Como vulgar humana, parte uno [Libre][Noche][Cerrado]
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Re: Como vulgar humana, parte uno [Libre][Noche][Cerrado]
Mina escarbaba casi con desesperación entre los escombros de lo que alguna vez fue el paraíso de los biocibernéticos, o por lo menos así lo veía el desquiciado de APP-Bel. Para Jani, era un juego. Revoloteaba de aquí para allá haciendo como que buscaba, mirando con ojos grandes y curiosos la zona que estaba ahora devastada, con edificios derrumbados y el suelo cubierto de escombros y restos de metal. Con cada paso que daban o con cada escombro que movían, levantaban una nubecilla de polvo denso, cargado con partículas metálicas que las hacía estornudar, llamando la atención de los proxies que insistían en seguirlas.
-No puedo seguir perdiendo el tiempo con estas bestias, tengo que encontrar alguna pista de APP-Bel… ¡ahora!- se quejó Mina, con la mandíbula apretada por la rabia, mientras desencajaba una de sus dagas de la frente de lo que una vez fue un magnífico hombre cibernético que ahoya yacía con la mirada perdida y apagada, sacudiéndose con espasmos que sacaban pequeñas chispas.
Avanzaron, subiendo por los escombros, y los proxies dejaron de seguirlas. Al parecer encontraron presas más accesibles que ellas. Si bien había descubierto cómo destruirlos y podía encargarse fácilmente usando sus dagas electrificadas, Mina agradecía a los dioses el haberse librado de ellos. Aunque eso significaba que de seguro, a unos pocos metros de distancia, Sango posiblemente no estaría dando abasto enfrentándolos.
Sacudió la cabeza para espantar esos pensamientos y poder concentrarse en encontrar algún rastro de APP-Bel. Desde que ese biocibernético trastocado le robó su poder mágico, no había pensado en otra cosa más que en recuperarlo. Y entre más rápido resolviera eso, antes podrían irse de ese lugar maldito
Mientras avanzaban entre los escombros, algo llamó la atención de Mina. A unos metros de distancia, medio oculto por una montaña de restos, había un hueco en el suelo. Parecía una entrada a un sótano o un túnel subterráneo. La abertura estaba parcialmente bloqueada por una viga de metal retorcido y varios ladrillos caídos.
-¡Por fin!- exclamó Mina -Jani, ven aquí- dijo, señalando la entrada. -Tal vez podamos encontrar algo ahí abajo.- indicó. Necesitaba que la chiquilla revisara pues su cuerpo pequeño y liviano cabría por allí.
Jani corrió hacia el hueco con agilidad, sus pequeños pies moviéndose rápidamente sobre las piedras y los escombros. Se agachó para observar mejor y luego miró a Mina con una sonrisa de triunfo. -Creo que podemos entrar, pero la entrada está un poco bloqueada.- comentó ella con emoción. Para la niña aquello era un juego, la búsqueda de un tesoro.
Mina se acercó con cuidado, los escombros se sentían inestables. Trató de mover la viga que obstruía el paso con todas sus fuerzas, pero finalmente necesito de la ayuda de Jani. Al verse uniendo esfuerzos con ella, su pequeña amiga Tina volvió a su mente. –Tranquila peludita, apenas resuelva esto iré por ti- pensó, sintiendo esas cosquillas en la nariz que dan cuando sientes ganas de llorar.
Con un gruñido de esfuerzo, lograron empujar la viga lo suficiente como para que se deslizaran hacia abajo.
-Vamos, Jani, con cuidado- dijo Mina mientras comenzaba a descender por la entrada, utilizando los escombros como escalones improvisados. Por supuesto, Jani iba adelante, con los ojos brillando de emoción, para conveniencia de la bruja. Ya sabes, el techo podría derrumbarse o un proxie podría saltar de la oscuridad y... sí, mejor que la niñita abriera el camino.
El túnel era estrecho y oscuro, ruidos extraños se filtraban a través de las grietas en el techo derrumbado. Tenues luces permanecían encendidas, algunas parpadeaban, pero en conjunto les permitían ver al interior.
A medida que se adentraban más en el edificio destruido, el espacio se volvía más amplio, revelando lo que parecía ser un almacén. Las estanterías estaban caídas y los restos de cajas y contenedores se esparcían por el suelo. En una esquina, un panel de control destrozado emitía destellos intermitentes, como si alguna máquina estuviera todavía funcionando, a pesar del estado ruinoso del lugar.
-Tenemos que buscar alguna señal de APP-Bel aquí abajo- dijo Mina en voz baja, más para sí misma que para Jani. -Ese loco debe haber dejado algo atrás.- afirmó, dándose ánimos.
Jani se movió con cuidado entre los escombros, buscando con los ojos abiertos de par en par. Pero el panel de control que chisporroteaba, le llamó poderosamente la atención y le hizo olvidar la búsqueda. Las luces que se encendían y apagaban le parecían divertidas.
Mina sentía su corazón latiendo con fuerza en su pecho, el cuál sentía que iba a explotar en cualquier momento. Oteaba con cuidado, escudriñando cada rincón que alcanzaba a ver, sin olvidar que estaba metida en un hueco infernal que se podría caer sobre ella en cualquier momento.
-Vamos... por favor... suerte, ¿dónde estás cuando te necesito?- murmuraba angustiada y a punto de llorar.
Y su mirada se detuvo en algo brillante que asomaba debajo de una pila de chatarra. Sintió que se ahogaba y que se iba a desplomar en cualquier momento. ¿Era eso acaso el anillo de APP-Bel?
Mina se acercó rápidamente y apartó los restos. Bajo los escombros, se asomaron unos largos, esbeltos pero masculinos, inertes dedos amoratados. El corazón de la bruja dio un salto cuando, al descubrir la mano completa, encontró el guantelete que hacía pareja con el suyo.
-¡El malnacido murió!- exclamó con un grito ahogado, temblando de emoción. Apresuradamente, comentó a jalar la mano de APP-Bel, quería darse el gusto de cortarle el brazo y destruir su cuerpo, reventarle su preciosa carita perfecta. Pero tras el último jalón, se fue de espaldas contra el suelo; el antebrazo estaba perfectamente cercenado por la mitad. -¿Y el resto? ¿Dónde estás, maldito?- dijo, con lágrimas brotando de sus ojos.
No aguantó más y rompió a llorar amargamente, abrazando la mano. Sentía una mezcla de emoción, esperanza, angustia, tristeza y rabia que la sobrecogía y abrumaba.
Por su lado, Jani, unos metros más allá, presionaba los botones del panel de control que se iluminaban. Ella no notaba que se prendían y apagaban en un patrón que se repetía una y otra vez. Hasta que todo el panel se apagó y junto con él, todos los demás ruidos, quedando en un ensordecedor silencio que sacó a Mina de sopetón de su momento emotivo, poniéndola en alerta.
Un botón se encendió lentamente hasta brillar con fuerza. Jani entrecerró los ojos por la intensidad de la luz. Estiró el brazo y con la palma completa, lo presionó.
-No puedo seguir perdiendo el tiempo con estas bestias, tengo que encontrar alguna pista de APP-Bel… ¡ahora!- se quejó Mina, con la mandíbula apretada por la rabia, mientras desencajaba una de sus dagas de la frente de lo que una vez fue un magnífico hombre cibernético que ahoya yacía con la mirada perdida y apagada, sacudiéndose con espasmos que sacaban pequeñas chispas.
Avanzaron, subiendo por los escombros, y los proxies dejaron de seguirlas. Al parecer encontraron presas más accesibles que ellas. Si bien había descubierto cómo destruirlos y podía encargarse fácilmente usando sus dagas electrificadas, Mina agradecía a los dioses el haberse librado de ellos. Aunque eso significaba que de seguro, a unos pocos metros de distancia, Sango posiblemente no estaría dando abasto enfrentándolos.
Sacudió la cabeza para espantar esos pensamientos y poder concentrarse en encontrar algún rastro de APP-Bel. Desde que ese biocibernético trastocado le robó su poder mágico, no había pensado en otra cosa más que en recuperarlo. Y entre más rápido resolviera eso, antes podrían irse de ese lugar maldito
Mientras avanzaban entre los escombros, algo llamó la atención de Mina. A unos metros de distancia, medio oculto por una montaña de restos, había un hueco en el suelo. Parecía una entrada a un sótano o un túnel subterráneo. La abertura estaba parcialmente bloqueada por una viga de metal retorcido y varios ladrillos caídos.
-¡Por fin!- exclamó Mina -Jani, ven aquí- dijo, señalando la entrada. -Tal vez podamos encontrar algo ahí abajo.- indicó. Necesitaba que la chiquilla revisara pues su cuerpo pequeño y liviano cabría por allí.
Jani corrió hacia el hueco con agilidad, sus pequeños pies moviéndose rápidamente sobre las piedras y los escombros. Se agachó para observar mejor y luego miró a Mina con una sonrisa de triunfo. -Creo que podemos entrar, pero la entrada está un poco bloqueada.- comentó ella con emoción. Para la niña aquello era un juego, la búsqueda de un tesoro.
Mina se acercó con cuidado, los escombros se sentían inestables. Trató de mover la viga que obstruía el paso con todas sus fuerzas, pero finalmente necesito de la ayuda de Jani. Al verse uniendo esfuerzos con ella, su pequeña amiga Tina volvió a su mente. –Tranquila peludita, apenas resuelva esto iré por ti- pensó, sintiendo esas cosquillas en la nariz que dan cuando sientes ganas de llorar.
Con un gruñido de esfuerzo, lograron empujar la viga lo suficiente como para que se deslizaran hacia abajo.
-Vamos, Jani, con cuidado- dijo Mina mientras comenzaba a descender por la entrada, utilizando los escombros como escalones improvisados. Por supuesto, Jani iba adelante, con los ojos brillando de emoción, para conveniencia de la bruja. Ya sabes, el techo podría derrumbarse o un proxie podría saltar de la oscuridad y... sí, mejor que la niñita abriera el camino.
