Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
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Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
-Creo que con esto, bastará.-Dijo el hombre-gato mientras le remendaba la última venda alrededor del torso.
Alward se encontraba sentado en una especie de mesa que hacía las veces de camilla para los pacientes de la clínica, únicamente vestido con unos calzones. Go'el se había expandido mucho en su negocio; era el médico más famoso de Ciudad Lagarto, y un hombre de confianza para el Sevna, pues era de los pocos que conocía su identidad, junto a Cato, quien le estaba remendando. Al no poder tratarlo con asiduidad, sumado a las pocas veces que iba a la ciudad, no había coincidido con Go'el en mucho tiempo, así que Cato era el hombre de confianza que el dragón dejó para que lo tratara cada vez lo que necesitase.
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-Tres costillas fracturadas, el hombro salido, contusiones importantes repartidas por el cuerpo...-Enumeraba las lesiones que el humano había traído.-Creo que es lo más grave que te he tratado hasta ahora.-Le dio una palmada suave en el hombro sano mientras le dedicaba una sonrisa amistosa.
-Si no llega a ser por el colgante, ni siquiera habría sobrevivido.-Dijo mientras se movía lentamente sobre el sitio, aún sentado. Hizo claros gestos de dolor, pero los podía soportar.
-¿Y dónde está ese colgante? Porque es un buen artilugio, sin duda.-Preguntó con un tono interesado.
-...-No respondió de primeras, agachando su cabeza para luego subirla con una mirada culposa, tratando de esconder dicho sentimiento tras una sonrisilla.-Se fragmentó en pedazos...
-¿Caíste encima?-Se llevó el gato una mano a la cara, con desagrado mientras negaba con la cabeza.
-Creo que sus usos eran limitados, y los gasté.
-Pues será mejor que tengas más cuidado a partir de ahora, o serás tú el que vengas hecho pedazos.-Se cruzó de brazos y sonrió de forma amistosa.-Ahora a reposar y no hagas movimientos bruscos.
Alward se bajó de la camilla con cuidado y asintió.
-Gracias, Cato.
-Es mi trabajo.-Dijo encogiéndose de hombros mientras se acercaba a una palangana y se lavaba las manos.-Mientras tengas cómo pagar, lo haré encantado.-Una sonrisa felina escapó de sus labios.
-Claro.-Dijo sonriendo también, sabiendo que el felino lo decía mitad en broma y mitad en serio, aunque siendo un contacto de Go'el, y tras conocer en mayor o menor medida al hombre-bestia, sabía que en una urgencia no dejaría morir ni al más pobre de todo Aerandir mientras pudiera evitarlo.
Una vez que se vistió, tapándose el rostro con su máscara y la capucha, salió al mostrador de la bótica para comprar las medicinas necesarias para calmar sus dolores. Normalmente, quien atendía allí era Gali, el inseparable acompañante del galeno Go'el, pero como su propio seudónimo indicaba, estaba de viaje junto al mencionado doctor y sería Cato quien también tendría que cobrar al Sevna, ya que los demás trabajadores de la bótica estaban también ocupados. Sin duda alguna, el negocio se había expandido.
Katrina esperaba sentada en un cómodo sillón, situado en la zona de meditación que usaba Gali, a que Alward terminara con su tratamiento. La apariencia de la vampiresa había cambiado a voluntad desde que entraron en la ciudad, ya que allí podrían reconocerla cualquier agente de las Sierpes que estuviera al acecho, y como ciudad destacada del continente, la Lagarto sería un sitio ideal para ser un cubil lleno de serpientes. El pelo de la vampiresa era negro azabache, su altura había crecido hasta alcanzar los ciento setenta centímetros de altura, y su expresión era tan pálida como siempre, pero con unos tan oscuros como la noche.
Cuando la vampiresa vio que el Sevna salía, se puso en pie y se acercó al mostrador junto a él. Seguramente pasarían un par de noches o tres en cualquier sitio de la ciudad para descansar y que Alward se recuperase del todo. La ciudad que antes odiaba, era la que ahora en este tipo de situaciones (que eran más habituales de lo que le gustaría admitir) era la que le daba cobijo.
Última edición por Alward Sevna el Miér Jul 19 2023, 22:48, editado 1 vez
Alward Sevna
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
Esta vez su primo le había fallado, él no se encontraba en ninguna parte y había dejado a sus ayudantes a su cuidado.
El hecho de que se hubiera molestado en venir para que Go'el la dejara así de plantada le molestaba demasiado, pero ya no había vuelta atrás. Estaba cansada del viaje, por alguna estúpida razón había decidido caminar pues creyó ser menos llamativo que entrar con un caballo, sumando además que era invierno, su cuerpo estaba tiritando del frio y bueno, en general no había nada que no le doliera en ese momento.
Había llegado a la tienda relativamente temprano, todavía faltaba para el anochecer y así evitaría el momento de más murmullo y movimiento en la Ciudad. Decidió que era razonable el esconder sus facciones, su cabello prolijamente atado en un moño, no levantaba la mirada ni la dirigía a nadie por debajo de su gruesa capa. Conocía el camino de memoria y solo seguía la dirección de los pies de aquellos que se acercaban demasiado solo para esquivarlos.
Con el paso del tiempo la realidad le había golpeado en el rostro como un puñetazo. Y si ese encuentro con la verdad no hubiera sido suficiente, las palabras de Dafne y Sena por igual sumaban puntos a favor respecto al tema por el cual se presentaba otra vez en Lagarto.
-Hasta aquí llegan mis habilidades Oromë. Lo lamento, pero estos medicamentos y compresas no mejoraran tu apariencia física ni el dolor. Las cataplasmas con bálsamo de eucalipto te relajan sí, pero ya empiezas a demostrar resistencia al igual que con los somníferos. - Sena estaba sentada en una esquina con un ojo puesto en el libro entre sus manos y el otro claramente prestándoles atención a ambas mujeres. -Es como las anécdotas que me contabas del ejercito ¿verdad mamá? Que cuando usas una espada al principio la mano se te ampolla, pero con el tiempo te sallen callos y la piel se endurece. Pasa igual con la medicina ¿verdad Dafne? - Tanto la castaña como Oromë miraron a la pequeña vampira y asintieron con una leve sonrisa en confirmación. -Es una buena analogía-.
No tenía más alternativa ya que recurrir a opciones un poco más drásticas y la única forma de asegurarse de no dejar piedra sin voltear era aquí en Ciudad Lagarto y con su primo como su doctor. Un poco no iba a negar que le daba algo de nervios los posibles métodos, pero confiaba en su anaia y que él no la lastimaría, nunca de hecho.
Dentro de la botica una de las ayudantes femeninas con pequeños cuernitos de carnero y unas patas a juego la condujo a uno de los cuartos privados en lo que parecía ser la nueva extensión del lugar y la hizo desnudarse para revisarla. Posó sus suaves manos sobres las marcas en su cuerpo, cicatrices viejas como las de las quemaduras que eran más recientes. -No parecen ser quemaduras normales, solo aquellos bien versados en la medicina reconocerían que esto es trabajo de alguna clase de magia. Es bueno que haya venido- Extendió su mano por sus piernas, luego sus antebrazos sin dejar de tomar notas en un cuaderno para luego proseguir con su espalda, la nuca y por detrás de las orejas. -Estas son más profundas, si no es mucha molestia quisiera ver como lucen en su otra forma y de ser posible ver sus alas tambien. ¿Ha estado volando ultimamente desde el suceso? - Ella se tensó ante la pregunta y sacudió su cabeza en negación mientras cambiaba parte de su cuerpo y liberaba sus alas. -Ya veo, la forma de un dragón proviene de la magia al igual que sus heridas, por ende, estas se ven igualmente de afectadas. La membrana se ve bastante dañada por lo que podría complicarse el adquirir un vuelo estable con ellas, estoy segura de que ya le han recomendado practicar a pesar de que puede llegar a doler, pero es el único modo de que no pierda la costumbre ni la fuerza en los músculos de su espalda. - Se detuvo por un momento para buscar un ungüento el cual se dedicó a colocar en estas. - Teniendo en cuenta que lleva demasiado tiempo sin volar puede que necesite comenzar de cero pues se encuentras muy rígidas- La peliblanca asintió sin más, solamente escuchaba lo que ya sabía que le dirían.
Unos minutos más tarde y estaba embadurnada prácticamente de pies a cabeza en esa sustancia. Era relajante y emitía un suave y rico aroma a hierbas, la piel le picaba como si todas sus extremidades se hubieran quedado sin flujo, como hormigas subiendo y bajando. -Le daré esto para que beba, la adormecerá lo suficiente para remover algunas partes de las cicatrices que dificultan su movimiento y luego administrare algo más fuerte en el área para fomentar una mejor curación y si funciona, consideraremos hacerlo en el resto de sus quemaduras. -
No quería, no realmente. Los somníferos la ayudaban a descansar, pero no le quitaban las pesadillas... Sin embargo, ¿Qué otras opciones tenían? Dafne no estaba capacitada ni tenia los materiales para hacérselos ella y aunque los tuviera seguramente hubiera puesto pegas, pues no era un procedimiento sencillo, aunque ahora lo hicieran en un área extremadamente pequeña.
Se tragó sus protestas y engulló aquel pequeño vial. Se recostó de nuevo, ahora cubierta por una bata y cerró los ojos con fuerza hasta que ya dejó de ser necesario.
No sentía dolor y todo estaba tan oscuro, pero sí que se sentía incomoda. Los brazos le molestaban y las muñecas le picaban, no recordaba haberse parado en algún momento, pero sus pies estaban pisando el suelo frio y estaban demasiado pegados entre sí. Quiso moverse, pero al notar que estos no le respondían como debían abrió los ojos. No era el cuarto privado de la botica, ni tampoco su hogar. Era una enorme habitación de piedra y frente a ellas varias figuras sin rostro la observaban.
Su corazón dio un vuelco y sintió ganas de gritar, pero no pudo. Una mordaza le impedía emitir ruido alguno. Los veía acercarse a ella, tocarla, correrle el pelo del rostro y luego asentían en aprobación mientras una mujer se acercaba al mismo tiempo y la tomaba del rostro para repetir aquella tortura con la cual soñaba constantemente.
Se levantó de golpe, arrastrando a la pobre ayudante de su primo con ella al suelo al igual que la camilla en la que se encontraba. Un cuenco con diminutos pedazos de su piel y sangre se había volcado a un costado, el escalpelo se perdió en alguna parte. Nada de eso le importó a Oromë cuando arremetió contra la mujer carnero, su brazo lleno de escamas, garras asomando al mismo tiempo que aprisionaba el cuello de quien segundos antes trataba de ayudarla. - ¡Deténgase! ¡Trabajo para su primo! - Oromë no la escuchaba, seguía bajo la influencia de aquel somnífero, solo podía ver el rostro de quien la había dejado tan maltratada he incapaz de volar. Sus ojos se desviaron a un costado de la habitación donde una chimenea crepitaba suavemente, pero para ella lucía como un incendio forestal. Antes no estaba encendida y la pequeña parte aun consciente de ella razonó que ya no era de día, que había pasado horas allí dentro y que hacía frio y la mujer bestia seguro lo había hecho para poder trabajar con calma... Pero, aun así, no le importaba, el miedo era más grande que la razón y para la dragona era imposible no querer huir de aquel fuego que parecía crecer y crecer. - ¡TU! ¡APAGALO YA! - Gritó tan alto como sus pulmones se lo permitieron y arrojó al suelo a la ayudante de su anaia, no sin dejar que se chocara contra una mesilla llena de pocimas que se reventaron contra el suelo mientras la peliblanca se apretujaba contra la esquina mas alejada de la chimenea, como un gato salvaje y asustadizo, mostrando sus colmillos y sus garras pero incapaz de huir de la habitación sin temer ser engullida por llamas.
