[Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
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[Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Nuestra historia nos lleva a un entrañable lugar situado en los reinos del Oeste, ya entrados en territorio de los vampiros, en la carretera que une Sacrestic Ville con Verisar. No demasiado lejos de la frontera oriental con el Tymer.
En la carretera principal, hay un camino que pocos se atreven a recorrer. Una señal de madera caída, indica malamente la ubicación del castillo de la Colina de Cotplice. No se encuentra a mucha distancia. Tan sólo unos diez kilómetros que, a pie, son poco más de una hora. Todo ello por un camino abierto y cuidado, pero al que el bosque se echa encima. Con tétricas hayas pareciendo que se van a echar sobre los visitantes en el momento menos esperado.
Pero el bosque no era lo que la gente temía, por muy de vampiros que estuviera repleto. Sino qué había o quién había, al otro lado.
Una persona caminaba relajada por los cuidados jardines del castillo. Como cada crepúsculo, se aproximaba a visualizar la puesta de sol. Sobre lo alto de las murallas del mismo sobre Colina de Cotplice, la mujer podía observar un inmenso mar de árboles, prácticamente infinito. – Paz. – En dirección Norte del mar de árboles, el gran lago Tymer. Al este, los enormes árboles de Sandorái. Al Sur, muchos más árboles y, al oeste, el bosque tétrico de los vampiros. Estar en la frontera otorgaba privilegios que pocos podían aprender a valorar. – Qué bonito es ver mi condado en paz. – dijo, continuando su camino por la muralla.
En aquella parte de la muralla, había cabezas de muchas mujeres. Todas ellas habían sido previamente quemadas, probablemente por la cara de susto que tenían sus rostros fuera en vida. Posteriormente ser empaladas, descansando sobre picas. – Gota a gota. – Sí. gota a gota, la sangre de las cabezas era recogida en los cálices. Uno de los cuales tomó y acercó a su boca, comenzando a sorber todo su contenido con placer, sin ser consciente que arrollaba por su barbilla. Desperdiciando aquella sangre que había terminado por extraer de las cabezas. Ya no quedaba más. – Lo último, siempre es lo mejor. - Opinó, evidenciando que el cáliz ya había sido repuesto varias veces a lo largo del día. – Soy Erzsébeth Báthory. Condesa Eterna de Cotplice. ¡Me encanta! – volvió a decir, como siempre le gustaba denominarse a sí misma.
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Dejó que el viento recorriera su melena, entrecerró los ojos y se dejó llevar con los brazos extendidos durante unos instantes. Finalmente, dio un grito ensordecedor. Que se escucharía a kilómetros a la redonda. No decía nada. Pero todos en sus tierras vasallas conocían a Erzsébeth Báthory. Desde que la condesa había ascendido al poder. Sabían que tenían que servirla.
El día estaba cubierto y lloviznaba en la villa de Cotplice. Y todos los campesinos estuvieron aterrados en cuanto escucharon el grito que retumbaba de lo lejos. ¿Qué le había pasado a la Condesa? Todos miraron a lo alto de la colina, donde se vislumbraba el oscuro castillo.
Colm y Mina Harker avanzarían por el pueblo. Siempre observados atentamente por los extraños habitantes del pueblo, silenciosos, que les miraban pero agachaban la cabeza y pasaban de largo cuando eran ellos los observados. Tan sólo un hombre, de unos cuarenta años de edad, permanecía cubierto por una capucha. No podrían verle la cara, pero fue la única persona que se atrevió a pasar al lado de ambos, interponiéndose en su camino. – Por favor, si vais al castillo de la condesa y veis a mi hija, entregadle esta carta. Se llama Rina. – y puso a su disposición un sobre que claramente tenía algún objeto dentro.
Finalmente, tras avanzar un poco más por el pueblo llegarían a la cuesta de ascenso al castillo, donde un hombre anciano de aspecto muy demarcado les esperaba un carro tirado por dos mulas famélicas les esperaba.
-Bienvenidas, preciosas. Soy Karl Tepes. Imagino que habéis venido por la oferta de empleo que puso la condesa. – sonrió con gran esfuerzo aquel tipo al que se le iban los ojos a los lados. Claros signos de estrabismo. – Bien… Bien… Subid. – indicó el ajado hombre. – No voy a preguntaros si cumplís los requisitos, porque de eso se encargará la condesa.
Si Mina y Colm eran un poco avispados, no tardarían en darse cuenta del grave error que estaban a punto de cometer.
* * * * * * * * * * * * *Bienvenidos, aventureros: Os encontráis en el pueblo de Cotplice, en las tierras de Erzébeth Báthory, más conocida (para los pueblerinos, pero no para vosotros), como la condesa sanguinaria. Estáis en Cotplice pues habéis visto la oferta de trabajo de la condesa. Me encantaría saber qué motivaciones tenéis para llegar hasta las tierras del Oeste a aceptar un trabajo con unos requisitos tan extraños. Karl Tepes, os llevará en carro hasta el castillo. Esta puede ser una buena oportunidad para conoceros entre vosotros mejor. El mayordomo no hablará con vosotros.
Colm: Has decidido apuntarte aún siendo un chico. Será mejor que no descubran que eres un hombre, pues entonces, tendrás serios problemas.
Un pueblerino os ha hecho entrega de un sobre. Sólo uno de vosotros dos (no me importa quién) podrá cogerlo. Y tendrá la misión de entregárselo a Rina, en el castillo (si es que dais con ella…). No obstante, no tenéis por qué hacerlo, y podéis decidir abrir el sobre en el momento que queráis, incluso ahora. Pero cuidado pues entonces, éste quedará claramente manipulado, y eso puede llevar sus consecuencias.
En principio no me importa quién postee primero. Así que podéis elegir.
En la carretera principal, hay un camino que pocos se atreven a recorrer. Una señal de madera caída, indica malamente la ubicación del castillo de la Colina de Cotplice. No se encuentra a mucha distancia. Tan sólo unos diez kilómetros que, a pie, son poco más de una hora. Todo ello por un camino abierto y cuidado, pero al que el bosque se echa encima. Con tétricas hayas pareciendo que se van a echar sobre los visitantes en el momento menos esperado.
Pero el bosque no era lo que la gente temía, por muy de vampiros que estuviera repleto. Sino qué había o quién había, al otro lado.
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El camino al pueblo de Cotplice
Una persona caminaba relajada por los cuidados jardines del castillo. Como cada crepúsculo, se aproximaba a visualizar la puesta de sol. Sobre lo alto de las murallas del mismo sobre Colina de Cotplice, la mujer podía observar un inmenso mar de árboles, prácticamente infinito. – Paz. – En dirección Norte del mar de árboles, el gran lago Tymer. Al este, los enormes árboles de Sandorái. Al Sur, muchos más árboles y, al oeste, el bosque tétrico de los vampiros. Estar en la frontera otorgaba privilegios que pocos podían aprender a valorar. – Qué bonito es ver mi condado en paz. – dijo, continuando su camino por la muralla.
En aquella parte de la muralla, había cabezas de muchas mujeres. Todas ellas habían sido previamente quemadas, probablemente por la cara de susto que tenían sus rostros fuera en vida. Posteriormente ser empaladas, descansando sobre picas. – Gota a gota. – Sí. gota a gota, la sangre de las cabezas era recogida en los cálices. Uno de los cuales tomó y acercó a su boca, comenzando a sorber todo su contenido con placer, sin ser consciente que arrollaba por su barbilla. Desperdiciando aquella sangre que había terminado por extraer de las cabezas. Ya no quedaba más. – Lo último, siempre es lo mejor. - Opinó, evidenciando que el cáliz ya había sido repuesto varias veces a lo largo del día. – Soy Erzsébeth Báthory. Condesa Eterna de Cotplice. ¡Me encanta! – volvió a decir, como siempre le gustaba denominarse a sí misma.
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La condesa de Cotplice, Erzébeth Báthory
Dejó que el viento recorriera su melena, entrecerró los ojos y se dejó llevar con los brazos extendidos durante unos instantes. Finalmente, dio un grito ensordecedor. Que se escucharía a kilómetros a la redonda. No decía nada. Pero todos en sus tierras vasallas conocían a Erzsébeth Báthory. Desde que la condesa había ascendido al poder. Sabían que tenían que servirla.
El día estaba cubierto y lloviznaba en la villa de Cotplice. Y todos los campesinos estuvieron aterrados en cuanto escucharon el grito que retumbaba de lo lejos. ¿Qué le había pasado a la Condesa? Todos miraron a lo alto de la colina, donde se vislumbraba el oscuro castillo.
Colm y Mina Harker avanzarían por el pueblo. Siempre observados atentamente por los extraños habitantes del pueblo, silenciosos, que les miraban pero agachaban la cabeza y pasaban de largo cuando eran ellos los observados. Tan sólo un hombre, de unos cuarenta años de edad, permanecía cubierto por una capucha. No podrían verle la cara, pero fue la única persona que se atrevió a pasar al lado de ambos, interponiéndose en su camino. – Por favor, si vais al castillo de la condesa y veis a mi hija, entregadle esta carta. Se llama Rina. – y puso a su disposición un sobre que claramente tenía algún objeto dentro.
Finalmente, tras avanzar un poco más por el pueblo llegarían a la cuesta de ascenso al castillo, donde un hombre anciano de aspecto muy demarcado les esperaba un carro tirado por dos mulas famélicas les esperaba.
-Bienvenidas, preciosas. Soy Karl Tepes. Imagino que habéis venido por la oferta de empleo que puso la condesa. – sonrió con gran esfuerzo aquel tipo al que se le iban los ojos a los lados. Claros signos de estrabismo. – Bien… Bien… Subid. – indicó el ajado hombre. – No voy a preguntaros si cumplís los requisitos, porque de eso se encargará la condesa.
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El mayordomo del castillo, Karl Tepes, recibe a Mina y Colm
Si Mina y Colm eran un poco avispados, no tardarían en darse cuenta del grave error que estaban a punto de cometer.
* * * * * * * * * * * * *
Colm: Has decidido apuntarte aún siendo un chico. Será mejor que no descubran que eres un hombre, pues entonces, tendrás serios problemas.
Un pueblerino os ha hecho entrega de un sobre. Sólo uno de vosotros dos (no me importa quién) podrá cogerlo. Y tendrá la misión de entregárselo a Rina, en el castillo (si es que dais con ella…). No obstante, no tenéis por qué hacerlo, y podéis decidir abrir el sobre en el momento que queráis, incluso ahora. Pero cuidado pues entonces, éste quedará claramente manipulado, y eso puede llevar sus consecuencias.
En principio no me importa quién postee primero. Así que podéis elegir.
Última edición por Ger el Mar Ago 28 2018, 22:01, editado 1 vez
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
El rumor del deseo de la soberana de un castillo en el oeste se esparce por la región. Algunos bromean sobre la peculiaridad de los requisitos, aludiendo a “damas de compañía” y cosas peores del mismo estilo. Pero él si presta atención al resto, y lo ve como una oportunidad para explorar uno de esas misteriosas fortalezas, llenas de secretos e interrogantes.
Desde aquella vez en que persiguió a dos jóvenes hasta una de esas amuralladas, quiso adentrarse, sin embargo las circunstancias y el riesgo de ingresar de forma furtiva eran desconocidos, en un sentido peligroso.
El trueno (en realidad el grito) despierta a la joven doncella en un carruaje construido por ella misma. Ese fué el pago al cochero. Avista por la ventana una oscuridad que poco a poco es ocultada por la creciente niebla. Las gotas golpean el techo, hace frio. Comienza a levantarse y dice con una voz dulce. – Señor, ¿está bien con la lluvia? – Termina de sentarse, acomoda el vestido e inspecciona el rostro, lo último que quiere es arruinar todo el trabajo. El conductor siente escalofríos al escuchar la voz: ¿De verdad es el mismo tipo? El desconcierto, rechazo, era muy grande. Solo por el favor de antes lo ayuda, que si no… – Tranquilo, se lidiar con el clima. Mientras menos hablemos mejor. –
Poco después llegaron al sitio. El vestido azul se asoma primero, el viento hace revolotear la falda larga y de último unas decentes sandalias marrones tocan el suelo. – Ah, el bolso, que tonta. – Se inclina en el interior para agarrarlo, permitiendo mostrar hasta unos centímetros más allá de las rodillas y una vista panorámica del trasero, que aunque pequeño, se nota firmecito. Cierra la puerta y agradece de nuevo al cochero por su ayuda y manda un besito volador a la joven que aún continua descansando; una extraña a la que pagó por hablar.
La primera impresión de ese lugar es igual a la de todo el Oeste, oscuro, silencioso y húmedo, incluso la actitud de los habitantes es igual. A medida que avanza sobre la tierra mojada los pies rápidamente van tornándose manchados de negro. Y se detuvo un momento para limpiarlos en mitad de la calle, mojandose. Mientras lo hace, observa mejor los alrededores. Nota la diferencia entre las miradas de estos lugareños y las de otros, por si solas dicen: Pobre desgraciada, no sabe lo que hace. Este hecho aumento la curiosidad: ¿Es porque estoy mojandome o por a donde voy?
Escondida en el lúgubre ambiente, una jovencita portentosa se pasea por ahí. Es difícil dejar de verla, el contraste es demasiado. Un señor interrumpe la escena, usa una capucha y está segura de que está mirándola y digiriéndose hacia ella (Colm). Flexiona los dedos y pone el lado externo del índice sobre el lado inferior y actúa pensativa, mientras camina en dirección a la joven (Mina) con la esperanza de que fuera extranjera también: A saber que quiere ese viejo.
. – Di algo lo que sea. Hola. – Dice a cuatro metros de distancia, expresándose de una forma infantil y dispuesta a terminar un discurso sin dar oportunidad a interrupciones. –– Intuyo vas a ver a la Condesa. – Hace esa aseveración de forma aleatoria. Por un momento imagina ser igual de femenina, toda su apariencia gritaba: soy elegante, educada y carismática. – No creas. ¿La inoportuno si la acompaño? – Pregunta y torna la voz a un nivel más adulto. – También vine por ella. Preséntate. Di cualquier nombre. Ah, mi nombre es Leinil, un gusto. Rayos casi digo que soy bruja. –
A pesar de la interacción con la chica, el hombre encapuchado como si fuera la muerte sigue caminando hasta el lugar de ambas. – Por favor, si vais al castillo de la condesa y veis a mi hija, entregadle esta carta. Se llama Rina. – Indudablemente, era un no. Tenía miedo, un extraño en un lugar extraño, rodeados de peligros, no, gracias. Si puede corroborar la historia, lo hará, de todas formas irá al castillo. En un ataque de sinceridad (mentira quiere sacarle información) contesta. – Este esconde algo, es peligroso Lo siento señor, es un desconocido, y… nos usará de chivos expiatorios. – Se apena por lo que dirá. – La verdad, usted es atemorizante. ¿Por qué no la entrega usted mismo? Demasiado directo. ¿Están peleados? – Sutilmente roza el brazo de la chica y hace otros pequeños gestos corporales: Ayúdame, ¿si? por fis por fis.
Nota:
-Lo que está en Negrita Gris y precedido por " : " Es un parafraseo del narrador. No un dialogo.
-Estoy hablando pensamiento pensamiento de mezclar pensamientos y dialogo en un mismo par de guiones espero que se entienda asi ahorro papel otro pensamiento
-¿Debí seguir escribiendo hasta subir al carro a pesar de desconocer las respuestas a las interacciones con Mina?
Desde aquella vez en que persiguió a dos jóvenes hasta una de esas amuralladas, quiso adentrarse, sin embargo las circunstancias y el riesgo de ingresar de forma furtiva eran desconocidos, en un sentido peligroso.
- Preparativos Para una Noche Loca:
Por otro lado, existe una enorme pega: Solo mujeres. Y desestima la idea, hasta varias horas después, cuando de forma súbita surje en su mente una frase que alguien más dijo: Estos elfos… están mejor que mi mujer. Y a él a veces lo confundían con uno, claro, solo aquellos que nunca han visto a un verdadero elfo. Piensa: Si, es posible…
A partir de entonces hace los preparativos para la presentación. En un inicio pretende hacerlo por su cuenta, ya que los polvos y ungüentos de camuflaje para cazar son semejantes. El espejo lo contradijo. Por un momento piensa en ir sin arreglos y ya, pero de ese modo la dejaran atrás: ¿Era una especie de competición por el trabajo o todas serían aceptadas? No lo sabe: buscaré a alguien.
De las féminas en su memoria solo unas pocas que usan algún tipo de “arreglo”, y desconoce el paradero de esas chicas, por lo cual pasea de prostíbulo en prostíbulo, buscando a una mujer decentemente emperifollada. Entonces recuerda otras trabas; la manzana de adán, vello corporal, la voz, el rostro masculino. Irónicamente mientras más cosas por hacer surgen, más quiere hacerlo. Además conoce al alquimista ermitaño perfecto para crear los brebajes que cambien esos aspectos físicos, y que al final de ingerir todos los menjurjes, los resultados fueron favorables, una mujer de aspecto deseable nace, pero de querer permanecer en esa condición periodos de tiempo largo, tiene la obligación de beber versionas menos intensas de las pociones.
Finalmente preparada, linda, coqueta y con cierta sensación de vulnerabilidad, practica su actuación femenina durante el trayecto a la villa, basandose en un manojo de gestos y comportamientos que ha visto en mujeres durante toda su vida. Pronto agarro gusto a hacerlo; ser otra persona.
El trueno (en realidad el grito) despierta a la joven doncella en un carruaje construido por ella misma. Ese fué el pago al cochero. Avista por la ventana una oscuridad que poco a poco es ocultada por la creciente niebla. Las gotas golpean el techo, hace frio. Comienza a levantarse y dice con una voz dulce. – Señor, ¿está bien con la lluvia? – Termina de sentarse, acomoda el vestido e inspecciona el rostro, lo último que quiere es arruinar todo el trabajo. El conductor siente escalofríos al escuchar la voz: ¿De verdad es el mismo tipo? El desconcierto, rechazo, era muy grande. Solo por el favor de antes lo ayuda, que si no… – Tranquilo, se lidiar con el clima. Mientras menos hablemos mejor. –
Poco después llegaron al sitio. El vestido azul se asoma primero, el viento hace revolotear la falda larga y de último unas decentes sandalias marrones tocan el suelo. – Ah, el bolso, que tonta. – Se inclina en el interior para agarrarlo, permitiendo mostrar hasta unos centímetros más allá de las rodillas y una vista panorámica del trasero, que aunque pequeño, se nota firmecito. Cierra la puerta y agradece de nuevo al cochero por su ayuda y manda un besito volador a la joven que aún continua descansando; una extraña a la que pagó por hablar.
La primera impresión de ese lugar es igual a la de todo el Oeste, oscuro, silencioso y húmedo, incluso la actitud de los habitantes es igual. A medida que avanza sobre la tierra mojada los pies rápidamente van tornándose manchados de negro. Y se detuvo un momento para limpiarlos en mitad de la calle, mojandose. Mientras lo hace, observa mejor los alrededores. Nota la diferencia entre las miradas de estos lugareños y las de otros, por si solas dicen: Pobre desgraciada, no sabe lo que hace. Este hecho aumento la curiosidad: ¿Es porque estoy mojandome o por a donde voy?
Escondida en el lúgubre ambiente, una jovencita portentosa se pasea por ahí. Es difícil dejar de verla, el contraste es demasiado. Un señor interrumpe la escena, usa una capucha y está segura de que está mirándola y digiriéndose hacia ella (Colm). Flexiona los dedos y pone el lado externo del índice sobre el lado inferior y actúa pensativa, mientras camina en dirección a la joven (Mina) con la esperanza de que fuera extranjera también: A saber que quiere ese viejo.
. – Di algo lo que sea. Hola. – Dice a cuatro metros de distancia, expresándose de una forma infantil y dispuesta a terminar un discurso sin dar oportunidad a interrupciones. –– Intuyo vas a ver a la Condesa. – Hace esa aseveración de forma aleatoria. Por un momento imagina ser igual de femenina, toda su apariencia gritaba: soy elegante, educada y carismática. – No creas. ¿La inoportuno si la acompaño? – Pregunta y torna la voz a un nivel más adulto. – También vine por ella. Preséntate. Di cualquier nombre. Ah, mi nombre es Leinil, un gusto. Rayos casi digo que soy bruja. –
A pesar de la interacción con la chica, el hombre encapuchado como si fuera la muerte sigue caminando hasta el lugar de ambas. – Por favor, si vais al castillo de la condesa y veis a mi hija, entregadle esta carta. Se llama Rina. – Indudablemente, era un no. Tenía miedo, un extraño en un lugar extraño, rodeados de peligros, no, gracias. Si puede corroborar la historia, lo hará, de todas formas irá al castillo. En un ataque de sinceridad (mentira quiere sacarle información) contesta. – Este esconde algo, es peligroso Lo siento señor, es un desconocido, y… nos usará de chivos expiatorios. – Se apena por lo que dirá. – La verdad, usted es atemorizante. ¿Por qué no la entrega usted mismo? Demasiado directo. ¿Están peleados? – Sutilmente roza el brazo de la chica y hace otros pequeños gestos corporales: Ayúdame, ¿si? por fis por fis.
- Vestido:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Nota:
-Lo que está en Negrita Gris y precedido por " : " Es un parafraseo del narrador. No un dialogo.
-Estoy hablando pensamiento pensamiento de mezclar pensamientos y dialogo en un mismo par de guiones espero que se entienda asi ahorro papel otro pensamiento
-¿Debí seguir escribiendo hasta subir al carro a pesar de desconocer las respuestas a las interacciones con Mina?
Última edición por Colm el Dom Ene 21 2018, 18:36, editado 2 veces (Razón : Que dificil es elegir un vestido lindo y que te quede)
Colm
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Por fin la búsqueda en Lunargenta dio frutos y dio con el nombre del actual dueño de unas de las joyas más hermosas y codiciadas de Aerandir. una gargantilla exquisita conocida como El Cuello del Dragón. Su valor, incalculable e inimaginable para la gente normal, una prenda inalcanzable para muchas mujeres de la aristocracia. Había sido imitada muchas veces, pero nadie jamás había logrado la belleza y perfección de la obra original. Era posesión de la Condesa de Cotplice y para llegar hasta ella tenía que adentrarse en el territorio de los vampiros.
Mina miraba el mapa y refunfuñaba, maldiciendo su suerte -¿No podía esa señora vivir en algún otro lado? ¿Es vampiresa? ¿Por qué el cuello del dragón lo tenía que tener una vampiresa?- preguntaba al aire, taconeando, haciendo un berrinche en voz baja, porque estaba en la biblioteca. Resopló y miró al techo -¿El Cuello vale la pena? Es un gran riesgo...- pensó. Una expresión de malicia apareció en el rostro de la ilusionista, acompañada de una sonrisa burlona -Esa condecilla no va a saber lo que le pasó- se dijo y acto seguido, buscó transporte hacia los reinos del Oeste.
*************
Aquel pueblo era deprimente. Mina sentía una congoja terrible y ganas de llorar desde que puso un pie en ese lugar. El mercader que la llevó, convencido a punta de coqueteo y el sonido de algunos aeros, prácticamente la tiró abajo del carromato de un zapatazo y salió del pueblo como alma que lleva el diablo. Al pobre asno le faltaron patas para correr.
En ese lugar, desde el suelo hasta el cielo rebozaba tristeza. Todo tenía un aspecto lúgubre y gris. Y la lluviecita perenne no mejoraba la situación. La gente, la poca que se veía, lucía demacrada y temerosa. Sabía que la miraban con curiosidad pero cuando ella devolvía la mirada, ellos agachaban la propia. ¿Cómo iba a conseguir indicaciones si cada persona a la que se acercaba le rehuía? -Vaya hospitalidad...- mascullaba la bruja con las manos en la cintura. Comenzó a caminar por el pueblo, buscando la plaza central, si es que había alguna, rezongando, como no iba a ser, porque llovía, porque hacía frío, porque el barro, porque el cielo, porque la vida...
-Hola- una extraña voz.. ¿femenina? interrumpió su profundo análisis de la situación. Mina se detuvo y la miró de pies a cabeza. Una muchacha de extraña apariencia le hablaba. Era obvio que no era del lugar, pero eso no era lo extraño en ella, tenía una cosa rara en la voz... en la cara... en su cuerpo... incluso, un olor extraño. -Grita alquimia por todos lados- pensó la bruja, mirándola con suspicacia. Vamos, no en vano había tomado todos los cursos de alquimia en el Hekshold -Intuyo vas a ver a la Condesa ¿La importuno si la acompaño? También vine por ella.- comentó la extraña muchacha. -¡Sí! Claro, allá voy- respondió con naturalidad -Soy Emereth- mintió. Aquella chica ocultaba algo, ella cuidaría su identidad también. -Ah, mi nombre es Leinil, un gusto- respondió ella.
Mina sonrió y estiró la mano para tomar la de ella y acercarse, hasta quedar pegadita a ella, como si fueran amigas de todas la vida -¿Conoces el camino al castillo? Me gustaría llegar antes que caiga la noche- confesó en un tono íntimo, hablándole muy cerca del rostro. Antes que la chica pudiera responder, un hombre se acercó a ellas, era aterrador. -Por favor, si vais al castillo de la condesa y veis a mi hija, entregadle esta carta. Se llama Rina.- dijo y Leinil tomó la carta. -S-sí, claro...- respondió la ilusionista. Los ojos del hombre pronto desaparecieron bajo la capucha y él hizo lo propio, perdiéndose entre las mojadas calles de aquel pueblo endemoniado. -Ay, Leinil, vámonos ya- gimoteó Mina, mostrándose un poquito desesperada.