El túnel era estrecho y oscuro, ruidos extraños se filtraban a través de las grietas en el techo derrumbado. Tenues luces permanecían encendidas, algunas parpadeaban, pero en conjunto les permitían ver al interior.
A medida que se adentraban más en el edificio destruido, el espacio se volvía más amplio, revelando lo que parecía ser un almacén. Las estanterías estaban caídas y los restos de cajas y contenedores se esparcían por el suelo. En una esquina, un panel de control destrozado emitía destellos intermitentes, como si alguna máquina estuviera todavía funcionando, a pesar del estado ruinoso del lugar.
-Tenemos que buscar alguna señal de APP-Bel aquí abajo- dijo Mina en voz baja, más para sí misma que para Jani. -Ese loco debe haber dejado algo atrás.- afirmó, dándose ánimos.
Jani se movió con cuidado entre los escombros, buscando con los ojos abiertos de par en par. Pero el panel de control que chisporroteaba, le llamó poderosamente la atención y le hizo olvidar la búsqueda. Las luces que se encendían y apagaban le parecían divertidas.
Mina sentía su corazón latiendo con fuerza en su pecho, el cuál sentía que iba a explotar en cualquier momento. Oteaba con cuidado, escudriñando cada rincón que alcanzaba a ver, sin olvidar que estaba metida en un hueco infernal que se podría caer sobre ella en cualquier momento.
-Vamos... por favor... suerte, ¿dónde estás cuando te necesito?- murmuraba angustiada y a punto de llorar.
Y su mirada se detuvo en algo brillante que asomaba debajo de una pila de chatarra. Sintió que se ahogaba y que se iba a desplomar en cualquier momento. ¿Era eso acaso el anillo de APP-Bel?
Mina se acercó rápidamente y apartó los restos. Bajo los escombros, se asomaron unos largos, esbeltos pero masculinos, inertes dedos amoratados. El corazón de la bruja dio un salto cuando, al descubrir la mano completa, encontró el guantelete que hacía pareja con el suyo.
-¡El malnacido murió!- exclamó con un grito ahogado, temblando de emoción. Apresuradamente, comentó a jalar la mano de APP-Bel, quería darse el gusto de cortarle el brazo y destruir su cuerpo, reventarle su preciosa carita perfecta. Pero tras el último jalón, se fue de espaldas contra el suelo; el antebrazo estaba perfectamente cercenado por la mitad. -¿Y el resto? ¿Dónde estás, maldito?- dijo, con lágrimas brotando de sus ojos.
No aguantó más y rompió a llorar amargamente, abrazando la mano. Sentía una mezcla de emoción, esperanza, angustia, tristeza y rabia que la sobrecogía y abrumaba.
Por su lado, Jani, unos metros más allá, presionaba los botones del panel de control que se iluminaban. Ella no notaba que se prendían y apagaban en un patrón que se repetía una y otra vez. Hasta que todo el panel se apagó y junto con él, todos los demás ruidos, quedando en un ensordecedor silencio que sacó a Mina de sopetón de su momento emotivo, poniéndola en alerta.
Un botón se encendió lentamente hasta brillar con fuerza. Jani entrecerró los ojos por la intensidad de la luz. Estiró el brazo y con la palma completa, lo presionó.
Mina Harker
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Re: Como vulgar humana, parte uno [Libre][Noche][Cerrado]
Las fuertes pisadas tras él acompañadas de los quejidos de los componentes mecánicos al moverse sonaban a su espalda y se entremezclaban con el sonido de sus propias pisadas, jadeos y el roce de la armadura mientras corría envuelto en el oscuro manto de la noche que lanzaba contra él más peligros de los que era capaz a comprender. Aunque quizás no fuera la noche sino su propio miedo el que lanzaba avisos y enemigos imaginarios contra él avivando sus sentidos para estar preparado contra los peligros que le seguían la zaga.
A lo lejos vio una chispa de luz, un lugar lo suficientemente iluminado como para enfrentar a sus perseguidores y ganar algo de tiempo para que ellas tuvieran una oportunidad. Apretó los dientes. Por ellas. Por Mina. Por Jani.. Aceleró el paso todo lo que su cojera le permitió. Un golpe en la rodilla derecha le había hecho gritar de puro dolor en el enfrentamiento anterior. Había tenido mucha suerte de salir de una pieza teniendo en cuenta el número de criaturas que le seguían. Cuando no pudo más, no por agotamiento sino por sentir que su vida corría peligro, afianzó su agarre en el escudo y el hacha, objetos que eran una extensión de su brazos, y corrió lejos de allí hacia la oscuridad. A medida que se acercaba pudo ver que se trataba de un fuego moribundo, apenas las últimas llamas de un devastador incendio que habría consumido la estructura de uno o más edificios, como si los Dioses quisieran erradicar esa ciudad maldita.
Sango llegó con unos instantes de ventaja que le dieron tiempo a posicionarse y a concentrarse en los puntos débiles de las criaturas que había descubierto a medida que se enfrentaba a ellos. Los golpes fuertes contra las carcasas metálicas no servían de nada, quizá para desequilibrarles y provocar más cansancio en Sango. Lo que era efectivo era atacar los conductos al aire y las piezas móviles de sus extremidades. Sus carcasas brillaron y Sango no esperó.
Desactivó a dos de ellos con rápidos y certeros movimientos (1) que hicieron que las criaturas cayeran al suelo casi al instante. Luego interpuso el escudo para detener un impacto de una criatura cuyos ojos brillaban con mayor intensidad que el de los otros. Dio un par de pasos hacia atrás y cuando le venían por el lado derecho lanzó un fuerte golpe con el hacha que impactó en la cabeza de uno de ellos provocando una lluvia de chispas y que el hacha quedara enganchado en el amasijo metálico que era la cabeza. Se vio obligado a agacharse por culpa del peso de la criatura cayendo ya que se negaba a soltar el hacha. Los Dioses quisieron que esa maniobra le salvara de un golpe lateral del de los ojos brillantes pero no de la brutal patada de otra criatura que lo lanzó hacia atrás rodando por el suelo.
Se incorporó rápidamente y se lanzó al ataque, al igual que sus perseguidores. Levantó el escudo para evitar golpes en la cabeza y lo usó a modo de ariete para intentar derribarlos. Golpeó sin control, su brazo iba de arriba a abajo y gritaba mientras lo hacía. Sentía los golpes al otro lado del escudo, en los costados, en las piernas. Pero en su furia ciega apenas sentía los golpes que le llegaban. Él solo veía chispas, metal y aceite de las conducciones de las criaturas metálicas.
Y de repente, la presión cesó y su grito de guerra quedó ahogado en la noche. Incluso su propia respiración, agitada hacía tan solo un latido, se había cortado. Bajó el escudo y el hacha sintiendo el peso de sus brazos subiendo por los hombros y tirando de su cuello. Soltó aire con un fuerte resoplido y miró a su alrededor. Eran cinco montones de chatarra lo que quedaba a sus pies y un sinfín de golpes que empezaban a arder en su piel bajo la armadura. Miró a un lado y a otro. Alzó la cabeza al cielo y levantó el brazo derecho acompañando el gesto de un grito de victoria que rasgó la noche.
Se echó hacia un lado y se sentó sobre una pared derruida mientras recuperaba el aliento y seguía observando aquellas criaturas metálicas que tantos problemas les habían puesto. De pronto, sus ojos captaron un cambio más allá del círculo que las agonizantes llamas se atrevían a iluminar. Los ojos verdes escudriñaron más allá para ver una tenue luz encenderse acompañada de un ruido como el de las grúas del puerto de Lunargenta. Sango se incorporó y caminó hacia ella con paso ligero.
Al llegar, una verja metálica se cerró dejando el cubículo iluminado sin acceso desde donde estaba él. Observó con atención como el espacio empezó a bajar lentamente y entonces comprendió que se trataba de un ascensor como los que se usaban en las minas y que había visto en más de una ocasión. El ruido de los mecanismos parecía, sin embargo, distinto a los que él había observado tiempo atrás, pero sabía que se trataba de lo mismo. Pasó un largo rato observando, incluso después de que la luz se apagara, incluso cuando los mecanismos se detuvieron. No pasó nada en todo ese rato. Sacudió la cabeza y se alejó de allí.
Sango se adentró de nuevo en la oscuridad para tratar de encontrar el edificio en el que había visto por última vez a Mina y Jani. Tenía que encontrarlas y ponerlas a salvo. La ciudad, pese a su aparente estado ruinoso, había demostrado ser una trampa llena de constructos que les consideraban intrusos. Mucho tardarían los Dioses en limpiar la maldición de aquel lugar.
Trató de orientarse lo mejor que pudo y decidió seguir el rastro de fuegos y luces que le brindaba la ciudad. En algún punto tendría que reconocer algo que lo llevara hasta ellas, al menos eso creía.
- Ya voy- murmuró como si ellas pudieran escucharle.
Su figura se sumergió en el oscuro mar de tinieblas que era Edén.
A lo lejos vio una chispa de luz, un lugar lo suficientemente iluminado como para enfrentar a sus perseguidores y ganar algo de tiempo para que ellas tuvieran una oportunidad. Apretó los dientes. Por ellas. Por Mina. Por Jani.. Aceleró el paso todo lo que su cojera le permitió. Un golpe en la rodilla derecha le había hecho gritar de puro dolor en el enfrentamiento anterior. Había tenido mucha suerte de salir de una pieza teniendo en cuenta el número de criaturas que le seguían. Cuando no pudo más, no por agotamiento sino por sentir que su vida corría peligro, afianzó su agarre en el escudo y el hacha, objetos que eran una extensión de su brazos, y corrió lejos de allí hacia la oscuridad. A medida que se acercaba pudo ver que se trataba de un fuego moribundo, apenas las últimas llamas de un devastador incendio que habría consumido la estructura de uno o más edificios, como si los Dioses quisieran erradicar esa ciudad maldita.
