Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
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Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Tan pronto como anocheció, la dragona se deslizó hacia el interior de la posada nuevamente, con el estómago lleno y energía suficiente como para encarar una nueva noche de viaje. La parada en esa pequeña aldea, que ni siquiera figuraba en la mayoría de mapas, había sido un mal menor obligatorio, a raíz de la particular situación de su compañero.
La posadera, una mujer mayor, de robusta figura y rostro amable, la asalto al pie de la escalera, impidiéndole subir.
—¿Se van a quedar una noche más?.— Quiso saber, aunque por su tono era evidente que esa no era la pregunta que deseaba hacer. Arygos no se percató de ello.
—No, partiremos en breve.— La muchacha se ladeó, intentando flanquear a la posadera. La rolliza mujer se apoyó sobre la barandilla con comodidad y puso un brazo en jarra, de modo que el paso quedaba totalmente barrado.
—¿Van más al norte, no?
—... Si
—Que bien, que bien, parece casi la providencia.— Se sonrió. La dragona no entendía un pimiento. — Justo el doctor Troyll necesita de alguien que vaya al norte, aquí cerquita, a acompañar una paciente a su casa. Es un buen hombre, sabes.— La mano de la posadera se colocó sobre el brazo de la joven cilla, con afán confidente. — Trata al que lo necesite, así cuando apenas pueden pagarle, pero en su casa no tiene mucho espacio para pacientes. ¿Podrían acompañar a la señora Roggit a su casa? El doctor ya no puede alojarla y acaba de tener retoños.— Arygos abrió la boca unas cuantas veces a lo largo del discurso de la mujer, pero esta no se detuvo, sin permitirle que la interrumpiese.— Y ustedes parecen dos personas decentes. La señora Roggit estará más segura viajando con ustedes, y a toda pareja joven le viene bien estar en contacto con niños.— Le guiño el ojo con complicidad a la peliblanca. Lo único que sacó la dragona de todo aquello era que le habría entrado alguna basurilla. — Sí... supongo.— Frunció los labios, entendiendo la mitad de lo que la mujer decía.
La rolliza anfitriona la soltó y se acomodó los faldones con entusiasmo. — ¡Que alegría! Salgo a avisar entonces al doctor y la señora, ustedes no se preocupen, no los retrasarán. Haré que tengan todo listo para cuando puedan partir.— Y sin permitirle un instante para repensárselo o retractarse, se apartó de la escalera y cruzo el salón a grandes zancadas. —Herbert, cuídame el salón, que no me tardo.— Espetó a su marido, y desapareció por la puerta.
Arygos se quedó quieta en el lugar durante unos cuantos segundos, confusa, intentándose sacar la sensación de encima de que acababa de meterse a ella y al vampiro en un embrollo.
Una tímida vela iluminó la pequeña habitación que habían alquilado. La única ventana se hallaba cubierta con una celosía vieja que no dejaba pasar ni el más tímido rayo de luz. La mesa de luz y la cama consistían en todo el mobiliario del lugar. En la primera estaba la vela de sebo, en la segunda, la silueta del vampiro que dormía. Arygos se sentó en el borde de la cama, agarrándose del cabezal de madera para no hundirse en el colchón de paja.
—Víctor.- Sacudió a su compañero del hombro con cuidado.— Despierta… ya es de noche.— Hizo una pequeña pausa, intentando ordenar sus pensamientos.— Creo que nos he comprometido a un trabajo...-Musitó dubitativa, con algo de culpa.
La posadera, una mujer mayor, de robusta figura y rostro amable, la asalto al pie de la escalera, impidiéndole subir.
—¿Se van a quedar una noche más?.— Quiso saber, aunque por su tono era evidente que esa no era la pregunta que deseaba hacer. Arygos no se percató de ello.
—No, partiremos en breve.— La muchacha se ladeó, intentando flanquear a la posadera. La rolliza mujer se apoyó sobre la barandilla con comodidad y puso un brazo en jarra, de modo que el paso quedaba totalmente barrado.
—¿Van más al norte, no?
—... Si
—Que bien, que bien, parece casi la providencia.— Se sonrió. La dragona no entendía un pimiento. — Justo el doctor Troyll necesita de alguien que vaya al norte, aquí cerquita, a acompañar una paciente a su casa. Es un buen hombre, sabes.— La mano de la posadera se colocó sobre el brazo de la joven cilla, con afán confidente. — Trata al que lo necesite, así cuando apenas pueden pagarle, pero en su casa no tiene mucho espacio para pacientes. ¿Podrían acompañar a la señora Roggit a su casa? El doctor ya no puede alojarla y acaba de tener retoños.— Arygos abrió la boca unas cuantas veces a lo largo del discurso de la mujer, pero esta no se detuvo, sin permitirle que la interrumpiese.— Y ustedes parecen dos personas decentes. La señora Roggit estará más segura viajando con ustedes, y a toda pareja joven le viene bien estar en contacto con niños.— Le guiño el ojo con complicidad a la peliblanca. Lo único que sacó la dragona de todo aquello era que le habría entrado alguna basurilla. — Sí... supongo.— Frunció los labios, entendiendo la mitad de lo que la mujer decía.
La rolliza anfitriona la soltó y se acomodó los faldones con entusiasmo. — ¡Que alegría! Salgo a avisar entonces al doctor y la señora, ustedes no se preocupen, no los retrasarán. Haré que tengan todo listo para cuando puedan partir.— Y sin permitirle un instante para repensárselo o retractarse, se apartó de la escalera y cruzo el salón a grandes zancadas. —Herbert, cuídame el salón, que no me tardo.— Espetó a su marido, y desapareció por la puerta.
Arygos se quedó quieta en el lugar durante unos cuantos segundos, confusa, intentándose sacar la sensación de encima de que acababa de meterse a ella y al vampiro en un embrollo.
Una tímida vela iluminó la pequeña habitación que habían alquilado. La única ventana se hallaba cubierta con una celosía vieja que no dejaba pasar ni el más tímido rayo de luz. La mesa de luz y la cama consistían en todo el mobiliario del lugar. En la primera estaba la vela de sebo, en la segunda, la silueta del vampiro que dormía. Arygos se sentó en el borde de la cama, agarrándose del cabezal de madera para no hundirse en el colchón de paja.
—Víctor.- Sacudió a su compañero del hombro con cuidado.— Despierta… ya es de noche.— Hizo una pequeña pausa, intentando ordenar sus pensamientos.— Creo que nos he comprometido a un trabajo...-Musitó dubitativa, con algo de culpa.
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Había sido un viaje largo, a pesar de la velocidad de vuelo de Arygos, viajar solo de noche suponía fuertes retrasos en el itinerario que debían solventarse de alguna manera, y esa manera era con esa manera trepidante que tenía la dragona de surcar el cielo. A este punto ya andaba planeando añadirle algunas correas a la silla para amarrarme a ella y no caerme, y desde luego, tener a la mano una bolsita por si acaso había alguna expulsión accidental.
Y ahí estábamos de nuevo, surcando el cielo como si no hubiera mañana cuando de pronto la silla se soltó. Abrí los ojos como platos y grité como si la vida de me fuera en ello, agité las manos en busca de algo de lo que pudiera sujetarme, fue entonces cuando noté que no solo estaba cayendo desde gran altura, sino que además la luz del sol me estaba achicharrando, fue entonces cuando escuché la voz de Arygos en mi cabeza.
Abrí los ojos repentinamente y me aferré a la dragona como si realmente hubiese estado cayendo -De noche, que bueno que es de noche, me gusta la noche- Dije disimulando el susto del sueño y la caída. La dragona parecía temerosa de contarme lo que sucedía, comenzaba a ponerme nervioso cuando al fin dijo lo que ocurría -¿Qué tipo de trabajo?- Pregunté con dudas, aunque en ese momento nos interrumpió la entrada de una inquietantemente graciosa mujer conejo que no medía más de un metro de altura.
Venía acompañada por la dueña de la posada y se veía conmovedoramente ilusionada y emocionada -Muchas gracias por ofrecerse a acompañarme- Dijo la mujer mientras se inclinaba como una pequeña reverencia -No imaginan lo feliz que me siento, espero que pronto les toque a ustedes tener sus crías y vivir este momento- Nos señaló emocionada -Oh, no, espere, nosotros no- No terminé de decir nada pues la mujer bestia continuó su explicación.
Debo volver a casa con mi esposo, no está muy lejos de aquí, pero el camino es peligroso en la noche, espero que no les resulte mucha molestia- Expresó un poco apenada pero la mujer de la posada la interrumpió sin vergüenza alguna -Ellos mismos se ofrecieron- Mintió con descaro -Traté de persuadirlos pero insistieron demasiado, ella dijo que de ninguna manera podían permitir que los adorables y esponjosos bebitos estuvieran en peligro en el bosque oscuro y frío- Terminó la oración llevando las manos a su pecho de manera dramática.
Miré a Arygos, y luego a la mujer que obviamente mentía, pero la coneja se veía tan ilusionada que al final no pude negarme -Así es, insistimos en llevarla a salvo a su hogar, Doña Coneja- Puse una mano en el hombro de Arygos y sonreí ampliamente -Serán unos 2 o 3, me imagino- Pregunté con ingenuidad -Quizá, algunos más- Dijo la posadera con una risa nerviosa -Tranquila, podremos manejar algunos más- Dije, atrapado en mi aberrante e infinita ignorancia de lo que se nos venía encima.
En unos minutos estaremos listos- Dije a ambas mujeres -Espérennos abajo con los bebés listos para partir- Señalé alarmando a la coneja aunque lo arreglé de prisa -Partir como iniciar el viaje, no como de partir a nadie- Reí nervioso y dejé que las mujeres salieran mientras yo me ponía las botas, que a todas estas, esas mujeres habían entrado sin siquiera tocar la puerta, una completa falta de respeto.
[1] No tengo nada que decir acá pero me gusta colocar el offrol porque se ve bonito =) Y ahí estábamos de nuevo, surcando el cielo como si no hubiera mañana cuando de pronto la silla se soltó. Abrí los ojos como platos y grité como si la vida de me fuera en ello, agité las manos en busca de algo de lo que pudiera sujetarme, fue entonces cuando noté que no solo estaba cayendo desde gran altura, sino que además la luz del sol me estaba achicharrando, fue entonces cuando escuché la voz de Arygos en mi cabeza.
Abrí los ojos repentinamente y me aferré a la dragona como si realmente hubiese estado cayendo -De noche, que bueno que es de noche, me gusta la noche- Dije disimulando el susto del sueño y la caída. La dragona parecía temerosa de contarme lo que sucedía, comenzaba a ponerme nervioso cuando al fin dijo lo que ocurría -¿Qué tipo de trabajo?- Pregunté con dudas, aunque en ese momento nos interrumpió la entrada de una inquietantemente graciosa mujer conejo que no medía más de un metro de altura.
Venía acompañada por la dueña de la posada y se veía conmovedoramente ilusionada y emocionada -Muchas gracias por ofrecerse a acompañarme- Dijo la mujer mientras se inclinaba como una pequeña reverencia -No imaginan lo feliz que me siento, espero que pronto les toque a ustedes tener sus crías y vivir este momento- Nos señaló emocionada -Oh, no, espere, nosotros no- No terminé de decir nada pues la mujer bestia continuó su explicación.
Debo volver a casa con mi esposo, no está muy lejos de aquí, pero el camino es peligroso en la noche, espero que no les resulte mucha molestia- Expresó un poco apenada pero la mujer de la posada la interrumpió sin vergüenza alguna -Ellos mismos se ofrecieron- Mintió con descaro -Traté de persuadirlos pero insistieron demasiado, ella dijo que de ninguna manera podían permitir que los adorables y esponjosos bebitos estuvieran en peligro en el bosque oscuro y frío- Terminó la oración llevando las manos a su pecho de manera dramática.
Miré a Arygos, y luego a la mujer que obviamente mentía, pero la coneja se veía tan ilusionada que al final no pude negarme -Así es, insistimos en llevarla a salvo a su hogar, Doña Coneja- Puse una mano en el hombro de Arygos y sonreí ampliamente -Serán unos 2 o 3, me imagino- Pregunté con ingenuidad -Quizá, algunos más- Dijo la posadera con una risa nerviosa -Tranquila, podremos manejar algunos más- Dije, atrapado en mi aberrante e infinita ignorancia de lo que se nos venía encima.
En unos minutos estaremos listos- Dije a ambas mujeres -Espérennos abajo con los bebés listos para partir- Señalé alarmando a la coneja aunque lo arreglé de prisa -Partir como iniciar el viaje, no como de partir a nadie- Reí nervioso y dejé que las mujeres salieran mientras yo me ponía las botas, que a todas estas, esas mujeres habían entrado sin siquiera tocar la puerta, una completa falta de respeto.
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Los brazos del vampiro se enredaron con desesperación en la muchacha, que, sorprendida, cayó hacia la cama y quedó apoyada en su pecho, con una expresión de desconcierto claramente pintada en el rostro. Ajena a toda noción de las pesadillas que habían asolado a su compañero, se quedó entre sus brazos.
—Sí, ya es de noche, desde hace un rato.— Corroboro, sin saber muy bien de que otra forma responder.
La puerta se abrió de forma repentina, llenando la estancia de la luz que provenía del pasillo. La dragona entornó los ojos, y contemplo a las recién llegadas. Arygos se escurrió con delicadeza del abrazo, no por pudor, sino para poder contemplar mejor a la curiosa mujer conejo que tenían delante. Parecía una liebre sobredimensionada, y, si no hubiera podido hablar, habría despertado su apetito. Esa pequeña realización sería su secreto.
—Muchas gracias por ofrecerse a acompañarme. No imaginan lo feliz que me siento, espero que pronto les toque a ustedes tener sus crías y vivir este momento.— La dragona miró a su acompañante. ¿Podían los vampiros siguiera tener crías? Creía haber leído que no. No supo si compadecerlo o envidiarlo, y, al mismo tiempo, una parte de ella, remota e incomprendida, se lamentaba que no fuera uno de los suyos.
Sin interrumpir a las mujeres, Arygos miró de soslayo a su compañero.— No ha sido así... me han pedido ayuda.— musito en un hilillo de voz, con clara disculpa en el tono. Ninguna de las señoras pareció escuchar su aclaración.
Un suspiro de alivio se escapó entre los labios de la peliblanca cuando Víctor se propuso con entusiasmo para el trabajo, haciendo desaparecer cualquier rastro de culpa por haberlos metido en ese embrollo. —Así es, insistimos en llevarla a salvo a su hogar, Doña Coneja. Serán unos 2 o 3, me imagino.
—Quizás algunos más.
—¿Cuántos más?.— Arygos abrió mucho los ojos, y su voz salió en un hilillo agudo y bajo, difícil de oír. Había tenido la ocasión de observar el parto de algunos de sus hermanos más pequeños. Un espectáculo horripilante, origen de muchas de sus pesadillas, y eso que habían sido siempre dos retoños como máximo. La idea de que alguien pasara por semejante situación para escupir de sus entrañas más de dos niños le heló la sangre e hizo que se le aflojasen las rodillas.
—Tranquila, podremos manejar algunos más.
Las mujeres se fueron, sin siquiera molestarse en cerrar la puerta. Sus alegres vocecillas se podían escuchar en la distancia, mientras bajaban las escaleras.
Mientras el vampiro se adecentaba para salir, la dragona tomó su melena blanca entre los dedos, y la convirtió en una trenza larga y gruesa que llegaba hasta la mitad de su espalda. Luego enrollo la misma, haciendo un rodete, y lo fijó en la parte trasera de su cabeza. Una de las cosas que había aprendido de los bebes en sus tiempos era que si había algo que podían meterse en la boca, lo hacían, y prefería no terminar con el pelo lleno de babas.
Dándose por satisfecha, se puso en pie y espero a Víctor para bajar.
En el salón de la posada se podían escuchar unos sonidos agudos de naturaleza difícil de discernir, parecían una mezcla entre pequeños chillidos y llantos. Su origen era una de las mesas, sobre la cual, encima de varias colchas, se hallaban una ristra de criaturas horrendas. Eran una mezcla de bebes humanos con roedores, cubiertos de una fina pelusa que dejaba ver la piel, muy rosada y arrugada. Sus ojos, protuberantes, estaban cerrados, enmarcados por unas orejas largas pegadas a sus mejillas. Sus rasgos eran más redondos que los de un conejo, con los hocicos cortos. Eran tan feos que hasta daban ternura. Había una decena, pero cabían todos perfectamente en una mesa porque medían palmo y medio. Arygos miró a Bio con horror, eran demasiados.
—¿Cómo vamos a llevar a tantos?.— Nada más pronunciar esas palabras, la mama entro en la posada, cargando contra su pecho una cría más en cada brazo. — Estos son los últimos.— Les sonrió, con el orgullo y el amor de una primeriza contenta de su obra. Eran en total 12.
La dragona se agarró de la manga del vampiro, temiendo que las rodillas le fallasen.
—Sí, ya es de noche, desde hace un rato.— Corroboro, sin saber muy bien de que otra forma responder.
