereses egoístas y al servicio de su ego sin que en sus actos se apreciase un ápice de moralidad. Vándalos y ladrones que usaban la extorsión y la violencia para sus fines deshonestos. Así que, ¿Qué pretendían aquellos dos individuos ayudando a unas pobres, por dinero no por desvalidas, crías?
Sin quitar un ojo de encima al Capitán Werner mientras teorizaba sobre los motivos que le llevaban a participar en aquella misión, avanzaba por las calles de ciudad lagarto con Ava aún encaramada a su espalda hasta que de un repentino y torpe movimiento bajo a tierra firme y muy decida, aunque algo lenta debido a la cojera producida por la herida, se dirigió a un grupo de personas que había callejón arriba. No fue hasta unos segundos después que pudo reconocer a Amy arrodillada en el suelo.
A pesar de su movimiento impedido, Ava fue la primera en lanzarse al ruedo para defender a Amy de lo que a todas luces parecía el ataque de unos matones, otra vez. Parecía que aquellos gorilas pretendían sonsacar información de Ava de algún tipo y era de suponer que previamente lo habrían intentado con Amy. Tras unos breves y fugaces instantes en los que Ava se peleó con aquellos desconocidos de forma abrupta y caótica, con lanzamiento de escombros de por medio, Blaze decidió intervenir, en esta ocasión y sin que sirva de precedente, no tenía intención de participar en la pelea, si no para detenerla.
¡Suficiente! Marchaos por donde habéis venido y no correrá más sangre. Con motivo de la última pelea y de la venidera cuando asaltaran la base de los hombres-bestia, era prudente ahorrar fuerzas y no malgastarlas con chusma del tres al cuarto. Nos marcharemos en cuanto nos digáis donde está la guarida de los hombres-bestias que habitan en esta ciudad, ¡Sabemos que algo sabéis! Dijo el más alto de ellos enfurecido mientras señalaba un paño que colgaba de la muñeca de Amy.
Por una vez puede que el destino les sonriera. Como se solía decir, el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Justo nos dirigíamos ahí. Contestó mientras miraba el gran edificio que servía de cuartel para el enemigo. Sin mediar más palabra, aquellos dos hombres salieron corriendo en aquella dirección decididos a adentrarse en la boca del lobo, nunca mejor dicho, mientras Blaze y el resto del grupo seguían sus pasos a una distancia prudencial. Con un poco de suerte, esas dos escorias humanas les harían parte del trabajo sucio y en el peor de los casos, servirían de cebo.
Y es que lo sucedido con el niño-koala hizo que Blaze se replanteará muchas cosas con respecto a sus nuevos y accidentales compañeros. A pesar de que habían arriesgado sus vidas para defender a Ava y Amy, comenzó a plantearse la posibilidad de que no estuvieran actuando movidos por ideales de bondad o justicia pues al fin y al cabo eran piratas y parecían enorgullecerse de ello a pesar que estos tan solo eran un puñado de codiciosos y orgullosos, movidos por sus intereses egoístas y al servicio de su ego sin que en sus actos se apreciase un ápice de moralidad. Vándalos y ladrones que usaban la extorsión y la violencia para sus fines deshonestos. Así que, ¿Qué pretendían aquellos dos individuos ayudando a unas pobres, por dinero no por desvalidas, crías?
Sin quitar un ojo de encima al Capitán Werner mientras teorizaba sobre los motivos que le llevaban a participar en aquella misión, avanzaba por las calles de ciudad lagarto con Ava aún encaramada a su espalda hasta que de un repentino y torpe movimiento bajo a tierra firme y muy decida, aunque algo lenta debido a la cojera producida por la herida, se dirigió a un grupo de personas que había callejón arriba. No fue hasta unos segundos después que pudo reconocer a Amy arrodillada en el suelo.
A pesar de su movimiento impedido, Ava fue la primera en lanzarse al ruedo para defender a Amy de lo que a todas luces parecía el ataque de unos matones, otra vez. Parecía que aquellos gorilas pretendían sonsacar información de Ava de algún tipo y era de suponer que previamente lo habrían intentado con Amy. Tras unos breves y fugaces instantes en los que Ava se peleó con aquellos desconocidos de forma abrupta y caótica, con lanzamiento de escombros de por medio, Blaze decidió intervenir, en esta ocasión y sin que sirva de precedente, no tenía intención de participar en la pelea, si no para detenerla.