El hecho de que se hubiera molestado en venir para que Go'el la dejara así de plantada le molestaba demasiado, pero ya no había vuelta atrás. Estaba cansada del viaje, por alguna estúpida razón había decidido caminar pues creyó ser menos llamativo que entrar con un caballo, sumando además que era invierno, su cuerpo estaba tiritando del frio y bueno, en general no había nada que no le doliera en ese momento.
Había llegado a la tienda relativamente temprano, todavía faltaba para el anochecer y así evitaría el momento de más murmullo y movimiento en la Ciudad. Decidió que era razonable el esconder sus facciones, su cabello prolijamente atado en un moño, no levantaba la mirada ni la dirigía a nadie por debajo de su gruesa capa. Conocía el camino de memoria y solo seguía la dirección de los pies de aquellos que se acercaban demasiado solo para esquivarlos.
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Con el paso del tiempo la realidad le había golpeado en el rostro como un puñetazo. Y si ese encuentro con la verdad no hubiera sido suficiente, las palabras de Dafne y Sena por igual sumaban puntos a favor respecto al tema por el cual se presentaba otra vez en Lagarto.
-Hasta aquí llegan mis habilidades Oromë. Lo lamento, pero estos medicamentos y compresas no mejoraran tu apariencia física ni el dolor. Las cataplasmas con bálsamo de eucalipto te relajan sí, pero ya empiezas a demostrar resistencia al igual que con los somníferos. - Sena estaba sentada en una esquina con un ojo puesto en el libro entre sus manos y el otro claramente prestándoles atención a ambas mujeres. -Es como las anécdotas que me contabas del ejercito ¿verdad mamá? Que cuando usas una espada al principio la mano se te ampolla, pero con el tiempo te sallen callos y la piel se endurece. Pasa igual con la medicina ¿verdad Dafne? - Tanto la castaña como Oromë miraron a la pequeña vampira y asintieron con una leve sonrisa en confirmación. -Es una buena analogía-.
No tenía más alternativa ya que recurrir a opciones un poco más drásticas y la única forma de asegurarse de no dejar piedra sin voltear era aquí en Ciudad Lagarto y con su primo como su doctor. Un poco no iba a negar que le daba algo de nervios los posibles métodos, pero confiaba en su anaia y que él no la lastimaría, nunca de hecho.
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Dentro de la botica una de las ayudantes femeninas con pequeños cuernitos de carnero y unas patas a juego la condujo a uno de los cuartos privados en lo que parecía ser la nueva extensión del lugar y la hizo desnudarse para revisarla. Posó sus suaves manos sobres las marcas en su cuerpo, cicatrices viejas como las de las quemaduras que eran más recientes. -No parecen ser quemaduras normales, solo aquellos bien versados en la medicina reconocerían que esto es trabajo de alguna clase de magia. Es bueno que haya venido- Extendió su mano por sus piernas, luego sus antebrazos sin dejar de tomar notas en un cuaderno para luego proseguir con su espalda, la nuca y por detrás de las orejas. -Estas son más profundas, si no es mucha molestia quisiera ver como lucen en su otra forma y de ser posible ver sus alas tambien. ¿Ha estado volando ultimamente desde el suceso? - Ella se tensó ante la pregunta y sacudió su cabeza en negación mientras cambiaba parte de su cuerpo y liberaba sus alas. -Ya veo, la forma de un dragón proviene de la magia al igual que sus heridas, por ende, estas se ven igualmente de afectadas. La membrana se ve bastante dañada por lo que podría complicarse el adquirir un vuelo estable con ellas, estoy segura de que ya le han recomendado practicar a pesar de que puede llegar a doler, pero es el único modo de que no pierda la costumbre ni la fuerza en los músculos de su espalda. - Se detuvo por un momento para buscar un ungüento el cual se dedicó a colocar en estas. - Teniendo en cuenta que lleva demasiado tiempo sin volar puede que necesite comenzar de cero pues se encuentras muy rígidas- La peliblanca asintió sin más, solamente escuchaba lo que ya sabía que le dirían.
Unos minutos más tarde y estaba embadurnada prácticamente de pies a cabeza en esa sustancia. Era relajante y emitía un suave y rico aroma a hierbas, la piel le picaba como si todas sus extremidades se hubieran quedado sin flujo, como hormigas subiendo y bajando. -Le daré esto para que beba, la adormecerá lo suficiente para remover algunas partes de las cicatrices que dificultan su movimiento y luego administrare algo más fuerte en el área para fomentar una mejor curación y si funciona, consideraremos hacerlo en el resto de sus quemaduras. -
No quería, no realmente. Los somníferos la ayudaban a descansar, pero no le quitaban las pesadillas... Sin embargo, ¿Qué otras opciones tenían? Dafne no estaba capacitada ni tenia los materiales para hacérselos ella y aunque los tuviera seguramente hubiera puesto pegas, pues no era un procedimiento sencillo, aunque ahora lo hicieran en un área extremadamente pequeña.
Se tragó sus protestas y engulló aquel pequeño vial. Se recostó de nuevo, ahora cubierta por una bata y cerró los ojos con fuerza hasta que ya dejó de ser necesario.
No sentía dolor y todo estaba tan oscuro, pero sí que se sentía incomoda. Los brazos le molestaban y las muñecas le picaban, no recordaba haberse parado en algún momento, pero sus pies estaban pisando el suelo frio y estaban demasiado pegados entre sí. Quiso moverse, pero al notar que estos no le respondían como debían abrió los ojos. No era el cuarto privado de la botica, ni tampoco su hogar. Era una enorme habitación de piedra y frente a ellas varias figuras sin rostro la observaban.
Su corazón dio un vuelco y sintió ganas de gritar, pero no pudo. Una mordaza le impedía emitir ruido alguno. Los veía acercarse a ella, tocarla, correrle el pelo del rostro y luego asentían en aprobación mientras una mujer se acercaba al mismo tiempo y la tomaba del rostro para repetir aquella tortura con la cual soñaba constantemente.
Se levantó de golpe, arrastrando a la pobre ayudante de su primo con ella al suelo al igual que la camilla en la que se encontraba. Un cuenco con diminutos pedazos de su piel y sangre se había volcado a un costado, el escalpelo se perdió en alguna parte. Nada de eso le importó a Oromë cuando arremetió contra la mujer carnero, su brazo lleno de escamas, garras asomando al mismo tiempo que aprisionaba el cuello de quien segundos antes trataba de ayudarla. - ¡Deténgase! ¡Trabajo para su primo! - Oromë no la escuchaba, seguía bajo la influencia de aquel somnífero, solo podía ver el rostro de quien la había dejado tan maltratada he incapaz de volar. Sus ojos se desviaron a un costado de la habitación donde una chimenea crepitaba suavemente, pero para ella lucía como un incendio forestal. Antes no estaba encendida y la pequeña parte aun consciente de ella razonó que ya no era de día, que había pasado horas allí dentro y que hacía frio y la mujer bestia seguro lo había hecho para poder trabajar con calma... Pero, aun así, no le importaba, el miedo era más grande que la razón y para la dragona era imposible no querer huir de aquel fuego que parecía crecer y crecer. - ¡TU! ¡APAGALO YA! - Gritó tan alto como sus pulmones se lo permitieron y arrojó al suelo a la ayudante de su anaia, no sin dejar que se chocara contra una mesilla llena de pocimas que se reventaron contra el suelo mientras la peliblanca se apretujaba contra la esquina mas alejada de la chimenea, como un gato salvaje y asustadizo, mostrando sus colmillos y sus garras pero incapaz de huir de la habitación sin temer ser engullida por llamas.
- La doctorcita(?:
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Oromë Vánadóttir
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
En una de las salas se escuchó alboroto. Cato calló, y Alward lo miró extrañado. Hasta que ambos no cruzaron miradas, el felino no se atrevió a hablar.
-¿Me echas una mano?
Alward asintió. Entonces, tanto él como Cato y Katrina entraron a la sala de donde había venido el ruido, similar al de una pelea.
Cuando entraron en la sala, pudieron ver cómo una afligida doctora con cuernos retorcidos como los de una cabra montesa estaba paralizada en la mitad. El crepitar de una chimenea era lo único que sonaba allí, pues el silencio era tan solemne que infundía un tenebroso respeto. Pudieron echar la mirada más allá, donde la doctora miraba en shock a una esquina. Allí, agazapada, escondida entre su propio cuerpo, se encontraba una criatura reptiliana. ¿Una mujer-bestia? Eso parecía al principio, con la tenue iluminación del lugar, pero a medida que la visión se adaptaba podía ver que no se trataba de una fémina perteneciente a la raza de las bestias, sino alguien que, para absoluta sorpresa de Alward, conocía bien. Tan solo conocía a dos dragones con la capacidad de transformar sus cuerpos reptilianos con formas humanoides, y uno de ellos estaba de viaje y era un hombre. La otra era Oromë Vánadóttir.
Se acercó a ella, con cautela, más impulsado por la inconsciencia que por su lógica. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué le iba a decir? Creía que estaba muerta, las noticias que corrían por Aerandir relataban que la dragona que contenía a la mujer amante había sido secuestrada y le habían extirpado el susodicho objeto... ¿Sin más? ¿Dejándola con vida?
-Oromë... soy yo.-Se agachó en cuclillas. Los ojos tras su máscara la miraban con cierta ternura.-...soy Alward...-La chimenea seguía crepitando, y Alward desvió por un segundo la mirada hacia ella, llegando a una comprensión automática de lo que estaba pasando, ya que la dragona tampoco dejaba de mirar el fuego con ese temor escondido bajo una capa de furia en su rostro.-Tranquila... todo está bien, nadie te va a hacer daño aquí.
Katrina, por si acaso, empezó a influir en las emociones de Oromë, aplacando las negativas y empujando las positivas para que salieran a flote [1]. Era todo un arte, como la elocuencia misma, pero sin que nadie supiera qué estaba pasando, al menos si no se tenía conocimiento de la presencia de un vampiro de la voz en los alrededores. El tacto de Katrina sobre las emociones era tan sutil que podía llegar a engañar a la gente sin que jamás supieran que fueron manipuladas.
-¿Qué tal si dejamos que la compañera termine su trabajo?-Intervino Cato para amenizar la situación.-O, si ambas lo ven bien, yo mismo puedo seguir donde ella lo dejó. Así mi compañera puede descansar y usted puede relajarse, mi señora dragona.
-Estaré en la recepción para cuando termines, por si quieres hablar.-Devolvió su atención a Oromë mientras le posaba con cuidado una mano sobre el hombro.
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Off:
-Tradición mágica [1]: Señora de la Voz: Arte mágica que trata de alterar las conciencias, confundiendo a las personas y ocultando sus verdaderas intenciones. Puede debilitar y corromper la mente de las víctimas, haciéndolas más susceptibles al engaño o incluso dañándolas. A la vampiresa de blancos cabellos se le da extraordinariamente bien manipular a los demás, llegando a jugar con las mentes ajenas a placer.
Alward Sevna
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
“Déjenme salir, no quiero estar aquí... Por favor, no más”. Solo veía fuego en todas partes, sus piernas temblaban como un cervatillo recién nacido. Ni siquiera comprendía de donde sacaba la fuerza para gruñir, como si eso fuera capaz de evitar que esas figuras de malditos sabelotodo se acercaran.
Una nueva voz se sumó al murmullo tanto en su desvarío como en la realidad, y al comienzo no la reconoció, pero supo que era masculina. Le costaba mantener la vista enfocada en algo que no fuera esa hoguera y deliraba que un látigo de fuego se asomaba lentamente. -No, basta, es tuyo, tómalo. Ya no lo quiero, arde demasiado...- Una máscara se le puso a su altura y lanzó un manotazo al cuello de aquel hombre... Pero se detuvo antes de hacer algo de lo que podría arrepentirse cuando volvió a la razón.