- El Cuello del Dragón:
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Mina miraba el mapa y refunfuñaba, maldiciendo su suerte -¿No podía esa señora vivir en algún otro lado? ¿Es vampiresa? ¿Por qué el cuello del dragón lo tenía que tener una vampiresa?- preguntaba al aire, taconeando, haciendo un berrinche en voz baja, porque estaba en la biblioteca. Resopló y miró al techo -¿El Cuello vale la pena? Es un gran riesgo...- pensó. Una expresión de malicia apareció en el rostro de la ilusionista, acompañada de una sonrisa burlona -Esa condecilla no va a saber lo que le pasó- se dijo y acto seguido, buscó transporte hacia los reinos del Oeste.
*************
Aquel pueblo era deprimente. Mina sentía una congoja terrible y ganas de llorar desde que puso un pie en ese lugar. El mercader que la llevó, convencido a punta de coqueteo y el sonido de algunos aeros, prácticamente la tiró abajo del carromato de un zapatazo y salió del pueblo como alma que lleva el diablo. Al pobre asno le faltaron patas para correr.
En ese lugar, desde el suelo hasta el cielo rebozaba tristeza. Todo tenía un aspecto lúgubre y gris. Y la lluviecita perenne no mejoraba la situación. La gente, la poca que se veía, lucía demacrada y temerosa. Sabía que la miraban con curiosidad pero cuando ella devolvía la mirada, ellos agachaban la propia. ¿Cómo iba a conseguir indicaciones si cada persona a la que se acercaba le rehuía? -Vaya hospitalidad...- mascullaba la bruja con las manos en la cintura. Comenzó a caminar por el pueblo, buscando la plaza central, si es que había alguna, rezongando, como no iba a ser, porque llovía, porque hacía frío, porque el barro, porque el cielo, porque la vida...
-Hola- una extraña voz.. ¿femenina? interrumpió su profundo análisis de la situación. Mina se detuvo y la miró de pies a cabeza. Una muchacha de extraña apariencia le hablaba. Era obvio que no era del lugar, pero eso no era lo extraño en ella, tenía una cosa rara en la voz... en la cara... en su cuerpo... incluso, un olor extraño. -Grita alquimia por todos lados- pensó la bruja, mirándola con suspicacia. Vamos, no en vano había tomado todos los cursos de alquimia en el Hekshold -Intuyo vas a ver a la Condesa ¿La importuno si la acompaño? También vine por ella.- comentó la extraña muchacha. -¡Sí! Claro, allá voy- respondió con naturalidad -Soy Emereth- mintió. Aquella chica ocultaba algo, ella cuidaría su identidad también. -Ah, mi nombre es Leinil, un gusto- respondió ella.
Mina sonrió y estiró la mano para tomar la de ella y acercarse, hasta quedar pegadita a ella, como si fueran amigas de todas la vida -¿Conoces el camino al castillo? Me gustaría llegar antes que caiga la noche- confesó en un tono íntimo, hablándole muy cerca del rostro. Antes que la chica pudiera responder, un hombre se acercó a ellas, era aterrador. -Por favor, si vais al castillo de la condesa y veis a mi hija, entregadle esta carta. Se llama Rina.- dijo y Leinil tomó la carta. -S-sí, claro...- respondió la ilusionista. Los ojos del hombre pronto desaparecieron bajo la capucha y él hizo lo propio, perdiéndose entre las mojadas calles de aquel pueblo endemoniado. -Ay, Leinil, vámonos ya- gimoteó Mina, mostrándose un poquito desesperada.
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Castillo de Cotplice. Hora: 16:00. Luz solar.
Leinil y Emereth, como se habían hecho llamar Colm y Mina respectivamente, subieron en el carro del mayordomo, Karl Tepes. – Bien… Bien… - el hombre aseveró con una sonrisa tímida un par de veces, cuando las chicas subieron. Pero no dijo absolutamente nada durante el trayecto de ascenso. Dando lugar a un incómodo silencio que, por la oscuridad del día, la tetricidad del día y la tenue pero constante lluvia, hacía del trayecto a lo alto de la colina, un aparente camino al matadero.
El viento soplaba fuerte allí. Una enorme verja oxidada introducía a los jóvenes a lo que era el castillo de Cotplice. Karl Tepes bajó del carro y, encorvado, abrió la puerta aparentemente con esfuerzo. Una vez dentro, un conjunto de jardines muy bien cuidados los recibieron. No eran enormes, una pequeña parcela y lo que parecía ser una cripta a la derecha de éstos, actuaba de saludo a los visitantes. A la izquierda, el tétrico castillo de piedra negra. A donde los dirigió el cochero.
-Hemos llegado. – confirmó el anciano, bajándose del carro. Tomó de su lado un enorme hacha que puesta en el suelo le llegaba casi hasta el pecho. Pesaba bastante más que él. Sonrió mostrándoles los dientes. Era su arma para evitar peleas innecesarias.
Abrió la puerta de entrada a la fortaleza. Lo primero que podrían notar es que no había luz natural en el castillo. Las ventanas permanecían tapadas por cortinas negras. El castillo tampoco es que tuviera unos lujos excesivos, simplemente era de piedra y muy tétrico. Un lugar poco habitual para ser habitado por una mujer de la nobleza. Mujer que allí les esperaba, junto a cinco mujeres que esperaban detrás suya.
-Mi excelentísima condesa, le presento a Leinil y Emereth. Dos jovencitas que han leído su oferta y parecen querer servirla. - comentó el mayordomo, mirando a las dos jóvenes recién llegadas.
-Estupendo. Puedes retirarte, Kart. – comentó la mujer de pelo moreno, que parecía ser la condesa. El siervo encorvado asintió y, apenas con habilidad para poder moverse, marchó trastabilleando por la puerta, tomándose varios segundos en dar cada paso por el peso del hacha que llevaba con ambas manos. - Soy Lady Erzébeth Báthory, décimo tercera condesa de Cotplice, vasalla de Lunargenta. – se presentó con cierta soberbia. – Os doy la bienvenida a mi humilde morada. Imagino que habéis venido por la oferta de trabajo.
Todo el aura que embriagaba al castillo indicaba que allí algo raro pasaba. Parecían haber entrado en la boca del lobo y ni siquiera sabían cómo dar la vuelta.
-Mis cinco sirvientas también os dan la bienvenida. – comenzó diciendo Báthory, mostrando a un grupo de cinco chicas que se postraban ante las dos recién llegadas. – Sus nombres son Satoko, Margareth, Rita, Alice y Evelyn. – Todas saludaron a la vez. Quizás cada una pusiese una cara distinta, pero todas parecían igual de perturbadoras.
La primera de ellas parecía una mujer de porte serio y bastante tenebroso. De aspecto exótico. Quizás fuese una chica simpática, en el fondo, pero su mirada perdida fría y perdida no invitaba a demasiadas confianzas.
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Satoko
La segunda de ellas, la que llevaba los ropajes más finos, apenas un camisón gris, miraba con deseo a las recién llegadas, apretándose los labios. Parecía la más frágil y enclenque del grupo. ¿Interesaba relacionarse con ella?
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Margareth
La tercera tenía la melena más larga de las cinco, pelirroja. De porte serio y confiada. Parecía tener las cosas claras. Sabía qué quería y cómo lo quería. Portaba una pala. ¿Tal vez fuera la guardiana?
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Rita
La cuarta tenía una corta melena. Tenía una mirada divertida. Reía sola. ¿La graciosa del grupo? A saber. Quizás sólo fingiera. Transmitía la misma poca humanidad que las otras tres.
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Alice
La quinta y última era la única rubia. De pelo recogido. Era seria, pero lo justo y necesario. Parecía la más formal del grupo. La más leal. No se movía un ápice. ¿La sirvienta predilecta?
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Evelyn
Báthory no daría mucho más tiempo de observación a los recién llegados. La exótica y la última procedieron a disponer las sillas para que las recién llegadas se sentasen. Después hicieron lo mismo con el asiento de Báthory. Que rápidamente tomó asiento en la mesa redonda que presidía el salón de entrada al castillo.
-Tomad asiento y leed las condiciones del contrato. – clamó. - Tenéis un cuchillo a vuestra disposición. Si os interesa, rasgaos el pulgar y firmad las condiciones en sangre. – dijo la condesa, juntando sus manos y chasqueando los dedos. – Si no os convencen, podéis partir en paz. – aclaró con una sonrisa, apoyando la barbilla sobre sus manos. La puerta permanecía abierta. Podían volver a Cotplice cuando quisieran…
… O eso creían.
- De aceptar. Me gustaría escuchar una breve presentación vuestra, cuáles son vuestras cualidades y cuál de las tareas es en la que creéis ser más habilidosas. Luego, las chicas os dirán por dónde empezar. – insistió.
* * * * * * * * * *
Contrato de Sirvienta de Erzsébeth Báthory
(El pergamino tiene un cierto color misterioso, brillante).
Se suministrará apoyo a las sirvientas en cada una de las cinco labores:
- Secretaría y asuntos interiores del castillo.
- Preparación de baños y cuidado de la habitación de la condesa.
- Cocina.
- Mantenimiento de jardines.
- Recaudación de impuestos.
Los horarios del castillo son los siguientes:
- El desayuno se servirá al canto del gallo. A las 07:00.
- La comida se realizará puntualmente a las 13:00.
- La cena será a las 20:00.
- La hora del baño de la condesa y su sirvientas es exactamente a las 22:00.
Algunas prohibiciones:
- Queda prohibido la apertura de cualquier cortina del interior del castillo durante el día.
- Queda prohibido mantener ningún tipo de diálogo con las sirvientas que no tenga que ver con las funciones del hogar.
- Queda terminantemente prohibido acercarse a la cripta de la familia Báthory durante la noche. Las labores de mantenimiento de ésta deberán realizarse durante el día.
- Queda prohibido permitir el acceso a hombres de fuera al castillo.
- Si alguna sirvienta ve que otra infringe alguna de estas normas. Deberá avisar inmediatamente a la condesa.
* * * * * * * * * *
Ambos: Os doy la bienvenida al castillo de Cotplice. Os explico cómo funciona el juego. Hay tres cosas que me gustaría que supieseis antes de entrar en mis redes.
Primer punto: El castillo tiene dos partes: Los jardines y el interior del castillo. Mientras estéis en el exterior y sea de día, no recibiréis ataques de vampiros. Por si no era suficientemente evidente, confirmo vuestras sospechas: Sí, algunos de los personajes son vampiros. Adivinar cuáles ya no será tan obvio.
Segundo punto: Tened control del tiempo. Cada determinado evento (no tiene por qué tener turnos), el tiempo irá saltando. Si no estáis a las horas a las que hay que estar, tendréis problemas. A las 20:00 será de noche.
Tercer punto, este post os presento a las sirvientas del castillo. Cada una tiene una labor en la mansión, una de las cinco del contrato. Pero no sabéis quién realiza quién (tal vez podáis deducirlo a simple vista). Si aceptáis el contrato de Báthory, tendréis que elegir una función en este turno, lo que os llevará directamente con una de ellas.
Quiero destacar que las sirvientas serán clave en la misión. Alguna tiene trastornos mentales, otras esconden algo. Pero conocen el funcionamiento del castillo y, de primeras, temerán relacionarse con vosotros e incumplir la norma. Algunas son fieles a la condesa, por lo que si incumplís alguna de las normas, os acusarán o atacarán sin pensárselo (según cuál). Otras son más abiertas. Así que mucho cuidado con las preguntas, o con los actos que hacéis. Leed con cuidado el contrato y no confiéis demasiado. No son pocas las trampas que os pongo y es muy fácil que cometáis errores.
Dicho esto, empiezan las decisiones trascendentes. Lo primero que tendréis cada uno es si decidís firmáis el contrato de la manera en la que Báthory os ha dicho, y de ser así, elegid función. Podéis
Ger
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Al final recibe la carta con reticencia disimulada, o piensa que lo es. Por un instante pondera entregar la carta a la chica buena moza, después de todo ella fue quien aceptó, pero no, quizá eso escapa del rol de una mujer amable, el cual intenta realizar. Asiente sobre a las palabras de Mina sobre marcharse y en el camino pregunta. – ¿Por qué tan apurada? – La solicitud de la condesa carece de fecha límite, reflexiona en el camino. Desde esa vez, dejó de intentar apoyarse en ella. A primera vista, el hombre agrada a los ojos de Leinil, obviamente es un señor peligroso, y ya no necesita hacer juegos de intriga para saberlo. Antes de subir hace una reverencia, teniendo en claro que las palabras sobran.
El pequeño viaje es suficiente para incremente el agotamiento de la delicada chica, días practicando etiqueta femenina, hablando, haciendo gestos: Es increíble que lo hagan todos los días. (se dirige a las mujeres) El ambiente que los rodea sirve de lienzo para las remembranzas, ver las escenas superpuestas sobre esa oscuridad. Llega al cementerio (el jardín) de la familia, poseen varias plantas alquímicas por ahí, y los colores están extrañamente opacos, tal vez producto de la falta de luz.
. - Hemos llegado. – Dice el conductor, junto con el hacha, parece un verdugo. Descuidadamente salta. Salpica de barro las ruedas, a las que ninguna diferencia hace. De su bolso saca un pequeño contenedor y lo bebe como si fuera un tipo de dulce.
El interior oscuro la reconforta, una cueva, una cueva artificial: Debe tener un deseo muy grande por aislarse. Todo aquello es semejante a una secta. Las pisadas silenciosas de la chica de azul avanzan hasta donde se indica. Pretende ser la más ejemplar de las sirvientas. Pero también debe tener cuidado de olvidar el por qué está aquí y de que es hombre. Habla la dueña y entiende: Ninguna otra candidata vendrá. ¿Por qué? Esperaba más mozas.
Sostiene el aza del pequeño bolso de cuero, del tamaño de dos puños masculinos, frente al regazo. Las ve inclinarse y medita el comportamiento de aquellas bellezas góticas. La hacen rememorar a hienas decidiendo que hacer con la presa. Y se siente a gusto con ello. La mirada recorre a las cazadoras de una a una, poseen un aire hipnotízate, puede observarlas todo el día: Son brujas jugando.
Ya sentada, con el documento en una mano, el cuchillo en la otra. – Ugh… hazte el débil, la presa ¿P-puedes hacerlo por mí? – Extiende la mano abierta hacia Mina, que de no cortarla, buscará a la sirvienta más cercana. – A mí misma no puedo. – O de forma “muy sufrida” lo hará sola. La primera gota emana y cae sobre el contrato, el rostro lo lleva pálido.
A continuación cuenta su breve historia. – Mi nombre es Leinil Killian, tengo No digas la edad fascinación por las figurillas de madera, asi que puedo hacer cosas con la madera, reparar, construir. También se coser, este vestido lo hice yo misma. – Gira levemente y vuelve a la posición anterior. Pone una voz melosa. – Pero lo mejor, mi habilidad “especial”, es la cocina. Te extiendes demasiado… ¿o es muy poco? ¿las mujeres se explican mucho? Mmm... – Va recobrando parcialmente el color de la cara. – No digas que quieres revisar el castillo. ¿Con que podrías desplazarte sin sospechas? Con la cocina es imposible. Muy tarde. – Es incapaz de resolver la metida de pata y se sienta, dando paso a la siguiente. – Espera… la jardinería. – Finge levantarse por reflejo y dice. – Por eso conozco de plantas. Muchas destrezas, sospecharán.– Emula estar avergonzada por interrumpir a Mina. – Lo siento. Discúlpame. – Vuelve a su asiento con las piernas cerradas. Y clava el cuchillo en el corazón de ella. La atmosfera, la hace sentir una soga en el cuello, paulatinamente empieza a apretar.
El pequeño viaje es suficiente para incremente el agotamiento de la delicada chica, días practicando etiqueta femenina, hablando, haciendo gestos: Es increíble que lo hagan todos los días. (se dirige a las mujeres) El ambiente que los rodea sirve de lienzo para las remembranzas, ver las escenas superpuestas sobre esa oscuridad. Llega al cementerio (el jardín) de la familia, poseen varias plantas alquímicas por ahí, y los colores están extrañamente opacos, tal vez producto de la falta de luz.
. - Hemos llegado. – Dice el conductor, junto con el hacha, parece un verdugo. Descuidadamente salta. Salpica de barro las ruedas, a las que ninguna diferencia hace. De su bolso saca un pequeño contenedor y lo bebe como si fuera un tipo de dulce.
El interior oscuro la reconforta, una cueva, una cueva artificial: Debe tener un deseo muy grande por aislarse. Todo aquello es semejante a una secta. Las pisadas silenciosas de la chica de azul avanzan hasta donde se indica. Pretende ser la más ejemplar de las sirvientas. Pero también debe tener cuidado de olvidar el por qué está aquí y de que es hombre. Habla la dueña y entiende: Ninguna otra candidata vendrá. ¿Por qué? Esperaba más mozas.
Sostiene el aza del pequeño bolso de cuero, del tamaño de dos puños masculinos, frente al regazo. Las ve inclinarse y medita el comportamiento de aquellas bellezas góticas. La hacen rememorar a hienas decidiendo que hacer con la presa. Y se siente a gusto con ello. La mirada recorre a las cazadoras de una a una, poseen un aire hipnotízate, puede observarlas todo el día: Son brujas jugando.
Ya sentada, con el documento en una mano, el cuchillo en la otra. – Ugh… hazte el débil, la presa ¿P-puedes hacerlo por mí? – Extiende la mano abierta hacia Mina, que de no cortarla, buscará a la sirvienta más cercana. – A mí misma no puedo. – O de forma “muy sufrida” lo hará sola. La primera gota emana y cae sobre el contrato, el rostro lo lleva pálido.
A continuación cuenta su breve historia. – Mi nombre es Leinil Killian, tengo No digas la edad fascinación por las figurillas de madera, asi que puedo hacer cosas con la madera, reparar, construir. También se coser, este vestido lo hice yo misma. – Gira levemente y vuelve a la posición anterior. Pone una voz melosa. – Pero lo mejor, mi habilidad “especial”, es la cocina. Te extiendes demasiado… ¿o es muy poco? ¿las mujeres se explican mucho? Mmm... – Va recobrando parcialmente el color de la cara. – No digas que quieres revisar el castillo. ¿Con que podrías desplazarte sin sospechas? Con la cocina es imposible. Muy tarde. – Es incapaz de resolver la metida de pata y se sienta, dando paso a la siguiente. – Espera… la jardinería. – Finge levantarse por reflejo y dice. – Por eso conozco de plantas. Muchas destrezas, sospecharán.– Emula estar avergonzada por interrumpir a Mina. – Lo siento. Discúlpame. – Vuelve a su asiento con las piernas cerradas.
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Después de encontrarse con la extraña muchacha, apareció un cochero que había bajado al pueblo a buscar a las interesadas en la oferta de trabajo en el castillo. A Mina le pareció extraño que solo ellas dos estuvieran allí; era trabajo de servidumbre para una Condesa, era buena la paga y por lo que tenía entendido, también las condiciones. Solo ellas dos y extranjeras, muy mala señal.
¿Y el cochero? Tétrico. Mina no estaba segura de que fuese un hombre o un bestial, escuálido y demacrado. Ambas se encaramaron y el silencio reinó durante todo el trayecto, el hombre parecía una gárgola y Leinil no es que fuera muy parlanchina. Mina comenzó a arrepentirse de haberse embarcado en esa aventura. Luego de un trayecto que le pareció eterno, pero que en realidad no demoró mucho, llegaron al castillo. La ilusionista no se escandalizó al verlo, hacía juego con el cochero, el pueblo, el clima y el ambiente espeluznante que imperaba en ese lugar.
Dentro, vamos, ya era de esperarse, más ambiente del terror. ¿Y la condesa? Como para salir corriendo, especialmente por su séquito de criadas. Pero ya estaba allí, ya no había marcha atrás. El cochero, que era el mayordomo, las presentó. Ella, en su papel de mujer humilde, hizo una leve reverencia al escuchar su supuesto nombre. Escuchó atenta la presentación de la Condesa y la de las criadas. Escuchó el nombre de Rina y recordó al hombre encapuchado, el que entregó la carta a Leinil. Pasó el peso de su cuerpo de un pie al otro para rozar levemente el brazo de su compañera, para llamarle la atención respecto a la muchacha, a fin de cuentas, el hombre le había conmovido; lucía tan afligido que no pudo evitar pensar en su propio papito y en cómo se sentiría si no pudiera verla más. Y bueno, cabía la posibilidad que en poco tiempo, fuese él el hombre en la plaza del pueblo buscando un mensajero que le entregase una carta.
Siguió a la Condesa, tomó asiento, recibió el pergamino... -Esta porquería no la firmo con sangre ni loca... no, no, no... ni con un cuchillo en el cuello- pensó, notando el color y brillo extraño del pergamino. Eso tenía magia, una magia negra, sucia y perversa. Tenía que encontrar una manera de hacer parecer que firmaba, con una ilusión bastaría, pero la suerte estaba de su lado. Leinil, ignorante del terrible destino al que se entregaba, le pidió que le hiciera el corte. -Claro, Leinil, yo te ayudo- le dijo en un tono suave, tomando el cuchillo y con cuidado haciendo un corte lo suficientemente profundo como para que brotara mucha más sangre de la necesaria, manchando las manos de Mina.
Cuando fue su turno, tomó el cuchillo, cerró los ojos para ocultar el destello dorado que revelaba su magia y conjuró la ilusión de un corte en su dedo. La sangre de Leinil lo hizo todo más realista. Firmado el contrato, procedió a presentarse -Soy Emereth Degrasse, de Lunargenta. Mi familia ha servido a grandes señores de la capital durante años pero con la terrible enfermedad, todos huyeron a Beltrexus, dejándonos a nuestra suerte. Es por eso que he tenido que salir a buscar el pan fuera de las grandes murallas humanas- contó, en tono lastimero.
Miró a la Condesa de soslayo y agachó la mirada -En general, me desempeño muy bien en todas estas tareas, excepto jardinería y cocina- continuó. No pudo evitar sonreír al recordar su última experiencia como cocinera -¡Es mejor mantenerme lejos de los fogones!- bromeó. Pero nadie más que ella entendió el chiste, todas mantuvieron la seriedad. Tragó en seco y se acomodó en su asiento -Pero seguramente me sacará más provecho en tareas de camarlengo; preparando los baños y cuidando de la habitación de la condesa, o secretariales al interior del castillo- finalizó, con expresión seria.
¿Y el cochero? Tétrico. Mina no estaba segura de que fuese un hombre o un bestial, escuálido y demacrado. Ambas se encaramaron y el silencio reinó durante todo el trayecto, el hombre parecía una gárgola y Leinil no es que fuera muy parlanchina. Mina comenzó a arrepentirse de haberse embarcado en esa aventura. Luego de un trayecto que le pareció eterno, pero que en realidad no demoró mucho, llegaron al castillo. La ilusionista no se escandalizó al verlo, hacía juego con el cochero, el pueblo, el clima y el ambiente espeluznante que imperaba en ese lugar.
Dentro, vamos, ya era de esperarse, más ambiente del terror. ¿Y la condesa? Como para salir corriendo, especialmente por su séquito de criadas. Pero ya estaba allí, ya no había marcha atrás. El cochero, que era el mayordomo, las presentó. Ella, en su papel de mujer humilde, hizo una leve reverencia al escuchar su supuesto nombre. Escuchó atenta la presentación de la Condesa y la de las criadas. Escuchó el nombre de Rina y recordó al hombre encapuchado, el que entregó la carta a Leinil. Pasó el peso de su cuerpo de un pie al otro para rozar levemente el brazo de su compañera, para llamarle la atención respecto a la muchacha, a fin de cuentas, el hombre le había conmovido; lucía tan afligido que no pudo evitar pensar en su propio papito y en cómo se sentiría si no pudiera verla más. Y bueno, cabía la posibilidad que en poco tiempo, fuese él el hombre en la plaza del pueblo buscando un mensajero que le entregase una carta.
Siguió a la Condesa, tomó asiento, recibió el pergamino... -Esta porquería no la firmo con sangre ni loca... no, no, no... ni con un cuchillo en el cuello- pensó, notando el color y brillo extraño del pergamino. Eso tenía magia, una magia negra, sucia y perversa. Tenía que encontrar una manera de hacer parecer que firmaba, con una ilusión bastaría, pero la suerte estaba de su lado. Leinil, ignorante del terrible destino al que se entregaba, le pidió que le hiciera el corte. -Claro, Leinil, yo te ayudo- le dijo en un tono suave, tomando el cuchillo y con cuidado haciendo un corte lo suficientemente profundo como para que brotara mucha más sangre de la necesaria, manchando las manos de Mina.
Cuando fue su turno, tomó el cuchillo, cerró los ojos para ocultar el destello dorado que revelaba su magia y conjuró la ilusión de un corte en su dedo. La sangre de Leinil lo hizo todo más realista. Firmado el contrato, procedió a presentarse -Soy Emereth Degrasse, de Lunargenta. Mi familia ha servido a grandes señores de la capital durante años pero con la terrible enfermedad, todos huyeron a Beltrexus, dejándonos a nuestra suerte. Es por eso que he tenido que salir a buscar el pan fuera de las grandes murallas humanas- contó, en tono lastimero.
Miró a la Condesa de soslayo y agachó la mirada -En general, me desempeño muy bien en todas estas tareas, excepto jardinería y cocina- continuó. No pudo evitar sonreír al recordar su última experiencia como cocinera -¡Es mejor mantenerme lejos de los fogones!- bromeó. Pero nadie más que ella entendió el chiste, todas mantuvieron la seriedad. Tragó en seco y se acomodó en su asiento -Pero seguramente me sacará más provecho en tareas de camarlengo; preparando los baños y cuidando de la habitación de la condesa, o secretariales al interior del castillo- finalizó, con expresión seria.
Mina Harker
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Hora: 17:00
La condesa esbozó una tímida sonrisa cuando vio caer las gotas de sangre de Killian y Mina sobre aquel contrato imbuido en magia. Mina había sido más desconfiada ya que lo había hecho mediante una ilusión muy real, por lo que su sangre no llegó a tocar el pergamino.
