Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
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Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Muchas historias daban vueltas en torno al Lago central, aquella gigantesca fuente de agua dulce que se hallaba en el centro del continente, pero ninguna lograba describir con absoluta seguridad, la esplendida belleza que albergaban sus orillas. Eran muchos los bardos y trovadores que componían y recitaban relatos, más no eran tantos los que poseían la dicha de estar en aquel mágico paraje cada vez que lo desearan, él, disfrutaba de aquel beneficio, pues al fin y al cabo, era un espíritu libre.
Ya hacían varias horas que la oscuridad había inundado los bosques, pues las hojas y ramas de los árboles, no permitían que la iluminación del astro, penetrara más allá de unas delgadas y brillantes columnas de luz plateada. Una imponente luna llena, acompañada de unas deslumbrantes estrellas, adornaban el firmamento, formando un magnífico panorama sobre las tranquilas aguas del lago. Las luciérnagas danzaban al son de los arpegios de una peculiar guitarra, que se hallaba junto a los casi indetectables destellos de una hoguera, oculta entre el sotobosque.
Un rudimentario, pero bien provisto, campamento se alzaba no muy lejos de la orilla, casi completamente rodeado de arbustos y con una esplendida vista al lago. Una vieja capa de cuero, sostenida por algunos palos burdamente atados, ejercía de tienda, sitio donde se encontraban resguardadas varias cosas, entre ellas una mochila bastante cargada, y una amplia espada curva. Una solitaria figura humanoide se hallaba sentada, tocando el ya mencionado instrumento, frente a lo que parecía una hoguera, puesto que un anillo de tierra rodeaba el fuego, cual volcán, ocultando notablemente la verdadera fuerza de la misma.
La voz del elfo se presentaba con la misma tranquilidad que lo hacía la fresca brisa nocturna que le acompañaba. Aquella melodía, generada por el instrumento de cuerdas que el joven bardo tocaba, era complementada por una suave, pero a la vez grave voz. Sus labios emitían delicadas palabras que solo podían distinguirse como el idioma de los elfos, lo cual terminaba de generar un cálido ambiente, algo que solo era mejorado por el especiado aroma del pescado que se hallaba cocinándose sobre una roca junto al fuego.
Ya hacían varias horas que la oscuridad había inundado los bosques, pues las hojas y ramas de los árboles, no permitían que la iluminación del astro, penetrara más allá de unas delgadas y brillantes columnas de luz plateada. Una imponente luna llena, acompañada de unas deslumbrantes estrellas, adornaban el firmamento, formando un magnífico panorama sobre las tranquilas aguas del lago. Las luciérnagas danzaban al son de los arpegios de una peculiar guitarra, que se hallaba junto a los casi indetectables destellos de una hoguera, oculta entre el sotobosque.
Un rudimentario, pero bien provisto, campamento se alzaba no muy lejos de la orilla, casi completamente rodeado de arbustos y con una esplendida vista al lago. Una vieja capa de cuero, sostenida por algunos palos burdamente atados, ejercía de tienda, sitio donde se encontraban resguardadas varias cosas, entre ellas una mochila bastante cargada, y una amplia espada curva. Una solitaria figura humanoide se hallaba sentada, tocando el ya mencionado instrumento, frente a lo que parecía una hoguera, puesto que un anillo de tierra rodeaba el fuego, cual volcán, ocultando notablemente la verdadera fuerza de la misma.
La voz del elfo se presentaba con la misma tranquilidad que lo hacía la fresca brisa nocturna que le acompañaba. Aquella melodía, generada por el instrumento de cuerdas que el joven bardo tocaba, era complementada por una suave, pero a la vez grave voz. Sus labios emitían delicadas palabras que solo podían distinguirse como el idioma de los elfos, lo cual terminaba de generar un cálido ambiente, algo que solo era mejorado por el especiado aroma del pescado que se hallaba cocinándose sobre una roca junto al fuego.
Última edición por Heldar "León" Sil'tharion el Jue Jun 30 2016, 07:12, editado 1 vez
Hathaldir Sil'tharion
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Llevaba varias horas perdida. Bueno, no exactamente perdida, sino más bien desviada.
Un muchacho, seguramente no mayor de doce o trece años, me había robado una bolsa con unas dagas que había tenido que realizar por encargo, tal vez pensando que contenía monedas. Tardé varios minutos en poder ir tras él ya que en el momento del robo me encontraba colocándole las herraduras a un caballo y obviamente no podía dejarlo solo en la herrería. Tuve la suerte de estar colocándole la última. Cuando se lo entregué a su dueño y cerré la tienda tomé mi propio caballo y salí a galope tendido en la misma dirección que el muchacho. Tuve suerte también al encontrar a varias personas que lo habían visto, pero una vez a las afueras lo perdí por completo. No tenía ni idea de cómo había podido correr tanto, y en un segundo mil ideas cruzaron por mi mente. Quizá estaba con alguien más, quizá él también tenía un caballo, quizá se había escondido y yo lo estaba buscando más allá en vano.
La ira se adueñó de mí. Había pasado semanas forjando aquellas dagas y tallando y puliendo cada detalle hasta dejarlas perfectas, y en cuestión de un rato todo mi trabajo se había ido a la basura.
En un intento desesperado seguí cabalgando, y finalmente lo vi. Se había detenido alrededor de un montón de piedras que supuse serviría para una hoguera al caer la noche junto a varios muchachos más. En sus manos, las dagas. MIS dagas. Avancé con la peor cara que había podido poner en años, y al percatarse de mi presencia se dispersaron. Uno de ellos perdió dos de las dagas en una caída, las únicas que pude recuperar.
Me apeé del caballo y me arrodillé. Tomé las dagas entre mis manos y en un gesto algo maternal me las llevé a la mejilla y luego al pecho. Eran la pequeña y la mediana. Fue entonces cuando me percaté de que la pequeña tenía la hoja rota y a la mediana le faltaba un pedazo de empuñadura. Y no podía ser. Estaban hechas de hierro, acero y madera, ¿cómo habían podido hacerles eso?
De nuevo la ira se apoderó de mí, y esa vez exploté.
En aquel momento poco me importaron el caballo o las dos dagas. Las dejé caer y pocos segundos después el dragón escarlata rugía espantando al caballo y a cualquier criatura viviente que pudiera haber cerca.
Levanté el vuelo y perseguí a los muchachos, en especial el que me había robado. Lancé llamaradas, a decir verdad, descontroladamente, pues poco me importaba si lo mataba o no. Esas dagas iban a suponer unas ganancias tres veces mayores a las normales por la complejidad, el tiempo invertido y por supuesto el comprador.
Por la tarde, y sin ser del todo consciente de ello, había llegado al bosque. Había perdido a los chicos, mis dagas, mi caballo, mi ropa, todo. Lo único que me quedaba era volver, derrotada, e intentar arreglar las dos dagas que, si nadie había encontrado, deberían seguir tiradas en la planicie; pero no podía hacerlo ahora. Unos aullidos de fondo me erizaron la piel. Estaba en el bosque de los licántropos, y tuve miedo y asco a partes iguales.
Me quedé agazapada entre unos arbustos y unas rocas durante un buen rato esperando no cruzarme con ningún lobo. Pensé en esperarme al amanecer para volver a casa, hasta que oí la música. Me gustaba la música, y por un momento, el momento de la sorpresa, me olvidé de todo.
Abrí los ojos al volver a la realidad, y tal y como lo hice me levanté un poco por encima de una roca para buscar el origen de la música. Veía el destello de una fogata y entre sombras a alguien moviéndose, pero no podía distinguir bien.
El olor que me llegó a la nariz hizo que mi estómago rugiera.
Aparte de tener el miedo de no saber quién y qué era por su voz comprobé que se trataba de un hombre, y no había que pensar mucho para intuir qué podría hacerle un hombre a una mujer desnuda e indefensa en mitad de un bosque a las tantas de la noche.
El rugido de mi estómago y mi creciente frío, no obstante, me hicieron avanzar hacia aquella luz. La llama parecía llamarme.
Me escondía tras los árboles y los matorrales cuando pisaba alguna rama o creía haber hecho demasiado ruido. Y tal vez fueran el hambre o la música o quizá el verle la cara ahora que estaba más cerca, pero de repente aquel hombre no me dio tanto miedo. Pensé en tomar mi forma de dragón, pero quizá aquello le intimidaba y me atacaba para defenderse.
Suspiré y cerré los ojos. De verdad que tenía hambre.
Me posicioné de modo que unos arbustos me cubrieran lo máximo posible y me dividí el cabello en dos mechones gruesos que me tapasen los senos. Me abracé, temblorosa, y le hablé a aquel desconocido.
—¿Hola? —comencé, más temblorosa de lo que me esperaba —He tenido un pequeño percance y me preguntaba si podríais ayudarme. He perdido mi caballo, y también mi ropa.
Mi estómago volvió a rugir con fuerza.
—Y… tengo hambre.
