Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
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Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
-¡Uf! ¡Estaban muy cerca!– exclamó fatigado uno de los vampiros, de apariencia joven y pelo corto moreno, que generaba un gran contraste con su tez blanda y sus ojos rojos.
-¿Los… los hemos despistado? – preguntó su compañero, de cara muy parecida al anterior, aunque rubio y con barba.
-Sí… creo que sí… - afirmó el primero.
Comenzaron a reírse y a darse un abrazo victorioso en aquella nublada noche de primavera. Atractivos… jóvenes… inmortales… Sin duda dos grandes amigos… ¿Qué más podría querer alguien así en esta vida? Tal vez, no haberse cruzado con nosotros.
Un cazador salió detrás de unos arbustos. Era Jules Roche. Mi nuevo compañero de cacería. Que propinó una patada que derribó a uno de los vampiros, al moreno concretamente. Cargó la flecha en la recámara de su ballesta tirando de la corredera del arma antes de disparar y clavar al joven contra el suelo por el hombro. El otro, asustado, trató de ayudar a su amigo, yendo por la espalda hacia Jules, pero oculta tras un árbol del bosque me encontraba yo. Le di un golpe con el hombro y le propiné un culatazo con la ballesta pesada en la cara que hizo que la sangre de su boca tiñera el suelo. Disparé a su pierna. El virote atravesó esta, quedando el vampiro anclado al suelo. Ambos daban gritos de dolor.
-Veamos a quien tenemos aquí… ¿A cuánta gente le habéis chupado sangre vosotros? – preguntó Jules una vez inmovilizados, con una sonrisa en su cara, mientras se sentaba en una roca y recargaba su ballesta. Yo permanecía de pie, recargando la mía, sin mirar a los tipos. Mi compañero no obtuvo respuesta. – ¿Cómo preferís morir? ¿Un tiro en la cabeza? ¿O tal vez preferís escaldados? - dijo el brujo acercando sus dedos índice y pulgar, generando una pequeña llamita.
-¡Que os jodan! ¡Malditos frikis de mierda! – nos gritó el moreno entrecerrando los ojos, llevándose la mano al hombro donde tenía clavada la flecha. Jules y yo nos miramos con una sonrisa.
-Chicos, chicos. Calmaos – dijo Jules desde su asiento, estirando los brazos haciendo un gesto de calma. - No os lo toméis como algo personal. Quiero que quede claro que no tenemos nada contra vosotros. ¿Vale? Somos buena gente. – Jules sacó el contrato por el que nos habían contratado y se lo enseñó a uno delante de su cara – Mirad, aquí dice: Búsqueda y captura por homicidio de más de cien víctimas. Y no veo alegato ni defensa por vuestra parte. Nosotros tan solo somos meros intermediarios. Transportaremos vuestras cabezas de aquí al lugar de pago.
Uno de los vampiros hizo caso omiso a las palabras de Jules. Se arrancó la flecha del hombro emitiendo un grito de dolor terrible y se lanzó a por él. Lo que le costó que mi compañero le metiese una flecha en el cuello, que ocasionó que su cabeza rodara hasta un árbol. Era una ballesta pesada y el virote era muy grande y devastador a corta distancia.
El otro siguió el ejemplo de su compañero y se arrancó mi flecha de la rodilla, levantándose hacia mí con un grito aterrador. Yo, sin cambiar mi rostro serio, tomé mi daga del muslo y cuando se abalanzó sobre mí con la boca abierta dispuesto para morderme, puse el arma blanca a la altura de ésta. Mi daga entró por su boca, atravesando su lengua y saliendo por la parte trasera de la garganta. Un chorro de sangre y un último hálito de voz salió por su boca, que quedó empalado contra mí. Efectué un giro de muñeca rápido que acabó con su cabeza también en el suelo.
-¿Cómo los prefieres, rubios o morenos? – preguntó Jules observando ambas cabezas.
-Me resulta indiferente. – Le dije con rostro serio, casi sin entonar, y con mi total sinceridad.
-Tú eres de las que valoran el interior, ¿verdad, Huracán?. – preguntó con una sonrisa. No respondí y mantuve mi mirada fría. – Lleva tu al rubio que es el que hay que llevar a la posada, yo iré al pueblo con la cabeza del moreno. Espero que los tipos cumplan su palabra. Nos vemos al amanecer.
- - - - - -
Tras una media hora de caminata con la cabeza del tipo colgando de mi cinturón y dejando un rostro de sangre procedente de su cabeza a lo largo de mi desplazamiento, llegué a la posada. Situada al lado del gran lago. En el camino que unía Verisar con Sacrestic Ville, aunque ya en los reinos del Oeste. Esto convertía aquella posada en un lugar bastante frecuentado donde al gente se detenía a pasar la noche ante las abundantes cantidades de vampiros que rodeaban la zona.
De las cinco mesas que había en el lugar, considerablemente amplio y de dos pisos, cuatro de ellas estaban pobladas. Habría unas veinte personas allí dentro, contando personal. Todo decorado de madera y con un trío de músicos dando un recital de música folclórica. Aún con todo eso, la entrada de una mujer vestida de negro, armada con una ballesta enorme a la espalda, dos más pequeñas colgando del cinturón y, sobretodo, con una cabeza colgada de este, no iba a pasar desapercibido. Una sensación de sentirme observada me intrigó.
Desde la puerta eché un vistazo a todos los presentes, tratando de identificar al tipo que nos había contratado. Algo que no tardé en hacer. Y me dirigí a su mesa. Era un hombre maduro con barba y con chaqueta de cuero, ya me había visto y quedó asombrado cuando le coloqué la cabeza del vampiro sobre ésta. Haciendo un sonoro ruido al golpear la apolillada mesa de madera. Para a continuación tomar asiento y observar fijamente al tipo, con rostro serio y desafiante. El que suelo poner habitualmente. El tipo estaba terminando una botella de ron.
-¡Dios mío! – dijo asustado, quitándose el sombrero que llevaba y acariciándose la barba, con asombro, comprobando si el vampiro que habíamos matado era el que buscaba. – ¡Es James Humphrey! Llevaban buscándolo cincuenta años. – No dije nada, seguía mirándolo. Esperaba que me diera algo. Mi rostro rápidamente le hizo cambiar de idea - ¡Oh! El dinero. Toma, toma. Ha sido un gran trabajo.– Y sacó una bolsa de aeros que depositó sobre la mesa y tomé. El dinero estaba claro que era importante, pero había algo que todavía me debía y que sin duda personalmente me resultaba mucho más interesante que una bolsa de aeros.
-¿Y la información? – le pregunté con semblante serio, cruzando los brazos y alzando las cejas, para advertirle de que no se me había olvidado. – Habíamos quedado en que nos dirías cómo encontrar a la Hermandad. –
El tipo cambió su rostro al escuchar este nombre, ahora reflejaba temor. Sudaba. Pero eso no haría que cambiase mi trato. Carraspeó antes de responder. Se abalanzó sobre la mesa para acercarse a mí. Parecía que no quería hablar en voz alta.
-¡Chsst! No hables en alto. Tienen ojos y oídos en todas partes. Se dice que tiene una base cerca. – me susurró, haciéndome un gesto para que bajara el tono – Unos dicen que en el interior del bosque, otros que en una isla en medio del lago. Pero nadie lo sabe a ciencia cierta. Aquí hay mucha gente que asegura haber pertenecido al grupo. – concluyó mirando hacia todos lados. Yo me giré disimuladamente para observar a la gente y ver si había alguien con pinta especialmente sospechosa. Estaba claro que en aquella taberna había más de un vampiro. Pero ir a preguntar indiscriminadamente tal vez fuera demasiado descarado.
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OFF: Perdona la extensión del post >.<. Pero quería desarrollar un poquito a Jules y explicar por qué Huri está por ahí.-¿Los… los hemos despistado? – preguntó su compañero, de cara muy parecida al anterior, aunque rubio y con barba.
-Sí… creo que sí… - afirmó el primero.
Comenzaron a reírse y a darse un abrazo victorioso en aquella nublada noche de primavera. Atractivos… jóvenes… inmortales… Sin duda dos grandes amigos… ¿Qué más podría querer alguien así en esta vida? Tal vez, no haberse cruzado con nosotros.
Un cazador salió detrás de unos arbustos. Era Jules Roche. Mi nuevo compañero de cacería. Que propinó una patada que derribó a uno de los vampiros, al moreno concretamente. Cargó la flecha en la recámara de su ballesta tirando de la corredera del arma antes de disparar y clavar al joven contra el suelo por el hombro. El otro, asustado, trató de ayudar a su amigo, yendo por la espalda hacia Jules, pero oculta tras un árbol del bosque me encontraba yo. Le di un golpe con el hombro y le propiné un culatazo con la ballesta pesada en la cara que hizo que la sangre de su boca tiñera el suelo. Disparé a su pierna. El virote atravesó esta, quedando el vampiro anclado al suelo. Ambos daban gritos de dolor.
-Veamos a quien tenemos aquí… ¿A cuánta gente le habéis chupado sangre vosotros? – preguntó Jules una vez inmovilizados, con una sonrisa en su cara, mientras se sentaba en una roca y recargaba su ballesta. Yo permanecía de pie, recargando la mía, sin mirar a los tipos. Mi compañero no obtuvo respuesta. – ¿Cómo preferís morir? ¿Un tiro en la cabeza? ¿O tal vez preferís escaldados? - dijo el brujo acercando sus dedos índice y pulgar, generando una pequeña llamita.
-¡Que os jodan! ¡Malditos frikis de mierda! – nos gritó el moreno entrecerrando los ojos, llevándose la mano al hombro donde tenía clavada la flecha. Jules y yo nos miramos con una sonrisa.
-Chicos, chicos. Calmaos – dijo Jules desde su asiento, estirando los brazos haciendo un gesto de calma. - No os lo toméis como algo personal. Quiero que quede claro que no tenemos nada contra vosotros. ¿Vale? Somos buena gente. – Jules sacó el contrato por el que nos habían contratado y se lo enseñó a uno delante de su cara – Mirad, aquí dice: Búsqueda y captura por homicidio de más de cien víctimas. Y no veo alegato ni defensa por vuestra parte. Nosotros tan solo somos meros intermediarios. Transportaremos vuestras cabezas de aquí al lugar de pago.
Uno de los vampiros hizo caso omiso a las palabras de Jules. Se arrancó la flecha del hombro emitiendo un grito de dolor terrible y se lanzó a por él. Lo que le costó que mi compañero le metiese una flecha en el cuello, que ocasionó que su cabeza rodara hasta un árbol. Era una ballesta pesada y el virote era muy grande y devastador a corta distancia.
El otro siguió el ejemplo de su compañero y se arrancó mi flecha de la rodilla, levantándose hacia mí con un grito aterrador. Yo, sin cambiar mi rostro serio, tomé mi daga del muslo y cuando se abalanzó sobre mí con la boca abierta dispuesto para morderme, puse el arma blanca a la altura de ésta. Mi daga entró por su boca, atravesando su lengua y saliendo por la parte trasera de la garganta. Un chorro de sangre y un último hálito de voz salió por su boca, que quedó empalado contra mí. Efectué un giro de muñeca rápido que acabó con su cabeza también en el suelo.
-¿Cómo los prefieres, rubios o morenos? – preguntó Jules observando ambas cabezas.
-Me resulta indiferente. – Le dije con rostro serio, casi sin entonar, y con mi total sinceridad.
-Tú eres de las que valoran el interior, ¿verdad, Huracán?. – preguntó con una sonrisa. No respondí y mantuve mi mirada fría. – Lleva tu al rubio que es el que hay que llevar a la posada, yo iré al pueblo con la cabeza del moreno. Espero que los tipos cumplan su palabra. Nos vemos al amanecer.
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Tras una media hora de caminata con la cabeza del tipo colgando de mi cinturón y dejando un rostro de sangre procedente de su cabeza a lo largo de mi desplazamiento, llegué a la posada. Situada al lado del gran lago. En el camino que unía Verisar con Sacrestic Ville, aunque ya en los reinos del Oeste. Esto convertía aquella posada en un lugar bastante frecuentado donde al gente se detenía a pasar la noche ante las abundantes cantidades de vampiros que rodeaban la zona.
De las cinco mesas que había en el lugar, considerablemente amplio y de dos pisos, cuatro de ellas estaban pobladas. Habría unas veinte personas allí dentro, contando personal. Todo decorado de madera y con un trío de músicos dando un recital de música folclórica. Aún con todo eso, la entrada de una mujer vestida de negro, armada con una ballesta enorme a la espalda, dos más pequeñas colgando del cinturón y, sobretodo, con una cabeza colgada de este, no iba a pasar desapercibido. Una sensación de sentirme observada me intrigó.
Desde la puerta eché un vistazo a todos los presentes, tratando de identificar al tipo que nos había contratado. Algo que no tardé en hacer. Y me dirigí a su mesa. Era un hombre maduro con barba y con chaqueta de cuero, ya me había visto y quedó asombrado cuando le coloqué la cabeza del vampiro sobre ésta. Haciendo un sonoro ruido al golpear la apolillada mesa de madera. Para a continuación tomar asiento y observar fijamente al tipo, con rostro serio y desafiante. El que suelo poner habitualmente. El tipo estaba terminando una botella de ron.
-¡Dios mío! – dijo asustado, quitándose el sombrero que llevaba y acariciándose la barba, con asombro, comprobando si el vampiro que habíamos matado era el que buscaba. – ¡Es James Humphrey! Llevaban buscándolo cincuenta años. – No dije nada, seguía mirándolo. Esperaba que me diera algo. Mi rostro rápidamente le hizo cambiar de idea - ¡Oh! El dinero. Toma, toma. Ha sido un gran trabajo.– Y sacó una bolsa de aeros que depositó sobre la mesa y tomé. El dinero estaba claro que era importante, pero había algo que todavía me debía y que sin duda personalmente me resultaba mucho más interesante que una bolsa de aeros.
-¿Y la información? – le pregunté con semblante serio, cruzando los brazos y alzando las cejas, para advertirle de que no se me había olvidado. – Habíamos quedado en que nos dirías cómo encontrar a la Hermandad. –
El tipo cambió su rostro al escuchar este nombre, ahora reflejaba temor. Sudaba. Pero eso no haría que cambiase mi trato. Carraspeó antes de responder. Se abalanzó sobre la mesa para acercarse a mí. Parecía que no quería hablar en voz alta.
-¡Chsst! No hables en alto. Tienen ojos y oídos en todas partes. Se dice que tiene una base cerca. – me susurró, haciéndome un gesto para que bajara el tono – Unos dicen que en el interior del bosque, otros que en una isla en medio del lago. Pero nadie lo sabe a ciencia cierta. Aquí hay mucha gente que asegura haber pertenecido al grupo. – concluyó mirando hacia todos lados. Yo me giré disimuladamente para observar a la gente y ver si había alguien con pinta especialmente sospechosa. Estaba claro que en aquella taberna había más de un vampiro. Pero ir a preguntar indiscriminadamente tal vez fuera demasiado descarado.
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Última edición por Huracán el Mar Jun 07 2016, 21:27, editado 1 vez
Anastasia Boisson
Honorable
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Bajaba con tranquilidad las escaleras de la taberna aquella, no hacía mucho que se había echado la noche pero había estado francamente cansada. Había comido la noche en que me deshice con Calhoun de aquellos bandidos pero tras una semana y además, el viaje... Volvía a tener hambre. Sabía de sobra la cantidad de vampiros que plagaban aquella zona, conocía muy bien el patrón de muchos, engatusar a algún descuidado o incauta, irse a bañar al lago, un beso aquí, una caricia allá.... Y adiós a respirar. Estaba estupendo para muchos, para la mayoría, por no decir para todos.
Pero me conocía, había desarrollado demasiado interés casi de forma patológica por aquella estúpida bebida embotellada de caracter erótico-festivo, lo cual desviaba mi mente del asunto de la sangre.... Me gustaba demasiado, odiaba reconocerlo porque en el fondo aquella no era yo, pero había llegado un punto en que simplenente adoraba sentir que algo salvaje se apoderaba de mi cuando olía el espeso fluir... cálido y dulce de...
Suspiré.
Eh... Alcohol, eso es, sí. Estaba además desubicada por haber dejado de ver al estúpido brujo y me limitaba a viajar de forma errática, a buscar trabajos por aquí y allá y a aprender de mi entorno; me mantenía embotada, ocupada, precisamente para no resolver mis asuntos y aquello era precisamente lo que hacía aquella noche en aquella posada: parar, para evitar oler la cantidad ingente de sangre que correría por los bosques y senderos una vez más, en mi camino a Sacrestic, a buscar unos documentos en su biblioteca.
Bajaba, como decía, con vistas a salir de la posada, tenía una yegua en los establos que mandaría ensillar, no necesitaba más ropa que la que llevaba y me había aprovisionado de algo de fruta pero el mero placer del paladar, y dos botellas de hidromiel... Al menos hasta la próxima posada.
Cuando puse el último pie abajo un olor extraño me llegó a la nariz. Normalmente no pasaba nada, olor de vampiros, humanos, otras razas incluso pero hay ciertas personas que huelen de manera especial, profunda, afiladamente; como su rabia, su manera de sentir.
Y apestaba a brujo, para qué vamos a engañarnos.
Había aprendido con el tiempo sin embargo a no juzgar porque sí, no soportaba que lo hiciesen conmigo... Aunque eso no significaba que fuese a quedarme de brazos cruzados. La encontré en una mesa sentada con un tío que llevaba viendo por la posada desde que tenía uso de razón; le conocía, habíamos.... intercambiado productos alguna que otra vez. Pero lo más llamativo, era la decoración de la mesa: la testa de Humphrey. Terminé de bajar las escaleras sin quitarle ojo de encima a la mesa y me dirigí a la barra, dejando unas monedas allí.
– ...ojos en todas partes... –murmuros– ...base cerca... –me ladeé un poco más, dejando el oído de su lado.– ...pertenecido al grupo.
Una bruja, la cabeza del vampiro... Un grupo, base. Por un momento me sentí desfallecer. Me recompuse y decidí que aquello ya no iba conmigo, y que incluso, tal vez... podría sacar algo de aquello, la muchacha tenía un pelo sumamente lindo al menos...
Me estaba metiendo en líos; pero estaba desequilibrada, y de todas formas... Siempre había actuado de forma errática e ilógica. Me acerqué a la mesa con una botella recién abierta que cogí de la barra y conforme me acercaba, deslicé la mano por los hombros de mi amigo sentandome entre ambos, sin quitar los ojos de la mirada de la chica morena.
– Los amigos de mis amigos son mis amigos... O eso dicen. No me creo que alguien tan bonita esté haciendo compañía a este viejo diablo, chica. –puse la botella en la mesa y apoyé los codos en ella, observándola. Iba armada, y olía a sangre fresca, habría apostado por que aquello era obra suya; el límite entre la provocación y el suicidio es tan fino... Sonreí, enseñandole los dientes y deslicé un dedo por la mano de ella.– Es casi imposible dejar de mirar tu piel, querida.
Intuyendo el caracter del asunto, me eché atrás en la silla dejando más espacio y los miré a ambos.– No he podido evitar escucharos y... Puedo hacerme una idea, pero, ¿qué trae a alguien tan especial a estos lugares?
"Pues vampiros.. claro está.... Nadie se molesta en preguntarse quién hay detrás de los dientes" –me decía una voz interior. De todas formas, había vampiros en todos los lugares de Aerandir...
Pero me conocía, había desarrollado demasiado interés casi de forma patológica por aquella estúpida bebida embotellada de caracter erótico-festivo, lo cual desviaba mi mente del asunto de la sangre.... Me gustaba demasiado, odiaba reconocerlo porque en el fondo aquella no era yo, pero había llegado un punto en que simplenente adoraba sentir que algo salvaje se apoderaba de mi cuando olía el espeso fluir... cálido y dulce de...
Suspiré.
Eh... Alcohol, eso es, sí. Estaba además desubicada por haber dejado de ver al estúpido brujo y me limitaba a viajar de forma errática, a buscar trabajos por aquí y allá y a aprender de mi entorno; me mantenía embotada, ocupada, precisamente para no resolver mis asuntos y aquello era precisamente lo que hacía aquella noche en aquella posada: parar, para evitar oler la cantidad ingente de sangre que correría por los bosques y senderos una vez más, en mi camino a Sacrestic, a buscar unos documentos en su biblioteca.
Bajaba, como decía, con vistas a salir de la posada, tenía una yegua en los establos que mandaría ensillar, no necesitaba más ropa que la que llevaba y me había aprovisionado de algo de fruta pero el mero placer del paladar, y dos botellas de hidromiel... Al menos hasta la próxima posada.
Cuando puse el último pie abajo un olor extraño me llegó a la nariz. Normalmente no pasaba nada, olor de vampiros, humanos, otras razas incluso pero hay ciertas personas que huelen de manera especial, profunda, afiladamente; como su rabia, su manera de sentir.
Y apestaba a brujo, para qué vamos a engañarnos.
Había aprendido con el tiempo sin embargo a no juzgar porque sí, no soportaba que lo hiciesen conmigo... Aunque eso no significaba que fuese a quedarme de brazos cruzados. La encontré en una mesa sentada con un tío que llevaba viendo por la posada desde que tenía uso de razón; le conocía, habíamos.... intercambiado productos alguna que otra vez. Pero lo más llamativo, era la decoración de la mesa: la testa de Humphrey. Terminé de bajar las escaleras sin quitarle ojo de encima a la mesa y me dirigí a la barra, dejando unas monedas allí.
– ...ojos en todas partes... –murmuros– ...base cerca... –me ladeé un poco más, dejando el oído de su lado.– ...pertenecido al grupo.
Una bruja, la cabeza del vampiro... Un grupo, base. Por un momento me sentí desfallecer. Me recompuse y decidí que aquello ya no iba conmigo, y que incluso, tal vez... podría sacar algo de aquello, la muchacha tenía un pelo sumamente lindo al menos...
Me estaba metiendo en líos; pero estaba desequilibrada, y de todas formas... Siempre había actuado de forma errática e ilógica. Me acerqué a la mesa con una botella recién abierta que cogí de la barra y conforme me acercaba, deslicé la mano por los hombros de mi amigo sentandome entre ambos, sin quitar los ojos de la mirada de la chica morena.
– Los amigos de mis amigos son mis amigos... O eso dicen. No me creo que alguien tan bonita esté haciendo compañía a este viejo diablo, chica. –puse la botella en la mesa y apoyé los codos en ella, observándola. Iba armada, y olía a sangre fresca, habría apostado por que aquello era obra suya; el límite entre la provocación y el suicidio es tan fino... Sonreí, enseñandole los dientes y deslicé un dedo por la mano de ella.– Es casi imposible dejar de mirar tu piel, querida.
Intuyendo el caracter del asunto, me eché atrás en la silla dejando más espacio y los miré a ambos.– No he podido evitar escucharos y... Puedo hacerme una idea, pero, ¿qué trae a alguien tan especial a estos lugares?
"Pues vampiros.. claro está.... Nadie se molesta en preguntarse quién hay detrás de los dientes" –me decía una voz interior. De todas formas, había vampiros en todos los lugares de Aerandir...
Ébano
Aerandiano de honor
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
El tipo hablaba en voz baja, pero nuestra conversación no parecía pasar inadvertida. Uno de los presentes, o más bien una, pareció escuchar nuestra conversación. Se sentó entre nosotros, con una botella de alcohol en mano, tras un gesto refinado sobre los hombros del tipo con el que estaba hablando.
Observé a la mujer rubia, algo más baja que yo y muy bella. Tez pálida como la nieve, oído fino y mirada penetrante. Los ingredientes del vampiro de libro, junto a los colmillos, que no tardaría en mostrar. Definitivamente, sabía qué era un vampiro, y ella sabía perfectamente qué era yo. Todo lo demás eran meros formalismos. Por mucho que ella dijera, aquella mujer y yo nunca seríamos amigas, y ella lo sabía.
Acarició mi mano con sus dedos. Fríos como el hielo. No la aparté, sino que mantuve la mano, dejando que la recorriera, aunque también mi rostro serio, queriendo parecer imperturbable. Estábamos en su casa, y tendríamos que jugar con sus reglas si quería sacar algo en claro sobre la Hermandad. En las islas lo haríamos a mi modo: probablemente aquella repelente vampiresa ya estaría empalada contra un árbol suplicando por su vida. Se presentó como amiga del hombre, y así lo confirmó el tipo.
-¿No os conocíais? – dijo el tipo, mirando a ambas. – Huracán, te presento a Ébano – dijo mirando hacia mí, para luego cambiar hacia la rubia – Ébano, ella es Huracán. – Utilizaba un sobrenombre como yo, eso era algo común en los vampiros. Miré a la mujer manteniendo mi rostro serio.
La vampiresa tomó la palabra para preguntarme que hacía allí. Estaba segura de que conocía la respuesta, y máxime teniendo la cabeza de uno de su raza adornando aquella mesa. Apoyándome sobre el respaldo y de brazos cruzados, levanté el cuello en una forma de gesto hacia la cabeza de Humphrey.