¡Suficiente! Marchaos por donde habéis venido y no correrá más sangre. Con motivo de la última pelea y de la venidera cuando asaltaran la base de los hombres-bestia, era prudente ahorrar fuerzas y no malgastarlas con chusma del tres al cuarto. Nos marcharemos en cuanto nos digáis donde está la guarida de los hombres-bestias que habitan en esta ciudad, ¡Sabemos que algo sabéis! Dijo el más alto de ellos enfurecido mientras señalaba un paño que colgaba de la muñeca de Amy.
Por una vez puede que el destino les sonriera. Como se solía decir, el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Justo nos dirigíamos ahí. Contestó mientras miraba el gran edificio que servía de cuartel para el enemigo. Sin mediar más palabra, aquellos dos hombres salieron corriendo en aquella dirección decididos a adentrarse en la boca del lobo, nunca mejor dicho, mientras Blaze y el resto del grupo seguían sus pasos a una distancia prudencial. Con un poco de suerte, esas dos escorias humanas les harían parte del trabajo sucio y en el peor de los casos, servirían de cebo.
Raion Blaze
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Re: No es ciudad para jóvenes [Privado]
Notó una masa caldosa y caliente caer en su el sombrero. El Capitán evitó levantar la cabeza, mirar al ave que había soltado el lastre. Imaginó que se trataría por de una gaviota, o quizás, por el tamaño de la mercancía, de un imponente albatros. El puerto no estaba lejos y es de buen saber que las aves marinas tienden a frecuentar las ciudades costeras para soltar el lastre encima de las sábanas blancas tendidas en los balcones y de los sombreros de los viandantes. Lagarto no era una ciudad de sábanas blancas, lo suyo era las capas grises, del color de la sombra. Por lo que el ave dejó caer el proyectil blanco en el sombrero de El Capitán Werner. A falta de sábanas, buenos son los sombreros.
El Capitán contuvo una caterva de insultos desagradables, todos aprendidos en las tabernas del puerto de Lunargenta. Maldecir a un ave marina traía el mal augurio, las tormentas y los monstruos marinos. Matarla, significaba la muerte en su peor forma. Lento, angustiosa y sola.
Las leyendas contadas por marineros y piratas aseguraban que las aves marinas contenían los espíritus de los marineros muertos en el mar. La moraleja en estas historias aconsejaba no estorbar a la naturaleza pues llegaría el día en que pasaremos a formar parte de ella.
El Capitán se quitó el sombrero con tranquilidad, recordando las viejas leyendas. Sacó un pañuelo del bolsillo de la gabardina y lo utilizó para limpiar el blanco mejunje. En lastre somos y en lastre nos convertiremos. Fue el único pensamiento que dedico a la fatigosa ave.
El humano interrumpió los pensamientos de Werner con una pregunta que le sacó de sus fantasías marinas. Le dio una patada al trasero y le lanzó por la borda. Dejó caer el lastre.
El Capitán levantó la cabeza y enarcó una ceja. Sonrió como si le hubiera contado un chiste que había escuchado muchas veces y del que nunca se cansaría.
—Porque necesitan ayuda— esto debería bastar para una persona que no luciera con orgullo los escudos de ninguna ciudad, Raion necesitaría una explicación más detallada —. Porque son buenas personas que necesitan ayuda.
Y porque la alegría e impulsividad de Amy le hacía recordar a su hija, Ulareena, Ury. Pero eso no lo dijo.
El Capitán siguió limpiando la mancha del sombrero sin dejar de caminar. Mojarlo en agua vendría bien y el jabón todavía mejor. Sin embargo, no era momento de detenerse a limpiar el sombrero. Amy estaba perdida y Ava estaba deseando perderse en las enrevesadas calles de Lagarto. Un ojo adicional ayudaría a estar pendiente de todo cuanto sucedía. Hizo una tímida señal con la mano que Wes Fungai entendió a la perfección. El erizo se encargaría de vigilar las ventanas y balcones de los edificios, posibles frentes para arqueros y ballesteros. El Capitán se ocuparía de atender a las chicas y a Raion.
