Hermana, ¿eres tu? [Eretria Noorgard] Flashback - Privado 1/3
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Hermana, ¿eres tu? [Eretria Noorgard] Flashback - Privado 1/3
Hacía poco nos habían llegado esas malas noticias, Mukhina no se había rendido después de todo. Sí, dejó de perseguirnos cuando conseguimos escapar de sus garras y su celda, anduvimos en el bosque por horas tratando de despistarla a ella y a todo su séquito de soldados dispuestos a acabar con nosotras, lo conseguimos, pero no había sido para siempre. Los brujos no se deben subestimar, cuantas veces nos han demostrado que con sus malas artes del mana son capaces de hacer sus deseos realidad, que son capaces de matar e infligir dolor a los que nunca se lo merecen. Teníamos la lección aprendida y sin embargo parecía que no queríamos entender que fuéramos donde fuéramos, estuviéramos donde quisiéramos ella nos iba a encontrar, tarde o temprano.
Habíamos conseguido llegar al lado de los nuestros después de andar perdidas entre bosques desconocidos, sin comida, sin descanso, pero lo hicimos. Construimos nuestra felicidad de nuevo alrededor del árbol madre, en nuestro querido y devoto Bosque de Sandorai, donde yo me sentía completa y feliz, donde estar con mi madre y sobretodo mi hermana era algo más que perfecto. Pero nuestra estabilidad no duró por mucho tiempo. Esos cánticos que escuché en las sendas de los bosques llevaban las noticias que tanto me temía, una bruja buscaba a unas elfas para hacerles pagar que escaparan de sus tierras sin consecuencias. Su nombre no había cambiado y al escucharlo mi cuerpo entero se estremeció de temor y preocupación. Había llegado el momento que tanto había esperado se desvaneciera de sus ideas. Mukhina nos llevaba ventaja, como de costumbre, su llegada se planeaba al tercer día de los primeros cánticos escuchados, y poco podíamos hacer para remediarlo.
Agarré con fuerza las manos de mi madre y mi hermana, las seis entrelazadas entre ellas mientras nuestros ojos se miraban sin hacer falta de pronunciar palabras para saber lo que nos esperaba. Era evidente, Eretria era la guerrera y no nos permitía hacer nada al respecto que quedarnos allí aseguradas por los nuestros, ellos nos defenderían mientras ella iba a encontrarla antes de que llegara a donde nuestras casas empezaban. Mi madre lloraba de temor, yo me preguntaba si de alguna manera podía persuadir de abandonar dicha temeridad.
Hablé con ella largo y tendido - Eretria, amada hermana, no te vas a sacrificar tu sola por nosotras, deja que te acompañen nuestros guerreros, nuestras almas gemelas te protegerán y evitaran daños mayores - mis palabras eran como escuchar llover para ella. Su corazón y su obstinación se valían del amor que nos profesaba y eso la hacía no poder controlar las ganas de tomar las riendas de todo aquello para que no se acercara ni un poco a nosotras. Tal fue su empeño que la noche antes de la llegada de la bruja desapareció para emprender camino a su encuentro sin avisar y sin apoyo.
A la mañana siguiente cuando nos dimos cuenta de que no estaba por ningún lado ya era demasiado tarde. Asumimos que la había encontrado, y lo único que pudimos hacer mi madre y yo era cantarle al viento para que los árboles y los animales la ayudaran con la batalla a la que ella sola había decidido enfrentarse. La esperamos con ansia, en nuestro árbol madre, orando por ella y por su supervivencia, envueltas de nuestros allegados dándonos fuerzas para que saliera victoriosa de ese encuentro. Pasaron horas, hasta que llegó.
Habíamos conseguido llegar al lado de los nuestros después de andar perdidas entre bosques desconocidos, sin comida, sin descanso, pero lo hicimos. Construimos nuestra felicidad de nuevo alrededor del árbol madre, en nuestro querido y devoto Bosque de Sandorai, donde yo me sentía completa y feliz, donde estar con mi madre y sobretodo mi hermana era algo más que perfecto. Pero nuestra estabilidad no duró por mucho tiempo. Esos cánticos que escuché en las sendas de los bosques llevaban las noticias que tanto me temía, una bruja buscaba a unas elfas para hacerles pagar que escaparan de sus tierras sin consecuencias. Su nombre no había cambiado y al escucharlo mi cuerpo entero se estremeció de temor y preocupación. Había llegado el momento que tanto había esperado se desvaneciera de sus ideas. Mukhina nos llevaba ventaja, como de costumbre, su llegada se planeaba al tercer día de los primeros cánticos escuchados, y poco podíamos hacer para remediarlo.
