Eterno resplandor de una Nahir sin recuerdos [Privado]
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Eterno resplandor de una Nahir sin recuerdos [Privado]
Sasha Daroma llevó sus manos en la cabeza. Tenía los ojos clavados en las anotaciones que había sobre la mesa. A excepción de los ojos, que repetían constantemente el mismo recorrido de izquierda a derecha, el resto del cuerpo quedaba completamente inmóvil, estático. La expresión de la dragona era de auténtica concentración. Estaba decidida a quedarse las horas que hicieran falta sentada en el camarote del capitán, frente a las hojas de la mesa. No se marcharía hasta que no fuera capaz de entenderlas, leerlas. Si las figuras negras (las letras) no se pareciesen a insectos sin ojos sería más sencillo. Sasha imaginaba que el nombre que El Capitán había escrito en la hoja era una procesión de diferentes especies de insectos: orugas, moscas, ciempiés, mariposas…. ¡Estaban todos! Casi podría verlos batir las alas y agitar las diminutas patitas.
Si estuviera sola sí que se hubiera imaginado a los insectos volar, correr y bailar por toda la línea del papel.
El Capitán Werner se hallaba sentado al lado de la dragona, en una silla auxiliar. El trono del camarote se lo había ofrecido a Sasha para que se sentase y ésta lo aceptó sin rechistar pensando que era una orden del capitán.
La dragona había pedido a Alfred Werner que le enseñase a leer. Sabía interpretar mapas porque distinguía el relieve y las erosiones geográficas. Era una de las ventajas de saber volar, Sasha estaba acostumbrada a entender el terreno desde una perspectiva vertical. Sin embargo, la dragona era incapaz de leer las palabras que los mapas contenían. Podía conocer la forma de una sierra, una montaña y un acantilado, pero no leer su nombre.
Con las manos unidas como si estuviera rezando, Sasha suplió a El Capitán que la ayudase. Werner aceptó alegremente. La chica había tenido la valentía suficiente como para confesar la mayor de sus vergüenzas: no sabía leer ni escribir.
Rápidamente, El Capitán preparó varias hojas de papel blanco y escupió un gajo de tinta en un bote de cristal vació. Sasha lo observaba con los ojos bien abiertos y en riguroso silencio. Creía que El Capitán estaba realizando un ritual, un código secreto que solamente las afortunadas personas que sabían leer y escribir a la perfección, escritores y poetas, conocían.
El Capitán sacó una pluma de ganso del cajón superior del escritorio, la mojó en el bote de tinta y dibujó extrañas figuras en el papel blanco: los insectos sin ojos que se imaginaba Daroma.
—Toma asiento — El Capitán se levantó de su trono y se lo ofreció a la dragona —. ¿Sabrías decirme qué pone aquí?
Con los tentáculos de la mano izquierda, acercó el papel a Daroma. Alfred creía escuchar las neuronas de la dragona estallar en el interior de su cabeza. Le había pedido demasiado.
—Da… creo que empieza así. Da…. Sigue una figura que no conozco. Luego hay un gusanito que se muerde su propia cola…
—Pone Daroma — interrumpió El Capitán.
Sasha agachó la cabeza pensando que se había molestado con ella.
—Esta es la letra r y el “gusanito” es una o. Las dos juntas hacen el sonido ro.
—Da y ro. Daro.
El Capitán cogió otro papel.
—Prueba con este otro, a ver qué tal.
Eran insectos que nunca había visto.
—¿Sasha?
El Capitán soltó una risotada. Los tentáculos de la barba volaban en el aire como si fueran diminutas banderas.
—Buen intento. Es propio de los piratas hacer apuestas arriesgadas. Pero no, mucho me temo que ahí no pone Sasha. La sa se hace con un a, igual como da — El Capitán señaló la palabra con la punta de la tenaza, no había ninguna a —. Pone Werner.
El papel se agotó pronto. Sasha Daroma aprendió las vocales y algunas sílabas básicas, las que constituían su nombre y el de Alfred Werner. También aprendió qué significaban las cuatro letras que dibujaban en el lateral de los mapas. Se trataba de los puntos cardinales. El Capitán empleó cuatro papeles, uno por punto cardinal, para explicar el significado. En cada uno dibujo la letra correspondiente y la constelación que apuntaba a esa dirección.
Durante la tarde, dragona y pirata abandonaron la nave. Fueron en busca de papel limpio y mapas de Belltrexus para que Sasha pudiera practicar a leer otras palabras además que su nombre y el de otros piratas.
Si estuviera sola sí que se hubiera imaginado a los insectos volar, correr y bailar por toda la línea del papel.
El Capitán Werner se hallaba sentado al lado de la dragona, en una silla auxiliar. El trono del camarote se lo había ofrecido a Sasha para que se sentase y ésta lo aceptó sin rechistar pensando que era una orden del capitán.
La dragona había pedido a Alfred Werner que le enseñase a leer. Sabía interpretar mapas porque distinguía el relieve y las erosiones geográficas. Era una de las ventajas de saber volar, Sasha estaba acostumbrada a entender el terreno desde una perspectiva vertical. Sin embargo, la dragona era incapaz de leer las palabras que los mapas contenían. Podía conocer la forma de una sierra, una montaña y un acantilado, pero no leer su nombre.
