El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Página 1 de 1. • Comparte
El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Al abrir los ojos, tardó unos momentos en comprender dónde se encontraba y por qué estaba allí. Todo estaba en calma, al margen del ajetreo de los sanadores. Todos aquellos que había visto justo antes de que el ataque de Tyrande habían desaparecido, y el elfo sentía su cuerpo entumecido y cuando su mano diestra tocó su rostro, la apartó de inmediato, asustado de la impresión que le produjo. Algo fallaba, algo no estaba bien. La tersura de su piel había sido sustituida por unas ondulaciones que no reconocía, y un nudo en su garganta fue la respuesta.
Trató de incorporarse, sintiendo como si cada uno de sus miembros arrastrase el peso de una gigantesca cadena. Su respiración era lenta, difícil, y cuando una aprendiz pasó por su lado, bastante presurosa, la mirada que le dirigió le permitió leer lástima… y desagrado. Nunca le habían juzgado por su aspecto de forma peyorativa, y sus ojos grises se abrieron de la impresión. Por todos los dioses élficos, ¡¿qué estaba ocurriendo con él?! Su temor aumentó, y al tratar de levantarse, casi perdió el aliento, y el equilibrio. Se sentía tremendamente agotado, como si hubiesen atado una pared de piedra a su espalda, y al lograr mantenerse en pie, no tardó en desear volver a echarse. No obstante, estaba seguro de que si cedía a tal impulso, no sería capaz de erguirse de nuevo.
Al mirar a su lado, vio en un pequeño cofre alargado de madera tallada una espada que no fue capaz de reconocer en un primer momento. Sólo al fijarse con mayor atención comprendió, por el único detalle del mango, que se trataba de su arma primitiva. La hoja distaba en gran medida de la que antes poseía. Saltaba a la vista el mejor material y fineza del trabajo metalúrgico, e incluso unas letras élficas adornaban el nexo de unión de la empuñadura con la hoja, entonando una plegaria a las deidades. La encontró hermosa, y adecuada.
Se la ciñó al cinto, notando un peso excesivo, y respiró, cansado. La batalla le había pasado una factura que no había esperado, resultaba indiscutible. Se acercó a un elfo joven, tratando de sonreír. Sus labios estaban resecos, y sentía una desagradable tirantez en el rostro.
-Disculpa… -al menos su voz casi parecía la misma, y eso le alivió de una tenue manera- Nada se escucha, además de lo que parece normal en un lugar así. ¿Qué ha sido de Tyrande? ¿Del ataque a Árbol Madre?
El aprendiz le miró con cierto temor, y algo confundido, antes de mostrar una sonrisa de gradual comprensión.
-Todo terminó ayer. Lleváis todo un día descansando. Me alegro de que hayáis conseguido levantaros. No todo estábamos seguros de ello. Hemos perdido a muchos, y una vida rescatada de la muerte siempre es un orgullo para un sanador.
-Yo estaba en el Árbol… -empezó el espadachín, sin ser muy consciente de por donde continuar sus palabras. ¿Todo había terminado? Si habían conseguido salvar Sandorai, ¿Dónde estaban las celebraciones? ¿Las plegarias? Sólo trabajo, y dolor. ¿Tan cara había resultado la victoria? Él mismo apenas daba crédito a que sólo hubiesen transcurrido tan sólo unos días desde que había retornado al bosque desde su última aventura en el lejano norte.
-Desconozco qué ocurrió allí señor. Hemos llegado en la noche de ayer, llamados para ayudar tras las batallas. Procedimos a auxiliar a quienes podían ser salvados.
-Te lo agradezco- murmuró Nousis, prestándole escasa atención. Entonces cayó en la cuenta- ¿Mi cara…?
La faz del elfo más joven palideció un poco, y apartó la vista, un poco avergonzado con el camino de la conversación.
-Si desea seguirme, tenemos algunos cristales que aún deben ser trabajados o modelados- su voz sonaba inquieta, pero Nou no reparó en ello, absorto en sus propios pensamientos.
Cuando ambos salieron de la cabaña de sanación, el Elfo pudo contemplar asombrado los daños que el Árbol había recibido. Allí sí había quedado patente la tremenda dificultad para exiliar al enemigo, y por vez primera reparó en las palabras de Tyrande, y en quiénes serían aquellos que habían quedado para siempre en el Oblivion. Sacudió la cabeza. No tenía tiempo para tales asuntos. Una y mil veces habría tomado la misma decisión. Su pueblo habría sobrevivido.
No tardaron más que unos minutos en llegar a otra pequeña estructura, donde algunos trabajadores les miraron con cierta impresión. Nousis se acercó sin intercambiar nada más allá de un saludo a un trozo de cristal que aún permanecía sin marco alguno, dispuesto para ser ensamblado. Y al verse reflejado en el mismo, este cayó, rompiéndose contra el suelo, mientras las manos del elfo aún temblaban y su rostro se había descompuesto por el horror.
Apenas se reconocía. ¿El hechizo de Tyrande le había dejado así? Tal vez hubiera salvado la vida, y sin embargo, el odio por esa mujer le llenó por entero, así como un sentimiento de inferioridad que jamás había experimentado. No podía volver a casa así, ni permitirse que pudieran verle de tan desgraciada forma. Pensó en Neralia, pensó en Iori, y pensó en su propio ego. No, no podía dejarse ver así más de lo que lo había hecho ya.
¿Y si nunca recuperaba su antiguo yo? Sudores fríos y un miedo cerval restalló en su columna, Salió precipitadamente del lugar, alejándose de la gente, y yendo a parar a la parte trasera de otra construcción de madera. Sentado en el suelo, con la cabeza gacha, enterró la cabeza entre las manos. Él había ayudado a salvar su tierra ¿no era así? Una maldita espada no era nada a cambio de que él mismo consideraba su ser.
Miró al cielo, iracundo por vez primera contra todo y contra todos. Incluidos los amos del cielo. No, no era justo.
Tales eran sus lúgubres pensamientos, cuando una sacerdotisa, a tenor de sus vestimentas y sobrio báculo, llegó hasta él. No era la elfa junto a quien había luchado, la cual defendió Árbol Madre contra el ejército dracónido. Tampoco la gran Galatrea Neril. Era una mujer de menor edad, un poco anodina, mas con una sonrisa agradable, que mostró al espadachín nada más comprobar que éste apenas levantaba la cabeza.
-Has luchado por todos, como tantos otros- enunció ella, sentándose a su lado. Él la miró molesto. Nada deseaba más que estar solo en ese instante- Tus secuelas no son peores que las de quienes ya no están con nosotros.
-Cada cual sufre lo que le ha llegado- murmuró con amargura.
-Es cierto- concedió ella- Pero los dioses son generosos. Hay obras irreparables por mano mortal. Otras no. He visto como te forjaban el arma que llevas al cinto, y sé el por qué.
Un silencio se introdujo entre ambos, y el Elfo contó varias respiraciones, sin saber a donde quería ella llegar.
-Hay una forma, simple y compleja a la vez, de sanar las consecuencias de tus esfuerzos.
Tales palabras hicieron girar la cabeza al espadachín con tal intensidad que sintió un leve tirón en el cuello. Abrió los ojos en desmesura. ¿Realmente…?
-Desconozco cuan devoto has sido en el pasado, pero sólo los dioses pueden ayudarte ahora- explicó mirando al cielo, antes de volver el rostro al envejecido Nou- Existen dos santuarios, uno en las proximidades de las lindes de nuestros bosques, localizado desde antiguo en las Ruinas de los Baldíos. Otro, en la lejana Urd, un camino sin duda peligroso. Tus daños son fuertes y la senda dura. Tal vez por recuperar un poco termines perdiéndolo todo.
Con dificultad, el Elfo se levantó. Cada movimiento era un suplicio, y pese a ello, por primera vez desde que todo había terminado, vislumbraba una pálida luz.
-Te doy las más infinitas gracias, sacerdotisa.
Ella correspondió con una amplia sonrisa, mas cuando Nousis se giró para hacerle una seña de despedida, ella ya no estaba allí.
Trató de incorporarse, sintiendo como si cada uno de sus miembros arrastrase el peso de una gigantesca cadena. Su respiración era lenta, difícil, y cuando una aprendiz pasó por su lado, bastante presurosa, la mirada que le dirigió le permitió leer lástima… y desagrado. Nunca le habían juzgado por su aspecto de forma peyorativa, y sus ojos grises se abrieron de la impresión. Por todos los dioses élficos, ¡¿qué estaba ocurriendo con él?! Su temor aumentó, y al tratar de levantarse, casi perdió el aliento, y el equilibrio. Se sentía tremendamente agotado, como si hubiesen atado una pared de piedra a su espalda, y al lograr mantenerse en pie, no tardó en desear volver a echarse. No obstante, estaba seguro de que si cedía a tal impulso, no sería capaz de erguirse de nuevo.
Al mirar a su lado, vio en un pequeño cofre alargado de madera tallada una espada que no fue capaz de reconocer en un primer momento. Sólo al fijarse con mayor atención comprendió, por el único detalle del mango, que se trataba de su arma primitiva. La hoja distaba en gran medida de la que antes poseía. Saltaba a la vista el mejor material y fineza del trabajo metalúrgico, e incluso unas letras élficas adornaban el nexo de unión de la empuñadura con la hoja, entonando una plegaria a las deidades. La encontró hermosa, y adecuada.
Se la ciñó al cinto, notando un peso excesivo, y respiró, cansado. La batalla le había pasado una factura que no había esperado, resultaba indiscutible. Se acercó a un elfo joven, tratando de sonreír. Sus labios estaban resecos, y sentía una desagradable tirantez en el rostro.
-Disculpa… -al menos su voz casi parecía la misma, y eso le alivió de una tenue manera- Nada se escucha, además de lo que parece normal en un lugar así. ¿Qué ha sido de Tyrande? ¿Del ataque a Árbol Madre?
El aprendiz le miró con cierto temor, y algo confundido, antes de mostrar una sonrisa de gradual comprensión.
-Todo terminó ayer. Lleváis todo un día descansando. Me alegro de que hayáis conseguido levantaros. No todo estábamos seguros de ello. Hemos perdido a muchos, y una vida rescatada de la muerte siempre es un orgullo para un sanador.
-Yo estaba en el Árbol… -empezó el espadachín, sin ser muy consciente de por donde continuar sus palabras. ¿Todo había terminado? Si habían conseguido salvar Sandorai, ¿Dónde estaban las celebraciones? ¿Las plegarias? Sólo trabajo, y dolor. ¿Tan cara había resultado la victoria? Él mismo apenas daba crédito a que sólo hubiesen transcurrido tan sólo unos días desde que había retornado al bosque desde su última aventura en el lejano norte.
-Desconozco qué ocurrió allí señor. Hemos llegado en la noche de ayer, llamados para ayudar tras las batallas. Procedimos a auxiliar a quienes podían ser salvados.
-Te lo agradezco- murmuró Nousis, prestándole escasa atención. Entonces cayó en la cuenta- ¿Mi cara…?
La faz del elfo más joven palideció un poco, y apartó la vista, un poco avergonzado con el camino de la conversación.
-Si desea seguirme, tenemos algunos cristales que aún deben ser trabajados o modelados- su voz sonaba inquieta, pero Nou no reparó en ello, absorto en sus propios pensamientos.
Cuando ambos salieron de la cabaña de sanación, el Elfo pudo contemplar asombrado los daños que el Árbol había recibido. Allí sí había quedado patente la tremenda dificultad para exiliar al enemigo, y por vez primera reparó en las palabras de Tyrande, y en quiénes serían aquellos que habían quedado para siempre en el Oblivion. Sacudió la cabeza. No tenía tiempo para tales asuntos. Una y mil veces habría tomado la misma decisión. Su pueblo habría sobrevivido.
No tardaron más que unos minutos en llegar a otra pequeña estructura, donde algunos trabajadores les miraron con cierta impresión. Nousis se acercó sin intercambiar nada más allá de un saludo a un trozo de cristal que aún permanecía sin marco alguno, dispuesto para ser ensamblado. Y al verse reflejado en el mismo, este cayó, rompiéndose contra el suelo, mientras las manos del elfo aún temblaban y su rostro se había descompuesto por el horror.
Apenas se reconocía. ¿El hechizo de Tyrande le había dejado así? Tal vez hubiera salvado la vida, y sin embargo, el odio por esa mujer le llenó por entero, así como un sentimiento de inferioridad que jamás había experimentado. No podía volver a casa así, ni permitirse que pudieran verle de tan desgraciada forma. Pensó en Neralia, pensó en Iori, y pensó en su propio ego. No, no podía dejarse ver así más de lo que lo había hecho ya.
