El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
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El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Había llegado a una nueva ciudad. Lunargenta. La capital del mundo. La ciudad de las oportunidades y donde toda mi vida había escuchado que la gente se iba a vivir “el sueño peninsular”, de la península de Verisar. Que la gente fuese allí masivamente aumentaba sin duda la pobreza en la ciudad, pues mucha gente sin capacidad técnica ni económica iba allí en busca de trabajo que probablemente no encontraría, por saturación el mercado, aumentando el número de barrios de mala muerte y de mendigos por las calles. En cierto modo el sueño peninsular acababa convirtiéndose en una pesadilla. Aquello era algo típico de las grandes metrópolis.
Pero yo no estaba allí en busca de una nueva vida. Me había bajado hace diez minutos de un barco desde las islas illidenses. “Mi padre”, que era de allí, se había ofrecido a enseñarme la ciudad. Rechacé todo contacto con él y preferí ir de por libre. No lo necesitaba para nada. Por lo tanto cuando el barco arribó, tomamos caminos distintos y totalmente independientes. Observé aquel extraño lugar, en el que no se veía bosque por ninguna parte. Tan solo gentío, demasiado. Y edificios. Mucho más altos que los de Beltrexus.
Sin embargo, mientras caminaba por las abarrotadas calles de la ciudad, no podía dejar de pensar en lo miserable que se había convertido mi vida en cuestión de poco tiempo. Me sentía como una marioneta de mi madre y del catedrático Dorian. No me contaban la mayoría de las cosas, que dirigían en secreto, haciéndome sentir a mí como mera recadera a sueldo. Y para colmo, había descubierto que mi auténtico padre, que se supone que era un valiente héroe de guerra que falleció en combate, en realidad estaba vivo y era un borracho acabado de la capital.
En cualquier caso estaba allí había parado en el continente para encontrar a los últimos integrantes de “Los Cazadores”. Extinto grupo al que había pertenecido el catedrático Dorian y del que yo pensaba que era el último integrante, tras una masacre en la que los vampiros terminaron con ellos en una gigantesca batalla. Sin embargo, quedaban dos miembros aún vivos. De ambos, el que vivía en Lunargenta era un médico y vampirólogo humano en Lunargenta, Malcolm Watson. Ese sería mi primer objetivo. Claro que encontrarlo allí sería como buscar una aguja en un pajar. La ciudad era más grande de lo que yo me esperaba.
Tras un rato andando por la ciudad, me di cuenta de que estaba caminando hacia ninguna parte. Un poco perdida y tratando de buscar alguna referencia para orientarme. Era una mañana soleada. ¿Cuál es el primer sitio en el que buscar? Una taberna. Además quién sabe si podía encontrar algún otro tipo de trabajo para ganarme unos honrados aeros.
Ver entrar a una mujer con cuero negro, con equipo pesado de caza: una ballesta a dos manos a la espalda, con modificaciones estéticas visibles. Dos ballestas de mano menores y un par de bombas de nitrógeno colgadas del cinturón, y una pequeña faltriquera lateral en la que llevaba. Era mi equipo habitual de caza. A fin de cuentas. Era una profesional.
Además, era la única mujer de la taberna. Y las miradas que me echaban los otros tipos no eran demasiado… limpias. Imagino lo que estarían pensando. Por su propio bien espero que no se les ocurra decir nada. Yo era bastante antisocial, y máxime aquel día que estaba de mal humor.
-Ron – dije al tabernero, escuetamente. A la vez que sacaba un aero para pagar.
-Marchando – respondió sirviéndome la bebida. Los taberneros solían tener ideas.
-Disculpe. Debo realizarle una pregunta discreta – le dije en voz baja - ¿Sabe usted dónde hay un vampirólogo por la ciudad?.
El hombre quedó pensativo unos instantes.
