Amores de cristal [Trabajo]
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Amores de cristal [Trabajo]
Ilthairon arranco el papel clavado sobre los tablones, su mensaje siniestro quedaba algo perdido entre los anuncios más mundanos, pero él tenía ojo para esas cosas, y prefería diezmar a la competencia antes de que esta siquiera empezara. Suponía que debía de haber más carteles como esos en otros puntos de la ciudad, pero menos era nada.
Con paso ágil, pero sin prisas, fue camino abajo, sorteando a la gente enfrascada en asuntos cuotidianos.
Presidiendo una pequeña plazoleta en la que desembocaba una de las avenidas de los artesanos, pendía el cartel de madera de la posada. La figura de dos jarras estaba recortada en la madera y había sido llenada con un vitral naranja.
Era una posada bien ubicada y casi siempre concurrida, pero podían pagarla. El salón tenía forma de rosquilla, con las mesas entorno, un podio redondo pequeño que ahora estaba desocupado, pero que por las noches solía albergar una dupla de cuentacuentos aceptable. Cuando se les secaba la garganta, o habían tomado de más, tocaban la flauta. Como era de maña, no había nadie, y eso facilitaba peinar rápido el lugar con la mirada.
Las escaleras al segundo piso estaban pegadas a la pared de la fachada, creando un pequeño rincón cuya penumbra solo combatía la luz que se colaba por las estrechas ventas. El caleidoscópico reflejo de sus cristales de colores se curvaban sobre las delicadas facciones de la muchacha, que aguardaba con una paciencia estoica. En momentos como aquel era fácil olvidarse de la brutalidad que se escondía detrás de las juveniles formas de su nariz y sus labios, o de las pocas luces que había detrás de sus brillantes ojos escarlatas.
Iltharion apreciaba esa belleza, pero no se dejaba engañar por ella, ni era el motivo por el cual la acompañaba. Akapalotl era fácil de manipular, muy fuerte, y escolta gratis, además, dejaba que él manejase las finanzas de ambos. Desde que viajaba con ella había ganado mucho dinero. Solo requería que le diese donde descargar su violencia de vez en cuando.
El elfo se dejó caer sobre la silla que llevaba ocupando los últimos días. La mesa ya tenía su pedidido, fuera porque los habían tomado de habituales, o porque la dragona había sido presa de un pequeño destello de lucidez y se había adelantado.
Antes de probar la birra, saco de entre sus ropas un pergamino enrollado, y lo exhibió jugueteando a hacerlo saltar con los dedos de una sola mano.
—Tenemos trabajo.— Declaro con una sonrisa deslumbrante, de esas a las que la muchacha era totalmente invulnerable. Esa declaración solía ser el pistoletazo de salida a alguna excusa que le permitiese defenestrar a alguien.
Iltharion le lanzó el pergamino que había arrancado del tablón de anuncios para que lo leyese, aunque dudaba de que fuera capaz de entender la implícita oportunidad que la búsqueda de los jóvenes desaparecidos presentaba. Bebió, permitiéndole unos instantes de frustración antes de explicarse.
—Muchos jóvenes desaparecen, todos por el mismo motivo, en el mismo lugar, y en muy poco tiempo. Alguien se los está llevando.— Sentenció, dando un largo trago a su jarra para añadirle dramatismo a su pausa.— Y como estos no se comunican de nuevo, no es para nada bueno. —El elfo bajo la voz.— Sabes que eso.— Se sonrió.— Es carta blanca. Podrás cortar como mínimo una cabeza esta vez.— Le dedicó un guiño cómplice. Sabía cuanto le había fastidiado a la muchacha perderse el papel de verdugo en uno de sus últimos trabajos, y, aunque había matado desde entonces, seguía teniendo la sensación de que aún le guardaba algo de rencor al respecto.
Con paso ágil, pero sin prisas, fue camino abajo, sorteando a la gente enfrascada en asuntos cuotidianos.
Presidiendo una pequeña plazoleta en la que desembocaba una de las avenidas de los artesanos, pendía el cartel de madera de la posada. La figura de dos jarras estaba recortada en la madera y había sido llenada con un vitral naranja.
Era una posada bien ubicada y casi siempre concurrida, pero podían pagarla. El salón tenía forma de rosquilla, con las mesas entorno, un podio redondo pequeño que ahora estaba desocupado, pero que por las noches solía albergar una dupla de cuentacuentos aceptable. Cuando se les secaba la garganta, o habían tomado de más, tocaban la flauta. Como era de maña, no había nadie, y eso facilitaba peinar rápido el lugar con la mirada.
Las escaleras al segundo piso estaban pegadas a la pared de la fachada, creando un pequeño rincón cuya penumbra solo combatía la luz que se colaba por las estrechas ventas. El caleidoscópico reflejo de sus cristales de colores se curvaban sobre las delicadas facciones de la muchacha, que aguardaba con una paciencia estoica. En momentos como aquel era fácil olvidarse de la brutalidad que se escondía detrás de las juveniles formas de su nariz y sus labios, o de las pocas luces que había detrás de sus brillantes ojos escarlatas.
Iltharion apreciaba esa belleza, pero no se dejaba engañar por ella, ni era el motivo por el cual la acompañaba. Akapalotl era fácil de manipular, muy fuerte, y escolta gratis, además, dejaba que él manejase las finanzas de ambos. Desde que viajaba con ella había ganado mucho dinero. Solo requería que le diese donde descargar su violencia de vez en cuando.
El elfo se dejó caer sobre la silla que llevaba ocupando los últimos días. La mesa ya tenía su pedidido, fuera porque los habían tomado de habituales, o porque la dragona había sido presa de un pequeño destello de lucidez y se había adelantado.
Antes de probar la birra, saco de entre sus ropas un pergamino enrollado, y lo exhibió jugueteando a hacerlo saltar con los dedos de una sola mano.
—Tenemos trabajo.— Declaro con una sonrisa deslumbrante, de esas a las que la muchacha era totalmente invulnerable. Esa declaración solía ser el pistoletazo de salida a alguna excusa que le permitiese defenestrar a alguien.
Iltharion le lanzó el pergamino que había arrancado del tablón de anuncios para que lo leyese, aunque dudaba de que fuera capaz de entender la implícita oportunidad que la búsqueda de los jóvenes desaparecidos presentaba. Bebió, permitiéndole unos instantes de frustración antes de explicarse.
—Muchos jóvenes desaparecen, todos por el mismo motivo, en el mismo lugar, y en muy poco tiempo. Alguien se los está llevando.— Sentenció, dando un largo trago a su jarra para añadirle dramatismo a su pausa.— Y como estos no se comunican de nuevo, no es para nada bueno. —El elfo bajo la voz.— Sabes que eso.— Se sonrió.— Es carta blanca. Podrás cortar como mínimo una cabeza esta vez.— Le dedicó un guiño cómplice. Sabía cuanto le había fastidiado a la muchacha perderse el papel de verdugo en uno de sus últimos trabajos, y, aunque había matado desde entonces, seguía teniendo la sensación de que aún le guardaba algo de rencor al respecto.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Amores de cristal [Trabajo]
Madera, licor, comida, humedad y algún perfume barato, esos eran los olores que le llegaban a la dragona, Akapalotl se encontraba como ya era habitual en la habitación de la posada y aunque llevaban más tiempo ahí del que le gustaba, la verdad es que para ella estar allí era mejor que estar rodeada de las gentes del sur.
“en verdad es más útil de lo que parece” pensó al recordar que el elfo se encargaba de conseguir trabajos, incluso en ocasiones le llevaba la comida, así ella se ahorraba deambular por la cuidad o por la posada y tener que soportar la tortuosa cultura sureña.
“pero le ha tomado mucho y solo consigue trabajos de mierda”
Recordó la tortuosa temporada que tuvo haciéndole de guardaespaldas, los días que se desperdiciaron en aquel lugar donde el dio clases.
