El Alquimista Perdido, Ignatius Valtari [ID]

Mi nombre es Ignatius Valtari, aunque entre quienes me conocen —los pocos que lo hacen— suelen llamarme el "Alquimista Perdido." Siempre he sido alguien que encuentra mayor sentido en la soledad que en la compañía. Desde niño, sentía que el mundo a mi alrededor palidecía ante el misterio de las cosas más simples. Mis hermanos corrían entre los pasillos de la casa, reían, jugaban… mientras yo me escabullía al desván, buscando algo que ni siquiera sabía que existía, hasta el día en que lo encontré: un viejo libro de alquimia, olvidado y cubierto de polvo.

Ese libro era un enigma en sí mismo, con diagramas, símbolos y palabras que parecían susurrar secretos antiguos. Pronto me sumergí en el conocimiento que ofrecía, a pesar de mis escasos años. Aprendí a separar los metales, a combinar ingredientes y a entender el lenguaje de los elementos. Nadie me enseñó. Lo descubrí todo en soledad, y en esa misma soledad crecí, y mi sed por comprender lo que el libro me mostraba se convirtió en mi propósito. La alquimia se transformó en mi compañera, mi maestra y mi razón de ser.

Hoy, con apenas 21 años, me doy cuenta de que he recorrido un largo camino, aunque siento que apenas estoy al comienzo. Dedico mis días y noches a descifrar los secretos de la transmutación, a crear elixires y forjar metales. La mayoría de las veces, pierdo la noción del tiempo y las visitas se han convertido en algo extraño para mí. Por eso me llaman el "Alquimista Perdido," porque rara vez me ven fuera de mi taller. Pero no estoy perdido; al contrario, creo que estoy más cerca de encontrarme a mí mismo que cualquiera.

No es la inmortalidad ni el poder lo que busco, sino el conocimiento absoluto, esa chispa que se esconde en el fondo de toda creación. La piedra angular, el elixir perfecto, el punto en que todo se transforma y alcanza su forma más pura. Sé que muchos creen que es un sueño inalcanzable, que terminaré consumido por mis propios experimentos. Pero nada de eso importa para mí. Porque he aprendido que, cuando uno se compromete con algo tan grande como los secretos de la creación, la vida misma se convierte en una transmutación constante.

Me adentro en la alquimia cada día, con el fuego que consume y transforma, esperando el momento en que encuentre aquello que siempre he buscado: el verdadero significado de la existencia. Y hasta entonces, me entrego a mis estudios, a mis experimentos… y al susurro del alquimista que llevo dentro, siempre perdido, pero más cercano a mí que cualquier otro.