La puerta se abrió de forma repentina, llenando la estancia de la luz que provenía del pasillo. La dragona entornó los ojos, y contemplo a las recién llegadas. Arygos se escurrió con delicadeza del abrazo, no por pudor, sino para poder contemplar mejor a la curiosa mujer conejo que tenían delante. Parecía una liebre sobredimensionada, y, si no hubiera podido hablar, habría despertado su apetito. Esa pequeña realización sería su secreto.
—Muchas gracias por ofrecerse a acompañarme. No imaginan lo feliz que me siento, espero que pronto les toque a ustedes tener sus crías y vivir este momento.— La dragona miró a su acompañante. ¿Podían los vampiros siguiera tener crías? Creía haber leído que no. No supo si compadecerlo o envidiarlo, y, al mismo tiempo, una parte de ella, remota e incomprendida, se lamentaba que no fuera uno de los suyos.
Sin interrumpir a las mujeres, Arygos miró de soslayo a su compañero.— No ha sido así... me han pedido ayuda.— musito en un hilillo de voz, con clara disculpa en el tono. Ninguna de las señoras pareció escuchar su aclaración.
Un suspiro de alivio se escapó entre los labios de la peliblanca cuando Víctor se propuso con entusiasmo para el trabajo, haciendo desaparecer cualquier rastro de culpa por haberlos metido en ese embrollo. —Así es, insistimos en llevarla a salvo a su hogar, Doña Coneja. Serán unos 2 o 3, me imagino.
—Quizás algunos más.
—¿Cuántos más?.— Arygos abrió mucho los ojos, y su voz salió en un hilillo agudo y bajo, difícil de oír. Había tenido la ocasión de observar el parto de algunos de sus hermanos más pequeños. Un espectáculo horripilante, origen de muchas de sus pesadillas, y eso que habían sido siempre dos retoños como máximo. La idea de que alguien pasara por semejante situación para escupir de sus entrañas más de dos niños le heló la sangre e hizo que se le aflojasen las rodillas.
—Tranquila, podremos manejar algunos más.
Las mujeres se fueron, sin siquiera molestarse en cerrar la puerta. Sus alegres vocecillas se podían escuchar en la distancia, mientras bajaban las escaleras.
Mientras el vampiro se adecentaba para salir, la dragona tomó su melena blanca entre los dedos, y la convirtió en una trenza larga y gruesa que llegaba hasta la mitad de su espalda. Luego enrollo la misma, haciendo un rodete, y lo fijó en la parte trasera de su cabeza. Una de las cosas que había aprendido de los bebes en sus tiempos era que si había algo que podían meterse en la boca, lo hacían, y prefería no terminar con el pelo lleno de babas.
Dándose por satisfecha, se puso en pie y espero a Víctor para bajar.
En el salón de la posada se podían escuchar unos sonidos agudos de naturaleza difícil de discernir, parecían una mezcla entre pequeños chillidos y llantos. Su origen era una de las mesas, sobre la cual, encima de varias colchas, se hallaban una ristra de criaturas horrendas. Eran una mezcla de bebes humanos con roedores, cubiertos de una fina pelusa que dejaba ver la piel, muy rosada y arrugada. Sus ojos, protuberantes, estaban cerrados, enmarcados por unas orejas largas pegadas a sus mejillas. Sus rasgos eran más redondos que los de un conejo, con los hocicos cortos. Eran tan feos que hasta daban ternura. Había una decena, pero cabían todos perfectamente en una mesa porque medían palmo y medio. Arygos miró a Bio con horror, eran demasiados.
—¿Cómo vamos a llevar a tantos?.— Nada más pronunciar esas palabras, la mama entro en la posada, cargando contra su pecho una cría más en cada brazo. — Estos son los últimos.— Les sonrió, con el orgullo y el amor de una primeriza contenta de su obra. Eran en total 12.
La dragona se agarró de la manga del vampiro, temiendo que las rodillas le fallasen.
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Entre el efusivo abrazo sorpresivo a la dragona, y las palabras de la coneja que justo había entrado en el momento más comprometedor me hicieron poner ligeramente nervioso, aunque por suerte la situación tomó otros tintes rápidamente ante la charla de los pequeños orejones, en mi mente, un par de conejitos no resultaban ser ningún problema, así que, tras la salida de las mujeres, comencé a prepararme acomodando mis botas y asegurando que llevaba todo mi equipo encima.
Supe de inmediato que era falso el señalamiento de la posadera, quien indicaba que habíamos insistido en la tarea y le sonreí a la dragona amablemente antes de seguirle la corriente a la mentirosa, solo porque la adorable coneja se veía muy contenta con la idea -Tranquila, terminará pronto, llevaremos a la coneja con sus conejitos, y seguiremos nuestro camino como si nada- Dije sumido en la más absoluta ingenuidad.
¿Me acompaña? Hermosa dama- Le dije en tono juguetón a la dragona mientras le ofrecía mi brazo de manera caballerosa para luego bajar las escaleras, menuda sorpresa nos llevaríamos luego al ver que se trataba de nada menos que un pequeño ejército de cositos esponjosos que si crecían, podrían iniciar un plan siniestro de dominación mundial -No son tantos- Dije nervioso -Seguro no son todos ellos- Miré a la dragona mientras un ligero tic nervioso de ojo saltón se adueñaba del lado derecho de mi cara.
Y justo cuando parecía que no podía ser peor, aparecieron dos más, para un total de doce pequeños engendros, tomé con fuerza el brazo de Arygos para pasar el susto, pero a este punto no era capaz de retractarme, así que alguna manera debíamos encontrar para llevar a tantos animalejos -Tengo una idea- Dije de prisa mientras dejaba atrás a la dragona y me acercaba a la puerta de la posada, y allí justo al frente, había una pequeña carroza apenas cargada con algo de pasto, en donde sin problemas podríamos cargar a los conejitos como si de cualquier mercancía se tratara.
¿Quién es el dueño de este carruaje?- Pregunté en voz alta a los presentes, un pequeño cúmulo de apenas unas 10 personas que cenaban en el pequeño restaurant de la posada -Es mía, mi buen señor- Dijo un hombre mayor en una de las mesas. Me acerqué a él para hablarle en tono bajo -Necesitamos tu servicio, estamos en una misión de gran importancia, el destino del mundo depende de ello y solo tú puedes ayudarnos a lograrlo- Le dije al sujeto mirándolo a los ojos y poniendo una mano en su hombro.
No parecía muy convencido, así que fue necesario recurrir a métodos menos honestos -Sé que quieres, se te nota- [1] Le dije con una muy ligera carga de magia de voz para convencerlo de que tenía la intención de ir -Quizá deba ir con ustedes, es peligroso dejar que vayan solos- Respondió el hombre obedientemente -Exacto, es lo que dije, gracias, buen hombre- Sin más, se levantó y fue a preparar la pequeña carroza, la cual consistía en simplemente una pequeña caja de madera con una rueda a cada lado, remolcadas por un caballo de fuerza.
Creo que ya resolvimos una parte del problema- Le dije a la dragona con una sonrisa, al menos por ahora teníamos un buen comienzo -Doña Coneja, debemos meter a sus hijos a la carroza, la paja ayudará a que estén cómodos y acolchados durante el viaje, y nosotros caminaremos a los lados para atenderlos en lo que necesiten- En mi mente parecía un buen plan, claro que en algún momento el dueño de la carroza saldría del trance mágico, pero de eso me encargaría más adelante.
[1] Habilidad de nivel 4: El demonio de la perversidad Supe de inmediato que era falso el señalamiento de la posadera, quien indicaba que habíamos insistido en la tarea y le sonreí a la dragona amablemente antes de seguirle la corriente a la mentirosa, solo porque la adorable coneja se veía muy contenta con la idea -Tranquila, terminará pronto, llevaremos a la coneja con sus conejitos, y seguiremos nuestro camino como si nada- Dije sumido en la más absoluta ingenuidad.
¿Me acompaña? Hermosa dama- Le dije en tono juguetón a la dragona mientras le ofrecía mi brazo de manera caballerosa para luego bajar las escaleras, menuda sorpresa nos llevaríamos luego al ver que se trataba de nada menos que un pequeño ejército de cositos esponjosos que si crecían, podrían iniciar un plan siniestro de dominación mundial -No son tantos- Dije nervioso -Seguro no son todos ellos- Miré a la dragona mientras un ligero tic nervioso de ojo saltón se adueñaba del lado derecho de mi cara.
Y justo cuando parecía que no podía ser peor, aparecieron dos más, para un total de doce pequeños engendros, tomé con fuerza el brazo de Arygos para pasar el susto, pero a este punto no era capaz de retractarme, así que alguna manera debíamos encontrar para llevar a tantos animalejos -Tengo una idea- Dije de prisa mientras dejaba atrás a la dragona y me acercaba a la puerta de la posada, y allí justo al frente, había una pequeña carroza apenas cargada con algo de pasto, en donde sin problemas podríamos cargar a los conejitos como si de cualquier mercancía se tratara.
¿Quién es el dueño de este carruaje?- Pregunté en voz alta a los presentes, un pequeño cúmulo de apenas unas 10 personas que cenaban en el pequeño restaurant de la posada -Es mía, mi buen señor- Dijo un hombre mayor en una de las mesas. Me acerqué a él para hablarle en tono bajo -Necesitamos tu servicio, estamos en una misión de gran importancia, el destino del mundo depende de ello y solo tú puedes ayudarnos a lograrlo- Le dije al sujeto mirándolo a los ojos y poniendo una mano en su hombro.
No parecía muy convencido, así que fue necesario recurrir a métodos menos honestos -Sé que quieres, se te nota- [1] Le dije con una muy ligera carga de magia de voz para convencerlo de que tenía la intención de ir -Quizá deba ir con ustedes, es peligroso dejar que vayan solos- Respondió el hombre obedientemente -Exacto, es lo que dije, gracias, buen hombre- Sin más, se levantó y fue a preparar la pequeña carroza, la cual consistía en simplemente una pequeña caja de madera con una rueda a cada lado, remolcadas por un caballo de fuerza.
Creo que ya resolvimos una parte del problema- Le dije a la dragona con una sonrisa, al menos por ahora teníamos un buen comienzo -Doña Coneja, debemos meter a sus hijos a la carroza, la paja ayudará a que estén cómodos y acolchados durante el viaje, y nosotros caminaremos a los lados para atenderlos en lo que necesiten- En mi mente parecía un buen plan, claro que en algún momento el dueño de la carroza saldría del trance mágico, pero de eso me encargaría más adelante.
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
—Seguro, no son todos ellos— La voz del vampiro puso de manifiesto el rezo que la dragona mantenía para sus adentros. Por desgracia para ambos, quedó en agua de borrajas, y ni el tick nervioso, ni los murmullos, ni los mantras que se repetían por sus adentros iban a aminorar el número de pequeños bebes gritones que descansaban sobre la mesa, molestando con sus chillidos al resto de comensales.
Arygos se quedó de pie, delante de la mesa, con las manos, agarrando tímidamente el borde de madera de la tabla, observando las diminutas cinturillas pelonas, que movían las extremidades torpemente. Asintió a la idea del vampiro sin saber en qué consistía, porque ella no tenía ninguna. Lo siguió con la mirada, esperando a la resolución que apuntaba, y con asombro contemplo como fácilmente lograba convencer al anciano para que les ayudase.
El viejo salió presto a alistar su carro, a un paso vigoroso que contrastaba con su apariencia. Era de estatura media, pero brazos delgados, y se encontraba encorvado por la edad. La dragona no pudo advertir a que se dedicaba, porque su vehículo se hallaba vacío. Si había ido a la aldea a mercar, había logrado vender todas sus mercancías.
Doña coneja, que se presentó como Wennei, Wenny para los amigos, empezó a llevar hábilmente a los pequeños conejillos hacia el carro. Sus pasos eran cortos, pero altos, casi como si diera pequeños brinquitos. Parecía llena de vida y energía, presa de un gran entusiasmo, por sus nuevos cachorros y por estar emprendiendo su camino a casa.
—No sé cómo lo haces para conseguir convencer siempre a la gente.— Alabo la peliblanca a su compañero, con un asombro inocente y genuino. Con cuidado tomó uno de los bebes en sus brazos. Aunque su gesto carecía de confianza, su cuerpo se movía con la soltura y la costumbre de quien está habituado a tratar con recién nacidos.
—Mírense, qué parejita más encantadora.—Los interrumpió la posadera, mirando como llevaban los bebes en brazos. Cargando ella también uno de los niños hacia el carro. Las criaturas chillonas empezaban a molestar a los clientes, y la forma más cómoda de echarlos de allí era ayudarlos, así que sin perder su sonrisa, la anfitriona de los aventureros hizo un par de viajes junto a ellos de la mesa al carro, hasta que no quedó uno solo de los criajos en su local, y los acompañó efusivamente hasta la salida.
La puerta se cerró un instante después de que cruzaran el umbral. El aire del gesto les peinó la nuca. La posadera les había cerrado la puerta casi en las narices, y, libre ya de ese enredo, dedicó su atención a la clientela, buscando meter las narices en la vida personal de algún otro aldeano.
El pequeño contingente salió de la aldea. Los árboles tupidos, teñidos de los cálidos colores del otoño, enseguida ocultaron las casuchas bajas del villorio que acaban de abandonar. Al frente de la comitiva iba el anciano, tomando de las riendas de su bestia de tiro, como un palafrenero.
—Tenía tantas ganas de ayudarlos.— Comentó con entusiasmo, tras poner rumbo a la dirección que Wenny le había indicado. — Sé que se me notaba.— Se mesó la barba cana con la mano libre.— ¡Y tan poco que hago solo con el carro! ¿No puedo ayudarlos con algo más?
Del lado opuesto del pinto iba la mama, llevando a uno de sus hijos en brazos, al que acunaba mientras le daba el pecho.
—Ya están ayudando mucho, gracias, señores, gracias.— No se inclinó profundamente porque sostenía a su cría, pero su cabeza izo el gesto, y sus largas orejas se balancearon chistosamente de un lado a otro.
El traqueteo del carro mecía a sus ocupantes, relajándolos. Casi todos dejaron de llorar, y los que seguían berreando lo hacían con menos fuerza. Tanto se relajaron que a poco más de una milla de travesía un olor pútrido a leche fermentada empezó a emanar de la pila de leporidos. Cuál efecto en cadena, un pedo de sonido jugoso reveló que uno de los hermanitos había seguido el ejemplo del primero y también se había cagado encima.
—Hay que parar un momento.— Avisó la dragona, al tiempo que un tercero ruido pedorrearte precedía la tercera mierda. —¿Tienes pañales de sobra?.— Pregunto a la coneja, pues estaban algo lejos del río, y desconocía si algún riachuelo pasaba cerca.
—Oh, sí, tengo un par.-La mujer bestia dejó a su retoño en el carro, y sacó literalmente dos pañales.
Arygos tomó una bota de agua, y con una rapidez mecánica cambio y limpio a los dos primeros cagoncetes. El tercero quedó con el culo al aire.
—Necesitamos otro más.
—Vaya… qué mala suerte, no me dieron más.— Se lamentó la mamá coneja.— ¿Podrían prestarme algo de tela? Sería de mucha ayuda. Prometo limpiarlo cuando lleguemos a mi casa.
Como presa de un encanto, el anciano se quitó de los hombros un chal de lino, y se lo ofreció al grupo.— Tomen, úsenlo, cualquier cosa que pueda ser de ayuda.
Arygos se quedó de pie, delante de la mesa, con las manos, agarrando tímidamente el borde de madera de la tabla, observando las diminutas cinturillas pelonas, que movían las extremidades torpemente. Asintió a la idea del vampiro sin saber en qué consistía, porque ella no tenía ninguna. Lo siguió con la mirada, esperando a la resolución que apuntaba, y con asombro contemplo como fácilmente lograba convencer al anciano para que les ayudase.
El viejo salió presto a alistar su carro, a un paso vigoroso que contrastaba con su apariencia. Era de estatura media, pero brazos delgados, y se encontraba encorvado por la edad. La dragona no pudo advertir a que se dedicaba, porque su vehículo se hallaba vacío. Si había ido a la aldea a mercar, había logrado vender todas sus mercancías.
Doña coneja, que se presentó como Wennei, Wenny para los amigos, empezó a llevar hábilmente a los pequeños conejillos hacia el carro. Sus pasos eran cortos, pero altos, casi como si diera pequeños brinquitos. Parecía llena de vida y energía, presa de un gran entusiasmo, por sus nuevos cachorros y por estar emprendiendo su camino a casa.
—No sé cómo lo haces para conseguir convencer siempre a la gente.— Alabo la peliblanca a su compañero, con un asombro inocente y genuino. Con cuidado tomó uno de los bebes en sus brazos. Aunque su gesto carecía de confianza, su cuerpo se movía con la soltura y la costumbre de quien está habituado a tratar con recién nacidos.
—Mírense, qué parejita más encantadora.—Los interrumpió la posadera, mirando como llevaban los bebes en brazos. Cargando ella también uno de los niños hacia el carro. Las criaturas chillonas empezaban a molestar a los clientes, y la forma más cómoda de echarlos de allí era ayudarlos, así que sin perder su sonrisa, la anfitriona de los aventureros hizo un par de viajes junto a ellos de la mesa al carro, hasta que no quedó uno solo de los criajos en su local, y los acompañó efusivamente hasta la salida.