-Al...- Se le quebró la voz, su mente parecía despejarse, se sentía tranquila otra vez, segura. Clavó la mirada en la de él mientras dejaba caer su mano y recuperaba lentamente su apariencia humana. -Lo siento. - Miró a todos lados, incluso a la chimenea, pero solo un instante. Su terror era profundo, pero ahora solo sentía incomodidad, como alguien que camina descalzo sobre piedras afiladas.
La mujer carnero que la había estado ayudando minutos antes tenía pequeños cortes en sus antebrazos, pero a pesar de todo lucía ¿calmada? Tal vez había visto cosas mil veces peores que un ataque de pánico trabajando en Ciudad Lagarto, pero aun así... -Lo lamento tanto, no fue mi intención... Las pesadillas...- Se cubrió el rostro con la mano mientras suspiraba con cansancio y molestia hacia sí misma. -No tengo excusas, realmente...-
Alward y la mujer albina se fueron de la habitación mientras Cato y la mujer bestia se dividían el trabajo, apresurandose a terminar lo que empezaron. No sentía nada en su piel, se movían ágilmente para evitar que el efecto anestésico perdiera efecto. De vez en cuando Oromë susurraban disculpas, como un niño que no dejaba de cometer travesuras y ellos solamente asentían y continuaban remendando lo que podían.
Poco tiempo después estaba vestida de nuevo en su camisa y pantalón, vendas acolchadas en sus extremidades donde habían estado cortando y cociendo; le recomendaron que se quedara por esa noche para poder asegurarse de que el tratamiento funcionara... Oromë no tenía la fuerza ni el orgullo para negarse, tampoco le agradaba salir considerando el frío que hacía fuera y menos todavía el soportar sin medicamentos el dolor que estaba más que segura que sentiría después.
Cato iba delante de ella con una bandeja con tazas y una humeante tetera la cual dejó en una mesa ratona para luego irse, la dragona llevaba su cálida taza entre sus manos, la vista en el suelo hasta que alcanzó una distancia prudente y la dirigió al humano. -Me alegra verte, aunque no tanto de las circunstancias. - Se encogió de hombros, insegura de que más podría llegar a decir. Ahora que lo veía reconocía que lo extrañaba y demasiado. Los extremos no eran buenos; él la conocía lo suficiente y quería creer que ella a él. Su vulnerabilidad fue descubierta por Alward apenas se cruzaron sus caminos por primera vez y ahora regresaba a verse tal vez más patética que antes... No es que le desagradara, no había nada que ocultarle a él a estas alturas, pero no negaría que estaba más que cohibida de que desconocidos la observaran así de indefensa. Esa no era ella, Oromë deseaba sentirse y verse como antes, pero era más fácil decirlo que hacerlo.
Hizo acopio de fuerza y le dedico a la vampira allí una ligera reverencia. -Un placer, creo que ya nos habíamos visto antes-. Recordaba un poco todo lo que Alward le contó aquella vez que se encontraron en El Medio y con La Talladora; la dragona seguía con el tatuaje de las flores "nomeolvides" grabado en su piel.
Una nueva voz se sumó al murmullo tanto en su desvarío como en la realidad, y al comienzo no la reconoció, pero supo que era masculina. Le costaba mantener la vista enfocada en algo que no fuera esa hoguera y deliraba que un látigo de fuego se asomaba lentamente. -No, basta, es tuyo, tómalo. Ya no lo quiero, arde demasiado...- Una máscara se le puso a su altura y lanzó un manotazo al cuello de aquel hombre... Pero se detuvo antes de hacer algo de lo que podría arrepentirse cuando volvió a la razón.
-Al...- Se le quebró la voz, su mente parecía despejarse, se sentía tranquila otra vez, segura. Clavó la mirada en la de él mientras dejaba caer su mano y recuperaba lentamente su apariencia humana. -Lo siento. - Miró a todos lados, incluso a la chimenea, pero solo un instante. Su terror era profundo, pero ahora solo sentía incomodidad, como alguien que camina descalzo sobre piedras afiladas.
La mujer carnero que la había estado ayudando minutos antes tenía pequeños cortes en sus antebrazos, pero a pesar de todo lucía ¿calmada? Tal vez había visto cosas mil veces peores que un ataque de pánico trabajando en Ciudad Lagarto, pero aun así... -Lo lamento tanto, no fue mi intención... Las pesadillas...- Se cubrió el rostro con la mano mientras suspiraba con cansancio y molestia hacia sí misma. -No tengo excusas, realmente...-
Alward y la mujer albina se fueron de la habitación mientras Cato y la mujer bestia se dividían el trabajo, apresurandose a terminar lo que empezaron. No sentía nada en su piel, se movían ágilmente para evitar que el efecto anestésico perdiera efecto. De vez en cuando Oromë susurraban disculpas, como un niño que no dejaba de cometer travesuras y ellos solamente asentían y continuaban remendando lo que podían.
Poco tiempo después estaba vestida de nuevo en su camisa y pantalón, vendas acolchadas en sus extremidades donde habían estado cortando y cociendo; le recomendaron que se quedara por esa noche para poder asegurarse de que el tratamiento funcionara... Oromë no tenía la fuerza ni el orgullo para negarse, tampoco le agradaba salir considerando el frío que hacía fuera y menos todavía el soportar sin medicamentos el dolor que estaba más que segura que sentiría después.
Cato iba delante de ella con una bandeja con tazas y una humeante tetera la cual dejó en una mesa ratona para luego irse, la dragona llevaba su cálida taza entre sus manos, la vista en el suelo hasta que alcanzó una distancia prudente y la dirigió al humano. -Me alegra verte, aunque no tanto de las circunstancias. - Se encogió de hombros, insegura de que más podría llegar a decir. Ahora que lo veía reconocía que lo extrañaba y demasiado. Los extremos no eran buenos; él la conocía lo suficiente y quería creer que ella a él. Su vulnerabilidad fue descubierta por Alward apenas se cruzaron sus caminos por primera vez y ahora regresaba a verse tal vez más patética que antes... No es que le desagradara, no había nada que ocultarle a él a estas alturas, pero no negaría que estaba más que cohibida de que desconocidos la observaran así de indefensa. Esa no era ella, Oromë deseaba sentirse y verse como antes, pero era más fácil decirlo que hacerlo.
Hizo acopio de fuerza y le dedico a la vampira allí una ligera reverencia. -Un placer, creo que ya nos habíamos visto antes-. Recordaba un poco todo lo que Alward le contó aquella vez que se encontraron en El Medio y con La Talladora; la dragona seguía con el tatuaje de las flores "nomeolvides" grabado en su piel.
Oromë Vánadóttir
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
Iban a usar el espacio reservado para Gali y sus meditaciones para conversar en la intimidad que ofrecía una cortina corrida que no dejaba ver quién estaba dentro. Alward estaba sentado con los pies cruzados, de frente tenía la mesa ratona donde Cato había dejado la bandeja. Katrina, por su parte, se quedó de pie.
El enmascarado asintió ante las primeras palabras que Oromë dijo. Acto seguido, se quitó la máscara y la dejó sobre un lado de la mesa. La dragona de pelo plateado vería a un Alward distinto al de la última vez, pues su rostro lucía cansado, las ojeras eran notorias, el pelo estaba descuidado, al igual que la barba, que aunque recortada, se notaba que el Sevna no era muy asiduo a ver espejos en su rutina, por lo que no estaba tan bien cuidada. Estaba limpio y olía bien, como a miel mezclado con algún tipo de flor que Alward desconocía, ya que antes de ser tratado por Cato, este le ofreció un baño reconfortante en las termas de la bótica.
-Yo también me alegro de verte.-Le dedicó una sonrisa sincera.-Estar contigo hace que mi mente se traslade a otros tiempos... no eran ni mejores ni peores, ya sabes...-Levantó un poco la mano que le habían cercenado años atrás y que la propia Oromë ayudar a regenerar.-...pero, echo de menos ciertas cosas.
Quizás fuese la nostalgia la que le estaba jugando una mala pasada, pero en verdad lo sentía así.
Katrina, por su parte, también asintió, con elegancia y cordialidad. No dijo nada, simplemente observó analítica a la dragona. Sabía que ella era importante para Alward. Tras eso, la vampiresa se retiró del lugar corriendo un poco las cortinas para salir y volviéndolas a su sitio para que el humano y la dragona siguieran teniendo intimidad.
-¿Qué ha sido de ti todo este tiempo?-Agarró una de las tazas y sopló para que se enfriara. Puso los labios con cuidado en el borde del objeto, pero aún quemaba demasiado, por lo que optó por dejarlo nuevamente sobre la mesa.-Pensé que habías muerto. Los rumores hablaban sobre que te extirparon la mujer amante... pero no imaginaba que te dejarían con vida.
Se sentía culpable por no haber podido hacer nada por ella. Después de todo, se lo debía. No encontró las palabras para disculparse, y tampoco supo qué excusa poner. Se había ido de peregrinación, se alejó del mundo durante meses y, para cuando volvió, ya era demasiado tarde. Muchos de sus conocidos, y hasta cuasi amigos, desaparecieron, y él tampoco pudo hacer mucho por ellos. Su cruzada lo había absorbido y había dejado que su círculo de relaciones poco a poco muriera sin remedio. ¿Quizás si él hubiese estado las cosas habrían sido distintas? Lo dudaba realmente, pero sentía cierta frustración que no podía mitigar.
Alward Sevna
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
La dragona se había acomodado frente a Alward en uno de esos mullidos almohadones, sus brazos sobre la mesita y con las manos sosteniendo la taza. Tenía los dedos y las palmas rojas del calor, pero en comparación a lo que le había ocurrido antes, esto no era nada intolerable.
Verlo de aquella forma tan desgastada era como verse reflejada en un espejo. Ciertamente Oromë no era la definición del buen estado general, sino más bien la de una pobre campesina sin nada para comer, las penas hundiendo sus facciones, tal vez incluso las ganas de existir en los peores momentos... Con todo y problemas, no pudo evitar sonreír con algo de sorna cuando vio más que solo sus ojos claros. -Hola extraño-
Su mente se trasladó a aquella época: el cuarto de la posada, la calidez y las risas intimas... El entendimiento tácito cuando se miraban. El silencio y el vacío que vino después. Era tan lejano el recuerdo y, sin embargo, no era capaz de poner en palabras algún otro momento y lugar en el que hubiese estado tan tranquila y sentido más libre. -Estábamos cansados y rotos, pero éramos de alguna forma nuestro pequeño mundo, tú y yo. Podíamos olvidarnos de todo aquello que nos aquejaba- Para Oromë era un viaje a una época que no creía regresar jamás, y atesoraba el tiempo que pasaron juntos con demasiado cariño.
- ¿Alguna vez imaginaste algo diferente al ahora? - Alward era en muchos aspectos, igual a su difunto prometido, por lo que dudaba un poco el que, de haber otra opción o camino a elegir, hubieran hecho algo diferente. Ambos estoicos en sus creencias, siempre mirando al objetivo final sin importar que tan lleno de piedras estuviera el camino. Era algo que no dejaba de gustarle de él, la certeza de que sin importar que tan dificil fuera todo, siempre se levantaría y estiraría su mano para que otro la tomara.
Tenía tanto que decir, pero no sabía por dónde empezar. El solo recordar era doloroso, pero decirlo en voz alta... Dirigió su mirada a la del castaño y tuvo el valor suficiente para darle aquellos detalles que la atormentaban.
-Casi muero... Ardí con ella cuando la separaron de mí. Se sintió como si no quisiera soltarme- Se detuvo para darle un sorbo a su té y luego una gran bocanada de aire, en busca de no perder la concentración y que los sentimientos le ganaran.
Se levantó un poco las mangas para mostrarle las quemaduras que ahora eran cicatrices, también corrió su cabello a un costado dejando al descubierto la parte de su nuca donde nacía el cabello y rápidamente volvió a ocultarlas. -Las heridas causadas por magia son complicadas de sanar y afectaron mi forma de dragón. - Sonrió amargamente, sus ojos denotaban la tristeza que acarreaba tanto física como mental. -No sé si pueda volver a volar o tal vez tengo miedo de intentarlo y fallar. - Continuó explicándole sobre la posible rehabilitación si practicaba lo suficiente a diario y sin darse cuenta terminó explicándole prácticamente todo lo que la había traído al aquí y ahora.