Sango llegó con unos instantes de ventaja que le dieron tiempo a posicionarse y a concentrarse en los puntos débiles de las criaturas que había descubierto a medida que se enfrentaba a ellos. Los golpes fuertes contra las carcasas metálicas no servían de nada, quizá para desequilibrarles y provocar más cansancio en Sango. Lo que era efectivo era atacar los conductos al aire y las piezas móviles de sus extremidades. Sus carcasas brillaron y Sango no esperó.
Desactivó a dos de ellos con rápidos y certeros movimientos (1) que hicieron que las criaturas cayeran al suelo casi al instante. Luego interpuso el escudo para detener un impacto de una criatura cuyos ojos brillaban con mayor intensidad que el de los otros. Dio un par de pasos hacia atrás y cuando le venían por el lado derecho lanzó un fuerte golpe con el hacha que impactó en la cabeza de uno de ellos provocando una lluvia de chispas y que el hacha quedara enganchado en el amasijo metálico que era la cabeza. Se vio obligado a agacharse por culpa del peso de la criatura cayendo ya que se negaba a soltar el hacha. Los Dioses quisieron que esa maniobra le salvara de un golpe lateral del de los ojos brillantes pero no de la brutal patada de otra criatura que lo lanzó hacia atrás rodando por el suelo.
Se incorporó rápidamente y se lanzó al ataque, al igual que sus perseguidores. Levantó el escudo para evitar golpes en la cabeza y lo usó a modo de ariete para intentar derribarlos. Golpeó sin control, su brazo iba de arriba a abajo y gritaba mientras lo hacía. Sentía los golpes al otro lado del escudo, en los costados, en las piernas. Pero en su furia ciega apenas sentía los golpes que le llegaban. Él solo veía chispas, metal y aceite de las conducciones de las criaturas metálicas.
Y de repente, la presión cesó y su grito de guerra quedó ahogado en la noche. Incluso su propia respiración, agitada hacía tan solo un latido, se había cortado. Bajó el escudo y el hacha sintiendo el peso de sus brazos subiendo por los hombros y tirando de su cuello. Soltó aire con un fuerte resoplido y miró a su alrededor. Eran cinco montones de chatarra lo que quedaba a sus pies y un sinfín de golpes que empezaban a arder en su piel bajo la armadura. Miró a un lado y a otro. Alzó la cabeza al cielo y levantó el brazo derecho acompañando el gesto de un grito de victoria que rasgó la noche.
Se echó hacia un lado y se sentó sobre una pared derruida mientras recuperaba el aliento y seguía observando aquellas criaturas metálicas que tantos problemas les habían puesto. De pronto, sus ojos captaron un cambio más allá del círculo que las agonizantes llamas se atrevían a iluminar. Los ojos verdes escudriñaron más allá para ver una tenue luz encenderse acompañada de un ruido como el de las grúas del puerto de Lunargenta. Sango se incorporó y caminó hacia ella con paso ligero.
Al llegar, una verja metálica se cerró dejando el cubículo iluminado sin acceso desde donde estaba él. Observó con atención como el espacio empezó a bajar lentamente y entonces comprendió que se trataba de un ascensor como los que se usaban en las minas y que había visto en más de una ocasión. El ruido de los mecanismos parecía, sin embargo, distinto a los que él había observado tiempo atrás, pero sabía que se trataba de lo mismo. Pasó un largo rato observando, incluso después de que la luz se apagara, incluso cuando los mecanismos se detuvieron. No pasó nada en todo ese rato. Sacudió la cabeza y se alejó de allí.
Sango se adentró de nuevo en la oscuridad para tratar de encontrar el edificio en el que había visto por última vez a Mina y Jani. Tenía que encontrarlas y ponerlas a salvo. La ciudad, pese a su aparente estado ruinoso, había demostrado ser una trampa llena de constructos que les consideraban intrusos. Mucho tardarían los Dioses en limpiar la maldición de aquel lugar.
Trató de orientarse lo mejor que pudo y decidió seguir el rastro de fuegos y luces que le brindaba la ciudad. En algún punto tendría que reconocer algo que lo llevara hasta ellas, al menos eso creía.
- Ya voy- murmuró como si ellas pudieran escucharle.
Su figura se sumergió en el oscuro mar de tinieblas que era Edén.
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(1) Uso de habilidad: Svakpunkt [1/2 usos] - Sango es capaz de detectar los puntos débiles de su adversario y, siempre que empuñe armas a una mano, encadenar una sucesión de golpes precisos dirigidos a esos puntos para causar el mayor el daño posible o hacer retroceder a su rival.Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Como vulgar humana, parte uno [Libre][Noche][Cerrado]
La luz imbuida en el bastón comenzaba a atenuarse mientras su dueña corría por el camino lleno de escombros que se abría ante ella. Sin pensar ni meditar sobre qué dirección era la correcta.
Únicamente una locura que le hacía hervir la sangre dominaba sus acciones. Los pensamientos coherentes nacían pero quedaban diluidos por la ira que burbujeaba desde lo más hondo de su ser. Algo oscuro que la conectaba con la corrupción que había impregnado aquel lugar al que la habían conducido presa.
Y al que, sin saberlo, estaba regresando a la carrera con Gundemaro tras ella. Como si fuese preciso volver al lugar de origen para escapar del mal que la recorría.
Esquivaba a medias los obstáculos, chocando en no pocas ocasiones con lo que se le cruzaba delante. No sentía los golpes ni veía torpeza en sus movimientos. Lejos estaba de moverse con la finura y precisión que tantos años había entrenado en su aldea. En aquellos instantes había más en ella de toro salvaje embistiendo que de la ardilla cruzando de árbol en árbol.
Escuchó unos pulmones resollar tras ella pero aquello no la detuvo. Avanzó hasta que el cielo estrellado que tenía sobre sus cabezas quedó cubierto por los amasijos retorcidos de una extraña bóveda que conducía a los restos de una gigantesca estancia.
- ¡No por ahí! Este lugar son las salas de máquinas - La voz de Gundemaro no llegó a ella, aunque sí resonó como un enorme eco en aquel vasto lugar. Como sombras creciendo a medida que el Sol descendía por el horizonte, más de aquellas criaturas comenzaron a salir de su letargo, atraídas por el escándalo que ambos humanos hacían al atravesar aquel lugar. El bastón de la morena golpeó aquí y allí, perdiendo en puntería pero compensándolo con la fuerza que parecía haber incrementado en ella durante aquel estado de demencia.
Completamente fuera de sí se enfrentó a todas las figuras que se ponían por delante. Golpes aquí y allá sin darse cuenta de que Gundemaro se había deslizado a un lado de la gran sala, y estaba activando unos paneles que parecían disponer todavía de luz. Iori jamás sabría, aunque hubiera sido consciente de lo que pasaba, lo que el jorobado había causado intentando un plan para ayudarla.
Intentando activar un electroimán que había en aquel lugar y que, al conectarlo a la red fue el causante de un enorme temblor que sacudió toda la zona. Edén entero se estremeció cuando aquel enorme aparato, estropeado, fue activado por el antiguo trabajador de aquel centro. Pero fue en el corazón de aquel lugar, en donde Iori estaba luchando enardecida, en donde el dañado techo de la estructura colapsó, hundiéndolo hacia dentro.
Una gigantesca humareda se extendió desde allí, sacudiendo con un segundo temblor las ruinas de Edén. Tras el caos se hizo el silencio, y únicamente quedó como vestigio de aquel desastre las ondas de polvo en suspensión que se alzaban desde el epicentro del siniestro.
Únicamente una locura que le hacía hervir la sangre dominaba sus acciones. Los pensamientos coherentes nacían pero quedaban diluidos por la ira que burbujeaba desde lo más hondo de su ser. Algo oscuro que la conectaba con la corrupción que había impregnado aquel lugar al que la habían conducido presa.
Y al que, sin saberlo, estaba regresando a la carrera con Gundemaro tras ella. Como si fuese preciso volver al lugar de origen para escapar del mal que la recorría.
Esquivaba a medias los obstáculos, chocando en no pocas ocasiones con lo que se le cruzaba delante. No sentía los golpes ni veía torpeza en sus movimientos. Lejos estaba de moverse con la finura y precisión que tantos años había entrenado en su aldea. En aquellos instantes había más en ella de toro salvaje embistiendo que de la ardilla cruzando de árbol en árbol.
Escuchó unos pulmones resollar tras ella pero aquello no la detuvo. Avanzó hasta que el cielo estrellado que tenía sobre sus cabezas quedó cubierto por los amasijos retorcidos de una extraña bóveda que conducía a los restos de una gigantesca estancia.
- ¡No por ahí! Este lugar son las salas de máquinas - La voz de Gundemaro no llegó a ella, aunque sí resonó como un enorme eco en aquel vasto lugar. Como sombras creciendo a medida que el Sol descendía por el horizonte, más de aquellas criaturas comenzaron a salir de su letargo, atraídas por el escándalo que ambos humanos hacían al atravesar aquel lugar. El bastón de la morena golpeó aquí y allí, perdiendo en puntería pero compensándolo con la fuerza que parecía haber incrementado en ella durante aquel estado de demencia.
Completamente fuera de sí se enfrentó a todas las figuras que se ponían por delante. Golpes aquí y allá sin darse cuenta de que Gundemaro se había deslizado a un lado de la gran sala, y estaba activando unos paneles que parecían disponer todavía de luz. Iori jamás sabría, aunque hubiera sido consciente de lo que pasaba, lo que el jorobado había causado intentando un plan para ayudarla.