Un buen punto por parte de la brujita. Firmar nada proveniente de aquella condesa con sangre no le iba a aportar nada bueno… Por ahora. Pero los efectos de la magia tardarían aún en surtir efecto en Leinil. Era hora de pasar al siguiente punto.
-Cocina y menaje del hogar… - Báthory miró a ambas. – Por ser el primer día mejor empezar por lo que conocéis. – se giró hacia dos de sus sirvientas, la exótica y la de ropa ligera. – Satoko, Margareth. ¿Gustaríais guiar a vuestras nuevas compañeras en su primer día? – Pidió con educación. Ambas asintieron con la cabeza y se dispusieron a llevar a las dos nuevas sirvientas a sus respectivos puestos. La condesa se despediría de éstas. – Pasad un buen día, queridas. Si necesitáis algo, yo estaré por el castillo, y Karl estará por los patios. – indicó. Información que sería muy importante de cara a la movilidad del mismo.
* * * * * * *
Satoko era la encargada de la cocina. No era muy dicharachera, así que únicamente acarició la mano de Leinil para indicarle que la siguiera. Salieron por la primera puerta al fondo de la recepción, a la izquierda.Pasaron por una estancia igual de pobremente adornada y oscura. Con todas las cortinas evitando el acceso de la luz del sol. Lo más destacable de ésta primera estancia era la larga mesa de comedor, con asientos de respaldo alto para más de veinte comensales. Estaban en el lugar en el que se realizaban las comidas y cenas.
Pero no era aquí donde se dirigían, sino a la estancia que estaba al otro lado: La cocina. Un lugar considerablemente limpio, y únicamente iluminado por antorchas. Había un enorme horno de piedra encendido, que Satoko se encargó de alimentar con madera. Luego había también una larga mesa de piedra para la preparación de la comida. Un lugar en el que tiraban los sobrantes y una pequeña ventana que conectaba con el comedor y que servía para que alguna sirvienta tomara la comida y la transportara a la mesa del comedor.
Satoko se acercó a un bidón que destacaba por el rojo color de sangre que lo teñía. – No queda carne. – indicó – Baja a la despensa y prepara algo. – indicó tomando un cuchillo que era casi tan grande como su brazo. – Voy a por verdura. – pidió con total naturalidad, volviendo a salir por donde acababan de entrar.
Tampoco es que tuviera demasiadas alternativas. Al bajar por las escaleras, Leinil terminaría encontrándose con una puerta cerrada pero con una llave cercana a la cerradura. La puerta tendría también evidentes manchas de sangre. Al atravesarla, sentiría frío, mucho frío. La despensa hacía de congelador, y estaba alimentada por runas mágicas que mantenían el frío en la estancia. ¿Y qué había dentro para elegir? No demasiada cosa: Tan sólo un cerdo completo y… el de una joven chica. Los dos eran igual de visibles. El de la joven no estaba escondido, sino que estaba ahí colocado a propósito. Era evidente.
* * * * * * *
Emereth fue dirigida por Margareth, la encargada de la preparación de baños, al piso superior del castillo. – Ven por aquí, Emereth. La sala de baños está en el piso de arriba. – Comenzó diciendo con un tono de voz plagado de gemidos.Mina, desde su espalda, podría notar que algo fallaba en la joven de tan ligera ropa. Subía por el pasamanos acariciándolo y emitiendo gemidos que no venían a cuento. Acariciándose todas las partes del cuerpo. Aquella sirvienta era claramente una trastornada sexual. Una vez en el piso superior, dio una vuelta sobre sí misma y se giró de cara a Mina, señalando a la derecha. – Es por allí. – indicó mordiéndose un labio y siguiendo su camino. – Aún faltan horas para el baño de la condesa, pero me ayudas a prepararlo y nos lo quitamos ya. – asintió.
La sala de baños guardaba la tónica general del castillo de Cotplice. Negra. Fría. De piedra. Con ventanas cerradas e iluminada por antorchas. La bañera, de formar circular, era demasiado grande para una persona. Ahí cabían perfectamente diez personas. Al lado de la puerta, había siete u ocho bidones, probablemente con la sustancia para la misma.
–Ya he preparado yo por la mañana los bidones. – comentó acariciando uno de ellos. - Tenemos que descargar la sangre que contienen en la bañera. Pero antes, tenemos que filtrar los órganos. – dijo con naturalidad, sonriendo pícaramente. – No pongas esa cara, querida. No me negaras que no te gusta la sangre, ¿verdad? – volvió a morderse los labios y gimió. – Es tan deliciosa… - se acercó a Mina, mirándola a los ojos con lujuria. Sus ojos rojos la delataban como una de las vampiresas del castillo. Acarició un mechón de su pelo y jugó con él. – Huelo el olor de tu sangre de… - cerró los ojos cerca de la piel de Mina. Estaba evaluándola. Suerte que no lo hizo con Leinil, pues habría descubierto que era un hombre. – Bruja. ¿Si? Nunca probé la sangre de bruja. Estoy ansiosa porque llegue la hora del baño y poder probarte. Aunque no sé si podré aguantarme. Uf… Eres tan… - estaba claramente encendida. - Vas a estar muy cotizada esta noche. – se alejó entre risas, aproximándose a los bidones. Mirándola con deseo. – Bueno, ¿me ayudas a quitar los órganos?
* * * * * * *
Consecuencia: Colm ha firmado el contrato y Mina no. Hasta el caer la noche, no sucederá nada.
Colm: Al elegir la cocina, has ido con Satoko, la carnicera impasible. Te pide que bajes a la despensa y descongeles algo de carne. En el congelador encuentras el cuerpo de una joven y el de un cerdo. Tendrás que subir uno e ir preparando algo mientras vuelve. A su vuelta, puedes permanecer callado, hablar con naturalidad o preguntarle a Satoko tus inquietudes sobre el castillo o sobre la joven del congelador, aunque probablemente no te las responda o, como te pases, puedes ofenderle. Como verás, esta sirvienta no es de las conversadoras y tiene un cuchillo enorme en la mano, por fortuna para ti, tampoco es de las que disponen de habilidades para descubrirte.
Mina: Elegiste los baños, y por lo tanto te has ido con Margareth, la ninfómana. Otra de las trastornadas del castillo. Prueba a pasar mucho tiempo con ella y verás qué bien te lo pasas. Será mejor que acabes la preparación de los baños rápido. Tendrás que describir la preparación de éste de la manera que desees. Preguntarle a la joven tus inquietudes sobre el mismo u otro aspecto del castillo o la condesa. Ella no dejará de mirarte con deseo y hacer insinuaciones sexuales.
Ambos: Si no queréis llevar a cabo las depravaciones de la condesa y sus lacayas, en cualquier momento de la misión podéis tratar de negaros, atacar a la sirvienta o encerrada (lanzando una runa), o ignorar sus instrucciones y explorar el castillo por vuestra cuenta en un momento que estéis solos. Ésta decisión, en el momento que la toméis, os causará problemas. Y si no estáis juntos o no contáis con el apoyo de ninguna de las otras sirvientas, sois más débiles.
Vuestras relaciones:
Alice, Rita y Evelyn: No os conocen.
Satoko: Siente indiferencia hacia Colm.
Margareth: Siente deseo hacia Mina.
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
El gesto de la otra invitada pasa desapercibido: Un roce por accidente. Y el nombre de Rina, la carta, ni las recuerda. Está inmerso en todo ese desconocido lugar, desconocidas personas. Desea atrapar cada pequeño detalle del recinto, y en segundo lugar sus habitantes. Los animales en su habitad. La visión de aquel grupo de seres altivos, o eso percibe, lo hace rememorar una escena donde los cazadores acorralan a la paresa y todos saben, lo siguiente en acontecer.
De forma natural, es decir, copiada de alguna chica conocida, "dibuja" una expresión de dolor y asco. - ¡Aaah... me voy a desangrar! - Aleja la mano de la chica, trata de cubrir la herida con la mano, luego con la tela de su manga y finalmente tiene tiempo para mirarla mal, con desagrado. Después la perdona. - Es mi culpa por pedirlo. – La anota mentalmente en la lista de personas a jugar y sin derecho a rescate.
Yendo en contra de todas las alertas, sigue la corriente. Mantiene su comportamiento sumiso y obediente. Escucha las órdenes, obedece.
Lo que de verdad la extraña es el hecho, de que solo se fijaron en si firmaron o no. Pues cuando la sirvienta roza su mano, pasa del pergamino y lo deja en las manos de la mujer de mediana edad (Colm) y de la humana elegante (Mina).
Agradece a la señora cuyo nombre olvidó, la matrona, la jefa; del set de señoritas, Satoko resalta a sus ojos. De inmediato puede reconocer esa faceta de solitaria, lacónica. Antes de escapar a la vista de la Reina del castillo, la observa brevemente, esperando cruzar la mirada con ella. Probablemente estarán siempre bajo vigilancia, incluso estando “solos”: Déjenme unirme al club.
Su atención se dispersa en cada tramo de pared, suelo, techo, adornito, trapito y andar de la mujer, cuyas escapulas armoniosamente se desplazan, aunque en realidad es imposible verlas, es fácil imaginar cómo es el movimiento.
La gran estancia, el eco de los pasos. - ¿Cómo limpian todo esto? - Habla para escucharse repetir. - Es un lugar muy grande para seis ayudantes. - Siente curiosidad genuina al respecto. Sin embargo, la habitación fue la única en responder.
Ya en la cocina, pudo notar la falta de... no de pulcritud, está limpia, pero siente que algo está fuera de lugar o desencaja; a lo mejor la disposición de las cosas, quien sabe.
La voz de la dama lo incomoda en mitad de la reflexión. Si, tal cual calculó, es del tipo breve. Eso agrada. Devuelve una bien trabajada postura de: Como desee. Digna de una sirvienta de alto nivel, pero tal vez demasiado exagerada en el contexto actual. Aguarda la salida de la señorita.
Antes de ejecutar la orden, detalla algunos de los rinconcitos fuera de vista, como si buscará una mota de polvo para limpiar, de forma rápida y superficial. Nada en particular encuentra. En confidencia con el silencio piensa: Si falta carne, y voy a buscar la carne, ¿por qué te llevas el cuchillo? Dámelo a mí. Es ahí cuando empieza a centrarse, a causa de una posible amenaza inminente. En retrospectiva, la imagen de ella y el cuchillo, es perturbadora: Ojalá sea verdad. Afirma a la idea de una malvada Sakoto. Arma una pequeña trampa, nada mortal, como dedicatoria. Coloca de forma estratégica y desperdigada en la habitación un cuarteto de objetos a punto de caer o simplemente atravesados, ejemplo de ello es el de la entrada, un cubierto atado a una hebra de su cabello, que caerá en un lugar alejado y el “cordel” será cortado por un cuchillo por la fuerza de la “bajada”. Obviamente si las intenciones de la geisha son malvadas, sabrá que fue una trampa y si no, a saber. Ya tiene prepara su acto: Disculpe mi atrevimiento, mi señora, de este modo estaré al corriente de su venida y la podré atender con prontitud. Ni él se lo cree.
Intenta primero abrir empujándola. No cede. Luego nota la llave y prueba con ella. Abre: ¿Para qué cierran una puerta y ponen la llave al lado? Aquí encierran algo. Medita por un segundo el riesgo. Respira hondo y vuelve a verificar si alguien lo espía: Mierda, quiero ver que meten ahí.
Arrastrado por la curiosidad avanza al interior de aquella "mazmorra", no sin antes equiparse con su cuchillo de carnicero +0 (de menor tamaño al de la Jefa de Cocina), primeramente para cortar la carne necesaria.
El aire frio va del interior al exterior por el cambio de presión. La falda pasa factura a sus pelotas masculinas de macho, que sufren terriblemente por el aire que pasa entre sus piernas. De forma involuntaria "arropa" con su mano a las pobres, usando de manta a la tela. Poco después adopta una forma más, femenina de hacerlo.
Inmediatamente diferencia los dos cuerpos que en un inicio parecían lo mismo, un saco de piel con carne: Mmm... mira esto... ¿qué haces aquí pequeña? Unos caníbales, bueno, si son vampiros es otra cosa: Carne es carne. ¿Pero cuál quiere? Intercambia miradas con el cerdo y la mujer, indeciso. Atorada en la indecisión, explora el cuarto mientras continúa decidiendo cual llevar. Es fascinante el empleo de las runas para conservar la comida. La falta de abrigo la obliga decidir y corta con dificultad un trozo de cerdo del tamaño de una hormiga. Es imposible, demasiado congelado: Te tocará a ti amiga. La carga sobre el hombro. El animal es muy pesado para llevarlo, no vale el esfuerzo. Ojalá escogerla sea buena, o al menos no una mala decisión. Porque si son una secta y la necesitan para un ritual… matarán a la otra nueva.
Devuelta en la cocina la cola sobre la mesa de piedra, con el mismo cuidado con el que lo habría hecho con una persona en estado crítico. El calor de la cosa esa con fuego derrite los rastros de hielo sobre la ropa y terminan por empaparla. Espera un rato a que se descongele la mujer. La luz anaranjada se refleja en la piel cristalina del cadáver. Piensa – Tengo una excusa para salir de la cocina.– Y tal cual una premonición se ve morir apenas cruzar la puerta, como si… : Oh, verdad, está es mi jaula, que tonta... o.
Por otro lado, el castillo entero es una jaula. Así pues, camina hasta la el espacioso lugar contiguo, el del eco, el comedor, y lo recorre sonando sus pisadas a propósito. Solo esa vez caviló el motivo de la perpetua oscuridad, sin embargo es apresurado hacer una suposición. Curioso por ve el paisaje que ocultan las cortinas, abre una, una brecha del grosor de un dedo. La intensa luz del atardecer casi lo ciega. Quizá son los colores, pero, ahora se siente vivo, despierto.
Dado el lapso transcurrido, decide adelantar el trabajo. – Ya debe estar lista. – Expresa en una voz moderada en caso de ser rondada. En los varios metros de trayecto, se entretiene adivinando quien es la vampiro del grupo, definitivamente el señor es un no-muerto, pero los vampiros son bonitos. En la otra mano queda la jefa cumple los requisitos de personalidad y cuerpo, aunque un momento… todas (incluye a Mina) y todos lo cumplen menos la presente joven de mediana edad (Colm): Quitaré las cortinas en la cena y lo sabré.
Devuelva en con el cadáver, ahora visualmente más asqueroso desagradable que antes, se da cuenta de que aun lleva el cuchillo consigo, que peligro. Tranquilamente hace a un lado el cabello del rostro morado y la observa con detenimiento. – ¿Qué habrá hecho en su vida? – Tajó el codo, repicó el choque del metal y la piedra al fondo. – Aprovecharé cada parte de ti. – Un corte limpio. Debió ser una persona débil o eso juzgó. Deja el brazo en el mismo lugar y se mueve para cortar otra sección. Finalmente queda un mosaico hecho de partes humanas. Pero antes de hacer los “cortes de la carne”, prefiere consultar a la supervisora. – Debí preguntar cuál va a ser la cena. – Y pudo escuchar como su propiamente responde: Tú. La gran cantidad de fluidos alquimicos que recorren su cuerpo a lo mejor la afectan mentalmente.
Relaciones:
-Makoto: Quiere verla asesinar.
-Todos(es decir, Mina): Es fea.
-Jefa de Arpías: Quiere verla frente a la luz del Sol.
-Tipo Feo del Inicio: Amigable
-La de Ropa Amarilla: Amigable
-La Tía en Celo: Quiere cruzarla con el Tipo Feo.
-El Resto: Neutral
De forma natural, es decir, copiada de alguna chica conocida, "dibuja" una expresión de dolor y asco. - ¡Aaah... me voy a desangrar! - Aleja la mano de la chica, trata de cubrir la herida con la mano, luego con la tela de su manga y finalmente tiene tiempo para mirarla mal, con desagrado. Después la perdona. - Es mi culpa por pedirlo. – La anota mentalmente en la lista de personas a jugar y sin derecho a rescate.
Yendo en contra de todas las alertas, sigue la corriente. Mantiene su comportamiento sumiso y obediente. Escucha las órdenes, obedece.
Lo que de verdad la extraña es el hecho, de que solo se fijaron en si firmaron o no. Pues cuando la sirvienta roza su mano, pasa del pergamino y lo deja en las manos de la mujer de mediana edad (Colm) y de la humana elegante (Mina).
Agradece a la señora cuyo nombre olvidó, la matrona, la jefa; del set de señoritas, Satoko resalta a sus ojos. De inmediato puede reconocer esa faceta de solitaria, lacónica. Antes de escapar a la vista de la Reina del castillo, la observa brevemente, esperando cruzar la mirada con ella. Probablemente estarán siempre bajo vigilancia, incluso estando “solos”: Déjenme unirme al club.
Su atención se dispersa en cada tramo de pared, suelo, techo, adornito, trapito y andar de la mujer, cuyas escapulas armoniosamente se desplazan, aunque en realidad es imposible verlas, es fácil imaginar cómo es el movimiento.
La gran estancia, el eco de los pasos. - ¿Cómo limpian todo esto? - Habla para escucharse repetir. - Es un lugar muy grande para seis ayudantes. - Siente curiosidad genuina al respecto. Sin embargo, la habitación fue la única en responder.
Ya en la cocina, pudo notar la falta de... no de pulcritud, está limpia, pero siente que algo está fuera de lugar o desencaja; a lo mejor la disposición de las cosas, quien sabe.
La voz de la dama lo incomoda en mitad de la reflexión. Si, tal cual calculó, es del tipo breve. Eso agrada. Devuelve una bien trabajada postura de: Como desee. Digna de una sirvienta de alto nivel, pero tal vez demasiado exagerada en el contexto actual. Aguarda la salida de la señorita.
Antes de ejecutar la orden, detalla algunos de los rinconcitos fuera de vista, como si buscará una mota de polvo para limpiar, de forma rápida y superficial. Nada en particular encuentra. En confidencia con el silencio piensa: Si falta carne, y voy a buscar la carne, ¿por qué te llevas el cuchillo? Dámelo a mí. Es ahí cuando empieza a centrarse, a causa de una posible amenaza inminente. En retrospectiva, la imagen de ella y el cuchillo, es perturbadora: Ojalá sea verdad. Afirma a la idea de una malvada Sakoto. Arma una pequeña trampa, nada mortal, como dedicatoria. Coloca de forma estratégica y desperdigada en la habitación un cuarteto de objetos a punto de caer o simplemente atravesados, ejemplo de ello es el de la entrada, un cubierto atado a una hebra de su cabello, que caerá en un lugar alejado y el “cordel” será cortado por un cuchillo por la fuerza de la “bajada”. Obviamente si las intenciones de la geisha son malvadas, sabrá que fue una trampa y si no, a saber. Ya tiene prepara su acto: Disculpe mi atrevimiento, mi señora, de este modo estaré al corriente de su venida y la podré atender con prontitud. Ni él se lo cree.
Intenta primero abrir empujándola. No cede. Luego nota la llave y prueba con ella. Abre: ¿Para qué cierran una puerta y ponen la llave al lado? Aquí encierran algo. Medita por un segundo el riesgo. Respira hondo y vuelve a verificar si alguien lo espía: Mierda, quiero ver que meten ahí.
Arrastrado por la curiosidad avanza al interior de aquella "mazmorra", no sin antes equiparse con su cuchillo de carnicero +0 (de menor tamaño al de la Jefa de Cocina), primeramente para cortar la carne necesaria.
El aire frio va del interior al exterior por el cambio de presión. La falda pasa factura a sus pelotas masculinas de macho, que sufren terriblemente por el aire que pasa entre sus piernas. De forma involuntaria "arropa" con su mano a las pobres, usando de manta a la tela. Poco después adopta una forma más, femenina de hacerlo.
Inmediatamente diferencia los dos cuerpos que en un inicio parecían lo mismo, un saco de piel con carne: Mmm... mira esto... ¿qué haces aquí pequeña? Unos caníbales, bueno, si son vampiros es otra cosa: Carne es carne. ¿Pero cuál quiere? Intercambia miradas con el cerdo y la mujer, indeciso. Atorada en la indecisión, explora el cuarto mientras continúa decidiendo cual llevar. Es fascinante el empleo de las runas para conservar la comida. La falta de abrigo la obliga decidir y corta con dificultad un trozo de cerdo del tamaño de una hormiga. Es imposible, demasiado congelado: Te tocará a ti amiga. La carga sobre el hombro. El animal es muy pesado para llevarlo, no vale el esfuerzo. Ojalá escogerla sea buena, o al menos no una mala decisión. Porque si son una secta y la necesitan para un ritual… matarán a la otra nueva.
Devuelta en la cocina la cola sobre la mesa de piedra, con el mismo cuidado con el que lo habría hecho con una persona en estado crítico. El calor de la cosa esa con fuego derrite los rastros de hielo sobre la ropa y terminan por empaparla. Espera un rato a que se descongele la mujer. La luz anaranjada se refleja en la piel cristalina del cadáver. Piensa – Tengo una excusa para salir de la cocina.– Y tal cual una premonición se ve morir apenas cruzar la puerta, como si… : Oh, verdad, está es mi jaula, que tonta... o.
Por otro lado, el castillo entero es una jaula. Así pues, camina hasta la el espacioso lugar contiguo, el del eco, el comedor, y lo recorre sonando sus pisadas a propósito. Solo esa vez caviló el motivo de la perpetua oscuridad, sin embargo es apresurado hacer una suposición. Curioso por ve el paisaje que ocultan las cortinas, abre una, una brecha del grosor de un dedo. La intensa luz del atardecer casi lo ciega. Quizá son los colores, pero, ahora se siente vivo, despierto.
Dado el lapso transcurrido, decide adelantar el trabajo. – Ya debe estar lista. – Expresa en una voz moderada en caso de ser rondada. En los varios metros de trayecto, se entretiene adivinando quien es la vampiro del grupo, definitivamente el señor es un no-muerto, pero los vampiros son bonitos. En la otra mano queda la jefa cumple los requisitos de personalidad y cuerpo, aunque un momento… todas (incluye a Mina) y todos lo cumplen menos la presente joven de mediana edad (Colm): Quitaré las cortinas en la cena y lo sabré.
Devuelva en con el cadáver, ahora visualmente más asqueroso desagradable que antes, se da cuenta de que aun lleva el cuchillo consigo, que peligro. Tranquilamente hace a un lado el cabello del rostro morado y la observa con detenimiento. – ¿Qué habrá hecho en su vida? – Tajó el codo, repicó el choque del metal y la piedra al fondo. – Aprovecharé cada parte de ti. – Un corte limpio. Debió ser una persona débil o eso juzgó. Deja el brazo en el mismo lugar y se mueve para cortar otra sección. Finalmente queda un mosaico hecho de partes humanas. Pero antes de hacer los “cortes de la carne”, prefiere consultar a la supervisora. – Debí preguntar cuál va a ser la cena. – Y pudo escuchar como su propiamente responde: Tú. La gran cantidad de fluidos alquimicos que recorren su cuerpo a lo mejor la afectan mentalmente.
Relaciones:
-Makoto: Quiere verla asesinar.
-Todos(es decir, Mina): Es fea.
-Jefa de Arpías: Quiere verla frente a la luz del Sol.
-Tipo Feo del Inicio: Amigable
-La de Ropa Amarilla: Amigable
-La Tía en Celo: Quiere cruzarla con el Tipo Feo.
-El Resto: Neutral
Última edición por Colm el Dom Feb 18 2018, 05:11, editado 4 veces
Colm
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
A pesar de su expresión calmada y tranquila, el estómago de Mina era un nudo. Estaba ansiosa por que terminara pronto el asunto del contrato, quería saber si su artimaña había funcionado. Y al parecer, así fue. La Condesa sonrió satisfecha cuando ambos papeles estuvieron marcados con sangre. Su aspecto no cambió, su corazón no se alteró, pero su estómago se despegó del espinazo.
La Condesa llamó a Sakoto, una mujer que tenía una apariencia parecida a la de ella misma, pero sus ojos eran aún más rasgados y su rostro más redondo. Tenía un aspecto duro, no quería trabajar con ella. La otra fue Margareth, una flaca con expresión lujuriosa que no se quedaba quieta. ¿Qué clase de hechizo habrían echado sobre ella? Le daba la impresión de que en cualquier momento estallaría en un orgasmo. Orgasmos... hacía mucho que Mina no tenía uno de esos.
Afortunadamente la asignaron a Margareth, no es que quisiera trabajar con ella, pero parecía mucho mejor que Sakoto. Siguió a la joven mujer que caminaba como deslizándose, algunas veces podía notar cómo apretaba sus piernas la una con la otra. Era como si cada roce le causara un delicioso placer. Definitivamente, quería conocer ese hechizo.
-Es muy consistente nuestra Señora- comentó Mina mirando las paredes, la oscura piedra, las ventanas tapadas mientras subían las escaleras -El estilo de la decoración es... perfectamente igual- explicó ante una mirada lasciva de Margareth, a la cual respondió con una sonrisa tímida. Decidió seguirle el juego a la mujer y permitir sus avances a medida que ella los hiciera porque, a todas luces, llegaría el momento en que algo intentaría.
Entraron al baño de la Condesa, una tinaja innecesariamente grande si es que te bañas solo. Pero algo le dijo que la Señora del castillo solía darse baños acompañada.
-Ya he preparado yo por la mañana los bidones.- dijo Margareth con su sensual voz.
-Perfecto, se ven pesados, pero entre las dos podremos hacerlo- respondió inocente la ilusionista.
-Tenemos que descargar la sangre que contienen en la bañera. Pero antes, tenemos que filtrar los órganos.- indicó la primera sin asco.
Emereth miró petrificada a Margareth, perdiendo los colores
-No pongas esa cara, querida. No me negaras que no te gusta la sangre, ¿verdad?- soltó con desparpajo -Es tan deliciosa…- dijo entre gemidos, mirando a Emereth con lujuria.
-Hmmm... pues no he adquirido el gusto...- logró decir, tratando de mantener la compostura.