¿Y si nunca recuperaba su antiguo yo? Sudores fríos y un miedo cerval restalló en su columna, Salió precipitadamente del lugar, alejándose de la gente, y yendo a parar a la parte trasera de otra construcción de madera. Sentado en el suelo, con la cabeza gacha, enterró la cabeza entre las manos. Él había ayudado a salvar su tierra ¿no era así? Una maldita espada no era nada a cambio de que él mismo consideraba su ser.
Miró al cielo, iracundo por vez primera contra todo y contra todos. Incluidos los amos del cielo. No, no era justo.
Tales eran sus lúgubres pensamientos, cuando una sacerdotisa, a tenor de sus vestimentas y sobrio báculo, llegó hasta él. No era la elfa junto a quien había luchado, la cual defendió Árbol Madre contra el ejército dracónido. Tampoco la gran Galatrea Neril. Era una mujer de menor edad, un poco anodina, mas con una sonrisa agradable, que mostró al espadachín nada más comprobar que éste apenas levantaba la cabeza.
-Has luchado por todos, como tantos otros- enunció ella, sentándose a su lado. Él la miró molesto. Nada deseaba más que estar solo en ese instante- Tus secuelas no son peores que las de quienes ya no están con nosotros.
-Cada cual sufre lo que le ha llegado- murmuró con amargura.
-Es cierto- concedió ella- Pero los dioses son generosos. Hay obras irreparables por mano mortal. Otras no. He visto como te forjaban el arma que llevas al cinto, y sé el por qué.
Un silencio se introdujo entre ambos, y el Elfo contó varias respiraciones, sin saber a donde quería ella llegar.
-Hay una forma, simple y compleja a la vez, de sanar las consecuencias de tus esfuerzos.
Tales palabras hicieron girar la cabeza al espadachín con tal intensidad que sintió un leve tirón en el cuello. Abrió los ojos en desmesura. ¿Realmente…?
-Desconozco cuan devoto has sido en el pasado, pero sólo los dioses pueden ayudarte ahora- explicó mirando al cielo, antes de volver el rostro al envejecido Nou- Existen dos santuarios, uno en las proximidades de las lindes de nuestros bosques, localizado desde antiguo en las Ruinas de los Baldíos. Otro, en la lejana Urd, un camino sin duda peligroso. Tus daños son fuertes y la senda dura. Tal vez por recuperar un poco termines perdiéndolo todo.
Con dificultad, el Elfo se levantó. Cada movimiento era un suplicio, y pese a ello, por primera vez desde que todo había terminado, vislumbraba una pálida luz.
-Te doy las más infinitas gracias, sacerdotisa.
Ella correspondió con una amplia sonrisa, mas cuando Nousis se giró para hacerle una seña de despedida, ella ya no estaba allí.
Última edición por Nousis Indirel el Jue Jun 18 2020, 16:11, editado 2 veces
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 416
Nivel de PJ : : 4
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
-Maldita sea. Nunca voy a entender por qué nadie mencionó nada de lo que ocurría en Sandorai. Podría haber acompañando al ejército del Rey Rigobert y Sir Sammuel. Es cierto que aún no se pueden comparar mis habilidades con las de ellos, pero aún así soy un Caballero hecho y derecho. ¿De verdad soy tan débil como para que me ignoren incluso en una operación de esa escala?-
Cualquiera que estuviera caminando por la zona cercana al bosque sagrado de los elfos, vería repentinamente cómo una gran sombra tapaba los rayos del sol, oscureciendo momentáneamente los alrededores. Pero no se trataba de una nube, sino de un dragón que parecía formado por hielo. Al llegar al lugar de los hechos, Eiz comprobó que ya era tarde: la batalla había terminado un día antes, con resultados favorables y a la vez desastrosos. Los elfos habían logrado salvar su árbol sagrado con ayuda de desconocidos, pero no habían salido ilesos. El rey Rigobert había caído, y no tenía noticias sobre Sir Samuel.
Una vez obtenida esa información (luego de haber recuperado su forma humana, por supuesto) decidió ayudar en lo que pudiera. En otra situación, la enorme diferencia cultural entre Dundarak y Sandorai lo habría maravillado e incitado a curiosear el lugar... Pero ahora mismo, todo lo que lo rodeaba eran las consecuencias de una cruenta batalla. Las sonrisas y lágrimas de alivio y alegría de aquellos que se reencontraban con sus seres queridos se mezclaban con los llantos y lamentos por los que ya no volverían a ver. Eran escenas que ya había presenciado previamente, pero nunca a tal escala.
Mientras iba de un lugar a otro, ayudando en lo que fuera posible para alguien que no poseía conocimientos de sanación, le llamó la atención un elfo anciano que parecía bastante alterado. Al ver su reflejo en un cristal, lo dejó caer y salió precipitadamente del lugar. Eiz lo siguió, preocupado por lo que pudiera pasarle debido a la fragilidad de su aspecto. Cuando lo encontró, estaba hablando con quien parecía ser una sacerdotisa. No logró oír toda la conversación, pero escuchó que iría a una zona llamada Ruinas de los Baldíos. Algo dentro del dragón hizo que se decidiera a acompañarlo. Tal vez su aspecto deteriorado, la dificultad con la que se incorporaba o el hecho de que le recordara a cierto anciano de su tierra tuvieran algo que ver en ello.
-Disculpe mi atrevimiento señor, pero quisiera acompañarlo. Oí parte de su charla por accidente. Desconozco sus motivos para emprender la marcha, pero no puedo dejar que vaya solo dada su condición.- Intuía que el elfo no era un simple anciano. Esa espada que portaba a un lado de su cintura demostraba que se trataba de un guerrero. Tal vez había participado en la defensa de su hogar, lo cual justificaría el evidente agotamiento que lo aquejaba.
Cualquiera que estuviera caminando por la zona cercana al bosque sagrado de los elfos, vería repentinamente cómo una gran sombra tapaba los rayos del sol, oscureciendo momentáneamente los alrededores. Pero no se trataba de una nube, sino de un dragón que parecía formado por hielo. Al llegar al lugar de los hechos, Eiz comprobó que ya era tarde: la batalla había terminado un día antes, con resultados favorables y a la vez desastrosos. Los elfos habían logrado salvar su árbol sagrado con ayuda de desconocidos, pero no habían salido ilesos. El rey Rigobert había caído, y no tenía noticias sobre Sir Samuel.
Una vez obtenida esa información (luego de haber recuperado su forma humana, por supuesto) decidió ayudar en lo que pudiera. En otra situación, la enorme diferencia cultural entre Dundarak y Sandorai lo habría maravillado e incitado a curiosear el lugar... Pero ahora mismo, todo lo que lo rodeaba eran las consecuencias de una cruenta batalla. Las sonrisas y lágrimas de alivio y alegría de aquellos que se reencontraban con sus seres queridos se mezclaban con los llantos y lamentos por los que ya no volverían a ver. Eran escenas que ya había presenciado previamente, pero nunca a tal escala.
Mientras iba de un lugar a otro, ayudando en lo que fuera posible para alguien que no poseía conocimientos de sanación, le llamó la atención un elfo anciano que parecía bastante alterado. Al ver su reflejo en un cristal, lo dejó caer y salió precipitadamente del lugar. Eiz lo siguió, preocupado por lo que pudiera pasarle debido a la fragilidad de su aspecto. Cuando lo encontró, estaba hablando con quien parecía ser una sacerdotisa. No logró oír toda la conversación, pero escuchó que iría a una zona llamada Ruinas de los Baldíos. Algo dentro del dragón hizo que se decidiera a acompañarlo. Tal vez su aspecto deteriorado, la dificultad con la que se incorporaba o el hecho de que le recordara a cierto anciano de su tierra tuvieran algo que ver en ello.
-Disculpe mi atrevimiento señor, pero quisiera acompañarlo. Oí parte de su charla por accidente. Desconozco sus motivos para emprender la marcha, pero no puedo dejar que vaya solo dada su condición.- Intuía que el elfo no era un simple anciano. Esa espada que portaba a un lado de su cintura demostraba que se trataba de un guerrero. Tal vez había participado en la defensa de su hogar, lo cual justificaría el evidente agotamiento que lo aquejaba.
Eiz Adelskald
Experto
Experto
Cantidad de envíos : : 56
Nivel de PJ : : 0
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Apenas había tenido el tiempo suficiente para emocionarse por las palabras de la clériga, realizando su mente cálculos sin mucha lógica y otros pensamientos inconexos, antes de encontrarse con alguien que carecía de cualquier rasgo distintivo de su raza. Asombrado, no fue capaz de reaccionar al momento, y su mano diestra llegó a tocar el pomo de la espada, con un gesto débil envuelto en una harta lentitud. Furioso consigo mismo, dirigió una mirada llena de odio al extranjero. Sandorai era un nido de ratas en esos días.
-¿Oiste eh? ¡¿OISTE?!- espetó- ¿Qué diablos haces aquí? ¿También has venido a ayudar a destruir cada árbol de éste bosque? -rezongó- Dragones, humanos, brujos… si los dioses no nos han castigado aún más, es un auténtico milagro.
Suspiró, y miró a las copas de los árboles, tiñendo su rostro de cierta tristeza, hasta que las últimas palabras del desconocido volvieron a inflamar sus ojos grises. Fue apenas un instante, y una risa sin alegría rasgó el aire, haciéndole toser.
-¿Acompañarme…? No sé quien eres, ni me fio de ti- indicó, como queriendo apartarle con un gesto de la mano- Déjame en paz, seas quien seas. Ya he sufrido bastante por lo que queda de este lugar, como para que ahora no poder descansar en paz. Bastante sospechoso ya es que nos hayas escuchado.
Y con una última mirada de absoluta desconfianza, se separó del recién llegado, y fue dejando atrás el claro de Árbol Madre.
Aun no podía creer todo lo que había visto. Nunca, en sus largos años de estudio, había averiguado, o leído, nada acerca de Jinetes Oscuros, de mundos paralelos. Las obras heroicas de su niñez y adolescencia contenían personajes que palidecían al lado de los poderes que había contemplado en gente que recorrían el mundo en su misma era, en su mismo territorio incluso. Ni siquiera estaba convencido de haber sido de alguna utilidad. Rememorando sus actos dentro de cuanto había englobado lo que él llamaba interiormente “la guerra oscura” para salvar su patria, había luchado contra el ejército de rátidos, siendo rescatado por una mujer bestia, había visto como los dragones se desbocaban tras la muerte de su rey, y cómo eran contenidos y posteriormente, expulsados o habían dejado Sandorai por propia voluntad. Había visto caer grandes meteoros sobre Árbol Madre y los territorios circundantes, y había contemplado una de las formas de esos enemigos que no habían logrado su propósito. Su sed de conocimiento lamentaba amargamente no haber visto, no haber podido recopilar dato alguno sobre el Oblivion. Un saber grandioso sin duda. Pero el elfo había escogido partir el orbe.
Todo se reducía a la protección de los suyos, el ideal que siempre le había arrastrado en todas y cada una de sus aventuras. Y aún así, continuaba careciendo del poder que creía necesitar para su gran tarea.
No, no sólo eso. Enjaulado en un cuerpo marchito, la aterrorizaba pensar que las palabras de la sacerdotisa solo fueran sonidos sin valor. Leyendas que condujesen a una decepción que sería incapaz de soportar. Su vida ni siquiera había alcanzado su ecuador, y ahora, la maldición de los Hombres se había cernido sobre él como un alud de montaña. ¿Cómo habían llegado a resignarse a una vida tan breve, a una condición tan frágil? Por un momento, entrevió los fútiles intentos de algunas sectas que había encontrado durante sus viajes para alargar sus pequeñas vidas. Aquel estado era un auténtico suplicio. ¿Cómo encararía los peligros que encontrase hasta el santuario? ¿Cómo sería capaz de llegar hasta Urd, cuyo templo ni siquiera conocía?