Un muchacho, seguramente no mayor de doce o trece años, me había robado una bolsa con unas dagas que había tenido que realizar por encargo, tal vez pensando que contenía monedas. Tardé varios minutos en poder ir tras él ya que en el momento del robo me encontraba colocándole las herraduras a un caballo y obviamente no podía dejarlo solo en la herrería. Tuve la suerte de estar colocándole la última. Cuando se lo entregué a su dueño y cerré la tienda tomé mi propio caballo y salí a galope tendido en la misma dirección que el muchacho. Tuve suerte también al encontrar a varias personas que lo habían visto, pero una vez a las afueras lo perdí por completo. No tenía ni idea de cómo había podido correr tanto, y en un segundo mil ideas cruzaron por mi mente. Quizá estaba con alguien más, quizá él también tenía un caballo, quizá se había escondido y yo lo estaba buscando más allá en vano.
La ira se adueñó de mí. Había pasado semanas forjando aquellas dagas y tallando y puliendo cada detalle hasta dejarlas perfectas, y en cuestión de un rato todo mi trabajo se había ido a la basura.
En un intento desesperado seguí cabalgando, y finalmente lo vi. Se había detenido alrededor de un montón de piedras que supuse serviría para una hoguera al caer la noche junto a varios muchachos más. En sus manos, las dagas. MIS dagas. Avancé con la peor cara que había podido poner en años, y al percatarse de mi presencia se dispersaron. Uno de ellos perdió dos de las dagas en una caída, las únicas que pude recuperar.
Me apeé del caballo y me arrodillé. Tomé las dagas entre mis manos y en un gesto algo maternal me las llevé a la mejilla y luego al pecho. Eran la pequeña y la mediana. Fue entonces cuando me percaté de que la pequeña tenía la hoja rota y a la mediana le faltaba un pedazo de empuñadura. Y no podía ser. Estaban hechas de hierro, acero y madera, ¿cómo habían podido hacerles eso?
De nuevo la ira se apoderó de mí, y esa vez exploté.
En aquel momento poco me importaron el caballo o las dos dagas. Las dejé caer y pocos segundos después el dragón escarlata rugía espantando al caballo y a cualquier criatura viviente que pudiera haber cerca.
Levanté el vuelo y perseguí a los muchachos, en especial el que me había robado. Lancé llamaradas, a decir verdad, descontroladamente, pues poco me importaba si lo mataba o no. Esas dagas iban a suponer unas ganancias tres veces mayores a las normales por la complejidad, el tiempo invertido y por supuesto el comprador.
* * *
Por la tarde, y sin ser del todo consciente de ello, había llegado al bosque. Había perdido a los chicos, mis dagas, mi caballo, mi ropa, todo. Lo único que me quedaba era volver, derrotada, e intentar arreglar las dos dagas que, si nadie había encontrado, deberían seguir tiradas en la planicie; pero no podía hacerlo ahora. Unos aullidos de fondo me erizaron la piel. Estaba en el bosque de los licántropos, y tuve miedo y asco a partes iguales.
Me quedé agazapada entre unos arbustos y unas rocas durante un buen rato esperando no cruzarme con ningún lobo. Pensé en esperarme al amanecer para volver a casa, hasta que oí la música. Me gustaba la música, y por un momento, el momento de la sorpresa, me olvidé de todo.
Abrí los ojos al volver a la realidad, y tal y como lo hice me levanté un poco por encima de una roca para buscar el origen de la música. Veía el destello de una fogata y entre sombras a alguien moviéndose, pero no podía distinguir bien.
El olor que me llegó a la nariz hizo que mi estómago rugiera.
Aparte de tener el miedo de no saber quién y qué era por su voz comprobé que se trataba de un hombre, y no había que pensar mucho para intuir qué podría hacerle un hombre a una mujer desnuda e indefensa en mitad de un bosque a las tantas de la noche.
El rugido de mi estómago y mi creciente frío, no obstante, me hicieron avanzar hacia aquella luz. La llama parecía llamarme.
Me escondía tras los árboles y los matorrales cuando pisaba alguna rama o creía haber hecho demasiado ruido. Y tal vez fueran el hambre o la música o quizá el verle la cara ahora que estaba más cerca, pero de repente aquel hombre no me dio tanto miedo. Pensé en tomar mi forma de dragón, pero quizá aquello le intimidaba y me atacaba para defenderse.
Suspiré y cerré los ojos. De verdad que tenía hambre.
Me posicioné de modo que unos arbustos me cubrieran lo máximo posible y me dividí el cabello en dos mechones gruesos que me tapasen los senos. Me abracé, temblorosa, y le hablé a aquel desconocido.
—¿Hola? —comencé, más temblorosa de lo que me esperaba —He tenido un pequeño percance y me preguntaba si podríais ayudarme. He perdido mi caballo, y también mi ropa.
Mi estómago volvió a rugir con fuerza.
—Y… tengo hambre.
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Los dedos de aquel bardo se deslizaban por el instrumento, de manera tal que este parecía una extensión del propio hombre, los diferentes tonos graves de sus arpegios, permitían darle un ritmo a aquella simple, pero agradable melodía. El fuego, partía las ramas que albergaba en su interior, produciendo sonidos que, junto con el delicioso aroma de una buena comida, terminaban de generar un cálido ambiente hogareño a lo que no dejaba de ser un simple y burdo campamento.
El pescado se hallaba dividido en dos filetes casi idénticos posados encima de una roca particularmente plana, y sobre la carne se hallaba una peculiar y abultada capa de especias que de alguna manera, dejaba escapar la inconfundible esencia cítrica del limón, el cual probablemente se hallaba bajo aquel montón de condimento. Sin duda alguna, el singular aroma del sencillo platillo que se hallaba en el centro del campamento, lograba penetrar más allá del simple olfato, para encontrar reposo en el paladar, sitio donde podía degustarse aún sin haber dado bocado.
Un muy leve movimiento se presento en la punta de la oreja izquierda del músico, había oído algo, y a juzgar por sus anteriores experiencias, no dudó en dejar su instrumento a un lado, para así, tomar la daga que descansaba junto a la roca que contenía la comida. No volvería a ser tomado por sorpresa, pues esta vez se hallaba mucho mejor preparado. Se levantó, y con la mayor de las cautelas, se dispuso a rebuscar en las cercanías, esperando que eso espantara a cualquier acechador que se hallara presente. Sabía que el territorio era hostil para cualquiera que desconociera lo que le rodeaba, pero no era su caso, pues se hallaba bien preparado para sortear las diferentes complicaciones que el terreno podía presentarle, aún así, pese a examinar la zona, no logró encontrar nada, por lo que se vio obligado a regresar frente a la hoguera.
Su ropaje era bastante humilde, puesto que todo el cuero que portaba, se hallaba bastante gastado. Claramente no se trataba ni de alguien que poseyera grandes cantidades de dinero, ni tampoco de alguien que soliese visitar poblados, pues las reparaciones en sus protectores, eran muy burdas. Sus piernas y pies se hallaban cubiertos por unas botas y pantalones de cuero marrón oscuro, mientras que su torso se hallaba oculto tras una pechera ligera del mismo tono y material. Por otro lado, portaba protectores que cubrían las partes externas de sus nudillos y brazos, de los cuales estos últimos, se hallaban casi completamente desnudos. Su imagen no era ni de cerca, intimidante, pero si lo delataba como un viajero considerablemente experimentado en su campo.
Con ayuda de dos dagas y la mayor delicadeza posible, se dispuso a retirar las especias que se hallaba sobre el pescado, las cuales se levantaron en una sola placa, puesto que las rodajas de limón ocultas bajo el condimento, hacían de soporte. Sin tomarse el más mínimo apuro, volteó los filetes y regresó el aderezo a su lugar. Se dio media vuelta y de no haber sido por la voz de una fémina, irrumpiendo en su calma, se habría puesto a escribir. Rápidamente sus manos colocaron un cuchillo al frente, listo para atacar, mientras su mirada, fría y penetrante, se postró sobre la muchacha, la cual fue analizada sin discreción alguna de arriba abajo.
Encontrarse con una humana desnuda en el medio del bosque no era algo común, pero sin duda alguna, no podía significar nada bueno. No planeaba espantarla, por lo que no despegó su mirada de la de ella, dejó caer la daga al suelo, y colocó las manos al frente, enseñando ambas palmas mientras se desplazaba hasta la tienda, sitio donde se hallaba su mochila. Muy lentamente, estiró el brazo hasta la misma, y metiendo los dedos en ella, sacó unos viejos ropajes de lino, los cuales terminaron postrados en el suelo frente a la joven. Todos y cada uno de sus movimientos, eran realmente lentos, pues no tenía la más mínima intención de generar una abrumadora sensación de peligro en ella.
- Allí tienes ropa… - pronunció con la mayor claridad posible. Su voz era grave y ligeramente vibrante, aunque con una peculiar suavidad. El joven elfo se dio media vuelta y regresó hasta la mochila, disponiéndose a preparar un sencillo, pero no por ello menos gustoso, sándwich de queso. Todo buen viajero sabía que no podía depender de la caza, por lo que siempre era bueno llevar algo de pan, queso, y aceite de oliva para ablandar la miga. - … cuando te sientas lista, aquí tienes comida. - Sentenció dejando el alimento sobre la roca en la que aún se cocinaba el pescado.