“igual no tenía nada mejor que hacer…”
La muchacha detuvo sus ejercicios de respiración y abrió los ojos lentamente, al sentir un aroma familiar, Iltharion había llegado y tenía en sus manos un nuevo trabajo, “que no sea otro trabajo con niños …”
- Tenemos trabajo
El ánimo del elfo fue tan grande que acobijo a la chica, ella se dejó manejar por la misma y con energía empezó a leer el trabajo
“niños otra vez” pensó decepcionada, para luego observar fijo a su acompañante, mientras este le vendía la idea, antes de que ella siquiera abriera su boca y lanzara alguna objeción; el problema de que pudiera ser igual que el trabajo del niño cerdo había desaparecido, fue zanjado de inmediato por el bardo.
- Es carta blanca. Podrás cortar como mínimo una cabeza esta vez
- ¡Bien que esperamos! – la dragona empezó a moverse y a tomar algunas de sus cosas, lista para partir, no obstante, al cabo de unos momentos se percató que al menos inicialmente no debían dejar el pueblo – supongo lo primero que debemos hacer es buscar al que publico esta misiva – dijo para el elfo y pasa si misma, antes de tomar su arma y partir.
Antes de que siquiera el elfo pudiera decir algo, fuera lo que fuera, la dragona había tomado ruta hacia la casa del padre de la victima; Akapalotl había llevado encerrada en la posada ya varios días, detenerla no era buena idea, y de eso fue testigo el ayudante del posadero que estaba acomodando unas sillas, el pobre estaba en el camino a la salida y terminó siendo empujado a un costado por la joven, por suerte, no paso a mayores y solo fue un pequeño empujón.
- Apártate – la dragona miró al chico, un humano, el cual procedió a mover sus ojos detallando a Akapalotl, su mirada se posó en la hoja que cargaba la misma y no pudo evitar hablarle.
- Tu… porque tienes el anuncio de búsqueda de Sophia Speculis, ¿acaso iras a buscarla? – dijo con un tono asustado, pero al mismo tiempo rencoroso, el odio en sus palabras era muy claro, cualquiera lo notaria, cualquiera menos Akapalolt
- Eh, a ti que te importa pequeño barrendero- ignoró por completo al muchacho – vámonos Iltharion, no perdamos más el tiempo.
“en verdad es más útil de lo que parece” pensó al recordar que el elfo se encargaba de conseguir trabajos, incluso en ocasiones le llevaba la comida, así ella se ahorraba deambular por la cuidad o por la posada y tener que soportar la tortuosa cultura sureña.
“pero le ha tomado mucho y solo consigue trabajos de mierda”
Recordó la tortuosa temporada que tuvo haciéndole de guardaespaldas, los días que se desperdiciaron en aquel lugar donde el dio clases.
“igual no tenía nada mejor que hacer…”
La muchacha detuvo sus ejercicios de respiración y abrió los ojos lentamente, al sentir un aroma familiar, Iltharion había llegado y tenía en sus manos un nuevo trabajo, “que no sea otro trabajo con niños …”
- Tenemos trabajo
El ánimo del elfo fue tan grande que acobijo a la chica, ella se dejó manejar por la misma y con energía empezó a leer el trabajo
“niños otra vez” pensó decepcionada, para luego observar fijo a su acompañante, mientras este le vendía la idea, antes de que ella siquiera abriera su boca y lanzara alguna objeción; el problema de que pudiera ser igual que el trabajo del niño cerdo había desaparecido, fue zanjado de inmediato por el bardo.
- Es carta blanca. Podrás cortar como mínimo una cabeza esta vez
- ¡Bien que esperamos! – la dragona empezó a moverse y a tomar algunas de sus cosas, lista para partir, no obstante, al cabo de unos momentos se percató que al menos inicialmente no debían dejar el pueblo – supongo lo primero que debemos hacer es buscar al que publico esta misiva – dijo para el elfo y pasa si misma, antes de tomar su arma y partir.
Antes de que siquiera el elfo pudiera decir algo, fuera lo que fuera, la dragona había tomado ruta hacia la casa del padre de la victima; Akapalotl había llevado encerrada en la posada ya varios días, detenerla no era buena idea, y de eso fue testigo el ayudante del posadero que estaba acomodando unas sillas, el pobre estaba en el camino a la salida y terminó siendo empujado a un costado por la joven, por suerte, no paso a mayores y solo fue un pequeño empujón.
- Apártate – la dragona miró al chico, un humano, el cual procedió a mover sus ojos detallando a Akapalotl, su mirada se posó en la hoja que cargaba la misma y no pudo evitar hablarle.
- Tu… porque tienes el anuncio de búsqueda de Sophia Speculis, ¿acaso iras a buscarla? – dijo con un tono asustado, pero al mismo tiempo rencoroso, el odio en sus palabras era muy claro, cualquiera lo notaria, cualquiera menos Akapalolt
- Eh, a ti que te importa pequeño barrendero- ignoró por completo al muchacho – vámonos Iltharion, no perdamos más el tiempo.
Akapalotl
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Re: Amores de cristal [Trabajo]
La bebida quedó a la mitad.
Iltharion se arrepintió instantáneamente de no haber dado más vueltas al tema, para darse tiempo de refrescar el gaznate y comer algo. Debería haberlo sabido. Había resultado una tarea titánica evitar que la jovenzuela armase alboroto en la ciudad, y cada día parecía más ansiosa por salir y romper algo.
Dedicándole una última mirada a la solitaria jarra, a medio tomar, que le cobrarían por entero a su cuenta, se apuró en seguir a la dragona.
— Apártate.
No habían cruzado el umbral del negocio antes de empezar a golpear cosas y gente. El barrendero, por no decir el mocoso al que le endilgaban todas las tareas desagradables del local, como raspar el hollín de la chimenea, y limpiar las bacinillas, casi se fue de bruces al suelo, pero se agarró de una mesa. A eso ayudaba que la muchacha no hubiese usado toda su fuerza.
— Tu… porque tienes el anuncio de búsqueda de Sophia Speculis, ¿acaso iras a buscarla? – Al elfo no le paso desapercibido el destello de rencor en los ojos del mocoso.
— Eh, a ti que te importa pequeño barrendero— A la dragona si.
Iltharion jaló a la joven hacia sí, como siempre, afectando a su equilibrio. Si hubiese tenido que tirar de fuerza bruta, habría terminado siendo arrastrado por el empedrado de la ciudad sin que Akapalolt se inmutase lo más mínimo. Amortiguó con su pecho la caída de la doncella, e ignoro completamente cualquier queja que pudiera tener. Intentar convencerla de la importancia de la paciencia habría sido como intentar enseñarle a contar a una piedra.
— ¿Y? ¿No habría que buscarla maese? Es una pobre muchacha desaparecida.— Encaro, con afectada voz, al mocoso de ojos rencorosos.
—De pobre una mierda…- Mascullo por lo bajo y escupió. Sus manos se cerraban sobre el mango de la escoba con tanta fuerza que se le emblanquecían los nudillos.
—¿Le parece bien que haya desaparecido?.- Inquirió, en un tono más bajo, pero severo.
—¿Y a las demás qué?.— Replico al sentirse acusado.— Todos la buscan a ella, porque su padre tiene una tienda en la zona buena, ¿Pero a las demás qué?
—¿Que pasa con las demás?
El dolor surcó los rasgos cansados del joven, y sus manos temblaron sobre la madera de su herramienta.
— Hace tiempo que se desaparecen, pero por ellas no ponen carteles, y nadie las quiere buscar…— Tensó la mandíbula.