Respiró, buscando serenarse. Odiaba su apariencia. Odiaba su castigo. Se sentía completamente expuesto, débil, acabado. Si al menos pudiese enconderse, no mostrar el rostro con el que le habían marcado…
Y sus ojos grises se abrieron. Precisaba algo que indicase que no se había rendido todavía, que mantuviese por fuera un mínimo del odio que rebosaba en él a causa de su condición. Miró a su alrededor. Sólo necesitaba una corteza lo bastante lisa.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 416
Nivel de PJ : : 4
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
La respuesta del anciano fue un tanto inesperada. La agresividad en su voz era algo exagerada teniendo en cuenta que Eiz ya se había disculpado por "espiarlo", aún cuando no fue a propósito. Tampoco le pasó desapercibida la mano en la empuñadura de la espada. Pero antes de perder la compostura, el lancero reconoció que la situación no era normal. ¿Cómo se sentiría él si alguien realizara un ataque a gran escala contra su gente? ¿Cómo reaccionaría si alguien desconocido, que ni siquiera es de su misma raza, se le acercara tal y como hizo él? Seguramente sospecharía hasta de su propia sombra. Tal vez no eligió la mejor forma de acercarse al elfo, o no escogió bien sus palabras. Quizá daba igual, y de una u otra forma el resultado hubiera sido el mismo.
Decidió dejarlo marchar sin insistir. De todas formas, partiría rumbo a las mencionadas Ruinas. No era capaz de dejar que alguien en tan malas condiciones iniciara un viaje potencialmente peligroso. Mientras el elfo se marchaba, el dragón regresó al lugar donde estaban los heridos. Una vez allí, averiguó algunas cosas más sobre la batalla del día anterior, aunque la información estaba casi siempre incompleta, algo comprensible dado el peligro en el que todos se encontraban. También consiguió que uno de los elfos sanadores le indicara el camino hacia las Ruinas.
Luego de un rato de ayudar, se despidió de los allí presentes, deseándoles una pronta recuperación. Inició su camino a las Ruinas a pie, tomando como punto de partida el lugar donde vio al anciano. Durante la travesía, no tardó mucho en divisar al elfo, dada la lentitud con la que su marchito cuerpo se movía. Para sorpresa de Eiz, estaba inspeccionando unos árboles. En un principio creyó que no se sentía bien y buscaba apoyarse en la vegetación, por lo que apuró el paso para alcanzarlo y ayudarlo. Pero se frenó en seco cuando se encontraba unos metros detrás del espadachín, pisando y quebrando unas ramitas caídas, delatado su posición.
-Tal vez solo está... respondiendo el llamado de la naturaleza. No debería acercarme más, sería demasiado incómodo. Una cosa es espiar por accidente una charla, pero espiar por accidente cuando está... Sería demasiado.-
-¿Se encuentra bien? Puede discutir y gritarme todo lo que quiera, pero como dije antes: no puedo dejar solo a alguien en su condición. Le doy mi palabra como uno de los Nobles del Frío de Dundarak, no estoy aquí para hacerle daño. De hecho, venía a ayudar a los elfos en la batalla: en cuanto supe de la partida del Rey Rigobert y sus tropas, partí aún cuando no fui reclutado. Hubiera preferido llegar a tiempo y morir en batalla junto al Rey, pero todo lo que pude hacer fue ayudar a atender a los heridos. Así que no tomaré un no por respuesta, lo acompañaré hasta su destino. Tómelo como una pequeña disculpa por no haber estado en la batalla de ayer.- Podía sentirse la rabia y la frustración en la voz del caballero. Si hubiera sido notificado medio día antes, tal vez hubiera llegado al menos para el final del conflicto.
Decidió dejarlo marchar sin insistir. De todas formas, partiría rumbo a las mencionadas Ruinas. No era capaz de dejar que alguien en tan malas condiciones iniciara un viaje potencialmente peligroso. Mientras el elfo se marchaba, el dragón regresó al lugar donde estaban los heridos. Una vez allí, averiguó algunas cosas más sobre la batalla del día anterior, aunque la información estaba casi siempre incompleta, algo comprensible dado el peligro en el que todos se encontraban. También consiguió que uno de los elfos sanadores le indicara el camino hacia las Ruinas.
Luego de un rato de ayudar, se despidió de los allí presentes, deseándoles una pronta recuperación. Inició su camino a las Ruinas a pie, tomando como punto de partida el lugar donde vio al anciano. Durante la travesía, no tardó mucho en divisar al elfo, dada la lentitud con la que su marchito cuerpo se movía. Para sorpresa de Eiz, estaba inspeccionando unos árboles. En un principio creyó que no se sentía bien y buscaba apoyarse en la vegetación, por lo que apuró el paso para alcanzarlo y ayudarlo. Pero se frenó en seco cuando se encontraba unos metros detrás del espadachín, pisando y quebrando unas ramitas caídas, delatado su posición.
-Tal vez solo está... respondiendo el llamado de la naturaleza. No debería acercarme más, sería demasiado incómodo. Una cosa es espiar por accidente una charla, pero espiar por accidente cuando está... Sería demasiado.-
-¿Se encuentra bien? Puede discutir y gritarme todo lo que quiera, pero como dije antes: no puedo dejar solo a alguien en su condición. Le doy mi palabra como uno de los Nobles del Frío de Dundarak, no estoy aquí para hacerle daño. De hecho, venía a ayudar a los elfos en la batalla: en cuanto supe de la partida del Rey Rigobert y sus tropas, partí aún cuando no fui reclutado. Hubiera preferido llegar a tiempo y morir en batalla junto al Rey, pero todo lo que pude hacer fue ayudar a atender a los heridos. Así que no tomaré un no por respuesta, lo acompañaré hasta su destino. Tómelo como una pequeña disculpa por no haber estado en la batalla de ayer.- Podía sentirse la rabia y la frustración en la voz del caballero. Si hubiera sido notificado medio día antes, tal vez hubiera llegado al menos para el final del conflicto.
Eiz Adelskald
Experto
Experto
Cantidad de envíos : : 56
Nivel de PJ : : 0
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Su espada no era en absoluto adecuada para la tarea. También carecía de la fuerza. Sólo tenía el recuerdo de ver como su madre lo hacía con una destreza envidiable y una buena memoria para recordar sus movimientos. No era tampoco un trabajo excesivamente complejo, como el capitel de una columna o una escultura. Sólo era necesario un trozo de menos de dos palmos, suavizarlo, y realizarle un par de aberturas. No parecía demasiado difícil, y realmente creía necesitarlo.
Avanzó entre los árboles cercanos, siguiendo ratas rotas y daños que la batalla del día anterior, así como el ataque de los Jinetes oscuros habían producido, hasta dar con un trozo de madera que se había desprendido de un árbol partido. Lo tomó, contemplándolo largo rato, como si quisiera buscar cada irregularidad del mismo. Aparentemente satisfecho, lo introdujo en su pequeña bolsa de viaje, cuando volvió a notar la presencia del extraño. Clavó su mirada con ira en éste, antes de exhalar y apretar los dientes.
-Me ha encontrado el salvador de los débiles ¡qué bien! - levantó las manos con un enorme sarcasmo. Sin embargo, terminó de escuchar los comentarios del joven, y su rostro pasó de la irritación a la curiosidad- ¿Un… dragón? – repitió, antes de sumergirse en sí mismo unos veinte segundos- Aún tengo lagunas que llenar sobre su participación en todo cuanto ha ocurrido- le reveló- los tuyos llegaron, y tras un breve combate, se fueron. Yo mismo corrí entre los combatientes para rescatar a alguien y llevarlo a Árbol Madre… me preguntó si habrá sobrevivido… - se cuestionó antes de volver a la rama principal de la conversación- Se ha perdido mucho, pero creo que hemos vencido. Por ahora.
Suspiró. Se sentía cansado, deteriorado. Roto.
-Nada tengo en contra de tu raza. Pese a todo, nos ayudaron en el pasado en un momento de extrema necesidad, y no hay que olvidar las tradiciones, ni a los viejos aliados. ¿Quieres acompañar a un elfo maldito? Bien. No puedo impedírtelo- sonrió sin la menor muestra de alegría. Nunca habla tanto con extraños, mas verse tan débil y desmejorado había hecho mella en él- Seguirás los pasos de alguien que ha de fiarse de algo que no hubiera creído en otro tiempo. Vamos- indicó- A mi velocidad, casi nos llevará una semana.
Dejó de hablar, llevándose una mano a la frente. La espada le pesaba, única prueba de que en verdad había aportado algo a toda aquella cruel guerra. Y empezó, paso tras paso a avanzar en dirección noroeste. Sabía bien por qué lugar de Sandorai sería más sencillo salir para hacerlo lo más cerca posible de los Baldíos. Rememoró su aventura junto a Aradia Hazelmere, y el intento de Vilkairnush por hacerse con aquella comarca. Sonrió para sí. Parecía algo realizado en otra vida, a mundos de distancia de allí. Ilvor había escapado de allí, y el demoníaco muchacho humano le había perseguido después en las heladas tierras del norte…
Nou volvió al presente. En un par de días a lo sumo tendrían que detenerse en el poblado de alguna tribu élfica para aprovisionarse y descansar. Un carpintero cualificado era cuanto necesitaba. La breve caminata había hecho esfumarse la idea de hacerlo por sí mismo. Le faltaban herramientas, y sentía una presión desagradable al pensar en hacer algo que requiriese demasiado esfuerzo. La frustración ya estaba haciendo mella en él, encerrando su mente, y otorgándole unas inmensas ganas de echarse y ver pasar las horas sumido en una gran tristeza. No tenía idea de qué sería de él si no funcionaba. Si los dioses no le escuchaban.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 416
Nivel de PJ : : 4
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Finalmente, Eiz se quedó con la victoria. Ganando por cansancio seguramente, pero suponía que el haber revelado que se trataba de un dragón tuvo algo que ver. Retomando la marcha junto al anciano, tratando de ajustarse a su ritmo, decidió presentarse como era debido.
-Mi nombre es Eizark Adelskald. Puede llamarme Eiz si así lo prefiere... Ah, y ese asunto de los Nobles del Frío... No lo tenga mucho en cuenta. No me agrada la idea de usar mi status para recibir un trato diferente o algún beneficio. Suelo usarlo sólo cuando es muy necesario. Aunque algo me dice que siendo noble o campesino, me hubiera tratado de igual forma...- Una sincera sonrisa se dibujó en el rostro del lancero al terminar de presentarse.
Cuando escuchó que el elfo calculaba un viaje tan largo, se preocupó un poco. Si bien había salido preparado y con provisiones, no creía tardar más que unos dos o tres días viajando sólo. Pero de repente eran dos personas durante una semana aproximadamente. Esperaba encontrar algún tipo de aldea o similar donde adquirir más provisiones o estarían en problemas.
-¿A qué se refería con lo de "elfo maldito"? ¿Realmente fue víctima de una maldición?- La pregunta de Eiz no era producto de la desconfianza, sino que se debía a la curiosidad que cualquiera siente ante algo desconocido. Había escuchado historias sobre maldiciones, pero siempre habían sido antiguas leyendas o cuentos para niños, más cercanas a algo ficticio.
-Mi nombre es Eizark Adelskald. Puede llamarme Eiz si así lo prefiere... Ah, y ese asunto de los Nobles del Frío... No lo tenga mucho en cuenta. No me agrada la idea de usar mi status para recibir un trato diferente o algún beneficio. Suelo usarlo sólo cuando es muy necesario. Aunque algo me dice que siendo noble o campesino, me hubiera tratado de igual forma...- Una sincera sonrisa se dibujó en el rostro del lancero al terminar de presentarse.
Cuando escuchó que el elfo calculaba un viaje tan largo, se preocupó un poco. Si bien había salido preparado y con provisiones, no creía tardar más que unos dos o tres días viajando sólo. Pero de repente eran dos personas durante una semana aproximadamente. Esperaba encontrar algún tipo de aldea o similar donde adquirir más provisiones o estarían en problemas.
-¿A qué se refería con lo de "elfo maldito"? ¿Realmente fue víctima de una maldición?- La pregunta de Eiz no era producto de la desconfianza, sino que se debía a la curiosidad que cualquiera siente ante algo desconocido. Había escuchado historias sobre maldiciones, pero siempre habían sido antiguas leyendas o cuentos para niños, más cercanas a algo ficticio.
Eiz Adelskald
Experto
Experto
Cantidad de envíos : : 56
Nivel de PJ : : 0
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Ser tratado con tanto respeto por alguien que no pertenecía a los suyos le provocó una predisposición aceptable hacia el joven dragón. Desconfiado aún así, el elfo aún guardaba reticencias acerca de su historia y sus palabras. Salvo en los dioses, nada creía que no le hubiesen probado. No obstante, el camino era largo y las oportunidades, como siempre ocurría, podrían terminar por presentarse.