-Un vampirólogo… un vampirólogo… Hmm… No habrá muchos en la ciudad, desde luego - se decía a sí mismo con una sonrisa. – No conozco. Pero deberías preguntar en el barrio de mercaderes. Es allí donde se encuentran todos los negocios de todo tipo. Tendrás más posibilidades de encontrarlo.
Le devolví un gesto de gratitud con la cabeza. Al menos ya tenía una localización más acotada. Me senté en una mesa. Estaba algo cansada pues había dormido poco durante el viaje. Así que primero descansaría y me tomaría tranquilamente mi bebida antes de partir.
Pero yo no estaba allí en busca de una nueva vida. Me había bajado hace diez minutos de un barco desde las islas illidenses. “Mi padre”, que era de allí, se había ofrecido a enseñarme la ciudad. Rechacé todo contacto con él y preferí ir de por libre. No lo necesitaba para nada. Por lo tanto cuando el barco arribó, tomamos caminos distintos y totalmente independientes. Observé aquel extraño lugar, en el que no se veía bosque por ninguna parte. Tan solo gentío, demasiado. Y edificios. Mucho más altos que los de Beltrexus.
Sin embargo, mientras caminaba por las abarrotadas calles de la ciudad, no podía dejar de pensar en lo miserable que se había convertido mi vida en cuestión de poco tiempo. Me sentía como una marioneta de mi madre y del catedrático Dorian. No me contaban la mayoría de las cosas, que dirigían en secreto, haciéndome sentir a mí como mera recadera a sueldo. Y para colmo, había descubierto que mi auténtico padre, que se supone que era un valiente héroe de guerra que falleció en combate, en realidad estaba vivo y era un borracho acabado de la capital.
En cualquier caso estaba allí había parado en el continente para encontrar a los últimos integrantes de “Los Cazadores”. Extinto grupo al que había pertenecido el catedrático Dorian y del que yo pensaba que era el último integrante, tras una masacre en la que los vampiros terminaron con ellos en una gigantesca batalla. Sin embargo, quedaban dos miembros aún vivos. De ambos, el que vivía en Lunargenta era un médico y vampirólogo humano en Lunargenta, Malcolm Watson. Ese sería mi primer objetivo. Claro que encontrarlo allí sería como buscar una aguja en un pajar. La ciudad era más grande de lo que yo me esperaba.
Tras un rato andando por la ciudad, me di cuenta de que estaba caminando hacia ninguna parte. Un poco perdida y tratando de buscar alguna referencia para orientarme. Era una mañana soleada. ¿Cuál es el primer sitio en el que buscar? Una taberna. Además quién sabe si podía encontrar algún otro tipo de trabajo para ganarme unos honrados aeros.
Ver entrar a una mujer con cuero negro, con equipo pesado de caza: una ballesta a dos manos a la espalda, con modificaciones estéticas visibles. Dos ballestas de mano menores y un par de bombas de nitrógeno colgadas del cinturón, y una pequeña faltriquera lateral en la que llevaba. Era mi equipo habitual de caza. A fin de cuentas. Era una profesional.
Además, era la única mujer de la taberna. Y las miradas que me echaban los otros tipos no eran demasiado… limpias. Imagino lo que estarían pensando. Por su propio bien espero que no se les ocurra decir nada. Yo era bastante antisocial, y máxime aquel día que estaba de mal humor.
-Ron – dije al tabernero, escuetamente. A la vez que sacaba un aero para pagar.
-Marchando – respondió sirviéndome la bebida. Los taberneros solían tener ideas.
-Disculpe. Debo realizarle una pregunta discreta – le dije en voz baja - ¿Sabe usted dónde hay un vampirólogo por la ciudad?.
El hombre quedó pensativo unos instantes.
-Un vampirólogo… un vampirólogo… Hmm… No habrá muchos en la ciudad, desde luego - se decía a sí mismo con una sonrisa. – No conozco. Pero deberías preguntar en el barrio de mercaderes. Es allí donde se encuentran todos los negocios de todo tipo. Tendrás más posibilidades de encontrarlo.
