Orgullo de mercaderes [Interpretativo] [Libre 1/2] [CERRADO]

Eoghan se fijó en el gesto del collar. Era obvio que ella, tal y como decía, comprendía lo que él quería decir. En lugar de preguntar, no hizo otra cosa si no poner una mano en el hombro de la joven y frotar suavemente en un silente gesto de empatía. Era obvio que pensar de aquella manera resultaba triste para Alanna.

-Vivir con la sombra del pasado es bueno, es un recordatorio de lo que somos y a dónde hemos llegado, lo malo sería anclarse a ella. -Le dijo, como puntillo de optimismo, y volvió a sonreír con su habitual vigor y su paso reanudó su velocidad habitual. -He aprendido que, aunque el mundo sea duro, hay que aprovechar el presente. Puede que no sea fácil ni todo lo agradable que a algunos nos gustaría, pero es la clave, ¿no? Sobreponerse y tirar hacia delante.

No iba a decir que todo pasaba por un motivo, porque no era así, pero lo que sí era cierto es que todo lo que pasaba podía aprovecharse de una forma o de otra. Solo había que buscarle la perspectiva adecuada y encontrar una forma de avanzar... Aunque no fuera lo que se decía, un camino de rosas.

En su caso no lo era, pero también es cierto que podía haber sido mucho peor. En lugar de haber recurrido a la ayuda del Jarl y acabar como su mozo de cuadras o un guerrero de segunda fila como él estaba seguro que iba a acabar, decidió coger la espada de su padre, sus bártulos más básicos de herrería y marcharse tras cremar los cuerpos de su madre y su padre en una pira conjunta como ellos habían mencionado más de una vez.

Desde entonces no conoció lo que significaba vivir con seguridad. Sin el miedo a quedarse sin dinero de un día para otro, ser asaltado o no tener para comer en una semana, y debía de admitir, que aquella sensación resultaba estimulante, aunque le crispase los nervios muchas veces. Por otra parte, el dedicarse a perseguir bandas de bandidos y a ayudar a la gente resultaba lo que él necesitaba; un incentivo a la vida errante, aunque en muchas ocasiones se le antojase solitaria y llena de bajones anímicos.

Lo curioso era que, desde que abandonó el pueblo, rara vez enfermaba. Tan solo lo hizo una vez al principio cuando, desprovisto de cualquier tipo de abrigo, se caló hasta los huesos y tuvo que pararse una semana en la siguiente posada hasta que se le pasó el resfriado y la fiebre. La cantidad de dinero que se había gastado en aquello le hacía pensar ahora, que quizás no fuera para tanto, pero a la vez aquello fue lo que le hizo darse cuenta de que necesitaba la capa y el guardapolvos, o se pasaría mucho tiempo así, metido en una cama con fiebre y tosiendo hasta que los pulmones le colgasen por la boca.

-De hecho, no puedo decir que el que hayan matado a mi padre y a mi madre me haya beneficiado en absoluto, pero he aprendido mucho de ello. -Explicó a medida que se colaban en el barrio de los mercaderes. Apoyaba el bastón de la lanza en el suelo de cuando en vez, no como apoyo, sino por comodidad y seguridad. Era obvio que si la llevaba colgando en la mano alguien iba a tener un accidente, y eso no les convenía ni a él ni a la joven guardia.-¿Los echo de menos? Demonios, sí. Pero no puedo lamentarme por ello constantemente, tengo que coger al toro por los cuernos y darle su merecido.

-Si aceptan aprendices quizás les ofrezca mis servicios una temporada, aunque como ya sabes, soy un luchador, no un artesano. -Dijo, mientras la seguía hasta la alfarería. El interior estaba relativamente vacío, sin clientes, pero los artesanos estaban afanados en trabajar en lo que parecía una cantidad asombrosa de pedidos, sobre todo trabajos menores de bisutería. Cuando la joven saludó, una mujer de mediana edad, más bien alta pero también con unas pintas de matrona temible que no podía con ellas, los saludó desde el mostrador.

-¡Buenos días tenga usté, señorita! Y al mozalbete también ya qu'estamos, ¿qué tripa se les ha r...? ¿Qué les trae por nuestro, uhm... Humilde negosío? -Eoghan apretó los labios. Aquel acento marcado denotaba que esa mujer probablemente no sabía leer ni escribir, y por tanto hablar adecuadamente, pero al menos le entendía.

En fin, estaba siendo un buen día. Largo, pero un buen día al fin y al cabo, y eso ya era más de lo que había conseguido hasta ahora en esas pocas jorndas que llevaba en Lunargenta. Quizás su suerte estaba a punto de cambiar, o quizás fue él quien la cambió. Sea como fuere, no les quedó otra más que negociar durante un rato para obtener un buen precio por las nuevas vidrieras.