-No debes sentirte culpable por no llegar a tiempo. Yo mismo escuché a tu rey proclamar que debía anexionar Sandorai a sus dominios, tras los sucesos que ocurrieron antes de la batalla de ayer, hace apenas unos días. Y no te negaré, que yo mismo habría deseado matarlo por tal blasfemia. Tu pueblo fue nuestro aliado, y hubiera lamentado una auténtica guerra entre nosotros- el espadachín era totalmente sincero. Los dragones eran quizá, la única raza que colocaba casi a la misma altura que a los suyos. Se preguntó en ese momento qué ocurriría con el mundo a partir de ahora. Como es natural, no fue capaz de responderse.
-Muchas cosas ocurrieron ayer, y otros podrían relatarte más gestas y victorias. Yo sólo recuerdo luchar dentro del lugar más sagrado de mi pueblo, y evidenciar que me queda un largo camino por recorrer- volvió entonces a la pregunta del dragón, e iba a pasarse una mano por el cabello, como siempre hacía, antes de detenerse, circunspecto- Así lo llamo, maldición. ¿cómo lo harías tú, si tras pensar que habías muerto tras un hechizo, despertases como un viejo humano próximo a la muerte?- la amargura hizo una enorme mella en su tono- Ayer podría haber entrenado contigo sin ninguna dificultad. Hoy me cuesta moverme, y mi rostro aparenta casi trescientos años. Yo diría que es más que un inconveniente.
Nousis terminó de hablar, respirando profundamente. Su dolor no era el derivado de las articulaciones, la poca resistencia o la necesidad del viaje. Era la fractura de su orgullo. El verse despojado de su fuerza y de su apariencia. Apretó los puños. Nunca había odiado tanto como a Tyrande en esos momentos. Si habían vencido, no cabía duda de que ella debía haber muerto. Sólo esperaba que la torturasen indefinidamente allá donde hubiese recalado su alma.
Según continuaron el camino, elfo y dragón pudieron ver pequeñas comitivas élficas compuestas por soldados, transportistas o mercaderes. Heridos ayudados por otros, curiosos que pese al peligro, se habían acercado, incrédulos al ver el estado del espiritual lugar. Pero lo que más llenó a Nou, no fue otra cosa que varias carretas de alimentos, decenas de elfos y elfas que cargando con fardos, habían decidido reunirse allí con quienes había sufrido los padecimiento de la guerra, trayendo alimentos, plantas, y otros útiles con los que fortalecer o ayudar. El malhumor del espadachín se esfumó momentáneamente, y mantuvo una sincera sonrisa durante casi una hora de trayecto, inmerso en la felicidad que los pequeños actos traían consigo. Por ello merecía la pena cada paso de sus antiguos viajes.
El bosque llevaba hasta él innumerables recuerdos, y todo parecía extrañamente agradable, como nubes abriéndose tras una copiosa lluvia. Era posible que se hubiera dado cuenta de haberse encontrado en otro lugar, siempre alerta, o en otras circunstancias. Mas verse rodeados por un pequeño grupo de elfos armados, surgidos de ambos lados del camino, no presagiaba nada bueno. Nou no supo qué hacer en un primer instante. Apenas podía dar crédito, pero estaba claro que aquellos no era meros peregrinos. ¿Bandidos, tan cerca de Árbol Madre? ¿Soldados? Su mano se acercó a la empuñadura de su espada, lo que consiguió una sonrisa de hilaridad en uno de los jóvenes elfos.
-Guarda tu esfuerzo, anciano- ordenó uno de ellos- Somos la ira de Sandorai. No queremos más forasteros aquí- señaló al dragón- Muchos han muerto por ellos. Deben ser castigados. Apártate, y déjanos honrar a los dioses.
Nousis alzó las cejas. En cualquier otra circunstancia, con brujos, vampiros, humanos… hubiese sido el primero en felicitar y elogiar a las nuevas generaciones que llegaban con semejantes bríos. Sin embargo, se equivocaban.
-Estáis cometiendo un error- anunció, con su habitual tono altivo. Sus palabras aumentaron la hostilidad de los elfos.
-No me hagas faltarte al respeto, anciano- pidió el cabecilla- Hay que darle un escarmiento.
Con un grandioso esfuerzo, el espadachín desenvainó. Aquellos necios no razonaban.
-Pensad un poco- pidió- ¿Acaso queréis más sangre de nuestro pueblo tras todo lo que ha ocurrido? ¡Brujos, vampiros! Buscad a quienes realmente nos dañan. No a inocentes.
-No hay inocentes fuera de los nuestros- argumentó uno de los jóvenes.
Nou sacudió la cabeza, apesadumbrado. Todo parecía llevar a un callejón sin salida.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 416
Nivel de PJ : : 4
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Eiz escuchaba atentamente las palabras del anciano. Su sorprendió bastante al oír sobre el Rey Rigobert y su idea de tomar el territorio elfo como parte de las tierras de los dragones. No se esperaba eso, y realmente no entendía a qué se debía esa ansia de expandirse.
-Supongo que es lo que pasa cuando le das tanto poder a alguien tan joven e inexperto...-
Luego de una breve pausa, el elfo comenzó a describir su maldición. A juzgar por sus palabras, no era realmente un anciano, sino que su aspecto y las dificultades que ahora presentaba para caminar eran producto de dicha maldición. Eiz trató de imaginarse cómo se sentiría él si le ocurriera lo mismo, pero no lograba hacerlo. Supuso que para un elfo, la raza más longeva que conocía, eso era equivalente a que le cortaran las alas a un dragón o, peor aún, encerrarlo en su forma humana sin acceso a la magia.
Mientras la cabeza del lancero divagaba en esas comparaciones, siguieron su camino en silencio. En un momento, comenzaron a aparecer pequeños grupos de elfos en la dirección opuesta. Llevaban diferentes objetos para ayudar a aquellos que se encontraban en peores condiciones, como alimentos y medicinas. No había duda de que los elfos eran un pueblo muy unido y ésta tragedia, esperaba Eiz, serviría para unirlos aún más. Al ver el peregrinaje de aquellos elfos, su compañero no pudo evitar que se le dibujar a una sonrisa en el rostro, algo que el dragón no había visto antes. Mantuvo el silencio, ya que no quería arruinar el momento de tranquilidad que había conseguido el anciano.
Pero no todos encaran la tragedia y la pérdida de la misma manera. Así como existen aquellos que se refugian en la solidaridad y el ayudar a otros, también están los que deciden buscar venganza. Pronto ambos viajeros se vieron rodeados por un grupo de cuatro elfos que se hacían llamar "la ira de Sandorai". Buscaban "castigar" a los forasteros por lo que había ocurrido con su pueblo. Algo entendible si el castigo iba dirigido a los culpables, pero Eiz no tenía nada que ver con el tema.
Al ver que el anciano no lograba convencerlos de frenar su ataque, el lancero decidió intentar convencerlos él mismo.
-Entonces ¿van a atacar a cualquier forastero que vean por la zona, aunque haya venido aquí para ayudar? Lamentablemente no llegué a tiempo para asistir en el combate, pero ayudé en todo lo que pude a los sanadores. Pueden comprobarlo fácilmente si les preguntan... Además, si quisiera atacar a su pueblo y a su árbol sagrado, ¿creen que me iría cuando éste aún está de pie? Si fuera un enemigo, ¿creen que estaría escoltando ahora mismo a uno de los suyos? Fue uno de los guerreros que luchó en la batalla de ayer, y como pueden ver ha sufrido las consecuencias. Una maldición lo puso en este estado, y sólo podrá recuperarse si realiza un peligroso viaje. Me fue confiada su seguridad, y pienso cumplir con mi palabra... Cueste lo que cueste.- Algunas de sus palabras no eran más que deducciones propias o variaciones ligeras de la verdad, pero ellos no tenían por qué saberlo. La última frase fue acompañada po el sonido de su lanza al ser empuñada... Y clavada en el suelo.
Los jóvenes elfos parecían dudar, ya sea por sus palabras o por el hecho de ver que el lancero abandonaba su arma. Eiz aprovechó el momento para seguir hablando.
-No diré que entiendo cómo se sienten, porque no es así. Nunca atacaron mi hogar con semejante... Violencia y desprecio por la vida. Pero creo que puedo imaginar su dolor. Solo hay que ver los rostros de los heridos, de los que lloran a sus familiares y amigos ya perdidos... Los rostros de ustedes. Pero tienen que usar toda esa rabia, dolor y frustración. Deben usar esos sentimientos, en vez de ser cegados por ellos. Hagan uso de ellos como impulso para hacer lo que verdaderamente importa ahora: ayudar a los demás. Ya habrá tiempo para buscar culpables luego. Y créanme que en cuanto lo hagan, estaré ahí para ayudarlos.-
Se agachó para tomar una palo que se encontraba por ahí. Parecía ser parte de alguna tienda que había sido destruida, y contaba con un largo similar al de su arma. No era el mejor sustituto para un bastón de combate, pero era lo mejor que tenía a mano de momento.
-Si aun así desean combatir, al menos tengan la decencia de dejar al anciano fuera de ésto.-
Se preparó ante un posible ataque, pero solo se encontró con un extraño silencio por parte de los elfos. Dos de ellos, quienes parecían ser los más jóvenes, dejaron sus armas y, lentamente, como si aún no estuvieran muy seguros de lo que hacían, siguieron la caravana de elfos que se dirigían hacia el árbol sagrado.
Los dos restantes parecían dudar un poco, pero sólo aferraron sus armas con más fuerza y atacaron al dragón.
-Supongo que es lo que pasa cuando le das tanto poder a alguien tan joven e inexperto...-
Luego de una breve pausa, el elfo comenzó a describir su maldición. A juzgar por sus palabras, no era realmente un anciano, sino que su aspecto y las dificultades que ahora presentaba para caminar eran producto de dicha maldición. Eiz trató de imaginarse cómo se sentiría él si le ocurriera lo mismo, pero no lograba hacerlo. Supuso que para un elfo, la raza más longeva que conocía, eso era equivalente a que le cortaran las alas a un dragón o, peor aún, encerrarlo en su forma humana sin acceso a la magia.
Mientras la cabeza del lancero divagaba en esas comparaciones, siguieron su camino en silencio. En un momento, comenzaron a aparecer pequeños grupos de elfos en la dirección opuesta. Llevaban diferentes objetos para ayudar a aquellos que se encontraban en peores condiciones, como alimentos y medicinas. No había duda de que los elfos eran un pueblo muy unido y ésta tragedia, esperaba Eiz, serviría para unirlos aún más. Al ver el peregrinaje de aquellos elfos, su compañero no pudo evitar que se le dibujar a una sonrisa en el rostro, algo que el dragón no había visto antes. Mantuvo el silencio, ya que no quería arruinar el momento de tranquilidad que había conseguido el anciano.
Pero no todos encaran la tragedia y la pérdida de la misma manera. Así como existen aquellos que se refugian en la solidaridad y el ayudar a otros, también están los que deciden buscar venganza. Pronto ambos viajeros se vieron rodeados por un grupo de cuatro elfos que se hacían llamar "la ira de Sandorai". Buscaban "castigar" a los forasteros por lo que había ocurrido con su pueblo. Algo entendible si el castigo iba dirigido a los culpables, pero Eiz no tenía nada que ver con el tema.
Al ver que el anciano no lograba convencerlos de frenar su ataque, el lancero decidió intentar convencerlos él mismo.
-Entonces ¿van a atacar a cualquier forastero que vean por la zona, aunque haya venido aquí para ayudar? Lamentablemente no llegué a tiempo para asistir en el combate, pero ayudé en todo lo que pude a los sanadores. Pueden comprobarlo fácilmente si les preguntan... Además, si quisiera atacar a su pueblo y a su árbol sagrado, ¿creen que me iría cuando éste aún está de pie? Si fuera un enemigo, ¿creen que estaría escoltando ahora mismo a uno de los suyos? Fue uno de los guerreros que luchó en la batalla de ayer, y como pueden ver ha sufrido las consecuencias. Una maldición lo puso en este estado, y sólo podrá recuperarse si realiza un peligroso viaje. Me fue confiada su seguridad, y pienso cumplir con mi palabra... Cueste lo que cueste.- Algunas de sus palabras no eran más que deducciones propias o variaciones ligeras de la verdad, pero ellos no tenían por qué saberlo. La última frase fue acompañada po el sonido de su lanza al ser empuñada... Y clavada en el suelo.