No era difícil de notarlo, el humano no era realmente muy bueno con las expresiones faciales cuando algo le incomodaba, o tal vez era solo que la dragona se había acostumbrado a observarlo tanto en el pasado que era difícil perderse los pequeños detalles en su semblante. -No pongas esa cara. No te atormentes...- Estiró su mano tatuada y tomo la de él con fuerza. - No podrías haberlo sabido a tiempo, aunque lograra pedirte ayuda, y aun así no había nada que pudieras haber hecho. Yo elegí este camino y es el precio que pago por ello, solo yo y nadie más. - No dijo nada sobre que los eruditos realmente la daban por muerta al principio, pero por alguna extraña razón, en vez de dejarla consumirse por sus heridas estuvieron meses devolviéndola a un estado medianamente presentable.
-Yo también te creí muerto... ¿Qué ocurrió contigo? - De no haber estado huyendo, tal vez habría ido en su búsqueda, aunque fuera solo por su propia paz interior. Varias veces se había imaginado la pena de tallar una nueva piedra que agregar a aquellas tumbas en Dundarak, donde descansaban sus seres queridos.
Verlo de aquella forma tan desgastada era como verse reflejada en un espejo. Ciertamente Oromë no era la definición del buen estado general, sino más bien la de una pobre campesina sin nada para comer, las penas hundiendo sus facciones, tal vez incluso las ganas de existir en los peores momentos... Con todo y problemas, no pudo evitar sonreír con algo de sorna cuando vio más que solo sus ojos claros. -Hola extraño-
Su mente se trasladó a aquella época: el cuarto de la posada, la calidez y las risas intimas... El entendimiento tácito cuando se miraban. El silencio y el vacío que vino después. Era tan lejano el recuerdo y, sin embargo, no era capaz de poner en palabras algún otro momento y lugar en el que hubiese estado tan tranquila y sentido más libre. -Estábamos cansados y rotos, pero éramos de alguna forma nuestro pequeño mundo, tú y yo. Podíamos olvidarnos de todo aquello que nos aquejaba- Para Oromë era un viaje a una época que no creía regresar jamás, y atesoraba el tiempo que pasaron juntos con demasiado cariño.
- ¿Alguna vez imaginaste algo diferente al ahora? - Alward era en muchos aspectos, igual a su difunto prometido, por lo que dudaba un poco el que, de haber otra opción o camino a elegir, hubieran hecho algo diferente. Ambos estoicos en sus creencias, siempre mirando al objetivo final sin importar que tan lleno de piedras estuviera el camino. Era algo que no dejaba de gustarle de él, la certeza de que sin importar que tan dificil fuera todo, siempre se levantaría y estiraría su mano para que otro la tomara.
Tenía tanto que decir, pero no sabía por dónde empezar. El solo recordar era doloroso, pero decirlo en voz alta... Dirigió su mirada a la del castaño y tuvo el valor suficiente para darle aquellos detalles que la atormentaban.
-Casi muero... Ardí con ella cuando la separaron de mí. Se sintió como si no quisiera soltarme- Se detuvo para darle un sorbo a su té y luego una gran bocanada de aire, en busca de no perder la concentración y que los sentimientos le ganaran.
Se levantó un poco las mangas para mostrarle las quemaduras que ahora eran cicatrices, también corrió su cabello a un costado dejando al descubierto la parte de su nuca donde nacía el cabello y rápidamente volvió a ocultarlas. -Las heridas causadas por magia son complicadas de sanar y afectaron mi forma de dragón. - Sonrió amargamente, sus ojos denotaban la tristeza que acarreaba tanto física como mental. -No sé si pueda volver a volar o tal vez tengo miedo de intentarlo y fallar. - Continuó explicándole sobre la posible rehabilitación si practicaba lo suficiente a diario y sin darse cuenta terminó explicándole prácticamente todo lo que la había traído al aquí y ahora.
No era difícil de notarlo, el humano no era realmente muy bueno con las expresiones faciales cuando algo le incomodaba, o tal vez era solo que la dragona se había acostumbrado a observarlo tanto en el pasado que era difícil perderse los pequeños detalles en su semblante. -No pongas esa cara. No te atormentes...- Estiró su mano tatuada y tomo la de él con fuerza. - No podrías haberlo sabido a tiempo, aunque lograra pedirte ayuda, y aun así no había nada que pudieras haber hecho. Yo elegí este camino y es el precio que pago por ello, solo yo y nadie más. - No dijo nada sobre que los eruditos realmente la daban por muerta al principio, pero por alguna extraña razón, en vez de dejarla consumirse por sus heridas estuvieron meses devolviéndola a un estado medianamente presentable.
-Yo también te creí muerto... ¿Qué ocurrió contigo? - De no haber estado huyendo, tal vez habría ido en su búsqueda, aunque fuera solo por su propia paz interior. Varias veces se había imaginado la pena de tallar una nueva piedra que agregar a aquellas tumbas en Dundarak, donde descansaban sus seres queridos.
Oromë Vánadóttir
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
La palabra "extraño" le generó una paradoja interior curiosa, ya que era ese el efecto que buscaba con toda aquella fachada de vagabundo solitario sin nombre, pero al mismo tiempo sentía lástima de que así fuera, pues añoraba esos días donde la camaradería, el amor o incluso la fama eran parte de su vida, y aquella vida le pertenecía a un Alward Sevna muy distinto al que ahora portaba la máscara. El propio Alward se preguntaba si alguna vez aquello, de alguna forma, volvería.
-Oromë...-La miró a los ojos mientras esbozaba una dolorosa sonrisa.-Si algo he aprendido durante este tiempo, es que gente como nosotros nunca se lleva a la chica...-Respondió así a la frase en la que Oromë mencionó su pasado común.-...o al chico, en tu caso.-Dijo con un tono ameno mientras mantenía su sonrisa.-El amor es algo imposible para mí, pues he descubierto un propósito mucho mayor que yo mismo. No trata solo de mí, trata de todos cuanto nos rodean.-Continuó, entrelazando los dedos de ambas manos mientras estas estaban apoyadas en la mesa.-Preguntas si alguna vez imaginé algo diferente a como soy ahora...-Se encogió de hombros y esbozó de nuevo otra sonrisa, esta vez melancólica.-Me veía como caballero de Lunargenta, dispuesto a las órdenes de mi rey, velando por mi reino y todos sus habitantes. Me veía casado, con hijos, una descendencia larga y fructífera, donde el apellido Sevna prosperara y mis antepasados estuvieran orgullosos.-Bajó la mirada mientras soltaba un suspiro. Su sonrisa melancólica no se le borraba, pues él encajaba su sino verdadero.-Es lo que todo hombre sueña, o a lo que debe aspirar... al menos un campesino sueña con eso.-Devolvió su mirada a los ojos ambarinos de la dragona.
Escuchó con atención la historia de Oromë; qué le pasó y por qué ocurrió todo. Aquel objeto maldito le jugó una mala pasada y la cambió, tanto que ahora mismo era solo un reflejo de la mujer que fue. Claramente, la dragona vivía sus horas más bajas, y no parecía contar con nadie que la sostuviera en ese derrumbamiento.
-Siempre se puede mejorar.-Comentó.-Yo tuve miedo de volver a empuñar una espada, pues me hirieron de muerte en un costado y me tiraron por una montaña; perdí un duelo, y ese fue mi castigo. Me jugué todo a una sola carta y yo solo no pude afrontar todo lo que se me vino. No estaba preparado, y desconocía qué había realmente... así que me hundí.-Hizo una mueca de disgusto.-Tu primo me salvó, me curó y Gali me ayudó a volver a confiar en mí mismo. No fue fácil, pero superé mis miedos y afronté de nuevo el objetivo que los dioses me habían impuesto: aniquilar la secta que quemó mi aldea, secuestró a mi hermana, me dio muerte y está oculta en las más oscuras sombras de la sociedad tejiendo planes devastadores.-Miró con decisión a los ojos de Oromë.-Salvaré al mundo, lucharé contra la Oscuridad que se cierne sobre esta tierra y defenderé el orden, la paz y la justicia de la vida de cada ser de Aerandir.
No fue un discurso ensayado. Ni siquiera sabía si lo que había dicho sonaba ridículo, pues gente como Oromë tachaban de idiotas idealistas a los que pensaban como Alward, pero él estaba decidido y moriría por ello. Mejor morir intentándolo que dejarse llevar por la corriente del caos y la destrucción que trae las acciones oscuras que un hombre o mujer pueden hacerle al mundo.
-Oromë.-Más tranquilo, comenzó otra charla.-Pase lo que pase, puedes escribirme, te encontraré y ayudaré en todo lo que pueda, te lo prometo, y esta vez no te fallaré.
Alward Sevna
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
Escuchó sus palabras con atención y no dejaba de preguntarse en qué clase de universo extraño se encontraba sentada ahora mismo. ¿Acaso no era todo lo que ella había soñado alguna vez? ¿No lo había hecho y tenido todo, para luego verlo deshacerse entre sus dedos?. La parte más profunda de ella deseaba gritarle que era un verdadero idiota por ignorar algo tan intrínseco para los humanos. Su vida era demasiado efímera para desperdiciarla en cosas aún más fugaces, que debería de disfrutar la idea de dejar una marca, pero sin la necesidad de desvanecerse como el humo en el aire. Pero... y ahí estaba ese gran e irrevocable, pero.
-Sabes, cuando deje mi vida en Dundarak, no me importaba absolutamente nada. La realidad es que no escogí esta vida porque me gustara; era la vida que me merecía y nada más. Como mujer y como guerrera del ejercito era alguien valiosa y mi honor estaba intacto. Era un orgullo poder ser tanto y cuando Gavriel y yo esperábamos nuestro primer hijo supe que no necesitaba nada más- Trató de tragarse el nudo en su garganta con un trago de té, pero este seguía allí, quitándole todo el aire a la habitación.
-Ahora no soy nadie, lo perdí todo y con ello cualquier parte de mi como mujer que alguien podría desposar y está bien para mí que sea así. No deseo pasar una segunda vez por ello...No puedo ni quiero- Entendía demasiado bien las palabras de Alward, y por muy tristes que llegasen a ser eran honestas y reales.
Su historia era tan dolorosa y algo que, viviendo en Ciudad Lagarto, era moneda común. Los débiles eran arrastrados por los más fuertes y nada florecía en un mundo así, en el mundo que ella se encontraba ahora y que no era nada fácil de salir.
Se observaban como las dos caras de una misma moneda, ninguna de las dos partes era algo sin la otra y así era esta vida, este territorio. Se necesitaba el caos para reconocer el orden. La luz de la oscuridad, lo bueno de lo malo. Un Alward para salvar el mundo, y una Oromë para quemarlo todo hasta las raíces... Odió profundamente ese reconocimiento de quienes eran otra vez y por lo que luchaban. Aunque ¿la dragona estaba luchando realmente?, ¿Qué la motivaba día a día que la hizo volver a ese lugar infernal?
Sintió que la habitación era demasiado pequeña para tanta personalidad junta. Suspiró, el derrotismo parecía derramarse en su expresión.
-Ya he hecho demasiado desastre en mi vida y en quienes me rodean al tomar el objeto maldito, estoy cansada y herida. Tengo una hija adoptiva que lucirá de 10 años por toda la eternidad Alward... La miro y no puedo evitar pensar que luce de la edad que tendría aquel bebé ahora mismo. Me pregunto si es un regalo de algún Dios maldito u otro castigo porque yo moriré y ella...- “Estará tan sola como yo”.
