Perdido [mastereado] [gremio informantes][lleno]

-Esto no puede estar tan lejos. Aster,¡despierta!- dijo el joven Armand con no poca desesperación cuando  no pudo contener más la ira y el enojo. Llevaba al menos tres días perdido y eso era demasiado tiempo para un joven tan ocupado como él. Además, si su tía Manuela se enteraba de sus problemas de navegación por tierra podía irse olvidando de la buena voluntad de su beneficiaria. Seguramente le conseguiría algún tipo de nana, como solían hacerlo sus padres. Para colmo de males, su mascota, la inteligente Nibar se había quedado completamente dormida luego de recorrer una larga distancia de vuelo.

- Me duelen los pies, tengo ampollas en las ampollas  y no he comido en días. ¡Caridad!- diría a todo pulmón, al parecer el joven D’Lambergt aún tenía suficientes fuerzas para hacer un morrocotudo berrinche. Sin más que un bolso de viaje y una capa bastante misteriosa, el joven se encontraría caminando en un camino que llevaría a la puerta de la ciudad de los biocibernéticos. -¡Este mapa está de cabeza!- se quejaría mientras mantenía desplegado el objeto frente a su rostro, lo que le impidió ver una gran roca, tropezándose con ella y terminando contra el tronco de un árbol de cabeza.

-Lo que me faltaba- comentó no sin poca ironía mientras confirmaba que el animal continuara sano y salvo durmiendo entre sus ropas. El sol se había puesto en el horizonte varios minutos atrás y ahora sólo se guiaba con ayuda de la tenue luna y sus estrellas.

Podría haberse paseado perfectamente por cada uno de los rincones de Lunargenta, por cada bosque, cada centímetro existente era ya, casi en su totalidad, conocido por el vampiro. Pero lo que nunca había ido a visitar era el lugar más extraño y curioso de todos:la base de los bio. Nunca había visto a un bio-cibernético, o al menos eso creía, pero tenía tantas expectativas acerca de su aspecto... seguro que a Cassandra, su ama, le encantaría un informe completo sobre ellos. Aunque llevaba algún tiempo sin recibir noticias de su señora, no podía tardar mucho en aparecer... eso era lo que anhelaba Erzsébeth. Por suerte la noche había llegado y no tuvo que esperar más para acercarse a husmear entre los asuntos de los humanos-no-tan-humanos. Cuando llegó, lo primero que escuchó a los alrededores fue el quejido de lo que parecía ser un niño, ¡este mapa está de cabeza!, había gritado. Avanzó siguiendo el eco de la voz y de pronto una chica rubia se cruzó ante el cazador. Pero no era una chica normal, además de tener una cara aniñada, unos ojos azules hipnóticos y un cabello parecido al de Erzsébeth (aunque mucho, mucho más corto), tenía el resto del cuerpo cubierto de algo que no era piel... no supo distinguir qué, pero lo que sí discernió fue que era una bio-cibernética. Abrió los ojos como platos mientras esta corría a saber dónde, y estuvo tentado de perseguirla hasta que echó un vistazo a la dirección de donde provenía.

Lo que halló, para su grata sorpresa, fue a Bio, un hombre pelinegro que había conocido en el Lago de la Luna hacía un tiempo y con el que había congeniado de cierta forma, no le disgustó encontrarle allí. Sonrió de oreja a oreja, se olvidó por el momento de la chica robot y corrió hacia él.

—¡Eh, Bio! —le gritó, estaba encaramado a una roca, aunque parecía ser que su compañero estaba hablando con otra persona. Rodeó la enorme piedra y observó que un joven rubio estaba también en el lugar, desorientado, como cuando Erzsébeth llegó a Lunargenta. Se acercó, poco a poco perdiendo la sonrisa, ya que no sabía quién era el tercero y los desconocidos siempre le ponían un poco tenso. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, dirigó la vista hacia arriba. —¿Ahora te dedicas a recoger a críos perdidos? —preguntó, a la vez que soltaba una risilla y pasaba a mirar al rubio. No te asustes, que no mordemos... Tras el chiste fácil de vampiros, se percató de unos ladridos que provenían de no muy lejos, y palpó sus muslos con mucha discreción para no exaltar al niño en busca de las dagas con el presentimiento de que quizá debería usarlas en los siguientes minutos... Más vale prevenir que morir, pensó.