-Huelo el olor de tu sangre de…- comenzó a decir. Era una vampiresa, sin lugar a dudas. -Bruja. ¿Si? Nunca probé la sangre de bruja...- acertó. Mal, ella no quería que descubrieran su magia tan pronto.
-Estoy ansiosa porque llegue la hora del baño y poder probarte. Aunque no sé si podré aguantarme. Uf… Eres... tan...- Mina no estaba preparada para pelear en ese momento, pero no dudaría en hacerlo si esa maldita bastarda se acercaba más. Pero no fue así, Margareth dio un paso atrás -Vas a estar muy cotizada esta noche.- dijo, con una risita desagradable.
-Vaya... qué honor...- pensó mientras esbozaba una sonrisa que pretendía ser de contento.
-Bueno, ¿me ayudas a quitar los órganos?- dijo, cuando acabó de reír. Mina asintió y se acercó a los bidones. Sintió arcadas al abrir el primero y encontrar, efectivamente, que estaba lleno de sangre y vísceras. -Perdóname- logró decir cuando logró controlar el reflejo del vómito -Es la primera vez que preparo un baño así- explicó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantener el desayuno dentro del estómago. -Mis anteriores señores solían bañarse con agua... ¿te imaginas? Simple y aburrida agua...- bromeó al enderezarse y tras secarse una lágrima que se escapó con el esfuerzo.
Temiendo que a la mujer le desagradara su reacción, Mina pensó en una excusa -Es que el aroma a la sangre que comienza a añejar me marea. ¿Hay algo más desagradable que la sangre fría? Si no es tibia y fresca, para mí no está buena- improvisó, recogiéndose el cabello en un tomate alto. -Comencemos- dijo esbozando una sonrisa y guiñando un ojo a la vampiresa.
Comenzaron a filtrar los órganos al vaciar la sangre a través de una tela, caía espesa y viscosa. En verdad el aroma de la sangre fría era desagradable y la sensación al tacto también. Pero se controlaba lo mejor que podía para lucir lo más despreocupada posible. -Maggie, ¿te puedo llamar así?- le preguntó mientras destapaban otro tonel. -¿Este es un baño especial o así se baña regularmente nuestra Señora?- siguió preguntando -No logro identificar el animal, deben ser grandes para dar tanta sangre- comentó buscando un tema de conversación.
La Condesa llamó a Sakoto, una mujer que tenía una apariencia parecida a la de ella misma, pero sus ojos eran aún más rasgados y su rostro más redondo. Tenía un aspecto duro, no quería trabajar con ella. La otra fue Margareth, una flaca con expresión lujuriosa que no se quedaba quieta. ¿Qué clase de hechizo habrían echado sobre ella? Le daba la impresión de que en cualquier momento estallaría en un orgasmo. Orgasmos... hacía mucho que Mina no tenía uno de esos.
Afortunadamente la asignaron a Margareth, no es que quisiera trabajar con ella, pero parecía mucho mejor que Sakoto. Siguió a la joven mujer que caminaba como deslizándose, algunas veces podía notar cómo apretaba sus piernas la una con la otra. Era como si cada roce le causara un delicioso placer. Definitivamente, quería conocer ese hechizo.
-Es muy consistente nuestra Señora- comentó Mina mirando las paredes, la oscura piedra, las ventanas tapadas mientras subían las escaleras -El estilo de la decoración es... perfectamente igual- explicó ante una mirada lasciva de Margareth, a la cual respondió con una sonrisa tímida. Decidió seguirle el juego a la mujer y permitir sus avances a medida que ella los hiciera porque, a todas luces, llegaría el momento en que algo intentaría.
Entraron al baño de la Condesa, una tinaja innecesariamente grande si es que te bañas solo. Pero algo le dijo que la Señora del castillo solía darse baños acompañada.
-Ya he preparado yo por la mañana los bidones.- dijo Margareth con su sensual voz.
-Perfecto, se ven pesados, pero entre las dos podremos hacerlo- respondió inocente la ilusionista.
-Tenemos que descargar la sangre que contienen en la bañera. Pero antes, tenemos que filtrar los órganos.- indicó la primera sin asco.
Emereth miró petrificada a Margareth, perdiendo los colores
-No pongas esa cara, querida. No me negaras que no te gusta la sangre, ¿verdad?- soltó con desparpajo -Es tan deliciosa…- dijo entre gemidos, mirando a Emereth con lujuria.
-Hmmm... pues no he adquirido el gusto...- logró decir, tratando de mantener la compostura.
-Huelo el olor de tu sangre de…- comenzó a decir. Era una vampiresa, sin lugar a dudas. -Bruja. ¿Si? Nunca probé la sangre de bruja...- acertó. Mal, ella no quería que descubrieran su magia tan pronto.
-Estoy ansiosa porque llegue la hora del baño y poder probarte. Aunque no sé si podré aguantarme. Uf… Eres... tan...- Mina no estaba preparada para pelear en ese momento, pero no dudaría en hacerlo si esa maldita bastarda se acercaba más. Pero no fue así, Margareth dio un paso atrás -Vas a estar muy cotizada esta noche.- dijo, con una risita desagradable.
-Vaya... qué honor...- pensó mientras esbozaba una sonrisa que pretendía ser de contento.
-Bueno, ¿me ayudas a quitar los órganos?- dijo, cuando acabó de reír. Mina asintió y se acercó a los bidones. Sintió arcadas al abrir el primero y encontrar, efectivamente, que estaba lleno de sangre y vísceras. -Perdóname- logró decir cuando logró controlar el reflejo del vómito -Es la primera vez que preparo un baño así- explicó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantener el desayuno dentro del estómago. -Mis anteriores señores solían bañarse con agua... ¿te imaginas? Simple y aburrida agua...- bromeó al enderezarse y tras secarse una lágrima que se escapó con el esfuerzo.
Temiendo que a la mujer le desagradara su reacción, Mina pensó en una excusa -Es que el aroma a la sangre que comienza a añejar me marea. ¿Hay algo más desagradable que la sangre fría? Si no es tibia y fresca, para mí no está buena- improvisó, recogiéndose el cabello en un tomate alto. -Comencemos- dijo esbozando una sonrisa y guiñando un ojo a la vampiresa.
Comenzaron a filtrar los órganos al vaciar la sangre a través de una tela, caía espesa y viscosa. En verdad el aroma de la sangre fría era desagradable y la sensación al tacto también. Pero se controlaba lo mejor que podía para lucir lo más despreocupada posible. -Maggie, ¿te puedo llamar así?- le preguntó mientras destapaban otro tonel. -¿Este es un baño especial o así se baña regularmente nuestra Señora?- siguió preguntando -No logro identificar el animal, deben ser grandes para dar tanta sangre- comentó buscando un tema de conversación.
Mina Harker
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Hora 18:00
En la cocina, mientras Colm dejaba el puerto Sakoto había vuelto con unas especias. La mujer llegó con una mirada inquisitiva y con su cuchillo jamonero bien en ristre. Como pille a alguien ese filo, seguro que no lo iba a pasar muy bien.
Por fortuna, Leinil (Colm) ya había “preparado” a la muchacha. No le había consultado si tomar el cerdo o la humana. Pero parece que Leinil lo tuvo más o menos claro. Y a Sakoto no pareció importarle de todo. La miró de reojo y rápidamente la relevó como chef principal. Leinil había elegido “bien”. Y decimos “bien” entrecomillado considerando que aquella opción era buena porque le valdría para salvar su cuello. De haber tomado el cerdo, Sakoto habría dudado de la debilidad de la chica para trabajar allí.
Pero no todo podía ser perfecto. - Tú cortas lento. Mira y aprende. – le dijo Sakoto. Mirándolo de perfil. Con un rostro que reflejaba poca aprobación.
Sakoto tomó su cuchillo de carnicero y en cuestión de un abrir y, podríamos decir que en un abrir y cerrar de ojos, por no ser demasiado explícitos, estaba vertiendo los dos brazos de la chica en forma de picadillo en un caldero. Aderezando con las finas hierbas del bosque que acababa de recoger. Un poco de tomillo y algo de alcohol.
-Dices que eres buena cocinera. – Dijo. Y tomó el cuchillo y lo clavó con fuerza en la mesa donde, Leinil apoyaba su mano, a escasos centímetros de sus dedos pero en un movimiento perfectamente medido. – Pues bien, prepara algo. Me gustaría ver cómo cocinas.
Entonces sonó el timbre del castillo.
* * * * * * * * * * * *
Margareth esbozó una timidísima sonrisa, mordiéndose un labio, contemplando como la inocente Emereth (Mina), removía los órganos con tal repugnancia. Se le antojaba graciosa. Que alguien removiese la sangre con esa habilidad era excitante.
-Oh no, querida, no son de animales. – preguntó la lujuriosa Margareth inclinándose hacia delante del barril que se encontraban vaciando. – Son de humanos. – dijo con mirada psicópata, metiendo el brazo hasta el fondo de la bañera y extrayendo lo que claramente tenía forma de algún órgano vital. – Humanos, como tú, y como yo. – dijo divertida. Tomándoselo como a un juego, y tras retirar el órgano, con la sangre, se llevó el índice hasta el rostro de Mina y le “dibujó” un corazón en la mejilla. – Hmmm. Llámame como quieras, guapa. – contestó en respuesta a lo de llamarle Maggie.
A Maggie le parecía divertido extraer los órganos. Y excitante a su vez. Como cualquiera podría notar la mal llamada Emereth cada vez que ésta extraía el líquido de los mismos. Que incluso de vez en cuando introducía su boca en la bañera y sorber algo de la sangre. Aquella mujer era una vampiresa.
Finalmente, terminarían la limpieza de los barriles y el vertido de la sangre en la misma. Aquello era repugnante. Maggie miró a Mina a los ojos.
-¿Nunca has tenido un baño así? – le preguntó aquella chalada placenteramente. - ¿Nos damos un bañito, cariño? – preguntó con sensualidad.
Entonces sonó el timbre del castillo.
* * * * * * * * * * * *
Ambos: Habéis visto que he tirado una runa. Determinará quién acudirá a la llamada del timbre.
[*]Runa muy mala: Sakoto irá a abrir la puerta. Colm podrá aprovechar para salir por la ventana y explorar los jardines, o tratar de explorar las salas contiguas al salón. Si Sakoto no te contempla, alternativamente tendrás la oportunidad de utilizar tus habilidades de alquimia (muy bajas por lo que veo) para tratar de verter algo a tu elección en el cocido.
[*]Runa media: Margareth irá a abrir la puerta. Será Mina quien quede libre en la parte superior. Pudiendo explorar las habitaciones (El piso donde está la Condesa). Tu también eres “alquimista”, por lo que podrás verter también algo en la bañera a tu elección. Pero sólo si Maggie no está presente.
[*]Runa buena o muy buena: Irán tanto Sakoto como Margareth. Por lo que ambos quedaréis libres y tendréis libertad de acción para explorar/trapichear.
No os dejarán ir a vosotros a abrir la puerta. El que quede con su acompañante, tendrá que seguir realizando sus instrucciones. O bien negarse y tratar de alejarse. Pensad bien vuestros movimientos. Cada elección es clave para salir vivos del castillo.
Relaciones:
- Sakoto: No le cae bien Leinil, pero no sospecha de él.
- Margareth: Desea a Emereth (y a cualquiera que se le ponga por delante).
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
El miembro 'Ger' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Se sintió a gusto durante la demostración de destreza, era lo que imaginó. Aunque la arrogancia de sus palabras fueron inesperadas. El cuchillo iba directo hacia la mano, por muy poco logró detener su instinto de responder, con una huida o un ataque.
La verdad, para Colm, cocinar es hacer el alimento “tragable” y digerible. Ni por asomo satisfacerá un paladar exquisito. Por suerte el timbre sonó y no podría ver nada. – ¿Atiendo? – Dijo de manera superficial, pero la paró en seco: Quédate aquí y cocina. Asintió.
Desde esa perspectiva, de espalda, pensó en cómo reaccionaría el resto del “harem”, si descubren comer una de las suyas. Las manchas de agua habían desaparecido con el calor. Tomó el caldero y lo puso al fuego. A la cabeza de la chica quitó el cabello, lo anudó y guardó junto a la carta de Rita y el contrato. Rememora. De poder, la entregará de manera indirecta, sin dar a conocer quien lo hizo.
Enterró el cuchillo de carnicero +0 en el costado izquierdo del cadáver y extrajo el corazón, dispuesto a impedir que fuera devorado por esos demonios. Lo comió crudo, estuvo especialmente asqueroso por haber estado congelado.
Vio el caldero, agarró un atizador y… atizó la leña. – Vasta. – Dijo tanto para lo que hacía como para el contenido del recipiente. Sin embargo dos brazos era extremadamente escaso para siete personas, quizá no todos fueran a comer.
“Encintó” el cuchillo en el cinturón, un adorno que evitaba que la ropa fuera demasiado holgada o suelta. Mientras la comida está lista, decide pasear por ahí. El salón comedor, las mismas cortinas. Esta vez miró alrededor. Es extraño ser dejado solo, dos veces.
En los jardines seguramente encontrará al señor Tepes. El único con un aspecto normal y amigable. – ¿Por qué obedecerá a estas hembras? – Se preguntó y respondió con la idea más básica de todas (si sabes lo quiero decir…). Abrió la ventana, el viento entró fuerte y ruidoso, la cortina hondeó en consonancia. Para cuando esta alcanzó su punto más alto, la figura de la mujer de mediana edad desapareció.
A causa de un error estúpido al llegar al suelo cayó sobre la punta del atizador. Atravesó el cráneo desde la parte inferior de la mandíbula y salió en la parte posterior. No corran o salten con tijeras.
La verdad, para Colm, cocinar es hacer el alimento “tragable” y digerible. Ni por asomo satisfacerá un paladar exquisito. Por suerte el timbre sonó y no podría ver nada. – ¿Atiendo? – Dijo de manera superficial, pero la paró en seco: Quédate aquí y cocina. Asintió.
Desde esa perspectiva, de espalda, pensó en cómo reaccionaría el resto del “harem”, si descubren comer una de las suyas. Las manchas de agua habían desaparecido con el calor. Tomó el caldero y lo puso al fuego. A la cabeza de la chica quitó el cabello, lo anudó y guardó junto a la carta de Rita y el contrato. Rememora. De poder, la entregará de manera indirecta, sin dar a conocer quien lo hizo.
Enterró el cuchillo de carnicero +0 en el costado izquierdo del cadáver y extrajo el corazón, dispuesto a impedir que fuera devorado por esos demonios. Lo comió crudo, estuvo especialmente asqueroso por haber estado congelado.
Vio el caldero, agarró un atizador y… atizó la leña. – Vasta. – Dijo tanto para lo que hacía como para el contenido del recipiente. Sin embargo dos brazos era extremadamente escaso para siete personas, quizá no todos fueran a comer.
“Encintó” el cuchillo en el cinturón, un adorno que evitaba que la ropa fuera demasiado holgada o suelta. Mientras la comida está lista, decide pasear por ahí. El salón comedor, las mismas cortinas. Esta vez miró alrededor. Es extraño ser dejado solo, dos veces.
En los jardines seguramente encontrará al señor Tepes. El único con un aspecto normal y amigable. – ¿Por qué obedecerá a estas hembras? – Se preguntó y respondió con la idea más básica de todas (si sabes lo quiero decir…). Abrió la ventana, el viento entró fuerte y ruidoso, la cortina hondeó en consonancia. Para cuando esta alcanzó su punto más alto, la figura de la mujer de mediana edad desapareció.
A causa de un error estúpido al llegar al suelo cayó sobre la punta del atizador. Atravesó el cráneo desde la parte inferior de la mandíbula y salió en la parte posterior. No corran o salten con tijeras.
Colm
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Siempre son lejanos los tiempos felices. Épocas pasadas de días brillantes y risas, que parecen tan perfectos, cuando el porvenir se jamás parece que va a golpear con dureza. Son esas memorias que al evocarlas te hacen sonreír las que usaba Mina en aquel momento para lucir tranquila y sosegada, incluso alegre, mientras filtraba sangre humana y apartaba los órganos, guardándolos aparte.
Margareth disfrutaba con placer sexual todo el proceso, se veía su piel erizar, sus pezones endurecer bajo la ligera ropa que llevaba, y sus gemidos eran perturbantes. Parecía que cada bidón vertido en la enorme tina era una polla que la follaba; algunos los vertía rápido y con violencia, otros delicadamente. Cuando el último bidón fue vaciado, la expresión de la vampiresa era de satisfacción, con sus mejillas arreboladas e incluso el aliento jadeante. Pero era obvio que saciada, no estaba.
Miró a la ilusionista a los ojos, con una mirada de hembra hambrienta, con su sonrisa de colmillos puntiagudos -¿Nos damos un bañito, cariño?- preguntó con descarada sensualidad, acercándose a la bruja con la intención de besarla. Sus labios quedaron a centímetros de distancia, Mina no estaba oponiendo resistencia pues sabía que le convenía hacerse la tonta por el momento. Y corrió con suerte. Un timbre sonó, retumbando por todo el palacio.
Margareth se detuvo y giró rápidamente, a pasos rápidos, cortos y ligeros, fue hasta la entrada de la habitación y se asomó. Estuvo unos instantes y se devolvió, para pesar de Mina, quien por unos instantes guardó la esperanza de que Maggie fuera a atender y la dejara sola para librarse del suplicio de su presencia por un rato.
-Ya ha ido la hermosa Sakoto... podemos seguir con lo nuestro...- dijo melosa, deslizando el índice por el centro de la espalda de la bruja.
Margareth disfrutaba con placer sexual todo el proceso, se veía su piel erizar, sus pezones endurecer bajo la ligera ropa que llevaba, y sus gemidos eran perturbantes. Parecía que cada bidón vertido en la enorme tina era una polla que la follaba; algunos los vertía rápido y con violencia, otros delicadamente. Cuando el último bidón fue vaciado, la expresión de la vampiresa era de satisfacción, con sus mejillas arreboladas e incluso el aliento jadeante. Pero era obvio que saciada, no estaba.
Miró a la ilusionista a los ojos, con una mirada de hembra hambrienta, con su sonrisa de colmillos puntiagudos -¿Nos damos un bañito, cariño?- preguntó con descarada sensualidad, acercándose a la bruja con la intención de besarla. Sus labios quedaron a centímetros de distancia, Mina no estaba oponiendo resistencia pues sabía que le convenía hacerse la tonta por el momento. Y corrió con suerte. Un timbre sonó, retumbando por todo el palacio.
Margareth se detuvo y giró rápidamente, a pasos rápidos, cortos y ligeros, fue hasta la entrada de la habitación y se asomó. Estuvo unos instantes y se devolvió, para pesar de Mina, quien por unos instantes guardó la esperanza de que Maggie fuera a atender y la dejara sola para librarse del suplicio de su presencia por un rato.
-Ya ha ido la hermosa Sakoto... podemos seguir con lo nuestro...- dijo melosa, deslizando el índice por el centro de la espalda de la bruja.
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Hora 19:00
Eran las siete de la tarde. Apenas faltaba una hora para la cena, que estaba siendo preparada por Satoko, la cocinera, tuviera lugar. En ese preciso instante el timbre de la verja portón exterior del castillo de Cotplice sonó. Retumbó apesadumbrada en todo el castillo. Siendo audible para todos.
Delante de la verja negra y pútrida. Un hombre contemplaba los oscuros árboles sin vida que, como si estuvieran quemados. “Adornaban” aquel jardín. Convirtiéndolo en un lugar de aspecto aterrador.
El hombre era Eltrant Tale. Completamente empapado por la fuerte tormenta que había caído en las últimas horas. No sabíamos cuál era la causa que habían llevado al aventurero, esta vez, a terminar en aquel paraje en los bosques del Oeste. Tierra de vampiros por excelencia. Pero lo que sí sabíamos era que la noche comenzaba a dejarse caer sobre el condado, y la oscuridad general del día invitaba, sumada a los truenos y al silencio del hogar. Invitaban a pensar que no se encontraba en un lugar oportuno para descansar.
Alice recibiría a Eltrant Tale. Una joven, morena, con las pupilas rojas y la piel pálida. Era una mujer siniestra, recogida en una camisa elegante y un pantalón no excesivamente apretado. Parecía dispuesta a salir, cuando se encontró con el chico.
-Vaya, parece que tenemos visita. – dijo la mujer, acercándose a Eltrant y abriendo el candado de la enorme portilla. Se fijó en el encapuchado, a quien por la lluvia no distinguía muy bien. No le conocía. – No eres de aquí. No. No hueles a aldeano de Cotplice. Conozco el aroma de cada habitante. Y sí, definitivamente, tú no eres de aquí. No hueles a estiércol. ¿O sí? No. Creo que no. – se le notaba bastante nerviosa. Quizás reactiva. Parecía graciosa en cierto modo. Desde luego mucho más que lo que se podría esperar de alguien que le recibiera en aquel lugar. - ¿Quizás un viajero que busca refugio en el castillo de la condesa? – preguntó. – De ser así, debes saber que no damos cobijo a refugiados. Sólo queremos jardineras, y recaudadoras de impuestos. – importante el género en la frase. – Y bien, ¿dirás algo o te quedarás ahí sin musitar palabra?
* * * * * * * * * * *
Lo cierto es que Mina se manejaba muy bien removiendo las vísceras de la sangre para el baño. Algo que no dudó en reconocer Margareth, la lujuriosa. Todo lo relacionado con los pecados carnales llevaba su sello de identidad en el castillo. Y aunque todas las sirvientas de la condesa eran favorables a estos asuntos. Sin duda, Margareth se llevaba la palma de la mano.
Cuando se disponía a acariciar a Emereth (o Mina) en el rostro después de haber introducido su mano en el baño de vísceras, la voz de Satoko volvió a interrumpirla. Poniendo una mueca que, cuanto menos, la desagradaría.
-¿Alguien echa mano? ¡No puedo estar yo todo! – gritó Satoko, la cocinera. Difícil lo tenía, quizás la responsable de Asuntos Internos del castillo podría. Pero habiéndola escuchado Margareth, y deseosa de que esta terminara. Esta no dudó en recurrir a Mina.
-Emereth, cielo. ¿Puedes ir a ver qué quiere la cocinera? – preguntó – Yo me quedaré ultimando el baño para después. – dijo mientras removía el cuenco de vísceras.
Mina bajaría de nuevo a la primera estancia. Porque estamos seguros de que, por su bien, no quería cotillear en las posesiones de Erzsébeth, o tal vez sí. Pero en cualquier modo, la puerta de la estancia central permanecería cerrada. En el piso inferior, según bajaban las escaleras. Las puertas de la izquierda permanecían cerradas también. Sólo la puerta de la derecha,
Satoko se encontraba troceando el brazo de Leinil (o Colm), y añadiendo su carne a un guiso. Todo ello con un cuchillo ancho de carnicero que era tan grande como la cabeza de Mina.
-Una cocinera mala. – solventó a cualquier tipo de pregunta que pudiera tener Mina. - ¿Preparaste buen baño? – preguntó en aquella especie de lengua extraña que hablaba. Mientras cambiaba de ubicación en la cocina, para centrarse en preparar otros ingredientes para el guiso. – Mete los trozos que resten en la pota y remueve con la cuchara. Despacio. Luego vierte los ingredientes. Que la carne se haga bien y no se queme. – ordenó mientras ella comenzaba a sacar platos, para preparar la mesa.
Ante ella, Mina tenía una gran variedad de ingredientes por escoger. Pero lamentablemente, Satoko se había olvidado de decirle cuáles necesitaba para preparar el guiso. Así que la joven tendría que tirar de sus habilidades culinarias.
Tenía a su disposición cebollas, embutidos, ajos, lechugas pimientos, aceite, calabazas, legumbres, agua, vino, patata, arroz y pescado. Un buen surtido de ingredientes.
* * * * * * * * * * * *
¡Falta una hora (un turno) para la cena!
Bienvenido Eltrant a la misión del castillo de Cotplice. El lugar de la depravación. Después del abandono de Colm por fallecimiento
Eltrant: Tu primera parte es introducirte a Alice. Ella es la encargada de recibirte y espera tu “carta de presentación”. ¿Cómo estás aquí y por qué has llegado? Ella no te ha reconocido como un hombre por la lluvia, y tampoco si llevas acompañante. Lo he hecho para darte libertad (nuestro querido Colm optó por pasar por mujer para no tener problemas). Y es que a las chicas de Cotplice no les gustan los hombres, con excepción de su amo de llaves. Y este detalle cambiará la misión. También puedes aceptar uno de los encargos disponibles de jardinera o recaudadora de impuestos (el de cocinero y preparadora de baños ya se lo cogieron). O incluso si quieres pasar desapercibido y optar más adelante por el sigilo. Tú decides. Y puedes controlar a Alice si lo precisas.
Mina: Ya había dejado claro que no sabes cocinar, pero como nuestro cocinero Colm nos ha abandonado. Satoko, la cocinera, ha decidido añadirlo a la sopa. Tendrás que terminar el guiso que te encarga Satoko. La cena empieza en una hora. Mezcla los ingredientes que quieras y veamos qué tal te sale la comida. De momento, le caes bien a Margareth, la preparadora de baños.
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
- ¿Sabes? – La vampiresa colocó ambos codos sobre la mesa y, sin dejar de mirar a Eltrant con cara de circunstancia, volvió a darle un largo trago a la copa de vino que tenía entre las manos. – No es lo más inteligente que has decidido. – dijo al final, entrelazando ambos brazos frente a su pecho. – Pero no me sorprende – Alzó la copa – Eres tú. – Aseveró reclinándose sobre su asiento, dejando escapar un suspiro.
Eltrant no contestó inmediatamente, alzó la mirada del papel que tenía en su poder y, tras releerlo, analizó la escueta taberna en la que se estaban hospedando. No había demasiada gente, un par de mercaderes y varios viajeros como ellos mismos, nadie relevante, nadie que les estuviese prestando atención.