No se animaba a decirlo en voz alta, aunque era una verdad aplastante. -No hubo nadie que evitara que ella se transformara en vampiro, tampoco lo hubo para mí, ni mi hermana y su condenado esposo, y lo que te hicieron a ti... No soy yo la que necesita ayuda Alward, sino tú. Seamos realistas, no puedes salvarlos a todos- Se postraría a sus pies si realmente lograba su objetivo sin ningún plan que signifique el volverse un mártir, pero sería una ilusa si creyera por un segundo que el humano frente a ella no le sonreía a la muerte sin miedo alguno. - ¿Qué ves cuando me observas? Yo sigo siendo parte de ese mundo que tanto anhelas erradicar. Sigo siendo Señora de este lugar hasta cierto punto ¿Qué harás conmigo si lo que haga con esta Ciudad se interpone con tus planes? -
-Sabes, cuando deje mi vida en Dundarak, no me importaba absolutamente nada. La realidad es que no escogí esta vida porque me gustara; era la vida que me merecía y nada más. Como mujer y como guerrera del ejercito era alguien valiosa y mi honor estaba intacto. Era un orgullo poder ser tanto y cuando Gavriel y yo esperábamos nuestro primer hijo supe que no necesitaba nada más- Trató de tragarse el nudo en su garganta con un trago de té, pero este seguía allí, quitándole todo el aire a la habitación.
-Ahora no soy nadie, lo perdí todo y con ello cualquier parte de mi como mujer que alguien podría desposar y está bien para mí que sea así. No deseo pasar una segunda vez por ello...No puedo ni quiero- Entendía demasiado bien las palabras de Alward, y por muy tristes que llegasen a ser eran honestas y reales.
Su historia era tan dolorosa y algo que, viviendo en Ciudad Lagarto, era moneda común. Los débiles eran arrastrados por los más fuertes y nada florecía en un mundo así, en el mundo que ella se encontraba ahora y que no era nada fácil de salir.
Se observaban como las dos caras de una misma moneda, ninguna de las dos partes era algo sin la otra y así era esta vida, este territorio. Se necesitaba el caos para reconocer el orden. La luz de la oscuridad, lo bueno de lo malo. Un Alward para salvar el mundo, y una Oromë para quemarlo todo hasta las raíces... Odió profundamente ese reconocimiento de quienes eran otra vez y por lo que luchaban. Aunque ¿la dragona estaba luchando realmente?, ¿Qué la motivaba día a día que la hizo volver a ese lugar infernal?
Sintió que la habitación era demasiado pequeña para tanta personalidad junta. Suspiró, el derrotismo parecía derramarse en su expresión.
-Ya he hecho demasiado desastre en mi vida y en quienes me rodean al tomar el objeto maldito, estoy cansada y herida. Tengo una hija adoptiva que lucirá de 10 años por toda la eternidad Alward... La miro y no puedo evitar pensar que luce de la edad que tendría aquel bebé ahora mismo. Me pregunto si es un regalo de algún Dios maldito u otro castigo porque yo moriré y ella...- “Estará tan sola como yo”.
No se animaba a decirlo en voz alta, aunque era una verdad aplastante. -No hubo nadie que evitara que ella se transformara en vampiro, tampoco lo hubo para mí, ni mi hermana y su condenado esposo, y lo que te hicieron a ti... No soy yo la que necesita ayuda Alward, sino tú. Seamos realistas, no puedes salvarlos a todos- Se postraría a sus pies si realmente lograba su objetivo sin ningún plan que signifique el volverse un mártir, pero sería una ilusa si creyera por un segundo que el humano frente a ella no le sonreía a la muerte sin miedo alguno. - ¿Qué ves cuando me observas? Yo sigo siendo parte de ese mundo que tanto anhelas erradicar. Sigo siendo Señora de este lugar hasta cierto punto ¿Qué harás conmigo si lo que haga con esta Ciudad se interpone con tus planes? -
Oromë Vánadóttir
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
-Sé que no puedo salvarlos a todos.-Dijo toscamente, los dedos de ambas manos entrecruzados y haciendo fuerza ante una verdad inevitable y firme.-Y me lo han dicho cientos de veces: quienes te intentaron matar cuando nos conocimos, en la Guardia, cualquiera que me haya cruzado en mi vida...-Se mordió el labio inferior, con rabia. Pero entonces se percató que estaba siendo descortés y se relajó. Oromë no tenía malas intenciones para con él, pero había dado con algo que al Sevna le molestaba y dolía.-Erik Vacuum.-Rompió el breve silencio incómodo que se había generado. La miró a los ojos, con firmeza.-Él fue quien me mató.-Lo soltó sin contemplaciones.-...me dijo que era inútil salvar este mundo si el propio mundo no quería ser salvado.-Calló, dolorido en su alma, solo para romper otra vez el silencio recriminándole cosas al propio destino.-Él fue quien tuvo las agallas de decirme en claro lo que todo el mundo piensa. Él me reveló cuál era el problema del mundo, y sin quererlo, me dio más motivos para luchar cuando me atravesó con aquella espada el torso.
La cicatriz que aquello le había causado hacía tiempo que se había cerrado y curado, pero como un breve dolor fantasma, el mismo que tienen aquellos que pierden extremidades y las vuelven a sentir, notó cómo un filo punzante le atravesaba la herida y un dolor eléctrico le recorría el abdomen.
-No puedo salvar a todos, Oromë.-Suspiró, bajando brevemente su mirada. Acto seguido, volvió a mirar a la dragona. Sereno, pero con total convencimiento.-Pero haré todo lo que esté en mi mano y entregaré mi vida para que este mundo sea un lugar mejor.
La siguiente pregunta de Oromë lo dejó un poco estupefacto: "¿Qué ves cuando me observas?". Había tantas respuestas a eso, que no se decantaba cuál era la más verdadera de todas.
-Yo veo a mi amiga, mi... aliada.-Torció el gesto.-Pero también veo a la líder de una ciudad que se desmorona sola, a quien ha hecho cosas fuera del orden y la ley, y a alguien que se ha estancado en esta vida...-Suspiró, apenado. Y es que había gente que, por mucho que él lo intentase, jamás cambiaba.-También veo mi amor en ti, y lo que has significado. Mentiría si dijera que no es cierto que cada vez que te veo una parte de mí sigue en ti.-Se ruborizó, quizás había hablado demasiado.-No es mi guerra parar tus planes. Pero si alguna vez haces algo que comprometa aquello que defiendo y por lo que lucho, no podré mirar para otro lado.
Podría proponerle abandonar aquella vida, todo lo malo y lo tóxico que la rodeaba, y empezar de cero. Arreglar el mundo, ayudarlo a salvarse, proponer un orden basado en el libre albedrío en el que cada cual es dueño de su vida y sus decisiones, siempre y cuando no haga daño a los demás con alevosía.
-...-La miró, indeciso por si pedírselo o no.-Si te pidiera que me ayudaras, ¿Lo harías? Sería un nuevo comienzo para ti, y podrías construirte un futuro mucho mejor para ti y para Sena.
Alward Sevna
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
-Tu ya me has salvado... No tienes que hacerlo una vez más, pero...- Apretó los puños con fuerza mientras agachaba la cabeza, su cabello como una cortina cubriendo su mirada alborotada y la rabia creciente mientras se mordía los labios. -Todos quieren ser salvados, pero no vale nada si quien lo hace no los conoce. ¿Sabes lo que vi mientras era capaz de sanar las vidas de cientos de personas? ¿De devolverles la vida? Fui golpeada y mancillada mientras padres se cortaban sus brazos o piernas para salvar a sus hijos desnutridos, de regreso a una vida que no mejoraría. - Ella conocía ese sentimiento de ineptitud, de ser incapaz de lograr algo por tus propios medios para proteger lo que más amas... Y la locura que venía con ella. -Un comandante del ejército mató a su propia sangre para recuperarse a sí mismo, él deseaba volver a sus años de gloria- Se cubrió la cara con una mano, en busca de la calma, de ralentizar su respiración y de borrar la imagen de la cabeza putrefacta de aquella pobre niña.
-Lo que quiero decir, es que todos me conocían como alguien capaz de salvarlos. Pero nadie me vio como una heroína o una santa merecedora de alabanzas y elogios. No era más que un medio para un fin, una cosa y no una persona, lista para ser usada a la fuerza y descartada. Al final del día esa es la cruda realidad de este mundo Alward... Te usan o los usas primero, y lo sé, no buscas reconocimiento, pero no podrás cambiar algo tan intrínseco en las personas como lo es el deseo de satisfacción-
No le gustaba lo que oía, aunque sabía que era lo que demostraba y a veces también sentía.
-Mi vida no se ha estancado, ya la he tenido y era buena y también la he perdido- Negó con la cabeza, intentando no explotar frente a él. No quería enojarse, no quería que viera que tanto le afectaba para mal sus palabras.
-¿Acaso te escuchas? Me estas ofreciendo más de lo mismo. ¿Quieres que pelee para ti y de mi vida también? Tu idea de mejorar mi futuro es seguir luchando mientras abandono a Sena con la pequeña esperanza de regresar con vida...- ¿Como decirle de una mejor forma que esta, que no compartía en lo más mínimo su ideal y que hasta cierto punto la detestaba por la misma razón que detestaba al mundo entero? Ya arriesgaba su vida a diario de esta forma, no había ninguna diferencia al posible plan que Alward tenía en mente, o al menos eso pensaba. Además de que ella también era egoísta, tenía sus propios deseos que satisfacer y ya que nadie antes se los había cumplido pues no quedaba otra que hacerlo por sí misma, costara lo que le costara.
-Si solo me pidieras que dejara todo esto para huir juntos, dejar atrás a todo el mundo e ir a alguna parte donde nada pueda afectarnos, me harías dudar lo suficiente para sacarme el sí de entre mis dientes... Pero sé que no lo harás jamás. No puedo obligarte a algo que no deseas, y yo te pido que, por favor, no me pidas que te vea morir- Se le quebró la voz mientras lo miraba con el peso de todo el dolor que eso le ocasionaría, de lo que ya sentía que sucedería de forma inminente y era a esta altura nada más que un pensamiento veloz pero que hacía mella en su interior de forma desproporcionada.
Así como aquel amor, aquella parte de él existía dentro de ella, también Oromë estaba en él. La mejor parte de sí misma, una que tal vez ya no existía en su propio cuerpo... Y podía sentirla morir poco a poco. Alward iba a dejarla morir de esa forma y ya no habría nada ni nadie que la salvaría de sí misma.
-Eres cruel, Alward, más de lo que te imaginas. Sería más fácil si aprovecharas este momento y me clavaras a Værdi en el pecho. Dolería menos y te quitarías un problema en el futuro- Su tono era algo irónico, pero también había resignación, como si admitiera la verdad de lo que deparaba el avance del tiempo.
-Lo que quiero decir, es que todos me conocían como alguien capaz de salvarlos. Pero nadie me vio como una heroína o una santa merecedora de alabanzas y elogios. No era más que un medio para un fin, una cosa y no una persona, lista para ser usada a la fuerza y descartada. Al final del día esa es la cruda realidad de este mundo Alward... Te usan o los usas primero, y lo sé, no buscas reconocimiento, pero no podrás cambiar algo tan intrínseco en las personas como lo es el deseo de satisfacción-
No le gustaba lo que oía, aunque sabía que era lo que demostraba y a veces también sentía.
-Mi vida no se ha estancado, ya la he tenido y era buena y también la he perdido- Negó con la cabeza, intentando no explotar frente a él. No quería enojarse, no quería que viera que tanto le afectaba para mal sus palabras.
-¿Acaso te escuchas? Me estas ofreciendo más de lo mismo. ¿Quieres que pelee para ti y de mi vida también? Tu idea de mejorar mi futuro es seguir luchando mientras abandono a Sena con la pequeña esperanza de regresar con vida...- ¿Como decirle de una mejor forma que esta, que no compartía en lo más mínimo su ideal y que hasta cierto punto la detestaba por la misma razón que detestaba al mundo entero? Ya arriesgaba su vida a diario de esta forma, no había ninguna diferencia al posible plan que Alward tenía en mente, o al menos eso pensaba. Además de que ella también era egoísta, tenía sus propios deseos que satisfacer y ya que nadie antes se los había cumplido pues no quedaba otra que hacerlo por sí misma, costara lo que le costara.