-Soy el siguiente eslabón de la cadena trófica. Aunque yo no bebo sangre, claro. – le respondí sonriente en un tono claramente prepotente. El mismo con el que me había mostrado sus colmillos. Me expliqué con un símil por si no le había quedado claro que era cazadora de vampiros, me apoyé sobre la mesa, mostrando una falsa sonrisa que escondía el más absoluto aborrecimiento y repulsión hacia ella en particular y hacia los de su especie en general. Me resultaba imposible disimular cuando se trataba de vampiros. La falsedad de aquella sonrisa era algo que la rubia notaría, y por ello apreté mis dientes y mostré solo una pizca de mi lengua, la suficiente para mojarme los labios antes de volver a mostrar la sonrisa. Estaba dispuesta a seguir el juego que había comenzado la vampiresa.
En cuanto al tipo, tragó saliva. Parecía intimidado. Sabía perfectamente que dos gallos en un mismo corral eran sinónimo de pelea. No sabía a cual de las dos mirar. No le quitaba un ojo de encima a la mujer. Así que decidió intervenir.
-É… Ébano… No tomes eso a mal. – dijo mirándola – Hu… Huracán no te está amenazando. ¿No lo estás haciendo, no? – miró hacia mí. No respondí. Me importaba un pimiento como lo interpretara la vampiresa. Personalmente no la había amenazado, tan sólo le había marcado mi territorio. Seguía manteniendo el rostro serio clavado sobre la vampiresa. – En cualquier caso, Huracán está buscando a un gremio conocido como la Hermandad. Ébano es de las que te dije antes. – dijo en voz baja y con temor. Imaginaba que se referiría a la gente que aseguraba haber pertenecido al grupo. Lo cual me hizo sonreír a la chica de nuevo con la falsa sonrisa.
-Tranquilo. No creo que pase nada. – le dije al hombre con absoluta tranquilidad y voz fría, sin perder de vista a Ébano, hacia la que me dirigiría a continuación. – Me intriga saber la razón que podría llevar a alguien a abandonar un gremio que te protege y te hace la vida sencilla. – sonreí – y, a consecuencia de eso, lo que más me sorprende es que sigas viva. – recordando que la Hermandad no suele perdonar a nadie que abandona, persiguiéndolos hasta la muerte. Lo cual me hacía plantearme si verdaderamente Ébano no pertenecería aún a día de hoy, al grupo de mi abuela y sus secuaces. – En cualquier caso, necesito alguna pista que me lleve hasta ellos. – e hice un gesto con el brazo, sonriendo, ladeando la cabeza y abriendo mis ojos verdes bastante.
Manteniendo la falsa sonrisa, esperaba una respuesta de la vampiresa. Si lo que decía el tipo era cierto y Ébano había pertenecido a la Hermandad, acabaría sacándole la información de una manera o de otra. Estaba por ver si la vampiresa prefería hacerlo por las buenas o por las malas. Por un lado, desearía que me lo dijera de buenas y evitar problemas, pero por otro, deseaba ver ese tentador y provocativo rostro que invitaba al pecado con una saeta entre las dos cejas. Seguro que muchos me lo agradecerían.
Observé a la mujer rubia, algo más baja que yo y muy bella. Tez pálida como la nieve, oído fino y mirada penetrante. Los ingredientes del vampiro de libro, junto a los colmillos, que no tardaría en mostrar. Definitivamente, sabía qué era un vampiro, y ella sabía perfectamente qué era yo. Todo lo demás eran meros formalismos. Por mucho que ella dijera, aquella mujer y yo nunca seríamos amigas, y ella lo sabía.
Acarició mi mano con sus dedos. Fríos como el hielo. No la aparté, sino que mantuve la mano, dejando que la recorriera, aunque también mi rostro serio, queriendo parecer imperturbable. Estábamos en su casa, y tendríamos que jugar con sus reglas si quería sacar algo en claro sobre la Hermandad. En las islas lo haríamos a mi modo: probablemente aquella repelente vampiresa ya estaría empalada contra un árbol suplicando por su vida. Se presentó como amiga del hombre, y así lo confirmó el tipo.
-¿No os conocíais? – dijo el tipo, mirando a ambas. – Huracán, te presento a Ébano – dijo mirando hacia mí, para luego cambiar hacia la rubia – Ébano, ella es Huracán. – Utilizaba un sobrenombre como yo, eso era algo común en los vampiros. Miré a la mujer manteniendo mi rostro serio.
La vampiresa tomó la palabra para preguntarme que hacía allí. Estaba segura de que conocía la respuesta, y máxime teniendo la cabeza de uno de su raza adornando aquella mesa. Apoyándome sobre el respaldo y de brazos cruzados, levanté el cuello en una forma de gesto hacia la cabeza de Humphrey.
-Soy el siguiente eslabón de la cadena trófica. Aunque yo no bebo sangre, claro. – le respondí sonriente en un tono claramente prepotente. El mismo con el que me había mostrado sus colmillos. Me expliqué con un símil por si no le había quedado claro que era cazadora de vampiros, me apoyé sobre la mesa, mostrando una falsa sonrisa que escondía el más absoluto aborrecimiento y repulsión hacia ella en particular y hacia los de su especie en general. Me resultaba imposible disimular cuando se trataba de vampiros. La falsedad de aquella sonrisa era algo que la rubia notaría, y por ello apreté mis dientes y mostré solo una pizca de mi lengua, la suficiente para mojarme los labios antes de volver a mostrar la sonrisa. Estaba dispuesta a seguir el juego que había comenzado la vampiresa.
En cuanto al tipo, tragó saliva. Parecía intimidado. Sabía perfectamente que dos gallos en un mismo corral eran sinónimo de pelea. No sabía a cual de las dos mirar. No le quitaba un ojo de encima a la mujer. Así que decidió intervenir.
-É… Ébano… No tomes eso a mal. – dijo mirándola – Hu… Huracán no te está amenazando. ¿No lo estás haciendo, no? – miró hacia mí. No respondí. Me importaba un pimiento como lo interpretara la vampiresa. Personalmente no la había amenazado, tan sólo le había marcado mi territorio. Seguía manteniendo el rostro serio clavado sobre la vampiresa. – En cualquier caso, Huracán está buscando a un gremio conocido como la Hermandad. Ébano es de las que te dije antes. – dijo en voz baja y con temor. Imaginaba que se referiría a la gente que aseguraba haber pertenecido al grupo. Lo cual me hizo sonreír a la chica de nuevo con la falsa sonrisa.
-Tranquilo. No creo que pase nada. – le dije al hombre con absoluta tranquilidad y voz fría, sin perder de vista a Ébano, hacia la que me dirigiría a continuación. – Me intriga saber la razón que podría llevar a alguien a abandonar un gremio que te protege y te hace la vida sencilla. – sonreí – y, a consecuencia de eso, lo que más me sorprende es que sigas viva. – recordando que la Hermandad no suele perdonar a nadie que abandona, persiguiéndolos hasta la muerte. Lo cual me hacía plantearme si verdaderamente Ébano no pertenecería aún a día de hoy, al grupo de mi abuela y sus secuaces. – En cualquier caso, necesito alguna pista que me lleve hasta ellos. – e hice un gesto con el brazo, sonriendo, ladeando la cabeza y abriendo mis ojos verdes bastante.
Manteniendo la falsa sonrisa, esperaba una respuesta de la vampiresa. Si lo que decía el tipo era cierto y Ébano había pertenecido a la Hermandad, acabaría sacándole la información de una manera o de otra. Estaba por ver si la vampiresa prefería hacerlo por las buenas o por las malas. Por un lado, desearía que me lo dijera de buenas y evitar problemas, pero por otro, deseaba ver ese tentador y provocativo rostro que invitaba al pecado con una saeta entre las dos cejas. Seguro que muchos me lo agradecerían.
Anastasia Boisson
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Incliné la cabeza tras la presentación, mientras ella hablaba y en cuanto lo hizo, aún con el rostro serio no pude evitar pensar en lo cómico de su frase, no por el contenido en sí, sino por lo bizarro de la situación.
– Soy el siguiente eslabón de la cadena trófica. Aunque yo no bebo sangre, claro. –Suspiré, ladeé el rostro y asentí lentamente, apoyando la espalda en mi silla y dando un trago a la botella.
– Muy aguda, sí señor... –en voz baja y sin darme cuenta. Nuestro intermediario en cambio pareció sufrir con las palabras de Huracán y la situación que estaba siendo invadida por aire enrarecido de frialdad, de la rectitud de movimientos. Empezaba a ver por dónde iba la cosa. Apreté los dientes, tragué y relajé el rostro viendo cómo el de ella esbozaba aquella sonrisa bastante forzada, tensa y... ¿a la defensiva? ¿U ofensiva? Teniendo en cuenta que acababa de matar a un vampiro y estaba haciendo preguntas, diría que lo segundo.
Agité la mano quitándole importancia al asunto que parecía resultar extremadamente tenso para Huracán; de modo que algo más debía ocurrir, ¿no...? En fin, poco a poco. – En cualquier caso, Huracán está buscando a un gremio conocido como la Hermandad. Ébano es de las que te dije antes.
– Oh... –llevé ambos labios desde la "o" que habían formado hasta fruncirse entre sí. Agaché la mirada, me pasé las manos por el pelo y luego miré la cabeza. – ¿Te importa si...? –empujé suavemente del pelo hasta que cayó con un ruido sordo al otro lado y suspiré, dejando caer los antebrazos sobre la mesa, mirando a la mujer, que volvía a sonreir de forma fría y firme. Antes de que pudiese contestar y siquiera procesar aquella información, volvió a hablar.
– Tranquilo. No creo que pase nada. Me intriga saber la razón que podría llevar a alguien a abandonar un gremio que te protege y te hace la vida sencilla y, a consecuencia de eso, lo que más me sorprende es que sigas viva.
La Hermandad. Después de unos años, con el último contacto que había tenido con Amaranth en aquello que había resultado algún tipo de... emboscada, trampa o descuido, no había sabido nada. Desde que me escapé, traté de huir y obviar cualquier indicio, hasta ese día en que la chica me pidió ayuda para recuperar objetos personales y luego conocí a... bueno. Era agua pasada. Cerré los ojos con fuerza. Su prepotencia era tal que casi podía olerla y ciertamente había estado muy tranquila, había tratado de empezar un juego que a menudo terminaba en un par de copas y a veces con suerte un par de pisos más arriba pero parecía obcecada en su empeño.
Una parte de mí quería sentirse viva de nuevo, quería provocarla y quería pelear; otra parte quería seguir su camino, pero la estúpida y asquerosa nueva parte de mi solo quería indicarle a la muchacha por dónde se estaba moviendo, aunque probablemente lo supiese.
– Mira...
– En cualquier caso, necesito alguna pista que me lleve hasta ellos.
Aquello me cabreó. Encima con prisas... En el fondo pensaba que eran "infundadas" por aquel ansia y deseo de exterminio que rezumaba la bruja por los poros, pero en aquel momento, simplemente me enfadó.
– Me intriga saber la razón que podría llevar a alguien a continuar en un lugar como aquel. –respondí con su misma fórmula, cansada de todas las suponsiciones de la gente solamente con la primera impresión. La miraba fijamente, con el rostro serio, frío, destilando los años que aquel recuerdo y aquellas palabras habían estado encerrados en un baúl.– ¡Oh! –reí a carcajada limpia y tendí el torso sobre la mesa, mirandola, relajando el rostro.– Olvidaba que allí dentro nadie tiene voluntad. Mira, chica... ¿Huracán? Huracán. No sé a qué viene esto, este.. jueguecito extraño. Si has venido aquí buscando pelea no tienes más que acercarte a cualquier mesa y quitarle la jarra a alguien, o salir por ahí al bosque, está plagado de otros monstruos como yo a estas horas. Puedes esperar a que... –derramé parte de la botella por su torso y levanté la mirada impasible, sin saber si quiera por qué había hecho aquello; intuía que quería acción.– ...ocurra algo así... Lo siento, querida, qué torpe.
Me recosté en la silla con los brazos cruzados mirandola y el rostro relajado, con media sonrisa. – Pero si tienes problemas que resolver, y digo problemas, de verdad, delicados... No hace falta que entres así en la boca del lobo, altiva, desafiante. Mimetízate. Y al fin y al cabo todos hacemos cosas que no queremos alguna vez, ¿no...? Yo no debería meterme, es tu trabajo, pero de todas formas te aconsejo que no te acerques a esa Hermandad. –Me había enfadado aquel "jueguecito" de miradas y sonrisas como si de niños enfadados se tratase. Sospechaba que aquel era el germen de la perorata sin sentido que acababa de soltar, puede que algo más.
Guardé silencio, expectante, ante su reacción. Algo más. Una vocecilla esconcida muy hondo de mi esperaba que volcase la mesa y se lanzase sobre mi cuchillo en mano, me movía a preguntar "¿Sabes bailar en estas tierras?"
– Soy el siguiente eslabón de la cadena trófica. Aunque yo no bebo sangre, claro. –Suspiré, ladeé el rostro y asentí lentamente, apoyando la espalda en mi silla y dando un trago a la botella.
– Muy aguda, sí señor... –en voz baja y sin darme cuenta. Nuestro intermediario en cambio pareció sufrir con las palabras de Huracán y la situación que estaba siendo invadida por aire enrarecido de frialdad, de la rectitud de movimientos. Empezaba a ver por dónde iba la cosa. Apreté los dientes, tragué y relajé el rostro viendo cómo el de ella esbozaba aquella sonrisa bastante forzada, tensa y... ¿a la defensiva? ¿U ofensiva? Teniendo en cuenta que acababa de matar a un vampiro y estaba haciendo preguntas, diría que lo segundo.
Agité la mano quitándole importancia al asunto que parecía resultar extremadamente tenso para Huracán; de modo que algo más debía ocurrir, ¿no...? En fin, poco a poco. – En cualquier caso, Huracán está buscando a un gremio conocido como la Hermandad. Ébano es de las que te dije antes.
– Oh... –llevé ambos labios desde la "o" que habían formado hasta fruncirse entre sí. Agaché la mirada, me pasé las manos por el pelo y luego miré la cabeza. – ¿Te importa si...? –empujé suavemente del pelo hasta que cayó con un ruido sordo al otro lado y suspiré, dejando caer los antebrazos sobre la mesa, mirando a la mujer, que volvía a sonreir de forma fría y firme. Antes de que pudiese contestar y siquiera procesar aquella información, volvió a hablar.
– Tranquilo. No creo que pase nada. Me intriga saber la razón que podría llevar a alguien a abandonar un gremio que te protege y te hace la vida sencilla y, a consecuencia de eso, lo que más me sorprende es que sigas viva.
La Hermandad. Después de unos años, con el último contacto que había tenido con Amaranth en aquello que había resultado algún tipo de... emboscada, trampa o descuido, no había sabido nada. Desde que me escapé, traté de huir y obviar cualquier indicio, hasta ese día en que la chica me pidió ayuda para recuperar objetos personales y luego conocí a... bueno. Era agua pasada. Cerré los ojos con fuerza. Su prepotencia era tal que casi podía olerla y ciertamente había estado muy tranquila, había tratado de empezar un juego que a menudo terminaba en un par de copas y a veces con suerte un par de pisos más arriba pero parecía obcecada en su empeño.
Una parte de mí quería sentirse viva de nuevo, quería provocarla y quería pelear; otra parte quería seguir su camino, pero la estúpida y asquerosa nueva parte de mi solo quería indicarle a la muchacha por dónde se estaba moviendo, aunque probablemente lo supiese.
– Mira...
– En cualquier caso, necesito alguna pista que me lleve hasta ellos.
Aquello me cabreó. Encima con prisas... En el fondo pensaba que eran "infundadas" por aquel ansia y deseo de exterminio que rezumaba la bruja por los poros, pero en aquel momento, simplemente me enfadó.
– Me intriga saber la razón que podría llevar a alguien a continuar en un lugar como aquel. –respondí con su misma fórmula, cansada de todas las suponsiciones de la gente solamente con la primera impresión. La miraba fijamente, con el rostro serio, frío, destilando los años que aquel recuerdo y aquellas palabras habían estado encerrados en un baúl.– ¡Oh! –reí a carcajada limpia y tendí el torso sobre la mesa, mirandola, relajando el rostro.– Olvidaba que allí dentro nadie tiene voluntad. Mira, chica... ¿Huracán? Huracán. No sé a qué viene esto, este.. jueguecito extraño. Si has venido aquí buscando pelea no tienes más que acercarte a cualquier mesa y quitarle la jarra a alguien, o salir por ahí al bosque, está plagado de otros monstruos como yo a estas horas. Puedes esperar a que... –derramé parte de la botella por su torso y levanté la mirada impasible, sin saber si quiera por qué había hecho aquello; intuía que quería acción.– ...ocurra algo así... Lo siento, querida, qué torpe.
Me recosté en la silla con los brazos cruzados mirandola y el rostro relajado, con media sonrisa. – Pero si tienes problemas que resolver, y digo problemas, de verdad, delicados... No hace falta que entres así en la boca del lobo, altiva, desafiante. Mimetízate. Y al fin y al cabo todos hacemos cosas que no queremos alguna vez, ¿no...? Yo no debería meterme, es tu trabajo, pero de todas formas te aconsejo que no te acerques a esa Hermandad. –Me había enfadado aquel "jueguecito" de miradas y sonrisas como si de niños enfadados se tratase. Sospechaba que aquel era el germen de la perorata sin sentido que acababa de soltar, puede que algo más.
Guardé silencio, expectante, ante su reacción. Algo más. Una vocecilla esconcida muy hondo de mi esperaba que volcase la mesa y se lanzase sobre mi cuchillo en mano, me movía a preguntar "¿Sabes bailar en estas tierras?"
Ébano
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Me eché hacia atrás en la silla, apoyé mi brazo en el respaldo y dejé el otro sobre la mesa. Crucé la pierna. Aguardando su respuesta. Podía observar su enfado y el odio que mostraba en su mirada, y ella seguramente viera también el mío, que permanecía frío e impasible. Sin quitarle un ojo de encima.
Su respuesta no fue cordial ni mucho menos, sino que comenzó a imitarme y a reírse a carcajada limpia. ¿Cómo puede alguien desafiar a la muerte de una manera tan prepotente como la de aquella estúpida? Sus voces hicieron que fuésemos el centro de atención de aquella posada. Cosa que iba totalmente en contra de lo que yo buscaba, que era pasar lo más inadvertida posible. Aunque para mí era me resultaba difícil contenerme teniendo el disgusto de tener que compartir mesa con una chupasangre. Aún así, mantuve mi postura y la mirada fría durante su discurso en el que se preguntaba si había venido a buscar problemas.
Discurso que remató levantándose y desparramándome su bebida por mi cuerpo. Un silencio generalizado acompañado de algún ¡oh! se escucharon en el local. El tipo que se encontraba con nosotras se levantó disimuladamente.
Descrucé las piernas. Levanté los brazos y me sacudí, miré hacia mi cuerpo con la boca abierta, me había dejado empapada y pegajosa. Levanté mis ojos y apreté los labios, lanzándole una mirada fulminante. Estaba buscándome y me había encontrado. Un impulso de sangre caliente recorrió mi cuerpo. Estaba enfadada. Demasiado. Tanto que una ventana de madera que permanecía abierta no tardaría en abrirse y causar un fuerte estruendo al golpear con las paredes. El viento comenzaba a fluir fuera del edificio. Con un poco de suerte pensaría que fue una fortuita corriente de aire. Resoplé para tranquilizarme y hacer que el viento disminuyera su intensidad.
-No te preocupes, querida. A veces, ocurren estos accidentes. A todos nos puede pasar. – le dije con una voz relajada, pero sin entonación. Quité una mano de la mesa disimuladamente, llevando con esta hacia atrás mi larga melena, para a continuación bajarla por debajo de la mesa en dirección al muslo. – Me alegra saber que has pertenecido a la Hermandad, y agradezco tus consejos. – Quería que se centrara en mi discurso y no en mi mano, que elevé suavemente desde mi muslo hasta alcanzar mi ballesta pequeña derecha, que colgaba de mi cinturón. Incliné un poco la cabeza e hice un inciso con las cejas. – Yo también tengo uno para ti, Ébano. – Activé el percutor, que hizo un pequeño chasquido que indicaba que la flecha había llegado a la recámara. Ahora podía disparar. – Y es que te asegures de a quién le estás hablando antes de descargar tu afilada lengua de chupasangre.
Me levanté rápidamente, desenfundé con velocidad y disparé un virote, pero no a su cabeza, sino en dirección a su hombro derecho. Mi intención era que pasara rozando la piel, dejándole clara mi puntería y efectuándole una pequeña herida. Hubiese sido más fácil dispararle a la cabeza directamente. Pero quería que viviera para verla suplicar perdón por haber desparramado su bebida sobre mí. Y, además, qué narices, quería divertirme.
-¿Por qué no te lames la sangre? ¿No tienes hambre? – sonreí pícaramente sin dejar de apuntarle, e hice que mi lengua recorriera en círculo mi labio inferior y derecho, haciendo un sensual gesto de relamerme.
El posadero, consciente de que allí iba a haber pelea, se acercó a nosotras. Con rapidez. Mi virote había quedado clavado sobre una pared al fondo de la sala.
-¡Por favor! No quiero violencia en mi posada. Cualquier problema que tengáis, solucionadlo fuera. – dijo el tipo a mi espalda, que ni siquiera miré. Pero tenía razón. No tenía ninguna gana de destrozar la taberna a aquel hombre, que ninguna culpa tenía de nuestros deseos de pelea. Miré a la rubia, le sonreí, le guiñé un ojo y me dispuse a salir fuera. Con la cabeza bien alta.
Allí fuera me esperaba mi mejor amigo: el viento. Cerré los ojos. Una intensa sensación de placer me recorrió el cuerpo. Me encantaba sentir el viento fluir por mi cuerpo. No soplaba muy fuerte. Pero sin duda, me podría ayudar. Esperaba que Ébano saliera por la puerta. Seguro que saldría con ganas de pelea. Y, si no lo hacía, al menos quedaría en evidencia en su propia taberna.
-El viento es casi tan placentero como ver morir a un vampiro. No sé cual de las dos sensaciones me resulta más excitante - Le dije para provocarla, con una mirada inocente, mordiéndome el labio inferior. Tratando de desquiciarla. Esperaría a la defensiva, a que se lanzara a por mí, y me defendería de sus ataques. Quería desquiciarla con sus propias armas.
Off: El metarol de la ballesta lo hemos pactado >.<Su respuesta no fue cordial ni mucho menos, sino que comenzó a imitarme y a reírse a carcajada limpia. ¿Cómo puede alguien desafiar a la muerte de una manera tan prepotente como la de aquella estúpida? Sus voces hicieron que fuésemos el centro de atención de aquella posada. Cosa que iba totalmente en contra de lo que yo buscaba, que era pasar lo más inadvertida posible. Aunque para mí era me resultaba difícil contenerme teniendo el disgusto de tener que compartir mesa con una chupasangre. Aún así, mantuve mi postura y la mirada fría durante su discurso en el que se preguntaba si había venido a buscar problemas.
Discurso que remató levantándose y desparramándome su bebida por mi cuerpo. Un silencio generalizado acompañado de algún ¡oh! se escucharon en el local. El tipo que se encontraba con nosotras se levantó disimuladamente.
Descrucé las piernas. Levanté los brazos y me sacudí, miré hacia mi cuerpo con la boca abierta, me había dejado empapada y pegajosa. Levanté mis ojos y apreté los labios, lanzándole una mirada fulminante. Estaba buscándome y me había encontrado. Un impulso de sangre caliente recorrió mi cuerpo. Estaba enfadada. Demasiado. Tanto que una ventana de madera que permanecía abierta no tardaría en abrirse y causar un fuerte estruendo al golpear con las paredes. El viento comenzaba a fluir fuera del edificio. Con un poco de suerte pensaría que fue una fortuita corriente de aire. Resoplé para tranquilizarme y hacer que el viento disminuyera su intensidad.
-No te preocupes, querida. A veces, ocurren estos accidentes. A todos nos puede pasar. – le dije con una voz relajada, pero sin entonación. Quité una mano de la mesa disimuladamente, llevando con esta hacia atrás mi larga melena, para a continuación bajarla por debajo de la mesa en dirección al muslo. – Me alegra saber que has pertenecido a la Hermandad, y agradezco tus consejos. – Quería que se centrara en mi discurso y no en mi mano, que elevé suavemente desde mi muslo hasta alcanzar mi ballesta pequeña derecha, que colgaba de mi cinturón. Incliné un poco la cabeza e hice un inciso con las cejas. – Yo también tengo uno para ti, Ébano. – Activé el percutor, que hizo un pequeño chasquido que indicaba que la flecha había llegado a la recámara. Ahora podía disparar. – Y es que te asegures de a quién le estás hablando antes de descargar tu afilada lengua de chupasangre.
