Anhedonia. [Privado][+58]
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Anhedonia. [Privado][+58]
Un cuervo forcejeaba con su pequeño cuerpo, intentando colarse entre unos tablones de madera. Éste venía de devorar con ansia la carroña de un cadáver reciente. Se trataba de un lobo, el cual carecía de varias partes del cuerpo, unas habían sido substraídas de forma pulcra, con cortes metódicos, mientras que otras parecían más resultado de las bestias que acechan a la intemperie. El caso es que el pajarito intentaba zambullirse en la oscuridad de una habitación tapiada para resguardarse del azote implacable de la noche. Así como el efímero bermejo del ocaso daba pie a el albor de la luna, rodeado de negrura infinita, el cuervo planeó hacia la estancia donde se había apostado durante la última semana. En dos pequeños batir de ala alcanzó la cisma del trono donde gustaba dormir, mientras sus pequeños ojos vacíos se acostumbraban a la falta de luz.
Si el pájaro pudiera hablar, diría: ¡Vaya! ¡Este humano no estaba aquí cuando vinimos! Debe ser suyo el aroma del trono. Así entonces, no se resaltó, ni lo hizo su otro hermano, que llevó minutos después. Apenas hicieron ruido, y se quedaron terriblemente dormidos, mientras que, al contrario, el vampiro parecía despertar de su ensueño. Acurrucado entre harapos, una leve revelación, posiblemente una reacción al sonido del aleteo, le sacudió de su letargo. A nado entre los mares inmensos, desconocidos y terribles de su mente, un cierto estupor se hizo paso hasta la zona que consideraba consciencia; justo a donde su alma se dirigía. Aún en vigilia, la tela roja que le cubría, rozó peligrosamente su nariz, la cual aspiró con la fuerza de un muerto en recién retorno a la vida. Apenas abrió los ojos un segundo; cierta lucubración hizo el esfuerzo de imponerse en ese mundo intermedio. La conciencia se hizo a palos con el control del cuerpo, y con ella, comenzaron las estúpidas y mundanas preguntas. Con la apatía que acompaña usualmente a, de quien gusta soñar, el sopor de la mañana, una mueca que enseñaba sendos puntiagudos colmillos anunciaba el retorno de Al, al mundo de los conscientes. Ambos pies se separaron del regazo con un gesto jugetón, para caer con todo su peso sobre el duro suelo, a la par que los brazos desabrazaban las rodillas. Todo esto ocurrió en un margen de cinco segundos, con mucha calma y de una en una. Las preguntas cobraban insistencia; una pesadez casi neurótica. ¿Qué hora era? ¿Era de día? ¿Por qué se habría despertado en caso de serlo, por la mañana? ¿Acaso le acosaban los remordimientos de la nocte? ¿Cuánto tiempo había pasado durmiendo? ¿Estaba solo? ¿Por qué sus presentimientos se hacían ciertos? ¿Por qué olía a mojado? Sacudió la cabeza de izquierda a derecha. No estaba ni mucho menos preparado para hacer frente a tales impertinencias. No sin tiempo para prepararse. Al menos, se dijo, no había pasado demasiado tiempo, pues sus pensamientos guardaban la magnífica forma del lenguaje, cosa que ocurría cuando éste no se había olvidado. Cuando durmió dos siglos, se sentía como un niño, entre conceptos vagos y elucubraciones que no tenían más profundidad que la del dibujo de un niño, desconocedor del mundo más allá de un cerco margen.
Con enfermiza avidez otras cavilaciones acosaron al hombre que se veía de nuevo, improvisto de respuestas, carcomido por la duda, y dispuesto, sin embargo, a enfrentarlas, por esta vez. ¿Cuáles eran esas preguntas? Decidió guardarlas en el más profundo subconsciente; no le serviría de nada delatar sus sentimientos a esas alturas, en esa situación. Aunque denotaba cierta añoranza, un escudo de hastío y apatía impedían que tal reflexión saliera a una luz más tenue que la del fondo de su consciencia. A veces, sentía bien ser un monstruo.
Con los ojos ya acostumbrados a la falta de luz, consciente ya de la noche, se explayó por largo rato en la observación de su decadente morada. De nuevo, la puerta yacía en el suelo, hecha pedazos, con la marca de una pezuña dracónica apostada sobre la madera, marca de una ligera pero curiosa relación que acabó para siempre, demasiado pronto. Lo agradeció de sobremanera. No hacía demasiado frío, el aire era perfecto y la naturaleza había dejado el verde brillante que reservaba para el alba, convirtiéndose en una masa informe de oscuras zarzas. Así, como lagartijas escalando un muro, varias enredaderas cubrían la entrada, como la más exquisita de las decoraciones modernas. Cualquier arte imitativo, palidecía, pues, si el arte imitaba a la naturaleza, aún más la naturaleza imitaba al arte.
Allá a la izquierda una pequeña habitación que hacía las -pocas- veces de cocina, permanecía a oscuras, rebosante de un polvo que apenas acertaba a desplazar el viento de la más que oreada estancia. Sin embargo a la izquierda, en ese dormitorio, esa biblioteca, o incluso sala de trabajo, una presencia emanaba con fuerza, atrayéndole de forma subversiva. Dedujo, solo se trataban de desvaríos de su mente. Cerró de nuevo sus ojos rodeados de púrpura, los cuales nunca se deshacían de la modorra, solo para abrirlos de nuevo, en un sobresalto que encogió un asustadizo corazón que intentaba hacer frente a demasiadas dudas a la vez.
Si el pájaro pudiera hablar, diría: ¡Vaya! ¡Este humano no estaba aquí cuando vinimos! Debe ser suyo el aroma del trono. Así entonces, no se resaltó, ni lo hizo su otro hermano, que llevó minutos después. Apenas hicieron ruido, y se quedaron terriblemente dormidos, mientras que, al contrario, el vampiro parecía despertar de su ensueño. Acurrucado entre harapos, una leve revelación, posiblemente una reacción al sonido del aleteo, le sacudió de su letargo. A nado entre los mares inmensos, desconocidos y terribles de su mente, un cierto estupor se hizo paso hasta la zona que consideraba consciencia; justo a donde su alma se dirigía. Aún en vigilia, la tela roja que le cubría, rozó peligrosamente su nariz, la cual aspiró con la fuerza de un muerto en recién retorno a la vida. Apenas abrió los ojos un segundo; cierta lucubración hizo el esfuerzo de imponerse en ese mundo intermedio. La conciencia se hizo a palos con el control del cuerpo, y con ella, comenzaron las estúpidas y mundanas preguntas. Con la apatía que acompaña usualmente a, de quien gusta soñar, el sopor de la mañana, una mueca que enseñaba sendos puntiagudos colmillos anunciaba el retorno de Al, al mundo de los conscientes. Ambos pies se separaron del regazo con un gesto jugetón, para caer con todo su peso sobre el duro suelo, a la par que los brazos desabrazaban las rodillas. Todo esto ocurrió en un margen de cinco segundos, con mucha calma y de una en una. Las preguntas cobraban insistencia; una pesadez casi neurótica. ¿Qué hora era? ¿Era de día? ¿Por qué se habría despertado en caso de serlo, por la mañana? ¿Acaso le acosaban los remordimientos de la nocte? ¿Cuánto tiempo había pasado durmiendo? ¿Estaba solo? ¿Por qué sus presentimientos se hacían ciertos? ¿Por qué olía a mojado? Sacudió la cabeza de izquierda a derecha. No estaba ni mucho menos preparado para hacer frente a tales impertinencias. No sin tiempo para prepararse. Al menos, se dijo, no había pasado demasiado tiempo, pues sus pensamientos guardaban la magnífica forma del lenguaje, cosa que ocurría cuando éste no se había olvidado. Cuando durmió dos siglos, se sentía como un niño, entre conceptos vagos y elucubraciones que no tenían más profundidad que la del dibujo de un niño, desconocedor del mundo más allá de un cerco margen.
Con enfermiza avidez otras cavilaciones acosaron al hombre que se veía de nuevo, improvisto de respuestas, carcomido por la duda, y dispuesto, sin embargo, a enfrentarlas, por esta vez. ¿Cuáles eran esas preguntas? Decidió guardarlas en el más profundo subconsciente; no le serviría de nada delatar sus sentimientos a esas alturas, en esa situación. Aunque denotaba cierta añoranza, un escudo de hastío y apatía impedían que tal reflexión saliera a una luz más tenue que la del fondo de su consciencia. A veces, sentía bien ser un monstruo.
Con los ojos ya acostumbrados a la falta de luz, consciente ya de la noche, se explayó por largo rato en la observación de su decadente morada. De nuevo, la puerta yacía en el suelo, hecha pedazos, con la marca de una pezuña dracónica apostada sobre la madera, marca de una ligera pero curiosa relación que acabó para siempre, demasiado pronto. Lo agradeció de sobremanera. No hacía demasiado frío, el aire era perfecto y la naturaleza había dejado el verde brillante que reservaba para el alba, convirtiéndose en una masa informe de oscuras zarzas. Así, como lagartijas escalando un muro, varias enredaderas cubrían la entrada, como la más exquisita de las decoraciones modernas. Cualquier arte imitativo, palidecía, pues, si el arte imitaba a la naturaleza, aún más la naturaleza imitaba al arte.
Allá a la izquierda una pequeña habitación que hacía las -pocas- veces de cocina, permanecía a oscuras, rebosante de un polvo que apenas acertaba a desplazar el viento de la más que oreada estancia. Sin embargo a la izquierda, en ese dormitorio, esa biblioteca, o incluso sala de trabajo, una presencia emanaba con fuerza, atrayéndole de forma subversiva. Dedujo, solo se trataban de desvaríos de su mente. Cerró de nuevo sus ojos rodeados de púrpura, los cuales nunca se deshacían de la modorra, solo para abrirlos de nuevo, en un sobresalto que encogió un asustadizo corazón que intentaba hacer frente a demasiadas dudas a la vez.
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
En el espesor de la negrura, un bulto se revolvió entre el amasijo de sábanas empolvadas, provocando que las pequeñas partículas bailasen con mayor frenesí en el haz de luz de luna que entraba por las rendijas del viejo ventanal. Apenas perceptibles rezongos adormilados quebraban el sepulcral silencio de la morada, provenientes de la joven criatura que descansaba allí, sobre el lecho, en posición fetal. Hacía tan sólo un par de horas que se había acostado, habiendo alternado en la jornada siestas y paseos hacia la zona lindante a los derruidos aposentos, algunos con el simple afán de exploración, otros para proveerse la comida. Por suerte, varios animalillos solían andar por los alrededores y no era difícil hacer de ellos su sustento luego de la entretenida caza. Aquella había sido, básicamente, su rutina durante la semana que llevaba allí: Levantarse cerca del mediodía, vagar un rato, regresar a dormir un poco, luego volver a despertar para comenzar de nuevo. Cada vez que entraba o salía se quedaba admirando a la criatura durmiente en el trono por largos momentos, haciendo tiempo hasta que decidiese despertar.
Finalmente sus ojos se abrieron aletargados. Le picaba la nariz debido al polvo que escupía sobre ella el avejentado colchón con cada nimio movimiento; no importaba cuántas veces lo sacudiese fuera, aquella casa parecía poseer una maldición que llenaba todo de polvareda aunque se hiciese la correspondiente limpieza. Estornudó. Un estornudo breve y agudo, en staccato. Sus pequeños pies tocaron el frío suelo y se desperezó cuidando que la herida en su costado no volviese a abrirse. Sin haberle aplicado puntos ni vendajes, lo único que podía hacer era esperar que la piel cicatrizara adecuadamente, ayudándola con ciertos ungüentos naturales que prevenían infecciones y cuidándose de movimientos bruscos.
-Ey, vampiro, ¿estás ahí? –Su voz sonó dulce y aniñada, tenía la boca pastosa. Pocos pasos fueron suficientes para cruzar la habitación y llegar a la estancia del pelilargo, a quien observó fijamente desde el umbral de la puerta, apretándose contra el pecho las sábanas que la habían cubierto al dormir y ahora cumplían el papel de vestido. La oscuridad no era un problema para su vista, aunque los rayos plateados que se colaban por cada hueco ayudaban a apreciar mejor las siluetas. Se rascó la maraña de cabello y lo saludó con un ademán de la mano.
Siete días habían transcurrido desde su llegada luego del episodio del barco. Dado que no tenía a dónde más ir, se dejó llevar hasta allí sin protesta alguna. Al fin y al cabo en aquel momento estaba herida, hambrienta y, después de tan desastrosa aventura, emocionalmente adolorida. Agradecía cualquier compañía, aunque fuese la de aquel chupasangre de quien aún desconocía el nombre. Ella tampoco le había dicho el suyo, de todas maneras.
Se acercó con pasos gráciles hacia el gran asiento de piedra y acarició suavemente la cabeza de uno de los pajarracos, que no reaccionó ante el estímulo. Parecía muerto, casi tanto como su anfitrión, que aunque se sumergía en el mutismo ya había demostrado no ser peligroso. Bueno, por lo menos hasta el momento no había intentado vaciarle las venas, lo cual, pensaba, era una señal de amabilidad. –Has dormido hasta tarde hoy. –Informó, más por brindar conversación que porque las horas le importasen. Desde que estaba allí no respetaba horario alguno; comía cuando tenía hambre, dormía cuando tenía sueño, y el resto del tiempo… bueno, hacía lo que quisiera dependiendo de las circunstancias y de qué tan comunicativo se mostraba su interlocutor.
Así como había llegado hasta allí, se dio la media vuelta y anduvo hacia una de las ventanas con el fin de abrir los postigos y dejar entrar una mayor corriente de aire. El dulce aroma de las flores silvestres se mezcló con el de la humedad y senectud del interior.
Finalmente sus ojos se abrieron aletargados. Le picaba la nariz debido al polvo que escupía sobre ella el avejentado colchón con cada nimio movimiento; no importaba cuántas veces lo sacudiese fuera, aquella casa parecía poseer una maldición que llenaba todo de polvareda aunque se hiciese la correspondiente limpieza. Estornudó. Un estornudo breve y agudo, en staccato. Sus pequeños pies tocaron el frío suelo y se desperezó cuidando que la herida en su costado no volviese a abrirse. Sin haberle aplicado puntos ni vendajes, lo único que podía hacer era esperar que la piel cicatrizara adecuadamente, ayudándola con ciertos ungüentos naturales que prevenían infecciones y cuidándose de movimientos bruscos.
-Ey, vampiro, ¿estás ahí? –Su voz sonó dulce y aniñada, tenía la boca pastosa. Pocos pasos fueron suficientes para cruzar la habitación y llegar a la estancia del pelilargo, a quien observó fijamente desde el umbral de la puerta, apretándose contra el pecho las sábanas que la habían cubierto al dormir y ahora cumplían el papel de vestido. La oscuridad no era un problema para su vista, aunque los rayos plateados que se colaban por cada hueco ayudaban a apreciar mejor las siluetas. Se rascó la maraña de cabello y lo saludó con un ademán de la mano.
Siete días habían transcurrido desde su llegada luego del episodio del barco. Dado que no tenía a dónde más ir, se dejó llevar hasta allí sin protesta alguna. Al fin y al cabo en aquel momento estaba herida, hambrienta y, después de tan desastrosa aventura, emocionalmente adolorida. Agradecía cualquier compañía, aunque fuese la de aquel chupasangre de quien aún desconocía el nombre. Ella tampoco le había dicho el suyo, de todas maneras.
Se acercó con pasos gráciles hacia el gran asiento de piedra y acarició suavemente la cabeza de uno de los pajarracos, que no reaccionó ante el estímulo. Parecía muerto, casi tanto como su anfitrión, que aunque se sumergía en el mutismo ya había demostrado no ser peligroso. Bueno, por lo menos hasta el momento no había intentado vaciarle las venas, lo cual, pensaba, era una señal de amabilidad. –Has dormido hasta tarde hoy. –Informó, más por brindar conversación que porque las horas le importasen. Desde que estaba allí no respetaba horario alguno; comía cuando tenía hambre, dormía cuando tenía sueño, y el resto del tiempo… bueno, hacía lo que quisiera dependiendo de las circunstancias y de qué tan comunicativo se mostraba su interlocutor.
Así como había llegado hasta allí, se dio la media vuelta y anduvo hacia una de las ventanas con el fin de abrir los postigos y dejar entrar una mayor corriente de aire. El dulce aroma de las flores silvestres se mezcló con el de la humedad y senectud del interior.
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Durante siglos, una de las mayores pretensiones de los bípedos fue crear un sonido que iguales al canto de las aves. Ya fuera para usar el sonido como reclamo en las artes de la caza o como música en las obras maestras de los juglares; siempre se intentó fabricar un único instrumento que pudiera hacer el sonido de todas las aves.
Según una vieja leyenda que el cuervo blanco conocía bien, un flautista humano consiguió elaborar el preciado objeto que imitaba el canto de cualquier pájaro.
El cuervo blanco fue solo una de las muchas aves que se pusieron celosas de las personas. Ellos no se merecían poder cantar. No servían para ello. No debían hacerlo. Ya era suficiente que talase de sus árboles para que, también, robasen sus voces. ¡Ladrones! Eso eran los bípedos. Putos ladrones. Y a los ladrones había que castigarlos con su misma moneda. Si ellos robaban sus voces, los pájaros podían robarles todo lo demás. Al fin y al cabo, fueron los bípedos quienes dijeron primero: “Quién roba a un ladrón tiene mil años de perdón”.
Entre sus afiladas garras de color marfil, el cuervo blanco, celoso y furioso, agarraba una flauta que había “robado” de la casa de un vampiro de Sacrestic Ville. Volaba al son del viento, escapando de cualquier lugar donde no hubiera bípedos. Allí, escondería la flauta entre muchas otras cosas más que robaría a los bípedos. Ese era su castigo. “Quién roba a un...“
Y el viento cambió sin previo aviso y de la impresión, la flauta se soltó de entre sus garras y cayó en el peor lugar posible. Cayó bajo la ventana de una de las casas de los bípedos que vivían en el bosque.
* Thiel: Justo en la última ventana que has abierto, ves algo bajo de ella. A simple vista, puede parecer una flauta pero te aseguro que no lo es. Por ahora, lo único que debes pensar es que se trata de una “invitación” especial a un evento futuro del Megaenvento Historias del Juglar. Será, luego de terminar el evento, si es que aceptas la invitación, que descubras que esconde esa flauta.
* Ambos: Antes de evitar problemas os diré que conozco bien las normas. Sé que un Master no puede interferir en un rol privado y, permitidme deciros que mi intención no ha sido molestaros; ni para bien ni para mal. Ni os maldigo ni os apremio. He venido con la única intención de dejar una invitación para Thiel e irme tan pronto como he llegado. Alzzul ya conoce como funciona este sistema de invitaciones (recuerda el broche de plata que te ofrecí tiempo atrás); sabe que mi molestias son mínimas y siempre intento que sean para bien.
Según una vieja leyenda que el cuervo blanco conocía bien, un flautista humano consiguió elaborar el preciado objeto que imitaba el canto de cualquier pájaro.