Intentando activar un electroimán que había en aquel lugar y que, al conectarlo a la red fue el causante de un enorme temblor que sacudió toda la zona. Edén entero se estremeció cuando aquel enorme aparato, estropeado, fue activado por el antiguo trabajador de aquel centro. Pero fue en el corazón de aquel lugar, en donde Iori estaba luchando enardecida, en donde el dañado techo de la estructura colapsó, hundiéndolo hacia dentro.
Una gigantesca humareda se extendió desde allí, sacudiendo con un segundo temblor las ruinas de Edén. Tras el caos se hizo el silencio, y únicamente quedó como vestigio de aquel desastre las ondas de polvo en suspensión que se alzaban desde el epicentro del siniestro.
Iori Li
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Re: Como vulgar humana, parte uno [Libre][Noche][Cerrado]
-No. Nooo. No. No. No. No. ¡NO!- repetía la bruja mientras corría hacia Jani para agarrarla por la cintura y sacarla de allí. -¿Qué hiciste?- le preguntó angustiada mientras la jalaba, buscando el hueco por donde habían entrado. -Estaba jugando con las luces brillantes- respondió la niña en su infinita inocencia. Una respuesta que también habría dado la chicadreja.
Mina se cuestionó la idea de recuperar a Tina.
Sacudió la cabeza, tenía que concentrarse en salir de allí con vida y después decidiría qué hacer con su compinche. Además, tenía que recuperar su poder, estando tan cerca de hacerlo que no podía morirse allí. No. Moriría después de recuperar su magia. Antes, por ningún motivo.
-Jani, ¿dónde dejamos la puerta?- preguntó a la niña, pues en su desesperación, no encontraba la salida. Mina sentía una insoportable premura por abandonar aquel lugar antes de que se convirtiera en su santa sepultura. -Pues...- respondió la pequeña buscando con una evidente despreocupación. -Creo que la extraviamos- sentenció, dejando a Mina lánguida y al borde del desmayo tras confirmarle que estaban, efectivamente, atrapadas en ese hueco.
¿Era momento de resignarse? No, por supuesto que no. Eso no estaba dentro de los planes de la bruja. Rápido, una lloradita y a darle. Todo su cuerpo la empujaba a seguir, buscar una salida; ya tenía lo que estaba buscando, la mitad del trabajo estaba hecho. Era cuestión de salir de allí.
Un sonido metálico la hizo saltar -Ya basta de estupideces- murmuró, sujetando su pecho que amenazaba con reventarse con los violentos golpes que daba su corazón. Se giró para ver qué era lo que sonaba y descubrió un montacarga que se detenía allí, justo a unos metros.
Los dioses eran buenos.
Tomó de la mano a Jani y la arrastró en una carrera hacia el aparato ese -¿Es seguro?- preguntó la niña en un inesperado momento de lucidez. -Lo descubriremos- respondió Mina en tono temerario.
El panel de control tenía un botón y una palanca, esta última estaba accionada hacia abajo. -Lo lógico sería subirla y presionar el botón, ¿cierto?- dijo Mina, buscando la aprobación de... ¿Jani? -Ay, qué carajo, que sea lo que los dioses quieran- se respondió, haciendo lo que su intuición le indicaba.
El montacarga comenzó a moverse lentamente, ascendiendo despacio pero constante. Mina jamás había rezado tanto como en ese momento.
Llegando al techo, una compuerta comenzó a abrirse, dándole las mejores vistas que había tenido en mucho tiempo: el cielo estrellado. Por fin terminaba esa pesadilla.
Pero no todo podía ser tan fácil. Un estruendo, seguido por un temblor, hizo columpiar el montacarga, amenazando con romperse y caer, llevándolas de nuevo al fondo de aquel hueco del infierno. Jani se aferró a Mina y ella a su vez a las barandas del montacarga que se balanceaba. El aparato se detuvo, quizás un sistema de seguridad debido al movimiento. Estaba allí, a pocos metros de la superficie. -Esto no me va a ganar- se dijo, sintiendo su ánimo renovado y una fuerza impresionante de voluntad.
-Rápido Jani, a trepar- le dijo, señalando uno de los gruesos cables de los que pendía el montacarga. La niña obedeció y comenzó a ascender. Tras ella, Mina subía. -Mina... me duelen las manos- se quejaba Jani -A mí también- respondió -Pero es mejor eso a morirse, ¿no crees?- dijo con fastidio.
Llegaron hasta el borde de la compuerta. No sin dificultad, Jani salió. Acto seguido, extendió su brazo para ayudar a Mina a salir también, justo a tiempo para ver como, no muy lejos de allí, un nuevo derrumbe hacía estremecer el suelo. -¡Corre!- le apuró la bruja a la niña, empujándola hacia el linde del bosque -Tenemos que encontrar a Ben- añadió con la voz más aguda de lo normal.
Ellas que corrían hacia el bosque y él que salía de allí, todo aporreado y desconguarajado. -¡Ben!- exclamó la bruja con lágrimas de emoción en los ojos. Tanto ella como Jani lo abrazaron con fuerza. -Ay, sí, los golpes... perdón por apretarte así... ven, seguro tengo algo para eso- respondió la bruja, hurgando en su mochila mientras la pequeña ayudaba al hombre a sentarse. sobre un tronco caído. Sacó un vial de vidrio que contenía una poción de salud sencilla y un frasquito metálico con una pomada de medicina multipropósito, con eso Ben podría aguantar mientras ella preparaba algo más concentrado para las heridas.
-Lo encontré Ben- le dijo una vez los efectos de la poción hicieron efecto al hombre y mientras ella preparaba la demás medicina -Tengo el otro guantelete- añadió. Hablaba en voz baja y tranquila. -Ahora tengo que encontrar la manera de revertir los efectos de este artilugio- continuó. -Te agradezco mucho tu ayuda, pero... creo que a partir de este momento, tendremos que separar nuestros caminos- le dijo, sin atreverse a mirarlo a la cara.
Sentía el estómago apretado y un nudo en la garganta que le dificultaba hablar -No puedo ignorar que tus prioridades cambiaron, ahora tienes a alguien más de quién hacerte cargo y no te pondré en la difícil situación de elegir, pues lo que se me viene no es una aventura apta para niños- dijo, dando los toques finales al proceso alquímico de la poción y sellando así su despedida de aquel hombre que había despertado en ella sentimientos que no creía capaz de sentir.
Resopló y se dio valor para alzar la mirada. Se encontró con los bellos y melancólicos ojos de Sango. Extendió su mano para acariciarle su bello rostro una última vez. -Espero que nuestros caminos se crucen nuevamente, algún día- dijo en voz baja.
Una vez estuvo segura de que él tenía medicina suficiente para aliviar sus dolores, reunió sus pertenencias. Jani la abrazó -Cuídalo mucho, por favor- le susurró al oído a la chiquilla. -Es demasiado bonachón para este mundo ingrato- añadió, volteando los ojos.
Comenzó su camino solitario rumbo al norte para buscar a su compinche, primero la peluda, después, recuperaría la magia.
Mina se cuestionó la idea de recuperar a Tina.
Sacudió la cabeza, tenía que concentrarse en salir de allí con vida y después decidiría qué hacer con su compinche. Además, tenía que recuperar su poder, estando tan cerca de hacerlo que no podía morirse allí. No. Moriría después de recuperar su magia. Antes, por ningún motivo.
-Jani, ¿dónde dejamos la puerta?- preguntó a la niña, pues en su desesperación, no encontraba la salida. Mina sentía una insoportable premura por abandonar aquel lugar antes de que se convirtiera en su santa sepultura. -Pues...- respondió la pequeña buscando con una evidente despreocupación. -Creo que la extraviamos- sentenció, dejando a Mina lánguida y al borde del desmayo tras confirmarle que estaban, efectivamente, atrapadas en ese hueco.
¿Era momento de resignarse? No, por supuesto que no. Eso no estaba dentro de los planes de la bruja. Rápido, una lloradita y a darle. Todo su cuerpo la empujaba a seguir, buscar una salida; ya tenía lo que estaba buscando, la mitad del trabajo estaba hecho. Era cuestión de salir de allí.
Un sonido metálico la hizo saltar -Ya basta de estupideces- murmuró, sujetando su pecho que amenazaba con reventarse con los violentos golpes que daba su corazón. Se giró para ver qué era lo que sonaba y descubrió un montacarga que se detenía allí, justo a unos metros.
Los dioses eran buenos.
Tomó de la mano a Jani y la arrastró en una carrera hacia el aparato ese -¿Es seguro?- preguntó la niña en un inesperado momento de lucidez. -Lo descubriremos- respondió Mina en tono temerario.
El panel de control tenía un botón y una palanca, esta última estaba accionada hacia abajo. -Lo lógico sería subirla y presionar el botón, ¿cierto?- dijo Mina, buscando la aprobación de... ¿Jani? -Ay, qué carajo, que sea lo que los dioses quieran- se respondió, haciendo lo que su intuición le indicaba.
El montacarga comenzó a moverse lentamente, ascendiendo despacio pero constante. Mina jamás había rezado tanto como en ese momento.
Llegando al techo, una compuerta comenzó a abrirse, dándole las mejores vistas que había tenido en mucho tiempo: el cielo estrellado. Por fin terminaba esa pesadilla.
Pero no todo podía ser tan fácil. Un estruendo, seguido por un temblor, hizo columpiar el montacarga, amenazando con romperse y caer, llevándolas de nuevo al fondo de aquel hueco del infierno. Jani se aferró a Mina y ella a su vez a las barandas del montacarga que se balanceaba. El aparato se detuvo, quizás un sistema de seguridad debido al movimiento. Estaba allí, a pocos metros de la superficie. -Esto no me va a ganar- se dijo, sintiendo su ánimo renovado y una fuerza impresionante de voluntad.
-Rápido Jani, a trepar- le dijo, señalando uno de los gruesos cables de los que pendía el montacarga. La niña obedeció y comenzó a ascender. Tras ella, Mina subía. -Mina... me duelen las manos- se quejaba Jani -A mí también- respondió -Pero es mejor eso a morirse, ¿no crees?- dijo con fastidio.