Con las manos unidas como si estuviera rezando, Sasha suplió a El Capitán que la ayudase. Werner aceptó alegremente. La chica había tenido la valentía suficiente como para confesar la mayor de sus vergüenzas: no sabía leer ni escribir.
Rápidamente, El Capitán preparó varias hojas de papel blanco y escupió un gajo de tinta en un bote de cristal vació. Sasha lo observaba con los ojos bien abiertos y en riguroso silencio. Creía que El Capitán estaba realizando un ritual, un código secreto que solamente las afortunadas personas que sabían leer y escribir a la perfección, escritores y poetas, conocían.
El Capitán sacó una pluma de ganso del cajón superior del escritorio, la mojó en el bote de tinta y dibujó extrañas figuras en el papel blanco: los insectos sin ojos que se imaginaba Daroma.
—Toma asiento — El Capitán se levantó de su trono y se lo ofreció a la dragona —. ¿Sabrías decirme qué pone aquí?
Con los tentáculos de la mano izquierda, acercó el papel a Daroma. Alfred creía escuchar las neuronas de la dragona estallar en el interior de su cabeza. Le había pedido demasiado.
—Da… creo que empieza así. Da…. Sigue una figura que no conozco. Luego hay un gusanito que se muerde su propia cola…
—Pone Daroma — interrumpió El Capitán.
Sasha agachó la cabeza pensando que se había molestado con ella.
—Esta es la letra r y el “gusanito” es una o. Las dos juntas hacen el sonido ro.
—Da y ro. Daro.
El Capitán cogió otro papel.
—Prueba con este otro, a ver qué tal.
Eran insectos que nunca había visto.
—¿Sasha?
El Capitán soltó una risotada. Los tentáculos de la barba volaban en el aire como si fueran diminutas banderas.
—Buen intento. Es propio de los piratas hacer apuestas arriesgadas. Pero no, mucho me temo que ahí no pone Sasha. La sa se hace con un a, igual como da — El Capitán señaló la palabra con la punta de la tenaza, no había ninguna a —. Pone Werner.
El papel se agotó pronto. Sasha Daroma aprendió las vocales y algunas sílabas básicas, las que constituían su nombre y el de Alfred Werner. También aprendió qué significaban las cuatro letras que dibujaban en el lateral de los mapas. Se trataba de los puntos cardinales. El Capitán empleó cuatro papeles, uno por punto cardinal, para explicar el significado. En cada uno dibujo la letra correspondiente y la constelación que apuntaba a esa dirección.
Durante la tarde, dragona y pirata abandonaron la nave. Fueron en busca de papel limpio y mapas de Belltrexus para que Sasha pudiera practicar a leer otras palabras además que su nombre y el de otros piratas.
El Capitán Werner
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Re: Eterno resplandor de una Nahir sin recuerdos [Privado]
Bessie no podía más, no soportaba aquella situación otro día. Nahir llevaba dos jornadas enteras en su habitación, no había salido ni para ir a la academia ni para comer. Su madre, preocupada, había colocado una pequeña mesita junto a la puerta, donde le dejaba un plato con algo de comida, pero a las horas lo recogía sin que lo hubiese ni tocado. Estaba muy preocupada por su hija, desde que había vuelto del continente que no era la misma, iba de mal a peor, ya parecía ni esforzarse. Era como si la tristeza que había dentro de ella la estuviera engullendo poco a poco.
Nahir estaba tumbada en la cama, echa un ovillo, tenía en las manos el papel que le había dado el profesor de la academia. Lo apretaba contra su pecho, como si aquello le pudiese ayudar a tomar una decisión.
Su cabeza era un caos, pensaba que llegados a ese momento, tendría las cosas más claras y que le costaría menos hacerlo, pero todo lo contrario, cada vez era más complicado y, ahora que sabía que tenía una oportunidad, le aterraba la idea. No era lo mismo pensarlo que hacerlo, ahora se sentía como un monstruo, pero ¿qué otra salida había?
Quería contárselo a su madre, pedirle consejo, llorar en su hombro y ambas solucionar aquel problema, pero no era lo suficientemente valiente para hacerlo. Se había plantado frente a Bessie en un par de ocasiones, dispuesta a terminar con aquel secreto que la estaba matando por dentro, pero no encontraba las palabras adecuadas para hacerlo, no existían palabras para explicarle algo así a una madre sin destrozarla, y ya había hecho suficiente daño.
Tenía que ocuparse ella sola.
"Aunque..." extendió la hoja, ya que la había hecho una pelota entre sus manos, la aplanó y volvió a leer de la perfecta caligrafía del profesor.
-Thomyr
-Estrella del tiempo.
-Artemisa.
-Culúrien.
-Hoja de rey.
Quizás sola tardase más tiempo del que disponía, pero, arrojando algo positivo al asunto, seguro que su madre tenía alguna de aquellas plantas en casa. No quería tener que pedirlas, no era una mujer estúpida, seguro que terminaba hilando conceptos, así que esperaría a que se fuese de casa para poder hacerlo.