El cuervo blanco fue solo una de las muchas aves que se pusieron celosas de las personas. Ellos no se merecían poder cantar. No servían para ello. No debían hacerlo. Ya era suficiente que talase de sus árboles para que, también, robasen sus voces. ¡Ladrones! Eso eran los bípedos. Putos ladrones. Y a los ladrones había que castigarlos con su misma moneda. Si ellos robaban sus voces, los pájaros podían robarles todo lo demás. Al fin y al cabo, fueron los bípedos quienes dijeron primero: “Quién roba a un ladrón tiene mil años de perdón”.
Entre sus afiladas garras de color marfil, el cuervo blanco, celoso y furioso, agarraba una flauta que había “robado” de la casa de un vampiro de Sacrestic Ville. Volaba al son del viento, escapando de cualquier lugar donde no hubiera bípedos. Allí, escondería la flauta entre muchas otras cosas más que robaría a los bípedos. Ese era su castigo. “Quién roba a un...“
Y el viento cambió sin previo aviso y de la impresión, la flauta se soltó de entre sus garras y cayó en el peor lugar posible. Cayó bajo la ventana de una de las casas de los bípedos que vivían en el bosque.
- Flauta:
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* Thiel: Justo en la última ventana que has abierto, ves algo bajo de ella. A simple vista, puede parecer una flauta pero te aseguro que no lo es. Por ahora, lo único que debes pensar es que se trata de una “invitación” especial a un evento futuro del Megaenvento Historias del Juglar. Será, luego de terminar el evento, si es que aceptas la invitación, que descubras que esconde esa flauta.
* Ambos: Antes de evitar problemas os diré que conozco bien las normas. Sé que un Master no puede interferir en un rol privado y, permitidme deciros que mi intención no ha sido molestaros; ni para bien ni para mal. Ni os maldigo ni os apremio. He venido con la única intención de dejar una invitación para Thiel e irme tan pronto como he llegado. Alzzul ya conoce como funciona este sistema de invitaciones (recuerda el broche de plata que te ofrecí tiempo atrás); sabe que mi molestias son mínimas y siempre intento que sean para bien.
Sigel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
A su mente llegó información confusa. ¿Tarde?... Lo más confuso de todo aquello es que su cabeza solo solía proporcionarle conocimiento que ya tenía. Claro que en ese grado superlativo de ambigüedad, tal como "Has dormido hasta tarde hoy", bien podría ser una maldita broma de mal gusto por parte de su cabeza. No era el caso. Cierta figura cubierta en sábanas había acudido a su lado a paso tranquilo que apenas había percibido; paso amortiguado por el graznar nocturno de los cuervos, el incipiente viento y algún que otro sonido de procedencia y naturaleza desconocidos.
Un brazo blancuzco y mortecino, cubierto de resoluciones del ambiente, se alzó con gracia por encima del hombro izquierdo del vampiro, acercándose a uno de los pájaros, el cual recibió la caricia con extrañeza y curiosidad, acercando su pico de ébano hacia la mano, palpándola con el desparpajo que cabría esperar de un ser natural. La mirada de Alzzul seguía fijada en la nada, donde solo manchas pálidas, y algunas impresiones de mechones oscuros insinuaban una forma borrosa. Así, observando sin ver permaneció en silencio cual estatua, cuya sempiterna calma se vio interrumpida por un ligero desliz.
Por la misma ventana que había tenido ella la gracia de abrir, un instrumento delgado y largo entró en la estancia, rodando hacia el suelo con inusitada delicadeza, como si buscara a alguien, inseguro de si era allí hacia donde debía encaminarse.
Así, en los pies de la mujer lobo, observó desde abajo, completamente inanimado. En cambio, el vampiro, parecía haber despertado cierta curiosidad por el extraño artefacto que había caído en la sala por suerte o por desgracia, sin mayor interés en él. Era cierto que de vez en cuando algo acababa acaeciendo ahí sin menor relevancia o anuncio que un ligero sonido.
Alzzul levantó la mirada y uno de los brazos, en un estiramiento. Con fatal pesadez suspiró, como si la vida le fuera en ello, y entrecerró levemente los ojos para observar desde atrás la figura que se había hecho frecuente en esa estancia durante... ¿Cuánto tiempo?
- ¿Hoy? -llegó a pronunciar en voz, quizá no alta.
Un brazo blancuzco y mortecino, cubierto de resoluciones del ambiente, se alzó con gracia por encima del hombro izquierdo del vampiro, acercándose a uno de los pájaros, el cual recibió la caricia con extrañeza y curiosidad, acercando su pico de ébano hacia la mano, palpándola con el desparpajo que cabría esperar de un ser natural. La mirada de Alzzul seguía fijada en la nada, donde solo manchas pálidas, y algunas impresiones de mechones oscuros insinuaban una forma borrosa. Así, observando sin ver permaneció en silencio cual estatua, cuya sempiterna calma se vio interrumpida por un ligero desliz.
Por la misma ventana que había tenido ella la gracia de abrir, un instrumento delgado y largo entró en la estancia, rodando hacia el suelo con inusitada delicadeza, como si buscara a alguien, inseguro de si era allí hacia donde debía encaminarse.
Así, en los pies de la mujer lobo, observó desde abajo, completamente inanimado. En cambio, el vampiro, parecía haber despertado cierta curiosidad por el extraño artefacto que había caído en la sala por suerte o por desgracia, sin mayor interés en él. Era cierto que de vez en cuando algo acababa acaeciendo ahí sin menor relevancia o anuncio que un ligero sonido.
Alzzul levantó la mirada y uno de los brazos, en un estiramiento. Con fatal pesadez suspiró, como si la vida le fuera en ello, y entrecerró levemente los ojos para observar desde atrás la figura que se había hecho frecuente en esa estancia durante... ¿Cuánto tiempo?
- ¿Hoy? -llegó a pronunciar en voz, quizá no alta.
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Apenas hubo abierto la ventana, un delgado objeto cilíndrico fue aventado hacia adentro suscitando en Thiel un respingo que la llevó a retroceder algunos pasos. El artilugio rodó hasta chocar suavemente con uno de sus pies y pronto se agachó a tomarlo. Lo acarició entre los dedos, curiosa, disfrutando la suavidad y ligereza de la madera mientras inspeccionaba ávidamente las pequeñas cavidades que marcaban su longitud. En medio de los análisis se acercó a la ventana para asomarse y mirar hacia afuera, no obstante no pudo encontrar pista alguna acerca de la manera en que la cosa había llegado hasta allí.
En su jauría la música sólo se conocía en forma de canto y percusión, a la antigua usanza. Muy rara vez se encontraba a un lobo que supiese tocar melodías de mayor complejidad. Sin embargo, en sus incursiones hacia el mundo más “civilizado” sí que se había topado con músicos portadores de instrumentos de todo tipo, formas, registros y mecanismos. Si bien no recordaba cómo se llamaba lo que tenía entre las manos, sí que lo había visto antes con una que otra sutil diferencia. Se llevó la flauta a los labios para comprobar si sonaba tal como en sus memorias y sopló. Un ruido desagradable, saturado en aire, la obligó a cerrar los ojos con fuerza y poner cara de disgusto. Pero la práctica hace al maestro, pensó, y volvió a intentar. El silencio reinante en la derruida morada fue roto una y otra vez por los horribles y penetrantes chillidos hasta que, consiguiendo regular el flujo de aire, poco a poco logró obtener sonidos más puros y constantes. Aún así poco se asemejaba aquello a lo que alguna vez había oído de los flautistas; esto más bien le recordaba el cantar de los zorzales, trémulo y relajante.
-Qué curioso. ¿Lo has oído? ¡Suena como un ave! –Eufórica, se acercó rápidamente a su acompañante para enseñarle el nuevo juguete. Ávida de una mayor comprensión del objeto seguía dándole vueltas entre sus pequeñas manos, aunque el alegre actuar se vio interrumpido por una repentina atmósfera reflexiva cuando, alzando la mirada hacia el vampiro, deliberó- Bueno, tú estás durmiendo cuando los pájaros cantan. ¿Alguna vez los has escuchado? –Si bien para sus adentros declaró como propio el instrumento, lo depositó en las manos ajenas con la promesa interior de que luego no olvidaría recuperarlo y guardarlo junto a sus pertenencias.
Observó al hombre intensamente en espera de alguna reacción, comenzando a trastornarse por la pasividad impropia. ¡A nadie le gustaba mantener una conversación con un ser inanimado, después de todo! Se situó de manera que ambos rostros quedaron enfrentados, clavando los penetrantes ojos aceituna en aquellos que, en todo el tiempo que llevaba allí, rara vez expresaban un hálito de vida. Llevaba poco más de una semana allí, tiempo suficiente, según la muchacha, para ir tomando un poco de confianza e intentar tener una conversación fluida, decente e interesante.
En su jauría la música sólo se conocía en forma de canto y percusión, a la antigua usanza. Muy rara vez se encontraba a un lobo que supiese tocar melodías de mayor complejidad. Sin embargo, en sus incursiones hacia el mundo más “civilizado” sí que se había topado con músicos portadores de instrumentos de todo tipo, formas, registros y mecanismos. Si bien no recordaba cómo se llamaba lo que tenía entre las manos, sí que lo había visto antes con una que otra sutil diferencia. Se llevó la flauta a los labios para comprobar si sonaba tal como en sus memorias y sopló. Un ruido desagradable, saturado en aire, la obligó a cerrar los ojos con fuerza y poner cara de disgusto. Pero la práctica hace al maestro, pensó, y volvió a intentar. El silencio reinante en la derruida morada fue roto una y otra vez por los horribles y penetrantes chillidos hasta que, consiguiendo regular el flujo de aire, poco a poco logró obtener sonidos más puros y constantes. Aún así poco se asemejaba aquello a lo que alguna vez había oído de los flautistas; esto más bien le recordaba el cantar de los zorzales, trémulo y relajante.
-Qué curioso. ¿Lo has oído? ¡Suena como un ave! –Eufórica, se acercó rápidamente a su acompañante para enseñarle el nuevo juguete. Ávida de una mayor comprensión del objeto seguía dándole vueltas entre sus pequeñas manos, aunque el alegre actuar se vio interrumpido por una repentina atmósfera reflexiva cuando, alzando la mirada hacia el vampiro, deliberó- Bueno, tú estás durmiendo cuando los pájaros cantan. ¿Alguna vez los has escuchado? –Si bien para sus adentros declaró como propio el instrumento, lo depositó en las manos ajenas con la promesa interior de que luego no olvidaría recuperarlo y guardarlo junto a sus pertenencias.
Observó al hombre intensamente en espera de alguna reacción, comenzando a trastornarse por la pasividad impropia. ¡A nadie le gustaba mantener una conversación con un ser inanimado, después de todo! Se situó de manera que ambos rostros quedaron enfrentados, clavando los penetrantes ojos aceituna en aquellos que, en todo el tiempo que llevaba allí, rara vez expresaban un hálito de vida. Llevaba poco más de una semana allí, tiempo suficiente, según la muchacha, para ir tomando un poco de confianza e intentar tener una conversación fluida, decente e interesante.
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Hoy era, exactamente, siete días más tarde.
No se alteró por los cánticos impertinentes. La flauta no tenía suficiente timbre, si es que hay sonido que oído humano sea capaz de apreciar, para despertarlo de semejante vahído. Acertó, sin saber muy bien por qué, ni si venía a cuento, o incluso si empezaba a sonar lo suficientemente extraño como para preocupar a su interlocutor, a despegar los labios con la suficiente destreza de pronunciar:
- Música que me acosa en sueños.
Sí, reconocía ahora la singular aventura que había vivido, y como, en un momento de altruísmo -quería pensar- o algo parecido, acarreó con el cuerpo herido de la joven por cuan largo fue su viaje. ¿Hubo pasado tiempo ella también inconsciente? De así serlo, no tendría brújula que le señalara día o noche, más que un inconsciente instinto del que luego nunca podía dar cuentas. Cuando estaba solo era atemporal.
Recordó entonces estar vivo, y un amanecer cuyos colores se le anejaban harto incoherentes, como el de una ciudad futura, o el de un parque recuerdo de la infancia, jamás tan verde como en la memoria. Deseó con sus manos dibujar ese mundo, y sabía que de hacerlo, solo podría pintarlo de negro. Solo las palabras servían a la fantasía de un mundo al que por siempre jamás, había dado la espalda. Una quemazón se asentó en su estómago, con amenazante disforia. Pronto la anhedonia intentó instaurarse, chocando con la barrera de lo imprevisto.
Y es que al encontrarse de cara -nunca mejor dicho- con semejante rostro, ¿Quién no se sentiría turbado?
Sacudió su indiferencia con al fuerza de un ciclón maldito. Solo pudo reflejarse en dos ojos verdes durante apenas dos segundos, justo antes de que, en un acto casi reflejo, le regalara la vista de su perfil izquierdo. En dos pozos negros donde normalmente solo había vacío, ahora por fin, parecían reflejar algo. Lo llamaron, quizá, con demasiada gravidez, Miedo. Pero a quienes veían en la oscuridad, y quizá, en ese momento, para la entera humanidad -entendida como conjunto de seres conscientes- un suave, tenue hálito de luz, se apostó en el fondo de su pupila, y le nombraron, seguramente erróneamente Esperanza.
Alargó con delicadeza la mano, apostándola en algún lugar de la parte superior de su cuerpo. Lo sabía porque en sus ojos podía verlo; unas alusiones a falanges cubiertas en lo que le gustaba denominar como "La consecuencia de estar vivo". Y al hacerlo le quemaba la mano, con la candencia del sol en verano. Y al verse ahí reflejado, por primera vez, antes de perder la mano entre oscuros mechones, reconocía los colores
No se alteró por los cánticos impertinentes. La flauta no tenía suficiente timbre, si es que hay sonido que oído humano sea capaz de apreciar, para despertarlo de semejante vahído. Acertó, sin saber muy bien por qué, ni si venía a cuento, o incluso si empezaba a sonar lo suficientemente extraño como para preocupar a su interlocutor, a despegar los labios con la suficiente destreza de pronunciar:
- Música que me acosa en sueños.
Sí, reconocía ahora la singular aventura que había vivido, y como, en un momento de altruísmo -quería pensar- o algo parecido, acarreó con el cuerpo herido de la joven por cuan largo fue su viaje. ¿Hubo pasado tiempo ella también inconsciente? De así serlo, no tendría brújula que le señalara día o noche, más que un inconsciente instinto del que luego nunca podía dar cuentas. Cuando estaba solo era atemporal.
Recordó entonces estar vivo, y un amanecer cuyos colores se le anejaban harto incoherentes, como el de una ciudad futura, o el de un parque recuerdo de la infancia, jamás tan verde como en la memoria. Deseó con sus manos dibujar ese mundo, y sabía que de hacerlo, solo podría pintarlo de negro. Solo las palabras servían a la fantasía de un mundo al que por siempre jamás, había dado la espalda. Una quemazón se asentó en su estómago, con amenazante disforia. Pronto la anhedonia intentó instaurarse, chocando con la barrera de lo imprevisto.
Y es que al encontrarse de cara -nunca mejor dicho- con semejante rostro, ¿Quién no se sentiría turbado?
Sacudió su indiferencia con al fuerza de un ciclón maldito. Solo pudo reflejarse en dos ojos verdes durante apenas dos segundos, justo antes de que, en un acto casi reflejo, le regalara la vista de su perfil izquierdo. En dos pozos negros donde normalmente solo había vacío, ahora por fin, parecían reflejar algo. Lo llamaron, quizá, con demasiada gravidez, Miedo. Pero a quienes veían en la oscuridad, y quizá, en ese momento, para la entera humanidad -entendida como conjunto de seres conscientes- un suave, tenue hálito de luz, se apostó en el fondo de su pupila, y le nombraron, seguramente erróneamente Esperanza.
Alargó con delicadeza la mano, apostándola en algún lugar de la parte superior de su cuerpo. Lo sabía porque en sus ojos podía verlo; unas alusiones a falanges cubiertas en lo que le gustaba denominar como "La consecuencia de estar vivo". Y al hacerlo le quemaba la mano, con la candencia del sol en verano. Y al verse ahí reflejado, por primera vez, antes de perder la mano entre oscuros mechones, reconocía los colores
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
El entrecejo se le arrugó como si de un acordeón se tratase cuando una frase ininteligible le llegó a los tímpanos con la lisura de un murmullo. Se sintió tonta por haber albergado la esperanza de obtener una respuesta válida a sus inquisiciones, preguntándose por qué razón había pensado que ésta vez sería diferente y podría conseguir, al fin, que su peculiar acompañante se comportara como una persona… bueno, como una persona normal.
El gesto se descontento se acentuó al ser rehuido su encare. ¡Cuántas ganas tuvo de agarrarle el mentón para girar ese rostro inexpresivo, estoico y, sin embargo, tan interesante! Sintió, a juzgar por sus acciones, que representaba una molestia para el anfitrión y tuvo ganas de recular, tomar sus cosas y marcharse. Y lo hubiese hecho de tener a dónde ir. Quizás… Probablemente no. Estaba acostumbrada a estar sola, sí, pero eso no significaba que lo disfrutase y, aunque le costaba admitirlo, había encontrado en el vampiro una especie de compañía agradable, pese a ser un terrible compañero nocturno. Sabía que ya llevaba demasiados días allí y probablemente estaba abusando de la hospitalidad… pero al fin se sentía cómoda en un sitio luego de varios meses vagando por todos lados y algo en su pecho se retorcía al contemplar la posibilidad de volver a las aburridas andanzas.
El instrumento que había querido compartir con su acompañante fue tan rechazado como su mirada y la molestia le quemó la garganta. Para los suyos, oponerse una y otra vez a cada intento de socialización evidenciaba una muy mala educación - ¡Oye, no hace falta que seas grosero! Si quieres que me aleje, yo… –Increpó, más la última vocal fue ahogada al sentir la intrusión entre sus enmarañados cabellos. Cada bello de su nuca se encrespó y sintió, azorada, una corriente eléctrica recorriéndole fugazmente la columna vertebral. ¿Acaso no quería que se alejase? Era la primera vez que el hombre la tocaba. Tuvo miedo por un instante, instintivamente alzó ambos hombros para protegerse el cuello. Buscó con insistencia la mirada ajena, por más que hacerlo conllevase treparse un poco al trono y, por ende, disminuir la distancia entre ambos. Al final no pudo resistirse: la pequeña mano izquierda fue a parar a la barbilla impropia para, delicada pero firme, instar al otro a que la observase. En su pecho galopaban temerarios latidos- Mírame. –Su voz sonó trémula. ¿Cómo no estar nerviosa? El fino límite de la convivencia tranquila había sido traspasado, probablemente por culpa de su afán por crear un vínculo amistoso con su… ¿salvador? Supuso, adjudicándolo al hecho de que fue él quien se tomó la molestia de darle asilo, que no pretendía hacerle daño. Pero nunca se sabe lo que planea un vampiro, según decía el abuelo. -¿Puedes decirme, con palabras que pueda entender, qué te sucede? –Esta vez el tono resultó calmo, con la genuina preocupación de quien no solo pregunta por cortesía, y pronunció cuidadosamente cada sílaba para asegurarse de ser comprendida.