Agarré con fuerza las manos de mi madre y mi hermana, las seis entrelazadas entre ellas mientras nuestros ojos se miraban sin hacer falta de pronunciar palabras para saber lo que nos esperaba. Era evidente, Eretria era la guerrera y no nos permitía hacer nada al respecto que quedarnos allí aseguradas por los nuestros, ellos nos defenderían mientras ella iba a encontrarla antes de que llegara a donde nuestras casas empezaban. Mi madre lloraba de temor, yo me preguntaba si de alguna manera podía persuadir de abandonar dicha temeridad.
Hablé con ella largo y tendido - Eretria, amada hermana, no te vas a sacrificar tu sola por nosotras, deja que te acompañen nuestros guerreros, nuestras almas gemelas te protegerán y evitaran daños mayores - mis palabras eran como escuchar llover para ella. Su corazón y su obstinación se valían del amor que nos profesaba y eso la hacía no poder controlar las ganas de tomar las riendas de todo aquello para que no se acercara ni un poco a nosotras. Tal fue su empeño que la noche antes de la llegada de la bruja desapareció para emprender camino a su encuentro sin avisar y sin apoyo.
A la mañana siguiente cuando nos dimos cuenta de que no estaba por ningún lado ya era demasiado tarde. Asumimos que la había encontrado, y lo único que pudimos hacer mi madre y yo era cantarle al viento para que los árboles y los animales la ayudaran con la batalla a la que ella sola había decidido enfrentarse. La esperamos con ansia, en nuestro árbol madre, orando por ella y por su supervivencia, envueltas de nuestros allegados dándonos fuerzas para que saliera victoriosa de ese encuentro. Pasaron horas, hasta que llegó.
Última edición por Valya Noorgard el Mar Ene 31 2017, 12:18, editado 1 vez
Valya Noorgard
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Re: Hermana, ¿eres tu? [Eretria Noorgard] Flashback - Privado 1/3
Elevo el mentón con la mirada perdida en las nubes grisáceas, dignas de males presagios que inundan nuestro bosque en una terrible bruma. El manto va pasando de un tono apagado a uno más oscuro, un negro propio como el de mis pupilas infinitas y lideradas por las voces que no acallan a los bosques, los avivan con todo tipo de rumores. Hoy, la aldea parece moverse por propia voluntad mientras las aves parten hacia otro lugar, agitando sus alas mientras las plumas decaen como signo de promesa, algún día volverán a su lugar de origen cuando el peligro inminente cese. El sonar de los tambores y las voces roncan que me reclaman no tardaron en hallarme en una de las casetas, afilando mis armas blancas, recelosas de un contrincante y la sensación de ser envuelta por lo oscuro en la esquina oeste, aguardando a que mis decisiones me lleven a mi propia muerte. ─ ¿A qué se debe tanto escándalo? ─ Rechisté a regañadientes a uno de mis súbditos, entre bramidos desconcertantes y muecas pálidas cual alabastro y ceñudas por la angustia van explicándome.
Mi corazón tambalea en el interior de mi caja torácica, diminuta ante la gran exaltación que alarga el malestar de mi cuerpo, revuelto e incrédulo de que esa bruja haya dado con nuestro paradero. No tardé en reunir a los más viejos y sabios, entre ellos mi valiosa hermana Valya. Discutimos la prosperidad del pueblo y cómo Mukhina seguirá siendo un peligro, a no ser que le atraviese el cráneo de lado a lado. Mi punto de vista, violento y fuera de lugar no es recatado para ninguno de los elfos presentes, ¿más que haremos? ¿Invitarla a cenar o persuadirla con riquezas? Bufo en alto, marchándome con los latidos disparados y los puños contraídos hasta que el dolor de la carne siendo desgarrada por mis uñas me asalta, este dolor, lo echo de menos, tanto recibirlo como ofrecerlo.