Después de asearse, que ya tocaba después de tantos días en la cama en casi estado vegetativo, se vistió y empezó con los preparativos para su partida.
Aquella mañana bajó a desayunar con su madre, que, sorprendida de ver que su hija había salido de la habitación, aprovechó para atiborrarla a dulces y té.
―… y después podemos ir al mercado. ― la mujer iba con cautela, como calculando las palabras que decía, pero no podía esconder la emoción.
―Mamá, tengo que hacer un par de cosas para la academia.
―Oh, entiendo…― se apresuró en llevarse el vaso de té a los labios, intentando disimular que su sonrisa se había esfumado.
―Pero después podemos comer juntas, ¿qué te parece?― aquella pregunta arrojaba nuevamente algo de luz a la esperanzada Bessie.
―Me parece una idea maravillosa.
―Entonces… ¿haces crema mágica?― sabía perfectamente que su madre no tenía hongos estivales en casa y que debería salir a comprarlos.
―!Claro!― Nahir sintió una punzada de culpabilidad al ver aquella enorme sonrisa en la cara de su madre. ―Voy a recoger todo esto, mientras estás en la academia aprovecharé para ir a comprar…
―Ves, ya recojo yo.
La mujer se acercó a ella y acarició su mejilla, un gesto cargado de amor y ternura. “Cómo te he echado de menos” decían los ojos de aquella mujer plantada frente a su hija. El día que estuviese preparada, Nahir sabía que podría contárselo todo a su madre, para entonces ya no habría más dolor y ambas podría volver a ser felices, como antes. Pero para eso hacía falta mentirle una vez más, solo una, por el bien de las dos.
―Te quiero― intentó que sonase lo menos posible a despedida.
―Y yo te quiero a ti― le plantó un beso en la frente antes de irse.
Se quedó observando la puerta por la que se había ido su madre unos minutos, la culpabilidad era como un yunque en su pecho, dificultándole hasta de respirar. “Sólo una vez más mamá, te lo prometo”
Bessie tenía una habitación en la casa en la que trabajaba haciendo pociones y ungüentos, ahí Nahir podría encontrar algunos de los ingredientes que necesitaba.
Nada más abrir la puerta la arrolló el olor fuerte y particular de las hierbas y flores que colgaban del techo, era como abrir un tarro de té, le encantaba aquel olor, era el olor a casa. Cerró la puerta a sus espaldas y cogió el papel donde tenía el nombre de las plantas apuntados.
Su madre era una mujer muy organizada, al menos en lo que al trabajo se refiere. La estantería del fondo contenía miles de frascos de cristal, cada uno con una etiqueta con el nombre del contenido. Un rápido vistazo le reveló que los ingredientes estaban ordenados por regiones: a la derecha estaban todas las plantas que provenían del norte, en el centro estaban las del oeste y el este, y a la izquierda las del sur. Además, creía que también estaban ordenadas por cuan raras o caras eran. Todas las de la parte más baja, y más accesible de la estantería, eran ingredientes más comunes, y los de arriba, algunas incluso hacía falta usar una banqueta para poder llegar a ellas, eran ingredientes más exóticos o difíciles de obtener, Nahir no reconocía la mitad de los nombres de las estanterías de arriba.
“Una forma curiosa de ordenar”
Y en la pared de al lado, en una estantería más pequeña, estaban las plantas y flores procedentes de las islas, que a juzgar por la diferencia de polvo en los tarros y los propios estantes, aquella era la que más usaba.
Empezó por la primera de la lista, thomyr, de las islas Illidenses. Con el papel en una mano se puso a buscar, señalando con el dedo índice cada nombre que iba leyendo en voz alta. Repasó la estantería un par de veces, de arriba a abajo.
―Increíble. ―suspiró― La primera y no está.
Miró nuevamente la lista, estrella del tiempo, del este.
Fue tachando los ingredientes que encontraba antes de meterlos en un saco. Por un momento tuvo la esperanza de poder hacerse con todos los ingredientes aquel mismo día, pero la realidad la abofeteó nuevamente, no iba a ser tan fácil.
Miró el interior de su casa una última vez antes de cerrar la puerta, no sabía cuánto tiempo tardarían en volver, o siquiera que es lo que recordaría, así que se aseguró de dejar una carta escrita para su madre, en la que le contaba todo lo que había pasado y lo que iba a hacer, o al menos casi todo, con la esperanza de que algún día pudiera perdonarla por todo el dolor que le había causado.
Había recorrido casi todas las tiendas y puestos de las islas, sin conseguir hacerse con más de los ingredientes que necesitaba.
Cansada, se sentó al lado del puerto, intentando ordenar sus pensamientos. Debería ir ella misma a buscar lo que le faltaba, o al menos intentarlo en otros reinos, no había otra opción. Y para eso necesitaba un barco.
Se quedó largo rato mirando los barcos que habían en el muelle, aterrada con la idea de tener que subirse a uno con desconocidos. Recordó la última vez que se coló en uno para ir a Lunargenta, aquella vez no pensó en todo lo malo que le podía pasar en un barco desconocido, lleno de gente que ni siquiera sabía su nombre. Sintió pena y añoranza por aquella Nahir de hacía un tiempo, vivir sin ver la oscuridad de las personas había terminado siendo su perdición, no podía volver a cometer los mismos errores.
