[CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
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[CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Cuando uno trabaja de espía y asesino a sueldo, nunca sabe hasta el momento de la verdad cuán complicado es un contrato. A primeras puede parecer una tarea sencilla, algo tan simple y molesto como perseguir a un flacucho y débil mercader para robarle ciertas joyas que por algún motivo extraño tu ama desea con todas sus fuerzas; y tú no haces preguntas, simplemente acatas sus órdenes y encuentras al escuálido vendedor. Mas una vez lo has encontrado te das de bruces con la realidad: nada es tan fácil como lo estipula un papel. Erzsébeth lo estaba comprobando de sobra.
Desde que la luna se alzó en el cielo había estado persiguiendo al enjuto hombre, el cual se hallaba colándose y perdiéndose entre los callejones de Sacrestic Ville, con ánimos de encontrar clientes a los que estafar o víctimas de las que deshacerse. Erzsébeth era sigiloso y flexible como un gato, cada vez que el mercader se giraba (porque los vampiros tienen ese sexto sentido de que siempre habrá alguien persiguiéndoles, que ni era erróneo ni acertado) él se deslizaba por las sombras para no ser visto. El carro que portaba el hombre no le transmitía buenas sensaciones, pero seguramente las joyas que Cassandra anhelaba descansaban en aquel mohoso y corroído carretón, cubierto por unas telas blancas y con dibujos de runas que no llegaba a comprender. Aprovechó un despiste del buen hombre, que se metió a hurtadillas en una tienda para, por lo que dedujo el cazador, robar algo, y una vez se hubo acercado lo suficiente comprobó que las sábanas concedían al carro una especie de de campo de fuerza, ya que al aproximar su mano saltaron chispas y no pudo avanzar más de lo que estas le permitían. Tenía que reaccionar rápido para no ser descubierto, así que se agachó y se introdujo bajo el carretón a través de un hueco que no cubrían las telas. El mercader salió corriendo de la tienda, como si hubiese logrado su objetivo, y Erzsebéth vio las mantas volar a la vez que el hombre pronunciaba unas palabras. Se levantó y con agilidad se colocó tras su acompañante, dagas en mano y una apuntando directamente a su nuca. Vio que una bolsita de cuero marrón yacía entre sus dedos.
—¡Por favor, no me haga daño! ¡Le daré lo que quiera! —gritó el esquelético hombre.
—Un pajarito me ha dicho que posee ciertas joyas —dijo el vampiro, haciendo círculos con la daga en la nuca del transeúnte—, joyas importantes. ¿Sería tan amable de dármelas, tal y como ha prometido hace unos segundos?
—Espera... ¿una mujer? ¿Una mujer intentando robarme A MÍ? —la ira se reflejaba en la voz del hombre, y seguramente en su rostro. Pronunció unas palabras por lo bajo que a Erzsébeth le sonaban a problemas, se apartó a una distancia prudencial pero el mercader ya había finalizado su oración. Una risilla salió de entre sus labios y se giró, tenía los ojos iluminados y unas flamas azules brotaban de sus dedos. Al parecer el hecho de que una mujer le robaba le daba la suficiente confianza para intentar encararle. Con un giro de muñeca soltó algunos aros de ese fuego azulado, y luego de ellos nació una bola de humo verde lima que fue directamente a la cara del vampiro. Una vez el humo se hubo disipado, comprobó que el hombre había desaparecido, pero no había ocultado las huellas del carromato. Le persiguió, primero porque no había terminado su trabajo, y luego por su orgullo herido de falsa mujer, proponiéndose encontrarlo y arrancarle no solo las joyas, sino la vida. Llegó a los bosques del oeste, la niebla cubría el páramo con total sutileza y a penas se veía la luna. Comprobó que los rastros se perdían entre la maleza. El mercader se hallaba en aquel bosque, escondido esperando su momento para atacar o volver a huir.
—¡Que tus dioses te libren de que te encuentre! —gritó Erzsébeth, con las dagas en las manos. El silencio no duró demasiado, a su espalda algo salía de entre los carcomidos árboles, una figura desconocida se aproximaba siguiendo también el rastro del carromato (o al menos eso creía el vampiro), así que se agachó tras un pequeño arbusto, a la espera de conocer la identidad del sujeto que se aproximaba... si es que solo era uno. Tras el arbusto encontró una bolsita marrón muy parecida a al que llevaba el mercader antes de desaparecer, así que se la guardó y decidió inspeccionarla más tarde.
Desde que la luna se alzó en el cielo había estado persiguiendo al enjuto hombre, el cual se hallaba colándose y perdiéndose entre los callejones de Sacrestic Ville, con ánimos de encontrar clientes a los que estafar o víctimas de las que deshacerse. Erzsébeth era sigiloso y flexible como un gato, cada vez que el mercader se giraba (porque los vampiros tienen ese sexto sentido de que siempre habrá alguien persiguiéndoles, que ni era erróneo ni acertado) él se deslizaba por las sombras para no ser visto. El carro que portaba el hombre no le transmitía buenas sensaciones, pero seguramente las joyas que Cassandra anhelaba descansaban en aquel mohoso y corroído carretón, cubierto por unas telas blancas y con dibujos de runas que no llegaba a comprender. Aprovechó un despiste del buen hombre, que se metió a hurtadillas en una tienda para, por lo que dedujo el cazador, robar algo, y una vez se hubo acercado lo suficiente comprobó que las sábanas concedían al carro una especie de de campo de fuerza, ya que al aproximar su mano saltaron chispas y no pudo avanzar más de lo que estas le permitían. Tenía que reaccionar rápido para no ser descubierto, así que se agachó y se introdujo bajo el carretón a través de un hueco que no cubrían las telas. El mercader salió corriendo de la tienda, como si hubiese logrado su objetivo, y Erzsebéth vio las mantas volar a la vez que el hombre pronunciaba unas palabras. Se levantó y con agilidad se colocó tras su acompañante, dagas en mano y una apuntando directamente a su nuca. Vio que una bolsita de cuero marrón yacía entre sus dedos.
—¡Por favor, no me haga daño! ¡Le daré lo que quiera! —gritó el esquelético hombre.
—Un pajarito me ha dicho que posee ciertas joyas —dijo el vampiro, haciendo círculos con la daga en la nuca del transeúnte—, joyas importantes. ¿Sería tan amable de dármelas, tal y como ha prometido hace unos segundos?
—Espera... ¿una mujer? ¿Una mujer intentando robarme A MÍ? —la ira se reflejaba en la voz del hombre, y seguramente en su rostro. Pronunció unas palabras por lo bajo que a Erzsébeth le sonaban a problemas, se apartó a una distancia prudencial pero el mercader ya había finalizado su oración. Una risilla salió de entre sus labios y se giró, tenía los ojos iluminados y unas flamas azules brotaban de sus dedos. Al parecer el hecho de que una mujer le robaba le daba la suficiente confianza para intentar encararle. Con un giro de muñeca soltó algunos aros de ese fuego azulado, y luego de ellos nació una bola de humo verde lima que fue directamente a la cara del vampiro. Una vez el humo se hubo disipado, comprobó que el hombre había desaparecido, pero no había ocultado las huellas del carromato. Le persiguió, primero porque no había terminado su trabajo, y luego por su orgullo herido de falsa mujer, proponiéndose encontrarlo y arrancarle no solo las joyas, sino la vida. Llegó a los bosques del oeste, la niebla cubría el páramo con total sutileza y a penas se veía la luna. Comprobó que los rastros se perdían entre la maleza. El mercader se hallaba en aquel bosque, escondido esperando su momento para atacar o volver a huir.
—¡Que tus dioses te libren de que te encuentre! —gritó Erzsébeth, con las dagas en las manos. El silencio no duró demasiado, a su espalda algo salía de entre los carcomidos árboles, una figura desconocida se aproximaba siguiendo también el rastro del carromato (o al menos eso creía el vampiro), así que se agachó tras un pequeño arbusto, a la espera de conocer la identidad del sujeto que se aproximaba... si es que solo era uno. Tras el arbusto encontró una bolsita marrón muy parecida a al que llevaba el mercader antes de desaparecer, así que se la guardó y decidió inspeccionarla más tarde.
Última edición por Bathory el Jue 3 Sep - 19:38, editado 1 vez
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
No tardó la luna en hacerse cargo del firmamento, sustituyendo al sol en tan constante tarea. ¿Quién podría soportar ser la luna y tener que estar firme, a su hora y cumplir su turno sin descanso cada anochecer? Probablemente Keef no había nacido para ser luna, no. Sin embargo, sí que había nacido para ser un auténtico usurero. El oro resplandecía en su mirada, su córnea se humedecía al reflejar el dorado color de éste. Cuán corrupto estaba y cuán poco le importaba. Su alma maldita había estado vagando por las calles del municipio, en busca de oro que poder llevarse al bolsillo, seguir amasando cantidades de riqueza sin un fin nítido más que el mero placer de sentir en sus manos el alma de muchos. ¿Hasta cuánto tendría que llegar para satisfacer su propia codicia? Dicha cuestión, que sonaba más retórica de lo aparente, quizás nunca obtuviera respuesta alguna.
En cualquier caso, Keef se dirigió al puesto fijo de un mercader que parecía comerciar con víveres necesarios. Estos mercaderes, en concreto, suscitaban en su interior un cierto odio o, por así decirlo, una sensación parecida al rechinar de dos piedras constantemente. Para Keef, era gente sin alma, aún con menos que él, sacando tajada constantemente de lo que mantiene viva a las personas. ¿Acaso no vivía Keef de lo mismo? Mancipando la moral de las personas, cual enfermedad contagiosa, haciéndoles anhelar aquello que los aleja de la propia vida. Sin embargo, sentía tal sensación. Una vez estuvo cerca, se detuvo a observar con detenimiento cada material dispuesto en aquella lona rojiza, llena de lamparones y de manchas marchitas, sucias, que habían pasado a formar parte de un estampado improvisado, decorando aquel triste puesto.
Tras lanzar una fugaz mirada al vendedor, más pendiente de las manos de los espectadores que de sus ojos, prosiguió mirando su inventario comercial. Pensó, durante varios segundos, que todo aquello cuánto su posible proveedor poseía podía facilitarle el acceso a ciertas personas. Personas que, por supuesto, podrían facilitarle más oro. Con una mano en el interior de su chaqueta, reposada sobre la cremallera a entreabrir en la mitad de su recorrido, se dirigió al mercader sin dedicarle mirada alguna;
- Discúlpeme, caballero; ¿cuánto pediría usted por este carro al completo? – Tras formular esta pregunta, las miradas de todos los clientes, posibles clientes e incluso los viandantes próximos al emplazamiento se quedaron atónitos, mirando con recelo y excesiva curiosidad a Keef. Ahora era el centro de atención, todos pesarían que era poseedor de una cuantiosa cantidad de capital. Sin embargo, Keef no tenía ni para pagar la mitad de los víveres que yacían expuestos en aquel carro.
- No creo que usted pueda pagármelo todo, señor. – La respuesta fue certera. Un golpe directo al orgullo y al ego de Keef, quien había logrado aglutinar amplias montañas de oro en tiempos pasados. Lo que más le hirió en el alma fue su mirada; breve y discriminadora. No tardó más de segundo y medio en adivinar que Keef, ataviado con elegantes pero corroídas prendas, no tendría el capital suficiente para hacerle el día y concederle un plus de fortuna porque así lo quisieron los dioses.
Keef frunció el ceño y decidió largarse de aquel puesto putrefacto y errante, como él. Decidió entonces proseguir su camino, encomendarse a su suerte a la espera de que alguien o algo pasase por delante de sus narices, con un hedor a oro suculento. Pasó un largo rato y Keef prosiguió caminando ataviado con su falso bastón. ¿Habría sido privado, amén de la muerte, de la posibilidad de conocer los placeres del éxito tras la mordedura? Su infierno comenzaba a hacerse latir, de nuevo. Los demonios que atormentaban el alma de Keef no eran pocos y salían a pasear bastante a menudo. Le hería en sus entrañas el verse negado de sus más ansiadas riquezas, el no poder contemplar esa parte de su ser con banales y simples, pero caros, artilugios. No era capaz de soportarlo, aquel vacío era perpetuo y sedentario; jamás se iría, ni siquiera haría el ademán de irse.
Fue entonces cuando pudo divisar algo, era un hombre con un carromato que parecía tener prisa en demasía y se aventuró en el bosque, como huyendo de alguien. Tras echar una vista fugaz hacia sus laterales y comprobar que nadie le observaba, decidió aventurarse tras él con la esperanza de encontrar aquello que había estado esperando a lo largo de todo el día.
No tardó en adentrarse en aquel umbrío bosque, caminó con cautela y procuró pisar el menor número de ramillas posible, evitando así ser detectado por posibles competidores en aquella carrera por la fugaz fortuna. Escuchó un grito, proveniente de una voz femenina, poco después de inmiscuirse en aquel paraje. Eso le alertó, evidentemente, y agarró con firmeza su bastón para así poder desenvainarlo con ligereza en el caso de ser necesario. Anduvo y anduvo y, al final, optó por detenerse en un árbol a sosegarse y respirar; ‘Las mejores decisiones se toman entre la serenidad y la ambición’, recordó. Fue entonces cuando algo le distrajo, le sacó de sus divagaciones y le recordaron lo vital que es estar alerta en todo momento y, más, en situaciones de tal índole. Un ser se encontraba detrás de unos arbustos, observándole, acechándole…no sabía de qué o quién se trataba, sólo podía sentirlo, sabía que estaba ahí.
- Sé que estás ahí, no voy a hacerte daño. – Alegó. – Soy inofensivo, pacífico. De veras, muéstrate ante mí. – Imperioso, fruto de los nervios que aún podía sentir, aun siendo vampiro.
En cualquier caso, Keef se dirigió al puesto fijo de un mercader que parecía comerciar con víveres necesarios. Estos mercaderes, en concreto, suscitaban en su interior un cierto odio o, por así decirlo, una sensación parecida al rechinar de dos piedras constantemente. Para Keef, era gente sin alma, aún con menos que él, sacando tajada constantemente de lo que mantiene viva a las personas. ¿Acaso no vivía Keef de lo mismo? Mancipando la moral de las personas, cual enfermedad contagiosa, haciéndoles anhelar aquello que los aleja de la propia vida. Sin embargo, sentía tal sensación. Una vez estuvo cerca, se detuvo a observar con detenimiento cada material dispuesto en aquella lona rojiza, llena de lamparones y de manchas marchitas, sucias, que habían pasado a formar parte de un estampado improvisado, decorando aquel triste puesto.
Tras lanzar una fugaz mirada al vendedor, más pendiente de las manos de los espectadores que de sus ojos, prosiguió mirando su inventario comercial. Pensó, durante varios segundos, que todo aquello cuánto su posible proveedor poseía podía facilitarle el acceso a ciertas personas. Personas que, por supuesto, podrían facilitarle más oro. Con una mano en el interior de su chaqueta, reposada sobre la cremallera a entreabrir en la mitad de su recorrido, se dirigió al mercader sin dedicarle mirada alguna;
- Discúlpeme, caballero; ¿cuánto pediría usted por este carro al completo? – Tras formular esta pregunta, las miradas de todos los clientes, posibles clientes e incluso los viandantes próximos al emplazamiento se quedaron atónitos, mirando con recelo y excesiva curiosidad a Keef. Ahora era el centro de atención, todos pesarían que era poseedor de una cuantiosa cantidad de capital. Sin embargo, Keef no tenía ni para pagar la mitad de los víveres que yacían expuestos en aquel carro.
- No creo que usted pueda pagármelo todo, señor. – La respuesta fue certera. Un golpe directo al orgullo y al ego de Keef, quien había logrado aglutinar amplias montañas de oro en tiempos pasados. Lo que más le hirió en el alma fue su mirada; breve y discriminadora. No tardó más de segundo y medio en adivinar que Keef, ataviado con elegantes pero corroídas prendas, no tendría el capital suficiente para hacerle el día y concederle un plus de fortuna porque así lo quisieron los dioses.