Llegaron hasta el borde de la compuerta. No sin dificultad, Jani salió. Acto seguido, extendió su brazo para ayudar a Mina a salir también, justo a tiempo para ver como, no muy lejos de allí, un nuevo derrumbe hacía estremecer el suelo. -¡Corre!- le apuró la bruja a la niña, empujándola hacia el linde del bosque -Tenemos que encontrar a Ben- añadió con la voz más aguda de lo normal.
Ellas que corrían hacia el bosque y él que salía de allí, todo aporreado y desconguarajado. -¡Ben!- exclamó la bruja con lágrimas de emoción en los ojos. Tanto ella como Jani lo abrazaron con fuerza. -Ay, sí, los golpes... perdón por apretarte así... ven, seguro tengo algo para eso- respondió la bruja, hurgando en su mochila mientras la pequeña ayudaba al hombre a sentarse. sobre un tronco caído. Sacó un vial de vidrio que contenía una poción de salud sencilla y un frasquito metálico con una pomada de medicina multipropósito, con eso Ben podría aguantar mientras ella preparaba algo más concentrado para las heridas.
***
-Lo encontré Ben- le dijo una vez los efectos de la poción hicieron efecto al hombre y mientras ella preparaba la demás medicina -Tengo el otro guantelete- añadió. Hablaba en voz baja y tranquila. -Ahora tengo que encontrar la manera de revertir los efectos de este artilugio- continuó. -Te agradezco mucho tu ayuda, pero... creo que a partir de este momento, tendremos que separar nuestros caminos- le dijo, sin atreverse a mirarlo a la cara.
Sentía el estómago apretado y un nudo en la garganta que le dificultaba hablar -No puedo ignorar que tus prioridades cambiaron, ahora tienes a alguien más de quién hacerte cargo y no te pondré en la difícil situación de elegir, pues lo que se me viene no es una aventura apta para niños- dijo, dando los toques finales al proceso alquímico de la poción y sellando así su despedida de aquel hombre que había despertado en ella sentimientos que no creía capaz de sentir.
Resopló y se dio valor para alzar la mirada. Se encontró con los bellos y melancólicos ojos de Sango. Extendió su mano para acariciarle su bello rostro una última vez. -Espero que nuestros caminos se crucen nuevamente, algún día- dijo en voz baja.
Una vez estuvo segura de que él tenía medicina suficiente para aliviar sus dolores, reunió sus pertenencias. Jani la abrazó -Cuídalo mucho, por favor- le susurró al oído a la chiquilla. -Es demasiado bonachón para este mundo ingrato- añadió, volteando los ojos.
Comenzó su camino solitario rumbo al norte para buscar a su compinche, primero la peluda, después, recuperaría la magia.
Mina Harker
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Re: Como vulgar humana, parte uno [Libre][Noche][Cerrado]
Pasó sus dedos, una vez, allí donde había acariciado su rostro. Su mirada perdida en algún lugar indeterminado, era el telón de fondo del carrusel de recuerdos que se le venían a la mente. Desde Vulwulfar, con el increíble manejo de las ilusiones hasta Eden, desprovista de su esencia y sin embargo preocupada por el estado en el que él se encontraba. La poción, como no podía ser de otra manera, hizo efecto enseguida.
Había sido incapaz de decir nada, conmovido, por sus bellos y generosos actos y por la decisión de tomar caminos distintos. La trama del gran tapiz del destino se componía de incontables hilos en los que se entrelazaban unos con otros, se separaban, se enredaban formando patrones y figuras y al final, esos hilos acababan siendo cortados para que otros nuevos ocuparan esos lugares. El destino los reunió en Edén solo para que tuvieran la oportunidad de despedirse el uno del otro.
Cuando perdió de vista su figura en la oscuridad de la noche, Sango se dejó caer contra un muro derruido. Sus manos cayeron sobre sus rodillas y observó a Jani que permanecía junto a él con rostro serio. No se había separado de él ni un solo instante y hacía ruiditos a su lado. La observó unos instantes donde cruzaron sus miradas y se sintió miserablemente mal. ¿Por qué no se la había llevado ya de allí? Suspiró y le dedicó la mejor de sus sonrisas.
- Jani- llamó y extendió una mano hacia ella-. Es hora de irse a casa, ¿no crees?
La niña ladeó la cabeza y negó con la cabeza. Sango alzó las cejas y puso cara de sorpresa. La niña, sin embargo esbozó una sonrisa que escondió bajo una falsa seriedad.
- ¿No quieres ir a casa?- preguntó el pelirrojo-. ¿Te quieres quedar aquí?- la niña negó con la cabeza sin poder esconder una sonrisa-. Vaya, ¿entonces?
La niña agarró su mano y le miró a los ojos largo rato en silencio. Ben pudo ver como su expresión cambiaba lentamente. Su mirada perdió el brillo y sus cejas cayeron. La viveza había desaparecido de su rostro, sustituida por una expresión que Sango interpretó como tristeza y que le encogió, aún más, el corazón.
- Éramos mucha gente y ahora estamos solos- dijo la niña sin apartar la mirada.
El que rompió el contacto visual fue Sango que cerró los ojos y agachó la cabeza. Apretó la pequeña mano de la niña y se inclinó hacia ella pasando de estar sentado a una posición en la que no mediaba ni un palmo de distancia con la pequeña.
Aquellas palabras podían interpretarse de tantas manera que Ben era incapaz de procesar todo lo que se le pasaba por la cabeza. Alzó la cabeza para intercambiar miradas. Forzó una sonrisa y le acarició el rostro con el dorso de la otra mano. Sin embargo fue incapaz de decir nada, por mucho que lo intentara, su voz no salía de su cuerpo.
Se sintió terriblemente estúpido, abrumado por sus propios pensamientos e incapaz de responder a una niña que buscaba el lado práctico de estar en compañía de mucha gente más que la visión filosófica de lo que acababa de decir. Se pasó la mano por la cabeza echando el pelo hacia atrás.
- No es algo malo estar solo, Jani- dijo entonces-. Es bueno para pensar y conocerse a sí mismo- apartó la mirada y frunció el ceño, inseguro de si lo que le estaba diciendo lo comprendía-. Tienes que tener cuidado de no pasar demasiado tiempo solo- alzó las cejas-, o corres el riesgo de perderte en ti mismo.
Sango terminó por sacudir la cabeza y buscar un enfoque distinto. No quería asustarla con sus tonterías, solo quería verla sonreír. Sin embargo, la pequeña Jani se adelantó.
- Pero es muy aburrido- dijo con la boca pequeña-. Las mejores historias tienen muchas personas.
- Tienes razón- contestó Sango incapaz de contener una sonrisa-. Tu historia, Jani, el día de mañana, seguro estará lleno de gente.
- ¿Sí?- su cara cambió en un parpadeo-. ¿Mañana habrá más gente?
La literalidad de la niña le había cogido desprevenido y le pareció algo tan inocente y fuera de lugar que él respondió de la misma manera. Sango rio. Un sonido extraño en la noche de la destruida Eden. Un sonido, sin embargo, de esperanza de un mañana mejor.
- Sí, Jani, en tu vida habrá mucha gente. Pero nunca olvides las personas que pasaron por tu vida y sobre todo a aquellas que te dieron su amor- Sango miró a Jani que le devolvió la mirada y asintió con ganas-. Bueno, ¿qué me dices, nos vamos?
Jani asintió de nuevo y le sonrió. Ben se puso en pie y ambos echaron a andar por Eden, al abrigo de la noche y de los ruidos que arrastraba el aire a su alrededor. Jani, de repente, se quedó quieta y miró hacia un rincón oscuro de la ciudad en ruinas.
- Buscaremos algo con lo que iluminar el camino- dijo Sango tirando de ella.
La niña, para sorpresa de Sango, opuso resistencia, pero desapareció al segundo paso que dio en dirección contraria hacia donde ella miraba. No le dio más importancia y dirigió sus pasos al fuego más brillante. Mientras tanto, pensaba en dónde llevar a la niña. Debía averiguar si tenía un hogar y llevarla hasta allí.
- Oye Jani- empezó Sango que soltó su mano y la miró desde arriba un breve instante-, ¿con quién viniste a Edén?- se acercó al una zona en la que había un muro destrozado y decenas de fragmentos y astillas de madera que se sobresalían como púas de la estructura-. Me imagino que querrás volver a casa...
Entrecerró los ojos y cogió un fragmento de madera que debía ser algo más grande que la niña, lo estudió un instante y asintió satisfecho antes de acercarse al fuego que consumía con viveza una estructura que había dejado al descubierto una suerte de estructura metálica y que se estaba fundiendo con el insaciable poder del fuego.
- ¡Sango, mira!
El pelirrojo se giró rápidamente y vio como Jani señalaba la oscuridad más allá.
- ¡Hay una mariposa!
Antes de que Sango pudiera decir nada la niña echó a correr entre risas persiguiendo algo que solo ella veía por medio de la ciudad de Eden. Maldijo su propio nombre y después de que la madera comenzara a arder echó a correr tras Jani.
El eco de su risa se había apagado tan pronto él había salido tras ella y solo escuchaba sus pasos, el replicar metálico de los elementos de la armadura y el fuego, de la improvisada antorcha, agitarse con los bruscos movimientos de su errática carrera buscando por uno y otro lado.
¿Cómo era posible que se le hubiera escapado? Apenas habían sido dos o tres latidos los que había separado la vista de la pequeña y sin embargo...
Un grito que se cortó de manera abrupta hizo que Ben se detuviera en seco y girara para cambiar el rumbo de su trote. Dejó a mano izquierda dos edificios en aparente buen estado para dar de bruces con un socavón en el suelo que rodeó mirando allí donde creía ver algo de movimiento. Entonces, al otro lado, junto a las ruinas de otra edificación, escuchó un gruñido y luego el sonido de unos pies arrastrándose por entre los escombros.