-Si solo me pidieras que dejara todo esto para huir juntos, dejar atrás a todo el mundo e ir a alguna parte donde nada pueda afectarnos, me harías dudar lo suficiente para sacarme el sí de entre mis dientes... Pero sé que no lo harás jamás. No puedo obligarte a algo que no deseas, y yo te pido que, por favor, no me pidas que te vea morir- Se le quebró la voz mientras lo miraba con el peso de todo el dolor que eso le ocasionaría, de lo que ya sentía que sucedería de forma inminente y era a esta altura nada más que un pensamiento veloz pero que hacía mella en su interior de forma desproporcionada.
Así como aquel amor, aquella parte de él existía dentro de ella, también Oromë estaba en él. La mejor parte de sí misma, una que tal vez ya no existía en su propio cuerpo... Y podía sentirla morir poco a poco. Alward iba a dejarla morir de esa forma y ya no habría nada ni nadie que la salvaría de sí misma.
-Eres cruel, Alward, más de lo que te imaginas. Sería más fácil si aprovecharas este momento y me clavaras a Værdi en el pecho. Dolería menos y te quitarías un problema en el futuro- Su tono era algo irónico, pero también había resignación, como si admitiera la verdad de lo que deparaba el avance del tiempo.
Oromë Vánadóttir
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
La realidad que planteaba Oromë era distinta a la que él veía, o al menos sus contextos estaban muy distinguidos entre sí. Uno jamás entendería al otro o actuaría bajo sus ideales, y eso era lo que Alward debía evitar en su empresa. No podía hacer nada si en primer lugar no eran leales a la causa.
El Sevna cerró los ojos y suspiró.
Lo que la dragona le relataba hacía entender su punto de vista, pero no podía defenderlo aun así.
-No hiciste nada malo, Oromë.-Rompió al fin su silencio.-Y te empeñas en creer que sí. ¿Por qué? ¿Porque es lo que todo el mundo espera de ti?
Apretó los puños y dio un golpe sobre la mesa, frustrado y enrabietado.
-¡Tu vida no se ha perdido, maldita sea! Todavía te quedan muchas cosas por hacer y seguro que gente por la que luchar. ¿No quieres el bien en este mundo? Genial, pero al menos lucha por aquellos a quienes amas. Sigues teniendo una familia en Dundarak, ¿No? Ahora tienes a Sena también... Protege todo lo que te importa y no caigas en lo que los demás esperan de ti, porque aquí no te espera nada bueno.-Suspiró de nuevo, calmándose.-Cuando adopté el miedo a empuñar una espada, Gali me enseñó que los miedos, al igual que nuestras acciones, son impulsados o generados en nuestra mente. Nuestros pensamientos es lo que germina nuestra forma de actuar.-Se acomodó en su asiento.-Es decir, que tu vida se perderá si así sigues pensando.-Le dijo con total claridad y rotundidad.
Ella tenía en sus manos controlar su vida, al igual que desde siempre él tuvo en sus manos agarrar una espada y luchar contra la maldad que reinaba en el mundo. Eso lo había comprendido con Gali, y fue ratificado en el templo perdido de los Stellazios.
Por eso mismo no podía dejarlo todo e irse a vivir una vida tranquila. No podía abandonar esa misión, no podía dejar que el mundo fuera destruido por aquellos que son capaces de hacer lo que sea para satisfacer sus propias necesidades egoístas. Por ende, no podía dejar que las Sierpres siguieran adelante con sus planes.
-Ten cuidado, Oromë.-Le dijo de repente.-Hay serpientes sueltas en esta ciudad, y aún no sé cómo descubrirlas...-Según el líder de las Sierpes, uno de sus objetivos sería establecerse en Ciudad Lagarto. Y puede que con el tiempo que ha pasado de aquello, ya estén allí.-Amenazaron Matthew Owens, y... ¿Has tenido noticias suyas últimamente?-Guardó silencio. No era algo que pudiera afirmar, pero tampoco se podía pasar por alto.-Yo... no puedo hacer nada todavía. No tengo ningún plan ni sé quiénes son, pero dame tiempo y volveré a por ellos.
Su gesto se torció cuando ella indicó sutilmente, o no tanto, que acabara con ella en ese preciso instante para ahorrarse futuros problemas.
-No eres mi enemiga. Aunque tengas una vida al margen de la ley y seas la líder de la ciudad con más delincuencia del mundo, no has hecho nada malo.-Apretó la mandíbula.-No soy ningún fanático...-Dijo casi en un susurro.
Era algo que siempre se le achacaba. "La justicia perfecta no existe", le decían, y obvio que así era. Perseguir un ideal perfecto era imposible, pero al menos sí que podía hacer lo moralmente correcto para beneficio de todos. Lograr un mundo mejor no era utópico a su parecer, con simples acciones ya se conseguía. No hacía falta vencer a la Oscuridad como hicieron los Stellazios, eso estaba al nivel de héroes de leyenda, y él no era eso. Pero si podía dejarse guiar por ideales y convicciones nobles y justos, ¿Por qué no debería hacerlo si en eso era en lo que creía?
De pronto, se reincorporó sobre sus rodillas y se acercó a Oromë dejando la mitad superior de su tronco por debajo de la mesa ratona.
-Jugar a ver quién tiene la razón es un error.-Le dijo mirándola a los ojos.-Puedo ayudarte cuando lo necesites, y te juro que esta vez no te fallaré. Mis sentimientos por ti no han cambiado, por eso quiero que estés conmigo. Sé que es difícil y no es probable que cambies de parecer, pero así están las cosas.
Sintió un breve impulso de besarla que duró un solo segundo. Ello fue consumido por la duda y al final volvió a sentarse en su sitio, pues no quería empeorar las cosas o que todo resultara más incómodo.
A veces, él también mismo dudaba de sus palabras, y deseaba, aunque solo fuese en un pensamiento fugaz y escondido dentro de su mente, abandonar aquella vida y vivir de una forma más sencilla y apacible.
El Sevna cerró los ojos y suspiró.
Lo que la dragona le relataba hacía entender su punto de vista, pero no podía defenderlo aun así.
-No hiciste nada malo, Oromë.-Rompió al fin su silencio.-Y te empeñas en creer que sí. ¿Por qué? ¿Porque es lo que todo el mundo espera de ti?
Apretó los puños y dio un golpe sobre la mesa, frustrado y enrabietado.
-¡Tu vida no se ha perdido, maldita sea! Todavía te quedan muchas cosas por hacer y seguro que gente por la que luchar. ¿No quieres el bien en este mundo? Genial, pero al menos lucha por aquellos a quienes amas. Sigues teniendo una familia en Dundarak, ¿No? Ahora tienes a Sena también... Protege todo lo que te importa y no caigas en lo que los demás esperan de ti, porque aquí no te espera nada bueno.-Suspiró de nuevo, calmándose.-Cuando adopté el miedo a empuñar una espada, Gali me enseñó que los miedos, al igual que nuestras acciones, son impulsados o generados en nuestra mente. Nuestros pensamientos es lo que germina nuestra forma de actuar.-Se acomodó en su asiento.-Es decir, que tu vida se perderá si así sigues pensando.-Le dijo con total claridad y rotundidad.
Ella tenía en sus manos controlar su vida, al igual que desde siempre él tuvo en sus manos agarrar una espada y luchar contra la maldad que reinaba en el mundo. Eso lo había comprendido con Gali, y fue ratificado en el templo perdido de los Stellazios.
Por eso mismo no podía dejarlo todo e irse a vivir una vida tranquila. No podía abandonar esa misión, no podía dejar que el mundo fuera destruido por aquellos que son capaces de hacer lo que sea para satisfacer sus propias necesidades egoístas. Por ende, no podía dejar que las Sierpres siguieran adelante con sus planes.
-Ten cuidado, Oromë.-Le dijo de repente.-Hay serpientes sueltas en esta ciudad, y aún no sé cómo descubrirlas...-Según el líder de las Sierpes, uno de sus objetivos sería establecerse en Ciudad Lagarto. Y puede que con el tiempo que ha pasado de aquello, ya estén allí.-Amenazaron Matthew Owens, y... ¿Has tenido noticias suyas últimamente?-Guardó silencio. No era algo que pudiera afirmar, pero tampoco se podía pasar por alto.-Yo... no puedo hacer nada todavía. No tengo ningún plan ni sé quiénes son, pero dame tiempo y volveré a por ellos.
Su gesto se torció cuando ella indicó sutilmente, o no tanto, que acabara con ella en ese preciso instante para ahorrarse futuros problemas.
-No eres mi enemiga. Aunque tengas una vida al margen de la ley y seas la líder de la ciudad con más delincuencia del mundo, no has hecho nada malo.-Apretó la mandíbula.-No soy ningún fanático...-Dijo casi en un susurro.
Era algo que siempre se le achacaba. "La justicia perfecta no existe", le decían, y obvio que así era. Perseguir un ideal perfecto era imposible, pero al menos sí que podía hacer lo moralmente correcto para beneficio de todos. Lograr un mundo mejor no era utópico a su parecer, con simples acciones ya se conseguía. No hacía falta vencer a la Oscuridad como hicieron los Stellazios, eso estaba al nivel de héroes de leyenda, y él no era eso. Pero si podía dejarse guiar por ideales y convicciones nobles y justos, ¿Por qué no debería hacerlo si en eso era en lo que creía?
De pronto, se reincorporó sobre sus rodillas y se acercó a Oromë dejando la mitad superior de su tronco por debajo de la mesa ratona.
-Jugar a ver quién tiene la razón es un error.-Le dijo mirándola a los ojos.-Puedo ayudarte cuando lo necesites, y te juro que esta vez no te fallaré. Mis sentimientos por ti no han cambiado, por eso quiero que estés conmigo. Sé que es difícil y no es probable que cambies de parecer, pero así están las cosas.
Sintió un breve impulso de besarla que duró un solo segundo. Ello fue consumido por la duda y al final volvió a sentarse en su sitio, pues no quería empeorar las cosas o que todo resultara más incómodo.
A veces, él también mismo dudaba de sus palabras, y deseaba, aunque solo fuese en un pensamiento fugaz y escondido dentro de su mente, abandonar aquella vida y vivir de una forma más sencilla y apacible.
Alward Sevna
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
"... ¿Porque es lo que todo el mundo espera de ti?". Lo miró con sorpresa y en completo silencio. Honestamente no sabía cómo responderle a eso; la dragona había perdido a su marido por culpa de soldados corruptos que odiaban la idea de un don nadie al mando y luego a su hijo nonato, cuando salió de su estupor la venganza fue lo único que le dio algo de paz en aquel momento. Perseguirlos y matarlos a todos había sido placentero, pero no era suficiente, pues eran heridas que no sanarían jamás.
Lo que siguió fue una vida lejos de pacifica, la idea de comenzar una nueva familia era intolerable, como si les faltara el respeto a la que ella decidió crear. Lo único que calmaba su alma era la matanza, y vaya que tuvo demasiado de ella. Robar era fácil, pero matar... con el tiempo era como arrancarse un pedacito de piel alrededor de las uñas: a veces dolía, pero era momentáneo. ¿Acaso eso no la hacía alguien malo? Si no lo era entonces, ¿Que era ella? ¿Un producto de sucesos negativos y ya?... No dejaba de preguntarse si realmente había una forma de comenzar de cero. Sonaba surrealista y hasta rozaba la locura de solo considerarlo o imaginárselo.
El golpe que Alward hizo sobre la mesa la sacó de su ensoñación, de aquella imagen improbable en la que la cara de quien la acompañaba en una nueva vida era la de él. Y gracias a los Dioses por ello, porque de cierta manera le asustaba ese futuro.