Los jóvenes elfos parecían dudar, ya sea por sus palabras o por el hecho de ver que el lancero abandonaba su arma. Eiz aprovechó el momento para seguir hablando.
-No diré que entiendo cómo se sienten, porque no es así. Nunca atacaron mi hogar con semejante... Violencia y desprecio por la vida. Pero creo que puedo imaginar su dolor. Solo hay que ver los rostros de los heridos, de los que lloran a sus familiares y amigos ya perdidos... Los rostros de ustedes. Pero tienen que usar toda esa rabia, dolor y frustración. Deben usar esos sentimientos, en vez de ser cegados por ellos. Hagan uso de ellos como impulso para hacer lo que verdaderamente importa ahora: ayudar a los demás. Ya habrá tiempo para buscar culpables luego. Y créanme que en cuanto lo hagan, estaré ahí para ayudarlos.-
Se agachó para tomar una palo que se encontraba por ahí. Parecía ser parte de alguna tienda que había sido destruida, y contaba con un largo similar al de su arma. No era el mejor sustituto para un bastón de combate, pero era lo mejor que tenía a mano de momento.
-Si aun así desean combatir, al menos tengan la decencia de dejar al anciano fuera de ésto.-
Se preparó ante un posible ataque, pero solo se encontró con un extraño silencio por parte de los elfos. Dos de ellos, quienes parecían ser los más jóvenes, dejaron sus armas y, lentamente, como si aún no estuvieran muy seguros de lo que hacían, siguieron la caravana de elfos que se dirigían hacia el árbol sagrado.
Los dos restantes parecían dudar un poco, pero sólo aferraron sus armas con más fuerza y atacaron al dragón.
Eiz Adelskald
Experto
Experto
Cantidad de envíos : : 56
Nivel de PJ : : 0
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
El Elfo atendió al discurso que su compañero transmitió con ánimo sombrío, inseguro ante la efectividad de sus palabras. En su estado actual, no era rival para casi nadie, mucho menos para unos jóvenes con deseo de sangre. En esos momentos, su espada era poco más que un adorno bastante efectista.
Había lógica en las palabras del dragón. Hubiese dedicado no tiempo en las enseñanzas que hubiese recibido a la oratoria, sus argumentos no carecían de peso, pese a que no pudo evitar torcer al gesto ante la mención que de él realizó. No buscaba nada más que llegar al santuario, y ser visto por la menor cantidad de gente posible. Podría dirigirse a su hogar, a la casa de sus padres, a su clan. Pero lo había descartado con rotundidad. Su nuevo aspecto y los peligros que había soportado caerían entre los suyos como un océano de preocupación y no deseaba imponerles algo así. Y ahora, un cuasi desconocido gritaba a los cuatro vientos que era un Elfo maldito por haber luchado junto al Árbol Madre… maldita sea.
La mueca mudó a una sonrisa cincelada en un completo bloque de sarcasmo. ¿En cuantas ocasiones él mismo debió velar por la seguridad de un comerciante o un aristócrata? Sentirse desprotegido, necesitado, era algo extremadamente humillante, y aterrador al mismo tiempo. No obstante, jamás reconocería que necesitaba una espalda joven para llevar a cabo sus propósitos. Su orgullo estaba astillado, no roto.
Cuando el joven terminó de hablar, el Elfo miró hacia otro lado, ante tantas menciones al bien y al amor. Sonaba demasiado similar a esa religión herética humana que había aparecido tiempo atrás, y que ya se encontraba en los libros de la propia Sandorai, como una más de las erróneas manifestaciones humana. Cristellamo. Crisnosinto. Cristienesmo. Una palabra parecida, en cualquier caso. Una estupidez sin duda.
Aún con todas sus reticencias, sus intentos calaron en los agresores, y algunos decidieron alejarse de allí. Quizá presas que no exhibiesen una abierta hostilidad les habían resultado demasiado humanizadas para atacarlas a sangre fría. O buscaban a alguien más débil que el dragón, pensó Nousis, sombrío.
El combate entre los dos jóvenes elfos y el guerrero fue bastante rápido, y tras el segundo golpe, uno de ellos se alejó, renqueante. Sin duda no eran la flor y nata, mas el espadachín maldito veía prometedores indicios en una nueva generación marcada por la guerra y la sangre. Era posible que el pacifismo élfico por fin fuese sacudido y observase como las amenazas exteriores eran toda una realidad.
El último mantuvo a raya a su oponente durante un lapso de una duración que sorprendió al espectador, quien llegó incluso a comenzar a disfrutar de la refriega. Él mismo se consideraba más hábil que cualquier de ellos, pero dado su estado, se encontró analizando a ambos contendientes, errores y aciertos, con los brazos cruzados, y una calmada respiración. En un intento desesperado, el nativo de Sandorai lanzó su espada hacia el dragón, antes de correr entre los árboles. Su golpe erró, y Nou pudo contemplar un arma en bastante mal estado, vieja y con clara necesidad de renovación. Dudaba que ahí abandonada, nadie siquiera desease tomarla.
-Te ha ido bastante bien- consideró, mirando alrededor, antes de continuar la marcha. No iba a reprocharle nada, tampoco a aumentar su alabanza. No había resultado algo de lo que enorgullecerse. Demasiado jóvenes, demasiada falta de habilidad. Y aún así, para él podrían haber sido problemáticos, de haber resultado miembro de otra raza.
La senda que debían recorrer continuaba hacia el noroeste, y tal vez podrían haber avanzado una mayor distancia ese día, pero el elfo se encontraba cansando y desanimado. Sólo la cercanía de un pueblo de su raza, hogar en apariencia de varios clanes, una tribu al menos imaginaba, le dio la fuerza suficiente para llegar hasta las construcciones.
Ambos pudieron constatar un hecho singular que se extendía a cuantos individuos veían. De cualquier sexo o rango de edad, los elfos que allí residían hervían en actividad. Montones de cajas, sacos, y cestos pasaban de un lugar a otro, y a carretas. Soldados vigilaban y marchaban, no en gran número, aunque suficiente para que alguien que había vivido largas décadas en el bosque atestiguase que aquello distaba de la normalidad. Forjas, sastrerías y muelas trabajaban sin cesar. ¿Trataban de garantizar un aprovisionamiento urgente? Las voces y conversaciones en élfico, la limpieza y paz, pese al ajetreo, calmó al Índirel, e incluso su humor mejoró levemente.
-Necesito algo- adujo, sin buscar dar mayores detalles- Estamos a contados días de la frontera. Aquí abundarán comerciantes acostumbrados a los extranjeros- era su forma de decir que podría comprar algo si lo deseaba. Él, por su parte, se dirigió a paso lento, buscando un carpintero, o un sastre.
En su mente volvieron a mezclarse una larga lista de torturas con el rostro de la Tyrande del Oblivion. Cuanto la odiaba aun…
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 416
Nivel de PJ : : 4
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
-Sólo porque su arma no estaba en las mejores condiciones y porque la duda ya se había instalado en él. Si hubiera tenido que luchar contra los cuatro cuando estaban tan decididos como al principio, tendría que haber usado mi lanza y emplearme a fondo... y aún así hubiera salido muy mal parado.- La respuesta del dragón al comentario del elfo, aunque le doliera admitirlo, era completamente cierta. Por supuesto que hubiera intentado usar el improvisado bastón para enfrentarse al grupo de jóvenes, pero no sería suficiente. Su pericia en combate no era suficiente para darse el lujo de contenerse frente a un oponente que lo superaba cuatro veces en número.
Al buscar su lanza, encontró la arruinada espada del elfo. No pudo evitar sentir admiración por el sentimiento de unión que habían demostrado los elfos desde que llegó a sus tierras. Al menos los que había conocido hasta ahora, decidieron priorizar cosas más importantes que continuar luchando: la atención de los heridos en la batalla, llevar provisiones a quienes las necesitan más urgentemente... y los pocos que estaban dispuestos a seguir luchando, lo hacían con lo que encontraban en el camino (o eso dedujo, debido a la mala condición del arma), aún cuando no parecían tener mucha experiencia en combate. Sin duda, algunos miembros de su familia podrían aprender una o dos cosas de los elfos...
Retomando el camino hacia las Ruinas encontraron una aldea que estaba envuelta en una ferviente actividad. Donde sea que mirara, Eiz sólo veía gente trabajando, preparando cargamentos de provisiones. Obviamente, esta aldea era una de las que enviaba cosas a las zonas más afectadas. Nuevamente, el lancero veía la unión de los elfos. Ante las palabras del anciano, el dragón asintió con la cabeza y le avisó que esperaría al otro lado de la aldea. Luego, se dirigió al lugar más cercano donde comerciaban alimentos, comprando algunas hogazas de pan y cosas similares. Nadie lo maltrató por ser un extranjero, como habían hecho los jóvenes antes, pero muchos ojos se posaron sobre él, expectantes y con la guardia un poco alta. Varios soldados estaban pendientes de sus acciones, pero parecían haberse relajado un poco al ver que sólo compraba algunas cosas y se dirigía a los límites del pueblo.
Ya en el punto de encuentro, el caballero finalmente se tomó unos momentos para admirar sus alrededores. Era un paisaje verdaderamente hermoso, todo estaba rodeado de colores tan vivos. El verde de lo árboles, la luz del sol que pasaba entre las hojas y parecía teñir los alrededores de una tonalidad dorada. Era una belleza que rivalizaba con la majestuosidad de las altas montañas nevadas de su hogar. Se quedó ensimismado, observando los alrededores, mientras esperaba al anciano. Una figura lo vigilaba desde la protección que el follaje y las sombras le otorgaban, al parecer sin ser detectada.
Al buscar su lanza, encontró la arruinada espada del elfo. No pudo evitar sentir admiración por el sentimiento de unión que habían demostrado los elfos desde que llegó a sus tierras. Al menos los que había conocido hasta ahora, decidieron priorizar cosas más importantes que continuar luchando: la atención de los heridos en la batalla, llevar provisiones a quienes las necesitan más urgentemente... y los pocos que estaban dispuestos a seguir luchando, lo hacían con lo que encontraban en el camino (o eso dedujo, debido a la mala condición del arma), aún cuando no parecían tener mucha experiencia en combate. Sin duda, algunos miembros de su familia podrían aprender una o dos cosas de los elfos...
Retomando el camino hacia las Ruinas encontraron una aldea que estaba envuelta en una ferviente actividad. Donde sea que mirara, Eiz sólo veía gente trabajando, preparando cargamentos de provisiones. Obviamente, esta aldea era una de las que enviaba cosas a las zonas más afectadas. Nuevamente, el lancero veía la unión de los elfos. Ante las palabras del anciano, el dragón asintió con la cabeza y le avisó que esperaría al otro lado de la aldea. Luego, se dirigió al lugar más cercano donde comerciaban alimentos, comprando algunas hogazas de pan y cosas similares. Nadie lo maltrató por ser un extranjero, como habían hecho los jóvenes antes, pero muchos ojos se posaron sobre él, expectantes y con la guardia un poco alta. Varios soldados estaban pendientes de sus acciones, pero parecían haberse relajado un poco al ver que sólo compraba algunas cosas y se dirigía a los límites del pueblo.
Ya en el punto de encuentro, el caballero finalmente se tomó unos momentos para admirar sus alrededores. Era un paisaje verdaderamente hermoso, todo estaba rodeado de colores tan vivos. El verde de lo árboles, la luz del sol que pasaba entre las hojas y parecía teñir los alrededores de una tonalidad dorada. Era una belleza que rivalizaba con la majestuosidad de las altas montañas nevadas de su hogar. Se quedó ensimismado, observando los alrededores, mientras esperaba al anciano. Una figura lo vigilaba desde la protección que el follaje y las sombras le otorgaban, al parecer sin ser detectada.
Eiz Adelskald
Experto
Experto
Cantidad de envíos : : 56
Nivel de PJ : : 0
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Dejó al dragón, adentrándose en la aldea, sin una mirada atrás. Sus ojos recorrieron las edificaciones que componían el lugar, buscando hasta localizarlo los talleres que precisaba. Miró el trozo de madera que llevaba aún en una mano y su mente se evadió un instante, deteniendo sus pasos antes de la puerta del comercio de prendas. El sentimiento de humillación le hizo dudar antes de girar el pomo. Siempre había recorrido los caminos con la cabeza alta, quizá demasiado, en opinión de otras criaturas que se habían topado con él. ¿Tanto le importaba qué pudiesen pensar de él?