-Eh ¿qu…é? ¿Quién?- preguntó el joven mientras se ponía en pie al escuchar que alguien le había hablado, pero no fue capaz de responder ya que se quedó pasmado por unos instantes al escuchar a la segunda y terceras voces. -¡Atrás vampiros!- replicó cruzando sus brazos a modo de cruz y tirando cebollas y ajos a su alrededor con una destreza casi inigualable. En el proceso también cubrió su cuello con cebolla y pese a que las lágrimas le caían a borbollones fue capaz de desenfundar una daga corta. - Seres de la noche ¡desaparezcan!- ordenó y cuando vio la figura de el de los cabellos blancos no pudo más que poner una sonrisa de alivio.

-¡Clemencia buen hombre de los animales! No puedes ser malo al tener un par de cachorros. Piedad- Pidió tratando de mantener el agua de la nariz y una expresión serena. -No deseo ser la cena, o almuerzo, o como sea- expresó entre tartamudeos. A lo lejos podía verse que el joven estaba nervioso, sin embargo algo en su semblante no colaba con esa fachada que ponía. De repente, un movimiento bajo su capa, primero una vez y luego repetidas como un corazón palpitante hasta que de la altura de su pecho brotó una paloma un tanto diferente de las usuales en el continente.

-¡Rayos! Nunca creí que Lunargenta fuera la cuna de los vampiros. ¿Han tomado la ciudad?- Preguntaría con inocencia acunando al ave e intentando mantenerla tranquila.

Ver de nuevo a su compañero vampiro le había hecho sentirse mejor en aquel lugar desconocido, ya sabía que tendría alguien con quien juntarse si ocurría algo fuera de lugar. De donde había escuchado ladridos apareció un tercer hombre, con dos bestias a su lado, hermosas criaturas que no parecían peligrosas, ya que nada más entrar en el paraje habían decidido que lo mejor que podían hacer era olisquear todo lo que encontrasen a su paso. Espero que no me confundan con un árbol si me huelen, pensó, aunque que le orinaran encima unos animales no era lo peor que le pasaría aquella noche, o al menos eso presentía. La escenita que había montado el niño le hacía muy difícil al cazador mantener la compostura y no reírse de él, era un pobre muchacho asustado cuya única arma de defensa eran unas cebollas, de las cuales unas pocas habían llegado hasta los pies de Erzsébeth. Se agachó y recogió una, le arrancó varias capas y le hincó el diente, escupiendo al poco.

—¡Me matarás, pero de lo malas que están! hizo una mueca para tranquilizar al niño. Al parecer el único de su agrado era el hombre con los cachorros, viéndolo por otro lado era lo normal, dos vampiros que salían de la nada no eran el mejor entretenimiento nocturno que uno querría tener. Les había llamado "viles seres colmilludos", y ante eso sí que no pudo aguantar la risa. El tercero mostraba cierta complicidad hacia los vampiros, y se agradecía no tener que sacar realmente los colmillos sin motivos.

Ya hemos cenado, era una frase que incluía al cazador, y realmente tenía algo de hambre, pero no la suficiente como para poner su vida en juego ante dos desconocidos. Del niño había salido volando una especie de pájaro, como si los produjese él mismo o algo así, además de que la pilló de sorpresa, dio un traspiés y cayó de una forma ridícula a los pies de la roca en la que se encontraba Bio. De pronto la situación comenzó a ponerse interesante, en la cara de sus acompañantes se reflejaba cierto aire de incomodidad y el aire estaba cargado de una tensión tan profunda que podía cortarse con un cuchillo. El vampiro no entendía nada, pero al escuchar unos ruidos mecánicos que no estaban presentes a su llegada, le dedicó una última mirada al niño y se levantó, dándose la vuelta. Yo no rompí nada, esas cosas estaban rotas cuando...dijo Bio, pero al parecer a la nueva compañía no les iba a bastar con eso.

—Pues menos mal que hemos venido cenados, porque al parecer de aquí no nos vamos a ir pronto.