Ilthairon lo observo atentamente. Era joven, mucho para tener una hija que cuadrase con la edad, para fugarse con un amante. Por el trato que recibida de los posaderos, y el minúsculo detalle de que no se parecían una mierda, asumió que no tenía una gran y extensa familia, o trabajaría con ellos, no debía ser una prima, ni una tia, nada demasiado lejano. Además, el rencor parecía únicamente enfocado a que no la habían buscado con suficiente ahinco. Asi que se animó a descartar su querida.
—¿Como tu hermana?
Las manos del muchacho perdieron algo de fuerza, y abrió mucho los ojos, ojerosos, haciéndolos ver aún más cansados. Diana. Iltharion tuvo que esforzarse en no sonreír, habría quedado muy feo.
—¿Como...?.- Algo se encendió en los ojos del barrendero. Algo pequeño pero difícil de apagar, algo que casi se había extinguido y que las palabras de los presentes acababa de reavivar. Esperanza.
—También la estamos buscando.— Mintió.— Hablaremos con todas las familias que podamos, pero es difícil encontrarlas, porque en los folletos no están los nombres.
—¡Menos cháchara y más barrer!.— Gritó la posadera, asomándose desde la cocina al dejar de escuchar durante un buen rato el desagradable frusfrus de las ramas de la escoba contra el suelo del local.
El barrendero les agarro del brazo, temiendo que el grito de la señora los hiciera irse sin termianr de escucharle.
—¿Volveréis no? ¿Aún tenéis habitación....?
Iltharion asintió.
—A la noche os explicaré todo lo que sé... Pero tenéis que hablar con los demás.— Apuradamente, les dio las direcciones del hospicio y de algunas casas en la zona más humilde de la ciudad, hablando tan rápido que apenas si separaba unas palabras de otras.
—¡TE PAGO POR BARRER NO POR MOLESTAR A LOS CLIENTES!.— Volvió a berrear la doña, saliendo de la cocina con un trapo alzado amenazadoramente, dispuesta a azotar inmisericorde con el mismo al mocoso sino volvía al tajo.
El elfo asintió, y se dejó arrastrar, finalmente, hacia la calle.
—Parece que tenemos más de una parada por delante.— Se sonrió, contento con aquel pequeño hallazgo, mientras caminaban a paso presto entre la gente, aun pegados, hecho que el bardo mantenía, no por gusto ni manoseo, sino para evitar que Akapalolt golpease algún puesto de cristalería al pasar.
Iltharion se arrepintió instantáneamente de no haber dado más vueltas al tema, para darse tiempo de refrescar el gaznate y comer algo. Debería haberlo sabido. Había resultado una tarea titánica evitar que la jovenzuela armase alboroto en la ciudad, y cada día parecía más ansiosa por salir y romper algo.
Dedicándole una última mirada a la solitaria jarra, a medio tomar, que le cobrarían por entero a su cuenta, se apuró en seguir a la dragona.
— Apártate.
No habían cruzado el umbral del negocio antes de empezar a golpear cosas y gente. El barrendero, por no decir el mocoso al que le endilgaban todas las tareas desagradables del local, como raspar el hollín de la chimenea, y limpiar las bacinillas, casi se fue de bruces al suelo, pero se agarró de una mesa. A eso ayudaba que la muchacha no hubiese usado toda su fuerza.
— Tu… porque tienes el anuncio de búsqueda de Sophia Speculis, ¿acaso iras a buscarla? – Al elfo no le paso desapercibido el destello de rencor en los ojos del mocoso.
— Eh, a ti que te importa pequeño barrendero— A la dragona si.
Iltharion jaló a la joven hacia sí, como siempre, afectando a su equilibrio. Si hubiese tenido que tirar de fuerza bruta, habría terminado siendo arrastrado por el empedrado de la ciudad sin que Akapalolt se inmutase lo más mínimo. Amortiguó con su pecho la caída de la doncella, e ignoro completamente cualquier queja que pudiera tener. Intentar convencerla de la importancia de la paciencia habría sido como intentar enseñarle a contar a una piedra.
— ¿Y? ¿No habría que buscarla maese? Es una pobre muchacha desaparecida.— Encaro, con afectada voz, al mocoso de ojos rencorosos.
—De pobre una mierda…- Mascullo por lo bajo y escupió. Sus manos se cerraban sobre el mango de la escoba con tanta fuerza que se le emblanquecían los nudillos.
—¿Le parece bien que haya desaparecido?.- Inquirió, en un tono más bajo, pero severo.
—¿Y a las demás qué?.— Replico al sentirse acusado.— Todos la buscan a ella, porque su padre tiene una tienda en la zona buena, ¿Pero a las demás qué?
—¿Que pasa con las demás?
El dolor surcó los rasgos cansados del joven, y sus manos temblaron sobre la madera de su herramienta.
— Hace tiempo que se desaparecen, pero por ellas no ponen carteles, y nadie las quiere buscar…— Tensó la mandíbula.
Ilthairon lo observo atentamente. Era joven, mucho para tener una hija que cuadrase con la edad, para fugarse con un amante. Por el trato que recibida de los posaderos, y el minúsculo detalle de que no se parecían una mierda, asumió que no tenía una gran y extensa familia, o trabajaría con ellos, no debía ser una prima, ni una tia, nada demasiado lejano. Además, el rencor parecía únicamente enfocado a que no la habían buscado con suficiente ahinco. Asi que se animó a descartar su querida.
—¿Como tu hermana?
Las manos del muchacho perdieron algo de fuerza, y abrió mucho los ojos, ojerosos, haciéndolos ver aún más cansados. Diana. Iltharion tuvo que esforzarse en no sonreír, habría quedado muy feo.
—¿Como...?.- Algo se encendió en los ojos del barrendero. Algo pequeño pero difícil de apagar, algo que casi se había extinguido y que las palabras de los presentes acababa de reavivar. Esperanza.
—También la estamos buscando.— Mintió.— Hablaremos con todas las familias que podamos, pero es difícil encontrarlas, porque en los folletos no están los nombres.
—¡Menos cháchara y más barrer!.— Gritó la posadera, asomándose desde la cocina al dejar de escuchar durante un buen rato el desagradable frusfrus de las ramas de la escoba contra el suelo del local.
El barrendero les agarro del brazo, temiendo que el grito de la señora los hiciera irse sin termianr de escucharle.
—¿Volveréis no? ¿Aún tenéis habitación....?
Iltharion asintió.
—A la noche os explicaré todo lo que sé... Pero tenéis que hablar con los demás.— Apuradamente, les dio las direcciones del hospicio y de algunas casas en la zona más humilde de la ciudad, hablando tan rápido que apenas si separaba unas palabras de otras.
—¡TE PAGO POR BARRER NO POR MOLESTAR A LOS CLIENTES!.— Volvió a berrear la doña, saliendo de la cocina con un trapo alzado amenazadoramente, dispuesta a azotar inmisericorde con el mismo al mocoso sino volvía al tajo.
El elfo asintió, y se dejó arrastrar, finalmente, hacia la calle.
—Parece que tenemos más de una parada por delante.— Se sonrió, contento con aquel pequeño hallazgo, mientras caminaban a paso presto entre la gente, aun pegados, hecho que el bardo mantenía, no por gusto ni manoseo, sino para evitar que Akapalolt golpease algún puesto de cristalería al pasar.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Amores de cristal [Trabajo]
Akapalot intentaba en lo posible abstenerse de sentir la brisa que acababa de entrar por el marco desecho y vacío de la ventana del fondo de la vivienda, aquella que estaba sobre un muro al cual seguro solo le faltaba un pequeño impulso para colapsar, a las afueras del mismo había una pocilga, con tres cerdos gordos y bien cuidados, eran lo único en buen estado de aquella vivienda.
La dragona exhaló con fuerza, intentando sacudir el aroma a pocilga de su nariz, luego miró a su acompañante, el cual ya había tomado la palabra y había conseguido que el par de granjeros hablara de su hija perdida.