No se trataba de eso, razonó, sino de sentirse uno más. Sólo confiaba volver a ascender los escalones que le separaban del sitial donde siempre había reposado su autoestima.
Al entrar, pudo ver que ningún cliente salvo él se hallaba en el interior del negocio. Un elfo de mediana edad se afanaba en colocar algunas armaduras de cuero en varios soportes espaciados de una informal, aunque resultaba elegantemente adecuada al espacio del que disponía. El vendedor compuso un rictus complejo de descifrar para el espadachín, antes de colocarse tras el mostrador, soltando los guantes fuera de la vista del recién llegado.
-Soy Iliaren, del clan Arduvai, curtidor y sastre del pueblo ¿Qué puedo ofreceros?- inquirió el un élfico de resonancias más abiertas que las utilizadas en la región natal de Nousis. Éste colocó el trozo de madera entre ambos, sin mirarlo.
-Necesito una máscara que me permita una visibilidad adecuada- contestó, clavando sus ojos grises en los del mercader. Algunas de las ideas que pudo tantear la mente de éste llegaron preclaras al superviviente de la batalla de Árbol Madre, y su mirada se tornó torva.
-¿No preferiríais un yelmo?- propuso el comerciante. Y le mostró varios modelos. Sin embargo, su cliente negó con la cabeza. No se veía capaz de soportar en esos momentos un viaje con el peso de un casco herrado sobre sí- Mi mujer trabaja muy bien el metal- aclaró el elfo, sonriente- Es más fácil vender el trabajo de ambos en la misma tienda.
El silencio de Nousis hizo comprender fácilmente que el forastero no se encontraba allí para una charla insustancial. Tras un suspiro, fue colocando varios modelos encima del mostrador. El espadachín los observó con detenimiento. Con un poco de suerte, tan sólo lo necesitaría unas semanas, siempre bajo los auspicios de la verdad remanente bajo las palabras de la sacerdotisa.
-Todo ha sido un desastre en los últimos tiempos- parecía que Iliaren era incapaz de no romper un silencio, y su oyente decidió no responder, mientras se decidía- Continuamente llegan noticias del Sagrado, así como de viajeros de otras regiones de Sandorai. No habían ocurrido tantas desgracias desde la última guerra contra las islas. Mi padre nos contaba historias de los desastres que…
-Lo sé- asintió secamente el Indirel, ya sin poder contenerse- Quiero ésta- Su idea acerca de una de madera ya se había desvanecido. Más peso, el hecho de tener que trabajarla, o esperar más tiempo para que le fuese hecha... todo sumaba en contra.
El comerciante asintió.
-¿Os vais del bosque?- quiso saber, recogiendo las monedas que había requerido por la compra.
-Asuntos personales- contestó- No hubiera sido mi voluntad.
-Son tiempos duros- admitió el mercader- Tened cuidado. Clanes afines a los Ojos Verdes han colocado puestos para… localizar enemigos. Y una de las aldeas más próximas a la frontera ha sufrido el saqueo y la destrucción. Supervivientes que se han alejado de la zona han hablado de grandes arañas. No sé cuantas desgracias más podremos soportar.
Nousis archivó la información mentalmente. Sus labios se curvaron hacia abajo, indicando un claro malestar a razón de lo escuchado.
-La guerra ha terminado- expresó con una seguridad que dejó asombrado al sastre- Las cosas mejorarán- deseaba creerlo como pocas cosas en su vida. Su familia, su clan, estaban lo bastante alejados de Árbol Madre para haber sufrido la guerra. Esperaba poder visitarlos tras su peregrinaje, pensó, antes de dejar el local, no sin antes colocarse la máscara sobre el rostro. Sólo sus ojos grises permanecían a la vista. No dudaba que llamaría la atención, mas también lo hacía antes, y creía que de peor manera.
Debía volver junto al joven dragón. Aún quedaban varios días de viaje.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 416
Nivel de PJ : : 4
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Mientras esperaba al anciano, el lancero parecía matar el tiempo contemplando el paisaje distraídamente. Aunque no tenía la vista de un águila u oídos aguzados por la magia como algunos elfos, Eiz podía jactarse de tener una buena conciencia de sus alrededores. De pequeño siempre creyó que las enseñanzas de su madre Kylma referentes a la vigilancia de su entorno eran algo tonto e inútil, pero ahora estaba agradecido de haberla escuchado.
Cerrando los ojos, se concentró todo lo que pudo en escuchar. No le costó demasiado trabajo detectar que alguien se encontraba acechando, ya que el sonido de los arbustos al ser movidos se escuchaba muy cerca... Demasiado. Abrió los ojos nuevamente y, con disimulo, como si estuviera observando el paisaje, escrutó la zona. A unos diez o quince pasos a su derecha había un grupo de arbustos y árboles, justo en la dirección de la que oyó ruidos. Aún así, no veía nada extraño. Tal vez aquel "espía" se descuidó y se movió en el momento menos oportuno, para fortuna del dragón.
-Mierda... Espero que no me haya oído. Estuve a punto de romper esa ramita, y por evitarla terminé haciendo ruido igualmente. No puedo fallar esta misión, o el jefe me matará. Ser un novato no es excusa, debo acabar con el tipo de la lan... ¿Quién es ese?-
El individuo oculto entre la vegetación observaba ahora a una figura enmascarada caminando por el pueblo, al parecer con rumbo a su salida.
Al girar para seguir vigilando al lancero, se sorprendió al ver que ya no estaba ahí.
Viendo que el anciano se dirigía a la salida, Eiz se acercó rápidamente a él. Lo había reconocido por su vestimenta y el paso lento, y sólo se percató de la máscara al tenerlo enfrente.
-Vaya... Eso sí que es un cambio de estilo- comentó el dragón con una sonrisa. Se aproximó un poco más, como si lo ayudara a caminar, y le habló en voz baja.
-Me encargué de conseguir algunas provisiones. Alguien nos está siguiendo, o al menos me vigilan desde que nos separamos. No tengo idea de quién puede ser, pero será mejor partir cuanto antes. Si llegaran a alcanzarnos más adelante, puedo hacerles frente si son una o dos personas. Pero si son más, tendríamos que huir. Puedo transformarme y llevarlo en mi lomo, pero debería guiarme en el camino. Usted decide...-
Cerrando los ojos, se concentró todo lo que pudo en escuchar. No le costó demasiado trabajo detectar que alguien se encontraba acechando, ya que el sonido de los arbustos al ser movidos se escuchaba muy cerca... Demasiado. Abrió los ojos nuevamente y, con disimulo, como si estuviera observando el paisaje, escrutó la zona. A unos diez o quince pasos a su derecha había un grupo de arbustos y árboles, justo en la dirección de la que oyó ruidos. Aún así, no veía nada extraño. Tal vez aquel "espía" se descuidó y se movió en el momento menos oportuno, para fortuna del dragón.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
-Mierda... Espero que no me haya oído. Estuve a punto de romper esa ramita, y por evitarla terminé haciendo ruido igualmente. No puedo fallar esta misión, o el jefe me matará. Ser un novato no es excusa, debo acabar con el tipo de la lan... ¿Quién es ese?-
El individuo oculto entre la vegetación observaba ahora a una figura enmascarada caminando por el pueblo, al parecer con rumbo a su salida.
Al girar para seguir vigilando al lancero, se sorprendió al ver que ya no estaba ahí.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
Viendo que el anciano se dirigía a la salida, Eiz se acercó rápidamente a él. Lo había reconocido por su vestimenta y el paso lento, y sólo se percató de la máscara al tenerlo enfrente.
-Vaya... Eso sí que es un cambio de estilo- comentó el dragón con una sonrisa. Se aproximó un poco más, como si lo ayudara a caminar, y le habló en voz baja.
-Me encargué de conseguir algunas provisiones. Alguien nos está siguiendo, o al menos me vigilan desde que nos separamos. No tengo idea de quién puede ser, pero será mejor partir cuanto antes. Si llegaran a alcanzarnos más adelante, puedo hacerles frente si son una o dos personas. Pero si son más, tendríamos que huir. Puedo transformarme y llevarlo en mi lomo, pero debería guiarme en el camino. Usted decide...-
Eiz Adelskald
Experto
Experto
Cantidad de envíos : : 56
Nivel de PJ : : 0
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Su mirada, tras la máscara, se ensombreció tras el comentario. Nunca habría pensado necesitar esconder su rostro. Resultaba mortificante. Y sin darse cuenta, el joven había hurgado en la herida. Sin malicia, y aún así el elfo se guardó bien de responder. Tenía el odio demasiado a flor de piel y escasa capacidad para mantener cualquier insulto. No resultaba una combinación alentadora.
Para su sorpresa, justo al alcanzar a su acompañante, una elfa de apariencia agraciada, de cabellos oscuros, cuyo rostro no mostraba la treintena en términos humanos, se aproximó a ellos con pasos cortos y rápidos. Hablando la lengua común, tras mirar a Eiz, se atropelló un poco a la hora de hablar. Nousis se cruzó de brazos, sin emitir un sonido, escuchándola con atención.
-Saludos, caminantes…- comenzó algo insegura- ¿Venís de Árbol Madre o del exterior…? Bueno en realidad no importa… Yo… la gente del pueblo…- calló un instante, y ordenando sus ideas, retomó sus palabras tras una larga respiración- Necesito ayuda. Aquí todo el mundo está demasiado ocupado y no pueden prestarme atención. Es algo urgente y quizá podáis… si tenéis tiempo… el caso es que la hermana de mi madre se ha ido ayer a un claro a medio camino de los Baldíos…
-¿Qué tiene eso de malo?- la voz del espadachín sonaba un poco sofocada por la máscara, pero sus ojos grises no perdían de vista los de la elfa. Ésta pareció incómoda.
-No me preocupa el lugar, sino la compañía. Veréis… hay rumores de profanaciones, blasfemias, sacrificios. Se cuenta que es un lugar frecuentado por aquellos de los nuestros que se han rendido a la oscuridad, que no ven futuro en Sandorai. Y con la guerra y lo que ha ocurrido, más pueden haberse unido. Tal vez ella sólo se haya alejado por otros motivos… pero sus conversaciones se han hecho más oscuras en las últimas semanas.
Un silencio se dibujó entre ellos, hasta que fue roto por Nousis, impregnado de una auténtica resignación. Bien sabía sus limitaciones, pero ¿qué iba a hacer? ¿rechazar la petición de alguien de su raza para salvar a un familiar? Sería una cobardía y una humillación a todo en cuanto creía.
“Entonces, morirás” le aseguró esa tétrica voz que reaparecía en su mente en los momentos de mayor debilidad o controversia. “Vamos, vete a pedir a una secta de traidores que dejen libre a una mujer que además, ha ido por voluntad propia” “Morirás” se repitió.
El espadachín no podía ignorar que tenía razón. Y tampoco que ese hecho por sí solo era incapaz de condicionarle. No es esas circunstancias.
-Haré lo posible por encontrar a tu pariente- aseguró con cierta solemnidad- Mi camino, por gracia de los dioses, me lleva hasta las Runas. Tal vez sea su deseo que intente ayudarte.
Quiso reírse de sí mismo, de la situación, pese a toda carencia de diversión que a ésta acompañaba. Dirigió una breve mirada al joven dragón, mientras la elfa entrelazaba sus propios dedos, mirando alternativamente a uno y a otro con una enorme sonrisa.
-Que Ellos os escolten y os den fuerzas- rezó- Su nombre es Reendala Venfialor. ¡Disculpadme!- se llevó las manos a la boca- Yo soy su sobrina. Leshara. Leshara Venfialor. Aguardaré noticias cada día. Que llevéis toda la suerte del mundo.
El Elfo agradeció sus palabras, antes de girar sobre sí, y volver a tomar el camino de los Baldíos.
-Yo he aceptado por mi cuenta, es algo que no puedo dejar pasar, incluso si alarga el tratar de purgar esta maldición. No esperaba, o confiaba que decidieras acompañarme. Vete si lo deseas, no habrá resentimiento alguno- aseguró, comenzando a caminar.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 416
Nivel de PJ : : 4
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Eiz se mantuvo un poco al margen de la conversación. En parte porque trataba de encontrar al acechador, y en parte porque el elfo parecía haber tomado el liderazgo en la charla. Sólo intervino al final, para asegurarle a Leshara que pronto recibiría buenas noticias. Cuando se despidieron de la chica, el elfo nuevamente intentó convencer al dragón de que no había razón para que lo acompañara.