Entonces, una peculiar pareja llamó su atención.
Un hombre bestia y una joven. Él parecía un pulpo, con tentáculos en la cara y una pinza por mano. Ella parecía incluso más pequeña a su lado, pero se la veía… ¿segura? ¿confiada? Nahir los observaba con el ceño fruncido, intentando leer más de ellos, mientras los seguía a una distancia prudencial.
Cuando estos ya estaban subiendo al barco, la bruja dio un paso al frente, no habían muchas más opciones, y se quedaba sin tiempo.
―Disculpad. ―carraspeó, intentando aclarar la garganta para no mostrar nervios― Necesito salir de las islas...― aquel no parecía un barco de transporte de mercancías o de pasajeros, así que por un momento temió que le fuesen a dar la patada. ―… ¿podría hablar con el capitán?
Nahir estaba tumbada en la cama, echa un ovillo, tenía en las manos el papel que le había dado el profesor de la academia. Lo apretaba contra su pecho, como si aquello le pudiese ayudar a tomar una decisión.
Su cabeza era un caos, pensaba que llegados a ese momento, tendría las cosas más claras y que le costaría menos hacerlo, pero todo lo contrario, cada vez era más complicado y, ahora que sabía que tenía una oportunidad, le aterraba la idea. No era lo mismo pensarlo que hacerlo, ahora se sentía como un monstruo, pero ¿qué otra salida había?
Quería contárselo a su madre, pedirle consejo, llorar en su hombro y ambas solucionar aquel problema, pero no era lo suficientemente valiente para hacerlo. Se había plantado frente a Bessie en un par de ocasiones, dispuesta a terminar con aquel secreto que la estaba matando por dentro, pero no encontraba las palabras adecuadas para hacerlo, no existían palabras para explicarle algo así a una madre sin destrozarla, y ya había hecho suficiente daño.
Tenía que ocuparse ella sola.
"Aunque..." extendió la hoja, ya que la había hecho una pelota entre sus manos, la aplanó y volvió a leer de la perfecta caligrafía del profesor.
-Thomyr
-Estrella del tiempo.
-Artemisa.
-Culúrien.
-Hoja de rey.
Quizás sola tardase más tiempo del que disponía, pero, arrojando algo positivo al asunto, seguro que su madre tenía alguna de aquellas plantas en casa. No quería tener que pedirlas, no era una mujer estúpida, seguro que terminaba hilando conceptos, así que esperaría a que se fuese de casa para poder hacerlo.
Después de asearse, que ya tocaba después de tantos días en la cama en casi estado vegetativo, se vistió y empezó con los preparativos para su partida.
Aquella mañana bajó a desayunar con su madre, que, sorprendida de ver que su hija había salido de la habitación, aprovechó para atiborrarla a dulces y té.
―… y después podemos ir al mercado. ― la mujer iba con cautela, como calculando las palabras que decía, pero no podía esconder la emoción.
―Mamá, tengo que hacer un par de cosas para la academia.
―Oh, entiendo…― se apresuró en llevarse el vaso de té a los labios, intentando disimular que su sonrisa se había esfumado.
―Pero después podemos comer juntas, ¿qué te parece?― aquella pregunta arrojaba nuevamente algo de luz a la esperanzada Bessie.
―Me parece una idea maravillosa.
―Entonces… ¿haces crema mágica?― sabía perfectamente que su madre no tenía hongos estivales en casa y que debería salir a comprarlos.
―!Claro!― Nahir sintió una punzada de culpabilidad al ver aquella enorme sonrisa en la cara de su madre. ―Voy a recoger todo esto, mientras estás en la academia aprovecharé para ir a comprar…
―Ves, ya recojo yo.
La mujer se acercó a ella y acarició su mejilla, un gesto cargado de amor y ternura. “Cómo te he echado de menos” decían los ojos de aquella mujer plantada frente a su hija. El día que estuviese preparada, Nahir sabía que podría contárselo todo a su madre, para entonces ya no habría más dolor y ambas podría volver a ser felices, como antes. Pero para eso hacía falta mentirle una vez más, solo una, por el bien de las dos.
―Te quiero― intentó que sonase lo menos posible a despedida.
―Y yo te quiero a ti― le plantó un beso en la frente antes de irse.
Se quedó observando la puerta por la que se había ido su madre unos minutos, la culpabilidad era como un yunque en su pecho, dificultándole hasta de respirar. “Sólo una vez más mamá, te lo prometo”
Bessie tenía una habitación en la casa en la que trabajaba haciendo pociones y ungüentos, ahí Nahir podría encontrar algunos de los ingredientes que necesitaba.
Nada más abrir la puerta la arrolló el olor fuerte y particular de las hierbas y flores que colgaban del techo, era como abrir un tarro de té, le encantaba aquel olor, era el olor a casa. Cerró la puerta a sus espaldas y cogió el papel donde tenía el nombre de las plantas apuntados.