Me levanté rápidamente, desenfundé con velocidad y disparé un virote, pero no a su cabeza, sino en dirección a su hombro derecho. Mi intención era que pasara rozando la piel, dejándole clara mi puntería y efectuándole una pequeña herida. Hubiese sido más fácil dispararle a la cabeza directamente. Pero quería que viviera para verla suplicar perdón por haber desparramado su bebida sobre mí. Y, además, qué narices, quería divertirme.
-¿Por qué no te lames la sangre? ¿No tienes hambre? – sonreí pícaramente sin dejar de apuntarle, e hice que mi lengua recorriera en círculo mi labio inferior y derecho, haciendo un sensual gesto de relamerme.
El posadero, consciente de que allí iba a haber pelea, se acercó a nosotras. Con rapidez. Mi virote había quedado clavado sobre una pared al fondo de la sala.
-¡Por favor! No quiero violencia en mi posada. Cualquier problema que tengáis, solucionadlo fuera. – dijo el tipo a mi espalda, que ni siquiera miré. Pero tenía razón. No tenía ninguna gana de destrozar la taberna a aquel hombre, que ninguna culpa tenía de nuestros deseos de pelea. Miré a la rubia, le sonreí, le guiñé un ojo y me dispuse a salir fuera. Con la cabeza bien alta.
Allí fuera me esperaba mi mejor amigo: el viento. Cerré los ojos. Una intensa sensación de placer me recorrió el cuerpo. Me encantaba sentir el viento fluir por mi cuerpo. No soplaba muy fuerte. Pero sin duda, me podría ayudar. Esperaba que Ébano saliera por la puerta. Seguro que saldría con ganas de pelea. Y, si no lo hacía, al menos quedaría en evidencia en su propia taberna.
-El viento es casi tan placentero como ver morir a un vampiro. No sé cual de las dos sensaciones me resulta más excitante - Le dije para provocarla, con una mirada inocente, mordiéndome el labio inferior. Tratando de desquiciarla. Esperaría a la defensiva, a que se lanzara a por mí, y me defendería de sus ataques. Quería desquiciarla con sus propias armas.
Anastasia Boisson
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
La vi levantarse y mover la mano. Lo había empezado a esperar hacía un rato, sus palabras sobre el consejo que tenía para mi lo dejaron ver, y definitivamente el movimiento dejó claro que no iba a quedarse de brazos cruzados.
El virote pasó flotando en un visto y no visto veloz, hiriendome el hombro, a lo que siseé inevitablemente, más por la actitud de la mujer que por la herida, escocía pero no era nada del otro mundo. En cambio ella... Piel bonita, cabello largo, agallas y...
– ¿Por qué no te lames la sangre? ¿No tienes hambre? – ... Y lengu afilada. Tragué, miré hacia abajo con media sonrisa y respiré hondo, varias veces. Seguía con aquella actitud y no íbamos a llegar a ninguna parte, pero si quería jugar, podría hacerlo. Me mantuve en silencio, olía la sangre y efectivamente, tenía hambre, pero no pensaba rebajarme a su nivel, y mucho menos darle lo que quería, que era verme nerviosa por su culpa, si iba a alterarme, lo haría en condiciones.
– ¡Por favor! No quiero violencia en mi posada. Cualquier problema que tengáis, solucionadlo fuera. – Huracán salió, impasible, con la cabeza alta tras un guiño. Seguí sus pasos con tranquilidad, ¿me provocaba? Estaba habituada a las mujeres descocadas, también a las peleas, pero una mujer guapa, fuerte, ¿y encima descocada...? Solo conocía a otra y la relación era cuanto menos... Adictiva.
– El viento es casi tan placentero como ver morir a un vampiro. No sé cual de las dos sensaciones me resulta más excitante.
Me planté delante y dejé caer los brazos a ambos lados, caminando por el pequeño patio exterior que hacía las veces de pórtico, rodeando a la mujer. La observaba. Me acerqué despacio y olisqueé sus hombros, segura de que al más mínimo movimiento, movería ficha.
– Dime, ¿desde cuando un vampiro necesita que venga un cualquiera a molestar para conseguir encender su deseo? –dije, cerca de su oído. Me paré ahí y lamí mi sangre del hombro de forma pausada, sensual, recreandome en el sabor y dejando que aquello me alterase... de las dos formas que solía hacerlo. No me molesté en limpiar los restos de los labios y la miré. Intentaba pincharla, meter el dedo en la yaga y provocarla, atendiendo a un oscuro deseo de pelea, sangre y carnalidad. – Tienes problemas, chica, salta a la vista. Estás enfadada con el mundo y lo pagas dando caza a vampiros, porque es una tarea tan noble.... ¿Problemas con tu infancia? ¿Un amor frustrado? ¿Padres... perdidos?
Unté un dedo en mi propia sangre y lo deslicé por el escote de ella, hacia su cuello, mirándola fijamente a los ojos y pensando que parecía decidida a no irse de allí sin un poco de acción, pero no sería yo quien se la negase, llevaba demasiado tiempo tratando de obviar mis impulsos, la manera errática de actuar que tanto me alejaba de muchos, igual que llevaba tiempo tratando de comportarme como uno más, tranquila, trabajadora pero.. – Solo hay una cosa que agradezco a esa Hermandad miserable, y es que gracias a ellos mi gusto por la noche, por el alcohol... por chicas como tú, se ha hecho tan necesario.... –dicho esto, siseé, alcé el brazo y le propiné un guantazo con toda la fuerza que me fue posible. Saqué un cuchillo del muslo y los colmillos, mudando los ojos rojos y separandome unos pasos de ella, danzando a su alrededor. – Cuando termine, chica, no vas a desear en tu vida nada más que esto...
El virote pasó flotando en un visto y no visto veloz, hiriendome el hombro, a lo que siseé inevitablemente, más por la actitud de la mujer que por la herida, escocía pero no era nada del otro mundo. En cambio ella... Piel bonita, cabello largo, agallas y...
– ¿Por qué no te lames la sangre? ¿No tienes hambre? – ... Y lengu afilada. Tragué, miré hacia abajo con media sonrisa y respiré hondo, varias veces. Seguía con aquella actitud y no íbamos a llegar a ninguna parte, pero si quería jugar, podría hacerlo. Me mantuve en silencio, olía la sangre y efectivamente, tenía hambre, pero no pensaba rebajarme a su nivel, y mucho menos darle lo que quería, que era verme nerviosa por su culpa, si iba a alterarme, lo haría en condiciones.
– ¡Por favor! No quiero violencia en mi posada. Cualquier problema que tengáis, solucionadlo fuera. – Huracán salió, impasible, con la cabeza alta tras un guiño. Seguí sus pasos con tranquilidad, ¿me provocaba? Estaba habituada a las mujeres descocadas, también a las peleas, pero una mujer guapa, fuerte, ¿y encima descocada...? Solo conocía a otra y la relación era cuanto menos... Adictiva.
– El viento es casi tan placentero como ver morir a un vampiro. No sé cual de las dos sensaciones me resulta más excitante.
Me planté delante y dejé caer los brazos a ambos lados, caminando por el pequeño patio exterior que hacía las veces de pórtico, rodeando a la mujer. La observaba. Me acerqué despacio y olisqueé sus hombros, segura de que al más mínimo movimiento, movería ficha.
– Dime, ¿desde cuando un vampiro necesita que venga un cualquiera a molestar para conseguir encender su deseo? –dije, cerca de su oído. Me paré ahí y lamí mi sangre del hombro de forma pausada, sensual, recreandome en el sabor y dejando que aquello me alterase... de las dos formas que solía hacerlo. No me molesté en limpiar los restos de los labios y la miré. Intentaba pincharla, meter el dedo en la yaga y provocarla, atendiendo a un oscuro deseo de pelea, sangre y carnalidad. – Tienes problemas, chica, salta a la vista. Estás enfadada con el mundo y lo pagas dando caza a vampiros, porque es una tarea tan noble.... ¿Problemas con tu infancia? ¿Un amor frustrado? ¿Padres... perdidos?
Unté un dedo en mi propia sangre y lo deslicé por el escote de ella, hacia su cuello, mirándola fijamente a los ojos y pensando que parecía decidida a no irse de allí sin un poco de acción, pero no sería yo quien se la negase, llevaba demasiado tiempo tratando de obviar mis impulsos, la manera errática de actuar que tanto me alejaba de muchos, igual que llevaba tiempo tratando de comportarme como uno más, tranquila, trabajadora pero.. – Solo hay una cosa que agradezco a esa Hermandad miserable, y es que gracias a ellos mi gusto por la noche, por el alcohol... por chicas como tú, se ha hecho tan necesario.... –dicho esto, siseé, alcé el brazo y le propiné un guantazo con toda la fuerza que me fue posible. Saqué un cuchillo del muslo y los colmillos, mudando los ojos rojos y separandome unos pasos de ella, danzando a su alrededor. – Cuando termine, chica, no vas a desear en tu vida nada más que esto...
Ébano
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
La vampiresa se acercó y comenzó a olfatearme. No le quitaba los ojos de encima, mientras mantenía la mirada desafiante sobre ella. Sorbió la sangre mientras yo mantenía mi mirada impasible. Lo hacía de manera sensual. Lo cierto es que la mujer era ciertamente explosiva. Pero yo mantuve mi mirada fría para que no notase que sus maneras inspiraban mi imaginación. Sin embargo, los motivos por los que creía que me dedicaba a la caza de vampiros eran erróneos. Se notaba que aquella mujer no me conocía de nada.
-Tú no sabes nada de mí, criatura. – le respondí con rostro enfadado, señalándola con el índice – Soy maestra tensái en Beltrexus – declaré - ¿Crees que tengo necesidad de pelearme contra los de tu especie para sacarme un dinerillo? Mis motivos van mucho más allá de lo que tú piensas. Y si quiero encontrar a la Hermandad, es porque tengo motivos personales para ello. – Esto era algo cierto, yo era maestra en la academia tensái de Beltrexus. Sin embargo, el hecho de continuar el legado de mi familia, así como vengar los crímenes de mi abuela Mortagglia y su peligrosa banda se antojaba ya como algo más personal que profesional. De hecho, muy pocos eran los contratos de caza que realizaba sin que éstos tuviesen algún tipo de relación con la Hermandad.
Pero a la vampiro poco parecían importarle mis motivos. Mientras hablaba pasó su dedo por la sangre y recorrió mi escote. Llegando hasta mi cuello, dejándome un rastro de sangre. Era un gesto que por un lado resultaba placentero, aunque por otro me producía repulsión. Además, por las palabras de odio que desprendía la mujer hacia la Hermandad mientras realizaba esto, definitivamente no parecía un miembro de esta. Ningún miembro hablaría así del grupo, sino que solían ser más bien robots y sumisos de mi abuela o de algún otro peso pesado del gremio.
Sin embargo, el gesto final de Ébano fue propinarme un puñetazo en la cara muy fuerte, que me hizo dar un grito y casi caerme hacia atrás. Di un grito de dolor. Me había dado muy fuerte. Noté un sabor agrio en la boca. Sangre, sin duda. Un fino hilo de sangre comenzó a caerme por el labio y descender por la barbilla. La vampiresa sacó un cuchillo de su muslo y se mostró amenazante.
-Zorra… Ahora sí que la has cagado. - musité apretando los dientes, mostrándole cara de odio, llevándome la mano a la herida, que tardaría bastante en cerrarse y dejar de ceder sangre. Por raro que pudiera parecer, aquella actuación había conseguido activar una cierta necesidad de placer dentro de mí. Al menos, podía decirse que era la persona más atractiva que me había dado un moquete. – Guarda esos colmillos antes de que te los arranque. – amenacé ante su aspecto, totalmente vampírico.
Yo también tomé mi daga de mi muslo y me lancé a por ella. Realizando movimientos rápidos y largos con el brazo. Tratando de alcanzar su cuello y sus brazos. Desde luego, no parecía un combate muy profesional, pero parecía que ninguna de las dos parecíamos buscar la muerte de la otra, por mucho que dijéramos. Lo cierto es que repudiaba a Ébano, pero a la vez sentía cierta atracción. Precisamente esa sensación de vernos enfrentadas a nuestra "némesis" fuera la causante de nuestro furor. Aún así, no lloraría por ella si en uno de los golpes cruzados un tajo atravesaba su garganta. Intenté rasgarle los brazos y el cuerpo en varias veces. A los vampiros les gustaba la sangre, y a mí me gustaba verlos sangrar…
… Aunque también me gustaba empalarlos contra un árbol. Tenía ganas de utilizar mi ballesta pesada, pero necesitaba ganar distancia con ella para poder usarla. Tras una pequeña pausa durante nuestro forcejeo, observé desde donde podría tirar con toda la tranquilidad del mundo. Y observé un pequeño balcón en el segundo piso. Sonreí maliciosamente. Le pegué un pequeño empujón para alejarme de ella y me dirigí corriendo hasta allí. Gracias a mis habilidades del viento pude generar una corriente de aire a mis pies que me permitió saltar hasta el segundo piso, al pequeño balcón. Habría que ver si era capaz de llegar hasta allí.
Miré hacia el interior. Por curiosidad. A través de una cristalera y uan cortina. Era una pequeña habitación situada en el piso superior de la posada, oscura y totalmente vacía, únicamente iluminada por la luz de la luna que se colaba por una rendija entre la cortina. Volví mi mirada al balcón, desde el que podía ver a Ébano en la parte inferior. Desenfundé la ballesta pesada de mi espalda. Quitándome antes con la mano la sangre de la boca. Todavía seguía sangrando a chorro por ahí.
-¡Esquiva esto si puedes, chupasangre! – Le grité con enfado y despectivamente. Apoyé mi ballesta contra el hombro. Tensé al máximo el tiro, y apunté directamente a su cuerpo. Si le daba, sería probablemente su fin. Era el arma cazavampiros por excelencia, armadas con virotes de 40 cm y puntas de plata. Mortal para cualquier vampiro. Le disparé con la intención de darle.
-Tú no sabes nada de mí, criatura. – le respondí con rostro enfadado, señalándola con el índice – Soy maestra tensái en Beltrexus – declaré - ¿Crees que tengo necesidad de pelearme contra los de tu especie para sacarme un dinerillo? Mis motivos van mucho más allá de lo que tú piensas. Y si quiero encontrar a la Hermandad, es porque tengo motivos personales para ello. – Esto era algo cierto, yo era maestra en la academia tensái de Beltrexus. Sin embargo, el hecho de continuar el legado de mi familia, así como vengar los crímenes de mi abuela Mortagglia y su peligrosa banda se antojaba ya como algo más personal que profesional. De hecho, muy pocos eran los contratos de caza que realizaba sin que éstos tuviesen algún tipo de relación con la Hermandad.
Pero a la vampiro poco parecían importarle mis motivos. Mientras hablaba pasó su dedo por la sangre y recorrió mi escote. Llegando hasta mi cuello, dejándome un rastro de sangre. Era un gesto que por un lado resultaba placentero, aunque por otro me producía repulsión. Además, por las palabras de odio que desprendía la mujer hacia la Hermandad mientras realizaba esto, definitivamente no parecía un miembro de esta. Ningún miembro hablaría así del grupo, sino que solían ser más bien robots y sumisos de mi abuela o de algún otro peso pesado del gremio.
Sin embargo, el gesto final de Ébano fue propinarme un puñetazo en la cara muy fuerte, que me hizo dar un grito y casi caerme hacia atrás. Di un grito de dolor. Me había dado muy fuerte. Noté un sabor agrio en la boca. Sangre, sin duda. Un fino hilo de sangre comenzó a caerme por el labio y descender por la barbilla. La vampiresa sacó un cuchillo de su muslo y se mostró amenazante.
-Zorra… Ahora sí que la has cagado. - musité apretando los dientes, mostrándole cara de odio, llevándome la mano a la herida, que tardaría bastante en cerrarse y dejar de ceder sangre. Por raro que pudiera parecer, aquella actuación había conseguido activar una cierta necesidad de placer dentro de mí. Al menos, podía decirse que era la persona más atractiva que me había dado un moquete. – Guarda esos colmillos antes de que te los arranque. – amenacé ante su aspecto, totalmente vampírico.
Yo también tomé mi daga de mi muslo y me lancé a por ella. Realizando movimientos rápidos y largos con el brazo. Tratando de alcanzar su cuello y sus brazos. Desde luego, no parecía un combate muy profesional, pero parecía que ninguna de las dos parecíamos buscar la muerte de la otra, por mucho que dijéramos. Lo cierto es que repudiaba a Ébano, pero a la vez sentía cierta atracción. Precisamente esa sensación de vernos enfrentadas a nuestra "némesis" fuera la causante de nuestro furor. Aún así, no lloraría por ella si en uno de los golpes cruzados un tajo atravesaba su garganta. Intenté rasgarle los brazos y el cuerpo en varias veces. A los vampiros les gustaba la sangre, y a mí me gustaba verlos sangrar…
… Aunque también me gustaba empalarlos contra un árbol. Tenía ganas de utilizar mi ballesta pesada, pero necesitaba ganar distancia con ella para poder usarla. Tras una pequeña pausa durante nuestro forcejeo, observé desde donde podría tirar con toda la tranquilidad del mundo. Y observé un pequeño balcón en el segundo piso. Sonreí maliciosamente. Le pegué un pequeño empujón para alejarme de ella y me dirigí corriendo hasta allí. Gracias a mis habilidades del viento pude generar una corriente de aire a mis pies que me permitió saltar hasta el segundo piso, al pequeño balcón. Habría que ver si era capaz de llegar hasta allí.
Miré hacia el interior. Por curiosidad. A través de una cristalera y uan cortina. Era una pequeña habitación situada en el piso superior de la posada, oscura y totalmente vacía, únicamente iluminada por la luz de la luna que se colaba por una rendija entre la cortina. Volví mi mirada al balcón, desde el que podía ver a Ébano en la parte inferior. Desenfundé la ballesta pesada de mi espalda. Quitándome antes con la mano la sangre de la boca. Todavía seguía sangrando a chorro por ahí.
-¡Esquiva esto si puedes, chupasangre! – Le grité con enfado y despectivamente. Apoyé mi ballesta contra el hombro. Tensé al máximo el tiro, y apunté directamente a su cuerpo. Si le daba, sería probablemente su fin. Era el arma cazavampiros por excelencia, armadas con virotes de 40 cm y puntas de plata. Mortal para cualquier vampiro. Le disparé con la intención de darle.
Anastasia Boisson
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– Zorra… Ahora sí que la has cagado. Guarda esos colmillos antes de que te los arranque. –me reí, una risa profunda y gutural, y al momento comenzó el forcejeo. Peleaba bien, empuje, intentos de puñalada, una danza preciosa... Y sus ojos. Ira, calor y repulsión, fuerza.
Noches como aquella me hacían sentir viva, y hacía mucho que no llegaba la oportunidad. Su sangre me salpicaba de cuando en cuanto, rodábamos, nos golpeábamos y empujábamos. Trataba de herirla y agotarla, y a esas alturas más que buscar su muerte únicamente buscaba jugar, divertirme.
Nos separamos, me pegó un empujón, trastabillé y salió disparada a un balcón que sobresalía de la posada. Respirando agitadamente, caminé rodeando el balcón sin perderla de vista, casi como un animal, hambriento, cabreado. ¿Se creía que podía largarse así, tal cual? ¿Jugar conmigo de esa manera?
Desenfundó la ballesta que llevaba a la espalda. – Así que quieres jugar con fuego... – disparó. Rodé, levanté el brazo bruscamente para evitar que me diese de lleno y me pasó rozando en un costado. Siseé, cabreada. Chillé, escocía. Veía su expresión, estaba segura de que estaba disfrutando de esto, podía vérselo en los ojos. Saqué una segunda daga de la funda entre las varillas del corpiño, y lancé chillando, buscando sangre.
La cortina ondeaba tras de ella, ignoraba si le dio, me fundí con los árboles que rodeaban la posada, en la espesura oscura y volví a reir de forma gutural. Aquello tenía un punto de placer macabro que me embriagaba entera. Siseé, me moví a los lados consciente de que no podía verme y trepé por uno de ellos.
Salté hacia el balcón sacando los colmillos con un grito agudo, blandiendo la garra para el dedo que tenía hasta caer sobre ella y volver a cruzarle la cara en una bofetada, tras lo cual traté de agarrar su rostro y lamer la sangre que manaba de ella, presionando sobre el brazo de su ballesta y sabiendo que en menos de una décima de segundo se zafaría de mí, me echaría a un lado, rodaríamos o algo por el estilo, sabía que estaba cabreada, que quería mi sangre y que no le importaba nada, sí; pero yo quería que me sientiese encima de ella, que sintiese ambas piernas rodeándola porque lo sabía, lo había visto en sus ojos y sabía exactamente qué deseaba. – Yo seré una zorra, bruja, pero no intentes negarte lo evidente..
Aún sabiendo lo mucho que la deseaba en ese momento, pues no podía negármelo: sangre, noche, el alcohol que normalmente llevaba consumido y una mujer tan hermosa... Aun sabiendo eso, no quería dejar de jugar tan pronto....
Continuaría el forcejeo, trataría de arañarla y golpearla más veces, terminaríamos resollando, estaba segura; pero también estaba segura de que ninguna de las dos pensaba detenerse solo por eso. Y mientras tanto, sobre ella, sonreía enseñándole los dientes que tanto le molestaban, con restos de sangre y los ojos rojos, de nuevo casi fuera de mi.
Noches como aquella me hacían sentir viva, y hacía mucho que no llegaba la oportunidad. Su sangre me salpicaba de cuando en cuanto, rodábamos, nos golpeábamos y empujábamos. Trataba de herirla y agotarla, y a esas alturas más que buscar su muerte únicamente buscaba jugar, divertirme.
Nos separamos, me pegó un empujón, trastabillé y salió disparada a un balcón que sobresalía de la posada. Respirando agitadamente, caminé rodeando el balcón sin perderla de vista, casi como un animal, hambriento, cabreado. ¿Se creía que podía largarse así, tal cual? ¿Jugar conmigo de esa manera?
Desenfundó la ballesta que llevaba a la espalda. – Así que quieres jugar con fuego... – disparó. Rodé, levanté el brazo bruscamente para evitar que me diese de lleno y me pasó rozando en un costado. Siseé, cabreada. Chillé, escocía. Veía su expresión, estaba segura de que estaba disfrutando de esto, podía vérselo en los ojos. Saqué una segunda daga de la funda entre las varillas del corpiño, y lancé chillando, buscando sangre.
La cortina ondeaba tras de ella, ignoraba si le dio, me fundí con los árboles que rodeaban la posada, en la espesura oscura y volví a reir de forma gutural. Aquello tenía un punto de placer macabro que me embriagaba entera. Siseé, me moví a los lados consciente de que no podía verme y trepé por uno de ellos.
Salté hacia el balcón sacando los colmillos con un grito agudo, blandiendo la garra para el dedo que tenía hasta caer sobre ella y volver a cruzarle la cara en una bofetada, tras lo cual traté de agarrar su rostro y lamer la sangre que manaba de ella, presionando sobre el brazo de su ballesta y sabiendo que en menos de una décima de segundo se zafaría de mí, me echaría a un lado, rodaríamos o algo por el estilo, sabía que estaba cabreada, que quería mi sangre y que no le importaba nada, sí; pero yo quería que me sientiese encima de ella, que sintiese ambas piernas rodeándola porque lo sabía, lo había visto en sus ojos y sabía exactamente qué deseaba. – Yo seré una zorra, bruja, pero no intentes negarte lo evidente..
Aún sabiendo lo mucho que la deseaba en ese momento, pues no podía negármelo: sangre, noche, el alcohol que normalmente llevaba consumido y una mujer tan hermosa... Aun sabiendo eso, no quería dejar de jugar tan pronto....
Continuaría el forcejeo, trataría de arañarla y golpearla más veces, terminaríamos resollando, estaba segura; pero también estaba segura de que ninguna de las dos pensaba detenerse solo por eso. Y mientras tanto, sobre ella, sonreía enseñándole los dientes que tanto le molestaban, con restos de sangre y los ojos rojos, de nuevo casi fuera de mi.
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El virote llevaba la dirección correcta, además de una gran potencia. Tanto que a la vampiresa casi no le da tiempo a esquivarlo. Le pasó rozando el costado. Por el grito que dio al menos la había rozado. Sonreí.
Aunque no tuve demasiado tiempo para mi goce y disfrute, pues la vampiresa, claramente enfadada, me lanzó una daga que iba realizando círculos en el aire, en dirección a mi cabeza. Me aparté y se estrelló contra la cristalera, atravesándola y haciendo que cayera hecha añicos, partida en millones de cristalitos, provocando un fuerte estruendo. Su daga atravesó también la cortina. Resoplé. Volví a mirar hacia abajo, pero no la vi. – Mierda – repetí mirando incesantemente hacia abajo. Buscándola.
Me sorprendió por uno de los laterales del balcón, que tendría unos cuatro metros de largo. Se abalanzó sobre mí, derribándome. Mi ballesta pesada cayó ya para dentro de la habitación. Desde el suelo me sacudió un fuerte golpe que me hizo sangrar aún más, me había hecho aún más daño al ir a darme donde me había hecho la primera herida.