Keef frunció el ceño y decidió largarse de aquel puesto putrefacto y errante, como él. Decidió entonces proseguir su camino, encomendarse a su suerte a la espera de que alguien o algo pasase por delante de sus narices, con un hedor a oro suculento. Pasó un largo rato y Keef prosiguió caminando ataviado con su falso bastón. ¿Habría sido privado, amén de la muerte, de la posibilidad de conocer los placeres del éxito tras la mordedura? Su infierno comenzaba a hacerse latir, de nuevo. Los demonios que atormentaban el alma de Keef no eran pocos y salían a pasear bastante a menudo. Le hería en sus entrañas el verse negado de sus más ansiadas riquezas, el no poder contemplar esa parte de su ser con banales y simples, pero caros, artilugios. No era capaz de soportarlo, aquel vacío era perpetuo y sedentario; jamás se iría, ni siquiera haría el ademán de irse.
Fue entonces cuando pudo divisar algo, era un hombre con un carromato que parecía tener prisa en demasía y se aventuró en el bosque, como huyendo de alguien. Tras echar una vista fugaz hacia sus laterales y comprobar que nadie le observaba, decidió aventurarse tras él con la esperanza de encontrar aquello que había estado esperando a lo largo de todo el día.
No tardó en adentrarse en aquel umbrío bosque, caminó con cautela y procuró pisar el menor número de ramillas posible, evitando así ser detectado por posibles competidores en aquella carrera por la fugaz fortuna. Escuchó un grito, proveniente de una voz femenina, poco después de inmiscuirse en aquel paraje. Eso le alertó, evidentemente, y agarró con firmeza su bastón para así poder desenvainarlo con ligereza en el caso de ser necesario. Anduvo y anduvo y, al final, optó por detenerse en un árbol a sosegarse y respirar; ‘Las mejores decisiones se toman entre la serenidad y la ambición’, recordó. Fue entonces cuando algo le distrajo, le sacó de sus divagaciones y le recordaron lo vital que es estar alerta en todo momento y, más, en situaciones de tal índole. Un ser se encontraba detrás de unos arbustos, observándole, acechándole…no sabía de qué o quién se trataba, sólo podía sentirlo, sabía que estaba ahí.
- Sé que estás ahí, no voy a hacerte daño. – Alegó. – Soy inofensivo, pacífico. De veras, muéstrate ante mí. – Imperioso, fruto de los nervios que aún podía sentir, aun siendo vampiro.
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Los problemas nunca venían de uno en uno, y eso era algo a lo que el cazador estaba más que acostumbrado. La luna, como en cada una de sus desventuras, era su protectora y la que le brindaba un poco de visibilidad entre todas las tinieblas a las que se enfrentaba cada noche, y en aquel instante pudo vislumbrar una figura masculina acercándose entre los altos y secos árboles del bosque. Entre las hojas pudo percatarse de que, a primera vista, no llevaba ningún arma. Pero no le daba ningún tipo de confianza, un hombre a esas horas perdido entre la espesura no debía ni podía ser de fiar. Ni yo tampoco, pensó, a la vez que giraba sus dagas con curiosidad al observar que el hombre, a pesar de no aparentar demasiada edad, iba apoyándose en un bastón, como si tuviese alguna lesión que le dificultase el movimiento. Por una parte, si había algún enfrentamiento, eso facilitaría las cosas, pero por otra los años le habían otorgado la experiencia suficiente a no juzgar a un libro por su portada. Ni a un mercader por sus arrugas.
—Sé que estás ahí, no voy a hacerte daño. Soy inofensivo, pacífico. De veras, muéstrate ante mí. La voz era fuerte y grave, y se dirigió hacia el vampiro con tanta firmeza que casi se lo cree. Pero jamás en su vida había conocido a nadie inofensivo del todo, y mucho menos a las personas que se vendían como tal para luego asestarte el más inesperado de los golpes. Tragó saliva y palpó que la bolsita de cuero estuviese bien guardada y escondida, dejó de girar las dagas y se apresuró a guardarlas en sus fundas. Estaban justo en el muslo, donde el vestido caía y las camuflaba al ser algo abombado en la parte inferior, así que a no ser que intentase acariciar sus piernas no encontraría ninguna seña de violencia ni peligro en él. Se levantó y se sacudió el vestido, apretó su corsé y se dirigió con cautela hacia la nueva presencia.
—¡Buenas noches! —dijo, poniendo su voz melosa como de costumbre— No creo que usted vaya a herirme, pero, ¡es que estaba tan aterrada! La vida para Erzsébeth era un teatro, y le encantaba el drama; sabía que cuanto más usase su postura de mujer visiblemente indefensa, más ayuda obtendría de otros a un precio muy, muy bajo. —Como deducirá por mis ropas, no he acabado aquí por gusto, ¿sabe lo difícil que es esquivar tantas piedras y ramas y animalillos con estos tacones? No, no, es que me han robado, caballero. ¡Me han asaltado, agredido y puesto en ridículo! Lo primero que se me ocurrió fue perseguir al ladronzuelo, pero la idea se veía mejor en mi mente...
Hizo una pausa para escudriñar mejor al transeúnte. Su barba frondosa y sus cabellos estaban, como mínimo, igual que cuidados que los de el cazador. No parecía ser el típico borracho que vagabundeaba por las noches en busca de peleas, por el contrario parecía una persona tan serena como había dicho anteriormente. Lo que más le seguía llamando la atención era el bastón, no tenía un mal físico, eso se notaría, lo que inquietaba bastante. Sacudió la cabeza y se acercó un poco más.
—¡Oh! Ya sé, ya sé... ¿por qué no me ayuda usted a recuperar mis pertenencias? Soy muy agradecida y generosa con las personas que me ayudan a solventar mis problemas. Muy, muy generosa, mi buen... ¿cómo ha dicho que se llama? Finalizó dirigiéndole una mirada profunda y confiada, como si realmente esperase que le ayudase a encontrar al sucio mago para acabar con él y recuperar lo que era suyo. El aire se condensaba alrededor del vampiro, el frío se posaba en él como un viejo amigo y le cubría como si fuera una capa. La noche se presentaba, cuanto menos, interesante.
—Sé que estás ahí, no voy a hacerte daño. Soy inofensivo, pacífico. De veras, muéstrate ante mí. La voz era fuerte y grave, y se dirigió hacia el vampiro con tanta firmeza que casi se lo cree. Pero jamás en su vida había conocido a nadie inofensivo del todo, y mucho menos a las personas que se vendían como tal para luego asestarte el más inesperado de los golpes. Tragó saliva y palpó que la bolsita de cuero estuviese bien guardada y escondida, dejó de girar las dagas y se apresuró a guardarlas en sus fundas. Estaban justo en el muslo, donde el vestido caía y las camuflaba al ser algo abombado en la parte inferior, así que a no ser que intentase acariciar sus piernas no encontraría ninguna seña de violencia ni peligro en él. Se levantó y se sacudió el vestido, apretó su corsé y se dirigió con cautela hacia la nueva presencia.
—¡Buenas noches! —dijo, poniendo su voz melosa como de costumbre— No creo que usted vaya a herirme, pero, ¡es que estaba tan aterrada! La vida para Erzsébeth era un teatro, y le encantaba el drama; sabía que cuanto más usase su postura de mujer visiblemente indefensa, más ayuda obtendría de otros a un precio muy, muy bajo. —Como deducirá por mis ropas, no he acabado aquí por gusto, ¿sabe lo difícil que es esquivar tantas piedras y ramas y animalillos con estos tacones? No, no, es que me han robado, caballero. ¡Me han asaltado, agredido y puesto en ridículo! Lo primero que se me ocurrió fue perseguir al ladronzuelo, pero la idea se veía mejor en mi mente...
Hizo una pausa para escudriñar mejor al transeúnte. Su barba frondosa y sus cabellos estaban, como mínimo, igual que cuidados que los de el cazador. No parecía ser el típico borracho que vagabundeaba por las noches en busca de peleas, por el contrario parecía una persona tan serena como había dicho anteriormente. Lo que más le seguía llamando la atención era el bastón, no tenía un mal físico, eso se notaría, lo que inquietaba bastante. Sacudió la cabeza y se acercó un poco más.
—¡Oh! Ya sé, ya sé... ¿por qué no me ayuda usted a recuperar mis pertenencias? Soy muy agradecida y generosa con las personas que me ayudan a solventar mis problemas. Muy, muy generosa, mi buen... ¿cómo ha dicho que se llama? Finalizó dirigiéndole una mirada profunda y confiada, como si realmente esperase que le ayudase a encontrar al sucio mago para acabar con él y recuperar lo que era suyo. El aire se condensaba alrededor del vampiro, el frío se posaba en él como un viejo amigo y le cubría como si fuera una capa. La noche se presentaba, cuanto menos, interesante.
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Entre aquella bruma misteriosa y que alertaba a Keef, surgió una figura femenina, con un pelo rizado y unas ropas con las marcas características de haberse inmiscuido a fondo en aquel bosque. Le saludó cordialmente, para comunicarle a posteriori que había sido asaltada por algún maleante. Alegó, también, que se había escondido a causa del pánico. La melosidad de aquella voz parecía esconder algo tras la inocencia que lograba dotar al tono. Lo cierto es que no era lo típico que se solía ver; ‘Damisela en apuros es malherida por un vil desarrapado y busca ayuda despavorida a un apuesto varón para recuperar su dignidad y, de paso, un príncipe’. No. De hecho, poco después le realizó la petición estelar; solicitaba la ayuda de Keef para poder poner fin a su sufrimiento y obtener de vuelta aquello que le hubo sido hurtado.
En la mente de Keef, el vacío empático no le permitía desarrollar mucho afecto a los demás. Incluso si se hubiese tratado de una inocente niña, con ojos lacrimosos y un adorable peluche entre sus manos, habría sentido la misma indiferencia. Su mirada no decía nada, pero sí que veía. Había visto demasiadas cosas, reconocido a suficientes embusteros y alertado de tantísimos farsantes. Sin embargo, este no era uno de esos casos. No podía saber con exactitud si aquella dama le estaba diciendo la pura verdad o aquello no tenía nada de puro. En cualquier caso, sí que tenía por seguro que había algo que no le había contado, algo que quedaba oculto en su interior y que, posiblemente, formaba parte de su plan para obtener lo que deseaba.
- Buenas noches, señorita. – Respondió Keef, en primer lugar; los modales no han de perderse nunca, le enseñaron una vez.
- Así que un zafio atracador ha huido con sus pertenencias y, lo que es peor, ¡con su orgullo! – Dijo, elevando el tono de esta última exclamación, como si hubiera sido totalmente convencido por la mujer, exaltando su hombría y caballerosidad.
Pero, lejos de ser cierto aquel repentino entusiasmo, eran fruto del maquiavélico plan que poseía Keef. La desconfianza que le generaba aquella dama unido a la visión que había tenido de aquel carromato entrando a toda velocidad en el parque le hicieron sospechar que ambas historias podrían haber estado enlazadas. Por lo cual, no tardó en deducir que, si le ayudaba a encontrar dicho motín, podría obtener una gran tajada. Las palabras se ordenaron en el interior de Keef y sonaron armoniosas, melódicas, incluso un color dorado parecía fundirlas lentamente, muy lentamente.
- No tema usted, estimada señorita. Aquí, un servidor, le ayudará a encontrar a tal truhan. No habrá sitio por el que pueda correr ni hueco por el que pueda esconderse. – Espetó Keef, totalmente convencido de sus tan falsas palabras. Una media sonrisa se esbozó en sus labios, mientras su mirada seguía fija en los ojos de aquella damisela.
Las oportunidades siempre vienen cuando uno menos se lo espera; pensó Keef. ¿Acaso no era lo que había estado esperando todo el día? El anhelo de engrosar su fortuna no le permitía otorgar otro sentido a su existencia. Todo lo que era, lo era por y para el dinero. Y, ésta, era una oportunidad perfecta para ello, qué duda cabe.
- - Mi nombre es Keef, señorita. Y usted no tendrá que deberme nada en absoluto una vez concluso este asunto, de eso puede estar más que segura. – Mintió, sin desgastar aquella media sonrisa. – Y, ¿me permitiría usted conocer su nombre? Sería un placer saber cómo se llama la dama a la que pretendo prestar ayuda. – La pregunta era un modo de sustraer información, como era evidente. Tanto uno como otro parecían saber estar jugando al mismo juego, curiosamente. Eran como dos ancianos, muy ancianos, que se tratan desde la lejanía, siendo conocedores de lo cargadas que van sus palabras, avaladas por la cantidad de años de existencia que cargan a sus espaldas.
Hizo un ademán de adelantarse y colocar la mano de la señorita entre las suyas, para besarla. Pero decidió en ese preciso momento que no se debía caer en tan avasallo a expensas de un desconocido. Aún no sabía de quién se trataba, realmente. Aunque haya tratado de ocultar sus intenciones con la más fina de las sedas, había algo que a Keef le mantenía alerta. Muy alerta.
En la mente de Keef, el vacío empático no le permitía desarrollar mucho afecto a los demás. Incluso si se hubiese tratado de una inocente niña, con ojos lacrimosos y un adorable peluche entre sus manos, habría sentido la misma indiferencia. Su mirada no decía nada, pero sí que veía. Había visto demasiadas cosas, reconocido a suficientes embusteros y alertado de tantísimos farsantes. Sin embargo, este no era uno de esos casos. No podía saber con exactitud si aquella dama le estaba diciendo la pura verdad o aquello no tenía nada de puro. En cualquier caso, sí que tenía por seguro que había algo que no le había contado, algo que quedaba oculto en su interior y que, posiblemente, formaba parte de su plan para obtener lo que deseaba.
- Buenas noches, señorita. – Respondió Keef, en primer lugar; los modales no han de perderse nunca, le enseñaron una vez.
- Así que un zafio atracador ha huido con sus pertenencias y, lo que es peor, ¡con su orgullo! – Dijo, elevando el tono de esta última exclamación, como si hubiera sido totalmente convencido por la mujer, exaltando su hombría y caballerosidad.
Pero, lejos de ser cierto aquel repentino entusiasmo, eran fruto del maquiavélico plan que poseía Keef. La desconfianza que le generaba aquella dama unido a la visión que había tenido de aquel carromato entrando a toda velocidad en el parque le hicieron sospechar que ambas historias podrían haber estado enlazadas. Por lo cual, no tardó en deducir que, si le ayudaba a encontrar dicho motín, podría obtener una gran tajada. Las palabras se ordenaron en el interior de Keef y sonaron armoniosas, melódicas, incluso un color dorado parecía fundirlas lentamente, muy lentamente.
- No tema usted, estimada señorita. Aquí, un servidor, le ayudará a encontrar a tal truhan. No habrá sitio por el que pueda correr ni hueco por el que pueda esconderse. – Espetó Keef, totalmente convencido de sus tan falsas palabras. Una media sonrisa se esbozó en sus labios, mientras su mirada seguía fija en los ojos de aquella damisela.
Las oportunidades siempre vienen cuando uno menos se lo espera; pensó Keef. ¿Acaso no era lo que había estado esperando todo el día? El anhelo de engrosar su fortuna no le permitía otorgar otro sentido a su existencia. Todo lo que era, lo era por y para el dinero. Y, ésta, era una oportunidad perfecta para ello, qué duda cabe.