Su madre era una mujer muy organizada, al menos en lo que al trabajo se refiere. La estantería del fondo contenía miles de frascos de cristal, cada uno con una etiqueta con el nombre del contenido. Un rápido vistazo le reveló que los ingredientes estaban ordenados por regiones: a la derecha estaban todas las plantas que provenían del norte, en el centro estaban las del oeste y el este, y a la izquierda las del sur. Además, creía que también estaban ordenadas por cuan raras o caras eran. Todas las de la parte más baja, y más accesible de la estantería, eran ingredientes más comunes, y los de arriba, algunas incluso hacía falta usar una banqueta para poder llegar a ellas, eran ingredientes más exóticos o difíciles de obtener, Nahir no reconocía la mitad de los nombres de las estanterías de arriba.
“Una forma curiosa de ordenar”
Y en la pared de al lado, en una estantería más pequeña, estaban las plantas y flores procedentes de las islas, que a juzgar por la diferencia de polvo en los tarros y los propios estantes, aquella era la que más usaba.
Empezó por la primera de la lista, thomyr, de las islas Illidenses. Con el papel en una mano se puso a buscar, señalando con el dedo índice cada nombre que iba leyendo en voz alta. Repasó la estantería un par de veces, de arriba a abajo.
―Increíble. ―suspiró― La primera y no está.
Miró nuevamente la lista, estrella del tiempo, del este.
Fue tachando los ingredientes que encontraba antes de meterlos en un saco. Por un momento tuvo la esperanza de poder hacerse con todos los ingredientes aquel mismo día, pero la realidad la abofeteó nuevamente, no iba a ser tan fácil.
Miró el interior de su casa una última vez antes de cerrar la puerta, no sabía cuánto tiempo tardarían en volver, o siquiera que es lo que recordaría, así que se aseguró de dejar una carta escrita para su madre, en la que le contaba todo lo que había pasado y lo que iba a hacer, o al menos casi todo, con la esperanza de que algún día pudiera perdonarla por todo el dolor que le había causado.
Había recorrido casi todas las tiendas y puestos de las islas, sin conseguir hacerse con más de los ingredientes que necesitaba.
Cansada, se sentó al lado del puerto, intentando ordenar sus pensamientos. Debería ir ella misma a buscar lo que le faltaba, o al menos intentarlo en otros reinos, no había otra opción. Y para eso necesitaba un barco.
Se quedó largo rato mirando los barcos que habían en el muelle, aterrada con la idea de tener que subirse a uno con desconocidos. Recordó la última vez que se coló en uno para ir a Lunargenta, aquella vez no pensó en todo lo malo que le podía pasar en un barco desconocido, lleno de gente que ni siquiera sabía su nombre. Sintió pena y añoranza por aquella Nahir de hacía un tiempo, vivir sin ver la oscuridad de las personas había terminado siendo su perdición, no podía volver a cometer los mismos errores.
Entonces, una peculiar pareja llamó su atención.
Un hombre bestia y una joven. Él parecía un pulpo, con tentáculos en la cara y una pinza por mano. Ella parecía incluso más pequeña a su lado, pero se la veía… ¿segura? ¿confiada? Nahir los observaba con el ceño fruncido, intentando leer más de ellos, mientras los seguía a una distancia prudencial.
Cuando estos ya estaban subiendo al barco, la bruja dio un paso al frente, no habían muchas más opciones, y se quedaba sin tiempo.
―Disculpad. ―carraspeó, intentando aclarar la garganta para no mostrar nervios― Necesito salir de las islas...― aquel no parecía un barco de transporte de mercancías o de pasajeros, así que por un momento temió que le fuesen a dar la patada. ―… ¿podría hablar con el capitán?
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Re: Eterno resplandor de una Nahir sin recuerdos [Privado]
Una joven de illidense se interpuso entre los piratas y la tabla que llevase a la cubierta de La Promesa. El Capitán la examinó de hito en hito, buscaba el emblema de una casa de alta cuna o alguna combinación de colores característica de los altos cargos de Belltrexus. Por experiencia sabía que solo los nobles y los estúpidos hablaban con descaro a los marinos. La chica no parecía ninguna estúpida, no tenía un sombrero de cucurucho hecho con papel y hablaba con propiedad.
El Capitán entregó los pergaminos a Sasha Daroma y la ordenó, con un movimiento de cabeza, que subiera a La Promesa. La dragona los recogió al mismo tiempo que realizaba una ligera reverencia, propia de la sofisticada cortesía de los dragones. Avanzó por al lado de la chica illidense y se subió a La Promesa. Daroma estaba impaciente por retomar sus estudios. Durante el trayecto de vuelta al navío había estado contando sus planes, paso por paso: se encerraría en el camarote del capitán, encendería unas velas y copiaría cada palabra que leyera en los mapas, nombres de ciudades, mares y montañas, en los nuevos pergaminos. Su entusiasmo no tenía paragón.
Alfred se preocupó no por no demorar más los estudios de la dragona. Ya fuera porque la lugareña fuera la hija de un noble illidense o porque fuera tan estúpida como desvelaban sus acciones (que no reconocería el sombrero de un capitán pirata), hablar con ella consumiría un tiempo muy valioso.
Saludó a la chica con una educada sonrisa de cortesía a la vez que se quitaba el sombrero con ambas manos (mano y tenaza).