-Mi familia tiene su propia vida que vivir, no necesitan de mí y mis problemas, ni siquiera saben que sigo viva y lo prefiero así- Observó su taza, el té estaba helado, tanto como ella.
Maldito Gali, era demasiado bueno con las palabras, pero hasta ahí llegaba. No podía compararse la situación de ambos, pero no estaba equivocado en nada. Aun así, sonaba lo siguiente a complicado, ella sentía que aún no había terminado su trabajo con esta ciudad maldita.
-Matthew no es fácil de matar, volverá cuando ya se haya aburrido. - Recordó lo que Owens le había dicho una vez respecto a Alward. "Que nunca se te olvide: Ellos no son iguales a nosotros", y tenía razón. Era incapaz de sacar su vista de él por esas mismas cosas que lo hacían diferente. Luego de tantos años haciendo lo mismo, era como un soplo de aire fresco de que el humano no la veía con desprecio, ni siquiera cuando su trabajo era capturarla en un comienzo. Siempre le había dado el beneficio de la duda y jamás le había mostrado la espalda.
- ¿Tienes idea si saben que estoy viva? - Se levantó de su asiento para tirar el té frio y se sirvió uno nuevo, acomodándose de nuevo en su lugar. -No les tengo miedo, se meten en el nido equivocado. Sin Matthew aquí tengo más libertad de hacer lo que quiera- Su mirada era siniestra, y prometía problemas aunque no necesariamente por su propia mano y fuerza fisica. No mentía con ello, esta Ciudad le pertenecía a ella si ignoraba el que Lazid era un inútil fácil de engatusar. Por un momento era la vieja Oromë, salvaje y siempre lista para lanzar el primer puñetazo a cualquiera que mirara dos veces a su lugar.
-No he terminado aquí Alward. Tengo muchas cosas que hacer aún y planeo recuperar lo que me gané, pero primero debo sanar mis cicatrices. Voy a tenerlo todo de regreso, haré a Lagarto nueva y fructífera, la haré lo que todo ladrón y asesino desea de un pueblo sin ley... Para luego hacerla caer sobre si misma; yo ayudé a fundarla y yo seré quien dictamine su final. Deja que vengan, será divertido- Había pensado mucho las cosas durante un buen tiempo, si tenía que considerar esta charla también, tal vez este era un buen inicio para comenzar de nuevo y posiblemente una nueva vida sin su pasado atándola.
- ¿Por qué quieres que este contigo? Seré como una cojera. - Quiso acariciar su mejilla antes de que él volviera a sentarse del otro lado de la mesa, pero cuando se decidió ya era tarde.
-Te mentí hace un rato... Yo podría darte mi vida si me lo pidieras, porque es lo único que puedo hacer si la tuya estuviera en peligro ya que no estuve allí la primera vez para protegerte. Me habría puesto en medio de aquella herida en tu pecho sin pensarlo... pero yo no espero ser tu prioridad ni lo estoy pidiendo. - Negó con un movimiento simple de su cabeza y una sonrisa lastimosa en sus labios. Había que estar ciego para no notar lo mucho que se querían, pero de alguna extraña forma se lastimaban mutuamente queriendo proteger al otro sin exponerlo.
Lo que siguió fue una vida lejos de pacifica, la idea de comenzar una nueva familia era intolerable, como si les faltara el respeto a la que ella decidió crear. Lo único que calmaba su alma era la matanza, y vaya que tuvo demasiado de ella. Robar era fácil, pero matar... con el tiempo era como arrancarse un pedacito de piel alrededor de las uñas: a veces dolía, pero era momentáneo. ¿Acaso eso no la hacía alguien malo? Si no lo era entonces, ¿Que era ella? ¿Un producto de sucesos negativos y ya?... No dejaba de preguntarse si realmente había una forma de comenzar de cero. Sonaba surrealista y hasta rozaba la locura de solo considerarlo o imaginárselo.
El golpe que Alward hizo sobre la mesa la sacó de su ensoñación, de aquella imagen improbable en la que la cara de quien la acompañaba en una nueva vida era la de él. Y gracias a los Dioses por ello, porque de cierta manera le asustaba ese futuro.
-Mi familia tiene su propia vida que vivir, no necesitan de mí y mis problemas, ni siquiera saben que sigo viva y lo prefiero así- Observó su taza, el té estaba helado, tanto como ella.
Maldito Gali, era demasiado bueno con las palabras, pero hasta ahí llegaba. No podía compararse la situación de ambos, pero no estaba equivocado en nada. Aun así, sonaba lo siguiente a complicado, ella sentía que aún no había terminado su trabajo con esta ciudad maldita.
-Matthew no es fácil de matar, volverá cuando ya se haya aburrido. - Recordó lo que Owens le había dicho una vez respecto a Alward. "Que nunca se te olvide: Ellos no son iguales a nosotros", y tenía razón. Era incapaz de sacar su vista de él por esas mismas cosas que lo hacían diferente. Luego de tantos años haciendo lo mismo, era como un soplo de aire fresco de que el humano no la veía con desprecio, ni siquiera cuando su trabajo era capturarla en un comienzo. Siempre le había dado el beneficio de la duda y jamás le había mostrado la espalda.
- ¿Tienes idea si saben que estoy viva? - Se levantó de su asiento para tirar el té frio y se sirvió uno nuevo, acomodándose de nuevo en su lugar. -No les tengo miedo, se meten en el nido equivocado. Sin Matthew aquí tengo más libertad de hacer lo que quiera- Su mirada era siniestra, y prometía problemas aunque no necesariamente por su propia mano y fuerza fisica. No mentía con ello, esta Ciudad le pertenecía a ella si ignoraba el que Lazid era un inútil fácil de engatusar. Por un momento era la vieja Oromë, salvaje y siempre lista para lanzar el primer puñetazo a cualquiera que mirara dos veces a su lugar.
-No he terminado aquí Alward. Tengo muchas cosas que hacer aún y planeo recuperar lo que me gané, pero primero debo sanar mis cicatrices. Voy a tenerlo todo de regreso, haré a Lagarto nueva y fructífera, la haré lo que todo ladrón y asesino desea de un pueblo sin ley... Para luego hacerla caer sobre si misma; yo ayudé a fundarla y yo seré quien dictamine su final. Deja que vengan, será divertido- Había pensado mucho las cosas durante un buen tiempo, si tenía que considerar esta charla también, tal vez este era un buen inicio para comenzar de nuevo y posiblemente una nueva vida sin su pasado atándola.
- ¿Por qué quieres que este contigo? Seré como una cojera. - Quiso acariciar su mejilla antes de que él volviera a sentarse del otro lado de la mesa, pero cuando se decidió ya era tarde.
-Te mentí hace un rato... Yo podría darte mi vida si me lo pidieras, porque es lo único que puedo hacer si la tuya estuviera en peligro ya que no estuve allí la primera vez para protegerte. Me habría puesto en medio de aquella herida en tu pecho sin pensarlo... pero yo no espero ser tu prioridad ni lo estoy pidiendo. - Negó con un movimiento simple de su cabeza y una sonrisa lastimosa en sus labios. Había que estar ciego para no notar lo mucho que se querían, pero de alguna extraña forma se lastimaban mutuamente queriendo proteger al otro sin exponerlo.
Oromë Vánadóttir
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
Agachó la mirada con decepción. Nada parecía hacer entrar en razón a Oromë, y por más que lo intentara, la dragona no daba señales claras de querer abandonar esa vida, ni siquiera para estar junto a él.
-De ellos solo sé que operan en las sombras.-Respondió a la pregunta de Oromë sobre las Sierpes.-Tienen un plan para destruir ciertas ciudades claves de todo el continente y posiblemente las islas también. Quieren hacer su propio Ragnarök, y entonces a partir de ahí moldear el mundo a su gusto. Están locos...-Dijo eso último con la mirada perdida.
De nuevo, aunque intentaba llevársela a su terreno, la dragona era imposible de convencer o siquiera atemorizar. Esa cabezonería no le traería nada bueno, pero él no podía hacer nada. Se rindió.
-Tú vigílalos.-Volvió a mirarla a los ojos.-Prometo volver con un plan. No dejes que esta ciudad caiga en sus manos.
De pronto, cayó en la cuenta de algo. Después de curarse de sus heridas, la visita a Ciudad Lagarto la quería aprovechar para buscar información sobre el Arquero Carmesí, su amigo Emmanuel quien había escogido una vida fugitiva y de justiciero, más al margen de la ley que cualquier mercenario.
-Por cierto.-Llamó su atención.-Necesitaré encontrar a alguien que pueda darme información sobre el Arquero Carmesí, ¿Te suena?-Preguntó con la esperanza de que si ella sabía algo, se ahorraría muchas molestias, aunque al menos si no era así, le indicase a quién buscar en esa ciudad llena de bandidos y forajidos.-Quizás se haya dejado ver por aquí, o alguien haya escuchado de él y sus historias. Cualquier cosa me vale.
-De ellos solo sé que operan en las sombras.-Respondió a la pregunta de Oromë sobre las Sierpes.-Tienen un plan para destruir ciertas ciudades claves de todo el continente y posiblemente las islas también. Quieren hacer su propio Ragnarök, y entonces a partir de ahí moldear el mundo a su gusto. Están locos...-Dijo eso último con la mirada perdida.
De nuevo, aunque intentaba llevársela a su terreno, la dragona era imposible de convencer o siquiera atemorizar. Esa cabezonería no le traería nada bueno, pero él no podía hacer nada. Se rindió.
-Tú vigílalos.-Volvió a mirarla a los ojos.-Prometo volver con un plan. No dejes que esta ciudad caiga en sus manos.
De pronto, cayó en la cuenta de algo. Después de curarse de sus heridas, la visita a Ciudad Lagarto la quería aprovechar para buscar información sobre el Arquero Carmesí, su amigo Emmanuel quien había escogido una vida fugitiva y de justiciero, más al margen de la ley que cualquier mercenario.
-Por cierto.-Llamó su atención.-Necesitaré encontrar a alguien que pueda darme información sobre el Arquero Carmesí, ¿Te suena?-Preguntó con la esperanza de que si ella sabía algo, se ahorraría muchas molestias, aunque al menos si no era así, le indicase a quién buscar en esa ciudad llena de bandidos y forajidos.-Quizás se haya dejado ver por aquí, o alguien haya escuchado de él y sus historias. Cualquier cosa me vale.
Alward Sevna
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
Imaginó que Alward no entendía demasiado la forma en que la dragona veía las cosas, principalmente por lo decepcionado que se veía, cosa que le estrujaba el corazón enormemente. ¡Realmente quería!, pero no así, no como una carga constante. No estaba en un buen estado físico y su cabeza no estaba mucho mejor tampoco. No deseaba ser vista así, no quería que él descubriera que todo lo que tenía para sostenerse eran meras palabras de soberbia fingida y una máscara de socarronería. Lo seguiría a donde fuera si volvía a pedírselo, pero cuando el momento fuera adecuado y dejara de ser enemiga de su propio cuerpo y de su mente.
-Sus ideales suenan más idílicos que los tuyos. - De por si no tenía idea de cuánta gente tenían detrás de ellos para socavar cualquier ejército en Aerandir, pero lo que si estaba segura, y estando del otro lado del espectro, era lo difícil de mantener una unidad de personas con motivos infames. Podrían tener un ideal en común, pero nunca la misma resolución para llevarlo a cabo y por lo general terminaba rompiéndose desde adentro. Tal vez con algo de suerte -y un poco de presión interina- se disolverían por si solos... Pero por lo preocupado que el humano estaba, dudaba que fuera a suceder.
-Estaré aquí por un tiempo mientras mejoro mi salud, sino en la cabaña cerca del Medio, donde nos vimos la última vez. Si necesitan donde quedarse, pueden ir allí- No era mucho, pero había lugar suficiente para todos allí de ser necesario.