En mi guarida nada ostentosa ni llamativa bajo uno de los árboles preparo todo lo necesario, saldré en la mañana con un grupo de rastreo, y cuando nuestras caras torcidas por el odio se encuentren, el bosque de Sandorai arderá en llamas y no habrán suficientes palabras o agua para calmar nuestra ira desatada. ─ Valya. ─ Espeté malhumorada, las dagas las llevo a los forros de cuero en mis caderas, en mis dos botas coloco delineados cuchillos capaces de cortar con ayuda de la brisa y un estoque limpio y fiero. ─ ¿Quién me acompañará, esos cobardes que quieren arreglarlo mediante falacias? No me quedaré aquí para ver como se llevan otra vez a las mujeres mientras los hombres son mutilados por mero disfrute. Si ellos no quieren ensuciarse las manos, lo haré yo. ─ La rosa negra del jardín, la más despiadada y la que moverá cielo y tierra para proteger lo que es suyo y de nadie más.
─ No quiero que salgáis del pueblo, y en el caso de que no vuelva en el día de mañana, recoged vuestras cosas e internaos en lo más profundo del bosque. ─ Era una orden, y no traté de disimular los términos que con ahínco escupo. Somos una familia, y sin nuestro padre para protegernos, ese rol lo cumpliré yo con creces y valentía. La charla la dí por terminada y tras mentir acerca de mi partida, en la misma noche me escabullí para evitar contiendas entre elfos y las inseguridades de que me estaba precipitando. La partida de rastreo a través de lo frondoso y oscuro dieron con el campamento de la bruja. Suficiente, ordené que se retirarán y volvieran con sus familias, de esto me encargaré yo sola. Airosa y enloquecida por la vorágine de emociones encontradas la desafié secretamente, nos encontramos en un claro y nuestras miradas oscurecidas por la venganza y el placer de descuartizarnos fue tanto, tantísimo que no tardé en abalanzarme e ir a por su yugular.
Esquivamos, embestimos, ella con su magia y yo con mis armas hasta que los minutos se convirtieron en horas. Ninguna de las dos está dispuesta a ceder pese al sudor que nos empapa y las heridas que hemos ido dándonos mutuamente. Tras incorporarme con un dolor atezanador en mi pierna decido rodearla por uno de los costados, tal es la herida que el reguero de sangre no pasa desapercibido, más si el dolor, no lo siento y es por culpa de la adrenalina y una voz pérfida que me habla. Si debo morir, juro por mis ancestros que me la llevaré conmigo. En el rostro de Mukhina se percibe la desesperación, una tajada que le cruza los pómulos por encima de la nariz y unas cuantas costillas rotas, ¿yo? Yo no estoy mejor, y antes de que alguna de las dos caiga sobre lo cítrico, ella sonríe. ─ No has desaprovechado el tiempo, ¿verdad, desgraciada? ─ De mi garganta emerge una carcajada de regocijo al tenerla por el momento en mi palma. ─ ¿Será eso o es que has perdido facultades? ─ Espeté con sorna antes de enzarzarnos en una serie de topetazos y esquivos. En las orbes de mi contrincante percibo rabia contenida y una venganza que al final no podrá concluir, porque no se lo permitiré, ya tenga que descuartizarla.
─ Pienso destruír cada parte de ti, y de tu asqueroso poblado. ¡Sucia elfa! ─ Chilló, desde sus manos una especie de conjuro, seguramente para mí va cogiendo forma. No sé que hacer respecto hacia la magia así que intento darle final a esta contienda cuando mis entrañas se retuercen, un calor insoportable me derrite los órganos y antes de percatarme, ya estoy en el suelo con el cuerpo encogido y alaridos surcando desde mis labios presionados y carcomidos por los colmillos. ─ ¡Zorra, sin magia no eres una puta mierda! ─ Vuelvo a encogerme, presa de un cántico que me da pavor y me hace temblar en el mismo sitio. Escalofríos de toda índole me atrapan en un velo que va cambiándome, ¿qué? No... Las palabras se me atoran en la garganta y en un abrir y cerrar de ojos, no soy yo, soy otra persona.