Quería desentrañar el misterio tras las acciones ajenas, si es que contaban con un proceso lógico tras ellas. Y de no ser así, también deseaba descubrirlo. Porque pocas cosas más molestas existían que convivir con un ser impredecible.
El gesto se descontento se acentuó al ser rehuido su encare. ¡Cuántas ganas tuvo de agarrarle el mentón para girar ese rostro inexpresivo, estoico y, sin embargo, tan interesante! Sintió, a juzgar por sus acciones, que representaba una molestia para el anfitrión y tuvo ganas de recular, tomar sus cosas y marcharse. Y lo hubiese hecho de tener a dónde ir. Quizás… Probablemente no. Estaba acostumbrada a estar sola, sí, pero eso no significaba que lo disfrutase y, aunque le costaba admitirlo, había encontrado en el vampiro una especie de compañía agradable, pese a ser un terrible compañero nocturno. Sabía que ya llevaba demasiados días allí y probablemente estaba abusando de la hospitalidad… pero al fin se sentía cómoda en un sitio luego de varios meses vagando por todos lados y algo en su pecho se retorcía al contemplar la posibilidad de volver a las aburridas andanzas.
El instrumento que había querido compartir con su acompañante fue tan rechazado como su mirada y la molestia le quemó la garganta. Para los suyos, oponerse una y otra vez a cada intento de socialización evidenciaba una muy mala educación - ¡Oye, no hace falta que seas grosero! Si quieres que me aleje, yo… –Increpó, más la última vocal fue ahogada al sentir la intrusión entre sus enmarañados cabellos. Cada bello de su nuca se encrespó y sintió, azorada, una corriente eléctrica recorriéndole fugazmente la columna vertebral. ¿Acaso no quería que se alejase? Era la primera vez que el hombre la tocaba. Tuvo miedo por un instante, instintivamente alzó ambos hombros para protegerse el cuello. Buscó con insistencia la mirada ajena, por más que hacerlo conllevase treparse un poco al trono y, por ende, disminuir la distancia entre ambos. Al final no pudo resistirse: la pequeña mano izquierda fue a parar a la barbilla impropia para, delicada pero firme, instar al otro a que la observase. En su pecho galopaban temerarios latidos- Mírame. –Su voz sonó trémula. ¿Cómo no estar nerviosa? El fino límite de la convivencia tranquila había sido traspasado, probablemente por culpa de su afán por crear un vínculo amistoso con su… ¿salvador? Supuso, adjudicándolo al hecho de que fue él quien se tomó la molestia de darle asilo, que no pretendía hacerle daño. Pero nunca se sabe lo que planea un vampiro, según decía el abuelo. -¿Puedes decirme, con palabras que pueda entender, qué te sucede? –Esta vez el tono resultó calmo, con la genuina preocupación de quien no solo pregunta por cortesía, y pronunció cuidadosamente cada sílaba para asegurarse de ser comprendida.
Quería desentrañar el misterio tras las acciones ajenas, si es que contaban con un proceso lógico tras ellas. Y de no ser así, también deseaba descubrirlo. Porque pocas cosas más molestas existían que convivir con un ser impredecible.
Thiel
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Siempre había ponderado con mayor importancia el pensamiento sobre la acción. Quizá por eso pecaba de demasiado parado. Sí, sabía que podía llegar a ser aburrido, soso, inexpresivo y frío hasta el punto de la exasperación. Quizá por eso le costaba tanto reaccionar ante estímulos a los que no estaba preparado. Más aún en casos de intimidad; la intimidad es algo detestable y a la vez reavivador para los acostumbrados a la soledad. Algo así como mirar una luz incandescente. Nos produce ceguera, pero a la vez nos aporta una curiosidad brutal sobre aquello que no estamos viendo. Es cierto, sí, que en el desconocimiento hay un grado de aventura.
Por supuesto, en el momento en el que su mano tocó la cara del vampiro, este ya estaba dolviéndole la mirada, casi con reto en los ojos; cosa que no parecía demasiado creíble dada su anterior reacción. Sin embargo, ahí estaba, plantado con señorío, con los ojos muy ligeramente entrecerrados, enfocando con fijeza a su interlocutor. El lado derecho de su boca se contrajo en un espasmo casi invisible justo antes de ensancharse, en forma de sonrisa. No solía sonreír más que en engaños, por lo que ni siquiera él mismo sabía cómo lucía con algo sincero en el gesto. No enseñaba sin embargo los dientes. Con la mano libre tomó la flauta de su regazo y se la tendió a ella, en un gesto silencioso y desinteresado. No le interesaba el instrumento; había visto varios en su vida y aunque lo podía llegar a apreciar en buenas manos, detestaba poseer algo que no fuera realmente suyo. Sentía además, que no le pertenecía. No quería tener en las manos algo así, más aún sabiendo que jamás le encontraría uso.
Con palabras. ¿Cuáles podía sacar a relucir de su reducida trayectoria? Tampoco podía hablar con la mirada. Cómo envidiaba a los profusos cantores, que eran capaces de expresar la belleza de un mundo que incluso, en algunos casos, no sienten. Intentó hacer de su parte, con su voz incluso levemente aniñada, explicándose como tan bien pudo:
- Me pasa, que estoy confuso. No sé cuanto llevo despierto, deduzco que no demasiado. Me pasa que acostumbro a despertar de forma nada abrupta, con apenas fuerzas, en un espacio oscuro que normalmente, habla a mi mente solo, con un silencio parecido al del sepulcro, pero más real y menos insistente. Me pasa que en cuanto ahora, sin saber por qué estás aquí, y no encuentro silencio que me haga compañía, y me resulta estúpido buscarla en humanos. Y aún así, esta inferencia con mi más que respetable tranquilidad no es algo que me contraríe; no es algo que suela decir, y si lo hago, suele ser por un falso y conveniente respeto. Lo que quiero decir es, ¿Quién eres para invadir mi mundo? -con un gesto fuerte, apenas meditado acerco su cara, quizá también el cuerpo al suyo, hasta el punto de que podía escucharla respirar, sintiendo ese idílico trayecto que producía en uno el exhalar ajeno. - ¿Puedes entender eso?
Por supuesto, en el momento en el que su mano tocó la cara del vampiro, este ya estaba dolviéndole la mirada, casi con reto en los ojos; cosa que no parecía demasiado creíble dada su anterior reacción. Sin embargo, ahí estaba, plantado con señorío, con los ojos muy ligeramente entrecerrados, enfocando con fijeza a su interlocutor. El lado derecho de su boca se contrajo en un espasmo casi invisible justo antes de ensancharse, en forma de sonrisa. No solía sonreír más que en engaños, por lo que ni siquiera él mismo sabía cómo lucía con algo sincero en el gesto. No enseñaba sin embargo los dientes. Con la mano libre tomó la flauta de su regazo y se la tendió a ella, en un gesto silencioso y desinteresado. No le interesaba el instrumento; había visto varios en su vida y aunque lo podía llegar a apreciar en buenas manos, detestaba poseer algo que no fuera realmente suyo. Sentía además, que no le pertenecía. No quería tener en las manos algo así, más aún sabiendo que jamás le encontraría uso.
Con palabras. ¿Cuáles podía sacar a relucir de su reducida trayectoria? Tampoco podía hablar con la mirada. Cómo envidiaba a los profusos cantores, que eran capaces de expresar la belleza de un mundo que incluso, en algunos casos, no sienten. Intentó hacer de su parte, con su voz incluso levemente aniñada, explicándose como tan bien pudo:
- Me pasa, que estoy confuso. No sé cuanto llevo despierto, deduzco que no demasiado. Me pasa que acostumbro a despertar de forma nada abrupta, con apenas fuerzas, en un espacio oscuro que normalmente, habla a mi mente solo, con un silencio parecido al del sepulcro, pero más real y menos insistente. Me pasa que en cuanto ahora, sin saber por qué estás aquí, y no encuentro silencio que me haga compañía, y me resulta estúpido buscarla en humanos. Y aún así, esta inferencia con mi más que respetable tranquilidad no es algo que me contraríe; no es algo que suela decir, y si lo hago, suele ser por un falso y conveniente respeto. Lo que quiero decir es, ¿Quién eres para invadir mi mundo? -con un gesto fuerte, apenas meditado acerco su cara, quizá también el cuerpo al suyo, hasta el punto de que podía escucharla respirar, sintiendo ese idílico trayecto que producía en uno el exhalar ajeno. - ¿Puedes entender eso?
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Algo en su interior se estremeció cuando, finalmente, pudo indagar en la mirada ajena aquello que con tantas ansias deseaba escrutar. Pocas oportunidades había tenido para mirarlo a los ojos, incluso ninguna tan de cerca, y tuvo que reprimir una mueca al darse cuenta que la cercanía despertaba en ella la molesta sensación de nerviosismo. No era miedo y, aunque estaba alerta, poco se preocupaba por su bienestar. Intuía que no iba a recibir daño alguno. No obstante, la incertidumbre le impedía relajarse en lo más mínimo y no supo si lo que encontraba en el contrario era amabilidad, enojo o, al verlo sonreír, burla. Al fin y al cabo todavía era una joven inexperta y, para empeorar su ingenuidad, era la primera vez que se relacionaba con un vampiro, desconociendo la naturaleza de tan misteriosa raza. ¡Qué sermón le propinaría su familia de verla en esa situación!
Envalentonada, mantuvo sus ojos clavados en los impropios a pesar de sentir cómo el instrumento era depositado en su mano derecha. Bastó un simple ademán para dejarlo en el apoyabrazos del añejo asiento, luego se ocuparía de guardarlo en un mejor lugar. Por el momento su concentración estaba puesta de lleno en quien, para gran sorpresa, comenzó a hablar…y hablar, y hablar. Esperaba una oración breve, con suerte de seis palabras ininterrumpidas, con lo cual a medida que avanzaba la perorata una mueca oscilante entre la sorpresa, la satisfacción y una que otra emoción indeterminada le surcó el rostro. Escuchó con atención, ¡qué voz extraña tenía! Le gustaba el timbre y la manera de disponer las oraciones le resultó peculiar. Le recordó, en cierto modo, a la lírica de los cantautores que vagaban por las callejuelas recitando a la gente sus poemas.
Esperó pacientemente a que la última palabra del monólogo vibrase en el aire y entreabrió los labios para responder cuando, sorpresivo, el vampiro redujo el espacio, de por sí escaso, que los separaba. Debido al exabrupto, tuvo que alargar la mano que antes había tomado la flauta para agarrarse del hombro ajeno y así evitar caer. Sus rodillas quedaron entre la separación de los muslos contrarios, su mano izquierda todavía en la mejilla y ambos rostros peligrosamente allegados, tanto que ambas respiraciones se confundían en el ambiente.
La repentina cercanía resultó intimidante y no pudo evitar que su mirada bajase para rebuscar algo inexistente entre los pliegues de la improvisada ropa, que se había deslizado descubriéndole los hombros. Asintió con el fin de responder a la última pregunta, si bien los latidos del corazón retumbándole en los oídos y una invasiva sensación de nervios le impedían hilar coherentemente los pensamientos. ¿Qué se suponía que dijese? ¿Quién era ella, después de todo, para permanecer todavía allí? Era un ser de rutinas y se había acostumbrado a la de aquella semana, mas era cierto, al fin y al cabo, que jamás había consultado al anfitrión respecto a cuándo debiera marcharse.
-Tú me trajiste aquí luego de… bueno, lo que sucedió en el puerto. Y te lo agradezco mucho. –Los recuerdos del acontecimiento la aquejaron al punto en que tuvo que sacudir ligeramente la cabeza para desembarazarse de la incómoda sensación y, así, continuar hablando - No era mi intención quedarme tanto tiempo, ¡mi herida ya casi está curada! Y lamento, de verdad, si sientes que abuso de tu hospitalidad. Si quieres, tomaré mis cosas y me iré ahora mismo. Es sólo que… -Todavía cabizbaja, se mordió el labio inferior antes de continuar. Había sido tan fácil permanecer hospedándose allí sin decir nada, simplemente asumiendo que su presencia no representaba una molestia, que ahora las palabras se le arremolinaban en la garganta. Qué egoísta había sido al asumir que no pasaría nada si interrumpía de tal manera las costumbres del pelilargo, como si su propio bienestar valiese más que el de él- …Aquí me siento bien. Ya sabes, acompañada y protegida. –Confesó. Lo cual era irónico tomando en cuenta que estaba conviviendo con alguien que se dedicaba a morder cuellos. Los brillantes iris aceituna se alzaron tímidamente para constatar si todavía estaba siendo observada y le pareció que la distancia entre ambas narices era aún menor que antes. No obstante, esta vez se armó de valor para mantenerse firme- Sé que me puse cómoda… y tienes razón. No soy nadie para invadir tu mundo. Sin embargo, si dices que no te contraría, si no soy una molestia y si no encuentras en mí un verdadero incordio, yo… a mí me… quiero decir que… -Bastaría con oír su respiración para saber que estaba agitada. Gracias a la penumbra sólo sería perceptible para un muy eficaz observador que sus mejillas se encontraban completamente rojas; ella lo sabía al sentir el incipiente calor en los pómulos. Mierda. No tenía el valor para pronunciar aquello. Su orgullo le impedía rogar por un techo. Al final, casi tenía ganas de levantarse e irse de allí de una vez por todas con tal de no tener que conseguir la aprobación del interlocutor para quedarse- ¿Qué deseas que haga? –Preguntó entonces, quitándose el peso de encima de ser ella quien expresase sus anhelos. Al final, eso sería lo correcto: dejar la decisión en manos del dueño de la vivienda, el más afectado por la situación.
Envalentonada, mantuvo sus ojos clavados en los impropios a pesar de sentir cómo el instrumento era depositado en su mano derecha. Bastó un simple ademán para dejarlo en el apoyabrazos del añejo asiento, luego se ocuparía de guardarlo en un mejor lugar. Por el momento su concentración estaba puesta de lleno en quien, para gran sorpresa, comenzó a hablar…y hablar, y hablar. Esperaba una oración breve, con suerte de seis palabras ininterrumpidas, con lo cual a medida que avanzaba la perorata una mueca oscilante entre la sorpresa, la satisfacción y una que otra emoción indeterminada le surcó el rostro. Escuchó con atención, ¡qué voz extraña tenía! Le gustaba el timbre y la manera de disponer las oraciones le resultó peculiar. Le recordó, en cierto modo, a la lírica de los cantautores que vagaban por las callejuelas recitando a la gente sus poemas.
Esperó pacientemente a que la última palabra del monólogo vibrase en el aire y entreabrió los labios para responder cuando, sorpresivo, el vampiro redujo el espacio, de por sí escaso, que los separaba. Debido al exabrupto, tuvo que alargar la mano que antes había tomado la flauta para agarrarse del hombro ajeno y así evitar caer. Sus rodillas quedaron entre la separación de los muslos contrarios, su mano izquierda todavía en la mejilla y ambos rostros peligrosamente allegados, tanto que ambas respiraciones se confundían en el ambiente.
La repentina cercanía resultó intimidante y no pudo evitar que su mirada bajase para rebuscar algo inexistente entre los pliegues de la improvisada ropa, que se había deslizado descubriéndole los hombros. Asintió con el fin de responder a la última pregunta, si bien los latidos del corazón retumbándole en los oídos y una invasiva sensación de nervios le impedían hilar coherentemente los pensamientos. ¿Qué se suponía que dijese? ¿Quién era ella, después de todo, para permanecer todavía allí? Era un ser de rutinas y se había acostumbrado a la de aquella semana, mas era cierto, al fin y al cabo, que jamás había consultado al anfitrión respecto a cuándo debiera marcharse.
-Tú me trajiste aquí luego de… bueno, lo que sucedió en el puerto. Y te lo agradezco mucho. –Los recuerdos del acontecimiento la aquejaron al punto en que tuvo que sacudir ligeramente la cabeza para desembarazarse de la incómoda sensación y, así, continuar hablando - No era mi intención quedarme tanto tiempo, ¡mi herida ya casi está curada! Y lamento, de verdad, si sientes que abuso de tu hospitalidad. Si quieres, tomaré mis cosas y me iré ahora mismo. Es sólo que… -Todavía cabizbaja, se mordió el labio inferior antes de continuar. Había sido tan fácil permanecer hospedándose allí sin decir nada, simplemente asumiendo que su presencia no representaba una molestia, que ahora las palabras se le arremolinaban en la garganta. Qué egoísta había sido al asumir que no pasaría nada si interrumpía de tal manera las costumbres del pelilargo, como si su propio bienestar valiese más que el de él- …Aquí me siento bien. Ya sabes, acompañada y protegida. –Confesó. Lo cual era irónico tomando en cuenta que estaba conviviendo con alguien que se dedicaba a morder cuellos. Los brillantes iris aceituna se alzaron tímidamente para constatar si todavía estaba siendo observada y le pareció que la distancia entre ambas narices era aún menor que antes. No obstante, esta vez se armó de valor para mantenerse firme- Sé que me puse cómoda… y tienes razón. No soy nadie para invadir tu mundo. Sin embargo, si dices que no te contraría, si no soy una molestia y si no encuentras en mí un verdadero incordio, yo… a mí me… quiero decir que… -Bastaría con oír su respiración para saber que estaba agitada. Gracias a la penumbra sólo sería perceptible para un muy eficaz observador que sus mejillas se encontraban completamente rojas; ella lo sabía al sentir el incipiente calor en los pómulos. Mierda. No tenía el valor para pronunciar aquello. Su orgullo le impedía rogar por un techo. Al final, casi tenía ganas de levantarse e irse de allí de una vez por todas con tal de no tener que conseguir la aprobación del interlocutor para quedarse- ¿Qué deseas que haga? –Preguntó entonces, quitándose el peso de encima de ser ella quien expresase sus anhelos. Al final, eso sería lo correcto: dejar la decisión en manos del dueño de la vivienda, el más afectado por la situación.
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Con una caricia vaporosa dio derogativa a sus palabras. Observaba como quien hacía lo propio con una pieza de arte, aunque mucho, mucho menos friamente. Sería más correcto decir que podía escuchar música con los ojos, música escrita con la sutileza de la más exquisita de la literatura. Quizá su sonrisa era demasiado plácida para lo que acostumbraba, su mirada demasiado incipiente o su silencio demasiado perturbador. Entendía que en cualquier momento ella quisiera desembarazarse de esa situación y marcharse por patas del lugar. No la culparía, solo quería sentir en sus manos la fibra sedosa que era esa melena. Él torcía levemente el cuello hacia la izquierda, en un gesto algo más desenfadado de lo que la situación requería. Seguía, sin embargo, demasiado cerca.