-¡¿Inofensivos?!- casi gritó algo aturdido por el comentario del hombre de los cabellos blancos. Observó sus movimientos y el de los demás escurriéndose lentamente hacia atrás, aprovechando el manto de la noche y el sonido apagado del viento para ocultar sus pasos, aunque no fue capaz de violar la vista de los biocibeneticos que rodeaban el lugar, ni a sus perros robot. - I-den-ti-fi-quen-se- ordenó la voz de uno de esos seres de metal envuelto en un cuerpo de mujer, uno de más de dos metros de altura y alrededor de una tonelada. La mujer bio era la jefe del escuadrón que estaba compuesto por otros cuatro integrantes masculinos. Todos de distinta apariencia.

Armand había escuchado seriamente las palabras del primer vampiro y mientras ponía las manos en alto parecía evaluar el comportamiento de todos –aunque con cierto sesgo negativo hacia la rubia que se había burlado de él- hasta que algo le llamó la atención. Se trataba de una joven de cabellos de fuego y mirada penetrante que al parecer tenía un sentido bastante distorsionado del peligro. Con sus manos le hizo señas disimuladamente para que se retirara, pero fue demasiado tarde. -PeLiiiGrou- resonó la voz de uno de esos autómatas que le apuntó a la cabeza con una de sus armas a la recién llegada. Algunas luces en su cuerpo cilíndrico comenzaron a parpadear como si algo en él estuviese operando algún cambio.

Entonces el que se hacía apodar “Nibar” sacó de entre sus bolsillos una especie de cuadro de un material poco antes visto que se condecía bastante con lo que tenían frente. -Identificación- exclamó levantando el tono. Entonces de forma automática el tronco de la jefa se giró hacia él y una luz parpadeante recorrió la distancia entre ambos hasta que hubo examinado todo el objeto no identificado que había mostrado el humano. Luego de eso el bio comenzó a hacer ruidos raros y los otros parecieron congelarse por unos instantes.

-¡Podrían haberme dicho que ESTO NO ES LUNARGENTA!- Gritó mientras ponía pies a tierra. Desde la distancia se escucharon sus gritos –Eso no durará mucho- pero la advertencia había llegado tarde ya que los seres no vivos empezaban a recobrar sus funciones. Pero esta vez sus voces metálicas se habían unido en una sola -Iniciando protocolo de emergencia- todos, salvo la jefa que parecía haberse roto.

Los biocibernéticos se separarían para capturar a los reos.



Quedan 3 biocibernéticos grandes y dos perros. Los perros irán juntos, por lo que cuentan como una unidad. A cada quién le perseguirá uno al que describirán detalladamente y al final de su post deberán efectuar alguna acción para deshacerse de ellos y tirarán la voluntad de los dioses para conocer su suerte. El resto lo definiré yo. Suerte

La curiosidad mató al gato solía decirse, y ahora Erzsébeth se sentía un auténtico y genuino felino a punto de morir. De la nada habían aparecido cuatro figuras titánicas de metal, con dos perros acompañándolos también al parecer artificiales, y les habían pedido una identificación. Además de la puesta en escena de los bio-cibernéticos, la noche no dejaba de traer sorpresas, y una mujer con el pelo rojo sangre hizo su entrada, en un momento muy, muy peliagudo para ella. Entrar con un caballo a toda pastilla cuando están a punto de encargarse de unos intrusos no era la mejor manera de ganarse la confianza de los bios, o al menos eso creía el cazador. El niño rubio, aparentemente indefenso, sacó algo de sus bolsillos (esta vez no era una paloma, para suerte del vampiro) y de pronto había roto a la jefa de los bios. Los otros tres se quedaron pasmados por unos momentos, pero en un instante el señor de los cachorros echó a correr y uno de los más altos emprendió a su vez su carrera hacia él. La chica del caballo estaba muy cerca de los perros mecánicos, pero Erzsébeth no se preocupó por ella ni por un momento: tenía un corcel que seguro era rápido como el rayo, así que la dejó a su suerte cuando percibió que Bio había desaparecido de su lado.