─ ¿Qué me has hecho? ─ Le pregunté, agotada y con lágrimas declinando por mis mejillas por la aflicción desmesurada. ─ ¡¿Qué me has hecho?! ─ Volví a gritarle, oscura de pies a cabeza. ─ ¡Hahahahaha! Te lo mereces, no eres digna de ser quien eres. Este color te favorece, a ti, a tus ideales y a esa sed de sangre que te consume. ─ No entiendo una mierda, no entiendo una mierda. ─ Vivirás bajo esta maldición y morirás infringiendo los mandatos de tu corazón, porque la rabia te consumirá y cuando menos te lo esperes, tus manos estarán tan sucias que nadie en este puto mundo te amará. ¡Nadie! ¿Me estás oyendo, sucia elfa? ¡Nadie! ─ Mi corazón se encoge y las lágrimas siguen su curso hasta unirse con la naturaleza. No puedo moverme, y si pudiese ya estaría arráncandole la cabeza del cuerpo. ─ No volverás a verme, y sólo yo puedo deshacer la maldición. Lo que vendría siendo, hm... déjame pensar. ─ Mukhina sigue incordiando mientras la cordura me falla, estoy apunto de desmayarme. ─ Una putada, sí. Disfrútala, te traerá mucha miseria, tanta, que verte morir se quedará corto con la longeva vida que tendrás, negra. Sucia y negra. ─ Los párpados me pesan y quiero amenazarla, la encontraré y la mataré, no sin antes volver a la normalidad.
Al abrir los luceros, ya es de día. Mukhina se ha esfumado y yo me encuentro sola en una naturaleza extraña, dolorida y con las heridas selladas en un mejunje que ha parado la hemorragia, no dejará que muera tan rápido. Apresurada corro a través de los bosques, el aire me falta y los pulmones me arden pero no dejo de galopar sobre los claros, presa de un miedo y un sentimiento que va carcomiendo lo único bueno que tengo, esperanza. Al llegar a uno de los ríos observo mi reflejo, no me conozco. ¡Esa no soy yo! Estoy llorando, mi tez pálida se ha vuelto tostada, mi cabello... mi cabello platino y bañado por la luz del sol se ha vuelto tierra, un color tan espantoso que me hace regurgitar. No puede ser, el dolor es tan grande que grito hasta que las cuerdas vocales me fallan, los animales a mi alrededor perciben mi congoja y desconcierto, alejándose. La madre naturaleza me ofrece un espacio donde pueda desahogarme sin sonsonetes que puedan captar mi atención, solo estoy yo y el runrún de las aguas dulces que se vuelven saladas con mis lágrimas.
El pueblo, debo volver al pueblo, ¿lo habrán atacado? Una cólera traspasa la coraza de mi alma, manchándola con cada zancada que realizo y con cada exhalación apresurada. Al llegar, los bramidos de mi gente hacia mi persona me petrifican. Todo sigue normal, bueno, todo no. Corro hasta darme de bruces con mi madre, que espantada se lleva las manos a la boca. ─ ¡Soy yo! Mamá... por favor, perdóname. ─ Mi voz es ronca, media afónica. Al principio le costó reconocerme pero tras hacerlo, el mundo se le vino abajo, al igual que a mi. No volveré a pertenecer a mi lugar de origen. Río, río en frente de la mujer que me dio a luz y aún no se cree que siga siendo su hija, es tal la gracia que transmito que la gente se aglomera a mi alrededor. Ya no hay Eretria, Eretria se ha marchitado, a partir de ahora la que llevará el rumbo del barco será Anfaüglir. ─ ¿Qué pasa? ─ Pregunté. ─ ¿Tan guapa soy que no podéis parar de devorarme con la mirada? ─ Hijos de puta, por el camino se acerca Valya, que seguramente tampoco me reconozca. No solo ha cambiado el color de mi piel, ojos y cabello. He cambiado por dentro, porque no me siento la misma y con cada bocanada de aire, algo en mí se remueve y esos ápices violentos me llaman, quieren que me desahogue, que deforme caras y destroce huesos, más delante de mi hermana me contendré aunque la sazón de mis heridas recientes me estén matando.
Mi corazón tambalea en el interior de mi caja torácica, diminuta ante la gran exaltación que alarga el malestar de mi cuerpo, revuelto e incrédulo de que esa bruja haya dado con nuestro paradero. No tardé en reunir a los más viejos y sabios, entre ellos mi valiosa hermana Valya. Discutimos la prosperidad del pueblo y cómo Mukhina seguirá siendo un peligro, a no ser que le atraviese el cráneo de lado a lado. Mi punto de vista, violento y fuera de lugar no es recatado para ninguno de los elfos presentes, ¿más que haremos? ¿Invitarla a cenar o persuadirla con riquezas? Bufo en alto, marchándome con los latidos disparados y los puños contraídos hasta que el dolor de la carne siendo desgarrada por mis uñas me asalta, este dolor, lo echo de menos, tanto recibirlo como ofrecerlo.