El pescado se hallaba dividido en dos filetes casi idénticos posados encima de una roca particularmente plana, y sobre la carne se hallaba una peculiar y abultada capa de especias que de alguna manera, dejaba escapar la inconfundible esencia cítrica del limón, el cual probablemente se hallaba bajo aquel montón de condimento. Sin duda alguna, el singular aroma del sencillo platillo que se hallaba en el centro del campamento, lograba penetrar más allá del simple olfato, para encontrar reposo en el paladar, sitio donde podía degustarse aún sin haber dado bocado.
Un muy leve movimiento se presento en la punta de la oreja izquierda del músico, había oído algo, y a juzgar por sus anteriores experiencias, no dudó en dejar su instrumento a un lado, para así, tomar la daga que descansaba junto a la roca que contenía la comida. No volvería a ser tomado por sorpresa, pues esta vez se hallaba mucho mejor preparado. Se levantó, y con la mayor de las cautelas, se dispuso a rebuscar en las cercanías, esperando que eso espantara a cualquier acechador que se hallara presente. Sabía que el territorio era hostil para cualquiera que desconociera lo que le rodeaba, pero no era su caso, pues se hallaba bien preparado para sortear las diferentes complicaciones que el terreno podía presentarle, aún así, pese a examinar la zona, no logró encontrar nada, por lo que se vio obligado a regresar frente a la hoguera.
Su ropaje era bastante humilde, puesto que todo el cuero que portaba, se hallaba bastante gastado. Claramente no se trataba ni de alguien que poseyera grandes cantidades de dinero, ni tampoco de alguien que soliese visitar poblados, pues las reparaciones en sus protectores, eran muy burdas. Sus piernas y pies se hallaban cubiertos por unas botas y pantalones de cuero marrón oscuro, mientras que su torso se hallaba oculto tras una pechera ligera del mismo tono y material. Por otro lado, portaba protectores que cubrían las partes externas de sus nudillos y brazos, de los cuales estos últimos, se hallaban casi completamente desnudos. Su imagen no era ni de cerca, intimidante, pero si lo delataba como un viajero considerablemente experimentado en su campo.
Con ayuda de dos dagas y la mayor delicadeza posible, se dispuso a retirar las especias que se hallaba sobre el pescado, las cuales se levantaron en una sola placa, puesto que las rodajas de limón ocultas bajo el condimento, hacían de soporte. Sin tomarse el más mínimo apuro, volteó los filetes y regresó el aderezo a su lugar. Se dio media vuelta y de no haber sido por la voz de una fémina, irrumpiendo en su calma, se habría puesto a escribir. Rápidamente sus manos colocaron un cuchillo al frente, listo para atacar, mientras su mirada, fría y penetrante, se postró sobre la muchacha, la cual fue analizada sin discreción alguna de arriba abajo.
Encontrarse con una humana desnuda en el medio del bosque no era algo común, pero sin duda alguna, no podía significar nada bueno. No planeaba espantarla, por lo que no despegó su mirada de la de ella, dejó caer la daga al suelo, y colocó las manos al frente, enseñando ambas palmas mientras se desplazaba hasta la tienda, sitio donde se hallaba su mochila. Muy lentamente, estiró el brazo hasta la misma, y metiendo los dedos en ella, sacó unos viejos ropajes de lino, los cuales terminaron postrados en el suelo frente a la joven. Todos y cada uno de sus movimientos, eran realmente lentos, pues no tenía la más mínima intención de generar una abrumadora sensación de peligro en ella.
- Allí tienes ropa… - pronunció con la mayor claridad posible. Su voz era grave y ligeramente vibrante, aunque con una peculiar suavidad. El joven elfo se dio media vuelta y regresó hasta la mochila, disponiéndose a preparar un sencillo, pero no por ello menos gustoso, sándwich de queso. Todo buen viajero sabía que no podía depender de la caza, por lo que siempre era bueno llevar algo de pan, queso, y aceite de oliva para ablandar la miga. - … cuando te sientas lista, aquí tienes comida. - Sentenció dejando el alimento sobre la roca en la que aún se cocinaba el pescado.
Hathaldir Sil'tharion
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Cuando aquel hombre me vio y levantó su arma hacia mí pensé que iba a matarme. No importaba mi desnudez, no importaba mi hambre, no importaban mi miedo, mi vergüenza o mi timidez. Él seguramente me había tomado por una amenaza y estaba dispuesto a hundir la hoja de su daga en mi carne.
No podía culparle.
Proferí un sonido de sobresalto acompañado de un respingo y unos ojos muy abiertos, porque, desde mi posición —y no solamente la literal— yo no podía ser un peligro. Estaba sola, sin nada y, de hecho, era yo la que podía estar en peligro al encontrarme con un hombre.
—Por favor no me mates… —susurré, tenue, temblorosa.
Cuál no fue mi sorpresa cuando no sólo no mostró indicios de querer matarme, sino que además me ofreció la ropa y hasta comida. El rugir de mi estómago no se hizo esperar y volvió a resonar —esta vez acompañada de un hilo fino de saliva—, tanto que avancé varios pasos hacia los alimentos sin darme cuenta de que seguía desnuda. Fueron unas ramas a modo de látigo las que me azotaron las piernas y recordaron que con ropa los golpecitos así se notaban menos.
Volví a emitir un sonido de sorpresa, esta vez más agudo y temeroso, y me agaché y cubrí en seguida. Tomé la ropa con una mano y volví a retroceder hasta los arbustos para ponérmela. Obviamente me quedaba grande, pero no es que me importara demasiado en esos momentos.
Cuando al fin dejé atrás los matorrales me quedé a una distancia prudente de aquel hombre. Mi timidez me impedía abrirme más, y dada la situación, sí, me estaba muriendo de la vergüenza aun cuando ya estaba tapada.
Tragué saliva y me acerqué a la comida despacio, mirándolo de reojo, rodeando la hoguera para no tener que cruzármelo. Nada más sentarme tomé el bocadillo que había dicho era para mí y sin importarme si quemaba o no empecé a devorarlo con ganas. Llevaba prácticamente todo el día sin comer, y con el esfuerzo que había supuesto perseguir a los ladrones tenía mucha, lo que se decía mucha, hambre.
—¿Tienes algo de beber? —pregunté con la boca llena y sin mirarle, solamente pendiente del pan y del queso que, caliente y fundido, resbalaba por la comisura del pan.
No podía culparle.
Proferí un sonido de sobresalto acompañado de un respingo y unos ojos muy abiertos, porque, desde mi posición —y no solamente la literal— yo no podía ser un peligro. Estaba sola, sin nada y, de hecho, era yo la que podía estar en peligro al encontrarme con un hombre.
—Por favor no me mates… —susurré, tenue, temblorosa.
Cuál no fue mi sorpresa cuando no sólo no mostró indicios de querer matarme, sino que además me ofreció la ropa y hasta comida. El rugir de mi estómago no se hizo esperar y volvió a resonar —esta vez acompañada de un hilo fino de saliva—, tanto que avancé varios pasos hacia los alimentos sin darme cuenta de que seguía desnuda. Fueron unas ramas a modo de látigo las que me azotaron las piernas y recordaron que con ropa los golpecitos así se notaban menos.
Volví a emitir un sonido de sorpresa, esta vez más agudo y temeroso, y me agaché y cubrí en seguida. Tomé la ropa con una mano y volví a retroceder hasta los arbustos para ponérmela. Obviamente me quedaba grande, pero no es que me importara demasiado en esos momentos.
Cuando al fin dejé atrás los matorrales me quedé a una distancia prudente de aquel hombre. Mi timidez me impedía abrirme más, y dada la situación, sí, me estaba muriendo de la vergüenza aun cuando ya estaba tapada.
Tragué saliva y me acerqué a la comida despacio, mirándolo de reojo, rodeando la hoguera para no tener que cruzármelo. Nada más sentarme tomé el bocadillo que había dicho era para mí y sin importarme si quemaba o no empecé a devorarlo con ganas. Llevaba prácticamente todo el día sin comer, y con el esfuerzo que había supuesto perseguir a los ladrones tenía mucha, lo que se decía mucha, hambre.
—¿Tienes algo de beber? —pregunté con la boca llena y sin mirarle, solamente pendiente del pan y del queso que, caliente y fundido, resbalaba por la comisura del pan.
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Los bosques permanecían calmos ante la reciente llegada de la muchacha al campamento, nada indicaba que estuviera siendo acompañada por alguien, ni de que se tratara de una trampa, aunque eso no logró tranquilizar del todo al bardo, quien aún se hallaba alerta, puesto que encontrarse una joven desnuda en pleno bosque, no era un suceso recurrente, ni mucho menos, algo que debiera generar la mas mínima confianza.