Giró, buscándolo con la mirada y siguiendo el sonido de su voz, lo encontró, en posición defensiva con las dagas en la mano y amenazando a alguien que ya no estaba, al parecer el chiquillo no era estúpido y había huido al ver semejante escena, dejando a Bio a su suerte... Un bio-cibernético estaba corriendo hacia él, Erzsébeth ya tenía sus dagas en la mano para ir a apoyarlo cuando notó que se elevaba del suelo, algo la estaba agarrando del cuello del vestido. Miró a sus pies, que colgaban en el aire, y notó una presión en el cuello. Su cuerpo se volteó y perdió de vista a su compañero vampiro para encontrarse cara a cara con el único bio que no se había movido. Tenía los cabellos dorados y varias marcas en la cara, como si le hubiesen acuchillado en anteriores ocasiones, no logró verle el resto del cuerpo porque la presión le estaba haciendo ver borroso. Quién me habrá mandado a venir, pensó, llevó una mano a la mano del bio para aferrarse en un intento inútil de que disminuyera la presión y la otra a una de sus dagas.

—I-den-ti-fi-quen-se —le espetó a la vez que ejercía un poco más de presión. Aunque quisiera haberse presentado, su garganta estaba siendo aplastada por la fuerza de un titán, así que para no terminar desmayado agarró con fuerza su daga y la clavó en la articulación de la muñeca del bio, la cual estaba llena de cables y esperaba haber cortado alguno que le salvara de la situación. Empezaron a brotar chispas del brazo del rubio, soltó a Erzsébeth, que cayó dando una voltereta hacia atrás para alejarse unos pasos del robot. Se llevó las manos al cuello y respiró angustiado, se notaba la piel irritada y le costaba tomar aire. Se percató de que su daga se había quedado clavada en la muñeca del bio cuando vio a este intentando sacarla, al parecer se había quedado atorada en algún mecanismo. La ira llegó pronto a las entrañas del vampiro y no dudó en ponerse en pie, quitarse los tacones y tirárselos a la cara al grandullón, el cual se defendió poniendo las manos en su rostro. Aprovechó la oportunidad para acercarse, escalarle como si fuera un árbol, arrancarle la daga de cuajo y enterrársela en el cuello. Su cuello no era más que un conjunto de cables gordos unidos por fibras metálicas, así que para asegurarse de dañarlo de alguna forma irreparable, agarró su otra daga. El robot intentaba zafarse de él, pero eso no impidió que le acuchillara la garganta con la otra daga, con tal fuerza que el arma le sobresalió por la nuca. El bio-cibernético se quedó inmóvil, su rostro se veía ahora apagado, como si le hubiesen desconectado. Como no estaba seguro, le sacó las dagas y bajó, se alejó corriendo y buscó a Bio, recordando que estaba solo frente a otra máquina.

No sabía cómo, pero Bio volvía a estar detrás de la roca donde lo había encontrado y el bio que estaba frente a su amigo vampiro ahora también echaba chispas y chorreaba un líquido espeso y desconocido para Erzsébeth, a la vez que corría de forma extraña directo hacia la roca. Echó la vista atrás para comprobar que su contrincante seguía abatido, y una vez corroborado corrió hasta colocarse al lado de Bio. Parecía agitado, y a Erzsébeth aun le dolía la garganta y estar descalzo era otro inconveniente.

—¡Con suerte le habrás roto algún circuito y no necesitaremos más que esperar a que se estrelle y termine de romperse contra esta roca! —exclamó, temiendo que el impacto fuera tan colosal como para partir la piedra y llevárselos a ellos por delante. Le agarró del brazo y tiró de él como gesto para que le siguiera—. ¡Démonos prisa, Bio, busquemos a ese niño escurridizo y... a mis zapatos! Fue lo último que le dijo antes de emprender carrera hacia donde creía que se había dirigido el niño, no sin antes pasar por delante de la bestia mecánica con la que había acabado hacía unos instantes y colocarse los zapatos.

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Una vez hubo terminado de atarse los tacones y comprobado que estaban bien sujetos, percibió que el aire se tornaba denso, oliendo a humo y levantó la cabeza para encontrarse con un espectáculo hermoso: la luna cubría el cielo con su manto blanquecino iluminando el lugar mientras que un fuego poderoso nacía y engullía el bosque, con llamas rojas y doradas, grandes y efusivas que pretendían alcanzar a los vampiros en unos minutos. Se le vino a la cabeza el muchacho que había huido y los dos desconocidos, y un sentimiento de fatiga se apoderó del cazador. Mi trabajo es investigar, pensó, no puedo permitir que nadie muera sin saber por qué. Pero pronto descubrió al levantarse del suelo que el menor de sus problemas era encontrar al muchacho de los cabellos dorados: el bio-cibernético que había "roto" se hallaba ante ella, con un potente cañón que irradiaba luces azules, como si se estuviera cargando de energía para arremeter de lleno con él. Le cogió tan desprevenido que sus piernas se quedaron inmóviles, incapaces de reaccionar: estaba viendo a un robot cabreado en todo su esplendor, sin un atisbo de ira ni miedo, simplemente una máquina a la que habían construido para proteger... y asesinar. Los ojos vacíos del bio-cibernético estaban posados en el infinito, parecía que ni siquiera viese a quién estaba intentando disparar.