En mi guarida nada ostentosa ni llamativa bajo uno de los árboles preparo todo lo necesario, saldré en la mañana con un grupo de rastreo, y cuando nuestras caras torcidas por el odio se encuentren, el bosque de Sandorai arderá en llamas y no habrán suficientes palabras o agua para calmar nuestra ira desatada. ─ Valya. ─ Espeté malhumorada, las dagas las llevo a los forros de cuero en mis caderas, en mis dos botas coloco delineados cuchillos capaces de cortar con ayuda de la brisa y un estoque limpio y fiero. ─ ¿Quién me acompañará, esos cobardes que quieren arreglarlo mediante falacias? No me quedaré aquí para ver como se llevan otra vez a las mujeres mientras los hombres son mutilados por mero disfrute. Si ellos no quieren ensuciarse las manos, lo haré yo. ─ La rosa negra del jardín, la más despiadada y la que moverá cielo y tierra para proteger lo que es suyo y de nadie más.
─ No quiero que salgáis del pueblo, y en el caso de que no vuelva en el día de mañana, recoged vuestras cosas e internaos en lo más profundo del bosque. ─ Era una orden, y no traté de disimular los términos que con ahínco escupo. Somos una familia, y sin nuestro padre para protegernos, ese rol lo cumpliré yo con creces y valentía. La charla la dí por terminada y tras mentir acerca de mi partida, en la misma noche me escabullí para evitar contiendas entre elfos y las inseguridades de que me estaba precipitando. La partida de rastreo a través de lo frondoso y oscuro dieron con el campamento de la bruja. Suficiente, ordené que se retirarán y volvieran con sus familias, de esto me encargaré yo sola. Airosa y enloquecida por la vorágine de emociones encontradas la desafié secretamente, nos encontramos en un claro y nuestras miradas oscurecidas por la venganza y el placer de descuartizarnos fue tanto, tantísimo que no tardé en abalanzarme e ir a por su yugular.
Esquivamos, embestimos, ella con su magia y yo con mis armas hasta que los minutos se convirtieron en horas. Ninguna de las dos está dispuesta a ceder pese al sudor que nos empapa y las heridas que hemos ido dándonos mutuamente. Tras incorporarme con un dolor atezanador en mi pierna decido rodearla por uno de los costados, tal es la herida que el reguero de sangre no pasa desapercibido, más si el dolor, no lo siento y es por culpa de la adrenalina y una voz pérfida que me habla. Si debo morir, juro por mis ancestros que me la llevaré conmigo. En el rostro de Mukhina se percibe la desesperación, una tajada que le cruza los pómulos por encima de la nariz y unas cuantas costillas rotas, ¿yo? Yo no estoy mejor, y antes de que alguna de las dos caiga sobre lo cítrico, ella sonríe. ─ No has desaprovechado el tiempo, ¿verdad, desgraciada? ─ De mi garganta emerge una carcajada de regocijo al tenerla por el momento en mi palma. ─ ¿Será eso o es que has perdido facultades? ─ Espeté con sorna antes de enzarzarnos en una serie de topetazos y esquivos. En las orbes de mi contrincante percibo rabia contenida y una venganza que al final no podrá concluir, porque no se lo permitiré, ya tenga que descuartizarla.
─ Pienso destruír cada parte de ti, y de tu asqueroso poblado. ¡Sucia elfa! ─ Chilló, desde sus manos una especie de conjuro, seguramente para mí va cogiendo forma. No sé que hacer respecto hacia la magia así que intento darle final a esta contienda cuando mis entrañas se retuercen, un calor insoportable me derrite los órganos y antes de percatarme, ya estoy en el suelo con el cuerpo encogido y alaridos surcando desde mis labios presionados y carcomidos por los colmillos. ─ ¡Zorra, sin magia no eres una puta mierda! ─ Vuelvo a encogerme, presa de un cántico que me da pavor y me hace temblar en el mismo sitio. Escalofríos de toda índole me atrapan en un velo que va cambiándome, ¿qué? No... Las palabras se me atoran en la garganta y en un abrir y cerrar de ojos, no soy yo, soy otra persona.