- Oh mi pequeña y dulce Gertrudis, ¡donde estas! – la madre que era chaparra y de piel granosa intentó buscar calor, no en el regazo de su marido el cual estaba a su lado, sino en el hombro del elfo.
- Menos lágrimas y más detalles – estalló la muchacha tras volver a sentir el nauseabundo aroma traído por otra brisa.
- Claro detalles - la mujer se recompuso rápidamente se ventiló un poco con la mano y procedió a hablar – mi Gertrudis es una mujer bella y delicada, de cabellos cafés, un poco rojizos, tez bronceada delicadamente por el sol y una voz tan melodiosa que hace que las aves sientan envidia
- Maldita sea mujer – el hombre, de una estatura considerable, refunfuñó y procedió a escupir al suelo, para luego hablar – la están buscando, deja de describirla como si le buscaras marido, mira mi niña es una chica grande para su edad… eh creo que cumplía 12 o era 13 el mes que viene
- Cumplió 14 el mes pasado – le corrigió la mujer con un tono aburrido
- Eso, bueno como te decía ella es grande, pero no lo digo de estatura, sino a lo ancho, es más gorda que los cerdos del patrón – señaló con su mano la ventana del que provenía la peste – su pelo por suerte lo mantiene corto, ya que es grasoso y se le enredaba con facilidad, también tenía un tono como a mierda
- Por dios que estupidez dices, era café
- Café mierda
- Solo café
- Como sea, su piel esta quemada por el sol es más tiene unas cuantas manchas en especial en sus manos y si escuchan un grito como si estuvieran matando a un cerdo con problemas de garganta, esa seguro es mi Gertrudis
Akapalotl se había acercado al par mientras estos hablaban, el rostro de la muchacha delataba que la misma deseaba marcharse rápido.
- ¿Y qué paso ese día, cuando fue?
- Fue hace una semana y bueno fue de noche precisamente, de día no pasó nada fuera de lo normal
- Como que no, la tienes tan malcriada que se te olvido que no atendió a sus deberes – interrumpió sulfurado a su mujer – todo el maldito día estuvo perdida dando paseos por el pueblo, se salvó de que yo la incordiara porque estaba feliz ya que el patrón nos dio un buen trato – volvió a señalar a los cerdos – nos dio a cuidar 4 cerdos, debían estar bien gordos a fin de año y a cambio nos dejaría quedarnos con uno.
- Si el trato del siglo – dijo con desilusión la mujer
- Lo era, ¡pero esa misma noche Gertrudis se fugó y se llevó uno de los cerdos!
- Que no fue ella
- ¡Claro que lo fue! Ahora tengo que cuidar a 3 cerdos sin recibir paga por eso, ya que mi querida hija se llevó por adelantada nuestra recompensa.
- No fue ella
La pareja comenzó a discutir, mientras Akapalotl con una mirada impaciente observó a su amigo.
- Ok no sé tú, pero no me aguanto más la peste de este lugar y mucho menos aguantare buscar una pista entre los cerdos, te espero afuera, para ir al siguiente punto.
La muchacha no espero respuesta de su acompañante y se marchó.
La dragona exhaló con fuerza, intentando sacudir el aroma a pocilga de su nariz, luego miró a su acompañante, el cual ya había tomado la palabra y había conseguido que el par de granjeros hablara de su hija perdida.
- Oh mi pequeña y dulce Gertrudis, ¡donde estas! – la madre que era chaparra y de piel granosa intentó buscar calor, no en el regazo de su marido el cual estaba a su lado, sino en el hombro del elfo.
- Menos lágrimas y más detalles – estalló la muchacha tras volver a sentir el nauseabundo aroma traído por otra brisa.
- Claro detalles - la mujer se recompuso rápidamente se ventiló un poco con la mano y procedió a hablar – mi Gertrudis es una mujer bella y delicada, de cabellos cafés, un poco rojizos, tez bronceada delicadamente por el sol y una voz tan melodiosa que hace que las aves sientan envidia
- Maldita sea mujer – el hombre, de una estatura considerable, refunfuñó y procedió a escupir al suelo, para luego hablar – la están buscando, deja de describirla como si le buscaras marido, mira mi niña es una chica grande para su edad… eh creo que cumplía 12 o era 13 el mes que viene
- Cumplió 14 el mes pasado – le corrigió la mujer con un tono aburrido
- Eso, bueno como te decía ella es grande, pero no lo digo de estatura, sino a lo ancho, es más gorda que los cerdos del patrón – señaló con su mano la ventana del que provenía la peste – su pelo por suerte lo mantiene corto, ya que es grasoso y se le enredaba con facilidad, también tenía un tono como a mierda
- Por dios que estupidez dices, era café
- Café mierda
- Solo café
- Como sea, su piel esta quemada por el sol es más tiene unas cuantas manchas en especial en sus manos y si escuchan un grito como si estuvieran matando a un cerdo con problemas de garganta, esa seguro es mi Gertrudis
Akapalotl se había acercado al par mientras estos hablaban, el rostro de la muchacha delataba que la misma deseaba marcharse rápido.
- ¿Y qué paso ese día, cuando fue?
- Fue hace una semana y bueno fue de noche precisamente, de día no pasó nada fuera de lo normal
- Como que no, la tienes tan malcriada que se te olvido que no atendió a sus deberes – interrumpió sulfurado a su mujer – todo el maldito día estuvo perdida dando paseos por el pueblo, se salvó de que yo la incordiara porque estaba feliz ya que el patrón nos dio un buen trato – volvió a señalar a los cerdos – nos dio a cuidar 4 cerdos, debían estar bien gordos a fin de año y a cambio nos dejaría quedarnos con uno.
- Si el trato del siglo – dijo con desilusión la mujer
- Lo era, ¡pero esa misma noche Gertrudis se fugó y se llevó uno de los cerdos!
- Que no fue ella
- ¡Claro que lo fue! Ahora tengo que cuidar a 3 cerdos sin recibir paga por eso, ya que mi querida hija se llevó por adelantada nuestra recompensa.
- No fue ella
La pareja comenzó a discutir, mientras Akapalotl con una mirada impaciente observó a su amigo.
- Ok no sé tú, pero no me aguanto más la peste de este lugar y mucho menos aguantare buscar una pista entre los cerdos, te espero afuera, para ir al siguiente punto.
La muchacha no espero respuesta de su acompañante y se marchó.
Akapalotl
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Re: Amores de cristal [Trabajo]
Iltharion aprovechó un momento en el que la señora le soltó para abanicarse para escurrirse entre los gruesos y sudorosos brazos de la porquera, y emprender la huida.
Como la pareja estaba muy ocupada echándose las culpas mutuamente, no repararon en su ausencia, ni en que no les había dedicado siquiera un par de palabras de consuelo, y una promesa falsa de encontrar a su niña, hasta mucho después.
Por desgracia para el bardo, el cambio de paisaje no fue mucho mejor. Tampoco el de aromas. El olor penetrante a pescado inundaba la pequeña choza bajo los muelles. Por la ventana podía espiarse el interior, una sola estancia que hacía de comedor, sala de estar y dormitorio, con un lecho grande con un colchón relleno de paja que había sido remendado tantas veces que parecía la capa de un juglar.
No les hizo falta entrar. La madre de la desaparecida estaba apoyada en el marco de la puerta, haciendo la calle ostentosamente. Tenía las ropas estratégicamente mal abrochadas, de modo que se le asomara la mitad de un pezón, y se le intuyese el muslo.
Cuando los vio acercarse, se pellizcó las mejillas para que tomaran mejor color, y parpadeo coqueta. Tenía unos ojos verdes preciosos, enmarcados por unas pestañas espesas, teñidas con carbonilla. Había sido, en algún momento, una mujer hermosa. Ahora, su piel, apergaminada y llena de arrugas, fruto de las penurias de una vida dura, y de las vicisitudes típicas de quienes ejercen su trabajo, la hacían verse una década o dos más mayor de lo que debería.