Forcejeamos durante un tiempo, trataba de librarme de ella como fuera. Pero era fuerte, me inmovilizaba. Me apretaba con fuerza las piernas, impidiéndome el movimiento. Me arañó la espalda con sus afiladas uñas. Aquello me había hecho mucho daño. Agarroté los dedos de mis manos y emití en principio un grito seco de dolor que se prolongó de tal manera que ya comenzaba a mezclarse con un gemido placentero. Se echó sobre mi cuello, pero no con la intención de morderme. Ébano no buscaba mi muerte, al igual que yo tampoco la suya. Tan sólo queríamos humillar a la otra. Demostrar quién era el auténtico cazador. Éramos la representante de la muerte desde cada punto de vista. Y, tras mirarla con un rostro de odio, apretando los dientes, y respirando con fuerza, podía decir que nunca la muerte fue tan bella.
Sorbió la sangre que emanaba de mi cuello. Los ojos se me cerraban, no me creía lo que estaba sucediendo allí. Era la primera vez que un vampiro bebía de mí. Y para colmo, me obligaba a ver sus malditos colmillos, llenos de sangre, de mi propia sangre.
Cuando volví en mí, hizo alusión a que no intentara “negar lo evidente”. La miré con odio y con desprecio, sin responderle. Puede que no pudiera moverme, pero aún me quedaba el último recurso: El viento.
Me revolví tratando de pegarle - ¡Ash balla ná! – grité. El viento sería mi aliado y, como siempre, no faltaría a su cita. Una fuerte corriente de aire empujó a Ébano contra la habitación, estampándola contra la puerta. Provocando un fuerte estruendo. Por fin libre, me llevé la mano a la espalda, y ahora sí que hice un gesto evidente de dolor al tratar de levantarme. Tosí un par de veces antes de hacerlo, me atrangataba, y escupí sangre al suelo antes de levantarme. No tenía nada roto, por fortuna.
Traté de no darle tiempo a que reaccionara. Atravesé la cortina y me dirigí hacia ella andando con determinación, de manera intimidante. Cuando me acerqué a ella. Le propiné un golpe en la cara, con todas mis fuerzas. Iba a caer derribada, pero no lo haría, pues la tomé del pelo, totalmente rubio, aunque ahora manchado de sangre, tras tocárselo con mis manos con las que me había limpiado las heridas que me había hecho. Volví a levantarla tirando de éste.
-Se acabó. – le dije con enfado. Obligándola a que me mirara. Apreté mis ensangrentados dientes con enfado. Un afilado sonido a metal resonó en cuanto saqué con fuerza mi daga de la funda en mi muslo. Se lo puse en la garganta. Alcé la cabeza.– Tú vas a decirme dónde encontrar a la Hermandad. – Retrocedí el brazo y realicé un fuerte impulso. ¿Pensaría que se lo iba a clavar? No lo sé. Pero no lo hice. Lo clavé con todas mis fuerzas en la puerta, a escasos centímetros de su cabeza. Probablemente se vería desde el otro lado. Al igual que ella pudo haberme mordido y no lo hizo, yo tampoco buscaba matarla, tan sólo intimidarla. No la mataría sabiendo que había pertenecido a la Hermandad. Esa información era demasiado valiosa para que se la llevase a la tumba. – Pero antes, ¿Sabes que me expulsarían si se enteran lo que tengo previsto hacer contigo? – concluí acercándome a ella.
Anastasia Boisson
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Gritó algo que no entendí y de pronto estaba saliendo disparada contra la puerta de la habitación de aquel balconcillo. "Mierda..." – Serás hija de.. Ahhg.... –me dolía todo, el impacto llevaba la fuerza del viento, mi peso, el forcejeo y la ira de la bruja; era un cóctel molotov.
Me erguí, expresión de ira y deseo a partes iguales mirándola a los ojos; se acercaba hecha un venablo; siseé, y a instantes de alzar la mano para arañarla, ella me propinó un puñetazo que me lanzó de nuevo al suelo. Chillé, cabreada. Estaba jugando conmigo porque había sido estúpida y la estaba subestimando, y debido a eso le había dado el momento pefecto para volver a lanzarme al suelo. Me agarró del pelo, traté de morder su mano y agarrar la otra, mirandola con desprecio y odio. Escupí sangre a sus pies.
– Se acabó.
– Zorra.. –levanté la rodilla tratando de propinarle un golpe en el vientre, mirandola con altivez y una sonrisa sangrienta, como la suya, como mi pelo y como muchas más cosas en as que habíamos dejado rastro. Sacó el cuchillo del mismo y lo apoyó en mi garganta.
– Tú vas a decirme dónde encontrar a la Hermandad.
– No veo por qué. – levanté la cara, mirándola con desdén. Sabía que necesitaba mi respuesta; y para mi sorpresa me di cuenta de que poco me importaba que me matase allí mismo. Tal vez por el calor de la pelea, tal vez por el alcohol en sangre o por la misma sangre haciéndome más animal que persona, pero no me importaba como me había aterrado antaño.
– Pero antes, ¿sabes que me expulsarían si se enteran lo que tengo previsto hacer contigo?
Sonreí, esperando aquello y sin sorprenderme. Aquella mujer destilaba deseo por los poros y no sería yo quien fuese a negarle nada. Le enseñé los dientes con expresión pícara, pero acerqué la boca a la suya y mordí sus labios tan fuerte como me permitía no hacerle una herida en condiciones. Me estremecí visiblemente. – Mmm.. Veo que hablamos la misma lengua, querida.
Deslicé la mano desde su nuca en linea recta hasta sus caderas y después la boca hasta su cuello con besos pausados, arañándole con los dientes; desconocía sus gustos, pero a menudo recibir cierto grado de dolor te hacía danzar sobre la fina cuerda que separa el desagrado del placer. – ¿Qué precio estás dispuesta a pagar por traicionar tus raíces? –dejé que sopesase la pregunta, que más bien era retórica y antes de nada, le contesté.– Te contaré lo que quieras saber, puedo ayudarte incluso, pero a cambio pediré lo mismo: –dije, pegada a su boca,mirandola fijamente; sonreí– información.
Había peleado con ella, a fin de cuentas; sabía que no era una cualquiera, que sabía lo que se hacía y que era buena en lo suyo. Y yo no era de esas personas racistas fieles a los hechos del pasado... Si necesitaba que la ayudase a llegar a alguna parte, lo haría; sobre todo porque parecía no saber realmente dónde se metía. Pero no era aquel el momento para pensar en esos temas... Dejé que respondiese, y volví a buscar sus labios con deseo, deslizando las manos desde sus caderas por su vientre a su torso, buscando deshacer los cordones para descubrir cómo era yacer con una bruja.
Me erguí, expresión de ira y deseo a partes iguales mirándola a los ojos; se acercaba hecha un venablo; siseé, y a instantes de alzar la mano para arañarla, ella me propinó un puñetazo que me lanzó de nuevo al suelo. Chillé, cabreada. Estaba jugando conmigo porque había sido estúpida y la estaba subestimando, y debido a eso le había dado el momento pefecto para volver a lanzarme al suelo. Me agarró del pelo, traté de morder su mano y agarrar la otra, mirandola con desprecio y odio. Escupí sangre a sus pies.
– Se acabó.
– Zorra.. –levanté la rodilla tratando de propinarle un golpe en el vientre, mirandola con altivez y una sonrisa sangrienta, como la suya, como mi pelo y como muchas más cosas en as que habíamos dejado rastro. Sacó el cuchillo del mismo y lo apoyó en mi garganta.
– Tú vas a decirme dónde encontrar a la Hermandad.
– No veo por qué. – levanté la cara, mirándola con desdén. Sabía que necesitaba mi respuesta; y para mi sorpresa me di cuenta de que poco me importaba que me matase allí mismo. Tal vez por el calor de la pelea, tal vez por el alcohol en sangre o por la misma sangre haciéndome más animal que persona, pero no me importaba como me había aterrado antaño.
– Pero antes, ¿sabes que me expulsarían si se enteran lo que tengo previsto hacer contigo?
Sonreí, esperando aquello y sin sorprenderme. Aquella mujer destilaba deseo por los poros y no sería yo quien fuese a negarle nada. Le enseñé los dientes con expresión pícara, pero acerqué la boca a la suya y mordí sus labios tan fuerte como me permitía no hacerle una herida en condiciones. Me estremecí visiblemente. – Mmm.. Veo que hablamos la misma lengua, querida.
Deslicé la mano desde su nuca en linea recta hasta sus caderas y después la boca hasta su cuello con besos pausados, arañándole con los dientes; desconocía sus gustos, pero a menudo recibir cierto grado de dolor te hacía danzar sobre la fina cuerda que separa el desagrado del placer. – ¿Qué precio estás dispuesta a pagar por traicionar tus raíces? –dejé que sopesase la pregunta, que más bien era retórica y antes de nada, le contesté.– Te contaré lo que quieras saber, puedo ayudarte incluso, pero a cambio pediré lo mismo: –dije, pegada a su boca,mirandola fijamente; sonreí– información.
Había peleado con ella, a fin de cuentas; sabía que no era una cualquiera, que sabía lo que se hacía y que era buena en lo suyo. Y yo no era de esas personas racistas fieles a los hechos del pasado... Si necesitaba que la ayudase a llegar a alguna parte, lo haría; sobre todo porque parecía no saber realmente dónde se metía. Pero no era aquel el momento para pensar en esos temas... Dejé que respondiese, y volví a buscar sus labios con deseo, deslizando las manos desde sus caderas por su vientre a su torso, buscando deshacer los cordones para descubrir cómo era yacer con una bruja.
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Tras mi pregunta retóricas ambas sonreímos y, entonces, la vampiresa me dio un fuerte mordisco en el labio que, aunque me había hecho daño, me había conseguido estimular aún más de lo que ya estaba. Deslizó sus manos por mi cuerpo, desde el cuello hasta la cintura, por donde me agarró. Yo hice lo mismo, apreté su cintura contra la mía y cerré los ojos antes de fundirme en una serie de besos, cortos y rápidos, pero muy estimulantes.
La vampiresa quería hacerme reflexionar sobre qué suponía para mí la ironía de estar besándome con alguien a quien perfectamente podría haber recibido el encargo de eliminar. Las palabras que mi abuela había repetido la vez que nos encontramos en la cueva del segundo pico: “No eres tan diferente a mí”. O las palabras del maestro Dorian la noche de fundación del gremio: “No quiero que disfrutes matando, como lo hacía Mortagglia”. Aquellos pensamientos rondaban continuamente en mi cabeza y los tenía muy presentes. Me separé unos milímetros de su boca para responderle, con mi habitual frialdad, no se lo iba a poner fácil.
-Todavía no he dicho que no te vaya a matar cuando acabemos. – le dije, con una sonrisa pícara y un tono bromista. Para a continuación volver a su boca. Tenía demasiado vicio de aquellos labios como para detenerme, ya tendría tiempo de pensar en ética en otra ocasión. Hasta el cazador más noble había cometido “errores”. Además, la vampiresa no sólo prometió darme la información pedida, sino que además, incluso parecía dispuesta a acompañarme. Sin embargo, quería lo mismo que yo, información. Pero, ¿qué clase de información podría proporcionarle yo si ni siquiera sabía quién era?
-¿Información? – sonreí, acariciándole por el cuello, con mi otra mano en su hombro. - Tú dirás. Es un trato justo a fin de cuentas. – le comenté estirando las cejas y poniendo morros. Noté que poca sangre fluía ya por mi boca. O se había caído al suelo, o Ébano se la había ido bebiendo.
Su respuesta fue un lujurioso beso de nuevo. Sentir sus fríos colmillos en mi boca me produjo un respigo de placer. Acercamos las lenguas y, de repente, comencé a notar como sus gélidas manos ascendían por mi cuerpo hasta el lugar donde se encontraba el cordón. Buscaba con insistencia deshacer el nudo. Momento que yo aproveché para besar y proporcionarle un sensual y estimulante mordisco en el cuello.
-Ahm. No. – le dije, poniéndole un dedo en la boca y negándole lo que buscaba. Le di un pequeño empujón para que cayera tumbada en la alcoba. Me quité la chaqueta de cuero, mostrando una fina chaqueta de lino verde y blanca. Justamente la que había estado intentando desabrochar, me quité las botas sin agacharme y me aflojé la hebilla del cinturón del pantalón, para que bajara solo en el momento en que lo deseara.
Me apoyé en el colchón a cuatro patas, la miré con seriedad y me lancé a su boca de nuevo, mientras con rapidez le desabrochaba yo ahora su camisa y se la quitaba. Estaba fuera de mí. Ansiosa por ver su torso desnudo, de un color blanquecino, propio de las criaturas de la noche. Había dado caza a muchas criaturas de aquel tipo, pero nunca me había dado por mirar el torso. La miré con cierta cara de asombro. Aquello era nuevo para mí, igual que yo lo era para ella. Pero no solo era la primera vez que iba a acostarme con una vampiresa, sino también con una mujer. Todo aquello era nuevo para mí. No estaba tan segura de que también lo fuese para ella. Pero poco me importaba.
Me tumbé a su lado en la cama, quitarnos los pantalones, besarnos de nuevo y rodar un par de veces más, envolviéndonos en las sábanas. Eso fue lo que ocurrió a continuación. Lo cierto es que no recuerdo mucho más de aquella noche, y prefiero no hacerlo. Fue algo de lo que a la postre me arrepentiría. Prefiero que cada uno se quede con la versión de lo que ocurrió allí.
La vampiresa quería hacerme reflexionar sobre qué suponía para mí la ironía de estar besándome con alguien a quien perfectamente podría haber recibido el encargo de eliminar. Las palabras que mi abuela había repetido la vez que nos encontramos en la cueva del segundo pico: “No eres tan diferente a mí”. O las palabras del maestro Dorian la noche de fundación del gremio: “No quiero que disfrutes matando, como lo hacía Mortagglia”. Aquellos pensamientos rondaban continuamente en mi cabeza y los tenía muy presentes. Me separé unos milímetros de su boca para responderle, con mi habitual frialdad, no se lo iba a poner fácil.
-Todavía no he dicho que no te vaya a matar cuando acabemos. – le dije, con una sonrisa pícara y un tono bromista. Para a continuación volver a su boca. Tenía demasiado vicio de aquellos labios como para detenerme, ya tendría tiempo de pensar en ética en otra ocasión. Hasta el cazador más noble había cometido “errores”. Además, la vampiresa no sólo prometió darme la información pedida, sino que además, incluso parecía dispuesta a acompañarme. Sin embargo, quería lo mismo que yo, información. Pero, ¿qué clase de información podría proporcionarle yo si ni siquiera sabía quién era?
-¿Información? – sonreí, acariciándole por el cuello, con mi otra mano en su hombro. - Tú dirás. Es un trato justo a fin de cuentas. – le comenté estirando las cejas y poniendo morros. Noté que poca sangre fluía ya por mi boca. O se había caído al suelo, o Ébano se la había ido bebiendo.
Su respuesta fue un lujurioso beso de nuevo. Sentir sus fríos colmillos en mi boca me produjo un respigo de placer. Acercamos las lenguas y, de repente, comencé a notar como sus gélidas manos ascendían por mi cuerpo hasta el lugar donde se encontraba el cordón. Buscaba con insistencia deshacer el nudo. Momento que yo aproveché para besar y proporcionarle un sensual y estimulante mordisco en el cuello.
-Ahm. No. – le dije, poniéndole un dedo en la boca y negándole lo que buscaba. Le di un pequeño empujón para que cayera tumbada en la alcoba. Me quité la chaqueta de cuero, mostrando una fina chaqueta de lino verde y blanca. Justamente la que había estado intentando desabrochar, me quité las botas sin agacharme y me aflojé la hebilla del cinturón del pantalón, para que bajara solo en el momento en que lo deseara.
Me apoyé en el colchón a cuatro patas, la miré con seriedad y me lancé a su boca de nuevo, mientras con rapidez le desabrochaba yo ahora su camisa y se la quitaba. Estaba fuera de mí. Ansiosa por ver su torso desnudo, de un color blanquecino, propio de las criaturas de la noche. Había dado caza a muchas criaturas de aquel tipo, pero nunca me había dado por mirar el torso. La miré con cierta cara de asombro. Aquello era nuevo para mí, igual que yo lo era para ella. Pero no solo era la primera vez que iba a acostarme con una vampiresa, sino también con una mujer. Todo aquello era nuevo para mí. No estaba tan segura de que también lo fuese para ella. Pero poco me importaba.
Me tumbé a su lado en la cama, quitarnos los pantalones, besarnos de nuevo y rodar un par de veces más, envolviéndonos en las sábanas. Eso fue lo que ocurrió a continuación. Lo cierto es que no recuerdo mucho más de aquella noche, y prefiero no hacerlo. Fue algo de lo que a la postre me arrepentiría. Prefiero que cada uno se quede con la versión de lo que ocurrió allí.
- OFFROL.:
- OFF: No es necesario que describas lo que viene a continuación >.<. Con que llegues hasta donde llegué yo creo que es más que suficiente creo yo xD. En el siguiente post ya narro que ocurre después de despertar. Y ya vamos en busca de la Hermandad
Anastasia Boisson
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
– Más tarde, querida, tenemos toda la noche…. – dije, previamente a lanzarme de nuevo a su boca.
Me quitó las manos de su escote con gestos demasiado sensuales para lo que en un principio había supuesto en aquella muchacha. Era preciosa, de eso me había dado cuenta al principio, en cuanto la vi allí sentada con aquella cabeza delante, y para qué iba a engañarme, había sido algo así… Como una debilidad.
Me empujó, sobre la cama, se fue quitando las botas y la chaqueta, y yo hice lo propio con el corpiño de varillas a esas alturas destrozadas por la pelea, debajo llevaba una blusa de mangas muy caídas y amplias, abierta, de modo que con el corpiño encima, solo se veían las mangas. Me quité los pantalones sin dejar de pasear mis ojos por su contorno, ni de sus ojos.
Estaba ansiosa. – Shhh… –reí entre besos y mordidas, mientras me quitaba los cordones. Acaricié su pelo, su nuca y su espalda, deslizando las manos bajo su camisa y acariciando su piel, su torso, devolviéndole los besos. – Impaciente. –Agarré su rostro con media sonrisa y volví a besarla, mordiendo a cada rato su cuello sin ánimo de hacerla sangrar. Rodé, me quedé sobre ella y regué su cuello y su pecho con besos, entre suspiros de las dos.
Ignoraba si aquella era su primera experiencia pero, una vez más, la había subestimado.
La noche se pasó, negra e impasible como todas, pero los dioses sabían que no había nada más dulce que la mezcla de odio amargo y la rabia acumulada, regada con el alcohol. Y en mi corta vida había hecho muchísimas cosas, tantas, que aquella, inolvidable, figuraría entre las más intensas. No estaba del todo segura en cuanto a Huracán… Pero como todo, nunca algo es del todo blanco o del todo negro, y estaba segura de que terminaría aceptando aquellas dos facetas de los distintos placeres de la sangre.
Cuando abrí los ojos, las ventanas estaban tapadas, pero los hilos de sol se colaban por ellas. Mi mente reconstruyó poco a poco lo que había ocurrido a la vez que media sonrisa se dibujaba en mi rostro y… Se iba, reparando en el vacío de la cama. Había estado bien, habíamos disfrutado, pero era una mujer con mucho, mucho carácter –y aquello solamente la hacía mil veces mejor– y después del placer no me extrañaría que intentase matarme. Me puse mi camisa y me levanté, busqué en la sala de aseo pero estaba vacía; escuché la puerta detrás de mí.
– Buenos días, encanto. –dije, apoyándome en la mesa que había junto a una pared, mirando de reojo las ventanas. – Lamento haberte hecho esperar, para mí es muy temprano. –sonreí de lado, a modo de disculpa y la miré, sopesando si querría mentar lo ocurrido o enterrarlo para siempre, pero para mí solo resultaba aún más divertido. Me crucé de brazos pensando en que mi bolsa aún estaría en mi habitación, en aquella misma posada. – Te invitaría a una copa, pero no tengo mi bolsa a mano. Antes de que vuelvas a pedirme lo de la dichosa Hermandad, aclararé que simplemente quiero información, igual que tú. De la misma hermandad, de… Asuntos, que puedan resultar interesantes, de los tuyos en estas tierras…. Hoy en día se paga mejor un buen soplo que un simple trabajo de forja, y no siempre me gusta cobrar en aeros. –hice una pausa, y levanté la mano como dándole paso. – Tú dirás. ¿Qué quieres saber, y por qué?
Le contaría todo lo que pudiese, y si estaba en lo cierto y su causa era delicada, no me importaría acompañarla a donde necesitase; a fin de cuentas, no parecía una mala muchacha. Dejé tiempo para que me contestase.
– ¿Sabes? Te había subestimado. Normalmente me topo con otros… Mmmmh.. ¿Cazadores? Otros mercenarios, y con mujeres realmente bonitas, y salta a la vista que eres buena y que eres sumamente hermosa, pero has resultado superar con creces lo que pensaba de ti. –le guiñé un ojo y procedí a contarle lo que me había pedido.
Me quitó las manos de su escote con gestos demasiado sensuales para lo que en un principio había supuesto en aquella muchacha. Era preciosa, de eso me había dado cuenta al principio, en cuanto la vi allí sentada con aquella cabeza delante, y para qué iba a engañarme, había sido algo así… Como una debilidad.
Me empujó, sobre la cama, se fue quitando las botas y la chaqueta, y yo hice lo propio con el corpiño de varillas a esas alturas destrozadas por la pelea, debajo llevaba una blusa de mangas muy caídas y amplias, abierta, de modo que con el corpiño encima, solo se veían las mangas. Me quité los pantalones sin dejar de pasear mis ojos por su contorno, ni de sus ojos.
Estaba ansiosa. – Shhh… –reí entre besos y mordidas, mientras me quitaba los cordones. Acaricié su pelo, su nuca y su espalda, deslizando las manos bajo su camisa y acariciando su piel, su torso, devolviéndole los besos. – Impaciente. –Agarré su rostro con media sonrisa y volví a besarla, mordiendo a cada rato su cuello sin ánimo de hacerla sangrar. Rodé, me quedé sobre ella y regué su cuello y su pecho con besos, entre suspiros de las dos.
Ignoraba si aquella era su primera experiencia pero, una vez más, la había subestimado.
La noche se pasó, negra e impasible como todas, pero los dioses sabían que no había nada más dulce que la mezcla de odio amargo y la rabia acumulada, regada con el alcohol. Y en mi corta vida había hecho muchísimas cosas, tantas, que aquella, inolvidable, figuraría entre las más intensas. No estaba del todo segura en cuanto a Huracán… Pero como todo, nunca algo es del todo blanco o del todo negro, y estaba segura de que terminaría aceptando aquellas dos facetas de los distintos placeres de la sangre.
_______________
Cuando abrí los ojos, las ventanas estaban tapadas, pero los hilos de sol se colaban por ellas. Mi mente reconstruyó poco a poco lo que había ocurrido a la vez que media sonrisa se dibujaba en mi rostro y… Se iba, reparando en el vacío de la cama. Había estado bien, habíamos disfrutado, pero era una mujer con mucho, mucho carácter –y aquello solamente la hacía mil veces mejor– y después del placer no me extrañaría que intentase matarme. Me puse mi camisa y me levanté, busqué en la sala de aseo pero estaba vacía; escuché la puerta detrás de mí.
– Buenos días, encanto. –dije, apoyándome en la mesa que había junto a una pared, mirando de reojo las ventanas. – Lamento haberte hecho esperar, para mí es muy temprano. –sonreí de lado, a modo de disculpa y la miré, sopesando si querría mentar lo ocurrido o enterrarlo para siempre, pero para mí solo resultaba aún más divertido. Me crucé de brazos pensando en que mi bolsa aún estaría en mi habitación, en aquella misma posada. – Te invitaría a una copa, pero no tengo mi bolsa a mano. Antes de que vuelvas a pedirme lo de la dichosa Hermandad, aclararé que simplemente quiero información, igual que tú. De la misma hermandad, de… Asuntos, que puedan resultar interesantes, de los tuyos en estas tierras…. Hoy en día se paga mejor un buen soplo que un simple trabajo de forja, y no siempre me gusta cobrar en aeros. –hice una pausa, y levanté la mano como dándole paso. – Tú dirás. ¿Qué quieres saber, y por qué?
Le contaría todo lo que pudiese, y si estaba en lo cierto y su causa era delicada, no me importaría acompañarla a donde necesitase; a fin de cuentas, no parecía una mala muchacha. Dejé tiempo para que me contestase.
– ¿Sabes? Te había subestimado. Normalmente me topo con otros… Mmmmh.. ¿Cazadores? Otros mercenarios, y con mujeres realmente bonitas, y salta a la vista que eres buena y que eres sumamente hermosa, pero has resultado superar con creces lo que pensaba de ti. –le guiñé un ojo y procedí a contarle lo que me había pedido.