El humano era el que más destacaba. Este no era su lugar y aquí no se cumplían sus leyes. Estaba más desubicado que un atún en un banco de truchas. Cargaba con el lastre de sus fieros principios morales y su pesada armadura de metal.
En lastre somos y en lastre nos convertiremos.
Ava encontró a Amy. Fue a su encuentro con una velocidad impropia de una criatura marina. No corría, resbalaba por los adoquines de Lagarto. Raion aceleró para ponerse al mismo nivel. El Capitán Werner se quedó rezagado a última posición. Wes Fungai hizo acopio de seguir a la chica pez y el humano, pero El Capitán lo detuvo con la mano.
—Estarán bien— dijo a la vez que ahogaba el esfuerzo de la carrera en largas exhalaciones y más largas aspiraciones —. Tiradores. Esta ciudad es una ratonera. Atento a los tiradores.
Wes Fungai afirmó con la cabeza y obedeció la orden. Aunque podría correr, correr de verdad, a la misma velocidad que Ava, se colocó al mismo nivel que El Capitán. Miraba hacia delante sin perder de vista los posibles puntos abiertos que dejaban atrás. Alfred Werner tenía razón. Lagarto era una ratonera. La arquitectura de la ciudad facilitaba el encuentro fortuito, las ballestas ocultas y los cuchillos en las sombras.
El Capitán se integró tarde a la conversación. Si hubiera llegado a tiempo, tal vez, hubiera evitado la discusión. Ava y los dos hombres se encontraban hablaban con improperios, soltaban lastre por la boca.
Raion medió la conversación. Encontró un interés común entre los dos bandidos que molestaban a Amy y su nueva amiga: buscaban a los mismos hombres bestias.
El Capitán se puso el sombrero en el sitio. No había conseguido quitar la mancha al completo, pero, por lo menos, cumpliría su función: presentar al hombre calamar como un experimentado capitán de barco.
—Sabemos algo. Algo sobre los tatuajes— dirigió una mirada recelosa a la nueva amiga de Amy—.También sabemos sobre armas y quizás conozcamos algunos nombres— se estaba lanzando un farol, era una táctica de pirata—. Algo sabemos. Algo… mucho. Tal como lo veo, podemos compartir información o ver de qué color es la sangre del otro.
Abrió la gabardina desvelando a los desconocidos que estaba armado y bien armado: espadas, encantamientos arcanos, ingenios mecánicos….
Wes Fungai entendió mal la táctica del capitán. Desenvainó la espada, pero la mantuvo apuntando al suelo por miedo a no herir a los amigos, que se encontraban más cerca que los dos hombres. Si hubiera levantado la espada en un gestor amenazador, las negociaciones se habrían ido al lastre.
—Podemos ser amigos— El Capitán Werner dejó unos segundos de silencio para dar tiempo a que los enemigos bajasen las armas—, esa es la oferta.
El Capitán contuvo una caterva de insultos desagradables, todos aprendidos en las tabernas del puerto de Lunargenta. Maldecir a un ave marina traía el mal augurio, las tormentas y los monstruos marinos. Matarla, significaba la muerte en su peor forma. Lento, angustiosa y sola.
Las leyendas contadas por marineros y piratas aseguraban que las aves marinas contenían los espíritus de los marineros muertos en el mar. La moraleja en estas historias aconsejaba no estorbar a la naturaleza pues llegaría el día en que pasaremos a formar parte de ella.
El Capitán se quitó el sombrero con tranquilidad, recordando las viejas leyendas. Sacó un pañuelo del bolsillo de la gabardina y lo utilizó para limpiar el blanco mejunje. En lastre somos y en lastre nos convertiremos. Fue el único pensamiento que dedico a la fatigosa ave.
El humano interrumpió los pensamientos de Werner con una pregunta que le sacó de sus fantasías marinas. Le dio una patada al trasero y le lanzó por la borda. Dejó caer el lastre.