Cuando le preguntaron por su hija, tuvo que contener un gesto amargo.
—Hoy ella no trabaja, pero puedo atenderlos yo.— Extendió la mano.— Por la mitad de precio, claro.— Los miro nerviosamente, temiendo que se fueran sin probar la mercancía, y más importante aún, sin pagar.
—No hemos venido a eso.— Carraspeó el bardo.
El gesto de la señora perdió amabilidad.
—Entonces fuera, me espantáis la clientela.
—¿No le interesa que encontremos a su hija?
Su expresión se suavizó de nuevo.
—¿La vais a traer de vuelta?
—Para eso tenemos que encontrarla. ¿Qué puede contarnos de ella?
—Pensaba que la buscabais porque la conocíais.— Había una mezcla de esperanza y suspicacia en esos ojos verdes.
—Han desaparecido varias, creemos que puede estar relacionado.— Se justificó el elfo, con la misma paciencia con la que había comenzado todos sus interrogatorios.
—Bah, seguro que no está con ellas. Se habrá ido con algún cliente, alguno que le habrá prometido casarla, o darle un mejor sitio donde dormir, y se habrá olvidado de su pobre madre que ha hecho de todo para criarla.
—¿Hizo algo… diferente? El día en el que desapareció.
—Nada, nuevo, los clientes de siempre. Fue a mercar, y creí que se habría encontrado algún trabajillo de vuelta, pero no volvió. Es una muchacha linda, tiene mis ojos, ¿sabes? Y el pelo pajizo de su padre. A los hombres les gusta, a veces la invitan a comer o a dar una vuelta... Incluso estuvo recibiendo flores estos días.- Se rió amargamente, sin humor, con ese tono tan particular de quien ha padecido de la misma ingenuidad, y ha recibido el dolor que conlleva. - Pero yo tengo los trucos de la experiencia.— les guiño un ojo, buscando en cualquiera de ellos la oportunidad de conseguir unos Aeros.
—Aja... —Iltharion se hizo el tonto, y se apartó un par de pasos, contemplando la calle que bajaba hasta el resto de los suburbios, con expresión pensativa.— ¿Y los últimos días?
—Ocupada con su clientela hasta las tantas, volviendo pasada la media noche. Es lo que tiene ser joven.
El elfo se mesó el mentón y se paseó alejándose de la choza. La meretriz, ante la retirada estratégica del hombre, probó suerte con la mercenaria. Entre las de su clase, había las que preferían la compañía de las mujeres, y sus Aeros valían tanto como los de cualquiera.
La miro fijamente, y le hizo con los labios un gesto lascivo. Señalo hacia abajo con la mirada, buscando que siguiera su gesto con los ojos, y engancho el borde de su camisa con el índice, descubriéndose el pezón impúdicamente. Separo la cortina que cubría el marco de la puerta con el pie, invitando a la dragona.
—¿No quieres dejar a tu compañero investigar por su cuenta un rato? No te costará muchos Aéreos.
Iltharion escondió una sonrisa traviesa tras la mano, disfrutando de la pequeña travesura de haber sido el ahora quien había dejado a su compañera en con una compañía poco halagüeña.
Como la pareja estaba muy ocupada echándose las culpas mutuamente, no repararon en su ausencia, ni en que no les había dedicado siquiera un par de palabras de consuelo, y una promesa falsa de encontrar a su niña, hasta mucho después.
Por desgracia para el bardo, el cambio de paisaje no fue mucho mejor. Tampoco el de aromas. El olor penetrante a pescado inundaba la pequeña choza bajo los muelles. Por la ventana podía espiarse el interior, una sola estancia que hacía de comedor, sala de estar y dormitorio, con un lecho grande con un colchón relleno de paja que había sido remendado tantas veces que parecía la capa de un juglar.
No les hizo falta entrar. La madre de la desaparecida estaba apoyada en el marco de la puerta, haciendo la calle ostentosamente. Tenía las ropas estratégicamente mal abrochadas, de modo que se le asomara la mitad de un pezón, y se le intuyese el muslo.
Cuando los vio acercarse, se pellizcó las mejillas para que tomaran mejor color, y parpadeo coqueta. Tenía unos ojos verdes preciosos, enmarcados por unas pestañas espesas, teñidas con carbonilla. Había sido, en algún momento, una mujer hermosa. Ahora, su piel, apergaminada y llena de arrugas, fruto de las penurias de una vida dura, y de las vicisitudes típicas de quienes ejercen su trabajo, la hacían verse una década o dos más mayor de lo que debería.
Cuando le preguntaron por su hija, tuvo que contener un gesto amargo.
—Hoy ella no trabaja, pero puedo atenderlos yo.— Extendió la mano.— Por la mitad de precio, claro.— Los miro nerviosamente, temiendo que se fueran sin probar la mercancía, y más importante aún, sin pagar.
—No hemos venido a eso.— Carraspeó el bardo.
El gesto de la señora perdió amabilidad.
—Entonces fuera, me espantáis la clientela.
—¿No le interesa que encontremos a su hija?
Su expresión se suavizó de nuevo.
—¿La vais a traer de vuelta?
—Para eso tenemos que encontrarla. ¿Qué puede contarnos de ella?
—Pensaba que la buscabais porque la conocíais.— Había una mezcla de esperanza y suspicacia en esos ojos verdes.
—Han desaparecido varias, creemos que puede estar relacionado.— Se justificó el elfo, con la misma paciencia con la que había comenzado todos sus interrogatorios.
—Bah, seguro que no está con ellas. Se habrá ido con algún cliente, alguno que le habrá prometido casarla, o darle un mejor sitio donde dormir, y se habrá olvidado de su pobre madre que ha hecho de todo para criarla.
—¿Hizo algo… diferente? El día en el que desapareció.
—Nada, nuevo, los clientes de siempre. Fue a mercar, y creí que se habría encontrado algún trabajillo de vuelta, pero no volvió. Es una muchacha linda, tiene mis ojos, ¿sabes? Y el pelo pajizo de su padre. A los hombres les gusta, a veces la invitan a comer o a dar una vuelta... Incluso estuvo recibiendo flores estos días.- Se rió amargamente, sin humor, con ese tono tan particular de quien ha padecido de la misma ingenuidad, y ha recibido el dolor que conlleva. - Pero yo tengo los trucos de la experiencia.— les guiño un ojo, buscando en cualquiera de ellos la oportunidad de conseguir unos Aeros.
—Aja... —Iltharion se hizo el tonto, y se apartó un par de pasos, contemplando la calle que bajaba hasta el resto de los suburbios, con expresión pensativa.— ¿Y los últimos días?
—Ocupada con su clientela hasta las tantas, volviendo pasada la media noche. Es lo que tiene ser joven.
El elfo se mesó el mentón y se paseó alejándose de la choza. La meretriz, ante la retirada estratégica del hombre, probó suerte con la mercenaria. Entre las de su clase, había las que preferían la compañía de las mujeres, y sus Aeros valían tanto como los de cualquiera.
La miro fijamente, y le hizo con los labios un gesto lascivo. Señalo hacia abajo con la mirada, buscando que siguiera su gesto con los ojos, y engancho el borde de su camisa con el índice, descubriéndose el pezón impúdicamente. Separo la cortina que cubría el marco de la puerta con el pie, invitando a la dragona.
—¿No quieres dejar a tu compañero investigar por su cuenta un rato? No te costará muchos Aéreos.
Iltharion escondió una sonrisa traviesa tras la mano, disfrutando de la pequeña travesura de haber sido el ahora quien había dejado a su compañera en con una compañía poco halagüeña.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Amores de cristal [Trabajo]
“por qué apestan tantos las casas sureñas” pensaba para sí la dragona, mientras intentaba no vomitar sobre la “desconsolada madre”, su compañero había sido ágil y había logrado interrogar a la mujer, o eso sospechaba ella ya que el nauseabundo ambiente le tenía doblegados los sentidos.