La puerta se cerró un instante después de que cruzaran el umbral. El aire del gesto les peinó la nuca. La posadera les había cerrado la puerta casi en las narices, y, libre ya de ese enredo, dedicó su atención a la clientela, buscando meter las narices en la vida personal de algún otro aldeano.
El pequeño contingente salió de la aldea. Los árboles tupidos, teñidos de los cálidos colores del otoño, enseguida ocultaron las casuchas bajas del villorio que acaban de abandonar. Al frente de la comitiva iba el anciano, tomando de las riendas de su bestia de tiro, como un palafrenero.
—Tenía tantas ganas de ayudarlos.— Comentó con entusiasmo, tras poner rumbo a la dirección que Wenny le había indicado. — Sé que se me notaba.— Se mesó la barba cana con la mano libre.— ¡Y tan poco que hago solo con el carro! ¿No puedo ayudarlos con algo más?
Del lado opuesto del pinto iba la mama, llevando a uno de sus hijos en brazos, al que acunaba mientras le daba el pecho.
—Ya están ayudando mucho, gracias, señores, gracias.— No se inclinó profundamente porque sostenía a su cría, pero su cabeza izo el gesto, y sus largas orejas se balancearon chistosamente de un lado a otro.
El traqueteo del carro mecía a sus ocupantes, relajándolos. Casi todos dejaron de llorar, y los que seguían berreando lo hacían con menos fuerza. Tanto se relajaron que a poco más de una milla de travesía un olor pútrido a leche fermentada empezó a emanar de la pila de leporidos. Cuál efecto en cadena, un pedo de sonido jugoso reveló que uno de los hermanitos había seguido el ejemplo del primero y también se había cagado encima.
—Hay que parar un momento.— Avisó la dragona, al tiempo que un tercero ruido pedorrearte precedía la tercera mierda. —¿Tienes pañales de sobra?.— Pregunto a la coneja, pues estaban algo lejos del río, y desconocía si algún riachuelo pasaba cerca.
—Oh, sí, tengo un par.-La mujer bestia dejó a su retoño en el carro, y sacó literalmente dos pañales.
Arygos tomó una bota de agua, y con una rapidez mecánica cambio y limpio a los dos primeros cagoncetes. El tercero quedó con el culo al aire.
—Necesitamos otro más.
—Vaya… qué mala suerte, no me dieron más.— Se lamentó la mamá coneja.— ¿Podrían prestarme algo de tela? Sería de mucha ayuda. Prometo limpiarlo cuando lleguemos a mi casa.
Como presa de un encanto, el anciano se quitó de los hombros un chal de lino, y se lo ofreció al grupo.— Tomen, úsenlo, cualquier cosa que pueda ser de ayuda.
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
La tarea de meter los niños al carro recibió bastante ayuda, incluso la posadera parecía muy entusiasmada, no sé si por cariño a los peludos o por sus ganas de deshacerse del problema -Es por mi adorable sonrisa- Le dije a la dragona cuando me preguntó mi secreto para convencer a las personas, sin querer revelarle más detalles que por ahora no eran muy relevantes.
Nuevamente otro comentario comprometedor se hizo presente -¿Realmente parecemos pareja?- Pensé sin decir nada, deteniendo mi marcha un instante para ver el tamaño de la dragoncita, claramente más joven y adorable que yo, aunque los humanos acostumbraban casar sus hijas adolescentes con hombres adinerados y mucho mayores, aunque de adinerado yo no tenía nada.
Preferí continuar la tarea llevando a los cositos esponjosos hasta que no quedó ninguno -No se preocupe por ellos, los llevaremos a salvo a su…- Ni siquiera terminé de hablar cuando ya la posadera nos había echado la puerta en la cara, miré de inmediato a la coneja para ver si había notado el gesto y por precaución hice que una voz mágica idéntica a la de la posadera, sonara como si viniera del interior -Cuiden a Doña Coneja, feliz viaje- [1] Tras aquello reí nervioso y me preparé para iniciar el viaje.
Sonreí con una mezcla entre culpa y malicia ante lo extremadamente colaborativo que se había vuelto el anciano, ya hasta me estaba cayendo bien el pobre infeliz, aunque tras lo que se venía, todos íbamos a ser infelices -Apuren el paso, huele a piricueco muerto- Dije de primeras, aunque luego Arygos me hizo entender que la culpa y el olor provenían de los pequeñines.
Mi sentimiento de culpa se me vino encima cuando a falta de pañales el viejo nos ofreció su hermoso chal de lino para ser usado con fines muy sucios -Muchas gracias- Dije adelantándome a la coneja y tomando la prenda, considerando que ella tenía los brazos ocupados, lo mejor sería que yo me hiciera cargo, y con extremo cuidado, recordando aquellos tiempos en que le cambiaba los pañales a Magazubi, saqué el pañal sucio aguantando la respiración y tomándolo con la punta de los dedos, y luego comencé a doblar el chal del viejo para acomodarlo muy ajustado al cuerpo peludo del pequeñín.
Una vez que terminamos la parada de emergencia, continuamos el camino, aunque la dirección del viejo comenzaba a ser un poco errática a ratos -¿Le sucede algo? ¿Se encuentra bien?- Preguntó la coneja con preocupación, y es que si algo le pasaba al carro, ponía en riesgo a todos los pequeñines -Estoy bien- Respondió el viejo llevando una mano a su cabeza -Estoy bien- Repitió con duda -Solo que, no sé a dónde voy- Dijo confundido.
Al notar que comenzaba a pasar el efecto de mi magia me acerqué de prisa al anciano y le hice a todos un gesto de alarma -¿Escucharon eso?- Señalé hacia el bosque y discretamente hice unos ruidos de animales salvajes -Hay que acelerar el paso, esta parte del bosque puede ser peligrosa en la noche- La jugada tenía como objetivo distraer al viejo y mantenerlo en la ruta, pero al mismo tiempo era un arma de doble filo.
Ay no, mis pequeños, están en peligro, mis pequeños- La coneja comenzaba a entrar en pánico, por lo que sería necesario tratar con ella para hacerla entrar en razón, ya bastante problema era el viejo con dudas, como para añadir también a una madre histérica al viaje.
[1] Habilidad de nivel 1: El que hacecha en el umbral Nuevamente otro comentario comprometedor se hizo presente -¿Realmente parecemos pareja?- Pensé sin decir nada, deteniendo mi marcha un instante para ver el tamaño de la dragoncita, claramente más joven y adorable que yo, aunque los humanos acostumbraban casar sus hijas adolescentes con hombres adinerados y mucho mayores, aunque de adinerado yo no tenía nada.
Preferí continuar la tarea llevando a los cositos esponjosos hasta que no quedó ninguno -No se preocupe por ellos, los llevaremos a salvo a su…- Ni siquiera terminé de hablar cuando ya la posadera nos había echado la puerta en la cara, miré de inmediato a la coneja para ver si había notado el gesto y por precaución hice que una voz mágica idéntica a la de la posadera, sonara como si viniera del interior -Cuiden a Doña Coneja, feliz viaje- [1] Tras aquello reí nervioso y me preparé para iniciar el viaje.
Sonreí con una mezcla entre culpa y malicia ante lo extremadamente colaborativo que se había vuelto el anciano, ya hasta me estaba cayendo bien el pobre infeliz, aunque tras lo que se venía, todos íbamos a ser infelices -Apuren el paso, huele a piricueco muerto- Dije de primeras, aunque luego Arygos me hizo entender que la culpa y el olor provenían de los pequeñines.
Mi sentimiento de culpa se me vino encima cuando a falta de pañales el viejo nos ofreció su hermoso chal de lino para ser usado con fines muy sucios -Muchas gracias- Dije adelantándome a la coneja y tomando la prenda, considerando que ella tenía los brazos ocupados, lo mejor sería que yo me hiciera cargo, y con extremo cuidado, recordando aquellos tiempos en que le cambiaba los pañales a Magazubi, saqué el pañal sucio aguantando la respiración y tomándolo con la punta de los dedos, y luego comencé a doblar el chal del viejo para acomodarlo muy ajustado al cuerpo peludo del pequeñín.
Una vez que terminamos la parada de emergencia, continuamos el camino, aunque la dirección del viejo comenzaba a ser un poco errática a ratos -¿Le sucede algo? ¿Se encuentra bien?- Preguntó la coneja con preocupación, y es que si algo le pasaba al carro, ponía en riesgo a todos los pequeñines -Estoy bien- Respondió el viejo llevando una mano a su cabeza -Estoy bien- Repitió con duda -Solo que, no sé a dónde voy- Dijo confundido.
Al notar que comenzaba a pasar el efecto de mi magia me acerqué de prisa al anciano y le hice a todos un gesto de alarma -¿Escucharon eso?- Señalé hacia el bosque y discretamente hice unos ruidos de animales salvajes -Hay que acelerar el paso, esta parte del bosque puede ser peligrosa en la noche- La jugada tenía como objetivo distraer al viejo y mantenerlo en la ruta, pero al mismo tiempo era un arma de doble filo.
Ay no, mis pequeños, están en peligro, mis pequeños- La coneja comenzaba a entrar en pánico, por lo que sería necesario tratar con ella para hacerla entrar en razón, ya bastante problema era el viejo con dudas, como para añadir también a una madre histérica al viaje.
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Aerandiano de honor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Con chistosa pantomima, y mucha maña, el vampiro se hizo cargo del tercer cagoncete. Arygos lo miró sin sorpresa, recordando las noches bajo el arbolillo de la torre hablando de la crianza de Magazubi. Conociendo al vampiro, esperaba que ese apestoso trabajo le trajera tiernos recuerdos a la mente.
El chal quedó envolviendo al pequeñajo bastante bien, aunque lo grande de la prenda hacía que quedara abultado, y con el culo levantado, así que hubo que acomodarlo medio sentado para que no se le subiese la sangre a la cabeza. El anciano les ofreció cortar la prenda para hacer de ella dos pañales, afirmando que su mujer la remendaría más adelante, pero todos los presentes se negaron con vehemencia.
No fue mucho después que el anciano empezó a verse desorientado.
—Eso es la vejez.— Le susurro Arygos a su amigo, con un tono bajo, cómplice y grave, de quien tiene una información privilegiada pero funesta. La dragona había podido observar los estragos de la demencia, y la mirada perdida del viejito, que de a ratos se paraba y miraba a su alrededor como si no supiera como había llegado allí, le traían esas memorias.— Ya he visto eso antes… solo irá a peor. Pobrecito.-Frunció los labios, dedicándole al palafrenero una mirada llena de compasión.
—¿Le sucede algo? ¿Se encuentra bien?— Doña coneja también se había percatado.
—Estoy bien. Estoy bien. Solo que, no sé a donde voy.— Arygos suspiró largamente. Nada podía hacerse contra la enfermedad del tiempo.
Víctor se acercó al anciano, pero no para orientarle, ni consolarlo de alguna forma, como había supuesto la peliblanca en un primer momento, sino para advertir de los peligros de la foresta. —¿Escucharon eso?-La muchacha se tensó como un muelle, alzo el cuello, y miró muy fijamente hacia la oscuridad. Se había distraído tanto con los cachorros y el viejo que no había prestado tanta atención como debía a las inmediaciones.
—Hay que acelerar el paso, esta parte del bosque puede ser peligrosa en la noche.
—Ay, no, mis pequeños, están en peligro, mis pequeños-Chilloteó Wenny, agarrándose el rostro con ambas manos.
Arygos se acercó a la mujer conejo, a su lado, se sintió enorme. Casi nunca se sentía enorme en su forma humana. Eso le dio un poco de confianza para lo que iba a hacer a continuación. Con algo de torpeza le puso las manos en los hombros, e intento imitar el gesto y el tono que usaba Víctor para convencer y tranquilizar.
—No te preocupes, vamos a protegerte a ti y a los pequeños. Estaréis a salvo con nosotros.
Las capacidades de Arygos dejaban mucho que desear. La mujer conejo los examino minuciosamente por primera vez, y se percató de que ninguno de ellos parecían soldados o rudos mercenarios, y su guía era un viejo que empezaba a chochear. Aquello la alteró aún más.
—¿Y si hay bandidos? ¿O lobos? ¡Que vamos a hacer!.— El tono de la coneja era cada vez más agudo. Escuchando la alarma en la voz de su madre, uno de los bebes se puso a llorar. Sus berridos despertaron a algunos de sus hermanos, que se le unieron a coro. La noche se llenó con sus voces.
—No te preocupes, aquí donde me ves, yo soy un dragón!.— Alzó el mentón con orgullo la muchacha.— Y mi compañero es un poderoso vampiro. Nada les pasará a ninguno de ustedes.— Claramente aquella revelación había sido una idea de mierda.
El chal quedó envolviendo al pequeñajo bastante bien, aunque lo grande de la prenda hacía que quedara abultado, y con el culo levantado, así que hubo que acomodarlo medio sentado para que no se le subiese la sangre a la cabeza. El anciano les ofreció cortar la prenda para hacer de ella dos pañales, afirmando que su mujer la remendaría más adelante, pero todos los presentes se negaron con vehemencia.
No fue mucho después que el anciano empezó a verse desorientado.
—Eso es la vejez.— Le susurro Arygos a su amigo, con un tono bajo, cómplice y grave, de quien tiene una información privilegiada pero funesta. La dragona había podido observar los estragos de la demencia, y la mirada perdida del viejito, que de a ratos se paraba y miraba a su alrededor como si no supiera como había llegado allí, le traían esas memorias.— Ya he visto eso antes… solo irá a peor. Pobrecito.-Frunció los labios, dedicándole al palafrenero una mirada llena de compasión.
—¿Le sucede algo? ¿Se encuentra bien?— Doña coneja también se había percatado.
—Estoy bien. Estoy bien. Solo que, no sé a donde voy.— Arygos suspiró largamente. Nada podía hacerse contra la enfermedad del tiempo.
Víctor se acercó al anciano, pero no para orientarle, ni consolarlo de alguna forma, como había supuesto la peliblanca en un primer momento, sino para advertir de los peligros de la foresta. —¿Escucharon eso?-La muchacha se tensó como un muelle, alzo el cuello, y miró muy fijamente hacia la oscuridad. Se había distraído tanto con los cachorros y el viejo que no había prestado tanta atención como debía a las inmediaciones.
—Hay que acelerar el paso, esta parte del bosque puede ser peligrosa en la noche.
—Ay, no, mis pequeños, están en peligro, mis pequeños-Chilloteó Wenny, agarrándose el rostro con ambas manos.
Arygos se acercó a la mujer conejo, a su lado, se sintió enorme. Casi nunca se sentía enorme en su forma humana. Eso le dio un poco de confianza para lo que iba a hacer a continuación. Con algo de torpeza le puso las manos en los hombros, e intento imitar el gesto y el tono que usaba Víctor para convencer y tranquilizar.
—No te preocupes, vamos a protegerte a ti y a los pequeños. Estaréis a salvo con nosotros.
Las capacidades de Arygos dejaban mucho que desear. La mujer conejo los examino minuciosamente por primera vez, y se percató de que ninguno de ellos parecían soldados o rudos mercenarios, y su guía era un viejo que empezaba a chochear. Aquello la alteró aún más.
—¿Y si hay bandidos? ¿O lobos? ¡Que vamos a hacer!.— El tono de la coneja era cada vez más agudo. Escuchando la alarma en la voz de su madre, uno de los bebes se puso a llorar. Sus berridos despertaron a algunos de sus hermanos, que se le unieron a coro. La noche se llenó con sus voces.
—No te preocupes, aquí donde me ves, yo soy un dragón!.— Alzó el mentón con orgullo la muchacha.— Y mi compañero es un poderoso vampiro. Nada les pasará a ninguno de ustedes.— Claramente aquella revelación había sido una idea de mierda.
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Lo que en principio pintaba como una buena idea para mantener al viejo controlado se convirtió en una situación bastante inesperada y contraproducente, en primer lugar porque la alarma de la coneja se había transmitido de prisa a sus engendros que comenzaron a llorar como una peluda filarmónica, y el anciano, contrario a la idea inicial, abrió los ojos como platos y se llevó las manos al cuello, como si eso fuera a evitar que una dragona de cuatro metros lo partiera en dos.
Si guardan silencio, no habrá bandidos ni lobos- Traté de calmar a la coneja, esperando que ella hiciera lo mismo con sus pequeños engendros -Si nos mantenemos juntos, todo va a estar bien- Y como si los dioses quisieran castigarme por todas las veces que casi moría, apenas terminando mi frase, el viejo arreó su caballo para comenzar a andar a toda prisa -¡No, mis bebés, se roba a mis bebés!- Gritó la coneja mientras señalaba viendo como la carroza comenzaba a alejarse con los bebés a bordo -¡No me matarán mientras esté vivo!- Fue lo último que le escuché decir.