Ébano
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Varios gritos en el piso inferior me habían despertado. Abrí los ojos lentamente, intentando que la claridad no me cegara, aunque las cortinas estaban echadas, algo de luz siempre entraba por sus costados. En principio, aparecí allí algo confusa, no sabía muy bien por qué estaba desnuda, me incorporé y miré al otro lado de la cama y no había nadie, aunque se sentía correr el agua en el baño. Luego cuando vi su corpiño tirado en el suelo me di cuenta de quién estaba ahí, recordando la batalla nocturna.
-Joder… - dije más como un suspiro que como un enfado, volviendo a tirar todo mi cuerpo sobre la cama y estirando los brazos. Me había acostado con una vampiresa. La noche había sido intensa y muy placentera, sí, podría decirse que hablando de sexualidad, había sido la mejor experiencia de mi vida, aunque tampoco es que yo fuera una experta. Pero moralmente me sentía mal, pues aquello no era nada profesional.
Sin capacidad de retroceder en el tiempo, me levanté y fui buscando mis ropajes, dispersos por todo el suelo de la habitación y poniéndomelos, me puse la camisa, el pantalón. Tuve que arrastrarme debajo de la cama para tomar una bota y la otra junto a la puerta del baño. Me las puse. Tomé mi ballesta pesada que estaba en el balcón y las flechas del carcaj repartidas por el suelo. Las recogí y coloqué todo mi armamento cuidadosamente sobre la cama. Tan sólo me faltaba la daga, que vi clavada en la puerta, cosa que me hizo detenerme un instante, pensando por qué estaba ahí, cosa que volvió a hacerme suspirar. La dejé ahí, quedaba bien como decoración y la tomaría al salir.
Ébano seguramente estuviera en el baño, así que, de camisa y pantalón de cuero, me dirigí ahí. Yo tenía cara de aborrecimiento, aunque ella parecía muy contenta y feliz. No la saludé siquiera, me coloqué en el lavabo y me lavé el pelo, los dientes y la cara, quitándome las lagañas. Tenía varias heridas aunque cicatrizarían rápido. Parecía ser que ella quería también información sobre la Hermandad y sobre lo que yo hacía allí. Normalmente era reacia a compartir mis actividades y objetivos, y máxime a un vampiro, pero aquella había demostrado con creces no ser “amiga” de ellos. Cuando terminé, volví a salir a la habitación.
-Mis seres queridos llevan persiguiéndolos décadas. Ellos hacen el mal, secuestran gente. – le dije, dándole la espalda, luego me volví. La miré de arriba abajo. – ¿Cuánto tiempo hace que te convertiste y por qué? – le pregunté – Si perteneciste a ellos, imagino que te habrán lavado el cerebro, o directamente forzado a hacerlo. Los “nuevos” son más influenciables que un vampiro de 500 años de edad. – volví a pensar lentamente – Hace poco, atacaron a mi reconocido gremio de cazadores en Beltrexus, en una declaración clara de guerra. Hemos entrado en una dinámica en la que no puedes parar. – Me detuve un instante – y luego hay motivos más… personales. Mi abuela, es uno de sus líderes. Ella era cazadora, como yo. Lady Mortagglia, ¿has oído hablar de ella? – le pregunté con impaciencia - Necesito cualquier información que puedas darme, cuántos son, dónde están sus bases, qué hacen… - le dije por darle ideas - Cualquier cosa que sepas me servirá. – y guardé silencio expectante ante cualquier pista que pudiera darme. Cruzando los brazos y mostrando mi habitual e impasible rostro.
A la vampiresa, pareció haberle sorprendido lo que le había contado y lo que había hecho y lo primero que hizo antes de explicarme fue hacerme una serie de halagos, que correspondí, con un gesto con la cabeza, sin sonreír, mirándola fijamente. Yo tampoco era demasiado habladora y ya me había explayado demasiado.
Esperé a que terminara de explicarme lo que sabía. Cuando empecé a sentir unos gritos, que clamaban mi nombre, era una voz masculina y, bastante reconocida.
-¡Huracán! – gritaba el tipo, que corría por los pasillos, en cuanto llegó a la altura de nuestra puerta, debió ver mi daga atravesada en ésta, era un arma muy característica. Tanto fue así, que abrió la puerta de una patada y entró con la ballesta en ristre. El joven, de mi altura, rubio y de pelo corto. Apuntó a Ébano. - ¡Tú, chupasangre! ¡Apártate de mi amiga ahora y ahórrate problemas! – dijo en un tono medio bromista medio serio. Él tenía un modus operandi distinto al mío.
Rápidamente me acerqué a él, tomé su ballesta y la bajé, para indicarle que no pasaba nada.
-Tranquilo, Jules. – le dije sin sonreír, mirándole a los ojos, – Esta es Ébano. – efectué a modo de presentación – Va a ayudarnos con el asunto de la Hermandad. – abrió los ojos, sorprendido.
-¿Tú, Huracán, haciendo tratos con vampiros? – me preguntó incrédulo en voz alta y haciendo muecas, ya guardando la ballesta y mirándome sorprendido, luego cambió la vista hacia Ébano. – Te felicito, debes ser la primera que lo hace. ¿Y cómo la has convencido? – le preguntó, volvió a mirarla, vestida con su camisa, lo cierto es que le daba un aspecto muy atractivo. – Vale. A mí también me habrías convencido. – dijo, enviándole una sonrisa pícara. Jules, por mucho que dijera, era mucho menos extremista que yo, aunque un fiel y leal amigo.
Esperé a que Ébano terminase de explicarse y de “adaptarse” al peculiar estilo de Jules. Confiaba en que, la vampiresa, decidiese acompañarnos, tal vez así fuese más sencillo encontrar el objetivo. Así mismo, estaba dispuesta a responder a la vampiro sobre otras posibles inquietudes que tuviera sobre mí o sobre la Hermandad.
-Joder… - dije más como un suspiro que como un enfado, volviendo a tirar todo mi cuerpo sobre la cama y estirando los brazos. Me había acostado con una vampiresa. La noche había sido intensa y muy placentera, sí, podría decirse que hablando de sexualidad, había sido la mejor experiencia de mi vida, aunque tampoco es que yo fuera una experta. Pero moralmente me sentía mal, pues aquello no era nada profesional.
Sin capacidad de retroceder en el tiempo, me levanté y fui buscando mis ropajes, dispersos por todo el suelo de la habitación y poniéndomelos, me puse la camisa, el pantalón. Tuve que arrastrarme debajo de la cama para tomar una bota y la otra junto a la puerta del baño. Me las puse. Tomé mi ballesta pesada que estaba en el balcón y las flechas del carcaj repartidas por el suelo. Las recogí y coloqué todo mi armamento cuidadosamente sobre la cama. Tan sólo me faltaba la daga, que vi clavada en la puerta, cosa que me hizo detenerme un instante, pensando por qué estaba ahí, cosa que volvió a hacerme suspirar. La dejé ahí, quedaba bien como decoración y la tomaría al salir.
Ébano seguramente estuviera en el baño, así que, de camisa y pantalón de cuero, me dirigí ahí. Yo tenía cara de aborrecimiento, aunque ella parecía muy contenta y feliz. No la saludé siquiera, me coloqué en el lavabo y me lavé el pelo, los dientes y la cara, quitándome las lagañas. Tenía varias heridas aunque cicatrizarían rápido. Parecía ser que ella quería también información sobre la Hermandad y sobre lo que yo hacía allí. Normalmente era reacia a compartir mis actividades y objetivos, y máxime a un vampiro, pero aquella había demostrado con creces no ser “amiga” de ellos. Cuando terminé, volví a salir a la habitación.
-Mis seres queridos llevan persiguiéndolos décadas. Ellos hacen el mal, secuestran gente. – le dije, dándole la espalda, luego me volví. La miré de arriba abajo. – ¿Cuánto tiempo hace que te convertiste y por qué? – le pregunté – Si perteneciste a ellos, imagino que te habrán lavado el cerebro, o directamente forzado a hacerlo. Los “nuevos” son más influenciables que un vampiro de 500 años de edad. – volví a pensar lentamente – Hace poco, atacaron a mi reconocido gremio de cazadores en Beltrexus, en una declaración clara de guerra. Hemos entrado en una dinámica en la que no puedes parar. – Me detuve un instante – y luego hay motivos más… personales. Mi abuela, es uno de sus líderes. Ella era cazadora, como yo. Lady Mortagglia, ¿has oído hablar de ella? – le pregunté con impaciencia - Necesito cualquier información que puedas darme, cuántos son, dónde están sus bases, qué hacen… - le dije por darle ideas - Cualquier cosa que sepas me servirá. – y guardé silencio expectante ante cualquier pista que pudiera darme. Cruzando los brazos y mostrando mi habitual e impasible rostro.
A la vampiresa, pareció haberle sorprendido lo que le había contado y lo que había hecho y lo primero que hizo antes de explicarme fue hacerme una serie de halagos, que correspondí, con un gesto con la cabeza, sin sonreír, mirándola fijamente. Yo tampoco era demasiado habladora y ya me había explayado demasiado.
Esperé a que terminara de explicarme lo que sabía. Cuando empecé a sentir unos gritos, que clamaban mi nombre, era una voz masculina y, bastante reconocida.
-¡Huracán! – gritaba el tipo, que corría por los pasillos, en cuanto llegó a la altura de nuestra puerta, debió ver mi daga atravesada en ésta, era un arma muy característica. Tanto fue así, que abrió la puerta de una patada y entró con la ballesta en ristre. El joven, de mi altura, rubio y de pelo corto. Apuntó a Ébano. - ¡Tú, chupasangre! ¡Apártate de mi amiga ahora y ahórrate problemas! – dijo en un tono medio bromista medio serio. Él tenía un modus operandi distinto al mío.
Rápidamente me acerqué a él, tomé su ballesta y la bajé, para indicarle que no pasaba nada.
-Tranquilo, Jules. – le dije sin sonreír, mirándole a los ojos, – Esta es Ébano. – efectué a modo de presentación – Va a ayudarnos con el asunto de la Hermandad. – abrió los ojos, sorprendido.
-¿Tú, Huracán, haciendo tratos con vampiros? – me preguntó incrédulo en voz alta y haciendo muecas, ya guardando la ballesta y mirándome sorprendido, luego cambió la vista hacia Ébano. – Te felicito, debes ser la primera que lo hace. ¿Y cómo la has convencido? – le preguntó, volvió a mirarla, vestida con su camisa, lo cierto es que le daba un aspecto muy atractivo. – Vale. A mí también me habrías convencido. – dijo, enviándole una sonrisa pícara. Jules, por mucho que dijera, era mucho menos extremista que yo, aunque un fiel y leal amigo.
Esperé a que Ébano terminase de explicarse y de “adaptarse” al peculiar estilo de Jules. Confiaba en que, la vampiresa, decidiese acompañarnos, tal vez así fuese más sencillo encontrar el objetivo. Así mismo, estaba dispuesta a responder a la vampiro sobre otras posibles inquietudes que tuviera sobre mí o sobre la Hermandad.
*Off: A Jules puedes manejarlo en diálogos o en lo que consideres
Anastasia Boisson
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Asentí lentamente, mientras escuchaba su explicación. Motivos personales... Claro. Nadie se empeña con tanto ahínco en una causa tan grande, no el menos nadie en sus sano juicio y que no tenga motivos de fuerza mayor. Por desgracia o por suerte para ella, yo había visto de cerca otras situaciones parecidas.
– Mortagglia... Ya entiendo. –fruncí los labios presionandolos en una sonrisa y asentí con pesar, cruzandome de brazos y cruzando también la habitación. – Si te soy sincera, cuando.... Bueno... Esto es dificil. –suspiré– Cuando me fui de allí... Ellos no... Las cosas no estaban como tú cuentas. He oído rumores, no sé hasta qué punto pueden ser ciertos o no, de hecho no les daba credibilidad. Durante mi paso por la Hermandad, no estaban en sus mejores años y no parecía un asunto tan amenazante. No al menos tanto para personas ajenas como para los que estábamos dentro... Como te digo, cuando me fui, de un modo u otro supe que no estaban ya activos; que se deshicieron en su propia mugre y desorganización. Pero los rumores corren, querida, ya sabes... Empecé a escuchar que todo era una farsa, que todo se debía a un periodo de decadencia y desaparición "aparente" –dije, haciendo el gesto de comillas con las manos– para que la guardia y otras entidades cabreadas desviasen las miras de los... trabajillos de la Hermandad.
Obvie los asuntos de mi conversión y lo que ella tenía entendido que hacían, pero por otro lado sabía que de un modo u otro se acabarían enterando y a estas alturas yo tenía más que asumido lo estúpida que había sido. Tragué y la miré con seriedad, abandonando todo rastro de juego, de raza y de cualquier otra emoción que no fuese simplemente, yo. – Si dices que os han atacado, y que la envergadura del asunto es grave, sumado al poder de tu.. ¿abuela? Sí, pues. Entonces no deberías.. No deberíamos ir solas. No me malinterpretes –dije, antes de que pudiese saltar con algún comentario frío–, simplemente, si eso es así, son muchos. Y ninguna venganza personal impedirá que tengas que vértelas con un grupo amplio de seguidores. Yo era una niña, prácticamente, qué podría tener... vente, creo. Era una niña de bosque, vivía con mis ... Da igual. Fui una estúpida y pensé que estaría bien visitar otros lugares, empecé a verme con un muchacho, me llevó a una casa... Me mostró su vida, todos felices, todos hacían cosas interesantes, buscaban lugares, personas. Siempre pienso que fue una ilusión, siempre pensamos que somos los... vampiros, los que creamos esa pantalla de perfección y ese limbo en que te quedas flotando y olvidas absolutamente todo. Pero sabes, chica, ¿hasta qué punto son ellos? ¿No somos nosotros en una absurda necesidad que creemos cierta, de buscar... algo, algo más?
Podía ver el polvo flotar en los rayos de sol filtrándose por una ventana, podía oir voces abajo, en la calle. Seguramente algún mercado. Me quedé unos minutos callada, pero más que callada, en silencio. – ¿Cual es el precio de creer que la culpa es ajena cuando es el incauto el que acude, no siempre tan ignorante como pensaos? En fin... Tonterías, ¿no? Seguro que lo son para ti. Me di cuenta demasiado tarde de lo que estaba pasando: meses de entrenamiento, de coser conceptos en mi cabeza, de práctica en el sigillo... Cuando pasó, algo en mi cabeza hizo.. "crack" y de pronto todo cobró color, olor,.... Vida, pero entonces ya.. ¿Para qué la quería? Aquello no era vida, esto no es vida. Te acomodas, te acostumbras, está muy bien eso de ver en la oscuridad, ser más veloz y poder robar y apuñalar a cualquier incauto, pero a qué precio.
Giré el rostro hacia la puerta antes de que entrase, ya lo había olido, pero el instinto, es el instinto. Irrumpió veloz y en grito, con la ballesta en ristre y siseé, sacándole los dientes.
– Tranquilo, Jules.Esta es Ébano.Va a ayudarnos con el asunto de la Hermandad. –aquello me sacó del momento de debilidad que había tenido contándole aquello. Me sobrepuse, me crucé de brazos y me acerqué a ambos sonriendo de lado.
– ¿Tú, Huracán, haciendo tratos con vampiros? Te felicito, debes ser la primera que lo hace. ¿Y cómo la has convencido? –me reí por lo bajo de la situación, debía ser muy extraño para ellos. Lo miré, pasé detrás de él oliendo cerca de su cuello y examinandolo, palpando su espalda y sus hombros. Acerqué los labios a su oreja dispuesta a contestar pero habló antes incluso, asi que dejé un beso en su cuello y me separé. – Vale. A mí también me habrías convencido.
– Pensé que necesitarías algo más convincente, tu amiga ha hecho grandes hallazgos durante la pelea, intuyo que repetirá para quedarse bien con el concepto. Puedo llevaros al sitio donde antaño tuvieron una base. Hace un... año, creo recordar.. tal vez dos. No lo sé, tuve que acompañar a otra vampiresa a recuperar unos objetos personales y bueno, la casa estaba del todo abandonada, de hecho abajo había un nido asqueroso repleto de trasgos... Respecto al sitio donde me llevaron al principio, no he vuelto nunca. Pero sé dónde está. Vosotros decidís.
Alcé las manos, a modo de "esto es todo", y fui vistiendome con lo que fui encontrando, a excepción del corpiño, roto. – Era precioso, bruja. Espero que esto no quede así. –dije, bromeando. Jules empezó a reirse mirandola a ella a la cara, que no cambiaba su gesto por nada del mundo, según parecía. Sonreí divertida y recogí mis cosas.– Si no os importa, saldremos algo más tarde, con un par de horas será suficiente, mi bolsa está en otra habitación. ¿Tenéis algo más que preguntar?
– Mortagglia... Ya entiendo. –fruncí los labios presionandolos en una sonrisa y asentí con pesar, cruzandome de brazos y cruzando también la habitación. – Si te soy sincera, cuando.... Bueno... Esto es dificil. –suspiré– Cuando me fui de allí... Ellos no... Las cosas no estaban como tú cuentas. He oído rumores, no sé hasta qué punto pueden ser ciertos o no, de hecho no les daba credibilidad. Durante mi paso por la Hermandad, no estaban en sus mejores años y no parecía un asunto tan amenazante. No al menos tanto para personas ajenas como para los que estábamos dentro... Como te digo, cuando me fui, de un modo u otro supe que no estaban ya activos; que se deshicieron en su propia mugre y desorganización. Pero los rumores corren, querida, ya sabes... Empecé a escuchar que todo era una farsa, que todo se debía a un periodo de decadencia y desaparición "aparente" –dije, haciendo el gesto de comillas con las manos– para que la guardia y otras entidades cabreadas desviasen las miras de los... trabajillos de la Hermandad.
Obvie los asuntos de mi conversión y lo que ella tenía entendido que hacían, pero por otro lado sabía que de un modo u otro se acabarían enterando y a estas alturas yo tenía más que asumido lo estúpida que había sido. Tragué y la miré con seriedad, abandonando todo rastro de juego, de raza y de cualquier otra emoción que no fuese simplemente, yo. – Si dices que os han atacado, y que la envergadura del asunto es grave, sumado al poder de tu.. ¿abuela? Sí, pues. Entonces no deberías.. No deberíamos ir solas. No me malinterpretes –dije, antes de que pudiese saltar con algún comentario frío–, simplemente, si eso es así, son muchos. Y ninguna venganza personal impedirá que tengas que vértelas con un grupo amplio de seguidores. Yo era una niña, prácticamente, qué podría tener... vente, creo. Era una niña de bosque, vivía con mis ... Da igual. Fui una estúpida y pensé que estaría bien visitar otros lugares, empecé a verme con un muchacho, me llevó a una casa... Me mostró su vida, todos felices, todos hacían cosas interesantes, buscaban lugares, personas. Siempre pienso que fue una ilusión, siempre pensamos que somos los... vampiros, los que creamos esa pantalla de perfección y ese limbo en que te quedas flotando y olvidas absolutamente todo. Pero sabes, chica, ¿hasta qué punto son ellos? ¿No somos nosotros en una absurda necesidad que creemos cierta, de buscar... algo, algo más?
Podía ver el polvo flotar en los rayos de sol filtrándose por una ventana, podía oir voces abajo, en la calle. Seguramente algún mercado. Me quedé unos minutos callada, pero más que callada, en silencio. – ¿Cual es el precio de creer que la culpa es ajena cuando es el incauto el que acude, no siempre tan ignorante como pensaos? En fin... Tonterías, ¿no? Seguro que lo son para ti. Me di cuenta demasiado tarde de lo que estaba pasando: meses de entrenamiento, de coser conceptos en mi cabeza, de práctica en el sigillo... Cuando pasó, algo en mi cabeza hizo.. "crack" y de pronto todo cobró color, olor,.... Vida, pero entonces ya.. ¿Para qué la quería? Aquello no era vida, esto no es vida. Te acomodas, te acostumbras, está muy bien eso de ver en la oscuridad, ser más veloz y poder robar y apuñalar a cualquier incauto, pero a qué precio.
Giré el rostro hacia la puerta antes de que entrase, ya lo había olido, pero el instinto, es el instinto. Irrumpió veloz y en grito, con la ballesta en ristre y siseé, sacándole los dientes.
– Tranquilo, Jules.Esta es Ébano.Va a ayudarnos con el asunto de la Hermandad. –aquello me sacó del momento de debilidad que había tenido contándole aquello. Me sobrepuse, me crucé de brazos y me acerqué a ambos sonriendo de lado.
– ¿Tú, Huracán, haciendo tratos con vampiros? Te felicito, debes ser la primera que lo hace. ¿Y cómo la has convencido? –me reí por lo bajo de la situación, debía ser muy extraño para ellos. Lo miré, pasé detrás de él oliendo cerca de su cuello y examinandolo, palpando su espalda y sus hombros. Acerqué los labios a su oreja dispuesta a contestar pero habló antes incluso, asi que dejé un beso en su cuello y me separé. – Vale. A mí también me habrías convencido.
– Pensé que necesitarías algo más convincente, tu amiga ha hecho grandes hallazgos durante la pelea, intuyo que repetirá para quedarse bien con el concepto. Puedo llevaros al sitio donde antaño tuvieron una base. Hace un... año, creo recordar.. tal vez dos. No lo sé, tuve que acompañar a otra vampiresa a recuperar unos objetos personales y bueno, la casa estaba del todo abandonada, de hecho abajo había un nido asqueroso repleto de trasgos... Respecto al sitio donde me llevaron al principio, no he vuelto nunca. Pero sé dónde está. Vosotros decidís.
Alcé las manos, a modo de "esto es todo", y fui vistiendome con lo que fui encontrando, a excepción del corpiño, roto. – Era precioso, bruja. Espero que esto no quede así. –dije, bromeando. Jules empezó a reirse mirandola a ella a la cara, que no cambiaba su gesto por nada del mundo, según parecía. Sonreí divertida y recogí mis cosas.– Si no os importa, saldremos algo más tarde, con un par de horas será suficiente, mi bolsa está en otra habitación. ¿Tenéis algo más que preguntar?
Ébano
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Ébano era la definición de libro de vampiro seductor, y la sonrisilla alegre de mi compañero parecía indicar que sus armas de mujer habían funcionado con él. Aunque Jules no era un tipo muy difícil de convencer, por lo que me había ido demostrando en el poco tiempo que llevaba con él, parecía un tipo que utilizaba otra cabeza para pensar cuando había mujeres de por medio. Aún así era un compañero fiel y leal, y guardaba tanto asco o más que yo a los vampiros, solamente dejaba sacar su lado más travieso cuando no había tensión de por medio.
Ébano parecía dispuesta a llevarnos hasta una casa que, según ella, había pertenecido a la Hermandad, sería interesante ver qué documentos se puede encontrar allí. La vampiresa prefería esperar un par de horas más en la taberna antes de partir, pues aún era de día. Asentí con la cabeza para bajar a tomar algo y hacer tiempo. Mientras se terminaba de vestir y me señaló el corpiño, retándome a que no acabaría así. Mi cara se mantuvo impasible. Seguía pensando en lo que había sucedido la noche anterior. No así, la de Jules, que comenzó a reírse.
-Y tienes suerte de que eso haya sido lo único que te ha roto. – contestó entre risas, mirándome, yo simplemente le devolví una mirada sentenciante. – Bajemos a tomar algo. Invito yo.
Y con esto, descendimos las escaleras al piso de abajo. La clientela había cambiado. Era algo habitual en este tipo de posadas de tránsito, donde los viajeros paran a pasar la noche y parten nuevamente al alba, rumbo a sus destinos. La cabeza que había puesto ya no estaba en su lugar. Por supuesto, no me senté en la misma mesa. Jules fue a la barra a pedir algo para comer todos y me quedé con Ébano.
Recordaba las palabras que pronunció la vampiresa antes de que entrara Jules, sobre que la Hermandad no estaba en su momento más álgido en su época de transformación. La vampiresa me había pedido información a cambio de llevarnos y yo se la daría.
-Respecto a lo que has dicho antes, sé que la Hermandad tuvo sus más y sus menos, casi siempre por rencillas internas y por exceso de ambición entre sus líderes. Eso siempre nos ha dado una ventaja. – dije tranquilamente y casi sin entonar – Lamento que te hayan convertido a la fuerza. – o eso era lo que había entendido por la historia que me había contado antes. – Precisamente, eso es lo que queremos evitar. – le expliqué con cordialidad, aunque manteniendo el gesto serio. Por lo que había expresado antes la veía incómoda con su situación actual, como si no quisiese ser vampiro, y tal vez por eso ahora ahogaba sus penas en alcohol. – Sabemos que hay muchos chicos y chicas que, al igual que tú, son forzados a tomar una decisión que no quieren – dije aludiendo a la decisión de convertirse en vampiro - o que tal vez quieran tomar debido a una falta de madurez, arrepintiéndose cuando son adultos. Pero esto no solo lo hace la Hermandad, sino muchísimos otros vampiros, de hecho en mi caso…
No pude continuar pues Jules irrumpió en la mesa colocando entre nosotras una enorme jarra de vino y tres vasos, que distribuyó.