— Lo tiene delante, jovencita — utilizó un tono de voz autoritario, pero sin sonar grosero — Capitán Alfred Werner de La Promesa Enardecida, oriundo de la costa de Verisar — dijo sin dar más detalles de los estrictamente necesarios.
Apartó a la chica del camino con la tenaza. El Capitán subió por la tabla hasta quedarse en una posición elevada donde se veía más alto que la joven.
— Me temo que sin, una dirección concreta, no podemos ayudarla. Hay muchos lugares que se consideran fuera de los términos illidenses. ¿Qué le parece aquel peñón? — lo señaló con la tenaza —. La podemos dejar ahí, si gusta. ¿O quizás quiera regresar con nosotros a Verisar? Todo depende del peso de su bolsa de aeros — mencionó el dinero de manera despreocupada.
Ladeó la cabeza y estudió la reacción de la chica tras la revelación que el capitán le haría.
—Y a sus… — alargó la sílaba para que la chica tomara una idea de lo quería decir —, escrúpulos, por supuesto.
En la pequeña bandera negra sobre el hasta mayor había dibujada una calavera con tentáculos con dos huesos cruzados. El Capitán no la señaló directamente, no era el momento ni el lugar para desvelar una identidad perseguida como era la pirata, sino que levantó ligeramente la cabeza dirigiendo los ojos de la chica illidense hacia la bandera de La Promesa.
—Usted decide: bolsa de aeros y carencia de escrúpulos, no le pido más.
La Promesa era más pequeña que un imponente galeón de los ejércitos de Lunargenta y ligeramente más grande que un pesquero. Era común confundir a La Promesa con un barco mercante, era un navío pequeño y rápido. Los hombres de poca perspicacia, que resultaban ser todos lo que no se dedicaban al mar, pasaban por alto el detalle de la bandera con la calavera pintada. No la veían, sus ojos parecían hipnotizados por la magnitud del barco. No podían ver más allá de las velas blancas plegadas.
Acudían a El Capitán y le preguntaban por el precio de un viaje. Alfred Werner no se andaba con rodeos. La tripulación de La Promesa no era lo que los hombres y mujeres de la ciudad creían ver. Piratas, era la palabra maldita que daba a entender sin llegar a pronunciarla. La reacción general era huir despavoridos, como si por primera hubieran sido capaces de relacionar la bandera negra con el aspecto de El Capitán. ¡Piratas! ¡Piratas!
Esperaba que la chica reaccionase de la misma manera. Si no había prestado detalle en el sombrero de El Capitán, mucho menos lo hubiera hecho en los tentáculos de la barba y en la tenaza del brazo derecho.
El Capitán se hizo a un lado, haciendo saber a la chica illidiense que, pese al criminal oficio de La Promesa, ella sería bienvenida.
El Capitán entregó los pergaminos a Sasha Daroma y la ordenó, con un movimiento de cabeza, que subiera a La Promesa. La dragona los recogió al mismo tiempo que realizaba una ligera reverencia, propia de la sofisticada cortesía de los dragones. Avanzó por al lado de la chica illidense y se subió a La Promesa. Daroma estaba impaciente por retomar sus estudios. Durante el trayecto de vuelta al navío había estado contando sus planes, paso por paso: se encerraría en el camarote del capitán, encendería unas velas y copiaría cada palabra que leyera en los mapas, nombres de ciudades, mares y montañas, en los nuevos pergaminos. Su entusiasmo no tenía paragón.
Alfred se preocupó no por no demorar más los estudios de la dragona. Ya fuera porque la lugareña fuera la hija de un noble illidense o porque fuera tan estúpida como desvelaban sus acciones (que no reconocería el sombrero de un capitán pirata), hablar con ella consumiría un tiempo muy valioso.
Saludó a la chica con una educada sonrisa de cortesía a la vez que se quitaba el sombrero con ambas manos (mano y tenaza).
— Lo tiene delante, jovencita — utilizó un tono de voz autoritario, pero sin sonar grosero — Capitán Alfred Werner de La Promesa Enardecida, oriundo de la costa de Verisar — dijo sin dar más detalles de los estrictamente necesarios.
Apartó a la chica del camino con la tenaza. El Capitán subió por la tabla hasta quedarse en una posición elevada donde se veía más alto que la joven.
— Me temo que sin, una dirección concreta, no podemos ayudarla. Hay muchos lugares que se consideran fuera de los términos illidenses. ¿Qué le parece aquel peñón? — lo señaló con la tenaza —. La podemos dejar ahí, si gusta. ¿O quizás quiera regresar con nosotros a Verisar? Todo depende del peso de su bolsa de aeros — mencionó el dinero de manera despreocupada.
Ladeó la cabeza y estudió la reacción de la chica tras la revelación que el capitán le haría.
—Y a sus… — alargó la sílaba para que la chica tomara una idea de lo quería decir —, escrúpulos, por supuesto.
En la pequeña bandera negra sobre el hasta mayor había dibujada una calavera con tentáculos con dos huesos cruzados. El Capitán no la señaló directamente, no era el momento ni el lugar para desvelar una identidad perseguida como era la pirata, sino que levantó ligeramente la cabeza dirigiendo los ojos de la chica illidense hacia la bandera de La Promesa.