Viejo desgraciado- Dije sin tener tiempo de reaccionar o detenerlo, aunque no podíamos darle mucha ventaja -Tenemos que ir tras… no puede ser- Dije de mala gana al ver cómo la coneja partía también a toda prisa tras el carruaje -Arygos, alcanza al viejo- Indiqué a mi compañera, su ventaja aérea seguro le permitiría alcanzar al viejo incluso antes que yo, y mientras tanto yo podría encargarme de la coneja.
El camino irregular era un terrible peligro y si la suerte no nos acompañaba comenzaríamos a encontrar un rastro de conejos estrellados contra el piso en medio de nuestra persecución. Corrí tan rápido como pude para dar con la coneja que en un momento dejó de correr tras la carreta para tratar de alejarse de mí -Ingenua- Dije de mala gana considerando el tamaño de mis pisadas en comparación con las suyas.
Aunque lo que le faltaba en tamaño lo tenía de escurridiza, pues varias veces intenté atraparla con mis manos y se lograba colar en otra dirección -No nos coma, señor vampiro- Dijo la pobre madre, todo su cuerpo temblaba de miedo y su evasión venía dada más por instinto que por verdadera habilidad -No voy a comerme a nadie, debemos recuperar a tus hijos- Le dije mientras intentaba atraparla, nuevamente en vano -Están más seguros lejos de usted- Dijo mientras daba saltitos para alejarse.
A este punto ya comenzaba a perder la paciencia y estaba considerando darle una sacudida mental para detenerla, pero antes de poder hacerlo su pie resbaló en un peñasco y se fue al precipicio -¡No!- Grité asustado y salté tras ella sin siquiera pensar en el aterrizaje. Con mi mano izquierda enterré mi daga en la tierra para anclarme y detener la caída, con la mano derecha agarré una para de la coneja -No la dejaré caer- Dije con los ojos cerrados, rogando que la daga no saliera y la tierra no cediera o ambos iríamos a parar al fondo del barranco.
Suélteme, señor vampiro- Dijo la coneja en lo que me pareció un terrible acto de insensatez y descuido -Jamás, sus pequeños y su esposo la esperan, no la dejaré morir- Seguí con los ojos cerrados, esforzándome para levantarla y llevarla de vuelta a la orilla del barranco -Voy a estar bien, estamos a menos de un metro del suelo- Ante sus palabras abrí los ojos y en efecto, la altura era completamente un chiste. Me sentí como un idiota, pero feliz de estar a salvo.
Sonreí con alivio y me dejé caer, tomando a la coneja con ambos brazos para asegurar que ella y si pequeño cayeran bien. Finalmente, la coneja también rió con complicidad y ambos terminamos en una carcajada nerviosa. De momento, me había ganado la confianza de Doña Coneja pero esto estaba muy lejos de terminar -¡Los bebés!- Le dije y sin soltarla emprendí una rápida carrera en la dirección que se había ido el carruaje.
Está pesadita, Doña Coneja, hay que bajarle a la dosis de frijoles- Le dije medio en broma, medio en serio mientras corríamos con la esperanza de que Arygos hubiera podido alcanzar y detener al viejo del carruaje.
[1] Primera complicación, nuestros protegidos se asustan y temen por sus vidas, ah, y el viejo huye con los conejos. Si guardan silencio, no habrá bandidos ni lobos- Traté de calmar a la coneja, esperando que ella hiciera lo mismo con sus pequeños engendros -Si nos mantenemos juntos, todo va a estar bien- Y como si los dioses quisieran castigarme por todas las veces que casi moría, apenas terminando mi frase, el viejo arreó su caballo para comenzar a andar a toda prisa -¡No, mis bebés, se roba a mis bebés!- Gritó la coneja mientras señalaba viendo como la carroza comenzaba a alejarse con los bebés a bordo -¡No me matarán mientras esté vivo!- Fue lo último que le escuché decir.
Viejo desgraciado- Dije sin tener tiempo de reaccionar o detenerlo, aunque no podíamos darle mucha ventaja -Tenemos que ir tras… no puede ser- Dije de mala gana al ver cómo la coneja partía también a toda prisa tras el carruaje -Arygos, alcanza al viejo- Indiqué a mi compañera, su ventaja aérea seguro le permitiría alcanzar al viejo incluso antes que yo, y mientras tanto yo podría encargarme de la coneja.
El camino irregular era un terrible peligro y si la suerte no nos acompañaba comenzaríamos a encontrar un rastro de conejos estrellados contra el piso en medio de nuestra persecución. Corrí tan rápido como pude para dar con la coneja que en un momento dejó de correr tras la carreta para tratar de alejarse de mí -Ingenua- Dije de mala gana considerando el tamaño de mis pisadas en comparación con las suyas.
Aunque lo que le faltaba en tamaño lo tenía de escurridiza, pues varias veces intenté atraparla con mis manos y se lograba colar en otra dirección -No nos coma, señor vampiro- Dijo la pobre madre, todo su cuerpo temblaba de miedo y su evasión venía dada más por instinto que por verdadera habilidad -No voy a comerme a nadie, debemos recuperar a tus hijos- Le dije mientras intentaba atraparla, nuevamente en vano -Están más seguros lejos de usted- Dijo mientras daba saltitos para alejarse.
A este punto ya comenzaba a perder la paciencia y estaba considerando darle una sacudida mental para detenerla, pero antes de poder hacerlo su pie resbaló en un peñasco y se fue al precipicio -¡No!- Grité asustado y salté tras ella sin siquiera pensar en el aterrizaje. Con mi mano izquierda enterré mi daga en la tierra para anclarme y detener la caída, con la mano derecha agarré una para de la coneja -No la dejaré caer- Dije con los ojos cerrados, rogando que la daga no saliera y la tierra no cediera o ambos iríamos a parar al fondo del barranco.
Suélteme, señor vampiro- Dijo la coneja en lo que me pareció un terrible acto de insensatez y descuido -Jamás, sus pequeños y su esposo la esperan, no la dejaré morir- Seguí con los ojos cerrados, esforzándome para levantarla y llevarla de vuelta a la orilla del barranco -Voy a estar bien, estamos a menos de un metro del suelo- Ante sus palabras abrí los ojos y en efecto, la altura era completamente un chiste. Me sentí como un idiota, pero feliz de estar a salvo.
Sonreí con alivio y me dejé caer, tomando a la coneja con ambos brazos para asegurar que ella y si pequeño cayeran bien. Finalmente, la coneja también rió con complicidad y ambos terminamos en una carcajada nerviosa. De momento, me había ganado la confianza de Doña Coneja pero esto estaba muy lejos de terminar -¡Los bebés!- Le dije y sin soltarla emprendí una rápida carrera en la dirección que se había ido el carruaje.
Está pesadita, Doña Coneja, hay que bajarle a la dosis de frijoles- Le dije medio en broma, medio en serio mientras corríamos con la esperanza de que Arygos hubiera podido alcanzar y detener al viejo del carruaje.
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Para asombro y desgracia de la muchacha, los aldeanos se tomaron bastante mal la naturaleza de su compañero. El viejito se subió a su caballo mostrando una agilidad inusitada para su edad, y mandó a la bestia de tiro al trote sin aviso.
A Arygos no se le daba bien reaccionar ante situaciones sociales imprevistas como aquella, y ante su anonadada expresión, el carro empezó a sacudirse violentamente mientras la señora conejo brincaba inútilmente para alcanzarlo.
Como todos, la peliblanca había empezado a caminar más deprisa, llegando a correr antes siquiera de darse cuenta de lo que hacía.
—Arygos, alcanza al viejo.— Las palabras del vampiro la ayudaron a salir de la inercia de sus movimientos y pensar con claridad. Asintió, para darle tranquilidad, y apuró la carrera. Dos zancadas más tarde, las zarpas de un inmenso dragón blanco golpeaban violentamente el suelo de tierra, duro por el frío.
El camino, en un estado deplorable, hacía sacudirse al carro con violencia. Desde atrás del mismo, la dragona contemplaba con horror como los bebes rebotaban ligeros sobre el lecho de paja. Rugió, intentando advertir al anciano, pero este se tomó aquello como una amenaza.
—No me van a matar.— Grito, azuzando más al caballo.
La rueda del carro dio con una roca, alzando repentinamente la parte trasera del vehículo, haciéndolo saltar sobre el sendero. Los chiquillos flotaron durante unos segundos, y volvieron a caer sobre la paja, todos menos uno, que trazó un peligroso arco hacia el suelo.
Arygos se lanzó hacia adelante y estiró mucho el cuello. Su panza se arañó contra los guijarros del camino, deslizándose por el impulso de su propio salto. Con el hocico, con una delicadeza inusitada para una bestia de semejante tamaño, llego a tomar al chiquillo por el nudo del pañal. El bebe sacudió las manos, a escasos centímetros del suelo, e hizo burbujas de baba mientras emitía unos sonidos chistosos y difíciles de interpretar.
El leviatán suspiró aliviado, pero no tuvo tiempo de regodearse en aquello, el carro seguía alejándose, y el viejo no tenía intención alguna de detener su demencial conducción.
La dragona alzó esta vez el vuelo, casi al ras del suelo, las puntas de sus alas arañaban los arbustos y hacían un ruido espantoso al arrancar las ramas que se enredaban en las mismas, pero logró así salvar la distancia entre ella y su presa.
Otra piedra en el camino. Otro salto del carro. Esta vez los ejes de la rueda no aguantaron y se partieron con un fuerte crujido. [1] El carro serpenteó y amenazó con volcarse. El viejito se giró, con los ojos fuera de sus órbitas, quien sabe si por la cercanía del reptil o por su desbocado carruaje. Sacó un facón pequeño de su cinto y cortó las correas que retenían al pinto, liberándolo.
Aquel gesto le permitió al anciano huir, pero condenó la carretilla, que, sin nada que la asiera al camino, se alzó en un ángulo extraño, y arrojó a los pequeños por los aires.
Arygos se lanzo hacia el costado, virando sobre sí misma, para caer de espaldas al suelo, curvando las alas para rodear el aire alrededor de los retoños que surcaban la noche. Las criaturillas golpearon contra la parte corilácea, abierta como una vela, y se deslizaron por la misma cuál tobogán hasta caer sobre la panza de la dragona, indemnes, y mayormente divertidos. Casi todos dejaron de llorar.
Tendida boca arriba, con las alas cerradas como un murciélago en reposo, posó al pequeño que aún sostenía en su hocico sobre su pecho, con el resto de sus hermanos, y se quedó quieta en el camino, tomándose un momento para reponerse y calmar su desbocado corazón.
Off-Rol
[1] Segunda complicacción, el carro se rompe y no tenemos como llevar a los bebes.
A Arygos no se le daba bien reaccionar ante situaciones sociales imprevistas como aquella, y ante su anonadada expresión, el carro empezó a sacudirse violentamente mientras la señora conejo brincaba inútilmente para alcanzarlo.
Como todos, la peliblanca había empezado a caminar más deprisa, llegando a correr antes siquiera de darse cuenta de lo que hacía.
—Arygos, alcanza al viejo.— Las palabras del vampiro la ayudaron a salir de la inercia de sus movimientos y pensar con claridad. Asintió, para darle tranquilidad, y apuró la carrera. Dos zancadas más tarde, las zarpas de un inmenso dragón blanco golpeaban violentamente el suelo de tierra, duro por el frío.
El camino, en un estado deplorable, hacía sacudirse al carro con violencia. Desde atrás del mismo, la dragona contemplaba con horror como los bebes rebotaban ligeros sobre el lecho de paja. Rugió, intentando advertir al anciano, pero este se tomó aquello como una amenaza.
—No me van a matar.— Grito, azuzando más al caballo.
La rueda del carro dio con una roca, alzando repentinamente la parte trasera del vehículo, haciéndolo saltar sobre el sendero. Los chiquillos flotaron durante unos segundos, y volvieron a caer sobre la paja, todos menos uno, que trazó un peligroso arco hacia el suelo.
Arygos se lanzó hacia adelante y estiró mucho el cuello. Su panza se arañó contra los guijarros del camino, deslizándose por el impulso de su propio salto. Con el hocico, con una delicadeza inusitada para una bestia de semejante tamaño, llego a tomar al chiquillo por el nudo del pañal. El bebe sacudió las manos, a escasos centímetros del suelo, e hizo burbujas de baba mientras emitía unos sonidos chistosos y difíciles de interpretar.
El leviatán suspiró aliviado, pero no tuvo tiempo de regodearse en aquello, el carro seguía alejándose, y el viejo no tenía intención alguna de detener su demencial conducción.
La dragona alzó esta vez el vuelo, casi al ras del suelo, las puntas de sus alas arañaban los arbustos y hacían un ruido espantoso al arrancar las ramas que se enredaban en las mismas, pero logró así salvar la distancia entre ella y su presa.
Otra piedra en el camino. Otro salto del carro. Esta vez los ejes de la rueda no aguantaron y se partieron con un fuerte crujido. [1] El carro serpenteó y amenazó con volcarse. El viejito se giró, con los ojos fuera de sus órbitas, quien sabe si por la cercanía del reptil o por su desbocado carruaje. Sacó un facón pequeño de su cinto y cortó las correas que retenían al pinto, liberándolo.
Aquel gesto le permitió al anciano huir, pero condenó la carretilla, que, sin nada que la asiera al camino, se alzó en un ángulo extraño, y arrojó a los pequeños por los aires.
Arygos se lanzo hacia el costado, virando sobre sí misma, para caer de espaldas al suelo, curvando las alas para rodear el aire alrededor de los retoños que surcaban la noche. Las criaturillas golpearon contra la parte corilácea, abierta como una vela, y se deslizaron por la misma cuál tobogán hasta caer sobre la panza de la dragona, indemnes, y mayormente divertidos. Casi todos dejaron de llorar.
Tendida boca arriba, con las alas cerradas como un murciélago en reposo, posó al pequeño que aún sostenía en su hocico sobre su pecho, con el resto de sus hermanos, y se quedó quieta en el camino, tomándose un momento para reponerse y calmar su desbocado corazón.
Off-Rol
[1] Segunda complicacción, el carro se rompe y no tenemos como llevar a los bebes.
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Mis pequeñitos, mis pequeñitos- Repetía Doña Coneja en mis brazos mientras avanzábamos a toda prisa, fueron instantes de suspenso hasta que pude ver a Arygos a lo lejos, reposando boca arriba con los bebés -Están en la panza de la dragona- Dije de forma inocente aunque la coneja se alteró terriblemente -¿Se los comió?- Preguntó con evidente angustia -No, no, tranquila, están en su panza, pero fuera- Aclaré para aliviarla.
Me acerqué de prisa y puse a la coneja en el piso para que se acercara por su cuenta -Arygos ¿estás bien? ¿están completos y a salvo?- Pregunté mientras inspeccionaba todo el cuerpo de la dragona para asegurarme de que no estuviera lastimada -Creo que nos quedamos sin el medio de transporte- Suspiré profundamente al ver la carroza deshecha y ni rastros del viejo.
Tal como estaban las cosas no podríamos avanzar mucho, siendo tres, nos tocaría llevar a cada uno 4 conejitos y no me imaginaba a la coneja cargando más de dos con su estatura -Tranquila, lo resolveremos, ya tengo un plan- Le dije a la coneja mientras por dentro solo podía pensar que no tenía ningún plan y que los pequeñines iban a sufrir una muerte horrible devorados por lobos o alguna criatura salvaje del bosque -¿A qué edad aprenden a caminar estos peluditos?- Pregunté planeando forzar su desarrollo pero no parecían estar en condiciones siquiera de gatear.
Me acerqué a la carreta volcada y la giré para volverla a su posición original, aunque una rueda se hizo trizas y los pedazos salieron volando en varias direcciones -Al menos la otra rueda sí sobrevivió- Dije y le di una palmadita que hizo que de rompiera también -No sé para qué hablo- Murmuré de mala gana mientras le daba un vistazo a los pequeños engendros peludos.
Revolví el escaso cargamento del carro y encontré entre la paja algunos listones de cuero, no alcanzaba para mucho, parecían sobras nada más, pero una idea me vino a la mente que nos podría ayudar a solventar al menos un poco la situación -Tengo una idea- Dije mientras juntaba mis manos al frente con los dedos entrelazados, como quien planea algo siniestro.
[1] Comencé a juntar las tiras de cuero mientras miraba a mis compañeras y luego a los bebés para calcular el tamaño, con ello en mente comencé a trenzar y enredar las tiras de cuero abriendo algunos agujeros con una de mis dagas para crear uniones y cruces entre las tiras, que poco a poco iban dando forma a una especie de pequeñas cestas interconectadas que nos permitirían llevar al menos a 4 conejitos cada uno sin mayores esfuerzos que tener que soportar el peso, que aunque no fuera mucho nos podría pasar factura luego si el camino era largo.
Finalmente terminé de crear las pequeñas cestas/mochilas/portaconejos, me coloqué una que parecía una especie de chaleco de cestas y comencé a colocar con cuidado a los bebés, un par de ellos al frente y otros dos en mi espalda. Di un par de saltos suaves para asegurar la resistencia del trenzado y una vez que supe que era completamente seguro le ofrecí las otras cestas/mochilas/portaconejos a Doña Coneja -Con eso podremos llevarlos sin mucho esfuerzo- Les mostré orgulloso mi creación, feas pero funcionales y seguras -Deja te ayudo a ti- Dije acercándome a Arygos, no sabía que mantendría su forma de dragón o volvería a su forma humanoide, de cualquier manera, procuraría ayudarle a ajustar las improvisadas correas que sujetaban las cestas, y apretar las trenzas para que todo quedara seguro para no caerse pero a la vez, fácil de quitar en caso de problemas.