La única palabra de entrecortadas intervenciones que realmente llegó a calar en su consciencia fue una pregunta carente de sutilezas. "¿Qué deseas que haga?" En tal situación, no pudo menos que reprimir una carcajada, inflando su sonrisa, hasta deshacerla, con una rápida exhalación que le hizo agachar levemente el rostro, al punto de que su frente casi choca con la opuesta. Podía contestarle de varias formas, pensó en que la más correcta era con palabras, pero las palabras, en una situación así de comprometida podían aún empeorar las cosas. Estaba dispuesto a empeorarlas, pero ya de paso, sería satisfaciendo sus egoístas impulsos. No lo suficientemente egoístas, eso sí, como para resultar destructivos. Con algo más de fuerza, más aún delicadamente volvió a acercar a la mujer a sí, enterrando su cabeza en su hombro. Un gesto quizá más delicado de lo que cabría esperar.
Con la mano que antes le acariciaba el cabello, ahora abrazaba a la joven con cierto desamparo, de forma casi febril. Era un gesto casi infantil; tanto tiempo separado de algo que en la pureza de la familiaridad y del cariño pudiera llamarse amor, le empujó a ese gesto, en dirección no diametralmente opuesta a la que pretendía haber tomado en su lugar. Normalmente era la lujuria y la seducción su carta más fiable, lejos de mostrar cualquier deje romántico. Aún en esa posición decidió entonces por fin comunicar su sentencia:
- No puedo pedirte que te vayas, ni exigir que te quedes. Ni en presencia de otro ser pensante, reclamar semejante paraje en ruinas como mío. Eso sí, de tener algo que considere mío, desde ahora, es también tuyo.
En un par de segundos, volvió a contraponer sendos gestos entre ellos, demasiado cerca, esta vez, la palabra correcta no era peligrosamente cerca, era demasiado.
- Pero te equivocas en algo, eres quién para invadir mi mundo.
La única palabra de entrecortadas intervenciones que realmente llegó a calar en su consciencia fue una pregunta carente de sutilezas. "¿Qué deseas que haga?" En tal situación, no pudo menos que reprimir una carcajada, inflando su sonrisa, hasta deshacerla, con una rápida exhalación que le hizo agachar levemente el rostro, al punto de que su frente casi choca con la opuesta. Podía contestarle de varias formas, pensó en que la más correcta era con palabras, pero las palabras, en una situación así de comprometida podían aún empeorar las cosas. Estaba dispuesto a empeorarlas, pero ya de paso, sería satisfaciendo sus egoístas impulsos. No lo suficientemente egoístas, eso sí, como para resultar destructivos. Con algo más de fuerza, más aún delicadamente volvió a acercar a la mujer a sí, enterrando su cabeza en su hombro. Un gesto quizá más delicado de lo que cabría esperar.
Con la mano que antes le acariciaba el cabello, ahora abrazaba a la joven con cierto desamparo, de forma casi febril. Era un gesto casi infantil; tanto tiempo separado de algo que en la pureza de la familiaridad y del cariño pudiera llamarse amor, le empujó a ese gesto, en dirección no diametralmente opuesta a la que pretendía haber tomado en su lugar. Normalmente era la lujuria y la seducción su carta más fiable, lejos de mostrar cualquier deje romántico. Aún en esa posición decidió entonces por fin comunicar su sentencia:
- No puedo pedirte que te vayas, ni exigir que te quedes. Ni en presencia de otro ser pensante, reclamar semejante paraje en ruinas como mío. Eso sí, de tener algo que considere mío, desde ahora, es también tuyo.
En un par de segundos, volvió a contraponer sendos gestos entre ellos, demasiado cerca, esta vez, la palabra correcta no era peligrosamente cerca, era demasiado.
- Pero te equivocas en algo, eres quién para invadir mi mundo.
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Nunca nadie la había escrutado de aquella manera y una cada vez más acalorada vergüenza le provocaba titubeos en la ardua tarea de mantener en alto su mentón. Su verborrea fue respondida con un gesto que la dejó pasmada: una sonrisa cada vez más ancha por parte de su acompañante. Notó cómo estuvo a punto de reírse y se preguntó, ofuscada, qué le causaba tanta gracia. ¿Acaso había puesto un gesto raro durante el parloteo? ¿O le parecía cómico que le costara tanto intentar justificar su estadía en aquel paraje? Descubrió que ese hombre tenía la capacidad de hacer de sus sentimientos una montaña rusa; por momentos quería zarandearlo para que dejase de mirarla así y se comportase como una persona normal, y por otros sentía que sus acciones lograban despertar en ella una sensación agradable a la cual aún no podía ponerle un nombre. La irritaba y la fascinaba. Sucedió precisamente esto último cuando fugazmente alzó los ojos y se encontró con una mirada por completo distinta a todas las que le había visto antes. Se veía amable, seductor, de inusitada dulzura y le provocó cierto cosquilleo en la boca del estómago. Tuvo ganas de acercarse más, pero decidió que debía contenerse... hasta que fue él quien traspasó la distancia que los separaba para depositar el rostro en la curva entre su hombro y su cuello.
No pudo evitar ladear la cabeza y alzar el hombro ligeramente con el fin de proteger el vulnerable sector. El instinto era poderoso y todas sus alarmas saltaron de inmediato, ¿quién no se alteraría al saber que tenía un vampiro en el mismísimo cuello? Pensó fugazmente que allí terminaría todo, que había caído en la trampa mortal. Estaba paralizada. Esperó con resignación a sentir la punzante sensación de dos colmillos clavándosele en la carne, con la piel erizada y una expresión de terror en el rostro. Supo que sus manos temblaban irremediablemente. Pero el dolor nunca llegó, en vez de eso fue atrapada en un abrazo y sintió el aliento ajeno cosquilleándole en el hombro. Su corazón, que se había desbocado ante la imaginación de una inminente tragedia, pasó a estar acelerado por una razón totalmente contraria. Después de todo, Thiel era una jovencita inexperta en los brazos del hombre que le ponía el mundo patas arriba. Quiso salir corriendo hasta perderse en las profundidades del bosque para que el pelilargo no tuviese la oportunidad de verle la cara de tonta que estaba poniendo, ni de escuchar su corazón, ni advertir las ganas que tenía de… bueno, de varias cosas pertinentes a los adultos, que lentamente comenzaba a comprender un poco mejor.
Escuchó con atención esa voz ronca que proclamaba exactamente lo que quería escuchar. Bueno, casi exactamente, aunque no haber oído que debía irse era de por sí un alivio inmenso. La distancia fue retomada, por nimia que fuese, en el momento en que la muchacha empujó con suavidad el pecho impropio con ambas manos para poder vislumbrar el rostro de quien la abrazaba. Una sonrisa tonta le alzó las comisuras de los labios al oír la última frase, hasta estuvo casi segura de que una carcajada simplona y breve se le escapó sin querer. ¿Por qué se emocionaba tanto? No tenía idea, al fin y al cabo la rutina no cambiaría en nada. Pero poder quedarse, poder volver a pertenecer a un lugar así fuera por poco tiempo y además acompañada por el enigmático pelilargo, le parecía como si hubiese ganado la lotería.
-Te lo agradezco mucho, de verdad. –Susurró, no hacía falta hablar más fuerte. Las pequeñas manos volvieron a deslizarse hacia el rostro ajeno para posarse esta vez en ambas mejillas, sintiendo la suavidad de la piel y esa barba que le cosquilleó bajo los dedos -Deberías sonreír más a menudo, ¿sabes? –Masculló antes de inclinarse para depositar un casto beso en la frente impropia a modo de agradecimiento. Todo se le antojaba muy extraño, no obstante sentía que podía actuar con desenvoltura… por más que hacía pocos minutos había estado casi segura de que moriría en manos ajenas. Y quizás lo haría, sólo que no de la manera en que imaginaba.
En el respaldo del macizo trono, la pareja de cuervos se removió suavemente durante el plácido sueño. Thiel los observó de reojo antes de volver su vista hacia centro de su atención. Ya un poco más calmada, aunque todavía sintiéndose ansiosa y ligeramente avergonzada, decidió romper el silencio una vez más para formular una pregunta que había estado evitando hacía unos cuantos días- Supongo que ahora que somos oficialmente compañeros de mundo deberíamos saber nuestros nombres, ¿no? –La expresión le causó gracia, pero no resultaba desacertada. Si ella tenía permiso de invadir el mundo del vampiro, aceptaba el reto de compartir el propio con él, a pesar de la inquietud que la idea le causaba. –Yo… -Respiró profundamente y le miró a los ojos. Sus manos bajaron hasta el pecho ajeno y allí las dejó reposar- …soy Thiel.
No pudo evitar ladear la cabeza y alzar el hombro ligeramente con el fin de proteger el vulnerable sector. El instinto era poderoso y todas sus alarmas saltaron de inmediato, ¿quién no se alteraría al saber que tenía un vampiro en el mismísimo cuello? Pensó fugazmente que allí terminaría todo, que había caído en la trampa mortal. Estaba paralizada. Esperó con resignación a sentir la punzante sensación de dos colmillos clavándosele en la carne, con la piel erizada y una expresión de terror en el rostro. Supo que sus manos temblaban irremediablemente. Pero el dolor nunca llegó, en vez de eso fue atrapada en un abrazo y sintió el aliento ajeno cosquilleándole en el hombro. Su corazón, que se había desbocado ante la imaginación de una inminente tragedia, pasó a estar acelerado por una razón totalmente contraria. Después de todo, Thiel era una jovencita inexperta en los brazos del hombre que le ponía el mundo patas arriba. Quiso salir corriendo hasta perderse en las profundidades del bosque para que el pelilargo no tuviese la oportunidad de verle la cara de tonta que estaba poniendo, ni de escuchar su corazón, ni advertir las ganas que tenía de… bueno, de varias cosas pertinentes a los adultos, que lentamente comenzaba a comprender un poco mejor.
Escuchó con atención esa voz ronca que proclamaba exactamente lo que quería escuchar. Bueno, casi exactamente, aunque no haber oído que debía irse era de por sí un alivio inmenso. La distancia fue retomada, por nimia que fuese, en el momento en que la muchacha empujó con suavidad el pecho impropio con ambas manos para poder vislumbrar el rostro de quien la abrazaba. Una sonrisa tonta le alzó las comisuras de los labios al oír la última frase, hasta estuvo casi segura de que una carcajada simplona y breve se le escapó sin querer. ¿Por qué se emocionaba tanto? No tenía idea, al fin y al cabo la rutina no cambiaría en nada. Pero poder quedarse, poder volver a pertenecer a un lugar así fuera por poco tiempo y además acompañada por el enigmático pelilargo, le parecía como si hubiese ganado la lotería.
-Te lo agradezco mucho, de verdad. –Susurró, no hacía falta hablar más fuerte. Las pequeñas manos volvieron a deslizarse hacia el rostro ajeno para posarse esta vez en ambas mejillas, sintiendo la suavidad de la piel y esa barba que le cosquilleó bajo los dedos -Deberías sonreír más a menudo, ¿sabes? –Masculló antes de inclinarse para depositar un casto beso en la frente impropia a modo de agradecimiento. Todo se le antojaba muy extraño, no obstante sentía que podía actuar con desenvoltura… por más que hacía pocos minutos había estado casi segura de que moriría en manos ajenas. Y quizás lo haría, sólo que no de la manera en que imaginaba.
En el respaldo del macizo trono, la pareja de cuervos se removió suavemente durante el plácido sueño. Thiel los observó de reojo antes de volver su vista hacia centro de su atención. Ya un poco más calmada, aunque todavía sintiéndose ansiosa y ligeramente avergonzada, decidió romper el silencio una vez más para formular una pregunta que había estado evitando hacía unos cuantos días- Supongo que ahora que somos oficialmente compañeros de mundo deberíamos saber nuestros nombres, ¿no? –La expresión le causó gracia, pero no resultaba desacertada. Si ella tenía permiso de invadir el mundo del vampiro, aceptaba el reto de compartir el propio con él, a pesar de la inquietud que la idea le causaba. –Yo… -Respiró profundamente y le miró a los ojos. Sus manos bajaron hasta el pecho ajeno y allí las dejó reposar- …soy Thiel.
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Un par de segundos de calma, la contemplación de unas motas de polvo al contraste de la luz levemente azulada que profería la luna llena en el cielo, y unas teclas que no sonaban si no dentro de una cabeza que era capaz de ver la belleza en las flores marchitas, en las ruinas de la humanidad y en general, en cualquier deshecho de otro tiempo. También sentía un especial aprecio por las clases bajas, por los desamparados, por los viejos, por los desprotegidos y por todo aquello que está en su peor momento. Por la suelte de haber escapado a la senectud, una sensibilidad paciente había colmado un espíritu que ya de por sí, tendía a desentenderse tras disfrutar de lo delicioso.
Quizá fuera debilidad lo que había encontrado, y el afán protector, el nexo de unión con aquella que tenía que ver poco con él. Recordó, un par de segundos, tras escuchar su nombre, el envolverla en la misma tela sobe la que descansaba, cargarla cual pesado fardo día y noche, y protegerla con su físico durante el día donde cualquiera, de haberlos encontrado,confundiría con bucólicos amantes retozando en una siesta tras una mañana de atesorado tiempo. Sin embargo, una punzada de apremio le sacudió de lleno, pero aún no había terminado de organizar sus pensamientos. cada palabra en susurro golpeó su estigma hasta deshacerlo en amor, única cura del alma. El estigma no era más que una consecuencia del aborrecimiento que había acumulado a lo largo de años, así que se sintió afortunado cuando con cálidas palabras el sello se deshizo, como movido por el viento. Solo con la punta de los dedos ajenos sentía más calor que el que era capaz de percibir de su propio cuerpo; una caricia fue suficiente para aplacar cuanto malo había en el mundo, un gesto de gratitud, ya sea por un ofrecimiento mísero, sirvió para devolverle la belleza a la existencia, aunque fuera, como todo, temporalmente. Y de belleza quiso entonces hablar:
- He estado... Cargando contigo por casi una semana.
>> Al principio, te recogí herida de... Digamos, la contienda final. No sé qué demonio -o angel- se apoderó de mí para actuar de aquella manera. Parecías entonces, poco más que una niña herida, un cervatillo al que habían acertado con una desventurada flecha. No pude si no compadecerme, más habiendo sido testigo de tanto cuanto has hecho, por supuesto, sentía recelo. Obviamente, los pareceres no cambian tan rápido. ¿Pero quién podía permanecer impávido a la vista de tu sueño? Y más aún, quién puede permanecer cuerdo, al verte revolotear cual ninfa, como pícara dríada que a donde se mueve, le acompaña el dulce viento, produciendo la más deliciosa de las músicas. Durante tres días retozaste en ensueño: y en él vi mi letargo, y cómo este podía ser menos amargo; durante dos soles, tuve que protegerte con el tenue calor de mi cuerpo, sin poder brindarte ayuda de otro modo, cuando era de día. Y por fin al tercero despertaste, y con tu despertar, vino el de mi amor.
Sus manos se posaron en el pecho ajeno, y de ahí manaba febril, calidez de hoguera. Con renovada vida acogió cada caricia, más permaneció estático en su trono, actuando por palabras.
>> Y sobre nombres quieres hablarme. ¿Y qué son los nombres? Limitadores de esencia. Thiel, me resuena en los oídos como la pieza de un rompecabezas del que jamás encontraré la última. Y espero, en verdad, jamás encontrar la última de las que a ti te corresponden. Es ya demasiado, cargar con el peso de los nombres. Usurpan el peso de todo lo que dejan fuera; no puedo soportar el de los hombres por ello, pero el tuyo se me hace liviano, como si fuera un mundo entero lo que engloba, y entre helio este flota con ligereza más nunca con indiferencia. Preguntas el mío. Por amor al recuerdo de mi madre, que me quiso llamar de tal modo, a veces, así me presento; con el nombre de Alexander a cuestas. Un nombre que pesa más que una montaña. Pero tú, mereces el verdadero. Alzzul es mi nombre más liviano, pero se mueve lento como una tortuga. Igualmente arisco, no gusta de las ligerezas de la vida moderna, de compañías innecesarios ni de cualquier servilismo innecesario. No es algo para ser desvelado con ligereza.
Quizá fuera debilidad lo que había encontrado, y el afán protector, el nexo de unión con aquella que tenía que ver poco con él. Recordó, un par de segundos, tras escuchar su nombre, el envolverla en la misma tela sobe la que descansaba, cargarla cual pesado fardo día y noche, y protegerla con su físico durante el día donde cualquiera, de haberlos encontrado,confundiría con bucólicos amantes retozando en una siesta tras una mañana de atesorado tiempo. Sin embargo, una punzada de apremio le sacudió de lleno, pero aún no había terminado de organizar sus pensamientos. cada palabra en susurro golpeó su estigma hasta deshacerlo en amor, única cura del alma. El estigma no era más que una consecuencia del aborrecimiento que había acumulado a lo largo de años, así que se sintió afortunado cuando con cálidas palabras el sello se deshizo, como movido por el viento. Solo con la punta de los dedos ajenos sentía más calor que el que era capaz de percibir de su propio cuerpo; una caricia fue suficiente para aplacar cuanto malo había en el mundo, un gesto de gratitud, ya sea por un ofrecimiento mísero, sirvió para devolverle la belleza a la existencia, aunque fuera, como todo, temporalmente. Y de belleza quiso entonces hablar:
- He estado... Cargando contigo por casi una semana.
>> Al principio, te recogí herida de... Digamos, la contienda final. No sé qué demonio -o angel- se apoderó de mí para actuar de aquella manera. Parecías entonces, poco más que una niña herida, un cervatillo al que habían acertado con una desventurada flecha. No pude si no compadecerme, más habiendo sido testigo de tanto cuanto has hecho, por supuesto, sentía recelo. Obviamente, los pareceres no cambian tan rápido. ¿Pero quién podía permanecer impávido a la vista de tu sueño? Y más aún, quién puede permanecer cuerdo, al verte revolotear cual ninfa, como pícara dríada que a donde se mueve, le acompaña el dulce viento, produciendo la más deliciosa de las músicas. Durante tres días retozaste en ensueño: y en él vi mi letargo, y cómo este podía ser menos amargo; durante dos soles, tuve que protegerte con el tenue calor de mi cuerpo, sin poder brindarte ayuda de otro modo, cuando era de día. Y por fin al tercero despertaste, y con tu despertar, vino el de mi amor.
Sus manos se posaron en el pecho ajeno, y de ahí manaba febril, calidez de hoguera. Con renovada vida acogió cada caricia, más permaneció estático en su trono, actuando por palabras.
>> Y sobre nombres quieres hablarme. ¿Y qué son los nombres? Limitadores de esencia. Thiel, me resuena en los oídos como la pieza de un rompecabezas del que jamás encontraré la última. Y espero, en verdad, jamás encontrar la última de las que a ti te corresponden. Es ya demasiado, cargar con el peso de los nombres. Usurpan el peso de todo lo que dejan fuera; no puedo soportar el de los hombres por ello, pero el tuyo se me hace liviano, como si fuera un mundo entero lo que engloba, y entre helio este flota con ligereza más nunca con indiferencia. Preguntas el mío. Por amor al recuerdo de mi madre, que me quiso llamar de tal modo, a veces, así me presento; con el nombre de Alexander a cuestas. Un nombre que pesa más que una montaña. Pero tú, mereces el verdadero. Alzzul es mi nombre más liviano, pero se mueve lento como una tortuga. Igualmente arisco, no gusta de las ligerezas de la vida moderna, de compañías innecesarios ni de cualquier servilismo innecesario. No es algo para ser desvelado con ligereza.