Sin pronunciar palabra alguna, se aproximo hasta la mochila, en busca de su odre. Todavía no estaba del todo seguro de qué era lo que había llamado su atención, tal vez fuera la extraña soledad a la que estaba acostumbrado, o simplemente lo llamativo de que una bella jovencita estuviera alimentándose con tanto ahínco frente a él, pero de alguna manera,no pudo evitar contener una muy ligera, y casi imperceptible, risa al voltearse hacia ella. Se detuvo durante unos instantes para observar aquella imagen, como si durante un momento se dispusiera a disfrutar de la pequeñez de la ocasión, puesto que de alguna manera, sentía que era útil para alguien más que no fuera él. Sacudió ligeramente la cabeza y terminó por acercarse, y colocándose en cuclillas junto a la muchacha, dejó la bota de agua a su lado.
Volteándose hacia el fuego, se dispuso a tomar dos cuchillos de hueso, y con sumo cuidado, comenzó a sacar el adobo del pescado, permitiendo que las rodajas de limón y una pequeña porción de las especias, permanecieran sobre la comida. Dejó los afilados instrumentos sobre aquella peculiar roca plana, y sin la más mínima duda, la separó del fuego hasta dejarla frente a su acogida. Un intenso y delicioso aroma a albahaca y orégano, con ligeros tonos de pimienta, se hizo presente en los vapores de la carne, la cual no solo albergaba sus propios sabores, sino que el para entonces opacado limón, terminaría de cerrar el conjunto, casi con absoluta seguridad. Bajó la cabeza y cerro los ojos durante algunos segundos, permitiéndose saborear el platillo que acababa de entregar.
Una vez mas, y como era de esperarse por su postura, se levanto para reposicionarse junto al instrumento, el cual se hallaba apoyado contra un árbol, algunos cuantos pasos detrás de la humana. - ¿Quién eres? - pronunció con seguridad en el mismo tono que venía usando anteriormente. Sin duda alguna se trataba de alguien bastante hosco a la hora de entablar conversación, pero por otro lado, sus gestos y formas eran muy cuidadas, rozando el punto de la delicadeza. Tomó aquel instrumento de doce cuerdas y se dispuso a tocar con mucha más suavidad que antes, permitiéndole a la joven, dar una respuesta sin tener que forzar la voz, pues el objetivo no era otro, que hacerla sentir cómoda.
Sin pronunciar palabra alguna, se aproximo hasta la mochila, en busca de su odre. Todavía no estaba del todo seguro de qué era lo que había llamado su atención, tal vez fuera la extraña soledad a la que estaba acostumbrado, o simplemente lo llamativo de que una bella jovencita estuviera alimentándose con tanto ahínco frente a él, pero de alguna manera,no pudo evitar contener una muy ligera, y casi imperceptible, risa al voltearse hacia ella. Se detuvo durante unos instantes para observar aquella imagen, como si durante un momento se dispusiera a disfrutar de la pequeñez de la ocasión, puesto que de alguna manera, sentía que era útil para alguien más que no fuera él. Sacudió ligeramente la cabeza y terminó por acercarse, y colocándose en cuclillas junto a la muchacha, dejó la bota de agua a su lado.
Volteándose hacia el fuego, se dispuso a tomar dos cuchillos de hueso, y con sumo cuidado, comenzó a sacar el adobo del pescado, permitiendo que las rodajas de limón y una pequeña porción de las especias, permanecieran sobre la comida. Dejó los afilados instrumentos sobre aquella peculiar roca plana, y sin la más mínima duda, la separó del fuego hasta dejarla frente a su acogida. Un intenso y delicioso aroma a albahaca y orégano, con ligeros tonos de pimienta, se hizo presente en los vapores de la carne, la cual no solo albergaba sus propios sabores, sino que el para entonces opacado limón, terminaría de cerrar el conjunto, casi con absoluta seguridad. Bajó la cabeza y cerro los ojos durante algunos segundos, permitiéndose saborear el platillo que acababa de entregar.
Una vez mas, y como era de esperarse por su postura, se levanto para reposicionarse junto al instrumento, el cual se hallaba apoyado contra un árbol, algunos cuantos pasos detrás de la humana. - ¿Quién eres? - pronunció con seguridad en el mismo tono que venía usando anteriormente. Sin duda alguna se trataba de alguien bastante hosco a la hora de entablar conversación, pero por otro lado, sus gestos y formas eran muy cuidadas, rozando el punto de la delicadeza. Tomó aquel instrumento de doce cuerdas y se dispuso a tocar con mucha más suavidad que antes, permitiéndole a la joven, dar una respuesta sin tener que forzar la voz, pues el objetivo no era otro, que hacerla sentir cómoda.
- Spoiler:
Aca dejo la melodía que se pone a tocar. (Especialmente la parte calma.)
Hathaldir Sil'tharion
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Estaba demasiado ocupada devorando aquel panecillo relleno de queso como para percatarme de su risa, una risa silenciosa, pero firme. De haberla notado seguramente me hubiera cohibido, así que mejor así. Aquel hombre —cuya raza parecía la humana— no actuaba como actuaría cualquier otro hombre ante la repentina aparición de una mujer desnuda y completamente vulnerable. Él, en lugar de ceder a sus bajos instintos, parecía no tenerlos y actuaba como si aquello fuese lo más normal del mundo. Su actitud me asustó, puesto que quizá era una trampa para hacerme creer que estaba a salvo cuando lo peor aún estaba por llegar. Preferí sacar esos malos pensamientos de mi cabeza y continué comiendo.
Lo que sí vi y agradecí fue la bota de agua. No tardé dos segundos en dejar la comida sobre la piedra y beber hasta saciarme, bebiendo en varios turnos, parando para respirar y continuar.
El aroma del pescado hizo que de repente el bocadillo me supiera a poco. Aspiré el olor como un perro hambriento delante de un pedazo de carne fresca. La boca se me llenó de sabor y moví lengua y mandíbula como si realmente tuviera un pedazo y lo estuviera saboreando. Estuve realmente tentada de pedir, pero me contuve. Ya me había dado ropa y comida, me daba vergüenza pedirle más. Pero tenía un aspecto tan delicioso…
Por suerte su pregunta me devolvió a la realidad, aunque me dejó pensativa. ¿Quién era yo? Esperaba un «¿qué te ha pasado?, ¿por qué estás desnuda?, ¿estás bien?» o algo parecido, no un «¿quién eres?». ¿Realmente no se había preguntado si había alguna razón por la que yo hubiera aparecido así?
Mastiqué despacio desde entonces. La melodía que comenzó a tocar me distrajo de la pregunta, tanto que no me di cuenta de que me había terminado el panecillo y me mordí los dedos. Me quejé con un siseo.
—Verme… Me llamo Verme. Yo… Bueno, me han robado y… —¿qué iba a decirle, que era medio dragona? —eh… —mientras pensaba qué decir gané tiempo haciendo ver que me acomodaba la ropa y el cabello. Mis gestos eran torpes, trémulos. —Les he intentado perseguir, pero los he perdido. Eso ha sido esta mañana. Cuando me he dado cuenta estaba aquí, era tarde, tenía hambre y frío, y… vi la hoguera. Y olí la comida.
¿Qué me pasaba? Yo era tímida, sí, pero mi voz sonó mucho más apagada de lo normal. ¿Tanto me había afectado todo aquello? Normalmente era como un bloque de hielo y si algo dolía lo hacía por dentro, no lo exteriorizaba. Quizá aquella experiencia se salía demasiado de lo que estaba acostumbrada a manejar.
—Ah… soy dragona, por cierto —me relamí los labios y los apreté. De repente, entre su actitud, el calor del fuego, la música y mi estómago medianamente saciado, me sentí muy cómoda. Hasta me empezó a entrar sueño.
Miré al suelo con gesto abatido y suspiré al cerrar los ojos. Acababa de caer en la cuenta de que no podía volver a casa. No quería arriesgarme a encontrarme con una manada de lobos o cualquier criatura de los bosques o el lago. ¿Qué iba a hacer ahora?
Eché un vistazo rápido al campamento, de manera que se me viera bien que miraba.
—¿Y tú? —comenté, tuteando, ya que él me había tuteado a mí, como quien no quería la cosa —¿Qué haces aquí? Vas a… ¿dormir aquí? —era una pregunta algo obvia, pero necesitaba allanar el camino a cualquier precio.
No me percaté de que tenía un par de gotas de agua todavía en la barbilla, ni siquiera cuando una de ellas cayó sobre mis manos entrelazadas.
—Esto… gracias. Por todo. Quiero decir, ya sabes… —carraspeé y me coloqué el cabello detrás de la oreja, ya que la brisa me lo echaba en la cara cuando le miraba.
—Tocas bien —murmuré.
Lo que sí vi y agradecí fue la bota de agua. No tardé dos segundos en dejar la comida sobre la piedra y beber hasta saciarme, bebiendo en varios turnos, parando para respirar y continuar.
El aroma del pescado hizo que de repente el bocadillo me supiera a poco. Aspiré el olor como un perro hambriento delante de un pedazo de carne fresca. La boca se me llenó de sabor y moví lengua y mandíbula como si realmente tuviera un pedazo y lo estuviera saboreando. Estuve realmente tentada de pedir, pero me contuve. Ya me había dado ropa y comida, me daba vergüenza pedirle más. Pero tenía un aspecto tan delicioso…
Por suerte su pregunta me devolvió a la realidad, aunque me dejó pensativa. ¿Quién era yo? Esperaba un «¿qué te ha pasado?, ¿por qué estás desnuda?, ¿estás bien?» o algo parecido, no un «¿quién eres?». ¿Realmente no se había preguntado si había alguna razón por la que yo hubiera aparecido así?