[1] Uso de la profesión Curtiduría para crear Cestas/mochilas/portaconejos® (patente en progreso). Me acerqué de prisa y puse a la coneja en el piso para que se acercara por su cuenta -Arygos ¿estás bien? ¿están completos y a salvo?- Pregunté mientras inspeccionaba todo el cuerpo de la dragona para asegurarme de que no estuviera lastimada -Creo que nos quedamos sin el medio de transporte- Suspiré profundamente al ver la carroza deshecha y ni rastros del viejo.
Tal como estaban las cosas no podríamos avanzar mucho, siendo tres, nos tocaría llevar a cada uno 4 conejitos y no me imaginaba a la coneja cargando más de dos con su estatura -Tranquila, lo resolveremos, ya tengo un plan- Le dije a la coneja mientras por dentro solo podía pensar que no tenía ningún plan y que los pequeñines iban a sufrir una muerte horrible devorados por lobos o alguna criatura salvaje del bosque -¿A qué edad aprenden a caminar estos peluditos?- Pregunté planeando forzar su desarrollo pero no parecían estar en condiciones siquiera de gatear.
Me acerqué a la carreta volcada y la giré para volverla a su posición original, aunque una rueda se hizo trizas y los pedazos salieron volando en varias direcciones -Al menos la otra rueda sí sobrevivió- Dije y le di una palmadita que hizo que de rompiera también -No sé para qué hablo- Murmuré de mala gana mientras le daba un vistazo a los pequeños engendros peludos.
Revolví el escaso cargamento del carro y encontré entre la paja algunos listones de cuero, no alcanzaba para mucho, parecían sobras nada más, pero una idea me vino a la mente que nos podría ayudar a solventar al menos un poco la situación -Tengo una idea- Dije mientras juntaba mis manos al frente con los dedos entrelazados, como quien planea algo siniestro.
[1] Comencé a juntar las tiras de cuero mientras miraba a mis compañeras y luego a los bebés para calcular el tamaño, con ello en mente comencé a trenzar y enredar las tiras de cuero abriendo algunos agujeros con una de mis dagas para crear uniones y cruces entre las tiras, que poco a poco iban dando forma a una especie de pequeñas cestas interconectadas que nos permitirían llevar al menos a 4 conejitos cada uno sin mayores esfuerzos que tener que soportar el peso, que aunque no fuera mucho nos podría pasar factura luego si el camino era largo.
Finalmente terminé de crear las pequeñas cestas/mochilas/portaconejos, me coloqué una que parecía una especie de chaleco de cestas y comencé a colocar con cuidado a los bebés, un par de ellos al frente y otros dos en mi espalda. Di un par de saltos suaves para asegurar la resistencia del trenzado y una vez que supe que era completamente seguro le ofrecí las otras cestas/mochilas/portaconejos a Doña Coneja -Con eso podremos llevarlos sin mucho esfuerzo- Les mostré orgulloso mi creación, feas pero funcionales y seguras -Deja te ayudo a ti- Dije acercándome a Arygos, no sabía que mantendría su forma de dragón o volvería a su forma humanoide, de cualquier manera, procuraría ayudarle a ajustar las improvisadas correas que sujetaban las cestas, y apretar las trenzas para que todo quedara seguro para no caerse pero a la vez, fácil de quitar en caso de problemas.
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Con las voces y los pasos de sus camaradas anunciando su presencia, la dragona entreabrió las alas, mostrando la jauría de pequeñas criatruillas velludas, buscando tranquilizar con esa visión a los que se acercaban.
Ante el tono alarmado de la madre coneja, la dragona se mostró lo más inofensiva que podía, intentando no reavivar la alarma de unos momentos atrás.
Mientras el vampiro se dedicaba a su proyecto frankeinsteniano con los retazos de cuero y material que habían quedado abandonados, al lado de la ruta, junto con el carro, ahora más roto que cuando había caído, Arygos entretenía a los cachorros con la mujer conejo, balanceándose sobre su espalda como una mecedora gigante.
Viendo la delicadeza con la que movía a los pequeños, y que estos no sufrían daño alguno, la mujer conejo esperó pacientemente, tomando uno u otro cachorrillo basándose en los llantos de los mismos para ir alimentándolos.
Arneses terminados, y bebes repartidos, la dragona se dejó medir y ajustar por el vampiro. En el cuerpo del enorme reptil cabía más de un arnés. La coneja fue la primera en percatarse, y, sacándose el suyo, intentó acomodarlo sobre la dragona como si fuera un animal de tiro.
—¿Puede ajustar este señor?—. Le pidió al artesano con entusiasmo.— Aún está algo lejos la casa.— Se excusó apuradamente, una vez le llego la vergüenza de estar endilgándole a los demás todo el trabajo. El rubor lo ocultaba su espeso pelaje, pero la forma en la que se curvaban sus enormes orejas era inconfundible.
Arygos gorgojeo y asintió, dando su consentimiento, algo tarde. Los pequeños no pesaban nada, y no era para ella más trabajo llevar cuatro que ocho.
En un tris reprendieron la marcha. En esta ocasión, en vez de flanquear el carro, el vampiro y la mujer bestia caminaban a los costados de la dragona.
El grupo siguió las marcas de cascos de caballo sobre el camino durante un rato, luego se desviaron por un senderillo de tierra, medio comido por los arbustos que buscaban recuperar ese pedazo para el bosque.
—Disculpe que lo juzgue antes.— Saltironó la coneja.— Al menos ustedes no me han dejado tirada. Tanto que quería ayudar el anciano… y como corrió.— Arrugó graciosamente su naricilla, lamentándose. —No hay que juzgarlas apariencias, aunque sean… curiosas.— les sonrió, haciendo temblar sus largos bigotes.
Ante el tono alarmado de la madre coneja, la dragona se mostró lo más inofensiva que podía, intentando no reavivar la alarma de unos momentos atrás.
Mientras el vampiro se dedicaba a su proyecto frankeinsteniano con los retazos de cuero y material que habían quedado abandonados, al lado de la ruta, junto con el carro, ahora más roto que cuando había caído, Arygos entretenía a los cachorros con la mujer conejo, balanceándose sobre su espalda como una mecedora gigante.
Viendo la delicadeza con la que movía a los pequeños, y que estos no sufrían daño alguno, la mujer conejo esperó pacientemente, tomando uno u otro cachorrillo basándose en los llantos de los mismos para ir alimentándolos.
Arneses terminados, y bebes repartidos, la dragona se dejó medir y ajustar por el vampiro. En el cuerpo del enorme reptil cabía más de un arnés. La coneja fue la primera en percatarse, y, sacándose el suyo, intentó acomodarlo sobre la dragona como si fuera un animal de tiro.
—¿Puede ajustar este señor?—. Le pidió al artesano con entusiasmo.— Aún está algo lejos la casa.— Se excusó apuradamente, una vez le llego la vergüenza de estar endilgándole a los demás todo el trabajo. El rubor lo ocultaba su espeso pelaje, pero la forma en la que se curvaban sus enormes orejas era inconfundible.
Arygos gorgojeo y asintió, dando su consentimiento, algo tarde. Los pequeños no pesaban nada, y no era para ella más trabajo llevar cuatro que ocho.
En un tris reprendieron la marcha. En esta ocasión, en vez de flanquear el carro, el vampiro y la mujer bestia caminaban a los costados de la dragona.
El grupo siguió las marcas de cascos de caballo sobre el camino durante un rato, luego se desviaron por un senderillo de tierra, medio comido por los arbustos que buscaban recuperar ese pedazo para el bosque.
—Disculpe que lo juzgue antes.— Saltironó la coneja.— Al menos ustedes no me han dejado tirada. Tanto que quería ayudar el anciano… y como corrió.— Arrugó graciosamente su naricilla, lamentándose. —No hay que juzgarlas apariencias, aunque sean… curiosas.— les sonrió, haciendo temblar sus largos bigotes.
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Finalmente habíamos conseguido superar los problemas uno a la vez, y Arygos estaba más capacitada para ser madre de lo que pensaba, era toda una ternura verla con los conejitos revoloteándole encima, aunque a ratos me aterrorizaba cuando se paseaban cerca de su boca, sabiendo que la dragona era capaz de tragarlos de un bocado sin dejar rastros ni evidencia. Sacudí la cabeza a los lados para sacarme de la mente aquella terrible idea.
La coneja fue la primera en percatarse de que la dragona era perfectamente capaz de llevar sus conejos, y hasta mis conejos, pero no quería sobrecargarla así que me quedé con mi parte de la carga y me acerqué para ayudar a sujetar los ocho que ahora le tocaba llevar encima -Camina con cuidado y no hagas movimientos bruscos o te van a vomitar encima- Advertí a la dragona con el terror de ser bañada por los pequeñines.
Ajusté las correas lo suficiente para que quedaran fuertes -¿Te aprieta? ¿está bien así?- Pregunté a la dragona mientras fijaba las cuerdas con cuidado de no maltratarla, como si esa piel tan dura se pudiera maltratar con correas. Finalmente comenzamos a avanzar -Vamos en esa dirección, sé perfectamente dónde estamos y a donde vamos- Dije con una sonrisa amable para calmar a la coneja aunque no tenía idea de nuestra situación geográfica.
Mientras avanzábamos, la coneja se disculpó por la manera como había reaccionado antes, y es que mi raza tenía bastante mala fama frente a otras razas así que, era totalmente comprensible su reacción, un mero instinto de supervivencia, al que no podía perdonar era al anciano, que para salvar su vida, había escapado de manera egoísta sin preocuparse por la seguridad de los pequeños.
Tranquila, fue solo instinto, es comprensible- Sonreí amablemente pensando que su reacción era completamente normal para asegurar su supervivencia, si fuera un vampiro malo, quizá quedarse un instante o escapar era la diferencia entre vivir o morir -Por ahora, enfoquémonos en llegar a su casa, Doña Coneja- Detuve los pasos por un instante al notar que cada vez era más difícil seguir el rastro de huellas, los arbustos se encimaban cada vez más sobre el camino y hacían difícil dibujar una senda a seguir.
¿Qué ocurre, señor vampiro?- Preguntó la coneja -Bio, llámeme Bio- Añadí mientras me agachaba para tomar un poco de tierra del camino, luego miré al cielo y miré a la dragona con preocupación -No pasa nada, estaremos bien, pero debemos acelerar un poco el paso- Añadí sin dar muchos detalles, debíamos avanzar tanto como pudiéramos antes que la coneja se diera cuenta por el frío y la humedad en la tierra, que estaba a punto de llover.
Una lluvia desde luego era un problema doble, por un lado podía resfriar a los pequeños, pero lo más grave es que podría borrar completamente las huellas del camino -Sé que te pido mucho, pero ¿podrías con una pasajera más?- Pregunté a la dragona mientras le señalaba a la coneja con la mirada, si Arygos la llevaba a bordo podríamos avanzar con más prisa -Tranquila, todo va a estar bien- Añadí mientras tomaba en brazos a la peludita para subirla sobre Arygos si estaba de acuerdo.
Luego de eso, solo nos quedaba acelerar el paso, en una ruta tenuemente guiada por las escasas huellas y a ratos simplemente por la intuición y la esperanza de no equivocarnos. La coneja por su parte, hacía un gran esfuerzo por mantener calmados a sus pequeñines, cosa que a mí me costaba un poco más, incluso algunos de los pequeñines comenzaban a meter sus manos en mi camisa en busca de algo que mi cuerpo no tenía -Tranquilo campeón, ya comerán cuando lleguemos- Le dije antes de ser interrumpido por un estruendoso relámpago cuya estela de luz pareció dibujar una fisura en el cielo.
[1] Parece que va a llover, el cielo se está nublanco, parece que va a llover, ay mamá me estoy mojando ♪♫. La coneja fue la primera en percatarse de que la dragona era perfectamente capaz de llevar sus conejos, y hasta mis conejos, pero no quería sobrecargarla así que me quedé con mi parte de la carga y me acerqué para ayudar a sujetar los ocho que ahora le tocaba llevar encima -Camina con cuidado y no hagas movimientos bruscos o te van a vomitar encima- Advertí a la dragona con el terror de ser bañada por los pequeñines.
Ajusté las correas lo suficiente para que quedaran fuertes -¿Te aprieta? ¿está bien así?- Pregunté a la dragona mientras fijaba las cuerdas con cuidado de no maltratarla, como si esa piel tan dura se pudiera maltratar con correas. Finalmente comenzamos a avanzar -Vamos en esa dirección, sé perfectamente dónde estamos y a donde vamos- Dije con una sonrisa amable para calmar a la coneja aunque no tenía idea de nuestra situación geográfica.
Mientras avanzábamos, la coneja se disculpó por la manera como había reaccionado antes, y es que mi raza tenía bastante mala fama frente a otras razas así que, era totalmente comprensible su reacción, un mero instinto de supervivencia, al que no podía perdonar era al anciano, que para salvar su vida, había escapado de manera egoísta sin preocuparse por la seguridad de los pequeños.
Tranquila, fue solo instinto, es comprensible- Sonreí amablemente pensando que su reacción era completamente normal para asegurar su supervivencia, si fuera un vampiro malo, quizá quedarse un instante o escapar era la diferencia entre vivir o morir -Por ahora, enfoquémonos en llegar a su casa, Doña Coneja- Detuve los pasos por un instante al notar que cada vez era más difícil seguir el rastro de huellas, los arbustos se encimaban cada vez más sobre el camino y hacían difícil dibujar una senda a seguir.
¿Qué ocurre, señor vampiro?- Preguntó la coneja -Bio, llámeme Bio- Añadí mientras me agachaba para tomar un poco de tierra del camino, luego miré al cielo y miré a la dragona con preocupación -No pasa nada, estaremos bien, pero debemos acelerar un poco el paso- Añadí sin dar muchos detalles, debíamos avanzar tanto como pudiéramos antes que la coneja se diera cuenta por el frío y la humedad en la tierra, que estaba a punto de llover.
Una lluvia desde luego era un problema doble, por un lado podía resfriar a los pequeños, pero lo más grave es que podría borrar completamente las huellas del camino -Sé que te pido mucho, pero ¿podrías con una pasajera más?- Pregunté a la dragona mientras le señalaba a la coneja con la mirada, si Arygos la llevaba a bordo podríamos avanzar con más prisa -Tranquila, todo va a estar bien- Añadí mientras tomaba en brazos a la peludita para subirla sobre Arygos si estaba de acuerdo.
Luego de eso, solo nos quedaba acelerar el paso, en una ruta tenuemente guiada por las escasas huellas y a ratos simplemente por la intuición y la esperanza de no equivocarnos. La coneja por su parte, hacía un gran esfuerzo por mantener calmados a sus pequeñines, cosa que a mí me costaba un poco más, incluso algunos de los pequeñines comenzaban a meter sus manos en mi camisa en busca de algo que mi cuerpo no tenía -Tranquilo campeón, ya comerán cuando lleguemos- Le dije antes de ser interrumpido por un estruendoso relámpago cuya estela de luz pareció dibujar una fisura en el cielo.
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
La dragona movió el cuerpo en el sitio, de modo que las correas se deslizaran sin entorpecer las articulaciones por sí mismas, quedándose quieta al lado del vampiro, de modo que este pudiera ajustarlas bien.
—¿Te aprieta? ¿Está bien así?— Arygos emitió un gorgojeo agudo como respuesta, y asintió un par de veces.
La siguiente hora del viaje fue tranquila. Primero, con timidez, la señora coneja había empezado a disculparse a media voz. Como el vampiro se mostraba comprensivo, su arrepentimiento fue doble, y se reafirmó en sus disculpas con más convicción.
—Por ahora, enfoquémonos en llegar a su casa, Doña Coneja— Cortó el tema y el paso el vampiro. Arygos se detuvo de inmediato, y la madre coneja aprovechó para cambiar la carga de su arnes, tomando uno de los bebes en brazos, que lloraba desaforado, y darle de mamar para calmarlo.
Arygos permanecía tranquila y silenciosa, como si hubiese sido una bestia de tiro toda su vida. No quería alargar el viaje haciendo pausas innecesarias para rasguñar la tierra con las patas, y estaba convencida de que la mujer bestia no tendría suerte alguna interpretando sus sonidos, así que dejaba que Víctor se encargara de atender a la primeriza, y ella era la que esta vez hacía guardia, escrutando el bosque con sus ojos de reptil.
—Sé que te pido mucho, pero ¿podrías con una pasajera más?— Pese a que sus ojos buscaban entre la penumbra de la forestal, la dragona no había dejado de parar la oreja un instante, y la petición de su amigo no le sorprendió.
Agacho el cuello, y apoyó el mentón en el suelo, dobló las patas y acomodo las púas para que no pinchasen a nadie, dejando solo un par en ristre, cerca de la base del cuello, para que pudiesen ser usadas de asidero.