- - Mi nombre es Keef, señorita. Y usted no tendrá que deberme nada en absoluto una vez concluso este asunto, de eso puede estar más que segura. – Mintió, sin desgastar aquella media sonrisa. – Y, ¿me permitiría usted conocer su nombre? Sería un placer saber cómo se llama la dama a la que pretendo prestar ayuda. – La pregunta era un modo de sustraer información, como era evidente. Tanto uno como otro parecían saber estar jugando al mismo juego, curiosamente. Eran como dos ancianos, muy ancianos, que se tratan desde la lejanía, siendo conocedores de lo cargadas que van sus palabras, avaladas por la cantidad de años de existencia que cargan a sus espaldas.
Hizo un ademán de adelantarse y colocar la mano de la señorita entre las suyas, para besarla. Pero decidió en ese preciso momento que no se debía caer en tan avasallo a expensas de un desconocido. Aún no sabía de quién se trataba, realmente. Aunque haya tratado de ocultar sus intenciones con la más fina de las sedas, había algo que a Keef le mantenía alerta. Muy alerta.
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Aquel hombre se dirigía hacia él con tal compostura y cortesía que por poco se cree toda aquella palabrería absurda. Nadie se movía por pura bondad, nadie hacia las cosas sin pretender obtener algo a cambio, por mínimo o poco significativo que fuese, y eso era algo que el vampiro sabía de primera mano. Cuando aceptaba algún trabajo, siempre esperaba un trueque, algo que a él le conviniese tanto como a la persona a la que prestaba servicio, y si se negaban a dárselo o dejaban escurrir el bulto, sus manos terminaban tan manchadas de sangre como de costumbre.
La verborrea del que ahora se conocía como Keef era fascinante, cómo hilaba frase tras frase y cómo era capaz de fingir tal preocupación por alguien a quien a penas conocía. Si algo había aprendido Erzsébeth en su vida, es que, primero: los actos desinteresados no van más allá que pobres muertos de hambre que buscan algo de reconocimiento para luego poder obtener algo mucho más valioso que el honor que fingen desear, y segundo: nadie que escuche la palabra recompensa hace oídos sordos. Las ropas del vampiro no eran muy convencionales y su forma de hablar tampoco, incluso el más inteligente de los aristócratas sabría que lo que escondía era tan valioso como para pedir ayuda para recuperarlo. Pero Keef, en lugar de hacer preguntas sobre el inventario robado, hecho que le hacía parecer un desinteresado, deslizó su lengua hacia otros temas tan banales como preguntar por el nombre del vampiro. Este suspiró con vehemencia, realmente odiaba que preguntasen sobre él, y se echó levemente hacia atrás cuando vio que Keef avanzaba un paso, mas se paró y no siguió avanzando, ¡y dio gracias! Su mano izquierda había ido como un reflejo a coger la daga, pero por suerte había parado antes de tiempo y esa seguía allí, tan escondida y sutil.
—Encantada de conocerle, Keef —dijo, dedicándole la mirada más encantadora que pudo—, mi nombre es bien extraño y no es de gran importancia, así que puede llamarme Noctiv, que es como me llaman mis amigos, y usted que se presta a ayudarme sin pedir ni una explicación puede considerarse uno... al menos por el momento. La risa que siguió a aquella frase fue algo que no pudo contener. Se acercó al extraño y lo inspeccionó de arriba a bajo, rodeándole como si fuera un buitre que acababa de ver una presa. No tenía la más mínima intención de disimular que buscaba algún tipo de arma, y al no encontrar nada llamativo volvió a colocarse frente a él.
—Mujer precavida, mujer viva. Insisto, Keef. No puedo permitirle ayudarme si no acepta un regalo de mi parte, ¡así es como actúan las personas agradecidas! Veo que sufre usted alguna dolencia en la pierna, por ese bastón que lleva —un atisbo de duda cruzó la mente de Erzsébeth, ¿y si ese bastón era algo falso, que contenía veneno o algo por el estilo? La desconfianza que le caracterizaba le hizo retroceder unos pasos solo por mera precaución, su conocimiento en venenos no era tan amplio como para arriesgarse. Aunque quizá simplemente era una paranoia y aquel roído bastón no hacía más que su función—, ¿seguro que podrá usted adentrarse sin problemas en estos bosques? Se esconden criaturas extrañas... y vampiros peligrosos. Quizá tenga que correr más de lo que su pierna le permita.
Escuchó un ruido a su espalda y se giró un segundo para comprobar que era el viento que mecía las ramas de los mustios árboles. Recordó al astuto mercader y se enervó. Sacudió la cabeza y buscó la mirada de Keef, agarró sus manos entre las suyas y señaló a la derecha, por donde había creído que el enjuto hombre había huido, ya que el rastro del carromato se perdía por ahí.
—Cuanto antes busquemos a ese rastrero, ¡antes tendré yo mi paz y tranquilidad, y antes tendrá usted una amiga para toda la vida! —le soltó las manos y empezó a caminar hacia el lugar indicado, sin apartar la vista de Keef. Por supuesto, pensaba recompensarle de alguna forma... pero aquellas joyas no eran lo que estaba pensando.
La verborrea del que ahora se conocía como Keef era fascinante, cómo hilaba frase tras frase y cómo era capaz de fingir tal preocupación por alguien a quien a penas conocía. Si algo había aprendido Erzsébeth en su vida, es que, primero: los actos desinteresados no van más allá que pobres muertos de hambre que buscan algo de reconocimiento para luego poder obtener algo mucho más valioso que el honor que fingen desear, y segundo: nadie que escuche la palabra recompensa hace oídos sordos. Las ropas del vampiro no eran muy convencionales y su forma de hablar tampoco, incluso el más inteligente de los aristócratas sabría que lo que escondía era tan valioso como para pedir ayuda para recuperarlo. Pero Keef, en lugar de hacer preguntas sobre el inventario robado, hecho que le hacía parecer un desinteresado, deslizó su lengua hacia otros temas tan banales como preguntar por el nombre del vampiro. Este suspiró con vehemencia, realmente odiaba que preguntasen sobre él, y se echó levemente hacia atrás cuando vio que Keef avanzaba un paso, mas se paró y no siguió avanzando, ¡y dio gracias! Su mano izquierda había ido como un reflejo a coger la daga, pero por suerte había parado antes de tiempo y esa seguía allí, tan escondida y sutil.
—Encantada de conocerle, Keef —dijo, dedicándole la mirada más encantadora que pudo—, mi nombre es bien extraño y no es de gran importancia, así que puede llamarme Noctiv, que es como me llaman mis amigos, y usted que se presta a ayudarme sin pedir ni una explicación puede considerarse uno... al menos por el momento. La risa que siguió a aquella frase fue algo que no pudo contener. Se acercó al extraño y lo inspeccionó de arriba a bajo, rodeándole como si fuera un buitre que acababa de ver una presa. No tenía la más mínima intención de disimular que buscaba algún tipo de arma, y al no encontrar nada llamativo volvió a colocarse frente a él.
—Mujer precavida, mujer viva. Insisto, Keef. No puedo permitirle ayudarme si no acepta un regalo de mi parte, ¡así es como actúan las personas agradecidas! Veo que sufre usted alguna dolencia en la pierna, por ese bastón que lleva —un atisbo de duda cruzó la mente de Erzsébeth, ¿y si ese bastón era algo falso, que contenía veneno o algo por el estilo? La desconfianza que le caracterizaba le hizo retroceder unos pasos solo por mera precaución, su conocimiento en venenos no era tan amplio como para arriesgarse. Aunque quizá simplemente era una paranoia y aquel roído bastón no hacía más que su función—, ¿seguro que podrá usted adentrarse sin problemas en estos bosques? Se esconden criaturas extrañas... y vampiros peligrosos. Quizá tenga que correr más de lo que su pierna le permita.
Escuchó un ruido a su espalda y se giró un segundo para comprobar que era el viento que mecía las ramas de los mustios árboles. Recordó al astuto mercader y se enervó. Sacudió la cabeza y buscó la mirada de Keef, agarró sus manos entre las suyas y señaló a la derecha, por donde había creído que el enjuto hombre había huido, ya que el rastro del carromato se perdía por ahí.
—Cuanto antes busquemos a ese rastrero, ¡antes tendré yo mi paz y tranquilidad, y antes tendrá usted una amiga para toda la vida! —le soltó las manos y empezó a caminar hacia el lugar indicado, sin apartar la vista de Keef. Por supuesto, pensaba recompensarle de alguna forma... pero aquellas joyas no eran lo que estaba pensando.
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Noctiv; así decía llamarse aquella misteriosa mujer. Había algo en ella que realmente le descolocaba. No podía elegir algo en concreto, la incógnita era un aura que lucía con serena templanza, casi con elegancia. Parecía como si se hubiera estado entrenando a conciencia durante largo tiempo para ocultarse tras aquellas apariencias que distaban demasiado de ser reales. Noctiv… ¿habría escuchado ese nombre alguna vez? Keef hizo un esfuerzo por tratar de recordar, pero pronto tuvo que volver a poner la mente en el asunto; sentía que, si se descuidaba, estaba completamente a merced de ella, Noctiv.
‘…puede considerarse uno, por el momento.’ La risa que prosiguió a tal afirmación fue algo que alertó aún más a Keef. Desde luego habíamos dejado ya el juego de las absurdas y fantasmagóricas presentaciones, el baile de máscaras había empezado y estábamos tratando de no pisarnos. Al menos de momento.
- El placer es mío, señorita Noctiv. – Respondió Keef, algo más precavido y distante que anteriormente.
Noctiv se antepuso ante él, examinándolo al completo. Parecía bastante sabida en este arte del juego con extraños. Las sospechas de Keef comenzaron a subir, cual espuma. Mientras tanto, Keef también aprovechaba para observarla. No se trataría pues, de un juego injusto; ambos avanzaban, tratando de saber de quién se trataba el adverso y, sobretodo, como podrían eliminarlo en caso de no ser alguien salubre.
Una vez terminó aquel recorrido inexpugnable, se colocó frente a Keef. Podía verle la cara ahora con mayor detalle. Había algo que seguía desentonándolo, había ciertos rasgos y detalles que no correspondían a los de una mujer. -'Tonterías, céntrate en lo importante, idiota'. - Se dijo a si mismo Keef. Hablaba de que no podía dejar que le ayudara sin obtener, a cambio, una recompensa. No era de extrañar, el primer intento del galán salvador no había surtido efecto, no era ninguna novata, al parecer. ¿Las personas agradecidas? Ni ella ni Keef eran personas 'agradecidas', eso empezaba a ser más que evidente.
- Insisto, no podría dejar que usted pagase mi ayuda, sería indigno de una señorita como usted. - Inquirió Keef. Por supuesto, le era totalmente indiferente aquella dama, al igual que su condición o, incluso, su integridad física. Lo único en lo que podía pensar Keef es en el motín que podría haber detrás de todo eso. Y, tal y como se afanaba por ocultarlo Noctiv, no debía ser cosa nimia.
Preguntó sobre su bastón. Keef pensó en la sospecha que habría despertado en ella. Realmente no tenía edad suficiente como para ir andando con un bastón, ni tampoco un físico chamuscado por el caldero del tiempo y los malos hábitos. Era habitual, todo aquel que tuviese la desconfianza por bandera miraba a aquel bastón como si dentro hubiese un enorme filo de acero templado y afilado como para sesgar una arteria de una pasada. Y, en efecto, lo había. Pero eso no se debía saber hasta haber llegado al momento.
- No, Noctiv. - Negó, tranquilo. - Se trata de un mero elemento figurativo. Verá, me dedico al comercio. Y, ya sabe usted como es este mundo, mientras mejor vendas tu imagen, mejor vas a cerrar el trato. - Prosiguió. - Aporta algo de serenidad a mi figura, ¿verdad? - La pregunta se formuló entre una media sonrisa, bastante grotesca, que se había ido formando en los labios de Keef a medida que la iba formulando.
- Así que tranquila, podré ser de crucial ayuda. - Afirmó de nuevo, dedicándole una fría mirada. Avanzó unos pasos, hacia el bosque. Noctiv había quedado a su espalda; lo que podría verse como un craso error. Pero, lo cierto es que lo hizo a conciencia, le interesaba que Noctiv lo viera como alguien despistado, inexperto y que no podría ser considerado como amenaza.
- En efecto, vamos. Tenemos un ladrón que atrapar, señorita Noctiv. - Afirmó, girando el rostro para dirigirse a ella, debido a que estaba de espaldas. Comenzó a indagar dentro del bosque, sin más.
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
En el momento en el que Keef escudriñó con la mirada al cazador, este sintió que algo no iba bien. Aquel hombre parecía una persona astuta, inteligente y, sobretodo, peligrosa, dentro de aquel aire de calma que intentaba trasmitir a base de cumplidos y manifestar buenas intenciones. A partir del instante en que se percató que le miraba más de la cuenta, no tanto buscando armas (las cuales no iba a encontrar por las buenas) como buscando algo más físico, algo como... como que era un hombre, optó por mantener una distancia prudencial, solo por si acaso. Estaba acostumbrado a que le mirasen con otros fines, con los de recrearse en su belleza, por ejemplo, pero no de aquella manera en la que Keef lo estaba haciendo, aunque disimuladamente, era algo que solo una mujer era capaz de notar... esa sensación de que te miran para sonsacarte tus intimidades por los ojos. Y soy una mujer, pensó Erzsébeth, apretándose el corsé para dejarlo claro ante la luna y el transeúnte. Era completamente imposible que hubiese descubierto aquel secreto, nadie lo había hecho en sus más de cien años de vida, y las cosas no podían cambiar de un día para otro. ¿Le habría salido vello en la barbilla? ¿Le habrían crecido las cejas? No, no, era del todo imposible, el pelo nunca había sido un problema. Sí, las personas normales estarían alerta por si el tal Keef les da un bastonazo y los deja K.O. en el suelo, pero para Erzsébeth era mucho, muchísimo más importante mantener la integridad de su feminidad que perder un diente o dos.
La explicación que le brindó para el bastón fue satisfactoria, por lo visto él usaba aquel bastón como Erzsébeth su vestido: para dar una imagen que no era la real y sacar provecho. Le empezaba a caer bien el tal Keef. No quiso plantearse ninguna otra duda por el momento, sabía que un hombre jamás saldría de noche sin un arma, menos alguien que pretendía ayudar a otra persona sin siquiera preguntar cuán peligroso era el sujeto al que estaban buscando, mas era del todo inútil pensar en ello sin tener pruebas, por muchos indicios que hubiese. Cuando encontraran al mercader y tuvieran que hacerle frente, ¡ya vería lo que escondía, si es que le daba tiempo a reaccionar! Aunque el hecho de que no fuera un cojo le dejó mal cuerpo, ya no sería tan fácil de pillar desprevenido.
Bajo la atenta mirada de una infinidad de estrellas, ambos comenzaron su camino dentro del bosque. Erzsébeth rebuscó en cada rincón, intentando hallar alguna pista, y en un claro del mismo distinguió, gracias a su querida luna, las huellas del dichoso carromato. Intentó disimular que las había encontrado por casualidad, ya que estaban algo difuminadas en la tierra, y no porque fueran ya muchos años los que cargaba a su espalda de encontrar mínimas huellas de mínimos artefactos. Aunque la emoción embargaba su cuerpo y el silencio antes de la batalla era la más preciada de las músicas, intentó retener tal miríada de sentimientos para no mostrar a su acompañante cuánta emoción recorría sus venas; no era propio de una dama tener tantas ansias de encontrar a un rufián que había cometido un crimen, así que carraspeó antes de hablar y adoptó el tono de voz meloso y angelical con el que se dirigía a, prácticamente, todo el mundo.