Observó por un momento la ventana, la vista afuera no era más que una oscuridad abrumadora, pero no sería eterna. La mañana vendría pronto y la hora de partir de Alward con ella.
-He estado lejos mucho tiempo, no tengo información al respecto, pero Cato o Maya podrían saber algo o guiarte mejor que yo hacía algún informante. Espero tengas muchos aeros porque no será barato- Consideró, aún seguía observando el exterior, sus pensamientos alejándose un poco de esta charla, atada a lo que debería hacer o decir después.
-Pronto amanecerá y tu amiga se quedará varada aquí si no se apresuran- Miró la taza como si esta tuviera las respuestas a todas las dudas y certezas del mundo. Suspiró de forma pesada, como si así pudiera quitarse todo lo que la mantenía atada a la tierra.
-Iré, cuando mis heridas mejoren te encontraré y empezaré de nuevo. Mientras tanto me quedaré aquí a mantener un ojo en la Ciudad, seguiré el juego y volveré a ser la Jefa de Salud.- Se levantó con los brazos cruzados, la mirada en el suelo si fuera una niña dando una disculpa por actuar de manera incorrecta. -Enviaré mensajes sutiles de mi regreso y tal vez eso los atraiga a querer trabajar conmigo si logro manejar a la población. No será fácil y llevara tiempo, pero si las Sierpes se quedan aquí sería más sencillo acabar con ellos que tenerlos a todos dispersos. ¿Qué dices? - Él podría idear un plan para matarlos a todos, pero ella podría preparar la Ciudad como si fuera una enorme ratonera.
-Sus ideales suenan más idílicos que los tuyos. - De por si no tenía idea de cuánta gente tenían detrás de ellos para socavar cualquier ejército en Aerandir, pero lo que si estaba segura, y estando del otro lado del espectro, era lo difícil de mantener una unidad de personas con motivos infames. Podrían tener un ideal en común, pero nunca la misma resolución para llevarlo a cabo y por lo general terminaba rompiéndose desde adentro. Tal vez con algo de suerte -y un poco de presión interina- se disolverían por si solos... Pero por lo preocupado que el humano estaba, dudaba que fuera a suceder.
-Estaré aquí por un tiempo mientras mejoro mi salud, sino en la cabaña cerca del Medio, donde nos vimos la última vez. Si necesitan donde quedarse, pueden ir allí- No era mucho, pero había lugar suficiente para todos allí de ser necesario.
Observó por un momento la ventana, la vista afuera no era más que una oscuridad abrumadora, pero no sería eterna. La mañana vendría pronto y la hora de partir de Alward con ella.
-He estado lejos mucho tiempo, no tengo información al respecto, pero Cato o Maya podrían saber algo o guiarte mejor que yo hacía algún informante. Espero tengas muchos aeros porque no será barato- Consideró, aún seguía observando el exterior, sus pensamientos alejándose un poco de esta charla, atada a lo que debería hacer o decir después.
-Pronto amanecerá y tu amiga se quedará varada aquí si no se apresuran- Miró la taza como si esta tuviera las respuestas a todas las dudas y certezas del mundo. Suspiró de forma pesada, como si así pudiera quitarse todo lo que la mantenía atada a la tierra.
-Iré, cuando mis heridas mejoren te encontraré y empezaré de nuevo. Mientras tanto me quedaré aquí a mantener un ojo en la Ciudad, seguiré el juego y volveré a ser la Jefa de Salud.- Se levantó con los brazos cruzados, la mirada en el suelo si fuera una niña dando una disculpa por actuar de manera incorrecta. -Enviaré mensajes sutiles de mi regreso y tal vez eso los atraiga a querer trabajar conmigo si logro manejar a la población. No será fácil y llevara tiempo, pero si las Sierpes se quedan aquí sería más sencillo acabar con ellos que tenerlos a todos dispersos. ¿Qué dices? - Él podría idear un plan para matarlos a todos, pero ella podría preparar la Ciudad como si fuera una enorme ratonera.
Oromë Vánadóttir
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
Alward observó a Oromë mientras ella hablaba de sus planes para retomar el control de la ciudad y utilizarla como una trampa para las Sierpes. Aunque sus métodos podían ser cuestionables, no podía negar que la dragona tenía una determinación feroz y una inteligencia estratégica que podía ser aprovechada en su beneficio. Al menos estaba dispuesta a luchar contra aquellos que amenazaban a la ciudad y a las personas que vivían en ella.
Escuchó atentamente su propuesta y sopesó las posibilidades. Era cierto que si lograban atraer a las Sierpes hacia Ciudad Lagarto, tendrían una ventaja táctica. Además, Oromë conocía la ciudad mejor que nadie y podía utilizar ese conocimiento a su favor. No obstante, también era consciente de los riesgos y peligros que ello conllevaba.
-Entiendo tu plan y veo su potencial.-Comentó Alward, su voz reflejando seriedad y determinación.-Puedes contar con mi apoyo si te ves en apuros.
Alward se apartó ligeramente y miró a Oromë a los ojos. -No estás sola. Cuando me necesites, estaré aquí contigo.-Insistió.
Con esas palabras, Alward se dirigió hacia la puerta, listo para comenzar la siguiente fase de su misión. Sabía que el camino por delante sería peligroso y lleno de desafíos, pero el encontrar a Oromë había supuesto un pequeño respiro en ese mar de asniedad y estrés en el que estaba sumido.
Antes de irse, se envaró y se colocó de nuevo su máscara. Tras eso, miró hacia atrás, hacia la dragona.
-Dame tiempo y volveré, necesito hablar contigo. ¿Puedo contar con eso?
Escuchó atentamente su propuesta y sopesó las posibilidades. Era cierto que si lograban atraer a las Sierpes hacia Ciudad Lagarto, tendrían una ventaja táctica. Además, Oromë conocía la ciudad mejor que nadie y podía utilizar ese conocimiento a su favor. No obstante, también era consciente de los riesgos y peligros que ello conllevaba.
-Entiendo tu plan y veo su potencial.-Comentó Alward, su voz reflejando seriedad y determinación.-Puedes contar con mi apoyo si te ves en apuros.
Alward se apartó ligeramente y miró a Oromë a los ojos. -No estás sola. Cuando me necesites, estaré aquí contigo.-Insistió.
Con esas palabras, Alward se dirigió hacia la puerta, listo para comenzar la siguiente fase de su misión. Sabía que el camino por delante sería peligroso y lleno de desafíos, pero el encontrar a Oromë había supuesto un pequeño respiro en ese mar de asniedad y estrés en el que estaba sumido.
Antes de irse, se envaró y se colocó de nuevo su máscara. Tras eso, miró hacia atrás, hacia la dragona.
-Dame tiempo y volveré, necesito hablar contigo. ¿Puedo contar con eso?
Alward Sevna
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Re: Heridas en la Ciudad Lagarto [Privado] [Cerrado]
Él era un tonto, un verdadero idiota demasiado bueno para este mundo y para ella, y sin embargo le era imposible no sentir cierta fascinación.
Un poco se preguntaba si esta idea que había tenido era para hacer algo por ella misma o por Alward. Tenía ciertas dudas de si podría funcionar o no, pero albergaba una pizca de esperanza, cualquier cosa era suficiente si eso significaba que el humano dejaría de ocultarse y tal vez, solo tal vez, tendrían una vida más tranquila, lejos de tanto ruido y de la inmundicia de la gente...
Un pestañeó y casi podía verlo, una casa propia, una granja familiar con árboles de naranjo y sus flores favoritas para cuidar, calidez en cada rincón... risas, muchas risas.
Volvió a pestañear y todo eso y más fue remplazado por la sala de descanso. Simplemente asintió a todo lo que él le decía. Su cara una máscara de calma, aunque sus ojos estaban brillosos tanto por el cansancio como por la partida de Alward. -Solo si prometes que no harás nada que implique convertirte en un mártir. - Se acercó mientras él se colocaba su mascara y acomodó la parte delantera de esta al igual que su ropa ligeramente desaliñada. -Solo prometamos no hacer estupideces que nos superen ¿Sí?... Ahora anda, vete- Lo giró sobre sus talones y le dio un leve empujón para que este terminara de cruzar el umbral hacia la calle.
No le dijo adiós, ni siquiera un hasta luego. Era válido soñar con un futuro mejor, pero ambos eran adultos que sabían mejor que nadie que no todo es siempre como se esperaba. Mentiría si dijera que no tenía miedo por él. De hecho, estaba aterrada, pero ¿cambiaría algo, aunque lo gritara frente a su rostro? Lo conocía demasiado bien para saber que Alward era imposible de frenar. Ella también lo era de cierta forma.
Se sentó cerca de la ventana y tomó uno de los cigarrillos de clavo de olor que Gali había olvidado en la tienda y lo encendió sin mirar la llama de la vela. No quitó la vista del exterior mientras el sol se asomaba e iluminaba de a poco las calles llenas de barro de la Ciudad.
No era la primera vez que prácticamente echaba a un hombre por la puerta para que hiciera su trabajo, pero esperaba que no se repitiera el deseo de esperar que volviera y que jamás lo hiciera. Las similitudes con su pasado eran como rocas en su estómago y su mente no dejaba de bailar en sincronía con su pavor. Su cuerpo temblaba con las imágenes mezcladas de sus rostros y lo único que la quitó de seguir mirando al abismo de sus pesadillas fue cuando se quemó los dedos al haberse consumido el cigarro.
Un poco se preguntaba si esta idea que había tenido era para hacer algo por ella misma o por Alward. Tenía ciertas dudas de si podría funcionar o no, pero albergaba una pizca de esperanza, cualquier cosa era suficiente si eso significaba que el humano dejaría de ocultarse y tal vez, solo tal vez, tendrían una vida más tranquila, lejos de tanto ruido y de la inmundicia de la gente...
Un pestañeó y casi podía verlo, una casa propia, una granja familiar con árboles de naranjo y sus flores favoritas para cuidar, calidez en cada rincón... risas, muchas risas.
Volvió a pestañear y todo eso y más fue remplazado por la sala de descanso. Simplemente asintió a todo lo que él le decía. Su cara una máscara de calma, aunque sus ojos estaban brillosos tanto por el cansancio como por la partida de Alward. -Solo si prometes que no harás nada que implique convertirte en un mártir. - Se acercó mientras él se colocaba su mascara y acomodó la parte delantera de esta al igual que su ropa ligeramente desaliñada. -Solo prometamos no hacer estupideces que nos superen ¿Sí?... Ahora anda, vete- Lo giró sobre sus talones y le dio un leve empujón para que este terminara de cruzar el umbral hacia la calle.
No le dijo adiós, ni siquiera un hasta luego. Era válido soñar con un futuro mejor, pero ambos eran adultos que sabían mejor que nadie que no todo es siempre como se esperaba. Mentiría si dijera que no tenía miedo por él. De hecho, estaba aterrada, pero ¿cambiaría algo, aunque lo gritara frente a su rostro? Lo conocía demasiado bien para saber que Alward era imposible de frenar. Ella también lo era de cierta forma.
Se sentó cerca de la ventana y tomó uno de los cigarrillos de clavo de olor que Gali había olvidado en la tienda y lo encendió sin mirar la llama de la vela. No quitó la vista del exterior mientras el sol se asomaba e iluminaba de a poco las calles llenas de barro de la Ciudad.
No era la primera vez que prácticamente echaba a un hombre por la puerta para que hiciera su trabajo, pero esperaba que no se repitiera el deseo de esperar que volviera y que jamás lo hiciera. Las similitudes con su pasado eran como rocas en su estómago y su mente no dejaba de bailar en sincronía con su pavor. Su cuerpo temblaba con las imágenes mezcladas de sus rostros y lo único que la quitó de seguir mirando al abismo de sus pesadillas fue cuando se quemó los dedos al haberse consumido el cigarro.
Oromë Vánadóttir
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