Mastiqué despacio desde entonces. La melodía que comenzó a tocar me distrajo de la pregunta, tanto que no me di cuenta de que me había terminado el panecillo y me mordí los dedos. Me quejé con un siseo.
—Verme… Me llamo Verme. Yo… Bueno, me han robado y… —¿qué iba a decirle, que era medio dragona? —eh… —mientras pensaba qué decir gané tiempo haciendo ver que me acomodaba la ropa y el cabello. Mis gestos eran torpes, trémulos. —Les he intentado perseguir, pero los he perdido. Eso ha sido esta mañana. Cuando me he dado cuenta estaba aquí, era tarde, tenía hambre y frío, y… vi la hoguera. Y olí la comida.
¿Qué me pasaba? Yo era tímida, sí, pero mi voz sonó mucho más apagada de lo normal. ¿Tanto me había afectado todo aquello? Normalmente era como un bloque de hielo y si algo dolía lo hacía por dentro, no lo exteriorizaba. Quizá aquella experiencia se salía demasiado de lo que estaba acostumbrada a manejar.
—Ah… soy dragona, por cierto —me relamí los labios y los apreté. De repente, entre su actitud, el calor del fuego, la música y mi estómago medianamente saciado, me sentí muy cómoda. Hasta me empezó a entrar sueño.
Miré al suelo con gesto abatido y suspiré al cerrar los ojos. Acababa de caer en la cuenta de que no podía volver a casa. No quería arriesgarme a encontrarme con una manada de lobos o cualquier criatura de los bosques o el lago. ¿Qué iba a hacer ahora?
Eché un vistazo rápido al campamento, de manera que se me viera bien que miraba.
—¿Y tú? —comenté, tuteando, ya que él me había tuteado a mí, como quien no quería la cosa —¿Qué haces aquí? Vas a… ¿dormir aquí? —era una pregunta algo obvia, pero necesitaba allanar el camino a cualquier precio.
No me percaté de que tenía un par de gotas de agua todavía en la barbilla, ni siquiera cuando una de ellas cayó sobre mis manos entrelazadas.
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—Esto… gracias. Por todo. Quiero decir, ya sabes… —carraspeé y me coloqué el cabello detrás de la oreja, ya que la brisa me lo echaba en la cara cuando le miraba.
—Tocas bien —murmuré.
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Aquella opaca e inexpresiva mirada se hallaba posada sobre su actual acompañante, mientras sus dedos se movían con singular fluidez a lo largo del instrumento, como si de alguna manera este fuera una extensión de él mismo. No era difícil percibir que prestaba atención a todas y cada una de las palabras que la joven le otorgaba, pero no se dignó a contestar hasta por fin haber terminado la melodía. - Realmente te cuesta ¿Cierto? - Pronunció casi en forma de susurro, haciendo referencia al nerviosismo que expresaba en cada oración. Cerró los ojos y suspiro largamente antes de disponerse a hablar con mayor fluidez.
- Siento todo lo que te ha sucedido, pero por otro lado, es bueno saber que te encuentras bien. - Se dio una pausa para mostrar una muy leve sonrisa sobre la comisura derecha del labio. - No me debes explicaciones de nada, lo único que tienes que hacer ahora, es recuperar fuerzas. Come… bebe… descansa… ya veremos como regresarte a donde perteneces por la mañana. - Su voz se mostraba realmente segura de lo que decía, como si de alguna manera, no tuviera el más mínimo temor a todos los peligros que el bosque pudiera albergarles durante la noche, pues era bien sabido que la zona no se caracterizaba por su seguridad. Trató de mostrarse lo mas cálido posible, aunque no podía evitar que sus palabras sonaran algo toscas, dejando entrever lo aislado que se hallaba del resto de la sociedad.
En ningún momento se detuvo para pronunciar nada al respecto sobre la especie de la muchacha y ciertamente, desconocía su existencia, pues muy a pesar de llevar una incontable cantidad de años viajando a lo largo y ancho del continente, su dañada memoria no le permitía albergar nada que hubiera sucedido después de su segunda década de vida, y antes de eso, casi no había salido de los bosques de Sandorai. Había tomado el comentario como una mera descripción de su personalidad, algo sin importancia alguna.
- En cierto modo… ambos hemos tenido suerte esta noche… - Se tomó una segunda pausa para abrir los ojos y observarla directamente a los mismos durante algunos segundos, esta vez se había dignado a ejercer algún tipo de contacto directo con ella, tal vez fruto de la comodidad del momento. Volvió a abrir la boca, adelantándose a un casi seguro “¿Por qué lo dices?”, y continuó. - … al fin y al cabo, tu necesitabas cobijo, y has caído en el lugar adecuado. Y yo… bueno, digamos que no suelo tener compañía, y un poco de ella se agradece de vez en cuando. - Sentenció antes de dejar escapar una vez mas, una muy suave risa interna. Por algún motivo, aquel hombre, solía reprimir sus gestos, exponiéndolos de una manera casi imperceptible, posiblemente fruto del mismo aislamiento que le concedía su modo de vida.
- Soy… - se mantuvo en silencio durante algunos segundos mientras su mirada se desviaba hasta el libro que se hallaba junto a él. -... León… - por algún motivo, le había costado pronunciarlo, mas por una cuestión de comodidad, que otra cosa. Claramente no era su verdadero nombre, pues era fácil deducir que su no era de procedencia élfica. - Soy un simple viajero, exploro el continente y duermo donde considero adecuado… en este caso, aquí. - Si bien su respuesta fue clara, era evidente que había evitado extenderse más de la cuenta, pues su incomodidad a la hora de responder preguntas relativamente personales, era palpable. -¿Y tu de donde eres? - preguntó, intentando cambiar de tema.
Su mano derecha se despego del instrumento para ejecutar un ligero gesto, animándola a comer del pescado que había dejado frente a ella. Heldar no era la persona mas agradable, ni mucho menos la mas comprensiva, pero sin lugar a dudas, no dejaba que ningún detalle se le escapara, o al menos, no con facilidad.
- Siento todo lo que te ha sucedido, pero por otro lado, es bueno saber que te encuentras bien. - Se dio una pausa para mostrar una muy leve sonrisa sobre la comisura derecha del labio. - No me debes explicaciones de nada, lo único que tienes que hacer ahora, es recuperar fuerzas. Come… bebe… descansa… ya veremos como regresarte a donde perteneces por la mañana. - Su voz se mostraba realmente segura de lo que decía, como si de alguna manera, no tuviera el más mínimo temor a todos los peligros que el bosque pudiera albergarles durante la noche, pues era bien sabido que la zona no se caracterizaba por su seguridad. Trató de mostrarse lo mas cálido posible, aunque no podía evitar que sus palabras sonaran algo toscas, dejando entrever lo aislado que se hallaba del resto de la sociedad.
En ningún momento se detuvo para pronunciar nada al respecto sobre la especie de la muchacha y ciertamente, desconocía su existencia, pues muy a pesar de llevar una incontable cantidad de años viajando a lo largo y ancho del continente, su dañada memoria no le permitía albergar nada que hubiera sucedido después de su segunda década de vida, y antes de eso, casi no había salido de los bosques de Sandorai. Había tomado el comentario como una mera descripción de su personalidad, algo sin importancia alguna.
- En cierto modo… ambos hemos tenido suerte esta noche… - Se tomó una segunda pausa para abrir los ojos y observarla directamente a los mismos durante algunos segundos, esta vez se había dignado a ejercer algún tipo de contacto directo con ella, tal vez fruto de la comodidad del momento. Volvió a abrir la boca, adelantándose a un casi seguro “¿Por qué lo dices?”, y continuó. - … al fin y al cabo, tu necesitabas cobijo, y has caído en el lugar adecuado. Y yo… bueno, digamos que no suelo tener compañía, y un poco de ella se agradece de vez en cuando. - Sentenció antes de dejar escapar una vez mas, una muy suave risa interna. Por algún motivo, aquel hombre, solía reprimir sus gestos, exponiéndolos de una manera casi imperceptible, posiblemente fruto del mismo aislamiento que le concedía su modo de vida.
- Soy… - se mantuvo en silencio durante algunos segundos mientras su mirada se desviaba hasta el libro que se hallaba junto a él. -... León… - por algún motivo, le había costado pronunciarlo, mas por una cuestión de comodidad, que otra cosa. Claramente no era su verdadero nombre, pues era fácil deducir que su no era de procedencia élfica. - Soy un simple viajero, exploro el continente y duermo donde considero adecuado… en este caso, aquí. - Si bien su respuesta fue clara, era evidente que había evitado extenderse más de la cuenta, pues su incomodidad a la hora de responder preguntas relativamente personales, era palpable. -¿Y tu de donde eres? - preguntó, intentando cambiar de tema.