- ¿Jani?- los ruidos cesaron de golpe.
Sango giró la esquina del edificio y entonces se detuvo para contemplar la escena. El edificio, de ese lado, estaba completamente destrozado y en el interior, gracias al fuego que portaba Sango, se intuía algo parecido a los muebles que podía haber en una vivienda. Tirada, sobre una manta, encima de los escombros, reconoció a la mujer morena que había aparecido esa misma noche y con la que había emprendido el camino hacia el interior de Eden. Fuera del edificio, el hombre que la acompañaba, sujetaba a Jani impidiéndole que se sacudiera y que gritara. Pese a ello, la pequeña pataleaba el torso desnudo del hombre y los pantalones medio bajados que dejaban a la vista unos calzones y unas intenciones terriblemente perversas.
Sango comprendió qué estaba pasando y su rostro se transformó. El hombre debió entenderlo al instante porque empezó a negar con la cabeza y a hablar y quizá justificarse. Pero Sango no le oía. Dejó caer la antorcha y caminó despacio hacia él. El hombre soltó a Jani en el suelo y trató de huir pero cayó, trabado por su propia ropa. Se puso en pie y trató de huir pero era demasiado tarde. Ben estampó un puñetazo en el rostro del hombre que salió despedido hacia el interior del edificio.
Su cuerpo se rebozó en los escombros y Sango pudo ver como la sangre no solo salía de su rostro sino también de las heridas que se había hecho en el cuerpo. El pelirrojo avanzó hacia él con el mismo paso. Con la misma expresión de ira. Dejó que se incorporara lo suficiente y entonces le asestó una patada en el costado que lo mandó rodando varios pasos más allá.
El hombre extendió un tembloroso brazo hacia él y pidió clemencia por su vida.
- Por... Por favor...
Sango le enseñó los dientes.
- No.
Le agarró del brazo y le arrastró al exterior, donde lo lanzó con desprecio contra el suelo. Se detuvo un instante para mirar a su alrededor y vio a Jani tirada en el suelo con la cabeza tapada por sus propios brazos. Bien. Clavó sus ojos en el hombre y se llevó la mano derecha a la empuñadura de la espada.
- Era mia... mi mer, merecida... re, recompensa- escupió sangre hacia un lado.
- ¡Es una cría pedazo de mierda!
Sango arremetió contra él pateándole y tirándose contra él mientras le gritaba "es una cría". Solo se detuvo cuando su voz se quebró y le faltó el aire para seguir golpeando el cadáver de aquel despreciable ser. Se levantó rápido y se alejó un par de pasos y observó con rabia los despojos que habían dejado sus manos.
Manos temblorosas y llenas de heridas y sangre. Heridas que aquel desgraciado le había hecho. Se acercó de nuevo y le clavó el tacón de la bota hasta un par de ocasiones antes de gritar de pura frustración y olvidarse de aquel desgraciado para siempre.
Se quedó en silencio, con los ojos cerrados, dejando que sus constantes vitales se relajaran y su cabeza desechara toda la violencia que había desatado. Debía despejarse para llevarse a Jani de allí, apartarla de aquel infierno al que alguien, alguna vez, había llamado paraíso.
Cuando consideró que su estado era adecuado para reemprender la búsqueda de la niña, se sorprendió observando el cuerpo de la mujer. Suspiró y se limpió las manos en la ropa antes de coger la improvisada antorcha. Se acercó a Jani y esta le recibió con un fuerte abrazo.
- Esa mujer necesita ayuda- dijo en con la voz amortiguada.
Sango miró, nuevamente a la mujer de cabellos negros. Pasar más tiempo allí con la niña era una irresponsabilidad, como también lo era no prestar ayuda a aquel que lo necesitara. La niña se separó de él y le miró con ojos brillantes. Sango asintió y sus pasos le llevaron hacia ella, donde se arrodilló y la observó unos instantes.
Estaba llena llena de polvo y tierra, como si hubiera salido de la misma tierra, pero lo más lógico, pensó, sería que hubiera salido de algún derrumbe. Solo de pensar en quedar atrapado provocó que el pelirrojo se estremeciera. Dioses. Su ropa estaba descolocada, su pelo, revuelto, caía por su rostro pero no tapaba las heridas y la sangre seca de seca, como la que presentaba en otras partes del cuerpo. Su mirada estaba perdida en algún punto. Como si aquellos ojos azules trataran de comprender qué ocurría a su alrededor.
Sango posó la antorcha en el suelo y se volvió hacia la mujer. Le puso una mano en el hombro y tras un breve instante, la zarandeó con delicadeza.
- Eh, espabila- dijo Sango tratando de llamar su atención.
La muchacha fue consciente de la interacción, pero parecía demasiado herida como para reaccionar con presteza. Parpadeó y emitió un gemido abrazándose las costillas. El gesto la hizo sisear de dolor y se giró sobre el costado en dirección a Ben mientras tosía de forma áspera.
- Bien, bien...- murmuró observando la reacción de la mujer-. ¿Puedes hablar? ¿Puedes moverte?- preguntó y echó un vistazo por encima del hombro.
Sus ojos repararon en Jani, allí fuera, de rodillas y miraba hacia él con una expresión completamente serena. Era una imagen sobrecogedora. Una niña no tenía que estar allí. Se obligó a desviar la mirada y volverla hacia la mujer cuyos ojos permanecían escondidos detrás de los parpados fuertemente apretados.
- Ese idiota…- jadeó mientras se giraba un poco más, hasta quedar de rodillas sin dejar de abrazar su torso con fuerza.
- Olvídate de él- dijo el pelirrojo-. ¿Puedes caminar?
Levantándose muy lentamente para poder mantenerse firme sobre sus piernas, Iori se incorporó y abrió los ojos para mirarlo a él.
Sango no tuvo que repetirle dos veces que no pensase en Gundemaro. La existencia de aquel hombre se desvaneció en ella mientras intentaba enderezarse hasta que el dolor en sus costillas le dificultaba la respiración.
- Puedo- respondió haciendo que más polvo blanco del derrumbe cayese de sus cabellos.
El pelirrojo se levantó al mismo tiempo que ella y la observó durante unos instantes. Cuando le dijo que podía caminar asintió, satisfecho con la respuesta.
- Deberíamos marcharnos de este lugar- le puso una mano en el brazo y apretó levemente-. ¿Estás segura de que puedes caminar?
El gesto del pelirrojo le permitió comprobar si aquella mujer se valía por sí misma para caminar, para comprobar si podía mantener el equilibrio por su propio pie o si, sin embargo, necesitaba de ayuda.
- Yo desde luego que sí- respondió la morena echando un pie atrás y haciendo una mueca de dolor a su toque.
El dolor era agudo y el gesto del pelirrojo la desestabilizó, pero permaneció de pie con terquedad frente a él. Clavó la mirada azul con un gesto de reproche mudo en los ojos verdes del Héroe, y sin esperar más indicaciones caminó hacia lo que se intuía en la zona iluminada por el fuego que estaba la salida que los conduciría hacia el exterior.
Con pasos cortos pero decididos, la chica que avanzaba para salir de allí con él parecía diferente a las versiones previas que había visto de ella esa noche. Sango salió tras ella.
- Jani, al final no tuvimos que esperar tanto- Ben miró a un lado y a otro-. ¿Jani?
Se adelantó a Iori y con urgencia corrió hacia la esquina de la casa y echó un rápido vistazo. Nada. El corazón de Sango volvió a acelerarse. Sus ojos se posaron por un breve instante en el cuerpo de Gundemaro, descartando que él fuera el culpable de la desaparición de la niña.
A veces creía que los Dioses tenían un sentido del humor perverso. Tener que internarse, nuevamente, en la ciudad en ruinas era lo que menos quería en esos instantes, pero debía hacerlo.
Partió la antorcha improvisada en dos partes más o menos iguales y creó dos antorchas de bastante menor longitud. Suficiente para que ambos tuvieran luz en sus respectivos caminos.
- Toma- dijo tomando una de las manos de la mujer y haciendo que su mano se amoldara a la antorcha-. Sal de esta ciudad; si vas hacia el sur llegarás a Baslodia. Me imagino que habrá caravanas de la Guardia en retirada. No mires atrás. Abandona esta maldita ciudad. Suerte.
Soltó su mano y cogió la otra antorcha que descansaba a sus pies. La alzó por encima de su cabeza y miró a un lado y a otro y decidió ir hacia su izquierda.
Al trote, y sin mirar atrás, se internó, una vez más, en la ciudad maldita de Edén.
Había sido incapaz de decir nada, conmovido, por sus bellos y generosos actos y por la decisión de tomar caminos distintos. La trama del gran tapiz del destino se componía de incontables hilos en los que se entrelazaban unos con otros, se separaban, se enredaban formando patrones y figuras y al final, esos hilos acababan siendo cortados para que otros nuevos ocuparan esos lugares. El destino los reunió en Edén solo para que tuvieran la oportunidad de despedirse el uno del otro.
Cuando perdió de vista su figura en la oscuridad de la noche, Sango se dejó caer contra un muro derruido. Sus manos cayeron sobre sus rodillas y observó a Jani que permanecía junto a él con rostro serio. No se había separado de él ni un solo instante y hacía ruiditos a su lado. La observó unos instantes donde cruzaron sus miradas y se sintió miserablemente mal. ¿Por qué no se la había llevado ya de allí? Suspiró y le dedicó la mejor de sus sonrisas.
- Jani- llamó y extendió una mano hacia ella-. Es hora de irse a casa, ¿no crees?
La niña ladeó la cabeza y negó con la cabeza. Sango alzó las cejas y puso cara de sorpresa. La niña, sin embargo esbozó una sonrisa que escondió bajo una falsa seriedad.