Habían acabado en Cotplice, un lugar apartado de los bosques del oeste. La aldea era en apariencia normal, uno de esos lugares en los que todos los habitantes se conocían entre ellos y, aparentemente, nunca sucedía nada reseñable.
Pero Eltrant sabía que había algo más, en el ambiente reinaba algo que ya había visto muchas veces a lo largo de sus viajes. Los aldeanos no se comportaban con naturalidad, mantenían sus ventanas abiertas de par en par durante el día, daba absolutamente igual que estuviese reinando una tormenta en el exterior como la que reinaba en aquel momento, y, al anochecer, no era difícil reconocer el sonido de los numerosos cerrojos con los que contaban los aldeanos en todas las ventanas.
Miedo.
Las gentes de aquel lugar estaban aterradas, y no solamente de los vampiros que por su situación en Aeradir reinaban en la zona, tampoco por una guerra que, aunque apartada de dónde se encontraban, podía perfectamente llegar hasta allí. Había algo más.
Respiró hondo y se terminó la jarra cerveza que tenía entre las manos, en ese momento volvió a depositar su atención en la vampiresa.
- “La condesa Sangrienta” – dijo Eltrant, haciendo especial énfasis en la segunda palabra. No le había sido especialmente complicado enterarse de aquel nombre, era una especie de señora feudal del lugar. – Un apodo cómo ese… – La ojiazul se cruzó de piernas y suspiró.
- Sí, sí. – dijo negando con la cabeza. – Hasta alguien tan denso como tú se da cuenta de lo que significa. – Aseveró peinándose pobremente el flequillo, agitando con suavidad el contenido que yacía en el interior de su copa.
Erzsébeth Báthory gobernaba aquellas tierras, aunque era mejor conocida en Cotplice como “La Condesa Sangrienta”. Un apodo cariñosamente ganado a pulso por la forma en la que las gentes del lugar decían que la mujer se comportaba, y, por lo que Eltrant había oído, era una forma de describirla bastante acertada.
No era raro ver, al parecer, cabezas clavadas en picas en lo alto de las murallas del castillo desde el cual la Condesa decía gobernar. Por supuesto, esto era algo de lo que nadie tenía certeza alguna, pocos se atrevían a ir directamente al castillo y los que lo hacían no solían volver.
Se rascó la barba, no recordaba a nadie ser descrito así desde… Mortagglia.
- Una vampiresa… - Masculló Eltrant entre dientes, lo suficientemente bajo para que nadie le oyese. Lyn asintió sin apenas pensárselo.
- Y de las amargadas, además. – Aseveró su compañera apurando la copa de vino – Quiero decir. – Lyn extendió los brazos con suavidad. – Dejando a un lado el rollo de las cabezas clavadas en picas… ¿Quién en su sano juicio querría vivir aquí siendo vampiro? – Preguntó. – Es como vivir en la descripción de un libro sobre un vampiro. – Suspiró, se llevó la mano hasta la cara y sacudió con la cabeza.
En cierto modo le sorprendía que no estuviesen ya allí Huracán, Cassandra, o algún miembro de los Cazadores.
Tomó aire, pensativo, preguntándose si realmente estaba pensando bien lo que estaba a punto de hacer. Tras unos segundos en silencio, mirando fijamente el líquido ocre que aún quedaba en la jarra que sujetaba con ambas manos frente a él, se llevó una de las manos hasta la cara; la realidad era que la guerra avanzaba sin demora, los rumores se sucedían y Siegfried estaba reuniendo una flota inmensa en las islas para recuperar Lunargenta.
¿Un castillo fronterizo gobernado por una supuesta tirana que, además, podía ser una vampiresa sedienta de sangre? Solo podía darle problemas a la alianza.
Por allí podían pasar, de forma segura, desde suministros hasta tropas.
- Muy bien. – Comentó Lyn volviendo a rellenar su copa de vino. – ¿Estás decidido entonces? – Preguntó dándole un pequeño golpe en su brazo izquierdo, instándole a que la mirase, esbozando entonces una sonrisa.
La tormenta complicaba las cosas para moverse, ya había sido la tercera vez que se le quedaba una greba atrapada en la tierra. Eltrant maldijo en voz baja y, tras varios tirones, consiguió sacar su pierna del barro.
- ¿No podíamos habernos esperado a que amainase? – Preguntó el castaño alcanzando a la vampiresa, que, a diferencia de él, esta parecía caminar sobre el barro como si apenas pesase nada. Eltrant enarcó una ceja al ver la capa con la que Lyn cubría su cabeza.
¿Era azul oscuro? ¿Cuántas capas distintas se había comprado?
- No tienes sentido del dramatismo, Mortal. – Comentó Lyn, casualmente, girándose apenas un segundo a mirar a su compañero, justo cuando un fugaz relámpago iluminó durante apenas un instante el camino por el que avanzaban y, además, el majestuoso y lúgubre castillo al que se encaminaban. - ¿Qué te he dicho? – Sentenció cruzándose de brazos, mirando la oscura silueta de la vivienda de la Condesa Sangrienta. – ¿Qué les costaba imitar el castillo de Lunargenta? Sin tanta gárgola ni… - Sacudió la cabeza y se limpió pobremente el agua que goteaba desde la capa hasta su frente. - Seguro que odia el ajo también o algo. – dijo reemprendiendo la marcha. – Vamos, Mortal. No te quedes atrás. – Ordenó a continuación.
Una vez localizado el castillo solo fue cuestión de tiempo que llegasen hasta la verja que conducía a los jardines de la fortaleza. Llamarlos jardines, no obstante, era una exageración, desde dónde estaban lo máximo que se podía era una multitud de árboles secos y plantas muertas.
- ¿¡Ves!? – Exclamó sin alzar la apenas la voz, señalando los árboles. – A esto es a lo que… - Negó con la cabeza y respiró hondo, obligándose a sí misma a controlarse. – Ponte el yelmo, Mortal. – Cerró los ojos. – Vamos allá. – Eltrant, amparado por la oscuridad, se colocó el yelmo en apenas un instante y, después, se volvió a cubrir la cabeza una vez más con la capa.
El timbre resonó en toda la estructura, durante unos segundos la fortificación pareció vibrar por el sonido que emitió la pequeña campanita que colgaba a un lado de la verja, no pudo evitar preguntarse si sería algún tipo de magia o, por otro lado, era algún mecanismo.
Cuando el sonido cesó, tras unos segundos esperando bajo la lluvía, una figura solitaria atravesó el jardín y, al final, llegó hasta la entrada. Eltrant miró impasible a la mujer que acababa de abrirles la puerta en mitad de la tormenta, escuchando sus palabras sin decir nada.
Por su forma de hablar era una de las sirvientes de la condesa.
- Si fuésemos viajeros o refugiados todo sería mucho más fácil para todos. – Lyn apartó al castaño con suavidad y se colocó frente a él, descubriendo su cabeza y mirando a la mujer de ojos rojos que tenían delante. – Mi nombre es Morrigan Aensland. – dijo haciendo una pequeña y educada reverencia a la muchacha. – Me envían desde la misma Lunargenta para tener un encuentro con la Condesa de Cotplice. – Indicó sin cambiar ni un ápice su expresión, siguiendo el papel que se había aprendido en la taberna.
Lyn se quedó en silencio durante unos segundos, esperando la reacción de la sirviente, quien miraba fijamente la figura del exmercenario tras la vampiresa.
Esbozó una sonrisa.
- Oh, no te preocupes por él. – Le dijo girándose hacía Eltrant, cruzándose de brazos. – Hace años que dejó de tener conciencia alguna. – dijo mirando fijamente el lugar en el que Eltrant debía de tener el rostro, el cual estaba oculto por el yelmo y la capa. – ¿Armadura o persona? – Preguntó Lyn, sin esperar respuesta alguna. – Diría que es difícil de saber. – dijo dejando escapar una melodiosa carcajada, una que se fundió con la tormenta.
Lyn podía a llegar dar verdadero miedo si se lo proponía, aquello sonaba demasiado real. ¿Habría pensado convertir en marioneta a alguien en algún momento? A pesar de haberlo hablado con ella antes, no pudo evitar sorprenderse levemente al notar como varias de las sombras de Lyn salían por las hendiduras de su yelmo.
Eltrant agachó la cabeza con suavidad como única respuesta a lo que acababa de suceder, comportandose como el guardaespaldas autómata de Lyn.
- Los caminos son tan peligrosos estos tiempos… - Comentó Lyn con simpleza. – Una chica necesita protegerse. ¿No es verdad? – Pasó la mano por el peto metálico de Eltrant, semioculto como el resto de su equipo en aquel momento bajo la gruesa capa que portaba. - Y además es un buen jardinero. – Se giró hacia la muchacha y sonrió. – En cualquier caso. ¿Me vas a hacer esperar aquí toda la noche bajo la lluvía? –
Eltrant no contestó inmediatamente, alzó la mirada del papel que tenía en su poder y, tras releerlo, analizó la escueta taberna en la que se estaban hospedando. No había demasiada gente, un par de mercaderes y varios viajeros como ellos mismos, nadie relevante, nadie que les estuviese prestando atención.
Habían acabado en Cotplice, un lugar apartado de los bosques del oeste. La aldea era en apariencia normal, uno de esos lugares en los que todos los habitantes se conocían entre ellos y, aparentemente, nunca sucedía nada reseñable.
Pero Eltrant sabía que había algo más, en el ambiente reinaba algo que ya había visto muchas veces a lo largo de sus viajes. Los aldeanos no se comportaban con naturalidad, mantenían sus ventanas abiertas de par en par durante el día, daba absolutamente igual que estuviese reinando una tormenta en el exterior como la que reinaba en aquel momento, y, al anochecer, no era difícil reconocer el sonido de los numerosos cerrojos con los que contaban los aldeanos en todas las ventanas.
Miedo.
Las gentes de aquel lugar estaban aterradas, y no solamente de los vampiros que por su situación en Aeradir reinaban en la zona, tampoco por una guerra que, aunque apartada de dónde se encontraban, podía perfectamente llegar hasta allí. Había algo más.
Respiró hondo y se terminó la jarra cerveza que tenía entre las manos, en ese momento volvió a depositar su atención en la vampiresa.
- “La condesa Sangrienta” – dijo Eltrant, haciendo especial énfasis en la segunda palabra. No le había sido especialmente complicado enterarse de aquel nombre, era una especie de señora feudal del lugar. – Un apodo cómo ese… – La ojiazul se cruzó de piernas y suspiró.
- Sí, sí. – dijo negando con la cabeza. – Hasta alguien tan denso como tú se da cuenta de lo que significa. – Aseveró peinándose pobremente el flequillo, agitando con suavidad el contenido que yacía en el interior de su copa.
Erzsébeth Báthory gobernaba aquellas tierras, aunque era mejor conocida en Cotplice como “La Condesa Sangrienta”. Un apodo cariñosamente ganado a pulso por la forma en la que las gentes del lugar decían que la mujer se comportaba, y, por lo que Eltrant había oído, era una forma de describirla bastante acertada.
No era raro ver, al parecer, cabezas clavadas en picas en lo alto de las murallas del castillo desde el cual la Condesa decía gobernar. Por supuesto, esto era algo de lo que nadie tenía certeza alguna, pocos se atrevían a ir directamente al castillo y los que lo hacían no solían volver.
Se rascó la barba, no recordaba a nadie ser descrito así desde… Mortagglia.
- Una vampiresa… - Masculló Eltrant entre dientes, lo suficientemente bajo para que nadie le oyese. Lyn asintió sin apenas pensárselo.
- Y de las amargadas, además. – Aseveró su compañera apurando la copa de vino – Quiero decir. – Lyn extendió los brazos con suavidad. – Dejando a un lado el rollo de las cabezas clavadas en picas… ¿Quién en su sano juicio querría vivir aquí siendo vampiro? – Preguntó. – Es como vivir en la descripción de un libro sobre un vampiro. – Suspiró, se llevó la mano hasta la cara y sacudió con la cabeza.
En cierto modo le sorprendía que no estuviesen ya allí Huracán, Cassandra, o algún miembro de los Cazadores.
Tomó aire, pensativo, preguntándose si realmente estaba pensando bien lo que estaba a punto de hacer. Tras unos segundos en silencio, mirando fijamente el líquido ocre que aún quedaba en la jarra que sujetaba con ambas manos frente a él, se llevó una de las manos hasta la cara; la realidad era que la guerra avanzaba sin demora, los rumores se sucedían y Siegfried estaba reuniendo una flota inmensa en las islas para recuperar Lunargenta.
¿Un castillo fronterizo gobernado por una supuesta tirana que, además, podía ser una vampiresa sedienta de sangre? Solo podía darle problemas a la alianza.
Por allí podían pasar, de forma segura, desde suministros hasta tropas.
- Muy bien. – Comentó Lyn volviendo a rellenar su copa de vino. – ¿Estás decidido entonces? – Preguntó dándole un pequeño golpe en su brazo izquierdo, instándole a que la mirase, esbozando entonces una sonrisa.
[…]
La tormenta complicaba las cosas para moverse, ya había sido la tercera vez que se le quedaba una greba atrapada en la tierra. Eltrant maldijo en voz baja y, tras varios tirones, consiguió sacar su pierna del barro.
- ¿No podíamos habernos esperado a que amainase? – Preguntó el castaño alcanzando a la vampiresa, que, a diferencia de él, esta parecía caminar sobre el barro como si apenas pesase nada. Eltrant enarcó una ceja al ver la capa con la que Lyn cubría su cabeza.
¿Era azul oscuro? ¿Cuántas capas distintas se había comprado?
- No tienes sentido del dramatismo, Mortal. – Comentó Lyn, casualmente, girándose apenas un segundo a mirar a su compañero, justo cuando un fugaz relámpago iluminó durante apenas un instante el camino por el que avanzaban y, además, el majestuoso y lúgubre castillo al que se encaminaban. - ¿Qué te he dicho? – Sentenció cruzándose de brazos, mirando la oscura silueta de la vivienda de la Condesa Sangrienta. – ¿Qué les costaba imitar el castillo de Lunargenta? Sin tanta gárgola ni… - Sacudió la cabeza y se limpió pobremente el agua que goteaba desde la capa hasta su frente. - Seguro que odia el ajo también o algo. – dijo reemprendiendo la marcha. – Vamos, Mortal. No te quedes atrás. – Ordenó a continuación.
Una vez localizado el castillo solo fue cuestión de tiempo que llegasen hasta la verja que conducía a los jardines de la fortaleza. Llamarlos jardines, no obstante, era una exageración, desde dónde estaban lo máximo que se podía era una multitud de árboles secos y plantas muertas.
- ¿¡Ves!? – Exclamó sin alzar la apenas la voz, señalando los árboles. – A esto es a lo que… - Negó con la cabeza y respiró hondo, obligándose a sí misma a controlarse. – Ponte el yelmo, Mortal. – Cerró los ojos. – Vamos allá. – Eltrant, amparado por la oscuridad, se colocó el yelmo en apenas un instante y, después, se volvió a cubrir la cabeza una vez más con la capa.
El timbre resonó en toda la estructura, durante unos segundos la fortificación pareció vibrar por el sonido que emitió la pequeña campanita que colgaba a un lado de la verja, no pudo evitar preguntarse si sería algún tipo de magia o, por otro lado, era algún mecanismo.
Cuando el sonido cesó, tras unos segundos esperando bajo la lluvía, una figura solitaria atravesó el jardín y, al final, llegó hasta la entrada. Eltrant miró impasible a la mujer que acababa de abrirles la puerta en mitad de la tormenta, escuchando sus palabras sin decir nada.
Por su forma de hablar era una de las sirvientes de la condesa.
- Si fuésemos viajeros o refugiados todo sería mucho más fácil para todos. – Lyn apartó al castaño con suavidad y se colocó frente a él, descubriendo su cabeza y mirando a la mujer de ojos rojos que tenían delante. – Mi nombre es Morrigan Aensland. – dijo haciendo una pequeña y educada reverencia a la muchacha. – Me envían desde la misma Lunargenta para tener un encuentro con la Condesa de Cotplice. – Indicó sin cambiar ni un ápice su expresión, siguiendo el papel que se había aprendido en la taberna.
Lyn se quedó en silencio durante unos segundos, esperando la reacción de la sirviente, quien miraba fijamente la figura del exmercenario tras la vampiresa.
Esbozó una sonrisa.
- Oh, no te preocupes por él. – Le dijo girándose hacía Eltrant, cruzándose de brazos. – Hace años que dejó de tener conciencia alguna. – dijo mirando fijamente el lugar en el que Eltrant debía de tener el rostro, el cual estaba oculto por el yelmo y la capa. – ¿Armadura o persona? – Preguntó Lyn, sin esperar respuesta alguna. – Diría que es difícil de saber. – dijo dejando escapar una melodiosa carcajada, una que se fundió con la tormenta.
Lyn podía a llegar dar verdadero miedo si se lo proponía, aquello sonaba demasiado real. ¿Habría pensado convertir en marioneta a alguien en algún momento? A pesar de haberlo hablado con ella antes, no pudo evitar sorprenderse levemente al notar como varias de las sombras de Lyn salían por las hendiduras de su yelmo.
Eltrant agachó la cabeza con suavidad como única respuesta a lo que acababa de suceder, comportandose como el guardaespaldas autómata de Lyn.
- Los caminos son tan peligrosos estos tiempos… - Comentó Lyn con simpleza. – Una chica necesita protegerse. ¿No es verdad? – Pasó la mano por el peto metálico de Eltrant, semioculto como el resto de su equipo en aquel momento bajo la gruesa capa que portaba. - Y además es un buen jardinero. – Se giró hacia la muchacha y sonrió. – En cualquier caso. ¿Me vas a hacer esperar aquí toda la noche bajo la lluvía? –
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Mina se estaba mentalizando. Pensaba en musculosos brazos, anchas espaldas, nalgas redondas, piernas torneadas, pollas grandes y gordas; todo servía para entrar en el jugueteo sexual de Margareth. Es que la brujita no le hacía al marisco, pero estaba dispuesta a llevar aquella farsa hasta las últimas consecuencias, sobre todo porque supuestamente había firmado un contrato mágico y estaba segura que la obediencia era uno de sus efectos. Así que por si las moscas... enormes penes bailarines...
Afortunadamente, un grito hizo a Margareth detener sus avances. Al parecer quien gritaba era la cocinera, Sakoto, pidiendo ayuda. ¿No que la otra chica había quedado con ella? Se le hizo extraño, pero agradeció a todos los dioses el poderse librar de la lujuriosa vampiresa, aunque eso significaba alejarse de su objetivo, la habitación de la Condesa.
Bajó las escaleras apresuradamente, dejando atrás los litros de sangre en la enorme tina, a la cual esperaba no tener que volver por el momento, inocente de lo que se le venía encima. Ni bien entró a la cocina, enorme, lúgubre, fría y oscura, como todo en aquel lugar, vio a la mujer dar un machetazo a un brazo humano. De la impresión, le llegó a salir doble párpado a la ilusionista.
Con los ojos abiertos como platos, Mina asentía a cada instrucción de Sakoto, pero no quería hacer lo que le indicaban. Estaba ahí petrificada. ¿Dónde carajos se había venido a meter? Primero un contrato mágico, luego, una tina con galones y galones de sangre, ahora, ¿humanos para la cena? No, ningún Ojo de la Gorgona era tan importante como su vida, ya vería la forma de robar el otro, si total, uno servía también; las gorgonas podían ser tuertas.
Sakoto le entregó el gigantesco cuchillo carnicero, el que a duras penas podía manipular de lo pesado que era, y comenzó a reunir la vajilla para poner la mesa. Mina suspiró hondo y avanzó hacia el brazo, el cual hizo un movimiento extraño y se transformó de femenino a masculino. Un grito y un respingo fueron los efectos de ver ante sus ojos aparecer un brazo de hombre y peludo, por cierto. Mina sacudía la cabeza enérgicamente. No definitivamente ese guiso no lo iba a comer. No, no y no. Por las Barbas de Hartem que no. Guiso. Afelpado. Hasta allá no iba a llevar la farsa.
Pero lo peor no era el guiso peludo, tenía que hacer lo que la cocinera le había dicho: cocinar. Ella era terrible para la cocina. Casi se puso a llorar de solo pensar en ser el próximo desayuno. Esta había sido una mala cocinera, ella era peor. Agarró el cuchillo con ambas manos suspiró hondo. Como pudo, terminó de cortar el brazo lanudo y echó la carne a la olla. Le faltaban colores, así que buscó esas cosas que le dan vida a un guiso. Ya saben, zanahorias, habichuelas, y cuanta verdura que se le atravesó. Legumbres, tubérculos, unas cabezas de ajo, madre del amor hermoso, hasta fruta añadió al guiso. Luego era hora del condimento. Sal, por supuesto, algo que olía sabroso, "comino" leía la etiqueta, también, al guiso. Unos pimentones flacos y secos, adentro. Esos le hicieron llorar cuando percibió el olor, al parecer eran picantes. Y luego encontró unas bolsitas con hojas secas. Una decía "romero", otra "laurel", "eneldo", "cannabis", todo junto, a la olla. Menos mal era grande.
Cuando se quedó sin más que echarle, se puso a revolver, aunque se veía un poco seco. -Podría echarle sangre- murmuró bajito mientras vertía el contenido de una bota de vino -Con lo que les gusta la sangre a estas desquiciadas...- pensaba justo cuando entraba de vuelta Sakoto.
Afortunadamente, un grito hizo a Margareth detener sus avances. Al parecer quien gritaba era la cocinera, Sakoto, pidiendo ayuda. ¿No que la otra chica había quedado con ella? Se le hizo extraño, pero agradeció a todos los dioses el poderse librar de la lujuriosa vampiresa, aunque eso significaba alejarse de su objetivo, la habitación de la Condesa.
Bajó las escaleras apresuradamente, dejando atrás los litros de sangre en la enorme tina, a la cual esperaba no tener que volver por el momento, inocente de lo que se le venía encima. Ni bien entró a la cocina, enorme, lúgubre, fría y oscura, como todo en aquel lugar, vio a la mujer dar un machetazo a un brazo humano. De la impresión, le llegó a salir doble párpado a la ilusionista.
Con los ojos abiertos como platos, Mina asentía a cada instrucción de Sakoto, pero no quería hacer lo que le indicaban. Estaba ahí petrificada. ¿Dónde carajos se había venido a meter? Primero un contrato mágico, luego, una tina con galones y galones de sangre, ahora, ¿humanos para la cena? No, ningún Ojo de la Gorgona era tan importante como su vida, ya vería la forma de robar el otro, si total, uno servía también; las gorgonas podían ser tuertas.
Sakoto le entregó el gigantesco cuchillo carnicero, el que a duras penas podía manipular de lo pesado que era, y comenzó a reunir la vajilla para poner la mesa. Mina suspiró hondo y avanzó hacia el brazo, el cual hizo un movimiento extraño y se transformó de femenino a masculino. Un grito y un respingo fueron los efectos de ver ante sus ojos aparecer un brazo de hombre y peludo, por cierto. Mina sacudía la cabeza enérgicamente. No definitivamente ese guiso no lo iba a comer. No, no y no. Por las Barbas de Hartem que no. Guiso. Afelpado. Hasta allá no iba a llevar la farsa.
Pero lo peor no era el guiso peludo, tenía que hacer lo que la cocinera le había dicho: cocinar. Ella era terrible para la cocina. Casi se puso a llorar de solo pensar en ser el próximo desayuno. Esta había sido una mala cocinera, ella era peor. Agarró el cuchillo con ambas manos suspiró hondo. Como pudo, terminó de cortar el brazo lanudo y echó la carne a la olla. Le faltaban colores, así que buscó esas cosas que le dan vida a un guiso. Ya saben, zanahorias, habichuelas, y cuanta verdura que se le atravesó. Legumbres, tubérculos, unas cabezas de ajo, madre del amor hermoso, hasta fruta añadió al guiso. Luego era hora del condimento. Sal, por supuesto, algo que olía sabroso, "comino" leía la etiqueta, también, al guiso. Unos pimentones flacos y secos, adentro. Esos le hicieron llorar cuando percibió el olor, al parecer eran picantes. Y luego encontró unas bolsitas con hojas secas. Una decía "romero", otra "laurel", "eneldo", "cannabis", todo junto, a la olla. Menos mal era grande.
Cuando se quedó sin más que echarle, se puso a revolver, aunque se veía un poco seco. -Podría echarle sangre- murmuró bajito mientras vertía el contenido de una bota de vino -Con lo que les gusta la sangre a estas desquiciadas...- pensaba justo cuando entraba de vuelta Sakoto.
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Hora 20:00
Alice mantuvo la mirada fija en la susodicha Morrigan Aensland mientras se presentaba a él y a su acompañante. Pudo notar que se trataba de una vampiresa y, del mismo modo, Lyn también podría percibirlo. Era otra de las chupasangres, como Maggie, la lujuriosa.
Y tras unos segundos de dubitación, Alice dejaría que éstos accedieran a las instalaciones. Si Morrigan era vampiresa y venía de Lunargenta, quizás tuviera algo importante que transmitir a la condesa. La ciudad llevaba meses bajo el control de los vampiros y Erzébeth Báthory, aunque siempre se había declarado fiel al legítimo rey de quien era vasalla, en las sombras apoyaba a sus congéneres. Algo que sospechaban en toda Lunargenta en lo que podía decirse que era un secreto a voces.
-¿Vienes a pedir ayuda? – Preguntó con cierto entusiasmo. – Bien. Puedes pasar. Llegas justo para la cena. – Luego miró a Eltrant. Se acercó a él para ver su rostro, le tomó de la mejilla y lo meneó varias veces como si estuviese meneando un pelele. Sí. Quizás fuese un muñeco inanimado. Pero no dejaba de ser un hombre. - La “maceta” puede esperar aquí a la puerta. ¿No muerde, no? Son las normas. La condesa no permite la entrada de hombres a su castillo. Habría que preguntárselo. – sonrió la más bromista de las sirvientas. Que se acercó a Eltrant, y con cara como si estuviese cogiendo el papo de un niño, le habló. – Así que sé bueno y quédate aquí. ¿Vale?