Su mano derecha se despego del instrumento para ejecutar un ligero gesto, animándola a comer del pescado que había dejado frente a ella. Heldar no era la persona mas agradable, ni mucho menos la mas comprensiva, pero sin lugar a dudas, no dejaba que ningún detalle se le escapara, o al menos, no con facilidad.
Hathaldir Sil'tharion
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Debía reconocer que no me molestó en absoluto que no me respondiese de inmediato. Sabía perfectamente que no lo había hecho, era consciente de ello, pero al mismo tiempo me había olvidado de todo lo que no fueran sus dedos haciendo vibrar aquellas cuerdas. Cuando quise darme cuenta tenía una expresión relajada, un pulso tranquilo y el fuego me había calentado tanto que hasta me empezaron a sudar las manos. Tuve que moverme la melena para dejar pasar un poco de aire por el cuello y la espalda.
Escuché con atención sus palabras. Una punzada de alegría mezclada con algo que no supe identificar me invadió cuando insinuó —supuse, por la forma de decirlo— que podría quedarme a dormir en su campamento. Ciertamente era algo que había estado esperando desesperada, ya que no quería dormir a la intemperie, pero por otro lado me sabía muy mal cargarlo con aquella responsabilidad. El que hubiera salido de él invitarme y de forma tan natural me alivió bastante.
Apreté los labios y sonreí.
—Gracias.
De repente me miró, y yo, por dentro, me eché a temblar. Mi expresión cambió a una algo fría y dura como la de alguien a quien le acaban de comunicar una traición. El temblor se me notó en las manos, cogidas sobre mi regazo. Me sentía cómoda, pero al mismo tiempo me sentí cohibida, como si el hecho de mirarme de forma tan penetrante me hiciera volver a sentir la vulnerabilidad del principio. No pude evitar apartar la mirada y dirigirla a la llama de la hoguera, danzante con la brisa. Además, sus palabras no ayudaron a aplacar mi nerviosismo.
—Sí… —mustié, trémula —Supongo que ha sido suerte y nada más.
Tuve ganas de decirle «estoy asustada, ¿sabes?», pero me contuve. No habría tenido ningún sentido y sólo habría servido para entregarle el arma perfecta para hacerme daño.
Y yo, aunque inocente en ocasiones, no era tonta.
Suspiré con los ojos cerrados y me mecí un par de veces sobre el tronco en el que me había sentado. Cuando los volví a abrir intercambié varias miradas entre la fogata y él. De repente, cuando me dijo su nombre, recordé que seguía sin saber qué era.
—León… Es un nombre bastante humano, ¿me equivoco?
Teniendo en cuenta lo tajante de su respuesta decidí no extenderme demasiado yo tampoco, aunque no quería, después de su ayuda, parecer una borde o una desagradecida.
Decidí dejarlo fluir.
—¿Un viajero? —pregunté sonriendo medianamente cálida —¿Y qué lugares has visitado? Seguro que has visitado Dundarak, la ciudad de los dragones, la más norteña del continente. Vivo allí —sonreí más, mostrando los dientes —. Hace frío, pero es increíble.
Olvidando que parecía no haber echado cuenta de mi raza, y repentinamente cómoda otra vez, me dispuse a echar mano de aquel pescado cubierto de hierbas y limón que me llamaba de manera muy tentadora.
Escuché con atención sus palabras. Una punzada de alegría mezclada con algo que no supe identificar me invadió cuando insinuó —supuse, por la forma de decirlo— que podría quedarme a dormir en su campamento. Ciertamente era algo que había estado esperando desesperada, ya que no quería dormir a la intemperie, pero por otro lado me sabía muy mal cargarlo con aquella responsabilidad. El que hubiera salido de él invitarme y de forma tan natural me alivió bastante.
Apreté los labios y sonreí.
—Gracias.
De repente me miró, y yo, por dentro, me eché a temblar. Mi expresión cambió a una algo fría y dura como la de alguien a quien le acaban de comunicar una traición. El temblor se me notó en las manos, cogidas sobre mi regazo. Me sentía cómoda, pero al mismo tiempo me sentí cohibida, como si el hecho de mirarme de forma tan penetrante me hiciera volver a sentir la vulnerabilidad del principio. No pude evitar apartar la mirada y dirigirla a la llama de la hoguera, danzante con la brisa. Además, sus palabras no ayudaron a aplacar mi nerviosismo.
—Sí… —mustié, trémula —Supongo que ha sido suerte y nada más.
Tuve ganas de decirle «estoy asustada, ¿sabes?», pero me contuve. No habría tenido ningún sentido y sólo habría servido para entregarle el arma perfecta para hacerme daño.
Y yo, aunque inocente en ocasiones, no era tonta.
Suspiré con los ojos cerrados y me mecí un par de veces sobre el tronco en el que me había sentado. Cuando los volví a abrir intercambié varias miradas entre la fogata y él. De repente, cuando me dijo su nombre, recordé que seguía sin saber qué era.
—León… Es un nombre bastante humano, ¿me equivoco?
Teniendo en cuenta lo tajante de su respuesta decidí no extenderme demasiado yo tampoco, aunque no quería, después de su ayuda, parecer una borde o una desagradecida.
Decidí dejarlo fluir.
—¿Un viajero? —pregunté sonriendo medianamente cálida —¿Y qué lugares has visitado? Seguro que has visitado Dundarak, la ciudad de los dragones, la más norteña del continente. Vivo allí —sonreí más, mostrando los dientes —. Hace frío, pero es increíble.
Olvidando que parecía no haber echado cuenta de mi raza, y repentinamente cómoda otra vez, me dispuse a echar mano de aquel pescado cubierto de hierbas y limón que me llamaba de manera muy tentadora.
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
La expresividad de aquel hombre solo era comparable con la de una roca, pues si bien sus palabras eran las adecuadas, no lograba acompañarlas con la emotividad apropiada, o simplemente carecía de la misma. Aún así, era fácil percibir el gran esfuerzo que hacía por darle cierta calidez al dialogo en cada oportunidad que abría la boca, ya que las frases denotaban sus intenciones por si solas. Los ojos del bardo se presentaban como los gélidos orbes que eran, los cuales se hallaban atónitos ante cada gesto que la joven le ofrecía, y hasta se vio obligado a tragar saliva al notar como esta se acomodaba el cabello, dejando su cuello al descubierto, después de todo, estaba vivo. Aquella joven acababa de penetrar todas sus barreras, dejando en evidencia lo aislado que se hallaba, pues llevaba tanto tiempo en soledad, que casi había olvidado lo que era tener una buena conversación frente a una hoguera, o la mera paz y tranquilidad que solo una buena compañía podía otorgarle a un nómada como él. Dejó el instrumento a un lado, y tomó el mismo libro en el que anteriormente había centrado su atención, para por fin aproximarse a la joven. Su mirada se posó sobre las temblorosas manos de la misma, y durante un momento detuvo su paso, dudando de lo que estaba por hacer, algo que lo llevó a deshacerse del último armamento que portaba, dejando una daga de hierro junto a la roca que contenía la comida.
- Sin duda alguna - Contestó a la pregunta inicial mientras se dejaba caer en la tierra junto a ella, permitiendo que tan solo dos palmos separasen los puntos más cercanos de sus cuerpos, la rodilla derecha del elfo se mantuvo ligeramente encogida, proporcionando un punto de apoyo para el codo del mismo brazo. Con ayuda de los dedos de su surda, colocó un mechón de cabello detrás de su larga y puntiaguda oreja, concediendo una visión mucho mas clara del lado izquierdo de su rostro. Tras dicho gesto, posó su mano sobre la tierra que se hallaba a sus espaldas, usando la misma como punto de apoyo con el que mantenerse sentado. Esperó varios segundos antes de continuar, dejando que el silencio reine durante algunos instantes. - ¿A que le temes tanto? - Elevó la mirada mientras giraba el rostro hacia su izquierda, buscando establecer una vez mas algo de contacto visual, pero lo cierto es que se detuvo. Clavó la vista sobre el bosque, intentando evitar que la joven se sintiera mas insegura aún, por sus toscas formas, de las cuales ya era conocedor, y completo la oración - Estás en un lugar cálido, con abrigo y comida, además, por mas peligros que pueda albergar este bosque, te prometo que no dejaré que nada te suceda, después de todo, eres mi invitada. - Sonrió muy levemente al terminar la oración, en un burdo intento de generarle seguridad.
- Y no, no he estado en Dundarak, pero supongo que necesitarás ayuda para llegar, y ciertamente, la “Ciudad de los Dragones”, suena interesante. - Las palabras de aquel elfo delataban cierta ignorancia en todo lo que a dragones se refería, pues sonaban como si hablase de alguna especie de titulo, y no de lo que realmente eran. - ¿Y tu, es la primera vez que te encuentras lejos de tu hogar? - Por algún motivo, evitó hacer mención alguna respecto a lo que había visto y donde había estado, simplemente se digno a suspirar largamente mientras acariciaba con los dedos de su derecha, la dura tapa de cuero, de aquel libro que ahora se hallaba sobre su regazo.