El viento le trajo la voz de Bio diciendo algo que seguramente era importante, pero seguía ensimismado ante el espectáculo de luces y no era capaz de realizar un solo movimiento. No sabía qué le estaba ocurriendo, pero era una situación tan sobrecogedora y desconocida que le había desactivado por completo. El robot farfullaba porcentajes, Erzsébeth dedujo que se refería a lo cargado que estaría el cañón de energía. Muchas veces se había imaginado enfrentándose a un bio-cibernético, como si de un cuento se tratase, él con dagas y los otros con armas extrañas, pero nunca pensó que le daría tanto pavor no conocer a qué tipo de arma se enfrentaba. Salió de sus cavilaciones al notar que algo la tocaba, de pronto todos sus reflejos revivieron y agarró con rapidez una daga, dándose la vuelta y amenazando a la figura que se encontraba tras de sí. Se encontraba con la respiración agitada y se encontró con Bio frente a frente, suspiró con vehemencia y guardó la daga, pidiéndole perdón con la mirada a su compañero. Se escuchó 99% de la boca del robot y Erzsébeth pudo fijarse, antes de que Bio le agarrase y ambos terminasen corriendo marcha atrás, en que un bio destrozado y demacrado se acercaba  toda velocidad. Un sonido agudo como un arpa sonó y un rayo de luz cerúlea se dirigió directamente hacia donde estaban los vampiros hacía solo unos segundos, rayo que fundió por completo al otro bio-cibernético, ya que cuando cesó lo único que encontraron de él fue un montón de trozos de metal carbonizados y chispitas que aún salían del cuerpo apagado y marchito del robot. Bio acababa de salvarle la vida y sentía que no sería la última vez que lo haría. Sabía que no era el momento, pero le dio un efusivo y efímero abrazo a su compañero y le miró, agitado y también emocionado por la situación.

—No sabes lo que acabas de hacer, Bio —dijo, entre sonrisas ahora que sentía que volvía a poder controlar su cuerpo. Notaba que empezaba a tener hambre y se sintió inseguro, pero continuó— salvarme la vida a mí es como hacer un pacto con el peor de los demonios. Miró hacia el robot, que parecía desconcertado y  la cabeza le giraba hacia un lado y hacia otro sin parar, al parecer tenía que descansar unos momentos antes de cargar otro disparo. Luego hablaremos de deudas y favores, ahora debemos cargarnos a ese idiota robótico y encontrar al niño para poder sonsacarle todo lo que podamos, si es que podemos, porque como me siga enfadando le voy a devorar como si fuera un pastelito de crema. Con ambas dagas en la mano le hizo un gesto con la cabeza para que le acompañara.

—Debemos atacar los puntos débiles. Somos dos y esa cosa es muy pesada, seguro que podremos hacerle daño antes de que nos lo haga. Donde más cables tiene es en el cuello, pero lo que nos interesa es cortarle los circuitos que hacen llegar la energía a ese cañón pulverizador, ¿no es así?...—dijo, jugando con las dagas entre sus dedos, una manía que de seguro algún día le haría perder una falange—. Vamos, Bio, ¡ataca conmigo antes de que empiece otra vez la cuenta!

Y el vampiro emprendió la carrera hacia el robot, dagas en mano y con un hambre que le hacía perder un poco la cabeza. No sabía si su decisión había sido la mejor, pero arremetió contra el robot con todo lo que pudo, con esperanzas de lograr algo y de que Bio le echara un cable de forma que salieran ilesos ambos o al menos con los menores daños posibles, y cuando se acercaba logró escuchar un 35% de los falsos labios del robot, a la vez que la luz cerúlea se apoderaba de la noche una vez más...