Ni siquiera hizo falta que afirmara porque no se había ni fijado. Simplemente guiaría a Lyn hacia el castillo y por la hora que era. La llevaría directamente al comedor.
* * * * * * * * *
Estaba claro que a Emereth se le daba mejor preparar baños sensuales que guisos mañaneros. ¿Fruta? ¿En serio? En cuanto la cocinera volvió y vio aquel estropicio, la tomó del cuello y la amenazó con el cuchillo de carnicero ensangrentado. Sakoto era muy violenta, quizás la que más de las sirvientas. Y si había visto que Leinil terminó en la pota, Emereth quizás debería haberse esforzado un poco más para evitar acabar en el mismo lugar.
-Tú destrozaste guiso. – le dijo con los ojos cubiertos de sangre. Cogió el cuchillo de carnicero y lo clavó con furia en la mesa. – Ya no tiempo para hacer nuevo. Si tuviera tiempo, tú a la olla. – Sakoto no es que hablara muy bien. De hecho tenía un acento un tanto exótico que no sabría muy bien de decir de dónde. Pero sus ojos rojos con las venas dilatas, el tinte colorado de su piel por la furia, o simplemente su rostro, eran suficientemente expresivos. No perdonaría a Emereth aquel destrozo. – Ya acabo yo. ¡No tiempo! ¡Ve comedor, rápido!
* * * * * * * * *
La condesa fue la última en llegar, y la última en sentarse. Como siempre, ella presidiría una larga mesa. A su derecha, primero Evelyn. La favorita de sus sirvientas, a su izquierda se mantendría, y luego Maggie, que seguía gimiendo, y Sakoto, la cocinera. Y a su izquierda, primero Alice y luego Rita. Al lado de éstas se encontraban Emereth, y la recién llegada Morrigan.
La llegada de Erzsébeth Báthory no se haría de rogar. Y lo haría acompañada de Alice y de Evelyn. La primera había ido a informar para ver su llegada.
-¿Qué tal, Emereth? ¿Cómo ha sido tu primer día? – preguntó con amabilidad la condesa. Tendiendo su mirada en ella y después a Maggie. La encargada de la preparación de los baños.
-Mmh. Ha sido… Excitante. – respondió Margareth. Mirando a la condesa con esos ojos tan rojos y deliciosos, mientras devolvía a la chica una mirada llena de deseo.
-Emereth pésima cocinera. – respondió Sakoto. Que había repudiado que le destrozara el guiso de humano. Apretando el cuchillo que llevaba en mano, también devolvió una mirada vengativa a la mujer. Aquel destrozo no iba a quedar así. No el día que la condesa contaba con invitados.
-Ciertamente, el guiso parece repugnante. – dijo Báthory removiendo con la cuchara aquella cosa tan seca y poco apetecible. Con ingredientes que jamás le habían echado. Pero eso era lo de menos. - ¿Y qué ha sido de Leinil? – preguntó Báthory. - ¿Dónde está?
-En los platos. También pésima cocinera. – respondió Sakoto sentenciante. Y muy seria. Con una mirada cargada de odio. Todas las demás, incluida la condesa, rieron al comentario de la cocinera.
Dicho esto, la condesa se puso la servilleta sobre sus piernas y comenzó a sorber sopa del guiso. A lo que todas las sirvientas continuaron en perfecto silencio. Se podían observar dedos y partes humanas en el guiso. Todo ello en perfecto silencio. Ninguna decía nada a menos que la condesa lo preguntase. Pero mientras Maggie y Sakoto enviaban miradas bien distintas a Emereth, Morrigan, la última de la mesa, pasaba bastante desapercibida. Al menos hasta que la condesa se dirigió a la charlatana Lyn.
-Morrigan es tu nombre, ¿me equivoco? – preguntó haciendo una pausa. Lo que atrajo la mirada unísona de todas las sirvientas. Si Báthory para. Ellas paran. – Dices venir de Lunargenta. ¿Qué noticias traes? – preguntó.
* * * * * * * *
Pues con esto llega la hora de la cena. Y Eltrant y Lyn ya se ha dividido así que tendrá trabajo doble.
Parte Eltrant: Decidiste quedarte fuera cual maceta. Imagino que no estás aquí para quedarte haciendo la estatua y que te gusta el riesgo, así que tienes la opción de perderte por los jardines del castillo e investigar el mausoleo que hay en éstos. O buscar una manera de entrar al interior del edificio. Puedes describir los interiores de ambos si te apetece.
Parte Lyn: La acompañante de Elt es ahora el centro de atención de la mesa. Báthory te cuestiona por qué estás aquí, así que tendrás que contarle una buena y creíble historia. Es tu decisión integrarla en el grupo o mantenerla al margen.
Mina: Tu guiso no podía ser más desastroso. Sólo llevas dos tres horas en el castillo y ya traes locas a dos sirvientas: Una quiere llevarte a la cama, y otra a la sartén. Puedes permanecer en la mesa e integrarte con las demás o bien perderte a explorar la primera planta, dando una excusa. Pero ten cuidado pues si te pillan incumpliendo las obligaciones, podrías tener un problema. Y recuerda que no eres indiferente a dos de las sirvientas.
Ger
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Se mordió el labio inferior unos segundos, viendo como la sirvienta analizaba a Eltrant con la mirada y después se acercaba aún más para examinar su rostro. Afortunadamente para la pareja, Eltrant había tenido el yelmo puesto durante todo momento y para la muchacha no dejaba de ser, básicamente, una armadura animada por sobras y un cuerpo sin conciencia.
- ¿Has escuchado Maceta? – Le dijo Lyn a su compañero mirándolo fijamente las hendiduras del yelmo, dónde debían de estar los ojos del castaño. – Quédate aquí y hazte amigo de las plantas. – Eltrant notó como, tímidamente, la conciencia de Lyn se unía a la suya propia de la misma forma que lo había hecho cuando se separaron en la mansión Roiland. [1]
Asintiendo levemente, mostrándose como un vasallo fiel a su señora, Eltrant se giró sobre sí mismo y se quedó en la entrada a la gigantesca mansión simulando, por unos instantes, el estar custodiándola.
La sirviente no se percató del movimiento del castaño, esta simplemente hizo un gesto a Lyn para que la siguiese y se adentró en la majestuosa residencia de la condesa.
Pasillos largos y decorados ostentosamente, largas cortinas de seda roja y un sinfín de cuadros con gente que, definitivamente, no debería de estar pintada en ellos. La casa de la “Condesa Sanguinaria” era el sueño erótico de todo vampiro con complejo de líder, lo único que echó Lyn en falta en aquel lugar para completar el estereotipo que tanto odiaba eran celdas con personas sobrealimentadas dentro.
No habló durante todo el trayecto hasta el comedor. Sabía que cuanto menos hablase menos problemas tendría por el momento y, de todos modos, la rubia que le estaba guiando por la fortaleza, aunque extrañamente entusiasmada por haber recibido visita, parecía no tener ningunas ganas de conversar con la vampiresa.
El comedor era lo que ya se esperaba, amplio y sobre cargado, con una mesa en la que las personas que se sentasen en extremos opuestos de la misma debían de usar mensajero para poder comunicarse entre ellos.
Repasó la habitación, varias sirvientas estaban ya allí. ¿Serían todas? Entrecerró los ojos al ver una cara conocida en aquel grupo y, sin decir nada, se esforzó por todos los medios porque su expresión no cambiase ni un ápice.
Lo consiguió, no le extrañaba, cien años actuando para que no la matasen acababan ayudando.
Con una sonrisa de oreja a oreja, la vampiresa hizo una reverencia a las presentes y se sentó dónde la joven rubia le indicó.
Examinó los distintos cubiertos que tenía sobre la mesa: demasiados para su gusto, si bien Lyn recordaba claramente como su maestra le había enseñado la utilidad de cada uno de ellos, no podía evitar preferir la comodidad de usar uno solo para todo.
El Mortal no respondió a eso inmediatamente. Mientras esperaba a que lo hiciera, Lyn les dio charla agradable a los presentes, nada relevante, se limitó a hablar acerca de la tormenta con la que se había cruzado antes de llegar allí e incluso se esforzó por inventarse algunas anécdotas similares.
“¿…por qué no nos puede salir nada como lo habíamos planeado? ¿Dónde estás?”
La Señora del castillo fue la última en llegar, todos se levantaron a recibirla y Lyn, por educación, también lo hizo. Enarcó una ceja mientras volvía a sentarse en su asiento, analizando a la condesa, todas las presentes parecían dedicarle auténtica devoción.
¿Estarían todas bajo la influencia de la mujer o pensarían aquello ellas mismas?
Todo comenzó de manera relativamente agradable. Mina, quien se hacía llamar frente a las demás Emmerith, había cocinado la sopa que les acababan de servir y, por lo que decían, no era muy buena cocinera.
Se unió a las risas generalizadas, tratando de encajar y ojeó rápidamente la sopa que tenía frente a ella. Antes de que pudiese comenzar a comer la condesa se dirigió directamente a ella y, por fin, se interesó por saber que noticias traía de la ciudad de los vampiros.
Repasó mentalmente todo lo que sabía sobre la ciudad en apenas una décima de segundo.
Si era completamente honesta consigo misma, no había esperado llegar hasta aquel punto, estaba bastante segura de que Eltrant había derribado varias paredes mucho antes.
- Antes que nada. – Hizo otra reverencia con educación, esta vez solo la cabeza. – Me siento horada por su recibimiento, Condesa. – Alzó la cabeza y sonrió a Báthory – No hay mejor destino para una viajera que una habitación caliente en una fría noche de tormenta. – Indicó dejando, con suma delicadeza, la cuchara junto al plato.
Tomó levemente aire.
- No son muchas las noticias que traigo, pero si relevantes para usted, Condesa. – dijo de forma ligeramente solemne – En… primer lugar busco a un fugitivo de mi señora Geminis. - ¿Era aquel el nombre de la nueva reina de Lunargenta? ¿O era Vladimir?
Había escuchado a Eltrant hablar de aquello con Huracán en uno de aquellos fortuitos y violentos encontronazos que solían tener con la cazadora, pero como de costumbre no había prestado atención. ¿Por qué nunca prestaba atención?
Esbozó una sonrisa de autosuficiencia, fingiendo seguridad y continuó.
- Es gracioso de escuchar, en realidad. – Indicó ampliando la sonrisa. - ¿Sabéis si por casualidad ha pasado el ahora conocido como “Dag I, El Breve” por la zona? – Preguntó, se quedó callada unos segundos esperando una respuesta.
No tenía ni la más remota idea de quien era aquel tipo, pero Eltrant le había dicho que podía funcionar, lo cierto es que le estaba saliendo la historia mejor de lo que esperaba, tenía que admitirlo.
– He seguido la pista a ese traidor a su raza hasta la zona, claro. – dijo al comprobar que no iban a responder hasta que no terminase, no pudo evitar sentirse algo sucia al decir aquellas últimas palabras. – Además de una fortuna en mobiliario del castillo de Lunargenta, también se ha llevado, en su huída, algo muy preciado para mi señora y me ha encargado a mí el encontrarlo y de buscar toda la ayuda que pueda necesitar. – dijo asintiendo con suavidad para sí misma. – Por cualquier medio necesario. – Añadió a continuación.
- El segundo motivo es bastante más simple, es más bien una noticia. – Rememoró una vez más lo que habían ensayado en la posada. – Cómo sabrás Condesa Báthory, la guerra se acerca. – dijo encogiéndose casualmente de hombros, habiendo dicho una evidente obviedad. – ¿Ayudarías a la causa? ¿A defender Lunargenta? Hay rumores de que están reuniendo a la flota más grande jamás vista en Aerandir. –
¿Qué causa? Lo que estaba sucediendo en Lunargenta era un sinsentido, era el motivo por el que si ella sonreía más de la cuenta podía acabar en cualquier hoguera.
Esperó en silencio, volviendo a acomodarse la servilleta en su regazo, deseando que aquellas palabras hubiesen sido suficiente para la condesa.
- Y debo decir, Señora Condesa. – Volvió a sonreír. – Tiene usted un gusto exquisito con la decoración. – Suspiró, se mostró nostálgica – Gárgolas como las de ahí afuera son imposibles de encontrar en Verisar. -
____________________________________________________________________
El tintineo de las gotas de agua impactando contra el metal que constituía su yelmo estaba empezando a desquiciarle. Pero aguardó varios minutos más, los suficientes como para asegurarse de que estaba completamente solo.
No podía escoger la entrada principal, eso era un hecho.
Pero parte del plan había funcionado. Era la marioneta de Lyn y, cuanto más pensaba en aquello, menos le gustaba la idea.
Sabía que era algo que iba a decirle muchas, muchísimas veces.
Se alejó lo suficiente de la fachada del edificio principal de la fortaleza y, desde dónde estaba, analizó todas y cada una de las ventanas. Pocas luces habían encendidas, no vio a ninguna silueta pasearse frente a ellas.
¿Estarían todos ocupados?
Miró a su alrededor, la realidad era que estaba en un castillo bastante grande como para no tener ningún tipo de seguridad. Lo cual le planteaba dos alternativas, o la Condesa Sanguinaria estaba lo suficientemente segura de sus habilidades como para encargarse ella misma de todos los intrusos, o las sirvientas eran mucho más de lo aparentaban ser.
En su experiencia, solían ser las dos cosas.
Enarcó una ceja, se frotó el casco pobremente limpiando el agua y el barro que resbalaba por el mismo y trató de asociar la palabra a algo que conociese.
Se alejó varios pasos más, tratando de parecer lo más vetusto y arcaico posible, como uno de esos bio-cibérneticos sin apenas vida que se podían ver por los bajos fondos de Lunargenta. Si alguien le miraba desde el interior de la vivienda, él, la armadura de sombras, no estaba más que patrullando la zona.
“¡Quiero decir que hay un yacimiento de oro en mitad del salón! ¡¿Tú qué crees?! ¡Mina Harker!”
Suspiró profundamente, recordando a la ilusionista que habían conocido tiempo atrás. No terminaba de entender a la muchacha, quizás sus clases sociales fuesen demasiado diferentes, sabía, sin embargo, que era algo directa y metomentodo, pero, por encima de todo, parecía tener el corazón en el lugar correcto.
O eso pensaba, quizás pecaba de confiado, pero Lyn y ella parecían ser buenas amigas.
Continuó avanzando a través del jardín reseco de la misma forma que lo había estado hasta el momento: pasos lentos, pero firmes.
Estudió todas y cada una de las entradas del edificio principal. No eran pocas, si las paredes exteriores del edificio parecían más una fortaleza el interior era más bien una lujosa mansión de los barrios altos de Lunargenta.
En cierto modo le recordaba a la residencia Roiland.
- Sí… por eso será. – Susurró dejando escapar un suspiro, deteniéndose frente a otra puerta.
Estaban en el comedor. Eso significaba que la condesa estaría ahí, ocupada.
Podía aprovechar aquella oportunidad para infiltrarse en el edificio, pero, por supuesto, no iba a hacerlo por ninguna de las supuestas entradas que tenía la mansión más a la vista. Había vivido el suficiente número de trampas como para saber que una persona con la fama de Báthory podía haber, perfectamente, preparado algo para evitar que cualquier ladronzuelo se llevase su colección de piezas de ajedrez de marfil.
Permaneció en silencio durante varios minutos, bajo la lluvia, pensando una forma de entrar.
Se decidió, finalmente, por terminar de explora el jardín. Parcialmente oculto en una de las esquinas más apartadas de la zona, Eltrant se cruzó con unas largas escaleras que se perdían hacía el subsuelo.
Se cruzó de brazos, debía de ser la entrada secundaria al sótano o algo similar. Estaba bastante descuidada, como si nadie hubiese pasado por ahí en bastantes años.
Miró por encima de su hombro, de nuevo hacía la mansión.
- No es como si tuviese muchas más opciones. – Un relámpago iluminó el cielo momentáneamente, según Eltrant comenzaba a descender escaleras abajo.
Llegó hasta abajo del todo. Para su sorpresa, las escaleras no conducían a ningún sótano anegado, aquello era algo más parecido a una cripta que otra cosa.
Un mausoleo.
Frunció el ceño, adentrándose aún más en la cripta. El sonido de sus botas de metal chapoteando contra el agua que descendía por las escaleras rebotó en las paredes de la amplia estancia.
Se detuvo al oír aquella réplica. ¿Estaría Lyn en problemas? Respiró profundamente y sacudió la cabeza, se obligó a pensar que la vampiresa lo tenía todo controlado, por su tono de voz, parecía calmada.
Si empezaba una pelea la escucharía.
Investigó por el lugar en un inútil esfuerzo por encontrar algo, si solo era una simple tumba llena de sarcófagos de piedra no le quedaría más remedio que volver sobre sus pasos, internarse en el hogar de Báthory por una de las tantas puertas que tenía.
Finalmente encontró una verja oxidada que conducía a un largo túnel que, por su posición en la tumba, Eltrant intuyó que se dirigía hasta la mansión.
- No está nada mal, Tale. – Se agachó junto a la verja y, tras comprobar que estaba cerrada a cal y canto, examinó los goznes de la misma. – Débiles. – Murmuró para sí, había forjado de nuevo su armadura las suficientes veces como para saber cuándo el metal estaba a punto de romperse.
Se pasó la mano por la parte frontal del yelmo, volviendo a limpiarlo del agua que aun seguía acumulado en el mismo, y desenvainó a Olvido con cuidado.
Después de introducir el enorme espadón de viento en una de las hendiduras de la celda hizo palanca, con fuerza. Un suave crack precedió a lo que Eltrant había predicho, la verja se soltó con suavidad.
Sonriendo satisfecho volvió a envainar a Olvido, tras ello tomó una de aquellas antorchas azules que también recordaba haber visto en Beltrexus y que, al parecer, eran mágicas.
Iluminó la entrada al túnel.
- “Vamos…” - Se dijo sí mismo en su cabeza, escrutando la oscuridad que se extendía frente a él. – “¿Qué puede ser lo peor que puede pasar?” – Se preguntó.
Sabía muy bien que aquella pregunta tenía demasiadas respuestas.
[1] Lyn usa su habilidad de Nivel 3: Control Mental Moderado. Para poder hacer oir su voz en la cabeza de Eltrant y poder leer lo que este piensa.
Off: No me había dado cuenta de que Ger había actualizado, no habría tardado nada, no se por que no me ha llegado el aviso ; - ;
- ¿Has escuchado Maceta? – Le dijo Lyn a su compañero mirándolo fijamente las hendiduras del yelmo, dónde debían de estar los ojos del castaño. – Quédate aquí y hazte amigo de las plantas. – Eltrant notó como, tímidamente, la conciencia de Lyn se unía a la suya propia de la misma forma que lo había hecho cuando se separaron en la mansión Roiland. [1]
Asintiendo levemente, mostrándose como un vasallo fiel a su señora, Eltrant se giró sobre sí mismo y se quedó en la entrada a la gigantesca mansión simulando, por unos instantes, el estar custodiándola.
La sirviente no se percató del movimiento del castaño, esta simplemente hizo un gesto a Lyn para que la siguiese y se adentró en la majestuosa residencia de la condesa.
Pasillos largos y decorados ostentosamente, largas cortinas de seda roja y un sinfín de cuadros con gente que, definitivamente, no debería de estar pintada en ellos. La casa de la “Condesa Sanguinaria” era el sueño erótico de todo vampiro con complejo de líder, lo único que echó Lyn en falta en aquel lugar para completar el estereotipo que tanto odiaba eran celdas con personas sobrealimentadas dentro.
No habló durante todo el trayecto hasta el comedor. Sabía que cuanto menos hablase menos problemas tendría por el momento y, de todos modos, la rubia que le estaba guiando por la fortaleza, aunque extrañamente entusiasmada por haber recibido visita, parecía no tener ningunas ganas de conversar con la vampiresa.
El comedor era lo que ya se esperaba, amplio y sobre cargado, con una mesa en la que las personas que se sentasen en extremos opuestos de la misma debían de usar mensajero para poder comunicarse entre ellos.
Repasó la habitación, varias sirvientas estaban ya allí. ¿Serían todas? Entrecerró los ojos al ver una cara conocida en aquel grupo y, sin decir nada, se esforzó por todos los medios porque su expresión no cambiase ni un ápice.
Lo consiguió, no le extrañaba, cien años actuando para que no la matasen acababan ayudando.
“¡Mortal, Mina está aquí!”
Con una sonrisa de oreja a oreja, la vampiresa hizo una reverencia a las presentes y se sentó dónde la joven rubia le indicó.
“¿Qué quieres decir con Mina?”
Examinó los distintos cubiertos que tenía sobre la mesa: demasiados para su gusto, si bien Lyn recordaba claramente como su maestra le había enseñado la utilidad de cada uno de ellos, no podía evitar preferir la comodidad de usar uno solo para todo.
“¡Quiero decir que hay un yacimiento de oro en mitad del salón! ¡¿Tú qué crees?! ¡Mina Harker!”
El Mortal no respondió a eso inmediatamente. Mientras esperaba a que lo hiciera, Lyn les dio charla agradable a los presentes, nada relevante, se limitó a hablar acerca de la tormenta con la que se había cruzado antes de llegar allí e incluso se esforzó por inventarse algunas anécdotas similares.
“¿…por qué no nos puede salir nada como lo habíamos planeado? ¿Dónde estás?”
La Señora del castillo fue la última en llegar, todos se levantaron a recibirla y Lyn, por educación, también lo hizo. Enarcó una ceja mientras volvía a sentarse en su asiento, analizando a la condesa, todas las presentes parecían dedicarle auténtica devoción.
“Porque somos increíblemente buenos improvisando. Y estoy en un comedor, están celebrando una especie de cena elegante, es una verdadera lástima que no estés aquí, Mortal.”
¿Estarían todas bajo la influencia de la mujer o pensarían aquello ellas mismas?
Todo comenzó de manera relativamente agradable. Mina, quien se hacía llamar frente a las demás Emmerith, había cocinado la sopa que les acababan de servir y, por lo que decían, no era muy buena cocinera.
Se unió a las risas generalizadas, tratando de encajar y ojeó rápidamente la sopa que tenía frente a ella. Antes de que pudiese comenzar a comer la condesa se dirigió directamente a ella y, por fin, se interesó por saber que noticias traía de la ciudad de los vampiros.
Repasó mentalmente todo lo que sabía sobre la ciudad en apenas una décima de segundo.
Si era completamente honesta consigo misma, no había esperado llegar hasta aquel punto, estaba bastante segura de que Eltrant había derribado varias paredes mucho antes.
- Antes que nada. – Hizo otra reverencia con educación, esta vez solo la cabeza. – Me siento horada por su recibimiento, Condesa. – Alzó la cabeza y sonrió a Báthory – No hay mejor destino para una viajera que una habitación caliente en una fría noche de tormenta. – Indicó dejando, con suma delicadeza, la cuchara junto al plato.
Tomó levemente aire.
- No son muchas las noticias que traigo, pero si relevantes para usted, Condesa. – dijo de forma ligeramente solemne – En… primer lugar busco a un fugitivo de mi señora Geminis. - ¿Era aquel el nombre de la nueva reina de Lunargenta? ¿O era Vladimir?
Había escuchado a Eltrant hablar de aquello con Huracán en uno de aquellos fortuitos y violentos encontronazos que solían tener con la cazadora, pero como de costumbre no había prestado atención. ¿Por qué nunca prestaba atención?
Esbozó una sonrisa de autosuficiencia, fingiendo seguridad y continuó.
“¿Cómo vas?”
- Es gracioso de escuchar, en realidad. – Indicó ampliando la sonrisa. - ¿Sabéis si por casualidad ha pasado el ahora conocido como “Dag I, El Breve” por la zona? – Preguntó, se quedó callada unos segundos esperando una respuesta.
No tenía ni la más remota idea de quien era aquel tipo, pero Eltrant le había dicho que podía funcionar, lo cierto es que le estaba saliendo la historia mejor de lo que esperaba, tenía que admitirlo.
– He seguido la pista a ese traidor a su raza hasta la zona, claro. – dijo al comprobar que no iban a responder hasta que no terminase, no pudo evitar sentirse algo sucia al decir aquellas últimas palabras. – Además de una fortuna en mobiliario del castillo de Lunargenta, también se ha llevado, en su huída, algo muy preciado para mi señora y me ha encargado a mí el encontrarlo y de buscar toda la ayuda que pueda necesitar. – dijo asintiendo con suavidad para sí misma. – Por cualquier medio necesario. – Añadió a continuación.
“Ahora te respondo”
- El segundo motivo es bastante más simple, es más bien una noticia. – Rememoró una vez más lo que habían ensayado en la posada. – Cómo sabrás Condesa Báthory, la guerra se acerca. – dijo encogiéndose casualmente de hombros, habiendo dicho una evidente obviedad. – ¿Ayudarías a la causa? ¿A defender Lunargenta? Hay rumores de que están reuniendo a la flota más grande jamás vista en Aerandir. –
¿Qué causa? Lo que estaba sucediendo en Lunargenta era un sinsentido, era el motivo por el que si ella sonreía más de la cuenta podía acabar en cualquier hoguera.
Esperó en silencio, volviendo a acomodarse la servilleta en su regazo, deseando que aquellas palabras hubiesen sido suficiente para la condesa.
- Y debo decir, Señora Condesa. – Volvió a sonreír. – Tiene usted un gusto exquisito con la decoración. – Suspiró, se mostró nostálgica – Gárgolas como las de ahí afuera son imposibles de encontrar en Verisar. -
“¿Sigues haciendo de maceta?”
“No, creo que he encontrado algo.”