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
No pudo si no escuchar cada palabra con sumo cuidado, prestando siempre atención al rostro ajeno mientras lo hacía. Cada mueca impropia le resultaba interesante, mas debía bajar la mirada cuando se encontraba con un chispazo de dulzura en los ojos del hombre. Se sentía amedrentada, apocada por ese monólogo del cual, a decir verdad, desconocía algunos términos. Su vocabulario era escueto y le avergonzaba preguntar cuando no entendía, no obstante sí que comprendía la esencia del mismo. Y hubiese deseado no hacerlo, pues con cada cumplido se le arrebolaban las mejillas y su corazón experimentaba leves exabruptos. El más potente, sin duda, fue cuando escuchó la palabra “amor”. Como si de una especie de hechizo se tratase, tal dicción encendió algo dentro de ella. De pronto se sintió más nerviosa, más halagada, y fue en mayor grado consciente de la cercanía que estaba manteniendo con el vampiro. Sus ojos, por enésima vez, bajaron para escrutar cualquier sitio que estuviese por debajo del rostro impropio. Temía poner algún gesto estúpido y vergonzoso si lo observaba directamente.
Llegó entonces la presentación, y dos nombres alcanzaron a sus oídos. Alexander, el que tuvo primero en la vida. Se preguntó qué había sucedido con la madre, hacía cuanto tiempo que no la veía (ya que no era consciente de la edad que podría tener el pelilargo) y por qué terminó por rechazar ese nombre, a su parecer tan bonito, para adoptar el segundo. Muchas más preguntas pujaron por salir de sus labios, pero temió herirlo o evocar recuerdos indeseables con alguna de ellas.
-Alzzul. –Murmuró, saboreando las sílabas con la seguridad de que no se le olvidarían. Así se llamaba quien, siendo completos desconocidos, la había acogido con total desinterés. Se imaginó lo complicado que debió haber sido transportarla hasta allí y cuán molesto sería tener a una persona extraña en la cama propia retozando durante días, debiendo incluso velar por ella. Pensó en la imagen del hombre acurrucándose junto a ella en la cama, protegiéndola, aunque por alguna razón las noches posteriores luego de retornar a la consciencia el vampiro había decidido pasarse a dormir en el duro asiento de piedra. Deseó que no lo hubiese hecho, ya que sentir esa presencia a su lado mientras dormía resultaba tranquilizador. Los primeros días habían transcurrido entre dormites, y entre éstos abría los ojos, aletargada, para ver el rostro durmiente junto a ella antes de cerrarlos y así retomar la dura labor de recuperación.
Experimentó un enorme agradecimiento y llevó ambas manos a las del pelinegro, que ahora descansaban sobre su propio pecho, para tomárselas y apretarlas. Sintió vergüenza al ser consciente de que, en esa posición, el contrario podría perfectamente percibir los apresurados latidos de su corazón. Pese a los nervios sonrió, encontrando en el agradecimiento cierto porcentaje de ironía. Pensó cuánto había juzgado a su interlocutor sin conocerle, pecado que justamente solía jactarse de nunca cometer, y recordó hasta haber sentido odio por él durante la desventura acontecida en el barco hacía una semana. Una risita laxa se le escapó antes de, por fin, volver a cruzar las miradas.
-¿Cómo pudiste recogerme luego de que te lanzara una patata a los cinco minutos de habernos conocido? –Cuestionó, aunque por supuesto era una pregunta retórica pues la respuesta ya había sido dada. Soltó una de las manos ajenas para llevar la suya al rostro del hombre y acariciar con la punta de los dedos la frente y el tabique nasal, zona impactada por el tubérculo, y le fue imposible evitar una pequeña segunda carcajada. Volvió a preguntarse cómo es que no había descargado toda su ira sobre ella en aquel momento- Entiendo que hayas sentido recelo hacia mí después de la manera en que te traté… y te pido disculpas, de verdad. –Alzó una de las manos impropias para llevársela a la mejilla y acariciarla suavemente- Cuando intuí qué eras, tuve miedo… y malinterpreté tu actuar. Pensé que habías matado a esos hombres y te condené como una mala persona, pero me equivoqué. Podrías haberlo hecho, sin embargo les perdonaste la vida. Cuando lo supe, el rechazo que sentía hacia ti ya no tuvo razón de ser. -Depositó entonces un breve beso en el dorso de la mano antes de liberarla para, con las propias, peinarse el enmarañado cabello hacia atrás. Se mantuvo en silencio por varios segundos hasta que frunció el ceño ante lo que pareció ser un pensamiento desagradable cruzándole por la mente. Su gesto se ensombreció y la voz le sonó forzada, pues comenzaba a luchar con un nudo en la garganta- Al final, en vez de ti, yo fui quien los… yo… -se mordió el labio inferior y negó con la cabeza. Los grandes ojos oliva buscaron entonces algo en el interlocutor, cualquier cosa que le sirviese de consuelo, pero terminó ocultando el rostro tras ambas manos. Respiró profundamente, esforzándose por no llorar ante los recuerdos evocados por la desafortunada conversación.
Llegó entonces la presentación, y dos nombres alcanzaron a sus oídos. Alexander, el que tuvo primero en la vida. Se preguntó qué había sucedido con la madre, hacía cuanto tiempo que no la veía (ya que no era consciente de la edad que podría tener el pelilargo) y por qué terminó por rechazar ese nombre, a su parecer tan bonito, para adoptar el segundo. Muchas más preguntas pujaron por salir de sus labios, pero temió herirlo o evocar recuerdos indeseables con alguna de ellas.
-Alzzul. –Murmuró, saboreando las sílabas con la seguridad de que no se le olvidarían. Así se llamaba quien, siendo completos desconocidos, la había acogido con total desinterés. Se imaginó lo complicado que debió haber sido transportarla hasta allí y cuán molesto sería tener a una persona extraña en la cama propia retozando durante días, debiendo incluso velar por ella. Pensó en la imagen del hombre acurrucándose junto a ella en la cama, protegiéndola, aunque por alguna razón las noches posteriores luego de retornar a la consciencia el vampiro había decidido pasarse a dormir en el duro asiento de piedra. Deseó que no lo hubiese hecho, ya que sentir esa presencia a su lado mientras dormía resultaba tranquilizador. Los primeros días habían transcurrido entre dormites, y entre éstos abría los ojos, aletargada, para ver el rostro durmiente junto a ella antes de cerrarlos y así retomar la dura labor de recuperación.
Experimentó un enorme agradecimiento y llevó ambas manos a las del pelinegro, que ahora descansaban sobre su propio pecho, para tomárselas y apretarlas. Sintió vergüenza al ser consciente de que, en esa posición, el contrario podría perfectamente percibir los apresurados latidos de su corazón. Pese a los nervios sonrió, encontrando en el agradecimiento cierto porcentaje de ironía. Pensó cuánto había juzgado a su interlocutor sin conocerle, pecado que justamente solía jactarse de nunca cometer, y recordó hasta haber sentido odio por él durante la desventura acontecida en el barco hacía una semana. Una risita laxa se le escapó antes de, por fin, volver a cruzar las miradas.
-¿Cómo pudiste recogerme luego de que te lanzara una patata a los cinco minutos de habernos conocido? –Cuestionó, aunque por supuesto era una pregunta retórica pues la respuesta ya había sido dada. Soltó una de las manos ajenas para llevar la suya al rostro del hombre y acariciar con la punta de los dedos la frente y el tabique nasal, zona impactada por el tubérculo, y le fue imposible evitar una pequeña segunda carcajada. Volvió a preguntarse cómo es que no había descargado toda su ira sobre ella en aquel momento- Entiendo que hayas sentido recelo hacia mí después de la manera en que te traté… y te pido disculpas, de verdad. –Alzó una de las manos impropias para llevársela a la mejilla y acariciarla suavemente- Cuando intuí qué eras, tuve miedo… y malinterpreté tu actuar. Pensé que habías matado a esos hombres y te condené como una mala persona, pero me equivoqué. Podrías haberlo hecho, sin embargo les perdonaste la vida. Cuando lo supe, el rechazo que sentía hacia ti ya no tuvo razón de ser. -Depositó entonces un breve beso en el dorso de la mano antes de liberarla para, con las propias, peinarse el enmarañado cabello hacia atrás. Se mantuvo en silencio por varios segundos hasta que frunció el ceño ante lo que pareció ser un pensamiento desagradable cruzándole por la mente. Su gesto se ensombreció y la voz le sonó forzada, pues comenzaba a luchar con un nudo en la garganta- Al final, en vez de ti, yo fui quien los… yo… -se mordió el labio inferior y negó con la cabeza. Los grandes ojos oliva buscaron entonces algo en el interlocutor, cualquier cosa que le sirviese de consuelo, pero terminó ocultando el rostro tras ambas manos. Respiró profundamente, esforzándose por no llorar ante los recuerdos evocados por la desafortunada conversación.
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Por supuesto, tras unos segundo de idilio, la vuelta a la realidad pesaría con demasiada fuerza. Todo lo que se había dicho antes seguramente, palidecería ante la renovada impasibilidad. Apenas una carcajada prácticamente muda escapó de sus labios, a la par que fijaba de nuevo la vista en un horizonte inexistente. Por unos segundos más meditó su respuesta, mas sabía que mentir no era una opción, y que la verdad los acabaría separando. Probablemente era mejor así. No pudo evadir un suspiro de hastío antes de ponerse de nuevo al habla:
- ¿Y por qué crees que no lo soy? ¿Porque tomas como ejemplo la actuación de una noche gris, con la tónica de una vida nocturna? -negó levemente con la cabeza, agachándola levemente- Lo cierto es que se me puede considerar por cualquier razón mala persona. Soy un soldado, por tanto un apéndice de la justicia de otro tiempo. Un asesino con licencias legales que a día de hoy están más que caducadas. Un hombre con la habilidad, la paciencia y la falta de remordimientos que hacen al asesino perfecto. No voy a decir que me guste matar, pero te aseguro de que disfruto de los duelos, y que no hay acto que más me avive que el acecho de una presa. La violencia, una vez acostumbrado a ella, no es solo una consecuencia de actos violentos, si no una herramienta activa. La única certeza de que viviremos para ver otro día, si somos lo suficientemente fuertes, o tenaces. Permíteme insistir aquí. Perdoné sus vidas porque tú lo pediste, y no entendí en ningún momento por qué si no habría de hacerlo. Probablemente lo hubiera hecho del mismo modo si hubieran suplicado, más no tengo cuidado con los que deciden morir combatiendo. Tampoco con los traidores. No conservo esos apéndices de moral humana con los que otros como tú malgastáis el tiempo. Matar por matar no es cuestión aceptable. Matar por placer es simplemente detestable. Tampoco quiero decir, que las razones para ello, deban de ser demasiado pesadas. En haberlas, me doy por satisfecho. Considérame una mala persona. No me importa, soy lo que soy. Sabiendo esto ¿Aun así querrías quedarte? -sonrió de forma sardónica- Mis acciones se basan en nada, querida. No estás segura bajo mi mismo techo. Más, ¿Harás caso a mis palabras o a mis actos? La única forma de saber cómo acabará esto, a ciencia cierta, es que estuvieras tú, dentro de mi cabeza. Pero lo siento, desde hace doscientos años, no le dejo a nadie entrar. Suelen llevar los pies sucios y acaba todo perdido. -y a medida que hablaba, perdía cadencia, cada vez más lento, más bajo, como si estuviera apunto de apagarse.
Con el gesto gacho y la mirada perdida permaneció, cual estátua, de nuevo como abogado del diablo, dispuesto a la autocrítica más feroz y socialmente destructiva. No podía decir de ninguna manera que temía asustarla. No quería que se alejara de sus brazos, más bien era cierto, que si había pasado del amor al disgusto en apenas unos segundos. No era lo suficientemente estable como para compartir su vida con alguien. Apenas un viaje. Cada segundo que pasaba junto a otro ser, era tiempo suficiente como para enamorarse, amar, perder, y nunca olvidar. A veces es cierto que pecaba de mala memoria, pero ciertamente, guardaba con demasiada fuerza sus relaciones en un rincón bastante bien amueblado de su cabeza. No solía olvidar una cara, aunque los nombres no eran lo suyo. Alzzul había olvidado Alzzul varias veces durante su larga vida. Más de las que le gustaría.
A veces, olvidaba más que el nombre.
- ¿Y por qué crees que no lo soy? ¿Porque tomas como ejemplo la actuación de una noche gris, con la tónica de una vida nocturna? -negó levemente con la cabeza, agachándola levemente- Lo cierto es que se me puede considerar por cualquier razón mala persona. Soy un soldado, por tanto un apéndice de la justicia de otro tiempo. Un asesino con licencias legales que a día de hoy están más que caducadas. Un hombre con la habilidad, la paciencia y la falta de remordimientos que hacen al asesino perfecto. No voy a decir que me guste matar, pero te aseguro de que disfruto de los duelos, y que no hay acto que más me avive que el acecho de una presa. La violencia, una vez acostumbrado a ella, no es solo una consecuencia de actos violentos, si no una herramienta activa. La única certeza de que viviremos para ver otro día, si somos lo suficientemente fuertes, o tenaces. Permíteme insistir aquí. Perdoné sus vidas porque tú lo pediste, y no entendí en ningún momento por qué si no habría de hacerlo. Probablemente lo hubiera hecho del mismo modo si hubieran suplicado, más no tengo cuidado con los que deciden morir combatiendo. Tampoco con los traidores. No conservo esos apéndices de moral humana con los que otros como tú malgastáis el tiempo. Matar por matar no es cuestión aceptable. Matar por placer es simplemente detestable. Tampoco quiero decir, que las razones para ello, deban de ser demasiado pesadas. En haberlas, me doy por satisfecho. Considérame una mala persona. No me importa, soy lo que soy. Sabiendo esto ¿Aun así querrías quedarte? -sonrió de forma sardónica- Mis acciones se basan en nada, querida. No estás segura bajo mi mismo techo. Más, ¿Harás caso a mis palabras o a mis actos? La única forma de saber cómo acabará esto, a ciencia cierta, es que estuvieras tú, dentro de mi cabeza. Pero lo siento, desde hace doscientos años, no le dejo a nadie entrar. Suelen llevar los pies sucios y acaba todo perdido. -y a medida que hablaba, perdía cadencia, cada vez más lento, más bajo, como si estuviera apunto de apagarse.
Con el gesto gacho y la mirada perdida permaneció, cual estátua, de nuevo como abogado del diablo, dispuesto a la autocrítica más feroz y socialmente destructiva. No podía decir de ninguna manera que temía asustarla. No quería que se alejara de sus brazos, más bien era cierto, que si había pasado del amor al disgusto en apenas unos segundos. No era lo suficientemente estable como para compartir su vida con alguien. Apenas un viaje. Cada segundo que pasaba junto a otro ser, era tiempo suficiente como para enamorarse, amar, perder, y nunca olvidar. A veces es cierto que pecaba de mala memoria, pero ciertamente, guardaba con demasiada fuerza sus relaciones en un rincón bastante bien amueblado de su cabeza. No solía olvidar una cara, aunque los nombres no eran lo suyo. Alzzul había olvidado Alzzul varias veces durante su larga vida. Más de las que le gustaría.
A veces, olvidaba más que el nombre.
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Sus manos permanecieron allí, tapándole el rostro para que ni su respiración trémula se escuchase, ni pudiese discernirse aquella mirada empañada en lágrimas. No obstante, durante el monólogo fue separando lentamente los dedos para poder entrever al vampiro con ojos curiosos. Algo en su pecho se retorció, y volvió a sentir los residuos de la aversión que había experimentado al momento de conocerlo. Sin embargo, al mismo tiempo se supo hipócrita. ¿Cómo podía aborrecer a alguien que cometía el mismo pecado que ella? Decía ser un soldado. ¿No era ella naturalmente una cazadora? Sus manos estaban igual de sucias. El problema era en qué grado se arrepentía cada uno de sus actos, pues Thiel los sufría sobremanera mientras que el otro los adoptaba como hábito. ¿Pero de qué servía arrepentirse si volvería hacerlo? Tenía la certeza, por más que intentara mentirse, de que no dudaría en quitar otras vidas si éstas amenazaban la propia; tampoco podía negar que la cacería le resultaba entretenida e indispensable en su día a día. Sintió antipatía hacia sí misma y durante largos momentos permaneció silente, enfadada y ceñuda. En su interior, sentimientos encontrados se encarnizaban en una lucha de justificaciones y argumentos inválidos.
Con un ademán suave se despejó el rostro y respiró profundamente. Acomodó las sábanas, que ya le habían descubierto ambos hombros, antes de cruzarse de brazos para exhalar. Se veía contrariada y sus ojos escudriñando la luna que se avistaba por el ventanal daban a entender que mantenía un debate interno, pensando cuidadosamente cada palabra que saldría de sus labios- Dices que matar por placer te parece detestable. Como vampiro, supuse que de eso se trataba tu vida: saltas sobre un humano y le chupas la sangre, como yo saltaría a la yugular de un Aion para poder cenar. Temía que te hubieses subido a ese barco para… bueno, para darte un festín con su tripulación, e incluso con John y conmigo. –Se encogió de hombros y acomodó un mechón de cabello tras su oreja- Pero no lo hiciste. Entiendo que la muerte no llega siempre de la misma manera, no es lo mismo matar por matar que para defenderse. ¿Qué hay de deshonroso en la defensa propia? En un mundo como este, quien se niega a ejercerla se encuentra pronto con su final. Esos hombres sabían a lo que se atenían, supongo. Tú solamente te protegiste; sin embargo puedes elegir contenerte, puedes controlarte y perdonarles la vida así como hiciste en aquel momento. –Negó suavemente con la cabeza y su mirada volvió a los profundos ojos ajenos- Cuando yo… -suspiró- Cuando me veo acorralada pierdo el control. No sé a cuántos ataqué. Ni siquiera puedo medir mi fuerza, o qué les hago a las personas. Me alejé de mi familia porque consentían matar humanos como si fuesen inferiores, como si ellos debiesen pagar los pecados de sus ancestros… como si no merecieran vivir tal al igual que tú, yo, o estos cuervos. Pienso que están tremendamente equivocados, pero no estoy libre de pecados tampoco. Supongo que yo también soy una mala persona.
La cháchara la ayudó a exteriorizar su angustia, se notó un poco más tranquila. Jamás había verbalizado esas inquietudes con alguien más y el sólo hecho de poder charlar del tema resultaba liberador. Relajó la postura a consciencia y comenzó a juguetear con un largo mechón de cabello, enrollándolo en el dedo índice y volviéndolo a soltar. Al final, seguía pareciéndole mejor estar en compañía, aunque fuese una compañía susceptible, a andar sola con sus enmarañados pensamientos haciendo cualquier cosa con tal de acallar la voz de su consciencia. Asintió entonces antes de responder a una pregunta que había quedado flotando en el aire: -Sí, todavía quiero quedarme. Probablemente te parezca una ilusa, pero confío en ti. De todas maneras… me gustaría pedirte algo. -Dejó su cabello en paz para llevar ambas manos al pecho impropio. Tragó saliva, nerviosa, y caviló durante un instante- Si yo te lo imploro, entonces, ¿seguirías perdonando vidas? Al menos… Al menos en mi presencia. –Se permitió caer suavemente hasta apoyar la frente en la clavícula impropia. El cabello se deslizó, manso, hacia un costado de su rostro y amparada por la sedosa cortina natural susurró- ¿Y me enseñarías a controlarme, Alzzul?