—Usted decide: bolsa de aeros y carencia de escrúpulos, no le pido más.
La Promesa era más pequeña que un imponente galeón de los ejércitos de Lunargenta y ligeramente más grande que un pesquero. Era común confundir a La Promesa con un barco mercante, era un navío pequeño y rápido. Los hombres de poca perspicacia, que resultaban ser todos lo que no se dedicaban al mar, pasaban por alto el detalle de la bandera con la calavera pintada. No la veían, sus ojos parecían hipnotizados por la magnitud del barco. No podían ver más allá de las velas blancas plegadas.
Acudían a El Capitán y le preguntaban por el precio de un viaje. Alfred Werner no se andaba con rodeos. La tripulación de La Promesa no era lo que los hombres y mujeres de la ciudad creían ver. Piratas, era la palabra maldita que daba a entender sin llegar a pronunciarla. La reacción general era huir despavoridos, como si por primera hubieran sido capaces de relacionar la bandera negra con el aspecto de El Capitán. ¡Piratas! ¡Piratas!
Esperaba que la chica reaccionase de la misma manera. Si no había prestado detalle en el sombrero de El Capitán, mucho menos lo hubiera hecho en los tentáculos de la barba y en la tenaza del brazo derecho.
El Capitán se hizo a un lado, haciendo saber a la chica illidiense que, pese al criminal oficio de La Promesa, ella sería bienvenida.
El Capitán Werner
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Re: Eterno resplandor de una Nahir sin recuerdos [Privado]
Se quedó quieta, inmóvil, mientras la dragona y el capitán se movían a su alrededor, con la espalda tiesa, como si con un simple e involuntario movimiento de su cuerpo fuese a delatar el miedo o la desconfianza que estaba sintiendo.
No pudo evitar mirar la mano del capitán cuando este se quitó el sombrero, o mejor dicho, la tenaza. Se había percatado de los tentáculos de su cara, como para no verlos, y su expresión no se había visto afectada por ello, a fin de cuentas había aprendido que la apariencia no siempre iba ligada a la personalidad, pero ver aquella gran tenaza en lugar de una mano le revolvió algo por dentro. Como si una alarma sonará en su interior, una alarma que la ponía alerta, que le decía que algo no iba bien.
Sacudió la cabeza, apagando aquella alarma.
Solo cuando el capitán la apartó con la tenaza pudo realmente darse cuenta del tamaño de esta. Se estremeció, con semejante arma en el brazo podría…
Movió el cuerpo para quedar de nuevo de cara a él con la diferencia que ahora tenían que levantar más la vista.
Miró el peñón cuando este se lo señaló, sintiéndose idiota. “Empiezas con buen pie…”
No hizo gesto alguno cuando le mencionó lo de los aeros, a fin de cuentas ya contaba con que le pidieran alguna suma por el viaje, pero no pudo evitar fruncir el ceño con lo de los escrúpulos. Estaba a punto de abrir la boca para hablar cuando sus ojos fueron guiados por el gesto del capitán.
“Carencia de escrúpulos” ¿que significaba realmente aquello?
Se quedó mirando la bandera por unos segundos, pensando que quizás se había equivocado, escuchado de nuevo aquella alarma que no dejaba de sonar y sonar en su cabeza. Carencia de escrúpulos. La bandera pirata ondeaba con la brisa, aquel hombre era un pirata y toda su tripulación también lo era.
¿Qué es realmente ser un pirata?
¿Estaría en peligro si subía al barco?
Suspiró, intentando relajar la tensión que se el había acumulado en los hombros. No había llegado hasta ahí para echarse atrás por cualquier cosa.
Caminó por el puente de madera hasta llegar a la altura del capitán.
―Bolsa de aeros y carencia de escrúpulos. Acepto. ―se sacó una bolsita de color marrón del cinturón y se lo entregó al hombre antes de poner ambos pies en el barco.
Se había sentado en el suelo de la parte de popa del barco, no quería ver cómo se alejaban del puerto de las islas, no quería ver cómo se alejaba de su antigua vida, ya no quedaba lugar para eso. Colocó una mano en la parte baja de su vientre, tan solo esperaba estar haciendo lo correcto. Cerró los ojos.
Una vez el barco empezó a moverse, Nahir pensó que debería buscar al capitán, quizás él o alguien de su tripulación supiesen dónde podría encontrar los ingredientes que le faltaban.
Pero moverse por un barco no era tan sencillo como parecía.
Algo llamó su atención, bueno, alguien. Un hombre cuyo cuerpo estaba cubierto por ¿espinas? No es que hubiese visto muchos hombres bestia, incluso la apariencia del capitán le había sorprendido, pero había podido disimularlo. Con el hombre erizo le fue imposible. No lo admitiría, pero aquel hombre le daba miedo, mirarle le producía una extraña sensación, como si las cicatrices de su cuerpo le empezasen a arder.
¿Realmente había hecho bien al subirse a La Promesa?