- Sin duda alguna - Contestó a la pregunta inicial mientras se dejaba caer en la tierra junto a ella, permitiendo que tan solo dos palmos separasen los puntos más cercanos de sus cuerpos, la rodilla derecha del elfo se mantuvo ligeramente encogida, proporcionando un punto de apoyo para el codo del mismo brazo. Con ayuda de los dedos de su surda, colocó un mechón de cabello detrás de su larga y puntiaguda oreja, concediendo una visión mucho mas clara del lado izquierdo de su rostro. Tras dicho gesto, posó su mano sobre la tierra que se hallaba a sus espaldas, usando la misma como punto de apoyo con el que mantenerse sentado. Esperó varios segundos antes de continuar, dejando que el silencio reine durante algunos instantes. - ¿A que le temes tanto? - Elevó la mirada mientras giraba el rostro hacia su izquierda, buscando establecer una vez mas algo de contacto visual, pero lo cierto es que se detuvo. Clavó la vista sobre el bosque, intentando evitar que la joven se sintiera mas insegura aún, por sus toscas formas, de las cuales ya era conocedor, y completo la oración - Estás en un lugar cálido, con abrigo y comida, además, por mas peligros que pueda albergar este bosque, te prometo que no dejaré que nada te suceda, después de todo, eres mi invitada. - Sonrió muy levemente al terminar la oración, en un burdo intento de generarle seguridad.
- Y no, no he estado en Dundarak, pero supongo que necesitarás ayuda para llegar, y ciertamente, la “Ciudad de los Dragones”, suena interesante. - Las palabras de aquel elfo delataban cierta ignorancia en todo lo que a dragones se refería, pues sonaban como si hablase de alguna especie de titulo, y no de lo que realmente eran. - ¿Y tu, es la primera vez que te encuentras lejos de tu hogar? - Por algún motivo, evitó hacer mención alguna respecto a lo que había visto y donde había estado, simplemente se digno a suspirar largamente mientras acariciaba con los dedos de su derecha, la dura tapa de cuero, de aquel libro que ahora se hallaba sobre su regazo.
Hathaldir Sil'tharion
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
Cuando quise darme cuenta ya llevaba el trozo de pescado por la mitad. Realmente pasaba todo muy deprisa. Hacía apenas unos momentos yo estaba poniéndome unos ropajes ajenos y devorando con voracidad un bocadillo con el que no me había atragantado de milagro, y ahora que lo que parecía ser lo peor había pasado estaba mucho más tranquila, comía despacio y masticaba bien y hasta me tomaba el tiempo de relamerme antes de dar otro mordisco. Sí, realmente estuve cómoda por un momento, pero no duró mucho.
Mis temores se cumplieron y aquel hombre comenzó a acercarse a mí daga en mano, por lo que estuve a punto de dar el mayor respingo de mi vida. No sucedió nada. Antes de que pudiera hacer otra cosa aparte del ridículo —otra vez — el humano se deshizo de la daga y, simplemente, se sentó a mi lado. Cuando a mi mente le dio la gana de reaccionar me sentí estúpida por pensar que se me iba a echar encima, pero por otro lado me sentí muy, muy, muy aliviada. Tanto, que exhalé un generoso suspiro.
No supe cómo le has había arreglado para que el pescado no me hubiera resbalado de las manos.
Al sentarse a mi lado no pude evitar mirarle. Por una parte sentía curiosidad hacia él, hacia por qué me había ayudado, también sobre por qué, si quería hacerme daño, no lo había hecho ya, sobre por qué no temía acampar en un lugar tan espantoso como lo podía ser aquel por la noche.
Escudriñe sus gestos, a decir verdad, sin ningún tipo de disimulo, pero qué más daba. Él también debía estar alucinando lo suyo.
Su oreja robó mi entera atención. Ya no eran esos espectaculares ojos azules, o ese rostro de facciones suaves o esa voz agradable las que me llamaban la atención, sino su oreja. Había pensado todo el rato que era humano porque prácticamente lo era, pero en aquel momento, con un simple gesto, me había revelado su verdadera naturaleza —aunque yo ya lo había hecho, no debería extrañarme, ¿no?—. Esbocé una torpe sonrisa fruto de la sorpresa y del repentino agradecimiento que sentí.
—Eres un elfo —apunté, obviando que él ya lo sabía, con voz extraña, dulce, ilusionada —. Pensaba que eras humano.
Y, ahora que me fijaba, sí, sus ojos eran mucho más azules de lo que era normal en humanos. Era un azul profundo, oceánico.
Me estaba llevando demasiadas sorpresas en poco tiempo. Mi expresión se apagó con su nueva pregunta. ¿Qué a qué le tenía miedo? ¿A lo que pudiese sucederme, tal vez?
—Bueno… He acabado desnuda en medio del bosque. Soy mujer. Según me han dicho alguna vez, bonita —me encogí de hombros—. Intenta hacerte una idea.
Dejé lo que quedaba de pescado encima de la piedra, tibia, mientras él prosiguió.
—Todo eso es cierto y te lo agradezco, pero, por favor, intenta ponerte en mi lugar. Desuda, con la piel pálida y el cabello llamativo, desprendiendo miedo por cada poro. Si estuviese desnuda pero al menos tuviese un arma… pero no. Hasta que te he encontrado me hallaba absolutamente vulnerable. Sólo contaba mi propia naturaleza dracónica como arma, pero poco puedo usarla si me han atravesado el pecho con una lanza, ¿entiendes?
Había hablado deprisa, con temor. Ciertamente había pasado mucho miedo, y lo cierto era que con la actitud del recién descubierto elfo la cosa no mejoraba del todo.
Me volví a colocar el mechón de cabello detrás de la oreja, ya que, rebelde, se había desprendido mientras hablaba. El gesto se alargó cuando decidí colocarme toda la melena en el lado contrario del rostro, evitando así que volviera a echárseme en la cara.
—Perdona, no quería sonar brusca… es sólo que… —«que me gustaría que, por una vez, alguien pensara en mí, y no por mí» —Estoy nerviosa, lo siento, ignora lo que he dicho. Estaba asustada porque me había perdido y tenía miedo de los lobos. Lo siento.
¿Cómo se me había podido olvidar de un plumazo la cálida comodidad que había llegado a sentir? Por suerte o por desgracia no tardó en volver a mí cuando el tema de mi ciudad volvió, pero durante un rato no pudo abandonarme un respirar ligeramente más agitado y rápido que antes.
—No, no, puedo volver sola, sólo necesito encontrar la salida norte del bosque. Una vez haya dejado los árboles atrás y tenga el camino despejado podré reconocer el camino.
Volví a suspirar. Me sorprendí dedicándola una mirada ¿embriagada? Al elfo. ¿Qué tenía? ¿Era por la sorpresa de haber descubierto su raza?
Sentí que me ardían las mejillas.
—Eh… no, no, no, no, no. Quiero decir, que no —por si no había quedado claro —, no es la primera vez, aunque sí es la primera que acabo perdida, desnuda y compartiendo comida y cama con un extraño que me ha salvado —dije para tratar de volver a la calma con un poco de humor.
Tardé varios segundos en entender lo que acababa de decir. Abrí los ojos. Mucho. Me puse tan nerviosa que creía que me iba a marear. Se me tensaron los músculos del cuerpo y la voz se me agudizó hasta rozar lo chirriante.
—Quiero decir —conseguí articular, a duras penas —que… Bueno… Maldita sea, esto ya no hay quien lo arregle.
¿Pero qué narices me estaba pasando? ¡No había ido con esa intención, de verdad!
Mis temores se cumplieron y aquel hombre comenzó a acercarse a mí daga en mano, por lo que estuve a punto de dar el mayor respingo de mi vida. No sucedió nada. Antes de que pudiera hacer otra cosa aparte del ridículo —otra vez — el humano se deshizo de la daga y, simplemente, se sentó a mi lado. Cuando a mi mente le dio la gana de reaccionar me sentí estúpida por pensar que se me iba a echar encima, pero por otro lado me sentí muy, muy, muy aliviada. Tanto, que exhalé un generoso suspiro.
No supe cómo le has había arreglado para que el pescado no me hubiera resbalado de las manos.
Al sentarse a mi lado no pude evitar mirarle. Por una parte sentía curiosidad hacia él, hacia por qué me había ayudado, también sobre por qué, si quería hacerme daño, no lo había hecho ya, sobre por qué no temía acampar en un lugar tan espantoso como lo podía ser aquel por la noche.
Escudriñe sus gestos, a decir verdad, sin ningún tipo de disimulo, pero qué más daba. Él también debía estar alucinando lo suyo.
Su oreja robó mi entera atención. Ya no eran esos espectaculares ojos azules, o ese rostro de facciones suaves o esa voz agradable las que me llamaban la atención, sino su oreja. Había pensado todo el rato que era humano porque prácticamente lo era, pero en aquel momento, con un simple gesto, me había revelado su verdadera naturaleza —aunque yo ya lo había hecho, no debería extrañarme, ¿no?—. Esbocé una torpe sonrisa fruto de la sorpresa y del repentino agradecimiento que sentí.