Le devolví un gesto de gratitud con la cabeza. Al menos ya tenía una localización más acotada. Me senté en una mesa. Estaba algo cansada pues había dormido poco durante el viaje. Así que primero descansaría y me tomaría tranquilamente mi bebida antes de partir.
Última edición por Huracán el Sáb Ene 30 2016, 09:03, editado 2 veces
Anastasia Boisson
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Desde las tierras del este, zona de licántropos y frondosos bosques verdes, tampoco había mucha distancia hasta Lunargenta, así que realizó todo el camino a pie.
Se le hacía raro ese sentimiento que sentía al irse de Ulmer, y dejar atrás a la pelirroja. Hacía ya mucho tiempo que no sentía aquello, y menos conociendo tan poco a la otra persona, pero aquella humana había calado muy rápido en la dragona. Aquello era otro motivo por el cual debía irse. No había logrado encontrar la flor que concedería a la pareja de licántropos unirse en matrimonio, y aun sus dientes chirriaban al apretar la mandíbula cuando lo pensada, aquella dichosa flor no le provocaba más que dolores de cabeza, aunque estaba segura de que Jeremías conseguiría hacerse con ella y ganarse la mano de su amada.
El viaje no había sido muy duro, las temperaturas del sur solían ser más llevaderas, incluso en época de lluvias. Hacía relativamente poco que se había ido del norte, y ya añoraba el frio, aunque bañarse con el resplandeciente sol calentando su blanca piel, lavar la ropa y que esta se secase en un abrir y cerrar de ojos… pequeñas delicias del calor. Aunque también tenía sus inconvenientes. A pesar de que su armadura nueva fuese bastante ligera, en las horas puntas de sol, la mujer dragón sentía ahogarse, por lo que debía quitarse el casco muy a menudo.
Las noches refrescaban gracias a la lluvia, una lluvia que traía consigo unas nubes grandes y negras que no dejaban ver el cielo y las estrellas.
Tantos días sola le dieron para pensar en ciertas cosas que habían pasado en Ulmer, aquella tierra ya no debía ser una prohibición para ella, se había sentido mucho mejor consigo misma al rememorar ciertos puntos de su pasado que habían quedado anclados en ella. Ahora, al menos ese tema, parecía no comerle la conciencia a remordimientos.
A lo lejos, perfilado por la luz de la mañana, Levia podía ver ya las primeras casas de la cuidad. Hacía ya mucho tiempo que no pisaba aquel lugar.
Un humano testarudo, una lamia. Sangre, heridas. Un hombre bestia sabelotodo, fuego.
La mujer dragón alzó la mano para mirar su mano, como si pudiese ver bajo el negro guantelete la herida que ahora formaba parte de su piel, recordándole tiempos pasados. A medida que se iba acercando, dejando atrás la tierra de los lobos, la mujer no podía evitar pensar en aquel humano. Un humano que se había ganado su confianza, y por el que había hecho mucho, y si hubiese sido necesario, hubiese hecho más. Ojala estuviese bien. Pensó ya ente los grandes muros de la ciudad de las oportunidades, la suerte y las desgracias.
Todo estaba más o menos como ella recordaba: mucha gente por todas partes, un mercado en el que se podía encontrar de todo un poco, casas en su mayoría de dos pisos con ropa secándose en las ventanas. No muy alejado del centro la mujer se encontraría con la plaza que daba a los gremios, donde conoció en su momento a Einar, el maestro herrero. Pasaría a verle, pero primero haría una pequeña visita a la taberna. Esperaba que los humos estuviesen mejor tras el entierro.
La taberna tampoco había cambiado mucho, quizás los taburetes eran nuevos, ya que se veían de diferente color, seguramente alguien bajo los efectos de alcohol se había encargado en ayudar con la nueva decoración. Cerró la puerta haciendo algo de ruido, aunque apenas se notó con el barullo que había dentro. Esa mañana, al parecer, había muchos hombres bebiendo en ese local. Por el olor que salía de las cocina, ya habrían empezado la ronda de comidas del medio día.