Y por andar distraída, tropezó, chocó contra Sasha, la joven que había visto en tierra con el capitán. Algo cayó al suelo. Tinta. Nahir se disculpó mientras se agachaba para recogerle el tintero, que por suerte no se había derramado por completo. Entonces recordó que cuando subía al barco la había visto con unos pergaminos, aquello le dio una idea.
―Lo siento. ―repitió.―Estaba buscando al capitán, no te he visto…― porque “me he quedado mirando a tu amigo el raro” sonaba un poco mal. ―Dime de donde la saco y ahora te llevo más.―esperaba que la joven no se lo tomase demasiado mal, y que aceptase sus disculpas, no parecía muy buena idea empezar el viaje haciendo enemistades.
―Señor Werner, capitán.―se acercó al hombre, con un papel en la mano. ―Necesito ir donde pueda encontrar esto…― le tendió la lista de ingredientes ―Después pueden dejarme en cualquier lugar. ―recordó las palabras del pirata y corrigió.― En cualquier lugar donde pueda encontrar a un alquimista...
No pudo evitar mirar la mano del capitán cuando este se quitó el sombrero, o mejor dicho, la tenaza. Se había percatado de los tentáculos de su cara, como para no verlos, y su expresión no se había visto afectada por ello, a fin de cuentas había aprendido que la apariencia no siempre iba ligada a la personalidad, pero ver aquella gran tenaza en lugar de una mano le revolvió algo por dentro. Como si una alarma sonará en su interior, una alarma que la ponía alerta, que le decía que algo no iba bien.
Sacudió la cabeza, apagando aquella alarma.
Solo cuando el capitán la apartó con la tenaza pudo realmente darse cuenta del tamaño de esta. Se estremeció, con semejante arma en el brazo podría…
Movió el cuerpo para quedar de nuevo de cara a él con la diferencia que ahora tenían que levantar más la vista.
Miró el peñón cuando este se lo señaló, sintiéndose idiota. “Empiezas con buen pie…”
No hizo gesto alguno cuando le mencionó lo de los aeros, a fin de cuentas ya contaba con que le pidieran alguna suma por el viaje, pero no pudo evitar fruncir el ceño con lo de los escrúpulos. Estaba a punto de abrir la boca para hablar cuando sus ojos fueron guiados por el gesto del capitán.
“Carencia de escrúpulos” ¿que significaba realmente aquello?
Se quedó mirando la bandera por unos segundos, pensando que quizás se había equivocado, escuchado de nuevo aquella alarma que no dejaba de sonar y sonar en su cabeza. Carencia de escrúpulos. La bandera pirata ondeaba con la brisa, aquel hombre era un pirata y toda su tripulación también lo era.
¿Qué es realmente ser un pirata?
¿Estaría en peligro si subía al barco?
Suspiró, intentando relajar la tensión que se el había acumulado en los hombros. No había llegado hasta ahí para echarse atrás por cualquier cosa.
Caminó por el puente de madera hasta llegar a la altura del capitán.
―Bolsa de aeros y carencia de escrúpulos. Acepto. ―se sacó una bolsita de color marrón del cinturón y se lo entregó al hombre antes de poner ambos pies en el barco.
Se había sentado en el suelo de la parte de popa del barco, no quería ver cómo se alejaban del puerto de las islas, no quería ver cómo se alejaba de su antigua vida, ya no quedaba lugar para eso. Colocó una mano en la parte baja de su vientre, tan solo esperaba estar haciendo lo correcto. Cerró los ojos.
Una vez el barco empezó a moverse, Nahir pensó que debería buscar al capitán, quizás él o alguien de su tripulación supiesen dónde podría encontrar los ingredientes que le faltaban.
Pero moverse por un barco no era tan sencillo como parecía.
Algo llamó su atención, bueno, alguien. Un hombre cuyo cuerpo estaba cubierto por ¿espinas? No es que hubiese visto muchos hombres bestia, incluso la apariencia del capitán le había sorprendido, pero había podido disimularlo. Con el hombre erizo le fue imposible. No lo admitiría, pero aquel hombre le daba miedo, mirarle le producía una extraña sensación, como si las cicatrices de su cuerpo le empezasen a arder.
¿Realmente había hecho bien al subirse a La Promesa?
Y por andar distraída, tropezó, chocó contra Sasha, la joven que había visto en tierra con el capitán. Algo cayó al suelo. Tinta. Nahir se disculpó mientras se agachaba para recogerle el tintero, que por suerte no se había derramado por completo. Entonces recordó que cuando subía al barco la había visto con unos pergaminos, aquello le dio una idea.
―Lo siento. ―repitió.―Estaba buscando al capitán, no te he visto…― porque “me he quedado mirando a tu amigo el raro” sonaba un poco mal. ―Dime de donde la saco y ahora te llevo más.―esperaba que la joven no se lo tomase demasiado mal, y que aceptase sus disculpas, no parecía muy buena idea empezar el viaje haciendo enemistades.
―Señor Werner, capitán.―se acercó al hombre, con un papel en la mano. ―Necesito ir donde pueda encontrar esto…― le tendió la lista de ingredientes ―Después pueden dejarme en cualquier lugar. ―recordó las palabras del pirata y corrigió.― En cualquier lugar donde pueda encontrar a un alquimista...
Nahir
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