-Lo siento, no vendían sangre, ¿te vale vino? – interrumpió Jules dirigiéndose a Ébano en una especie de mofa con doble sentido. Lancé a mi compañero una mirada de enfado y le hice un gesto de negación con la cabeza, ahora que parecía que empezaba a tener empatía con la vampiresa había venido a fastidiarme el momento. Luego volví a Ébano.
-Te decía que en mi caso, suelo cazar cualquier vampiro por el que me pagan. De hecho, mi maestro nos había prohibido a mí y a mi madre perseguir a la Hermandad – y es que Isabella podía llegar a ser muy terca. – pero ésta hizo caso omiso y no paró hasta dar con ella. Curiosamente, la propia Mortagglia también nos busca a nosotros.
-Al menos tienes alguien a quien buscar. Y familia a la que proteger. – replicó Jules inmediatamente, por primera vez en tono serio, inclinado hacia atrás sobre su silla y con un vaso cargado de vino en la mano. Se dirigió nuevamente a Ébano. – Mis padres y mi hermano mediano fueron asesinados cuando tenía diez años, y dediqué toda mi vida a cuidar a mi hermana, seis años más pequeña que yo. ¿Para qué? Para que hace un año vinieran nuestros amigos de la Hermandad y la dejaran sin brazos y sin piernas como si fuera un perro… sin que pudiera hacer nada por salvar su vida. – Jules se detuvo un momento, y se echó sobre al mesa, pensativo, apretando el puño. – Si pudiera encontrar a los malnacidos que acabaron con la vida de Rachel… - Concluyó.
A mí ya me había contado la historia, pero para Ébano sería nueva. Jules había visto morir a su hermana Rachel, que era lo que más quería, de una manera inhumana y cruel. Lo cierto es que, egoístamente, me sentía un poco mejor cuando contaba la historia de su vida, pues pensaba que, hasta el momento, yo tenía bastante suerte.
-Tranquilo, Jules. Los encontraremos. – le dije, poniéndole una mano en la espalda para tratar de tranquilizarlo. – Ébano. Sé que somos pocos y mal avenidos, pero espero que entiendas las necesidades. Si nos ayudamos todos, será mucho más sencillo. – me tomé una pausa para beber un trago. Aunque no era mucho de alcohol. – No nos vamos a meter en la boca del lobo, como te he dicho, ellos me buscan a mí también. Pero necesito o bien saber de dónde salen, o visitar sus antiguas instalaciones y descubrir qué es lo que hacen exactamente. - me tomé una pausa para que asimilara toda la información que le había contado, que era lo que me había pedido. -Y bien, ¿qué me dices?- concluí con la misma mirada fría que tuve durante toda la conversación. Quedaba a expensas de terminar de comer y que la vampiresa preguntara sus posibles inquietudes.
Ébano parecía dispuesta a llevarnos hasta una casa que, según ella, había pertenecido a la Hermandad, sería interesante ver qué documentos se puede encontrar allí. La vampiresa prefería esperar un par de horas más en la taberna antes de partir, pues aún era de día. Asentí con la cabeza para bajar a tomar algo y hacer tiempo. Mientras se terminaba de vestir y me señaló el corpiño, retándome a que no acabaría así. Mi cara se mantuvo impasible. Seguía pensando en lo que había sucedido la noche anterior. No así, la de Jules, que comenzó a reírse.
-Y tienes suerte de que eso haya sido lo único que te ha roto. – contestó entre risas, mirándome, yo simplemente le devolví una mirada sentenciante. – Bajemos a tomar algo. Invito yo.
Y con esto, descendimos las escaleras al piso de abajo. La clientela había cambiado. Era algo habitual en este tipo de posadas de tránsito, donde los viajeros paran a pasar la noche y parten nuevamente al alba, rumbo a sus destinos. La cabeza que había puesto ya no estaba en su lugar. Por supuesto, no me senté en la misma mesa. Jules fue a la barra a pedir algo para comer todos y me quedé con Ébano.
Recordaba las palabras que pronunció la vampiresa antes de que entrara Jules, sobre que la Hermandad no estaba en su momento más álgido en su época de transformación. La vampiresa me había pedido información a cambio de llevarnos y yo se la daría.
-Respecto a lo que has dicho antes, sé que la Hermandad tuvo sus más y sus menos, casi siempre por rencillas internas y por exceso de ambición entre sus líderes. Eso siempre nos ha dado una ventaja. – dije tranquilamente y casi sin entonar – Lamento que te hayan convertido a la fuerza. – o eso era lo que había entendido por la historia que me había contado antes. – Precisamente, eso es lo que queremos evitar. – le expliqué con cordialidad, aunque manteniendo el gesto serio. Por lo que había expresado antes la veía incómoda con su situación actual, como si no quisiese ser vampiro, y tal vez por eso ahora ahogaba sus penas en alcohol. – Sabemos que hay muchos chicos y chicas que, al igual que tú, son forzados a tomar una decisión que no quieren – dije aludiendo a la decisión de convertirse en vampiro - o que tal vez quieran tomar debido a una falta de madurez, arrepintiéndose cuando son adultos. Pero esto no solo lo hace la Hermandad, sino muchísimos otros vampiros, de hecho en mi caso…
No pude continuar pues Jules irrumpió en la mesa colocando entre nosotras una enorme jarra de vino y tres vasos, que distribuyó.
-Lo siento, no vendían sangre, ¿te vale vino? – interrumpió Jules dirigiéndose a Ébano en una especie de mofa con doble sentido. Lancé a mi compañero una mirada de enfado y le hice un gesto de negación con la cabeza, ahora que parecía que empezaba a tener empatía con la vampiresa había venido a fastidiarme el momento. Luego volví a Ébano.
-Te decía que en mi caso, suelo cazar cualquier vampiro por el que me pagan. De hecho, mi maestro nos había prohibido a mí y a mi madre perseguir a la Hermandad – y es que Isabella podía llegar a ser muy terca. – pero ésta hizo caso omiso y no paró hasta dar con ella. Curiosamente, la propia Mortagglia también nos busca a nosotros.
-Al menos tienes alguien a quien buscar. Y familia a la que proteger. – replicó Jules inmediatamente, por primera vez en tono serio, inclinado hacia atrás sobre su silla y con un vaso cargado de vino en la mano. Se dirigió nuevamente a Ébano. – Mis padres y mi hermano mediano fueron asesinados cuando tenía diez años, y dediqué toda mi vida a cuidar a mi hermana, seis años más pequeña que yo. ¿Para qué? Para que hace un año vinieran nuestros amigos de la Hermandad y la dejaran sin brazos y sin piernas como si fuera un perro… sin que pudiera hacer nada por salvar su vida. – Jules se detuvo un momento, y se echó sobre al mesa, pensativo, apretando el puño. – Si pudiera encontrar a los malnacidos que acabaron con la vida de Rachel… - Concluyó.
A mí ya me había contado la historia, pero para Ébano sería nueva. Jules había visto morir a su hermana Rachel, que era lo que más quería, de una manera inhumana y cruel. Lo cierto es que, egoístamente, me sentía un poco mejor cuando contaba la historia de su vida, pues pensaba que, hasta el momento, yo tenía bastante suerte.
-Tranquilo, Jules. Los encontraremos. – le dije, poniéndole una mano en la espalda para tratar de tranquilizarlo. – Ébano. Sé que somos pocos y mal avenidos, pero espero que entiendas las necesidades. Si nos ayudamos todos, será mucho más sencillo. – me tomé una pausa para beber un trago. Aunque no era mucho de alcohol. – No nos vamos a meter en la boca del lobo, como te he dicho, ellos me buscan a mí también. Pero necesito o bien saber de dónde salen, o visitar sus antiguas instalaciones y descubrir qué es lo que hacen exactamente. - me tomé una pausa para que asimilara toda la información que le había contado, que era lo que me había pedido. -Y bien, ¿qué me dices?- concluí con la misma mirada fría que tuve durante toda la conversación. Quedaba a expensas de terminar de comer y que la vampiresa preguntara sus posibles inquietudes.
Anastasia Boisson
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Paseaba la mirada por la forma de caminar de Jules, y sus rasgos. Estábamos sentadas en una mesa, supuse que querría más información sobre el caserío abandonado de la Hermandad y Jules… Bueno, supuse que querría algo más, como todos los hombres, pero eso no venía al cuento ahora. Supuse pues que querría compartir un rato y ciertamente, si íbamos a compartir camino y armas, yo también quería compartir un rato.
Huracán, sentada conmigo, comenzó a contarme más cosas sobre la Hermandad, sobre lo que ella opinaba y sobre… En fin, pues sobre lo que hacían. Sin embargo, su rostro seguía completamente impasible. Entrecerré los ojos mirándola, buscando un por qué de aquel… Incisivo control sobre su rostro. Mientras, ella comentaba que trataban de evitar que siguiesen convirtiendo a personas contra su voluntad, tratando de discernir. Asentí, comprendía lo que estaba diciéndome.
– Sí, al parecer no son los únicos vampiros que hacen eso, al parecer hay quienes se empeñan en acrecentar… Esos rumores y esa reputación que tenemos de –gesticulé ampliamente, con la mano y todo– …bestias y monstruos que comen niños nonatos en rituales oscuros mientras nos chupamos la sangre en orgías y… Perdona, estoy divagando –suspiré–. Por ejemplo, tú. Tu… Rostro, es completamente impasible, supongo que tendrás motivos muy personales o simplemente gustas de ser así pero… La cuestión es la reputación que mantenemos. Y sé de primera mano que muchos se sienten amenazados, por eso intentan aparentar ser más de lo que son… Me incluyo a veces, de hecho. Pero esos… Degenerados. Nadie tiene derecho a doblegar la voluntad de un inocente.
– Sabemos que hay muchos chicos y chicas que, al igual que tú, son forzados a tomar una decisión que no quieren o que tal vez quieran tomar debido a una falta de madurez, arrepintiéndose cuando son adultos. Pero esto no solo lo hace la Hermandad, sino muchísimos otros vampiros, de hecho en mi caso…
Asentía, dándole la razón cuando Jules apareció con vino.
– No… La verdad es que no me vale. Anoche me sacié, ciertamente, pero no me gusta dejar pasar una buena oportunidad… – dije examinando al muchacho con interés. Cogí la jarra de vino alzándola e inclinando la cabeza hacia los dos– Salud, brujos. No suelo beber de una botella que no sea mía, cuestión de seguridad, pero haremos una excepción hoy. No hace falta que me trates con condescendencia, bruja, no es… No soy una pobrecilla convertida que sufre por los malvados actos de otros chupasangre. Lo fui, puede, pero ya no, está bien. –sonreí y bebí, acomodándome en la silla.
A continuación me relataron lo que había sucedido con la familia de Huracán y con la de Jules, que fue más cruel si cabe. Apretaba los dientes. Por más inmundicia que hubiese visto en mi corta vida, continuaría repugnándome escuchar relatos así.
– Lo siento, Jules. Os llevaré a donde necesitáis. Al menos… Algo ayudará, ¿no? No queda muy lejos de aquí. Se trata de un caserío que, al menos cuando estuve la última vez, estaba abandonado. O más… o menos… En fin. Una vieja amiga, una chica de mi misma situación me pidió volver con ella a la casa, a recuperar un arma de su familia que dejó olvidada allá, al parecer residía allí cuando fue convertida por los demás… Eso me hizo deducir en su momento que tienen diferentes bases pues en mi caso estuve en otro lugar diferente y con más ajetreo. Cuando fuimos, dimos con tres brujos, dos hermanos bastante majos, ella estaba que echaba chispas y él era un tipo legal, nos vemos de vez en cuando. También había un hombre gato… No he vuelto a verle. Y otro brujo, él… –hice una pausa, sin saber qué decir de él, asqueada por el revoltijo que se hacía en mi estómago con su nombre. Sonreí– él era un brujo, de fuego. Y en fin, os cuento esto porque aun con esas condiciones, caímos en lo que resultó ser un suelo podrido con un túnel tremendo directo a un nido de trasgos. Asqueroso, de lo peor en que me he metido nunca.
Tras su respuesta, aguardé un rato más con ellos, disfrutando del vino pues la compañía, pese a la raza, era agradable. Contar con buenos compañeros para la pelea era uno de esos pequeños placeres de la vida que no siempre se dan, y pronto comprobaría que aquella noche había tenido la oportunidad de vivirlo. Después subí arriba, hice mi bolsa de nuevo, dormí un par de horas y volví a bajar con las últimas luces, aguardando cerca de la entrada de la posada.
Off: El camino discurre sobre todo por entre el bosque, al norte del lago, Ébano os seguirá, probablemente habría que acampar un día, pues saliendo de noche llegaríamos al terminar la misma... O podemos acelerar un poquito y llegar a mitad. La casa está situada en los bosques del oeste. Ébano os seguirá como digo, con tranquilidad, callada, pero amable y bastante más confiada que antes.
Ébano
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Giré la cabeza hacia un lado cuando Ébano dijo que anoche había saciado su sed de sangre. Prefería no recordar el hecho, para mi orgullo de cazadora resultaba humillante que una vampiresa bebiera de mí, y Jules lo sabía, y por eso se reía, pero ahora que empezábamos a llevarnos bien no quería estropear el momento.
La conversación se había vuelto mucho más seria que anoche. La acechadora nocturna había aceptado llevarnos a una hipotética guarida de la Hermandad y por su rostro parecía encontrarse identificada con nuestra causa. Acompañada de más brujos, terminó en un nido de trasgos. Esas criaturas no era algo que me diera especialmente miedo. Nada me iba a detener en mi búsqueda del Centinela.
-Partiremos al anochecer. – le dije seria, mirando por la ventana. No quedaba demasiado para que oscureciera y la vampiresa pudiera salir a la calle. Aunque por lo que decía tardaríamos incluso otro día más en llegar a la cabaña.
-Disculpa, Huracán. No creo que sea buena idea que vayas tú. – objetó Jules. – Mortagglia te está buscando. No sé hasta que punto es bueno meterse en la boca del lobo. – y miró a mi antebrazo. La marca que me había dejado el Centinela durante nuestro enfrentamiento en Beltrexus permitía a la vampiresa ver dónde me encontraba. Aunque estaba bajo la chaqueta, me llevé la mano para protegerla de la mirada de Ébano.
-Sabes que debo hacerlo. – le dije, mirándole – Además, no será capaz de capturarme. – comenté con cierta soberbia, lo que hizo que el joven mirase hacia Ébano con un irónico rostro, como tratando de explicarle que era una insensata.
Continuamos hablando de temas menores y nos reunimos después, tras descansar un par de horas. La caminata sería larga y dada las limitaciones de la vampiresa, únicamente podríamos avanzar durante la noche. Con la llegada de la primavera, la disminuida duración de la noche retrasaría nuestro avance. Cuando Ébano bajó ya estábamos abajo y comenzamos a caminar, guiados por la dama nocturna, que era quien conocía el lugar.
Durante el camino hablamos de cosas más triviales, y la confianza iba aumentando entre los miembros del grupo. Nada serio. Costaría aún llegar a la cabaña. Faltaba todavía bastante e iba a amanecer. Era hora de ir buscando un sitio para volver a pasar “el día”. No tardamos en encontrar una pequeña cabaña, cerca del lago.
-Refugiémonos ahí. – dije, cuando los primeros rayos de sol comenzarían. No faltaría mucho para llegar a la cabaña. En la próxima noche, sin duda, llegaríamos.
Jules había estado todo el camino haciendo alusiones al tema del encuentro entre Ébano y yo, y lo cierto es que comenzaba a cansarme el tema. Una vez en la cabaña, que era una pequeña casa de dos plantas abandonada que los pescadores utilizaban como refugio, volvería a realizar un comentario.
-Chicas… A ver cómo lo digo sin que resulte ofensivo. – alzó una ceja buscando el cielo en busca de una respuesta, sonrió pícaramente - Sin ánimo de ofender ni de cuestionar vuestros gustos sexuales. En nombre de la asociación masculina de Aerandir debo decir que es una pena vuestra salida del armario. – y nos observó a ambas. Mirando las heridas que las dos teníamos en rostro y cuerpo. – No sé de la dama de la noche, pero Hury no tenía esas heridas ayer por la tarde… - permaneció con la boca abierta un rato, mirando hacia el suelo. - ¿De verdad os va ese rollo? – preguntó incrédulo. – Joder, si creéis que os falta alguien, ya sabéis que podría hacer el sacrificio.
La parlanchinería barata de Jules comenzaba a hacerme enfadar. Pero, además de ser un hombre básico, era alguien que buscaba encabronar a la gente para divertirse. Había que fastidiarle de una manera aún más dolorosa. Y se me ocurrió una maravillosa. No solía hacer este tipo de cosas, pero por una vez, haría una excepción.
-¿Quieres divertirte? - dije en una posición estirada y sugerente. Y le guiñé un ojo a la vampiresa a la vez que le entregaba una mitad. Tomé la cuerda por ambos extremos y la estiré con un golpe fuerte. Miré al brujo seria, que estaba sentado en una silla, con una sonrisa que indicaba. – Pues divirtámonos un rato.
-Veo que nos vamos entendiendo… - babeó sentado en su silla con una sonrisa libertina.
Una sonrisa pícara a Ébano esperaba que fuera suficiente para que entendiera mi plan, que no era otro que dejar al brujo atado inmóvil durante todo el día, e irnos las chicas juntas al piso de arriba. Mi principal intención era irritar a mi compañero. Aunque sentía una evidente debilidad carnal por Ébano que no podía controlar.
Una vez arriba, al menos yo, no iba a proponerle nada más allá de una mera conversación. Era demasiado orgullosa como para reconocer interés de otro tipo con una chupasangres.
La conversación se había vuelto mucho más seria que anoche. La acechadora nocturna había aceptado llevarnos a una hipotética guarida de la Hermandad y por su rostro parecía encontrarse identificada con nuestra causa. Acompañada de más brujos, terminó en un nido de trasgos. Esas criaturas no era algo que me diera especialmente miedo. Nada me iba a detener en mi búsqueda del Centinela.
-Partiremos al anochecer. – le dije seria, mirando por la ventana. No quedaba demasiado para que oscureciera y la vampiresa pudiera salir a la calle. Aunque por lo que decía tardaríamos incluso otro día más en llegar a la cabaña.
-Disculpa, Huracán. No creo que sea buena idea que vayas tú. – objetó Jules. – Mortagglia te está buscando. No sé hasta que punto es bueno meterse en la boca del lobo. – y miró a mi antebrazo. La marca que me había dejado el Centinela durante nuestro enfrentamiento en Beltrexus permitía a la vampiresa ver dónde me encontraba. Aunque estaba bajo la chaqueta, me llevé la mano para protegerla de la mirada de Ébano.
-Sabes que debo hacerlo. – le dije, mirándole – Además, no será capaz de capturarme. – comenté con cierta soberbia, lo que hizo que el joven mirase hacia Ébano con un irónico rostro, como tratando de explicarle que era una insensata.
Continuamos hablando de temas menores y nos reunimos después, tras descansar un par de horas. La caminata sería larga y dada las limitaciones de la vampiresa, únicamente podríamos avanzar durante la noche. Con la llegada de la primavera, la disminuida duración de la noche retrasaría nuestro avance. Cuando Ébano bajó ya estábamos abajo y comenzamos a caminar, guiados por la dama nocturna, que era quien conocía el lugar.
Durante el camino hablamos de cosas más triviales, y la confianza iba aumentando entre los miembros del grupo. Nada serio. Costaría aún llegar a la cabaña. Faltaba todavía bastante e iba a amanecer. Era hora de ir buscando un sitio para volver a pasar “el día”. No tardamos en encontrar una pequeña cabaña, cerca del lago.
-Refugiémonos ahí. – dije, cuando los primeros rayos de sol comenzarían. No faltaría mucho para llegar a la cabaña. En la próxima noche, sin duda, llegaríamos.
Jules había estado todo el camino haciendo alusiones al tema del encuentro entre Ébano y yo, y lo cierto es que comenzaba a cansarme el tema. Una vez en la cabaña, que era una pequeña casa de dos plantas abandonada que los pescadores utilizaban como refugio, volvería a realizar un comentario.
-Chicas… A ver cómo lo digo sin que resulte ofensivo. – alzó una ceja buscando el cielo en busca de una respuesta, sonrió pícaramente - Sin ánimo de ofender ni de cuestionar vuestros gustos sexuales. En nombre de la asociación masculina de Aerandir debo decir que es una pena vuestra salida del armario. – y nos observó a ambas. Mirando las heridas que las dos teníamos en rostro y cuerpo. – No sé de la dama de la noche, pero Hury no tenía esas heridas ayer por la tarde… - permaneció con la boca abierta un rato, mirando hacia el suelo. - ¿De verdad os va ese rollo? – preguntó incrédulo. – Joder, si creéis que os falta alguien, ya sabéis que podría hacer el sacrificio.
La parlanchinería barata de Jules comenzaba a hacerme enfadar. Pero, además de ser un hombre básico, era alguien que buscaba encabronar a la gente para divertirse. Había que fastidiarle de una manera aún más dolorosa. Y se me ocurrió una maravillosa. No solía hacer este tipo de cosas, pero por una vez, haría una excepción.
-¿Quieres divertirte? - dije en una posición estirada y sugerente. Y le guiñé un ojo a la vampiresa a la vez que le entregaba una mitad. Tomé la cuerda por ambos extremos y la estiré con un golpe fuerte. Miré al brujo seria, que estaba sentado en una silla, con una sonrisa que indicaba. – Pues divirtámonos un rato.
-Veo que nos vamos entendiendo… - babeó sentado en su silla con una sonrisa libertina.
Una sonrisa pícara a Ébano esperaba que fuera suficiente para que entendiera mi plan, que no era otro que dejar al brujo atado inmóvil durante todo el día, e irnos las chicas juntas al piso de arriba. Mi principal intención era irritar a mi compañero. Aunque sentía una evidente debilidad carnal por Ébano que no podía controlar.
Una vez arriba, al menos yo, no iba a proponerle nada más allá de una mera conversación. Era demasiado orgullosa como para reconocer interés de otro tipo con una chupasangres.
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
La conversación se iba haciendo más liviana conforme avanzaba la noche y caminábamos rumbo al caserío donde había conocido al brujo. De cuando en cuanto me acordaba y suspiraba para mis adentros, sin comprender nada de lo que había pasado en los últimos meses.. ¿O años…? Así que agradecía enormemente aquella pequeña escapada con ellos, hablando de cosas sin sentido y para qué engañarme, con expectativas de alegría para mis ojos y puede que para mis manos.
– Lo siento, si no fuese lo que soy no tendríamos que hacer una parada de noche. Creo que hay una cabaña por las inmediaciones… Seguro que habrá varias, alguna estará vacía.
Me había gustado también haber compartido ratos con Vincent cuando le encontré para aquella pequeña tarea, y me había gustado mucho el regreso de Arathon, pese a su frialdad, ver caras amigas me hacía bien, y no sabía si era una muestra más de debilidad pero.. No podía ignorarlo simplemente. Sin embargo sí tenía que olvidarlo todo aquella noche y la siguiente, porque no tenía ni idea de qué íbamos a encontrar allí. Cuando llegamos a la cabaña, revisamos su estado y dejamos las cosas. No era muy grande pero valdría, arriba había una especie de buhardilla descubierta con catres sumamente bajos, a saber de qué. Las mantas estaban llenas de polvo y había matojos de hierbas colgados por las paredes. También había un conejo muerto hacía los dioses saben cuánto tiempo. Lo cogí y miré a Jules con sorna y picardía, que tantos comentarios estaba haciendo durante el camino. Lancé el conejo en mal estado frente a él en la mesa.
– ¿Tienes hambre, dices? Se te ve con ganas de un poco de carne, ¿no?
– Chicas… A ver cómo lo digo sin que resulte ofensivo. Sin ánimo de ofender ni de cuestionar vuestros gustos sexuales. En nombre de la asociación masculina de Aerandir debo decir que es una pena vuestra salida del armario. No sé de la dama de la noche, pero Hury no tenía esas heridas ayer por la tarde…
– Ay… –suspiré, sin poder evitar reírme–. Tu eres muy gracioso, ¿verdad?
– ¿De verdad os va ese rollo?Joder, si creéis que os falta alguien, ya sabéis que podría hacer el sacrificio.
– Sacrificio, ya. ¿No será que tienes más ganas que yo de dejarte deslizar por la piel de la bruja? No tengo ningún problema en admitir que es preciosa, y que probablemente sabe hacer cosas que a ti, –dije, poniéndome cerca de su silla en la mesa, dejé caer un dedo por su cuello mirándolo fijamente– te costaría mucho tiempo aprender –clavé la uña con fuerza bajando por el cuello hasta su clavícula y lamí lo que resbalaba por mi mano–. Los brujos sois fascinantes. En este mundo he aprendido que cuantos menos prejuicios tenga… Mejor. Quitando el pequeño regusto amargo a azufre de vuestra sangre… Pero en fin, eso solo potencia la emoción.