—Vaya, por aquí ha pasado un carro no hace mucho. ¿Vio usted entrar un carromato al bosque cuando me encontró, querido Keef? —preguntó. Recordaba que no había mencionado nada en absoluto acerca del que le había "robado", así que en cierto sentido prefería seguir haciéndole pensar que era un ladrón del tres al cuarto que no tenía nada encima sino sus pertenencias y no alguien que era capaz de diseñar un campo de fuerza para proteger un carromato lleno de, seguramente, miles de aeros. Eso se lo guardaba para él. El claro terminaba donde empezaban unos árboles todavía más grisáceos, altos y carcomidos por el tiempo, una figura se mostraba tras ellos, algo que parecía grande y antiguo... ¿será esto uno de los castillos de los que tanto me han hablado? pensó Erzsébeth intentando discernir la figura real tras las ramas, pero sus pensamientos se detuvieron al escuchar voces detrás de los árboles que estaba examinando. ¿Había más de una persona escondiéndose allí aquella noche? Pronto lo comprobarían.
Sin quererlo y por mera costumbre, se agachó y adoptó una posición para esconderse tras los árboles, dio un jalón de Keef para que hiciese lo mismo. No sabía si su compañero había escuchado las voces, y tampoco qué pensaría de la actitud que acababa de tomar, pero lo mejor era dar una sorpresa que ser sorprendidos. Las dagas le quemaban, querían salir a tomar aire fresco ante la incertidumbre, pero no era momento de sacarlas; no todavía. Fue encontrando las posiciones adecuadas para avanzar oculto tras los árboles, esquivando con precisión y cuidado cada piedra o rama, y esperaba que Keef fuese capaz de seguir sus pasos y no pisar ninguna ramita o algo por el estilo. Cuando hubo avanzado lo suficiente, hizo un gesto para que Keef se detuviese y abrió unas ramas con tremendo sigilo. Observó a dos hombres que parloteaban a gritos frente a la puerta de un inmenso castillo con unas puertas con forma de cabeza de dragón. Y, bingo, el carromato estaba parado justo en frente de las puertas. Un hombre con la piel negra, mucho más alto y atlético que el mercader, estaba zarandeando al mismo de un lado a otro, como si hubiese hecho mal algún trabajo. El vampiro intentó afinar el oído para ver qué decían...
La explicación que le brindó para el bastón fue satisfactoria, por lo visto él usaba aquel bastón como Erzsébeth su vestido: para dar una imagen que no era la real y sacar provecho. Le empezaba a caer bien el tal Keef. No quiso plantearse ninguna otra duda por el momento, sabía que un hombre jamás saldría de noche sin un arma, menos alguien que pretendía ayudar a otra persona sin siquiera preguntar cuán peligroso era el sujeto al que estaban buscando, mas era del todo inútil pensar en ello sin tener pruebas, por muchos indicios que hubiese. Cuando encontraran al mercader y tuvieran que hacerle frente, ¡ya vería lo que escondía, si es que le daba tiempo a reaccionar! Aunque el hecho de que no fuera un cojo le dejó mal cuerpo, ya no sería tan fácil de pillar desprevenido.
Bajo la atenta mirada de una infinidad de estrellas, ambos comenzaron su camino dentro del bosque. Erzsébeth rebuscó en cada rincón, intentando hallar alguna pista, y en un claro del mismo distinguió, gracias a su querida luna, las huellas del dichoso carromato. Intentó disimular que las había encontrado por casualidad, ya que estaban algo difuminadas en la tierra, y no porque fueran ya muchos años los que cargaba a su espalda de encontrar mínimas huellas de mínimos artefactos. Aunque la emoción embargaba su cuerpo y el silencio antes de la batalla era la más preciada de las músicas, intentó retener tal miríada de sentimientos para no mostrar a su acompañante cuánta emoción recorría sus venas; no era propio de una dama tener tantas ansias de encontrar a un rufián que había cometido un crimen, así que carraspeó antes de hablar y adoptó el tono de voz meloso y angelical con el que se dirigía a, prácticamente, todo el mundo.
—Vaya, por aquí ha pasado un carro no hace mucho. ¿Vio usted entrar un carromato al bosque cuando me encontró, querido Keef? —preguntó. Recordaba que no había mencionado nada en absoluto acerca del que le había "robado", así que en cierto sentido prefería seguir haciéndole pensar que era un ladrón del tres al cuarto que no tenía nada encima sino sus pertenencias y no alguien que era capaz de diseñar un campo de fuerza para proteger un carromato lleno de, seguramente, miles de aeros. Eso se lo guardaba para él. El claro terminaba donde empezaban unos árboles todavía más grisáceos, altos y carcomidos por el tiempo, una figura se mostraba tras ellos, algo que parecía grande y antiguo... ¿será esto uno de los castillos de los que tanto me han hablado? pensó Erzsébeth intentando discernir la figura real tras las ramas, pero sus pensamientos se detuvieron al escuchar voces detrás de los árboles que estaba examinando. ¿Había más de una persona escondiéndose allí aquella noche? Pronto lo comprobarían.
Sin quererlo y por mera costumbre, se agachó y adoptó una posición para esconderse tras los árboles, dio un jalón de Keef para que hiciese lo mismo. No sabía si su compañero había escuchado las voces, y tampoco qué pensaría de la actitud que acababa de tomar, pero lo mejor era dar una sorpresa que ser sorprendidos. Las dagas le quemaban, querían salir a tomar aire fresco ante la incertidumbre, pero no era momento de sacarlas; no todavía. Fue encontrando las posiciones adecuadas para avanzar oculto tras los árboles, esquivando con precisión y cuidado cada piedra o rama, y esperaba que Keef fuese capaz de seguir sus pasos y no pisar ninguna ramita o algo por el estilo. Cuando hubo avanzado lo suficiente, hizo un gesto para que Keef se detuviese y abrió unas ramas con tremendo sigilo. Observó a dos hombres que parloteaban a gritos frente a la puerta de un inmenso castillo con unas puertas con forma de cabeza de dragón. Y, bingo, el carromato estaba parado justo en frente de las puertas. Un hombre con la piel negra, mucho más alto y atlético que el mercader, estaba zarandeando al mismo de un lado a otro, como si hubiese hecho mal algún trabajo. El vampiro intentó afinar el oído para ver qué decían...
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Era un trabajo sin mucha relevancia, incluso la paga era menos que nada, apenas tal vez, un escalón para ganar respeto dentro de la hermandad, sin embargo, no dejaba de ser una tarea que debía ser bien ejecutada, al elfo le habían dado apenas unos pocos datos, solo los necesarios para ubicar al objetivo y preparar un plan, desconocían el lugar donde se escondía ese coleccionista cobarde, pero sabían que había alguien capaz de llevar al asesino hasta su objetivo, Drafus, un hombre de color negro, bastante alto para ser un humano normal, habían sospechas de que era algo más que humano pero hasta ahora nada había sido confirmado, y poco importaba, al decir verdad, pues su única función sería guiar al elfo hasta el escondite de su señor, aquel cuyo nombre no era conocido más que por algunos pocos, y el resto solo le conocían como “El Coleccionista”.
La oscura, densa y fría noche había sabido esconder los pasos del elfo mientras seguía al tal Drafus hasta un enorme castillo, tal vez ahí encontraría al Coleccionista, pero no era nada seguro, sobre todo porque el sujeto jamás entró al lugar, ni siquiera intentó tocar las enormes puertas, simplemente se había quedado observando en todas direcciones -(Tal vez sospecha algo)- Pensó Destino mientras observaba oculto tras unos arbustos que lograban ocultarle casi por completo -(O tal vez espera a alguien)- Fue la segunda hipótesis del elfo al notar como Drafus comenzaba a perder la paciencia.
Después de unos instantes, un viejo carruaje conducido por un sujeto con actitud de cobarde llegó al lugar un poco agitado, tal vez por un largo viaje, o tal vez porque venía huyendo, si aparecían más intrusos todo sería más difícil, el asesino se mantuvo expectante y al acecho mientras Drafus tomaba al sujeto del carruaje por los hombros y lo agitaba sin piedad mientras le murmuraba en tono áspero, dejando escapar a ratos algunos gritos fuertes que daban algunas pistas de lo que hablaban -Espero que no nos intentes engañar de nuevo- Dijo Drafus mientras sujetaba fuertemente el cuello del recién llegado para luego darle un golpe en la boca del estómago que lo llevó de rodillas al piso -No, esta vez la tengo, lo juro- Dijo el otro intentando defenderse.
La situación se había vuelto bastante intrigante, y más aún cuando Destino logró percibir en las cercanías, una esencia ya conocida, acompañada de otra que resultaba un misterio aunque eran de la misma raza, esperaba que no le hubiesen visto, por ahora no podía distraerse, tan solo debía encontrar y asesinar al Coleccionista, su misión era solo eso y nada más.
La oscura, densa y fría noche había sabido esconder los pasos del elfo mientras seguía al tal Drafus hasta un enorme castillo, tal vez ahí encontraría al Coleccionista, pero no era nada seguro, sobre todo porque el sujeto jamás entró al lugar, ni siquiera intentó tocar las enormes puertas, simplemente se había quedado observando en todas direcciones -(Tal vez sospecha algo)- Pensó Destino mientras observaba oculto tras unos arbustos que lograban ocultarle casi por completo -(O tal vez espera a alguien)- Fue la segunda hipótesis del elfo al notar como Drafus comenzaba a perder la paciencia.
Después de unos instantes, un viejo carruaje conducido por un sujeto con actitud de cobarde llegó al lugar un poco agitado, tal vez por un largo viaje, o tal vez porque venía huyendo, si aparecían más intrusos todo sería más difícil, el asesino se mantuvo expectante y al acecho mientras Drafus tomaba al sujeto del carruaje por los hombros y lo agitaba sin piedad mientras le murmuraba en tono áspero, dejando escapar a ratos algunos gritos fuertes que daban algunas pistas de lo que hablaban -Espero que no nos intentes engañar de nuevo- Dijo Drafus mientras sujetaba fuertemente el cuello del recién llegado para luego darle un golpe en la boca del estómago que lo llevó de rodillas al piso -No, esta vez la tengo, lo juro- Dijo el otro intentando defenderse.
La situación se había vuelto bastante intrigante, y más aún cuando Destino logró percibir en las cercanías, una esencia ya conocida, acompañada de otra que resultaba un misterio aunque eran de la misma raza, esperaba que no le hubiesen visto, por ahora no podía distraerse, tan solo debía encontrar y asesinar al Coleccionista, su misión era solo eso y nada más.
Destino
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
El silencio de la noche se vio interrumpido por los gritos que emitía aquella bestia de tez semejante al carbón, enfadado por algún motivo inexplicable con aquel mercader, como si hubiesen hecho tratos con anterioridad que no hubiesen resultado fructíferos. Después de ser zarandeado y humillado bajo la expectante mirada de la luna llena, el hombre negro y alto decidió dejar de agredir al dueño del carromato. Este, una vez en el suelo, se alargó el cuello de la camiseta y cogió aire como seguramente nunca en su vida había hecho. Quitó la sábana que cubría al carro y allí estaban, todas las joyas, expuestas bajo un cristal y protegidas por una barrera que pronto descubrió el hombre apuesto, al intentar llegar hasta ellas con el dedo. Hizo gestos afirmativos con la cabeza y silbó.
Las titánicas puertas de acero negro con forma de cabezas de dragón se abrieron, dejando la forma de unas fauces perfectas que querían devorar su próxima puerta. Pero no había nadie a la vista que las hubiese abierto, quizá alguien las controlaba desde otro lugar más seguro que aquel. El muchacho alto hizo un gesto y, desde la oscuridad del antiguo castillo, dos guardias con armaduras de piezas y cascos semicompletos salieron, le dieron un cordial saludo con la mano y se pusieron firmes. Ambos hombres pasaron dentro del palacio y las puertas se cerraron a sus espaldas, siendo protegidas y vigiladas por aquellas dos personas de complexión al parecer más bien delgaducha y enjuta, pero quizá no tenían a nadie mejor para su labor.
Al parecer Keef no había conseguido seguirle el ritmo, ya que al mirar hacia atrás no encontró a nadie. Ni siquiera un rayo de luz lunar que le hiciera compañía, ni a su querido Bio para que le metiera en problemas. Suspiró con vehemencia y buscó la forma más sencilla y práctica de entrar. Se ajustó el corsé, se peinó con los dedos las dos coletas y comprobó que no tuviera ninguna ramilla ni nada por el estilo enganchada en el vestido. Estaba radiante, como siempre, así que salió de la maleza y se aproximó a los jóvenes guardias. A medida que avanzaba se aseguraba de estar llevando su mejor sonrisa.
—¿Qui-quién anda ahí? —preguntó uno cabizbajo, con una lanza en la mano, nervioso y tiritando.
—¡Ni un paso más o te rebanamos en dos! —espetó otro, más bravucón con arco en mano, mas igualmente era un hombre.
Cuando estuvo a un metro de ambos, se llevó las manos a la cadera y ladeó la cabeza. Estaba siendo apuntado por una lanza y un arco.
—Una dama se pierde por el bosque y busca ayuda... ¿y así la tratáis? ¡Qué mundo tan cruel, qué prado de pena!...—el espectáculo comenzaba otra vez, dejó caer una lagrimilla y se llevó las manos a la boca, para tapar la risa que se le escapaba y darle más drama al asunto.
Los dos intercambiaron miradas furtivas y, el más peligroso, el del arco, lo soltó y lo dejó apoyado en la pared. Con aire de arrepentimiento, se acercó a gachas con las manos en alto, para que pudiera ver que iba desarmado. Erzsébeth dio un paso hacia atrás, para que el otro pensase que estaba asustado. Para tranquilizarlo, el estúpido se acercó y le colocó las manos en los hombros, brindándole caricias suaves y susurrándole que nadie iba a hacerle daño.
—¿Pero y si alguien os hace daño a vosotros... qué sería de mí? —preguntó, abrazando al joven, el cual le envolvió con sus brazos.
—Somos los buenos, ¿cuándo ha ganado un malvado una batalla, peque...? — su pregunta se fue interrumpida cuando se percató de que la supuesta joven ya no estaba entre sus brazos, sino a su espalda, con las manos apoyadas en su pecho y su nariz hundida en sus cabellos, acariciando con sus labios su cuello.
Un segundo bastó para hincar sus afilados colmillos y rasgar toda la carne posible. La parálisis no sería suficiente, tenía que matarlo y tenía que hacerlo rápido, así que succionó toda su sangre y lo dejó, exangüe y a la intemperie, tirado en la hierba de aquel arruinado y podrido bosque. Cuando se giró, se encontró a su amigo, pálido, intentando sostener la lanza entre las manos, mas de los temblores se le caía todo el rato. Sus ojos reflejaban auténtico horror, al parecer nunca había visto un vampiro. Erzsébeth se limpió la sangre de la boca con la mano y le dedicó una pícara sonrisa.
—Aquí no hay buenos ni malos —dijo, mientras avanzaba y el guardia arañaba la puerta, incapaz de moverse o emitir palabra alguna— solo fuertes y débiles... dime, ¿sabes lo que te va a pasar ahora? — le preguntó, cara a cara, dándole un pequeño mordisco en la nariz. El chico cayó al suelo, bien desmayado o bien víctima de un infarto— pero no te mueras todavía... era un mordisco de advertencia.
Las titánicas puertas de acero negro con forma de cabezas de dragón se abrieron, dejando la forma de unas fauces perfectas que querían devorar su próxima puerta. Pero no había nadie a la vista que las hubiese abierto, quizá alguien las controlaba desde otro lugar más seguro que aquel. El muchacho alto hizo un gesto y, desde la oscuridad del antiguo castillo, dos guardias con armaduras de piezas y cascos semicompletos salieron, le dieron un cordial saludo con la mano y se pusieron firmes. Ambos hombres pasaron dentro del palacio y las puertas se cerraron a sus espaldas, siendo protegidas y vigiladas por aquellas dos personas de complexión al parecer más bien delgaducha y enjuta, pero quizá no tenían a nadie mejor para su labor.