─ ¿Qué me has hecho? ─ Le pregunté, agotada y con lágrimas declinando por mis mejillas por la aflicción desmesurada. ─ ¡¿Qué me has hecho?! ─ Volví a gritarle, oscura de pies a cabeza. ─ ¡Hahahahaha! Te lo mereces, no eres digna de ser quien eres. Este color te favorece, a ti, a tus ideales y a esa sed de sangre que te consume. ─ No entiendo una mierda, no entiendo una mierda. ─ Vivirás bajo esta maldición y morirás infringiendo los mandatos de tu corazón, porque la rabia te consumirá y cuando menos te lo esperes, tus manos estarán tan sucias que nadie en este puto mundo te amará. ¡Nadie! ¿Me estás oyendo, sucia elfa? ¡Nadie! ─ Mi corazón se encoge y las lágrimas siguen su curso hasta unirse con la naturaleza. No puedo moverme, y si pudiese ya estaría arráncandole la cabeza del cuerpo. ─ No volverás a verme, y sólo yo puedo deshacer la maldición. Lo que vendría siendo, hm... déjame pensar. ─ Mukhina sigue incordiando mientras la cordura me falla, estoy apunto de desmayarme. ─ Una putada, sí. Disfrútala, te traerá mucha miseria, tanta, que verte morir se quedará corto con la longeva vida que tendrás, negra. Sucia y negra. ─ Los párpados me pesan y quiero amenazarla, la encontraré y la mataré, no sin antes volver a la normalidad.
Al abrir los luceros, ya es de día. Mukhina se ha esfumado y yo me encuentro sola en una naturaleza extraña, dolorida y con las heridas selladas en un mejunje que ha parado la hemorragia, no dejará que muera tan rápido. Apresurada corro a través de los bosques, el aire me falta y los pulmones me arden pero no dejo de galopar sobre los claros, presa de un miedo y un sentimiento que va carcomiendo lo único bueno que tengo, esperanza. Al llegar a uno de los ríos observo mi reflejo, no me conozco. ¡Esa no soy yo! Estoy llorando, mi tez pálida se ha vuelto tostada, mi cabello... mi cabello platino y bañado por la luz del sol se ha vuelto tierra, un color tan espantoso que me hace regurgitar. No puede ser, el dolor es tan grande que grito hasta que las cuerdas vocales me fallan, los animales a mi alrededor perciben mi congoja y desconcierto, alejándose. La madre naturaleza me ofrece un espacio donde pueda desahogarme sin sonsonetes que puedan captar mi atención, solo estoy yo y el runrún de las aguas dulces que se vuelven saladas con mis lágrimas.
El pueblo, debo volver al pueblo, ¿lo habrán atacado? Una cólera traspasa la coraza de mi alma, manchándola con cada zancada que realizo y con cada exhalación apresurada. Al llegar, los bramidos de mi gente hacia mi persona me petrifican. Todo sigue normal, bueno, todo no. Corro hasta darme de bruces con mi madre, que espantada se lleva las manos a la boca. ─ ¡Soy yo! Mamá... por favor, perdóname. ─ Mi voz es ronca, media afónica. Al principio le costó reconocerme pero tras hacerlo, el mundo se le vino abajo, al igual que a mi. No volveré a pertenecer a mi lugar de origen. Río, río en frente de la mujer que me dio a luz y aún no se cree que siga siendo su hija, es tal la gracia que transmito que la gente se aglomera a mi alrededor. Ya no hay Eretria, Eretria se ha marchitado, a partir de ahora la que llevará el rumbo del barco será Anfaüglir. ─ ¿Qué pasa? ─ Pregunté. ─ ¿Tan guapa soy que no podéis parar de devorarme con la mirada? ─ Hijos de puta, por el camino se acerca Valya, que seguramente tampoco me reconozca. No solo ha cambiado el color de mi piel, ojos y cabello. He cambiado por dentro, porque no me siento la misma y con cada bocanada de aire, algo en mí se remueve y esos ápices violentos me llaman, quieren que me desahogue, que deforme caras y destroce huesos, más delante de mi hermana me contendré aunque la sazón de mis heridas recientes me estén matando.
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