-¿Es impresión mía, o quiere deshacerse de mí? Creí haberlo dejado bastante claro antes, no puedo darle la espalda a alguien que necesita ayuda, no soy capaz de hacerlo. No se ofenda, pero en su condición actual no podría enfrentarse a nadie. Usted mismo me lo dijo, ¿recuerda? "Antes podría haber entrenado contigo sin dificultad. Y ahora me cuesta incluso moverme." ¿Que pasaría si tuviera que luchar contra esos cultistas sin mí? No. Lo siento mucho, pero deberá soportarme un tiempo más. De todas formas, el escondite de esos tipos nos queda de paso, ¿verdad?- Sin esperar respuesta, Eiz abrió la marcha... sólo para detenerse unos pasos más adelante, al recordar que no conocía su destino.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
La sombra que acechaba al lancero sintió cómo lo inundaba la desesperación al perder de vista a su objetivo. No quería siquiera imaginar lo que podrían hacerle los altos rangos si llegaba con las manos vacías a la base. Pasaría un buen tiempo sin ver la luz del sol, si es que de milagro lograba salvar su vida. Sumido en esos oscuros pensamientos, volteó a ver al extraño enmascarado por simple curiosidad. La sorpresa (y el alivio) pronto reemplazaron a su terror cuando vio que el lancero se encontraba también allí.
En cuanto salieron de la aldea, la sombra los siguió a una distancia prudente. No deseaba repetir su error anterior y delatar su posición. Gracias al equipo otorgado por el Jefe, ni siquiera el licántropo con el mejor olfato podría detectarlo... o eso le habían dicho al darle su capa.
Finalmente, llegaron a destino. Una zona aparentemente vacía, cercana a las Ruinas, que no llamaba la atención. Pero, al inspeccionarla con cuidado, se podían encontrar indicios de que en aquel claro se reunía bastante gente: huellas, mesas rudimentarias, algunos tocones de madera (usados, tal vez, a modo de asientos) y, en una ubicación privilegiada, una especie de altar. El sol ya comenzaba a ocultarse cuando varios elfos llegaron al claro, ignorantes de los tres visitantes que se mantenían ocultos. La sombra no era capaz de oír ni ver claramente lo que ocurría en el claro, pero una cosa era segura: ese lugar no parecía estar construido para los dioses élficos. Daba una sensación mucho más oscura e inquietante.
Una leve sonrisa se formó en el rostro de la sombra, al ver que ponían algo (o tal vez a alguien) en aquel altar. No hacía falta verlo con claridad: solo con oír esos sombríos cánticos seguidos de un grito que helaba la sangre y la figura del altar ahora inmóvil, cualquiera podría afirmar que se trataba de un sacrificio.
-Me pregunto si les servirá tener dos más...-
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
Al llegar al claro, el lancero sugirió a su anciano compañero que se ocultaran. Bastante gente se aproximaba y si realmente se trataba de una secta era mejor ser precavido. Desde su escondite, podían ver un altar, y a un elfo que se encontraba de pie tras él. Luego, un grupo de cuatro o cinco elfos más se acercaron transportando algo oculto bajo una tela. Los mismos elfos se interponían entre los viajeros y el altar, ocultándolo.
Eiz apenas pudo mantenerse en su lugar al oír ese estremecedor grito. Por un momento, creyó que habían asesinado a un hombre, pero el grito provenía de quien empuñaba el cuchillo. La víctima era un animal, un feidh... Lo cual no lo volvía algo aceptable para el dragón, por supuesto. Justo cuando pensaba en alguna forma de buscar a aquella mujer sin que los detectaran, una flecha voló y se clavó en el pecho del elfo del cuchillo. Todos los presentes voltearon en la dirección de la flecha... La misma dirección en la que se encontraban el dragón y el elfo, ahora descubiertos. Eiz giró también, solo para ver que una sombra con un arco se alejaba rápidamente.
-¿Es impresión mía, o quiere deshacerse de mí? Creí haberlo dejado bastante claro antes, no puedo darle la espalda a alguien que necesita ayuda, no soy capaz de hacerlo. No se ofenda, pero en su condición actual no podría enfrentarse a nadie. Usted mismo me lo dijo, ¿recuerda? "Antes podría haber entrenado contigo sin dificultad. Y ahora me cuesta incluso moverme." ¿Que pasaría si tuviera que luchar contra esos cultistas sin mí? No. Lo siento mucho, pero deberá soportarme un tiempo más. De todas formas, el escondite de esos tipos nos queda de paso, ¿verdad?- Sin esperar respuesta, Eiz abrió la marcha... sólo para detenerse unos pasos más adelante, al recordar que no conocía su destino.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
La sombra que acechaba al lancero sintió cómo lo inundaba la desesperación al perder de vista a su objetivo. No quería siquiera imaginar lo que podrían hacerle los altos rangos si llegaba con las manos vacías a la base. Pasaría un buen tiempo sin ver la luz del sol, si es que de milagro lograba salvar su vida. Sumido en esos oscuros pensamientos, volteó a ver al extraño enmascarado por simple curiosidad. La sorpresa (y el alivio) pronto reemplazaron a su terror cuando vio que el lancero se encontraba también allí.
En cuanto salieron de la aldea, la sombra los siguió a una distancia prudente. No deseaba repetir su error anterior y delatar su posición. Gracias al equipo otorgado por el Jefe, ni siquiera el licántropo con el mejor olfato podría detectarlo... o eso le habían dicho al darle su capa.
Finalmente, llegaron a destino. Una zona aparentemente vacía, cercana a las Ruinas, que no llamaba la atención. Pero, al inspeccionarla con cuidado, se podían encontrar indicios de que en aquel claro se reunía bastante gente: huellas, mesas rudimentarias, algunos tocones de madera (usados, tal vez, a modo de asientos) y, en una ubicación privilegiada, una especie de altar. El sol ya comenzaba a ocultarse cuando varios elfos llegaron al claro, ignorantes de los tres visitantes que se mantenían ocultos. La sombra no era capaz de oír ni ver claramente lo que ocurría en el claro, pero una cosa era segura: ese lugar no parecía estar construido para los dioses élficos. Daba una sensación mucho más oscura e inquietante.
Una leve sonrisa se formó en el rostro de la sombra, al ver que ponían algo (o tal vez a alguien) en aquel altar. No hacía falta verlo con claridad: solo con oír esos sombríos cánticos seguidos de un grito que helaba la sangre y la figura del altar ahora inmóvil, cualquiera podría afirmar que se trataba de un sacrificio.
-Me pregunto si les servirá tener dos más...-
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
Al llegar al claro, el lancero sugirió a su anciano compañero que se ocultaran. Bastante gente se aproximaba y si realmente se trataba de una secta era mejor ser precavido. Desde su escondite, podían ver un altar, y a un elfo que se encontraba de pie tras él. Luego, un grupo de cuatro o cinco elfos más se acercaron transportando algo oculto bajo una tela. Los mismos elfos se interponían entre los viajeros y el altar, ocultándolo.
Eiz apenas pudo mantenerse en su lugar al oír ese estremecedor grito. Por un momento, creyó que habían asesinado a un hombre, pero el grito provenía de quien empuñaba el cuchillo. La víctima era un animal, un feidh... Lo cual no lo volvía algo aceptable para el dragón, por supuesto. Justo cuando pensaba en alguna forma de buscar a aquella mujer sin que los detectaran, una flecha voló y se clavó en el pecho del elfo del cuchillo. Todos los presentes voltearon en la dirección de la flecha... La misma dirección en la que se encontraban el dragón y el elfo, ahora descubiertos. Eiz giró también, solo para ver que una sombra con un arco se alejaba rápidamente.
Eiz Adelskald
Experto
Experto
Cantidad de envíos : : 56
Nivel de PJ : : 0
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Había insistido en acompañarle, y Nou comprendió con un claro poso de amargura que su decisión mejoraba exponencialmente sus posibilidades de llevar a cabo la improvisada misión. Las palabras del dragón eran realistas, y aún así, continuaban mellando su orgullo. La espada ganada en Árbol Madre parecía responder al deseo de sus débiles dedos y mostrar la valía de ambos. Pero no sería ese día.
El camino recordó al espadachín sus excursiones a los principales santuarios y bibliotecas de su tierra, recopilando información sobre artefactos y monumentos, sobre la historia de los suyos, de las hazañas y las grandes derrotas. De los monstruos que habitan Sandorai y otros lugares, de los secretos de la forja élfica…
¿Cuánto tiempo hacía que se había sentado, dejando a un lado las preocupaciones, con un libro entre sus manos, sin la necesidad de tener su arma lo más cerca posible? ¿Cuándo había visitado sus padres sin pensar en el siguiente objetivo, alejado de los bosques, por el camino de peligros, violencia y desafíos? Ochenta años desentrañando los secretos de los territorios de sus congéneres, para aprender por el peor camino cuanto hacía falta y las preocupantes carencias que mostraba Sandorai. El cosmopolitismo de los reinos humanos había penetrado en el bosque como una tenia en un intestino, y la particularidad y costumbres élficas no tardarían en verse comprometidas. La reacción de los jóvenes que les atacaron era un síntoma. La amistad con los Hombres, con otras razas, e incluso con Brujos… todo ello no podía sino repercutir en la lenta decadencia de su pueblo, hasta su agonía y declinación en favor de los vidacorta. Se imaginó un mundo sin su raza, donde todo cuanto de ellos quedase fuesen leyendas para niños y sus nombres perdidos en el tiempo y el olvido.
Se detuvo antes de continuar, con sus ojos grises en el suelo. No sabía cómo, no aún, pero debía despertar a los elfos. Hacerles entender los errores de esa absurda política de puertas abiertas. El sistema de clanes, de tribus, que mantenían las tradiciones y había evitado grandes conflictos internos había sido adecuado. Mas ya no. Sandorai precisaba un liderazgo fuerte y centralizado. Los Grandes Clanes habían fracasado, llevando a un ejército extranjero al corazón del bosque, y precisando la ayuda de la hechicería. Su pueblo necesitaba un Rey. Una fuerza comparable a otras naciones del continente. Volver a mostrar su poder. Sólo los Ojos Verdes comprendían el peligro exterior, pero su excesiva autonomía les impedía aglutinar al resto.
No podía ser él. No tenía apenas ascendiente alguno entre los suyos. Muchos otros lo superaban en habilidad y posición. Y no obstante, aún era joven en las cuentas de su raza. Debería existir alguien capaz de realizar el sueño que albergaba, al que confiarle parte de la carga de proteger cuanto le era querido. Un Rey Elfo. Mientras él continuaba su búsqueda de poder, antes de que los usuarios de magia oscura mostrasen sus cartas y el bosque volviese a sufrir por subestimar la extensión de su maldad. Tyrande no existía ya, y los poderosos buscaban fuera miserablemente ayuda en los peores momentos.
Volvió a la realidad bruscamente, cuando los indicadores fueron demasiado claros para obviarlos. Fue el dragón quien primero dio cuenta de tales detalles, que pasaron desapercibidos en un primer momento para Nousis. Sin intercambiar una palabra. Se acercaron más y más, hasta contemplar una burda blasfemia de las Runas de los Baldíos, una especie de lugar sagrado que espejaba el real, con matices que allanaban una maldita comprensión hacia lo oscuro. Recordó su aventura en Manzanal, aquel elfo sádico y caníbal, así como el que había decidido convertirse en vampiro a fin de ganar poder, esa vez cerca de Baslodia. Su raza no era impermeable al Mal. Lo sabía, siempre lo había tenido claro, sólo confiaba en que era la más digna de ser salvada. Y ahora hervía de ira ante lo que contemplaba.
Una especie de sacerdotisa caminó orgullosa subiendo la pequeña escalinata que daba acceso al altar donde habían colocado el animal amortajado. Abrió el lino con un golpe experto de daga, y comenzó un cántico que Nou fue comprendiendo sin dificultad en su lengua madre.
Disfraza tus disculpas negra rosa
Vive según tus ideas remendadas
Pasos lentos de besos conformados
Blanco cuello, delicia de invierno
En la tierra de los sueños relajada
Víctima del aire enervante,
de la nieve envenenada
mortal crujía de inseguridad
oasis tranquilo de la inconstancia.
Vive libre por pasado negado
Fuerte por lo débil, muertos
Los infames deseos de la ilogia
Sus labios te arrastran al sólido
Hielo de la relajación.