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El tintineo de las gotas de agua impactando contra el metal que constituía su yelmo estaba empezando a desquiciarle. Pero aguardó varios minutos más, los suficientes como para asegurarse de que estaba completamente solo.
No podía escoger la entrada principal, eso era un hecho.
Pero parte del plan había funcionado. Era la marioneta de Lyn y, cuanto más pensaba en aquello, menos le gustaba la idea.
Sabía que era algo que iba a decirle muchas, muchísimas veces.
Se alejó lo suficiente de la fachada del edificio principal de la fortaleza y, desde dónde estaba, analizó todas y cada una de las ventanas. Pocas luces habían encendidas, no vio a ninguna silueta pasearse frente a ellas.
¿Estarían todos ocupados?
Miró a su alrededor, la realidad era que estaba en un castillo bastante grande como para no tener ningún tipo de seguridad. Lo cual le planteaba dos alternativas, o la Condesa Sanguinaria estaba lo suficientemente segura de sus habilidades como para encargarse ella misma de todos los intrusos, o las sirvientas eran mucho más de lo aparentaban ser.
En su experiencia, solían ser las dos cosas.
“¡Mortal, Mina está aquí!”
Enarcó una ceja, se frotó el casco pobremente limpiando el agua y el barro que resbalaba por el mismo y trató de asociar la palabra a algo que conociese.
“¿Qué quieres decir con Mina?”
Se alejó varios pasos más, tratando de parecer lo más vetusto y arcaico posible, como uno de esos bio-cibérneticos sin apenas vida que se podían ver por los bajos fondos de Lunargenta. Si alguien le miraba desde el interior de la vivienda, él, la armadura de sombras, no estaba más que patrullando la zona.
“¡Quiero decir que hay un yacimiento de oro en mitad del salón! ¡¿Tú qué crees?! ¡Mina Harker!”
Suspiró profundamente, recordando a la ilusionista que habían conocido tiempo atrás. No terminaba de entender a la muchacha, quizás sus clases sociales fuesen demasiado diferentes, sabía, sin embargo, que era algo directa y metomentodo, pero, por encima de todo, parecía tener el corazón en el lugar correcto.
O eso pensaba, quizás pecaba de confiado, pero Lyn y ella parecían ser buenas amigas.
“¿…por qué no nos puede salir nada como lo habíamos planeado? ¿Dónde estás?”
Continuó avanzando a través del jardín reseco de la misma forma que lo había estado hasta el momento: pasos lentos, pero firmes.
Estudió todas y cada una de las entradas del edificio principal. No eran pocas, si las paredes exteriores del edificio parecían más una fortaleza el interior era más bien una lujosa mansión de los barrios altos de Lunargenta.
En cierto modo le recordaba a la residencia Roiland.
“Porque somos increíblemente buenos improvisando. Y estoy en un comedor, están celebrando una especie de cena elegante, es una verdadera lástima que no estés aquí, Mortal.”
- Sí… por eso será. – Susurró dejando escapar un suspiro, deteniéndose frente a otra puerta.
Estaban en el comedor. Eso significaba que la condesa estaría ahí, ocupada.
Podía aprovechar aquella oportunidad para infiltrarse en el edificio, pero, por supuesto, no iba a hacerlo por ninguna de las supuestas entradas que tenía la mansión más a la vista. Había vivido el suficiente número de trampas como para saber que una persona con la fama de Báthory podía haber, perfectamente, preparado algo para evitar que cualquier ladronzuelo se llevase su colección de piezas de ajedrez de marfil.
Permaneció en silencio durante varios minutos, bajo la lluvia, pensando una forma de entrar.
Se decidió, finalmente, por terminar de explora el jardín. Parcialmente oculto en una de las esquinas más apartadas de la zona, Eltrant se cruzó con unas largas escaleras que se perdían hacía el subsuelo.
Se cruzó de brazos, debía de ser la entrada secundaria al sótano o algo similar. Estaba bastante descuidada, como si nadie hubiese pasado por ahí en bastantes años.
Miró por encima de su hombro, de nuevo hacía la mansión.
- No es como si tuviese muchas más opciones. – Un relámpago iluminó el cielo momentáneamente, según Eltrant comenzaba a descender escaleras abajo.
“¿Cómo vas?”
Llegó hasta abajo del todo. Para su sorpresa, las escaleras no conducían a ningún sótano anegado, aquello era algo más parecido a una cripta que otra cosa.
Un mausoleo.
Frunció el ceño, adentrándose aún más en la cripta. El sonido de sus botas de metal chapoteando contra el agua que descendía por las escaleras rebotó en las paredes de la amplia estancia.
“Ahora te respondo”
Se detuvo al oír aquella réplica. ¿Estaría Lyn en problemas? Respiró profundamente y sacudió la cabeza, se obligó a pensar que la vampiresa lo tenía todo controlado, por su tono de voz, parecía calmada.
Si empezaba una pelea la escucharía.
Investigó por el lugar en un inútil esfuerzo por encontrar algo, si solo era una simple tumba llena de sarcófagos de piedra no le quedaría más remedio que volver sobre sus pasos, internarse en el hogar de Báthory por una de las tantas puertas que tenía.
Finalmente encontró una verja oxidada que conducía a un largo túnel que, por su posición en la tumba, Eltrant intuyó que se dirigía hasta la mansión.
- No está nada mal, Tale. – Se agachó junto a la verja y, tras comprobar que estaba cerrada a cal y canto, examinó los goznes de la misma. – Débiles. – Murmuró para sí, había forjado de nuevo su armadura las suficientes veces como para saber cuándo el metal estaba a punto de romperse.
“¿Sigues haciendo de maceta?”
Se pasó la mano por la parte frontal del yelmo, volviendo a limpiarlo del agua que aun seguía acumulado en el mismo, y desenvainó a Olvido con cuidado.
“No, creo que he encontrado algo.”
Después de introducir el enorme espadón de viento en una de las hendiduras de la celda hizo palanca, con fuerza. Un suave crack precedió a lo que Eltrant había predicho, la verja se soltó con suavidad.
Sonriendo satisfecho volvió a envainar a Olvido, tras ello tomó una de aquellas antorchas azules que también recordaba haber visto en Beltrexus y que, al parecer, eran mágicas.
Iluminó la entrada al túnel.
- “Vamos…” - Se dijo sí mismo en su cabeza, escrutando la oscuridad que se extendía frente a él. – “¿Qué puede ser lo peor que puede pasar?” – Se preguntó.
Sabía muy bien que aquella pregunta tenía demasiadas respuestas.
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[1] Lyn usa su habilidad de Nivel 3: Control Mental Moderado. Para poder hacer oir su voz en la cabeza de Eltrant y poder leer lo que este piensa.
Off: No me había dado cuenta de que Ger había actualizado, no habría tardado nada, no se por que no me ha llegado el aviso ; - ;
Eltrant Tale
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Sakoto estaba iracunda y Mina temía por su pescuezo. -Oye, flaca esquelética, raquítica chupasangre. Me he esforzado mucho con ese guiso, ojirasgadademierda. Aprende a hablar bien, ¿qué? ¿Te haces la exótica? Yo te enseñaré lo que es ser exótica- le respondió a la cocinera. En su cabeza, por supuesto. Frente a la enojada vampiresa solo tragó en seco y pidió perdón mil veces -Cocinar no es mi fuerte, maestra Sakoto...- dijo en voz bajita, en total sumisión. Apretaba los puños sobre su mandil y miraba a los pies de la cocinera, con cara de vergüenza. Incluso se hizo aparecer un rojo tomate a la cara, una pequeña ilusión para hacer más énfasis en su papel de humillada. Todo fuese por mantener el rol de pobre criadilla asustada.
Pero, ¡ay! Que le costó mantener su papel cuando esa desgraciada la agarró por el cuello. Inmediatamente sujetó la mano de la cocinera y fijó la mirada en el cuchillo con el que la amenazaba. Ahí los colores en su cara no fueron ilusión, era un rojo vivo de furia e ira lo que le teñía su hermosa carita. Eso no se iba a quedar así. No, ni pensarlo. Antes de irse, Sakoto sabría con quién se había atrevido a meter.
Logró mantener la compostura lo suficiente como para que la vampiresa la mandara a terminar de poner la mesa. En eso sí era buena, su madre le había enseñado bien el protocolo de la cena, cucharas y cuchillos a la derecha, tenedor a la izquierda, en orden de uso, de afuera hacia adentro. Copa de agua y de vino a la derecha, plato de ensalada a la izquierda... ¿comerán ensalada? No es que hubiese verdura fresca por allí... mejor sacar ese plato, dejar el de pan. Cucharita de postre arriba, servilleta doblada sobre el plato bajo, encender las velas y ¡voilá! Mira qué mesa más bella. A ver si por lo menos así le perdonaban el desastre de guiso.
Esperó quietecita por las demás comensales, sabía que no podía actuar sino hasta que llegara la Condesa. Así lo dicta el protocolo, todos se sientan después que el anfitrión. Comenzaron a llegar las damas, Mina mantenía la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, en señal de respeto, pues era la de menor rango en la habitación. Por eso miró al piso hasta que todas estuvieron sentadas y pudo servir su obra maestra de arte abstracto culinario; primero a la Condesa y luego en orden de rango hasta que llegó a la invitada. Quedó tiesa por un instante al ver esa cara.
¿Lyn? ¿Qué hacía ella ahí? Claro, era vampiresa, quizás se conocían de esas andadas del tipo que tienen los vampiros, pero era una horrible coincidencia. Trató de mantener un semblante tranquilo, a pesar de las circunstancias. No hizo ningún gesto a Lyn mientras terminaba de servir y se sentaba a su lado. Se limitó a sonreír con el comentario de Maggie y a soltar una risita nerviosa con el de Sakoto, -maldita perra de ojitos chicos- pensó mientras reía. -Oh... maestra Sakoto, perdonadme, ¡pero les advertí de mentenerme lejos de las ollas!- dijo en tono gracioso y las risas continuaron. Todas rieron menos la cocinera, que le lanzó una mirada de repudio y odio. Báthory dejó de reír y comenzó a comer. Desgracia infinita, ahora tendría que hacer lo mismo.
Metió la cuchara en el plato y removió un poco. La punta con uña de un dedo salió del fondo y Mina quiso llorar. Carraspeó un poco, tragó saliva y se puso a pensar en una excusa para salir de allí lo antes posible, una manera de evitar comer aquel horrible menjunje de pesadilla.
-He olvidado la jarra de vino- dijo y se puso de pie. Miró a la Condesa con rostro expectante -¿Me permite ir a buscarlo?- dijo en tono suplicante, temblando de nervios. La Condesa hizo un gesto y ella se inclinó, apartó su silla y, con un movimiento rápido, tocó a Lyn, lanzándole una mirada furtiva de "sé que eres tú, te he reconocido, búscame".
A paso rápido, Mina salió del comedor en dirección de la cocina, pero giró hacia el salón principal. Se sentía ahogada y mareada. ¿Qué era lo que estaba haciendo allí? Sí, buscaba uno de los Ojos de la Gorgona, una joya de invaluable valor y poder extraordinario. Con una de esas piedras, su fuerza mágica crecería a niveles inimaginables. Con ambas, sería la bruja más poderosa de Aerandir, tenía que conseguirlas... No, mentira, era el Cuello del Dragón lo que poseía la Condesa de Cotplice. Una gargantilla preciosa y única, sin poderes mágicos ni nada. ¿Qué tal? Ya ni se acordaba qué hacía allí, ni siquiera era un botín tan importante y le comenzaba a importar tres kilos de mierda voladora los tesoros que esa Condesa guardara en su cajón. Tenía que salir de ese lugar cuanto antes.
Pero ahora estaba Lyn allí y la carta, la carta que el pobre aldeano le había entregado a Leinil para Rina. Pero Leinil estaba muerta, no tenía idea de dónde había quedado la carta y no tenía forma de acercarse a la pelirroja y por lo menos decirle que su padre la extrañaba. Tremendo desaguisado.
Sin embargo, ahora estaba fuera del comedor, lejos de ellas, bien podía merodear un poco. Y eso hizo, pobre desdichada, se puso a recorrer los salones y pasillos del primer piso.
Pero, ¡ay! Que le costó mantener su papel cuando esa desgraciada la agarró por el cuello. Inmediatamente sujetó la mano de la cocinera y fijó la mirada en el cuchillo con el que la amenazaba. Ahí los colores en su cara no fueron ilusión, era un rojo vivo de furia e ira lo que le teñía su hermosa carita. Eso no se iba a quedar así. No, ni pensarlo. Antes de irse, Sakoto sabría con quién se había atrevido a meter.
Logró mantener la compostura lo suficiente como para que la vampiresa la mandara a terminar de poner la mesa. En eso sí era buena, su madre le había enseñado bien el protocolo de la cena, cucharas y cuchillos a la derecha, tenedor a la izquierda, en orden de uso, de afuera hacia adentro. Copa de agua y de vino a la derecha, plato de ensalada a la izquierda... ¿comerán ensalada? No es que hubiese verdura fresca por allí... mejor sacar ese plato, dejar el de pan. Cucharita de postre arriba, servilleta doblada sobre el plato bajo, encender las velas y ¡voilá! Mira qué mesa más bella. A ver si por lo menos así le perdonaban el desastre de guiso.
Esperó quietecita por las demás comensales, sabía que no podía actuar sino hasta que llegara la Condesa. Así lo dicta el protocolo, todos se sientan después que el anfitrión. Comenzaron a llegar las damas, Mina mantenía la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, en señal de respeto, pues era la de menor rango en la habitación. Por eso miró al piso hasta que todas estuvieron sentadas y pudo servir su obra maestra de arte abstracto culinario; primero a la Condesa y luego en orden de rango hasta que llegó a la invitada. Quedó tiesa por un instante al ver esa cara.
¿Lyn? ¿Qué hacía ella ahí? Claro, era vampiresa, quizás se conocían de esas andadas del tipo que tienen los vampiros, pero era una horrible coincidencia. Trató de mantener un semblante tranquilo, a pesar de las circunstancias. No hizo ningún gesto a Lyn mientras terminaba de servir y se sentaba a su lado. Se limitó a sonreír con el comentario de Maggie y a soltar una risita nerviosa con el de Sakoto, -maldita perra de ojitos chicos- pensó mientras reía. -Oh... maestra Sakoto, perdonadme, ¡pero les advertí de mentenerme lejos de las ollas!- dijo en tono gracioso y las risas continuaron. Todas rieron menos la cocinera, que le lanzó una mirada de repudio y odio. Báthory dejó de reír y comenzó a comer. Desgracia infinita, ahora tendría que hacer lo mismo.
Metió la cuchara en el plato y removió un poco. La punta con uña de un dedo salió del fondo y Mina quiso llorar. Carraspeó un poco, tragó saliva y se puso a pensar en una excusa para salir de allí lo antes posible, una manera de evitar comer aquel horrible menjunje de pesadilla.
-He olvidado la jarra de vino- dijo y se puso de pie. Miró a la Condesa con rostro expectante -¿Me permite ir a buscarlo?- dijo en tono suplicante, temblando de nervios. La Condesa hizo un gesto y ella se inclinó, apartó su silla y, con un movimiento rápido, tocó a Lyn, lanzándole una mirada furtiva de "sé que eres tú, te he reconocido, búscame".
A paso rápido, Mina salió del comedor en dirección de la cocina, pero giró hacia el salón principal. Se sentía ahogada y mareada. ¿Qué era lo que estaba haciendo allí? Sí, buscaba uno de los Ojos de la Gorgona, una joya de invaluable valor y poder extraordinario. Con una de esas piedras, su fuerza mágica crecería a niveles inimaginables. Con ambas, sería la bruja más poderosa de Aerandir, tenía que conseguirlas... No, mentira, era el Cuello del Dragón lo que poseía la Condesa de Cotplice. Una gargantilla preciosa y única, sin poderes mágicos ni nada. ¿Qué tal? Ya ni se acordaba qué hacía allí, ni siquiera era un botín tan importante y le comenzaba a importar tres kilos de mierda voladora los tesoros que esa Condesa guardara en su cajón. Tenía que salir de ese lugar cuanto antes.
Pero ahora estaba Lyn allí y la carta, la carta que el pobre aldeano le había entregado a Leinil para Rina. Pero Leinil estaba muerta, no tenía idea de dónde había quedado la carta y no tenía forma de acercarse a la pelirroja y por lo menos decirle que su padre la extrañaba. Tremendo desaguisado.
Sin embargo, ahora estaba fuera del comedor, lejos de ellas, bien podía merodear un poco. Y eso hizo, pobre desdichada, se puso a recorrer los salones y pasillos del primer piso.
Mina Harker
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Eltrant Tale era un tipo curioso. Que no parecía temer a nada, o a casi nada, más que a sí mismo. Había matado a dragones, gigantes, criaturas para las que él era del tamaño de una uña. ¿Qué era aquel lugar oscuro para él? Para él aquello era otro día en la oficina.
Aunque aquella ocasión era bastante diferente a lo que acostumbraba. La cripta tenía un ambiente cargante, y conforme avanzaba por aquel pasillo de antorchas de fuego azul, podía ver cómo el camino era muy estrecho. Y, a su lado, había calaveras. Muchas calaveras. Eltrant entró al lugar creyendo que terminaría en el interior de la mansión. Quizás en el sótano. ¡Menudo cliché! No. Aquel lugar no llevaba a ninguna parte. Más que a una especie de estancia. La única salida sería deshaciendo el camino de vuelta… Si es que salía vivo.
Lo que destacaba al frente era un par de tumbas de mármol. En lo que parecía ser una especie de mausoleo familiar de la condesa. En las paredes de esta estancia, había también más tumbas incrustadas. Pero lo verdaderamente importante, era las dos anteriormente mencionadas. Aquellas eran grandes e imponentes. Como si alguien importante hubiese dentro. Y no era para menos.
En cuanto Eltrant se acercara a ellas, el fantasma de un hombre se aparecería y comenzaría a revolotear por toda la estancia. La verja que Eltrant tuvo que abrir se cerró, provocando un fuerte ruido que sin duda sería escuchado fuera. Pero estaba encerrado y no tenía manera de escapar.
-¿Quién eres tú, vivo, que osas perturbar mi sueño? – preguntó aquel fantasma. Que sobrevolaba la estancia. Desvaneciéndose y volviendo a aparecer. Acercándose a Eltrant por la espalda para olfatearlo y volver a ponerse frente a él. El héroe de Verisar no podría tocarlo. Todo cuanto haría sería atravesar su mano. - ¡Huye de aquí, insensato! Mi hija acabará contigo.
-¡Oh, querido Ferdinand! ¡No seas así, para las pocas visitas que tenemos! – una figura femenina salió de debajo de la tumba de mármol contigua. Llevándose las manos a la cara. – No le hagas caso, vivo, Erzy es muy buena chica. Sólo que ha tenido unos problemas.
-¡Melissa! ¡Pero es un hombre! ¡Y ella está maldita! ¡Ella y todas sus sirvientas! – gritó a su esposa. – Parece que no recuerdas su secreto. – aquella pareja, aunque pudiera parecer peligrosa, discutían como si estuvieran vivos. Y transmitían todo tipo sensaciones, pero desde luego no miedo más del que pudiera sentir.
Aquello sin duda despertaría la atención de cualquier cotillo que se hallara allí. Y Eltrant seguramente no sería nuevo. Pero el ruido desprendido había atraído la atención del portero, que se encontraba allí. Con su hacha enorme, feo y deforme. Entró por la puerta aquel mastodonte que se movía tosco, pero medido y brutal. Y para colmo, en espacios cortos, barría casi toda la estancia con su hacha.
-¡¿Quién eres tú?! – preguntó fuera de sí - ¿Qué haces importunando aquí? ¡Voy a cortarte como si fueras mantequilla!
En el castillo, los ánimos estaban más calmados. Báthory apoyaba su barbilla sobre sus manos para escuchar atentamente lo que Morrigan le decía. La condesa no conocía de nada a la vampiresa, y sin saber de quién se trataba no iba a desvelar sus verdaderas intenciones. Quizás fuese una espía a los honores del Rey Siegfried. Cuando la de pelo corto cesó de hablar, la condesa se recostó un poco en su silla y sorbió sangre de su copa. Luego, habló.
-Dag el Breve… He escuchado hablar de él. Pero por aquí no ha pasado. – comenzó la condesa – Y sobre ayudar a defender Lunargenta. Lo que tenga que hacer, lo haré. – Y mostró una sonrisa. Báthory ayudaba a Vladimir, y ya había dialogado con el vampiro, pero el condado de Cotplice no dejaba de ser un estado clientelar de Lunargenta.
Aquello alertó a la condesa sobre las verdaderas intenciones de Lyn en el castillo. Báthory no contaba con ningún emisario de Vladimir. Pero tenía que disimular. Bebió intensamente de la copa observando a la vampiresa. La petición de Mina para salir un instante redujo la tensión. La condesa hizo un gesto asertivo con la copa. Otra de las sirvientas, Evelyn, la encargada de los asuntos internos del castillo, percibió que Mina estaba ligeramente nerviosa. Y tras haber advertido que Sakoto la tenía entre ceja y ceja y se miraban psicóticamente, la responsable de asuntos internos pidió permiso para ir tras ella. Dejando a Báthory con las cuatro sirvientas y con Morrigan.
Tras unos instantes Báthory quedó con las otras cuatro sirvientes y miró a Lyn. Y luego echó su mirada sobre Margaret. Ésta se levantó y Báthory se recostó sobre la mesa hacia delante, apoyó sus codos en la mesa y tras agasajar su melena morena, le preguntó:
-Querida Morrigan, tenemos la costumbre de darnos un bañito antes de irnos a la cama. – Lyn tenía entonces las suaves manos de Maggie sobre sus hombros. – Siendo tan educada, no te importará respetar nuestras costumbres, ¿verdad?
Alice, la recaudadora, y Rita, la jardinera que tenía el tamaño de un animal, se levantaron también. Sakoto, quedó con su mirada perdida en el sitio por el que se habían ido Mina y Evelyn.
-Condesa, ¿puedo buscar a sirvientas? – preguntó con cierta gana. Báthory asintió.
– Sí, Sakoto. Pero no os retraséis.
Había huesos de animales muy desconocidos para la gente común. Desde lagartos enormes de tamaño considerable y que tenían pinta de ser muy, pero que muy primitivos, a animales más típicos, como jabalís o ciervos. En cualquier caso, no había vida ahí dentro. Pero parecía como si algo o alguien la estuviera observando. Mina tuvo unos instantes para revolver en los alrededores. Hasta que Evelyn, la criada, apareció por allí para sorprenderla.
-¡Emereth! ¿No ibas a por el vino? – preguntó la sirvienta de asuntos internos con insistencia. Agarrándose la larga falda que llegaba hasta sus tobillos para poder caminar mejor. – Es la hora del baño. ¿Qué haces que no vas para allí?
Parte Lyn: Báthory está ligeramente mosqueada por sus comentarios. No confía en ella. Y seguro que una vampiresa como ella puede advertirlo. Ha llegado la hora de los baños. Tendrás que subir con ella y ayudar a Maggie a calentar la sangre. Aunque siempre puedes rehusar la invitación, en ese caso Alice te guiará a una habitación en el segundo piso. Puedes describir ambos escenarios como consideres.
Mina: Te encuentras en el salón de caza. Evelyn te ha pillado donde no debes. Parece una chica mucho más normal que las demás. Tendrás que aceptar volver con ella (y reunirte en los baños), negarte y tratar de huir o atacarla, o declararle tu interés en buscar a la chica del posadero que dio la carta a Colm (si es que sospechas que podría ser ella o estar interesada en ayudarte). Muchas opciones y poco margen de error. Opcionalmente, puedes revolver en busca de algo interesante antes de que llegue Evelyn, pero en este caso tendrás que tirar una runa y arriesgarte. Sakoto (aún) no ha aparecido.
Aunque aquella ocasión era bastante diferente a lo que acostumbraba. La cripta tenía un ambiente cargante, y conforme avanzaba por aquel pasillo de antorchas de fuego azul, podía ver cómo el camino era muy estrecho. Y, a su lado, había calaveras. Muchas calaveras. Eltrant entró al lugar creyendo que terminaría en el interior de la mansión. Quizás en el sótano. ¡Menudo cliché! No. Aquel lugar no llevaba a ninguna parte. Más que a una especie de estancia. La única salida sería deshaciendo el camino de vuelta… Si es que salía vivo.
Lo que destacaba al frente era un par de tumbas de mármol. En lo que parecía ser una especie de mausoleo familiar de la condesa. En las paredes de esta estancia, había también más tumbas incrustadas. Pero lo verdaderamente importante, era las dos anteriormente mencionadas. Aquellas eran grandes e imponentes. Como si alguien importante hubiese dentro. Y no era para menos.
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El túmulo de los Bátory era un lugar sin retorno. Oscuro. Angosto. En el que poco se veía.
En cuanto Eltrant se acercara a ellas, el fantasma de un hombre se aparecería y comenzaría a revolotear por toda la estancia. La verja que Eltrant tuvo que abrir se cerró, provocando un fuerte ruido que sin duda sería escuchado fuera. Pero estaba encerrado y no tenía manera de escapar.
-¿Quién eres tú, vivo, que osas perturbar mi sueño? – preguntó aquel fantasma. Que sobrevolaba la estancia. Desvaneciéndose y volviendo a aparecer. Acercándose a Eltrant por la espalda para olfatearlo y volver a ponerse frente a él. El héroe de Verisar no podría tocarlo. Todo cuanto haría sería atravesar su mano. - ¡Huye de aquí, insensato! Mi hija acabará contigo.
-¡Oh, querido Ferdinand! ¡No seas así, para las pocas visitas que tenemos! – una figura femenina salió de debajo de la tumba de mármol contigua. Llevándose las manos a la cara. – No le hagas caso, vivo, Erzy es muy buena chica. Sólo que ha tenido unos problemas.