- ¿No quieres ir a casa?- preguntó el pelirrojo-. ¿Te quieres quedar aquí?- la niña negó con la cabeza sin poder esconder una sonrisa-. Vaya, ¿entonces?
La niña agarró su mano y le miró a los ojos largo rato en silencio. Ben pudo ver como su expresión cambiaba lentamente. Su mirada perdió el brillo y sus cejas cayeron. La viveza había desaparecido de su rostro, sustituida por una expresión que Sango interpretó como tristeza y que le encogió, aún más, el corazón.
- Éramos mucha gente y ahora estamos solos- dijo la niña sin apartar la mirada.
El que rompió el contacto visual fue Sango que cerró los ojos y agachó la cabeza. Apretó la pequeña mano de la niña y se inclinó hacia ella pasando de estar sentado a una posición en la que no mediaba ni un palmo de distancia con la pequeña.
Aquellas palabras podían interpretarse de tantas manera que Ben era incapaz de procesar todo lo que se le pasaba por la cabeza. Alzó la cabeza para intercambiar miradas. Forzó una sonrisa y le acarició el rostro con el dorso de la otra mano. Sin embargo fue incapaz de decir nada, por mucho que lo intentara, su voz no salía de su cuerpo.
Se sintió terriblemente estúpido, abrumado por sus propios pensamientos e incapaz de responder a una niña que buscaba el lado práctico de estar en compañía de mucha gente más que la visión filosófica de lo que acababa de decir. Se pasó la mano por la cabeza echando el pelo hacia atrás.
- No es algo malo estar solo, Jani- dijo entonces-. Es bueno para pensar y conocerse a sí mismo- apartó la mirada y frunció el ceño, inseguro de si lo que le estaba diciendo lo comprendía-. Tienes que tener cuidado de no pasar demasiado tiempo solo- alzó las cejas-, o corres el riesgo de perderte en ti mismo.
Sango terminó por sacudir la cabeza y buscar un enfoque distinto. No quería asustarla con sus tonterías, solo quería verla sonreír. Sin embargo, la pequeña Jani se adelantó.
- Pero es muy aburrido- dijo con la boca pequeña-. Las mejores historias tienen muchas personas.
- Tienes razón- contestó Sango incapaz de contener una sonrisa-. Tu historia, Jani, el día de mañana, seguro estará lleno de gente.
- ¿Sí?- su cara cambió en un parpadeo-. ¿Mañana habrá más gente?
La literalidad de la niña le había cogido desprevenido y le pareció algo tan inocente y fuera de lugar que él respondió de la misma manera. Sango rio. Un sonido extraño en la noche de la destruida Eden. Un sonido, sin embargo, de esperanza de un mañana mejor.
- Sí, Jani, en tu vida habrá mucha gente. Pero nunca olvides las personas que pasaron por tu vida y sobre todo a aquellas que te dieron su amor- Sango miró a Jani que le devolvió la mirada y asintió con ganas-. Bueno, ¿qué me dices, nos vamos?
Jani asintió de nuevo y le sonrió. Ben se puso en pie y ambos echaron a andar por Eden, al abrigo de la noche y de los ruidos que arrastraba el aire a su alrededor. Jani, de repente, se quedó quieta y miró hacia un rincón oscuro de la ciudad en ruinas.
- Buscaremos algo con lo que iluminar el camino- dijo Sango tirando de ella.
La niña, para sorpresa de Sango, opuso resistencia, pero desapareció al segundo paso que dio en dirección contraria hacia donde ella miraba. No le dio más importancia y dirigió sus pasos al fuego más brillante. Mientras tanto, pensaba en dónde llevar a la niña. Debía averiguar si tenía un hogar y llevarla hasta allí.
- Oye Jani- empezó Sango que soltó su mano y la miró desde arriba un breve instante-, ¿con quién viniste a Edén?- se acercó al una zona en la que había un muro destrozado y decenas de fragmentos y astillas de madera que se sobresalían como púas de la estructura-. Me imagino que querrás volver a casa...
Entrecerró los ojos y cogió un fragmento de madera que debía ser algo más grande que la niña, lo estudió un instante y asintió satisfecho antes de acercarse al fuego que consumía con viveza una estructura que había dejado al descubierto una suerte de estructura metálica y que se estaba fundiendo con el insaciable poder del fuego.
- ¡Sango, mira!
El pelirrojo se giró rápidamente y vio como Jani señalaba la oscuridad más allá.
- ¡Hay una mariposa!
Antes de que Sango pudiera decir nada la niña echó a correr entre risas persiguiendo algo que solo ella veía por medio de la ciudad de Eden. Maldijo su propio nombre y después de que la madera comenzara a arder echó a correr tras Jani.
El eco de su risa se había apagado tan pronto él había salido tras ella y solo escuchaba sus pasos, el replicar metálico de los elementos de la armadura y el fuego, de la improvisada antorcha, agitarse con los bruscos movimientos de su errática carrera buscando por uno y otro lado.
¿Cómo era posible que se le hubiera escapado? Apenas habían sido dos o tres latidos los que había separado la vista de la pequeña y sin embargo...
Un grito que se cortó de manera abrupta hizo que Ben se detuviera en seco y girara para cambiar el rumbo de su trote. Dejó a mano izquierda dos edificios en aparente buen estado para dar de bruces con un socavón en el suelo que rodeó mirando allí donde creía ver algo de movimiento. Entonces, al otro lado, junto a las ruinas de otra edificación, escuchó un gruñido y luego el sonido de unos pies arrastrándose por entre los escombros.
- ¿Jani?- los ruidos cesaron de golpe.
Sango giró la esquina del edificio y entonces se detuvo para contemplar la escena. El edificio, de ese lado, estaba completamente destrozado y en el interior, gracias al fuego que portaba Sango, se intuía algo parecido a los muebles que podía haber en una vivienda. Tirada, sobre una manta, encima de los escombros, reconoció a la mujer morena que había aparecido esa misma noche y con la que había emprendido el camino hacia el interior de Eden. Fuera del edificio, el hombre que la acompañaba, sujetaba a Jani impidiéndole que se sacudiera y que gritara. Pese a ello, la pequeña pataleaba el torso desnudo del hombre y los pantalones medio bajados que dejaban a la vista unos calzones y unas intenciones terriblemente perversas.
Sango comprendió qué estaba pasando y su rostro se transformó. El hombre debió entenderlo al instante porque empezó a negar con la cabeza y a hablar y quizá justificarse. Pero Sango no le oía. Dejó caer la antorcha y caminó despacio hacia él. El hombre soltó a Jani en el suelo y trató de huir pero cayó, trabado por su propia ropa. Se puso en pie y trató de huir pero era demasiado tarde. Ben estampó un puñetazo en el rostro del hombre que salió despedido hacia el interior del edificio.
Su cuerpo se rebozó en los escombros y Sango pudo ver como la sangre no solo salía de su rostro sino también de las heridas que se había hecho en el cuerpo. El pelirrojo avanzó hacia él con el mismo paso. Con la misma expresión de ira. Dejó que se incorporara lo suficiente y entonces le asestó una patada en el costado que lo mandó rodando varios pasos más allá.
El hombre extendió un tembloroso brazo hacia él y pidió clemencia por su vida.
- Por... Por favor...
Sango le enseñó los dientes.
- No.
Le agarró del brazo y le arrastró al exterior, donde lo lanzó con desprecio contra el suelo. Se detuvo un instante para mirar a su alrededor y vio a Jani tirada en el suelo con la cabeza tapada por sus propios brazos. Bien. Clavó sus ojos en el hombre y se llevó la mano derecha a la empuñadura de la espada.
- Era mia... mi mer, merecida... re, recompensa- escupió sangre hacia un lado.
- ¡Es una cría pedazo de mierda!
Sango arremetió contra él pateándole y tirándose contra él mientras le gritaba "es una cría". Solo se detuvo cuando su voz se quebró y le faltó el aire para seguir golpeando el cadáver de aquel despreciable ser. Se levantó rápido y se alejó un par de pasos y observó con rabia los despojos que habían dejado sus manos.
Manos temblorosas y llenas de heridas y sangre. Heridas que aquel desgraciado le había hecho. Se acercó de nuevo y le clavó el tacón de la bota hasta un par de ocasiones antes de gritar de pura frustración y olvidarse de aquel desgraciado para siempre.
Se quedó en silencio, con los ojos cerrados, dejando que sus constantes vitales se relajaran y su cabeza desechara toda la violencia que había desatado. Debía despejarse para llevarse a Jani de allí, apartarla de aquel infierno al que alguien, alguna vez, había llamado paraíso.
Cuando consideró que su estado era adecuado para reemprender la búsqueda de la niña, se sorprendió observando el cuerpo de la mujer. Suspiró y se limpió las manos en la ropa antes de coger la improvisada antorcha. Se acercó a Jani y esta le recibió con un fuerte abrazo.
- Esa mujer necesita ayuda- dijo en con la voz amortiguada.
Sango miró, nuevamente a la mujer de cabellos negros. Pasar más tiempo allí con la niña era una irresponsabilidad, como también lo era no prestar ayuda a aquel que lo necesitara. La niña se separó de él y le miró con ojos brillantes. Sango asintió y sus pasos le llevaron hacia ella, donde se arrodilló y la observó unos instantes.
Estaba llena llena de polvo y tierra, como si hubiera salido de la misma tierra, pero lo más lógico, pensó, sería que hubiera salido de algún derrumbe. Solo de pensar en quedar atrapado provocó que el pelirrojo se estremeciera. Dioses. Su ropa estaba descolocada, su pelo, revuelto, caía por su rostro pero no tapaba las heridas y la sangre seca de seca, como la que presentaba en otras partes del cuerpo. Su mirada estaba perdida en algún punto. Como si aquellos ojos azules trataran de comprender qué ocurría a su alrededor.
Sango posó la antorcha en el suelo y se volvió hacia la mujer. Le puso una mano en el hombro y tras un breve instante, la zarandeó con delicadeza.