- ¿No quieres dejar a tu compañero investigar por su cuenta un rato? No te costará muchos Aéreos.
- ¿Eh? – la dragona se incorporó y miró a su alrededor, luego a la mujer que de manera sugerente torneó su mirada, apuntando al interior de la puerta – ¿a dónde se fue el elfo?
- Oh, él fue a investigar por su cuenta, te dejo para que pudieras descansar un poco – insistió la ramera, aunque Akapalotl no había mostrado interés alguno en su cuerpo – ven pasa y…
- ¡Ese maldito Arlequín! – reaccionó la dragona dándole la espalda a la mujer, cuyo ceño se oscureció al darse cuenta que había perdido varios minutos en aquel par – acaso me toma por alguien débil, solo porque la peste de esta ciudad me molesta
En su estado malhumorado se alejó de la fulana, buscando a su compañero, lamentablemente ya fuera por su ira, o por efecto del ambiente circundante, la muchacha terminó caminando hacia el lado contrario.
Tras algunos minutos lograron encontrarse, Akapalotl no le recriminó nada, al menos no con su voz, ya que su rostro gritaba cada una de las palabras que pensaba. Aquel gesto le acompaño incluso cuando llegaron a la siguiente ubicación.
Habían llegado con un sol en su plenitud, iluminando un cielo completamente despejado, sin ninguna nube, la propiedad era una casa de madera en los bordes exteriores de la zona baja de la ciudad, un punto que a falta de apestar aparentaba estar abandonado.
- Claro, ustedes me van a ayudar – respondió un hombre de tez apagada después de que el par de detectives le explicaran que buscaban a su hija, el hombre no los invito a pasar, pero tampoco cerró la puerta, en lugar de eso caminó con ayuda de una muleta hacia el interior de su desordenada vivienda – no trabajan para la oficina del Burgomaestre, lo sé porque nuestra querida autoridad fue muy clara cuando indico que mi Mari se había ido con un hombre de ropas finas y cabello negro como la noche.
El hombre escupió al suelo, mientras maldecía en voz baja luego se dejó caer sobre una silla claramente sucia, ya en esa posición el dúo pudo ver mejor sus muñones, en la diestra le faltaba la mano y en su lado izquierdo media pierna.
- y bien ¿con quién trabajan?, ¿a quién buscan realmente? – el aliento cervecero salió de sus labios al mismo ritmo que sus palabras.
Akapalotl en respuesta a su última pregunta, apoyó su mano en el portón para tomar la delantera y pasar antes que su acompañante, dio pasos amplios y abrió la boca rápido, antes de que el elfo siquiera moviera sus piernas.
- No trabajamos para nadie, de hecho, tomamos los encargos que llegan y hemos visto uno sobre una chica perdida, luego nos enteramos que había más muchachas desaparecidas, así que estamos preguntando por todas – Akapalotl habló con tranquilidad y se detuvo solo para girar un poco su cabeza y observar con mirada soberbia a su acompañante; tras esa pausa volvió con el padre “ahora le diré que salvaremos a su hija y nos dará todo lo que sabe” – esperamos salvarlas a ……
- Mi hija ya está muerta – interrumpió a la dragona, la cual veía como el discurso que había planeado se había desarmado – y antes de que lo preguntes, no hay cuerpo, pero ella desapareció hace 3 meses más o menos, me fui durante meses a defender esta ciudad y cuando regresé, lo había perdido todo.
La dragona había quedado muda, mientras en su mente planteaba su siguiente movimiento y cuando al fin lo pensó el viejo se le adelanto.
- tu… eres una guerrera, no es así – su mirada parecía muerta y apuntaba directamente a la muchacha - no debes responderme tu manera de moverte lo grita a los cuatro vientos, miliciana, mercenaria, no importa - el viejo se inclino ligeramente y habló en un tono mas bajo, casi intimo - escucha un consejo de un desecho... déjalo, luche por años pensando que si me hacía más fuerte protegería a los míos, me entrene, mi cuerpo era mi templo y así mismo me valoraban, incluso tras perder mi brazo seguí combatiendo, era un honor obedecer al Burgomaestre, Mari me insistió que me quedara en casa, si le hubiera hecho caso, si hubiera estado acá la hubiera salvado – quedo en silencio y luego prosiguió – el honor y la gloria no sirve de nada si pierdes a los tuyos; deja la espada, dedícate a tu familia, antes de que sea demasiado tarde y te quedes completamente sola.
Akapalotl no dijo aquello que había pensado, de hecho, ya no recordaba que era; simplemente en silencio, dio media vuelta y se retiró de la vivienda, dejando allí a su compañero.
“mierda, está lloviendo” pensó con ira mientras se humedecía su mirada.
- ¿No quieres dejar a tu compañero investigar por su cuenta un rato? No te costará muchos Aéreos.
- ¿Eh? – la dragona se incorporó y miró a su alrededor, luego a la mujer que de manera sugerente torneó su mirada, apuntando al interior de la puerta – ¿a dónde se fue el elfo?
- Oh, él fue a investigar por su cuenta, te dejo para que pudieras descansar un poco – insistió la ramera, aunque Akapalotl no había mostrado interés alguno en su cuerpo – ven pasa y…
- ¡Ese maldito Arlequín! – reaccionó la dragona dándole la espalda a la mujer, cuyo ceño se oscureció al darse cuenta que había perdido varios minutos en aquel par – acaso me toma por alguien débil, solo porque la peste de esta ciudad me molesta
En su estado malhumorado se alejó de la fulana, buscando a su compañero, lamentablemente ya fuera por su ira, o por efecto del ambiente circundante, la muchacha terminó caminando hacia el lado contrario.
Tras algunos minutos lograron encontrarse, Akapalotl no le recriminó nada, al menos no con su voz, ya que su rostro gritaba cada una de las palabras que pensaba. Aquel gesto le acompaño incluso cuando llegaron a la siguiente ubicación.
Habían llegado con un sol en su plenitud, iluminando un cielo completamente despejado, sin ninguna nube, la propiedad era una casa de madera en los bordes exteriores de la zona baja de la ciudad, un punto que a falta de apestar aparentaba estar abandonado.
- Claro, ustedes me van a ayudar – respondió un hombre de tez apagada después de que el par de detectives le explicaran que buscaban a su hija, el hombre no los invito a pasar, pero tampoco cerró la puerta, en lugar de eso caminó con ayuda de una muleta hacia el interior de su desordenada vivienda – no trabajan para la oficina del Burgomaestre, lo sé porque nuestra querida autoridad fue muy clara cuando indico que mi Mari se había ido con un hombre de ropas finas y cabello negro como la noche.
El hombre escupió al suelo, mientras maldecía en voz baja luego se dejó caer sobre una silla claramente sucia, ya en esa posición el dúo pudo ver mejor sus muñones, en la diestra le faltaba la mano y en su lado izquierdo media pierna.
- y bien ¿con quién trabajan?, ¿a quién buscan realmente? – el aliento cervecero salió de sus labios al mismo ritmo que sus palabras.
Akapalotl en respuesta a su última pregunta, apoyó su mano en el portón para tomar la delantera y pasar antes que su acompañante, dio pasos amplios y abrió la boca rápido, antes de que el elfo siquiera moviera sus piernas.