Con ayuda, la menuda mujer tomó asiento sobre sus hombros, se revolvió en el sitio, acomodándose los faldones, bajo cuyos bordes levantados salían unas patas larguiruchas y velludas, similares a las de una libre, y las que se presionó contra el reptil.
La dragona se alzó con lentitud, y empezó a caminar. Los primeros pasos fueron delicados, para que la mujer se habituase al bamboleo, a la resbaladiza piel escamosa que le hacía de asiento. Arygos se arrepintió de no haberse puesto la silla de montar aquella “mañana”, que seguía entre las escasas pertenencias de viaje que llevaban, pero, habiendo prisa como parecía haberla, prefirió no recordárselo al vampiro, hacer todo el paripé de transformaciones y quita y pon de portacriajos necesarios para poder utilizarla.
La marcha se reemprendió con normalidad, a un ritmo más brioso, pues la coneja se podía permitir el lujo de descansar un poco más su cuerpo, agotado por el, no tan lejano en el tiempo, trabajo de parto. Para la dragona, quien había portado en su lomo a Víctor los últimos días, la pequeña mujer no pesaba nada, por lo que, cuando esta tomó firmeza en la forma de sentarse, pudo acelerar el paso, siempre cuidadosa de no apurarlo a un ritmo que el vampiro no pudiese seguir.
La luna llegó a su zenit y empezó a descender. La posadera había mentido en muchas cosas, entre ellas, en lo cerca que se suponía que había que llegar a la mujer conejo, que ahora dormitaba abrazando el cuello del leviatán blanco. Arygos había subido algunas púas a lado y lado de su cuerpecillo para que no se resbalase, y ejercían ahora de barandillas.
Una gota cayó sobre su hocico. La dragona alzó el rostro al cielo, ahora sin estrellas, con nubes oscuras por la noche que enmarcaban la luna y amenazaban con ocultarla. Otra gota cayó en su frente, en medio de los ojos.
Arygos emitió una vibración baja y sonora, para advertir a su compañero, sin embargo, el cielo no pareció tomar más violencia, manteniéndose en ese goteo espaciado, flojo, como una botella mal cerrada que hubiese caído sobre su costado.
Tap.. Varios segundos de silencio. El viento sacudiendo las hojas, los roedores nocturnos produciendo el frusfrus del roce de sus pieles contra la maleza, el sonido de un zorro en la distancia. Tap… Otra gota más, y el silencio interrumpido por los seres de la noche.
Arygos despegó apenas las alas de los costados, cubriendo con ellas a los bebes, evitando que se mojaran, aquella que daba hacia Bio, se extendió de más, en diagonal hacia arriba, cubriéndolo a el como si fuese otro de los pequeñajos.
—¿Te aprieta? ¿Está bien así?— Arygos emitió un gorgojeo agudo como respuesta, y asintió un par de veces.
La siguiente hora del viaje fue tranquila. Primero, con timidez, la señora coneja había empezado a disculparse a media voz. Como el vampiro se mostraba comprensivo, su arrepentimiento fue doble, y se reafirmó en sus disculpas con más convicción.
—Por ahora, enfoquémonos en llegar a su casa, Doña Coneja— Cortó el tema y el paso el vampiro. Arygos se detuvo de inmediato, y la madre coneja aprovechó para cambiar la carga de su arnes, tomando uno de los bebes en brazos, que lloraba desaforado, y darle de mamar para calmarlo.
Arygos permanecía tranquila y silenciosa, como si hubiese sido una bestia de tiro toda su vida. No quería alargar el viaje haciendo pausas innecesarias para rasguñar la tierra con las patas, y estaba convencida de que la mujer bestia no tendría suerte alguna interpretando sus sonidos, así que dejaba que Víctor se encargara de atender a la primeriza, y ella era la que esta vez hacía guardia, escrutando el bosque con sus ojos de reptil.
—Sé que te pido mucho, pero ¿podrías con una pasajera más?— Pese a que sus ojos buscaban entre la penumbra de la forestal, la dragona no había dejado de parar la oreja un instante, y la petición de su amigo no le sorprendió.
Agacho el cuello, y apoyó el mentón en el suelo, dobló las patas y acomodo las púas para que no pinchasen a nadie, dejando solo un par en ristre, cerca de la base del cuello, para que pudiesen ser usadas de asidero.
Con ayuda, la menuda mujer tomó asiento sobre sus hombros, se revolvió en el sitio, acomodándose los faldones, bajo cuyos bordes levantados salían unas patas larguiruchas y velludas, similares a las de una libre, y las que se presionó contra el reptil.
La dragona se alzó con lentitud, y empezó a caminar. Los primeros pasos fueron delicados, para que la mujer se habituase al bamboleo, a la resbaladiza piel escamosa que le hacía de asiento. Arygos se arrepintió de no haberse puesto la silla de montar aquella “mañana”, que seguía entre las escasas pertenencias de viaje que llevaban, pero, habiendo prisa como parecía haberla, prefirió no recordárselo al vampiro, hacer todo el paripé de transformaciones y quita y pon de portacriajos necesarios para poder utilizarla.
La marcha se reemprendió con normalidad, a un ritmo más brioso, pues la coneja se podía permitir el lujo de descansar un poco más su cuerpo, agotado por el, no tan lejano en el tiempo, trabajo de parto. Para la dragona, quien había portado en su lomo a Víctor los últimos días, la pequeña mujer no pesaba nada, por lo que, cuando esta tomó firmeza en la forma de sentarse, pudo acelerar el paso, siempre cuidadosa de no apurarlo a un ritmo que el vampiro no pudiese seguir.
La luna llegó a su zenit y empezó a descender. La posadera había mentido en muchas cosas, entre ellas, en lo cerca que se suponía que había que llegar a la mujer conejo, que ahora dormitaba abrazando el cuello del leviatán blanco. Arygos había subido algunas púas a lado y lado de su cuerpecillo para que no se resbalase, y ejercían ahora de barandillas.
Una gota cayó sobre su hocico. La dragona alzó el rostro al cielo, ahora sin estrellas, con nubes oscuras por la noche que enmarcaban la luna y amenazaban con ocultarla. Otra gota cayó en su frente, en medio de los ojos.
Arygos emitió una vibración baja y sonora, para advertir a su compañero, sin embargo, el cielo no pareció tomar más violencia, manteniéndose en ese goteo espaciado, flojo, como una botella mal cerrada que hubiese caído sobre su costado.
Tap.. Varios segundos de silencio. El viento sacudiendo las hojas, los roedores nocturnos produciendo el frusfrus del roce de sus pieles contra la maleza, el sonido de un zorro en la distancia. Tap… Otra gota más, y el silencio interrumpido por los seres de la noche.
Arygos despegó apenas las alas de los costados, cubriendo con ellas a los bebes, evitando que se mojaran, aquella que daba hacia Bio, se extendió de más, en diagonal hacia arriba, cubriéndolo a el como si fuese otro de los pequeñajos.
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Con la coneja a bordo de Arygos el camino sería más rápido, aunque inicialmente el paso había sido lento para adaptar a la pasajera, luego habíamos conseguido apurar el paso muchísimo, a este ritmo podríamos llegar sin problemas a nuestro destino en muy poco tiempo, Arygos avanzaba tan rápido que a ratos me tocaba hacer pequeños trotes para seguirle el ritmo pero no estaba nada mal, de momento lo más importante era estar bajo techo antes que comenzara a llover.
Observé a Arygos al escuchar su vibración y de inmediato interpreté lo que intentaba señalar, y es que tanto tiempo juntos ya me habían adiestrado en el antiguo lenguaje del gorgojeoñol, la vibración baja y sonora significaba una amenaza cercana, como la lluvia quizás, o que se había tragado un sapo pirata, lo cual era bastante poco probable, no obstante, di un rápido vistazo a sus fauces, solo para descartar.
Tranquila, llegaremos a tiempo- Dije a la dragona mientras posaba mi mano amablemente en su cuello y daba luego un vistazo a la coneja y sus crías, contando que estuvieran completos. No obstante, mis cálculos no habían sido del todo acercados. Había algo en el aire y en el ambiente que resultaba bastante perturbador, y es que pese a que la llovisna nos venía acompañando hacía ya un rato, no había tantas nubes oscuras en el cielo nocturno que se veía mayormente despejado.
¿No te parece rara esa nube?- Señalé al cielo a una nube solitaria que parecía seguirnos -Olvídalo, seguro son ideas mías- Dije con una risa nerviosa y continué el camino, verificando el entorno para asegurar la seguridad de mis acompañantes. Tirité de frío cuando las gotas de lluvia comenzaron a aumentar, refugiándome bajo el ala de la dragona y cruzando mis brazos sobre mi pecho.
El pequeño instante de distracción había bastado para dejar ir algunos detalles que luego pasarían factura, las hojas se movieron bruscamente, por un lado, aquello no parecía ser obra de roedores o pequeños merodeadores -Mantente alerta, creo que nos vigilan- Le dije a la dragona en voz baja, acercando mi cabeza a la suya para evitar asustar a la coneja.
Intenté detenerme para analizar mejor la situación, pero no fue posible, tras nosotros la lluvia comenzó a caer más fuerte, obligándonos a avanzar de prisa para evitar el diluvio. Y si aquello no fuera suficiente el aire comenzó a volverse más frío haciéndome tiritar a ratos mientras caminaba encorvado con mi mano apoyada en el cuello de la dragona para apresurarla o hacerla a un lado si nos atacaban de sorpresa.
Esa lluvia no es normal, es más fuerte atrás y a los lados, parece que nos obligan a ir adelante- Le susurré a la dragona para ponerla al tanto. Nos encontrábamos en una diatriba, no tengo idea de lo que eso significa, pero se oye dramático. Si avanzábamos sin cuidado podríamos ir directo a alguna trampa, pero si evitábamos avanzar, la lluvia ponía en riesgo la salud de los conejitos.
[1] Nos enfrentamos a una posible amenaza y aún no me toca baño. Observé a Arygos al escuchar su vibración y de inmediato interpreté lo que intentaba señalar, y es que tanto tiempo juntos ya me habían adiestrado en el antiguo lenguaje del gorgojeoñol, la vibración baja y sonora significaba una amenaza cercana, como la lluvia quizás, o que se había tragado un sapo pirata, lo cual era bastante poco probable, no obstante, di un rápido vistazo a sus fauces, solo para descartar.
Tranquila, llegaremos a tiempo- Dije a la dragona mientras posaba mi mano amablemente en su cuello y daba luego un vistazo a la coneja y sus crías, contando que estuvieran completos. No obstante, mis cálculos no habían sido del todo acercados. Había algo en el aire y en el ambiente que resultaba bastante perturbador, y es que pese a que la llovisna nos venía acompañando hacía ya un rato, no había tantas nubes oscuras en el cielo nocturno que se veía mayormente despejado.
¿No te parece rara esa nube?- Señalé al cielo a una nube solitaria que parecía seguirnos -Olvídalo, seguro son ideas mías- Dije con una risa nerviosa y continué el camino, verificando el entorno para asegurar la seguridad de mis acompañantes. Tirité de frío cuando las gotas de lluvia comenzaron a aumentar, refugiándome bajo el ala de la dragona y cruzando mis brazos sobre mi pecho.
El pequeño instante de distracción había bastado para dejar ir algunos detalles que luego pasarían factura, las hojas se movieron bruscamente, por un lado, aquello no parecía ser obra de roedores o pequeños merodeadores -Mantente alerta, creo que nos vigilan- Le dije a la dragona en voz baja, acercando mi cabeza a la suya para evitar asustar a la coneja.
Intenté detenerme para analizar mejor la situación, pero no fue posible, tras nosotros la lluvia comenzó a caer más fuerte, obligándonos a avanzar de prisa para evitar el diluvio. Y si aquello no fuera suficiente el aire comenzó a volverse más frío haciéndome tiritar a ratos mientras caminaba encorvado con mi mano apoyada en el cuello de la dragona para apresurarla o hacerla a un lado si nos atacaban de sorpresa.
Esa lluvia no es normal, es más fuerte atrás y a los lados, parece que nos obligan a ir adelante- Le susurré a la dragona para ponerla al tanto. Nos encontrábamos en una diatriba, no tengo idea de lo que eso significa, pero se oye dramático. Si avanzábamos sin cuidado podríamos ir directo a alguna trampa, pero si evitábamos avanzar, la lluvia ponía en riesgo la salud de los conejitos.
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
El anciano llegó a su casa, con la nariz roja por el frío, y el resto del rostro encendido por la desaforada carrera en la que se había lanzado para huir de los ladrones. Se bajo de su animal de tiro, lo metió en el establo sin desensillarlo, y abrió la puerta de la casa de par en par, sobresaltando a quienes ocupaban el salón.
—¡Cariño! Pero qué mala pinta tienes! ¿Estás bien? ¿Estás herido? ¿Y tu chalina?.— Se levantó de un silloncito acomodado delante del hogar una mujer anciana, menuda y de rostro amable, ahora contorsionado por la preocupación. Dos muchachos jóvenes, recios e igualmente sobresaltados, abandonaron una banqueta cerca del calor del fuego y se acercaron también.
—Va-vam...vampiro.— Jadeó el viejo, y abrazo con fuerza a su esposa. Los brazos le temblaban, y los dedos se aferraban a ella como si fuera a desaparecerse en cualquier momento.— Me embrujaron y me robaron el carro, y casi se me llevan a mí.— La voz le temblaba tanto como el cuerpo.
Un silencio fúnebre se extendió en el salón del hogar, que era a su vez comedor, cocina y sala de estar. No era la primera vez que la tragedia golpeaba a la familia a manos de uno de los malditos, pero esta vez los jóvenes hechiceros ya no eran niños, esta vez podrían proteger a quienes querían, y no pensaban quedarse de brazos cruzados.
La vieja Helga le preparó un te de tomillo a su esposo, y le acomodó una manta tejida de lana sobre los hombros. Los dos muchachos, que se le parecían a él, pero se habían parecido más a su madre, escuchaban su relación con gran interés.
—No iba yo a volver tan tarde.— El viejito envolvió con ambas manos la taza, dejando que el calor calara su piel y le entibiase los huesos.— Pero una parejita joven me pidió ayuda, y yo de golpe sentí que tenía que ayudarles... Aunque no los conocía de nada, y nunca tomo el camino por la noche.
Los muchachos asentían en silencio.
—Y a medio camino, necesitaron algo, y me hicieron darles el chal... Para cuando salí de su embrujo, estaban usando el carro, y tenían mis cosas.— El labio inferior le tembló, y su mirada se volvió acuosa. Sus palabras mostraban los hechos, pero nada podría transmitirles el horror de perderse a uno mismo, de ser despojado de la voluntad, del control sobre los deseos de uno.— Cuando se sintieron confiados en sus magias impías nos revelaron que el hombre era un vampiro… No se como me liberé, y hui, hui tan rápido que pensé que mataría a la pobre Betsy del esfuerzo.— Una solitaria lágrima se desprendió de sus ojos, y surco el rostro por sus pronunciadas arrugas hasta el mentón.
Poco después se hallaban los dos hechiceros montados, no en Betsy, que necesitaba descanso, sino en un par de bayos que ellos mismos habían criado. Desandaron a galope el camino que había tomado su tío, y ataron los caballos entre la maleza, para recorrer el resto a pie y no alertar al vampiro ni su contingente. Nunca otro de esos engendros de la noche abusaría de uno de los suyos sin castigo, se prometieron.
Fernand, con su magia de hielo, congelo un sendero abandonado, qué salía del camino hacia un barranco. Había habido ahí un puentecillo no hacía mucho, pero la última temporada de lluvias lo había destrozado, y nadie se había dignado a arreglarlo. Con la oscuridad, pensaba hacer resbalarse al vampiro en la zanja, y ahí, junto con su hermano, ahogarlo y congelarlo con su magia conjunta.
Herbert, que dominaba el agua y la tormenta, se adelantó por el camino hasta que vislumbro el grupo, aunque se sorprendió de la compañía del vampiro, y estuvo a punto de echarse atrás, un vistazo al guardapelo con la foto de su madre fue suficiente para recuperarse. Con gran habilidad, llamó a la tormenta, y empezó a conducirlos como a un rebaño de ovejas hacia el senderillo en el que se preparaba la trampa.
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Arygos también percibió que había algo raro en esa tormenta, pero no se le ocurría nada para poder remediar su situación, pues, salir volando, implicaría dejar a Víctor a su suerte, y, con el sospechoso comportamiento del clima, no le hacía ni una pizca de gracia. Además, dudaba que la mujer conejo pudiera asirse bien de su cuello sin caerse.
Incapaces de tomar otro sendero que no fuera el que les habían preparado, la dragona camino, alerta, erizando todo su cuerpo allá donde no fuera a lastimar a sus jinetes ni al vampiro.
—Esa lluvia no es normal, es más fuerte atrás y a los lados, parece que nos obligan a ir adelante—. La dragona mantuvo sus ojos sobre los costados del camino, oscuro por la noche y por la densa masa de árboles, y por ello, no se percató de la capa de hielo que cubrió de golpe el suelo hasta que no había puesto ya sobre el las patas. Un graznido de sorpresa escapó de su garganta, y su cuerpo comenzó a deslizarse hacia la inminente caída.