- Eh, espabila- dijo Sango tratando de llamar su atención.
La muchacha fue consciente de la interacción, pero parecía demasiado herida como para reaccionar con presteza. Parpadeó y emitió un gemido abrazándose las costillas. El gesto la hizo sisear de dolor y se giró sobre el costado en dirección a Ben mientras tosía de forma áspera.
- Bien, bien...- murmuró observando la reacción de la mujer-. ¿Puedes hablar? ¿Puedes moverte?- preguntó y echó un vistazo por encima del hombro.
Sus ojos repararon en Jani, allí fuera, de rodillas y miraba hacia él con una expresión completamente serena. Era una imagen sobrecogedora. Una niña no tenía que estar allí. Se obligó a desviar la mirada y volverla hacia la mujer cuyos ojos permanecían escondidos detrás de los parpados fuertemente apretados.
- Ese idiota…- jadeó mientras se giraba un poco más, hasta quedar de rodillas sin dejar de abrazar su torso con fuerza.
- Olvídate de él- dijo el pelirrojo-. ¿Puedes caminar?
Levantándose muy lentamente para poder mantenerse firme sobre sus piernas, Iori se incorporó y abrió los ojos para mirarlo a él.
Sango no tuvo que repetirle dos veces que no pensase en Gundemaro. La existencia de aquel hombre se desvaneció en ella mientras intentaba enderezarse hasta que el dolor en sus costillas le dificultaba la respiración.
- Puedo- respondió haciendo que más polvo blanco del derrumbe cayese de sus cabellos.
El pelirrojo se levantó al mismo tiempo que ella y la observó durante unos instantes. Cuando le dijo que podía caminar asintió, satisfecho con la respuesta.
- Deberíamos marcharnos de este lugar- le puso una mano en el brazo y apretó levemente-. ¿Estás segura de que puedes caminar?
El gesto del pelirrojo le permitió comprobar si aquella mujer se valía por sí misma para caminar, para comprobar si podía mantener el equilibrio por su propio pie o si, sin embargo, necesitaba de ayuda.
- Yo desde luego que sí- respondió la morena echando un pie atrás y haciendo una mueca de dolor a su toque.
El dolor era agudo y el gesto del pelirrojo la desestabilizó, pero permaneció de pie con terquedad frente a él. Clavó la mirada azul con un gesto de reproche mudo en los ojos verdes del Héroe, y sin esperar más indicaciones caminó hacia lo que se intuía en la zona iluminada por el fuego que estaba la salida que los conduciría hacia el exterior.
Con pasos cortos pero decididos, la chica que avanzaba para salir de allí con él parecía diferente a las versiones previas que había visto de ella esa noche. Sango salió tras ella.
- Jani, al final no tuvimos que esperar tanto- Ben miró a un lado y a otro-. ¿Jani?
Se adelantó a Iori y con urgencia corrió hacia la esquina de la casa y echó un rápido vistazo. Nada. El corazón de Sango volvió a acelerarse. Sus ojos se posaron por un breve instante en el cuerpo de Gundemaro, descartando que él fuera el culpable de la desaparición de la niña.
A veces creía que los Dioses tenían un sentido del humor perverso. Tener que internarse, nuevamente, en la ciudad en ruinas era lo que menos quería en esos instantes, pero debía hacerlo.
Partió la antorcha improvisada en dos partes más o menos iguales y creó dos antorchas de bastante menor longitud. Suficiente para que ambos tuvieran luz en sus respectivos caminos.
- Toma- dijo tomando una de las manos de la mujer y haciendo que su mano se amoldara a la antorcha-. Sal de esta ciudad; si vas hacia el sur llegarás a Baslodia. Me imagino que habrá caravanas de la Guardia en retirada. No mires atrás. Abandona esta maldita ciudad. Suerte.
Soltó su mano y cogió la otra antorcha que descansaba a sus pies. La alzó por encima de su cabeza y miró a un lado y a otro y decidió ir hacia su izquierda.
Al trote, y sin mirar atrás, se internó, una vez más, en la ciudad maldita de Edén.
Sango
Héroe de Aerandir
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Re: Como vulgar humana, parte uno [Libre][Noche][Cerrado]
Frotó los dedos de las manos con fuerza intentando arrancar el calor en su piel mientras hacía un esfuerzo por recordar. Todo lo que había pasado le resultaba borroso.
Contuvo la respiración para no sentir de forma aguda el dolor que le martilleaba de forma vívida en el costado. Desde que habían encaminado los pasos de regreso al Edén para guiar a aquel grupo de personas las cosas se habían complicado. Y salido de control. Su objetivo inicial era sacarse de encima a aquel hombre, Gundemaro, y había funcionado por lo que parecía. La morena observó de nuevo a su alrededor, con la poca luz que todavía emanaba del gel luminiscente que aplicó en su bastón.
Y el fuego que él le dejó.
Sentía como la improvisada antorcha le caldeaba los pies en la fría noche, en aquella parte de las ruinas de Edén. Y su mirada se ensombreció.
¿Qué demonios había hecho? Apenas eran retazos inconexos, pero no precisaba mucha interpretación para saber que se había dejado llevar por un estallido de ira. Había atacado a aquellos seres metálicos y a él sin distinción. A él. Al Héroe. Escondió la cara entre los dedos sintiendo como la culpabilidad le calentaba las mejillas haciendo que se pusiera roja de vergüenza.
La persona de la que cualquier humano hablaba con orgullo. El nombre pronunciado con una reverencia similar a la que usaban las voces para mentar a los Dioses había sido objetivo de su bastón en medio del caos. Y lo peor había sido ver como era él quien estaba a su lado cuando recuperó la conciencia. Se frotó un lado de la sien y siseó al percibir el abultamiento de una zona en la que recibió un golpe. El colapso del techo, pensó entonces. ¿Él la había sacado?
Más motivos por lo que estarle agradecida.
Aunque de sus labios en lugar de gracias apenas habían salido unos débiles farfullos pidiendo disculpas. Los cuales, estaba casi segura que no había alcanzado a escuchar.
Serían pues los Dioses los únicos que sabrían la gratitud que sentía Iori en su corazón por Sango.
Giró la cabeza a su derecha cuando le pareció percibir un sonido de algo arrastrándose. La sensación de un peligro cercano, más allá de la zona de luz en la que ella se encontraba hizo que la urgencia la recorriera. Llevaba un tiempo largo allí sentada, intentando aclarar la mente y aliviar los dolores de su cuerpo. Pero la seguridad de que había cosas que no veía todavía moviéndose por el lugar la hicieron ponerse de pie de forma renqueante.
Debía de salir de allí.
Aseguró la bolsa con sus escasas pertenencias a un lado de la cintura, asió su bastón, ya prácticamente apagado en una mano y en la otra el fuego que él había compartido con ella. Tendría que bastar para que sus ojos encontrasen en camino correcto, y rezar para que no fuesen otros los que la viesen a ella.
Avanzó sin hacer ruido, con el miedo apretándole la garganta a cada paso, mientras dejaba a Edén, a la bruja, a Gundemaro, a Jani y a Sango atrás.
Contuvo la respiración para no sentir de forma aguda el dolor que le martilleaba de forma vívida en el costado. Desde que habían encaminado los pasos de regreso al Edén para guiar a aquel grupo de personas las cosas se habían complicado. Y salido de control. Su objetivo inicial era sacarse de encima a aquel hombre, Gundemaro, y había funcionado por lo que parecía. La morena observó de nuevo a su alrededor, con la poca luz que todavía emanaba del gel luminiscente que aplicó en su bastón.
Y el fuego que él le dejó.
Sentía como la improvisada antorcha le caldeaba los pies en la fría noche, en aquella parte de las ruinas de Edén. Y su mirada se ensombreció.
¿Qué demonios había hecho? Apenas eran retazos inconexos, pero no precisaba mucha interpretación para saber que se había dejado llevar por un estallido de ira. Había atacado a aquellos seres metálicos y a él sin distinción. A él. Al Héroe. Escondió la cara entre los dedos sintiendo como la culpabilidad le calentaba las mejillas haciendo que se pusiera roja de vergüenza.
La persona de la que cualquier humano hablaba con orgullo. El nombre pronunciado con una reverencia similar a la que usaban las voces para mentar a los Dioses había sido objetivo de su bastón en medio del caos. Y lo peor había sido ver como era él quien estaba a su lado cuando recuperó la conciencia. Se frotó un lado de la sien y siseó al percibir el abultamiento de una zona en la que recibió un golpe. El colapso del techo, pensó entonces. ¿Él la había sacado?
Más motivos por lo que estarle agradecida.
Aunque de sus labios en lugar de gracias apenas habían salido unos débiles farfullos pidiendo disculpas. Los cuales, estaba casi segura que no había alcanzado a escuchar.
Serían pues los Dioses los únicos que sabrían la gratitud que sentía Iori en su corazón por Sango.
Giró la cabeza a su derecha cuando le pareció percibir un sonido de algo arrastrándose. La sensación de un peligro cercano, más allá de la zona de luz en la que ella se encontraba hizo que la urgencia la recorriera. Llevaba un tiempo largo allí sentada, intentando aclarar la mente y aliviar los dolores de su cuerpo. Pero la seguridad de que había cosas que no veía todavía moviéndose por el lugar la hicieron ponerse de pie de forma renqueante.
Debía de salir de allí.
Aseguró la bolsa con sus escasas pertenencias a un lado de la cintura, asió su bastón, ya prácticamente apagado en una mano y en la otra el fuego que él había compartido con ella. Tendría que bastar para que sus ojos encontrasen en camino correcto, y rezar para que no fuesen otros los que la viesen a ella.
Avanzó sin hacer ruido, con el miedo apretándole la garganta a cada paso, mientras dejaba a Edén, a la bruja, a Gundemaro, a Jani y a Sango atrás.
Iori Li
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