- No trabajamos para nadie, de hecho, tomamos los encargos que llegan y hemos visto uno sobre una chica perdida, luego nos enteramos que había más muchachas desaparecidas, así que estamos preguntando por todas – Akapalotl habló con tranquilidad y se detuvo solo para girar un poco su cabeza y observar con mirada soberbia a su acompañante; tras esa pausa volvió con el padre “ahora le diré que salvaremos a su hija y nos dará todo lo que sabe” – esperamos salvarlas a ……
- Mi hija ya está muerta – interrumpió a la dragona, la cual veía como el discurso que había planeado se había desarmado – y antes de que lo preguntes, no hay cuerpo, pero ella desapareció hace 3 meses más o menos, me fui durante meses a defender esta ciudad y cuando regresé, lo había perdido todo.
La dragona había quedado muda, mientras en su mente planteaba su siguiente movimiento y cuando al fin lo pensó el viejo se le adelanto.
- tu… eres una guerrera, no es así – su mirada parecía muerta y apuntaba directamente a la muchacha - no debes responderme tu manera de moverte lo grita a los cuatro vientos, miliciana, mercenaria, no importa - el viejo se inclino ligeramente y habló en un tono mas bajo, casi intimo - escucha un consejo de un desecho... déjalo, luche por años pensando que si me hacía más fuerte protegería a los míos, me entrene, mi cuerpo era mi templo y así mismo me valoraban, incluso tras perder mi brazo seguí combatiendo, era un honor obedecer al Burgomaestre, Mari me insistió que me quedara en casa, si le hubiera hecho caso, si hubiera estado acá la hubiera salvado – quedo en silencio y luego prosiguió – el honor y la gloria no sirve de nada si pierdes a los tuyos; deja la espada, dedícate a tu familia, antes de que sea demasiado tarde y te quedes completamente sola.
Akapalotl no dijo aquello que había pensado, de hecho, ya no recordaba que era; simplemente en silencio, dio media vuelta y se retiró de la vivienda, dejando allí a su compañero.
“mierda, está lloviendo” pensó con ira mientras se humedecía su mirada.
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Re: Amores de cristal [Trabajo]
Una silenciosa lágrima se escurrió entre las suaves facciones de la dragona. Era demasiado tarde para ella también. No había donde pudiera volver, pues incluso entre los escombros de su antigua vida le hubiera sido imposible hallar consuelo. El pueblo se regodeaba en su desgracia, en la caída da la tiranía que Akapalolt llamaba hogar.
Iltharion se despidió del pobre hombre y le agradeció haberse tomado el tiempo de atenderlos. Luego siguió a la muchacha.
No intento consolarla, porque no había nada que pudiera decir que fuera a aminorar el vacío que tenía a dentro. Además, estaba seguro de que la dragona se tomaría a mal que pusiera en evidencia su mudo llanto.
Colocó la palma en la parte baja de su espalda, para guiarla en dirección a la alcaldía. Si el Burgomaestre había investigado las desapariciones, quizás pudieran hacer uso de sus hallazgos.
Aunque cabía la posibilidad de que no estuviera relacionado con las otras muchachas, algún motivo debía de tener el mozo de la posada para creer que sí, pues todas las casas que habían visitado hasta el momento correspondían a aquellas de las que les había hablado.
Ser atendidos por una figura de autoridad, era mucho más difícil y laborioso que conseguir hablar con el vulgo.
En primer lugar, la espera era larga. Un par de hombres de aspecto cansado separaban a los que llegaban en dos banquetas, basándonos en que asuntos los llevaran a solicitar ser atendidos por el burgomaestre en persona. Aquellos cuyos asuntos eran considerados de muy baja importancia les hacían esperar a la derecha, y no iban a ser atendidos. Como rechazarlos directamente incurría en griterío, les decían que era cuestión de esperar, o venir al día siguiente.
De entre el resto, la mayoría serían vistos por funcionarios menores, y se los hacía esperar a la izquierda. De la espera tampoco se libraban, pero por lo menos, serían atendidos en algún momento.
Iltharion y la joven Nakai formaron parte del escueto tercer grupo, aquellos que realmente iban a ser atendidos por alguien de autoridad. El ayudante del Burgomaestre.
Para eso el elfo se había válido de unas pocas tretas. Primero había hecho un par de comentarios a su compañera, sobre ofertas especialmente buenas en lugares alejados de la ciudad por las que debían apurarse. La joven dragona le miró sin entender un pimiento sobre porque le estaba diciendo semejantes gilipolleces. Eso acorto considerablemente la cola. Después con algunas monedas había logrado que el funcionario los escuchara de verdad, y por último, se había valido del nombre de Lord Speculis.
El noble debía de haber estado armando suficiente escándalo en la búsqueda de su hija para que no les hicieran preguntas de más. Les abrieron una puertecita lateral en vez de enviarlos a las banquetas.
El despacho era pequeño y austero, claramente no pertenecía al Burgomaestre. Las paredes blancas de cal tenían estanterías vidriadas llenas de tomos de encuadernación simple. Los títulos revelaban temas tan interesantes como "excepciones impositivas por causas naturales" Uno, dos y tres. "Registro local de transportistas habilitados para la tracción a sangre" y "Constancia de recompensas regionales 1274 ".
Tras el escritorio había un hombre de mediana edad, con el rostro ensombrecido por un sombrero plano y achaparrado. Solo su imponente nariz se asomaba más allá de la penumbra que generaba el alerón negro. Tenía la mirada vacía y cansada de todos aquellos que compartían su profesión. Sobre el simple escritorio había una pequeña talla de madera con su nombre.
Para los improvisados investigadores había una sola silla, así que el elfo se sentó, dejando a que Akapalolt quedara en pie haciendo “guardia” tras de sí.
—Buenas tardes, maese Cirano.— Se descubrió el bardo como alguien que por lo menos sabía leer.
—Buenas tardes.— Le secundo el secretario. Pues entre pitos y flautas, ya era más hora de merendar que de comer.
—Venimos en nombre de Lord Fracti Speculis.
—Lord Speculis ya ha sido informado de que estamos haciendo todo lo posible para encontrar a su hija, pero seguramente se trate de un “rapto” y pronto aparezca por sus propios medios.— Contesto sin emoción alguna en la voz.
—Resulta ser que ha llegado a oídos de Lord que tienen la pista de un posible sospechoso en un caso muy similar.
El hombre parpadeó un par de veces, claramente desconcertado.
—Se ve que encontraron uds, la pista de un hombre bien vestido, de cabello negro como la noche, que se desapareció con otra doncella no hace mucho.
Al escuchar la vaga descripción el funcionario palideció.
—Lo lamento.. Pero no puedo ayudarles.
—No se trata de ayudarnos a nosotros, sino al lord. Seguro no que no quiere que piense que el Burgomaestre y sus subordinados se negaron a entregar información sobre el posible captor de su hija.
El funcionario tragó saliva, y miró nerviosamente la estantería llena de libros, dudoso.
—Sobre todo porque, como todos sabemos, los errores del Burgomaestre los pagaran los subordinados del mismo, y no este… Es una triste realidad, que los que tienen poder usan a sus siervos para cargar con las culpas de sus pecados.— Pese al tono compasivo del elfo, la implícita amenaza de sus palabras no paso desapercibida para Cirano.
Resolló por su dotada nariz, y se reclinó sobre la silla, frunciendo los labios. No tardo en tomar una decisión.
—Nosotros no mentiríamos jamás al Lord Specculis.— Lo que sugería que había a otros a quien no tenían problema en mentir.— Pasa, como seguro entenderá, que las muchachas humildes se dejan convencer fácilmente de abandonar las granjas… y el Burgomaestre no puede estar gastando los impuestos para encontrar a cada hija de porquero que engatusa un buscavidas cualquiera.
—Suena razonable.— Asintió el elfo.
Cirano se puso en pie y retiro del estante uno de los gruesos y pesados libros, en cuyo título no se había fijado antes. Lo abrió, y paso varias páginas. Cuando encontró lo que buscaba, lo giro para que el elfo y la dragona pudiesen leerlo.
En una letra pequeña y cursiva, se apelotonaban en la hoja quejas habituales y las respuestas que había que ofrecer basándonos en unas pocas consideraciones.