Con un ademán suave se despejó el rostro y respiró profundamente. Acomodó las sábanas, que ya le habían descubierto ambos hombros, antes de cruzarse de brazos para exhalar. Se veía contrariada y sus ojos escudriñando la luna que se avistaba por el ventanal daban a entender que mantenía un debate interno, pensando cuidadosamente cada palabra que saldría de sus labios- Dices que matar por placer te parece detestable. Como vampiro, supuse que de eso se trataba tu vida: saltas sobre un humano y le chupas la sangre, como yo saltaría a la yugular de un Aion para poder cenar. Temía que te hubieses subido a ese barco para… bueno, para darte un festín con su tripulación, e incluso con John y conmigo. –Se encogió de hombros y acomodó un mechón de cabello tras su oreja- Pero no lo hiciste. Entiendo que la muerte no llega siempre de la misma manera, no es lo mismo matar por matar que para defenderse. ¿Qué hay de deshonroso en la defensa propia? En un mundo como este, quien se niega a ejercerla se encuentra pronto con su final. Esos hombres sabían a lo que se atenían, supongo. Tú solamente te protegiste; sin embargo puedes elegir contenerte, puedes controlarte y perdonarles la vida así como hiciste en aquel momento. –Negó suavemente con la cabeza y su mirada volvió a los profundos ojos ajenos- Cuando yo… -suspiró- Cuando me veo acorralada pierdo el control. No sé a cuántos ataqué. Ni siquiera puedo medir mi fuerza, o qué les hago a las personas. Me alejé de mi familia porque consentían matar humanos como si fuesen inferiores, como si ellos debiesen pagar los pecados de sus ancestros… como si no merecieran vivir tal al igual que tú, yo, o estos cuervos. Pienso que están tremendamente equivocados, pero no estoy libre de pecados tampoco. Supongo que yo también soy una mala persona.
La cháchara la ayudó a exteriorizar su angustia, se notó un poco más tranquila. Jamás había verbalizado esas inquietudes con alguien más y el sólo hecho de poder charlar del tema resultaba liberador. Relajó la postura a consciencia y comenzó a juguetear con un largo mechón de cabello, enrollándolo en el dedo índice y volviéndolo a soltar. Al final, seguía pareciéndole mejor estar en compañía, aunque fuese una compañía susceptible, a andar sola con sus enmarañados pensamientos haciendo cualquier cosa con tal de acallar la voz de su consciencia. Asintió entonces antes de responder a una pregunta que había quedado flotando en el aire: -Sí, todavía quiero quedarme. Probablemente te parezca una ilusa, pero confío en ti. De todas maneras… me gustaría pedirte algo. -Dejó su cabello en paz para llevar ambas manos al pecho impropio. Tragó saliva, nerviosa, y caviló durante un instante- Si yo te lo imploro, entonces, ¿seguirías perdonando vidas? Al menos… Al menos en mi presencia. –Se permitió caer suavemente hasta apoyar la frente en la clavícula impropia. El cabello se deslizó, manso, hacia un costado de su rostro y amparada por la sedosa cortina natural susurró- ¿Y me enseñarías a controlarme, Alzzul?
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Sin duda, socializar era uno de los actos más complicados que podían darse entre dos seres pensantes. Habían tantas normas no escritas, tantos criterios ineludibles y otros tantísimos pasador por alto. Ser solo en parte humano, o estar en parte desvinculado de esas ciudades cuyos habitantes eran cada vez más apéndices inútiles en un engranaje tremendamente sofisticado, le permitía tener una perspectiva más amplia y por desgracia para la sociedad, destructiva.
Negó con la cabeza. ¿No se había expresado bien? Sin duda, le faltaban las palabras. Nunca eran las indicadas. Qué curioso es el lenguaje. Había escuchado atentamente las respuestas, y aunque en parte, una excitante curiosidad se alzó de improviso, un sentimiento de desasosiego le invadió de nuevo. Odiaba no poder explicarse. No exteriorizó sus dudas
- La sociedad es, a diferencia de lo que se piensa, un limitador para los humanos. Se les anteponen unos estrictos límites a los que toda persona llamada decente, debe adherirse. Cualquier falta respecto a tales criterios es castigado duramente. No se le permite a uno desviarse del camino, ahogando así cualquier individualismo. Esto es, ni más ni menos que la herramienta que usan para diferenciarse de los animales. Los animales, solitarios o en grupo, son bestias simples, movidas por instintos que se atacan entre sí, en un gran ciclo en cuyo centro solo impera el caos. La humanidad, por alguna razón, es reticente al caos. Lo que quiero decir, querida, es que al no considerarme humano, soy ajeno a las normas que los rigen. No por ser superior, ni mucho menos. Soy un ser dominado por instintos, soy inferior, y como tal, está en mi naturaleza la violencia. No siempre con sentido. No siempre por defensa, no siempre por comer. Quizá, ni siquiera tiene que suponer tal acto el camino más fácil para dignarme a realizarla. Que estés conmigo supone un control de tales naturalezas por constante, lo que quiere decir que sí, en tal caso, quizá subconscientemente acceda a la piedad en busca de un posible agrado. -frunció levemente el ceño antes de anunciarse de nuevo- Pero, ¿Control? ¿Qué te hace suponer que yo puedo enseñarte tal cosa? A lo único que podría enseñarte, es a sostener una espada. Eso, quizá, te haría bien, pues para el combate hace falta una mente fría, aunque no exactamente controlada. Pero sí, puedo combatirte hasta el punto de la histeria, y entonces, ante cualquier patético ataque que acabe en fallo, reír, hasta que la única vía accesible sea el llanto. Y con el llanto, quizá, llegues a la sabiduría que buscas. Ahora, la pregunta es, ¿Quieres de verdad desembarazarte de esa furia? Relegas toda defensa a una carga instintiva, de la cual ahora quieres deshacerte. ¿Te desharás entonces, para ello, con el maniático deseo de control, de esa ignorancia? Esa bendición, perfecta metáfora de la esperanza humana. ¿Quieres sentir acaso en manos que apenas conozcas como tuyas, la sangre de tus enemigos? Notarás, entre las uñas de una peluda garra sangre y tejidos enmarañados, prácticamente latiendo. -sonrió para sí, de nuevo, no parecía contento.- He leído algo sobre los licántropos, cuestiones de ser un curioso de todo. ¿Quieres entonces dejar todo eso de lado? ¿Saltar al control de tal herramienta, con la esperanza de justo en el momento más necesario, no hacer daño?
Dejó todas esas preguntas en el aire, con sendos pozos negros ahora enfocados con fuerza en la cabeza que reposaba sobre su cuerpo, con la esperanza de que deseara desembarazarse de sí mismo.
Negó con la cabeza. ¿No se había expresado bien? Sin duda, le faltaban las palabras. Nunca eran las indicadas. Qué curioso es el lenguaje. Había escuchado atentamente las respuestas, y aunque en parte, una excitante curiosidad se alzó de improviso, un sentimiento de desasosiego le invadió de nuevo. Odiaba no poder explicarse. No exteriorizó sus dudas
- La sociedad es, a diferencia de lo que se piensa, un limitador para los humanos. Se les anteponen unos estrictos límites a los que toda persona llamada decente, debe adherirse. Cualquier falta respecto a tales criterios es castigado duramente. No se le permite a uno desviarse del camino, ahogando así cualquier individualismo. Esto es, ni más ni menos que la herramienta que usan para diferenciarse de los animales. Los animales, solitarios o en grupo, son bestias simples, movidas por instintos que se atacan entre sí, en un gran ciclo en cuyo centro solo impera el caos. La humanidad, por alguna razón, es reticente al caos. Lo que quiero decir, querida, es que al no considerarme humano, soy ajeno a las normas que los rigen. No por ser superior, ni mucho menos. Soy un ser dominado por instintos, soy inferior, y como tal, está en mi naturaleza la violencia. No siempre con sentido. No siempre por defensa, no siempre por comer. Quizá, ni siquiera tiene que suponer tal acto el camino más fácil para dignarme a realizarla. Que estés conmigo supone un control de tales naturalezas por constante, lo que quiere decir que sí, en tal caso, quizá subconscientemente acceda a la piedad en busca de un posible agrado. -frunció levemente el ceño antes de anunciarse de nuevo- Pero, ¿Control? ¿Qué te hace suponer que yo puedo enseñarte tal cosa? A lo único que podría enseñarte, es a sostener una espada. Eso, quizá, te haría bien, pues para el combate hace falta una mente fría, aunque no exactamente controlada. Pero sí, puedo combatirte hasta el punto de la histeria, y entonces, ante cualquier patético ataque que acabe en fallo, reír, hasta que la única vía accesible sea el llanto. Y con el llanto, quizá, llegues a la sabiduría que buscas. Ahora, la pregunta es, ¿Quieres de verdad desembarazarte de esa furia? Relegas toda defensa a una carga instintiva, de la cual ahora quieres deshacerte. ¿Te desharás entonces, para ello, con el maniático deseo de control, de esa ignorancia? Esa bendición, perfecta metáfora de la esperanza humana. ¿Quieres sentir acaso en manos que apenas conozcas como tuyas, la sangre de tus enemigos? Notarás, entre las uñas de una peluda garra sangre y tejidos enmarañados, prácticamente latiendo. -sonrió para sí, de nuevo, no parecía contento.- He leído algo sobre los licántropos, cuestiones de ser un curioso de todo. ¿Quieres entonces dejar todo eso de lado? ¿Saltar al control de tal herramienta, con la esperanza de justo en el momento más necesario, no hacer daño?
Dejó todas esas preguntas en el aire, con sendos pozos negros ahora enfocados con fuerza en la cabeza que reposaba sobre su cuerpo, con la esperanza de que deseara desembarazarse de sí mismo.
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Escuchó. Silente, atenta, con el entrecejo arrugado como un acordeón, oyó lo que el hombre tenía aún para decirle. Pensar que hacía tan solo unos minutos su corazón se desbocaba de nervios por una cercanía excitante que ahora le resultaba incómoda. No obstante, no quería alejarse de él. Sentía que si se desembarazaba de aquella posición, si abandonaba el trono de piedra donde por primera vez lograban tener una charla fluida y coherente, la conversación se perdería para siempre y deberían retomar esa convivencia silenciosa, casi ausente, de cortesía que radicaba en respetar el mutismo del otro intentando incordiar lo menos posible. Rezó que eso no sucediera pues, aunque la ponía nerviosa, le gustaba hablar así con su anfitrión.
Deseaba mantenerse calmada, pero su vehemente carácter le impedía no saltar apenas escuchaba algo digno, a su parecer, de ser contrariado. Y así lo hizo; en un respingo ya estaba de nuevo clavando sus óculos en los impropios, presionándole el pecho con las pequeñas palmas de las manos para interrumpirlo con ímpetu.
-¡No se trata de límites, de reglas, o de algo que quiero hacer para poder considerarme decente! –Si bien no gritó, el tono de voz fue lo suficientemente fuerte para que retumbase en las habitaciones contiguas. Habituados a los susurros hasta entonces, la pareja de cuervos despertó sobresaltada y se agitó en su lugar, echando sobre Thiel un par de incisivas y curiosas miradas. Ante esto encogió los hombros y continuó con un volumen mucho más medido, aunque aún excitada, como si las palabras se amontonasen en su boca antes de poder procesarlas- Se trata de valorar. Valorar a los demás y aceptar que sus existencias también son importantes. Obviamente, si alguien corre hacia mí con intenciones de acogotarme no me queda más opción que responder de la misma manera… pero no suele ser el caso. Casi siempre hay una alternativa. Pienso que los tuyos y los míos, por ser naturalmente más fuertes, debemos… podemos aprender a controlarnos al tratar con tan frágiles criaturas. Tú sabes alimentarte sin llevarlos a la muerte. Yo deseo saber luchar de la misma manera.
Finalmente y un poco en contra de su voluntad, terminó alejándose hasta bajar del derruido asiento. Se acomodó una vez más la improvisada ropa y suspiró, sintiendo el aire fresco que brindaba el renovado espacio personal. Las rodillas le dolían y estaban irritadas por la posición anterior, pero eso no le impidió agarrar la flauta, que aún descansaba sobre el apoyabrazos, y corretear hasta perderse tras el umbral de la habitación en que había estado dormitando. Regresó tras breves minutos con, en vez del instrumento, la vieja daga que le pertenecía desde que tenía memoria, pero que jamás aprendió a manipular correctamente. Anduvo hasta situarse de pie delante del pelilargo y se la mostró con gesto aún ceñudo. La blanca sábana se le enredaba ocasionalmente entre las piernas y su rostro apenas se podía vislumbrar entre la maraña de hebras castañas. Más que imponerse, daba la imagen de una criatura encantadora y débil totalmente ignorante de su vulnerable apariencia.
-No tengo una espada, a no ser que quieras prestarme una, pero tengo esto. –Asintió de manera casi infantil para dar validez a sus propias palabras- Quiero saber ocupar este cuerpo para defenderme a consciencia, aunque sea con esta cosa oxidada. Pero no me malinterpretes, Alzzul. –Bajó entonces el brazo hasta que ambos quedaron lacios a sus costados- No es mi intención dejar la furia, el instinto o mi naturaleza de lado, pues son lo único que me mantuvo viva hasta ahora. Sin embargo, si debo sentir la sangre de los enemigos en mis garras quiero que sea porque así lo he elegido, y no porque un arranque de inconsciencia me llevó a ello. Sé que haré daño muchas veces más en el futuro porque así lo querrá el destino, a no ser que me encierre en un lugar como este y nadie pueda entrar ni yo salir, a lo cual no pienso llegar. Pero deseo que sea un daño reflexionado, uno causado por mi elección. Y no pararé hasta poder ser consciente de mis acciones también en mi faceta más bárbara para así, por fin, dejar de tenerle miedo a esa parte mía.
Respiró profundamente. Rogó para sus adentros haberse explicado bien y carraspeó, la garganta seca le recordó que no solía hablar tanto, ni tan fuerte, ni tan seguido. Apretó los puños y lo observó fijamente desde el metro y medio que los separaba. Reiteró: -¿Me ayudarás?
Deseaba mantenerse calmada, pero su vehemente carácter le impedía no saltar apenas escuchaba algo digno, a su parecer, de ser contrariado. Y así lo hizo; en un respingo ya estaba de nuevo clavando sus óculos en los impropios, presionándole el pecho con las pequeñas palmas de las manos para interrumpirlo con ímpetu.
-¡No se trata de límites, de reglas, o de algo que quiero hacer para poder considerarme decente! –Si bien no gritó, el tono de voz fue lo suficientemente fuerte para que retumbase en las habitaciones contiguas. Habituados a los susurros hasta entonces, la pareja de cuervos despertó sobresaltada y se agitó en su lugar, echando sobre Thiel un par de incisivas y curiosas miradas. Ante esto encogió los hombros y continuó con un volumen mucho más medido, aunque aún excitada, como si las palabras se amontonasen en su boca antes de poder procesarlas- Se trata de valorar. Valorar a los demás y aceptar que sus existencias también son importantes. Obviamente, si alguien corre hacia mí con intenciones de acogotarme no me queda más opción que responder de la misma manera… pero no suele ser el caso. Casi siempre hay una alternativa. Pienso que los tuyos y los míos, por ser naturalmente más fuertes, debemos… podemos aprender a controlarnos al tratar con tan frágiles criaturas. Tú sabes alimentarte sin llevarlos a la muerte. Yo deseo saber luchar de la misma manera.
Finalmente y un poco en contra de su voluntad, terminó alejándose hasta bajar del derruido asiento. Se acomodó una vez más la improvisada ropa y suspiró, sintiendo el aire fresco que brindaba el renovado espacio personal. Las rodillas le dolían y estaban irritadas por la posición anterior, pero eso no le impidió agarrar la flauta, que aún descansaba sobre el apoyabrazos, y corretear hasta perderse tras el umbral de la habitación en que había estado dormitando. Regresó tras breves minutos con, en vez del instrumento, la vieja daga que le pertenecía desde que tenía memoria, pero que jamás aprendió a manipular correctamente. Anduvo hasta situarse de pie delante del pelilargo y se la mostró con gesto aún ceñudo. La blanca sábana se le enredaba ocasionalmente entre las piernas y su rostro apenas se podía vislumbrar entre la maraña de hebras castañas. Más que imponerse, daba la imagen de una criatura encantadora y débil totalmente ignorante de su vulnerable apariencia.
-No tengo una espada, a no ser que quieras prestarme una, pero tengo esto. –Asintió de manera casi infantil para dar validez a sus propias palabras- Quiero saber ocupar este cuerpo para defenderme a consciencia, aunque sea con esta cosa oxidada. Pero no me malinterpretes, Alzzul. –Bajó entonces el brazo hasta que ambos quedaron lacios a sus costados- No es mi intención dejar la furia, el instinto o mi naturaleza de lado, pues son lo único que me mantuvo viva hasta ahora. Sin embargo, si debo sentir la sangre de los enemigos en mis garras quiero que sea porque así lo he elegido, y no porque un arranque de inconsciencia me llevó a ello. Sé que haré daño muchas veces más en el futuro porque así lo querrá el destino, a no ser que me encierre en un lugar como este y nadie pueda entrar ni yo salir, a lo cual no pienso llegar. Pero deseo que sea un daño reflexionado, uno causado por mi elección. Y no pararé hasta poder ser consciente de mis acciones también en mi faceta más bárbara para así, por fin, dejar de tenerle miedo a esa parte mía.
Respiró profundamente. Rogó para sus adentros haberse explicado bien y carraspeó, la garganta seca le recordó que no solía hablar tanto, ni tan fuerte, ni tan seguido. Apretó los puños y lo observó fijamente desde el metro y medio que los separaba. Reiteró: -¿Me ayudarás?
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Deshechó cualquier intento de entendimiento. No debía expresarse con la lucidez que creía poseer. En su lugar, reprimió una mueca de asco, acabando en un gesto levemente agrio. Vio cómo se levantaba, cómo desaparecía del ángulo de sus ojos, y como volvía daga en mano, con curiosidad y silencio. ¡Qué tan distintos eran! ¿Era ella capaz de apreciarlo? Fuera de límites raciales, fuera de cualquier conocimiento fruto de la experiencia. Sentía como si mirar en un espejo una realidad tremendamente distorsionada. Una música de trompetas capaz de llevarle a la locura. Sentía una urgencia brutal de sentirse solo. Los músculos se contraían como locos y un frío que creía no sentir desde hacía mucho tiempo, se apoderó de su cálido cadáver. Como cabría esperar, deshechó cualquier intención de moverse en ese mismo momento. Con un gesto de mano tomó la daga, apreciando la calidad de la misma. Había sido forjada sin duda con cierta habilidad, y el producto final era apreciable y útil. Lo desechó sobre el reposabrazos antes de hablar de nuevo.