Sacó las garras, y estas arañaron el hielo llenando la noche con un chirrido que hería los oídos. Todos los pájaros cercanos huyeron en bandada, y la señora conejo se despertó de pronto, sobresaltada, perdió el equilibrio y cayó de bruces en el camino congelado. Sus posaderas se deslizaron como un tobogán, se precipitó hacia el agujero pensado para el vampiro, mientras la dragona, que había logrado frenar justo en el borde, la observaba caer de bruces en la profundidad de la zanja.
Off-Rol: Añadida otra complicación, creo que es la nº3 ya (?)
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Caminaba con prisa, pero siempre alerta al lado de Arygos cuando su graznido me puso en alerta, aunque por desgracia ya era demasiado tarde. El sendero congelado se había convertido en un inevitable sendero hasta un barranco en donde solamente los maltrechos vestigios de un antiguo puente se erguían dibujando su silueta en la noche. Saqué de prisa una de mis dagas y la clavé al piso, más por instinto y reflejos que por una muestra de agilidad.
Por desgracia la coneja no tenía reflejos como los nuestros, cayó despedida al piso y su pelaje suavecito y esponjoso la hizo deslizarse a toda velocidad hasta el barranco. Estiré la mano para atraparla mientras pasaba a mi lado pero se alejó veloz sin que pudiera detenerla. Por un instante el mundo parecía detenido, por un instante mientras el miedo se apoderaba de todo mi ser, me encontraba paralizado viendo cómo la silueta de la coneja desfilaba hacia su fatídico desenlace.
¡Arygos!- Dije aterrado mientras me sacaba el chaleco de correas y cuero donde reposaban atados algunos conejitos y la lancé hacia Arygos para que los atrapara, confiaba en ella, y si no, no pensaba mirar atrás para ver a los pequeños vueltos tortilla en el piso. Clavé con más fuerza mi daga en el suelo congelado, pero ya no para anclarme, sino para tomar impulso y deslizarme hasta poder alcanzar a la coneja.
Acostado en el suelo me impulsé en la dirección que se veía el pequeño bulto de esponjoso pelaje blanco y no pasó mucho tiempo hasta que comencé a alcanzarla, aunque por desgracia el barranco se acercaba más rápido que yo. Justo antes de llegar la coneja cayó al vacío y la perdí de vista, ni siquiera pensé en nada, simplemente me lancé tras ella estirando la mano para tratar de tomarla en el aire por una pata justo como antes.
Contemplé con horror como se me escapaba la peluda amiga, alejándose de mis dedos cada vez más, haciéndome enfrentar la dura realidad de no poder alcanzarla a pesar de estar tan cerca. Estiré la mano tanto como pude y cuando al fin estaba casi rozando los pelos de la coneja una ráfaga de hielo pasó entre nosotros y se llevó a la pequeña.
Se trataba de una especie de lanza de hielo, que arrojada con mucha precisión se llevó a Doña Coneja y la dejó clavada del muro. Respiré aliviado al ver que al menos la conejita estaba a salvo, aunque ahora debía prepararme para mi aterrizaje, me giré en el aire para tratar de quedar con los pies hacia abajo para hacer la caída lo menos aparatosa posible, a fin de cuentas, tampoco estaba con alto y ya había aprendido la lección de la vez anterior, además un conveniente bulto de hojas me esperaba para acolchar mi aterrizaje -Pero que buen servicio- Dije contento aunque no era lo que parecía inicialmente.
El pequeño colchón de hojas acabó siendo una trampa y mis pies se hundieron entre la maleza llevándome a un agujero de trampa -Pésimo servicio, ya no les daré propina- Dije en tono mordaz, por suerte, logré caer de pie y no había púas esperándome, lo que era una gran ventaja, pero a la vez también era una pista de la prisa con la que se había preparado aquello. El agujero no era muy profundo, quizá mi atacante no era tan listo como necesitaba para atraparme.
Novatos, me la ponen muy fácil- Sonreí con malicia antes de tratar de dar un salto y escaparme de la ridícula trampa, pero mis pies no se separaron del piso, bajé la vista para contemplar con horror que mis pies estaban cubiertos de hielo y pegados al piso -Rayos, ahora sí está difícil- No lo sabía, pero aquellas serían mis últimas palabras, pues una silueta que se acercaba caminando confiado consiguió neutralizarme sin mucho esfuerzo.
El hielo de mis pies se extendió rápidamente por mis piernas hacia el resto del cuerpo y antes que pudiera notarlo estaba paralizado, me costaba mover mis brazos que apenas me quedaban libres y las palabras se atornillaban en mi garganta negándose a salir -Genial, un vampiro de voz que no puede usar su voz- Pensé mientras enfocaba la vista al frente para ver a mi rival.
[1] Esto se pone feo, me han separado de Arygos, la coneja está colgando a varios metros del piso y yo estoy sin poder hablar y usar mi magia de voz para salir del apuro. Por desgracia la coneja no tenía reflejos como los nuestros, cayó despedida al piso y su pelaje suavecito y esponjoso la hizo deslizarse a toda velocidad hasta el barranco. Estiré la mano para atraparla mientras pasaba a mi lado pero se alejó veloz sin que pudiera detenerla. Por un instante el mundo parecía detenido, por un instante mientras el miedo se apoderaba de todo mi ser, me encontraba paralizado viendo cómo la silueta de la coneja desfilaba hacia su fatídico desenlace.
¡Arygos!- Dije aterrado mientras me sacaba el chaleco de correas y cuero donde reposaban atados algunos conejitos y la lancé hacia Arygos para que los atrapara, confiaba en ella, y si no, no pensaba mirar atrás para ver a los pequeños vueltos tortilla en el piso. Clavé con más fuerza mi daga en el suelo congelado, pero ya no para anclarme, sino para tomar impulso y deslizarme hasta poder alcanzar a la coneja.
Acostado en el suelo me impulsé en la dirección que se veía el pequeño bulto de esponjoso pelaje blanco y no pasó mucho tiempo hasta que comencé a alcanzarla, aunque por desgracia el barranco se acercaba más rápido que yo. Justo antes de llegar la coneja cayó al vacío y la perdí de vista, ni siquiera pensé en nada, simplemente me lancé tras ella estirando la mano para tratar de tomarla en el aire por una pata justo como antes.
Contemplé con horror como se me escapaba la peluda amiga, alejándose de mis dedos cada vez más, haciéndome enfrentar la dura realidad de no poder alcanzarla a pesar de estar tan cerca. Estiré la mano tanto como pude y cuando al fin estaba casi rozando los pelos de la coneja una ráfaga de hielo pasó entre nosotros y se llevó a la pequeña.
Se trataba de una especie de lanza de hielo, que arrojada con mucha precisión se llevó a Doña Coneja y la dejó clavada del muro. Respiré aliviado al ver que al menos la conejita estaba a salvo, aunque ahora debía prepararme para mi aterrizaje, me giré en el aire para tratar de quedar con los pies hacia abajo para hacer la caída lo menos aparatosa posible, a fin de cuentas, tampoco estaba con alto y ya había aprendido la lección de la vez anterior, además un conveniente bulto de hojas me esperaba para acolchar mi aterrizaje -Pero que buen servicio- Dije contento aunque no era lo que parecía inicialmente.
El pequeño colchón de hojas acabó siendo una trampa y mis pies se hundieron entre la maleza llevándome a un agujero de trampa -Pésimo servicio, ya no les daré propina- Dije en tono mordaz, por suerte, logré caer de pie y no había púas esperándome, lo que era una gran ventaja, pero a la vez también era una pista de la prisa con la que se había preparado aquello. El agujero no era muy profundo, quizá mi atacante no era tan listo como necesitaba para atraparme.
Novatos, me la ponen muy fácil- Sonreí con malicia antes de tratar de dar un salto y escaparme de la ridícula trampa, pero mis pies no se separaron del piso, bajé la vista para contemplar con horror que mis pies estaban cubiertos de hielo y pegados al piso -Rayos, ahora sí está difícil- No lo sabía, pero aquellas serían mis últimas palabras, pues una silueta que se acercaba caminando confiado consiguió neutralizarme sin mucho esfuerzo.
El hielo de mis pies se extendió rápidamente por mis piernas hacia el resto del cuerpo y antes que pudiera notarlo estaba paralizado, me costaba mover mis brazos que apenas me quedaban libres y las palabras se atornillaban en mi garganta negándose a salir -Genial, un vampiro de voz que no puede usar su voz- Pensé mientras enfocaba la vista al frente para ver a mi rival.
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Aerandiano de honor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Ambos habrían podido solventar rápidamente la situación de no haber una primeriza y sus doce retoños en medio de toda aquella situación. Arygos quiso lanzarse en picado tras el vampiro, pero le tocó contenerse, o los bebes lloverían hacia el suelo, ahora duro de hielo, que retenía su compañero.
Por suerte, la mamá coneja estaba presa contra un árbol, colgando de las ropas clavadas por la estaca de hielo. La dama pataleaba y chillaba por sus hijos, llorando desaforadamente. El drama de la madre distrajo momentáneamente al hechicero que se había expuesto, aquel que manejaba el hielo.
Arygos aprovechó aquello para soltar una buena cantidad de agua caliente, pero no hirviendo, que se deslizó hacia la masa endurecida que mantenía cautivo al vampiro. El hielo del risco empezó a deshacerse, y a ablandarse. La dragona rezó a los divinos para que aquello fuera suficiente para que el vampiro pudiese liberarse, porque antes de que tuviese tiempo de prestarle más auxilio, un chorro de agua se estrelló contra sus patas, haciendo el suelo bajo si más resbaladizo.
La dragona pego un salto. Los bebes se sacudieron en los arneses y casi salieron volando. Aquel era un movimiento que era mejor no repetir.
—Acaba con él rápido.— Grito Herbert a su gemelo.— Yo entretendré al dragón.— Y aunque a la muchachilla le hubiese gustado replicar, o ignorarlo, no podía permitírselo. Ella podía resistir los violentos chorros de agua que el hechicero le arrojaba, pero si alguno llegaba a golpear a los pequeños, los resultados podían resultar terribles.
Entorpeciendo su movimiento, la dragona uso las alas como escudo, para cubrir a los pequeños. Cuando el agua le impactó, la fuerte presión de la misma le arrancó varias plumas. Serpenteando como una lagartija, empezó a esquivar los violentos chorros de agua, aplastándose contra el suelo, o contorsionándose ágilmente entre la vegetación.
—Fer, date prisa!.— Grito el mago, asustado ante la cercanía creciente del enorme leviatán blanco.
Arygos abrió las fauces, y soltó hacia el mismo un enorme chorro de agua hirviendo. El hechicero estiró el brazo hacia adelante y desvío con insultante facilidad el líquido elemento que dominaba, mucho más diestramente que la dragona.
Ella repitió el movimiento, y con igual facilidad fue bloqueada. Pero esta vez estaba más cerca.
Cuando el hechicero se confió, y alzo el brazo para detener el ataque una tercera vez, aparto la cortina de agua para descubrir un antebrazo sin mano.
Un terrible gemido resonó por el bosque. Paralizado por el shock, el joven hechicero miró su muñón con los ojos desorbitados. La dragona dio otro bocado, y esta vez, solo le quedó brazo hasta el codo. Herbert se desmayó.
Por suerte, la mamá coneja estaba presa contra un árbol, colgando de las ropas clavadas por la estaca de hielo. La dama pataleaba y chillaba por sus hijos, llorando desaforadamente. El drama de la madre distrajo momentáneamente al hechicero que se había expuesto, aquel que manejaba el hielo.
Arygos aprovechó aquello para soltar una buena cantidad de agua caliente, pero no hirviendo, que se deslizó hacia la masa endurecida que mantenía cautivo al vampiro. El hielo del risco empezó a deshacerse, y a ablandarse. La dragona rezó a los divinos para que aquello fuera suficiente para que el vampiro pudiese liberarse, porque antes de que tuviese tiempo de prestarle más auxilio, un chorro de agua se estrelló contra sus patas, haciendo el suelo bajo si más resbaladizo.
La dragona pego un salto. Los bebes se sacudieron en los arneses y casi salieron volando. Aquel era un movimiento que era mejor no repetir.
—Acaba con él rápido.— Grito Herbert a su gemelo.— Yo entretendré al dragón.— Y aunque a la muchachilla le hubiese gustado replicar, o ignorarlo, no podía permitírselo. Ella podía resistir los violentos chorros de agua que el hechicero le arrojaba, pero si alguno llegaba a golpear a los pequeños, los resultados podían resultar terribles.
Entorpeciendo su movimiento, la dragona uso las alas como escudo, para cubrir a los pequeños. Cuando el agua le impactó, la fuerte presión de la misma le arrancó varias plumas. Serpenteando como una lagartija, empezó a esquivar los violentos chorros de agua, aplastándose contra el suelo, o contorsionándose ágilmente entre la vegetación.
—Fer, date prisa!.— Grito el mago, asustado ante la cercanía creciente del enorme leviatán blanco.
Arygos abrió las fauces, y soltó hacia el mismo un enorme chorro de agua hirviendo. El hechicero estiró el brazo hacia adelante y desvío con insultante facilidad el líquido elemento que dominaba, mucho más diestramente que la dragona.
Ella repitió el movimiento, y con igual facilidad fue bloqueada. Pero esta vez estaba más cerca.
Cuando el hechicero se confió, y alzo el brazo para detener el ataque una tercera vez, aparto la cortina de agua para descubrir un antebrazo sin mano.
Un terrible gemido resonó por el bosque. Paralizado por el shock, el joven hechicero miró su muñón con los ojos desorbitados. La dragona dio otro bocado, y esta vez, solo le quedó brazo hasta el codo. Herbert se desmayó.
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Mis pies estaban anclados al suelo y el frío me helaba los huesos y me impedía moverme, además mi garganta se negaba a pronunciar palabras -Es tu fin, vampiro, pagarás por todo el dolor que has causado- Dijo el sujeto mientras comenzaba a formar en sus manos un par de afiladas estacas de hielo -¡No, por favor, él no es malvado!- Gritó la coneja asustada aunque el movimiento de sus extremidades hizo que la ropa de la que colgaba comenzara a rasgarse a partir del agujero con el que la estaca de hielo la había grapado al árbol.
Seguro tienes controlada la mente de la coneja, es muy tarde para ella, si muere será tu culpa- Dijo amenazante y sin ningún interés por la seguridad de la peluda -Ya voy, necesito disfrutar esto- Respondió a su compañero que pedía prisa, pero su afán de disfrutarlo le jugó en contra, pues un pequeño pero efectivo torrente de agua tibia se arrastró hasta mis pies, calentando por un instante la fría prisión que me impedía moverme.
Es ahora o nunca- Pensé y dejé salir toda mi fuerza de vampiro malvado [1] para romper el hielo en ese instante de fragilidad y dar un salto hacia adelante, las palabras aún se aferraban a mi garganta, pero un débil grito ahogado fue suficiente para distorsionar la visión de aquel brujo y hacer que percibiera mi imagen con un pequeño retraso. [2]
El brujo me vio acercarme en una salvaje embestida y reaccionó con una estocada al frente con la estaca que llevaba en su mano derecha que me atravesó el pecho de lado a lado, o al menos eso fue lo que vio, pues yo me había movido a un lado apenas un instante antes para evitar el impacto. Ese pequeño par de segundos me sirvieron para golpear su antebrazo con tal fuerza que el hueso fracturado se escucharía hasta Beltrexus.
Sin entender lo que había sucedido, el brujo soltó las dos estacas que cayeron al piso y se rompieron en pedazos mientras él soltaba un grito de dolor. Tomé el cuello del chico y le estrellé la cara contra el suelo helado tratando de dejarlo fuera de combate, aunque de momento había algo más importante que atender.
La tela que sostenía a la coneja se iba rompiendo rápidamente y no tardaría en desplomarse, dejé atrás al brujito sin prestarle más atención y en una rápida carrera salté para atrapar en el aire a la coneja cuyo sostén finalmente había cedido, dejándola caer a su suerte. Por fortuna logré capturarla en pleno vuelo y giré en el aire abrazándola para que fuera mi espalda la que recibiera el golpe del aterrizaje.
¿Se encuentra bien?- Pregunté a la coneja mientras la acomodaba en el piso cuando de pronto sentí una punzada en un costado. El brujo exhibía una mirada de odio aún a través de la cortina de sangre que bañaba su rostro, había hecho emerger del puso una filosa estaca de hielo con la que había logrado herirme y no parecía querer detenerse -Morirás, maldito chupasangre- Balbuceó mientras colocaba ambas manos en la tierra y comenzaban a aparecer estacas aleatoriamente en mi posición.
Era una jugada triste y desesperada, pero aunque yo lograra evadirla de un salto, la coneja no tendría tanta suerte. Presa de la desesperación e impotencia dejé salir un feroz grito con más magia de la que hubiera usado antes -¡Basta!- [3] El enérgico grito se anidó como un eco en los pasillo de la mente del chico, el cual detuvo su habilidad para llevar las manos a la cabeza ante un potente dolor de cabeza que le hizo sangrar los ojos y orejas antes de desmayarse.