Al parecer Keef no había conseguido seguirle el ritmo, ya que al mirar hacia atrás no encontró a nadie. Ni siquiera un rayo de luz lunar que le hiciera compañía, ni a su querido Bio para que le metiera en problemas. Suspiró con vehemencia y buscó la forma más sencilla y práctica de entrar. Se ajustó el corsé, se peinó con los dedos las dos coletas y comprobó que no tuviera ninguna ramilla ni nada por el estilo enganchada en el vestido. Estaba radiante, como siempre, así que salió de la maleza y se aproximó a los jóvenes guardias. A medida que avanzaba se aseguraba de estar llevando su mejor sonrisa.
—¿Qui-quién anda ahí? —preguntó uno cabizbajo, con una lanza en la mano, nervioso y tiritando.
—¡Ni un paso más o te rebanamos en dos! —espetó otro, más bravucón con arco en mano, mas igualmente era un hombre.
Cuando estuvo a un metro de ambos, se llevó las manos a la cadera y ladeó la cabeza. Estaba siendo apuntado por una lanza y un arco.
—Una dama se pierde por el bosque y busca ayuda... ¿y así la tratáis? ¡Qué mundo tan cruel, qué prado de pena!...—el espectáculo comenzaba otra vez, dejó caer una lagrimilla y se llevó las manos a la boca, para tapar la risa que se le escapaba y darle más drama al asunto.
Los dos intercambiaron miradas furtivas y, el más peligroso, el del arco, lo soltó y lo dejó apoyado en la pared. Con aire de arrepentimiento, se acercó a gachas con las manos en alto, para que pudiera ver que iba desarmado. Erzsébeth dio un paso hacia atrás, para que el otro pensase que estaba asustado. Para tranquilizarlo, el estúpido se acercó y le colocó las manos en los hombros, brindándole caricias suaves y susurrándole que nadie iba a hacerle daño.
—¿Pero y si alguien os hace daño a vosotros... qué sería de mí? —preguntó, abrazando al joven, el cual le envolvió con sus brazos.
—Somos los buenos, ¿cuándo ha ganado un malvado una batalla, peque...? — su pregunta se fue interrumpida cuando se percató de que la supuesta joven ya no estaba entre sus brazos, sino a su espalda, con las manos apoyadas en su pecho y su nariz hundida en sus cabellos, acariciando con sus labios su cuello.
Un segundo bastó para hincar sus afilados colmillos y rasgar toda la carne posible. La parálisis no sería suficiente, tenía que matarlo y tenía que hacerlo rápido, así que succionó toda su sangre y lo dejó, exangüe y a la intemperie, tirado en la hierba de aquel arruinado y podrido bosque. Cuando se giró, se encontró a su amigo, pálido, intentando sostener la lanza entre las manos, mas de los temblores se le caía todo el rato. Sus ojos reflejaban auténtico horror, al parecer nunca había visto un vampiro. Erzsébeth se limpió la sangre de la boca con la mano y le dedicó una pícara sonrisa.
—Aquí no hay buenos ni malos —dijo, mientras avanzaba y el guardia arañaba la puerta, incapaz de moverse o emitir palabra alguna— solo fuertes y débiles... dime, ¿sabes lo que te va a pasar ahora? — le preguntó, cara a cara, dándole un pequeño mordisco en la nariz. El chico cayó al suelo, bien desmayado o bien víctima de un infarto— pero no te mueras todavía... era un mordisco de advertencia.
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
En apenas unos instantes la situación cambió de panorama muy rápido, lo que hasta ahora parecía una misión fácil se complicó mucho cuando el objetivo entró al castillo acompañado del otro sujeto, dejando tras de sí unas enormes puertas custodiadas por un par de guardias; acabar con ellos no parecía ser un gran problema, pero entrar al castillo seguramente sí lo sería, el elfo debía encontrar una manera rápida de meterse a ese lugar antes que el objetivo estuviera demasiado lejos, así que avanzó con mucho sigilo escondido entre los árboles hasta que logró ver a lo lejos a una silueta conocida saliendo de entre las sombras.
Era ella -Garas quenathra- Susurró Destino al ver a la vampiresa que el elfo había conocido mientras escapaba de la isla de los brujos; Destino se quedó paralizado por unos instantes pensando en lo que podría estar haciendo ella acá, aunque a fin de cuentas, parecía ser lo más normal del mundo, una vampiresa en territorio de vampiros, incluso era él el que no debería estar en ese lugar, un elfo seguramente no sería bien recibido en aquel siniestro y apartado rincón.
La chica caminó hacia los guardias llamando su atención de manera muy coqueta y pícara, ante lo cual Destino se limitó a vigilar esperando el mejor momento para aparecer o sencillamente aprovechar las distracciones que la chica pudiera crear para meterse él también sin llamar demasiado la atención, aunque por ahora no tenía mucho qué hacer, ambos guardias reposaban en el suelo completamente neutralizados, por lo que ya no darían problemas, pero a la vez, era sumamente peligroso.
Al analizar la situación, Destino llevó la vista hacia los puntos más altos del castillo en busca de algún centinela que pudiera dar la alarma al ver a sus compañeros caídos, eso definitivamente no sería nada bueno, por ahora se dedicaría a cuidar la espalda de la vampiresa intentando que ésta no lo viera, de ese modo sería más sencillo que los enemigos pensaran que la chica estaba sola, de pronto se escucharon ruidos en la puerta, como si fuera a abrirse de nuevo -Telanadas- Musitó el pelinegro mientras preparaba sus piernas para un ataque furtivo a cualquier cosa que saliera de esa puerta, llevó la mano a su nueva espada que colgaba en su espalda y la preparó silenciosamente mientras observaba expectante la reacción de la rubia ante los sonidos de un inminente peligro.
Offrol:Era ella -Garas quenathra- Susurró Destino al ver a la vampiresa que el elfo había conocido mientras escapaba de la isla de los brujos; Destino se quedó paralizado por unos instantes pensando en lo que podría estar haciendo ella acá, aunque a fin de cuentas, parecía ser lo más normal del mundo, una vampiresa en territorio de vampiros, incluso era él el que no debería estar en ese lugar, un elfo seguramente no sería bien recibido en aquel siniestro y apartado rincón.
La chica caminó hacia los guardias llamando su atención de manera muy coqueta y pícara, ante lo cual Destino se limitó a vigilar esperando el mejor momento para aparecer o sencillamente aprovechar las distracciones que la chica pudiera crear para meterse él también sin llamar demasiado la atención, aunque por ahora no tenía mucho qué hacer, ambos guardias reposaban en el suelo completamente neutralizados, por lo que ya no darían problemas, pero a la vez, era sumamente peligroso.
Al analizar la situación, Destino llevó la vista hacia los puntos más altos del castillo en busca de algún centinela que pudiera dar la alarma al ver a sus compañeros caídos, eso definitivamente no sería nada bueno, por ahora se dedicaría a cuidar la espalda de la vampiresa intentando que ésta no lo viera, de ese modo sería más sencillo que los enemigos pensaran que la chica estaba sola, de pronto se escucharon ruidos en la puerta, como si fuera a abrirse de nuevo -Telanadas- Musitó el pelinegro mientras preparaba sus piernas para un ataque furtivo a cualquier cosa que saliera de esa puerta, llevó la mano a su nueva espada que colgaba en su espalda y la preparó silenciosamente mientras observaba expectante la reacción de la rubia ante los sonidos de un inminente peligro.
Garas quenathra: ¿Por qué estás aquí?
Telanadas: Nada es inevitable
Destino
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Erzsébeth se hallaba en pleno éxtasis, normalmente prefería a sus víctimas vivas o al menos con ánimos de resistirse si se les presentaba la ocasión, sin embargo no pudo evitar agacharse y rebanar el cuello con la daga de aquel otro muchacho, tan inocente, tan desvalido, tan sumamente delicioso. No hizo ni un solo ruido, ni volvió a abrir los ojos por última vez, la vida nos abandonaba de las formas más crueles posibles, y a veces no nos dejaba decir ni adiós. Se acercó a aquel riachuelo carmesí que se deslizaba por la garganta del joven y aspiró su dulce y tierno aroma, aquel perfume extravagante y perfecto, se dejó llevar por sus instintos y lamió la abierta herida del guardia, el cual aún respiraba con dificultad a pesar de la pérdida de sangre, sus fosas nasales se expandían y seguramente, aunque inconsciente, estaría sufriendo.
—Yo acabaré con tu lastimosa vida —susurró, penetrando su lengua en la herida, haciéndola más grande y accesible— yo daré fin a tu tormento —y bebió su sangre, clavó sus colmillos en mil lugares diferentes, exterminó cualquier signo vital una vez más y rió, alto, muy alto, hasta que las estrellas escuchasen su felicidad, mientras su cara empapada en sangre era el vivo reflejo de la alegría y el descontrol.
Esta vez no se retiró la sangre del cuerpo, la dejó allí para que le acompañase en su viaje en las inmediaciones del castillo y dentro del mismo. Recordó que el caballero de tez negra había silbado y le habían abierto sin más las puertas, y se le ocurrió que podía ser una especie de señal para saber que eran amigos los que entraban. Siguió su loca idea y silbó, llevándose dos dedos a la boca, y al segundo de emitir aquel molesto sonido las puertas comenzaban a separarse, dejando aquellas fauces hermosas y draconianas a la vista. Devórame si quieres, pensó, a la vez que entraba por el oscuro portal.
Como era de esperar, alguien había activado una especie de mecanismo desde una sala más alejada y segura para que las puertas se abriesen, o al menos eso comprendió al ver un montón de rueditas girando tras las mismas, que ya se cerraban en gesto de que los aliados habían entrado. Lo primero que vio fue un gran recibidor, oscuro, únicamente alumbrado por dos antorchas a ambos lados, con unas escaleras que subían hacia una puerta de madera de ébano. Habían dos pasillos a ambos lados, una hilera de antorchas iluminaban toda la estancia, pero no quiso avanzar por dichos pasillos, sino ir en línea recta. El aspecto del lugar era lúgubre, pero a eso Erzsébeth ya estaba acostumbrado. Subió por las escaleras y, con sumo cuidado, agarró el pomo y abrió con lentitud una de las puertas, apoyando la cara sobre ella y observando lo que había detrás.
—La hostia —dijo, llevándose una mano a la boca. Cerró la puerta con cierta brusquedad y apoyó su espalda en ella. Lo que acababa de ver no era apto para menores de edad o mentes sensibles. Inevitablemente debía recorrer uno de los dos pasillos, la cosa era... ¿izquierda o derecha?
—Yo acabaré con tu lastimosa vida —susurró, penetrando su lengua en la herida, haciéndola más grande y accesible— yo daré fin a tu tormento —y bebió su sangre, clavó sus colmillos en mil lugares diferentes, exterminó cualquier signo vital una vez más y rió, alto, muy alto, hasta que las estrellas escuchasen su felicidad, mientras su cara empapada en sangre era el vivo reflejo de la alegría y el descontrol.
Esta vez no se retiró la sangre del cuerpo, la dejó allí para que le acompañase en su viaje en las inmediaciones del castillo y dentro del mismo. Recordó que el caballero de tez negra había silbado y le habían abierto sin más las puertas, y se le ocurrió que podía ser una especie de señal para saber que eran amigos los que entraban. Siguió su loca idea y silbó, llevándose dos dedos a la boca, y al segundo de emitir aquel molesto sonido las puertas comenzaban a separarse, dejando aquellas fauces hermosas y draconianas a la vista. Devórame si quieres, pensó, a la vez que entraba por el oscuro portal.
Como era de esperar, alguien había activado una especie de mecanismo desde una sala más alejada y segura para que las puertas se abriesen, o al menos eso comprendió al ver un montón de rueditas girando tras las mismas, que ya se cerraban en gesto de que los aliados habían entrado. Lo primero que vio fue un gran recibidor, oscuro, únicamente alumbrado por dos antorchas a ambos lados, con unas escaleras que subían hacia una puerta de madera de ébano. Habían dos pasillos a ambos lados, una hilera de antorchas iluminaban toda la estancia, pero no quiso avanzar por dichos pasillos, sino ir en línea recta. El aspecto del lugar era lúgubre, pero a eso Erzsébeth ya estaba acostumbrado. Subió por las escaleras y, con sumo cuidado, agarró el pomo y abrió con lentitud una de las puertas, apoyando la cara sobre ella y observando lo que había detrás.
—La hostia —dijo, llevándose una mano a la boca. Cerró la puerta con cierta brusquedad y apoyó su espalda en ella. Lo que acababa de ver no era apto para menores de edad o mentes sensibles. Inevitablemente debía recorrer uno de los dos pasillos, la cosa era... ¿izquierda o derecha?
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Tras un sangriento espectáculo el elfo vio como la rubia eliminaba sin mucho esfuerzo alos lastimosos guardias, y aunque la puerta había aparentado ser un nuevo peligro, al final resultó ser todo parte del astuto plan de la vampiresa para asegurarse su pasaje al interior del lugar; al verla entrar, Destino corrió silenciosamente hasta terminar recostado a uno de los muros, muy cerca de la puerta donde reposaban los cadáveres de los guardias -¿Quién te ha hecho enojar de esta manera?- Susurró el elfo refiriéndose a la rubia y el mar de sangre que iba dejando a su paso.
Al sentirla lejos, se aventuró a entrar, aunque al hacerlo vio a otro par de guardias preparándose para emboscar a la chica, estaban tramando algo para intentar sorprenderla, demasiado concentrados en su plan, cosa que el elfo pensaba aprovechar, pero el sonido de la gran puerta cerrándose llamó la atención de los sujetos por un instante aunque fue una distracción muy breve, al cabo de unos instantes volvieron a concentrarse en atrapar a Bathory; Destino aprovechó el último instante para lanzarse en un giro sobre sí mismo para atravesar la puerta antes que acabara de cerrarse, aún no había llamado la atención de los guardias, por lo que apenas acabó de girar en el suelo se levantó y corrió hacia el más cercano de estos, tras colocarse justo atrás del guardia, colocó el guante de su mano izquierda justo en el cuello del guardia y le enterró las garras abriéndole una nueva boca en el cuello que lo haría morir en unos segundos a causa de la hemorragia.
El otro guardia se dio cuenta de la situación cuando ya era demasiado tarde, al notarlo ya Destino estaba junto a él, y le había atravesado el pecho con una estocada directa de su espada, el sujeto apenas tuvo tiempo de mirar la cara al elfo y luego observar la espada clavada en su pecho con algo de incredulidad hasta que finalmente cerró los ojos y cayó al piso.
Destino subió por una larga y oscura escalera siguiendo los pasos de la vampiresa y finalmente la alcanzó frente a una misteriosa puerta, el elfo se acercó en silencio con el sigilo que lo caracterizaba, completamente seguro de que la rubia entraría pero no fue así, la chica cerró la puerta con rostro horrorizado y quedó recostada a la puerta mirando justo en la dirección en la que se encontraba el elfo, así terminaba su plan furtivo, pero tampoco le hacía mal trabajar en equipo con la rubia que antes le había salvado -En tu lugar, Destino sin duda iría por la izquierda- Dijo al tiempo que levantaba la mano derecha en señal de saludo.
Al sentirla lejos, se aventuró a entrar, aunque al hacerlo vio a otro par de guardias preparándose para emboscar a la chica, estaban tramando algo para intentar sorprenderla, demasiado concentrados en su plan, cosa que el elfo pensaba aprovechar, pero el sonido de la gran puerta cerrándose llamó la atención de los sujetos por un instante aunque fue una distracción muy breve, al cabo de unos instantes volvieron a concentrarse en atrapar a Bathory; Destino aprovechó el último instante para lanzarse en un giro sobre sí mismo para atravesar la puerta antes que acabara de cerrarse, aún no había llamado la atención de los guardias, por lo que apenas acabó de girar en el suelo se levantó y corrió hacia el más cercano de estos, tras colocarse justo atrás del guardia, colocó el guante de su mano izquierda justo en el cuello del guardia y le enterró las garras abriéndole una nueva boca en el cuello que lo haría morir en unos segundos a causa de la hemorragia.