- No. Las dagas son un instrumento para los hábiles. Las armas cortas son difíciles de usar, poco dañinas y brutales. La sutileza necesaria para manejar un arma como esta sin matar es muchísimo superior a la que puedas imaginar. Las dagas son instrumentos de profesionales, o de suertudos. No dependas de la suerte.
Creía ver en su rostro una mueca, como si ella pensara que solo se excusaba para no ayudar. Un minuto de silencio empezó a tensar el ambiente. Justo entonces, habló de nuevo, terminando así su reflexión muda.
- Fuera, cerca de aquí, perdí mi humanidad. Probablemente fui el único que perdió algo más que la vida. Nuestros cuerpos fueron olvidados, dados a los gusanos como alimento. Esta tierra fue en otro tiempo un campo de batalla donde la sangre alimentó las plantas y los árboles, que desde entonces parecen sonreír con dientes afilados y amenazadores. Entre los árboles, aún puede escucharse, si posees suficiente olfato, el murmullo de los muertos, sepultados bajo el impávido avance de la tierra. Irás allí, encontrarás el arma que más te convenga, ya sea lanza, espada, cimitarra, florete, estoque, o cualquiera que sea. Debe haber también, si no mal recuerdo, el arma que yo solía utilizar para la instrucción de los nuevos. Un mandoble. No importa cuanta herrumbre los cubra, trae lo que creas conveniente. -un nuevo silencio. Aguzó la vista, intentando escuadriñar sus pensamientos o sentimientos. Como si pudiera, después de tantos años, ser empático de nuevo.- No debes usar para ello dones que te hayan sido otorgados. Herramientas quizá, si encuentras alguna.
Y aunque pareciera que debía decir algo más, cerró los ojos a la par que la boca, cruzando ambos brazos sobre sendas recogidas piernas. Odiaba esta parte. No sabía cómo instruir a nadie; de querer aprender tendría, de nuevo, hacer uso de sus recuerdos, de aquellos sepultados tras doscientos años de sueño. Recodaría seguramente los detalles más estúpidos. Los más dolorosos. Los más humanos. Sintió una punzada en el pecho, agitó el ceño, oculto en su gesto gacho. Esperó mientras recordaba. Qué tan sacrificado era. Las cosas que había que hacer por alguien... A quien apenas conocía.
- No. Las dagas son un instrumento para los hábiles. Las armas cortas son difíciles de usar, poco dañinas y brutales. La sutileza necesaria para manejar un arma como esta sin matar es muchísimo superior a la que puedas imaginar. Las dagas son instrumentos de profesionales, o de suertudos. No dependas de la suerte.
Creía ver en su rostro una mueca, como si ella pensara que solo se excusaba para no ayudar. Un minuto de silencio empezó a tensar el ambiente. Justo entonces, habló de nuevo, terminando así su reflexión muda.
- Fuera, cerca de aquí, perdí mi humanidad. Probablemente fui el único que perdió algo más que la vida. Nuestros cuerpos fueron olvidados, dados a los gusanos como alimento. Esta tierra fue en otro tiempo un campo de batalla donde la sangre alimentó las plantas y los árboles, que desde entonces parecen sonreír con dientes afilados y amenazadores. Entre los árboles, aún puede escucharse, si posees suficiente olfato, el murmullo de los muertos, sepultados bajo el impávido avance de la tierra. Irás allí, encontrarás el arma que más te convenga, ya sea lanza, espada, cimitarra, florete, estoque, o cualquiera que sea. Debe haber también, si no mal recuerdo, el arma que yo solía utilizar para la instrucción de los nuevos. Un mandoble. No importa cuanta herrumbre los cubra, trae lo que creas conveniente. -un nuevo silencio. Aguzó la vista, intentando escuadriñar sus pensamientos o sentimientos. Como si pudiera, después de tantos años, ser empático de nuevo.- No debes usar para ello dones que te hayan sido otorgados. Herramientas quizá, si encuentras alguna.
Y aunque pareciera que debía decir algo más, cerró los ojos a la par que la boca, cruzando ambos brazos sobre sendas recogidas piernas. Odiaba esta parte. No sabía cómo instruir a nadie; de querer aprender tendría, de nuevo, hacer uso de sus recuerdos, de aquellos sepultados tras doscientos años de sueño. Recodaría seguramente los detalles más estúpidos. Los más dolorosos. Los más humanos. Sintió una punzada en el pecho, agitó el ceño, oculto en su gesto gacho. Esperó mientras recordaba. Qué tan sacrificado era. Las cosas que había que hacer por alguien... A quien apenas conocía.
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Expectante, permitió que el pelilargo tomase la daga y lo observó detenidamente mientras la inspeccionaba. Tal como una infante, infinitas expectativas y elucubraciones sobre su futuro le pasaron frente a los ojos durante aquellos escasos segundos: Se imaginó blandiendo la daga a diestra y siniestra para defenderse eficazmente de bandidos, practicando sus estocadas con el vampiro, o lustrándola sonriente luego de una batalla en que, por supuesto, no había dejado ningún muerto. No obstante, su preciada arma fue dejada de lado con dejadez y sus imaginaciones sufrieron un pinchazo. De todas maneras la desilusión solía durarle poco y pronto se recompuso del desánimo para prestar atención a las indicaciones. Asintió sistemáticamente a todo lo que su interlocutor iba diciendo y su mente volvió a volar conjeturando lo que mencionaba respecto al bosque. Aunque antes no se lo había parecido, sabiendo aquello tuvo la falsa y sugestiva consciencia de cuán tenebroso era aquel paraje. No obstante ni la más sangrienta historia la atemorizaría lo suficiente como para detener sus objetivos… Por el momento, de eso se encargaría la herida que luchaba por cerrarse en un costado de su cuerpo.
Irritada, se llevó una mano a dicho lugar para presionar suavemente. Efectivamente, dolió.- Lo haré. Haré todo lo que me dices… pero no esta noche. –Se encogió de hombros. Podía ser caprichosa, infantil y exigente, pero la vida en solitario obligaba a uno a madurar en ciertos aspectos, por ejemplo la responsabilidad y el cuidado del propio cuerpo. Ya no podía acudir a una madre que la cuidase luego de sus indulgencias, y ella no tenía suficientes conocimientos de medicina como para encargarse de una herida infectada tras abrirla por enésima vez mientras escarbara la tierra en busca de algún arma oxidada- Cuando mi herida sane nos pondremos manos a la obra. –Carraspeó y lo observó allí, cabizbajo, mudo, con una postura que insinuaba que el tema comenzaba a cansar. Murmuró entonces, con tono mucho más amable: -Siempre que sigas dispuesto a ayudarme, claro.
Un intervalo silencioso pareció zanjar allí la conversación. Cuando el entusiasmo por tan ansiado entrenamiento fue amainando, se descubrió simplemente allí parada, silenciosa, de brazos cruzados como una jovencita encaprichada con algo difícilmente realizable. Se sintió, una vez más, avergonzada por la manera en que exigía respuestas al vampiro, quien ya parecía haberse hastiado por su comportamiento. No le gustaba nada ser una inquilina insoportable, aunque tampoco tenía muy claro cómo actuar para no molestar al otro. Cabizbaja, exhaló un profuso suspiro antes de caminar hacia la ventana y observar cómo el cielo comenzaba a nublarse.
-…Te molesta hablar tanto conmigo, ¿verdad? –Inquirió, dubitativa e insegura- Lo siento, puedo llegar a ser muy pesada. –Fuera de la derruida construcción el viento produjo un pacífico arrullo frotando hojas y ramas entre ellas. De súbito, un trueno crujió entre las nubes y el par de cuervos antes amodorrados se exaltaron levantando vuelo con un escándalo de aleteos, tras lo cual Thiel tuvo que agacharse para dejarlos salir por la ventana. Dirigió entonces una mirada alterada a su compañero, esperando alguna respuesta o reacción que le esclareciera si ya era momento de dejarlo solo tal como los pajarracos, o simplemente tenía una forma muy confusa y repelente de expresar que se sentía a gusto con su compañía.
Irritada, se llevó una mano a dicho lugar para presionar suavemente. Efectivamente, dolió.- Lo haré. Haré todo lo que me dices… pero no esta noche. –Se encogió de hombros. Podía ser caprichosa, infantil y exigente, pero la vida en solitario obligaba a uno a madurar en ciertos aspectos, por ejemplo la responsabilidad y el cuidado del propio cuerpo. Ya no podía acudir a una madre que la cuidase luego de sus indulgencias, y ella no tenía suficientes conocimientos de medicina como para encargarse de una herida infectada tras abrirla por enésima vez mientras escarbara la tierra en busca de algún arma oxidada- Cuando mi herida sane nos pondremos manos a la obra. –Carraspeó y lo observó allí, cabizbajo, mudo, con una postura que insinuaba que el tema comenzaba a cansar. Murmuró entonces, con tono mucho más amable: -Siempre que sigas dispuesto a ayudarme, claro.
Un intervalo silencioso pareció zanjar allí la conversación. Cuando el entusiasmo por tan ansiado entrenamiento fue amainando, se descubrió simplemente allí parada, silenciosa, de brazos cruzados como una jovencita encaprichada con algo difícilmente realizable. Se sintió, una vez más, avergonzada por la manera en que exigía respuestas al vampiro, quien ya parecía haberse hastiado por su comportamiento. No le gustaba nada ser una inquilina insoportable, aunque tampoco tenía muy claro cómo actuar para no molestar al otro. Cabizbaja, exhaló un profuso suspiro antes de caminar hacia la ventana y observar cómo el cielo comenzaba a nublarse.
-…Te molesta hablar tanto conmigo, ¿verdad? –Inquirió, dubitativa e insegura- Lo siento, puedo llegar a ser muy pesada. –Fuera de la derruida construcción el viento produjo un pacífico arrullo frotando hojas y ramas entre ellas. De súbito, un trueno crujió entre las nubes y el par de cuervos antes amodorrados se exaltaron levantando vuelo con un escándalo de aleteos, tras lo cual Thiel tuvo que agacharse para dejarlos salir por la ventana. Dirigió entonces una mirada alterada a su compañero, esperando alguna respuesta o reacción que le esclareciera si ya era momento de dejarlo solo tal como los pajarracos, o simplemente tenía una forma muy confusa y repelente de expresar que se sentía a gusto con su compañía.
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
A diferencia de lo que se suele pensar, la completa negrura no es una injerencia al conocimiento; en cualquier caso, lo es para la cordura y la vista. Sin embargo, la oscuridad completa, ahí donde no existe una luz y nuestros pensamientos moldean las sombras en amorfas quimeras, actúa como un catalizador a una verdad quizá mucho más real que lo que vemos cuando volvemos a la luz. Seguro, nos sentimos aliviados de que toda imaginación, esos sedosos pelos negros, empapados y reptantes, rodeando un cráneo cercenado sin ojos pero clarividente, no sean más que una fantasía. También es cierto que sentimos una profunda decepción, a menudo encabritada por una cordura que intenta sepultar más rápido de lo que deberíamos, tales sentimientos. Aquellos capaces de ver en la oscuridad profunda están completamente desvinculados del miedo, y por tanto, empujados a convertirse en los monstruos que en ella acechan. Este monstruo acobijado cual niño; pues eso son las fantasías, nada más que lo que queda de niño, de ingenuo y de verdadero en alguien, deseaba poner fin a la situación que cada vez se le hacía más inverosímil. La acción era un plano al que pertenecía por obligación, y ni mucho menos por voluntad.
Después de sentir por primera vez en mucho tiempo simples emociones, calidez y quizá casi afecto, se presentaba un poco más reticente a comportarse como lo haría habitualmente. Todo su instinto y persona le instaba a desembarazarse de la situación con su habitual silencio. Podía incluso fingir estar dormido.
En primera instancia no parecía entender las palabras de la licántropa. ¿Tanto te molesta hablar conmigo? Frunció el ceño al punto de casi ladrar que sus ánimos no eran tales para soportar niñatas insolentes. Más después, y gracias solo a su falta de iniciativa, fruto solo de pasividad, revolvió la frase hasta encontrar las palabras originales que, en semejante espera, casi se habían diluído. …Te molesta hablar tanto conmigo, ¿verdad? Por tratarse de una intervención menos insolente, relajó el gesto y casi, sintiose culpable por haber pensado así de ella. Pese a todo, seguía sin terminar de comprender aquello. ¿Se sentía Alzzul realmente molesto por una charla más luenga de lo que su confort requería? La cuestión era un tanto relativa. ¿Beneficia todo lo confortable? ¿No es acaso semejante molestia muestra suficiente de una voluntad latente que se ve perturbada y aún así, se mantiene tranquilo? ¿No es eso una clara muestra de que no despreciaba la compañía, y que de hecho, la apreciaba incluso por encima de su propia comodidad?
Todo esto calló y todo esto dijo dentro de sí. Observó con ojos inquietos pero cansados, terriblemente cansados, la figura cuyas telas y mechones de cabello eran paños mecido por el viento. Como siempre críptico, aunque por esta vez, profundamente inteligible, alzó la voz, sin la seguridad de que habría llegado a su interlocutor, fallando así en el propósito de la comunicación. Quizá, sus palabras estaban más cerca de ser arte.
- Si escuchas con suficiente paciencia, las paredes hablan. En este edificio, oirías plasma deslizarse entre las paredes. No hay ratas en las paredes, como otros creerían. Con un solo golpe de martillo podría reducir toda esta estructura a ruinas. Más a lo que desconocemos, hay que prestarle especial atención, donde ya no es necesario solo el silencio, si no una profunda certeza de estar equivocado con cada nueva conclusión. Hace falta una voluntad creativa para erguir todos los mitos de lo desconocido y tumbarlos con la suficiente rapidez de forjar de lo que no es, lo que se es. Y de ti...
Calló.
-
Después de sentir por primera vez en mucho tiempo simples emociones, calidez y quizá casi afecto, se presentaba un poco más reticente a comportarse como lo haría habitualmente. Todo su instinto y persona le instaba a desembarazarse de la situación con su habitual silencio. Podía incluso fingir estar dormido.
En primera instancia no parecía entender las palabras de la licántropa. ¿Tanto te molesta hablar conmigo? Frunció el ceño al punto de casi ladrar que sus ánimos no eran tales para soportar niñatas insolentes. Más después, y gracias solo a su falta de iniciativa, fruto solo de pasividad, revolvió la frase hasta encontrar las palabras originales que, en semejante espera, casi se habían diluído. …Te molesta hablar tanto conmigo, ¿verdad? Por tratarse de una intervención menos insolente, relajó el gesto y casi, sintiose culpable por haber pensado así de ella. Pese a todo, seguía sin terminar de comprender aquello. ¿Se sentía Alzzul realmente molesto por una charla más luenga de lo que su confort requería? La cuestión era un tanto relativa. ¿Beneficia todo lo confortable? ¿No es acaso semejante molestia muestra suficiente de una voluntad latente que se ve perturbada y aún así, se mantiene tranquilo? ¿No es eso una clara muestra de que no despreciaba la compañía, y que de hecho, la apreciaba incluso por encima de su propia comodidad?
Todo esto calló y todo esto dijo dentro de sí. Observó con ojos inquietos pero cansados, terriblemente cansados, la figura cuyas telas y mechones de cabello eran paños mecido por el viento. Como siempre críptico, aunque por esta vez, profundamente inteligible, alzó la voz, sin la seguridad de que habría llegado a su interlocutor, fallando así en el propósito de la comunicación. Quizá, sus palabras estaban más cerca de ser arte.
- Si escuchas con suficiente paciencia, las paredes hablan. En este edificio, oirías plasma deslizarse entre las paredes. No hay ratas en las paredes, como otros creerían. Con un solo golpe de martillo podría reducir toda esta estructura a ruinas. Más a lo que desconocemos, hay que prestarle especial atención, donde ya no es necesario solo el silencio, si no una profunda certeza de estar equivocado con cada nueva conclusión. Hace falta una voluntad creativa para erguir todos los mitos de lo desconocido y tumbarlos con la suficiente rapidez de forjar de lo que no es, lo que se es. Y de ti...
Calló.
-
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Su mirada lentamente bajó hasta escudriñar el suelo al mismo tiempo en que relajaba los hombros con un ademán de cansancio. Todo su cuerpo, que momentos antes se había tensado y encendido al participar en una charla en la cual cada punto de vista requería inconscientemente ser acompañado por amplios gestos que lo secundasen, ahora yacía tan lánguido que costaba creer que pudiese mantenerse en pie. Con un suspiro y una leve negación con la cabeza, asumió que el mutismo que acogió su última frase era en sí mismo la respuesta a su pregunta. El silencio otorga, dicen. Y Thiel le adjudicó a la inacción del vampiro la pesada carga del hastío, volviendo a sentir en el pecho ese terrible cosquilleo que experimenta uno cuando se siente desubicado, inoportuno y non grato en ciertos lugares.
Llegó a pensar que realmente se había quedado dormido en medio de la conversación y tuvo que apretar con fuerza los puños para evadir la tentación de gritarle algo que lo obligase a despertar. Para quien llevaba poco tiempo practicando el arte de la conversación, resultaba verdaderamente difícil saber cuándo hablar y cuándo no hacerlo, o qué conductas eran groseras para el interlocutor. Con los lobos, la vida cotidiana transcurría entre miradas cómplices y conversaciones escuetas: no hacía falta más diálogo que ese para ponerse de acuerdo en temas de cacería o protección. Ya en su adolescencia comenzó a interactuar con humanos y todavía nada contradecía su creencia de que era esta raza la más charlatana y accesible a la hora de entablar plática, hecho que acostumbró a Thiel a las charlas fluidas y muchas veces mundanas e intrascendentes, esas que uno tiene solamente para pasar el rato mientras mira el cielo en una noche estrellada. Alzzul era el primer vampiro que conocía, y se preguntó si relacionarse con cualquier chupasangre era así de difícil, o simplemente la suerte la había llevado a toparse con un ser inusual cuya habilidad para conversar con normalidad resultaba ser un verdadero desastre.
Con un segundo suspiro decidió que allí se terminaba la charla, asumiendo ya que no obtendría nada por parte del otro. No obstante, cuando se dio la media vuelta a punto de encarar hacia la habitación, la profunda voz del interlocutor volvió a vibrar en el aire. Tras un pequeño respingo se giró a observarlo con los ojos bien abiertos, expectante ante lo que tenía para decir tras tan meditabunda pausa. Y, cómo no, apenas –creyó– comprender un tercio de sus palabras. ¡Y encima ni siquiera se dignó a terminar la última frase!