¡Mis bebés, mis bebés!- Exclamó la coneja asustada al escuchar un aterrador grito en la posición de Arygos -Estarán bien- Le dije mientras trataba de recuperar mi respiración. Levanté la vista al borde del barranco justo para ver al otro brujito asomarse y ver con horror a su compañero tendido en el piso -Está inconsciente, pero vivo, tú estás herido, pero vivo, váyanse, y sigan vivos- Le dije en tono serio aunque sin poder evitar que Arygos le arrancara la cabeza de una mordida sí así lo quería.
Lo de su brazo no era un corte de arma, la mano había sido arrancada y solo los dientes de Arygos podrían tener esa fuerza -Mira tu brazo- Le señalé -La mordida de mi compañera es venenosa, si no recibes tratamiento, sus babas corrosivas se comerán tu brazo y parte de tu cuerpo- [4] Le dije para asustarlo, y aunque no era cierto, él lo creería con todo su ser.
Dudó por un instante antes de dejarse caer formando un torbellino de agua en el lugar de su caída para suavizar su aterrizaje -No mentiste- Dijo al tocar a su hermano y sentir sus latidos -Pero esto no cambia nada, nos volveremos a ver, monstruo- Tras aquellas palabras, encendió un pergamino que liberó una espesa nube de humo por un rato para desaparecer de la vista, aunque al disiparse el humo aún estaba ahí, tratando de echarse a su hermano a la espalda para llevárselo cargado.
Hola de volver con sus pequeños- Dije mientras peinaba a la coneja con mi mano para calmarla, porque estaba bastante tensa debido a la situación tan dura que había experimentado. Tomé a la coneja en mis brazos para subir más rápido y subimos por un pequeño camino a un lado del barranco, apartando plantas y salteando obstáculos hasta que llegamos a donde Arygos se encontraba con los cachorros.
Espero que ya podamos seguir el viaje sin problemas- Me acerqué a la dragona -¿Están todos bien?- Pregunté en general aunque mi pregunta iba dirigida principalmente a Arygos. De los pequeños se preocupaba su madre, quien corrió a verificar el estado de todos ellos. Yo discretamente hacía presión en la herida de mi costado, por suerte no era profunda y sanaría sin problemas, pero de momento necesitaba mantener la zona presionada para evitar un sangrado excesivo.
[1] Habilidad de Nivel 3: Del más allá. Seguro tienes controlada la mente de la coneja, es muy tarde para ella, si muere será tu culpa- Dijo amenazante y sin ningún interés por la seguridad de la peluda -Ya voy, necesito disfrutar esto- Respondió a su compañero que pedía prisa, pero su afán de disfrutarlo le jugó en contra, pues un pequeño pero efectivo torrente de agua tibia se arrastró hasta mis pies, calentando por un instante la fría prisión que me impedía moverme.
Es ahora o nunca- Pensé y dejé salir toda mi fuerza de vampiro malvado [1] para romper el hielo en ese instante de fragilidad y dar un salto hacia adelante, las palabras aún se aferraban a mi garganta, pero un débil grito ahogado fue suficiente para distorsionar la visión de aquel brujo y hacer que percibiera mi imagen con un pequeño retraso. [2]
El brujo me vio acercarme en una salvaje embestida y reaccionó con una estocada al frente con la estaca que llevaba en su mano derecha que me atravesó el pecho de lado a lado, o al menos eso fue lo que vio, pues yo me había movido a un lado apenas un instante antes para evitar el impacto. Ese pequeño par de segundos me sirvieron para golpear su antebrazo con tal fuerza que el hueso fracturado se escucharía hasta Beltrexus.
Sin entender lo que había sucedido, el brujo soltó las dos estacas que cayeron al piso y se rompieron en pedazos mientras él soltaba un grito de dolor. Tomé el cuello del chico y le estrellé la cara contra el suelo helado tratando de dejarlo fuera de combate, aunque de momento había algo más importante que atender.
La tela que sostenía a la coneja se iba rompiendo rápidamente y no tardaría en desplomarse, dejé atrás al brujito sin prestarle más atención y en una rápida carrera salté para atrapar en el aire a la coneja cuyo sostén finalmente había cedido, dejándola caer a su suerte. Por fortuna logré capturarla en pleno vuelo y giré en el aire abrazándola para que fuera mi espalda la que recibiera el golpe del aterrizaje.
¿Se encuentra bien?- Pregunté a la coneja mientras la acomodaba en el piso cuando de pronto sentí una punzada en un costado. El brujo exhibía una mirada de odio aún a través de la cortina de sangre que bañaba su rostro, había hecho emerger del puso una filosa estaca de hielo con la que había logrado herirme y no parecía querer detenerse -Morirás, maldito chupasangre- Balbuceó mientras colocaba ambas manos en la tierra y comenzaban a aparecer estacas aleatoriamente en mi posición.
Era una jugada triste y desesperada, pero aunque yo lograra evadirla de un salto, la coneja no tendría tanta suerte. Presa de la desesperación e impotencia dejé salir un feroz grito con más magia de la que hubiera usado antes -¡Basta!- [3] El enérgico grito se anidó como un eco en los pasillo de la mente del chico, el cual detuvo su habilidad para llevar las manos a la cabeza ante un potente dolor de cabeza que le hizo sangrar los ojos y orejas antes de desmayarse.
¡Mis bebés, mis bebés!- Exclamó la coneja asustada al escuchar un aterrador grito en la posición de Arygos -Estarán bien- Le dije mientras trataba de recuperar mi respiración. Levanté la vista al borde del barranco justo para ver al otro brujito asomarse y ver con horror a su compañero tendido en el piso -Está inconsciente, pero vivo, tú estás herido, pero vivo, váyanse, y sigan vivos- Le dije en tono serio aunque sin poder evitar que Arygos le arrancara la cabeza de una mordida sí así lo quería.
Lo de su brazo no era un corte de arma, la mano había sido arrancada y solo los dientes de Arygos podrían tener esa fuerza -Mira tu brazo- Le señalé -La mordida de mi compañera es venenosa, si no recibes tratamiento, sus babas corrosivas se comerán tu brazo y parte de tu cuerpo- [4] Le dije para asustarlo, y aunque no era cierto, él lo creería con todo su ser.
Dudó por un instante antes de dejarse caer formando un torbellino de agua en el lugar de su caída para suavizar su aterrizaje -No mentiste- Dijo al tocar a su hermano y sentir sus latidos -Pero esto no cambia nada, nos volveremos a ver, monstruo- Tras aquellas palabras, encendió un pergamino que liberó una espesa nube de humo por un rato para desaparecer de la vista, aunque al disiparse el humo aún estaba ahí, tratando de echarse a su hermano a la espalda para llevárselo cargado.
Hola de volver con sus pequeños- Dije mientras peinaba a la coneja con mi mano para calmarla, porque estaba bastante tensa debido a la situación tan dura que había experimentado. Tomé a la coneja en mis brazos para subir más rápido y subimos por un pequeño camino a un lado del barranco, apartando plantas y salteando obstáculos hasta que llegamos a donde Arygos se encontraba con los cachorros.
Espero que ya podamos seguir el viaje sin problemas- Me acerqué a la dragona -¿Están todos bien?- Pregunté en general aunque mi pregunta iba dirigida principalmente a Arygos. De los pequeños se preocupaba su madre, quien corrió a verificar el estado de todos ellos. Yo discretamente hacía presión en la herida de mi costado, por suerte no era profunda y sanaría sin problemas, pero de momento necesitaba mantener la zona presionada para evitar un sangrado excesivo.
[2] Habilidad de Nivel 5: La sombra fuera del tiempo.
[3] Habilidad de Nivel 2: El que susurra en la oscuridad.
[4] Habilidad de Nivel 7: La máscara de la muerte roja.
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Arygos corrió hacia el Vampiro, más preocupada por este que por el enemigo, conmocionado, que ahora intentaba ayudar a su hermano. La amenaza del hechicero, sin embargo, hizo que la dragona viera a los jovenes con renovada animosidad. Ella todavía no entendía porque Victor tenía esa mania horrenda de dejar vivos a aquellos que buscaban su muerte, y temía, que algun dia, varios de ellos se unieran para intentar dar caza al vampiro.
Quería saltarles encima y descuartizarlos, quería hacerlos papilla para que nadie pudiese nunca reconocerlos, y por tanto, vincularlos a ellos. Quería. Pero no lo hizo, porque en los arneses que colgaban de su cuerpo aun había una cantidad ingente de bebes feos y velludos, que sollozaban buscando a su madre.
Con un resoplido de frustración la dragóna se acercó a sus compañeros, y se quedó quieta, dejando que la mama coneja revisara a todos y cada uno de sus cachorros. Algunos, los que estaban más adelante, tenían pequeñas manchas rojas que los salpicaban como si fuera un sarpullido, sangre del mago tullido. Ninguno estaba herido.
Arygos permanecía agena a la herida del vampiro, sino, ninguna cantidad de cachorros habría sido suficiente para evitar que se lanzara a la persecución de los hechiceros.
Manteniendose en la delantera del contingente, y llevando sobre sus hombros a la primeriza, la marcha volvió al camino. Desandaron el senderillo por el cual los había conducido la lluvia, y re emprendieron la marcha.
No tardaron, por fin, en tomar el desvió que los sumergía en una parte menos ominosa del bosque. De entre los arboles, las luces de una casita, y la columna de humo de su chimenea, permitieron a los viajeros intuir el final de su destino.
Arygos se detuvo delante de la casita achaparrada de un solo piso, con el techo verde de musgo, y las ventanas y las puertas redondas como una madriguera. Había a su costado una huerta que rebosaba en vida y frutos, un pequeño pozo de piedra, y un caminillo remarcado por lonchas de madera circulares. Parecía la morada de los duendecillos de los cuentos. La dragona no podia imaginarse una casa que le quedase mejor a sus dueños.
La puerta se abrió, y salió de ahí el señor conejo.
-¡Cariño!.- Grito la mama coneja, bajando del lomo de la dragona, y barriendo con eso la cara de susto de su marido, que ya se agarraba con fuerza el brazo izquierdo.
Quería saltarles encima y descuartizarlos, quería hacerlos papilla para que nadie pudiese nunca reconocerlos, y por tanto, vincularlos a ellos. Quería. Pero no lo hizo, porque en los arneses que colgaban de su cuerpo aun había una cantidad ingente de bebes feos y velludos, que sollozaban buscando a su madre.
Con un resoplido de frustración la dragóna se acercó a sus compañeros, y se quedó quieta, dejando que la mama coneja revisara a todos y cada uno de sus cachorros. Algunos, los que estaban más adelante, tenían pequeñas manchas rojas que los salpicaban como si fuera un sarpullido, sangre del mago tullido. Ninguno estaba herido.
Arygos permanecía agena a la herida del vampiro, sino, ninguna cantidad de cachorros habría sido suficiente para evitar que se lanzara a la persecución de los hechiceros.
Manteniendose en la delantera del contingente, y llevando sobre sus hombros a la primeriza, la marcha volvió al camino. Desandaron el senderillo por el cual los había conducido la lluvia, y re emprendieron la marcha.
No tardaron, por fin, en tomar el desvió que los sumergía en una parte menos ominosa del bosque. De entre los arboles, las luces de una casita, y la columna de humo de su chimenea, permitieron a los viajeros intuir el final de su destino.
Arygos se detuvo delante de la casita achaparrada de un solo piso, con el techo verde de musgo, y las ventanas y las puertas redondas como una madriguera. Había a su costado una huerta que rebosaba en vida y frutos, un pequeño pozo de piedra, y un caminillo remarcado por lonchas de madera circulares. Parecía la morada de los duendecillos de los cuentos. La dragona no podia imaginarse una casa que le quedase mejor a sus dueños.
La puerta se abrió, y salió de ahí el señor conejo.
-¡Cariño!.- Grito la mama coneja, bajando del lomo de la dragona, y barriendo con eso la cara de susto de su marido, que ya se agarraba con fuerza el brazo izquierdo.
Arygos Valnor
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Re: Una docena de problemas [Trabajo][Bio y Arygos]
Por suerte, la pequeña herida causada por la punzada no era profunda, por lo que bastó con una pequeña tela haciendo presión alrededor para controlar y cerrar. El par de brujos se habían ido, y con ellos se había ido la amenaza. Solo esperaba que el resto del viaje fuera más tranquilo y sin contratiempos, la noche de terror había terminado.
Procuré mantener el ritmo en todo momento, avanzando al ritmo de la dragona, aunque dedicando algunos instantes esporádicos y rondar los alrededores en busca de cualquier señal que me pusiera en alerta. Por fortuna no fue necesario y el resto del viaje sucedió sin complicaciones hasta que llegamos a una pequeña y adorable casita, que casualmente se parecía mucho a la casa de Rauko.
La puerta de la pequeña casa se abrió y la cara de sorpresa de Don Conejo no tuvo desperdicio, corrió a abrazar a su esposa pero sin perder de vista a la pareja dispareja y atípica en la que habían venido viajando sus pequeñas crías -Amor, te presento a mis compañeros de viaje- Dijo la coneja mientras se giraba para señalarnos -Son una parejita muy adorable y de buenas personas- La cara del conejo delataba una confusión cada vez más grande, un hombre y una dragona no parecían algo del todo natural.
Oh, pero… qué… lindos- Señaló sin entender mucho la situación, pero sin querer conocer más detalles. La coneja se acercó a susurrarle algunas cosas al oído que ya no pudimos entender, pero al final el conejo nos sonrió y saludó con aparente normalidad. Bastaron apenas unos minutos para que la pareja de peluditos orejudos retiraran a todos los conejitos que decoraban el cuerpo de Arygos, y al cabo de unos instantes la dragona estaba completamente libre.
No sabría cómo agradecerles todo lo que hicieron por mi esposa y mis pequeños- Dijo el conejo antes de entrar a la casa y regresar con una pequeña bolsita de aeros -Creo que con esto podrán continuar su viaje y tener algo de comer por el camino- La coneja me miró tras aquellas palabras, sabiendo que con dinero no podía comprar mi alimento -O casi- Dijo con una sonrisa cómplice a la que no pude evitar devolver una risa nerviosa.
Ha sido un placer traerlos hasta acá, pero ahora debemos retirarnos antes que caiga el día, y nos aplaste- Con aquel terrible chiste marqué mi despedida, apoyé mi mano en el cuello de la dragona y me preparé para continuar el viaje hacia las tierras del norte -Hora de irnos- Le dije a Arygos preparado para seguir el viaje, esperando que no estuviera muy cansada para volar otro poco -¿Me das una mano?- Pregunté con malicia antes de reír con picardía, la mano del brujo podría convertirse en un chiste recurrente.
[1] Fin del trabajo, no hubo muertes, aunque alguien va a necesitar una mano. Procuré mantener el ritmo en todo momento, avanzando al ritmo de la dragona, aunque dedicando algunos instantes esporádicos y rondar los alrededores en busca de cualquier señal que me pusiera en alerta. Por fortuna no fue necesario y el resto del viaje sucedió sin complicaciones hasta que llegamos a una pequeña y adorable casita, que casualmente se parecía mucho a la casa de Rauko.
La puerta de la pequeña casa se abrió y la cara de sorpresa de Don Conejo no tuvo desperdicio, corrió a abrazar a su esposa pero sin perder de vista a la pareja dispareja y atípica en la que habían venido viajando sus pequeñas crías -Amor, te presento a mis compañeros de viaje- Dijo la coneja mientras se giraba para señalarnos -Son una parejita muy adorable y de buenas personas- La cara del conejo delataba una confusión cada vez más grande, un hombre y una dragona no parecían algo del todo natural.
Oh, pero… qué… lindos- Señaló sin entender mucho la situación, pero sin querer conocer más detalles. La coneja se acercó a susurrarle algunas cosas al oído que ya no pudimos entender, pero al final el conejo nos sonrió y saludó con aparente normalidad. Bastaron apenas unos minutos para que la pareja de peluditos orejudos retiraran a todos los conejitos que decoraban el cuerpo de Arygos, y al cabo de unos instantes la dragona estaba completamente libre.
No sabría cómo agradecerles todo lo que hicieron por mi esposa y mis pequeños- Dijo el conejo antes de entrar a la casa y regresar con una pequeña bolsita de aeros -Creo que con esto podrán continuar su viaje y tener algo de comer por el camino- La coneja me miró tras aquellas palabras, sabiendo que con dinero no podía comprar mi alimento -O casi- Dijo con una sonrisa cómplice a la que no pude evitar devolver una risa nerviosa.
Ha sido un placer traerlos hasta acá, pero ahora debemos retirarnos antes que caiga el día, y nos aplaste- Con aquel terrible chiste marqué mi despedida, apoyé mi mano en el cuello de la dragona y me preparé para continuar el viaje hacia las tierras del norte -Hora de irnos- Le dije a Arygos preparado para seguir el viaje, esperando que no estuviera muy cansada para volar otro poco -¿Me das una mano?- Pregunté con malicia antes de reír con picardía, la mano del brujo podría convertirse en un chiste recurrente.
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