Dije, abriendo los ojos con teatralidad y alejándome de la mesa. Jugar estaba siendo una especie de remanso tranquilizador en medio de lo normalizado de aquel viaje. Huracán me miraba con rabia por lo que estaba diciendo, y a Jules por igual, porque parecía ser un socarrón de cuidado. Sin embargo sabía que aunque estaba jugando con fuego, a ella le gustaba exactamente igual que a mí.
– ¿Quieres divertirte? Pues divirtámonos un rato.
Me entregó una cuerda que cogí con disposición y media sonrisa. Me acerqué a él, mientras balbuceaba, y… Bueno, supongo que dejamos que nos sintiese más cerca de lo que él pensaba, o al menos tan pronto. Con un par de vueltas al torso, las manos atadas junto a sus caderas y los pies a las patas de la silla, solo quedaba la parte superior de sus piernas. Me mordí el labio y cogí lo que quedaba de cuerda de manos de Huracán, recreándome en su piel con movimientos excesivos, con caricias y con la boca cerca de su cuello, sabiendo que la mirada de Jules recorría cada movimiento. Me costó, para qué mentir, no clavarle los dientes y beber de ella dejando a mi lengua recorrer el borde de su boca y… Ohg. Me atraía bastante para conocerla tan poco, sin embargo la noche anterior me había calado hondo.
Me despegué por fin y acerqué los labios a la oreja del brujo, lamí con alevosía y sin pudor, dejando un mordisco suave en su cuello. Y estaba segura de que él notaría mis manos cerca de su pernera, pero también estaba segura de que no esperaría que tras ello, cogiese a la muchacha del brazo y caminase hacia el catre superior, entre risillas.
– Ay, pobre… Espero no habernos pasado. Creo que os estoy dando una impresión más… exacerbada, de lo que soy –sin embargo nunca tenía por costumbre dejar ver que yo NO era solo piel, tal y como solía comportarme–. Habrá que bajar más tarde a desatarle, para que pueda dormir y descansar, mañana se avecina una noche interesante.
Cuando llegué arriba, me quité la capa y me quité el corpiño de cuero, la camisa de lino y las botas eran suficientes. En noches como esa no solía dormir. Destapé una botella del zurrón y le di un trago sentándome en el suelo, mirando por el borde de aquella buhardilla hacia donde estaba Jules.
– ¿Estás cómodo, encanto? Puedes echarnos una mano como habías dicho, si quieres…
Dije, sonriendo a Huracán. –Oye, no suelo dormir mucho cuando tenemos algo importante entre manos, así que puedes usar el catre, puedo montar guardia.
Sabía que de haber querido, habría ocurrido algo y que probablemente ella en su fuero íntimo lo desease tanto como yo. Pero una cosa era jugar y otra rendir el cuerpo al placer de la carne antes de abordar una antigua morada de vampiros. Habría más tiempo en adelante, y esperé que ella lo comprendiese de mi mirada.
– Podemos dejar aquí lo que necesitemos para llegar ligeros al caserío; si necesitáis algo que debáis buscar, es ahora. – Les dije al caer la noche, antes de partir.
El camino que seguiría no sería ya muy largo hasta encontrar el caserío. Una vez comido y bebido un poco, arreglado atuendo y armas, nos pusimos en marcha. El bosque se abría conforme nos acercábamos y yo sabía que estaba cerca.
– Si hay alguien en la casa, sabrán que estamos llegando. Me refiero a si está en uso… Cuando estuve no quedaba nada, estaba destrozada y había trasgos, así que espero que puedas encontrar lo que necesitas y nos vayamos pronto –dije, lanzando una mirada significativa a su brazo, donde habían mencionado que tenía una marca de localización. – Y por descontado, puedo cubriros.
Miré un árbol retorcido con la copa roja y después, una gran piedra en el camino.
– Está en esa dirección, –dije señalando– a una hora de camino. Llegaremos con la luna casi en el punto más álgido.
Ébano
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
La rubia sabía como encender a alguien. Jugó con Jules de una manera tan sensual que hasta hubiera deseado ser yo la que estuviera en la silla. Me mordí el labio inferior con deseo, a espaldas de Ébano, cuando ésta arañó el cuello del brujo, provocándole sangre. Sin embargo, el cazador no parecía estar disfrutando aquello, sino que más bien lo repugnaba, él parecía tener un estilo más tranquilo. A continuación subimos de manera cariñosa a la buhardilla superior, donde tomé una botella de alcohol añejo y me senté en una mesa.
Di un sorbo a la botella cuando un comentario de Ébano sobre que podía dormir bajo la coartada de que “ella no pegaba ojo cuando había algo importante que hacer” hizo que escupiera el líquido de la risa. - ¿Dormir con un vampiro al lado mientras Jules está inmovilizado? – sonreí sujetando la botella y alzando una ceja sarcástica y mirarla con una sonrisa. – Venga, Ébano, por favor. Que las dos llevamos mucho tiempo en esto. – Y di un nuevo trago a la botella sin perder la sonrisa.
Y con “esto” me refería al constante conflicto entre vampiro y cazador. Pues por mucho deseo carnal mutuo que hubiera entre nosotras, Ébano no dejaba de ser una apestosa chupasangres para mí, y yo seguramente algo igual de “bonito” para ella. Aquello se notaba en el tono de la conversación. Ambas deseábamos el cuerpo de la otra para dos fines muy claros: Por un lado, satisfacer una necesidad lujuriosa prohibida y evidente, pero por el otro arrancarnos la cabeza. Y la última opción era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.
Nos relajamos, comimos, bebimos y desatamos a Jules tras un rato. Ébano propuso dejar allí parte del equipamiento, cosa que no hicimos. No por nada, sino porque estábamos acostumbrados a llevar todo con nosotros. Y dicho esto, partimos hacia allí. Ébano nos indicó la dirección y remarcó lo del nido de los trasgos. Tardamos en llegar una hora, comenzaba a estar ansiosa por llegar, por descubrir más cosas de la Hermandad.
El lugar a priori no parecía muy prometedor. Era una cabaña pequeña que casi era difícil hasta de encontrar en el bosque, algo lógico al tratarse de una guarida de una secta secreta. No podía ser algo llamativo. Además no sabíamos si había alguien más allí. Les hice un gesto con la mano para que guardaran silencio, luego miré al cazador. – Jules, entramos por la puerta. Uno a cada lado. Ébano, mira que no haya nadie fuera. – les dije, tomando mi ballesta pesada y acercándome a la casa a un ritmo rápido. Pegué la oreja a la madera, para ver si escuchaba algo, pero no se oían voces humanas, no obstante pasaba por debajo de las ventanas.
Jules hizo lo propio rodeando la casa por el otro lado y nos encontramos a ambos lados de la puerta. Le hice un gesto con la cabeza para preguntarle si había detectado algo. Me hizo un gesto serio de negación con la cabeza y a continuación le dije que entrara en la casa con la mano. El brujo hizo un movimiento rápido y tiró la puerta de una patada y se hizo a un lado para que entrara yo también en un movimiento rápido. La choza ocupada, como Ébano había dicho, por unos trasgos, a los que aniquilamos rápidamente de varios flechazos, empalándolos contra la pared, emitían ruidos guturales muy agudos y ciertamente repelentes. Indiqué a Ébano que se acercara a la casa, pues no había peligro.
-Rápido, busquemos algo. – dije nerviosa, con los ojos brillantes, mientras Jules encendía un pequeño candil con sus habilidades de fuego para iluminar un poco la estancia en la noche. Comencé a traspapelar papeles y a apartar a patadas los cuerpos de los trasgos muertos que se interponían entre yo y las estanterías donde se encontraban los libros. Revolvía todo con celeridad, mientras que el brujo hacía lo propio. Tuve una gran sorpresa al tomar uno de los libros de la estantería. Produciendo que una trampilla se abriera en el suelo.
-¿Qué demonios has hecho? – preguntó Jules nervioso, acercándose a la trampilla que se acababa de abrir. Pero él no parecía haber conseguido nada.
-No lo sé – respondí. – Pero bajemos. – les indiqué a ambos. El lugar era un estrecho y oscuro túnel, que Jules iluminó gracias a sus hechizos de fuego. Había algún trasgo menor del que nos deshicimos al ritmo de nuestra ballesta.
Al final del mismo, que no era muy alrgo, encontramos lo que parecía ser un pequeño escritorio con un libro encima de la mesa, así como una nota escrita. “La Hermandad: Historia e ideología” se titulaba el libro. – ¡Mirad! – les dije a Jules y a Ébano, sosteniendo el libro con una sonrisa. Como si fuera un tesoro. - ¡Esto puede darnos muchísimas ideas de la secta! – exclamé con alegría.
Pero algo parecía que iba a salir mal y, cuando menos lo esperábamos la trampilla por la que habíamos accedido se había cerrado. Y no podíamos abrirlo. Alguien nos había encerrado sin opción a escapar. Corrí hasta la trampilla y traté de empujarla con fuerza. Pero no abría. Únicamente fuera, se escuchaba la voz de un hombre que parecía estar loco. -¡He cazado las maripositas! ¡Las maripositas han caído en mi trampa! – y se desternillaba como un chalado. Pero aquella compuerta era demasiado fuerte como para poder abrirla. Ni siquiera Jules, que era el más fuerte de los tres, podía hacer nada.
-Esto es una trampa. – dije después de golpear por última vez, resignada. Me giré con cierta agresividad contra Ébano. No me había fiado de ella en todo el camino y ahora mucho menos. ¿Y si seguía perteneciendo a la Hermandad y nos había llevado a un engaño? Me acerqué y le di un fuerte empujón malhumorada. – Esto es cosa tuya, ¿verdad? Me dijiste que solo había trasgos. – le grité. No sabía si había sido ella, pero en aquel momento era la única de quien sospechaba. – Si me entero que tienes alguna relación con esto te juro que te…
Pero Jules no me dejó terminar la frase y aparecería para sujetarme y darme un empujón hacia el otro lado. – Tranquila, Huracán. Está aquí con nosotros. – se tomó una pausa. – Conoces la casa, has estado aquí. ¿Sabes como escapar? – le preguntó con cordialidad a Ébano. Pero eso poco iba a hacer que me calmara. Mortagglia me estaba buscando y lo último que quería ser era un periquito enjaulado en la antigua cabaña de la Hermandad.
Di un sorbo a la botella cuando un comentario de Ébano sobre que podía dormir bajo la coartada de que “ella no pegaba ojo cuando había algo importante que hacer” hizo que escupiera el líquido de la risa. - ¿Dormir con un vampiro al lado mientras Jules está inmovilizado? – sonreí sujetando la botella y alzando una ceja sarcástica y mirarla con una sonrisa. – Venga, Ébano, por favor. Que las dos llevamos mucho tiempo en esto. – Y di un nuevo trago a la botella sin perder la sonrisa.
Y con “esto” me refería al constante conflicto entre vampiro y cazador. Pues por mucho deseo carnal mutuo que hubiera entre nosotras, Ébano no dejaba de ser una apestosa chupasangres para mí, y yo seguramente algo igual de “bonito” para ella. Aquello se notaba en el tono de la conversación. Ambas deseábamos el cuerpo de la otra para dos fines muy claros: Por un lado, satisfacer una necesidad lujuriosa prohibida y evidente, pero por el otro arrancarnos la cabeza. Y la última opción era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.
Nos relajamos, comimos, bebimos y desatamos a Jules tras un rato. Ébano propuso dejar allí parte del equipamiento, cosa que no hicimos. No por nada, sino porque estábamos acostumbrados a llevar todo con nosotros. Y dicho esto, partimos hacia allí. Ébano nos indicó la dirección y remarcó lo del nido de los trasgos. Tardamos en llegar una hora, comenzaba a estar ansiosa por llegar, por descubrir más cosas de la Hermandad.
El lugar a priori no parecía muy prometedor. Era una cabaña pequeña que casi era difícil hasta de encontrar en el bosque, algo lógico al tratarse de una guarida de una secta secreta. No podía ser algo llamativo. Además no sabíamos si había alguien más allí. Les hice un gesto con la mano para que guardaran silencio, luego miré al cazador. – Jules, entramos por la puerta. Uno a cada lado. Ébano, mira que no haya nadie fuera. – les dije, tomando mi ballesta pesada y acercándome a la casa a un ritmo rápido. Pegué la oreja a la madera, para ver si escuchaba algo, pero no se oían voces humanas, no obstante pasaba por debajo de las ventanas.
Jules hizo lo propio rodeando la casa por el otro lado y nos encontramos a ambos lados de la puerta. Le hice un gesto con la cabeza para preguntarle si había detectado algo. Me hizo un gesto serio de negación con la cabeza y a continuación le dije que entrara en la casa con la mano. El brujo hizo un movimiento rápido y tiró la puerta de una patada y se hizo a un lado para que entrara yo también en un movimiento rápido. La choza ocupada, como Ébano había dicho, por unos trasgos, a los que aniquilamos rápidamente de varios flechazos, empalándolos contra la pared, emitían ruidos guturales muy agudos y ciertamente repelentes. Indiqué a Ébano que se acercara a la casa, pues no había peligro.
-Rápido, busquemos algo. – dije nerviosa, con los ojos brillantes, mientras Jules encendía un pequeño candil con sus habilidades de fuego para iluminar un poco la estancia en la noche. Comencé a traspapelar papeles y a apartar a patadas los cuerpos de los trasgos muertos que se interponían entre yo y las estanterías donde se encontraban los libros. Revolvía todo con celeridad, mientras que el brujo hacía lo propio. Tuve una gran sorpresa al tomar uno de los libros de la estantería. Produciendo que una trampilla se abriera en el suelo.
-¿Qué demonios has hecho? – preguntó Jules nervioso, acercándose a la trampilla que se acababa de abrir. Pero él no parecía haber conseguido nada.
-No lo sé – respondí. – Pero bajemos. – les indiqué a ambos. El lugar era un estrecho y oscuro túnel, que Jules iluminó gracias a sus hechizos de fuego. Había algún trasgo menor del que nos deshicimos al ritmo de nuestra ballesta.
Al final del mismo, que no era muy alrgo, encontramos lo que parecía ser un pequeño escritorio con un libro encima de la mesa, así como una nota escrita. “La Hermandad: Historia e ideología” se titulaba el libro. – ¡Mirad! – les dije a Jules y a Ébano, sosteniendo el libro con una sonrisa. Como si fuera un tesoro. - ¡Esto puede darnos muchísimas ideas de la secta! – exclamé con alegría.
Pero algo parecía que iba a salir mal y, cuando menos lo esperábamos la trampilla por la que habíamos accedido se había cerrado. Y no podíamos abrirlo. Alguien nos había encerrado sin opción a escapar. Corrí hasta la trampilla y traté de empujarla con fuerza. Pero no abría. Únicamente fuera, se escuchaba la voz de un hombre que parecía estar loco. -¡He cazado las maripositas! ¡Las maripositas han caído en mi trampa! – y se desternillaba como un chalado. Pero aquella compuerta era demasiado fuerte como para poder abrirla. Ni siquiera Jules, que era el más fuerte de los tres, podía hacer nada.
-Esto es una trampa. – dije después de golpear por última vez, resignada. Me giré con cierta agresividad contra Ébano. No me había fiado de ella en todo el camino y ahora mucho menos. ¿Y si seguía perteneciendo a la Hermandad y nos había llevado a un engaño? Me acerqué y le di un fuerte empujón malhumorada. – Esto es cosa tuya, ¿verdad? Me dijiste que solo había trasgos. – le grité. No sabía si había sido ella, pero en aquel momento era la única de quien sospechaba. – Si me entero que tienes alguna relación con esto te juro que te…
Pero Jules no me dejó terminar la frase y aparecería para sujetarme y darme un empujón hacia el otro lado. – Tranquila, Huracán. Está aquí con nosotros. – se tomó una pausa. – Conoces la casa, has estado aquí. ¿Sabes como escapar? – le preguntó con cordialidad a Ébano. Pero eso poco iba a hacer que me calmara. Mortagglia me estaba buscando y lo último que quería ser era un periquito enjaulado en la antigua cabaña de la Hermandad.
Anastasia Boisson
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
El exterior estaba tranquilo, pero algo me olía mal. Sin embargo no quería alertarles sin tener ningún motivo sóildo de modo que asentí silenciosa a la señal de la bruja antes de que ambos rodeasen la casa para entrar.
Los ruidos de golpes secos denotaba la refriega del interior. Apreté los dientes; aquello no era como lo recordaba. Estaba claro que la casa era la misma, pues la puerta, las ventanas... La estructra era esa, pero le faltaba... Joder, le faltaba gran parte de la casa. Pensé que se habría derruído de la podredumbre por la humedad y que los trasgos que quedaban habrían reconstruido una parte conservando la entraba. O más bien... En mi fuero íntimo esperaba que fuesen los trasgos. No me daba miedo enfrentarme a nada, pero temía el recuerdo, lo que pasé cuando estuve con ellos sometida bajo el influjo de la persuasión. Podría decirse que me daba escalofríos, y me repelía.
Di un par de vueltas al perímetro, callada, silenciosa y con un cuchillo en la mano. Sin embargo sabía que si econtrábamos a algún dueño de la casa, me olería igual que yo puedo oler a los demás... Esperé que solo fuesen trasgos, o algún vagabundo, lo que inquietaba mis sentidos. A la señal de Huracán, entré con ellos.
– Oh, he llegado tarde a la fiesta –dije, pero no pareció darse cuenta. Ella estaba metida de lleno en lo que hacía, buscaba con ansias y no la culpaba, después de saber lo que había ocurrido con su pasado y con el de Jules.
– Rápido, busquemos algo –comentó, poniéndose manos a la obra con él. Yo deambulé entre los cuerpos de los trasgos, que no parecían iguales a los que vi en su día con los otros brujos, Amaranth, y el hombre gato. Levanté un brazo sin remilgos y olí su piel, frunciendo el ceño. Azufre.
– Eh, me parece que a... – "...quí pasa algo más", iba a decir, pero no llegué a concluir porque un chasquido dio paso a sus interrogantes y a una trampilla en el suelo, allí donde anteriormente había estado el comienzo del gran agujero que se abrió en el suelo podrido, por el que caímos, y que era la boca de la madriguera de trasgos. No me gustaba, pero para entonces estaban ya bajando. Los seguí, atravesamos un tunel, salté un trasgo que acababan de matar y llegamos a una cámara que no había visto en mi vida. Podíamos ver la luz de arriba desde ahí, pues el pequeño tunel no medía más de cuatro metros, y sin embargo tenían que iluminarlo con magia.
– No me gusta... –murmuré, apartandome del fuego del brujo con asco, y topando con las paredes, puntiagudas, rasposas. Aquello colmó el vaso, alcé la voz–. Huracán, esto no estaba aquí antes...
Sin embargo ella tenía en las manos un libro encuadernado en cuero que sostenía como si le fuese la vida en ello y entonces, todo sucedió rápido, en un abrir y cerrar de ojos. Un golpe cerró la trampilla, y una voz sobre nuestras cabezas, aguda y destilando avaricia plantó la semilla del pánico.
– ¡He cazado las maripositas! ¡Las maripositas han caído en mi trampa!
– Mierda, joder. Me cago en... –maldije, murmurlando, guardando el cuchillo que llevaba y sacando el otro más fino mientras recorría las paredes, oliéndome lo que pasaba. Sin embargo, eran todas como me estaba imaginando: recién talladas, la piedra estaba todavía punzante, húmeda en algunos rincones incluso. Y sobre todo, no había polvo en la mesa ni en la silla ni en el resto de cosas de la pequeña cámara.
No les estaba mirando, estaba pendiente de que estábamos encerrados, tenía los ojos rojos por la frustración y la rabia, los sentidos a flor de piel, pero no la vi venir. De un momento a otro estaba primero golpeando la puerta, y después agarrándome y empujándome.
– Esto es una trampa. Esto es cosa tuya, ¿verdad? Me dijiste que solo había trasgos.
– ¡Eh! –chillé, siseé abriendole la boca de forma amenazante con los colmillos creciendo. Se estaba envalentonando y a mi me estaba hirviendo la sangre, de ver que me había metido en otro lío por haberme dejado llevar, y encima...– Si me entero que tienes alguna relación con esto te juro que te…
Le crucé la cara, a la vez que Jules la cogía y la apartaba.– Tranquila, Huracán. Está aquí con nosotros.Conoces la casa, has estado aquí. ¿Sabes como escapar?
– Ahora, chíllame todo lo que quieras, con motivos –me aparté, deambulé unos segundos por la estancia, volviendo a notar la ausencia de aire que antes había estado a punto de comentarle, antes de que me empujase. Me volví hacia ellos, gesticulando con los brazos– ¿Se puede saber qué coño te pasa conmigo? Mira... Mira, niña, vengo aquí, os ayudo porque creo que es necesario y deposito mi confianza, ¡primero me dices que te pongo una excusa para montar guardia y ahora me culpas a mi, porque claro! Tengo colmillos y soy el blanco más fácil, ¿eh? Pues podrías empezar por poner un poquito de cuidado, ¿o te crees que no he visto cómo mirabas tu brazo con preocupación durante todo el camino? ¡Ahg! –exclamé finalmente, dando la vuelta y tranquilizandome; tenía hambre.
– Mira, si yo confío, necesito recibir lo mismo. Estamos encerrados, ¿vale? –dije, mirándolos a los dos. Me daba igual haberme pasado, no estaba dispuesta a aguantar eso.– Este túnel y esta caverna no estaba aquí cuando yo vine y me atrevería a decir que es reciente: las paredes raspan todavía, están recién excavadas en la roca y no hay polvo sobre los muebles, no al menos del tipo que hay cuando han pasado muchos meses sin que nadie entre. Y no hay corriente de aire, está sellada. Podemos intentar excavar, pero no quiero terminar de nuevo en el nido de trasgos que probablemente siga ahí abajo, así que tenemos que abrir esa trampilla, y más nos vale que sea antes de que alguién más venga.
Me dí la vuelta. Nerviosa. Ella había intentado abrir y estaba cerrada, y no podíamos hacer más... Pero no podíamos ponernos nerviosos, claro que la situación estaba viendose delicada... Viéndose.. Claro que yo veía mejor. Y puede que pudiese con esa trampilla, a fin de cuentas... – ...a fin de cuentas soy más fuerte. ¡Ya! Sí, Jules, o tú... Da lo mismo, si me levantáis y hago toda la fuerza que pueda, podemos abrir esa puerta, ¿no? Algo bueno tenía que tener esto..
Me dirigí hasta allí calibrando y deseando que surtiese efecto. Me levantaron un poco, pues tampoco era tan alta la estancia, pero de ese modo la fuerza ejercida tendría más efecto. Golpeé con el codo, con el brazo y después con las dos manos, maldiciendo – Joder... Vamos.... –algo estaba taponando. Hice acopio de fuerzas y pegué tratando de proyectar todo el peso de mi cuerpo y la presión sobre el hombro y el costado hacia la puertertecilla, que se abrió con un estruendo y derribó a lo que hubiese detrás sobre el suelo. Con un gesto de dolor me retiré para que pasasen antes; – Vamos...
Ébano
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Me abofeteó la cara. ¿Cómo se atreve? ¿Quién se cree que es? Me lancé a por la chupasangres con una expresión de enfado evidente. Ella estaba parecida conmigo. De no ser por Jules, en aquel momento seguramente alguna de las dos habría terminado allí mismo su andadura por el mundo. Pero el brujo apareció para tranquilizarme y separarme antes de que me comiera a la vampiresa.
-¡Tranquilízate, Huracán! – y me dio un empujón hacia atrás. ¿Qué ocurría? ¿Todos estaban en mi contra? – Déjala hablar y luego ya valoras lo que consideres. – Era triste que fuese el bala loca de Jules el que pusiera la cabeza en aquel momento. Pero le tenía demasiadas ganas acumuladas. Y más después de que mencionara la marca de mi brazo, aquello lo había dicho por herir. Las cosas se calmaron, pero yo en ningún momento retiré mi cara de asco hacia la vampiresa. Tal vez tuvieran razón y había sido demasiado impulsiva al acusarla directamente, pero jamás le iba a pedir perdón a una vampiresa.
-Qué remedio… - comenté cuando me pidió confianza. Crucé los brazos. Estábamos en una situación delicada que requería compenetración, pero seguía sin fiarme plenamente, había compartido experiencias con muchos vampiros y era muy consciente de lo traicioneros y rastreros que podían llegar a ser. El criterio de Jules sobre mostrar confianza en la mujer no me terminaba de convencer, sobre todo viniendo de alguien que cuando ve dos tetas deja de pensar con la cabeza y pasa a hacerlo con otra cosa.
-Venga Huri, ayúdame a subirla. – me pidió. Ébano se propuso abrir la trampilla si la aupábamos. “Maldita retaca…”, pensé, haciendo negaciones con la cabeza. No dije nada y me posicioné junto al brujo para alzarla y que ésta pudiera derribar la portilla.