Debajo de “Ganado desaparecido” y “esposa desaparecida” había la entrada que les interesaba “hija desaparecida”, Para todos aquellos de bajas rentas se sugerían tres explicaciones para que la familia dejara de venir a importunarles, una de ellas la del hombre que les habían descrito. Parecía que los funcionarios usaban aquello muy al pie de la letra, o que no tenían ya ganas ni imaginación para salirse del guion.
Iltharion resopló pesadamente, habían perdido su pista más prometedora. Pero quizás... Si se habían tomado la investigación de lady Spèculis con más seriedad que la de las plebeyas, quizás hubiera alguna pista que no hubieran sabido como seguir, algo que no se hubieran atrevido a comunicar todavía al lord, por su falta de frutos o por no saber qué hacer con ello.
El elfo cerro el libro y lo deslizó lentamente sobre la mesa, devolviéndoselo a Cirano.
—Comprendo. ¿Qué averiguaron entonces de la desapareción de nuestra señorita?
Iltharion se despidió del pobre hombre y le agradeció haberse tomado el tiempo de atenderlos. Luego siguió a la muchacha.
No intento consolarla, porque no había nada que pudiera decir que fuera a aminorar el vacío que tenía a dentro. Además, estaba seguro de que la dragona se tomaría a mal que pusiera en evidencia su mudo llanto.
Colocó la palma en la parte baja de su espalda, para guiarla en dirección a la alcaldía. Si el Burgomaestre había investigado las desapariciones, quizás pudieran hacer uso de sus hallazgos.
Aunque cabía la posibilidad de que no estuviera relacionado con las otras muchachas, algún motivo debía de tener el mozo de la posada para creer que sí, pues todas las casas que habían visitado hasta el momento correspondían a aquellas de las que les había hablado.
Ser atendidos por una figura de autoridad, era mucho más difícil y laborioso que conseguir hablar con el vulgo.
En primer lugar, la espera era larga. Un par de hombres de aspecto cansado separaban a los que llegaban en dos banquetas, basándonos en que asuntos los llevaran a solicitar ser atendidos por el burgomaestre en persona. Aquellos cuyos asuntos eran considerados de muy baja importancia les hacían esperar a la derecha, y no iban a ser atendidos. Como rechazarlos directamente incurría en griterío, les decían que era cuestión de esperar, o venir al día siguiente.
De entre el resto, la mayoría serían vistos por funcionarios menores, y se los hacía esperar a la izquierda. De la espera tampoco se libraban, pero por lo menos, serían atendidos en algún momento.
Iltharion y la joven Nakai formaron parte del escueto tercer grupo, aquellos que realmente iban a ser atendidos por alguien de autoridad. El ayudante del Burgomaestre.
Para eso el elfo se había válido de unas pocas tretas. Primero había hecho un par de comentarios a su compañera, sobre ofertas especialmente buenas en lugares alejados de la ciudad por las que debían apurarse. La joven dragona le miró sin entender un pimiento sobre porque le estaba diciendo semejantes gilipolleces. Eso acorto considerablemente la cola. Después con algunas monedas había logrado que el funcionario los escuchara de verdad, y por último, se había valido del nombre de Lord Speculis.
El noble debía de haber estado armando suficiente escándalo en la búsqueda de su hija para que no les hicieran preguntas de más. Les abrieron una puertecita lateral en vez de enviarlos a las banquetas.
El despacho era pequeño y austero, claramente no pertenecía al Burgomaestre. Las paredes blancas de cal tenían estanterías vidriadas llenas de tomos de encuadernación simple. Los títulos revelaban temas tan interesantes como "excepciones impositivas por causas naturales" Uno, dos y tres. "Registro local de transportistas habilitados para la tracción a sangre" y "Constancia de recompensas regionales 1274 ".
Tras el escritorio había un hombre de mediana edad, con el rostro ensombrecido por un sombrero plano y achaparrado. Solo su imponente nariz se asomaba más allá de la penumbra que generaba el alerón negro. Tenía la mirada vacía y cansada de todos aquellos que compartían su profesión. Sobre el simple escritorio había una pequeña talla de madera con su nombre.
Para los improvisados investigadores había una sola silla, así que el elfo se sentó, dejando a que Akapalolt quedara en pie haciendo “guardia” tras de sí.
—Buenas tardes, maese Cirano.— Se descubrió el bardo como alguien que por lo menos sabía leer.
—Buenas tardes.— Le secundo el secretario. Pues entre pitos y flautas, ya era más hora de merendar que de comer.
—Venimos en nombre de Lord Fracti Speculis.
—Lord Speculis ya ha sido informado de que estamos haciendo todo lo posible para encontrar a su hija, pero seguramente se trate de un “rapto” y pronto aparezca por sus propios medios.— Contesto sin emoción alguna en la voz.
—Resulta ser que ha llegado a oídos de Lord que tienen la pista de un posible sospechoso en un caso muy similar.
El hombre parpadeó un par de veces, claramente desconcertado.
—Se ve que encontraron uds, la pista de un hombre bien vestido, de cabello negro como la noche, que se desapareció con otra doncella no hace mucho.
Al escuchar la vaga descripción el funcionario palideció.
—Lo lamento.. Pero no puedo ayudarles.
—No se trata de ayudarnos a nosotros, sino al lord. Seguro no que no quiere que piense que el Burgomaestre y sus subordinados se negaron a entregar información sobre el posible captor de su hija.
El funcionario tragó saliva, y miró nerviosamente la estantería llena de libros, dudoso.
—Sobre todo porque, como todos sabemos, los errores del Burgomaestre los pagaran los subordinados del mismo, y no este… Es una triste realidad, que los que tienen poder usan a sus siervos para cargar con las culpas de sus pecados.— Pese al tono compasivo del elfo, la implícita amenaza de sus palabras no paso desapercibida para Cirano.
Resolló por su dotada nariz, y se reclinó sobre la silla, frunciendo los labios. No tardo en tomar una decisión.
—Nosotros no mentiríamos jamás al Lord Specculis.— Lo que sugería que había a otros a quien no tenían problema en mentir.— Pasa, como seguro entenderá, que las muchachas humildes se dejan convencer fácilmente de abandonar las granjas… y el Burgomaestre no puede estar gastando los impuestos para encontrar a cada hija de porquero que engatusa un buscavidas cualquiera.
—Suena razonable.— Asintió el elfo.
Cirano se puso en pie y retiro del estante uno de los gruesos y pesados libros, en cuyo título no se había fijado antes. Lo abrió, y paso varias páginas. Cuando encontró lo que buscaba, lo giro para que el elfo y la dragona pudiesen leerlo.
En una letra pequeña y cursiva, se apelotonaban en la hoja quejas habituales y las respuestas que había que ofrecer basándonos en unas pocas consideraciones.
Debajo de “Ganado desaparecido” y “esposa desaparecida” había la entrada que les interesaba “hija desaparecida”, Para todos aquellos de bajas rentas se sugerían tres explicaciones para que la familia dejara de venir a importunarles, una de ellas la del hombre que les habían descrito. Parecía que los funcionarios usaban aquello muy al pie de la letra, o que no tenían ya ganas ni imaginación para salirse del guion.
Iltharion resopló pesadamente, habían perdido su pista más prometedora. Pero quizás... Si se habían tomado la investigación de lady Spèculis con más seriedad que la de las plebeyas, quizás hubiera alguna pista que no hubieran sabido como seguir, algo que no se hubieran atrevido a comunicar todavía al lord, por su falta de frutos o por no saber qué hacer con ello.
El elfo cerro el libro y lo deslizó lentamente sobre la mesa, devolviéndoselo a Cirano.
—Comprendo. ¿Qué averiguaron entonces de la desapareción de nuestra señorita?
Iltharion Dur'Falas
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