El Capitán levantó la cabeza y enarcó una ceja. Sonrió como si le hubiera contado un chiste que había escuchado muchas veces y del que nunca se cansaría.
—Porque necesitan ayuda— esto debería bastar para una persona que no luciera con orgullo los escudos de ninguna ciudad, Raion necesitaría una explicación más detallada —. Porque son buenas personas que necesitan ayuda.
Y porque la alegría e impulsividad de Amy le hacía recordar a su hija, Ulareena, Ury. Pero eso no lo dijo.
El Capitán siguió limpiando la mancha del sombrero sin dejar de caminar. Mojarlo en agua vendría bien y el jabón todavía mejor. Sin embargo, no era momento de detenerse a limpiar el sombrero. Amy estaba perdida y Ava estaba deseando perderse en las enrevesadas calles de Lagarto. Un ojo adicional ayudaría a estar pendiente de todo cuanto sucedía. Hizo una tímida señal con la mano que Wes Fungai entendió a la perfección. El erizo se encargaría de vigilar las ventanas y balcones de los edificios, posibles frentes para arqueros y ballesteros. El Capitán se ocuparía de atender a las chicas y a Raion.
El humano era el que más destacaba. Este no era su lugar y aquí no se cumplían sus leyes. Estaba más desubicado que un atún en un banco de truchas. Cargaba con el lastre de sus fieros principios morales y su pesada armadura de metal.
En lastre somos y en lastre nos convertiremos.
Ava encontró a Amy. Fue a su encuentro con una velocidad impropia de una criatura marina. No corría, resbalaba por los adoquines de Lagarto. Raion aceleró para ponerse al mismo nivel. El Capitán Werner se quedó rezagado a última posición. Wes Fungai hizo acopio de seguir a la chica pez y el humano, pero El Capitán lo detuvo con la mano.
—Estarán bien— dijo a la vez que ahogaba el esfuerzo de la carrera en largas exhalaciones y más largas aspiraciones —. Tiradores. Esta ciudad es una ratonera. Atento a los tiradores.
Wes Fungai afirmó con la cabeza y obedeció la orden. Aunque podría correr, correr de verdad, a la misma velocidad que Ava, se colocó al mismo nivel que El Capitán. Miraba hacia delante sin perder de vista los posibles puntos abiertos que dejaban atrás. Alfred Werner tenía razón. Lagarto era una ratonera. La arquitectura de la ciudad facilitaba el encuentro fortuito, las ballestas ocultas y los cuchillos en las sombras.
El Capitán se integró tarde a la conversación. Si hubiera llegado a tiempo, tal vez, hubiera evitado la discusión. Ava y los dos hombres se encontraban hablaban con improperios, soltaban lastre por la boca.
Raion medió la conversación. Encontró un interés común entre los dos bandidos que molestaban a Amy y su nueva amiga: buscaban a los mismos hombres bestias.
El Capitán se puso el sombrero en el sitio. No había conseguido quitar la mancha al completo, pero, por lo menos, cumpliría su función: presentar al hombre calamar como un experimentado capitán de barco.
—Sabemos algo. Algo sobre los tatuajes— dirigió una mirada recelosa a la nueva amiga de Amy—.También sabemos sobre armas y quizás conozcamos algunos nombres— se estaba lanzando un farol, era una táctica de pirata—. Algo sabemos. Algo… mucho. Tal como lo veo, podemos compartir información o ver de qué color es la sangre del otro.
Abrió la gabardina desvelando a los desconocidos que estaba armado y bien armado: espadas, encantamientos arcanos, ingenios mecánicos….
Wes Fungai entendió mal la táctica del capitán. Desenvainó la espada, pero la mantuvo apuntando al suelo por miedo a no herir a los amigos, que se encontraban más cerca que los dos hombres. Si hubiera levantado la espada en un gestor amenazador, las negociaciones se habrían ido al lastre.
—Podemos ser amigos— El Capitán Werner dejó unos segundos de silencio para dar tiempo a que los enemigos bajasen las armas—, esa es la oferta.
El Capitán Werner
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