Vive según tus ideas remendadas
Pasos lentos de besos conformados
Blanco cuello, delicia de invierno
En la tierra de los sueños relajada
Víctima del aire enervante,
de la nieve envenenada
mortal crujía de inseguridad
oasis tranquilo de la inconstancia.
Vive libre por pasado negado
Fuerte por lo débil, muertos
Los infames deseos de la ilogia
Sus labios te arrastran al sólido
Hielo de la relajación.
El resto de la congregación fue repitiendo los versos, mientras la dirigente controlaba la ceremonia, enumerando en alta voz los nombres de los asistentes, quienes se descubrían, subían a la altura de ésta, tocaban el cuerpo, y volvían a su lugar. El nombre de Reendala Venfialor hizo intercambiar al elfo una mirada con el joven dragón. La mujer había acudido allí con total y absoluta voluntad propia. Era una renegada, y los ojos grises de Nou se tornaron sombríos.
El misticismo, la quietud, la solemnidad, fueron rotos por el flechazo que recibió aquel que se disponía a realizar el sacrificio. Todo se tornó el locura y terror. Como si hubieran sido descubiertos de repente. Tanto Nousis como Eiz fueron sorprendidos casi al instante, y todo dependía de los siguientes segundos, no había tiempo para pensar en nada más.
El espadachín alzó su arma, con el rostro cubierto por la máscara, dándole un aspecto bastante amenazador.
-¡¡ATACAD!!- gritó el élfico, antes de pedir a su compañero que se convirtiera, rugiendo lo más fuerte posible. Los cultistas entraron en pánico, y corrieron en diferentes direcciones, muchos pensando sin duda que un destacamento de los suyos había llegado para poner fin a sus pretensiones religiosas. Tres permanecieron al lado del animal, que parecía dormido, empuñando ridículas dagas. Aquellas gentes eran fanáticos, pero no formaban un contingente formado para contraatacar.
-Pagaréis por esto- aseguró la sacerdotisa, degollando al animal con una súplica a su deidad. Nousis la miró, destellando un odio atroz que sólo se reflejaba el en gris de su mirada. Miró al cielo, luego al bosque, y volvió a la mujer.
-Deberías cambiar de dios. Si vas a morir, mejor que sea en paz con los auténticos.
-¡Dejadnos en paz!- entonó Reendala, atemorizada. El espadachín y su compañero se acercaron a ellas. Era curioso como algo que debía expresar maldad se desvanecía cuando los atenazaba el miedo.
-Tu hija está preocupada por ti- aseguró- ésta estupidez debe terminar.
-¡YO OS MALDIGO!- gritó la sacerdotisa, pero el elfo subió las escaleras, pese a sus temblores y su falta de fortaleza, y gastó toda tu reserva de energía en una bofetada que desequilibró a la cultista y la hizo caer escaleras abajo. Cuando miró, se había partido el cuello.
-¡¡ASESINO!!- exclamó Reendala.
-Hay quien no merece vivir- explicó, respirando con dificultad el espadachín. Y desenvainando, realizó un corte horizontal, alcanzando a ésta, quien miró incrédula su herida, palideciendo y tartamudeando de dolor. La espalda del elfo cayó, incapaz de sujetarla por más tiempo, y él precisó sentarse a causa del esfuerzo.
-Misión cumplida- acertó a decir tétricamente en dirección al dragón. Hay cosas que no se pueden perdonar, pensó. Tal vez a su compañero le resultase incomprensible, mas había sido algo inevitable.
Nousis Indirel
Honorable
Honorable
Cantidad de envíos : : 416
Nivel de PJ : : 4
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
Todo sucedió muy rápido. Apenas se había percatado de quién era el que había disparado esa flecha, cuando los elfos de aquel extraño culto se giraron hacia Eiz y su compañero. El lancero pretendía hacer uso de la palabra antes que empuñar su arma. Después de todo, ninguno de ellos contaba con un arco, por lo que era bastante obvio que no eran los atacantes. Sin embargo, el enmascarado no pensaba igual: con un potente grito de guerra, enfrentó a los cultistas.
Viendo que no se trataba más que de un grupo de civiles sin entrenamiento en combate (y por sugerencia de su compañero), Eiz decidió transformarse y usar su fiero aspecto de dragón de hielo para intimidar a los presentes. La mayoría obedecieron a su instinto de supervivencia y huyeron, aunque unos pocos siguieron sus creencias y mantuvieron su posición.
Un breve intercambio de palabras entre la líder cultista y el enmascarado dio lugar a la accidental muerte de la primera. Luego de ser acusado de asesinato por Reendala, el anciano simplemente mató a quien se suponía que debían ayudar.
Eiz se quedó helado por la sorpresa. Nuevamente, las cosas habían sucedido demasiado rápido para su gusto. Mientras él recuperaba su forma humana, ¿el elfo atacó a Reendala? La herida era demasiado profunda, no podía hacer nada por ella debido a que carecía de medicinas, vendas o cualquier cosa similar. El dragón sostuvo la mano de la elfa hasta su último aliento, mientras murmuraba un "lo siento" que nada podía solucionar. Era un resultado que sin ninguna duda jamás hubiera imaginado. Creía entender la razón de las acciones del anciano: para el elfo, todo ese grupo, ese "culto", debía ser una blasfemia. Pero ¿matarlos por tener otras creencias? Eso era demasiado extremo para Eiz, y su disgusto se veía reflejado en su rostro sin que lo pudiera evitar. Guardó silencio mientras ayudaba al anciano a ponerse de pie, y retomar el camino a las Ruinas. En el trayecto no dijo ni una palabra, sólo podía pensar en Leshara. ¿Qué le diría? ¿Cómo podría explicarle lo que sucedió?
Llegaron a destino, con las indicaciones del anciano. Una vez allí, Eiz se separó del elfo con unas últimas palabras.
-Creo que sólo buscaban una razón detrás de todo lo que pasó. Muchos creerían que su dios o dioses los abandonaron cuando todo su hogar fue atacado así. Y necesitan creer que hay alguien velando por ellos, por eso debe haber surgido esa secta. Pero no me parece que deban morir por tener otras creencias, o por dudar de las tuyas. Nos vemos, Enmascarado.-
Partió de regreso a la aldea, donde buscó a Leshara para darle la mala noticia y llevar el cuerpo de Reendala. Algunos de los cultistas que estaban presentes habían regresado y confirmaron la historia de Eiz. No culpaban al dragón, pero creían que encubría al verdadero asesino. Se retiró del pueblo disculpándose nuevamente con la elfa, quien lloraba desconsolada junto al cuerpo de su tía.
Viendo que no se trataba más que de un grupo de civiles sin entrenamiento en combate (y por sugerencia de su compañero), Eiz decidió transformarse y usar su fiero aspecto de dragón de hielo para intimidar a los presentes. La mayoría obedecieron a su instinto de supervivencia y huyeron, aunque unos pocos siguieron sus creencias y mantuvieron su posición.
Un breve intercambio de palabras entre la líder cultista y el enmascarado dio lugar a la accidental muerte de la primera. Luego de ser acusado de asesinato por Reendala, el anciano simplemente mató a quien se suponía que debían ayudar.
Eiz se quedó helado por la sorpresa. Nuevamente, las cosas habían sucedido demasiado rápido para su gusto. Mientras él recuperaba su forma humana, ¿el elfo atacó a Reendala? La herida era demasiado profunda, no podía hacer nada por ella debido a que carecía de medicinas, vendas o cualquier cosa similar. El dragón sostuvo la mano de la elfa hasta su último aliento, mientras murmuraba un "lo siento" que nada podía solucionar. Era un resultado que sin ninguna duda jamás hubiera imaginado. Creía entender la razón de las acciones del anciano: para el elfo, todo ese grupo, ese "culto", debía ser una blasfemia. Pero ¿matarlos por tener otras creencias? Eso era demasiado extremo para Eiz, y su disgusto se veía reflejado en su rostro sin que lo pudiera evitar. Guardó silencio mientras ayudaba al anciano a ponerse de pie, y retomar el camino a las Ruinas. En el trayecto no dijo ni una palabra, sólo podía pensar en Leshara. ¿Qué le diría? ¿Cómo podría explicarle lo que sucedió?
Llegaron a destino, con las indicaciones del anciano. Una vez allí, Eiz se separó del elfo con unas últimas palabras.
-Creo que sólo buscaban una razón detrás de todo lo que pasó. Muchos creerían que su dios o dioses los abandonaron cuando todo su hogar fue atacado así. Y necesitan creer que hay alguien velando por ellos, por eso debe haber surgido esa secta. Pero no me parece que deban morir por tener otras creencias, o por dudar de las tuyas. Nos vemos, Enmascarado.-
Partió de regreso a la aldea, donde buscó a Leshara para darle la mala noticia y llevar el cuerpo de Reendala. Algunos de los cultistas que estaban presentes habían regresado y confirmaron la historia de Eiz. No culpaban al dragón, pero creían que encubría al verdadero asesino. Se retiró del pueblo disculpándose nuevamente con la elfa, quien lloraba desconsolada junto al cuerpo de su tía.
Eiz Adelskald
Experto
Experto
Cantidad de envíos : : 56
Nivel de PJ : : 0
Re: El castigo del orgullo I (Privado) [CERRADO]
tema terminado
Me paso por aquí ya que he estado siguiendo el tema, aunque no haya llegado a intervenir. Ustedes solitos se han encargado de meterse en problemas estupendamente.
Aunque en el tema del evento de Sandorai se nos olvidara mencionarlo, este tema, como en el resto de maldiciones del evento, también lleva un bono de 3 px, lo que sumado a los 5 px correspondientes por tratarse de un tema privado, hacen un total de 8 px que pasaré a repartir a ambos participantes (he visto la petición de puntos de Nousis y me encargaré también de borrarla).
Estaré vigilando la continuación de este viaje, que enseguida tendrás abierta de nuevo.
Aunque en el tema del evento de Sandorai se nos olvidara mencionarlo, este tema, como en el resto de maldiciones del evento, también lleva un bono de 3 px, lo que sumado a los 5 px correspondientes por tratarse de un tema privado, hacen un total de 8 px que pasaré a repartir a ambos participantes (he visto la petición de puntos de Nousis y me encargaré también de borrarla).
Estaré vigilando la continuación de este viaje, que enseguida tendrás abierta de nuevo.
Fehu
Master
Master
Cantidad de envíos : : 1559
Nivel de PJ : : 0
Temas similares
» Orgullo [Privado] [Cerrado]
» El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
» Orgullo de mercaderes [Interpretativo] [Libre 1/2] [CERRADO]
» Orgullo herido [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
» Reconciliación [Privado][Cerrado]
» El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
» Orgullo de mercaderes [Interpretativo] [Libre 1/2] [CERRADO]
» Orgullo herido [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
» Reconciliación [Privado][Cerrado]
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Hoy a las 18:40 por Lukas
» La Procesión de los Skógargandr [Evento Samhain (Halloween)]
Hoy a las 18:15 por Eberus
» Derecho Aerandiano [Libre]
Hoy a las 02:17 por Tyr
» Lamentos de un corazón congelado [Libre 3/3]
Hoy a las 01:19 por Tyr
» 89. Una compañía hacia el caos [Privado]
Ayer a las 20:51 por Aylizz Wendell
» El retorno del vampiro [Evento Sacrestic]
Ayer a las 18:38 por Merié Stiffen
» Clementina Chonkffuz [SOLITARIO]
Ayer a las 16:48 por Mina Harker
» El vampiro contraataca [Evento Sacrestic]
Ayer a las 13:24 por Tyr
» [Zona de Culto]Santuario del dragón de Mjulnr
Mar Nov 05 2024, 21:21 por Tyr
» Pócimas y Tragos: La Guerra de la Calle Burbuja [Interpretativo] [Libre]
Mar Nov 05 2024, 17:01 por Seraphine Valaryon
» [Zona de culto] Iglesia del único Dios
Mar Nov 05 2024, 14:32 por Tyr
» [Zona de Culto] Oráculo de Fenrir
Mar Nov 05 2024, 03:02 por Tyr
» Solas, corazón del pueblo [Evento Sacrestic] [Noche] [Libre]
Dom Nov 03 2024, 17:02 por Zagreus
» Ecos De Guerra [Evento Sacrestic] [Noche]
Sáb Nov 02 2024, 23:21 por Sein Isånd
» De héroes olvidados y Rubíes Azules [Interpretativo] [Libre] [4/4] [Noche]
Miér Oct 30 2024, 21:54 por Eltrant Tale