—Eres un elfo —apunté, obviando que él ya lo sabía, con voz extraña, dulce, ilusionada —. Pensaba que eras humano.
Y, ahora que me fijaba, sí, sus ojos eran mucho más azules de lo que era normal en humanos. Era un azul profundo, oceánico.
Me estaba llevando demasiadas sorpresas en poco tiempo. Mi expresión se apagó con su nueva pregunta. ¿Qué a qué le tenía miedo? ¿A lo que pudiese sucederme, tal vez?
—Bueno… He acabado desnuda en medio del bosque. Soy mujer. Según me han dicho alguna vez, bonita —me encogí de hombros—. Intenta hacerte una idea.
Dejé lo que quedaba de pescado encima de la piedra, tibia, mientras él prosiguió.
—Todo eso es cierto y te lo agradezco, pero, por favor, intenta ponerte en mi lugar. Desuda, con la piel pálida y el cabello llamativo, desprendiendo miedo por cada poro. Si estuviese desnuda pero al menos tuviese un arma… pero no. Hasta que te he encontrado me hallaba absolutamente vulnerable. Sólo contaba mi propia naturaleza dracónica como arma, pero poco puedo usarla si me han atravesado el pecho con una lanza, ¿entiendes?
Había hablado deprisa, con temor. Ciertamente había pasado mucho miedo, y lo cierto era que con la actitud del recién descubierto elfo la cosa no mejoraba del todo.
Me volví a colocar el mechón de cabello detrás de la oreja, ya que, rebelde, se había desprendido mientras hablaba. El gesto se alargó cuando decidí colocarme toda la melena en el lado contrario del rostro, evitando así que volviera a echárseme en la cara.
—Perdona, no quería sonar brusca… es sólo que… —«que me gustaría que, por una vez, alguien pensara en mí, y no por mí» —Estoy nerviosa, lo siento, ignora lo que he dicho. Estaba asustada porque me había perdido y tenía miedo de los lobos. Lo siento.
¿Cómo se me había podido olvidar de un plumazo la cálida comodidad que había llegado a sentir? Por suerte o por desgracia no tardó en volver a mí cuando el tema de mi ciudad volvió, pero durante un rato no pudo abandonarme un respirar ligeramente más agitado y rápido que antes.
—No, no, puedo volver sola, sólo necesito encontrar la salida norte del bosque. Una vez haya dejado los árboles atrás y tenga el camino despejado podré reconocer el camino.
Volví a suspirar. Me sorprendí dedicándola una mirada ¿embriagada? Al elfo. ¿Qué tenía? ¿Era por la sorpresa de haber descubierto su raza?
Sentí que me ardían las mejillas.
—Eh… no, no, no, no, no. Quiero decir, que no —por si no había quedado claro —, no es la primera vez, aunque sí es la primera que acabo perdida, desnuda y compartiendo comida y cama con un extraño que me ha salvado —dije para tratar de volver a la calma con un poco de humor.
Tardé varios segundos en entender lo que acababa de decir. Abrí los ojos. Mucho. Me puse tan nerviosa que creía que me iba a marear. Se me tensaron los músculos del cuerpo y la voz se me agudizó hasta rozar lo chirriante.
—Quiero decir —conseguí articular, a duras penas —que… Bueno… Maldita sea, esto ya no hay quien lo arregle.
¿Pero qué narices me estaba pasando? ¡No había ido con esa intención, de verdad!
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Re: Melodía lunar[Interpretativo] [Libre] [2/2]
La situación había dado un giro drástico para lo que quedaba de la noche, ya no estaba solo, y eso era algo digno de mención. Inhaló largamente, mientras oía las palabras de la joven, y frunció muy ligeramente el ceño en cuanto hizo mención de su raza, después de todo, solo había dos especies en todo el continente, los elfos, y una amplia variedad de humanos con distintas capacidades, y ciertamente, no le gustaba que lo comparen con estos últimos. Cerró los ojos y se dejó caer muy suavemente sobre la hierba, soltando el aire de la misma forma que lo tomó, y permitiéndole espacio para hablar, pues quería escuchar todo lo que tuviera que decir antes de juzgarla por aquel error.
En cierto modo ignoraba todo lo que la joven pudiera hacerle, ahora él era quien estaba desprotegido, mas no demostró preocupación alguna, ya que realmente estaba disfrutando del momento, y si por algún capricho del destino este debía ser el último día de su eterno y desconocido tormento, entonces no iba a ejercer resistencia alguna. La voz de aquella humana era casi una melodía para sus oídos, y aunque tal vez tuviera mas que ver con la extraña soledad a la que estaba acostumbrado, que con los tonos de la misma, le hacía sentir cómodo, y eso significaba mucho en su amplia escala de valores. Una grave risa se hizo presente en el interior de su boca, la cual se había mantenido cerrada hasta entonces, pues entendía que las respuestas que recibía provenían de la falta de comprensión de sus palabras, las cuales no ayudaban a que se viera el verdadero significado de lo que quería expresar. Una vez mas, aguardó a que termine el divertido monólogo que le estaban ofreciendo para así empezar con el suyo.
- Eres divertida ¿Sabes? - Su ojo izquierdo formó una pequeña rendija, por el cual la observó de soslayo. - Entiendo lo que dices, y sí, eres muy bonita y tienes un cabello bastante llamativo, tu piel parece suave y agradable, pero sobre todo debo admitir que me encanta co... - Sus ojos se abrieron de par en par, debido a la toma de conciencia de sus propias palabras. Tragó saliva, algo nervioso, y volvió su vista al cielo, tratando de ocultar la evidente vergüenza que acababa de pasar. Guardo silencio durante un instante - Argh... - Gruñó por lo bajo ante tal fallo. - ... lo que quiero decir, es que entiendo lo que dices, solo que mi pregunta era mas bien, sobre a lo que le temes ahora mismo, que ya tienes todas las seguridades que tienes. De hecho... ni siquiera era una pregunta real, solo quería que te sientas segura. - Amagó a cerrar los ojos, pero esta vez los dejo entre abiertos. Los mismos se hallaban vacios, como si realmente León no se encontrara allí.
- Entonces supongo que no querrás que te acompañe hasta tu hogar, entiendo... - Con ayuda de los dedos de su izquierda, se dispuso a despejar su rostro de cabellos, los cuales ocultaban ligeramente parte del mismo. - ... es una pena, me hubiera gustado conocer la "Ciudad de los Dragones" - El semblante del elfo esbozó una muy leve sonrisa, era fácil darse cuenta que en el fondo, estaba imaginando lo que allí podría encontrarse.
En cierto modo ignoraba todo lo que la joven pudiera hacerle, ahora él era quien estaba desprotegido, mas no demostró preocupación alguna, ya que realmente estaba disfrutando del momento, y si por algún capricho del destino este debía ser el último día de su eterno y desconocido tormento, entonces no iba a ejercer resistencia alguna. La voz de aquella humana era casi una melodía para sus oídos, y aunque tal vez tuviera mas que ver con la extraña soledad a la que estaba acostumbrado, que con los tonos de la misma, le hacía sentir cómodo, y eso significaba mucho en su amplia escala de valores. Una grave risa se hizo presente en el interior de su boca, la cual se había mantenido cerrada hasta entonces, pues entendía que las respuestas que recibía provenían de la falta de comprensión de sus palabras, las cuales no ayudaban a que se viera el verdadero significado de lo que quería expresar. Una vez mas, aguardó a que termine el divertido monólogo que le estaban ofreciendo para así empezar con el suyo.
- Eres divertida ¿Sabes? - Su ojo izquierdo formó una pequeña rendija, por el cual la observó de soslayo. - Entiendo lo que dices, y sí, eres muy bonita y tienes un cabello bastante llamativo, tu piel parece suave y agradable, pero sobre todo debo admitir que me encanta co... - Sus ojos se abrieron de par en par, debido a la toma de conciencia de sus propias palabras. Tragó saliva, algo nervioso, y volvió su vista al cielo, tratando de ocultar la evidente vergüenza que acababa de pasar. Guardo silencio durante un instante - Argh... - Gruñó por lo bajo ante tal fallo. - ... lo que quiero decir, es que entiendo lo que dices, solo que mi pregunta era mas bien, sobre a lo que le temes ahora mismo, que ya tienes todas las seguridades que tienes. De hecho... ni siquiera era una pregunta real, solo quería que te sientas segura. - Amagó a cerrar los ojos, pero esta vez los dejo entre abiertos. Los mismos se hallaban vacios, como si realmente León no se encontrara allí.
- Entonces supongo que no querrás que te acompañe hasta tu hogar, entiendo... - Con ayuda de los dedos de su izquierda, se dispuso a despejar su rostro de cabellos, los cuales ocultaban ligeramente parte del mismo. - ... es una pena, me hubiera gustado conocer la "Ciudad de los Dragones" - El semblante del elfo esbozó una muy leve sonrisa, era fácil darse cuenta que en el fondo, estaba imaginando lo que allí podría encontrarse.
Hathaldir Sil'tharion
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