-¿De mí…? –No pudo con su genio. El revoltijo de sábanas y castaños mechones ennegrecidos por la penumbra se dirigió presuroso hacia el antaño imponente asiento que se erigía en medio de la habitación. Dos pequeñas manos se posaron sobre uno de los apoyabrazos para acercarse más a la persona que lograba hacerle transitar veinte estados de ánimo distintos en menos de cinco minutos, consiguiendo que le perdonase todos los silencios incómodos del mundo en un santiamén- ¿¡De mí!? –Insistió, poniéndose en puntas de pie. Por supuesto, ni siquiera intentó preguntar qué significado tenían todas las palabras precedentes a esa última oración inacabada. Sabía que no podría entender la explicación.
Llegó a pensar que realmente se había quedado dormido en medio de la conversación y tuvo que apretar con fuerza los puños para evadir la tentación de gritarle algo que lo obligase a despertar. Para quien llevaba poco tiempo practicando el arte de la conversación, resultaba verdaderamente difícil saber cuándo hablar y cuándo no hacerlo, o qué conductas eran groseras para el interlocutor. Con los lobos, la vida cotidiana transcurría entre miradas cómplices y conversaciones escuetas: no hacía falta más diálogo que ese para ponerse de acuerdo en temas de cacería o protección. Ya en su adolescencia comenzó a interactuar con humanos y todavía nada contradecía su creencia de que era esta raza la más charlatana y accesible a la hora de entablar plática, hecho que acostumbró a Thiel a las charlas fluidas y muchas veces mundanas e intrascendentes, esas que uno tiene solamente para pasar el rato mientras mira el cielo en una noche estrellada. Alzzul era el primer vampiro que conocía, y se preguntó si relacionarse con cualquier chupasangre era así de difícil, o simplemente la suerte la había llevado a toparse con un ser inusual cuya habilidad para conversar con normalidad resultaba ser un verdadero desastre.
Con un segundo suspiro decidió que allí se terminaba la charla, asumiendo ya que no obtendría nada por parte del otro. No obstante, cuando se dio la media vuelta a punto de encarar hacia la habitación, la profunda voz del interlocutor volvió a vibrar en el aire. Tras un pequeño respingo se giró a observarlo con los ojos bien abiertos, expectante ante lo que tenía para decir tras tan meditabunda pausa. Y, cómo no, apenas –creyó– comprender un tercio de sus palabras. ¡Y encima ni siquiera se dignó a terminar la última frase!
-¿De mí…? –No pudo con su genio. El revoltijo de sábanas y castaños mechones ennegrecidos por la penumbra se dirigió presuroso hacia el antaño imponente asiento que se erigía en medio de la habitación. Dos pequeñas manos se posaron sobre uno de los apoyabrazos para acercarse más a la persona que lograba hacerle transitar veinte estados de ánimo distintos en menos de cinco minutos, consiguiendo que le perdonase todos los silencios incómodos del mundo en un santiamén- ¿¡De mí!? –Insistió, poniéndose en puntas de pie. Por supuesto, ni siquiera intentó preguntar qué significado tenían todas las palabras precedentes a esa última oración inacabada. Sabía que no podría entender la explicación.
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Su habilidad para comunicarse de forma coherente, correcta y eficiente era nula. Más que eso, era tremendamente eficaz a la hora de transmitir sensaciones tan leves como irrelevantes a la larga y prácticamente inapreciables. ¡Oh, qué flaco favor hacía abriendo la boca para entonar con su dulce voz palabras! Pero, ¿Cómo no sentir un vuelco en el pecho al ver semejante delicada figura moverse con una fuerza que apenas era capaz de contener? ¿Cómo no expresar su reacción, todo su mundo interior en palabras afónicas ante tal esperpéntico espectáculo? Cuando se acercó a él, con ese exacerbado fulgor en la mirada, apenas podía mantener el cuerpo en estático; así que cuando estuvo casi pegada a él, con su gesto encendido y tornado hacia él, apenas podía contener los más íntimos e irrefrenables de los impulsos.
Siglos de quietud le habían otorgado una tranquilidad, una paz, una pasividad que se veía fácilmente comprometida ante tales arranques de vivacidad. Entonces, cuando la última exclamación escapó con fiereza de entre sendos prácticamente morados, sedosos, suaves, sugerentes y delicados labios, la boca del vampiro se abrió de nuevo, esta vez sin intención comunicativa. Cual bostezo, pero mucho más ansioso, con una necrótica exhalación, cual lápida profanada. Los colmillos apuntaron entonces, amenazantes y prácticamente cual individuos conscientes, hacia la yugular de la loba que, supuso, estaría ahora completamente tensa y asustada. Algo en semejante pensamiento le removió por dentro con un cosquilleo entre placentero y ladino. Sin embargo, la dirección que semejantes fauces tomaron se separó de la zona que usualmente habría atacado. En su lugar, demasiado peligrosamente cerca, se cernió cual halcón hacia los labios que antes le habían arrebatado la cordura. Recordó, justo antes de aterrizar, los pocos días que habían pasado, y lo extraño de todo aquello. Fundiéronse entonces en una caricia surgida de una inquieta y acorazada ánima de infame tranquilidad. Así entonces, labios contra labios, arrastró con inusitada delicadeza su labio menor, desplazándolo con suficientemente firmeza como para imponer su presencia. Todo aquello podía ser una sorpresa. Sin duda lo era, pero, honestamente. ¿Quién no lo habría predicho? Sin duda, los dos protagonistas.
Para tal idiota entonces no había tiempo, ni la habitual náusea, ni siquiera el vacío que le engullía por dentro usualmente. Quizá solo fueron unos segundos. Quizá fuera el comienzo de algo nuevo, el renacer de... algo.
O quizá solo era un gesto vacío. Quizá un gesto no correspondido e incómodo. Como última instancia, le serviría para distanciarla. ¿Por qué querría, de no querer estar a su lado, permanecer después de aquello?
Finalmente, después de un frenético, calmo y suave ósculo, separó su tez de la impropia -pues debía, a cualquier coste, observar la reacción de aquella-, con una sonrisa maliciosa y divertida. Obviando las palabras que casi pronunció en voz alta: "Es como hablarle a una pared."
Siglos de quietud le habían otorgado una tranquilidad, una paz, una pasividad que se veía fácilmente comprometida ante tales arranques de vivacidad. Entonces, cuando la última exclamación escapó con fiereza de entre sendos prácticamente morados, sedosos, suaves, sugerentes y delicados labios, la boca del vampiro se abrió de nuevo, esta vez sin intención comunicativa. Cual bostezo, pero mucho más ansioso, con una necrótica exhalación, cual lápida profanada. Los colmillos apuntaron entonces, amenazantes y prácticamente cual individuos conscientes, hacia la yugular de la loba que, supuso, estaría ahora completamente tensa y asustada. Algo en semejante pensamiento le removió por dentro con un cosquilleo entre placentero y ladino. Sin embargo, la dirección que semejantes fauces tomaron se separó de la zona que usualmente habría atacado. En su lugar, demasiado peligrosamente cerca, se cernió cual halcón hacia los labios que antes le habían arrebatado la cordura. Recordó, justo antes de aterrizar, los pocos días que habían pasado, y lo extraño de todo aquello. Fundiéronse entonces en una caricia surgida de una inquieta y acorazada ánima de infame tranquilidad. Así entonces, labios contra labios, arrastró con inusitada delicadeza su labio menor, desplazándolo con suficientemente firmeza como para imponer su presencia. Todo aquello podía ser una sorpresa. Sin duda lo era, pero, honestamente. ¿Quién no lo habría predicho? Sin duda, los dos protagonistas.
Para tal idiota entonces no había tiempo, ni la habitual náusea, ni siquiera el vacío que le engullía por dentro usualmente. Quizá solo fueron unos segundos. Quizá fuera el comienzo de algo nuevo, el renacer de... algo.
O quizá solo era un gesto vacío. Quizá un gesto no correspondido e incómodo. Como última instancia, le serviría para distanciarla. ¿Por qué querría, de no querer estar a su lado, permanecer después de aquello?
Finalmente, después de un frenético, calmo y suave ósculo, separó su tez de la impropia -pues debía, a cualquier coste, observar la reacción de aquella-, con una sonrisa maliciosa y divertida. Obviando las palabras que casi pronunció en voz alta: "Es como hablarle a una pared."
Alzzul
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Con aniñada expectación, aguardó la frase que –quizás– pondría fin a su curiosidad. Thiel no era adepta a la autorreferencialidad, no obstante sentía el insistente deseo de saber qué pensaba aquel chupasangre respecto a ella. ¿Le caía bien? ¿Lo molestaba? ¿Querría que lo dejase en paz? No era especialmente buena leyendo a las personas, menos aún a quienes tendían a la inexpresividad. Se inclinó más hacia él para escrutar su expresión en busca de alguna pista, deseosa de encontrar su mirada detrás de aquella oscura melena. Quiso poder verle el rostro a la luz del día, aunque sabiéndolo imposible le hubiese bastado alumbrarlo con la tenue flama de una vela. ¿Qué porcentaje de belleza le ocultaría con avaricia la oscuridad, obligándola a conformarse con lo poco que apreciaba en penumbra?
Y entonces separó los labios, pensó ella que para hablar. No obstante, los colmillos le parecieron más aguzados, más amenazantes de lo que antes había visto, e instintivamente experimentó la urgencia de alejarse. Durante escasos segundos volvió a presentir la tragedia, contrayéndosele el pecho con doloroso temor. Sin embargo, se obligó a confiar. No podía vivir rehuyéndole al anfitrión que tan amablemente le ofrecía techo y compañía, la convivencia sería insufrible si temía ser mordida a todas horas de la noche. Tensa, estática y expectante, no despegó la mirada de los labios impropios que vertiginosamente se le venían encima. Cerró con fuerza los ojos entregándose al destino; el corazón retumbándole en el pecho en un galope cada vez más frenético.
Entonces, una sensación muy diferente al espanto la invadió cuando sintió el inesperado, cálido y amable toque de los labios ajenos sobre los propios. Un escalofrío le recorrió la espalda y fue consciente de cuán arreboladas tendría las mejillas. Por un momento, la incertidumbre se interpuso con el disfrute. Era el primer beso que daba en su vida. Bueno, el primer beso con pleno consentimiento; el primero que se moría por corresponder adecuadamente. No tenía idea de qué hacer, cómo moverse, cuánto tiempo tenía que durar o si debería haber mostrado más decoro antes de entregarse a éste. Decidió, simplemente, confiar en su instinto y dejarse llevar. Y lo hizo, aunque con la timidez y torpeza propias del principiante.
Cuando se separaron pensó con vergüenza que le hubiese gustado un poco más, aunque se abstuvo de decirlo en voz alta. Se encontró con una mueca socarrona y esa mirada que le producía una molesta y adictiva sensación en el estómago. ¿Por qué sonreía? ¿Acaso volvía a burlarse de ella? ¿Lo había hecho tan mal? Frunció en entrecejo y bajó la mirada, cohibida.
-No vayas a reírte… –Advirtió mientras se impulsaba con ambas manos para terminar subiéndose al duro apoyabrazos. Apreciaba sensaciones contrarias debatiéndose en su interior: aunque se le hacía todo muy extraño, vergonzoso y nuevo, a su vez le parecía natural, como si el curso de los acontecimientos sólo los hubiese dirigido a aquello desde un principio. Alzó una pequeña mano para acariciarle la mejilla con delicadeza y antes de volver a atrapar los labios impropios en nuevos breves y numerosos besos, aseguró: –Ya verás. Aprenderé.
Aquella embriagadora calidez era un estímulo al que sería extremadamente difícil abandonar. Sentía cómo, después de tanto tiempo viajando en la más absoluta soledad, podía dejar de deambular sin rumbo. Había encontrado un nuevo hogar.
Y entonces separó los labios, pensó ella que para hablar. No obstante, los colmillos le parecieron más aguzados, más amenazantes de lo que antes había visto, e instintivamente experimentó la urgencia de alejarse. Durante escasos segundos volvió a presentir la tragedia, contrayéndosele el pecho con doloroso temor. Sin embargo, se obligó a confiar. No podía vivir rehuyéndole al anfitrión que tan amablemente le ofrecía techo y compañía, la convivencia sería insufrible si temía ser mordida a todas horas de la noche. Tensa, estática y expectante, no despegó la mirada de los labios impropios que vertiginosamente se le venían encima. Cerró con fuerza los ojos entregándose al destino; el corazón retumbándole en el pecho en un galope cada vez más frenético.
Entonces, una sensación muy diferente al espanto la invadió cuando sintió el inesperado, cálido y amable toque de los labios ajenos sobre los propios. Un escalofrío le recorrió la espalda y fue consciente de cuán arreboladas tendría las mejillas. Por un momento, la incertidumbre se interpuso con el disfrute. Era el primer beso que daba en su vida. Bueno, el primer beso con pleno consentimiento; el primero que se moría por corresponder adecuadamente. No tenía idea de qué hacer, cómo moverse, cuánto tiempo tenía que durar o si debería haber mostrado más decoro antes de entregarse a éste. Decidió, simplemente, confiar en su instinto y dejarse llevar. Y lo hizo, aunque con la timidez y torpeza propias del principiante.
Cuando se separaron pensó con vergüenza que le hubiese gustado un poco más, aunque se abstuvo de decirlo en voz alta. Se encontró con una mueca socarrona y esa mirada que le producía una molesta y adictiva sensación en el estómago. ¿Por qué sonreía? ¿Acaso volvía a burlarse de ella? ¿Lo había hecho tan mal? Frunció en entrecejo y bajó la mirada, cohibida.
-No vayas a reírte… –Advirtió mientras se impulsaba con ambas manos para terminar subiéndose al duro apoyabrazos. Apreciaba sensaciones contrarias debatiéndose en su interior: aunque se le hacía todo muy extraño, vergonzoso y nuevo, a su vez le parecía natural, como si el curso de los acontecimientos sólo los hubiese dirigido a aquello desde un principio. Alzó una pequeña mano para acariciarle la mejilla con delicadeza y antes de volver a atrapar los labios impropios en nuevos breves y numerosos besos, aseguró: –Ya verás. Aprenderé.
Aquella embriagadora calidez era un estímulo al que sería extremadamente difícil abandonar. Sentía cómo, después de tanto tiempo viajando en la más absoluta soledad, podía dejar de deambular sin rumbo. Había encontrado un nuevo hogar.
Thiel
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Re: Anhedonia. [Privado][+58]
Su sonrisa terminó por congelarse, como el gesto de un cadáver incapaz de sentir nada. Sin embargo, lo parecía.
Un estado de serenidad sempiterna acabó dando paso a otro de duda; la duda avanzaba más lentamente ante la presencia de desconocidos. Algo así como un animal asustadizo que asoma la cabeza por una puerta y... Es incapaz de actuar con completa libertad porque su amo parece en situación poco frecuente. El animal sin embargo, acaba cogiendo confianza e impulsado por la rareza de la escena acaba montando una escena. Esta es algo más llamativa de lo habitual, de nuevo.
Con extrañeza se desvinculó tras dos besos con sabor a mediodía, reflejando solo en su mirada un completo vacío. Aún pese a la mueca, aún pese a la sonrisa, el valle de lo inquietante se hacía patente. Algo había cambiado, pero tan sutilmente que la sensación de lo conocido o experimentado surgía con igual fuerza. Ungirse en caricias no era su estado natural. Era tan extraño como que el sol saliera de noche, en un cielo oscuro cubierto de estrellas. Sin embargo, todo aquello tenía, como bien se ha argumentado antes, un tinte relativamente familiar. ¿Había algo que no estaba recordando?
Una manada de graznidos agitó el viento en el preciso momento en el que Alzzul levantaba una mano para acariciar de igual modo que había hecho ella, el rostro ajeno. Sus manos temblaban, temerosas de perder aquello como un espejismo, como si fuera el fantasma de tiempos aún no llegados, o serenamente olvidados como lágrimas en la lluvia.
Su afecto era... Había sido malinterpretado. ¿O quizá no? De seguro, el vampiro desconocía cuales eran los impulsos que le incitaban a abandonar su dichosa placidez. Quizá había dado más de lo que su alma destartalada permitía. Quizá era el momento de decir adiós y... Las palabras no podrían salir de su boca. Estaba tan rematadamente confuso que en cualquier momento podría desfallecer tras un gemido ahogado. Qué raro era no tenerlo todo bajo control. ¡Qué sorprendentemente nauseabundo le resultaba el sentimiento de compañía! Quizá... No era el momento de tenerlo todo bajo control, si no del libre albedrío; esto es peligroso pues tal suerte es una que solo solía correr bajo el imperativo control del instinto asesino que usualmente le sacaba de problemas. Ay, ¿Tendría semejante sanguinaria bestia algún otro filtro amén de relativa paz? No, la paz no era su dominio. Pero quizá sí lo era el acecho, y en cierto modo, compartir con un individuo presencia es algo parecido al acecho. Qué adorable le resultaba en aquel momento la presa.
Un estado de serenidad sempiterna acabó dando paso a otro de duda; la duda avanzaba más lentamente ante la presencia de desconocidos. Algo así como un animal asustadizo que asoma la cabeza por una puerta y... Es incapaz de actuar con completa libertad porque su amo parece en situación poco frecuente. El animal sin embargo, acaba cogiendo confianza e impulsado por la rareza de la escena acaba montando una escena. Esta es algo más llamativa de lo habitual, de nuevo.
Con extrañeza se desvinculó tras dos besos con sabor a mediodía, reflejando solo en su mirada un completo vacío. Aún pese a la mueca, aún pese a la sonrisa, el valle de lo inquietante se hacía patente. Algo había cambiado, pero tan sutilmente que la sensación de lo conocido o experimentado surgía con igual fuerza. Ungirse en caricias no era su estado natural. Era tan extraño como que el sol saliera de noche, en un cielo oscuro cubierto de estrellas. Sin embargo, todo aquello tenía, como bien se ha argumentado antes, un tinte relativamente familiar. ¿Había algo que no estaba recordando?
Una manada de graznidos agitó el viento en el preciso momento en el que Alzzul levantaba una mano para acariciar de igual modo que había hecho ella, el rostro ajeno. Sus manos temblaban, temerosas de perder aquello como un espejismo, como si fuera el fantasma de tiempos aún no llegados, o serenamente olvidados como lágrimas en la lluvia.
Su afecto era... Había sido malinterpretado. ¿O quizá no? De seguro, el vampiro desconocía cuales eran los impulsos que le incitaban a abandonar su dichosa placidez. Quizá había dado más de lo que su alma destartalada permitía. Quizá era el momento de decir adiós y... Las palabras no podrían salir de su boca. Estaba tan rematadamente confuso que en cualquier momento podría desfallecer tras un gemido ahogado. Qué raro era no tenerlo todo bajo control. ¡Qué sorprendentemente nauseabundo le resultaba el sentimiento de compañía! Quizá... No era el momento de tenerlo todo bajo control, si no del libre albedrío; esto es peligroso pues tal suerte es una que solo solía correr bajo el imperativo control del instinto asesino que usualmente le sacaba de problemas. Ay, ¿Tendría semejante sanguinaria bestia algún otro filtro amén de relativa paz? No, la paz no era su dominio. Pero quizá sí lo era el acecho, y en cierto modo, compartir con un individuo presencia es algo parecido al acecho. Qué adorable le resultaba en aquel momento la presa.
Alzzul
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