-¡Melissa! ¡Pero es un hombre! ¡Y ella está maldita! ¡Ella y todas sus sirvientas! – gritó a su esposa. – Parece que no recuerdas su secreto. – aquella pareja, aunque pudiera parecer peligrosa, discutían como si estuvieran vivos. Y transmitían todo tipo sensaciones, pero desde luego no miedo más del que pudiera sentir.
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Ferdinand y Melissa. Los difuntos padres de Erzsébeth Báthory. Después de tanto tiempo, vuelven a recibir una visita.
Aquello sin duda despertaría la atención de cualquier cotillo que se hallara allí. Y Eltrant seguramente no sería nuevo. Pero el ruido desprendido había atraído la atención del portero, que se encontraba allí. Con su hacha enorme, feo y deforme. Entró por la puerta aquel mastodonte que se movía tosco, pero medido y brutal. Y para colmo, en espacios cortos, barría casi toda la estancia con su hacha.
-¡¿Quién eres tú?! – preguntó fuera de sí - ¿Qué haces importunando aquí? ¡Voy a cortarte como si fueras mantequilla!
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En el castillo, los ánimos estaban más calmados. Báthory apoyaba su barbilla sobre sus manos para escuchar atentamente lo que Morrigan le decía. La condesa no conocía de nada a la vampiresa, y sin saber de quién se trataba no iba a desvelar sus verdaderas intenciones. Quizás fuese una espía a los honores del Rey Siegfried. Cuando la de pelo corto cesó de hablar, la condesa se recostó un poco en su silla y sorbió sangre de su copa. Luego, habló.
-Dag el Breve… He escuchado hablar de él. Pero por aquí no ha pasado. – comenzó la condesa – Y sobre ayudar a defender Lunargenta. Lo que tenga que hacer, lo haré. – Y mostró una sonrisa. Báthory ayudaba a Vladimir, y ya había dialogado con el vampiro, pero el condado de Cotplice no dejaba de ser un estado clientelar de Lunargenta.
Aquello alertó a la condesa sobre las verdaderas intenciones de Lyn en el castillo. Báthory no contaba con ningún emisario de Vladimir. Pero tenía que disimular. Bebió intensamente de la copa observando a la vampiresa. La petición de Mina para salir un instante redujo la tensión. La condesa hizo un gesto asertivo con la copa. Otra de las sirvientas, Evelyn, la encargada de los asuntos internos del castillo, percibió que Mina estaba ligeramente nerviosa. Y tras haber advertido que Sakoto la tenía entre ceja y ceja y se miraban psicóticamente, la responsable de asuntos internos pidió permiso para ir tras ella. Dejando a Báthory con las cuatro sirvientas y con Morrigan.
Tras unos instantes Báthory quedó con las otras cuatro sirvientes y miró a Lyn. Y luego echó su mirada sobre Margaret. Ésta se levantó y Báthory se recostó sobre la mesa hacia delante, apoyó sus codos en la mesa y tras agasajar su melena morena, le preguntó:
-Querida Morrigan, tenemos la costumbre de darnos un bañito antes de irnos a la cama. – Lyn tenía entonces las suaves manos de Maggie sobre sus hombros. – Siendo tan educada, no te importará respetar nuestras costumbres, ¿verdad?
Alice, la recaudadora, y Rita, la jardinera que tenía el tamaño de un animal, se levantaron también. Sakoto, quedó con su mirada perdida en el sitio por el que se habían ido Mina y Evelyn.
-Condesa, ¿puedo buscar a sirvientas? – preguntó con cierta gana. Báthory asintió.
– Sí, Sakoto. Pero no os retraséis.
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Mina se perdió “buscando” una jarra de vino. Y tras cruzar varias estancias, terminó llegando a un lugar repleto de seres muertos. Pero no como los que había visto Eltrant. Estos estaban disecados. O en el mejor de los casos, había cabezas de animales. Una especie de pequeño museo en la planta baja que Báthory guardaba como seña de identidad propia de uno de sus deportes favoritos dentro del castillo.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
La sala de trofeos. El lugar en el que Mina fue a recoger el vino.
Había huesos de animales muy desconocidos para la gente común. Desde lagartos enormes de tamaño considerable y que tenían pinta de ser muy, pero que muy primitivos, a animales más típicos, como jabalís o ciervos. En cualquier caso, no había vida ahí dentro. Pero parecía como si algo o alguien la estuviera observando. Mina tuvo unos instantes para revolver en los alrededores. Hasta que Evelyn, la criada, apareció por allí para sorprenderla.
-¡Emereth! ¿No ibas a por el vino? – preguntó la sirvienta de asuntos internos con insistencia. Agarrándose la larga falda que llegaba hasta sus tobillos para poder caminar mejor. – Es la hora del baño. ¿Qué haces que no vas para allí?
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Parte Eltrant: Estás en el mausoleo familiar. Creía que nadie iba a terminar investigando los jardines. Y en un buen momento por no encontrarse las sirvientas cerca. Parece que esa pareja tiene un secreto que contar, pero Karl Tepes, el mayordomo del castillo, te ha sentido y aparece con su enorme hacha para evitar que salgas. Tendrás que enfrentarte a él en un espacio muy cerrado. Tira una runa para determinar tu fortuna en el siguiente turno.Parte Lyn: Báthory está ligeramente mosqueada por sus comentarios. No confía en ella. Y seguro que una vampiresa como ella puede advertirlo. Ha llegado la hora de los baños. Tendrás que subir con ella y ayudar a Maggie a calentar la sangre. Aunque siempre puedes rehusar la invitación, en ese caso Alice te guiará a una habitación en el segundo piso. Puedes describir ambos escenarios como consideres.
Mina: Te encuentras en el salón de caza. Evelyn te ha pillado donde no debes. Parece una chica mucho más normal que las demás. Tendrás que aceptar volver con ella (y reunirte en los baños), negarte y tratar de huir o atacarla, o declararle tu interés en buscar a la chica del posadero que dio la carta a Colm (si es que sospechas que podría ser ella o estar interesada en ayudarte). Muchas opciones y poco margen de error. Opcionalmente, puedes revolver en busca de algo interesante antes de que llegue Evelyn, pero en este caso tendrás que tirar una runa y arriesgarte. Sakoto (aún) no ha aparecido.
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
“He llegado a una cripta.”
Suspiró y depositó con cuidado la antorcha azul a un lado.
Examinó con interés el lugar, aquella estancia era bastante diferente a la principal que daba directamente al jardín. Las tumbas y los distintos sepulcros que había allí estaban en mejor estado, no demasiado, pero parecía que alguien las limpiaba con algo de esmero.
“… Y no tiene salida, voy a tener que volver por el túnel.”
Antes de girarse sobre sí mismo, de encaminarse directamente a la mansión de Báthory, Eltrant se acercó a las dos lapidas de mayor tamaño y las sondeó con curiosidad. Evidentemente pertenecían a dos personas importantes.
¿Antepasados de la vampiresa? Se preguntó qué clase de familia era “La casa Báthory” antes de que la última heredera de la familia se ganase el sobrenombre de “Condesa Sanguinaria”.
Cruzado de brazos trató de leer las distintas palabras que estas tenían grabadas. Estaban bastante desgastadas, era evidente que no las habían levantado hacía solo un par de años.
- ¿…Ferdinand? - No consiguió descifrar nada más, una voz de ultratumba rebotó en las angostas paredes de la cripta y le obligó a ponerse en guardia. - ¿Quién…? – Apretó los dientes echó mano de Olvido, frunció el ceño al oír como la verja que había abierto se cerraba de golpe.
¿Por qué siempre acababa así?
Una figura fantasmagórica, traslucida, se presentó frente a él. Flotó por la habitación y le instó que huyese si no quería acabar muerto bajo las manos de su hija. Alargó la mano hasta la silueta del hombre, la atravesó como si no fuese más que aire
Ya había visto algo así antes, pero no dejaba de ser sorprendente.
Al menos a aquellos podía verlos y no sonaban directamente en su cabeza.
- ¿Estás… muerto? – Otra figura emergió del suelo, justo de la lápida que Eltrant tenía frente a él, el castaño levantó el visor de su yelmo. - ¿Erzy? – Añadió a continuación, el fantasma de la mujer afirmaba, en cambio, que su hija no era peligrosa, que solo tenía unos problemas con una maldición y que en realidad era una buena persona. – Esperad, esperad. – Extendió ambas manos, intentó que los espectros dejasen de discutir entre ellos. - ¿Una maldición? ¿Por qué es un problema que sea un hombre? – Preguntó. - ¿Podéis… podéis explicármelo? - Demasiada información de golpe, pero necesitaba saber a qué se enfrentaba.
Lyn y Mina estaban con Báthory y sus sirvientas, solas.
No escuchó el rechinar del metal hasta que fue demasiado tarde, hasta que un hombre armado con una enorme hacha no estuvo colocado entre él y la única salida de la cripta.
Frunció el ceño, se quedó en silencio mirando fijamente al recién llegado.
Después sonrió.
- Yo… ser… marioneta de lady Aesland que… - Suspiró y bajó el visor del yelmo con un rápido movimiento. – Mira, que más da. – Desenvainó a Olvido sin añadir nada más, el viento que bañaba la hoja recorrió toda la habitación, casi como si estuviese midiéndola. – Vamos. - El hombre levantó su hacha y cargó contra él gritando, Eltrant interpuso a Olvido frente a su cara y retrocedió un par de pasos al sentir el peso del metal que blandía su oponente.
Tenía que admitir que aquel tipo para el tipo de cuerpo que tenía era inusualmente fuerte. Y tampoco se equivocaba con lo que había dicho acerca de su hacha, aquella arma podría abrirse pasó de forma relativamente fácil a través de su armadura.
“Mortal, sospecha algo de mí, voy a tener que usar el plan de reserva.”
Masculló un par de insultos en voz baja, continuó intercambiando golpes con él, asegurándose de que el filo de hacha no encontrase su cuerpo. Afortunadamente para él, aunque el hacha abarcase más espacio, Olvido seguía teniendo más alcance, pudo mantenerle a raya.
“Ahora mismo estoy algo liado.”
Saltó hacia atrás cuando el deforme dio un tajo en horizontal, uno que se encargó de sesgar todas las antorchas azules más cercanas a él en dos, la iluminación del mausoleo comenzó a titilar suavemente, otorgando un aspecto aún más monstruoso al sirviente de Báthory.
Eltrant maldijo el espacio de la habitación cuando notó el frío granito de la tumba de Ferdinand frenar su huida.
No iba a poder seguir reculando.
Un estruendo metálico rebotó en las paredes de la cripta cuando, finalmente, Eltrant se vio obligado a aguantar el ataque sin retroceder, sin huir. Notó como Olvido vibraba con suavidad entre sus manos, aguantando estoicamente un golpe que él no hubiese podido soportar.
- ¡Me toca! – Exclamo haciendo acopio de sus fuerzas.
El castaño empujó el arma del deforme a un lado con su propia espada. Hizo perder momentáneamente el equilibrio al recién llegado y, arrastrando a Olvido por el suelo, se deslizó tras el hacha todo lo rápido que pudo.
Un solo golpe, con eso bastaría, había acabado con cosas más grandes con un solo golpe. Concentró toda la fuerza que pudo en sus brazos, en aquel impacto y levantó la espada en diagonal a la axila derecha de aquella especie de mayordomo. [1]
Apretó los dientes, el tiempo pareció ralentizarse. El brazo, sabía que con aquel ataque podía cortarle el brazo y, con un poco de suerte, si su espada no se atascaba en ningún hueso, la cabeza iría justo después.
No planeaba detenerse.
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Se controló, vio como Mina abandonaba la habitación.
No podía dejarla sola.
“He llegado a una cripta.”
Pero eso no era lo peor, la habían pillado. ¿Se había delatado a si misma con aquella historia? ¿Se había equivocado? No, la había repetido tal y como recordaba haberlo hecho atrás en la taberna.
Respiró con tranquilidad, instó a que su corazón se calmase y sonrió a la condesa.
“… Y no tiene salida, voy a tener que volver por el túnel.”
- Ya veo. – dijo con sencillez, aun concentrándose en realizar el papel que se había propuesto hacer. – En ese caso, agradecería que les mandase una misiva a... mis amos con la realidad. – dijo esbozando una sonrisa similar a la de ama del lugar.
Había sido sutil, pero lo suficientemente evidente como para que Lyn lo hubiese notado. La expresión de Báthory había cambiado, la forma en la que esta se comportaba con los presentes.
Tramaba algo, podía verlo perfectamente reflejado en su rostro.
- Lo agradezco, señora Condesa. – dijo sin perder la sonrisa, notando como una de las sirvientas depositaba las manos sobre sus hombros. – Pero debo rechazar tal invitación. – Aseguró, levantándose de su asiento.
“Mortal, sospecha algo de mí, voy a tener que usar el plan de reserva.”
- Hay pocas cosas más revitalizantes que un buen baño tras un largo viaje, tengo que admitirlo. – Hizo una pequeña reverencia y contempló como una muchacha de cabellos castaños y cortos se acercaba a ella. – Sin embargo, no me atrevería a abusar de su amabilidad, me conformo con una cama mullida en la que pasar el día hasta tener que marcharme. – dijo al final, sin perder la sonrisa.
“Ahora mismo estoy algo liado.”
Después de eso, la vampiresa abandonó el amplísimo comedor tras la criada, “Alice” había oído que se llamaba y, como las demás, tenía aspecto de no estar precisamente cuerda. Totalmente en silencio, Lyn y la criada atravesaron más largos pasillos ostentosamente adornados y un sinfín de puertas cerradas hasta que, al final, se detuvieron frente a una puerta sin nada en especial, una que estaba en el segundo piso.
- Gracias. – dijo cuándo Alice le abrió la puerta y le indicó, con un gesto, que entrara en el dormitorio. Después cerró la puerta tras ella.
El dormitorio era justo lo que se podría esperar de un lugar como aquel. Bien amueblado y limpio, con una cama individual, aunque bastante correcta para los estándares a los que estaba acostumbrada la ojiazul.
Rápidamente, en cuanto los pasos de Alice se volvieron distantes, se giró sobre sí misma y cerró el pestillo del dormitorio. Un suave “click” le indicó que, en aquel momento, si querían entrar, deberían derribar la puerta.
- “Bien.” – Oteó la habitación con la mirada, Eltrant había afirmado segundos atrás que estaba en problemas. Esperaba que todo fuese bien. – “Plan B” – dijo en su cabeza.
“Voy a necesitar algo de ayuda por aquí”
Todavía no era totalmente seguro que Báthory la hubiese descubierto por completo, quizás solo sospechaba de su identidad. Pero toda precaución era poca.
____________________________________________________________
[1] Habilidad Eltrant Nivel 3: Hoja Cargada.
Última edición por Eltrant Tale el Mar Sep 25 2018, 21:14, editado 2 veces
Eltrant Tale
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Ese castillo estaba encantado. Era mucho más grande de lo que parecía. Sala tras sala, eso parecía más un laberinto que un castillo condal. En un punto, la ilusionista verdaderamente se extravió y dio a parar a una habitación llena de animales disecados -Vaya que invierte en taxidermia- comentó en voz baja mientras acariciaba la melena de un león. Ella conocía la mayoría de los animales que allí se exhibían, algunos, sin embargo, no los había visto jamás.
Se olvidó de la bota de vino que supuestamente estaba buscando y se puso a admirar la colección, como si de una exposición de museo se tratase. Se detenía en cada animal y lo observaba con detenimiento, le dedicaba un poco más a aquellos que desconocía. A uno de los costados había un armario. Miró a un lado y luego a otro, asegurándose de estar sola, y lo abrió. Lo que encontró, no pudo creerlo.*
Al sentir unos pasos, cerró rápidamente las puertas del armario y se dio vuelta para encontrarse de frente con Evelyn. -¡Oh! ¡Menos mal has venido en mi búsqueda!- exclamó con falsa angustia. -Me he perdido... como puedes ver... este lugar es demasiado grande, hay muchas habitaciones... tomar la puerta equivocada, girar a la izquierda en lugar de a la derecha y ya termina uno en otra ciudad- explicó en tono afable, intentando ser graciosa. Y en parte era verdad, si Evelyn no hubiese aparecido, no hubiese sabido cómo regresar.
La criada enarcó una ceja mientras escuchaba las explicaciones de Mina -Vale...- dijo dubitativa -...debemos regresar. Es hora del baño de la Condesa- indicó con seriedad. Mina asintió y la siguió. Tenía que buscar una manera de salir de allí. Luego buscaría a Lyn, quien seguro estaba con Eltrant, para que la ayudase a escapar. Guardó silencio un buen rato, pensaba en la carta que le habían entregado a la desafortunada chica del guiso -¿Cómo es que se llama? Ay... ya se me olvidó...- pensó en ese momento.
-Evelyn... ¿sabes? Algo raro nos pasó cuando veníamos al castillo, a la otra chica y a mí- comenzó a contar -Un aldeano se nos acercó y nos rogó entregarle una carta a su hija, que trabaja aquí, pero no nos dijo su nombre- señaló -Y bueno, la carta la tomó la otra chica en todo caso, nunca supe qué decía- comentó. En realidad no sabía por qué le había contado a Evelyn de aquella carta. Volvió a quedar callada, pensando en lo que había encontrado en el armario.
Se olvidó de la bota de vino que supuestamente estaba buscando y se puso a admirar la colección, como si de una exposición de museo se tratase. Se detenía en cada animal y lo observaba con detenimiento, le dedicaba un poco más a aquellos que desconocía. A uno de los costados había un armario. Miró a un lado y luego a otro, asegurándose de estar sola, y lo abrió. Lo que encontró, no pudo creerlo.*
Al sentir unos pasos, cerró rápidamente las puertas del armario y se dio vuelta para encontrarse de frente con Evelyn. -¡Oh! ¡Menos mal has venido en mi búsqueda!- exclamó con falsa angustia. -Me he perdido... como puedes ver... este lugar es demasiado grande, hay muchas habitaciones... tomar la puerta equivocada, girar a la izquierda en lugar de a la derecha y ya termina uno en otra ciudad- explicó en tono afable, intentando ser graciosa. Y en parte era verdad, si Evelyn no hubiese aparecido, no hubiese sabido cómo regresar.
La criada enarcó una ceja mientras escuchaba las explicaciones de Mina -Vale...- dijo dubitativa -...debemos regresar. Es hora del baño de la Condesa- indicó con seriedad. Mina asintió y la siguió. Tenía que buscar una manera de salir de allí. Luego buscaría a Lyn, quien seguro estaba con Eltrant, para que la ayudase a escapar. Guardó silencio un buen rato, pensaba en la carta que le habían entregado a la desafortunada chica del guiso -¿Cómo es que se llama? Ay... ya se me olvidó...- pensó en ese momento.
-Evelyn... ¿sabes? Algo raro nos pasó cuando veníamos al castillo, a la otra chica y a mí- comenzó a contar -Un aldeano se nos acercó y nos rogó entregarle una carta a su hija, que trabaja aquí, pero no nos dijo su nombre- señaló -Y bueno, la carta la tomó la otra chica en todo caso, nunca supe qué decía- comentó. En realidad no sabía por qué le había contado a Evelyn de aquella carta. Volvió a quedar callada, pensando en lo que había encontrado en el armario.
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
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Re: [Misión] La sanguinaria Erzsébeth Báthory [Mina Harker & Eltrant Tale]
Hora 22:00. Luna de tres cuartos.
El exmercenario luchó con habilidad en el poco espacio que tenía disponible. Le resultaba especialmente complicado detener no sólo el hacha del mayordomo, sino la fuerza de su impulso por una fuerza superior. Aún así, aquel duelo de tanques terminaría con una victoria pírrica de Eltrant, a quien la suerte y sus habilidades le permitieron vencer al hombre deforme.
La espada se clavó en su espalda, y el hombre junto a su arma cayó a plomo sobre las tumbas de los condenados. Las cuales, endebles y debilitadas por el paso del tiempo, se derrumbaron y rompieron. Las almas correspondientes salieron de las tumbas, desencadenadas. Despeinaron a Eltrant al pasar sobre él y huyeron por el túnel hacia el exterior. Sin detenerse a hablar con el exmiembro de la guardia. De ningún modo hablarían con aquel que había destrozado las tumbas. Y el humano se quedaría de bruces esperando a que aquellos fantasmas le dijeran la maldición y, por tanto la posible debilidad de Erzsébeth. Al menos, del cadáver del mayordomo podría sacar un manojo de llaves del castillo.
Por su parte, Lyn vería pasar las sombras de los fantasmas por delante de la ventana de su habitación de la planta superior, una vez esto salieron fuera. Pero estos la ignoraron por completo. Se dirigieron a la parte superior del castillo y comenzaron a rodar alrededor del punto más elevado del mismo y desde el que se podría apreciar el lago Tymer sobre una impresionante luna llena, que la vampiresa también alcanzaba a ver.
Precisamente, Lyn se había encerrado en su habitación, pero ella sentiría también cerrarse el pestillo por el otro lado. – Lo siento, guapa. Son las costumbres de la condesa. Mañana te abriremos. – indicó Alice. Su guía hasta la habitación. La cómoda estaba bien. Pero quizás descansar y pasar la noche encerrada no fuera la idea de Lyn. La ventana, por su contra, era otra opción. Además de las bonitas vistas al lejano lago Tymer y a la aldea de Cotplice, tratar de escapar por allí era cuanto menos temerario, quizás no para una vampiresa. Podía subir al tejado, donde vería pasar las siluetas de los fantasmas liberados. O bajar abajo y reunirse con Eltrant, si contaba con habilidades para ello.
En cualquier caso, Alice guardó la llave y se dirigió a la habitación contigua: El baño. Donde las cortesanas comenzarían su particular ritual de sangre en breves.
* * * * * * * * * *
En el piso inferior, Mina se había “perdido” por los pasillos hasta llegar al salón de caza. Allí, le dio por revolver en los cajones de la condesa. Entre tantos tuvo bastante suerte, podría haberse cortado la mano con un cepo. O quizás encontrar unos inútiles papeles. Pero no. La jovencita tuvo suerte y extrajo lo que parecía ser una tecla de un piano. Nada particularmente útil. A simple vista, claro.
A punto estuvo Evelyn de pillar a Emereth con las manos en la masa (y menos mal que no fue Sakoto, porque ya sabemos qué bien cocina). La joven se acercó a la que parecía, quizás, la más distendida y tranquila de las sirvientas: La de asuntos internos. Pero cuando Mina declaró que un tipo extraño le había entregado una carta, la de asuntos internos la leyó detenidamente.
-Creo que sé a quién va dirigida… - dijo la rubia. – Pero está prohibido que las sirvientas reciban ningún tipo de carta. Y deberías saberlo. Venía especificado en tu contrato. ¿Has firmado sin leer?– reprochó la que era la mayor de ellas, haciendo una bola con la nota de papel y tirándola a la chimenea cercana. – Rita no puede recibir esas cartas. Así que no vuelva a pasar. Ahora vendrás conmigo, es la hora del baño. – comentó.
En ese momento, Sakoto apareció en escena. Con el cuchillo jamonero en la mano. Mirando salvajemente a Emereth con los ojos sumidos en sangre. – Evelyn. ¿Va todo bien?
-Sí, Sakoto, está todo bien. – respondió Evelyn, restando importancia al evento. Tomó a Emereth del brazo y tiró de ella. – Vamos a los baños. – dijo a la cocinera de aspecto extraño. - ¡Oh, Sakoto! Y vigila a Rita. Acuérdate de que no puede salir esta noche. – inquirió, mientras echaba un vistazo a la ventana y después enviaba una mirada también sentenciante a Mina. Dejando claro que la cocinera no sería partícipe del selecto baño de la condesa y que, además, no podría abandonar el edificio.
A continuación, la exótica sirvienta asintió a su superiora y le hizo una reverencia a su paso. Sakoto abandonó la estancia y comenzó a buscar por el castillo a Rita. Maldiciendodose a sí misma por no saber dónde se había metido.
* * * * * * * * * *
Parte Eltrant: Obtuviste suerte media tirando a mala, por lo que conseguiste derrotar al mayordomo, pero las tumbas se han roto y los fantasmas campean a sus anchas. Desconocemos el estado y las intenciones de estos, pero no parecen muy contentos. Ahora revolotean alrededor del castillo. Sin embargo, no todo podía ser malo. Al matar al mayordomo has obtenido la llave maestra, que te da acceso a todas las puertas de la casa: La verja de salida, la entrada principal. En el primer piso: la cocina, la sala de caza. En el segundo, la sala de música, la sala de baños, las habitaciones de las sirvientas, y también los accesos a la torre y murallas, donde duerme Bathory, o a las catacumbas del castillo. Esto te dará cierta libertad de movimiento para ir donde quieras.
Parte Lyn: Ella misma se ha encerrado. Pero las sirvientas también. Si quieres salir no tendrás otra que derribar la puerta. Eso o huir por la ventana y subir al tejado para tratar de dialogar con los fantasmas, a los que podrás hacer preguntas. O bien no actuar y ser liberada por Eltrant, aunque ambos perderéis vuestra acción.
Parte Mina: Por momentos pensé que podrías acabar sin mano al meter la mano en un cepo. Pero no, los dioses te sonrieron y obtuviste la tecla de un piano. Protégela bien de la vista de todos. Porque uno de los finales está relacionado con ella. Además, le entregaste a Evelyn la nota del hombre. Él te habló de Rita, la jardinera. Ahora, las empleadas sospechan de ti y no te quedará otra que acompañarlas a los baños. O negarte y ser perseguida por la propia Evelyn por el castillo. Tú decides. En caso de escapar, tendrás que tirar runa. Puedes describir ambas acciones con los personajes como consideres.
Báthory, Márgareth, Alice y Evelyn están o irán a la sala de baños.
Sakoto y Rita están en el castillo, pero su posición la determinaremos más adelante. Os las encontraréis según qué situaciones haréis.
Ger
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