El otro guardia se dio cuenta de la situación cuando ya era demasiado tarde, al notarlo ya Destino estaba junto a él, y le había atravesado el pecho con una estocada directa de su espada, el sujeto apenas tuvo tiempo de mirar la cara al elfo y luego observar la espada clavada en su pecho con algo de incredulidad hasta que finalmente cerró los ojos y cayó al piso.
Destino subió por una larga y oscura escalera siguiendo los pasos de la vampiresa y finalmente la alcanzó frente a una misteriosa puerta, el elfo se acercó en silencio con el sigilo que lo caracterizaba, completamente seguro de que la rubia entraría pero no fue así, la chica cerró la puerta con rostro horrorizado y quedó recostada a la puerta mirando justo en la dirección en la que se encontraba el elfo, así terminaba su plan furtivo, pero tampoco le hacía mal trabajar en equipo con la rubia que antes le había salvado -En tu lugar, Destino sin duda iría por la izquierda- Dijo al tiempo que levantaba la mano derecha en señal de saludo.
Destino
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Un atisbo de inquietud cruzó el rostro del vampiro cuando percibió ruidos bajo las escaleras, como un cuerpo cayendo. Reconocía el sonido de una armadura que era golpeada cuando la vida se extinguía de una persona, aunque no sabía quién o qué lo había provocado hasta que enfocó la mirada. Discernió entre las sombras una figura conocida, esbelta y hermosa, con unos aires de prepotencia dignos de un elfo como Destino, el cual avanzaba por los escalones con una sonrisa burlona y un aspecto tan desenfadado como de costumbre. Ahora ya no le perseguía nadie, eso se notaba. Le dedicó una amplia sonrisa y una reverencia, bajó los escalones y le agarró un mechón de pelo. Era igual de negro que aquellas puertas y que la noche cerrada.
—Y yo en tu lugar no me arriesgaría a darme estos sustos —le contestó a modo de saludo, a la vez que dejaba caer el mechón a donde estaba. Siguió escaleras abajo y volvió a mirar los pasillos. ¿Qué le habría hecho querer ir por la izquierda? Aunque, ante todo, había algo más importante...
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, mirando aquellos ojos grises que todavía tenían demasiados secretos que contar. Demasiada información que sonsacar en poco tiempo, en las pocas ocasiones en las que el elfo y el vampiro coincidían en un mundo tan desquiciado y perdido como aquel.
Esperó respuestas mientras avanzaba por el pasillo de la izquierda tal y como le había propuesto Destino. Era una ayuda al fin y al cabo, y alguien tan extravagante como él seguramente no querría llevarse una joya de recompensa. Tenía pinta de burgués, pero parecía que poco le importaban los detalles llevando aquel guante tan feo y mortífero, sin un anillo que se viese en la otra ni collares ni cinturones ornamentados, simplemente un elfo sencillo y egocéntrico. Justo lo que le hacía falta bajo la penumbra de aquel castillo.
El pasillo, para su sorpresa, finalizó en una pared abierta de cuatro metros de largo por seis metros de ancho, lo suficiente para que no solo pasara el carromato, sino cualquier bulto de tamaño considerable sin dañarse. Lo que se veía desde el agujero era el patio interior del castillo, muchos árboles adornaban el lugar y en medio de todo parecía haber una fuente, cuyo agua reflejaba la luz de la luna a medida que caía, pausadamente. Había un pequeño camino hecho de rocas que se bifurcaba al llegar a la fuente, indicando los otros lugares a los que se podía acceder. Todo estaba muy bien señalizado, pero al asomar la cabeza Erzsébeth vio a dos guardias paseando con lanzas en sus manos... justo delante del carromato, el cual estaba siendo arrastrado por el famélico anciano en compañía del hombre negro.
—Parece que tenemos dos problemas y una solución —le dijo al elfo, señalando a lo que se refería.
—Y yo en tu lugar no me arriesgaría a darme estos sustos —le contestó a modo de saludo, a la vez que dejaba caer el mechón a donde estaba. Siguió escaleras abajo y volvió a mirar los pasillos. ¿Qué le habría hecho querer ir por la izquierda? Aunque, ante todo, había algo más importante...
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, mirando aquellos ojos grises que todavía tenían demasiados secretos que contar. Demasiada información que sonsacar en poco tiempo, en las pocas ocasiones en las que el elfo y el vampiro coincidían en un mundo tan desquiciado y perdido como aquel.
Esperó respuestas mientras avanzaba por el pasillo de la izquierda tal y como le había propuesto Destino. Era una ayuda al fin y al cabo, y alguien tan extravagante como él seguramente no querría llevarse una joya de recompensa. Tenía pinta de burgués, pero parecía que poco le importaban los detalles llevando aquel guante tan feo y mortífero, sin un anillo que se viese en la otra ni collares ni cinturones ornamentados, simplemente un elfo sencillo y egocéntrico. Justo lo que le hacía falta bajo la penumbra de aquel castillo.
El pasillo, para su sorpresa, finalizó en una pared abierta de cuatro metros de largo por seis metros de ancho, lo suficiente para que no solo pasara el carromato, sino cualquier bulto de tamaño considerable sin dañarse. Lo que se veía desde el agujero era el patio interior del castillo, muchos árboles adornaban el lugar y en medio de todo parecía haber una fuente, cuyo agua reflejaba la luz de la luna a medida que caía, pausadamente. Había un pequeño camino hecho de rocas que se bifurcaba al llegar a la fuente, indicando los otros lugares a los que se podía acceder. Todo estaba muy bien señalizado, pero al asomar la cabeza Erzsébeth vio a dos guardias paseando con lanzas en sus manos... justo delante del carromato, el cual estaba siendo arrastrado por el famélico anciano en compañía del hombre negro.
—Parece que tenemos dos problemas y una solución —le dijo al elfo, señalando a lo que se refería.
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Nuevamente estaba frente a la vampiresa que había conocido en la isla de los brujos, la misma que le había salvado un par de veces y de la que ni siquiera sabía su nombre, la rubia se acercó de forma atrevida a jugar con el cabello del elfo, el cual solo pudo quedarse inmóvil ante tal gesto -Destino lamenta haberte asustado- Dijo el pelinegro bajando un poco la mirada, la rubia tenía ya cierto poder sobre él, pues, a fin de cuentas, aunque tenía un cuerpo de adulto, su mente era casi la de un niño indefenso en un mundo desconocido.
Finalmente la rubia decidió ir por el pasillo de la izquierda, no sin antes preguntar los motivos que habían llevado al elfo a ese lugar -Es un viaje de negocios- Contestó Destino intentando no dar demasiada información -¿Qué haces tú aquí?- Preguntó también intentando satisfacer la curiosidad; finalmente llegaron a una pared abierta, bastante ancha como para pasar mercancías de gran tamaño, justo como la que había visto antes, aunque poco le importaba la mercancía, pero encontrarla significaba también encontrar al objetivo.
La chica había encontrado algo al asomarse al final del pasillo, y su sonrisa pícara indicaban que era lo que andaban buscando, el objetivo. Destino se ajustó su guante y se preparó para salir, pero no sin antes verificar la posición del objetivo -Es tiempo de trabajar- Dijo a la vampiresa mientras le regalaba una sádica sonrisa, aunque un ataque sin planificación podría ser caótico, los guardias podrían dar más problemas de lo esperado y el objetivo podría escapar, era necesario bloquearles el acceso para impedir que se diera a la fuga.
El elfo se ajustó su guante metálico y se preparó para correr -Hay que rodearlos y evitar que escapen- Dijo antes de emprender una vertiginosa carrera que tomó por sorpresa a los guardias, intentaron detenerle pero éste saltó sobre ellos y continuó su desesperada carrera directo hacia el objetivo, los guardias intentaron seguir al elfo, quedando justo de espaldas hacia la vampiresa, la cual no tendría problemas en acabarlos si se movía de prisa, por ahora, lo más importante para el elfo sería el objetivo y la misión que debía cumplir, el hombre negro sacó una espada y trató de hacer un corte que partiría en dos al elfo de haberlo alcanzado, sin embargo éste se lanzó al piso para deslizarse entre los dos hombres y tras anclar al piso las garras del guante que dejaron salir algunos chispazos por la fricción se levantó de prisa para quedar al otro lado.
Llevó la mano a la espalda para sacar su nueva espada mientras caminaba lentamente hacia el objetivo -Destino puede darte una muerte rápida y sin dolor, pero ella en cambio- Dijo señalando en dirección a donde se encontraba la vampiresa -Ella te haría sufrir de maneras inimaginables- El elfo giró su espada un par de veces para luego ponerse en guardia, detallando minuciosamente al hombre negro en busca del golpe más preciso y letal posible.
Finalmente la rubia decidió ir por el pasillo de la izquierda, no sin antes preguntar los motivos que habían llevado al elfo a ese lugar -Es un viaje de negocios- Contestó Destino intentando no dar demasiada información -¿Qué haces tú aquí?- Preguntó también intentando satisfacer la curiosidad; finalmente llegaron a una pared abierta, bastante ancha como para pasar mercancías de gran tamaño, justo como la que había visto antes, aunque poco le importaba la mercancía, pero encontrarla significaba también encontrar al objetivo.
La chica había encontrado algo al asomarse al final del pasillo, y su sonrisa pícara indicaban que era lo que andaban buscando, el objetivo. Destino se ajustó su guante y se preparó para salir, pero no sin antes verificar la posición del objetivo -Es tiempo de trabajar- Dijo a la vampiresa mientras le regalaba una sádica sonrisa, aunque un ataque sin planificación podría ser caótico, los guardias podrían dar más problemas de lo esperado y el objetivo podría escapar, era necesario bloquearles el acceso para impedir que se diera a la fuga.
El elfo se ajustó su guante metálico y se preparó para correr -Hay que rodearlos y evitar que escapen- Dijo antes de emprender una vertiginosa carrera que tomó por sorpresa a los guardias, intentaron detenerle pero éste saltó sobre ellos y continuó su desesperada carrera directo hacia el objetivo, los guardias intentaron seguir al elfo, quedando justo de espaldas hacia la vampiresa, la cual no tendría problemas en acabarlos si se movía de prisa, por ahora, lo más importante para el elfo sería el objetivo y la misión que debía cumplir, el hombre negro sacó una espada y trató de hacer un corte que partiría en dos al elfo de haberlo alcanzado, sin embargo éste se lanzó al piso para deslizarse entre los dos hombres y tras anclar al piso las garras del guante que dejaron salir algunos chispazos por la fricción se levantó de prisa para quedar al otro lado.
Llevó la mano a la espalda para sacar su nueva espada mientras caminaba lentamente hacia el objetivo -Destino puede darte una muerte rápida y sin dolor, pero ella en cambio- Dijo señalando en dirección a donde se encontraba la vampiresa -Ella te haría sufrir de maneras inimaginables- El elfo giró su espada un par de veces para luego ponerse en guardia, detallando minuciosamente al hombre negro en busca del golpe más preciso y letal posible.
Destino
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
—El mundo es un gran negocio, Destino —dijo el vampiro tras escuchar su pobre respuesta, sacando las dagas y girándolas entre sus dedos, mala costumbre que algún día le costaría una falange— solo tienes que tener cuidado con tus socios.
La noche era fría como para que los suspiros de Erzsébeth se transformasen en aire condensado frente a su rostro, podía ver cómo las nubes se removían en el cielo, corriendo a través de las estrellas, usándolas de trampolines para avanzar a más velocidad brincando y vacilando entre ellas, e intentando quitarle importancia a la madre luna que allí se alzaba, expectante de los próximos movimientos de su vampiro/vampiresa más problemático. Cada paso que daba en su vida no era más que para buscar o evitar problemas, esa franja en la que se encontraba no podía ir ni a mejor ni a peor, simplemente a un puerto de muerte y putrefacción que llevaba años persiguiéndole y esperándole. No podías dedicarte a sanear al mundo segando vidas sin esperar que el mundo quiera devolverte el favor en modo de espadazo entre las costillas.
La pregunta del arrogante elfo se había perdido en el eco de aquellos pasillos, pero pronto el vampiro le respondió con la misma intriga que Destino le había regalado para su disfrute personal.
—Yo siempre estoy de viaje de negocios—musitó, y de pronto una sombra se movió a su lado a tal velocidad que le despeinó los dorados cabellos al pasar. Se ajustó las dos coletas y, asombrado, miró cómo el elfo se habría paso en la oscuridad sin miedo alguno, y sin cabeza tampoco ya que no le costó pensar que era una buena idea lanzarse solo contra cuatro individuos desconocidos y armados dispuestos a acabar con cualquier intruso.
Erzsébeth se llevó una mano a la cabeza para taparse los ojos ante la escena e imaginarse cómo salvar en el peor de los casos el culo al elfo y suspiró con tal vehemencia que el sonido se hizo eco también entre las paredes del castillo, cuando volvió a mirar Destino ya se había abierto paso hasta el hombre de tez negra y el enjuto mago, mientras que los dos guardias aún estaban reaccionando ante la aparición especial de una belleza como aquella. Supongo que me toca cubrirte hoy, pensó, a la vez que emprendía la carrera con sus dagas en las manos.
El sigilo con el que corría era el máximo que podía tener al chocar el tacón con la dura piedra de la que estaba hecho el camino, pero los guardias estaban lo suficientemente distraídos observando los gráciles movimientos del elfo que sus oídos les habían traicionado. Aquel debía ser un trabajo sin demasiada demora, y Destino estaba haciendo demasiado ruido como para que los demás guardias (si los hubiese) se presentasen, así que el vampiro acabó rápido. Se colocó tras un guardia y le abrió el cuello con facilidad usando su daga, el otro guardia ahogó un grito al verle pero ya era demasiado tarde, cuando quiso darse cuenta Erzsébeth ya estaba agarrándole por la espalda, acariciando su cuello con los colmillos hacia fuera hasta que finalmente mordió y el hombre perdió la capacidad de moverse con libertad, le rajó la garganta y lo dejó con el cadáver caído de su compañero, juntos como habían estado desde un principio.
Ahora debía ayudar a Destino o ir directamente hacia el carro y llevarse las joyas. Pero la barrera seguiría activa mientras el brujo siguiese vivo, así que lo primordial era ayudar al elfo a acabar con ambos individuos ya que parecían tener un objetivo común (aunque las joyas eran todas para Cassandra, ni una más ni una menos, o sino perdería la cabeza) y así todos contentos. Caminando con tranquilidad se acercó por la espalda de los dos hombres, que al escuchar algo que había dicho Destino se giraron asombrados y el anciano algo asustado, el negro impasible.
—Solo soy una mujer que quiere unas cuantas joyas para lucir adecuadamente, ¿tan mal está? ¡Qué cruel es este mundo de hombres!... —dijo, y empezó a girar las dagas mientras seguía avanzando hacia el anciano sin apartar las vistas del negro.
La noche era fría como para que los suspiros de Erzsébeth se transformasen en aire condensado frente a su rostro, podía ver cómo las nubes se removían en el cielo, corriendo a través de las estrellas, usándolas de trampolines para avanzar a más velocidad brincando y vacilando entre ellas, e intentando quitarle importancia a la madre luna que allí se alzaba, expectante de los próximos movimientos de su vampiro/vampiresa más problemático. Cada paso que daba en su vida no era más que para buscar o evitar problemas, esa franja en la que se encontraba no podía ir ni a mejor ni a peor, simplemente a un puerto de muerte y putrefacción que llevaba años persiguiéndole y esperándole. No podías dedicarte a sanear al mundo segando vidas sin esperar que el mundo quiera devolverte el favor en modo de espadazo entre las costillas.
La pregunta del arrogante elfo se había perdido en el eco de aquellos pasillos, pero pronto el vampiro le respondió con la misma intriga que Destino le había regalado para su disfrute personal.