La vampiresa consiguió tras un fuerte esfuerzo abrir la trampilla, consiguiéndolo repentinamente tras un estruendo. La posamos en el suelo y yo rápidamente tomé mi ballesta pesada y de un salto ayudándome del viento me plantifiqué arriba. Jules, que no era tensái del viento, tendría que subir por la escalerilla. Allí había un tipo, el mismo de la voz. -¡Ash balla ná! – grité y estiré mi mano hacia delante, generando una corriente de aire que barrió al tipo contra una de las paredes de la casa. A continuación disparé mi ballesta. ¿A la cabeza? No. Podía tener información importante. Disparé sobre su hombro, dejándole empalado contra la pared. Dio un grito de dolor tremendo e intentó quitarse el virote de casi 40 cm de largo. Sin éxito.
-Joder, sí que solucionas rápido las cosas. – Dijo Jules, que cuando llegó arriba ya había visto al hombre empalado.
Me dirigí al hombre despacio, andando de una manera ciertamente soberbia y sin mostrar un ápice de expresión alegre en mi rostro. Me había encerrado en la antigua guarida de la Hermandad y ahora iba a pagar por ello. Pero primero quería saber quién era y por qué estaba allí. Era un hombre adulto y bastante desaliñado y despeinado. Daba el aspecto más de tipo chiflado que de tipo cordial.
-¡No! ¡Por favor! ¡Suéltame! – suplicaba el hombre. – No sabía quién eras… Yo…
No le hice caso. Me puse en cuclillas a su lado. Apoyé un brazo sobre mi rodilla y con el otro acerqué la mano para sujetarle la cara y observar sus ojos. Rojos. Le levanté un poco el labio y pude ver unos colmillos más grandes de lo normal.
-Es otro chupasangres, Jules. – le dije todavía en cuclillas al brujo, girándome y riendo.
-¡Oh, mierda! – se maldijo el cazador. - ¿Otro más? Me estás dando una paliza. ¡No quiero perder la apuesta! Con este ya llevas seis chupasangres más que yo desde que salimos de Lunargenta. – dijo en relación a la apuesta que habíamos hecho. El que más vampiros aniquilara en los bosques del oeste, tendría que invitar al otro al restaurante más caro una vez volviéramos a Beltrexus. Y, de momento, yo llevaba las de ganar.
-Tienes ahí a Ébano si quieres recortar diferencias. – le dije con una sonrisa pícara. Buscando provocar a la vampiresa. El brujo la miró torciendo el gesto, con el que trataba de exculparme a mí. Resopló buscando la manera de aligerar el asunto.
-Ébano me cae simpática. – dijo. - Te ha traído hasta aquí. Podrías ser un poco más agradable con ella. – Reprochó.
Me reí y no respondí. Lo cierto es que los cazadores tratábamos a los vampiros como si fuesen un montón de aeros. ¿Pero acaso ellos me miraban a mí de otra manera? ¿Y los miles de inocentes con los que acababan cada noche con la mera excusa de beber su sangre? Aquel que nos había encerrado, ¿quién era? Le sacudí un puñetazo a la criatura en la cara y le pedí explicaciones.
-¿Trabajas para la Hermandad? – le pregunté.
-¡¿Qué?! – preguntó el hombre. - ¡No! ¡No! Yo no tengo nada que ver con ellos. Sólo tengo esta trampa para cazar. Necesito beber sangre. Si no moriré. Me repudio a mí mismo. ¡Sólo cazo animales y trasgos de este pozo inmundo! – le sacudí un nuevo puñetazo. – Por favor. ¡No hay restos humanos!
-¿Y qué hacía este libro allí abajo? – le pregunté enseñándole el manuscrito. - ¿O me vas a decir que no sabías qué estaba ahí? – tercer puñetazo. Ya sangraba por la nariz.
-]Te juro que yo no tenía ni… - cuarto puñetazo. Esta vez más fuerte. - ¡Joder! Estaba ya en la choza cuando vine. Pertenecía a ese grupo de la Hermandad. Me torturaron desde pequeño, huí y me caí muerto a esta casa lo encontré en esta casa. Y lo aparté. No quería que nadie lo robara y se uniera a esos desgraciados. – no pude evitar ver ciertos paralelismos en la historia del hombre con la de Ébano. Pero aquel tipo parecía sincero. – Si lo necesitas, llévatelo, por favor. Pero no me mates. Jamás he matado a ningún humano. Estoy arrepentido de ser quién soy.
-¿Sabes dónde está su guarida? - le pregunté.
]-¿Qué? No. Nadie lo sabe. ¡Nos hacían entrar con los ojos vendados! - replicaba el hombre. Lo cual le hizo ganarse un quinto puñetazo por no haberme proporcionado la información que buscaba. Aún siendo sincero.
-Déjalo, Huri. Creo que dice la verdad. – me certificó Jules desde atrás con seriedad, que parecía tener el mismo punto de vista que yo.
Dicho esto, lo dejé paz. Podría haber acabado allí mismo con su vida. Pero yo no era un monstruo como la mayoría de vampiros, y allí no había pruebas de ningún cuerpo humano. Así que aunque me diera asco aquella raza, no había ninguna razón de peso para acabar con su vida. Me levanté pensando en lo que me había dicho. Me resigné y salí a la puerta. - En el fondo tiene corazoncito. - sonrió Jules a Ébano sobre mí. En medio de la noche. Necesitaba que la brisa recorriera mi cuerpo. Me quedé reflexiva, con rostro serio. Después ojearía el libro.
-¡Tranquilízate, Huracán! – y me dio un empujón hacia atrás. ¿Qué ocurría? ¿Todos estaban en mi contra? – Déjala hablar y luego ya valoras lo que consideres. – Era triste que fuese el bala loca de Jules el que pusiera la cabeza en aquel momento. Pero le tenía demasiadas ganas acumuladas. Y más después de que mencionara la marca de mi brazo, aquello lo había dicho por herir. Las cosas se calmaron, pero yo en ningún momento retiré mi cara de asco hacia la vampiresa. Tal vez tuvieran razón y había sido demasiado impulsiva al acusarla directamente, pero jamás le iba a pedir perdón a una vampiresa.
-Qué remedio… - comenté cuando me pidió confianza. Crucé los brazos. Estábamos en una situación delicada que requería compenetración, pero seguía sin fiarme plenamente, había compartido experiencias con muchos vampiros y era muy consciente de lo traicioneros y rastreros que podían llegar a ser. El criterio de Jules sobre mostrar confianza en la mujer no me terminaba de convencer, sobre todo viniendo de alguien que cuando ve dos tetas deja de pensar con la cabeza y pasa a hacerlo con otra cosa.
-Venga Huri, ayúdame a subirla. – me pidió. Ébano se propuso abrir la trampilla si la aupábamos. “Maldita retaca…”, pensé, haciendo negaciones con la cabeza. No dije nada y me posicioné junto al brujo para alzarla y que ésta pudiera derribar la portilla.
La vampiresa consiguió tras un fuerte esfuerzo abrir la trampilla, consiguiéndolo repentinamente tras un estruendo. La posamos en el suelo y yo rápidamente tomé mi ballesta pesada y de un salto ayudándome del viento me plantifiqué arriba. Jules, que no era tensái del viento, tendría que subir por la escalerilla. Allí había un tipo, el mismo de la voz. -¡Ash balla ná! – grité y estiré mi mano hacia delante, generando una corriente de aire que barrió al tipo contra una de las paredes de la casa. A continuación disparé mi ballesta. ¿A la cabeza? No. Podía tener información importante. Disparé sobre su hombro, dejándole empalado contra la pared. Dio un grito de dolor tremendo e intentó quitarse el virote de casi 40 cm de largo. Sin éxito.
-Joder, sí que solucionas rápido las cosas. – Dijo Jules, que cuando llegó arriba ya había visto al hombre empalado.
Me dirigí al hombre despacio, andando de una manera ciertamente soberbia y sin mostrar un ápice de expresión alegre en mi rostro. Me había encerrado en la antigua guarida de la Hermandad y ahora iba a pagar por ello. Pero primero quería saber quién era y por qué estaba allí. Era un hombre adulto y bastante desaliñado y despeinado. Daba el aspecto más de tipo chiflado que de tipo cordial.
-¡No! ¡Por favor! ¡Suéltame! – suplicaba el hombre. – No sabía quién eras… Yo…
No le hice caso. Me puse en cuclillas a su lado. Apoyé un brazo sobre mi rodilla y con el otro acerqué la mano para sujetarle la cara y observar sus ojos. Rojos. Le levanté un poco el labio y pude ver unos colmillos más grandes de lo normal.
-Es otro chupasangres, Jules. – le dije todavía en cuclillas al brujo, girándome y riendo.
-¡Oh, mierda! – se maldijo el cazador. - ¿Otro más? Me estás dando una paliza. ¡No quiero perder la apuesta! Con este ya llevas seis chupasangres más que yo desde que salimos de Lunargenta. – dijo en relación a la apuesta que habíamos hecho. El que más vampiros aniquilara en los bosques del oeste, tendría que invitar al otro al restaurante más caro una vez volviéramos a Beltrexus. Y, de momento, yo llevaba las de ganar.
-Tienes ahí a Ébano si quieres recortar diferencias. – le dije con una sonrisa pícara. Buscando provocar a la vampiresa. El brujo la miró torciendo el gesto, con el que trataba de exculparme a mí. Resopló buscando la manera de aligerar el asunto.
-Ébano me cae simpática. – dijo. - Te ha traído hasta aquí. Podrías ser un poco más agradable con ella. – Reprochó.
Me reí y no respondí. Lo cierto es que los cazadores tratábamos a los vampiros como si fuesen un montón de aeros. ¿Pero acaso ellos me miraban a mí de otra manera? ¿Y los miles de inocentes con los que acababan cada noche con la mera excusa de beber su sangre? Aquel que nos había encerrado, ¿quién era? Le sacudí un puñetazo a la criatura en la cara y le pedí explicaciones.
-¿Trabajas para la Hermandad? – le pregunté.
-¡¿Qué?! – preguntó el hombre. - ¡No! ¡No! Yo no tengo nada que ver con ellos. Sólo tengo esta trampa para cazar. Necesito beber sangre. Si no moriré. Me repudio a mí mismo. ¡Sólo cazo animales y trasgos de este pozo inmundo! – le sacudí un nuevo puñetazo. – Por favor. ¡No hay restos humanos!
-¿Y qué hacía este libro allí abajo? – le pregunté enseñándole el manuscrito. - ¿O me vas a decir que no sabías qué estaba ahí? – tercer puñetazo. Ya sangraba por la nariz.
-]Te juro que yo no tenía ni… - cuarto puñetazo. Esta vez más fuerte. - ¡Joder! Estaba ya en la choza cuando vine. Pertenecía a ese grupo de la Hermandad. Me torturaron desde pequeño, huí y me caí muerto a esta casa lo encontré en esta casa. Y lo aparté. No quería que nadie lo robara y se uniera a esos desgraciados. – no pude evitar ver ciertos paralelismos en la historia del hombre con la de Ébano. Pero aquel tipo parecía sincero. – Si lo necesitas, llévatelo, por favor. Pero no me mates. Jamás he matado a ningún humano. Estoy arrepentido de ser quién soy.
-¿Sabes dónde está su guarida? - le pregunté.
]-¿Qué? No. Nadie lo sabe. ¡Nos hacían entrar con los ojos vendados! - replicaba el hombre. Lo cual le hizo ganarse un quinto puñetazo por no haberme proporcionado la información que buscaba. Aún siendo sincero.
-Déjalo, Huri. Creo que dice la verdad. – me certificó Jules desde atrás con seriedad, que parecía tener el mismo punto de vista que yo.
Dicho esto, lo dejé paz. Podría haber acabado allí mismo con su vida. Pero yo no era un monstruo como la mayoría de vampiros, y allí no había pruebas de ningún cuerpo humano. Así que aunque me diera asco aquella raza, no había ninguna razón de peso para acabar con su vida. Me levanté pensando en lo que me había dicho. Me resigné y salí a la puerta. - En el fondo tiene corazoncito. - sonrió Jules a Ébano sobre mí. En medio de la noche. Necesitaba que la brisa recorriera mi cuerpo. Me quedé reflexiva, con rostro serio. Después ojearía el libro.
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Resoplé con sus palabras. Me había encontrado a muchas personas como ella, y por desgracia también como Jules. Unas se te acercaban, sí, todo muy bien, confían, son amables, te ponen una cara y luego todo es una fachada. Y las otras terminan mirándote con pena.
Resoplé otra vez después de haber abierto la trampilla y haberme bajado al suelo, antes de subir por las escalerillas. Claro que no buscaba una super relación de super amigos, comprar ropa, e ir a contar las margaritas del jardín del conde de turno. Pero nunca te pueden mirar como a una persona normal. Claro que quién coño haría eso... –pensé para mí, con asco, mientras subía las escaleras. – No pasa nada, Jules –dije, mirando su cara de preocupación. Pero sí que pasaba. Aquello era un contrato, un favor por otro, sin dinero, con información, y ambas partes salían beneficiadas pero los negocios llevan un mínimo de decencia, no.... Aquello. Escupí al suelo cuando pasé por el lado de Huracán, que se acercaba con esos andares soberbios de niña envalentonada; le daban su encanto, ahí residía, en la fría indiferencia que va por fuerza, como un estuche que atesora el vendaval.
Me acerqué a la puerta, a mirar los alrededores para intentar reducir las sorpresas nocturnas, muy probables teniendo en cuenta el olor a chupasangre que irradiaba el hombre que la mujer había dejado clavado en la pared.
Intentaba picarme, con sus palabras. Ya la había visto antes, sabía cómo era. Si había entrado al trapo anteriormente había sido por pura diversión. Claro que a veces picaba, saltaba, porque una no es de piedra pero todo eso se presta mejor con la chispa del jugueteo entre adversarias, o del jugueteo entre... piernas. De cualquier modo, ya no estaba de humor. Estaba harta, y puede que lo estuviese sacando de quicio o llevándomelo a lo personal, pero si tan desastrosos éramos los vampiros, no me apetecía cumplir ninguna norma protocolaria, ni siquiera una apariencia de cordialidad. Total, no iba a recibirla a cambio.
–Ébano me cae simpática.Te ha traído hasta aquí. Podrías ser un poco más agradable con ella –escuché decir a Jules, y seguidamente la risa despectiva de la bruja. Estaba actuando en caliente, y estaba muy bien si tu método era arrasar con todo, pero después de tanto tiempo en esto, sabía que lo mejor era ser imparcial, por mucho que el asunto fuese personal, la clave estaba en que no se notase.
Me reí para mis adentros, incrédula. Suspiré y deambulé de dentro a fuera. – Hay que joderse.... Encima... Para que te den lecciones, y alardeos de buena ética y moralidad... Puñeta.. –le estaba atizando bien al pobre hombre. Saqué una botella de mi bolsa y bebí un trago largo, no me apetecía tener que ponerme a buscar sangre, y estaba oliéndola. Me crucé de brazos y los miré: Jules, parado, mirando la escena que resultaba macabra y no por los golpes ni por el torturado, sino por la impasividad y normalidad del proceso.
Sí, querida, y lo peor es que tú has hecho peores...
Ya, pero eso no lo justifica. Está mal.
Sí, pero de poco sirve ahora.
Ohg, ¡Cállate!
Tsss..
Ella estaba nerviosa, estaba alterada y no discernía entre verdad o mentira. Y tras unas palabras de Jules... Se levantó y salió a fuera, a tomar el aire, impasible como siempre, y altiva. Alcé una ceja con incredulidad, el hombre estaba vivo.
– En el fondo tiene corazoncito.
– Sí, sí, descuida. Soy yo la que no lo tiene –dije, con sorna. El chico me miraba con disculpa en la cara, lo miré unos segundos antes de decidirme, para contestarle mientras caminaba hasta el intento de vampiro.– Mira, yo lo siento, pero no podéis esperar que me de igual cómo me trate la gente. Está estupendo que todo esto sea un negocio pero aquí, profesionalidad... Muy poquita –comenté, señalando con la cabeza el virote. Lo agarré con ambas manos, y tras dos intentos en los que el hombre gemía dolorido, se lo saqué–. Podríais preguntaros si estáis siendo mejores que aquellos a los que dais caza. Yo no digo que no se lo merezcan. Pero con este método os estáis poniendo a su altura.
– Si no te vas pronto te van a pillar, si te quedas aquí, estás muerto, bien sea por los otros vampiros, o por doña Soy Adulta y Quiero Mi Venganza –le dije al chiflado. Me di la vuelta para salir al exterior, presioné suavemente la espalda de Jules para salir de allí y respiré hondo. No tenía que haber dicho todo aquello, era un gasto inútil de saliva y de voz, ni siquiera a él debía haberle dicho nada, no se había comportado del mismo modo; le sonreí con aires de disculpa y volví a sacar la botella de la bolsa, le dí un trago y me senté en el suelo junto a la pared de la casa, el frío siempre tenía el poder de despejar las mentes.
Ébano
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Re: Los distintos placeres de la sangre [Int.Libre] [Ébano - ? - ?. 1/3] [+18] [CERRADO]
Dejé que la brisa corriera. Cerré los ojos unos instantes. Estaba algo tenso y el viento me relajaba. Cuando los abrí observé el dichoso grimorio cerrado con deseo. Iba cerrado con una correa de botón. Los próximos días tendría que descansar e ir a alguna taberna cercana, donde podría leerlo y analizarlo con detenimiento.
Jules y Ébano no tardaron en salir. El brujo, con cierto rostro de preocupación, probablemente por algo que le habría dicho la vampiresa, se acercó a mí y me tomó por el hombro con compañerismo. – Ya estamos más cerca. – Dijo. Sí. Lo estábamos. ¿Pero de qué, exactamente? ¿De la muerte? ¿La liberación? ¿O tal vez de algo que prefiriera no conocer? La ubicación actual de la guarida de la Hermandad podría ser revelada en el libro, así como más información sobre sus menesteres. Los cazadores éramos pocos y mal avenidos.
Me giré para mirar a Ébano. Estaba apoyada en la pared de la casa. Dándole a la botella. Lo había hecho unas cuantas veces en los últimos días. Aquella mujer tenía un grave problema de alcoholismo. Aquel no era mi problema, pero sabía que debía un agradecimiento a alguien…
–Ébano, gracias por tu ayuda. – expresé con sinceridad. - Has demostrado un buen corazón… - pero no pude evitar poner la coletilla. – … pese a lo que eres. – Y esta vez juro que lo dije de la manera más natural del mundo. Como admitiendo que por su naturaleza no iba a estar en disposición de ayudarnos. De verdad sentía que esta vez no la iba a ofender con aquello. Jules se llevó la mano a la frente, ya no debía saber donde meterse.
Me volví a dar la vuelta. Luego pensé que estaba calmada y siendo sincera. Y no era un agradecimiento lo único que le debía. También una disculpa. Era demasiado orgullosa como para reconocerlo. Quizás, en ocasiones fuese demasiado impulsiva, pero sabía reconocer el mérito de aquellos quienes me ayudaban. Y sin aquella vampiresa, no habría conseguido el libro, no habríamos escapado de aquella trampa y… ¡Joder! Hasta había caído en las redes del placer y la tentación, obteniendo la más gratificante experiencia en ese ámbito que jamás alcancé, por primera vez con alguien de mi mismo sexo y, para colmo, vampiro. Hasta el punto de que ahora tenía un drama más propio de un adolescente que de alguien adulto.
Volví a darme la vuelta para mirar a Ébano. Mantenía una cara de mustia y acabada que daba bastante miedo. Hasta debo decir que me daba cierta pena, no solo por su historia y pasado con la Hermandad, sino por lo que era ahora. Me puse en cuclillas, de espaldas a Jules.
-Supongo que… Te debo una… ¿disculpa? – dije en voz baja, a mi manera. Me costaba demasiado hacer aquello. – Creo que debo decir debí confiar en ti y todas esas cosas… - dije de manera muy rápida y mirando hacia ninguna parte. Era lo más parecido a una disculpa que obtendría de mí. – Si algún día nos volvemos a encontrar, sea en mejores circunstancias y en otros lugares. – y luego recordé que no tenía en que volver. Aunque tampoco sabía si prefería seguir por allí. – Iremos hasta la taberna más cercana. Si no quieres volver sola, puedes venir con nosotros. – le comenté.
Todavía en cuclillas eché una última mirada hacia atrás, a ver qué era lo que hacía Jules. Estaba de espaldas a nosotras. Echando un vistazo al grimorio. Así que con una sonrisa me volví hacia Ébano y me acerqué hasta su boca y la pillé improvisto tomé por la parte detrás de la cabeza atrayéndola hacia mí para darle un último beso. Me había quedado con las ganas de un segundo asalto, y ella también. Las dos lo sabíamos. La pena es que ahora no había soledad y una alcoba de por medio. Así que aquello era lo más parecido. Tras unos cinco segundos. Me puse de pie y me alejé.
-Y deja el alcohol. – le dije en tono amistoso, señalándola. Ese último sabor a vino de su saliva no me había gustado. Pero más que por esto, era por su bien.
Me encaminé hacia Jules, que ni me había visto realizar esta última acción con la vampiresa pues estaba echándole un vistazo al libro. Le di una palmada al brujo sonriente y satisfecha por cómo se había dado todo y sin saber si la vampiresa vendría detrás, partimos hacia el interior del bosque, a buscar algún lugar en el que reposar.
Jules y Ébano no tardaron en salir. El brujo, con cierto rostro de preocupación, probablemente por algo que le habría dicho la vampiresa, se acercó a mí y me tomó por el hombro con compañerismo. – Ya estamos más cerca. – Dijo. Sí. Lo estábamos. ¿Pero de qué, exactamente? ¿De la muerte? ¿La liberación? ¿O tal vez de algo que prefiriera no conocer? La ubicación actual de la guarida de la Hermandad podría ser revelada en el libro, así como más información sobre sus menesteres. Los cazadores éramos pocos y mal avenidos.
Me giré para mirar a Ébano. Estaba apoyada en la pared de la casa. Dándole a la botella. Lo había hecho unas cuantas veces en los últimos días. Aquella mujer tenía un grave problema de alcoholismo. Aquel no era mi problema, pero sabía que debía un agradecimiento a alguien…
–Ébano, gracias por tu ayuda. – expresé con sinceridad. - Has demostrado un buen corazón… - pero no pude evitar poner la coletilla. – … pese a lo que eres. – Y esta vez juro que lo dije de la manera más natural del mundo. Como admitiendo que por su naturaleza no iba a estar en disposición de ayudarnos. De verdad sentía que esta vez no la iba a ofender con aquello. Jules se llevó la mano a la frente, ya no debía saber donde meterse.
Me volví a dar la vuelta. Luego pensé que estaba calmada y siendo sincera. Y no era un agradecimiento lo único que le debía. También una disculpa. Era demasiado orgullosa como para reconocerlo. Quizás, en ocasiones fuese demasiado impulsiva, pero sabía reconocer el mérito de aquellos quienes me ayudaban. Y sin aquella vampiresa, no habría conseguido el libro, no habríamos escapado de aquella trampa y… ¡Joder! Hasta había caído en las redes del placer y la tentación, obteniendo la más gratificante experiencia en ese ámbito que jamás alcancé, por primera vez con alguien de mi mismo sexo y, para colmo, vampiro. Hasta el punto de que ahora tenía un drama más propio de un adolescente que de alguien adulto.
Volví a darme la vuelta para mirar a Ébano. Mantenía una cara de mustia y acabada que daba bastante miedo. Hasta debo decir que me daba cierta pena, no solo por su historia y pasado con la Hermandad, sino por lo que era ahora. Me puse en cuclillas, de espaldas a Jules.
-Supongo que… Te debo una… ¿disculpa? – dije en voz baja, a mi manera. Me costaba demasiado hacer aquello. – Creo que debo decir debí confiar en ti y todas esas cosas… - dije de manera muy rápida y mirando hacia ninguna parte. Era lo más parecido a una disculpa que obtendría de mí. – Si algún día nos volvemos a encontrar, sea en mejores circunstancias y en otros lugares. – y luego recordé que no tenía en que volver. Aunque tampoco sabía si prefería seguir por allí. – Iremos hasta la taberna más cercana. Si no quieres volver sola, puedes venir con nosotros. – le comenté.
Todavía en cuclillas eché una última mirada hacia atrás, a ver qué era lo que hacía Jules. Estaba de espaldas a nosotras. Echando un vistazo al grimorio. Así que con una sonrisa me volví hacia Ébano y me acerqué hasta su boca y la pillé improvisto tomé por la parte detrás de la cabeza atrayéndola hacia mí para darle un último beso. Me había quedado con las ganas de un segundo asalto, y ella también. Las dos lo sabíamos. La pena es que ahora no había soledad y una alcoba de por medio. Así que aquello era lo más parecido. Tras unos cinco segundos. Me puse de pie y me alejé.
-Y deja el alcohol. – le dije en tono amistoso, señalándola. Ese último sabor a vino de su saliva no me había gustado. Pero más que por esto, era por su bien.
Me encaminé hacia Jules, que ni me había visto realizar esta última acción con la vampiresa pues estaba echándole un vistazo al libro. Le di una palmada al brujo sonriente y satisfecha por cómo se había dado todo y sin saber si la vampiresa vendría detrás, partimos hacia el interior del bosque, a buscar algún lugar en el que reposar.
Anastasia Boisson
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