—Yo siempre estoy de viaje de negocios—musitó, y de pronto una sombra se movió a su lado a tal velocidad que le despeinó los dorados cabellos al pasar. Se ajustó las dos coletas y, asombrado, miró cómo el elfo se habría paso en la oscuridad sin miedo alguno, y sin cabeza tampoco ya que no le costó pensar que era una buena idea lanzarse solo contra cuatro individuos desconocidos y armados dispuestos a acabar con cualquier intruso.
Erzsébeth se llevó una mano a la cabeza para taparse los ojos ante la escena e imaginarse cómo salvar en el peor de los casos el culo al elfo y suspiró con tal vehemencia que el sonido se hizo eco también entre las paredes del castillo, cuando volvió a mirar Destino ya se había abierto paso hasta el hombre de tez negra y el enjuto mago, mientras que los dos guardias aún estaban reaccionando ante la aparición especial de una belleza como aquella. Supongo que me toca cubrirte hoy, pensó, a la vez que emprendía la carrera con sus dagas en las manos.
El sigilo con el que corría era el máximo que podía tener al chocar el tacón con la dura piedra de la que estaba hecho el camino, pero los guardias estaban lo suficientemente distraídos observando los gráciles movimientos del elfo que sus oídos les habían traicionado. Aquel debía ser un trabajo sin demasiada demora, y Destino estaba haciendo demasiado ruido como para que los demás guardias (si los hubiese) se presentasen, así que el vampiro acabó rápido. Se colocó tras un guardia y le abrió el cuello con facilidad usando su daga, el otro guardia ahogó un grito al verle pero ya era demasiado tarde, cuando quiso darse cuenta Erzsébeth ya estaba agarrándole por la espalda, acariciando su cuello con los colmillos hacia fuera hasta que finalmente mordió y el hombre perdió la capacidad de moverse con libertad, le rajó la garganta y lo dejó con el cadáver caído de su compañero, juntos como habían estado desde un principio.
Ahora debía ayudar a Destino o ir directamente hacia el carro y llevarse las joyas. Pero la barrera seguiría activa mientras el brujo siguiese vivo, así que lo primordial era ayudar al elfo a acabar con ambos individuos ya que parecían tener un objetivo común (aunque las joyas eran todas para Cassandra, ni una más ni una menos, o sino perdería la cabeza) y así todos contentos. Caminando con tranquilidad se acercó por la espalda de los dos hombres, que al escuchar algo que había dicho Destino se giraron asombrados y el anciano algo asustado, el negro impasible.
—Solo soy una mujer que quiere unas cuantas joyas para lucir adecuadamente, ¿tan mal está? ¡Qué cruel es este mundo de hombres!... —dijo, y empezó a girar las dagas mientras seguía avanzando hacia el anciano sin apartar las vistas del negro.
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
La vampiresa no tardaría mucho en acabar con los guardias, por lo que a fin de cuentas solo quedarían Drafus y ese viejo hombre del carromato, no sería problema deshacerse de ellos, aunque Drafus era necesario, al menos hasta que revelara la ubicación del Coleccionista, el misterioso sujeto que era el objetivo de esta misión para el elfo.
Destino sacó su espada y apuntó con ella al pecho de Drafus -Alargarás tu vida si revelas la ubicación del Coleccionista- Dijo en tono más de amenaza que de ofrecimiento, sin embargo el sujeto no parecía intimidarse, sacó una espada que llevaba en su espalda y la clavó en el piso frente a él -Pobre niñato- Dijo mientras se echaba a reír lleno de confianza en su propia fuerza y en la poca que debía tener el joven elfo -Dejaré que ataques primero, a ver si tus acciones son tan grandes como tu boca- Profesó con un exceso de confianza tan grande que hacía que el arrogante elfo pareciera una criatura humilde -Insensato- Dijo el elfo lanzándose sobre él con un corte horizontal de espada que fue detenido por la espada de Drafus quien apenas la levantó un poco con una mano para bloquear el ataque, Destino dio un giro para atacar por el otro lado pero nuevamente fue bloqueado así que retrocedió para pensar en un mejor plan.
Drafus comenzó a reírse más, cosa que comenzaba a irritar al elfo -Yo te enseñaré a usar una espada- Dijo el oponente mientras lanzaba un agresivo espadazo hacia el costado derecho del elfo que, aunque consiguió bloquear el ataque, no contaba con la suficiente fuerza para soportar el empuje y tras un par de pasos fue a dar al piso, aunque no por mucho tiempo, justo al caer dio una voltereta en el piso hacia atrás hasta que consiguió levantarse y alejarse un poco más, por primera vez se enfrentaba a un espadachín que lo superaba en muchos aspectos, era más fuerte y aunque no era más rápido, podía leer los movimientos del elfo antes que éste los realizara.
El pelinegro se lanzó de nuevo usando esta vez su velocidad en lugar de solo fuerza, atacó por la derecha, izquierda, desde arriba, cortes, estocadas, giros, pero fue en vano, todos sus ataques resultaban bloqueados por ese formidable espadachín que ahora parecía invencible y estaba haciendo que el elfo comenzara a perder la paciencia.
El enjuto dueño del carromato había optado por esconderse tratando de evitar verse involucrado, aunque seguro la vampiresa ya lo tenía vigilado y no tardaría en hacerse cargo de él, aunque tal vez escondiera algún as bajo la manga.
Destino sacó su espada y apuntó con ella al pecho de Drafus -Alargarás tu vida si revelas la ubicación del Coleccionista- Dijo en tono más de amenaza que de ofrecimiento, sin embargo el sujeto no parecía intimidarse, sacó una espada que llevaba en su espalda y la clavó en el piso frente a él -Pobre niñato- Dijo mientras se echaba a reír lleno de confianza en su propia fuerza y en la poca que debía tener el joven elfo -Dejaré que ataques primero, a ver si tus acciones son tan grandes como tu boca- Profesó con un exceso de confianza tan grande que hacía que el arrogante elfo pareciera una criatura humilde -Insensato- Dijo el elfo lanzándose sobre él con un corte horizontal de espada que fue detenido por la espada de Drafus quien apenas la levantó un poco con una mano para bloquear el ataque, Destino dio un giro para atacar por el otro lado pero nuevamente fue bloqueado así que retrocedió para pensar en un mejor plan.
Drafus comenzó a reírse más, cosa que comenzaba a irritar al elfo -Yo te enseñaré a usar una espada- Dijo el oponente mientras lanzaba un agresivo espadazo hacia el costado derecho del elfo que, aunque consiguió bloquear el ataque, no contaba con la suficiente fuerza para soportar el empuje y tras un par de pasos fue a dar al piso, aunque no por mucho tiempo, justo al caer dio una voltereta en el piso hacia atrás hasta que consiguió levantarse y alejarse un poco más, por primera vez se enfrentaba a un espadachín que lo superaba en muchos aspectos, era más fuerte y aunque no era más rápido, podía leer los movimientos del elfo antes que éste los realizara.
El pelinegro se lanzó de nuevo usando esta vez su velocidad en lugar de solo fuerza, atacó por la derecha, izquierda, desde arriba, cortes, estocadas, giros, pero fue en vano, todos sus ataques resultaban bloqueados por ese formidable espadachín que ahora parecía invencible y estaba haciendo que el elfo comenzara a perder la paciencia.
El enjuto dueño del carromato había optado por esconderse tratando de evitar verse involucrado, aunque seguro la vampiresa ya lo tenía vigilado y no tardaría en hacerse cargo de él, aunque tal vez escondiera algún as bajo la manga.
Destino
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Destino parecía estar decepcionado e irritado con las actuaciones del hombre de tez negra, se leía en su contraído rostro por la tensión, como si se hubiese esperado que fuese tan débil como los guardias o como un cualquiera que lleve una espada, mas con el tamaño y destreza que poseía aquel espadachín, incluso siendo lo orgulloso y pretencioso que era el elfo, debía haberse dado cuenta de que sería una lucha de casi iguales antes de empezar a lanzar estocadas. Aquel hombre se movía como un gato, le sacaba el máximo partido a cada movimiento que realizaba, y estaba convirtiéndose en una lucha digna de verse. Pero ahora mismo ese era su problema, Erzsébeth había decidido centrarse en el que guardaba aquel tesoro por el que Cassandra le había enviado, dejando finalmente sus ojos posados únicamente en el mercader. Y no se iba a ir sin lo que su dueña anhelaba con tanto ahínco.
Cuando se acercó, el enjuto comenzó a correr desesperadamente agarrándose los bajos de la túnica para correr mejor, despreocupándose del carromato, ya que la barrera mágica seguía activa y parecía saber que los conocimientos acerca de cómo desactivar trampas que poseía el vampiro no serían suficientes para dejarla fuera de combate. Erzsébeth hizo un gesto de desagrado y comenzó a correr tras del viejo por todo el patio. Era un patio a juego con toda la fortaleza, igual de inmenso y con muchísimos caminos hechos de piedra y otros sin arreglar todavía.
El anciano corría bastante para tener la edad que aparentaba, pero no lo suficiente cuando llegó a una pared sin salida y se golpeó con ella, dándose la vuelta y mirando con ojos asustados al vampiro. Una de dos, o era la primera vez que estaba en aquel lugar y no lo conocía tanto como para saber por dónde huir, o es que los nervios le habían cegado tanto como para ir a parar a un callejón sin salida. Erzsébeth se acercó, dagas en mano, y le apuntó con una, mientras lanzaba la otra al aire y la volvía a recoger, una y otra vez.
—Se dice que más vale maña que fuerza —comenzó, cesando el movimiento con la otra daga y extendiendo el brazo hacia atrás para preparar un lanzamiento— pero al no conocer la naturaleza mágica de tu regalo, más me vale matarte y asegurarme de que así logre mi cometido —y lanzó la daga a la frente del anciano, que profirió un grito de horror hasta que el arma tocó su cara. Y no porque muriese, sino porque de pronto la daga estaba clavada en la pared, de la fuerza con la que la había lanzado, pero el anciano no estaba allí.
Erzsébeth se puso en guardia y miró hacia un lado y otro, sin ver nada. Corrió alterado hacia la pared, intentando arrancar la daga incrustada, y cuando lo consiguió unas llamas azules se acercaron por su flanco derecho con una velocidad increíble. Incluso habiéndola esquivado, el vampiro pudo sentir el calor que emanaba de aquel fuego peligroso. Cuando se giró para ver de dónde provenía el ataque, vio que ahora no había solo un anciano escuálido esperando para rematarle, sino que había cuatro rodeándole. Los cuatro rieron al unísono y, con varios gestos, comenzaron a producir flamas azules en sus manos, creando aquellos aros ridículos. El cazador ya conocía aquel truco, el viejo hizo que los aros se acercasen hacia él y una bola de humo verde hizo que el lugar se quedase completamente cubierto bajo un manto verdoso.
Lo que el anciano no sabía es que su juego favorito era el escondite. Se agachó aprovechando el humo y se dirigió hacia una de las siluetas. Aquel viejo estaba jugando con él con sus ilusiones, y no se lo iba a permitir. Averiguaría cuál era el verdadero, aunque tuviese que usar los propios trucos del mago contra él. Cuando llegó a la figura, intentó agarrarle una pierna, pero la mano se quedó colgando y la pierna se disipó. Uno menos, pensó, a la vez que daba una pequeña voltereta para ocultarse tras unos arbustos, lejos de las otras tres figuras.
Ahora tenía que pensar bien su próximo movimiento para no terminar chamuscado o, peor aun, teniendo que enfrentarse al negro con el que peleaba Destino.
Cuando se acercó, el enjuto comenzó a correr desesperadamente agarrándose los bajos de la túnica para correr mejor, despreocupándose del carromato, ya que la barrera mágica seguía activa y parecía saber que los conocimientos acerca de cómo desactivar trampas que poseía el vampiro no serían suficientes para dejarla fuera de combate. Erzsébeth hizo un gesto de desagrado y comenzó a correr tras del viejo por todo el patio. Era un patio a juego con toda la fortaleza, igual de inmenso y con muchísimos caminos hechos de piedra y otros sin arreglar todavía.
El anciano corría bastante para tener la edad que aparentaba, pero no lo suficiente cuando llegó a una pared sin salida y se golpeó con ella, dándose la vuelta y mirando con ojos asustados al vampiro. Una de dos, o era la primera vez que estaba en aquel lugar y no lo conocía tanto como para saber por dónde huir, o es que los nervios le habían cegado tanto como para ir a parar a un callejón sin salida. Erzsébeth se acercó, dagas en mano, y le apuntó con una, mientras lanzaba la otra al aire y la volvía a recoger, una y otra vez.
—Se dice que más vale maña que fuerza —comenzó, cesando el movimiento con la otra daga y extendiendo el brazo hacia atrás para preparar un lanzamiento— pero al no conocer la naturaleza mágica de tu regalo, más me vale matarte y asegurarme de que así logre mi cometido —y lanzó la daga a la frente del anciano, que profirió un grito de horror hasta que el arma tocó su cara. Y no porque muriese, sino porque de pronto la daga estaba clavada en la pared, de la fuerza con la que la había lanzado, pero el anciano no estaba allí.
Erzsébeth se puso en guardia y miró hacia un lado y otro, sin ver nada. Corrió alterado hacia la pared, intentando arrancar la daga incrustada, y cuando lo consiguió unas llamas azules se acercaron por su flanco derecho con una velocidad increíble. Incluso habiéndola esquivado, el vampiro pudo sentir el calor que emanaba de aquel fuego peligroso. Cuando se giró para ver de dónde provenía el ataque, vio que ahora no había solo un anciano escuálido esperando para rematarle, sino que había cuatro rodeándole. Los cuatro rieron al unísono y, con varios gestos, comenzaron a producir flamas azules en sus manos, creando aquellos aros ridículos. El cazador ya conocía aquel truco, el viejo hizo que los aros se acercasen hacia él y una bola de humo verde hizo que el lugar se quedase completamente cubierto bajo un manto verdoso.
Lo que el anciano no sabía es que su juego favorito era el escondite. Se agachó aprovechando el humo y se dirigió hacia una de las siluetas. Aquel viejo estaba jugando con él con sus ilusiones, y no se lo iba a permitir. Averiguaría cuál era el verdadero, aunque tuviese que usar los propios trucos del mago contra él. Cuando llegó a la figura, intentó agarrarle una pierna, pero la mano se quedó colgando y la pierna se disipó. Uno menos, pensó, a la vez que daba una pequeña voltereta para ocultarse tras unos arbustos, lejos de las otras tres figuras.
Ahora tenía que pensar bien su próximo movimiento para no terminar chamuscado o, peor aun, teniendo que enfrentarse al negro con el que peleaba Destino.
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
Destino caminaba en círculos alrededor de Drafus en busca de alguna opción de ataque, sin embargo parecía que el oponente sabía resguardar todos los puntos de ataque posible -Los buenos guerreros hacen que los adversarios vengan a ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su fortaleza- Susurró destino mientras detallaba la forma en que el sujeto establecía sus defensas y se preparaba para cualquier ataque, a fin de cuentas, siempre esperaba a que el elfo lo atacara y las veces que respondía era con contra ataques rápidos y precisos sin caer en un ataque constante, su estrategia era de defender y contra atacar, en eso se basaba todo, sabiendo eso, el pelinegro evitaría seguir cayendo en el mismo juego, debía cambiar la estrategia, pero ahora debía buscar la manera de cambiar las reglas del juego y hacer que fuera su oponente quien iniciara las acciones hostiles, pero ¿Cómo hacerlo? -Lo que impulsa a los adversarios a venir hacia ti por propia decisión es la perspectiva de ganar. Lo que desanima a los adversarios de ir hacia ti es la probabilidad de sufrir daños- Musitó Destino mientras planeaba una estrategia bastante arriesgada.
El elfo dejó caer su espada al piso para luego poner el pie derecho justo debajo del mango de la espada, tal vez el oponente pensaría que se daba por vencido y en efecto, así fue, tras dudarlo por unos instantes, Drafus por fin inició un ataque al ver que tenía la oportunidad de acabar por fin con un enemigo desarmado -Llega como el viento, muévete como el relámpago, y los adversarios no podrán vencerte- Susurró Destino para sí mismo mientras observaba la carrera emprendida por el adversario directamente hacia él, totalmente confiado de que ganaría fácilmente, pero al estar a unos pocos metros, el elfo levantó el pie bajo la espada con fuerza enviándola directamente hacia Drafus, quien con algo de sorpresa consiguió mover su espada para bloquear el ataque; aunque imaginaba que iba directo hacia una trampa, era muy tarde para detenerse a la velocidad que iba, por lo que no tuvo más remedio que continuar su carrera hasta terminar enviando un corte vertical directo a la cabeza del elfo que finalmente logró bloquear con el guante metálico de la mano izquierda; Drafus puso cara de sorpresa ante lo inesperado de aquella jugada, no tenía idea de que el guante tuviera alguna utilidad en combate y ese insignificante descuido tal vez le constaría la victoria.
Destino aprovechó el momento de duda del rival para tomar el brazo del oponente y girarlo para enviarlo al piso usando la misma fuerza de la carrera que traía, no sin antes deslizar los filos del guante por el brazo derecho de Drafus hasta hacer que soltara la espada, el elfo tomó la misma arma en el aire y la usó para clavarla en el hombro derecho del sujeto para luego girarla de lado eliminando completamente la movilidad del brazo, tras el grito de dolor el elfo continuó poniendo a prueba su velocidad, colocó un pie en el pecho del enemigo caído y tras sacar la espada de la herida, la incrustó en el brazo contrario a la altura del codo dividiendo el brazo del antebrazo; Drafus al fin estaba vencido, pero Destino no lo mataría aún, no sin saber dónde encontrar al Coleccionista, llevó la mano izquierda al cuello del herido oponente y lo apretó incrustando las filosas agujas del guante -Si hablas, conservarás tu vida- Dijo el pelinegro mientras hacía cada vez más presión sobre el cuello sangrante de Drafus.
Mientras tanto, una extraña niebla verdosa se había adueñado del lugar y comenzaba a cubrir también la ubicación del elfo, afortunadamente ya su batalla ya estaba ganada, por lo que su visibilidad no sería un problema; Destino levantó la vista un instante en busca de su aliada esperando que ésta no estuviera en serios problemas.
El elfo dejó caer su espada al piso para luego poner el pie derecho justo debajo del mango de la espada, tal vez el oponente pensaría que se daba por vencido y en efecto, así fue, tras dudarlo por unos instantes, Drafus por fin inició un ataque al ver que tenía la oportunidad de acabar por fin con un enemigo desarmado -Llega como el viento, muévete como el relámpago, y los adversarios no podrán vencerte- Susurró Destino para sí mismo mientras observaba la carrera emprendida por el adversario directamente hacia él, totalmente confiado de que ganaría fácilmente, pero al estar a unos pocos metros, el elfo levantó el pie bajo la espada con fuerza enviándola directamente hacia Drafus, quien con algo de sorpresa consiguió mover su espada para bloquear el ataque; aunque imaginaba que iba directo hacia una trampa, era muy tarde para detenerse a la velocidad que iba, por lo que no tuvo más remedio que continuar su carrera hasta terminar enviando un corte vertical directo a la cabeza del elfo que finalmente logró bloquear con el guante metálico de la mano izquierda; Drafus puso cara de sorpresa ante lo inesperado de aquella jugada, no tenía idea de que el guante tuviera alguna utilidad en combate y ese insignificante descuido tal vez le constaría la victoria.
Destino aprovechó el momento de duda del rival para tomar el brazo del oponente y girarlo para enviarlo al piso usando la misma fuerza de la carrera que traía, no sin antes deslizar los filos del guante por el brazo derecho de Drafus hasta hacer que soltara la espada, el elfo tomó la misma arma en el aire y la usó para clavarla en el hombro derecho del sujeto para luego girarla de lado eliminando completamente la movilidad del brazo, tras el grito de dolor el elfo continuó poniendo a prueba su velocidad, colocó un pie en el pecho del enemigo caído y tras sacar la espada de la herida, la incrustó en el brazo contrario a la altura del codo dividiendo el brazo del antebrazo; Drafus al fin estaba vencido, pero Destino no lo mataría aún, no sin saber dónde encontrar al Coleccionista, llevó la mano izquierda al cuello del herido oponente y lo apretó incrustando las filosas agujas del guante -Si hablas, conservarás tu vida- Dijo el pelinegro mientras hacía cada vez más presión sobre el cuello sangrante de Drafus.
Mientras tanto, una extraña niebla verdosa se había adueñado del lugar y comenzaba a cubrir también la ubicación del elfo, afortunadamente ya su batalla ya estaba ganada, por lo que su visibilidad no sería un problema; Destino levantó la vista un instante en busca de su aliada esperando que ésta no estuviera en serios problemas.
Destino
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
La tensión se apoderaba de él. La risita enfermiza del anciano estaba colmando el aire, enviando señales de que se sentía muy seguro en su juego de sombras y maniquíes, pero fomentar la ira de un cazador como Erzsébeth no era para nada una buena idea. Recordó las cazas en el bosque, cuando estaba sin a penas recursos y usaba armas espontáneas como palos muy afilados o lanzas que los guerreros dejaban por el camino, y recordó una vez que se enfrentó a varios animales a la vez; como no detectaba cuál era el más fuerte de todos y no se animaba a arriesgarse por perder la cabeza, decidió atacarlos a todos a la vez. Y por supuesto que en aquel momento era crucial mantenerse escondido y calcular distancias, sin embargo contra aquel viejo ilusionista tenía el mismo problema formulado de otra forma: no era saber quién era el más fuerte y colgar un colmillo de un collar como trofeo, era saber quién era el real y colgar su cabeza de una estaca después de haber robado todas sus joyas.
La niebla verdosa empezaba a disiparse y palabras provocadoras salían de los labios del enjuto, en plena seguridad de que Erzsébeth no tenía un buen plan. Cuando se asomó, vio que en su ingenuidad aquel hombre no se había movido, ni a las otras dos figuras restantes, ni un centímetro. Como si todo estuviese bajo un control total, absoluto, como si Erzsébeth fuera la presa. Pero yo soy un cazador, pensó, tú eres mi presa, y girando las dagas en ambas manos se levantó, desafiante, saliendo de los arbustos con un grito de guerra ininteligible. Estaba harto de aquel juego, y en lo que había estado agazapado había calculado las distancias con cierta precisión como para confiar en sus plenas facultades. Dos figuras a los lados y la última formando un pico.
Empezó una carrera esquivando fogonazos, y lanzó las dos dagas al unísono a las dos figuras de los laterales, con objeto de atravesarles el corazón y disipar dudas. Cuando la primera alcanzó su objetivo, no en el corazón pero sí en la cabeza, se deshizo entre humo verde y la daga terminó clavándose en un árbol, y cuando la segunda intentó hacer lo propio, dando de clavo en el pecho, terminó destruyendo la última ilusión y yendo a parar al barro que se había formado en el suelo. La tercera figura, a la que estaba acercándose a mano descubierta y sin más armas que sus propios colmillos, ahogó un grito y le lanzó un último intento, el cual esquivó con franca facilidad y se deslizó a un lateral. Aprovechó la sombra de la noche junto la que le proporcionaba un viejo árbol y se colocó a la espalda del viejo.
—¡Me he divertido jugando contigo, anciano! —dijo, y le clavó los colmillos en el cuello. Esta vez sí hubo sonido de carne desgarrándose, de sangre saliéndose de su sitio, de el éxtasis que tomaría como premio ante las faltas de respeto de aquel insignificante ilusionista. —Porque la gratitud es un lastre y la venganza un placer —y dejó su cuerpo exangüe en el suelo, manchado de sangre y barro. Corrió en busca de sus dos dagas y salió en busca de Destino.
Lo tenía todo controlado, al hombre alto y negro contra la espada y la pared —nunca mejor dicho— y se acercó dichoso y feliz a darle una palmadita en la espalda al elfo.
—Nuestros caminos se separan por ahora, Destino —musitó, viendo la cara de horror del hombre de tez de ébano y dedicándole una sonrisa al distinguido y misterioso Destino— debo terminar mi trabajo... ¡suerte terminando el tuyo, y hasta que volvamos a vernos!
Y fue hacia el carromato, comprobó que la barrera se hubiese disipado y levantó la lona que lo cubría. Las joyas estaban dispuestas en una fila, eran hermosas y violáceas, verdosas y aguamarina, todas en unos colores brillantes y arrebatadores. Un cristal las protegía, mas con el mango de la daga lo rompió en mil pedazos y metió todas las joyas en una bolsa de cuero que le había otorgado Cassandra, tenía runas inscritas, al parecer para ocultar algo. No cuestionó nada más y recordó que tenía otra bolsa que había encontrado en el bosque, era algo que debía revisar cuando tuviera la oportunidad.
Le echó un último vistazo al misterio que Destino era, suspiró y salió por el enorme pasillo hasta quedar fuera de la fotaleza. Ahora Cassandra volvería a él una vez más, por mero interés, pero algo era algo cuando no se tenía nada.
La niebla verdosa empezaba a disiparse y palabras provocadoras salían de los labios del enjuto, en plena seguridad de que Erzsébeth no tenía un buen plan. Cuando se asomó, vio que en su ingenuidad aquel hombre no se había movido, ni a las otras dos figuras restantes, ni un centímetro. Como si todo estuviese bajo un control total, absoluto, como si Erzsébeth fuera la presa. Pero yo soy un cazador, pensó, tú eres mi presa, y girando las dagas en ambas manos se levantó, desafiante, saliendo de los arbustos con un grito de guerra ininteligible. Estaba harto de aquel juego, y en lo que había estado agazapado había calculado las distancias con cierta precisión como para confiar en sus plenas facultades. Dos figuras a los lados y la última formando un pico.
Empezó una carrera esquivando fogonazos, y lanzó las dos dagas al unísono a las dos figuras de los laterales, con objeto de atravesarles el corazón y disipar dudas. Cuando la primera alcanzó su objetivo, no en el corazón pero sí en la cabeza, se deshizo entre humo verde y la daga terminó clavándose en un árbol, y cuando la segunda intentó hacer lo propio, dando de clavo en el pecho, terminó destruyendo la última ilusión y yendo a parar al barro que se había formado en el suelo. La tercera figura, a la que estaba acercándose a mano descubierta y sin más armas que sus propios colmillos, ahogó un grito y le lanzó un último intento, el cual esquivó con franca facilidad y se deslizó a un lateral. Aprovechó la sombra de la noche junto la que le proporcionaba un viejo árbol y se colocó a la espalda del viejo.
—¡Me he divertido jugando contigo, anciano! —dijo, y le clavó los colmillos en el cuello. Esta vez sí hubo sonido de carne desgarrándose, de sangre saliéndose de su sitio, de el éxtasis que tomaría como premio ante las faltas de respeto de aquel insignificante ilusionista. —Porque la gratitud es un lastre y la venganza un placer —y dejó su cuerpo exangüe en el suelo, manchado de sangre y barro. Corrió en busca de sus dos dagas y salió en busca de Destino.
Lo tenía todo controlado, al hombre alto y negro contra la espada y la pared —nunca mejor dicho— y se acercó dichoso y feliz a darle una palmadita en la espalda al elfo.
—Nuestros caminos se separan por ahora, Destino —musitó, viendo la cara de horror del hombre de tez de ébano y dedicándole una sonrisa al distinguido y misterioso Destino— debo terminar mi trabajo... ¡suerte terminando el tuyo, y hasta que volvamos a vernos!
Y fue hacia el carromato, comprobó que la barrera se hubiese disipado y levantó la lona que lo cubría. Las joyas estaban dispuestas en una fila, eran hermosas y violáceas, verdosas y aguamarina, todas en unos colores brillantes y arrebatadores. Un cristal las protegía, mas con el mango de la daga lo rompió en mil pedazos y metió todas las joyas en una bolsa de cuero que le había otorgado Cassandra, tenía runas inscritas, al parecer para ocultar algo. No cuestionó nada más y recordó que tenía otra bolsa que había encontrado en el bosque, era algo que debía revisar cuando tuviera la oportunidad.
Le echó un último vistazo al misterio que Destino era, suspiró y salió por el enorme pasillo hasta quedar fuera de la fotaleza. Ahora Cassandra volvería a él una vez más, por mero interés, pero algo era algo cuando no se tenía nada.
Bathory
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Re: [CERRADO] Las joyas perdidas [Libre] [Interpretativo]
A pesar de la espesa y misteriosa bruma, la rubia parecía haber logrado acabar con su oponente, lo cual dejaba al elfo con una preocupación menos, sólo debía enfocarse en Drafus y sacarle algo de información, aunque eso jamás había sido su fuerte; la vampiresa se acercó a despedirse del pelinegro, quien había disfrutado su presencia al menos por unos instantes, siempre era agradable encontrar un rostro amigo -Seguro la suerte volverá a juntar nuestros caminos- Dijo a la chica mientras la veía marcharse para cumplir lo que fuera que estuviera haciendo en ese lugar.
Aprovechando la distracción, el derrotado hombre al verse sin esperanzas de ganar, y ante la posibilidad de ser torturado para sacarle información, comenzó a golpear el piso con el talón de sus botas, parecía ser algo absurdo hasta que éstas comenzaron a incendiarse, parecían estar preparadas en una especie de solución inflamable capaz de provocar una combustión espontánea que en apenas unos instantes se extendió por sus piernas hasta casi alcanzar al elfo, quien debió saltar hacia un lado para poder alejarse de las llamas -No sacarás nada de mí, vivo ni muerto- Dijo el hombre mientras sonreía soportando el inmenso dolor que debían provocarle las quemaduras.
En unos instantes ya se había cubierto completamente de llamas y tras caminar unos pasos y delirar diciendo cosas inentendibles, cayó al piso completamente carbonizado, Destino había fallado en su misión, el sigilo era algo que debía seguir practicando si deseaba ser un verdadero asesino, rápido y silencioso pero a la vez, muy sutil y bien planificado.
El elfo se levantó del piso y decidió marcharse sin más, habiendo fallado en su misión por esta vez, ya tendría un mejor plan la próxima vez. Caminó de prisa hasta salir de aquel espantoso lugar al que esperaba no tener que volver en mucho tiempo.
Aprovechando la distracción, el derrotado hombre al verse sin esperanzas de ganar, y ante la posibilidad de ser torturado para sacarle información, comenzó a golpear el piso con el talón de sus botas, parecía ser algo absurdo hasta que éstas comenzaron a incendiarse, parecían estar preparadas en una especie de solución inflamable capaz de provocar una combustión espontánea que en apenas unos instantes se extendió por sus piernas hasta casi alcanzar al elfo, quien debió saltar hacia un lado para poder alejarse de las llamas -No sacarás nada de mí, vivo ni muerto- Dijo el hombre mientras sonreía soportando el inmenso dolor que debían provocarle las quemaduras.
En unos instantes ya se había cubierto completamente de llamas y tras caminar unos pasos y delirar diciendo cosas inentendibles, cayó al piso completamente carbonizado, Destino había fallado en su misión, el sigilo era algo que debía seguir practicando si deseaba ser un verdadero asesino, rápido y silencioso pero a la vez, muy sutil y bien planificado.
El elfo se levantó del piso y decidió marcharse sin más, habiendo fallado en su misión por esta vez, ya tendría un mejor plan la próxima vez. Caminó de prisa hasta salir de aquel espantoso lugar al que esperaba no tener que volver en mucho tiempo.
Destino
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