Levia e encaminó hacia la barra, donde había una mujer de espaldas a ella bien servida de armas, portaba el casco en la manos, sus armas colgadas a la espalda. Su cabello negro estaba suelto, y como una tormenta de rizos caían sobre la armadura del mismo color. Se había puesto esencia de lavanda, un olor que le encantaba y además le ayudaba a tapar su olor a dragón.
-Una jarra de aguamiel- dijo cuando su mirada y la del tabernero se cruzaron. Su cabeza andaba entre recuerdos del pasado y recados pendientes del presente, un trago le sentaría la mar de bien.
Se le hacía raro ese sentimiento que sentía al irse de Ulmer, y dejar atrás a la pelirroja. Hacía ya mucho tiempo que no sentía aquello, y menos conociendo tan poco a la otra persona, pero aquella humana había calado muy rápido en la dragona. Aquello era otro motivo por el cual debía irse. No había logrado encontrar la flor que concedería a la pareja de licántropos unirse en matrimonio, y aun sus dientes chirriaban al apretar la mandíbula cuando lo pensada, aquella dichosa flor no le provocaba más que dolores de cabeza, aunque estaba segura de que Jeremías conseguiría hacerse con ella y ganarse la mano de su amada.
El viaje no había sido muy duro, las temperaturas del sur solían ser más llevaderas, incluso en época de lluvias. Hacía relativamente poco que se había ido del norte, y ya añoraba el frio, aunque bañarse con el resplandeciente sol calentando su blanca piel, lavar la ropa y que esta se secase en un abrir y cerrar de ojos… pequeñas delicias del calor. Aunque también tenía sus inconvenientes. A pesar de que su armadura nueva fuese bastante ligera, en las horas puntas de sol, la mujer dragón sentía ahogarse, por lo que debía quitarse el casco muy a menudo.
Las noches refrescaban gracias a la lluvia, una lluvia que traía consigo unas nubes grandes y negras que no dejaban ver el cielo y las estrellas.
Tantos días sola le dieron para pensar en ciertas cosas que habían pasado en Ulmer, aquella tierra ya no debía ser una prohibición para ella, se había sentido mucho mejor consigo misma al rememorar ciertos puntos de su pasado que habían quedado anclados en ella. Ahora, al menos ese tema, parecía no comerle la conciencia a remordimientos.
A lo lejos, perfilado por la luz de la mañana, Levia podía ver ya las primeras casas de la cuidad. Hacía ya mucho tiempo que no pisaba aquel lugar.
Un humano testarudo, una lamia. Sangre, heridas. Un hombre bestia sabelotodo, fuego.
La mujer dragón alzó la mano para mirar su mano, como si pudiese ver bajo el negro guantelete la herida que ahora formaba parte de su piel, recordándole tiempos pasados. A medida que se iba acercando, dejando atrás la tierra de los lobos, la mujer no podía evitar pensar en aquel humano. Un humano que se había ganado su confianza, y por el que había hecho mucho, y si hubiese sido necesario, hubiese hecho más. Ojala estuviese bien. Pensó ya ente los grandes muros de la ciudad de las oportunidades, la suerte y las desgracias.
Todo estaba más o menos como ella recordaba: mucha gente por todas partes, un mercado en el que se podía encontrar de todo un poco, casas en su mayoría de dos pisos con ropa secándose en las ventanas. No muy alejado del centro la mujer se encontraría con la plaza que daba a los gremios, donde conoció en su momento a Einar, el maestro herrero. Pasaría a verle, pero primero haría una pequeña visita a la taberna. Esperaba que los humos estuviesen mejor tras el entierro.
La taberna tampoco había cambiado mucho, quizás los taburetes eran nuevos, ya que se veían de diferente color, seguramente alguien bajo los efectos de alcohol se había encargado en ayudar con la nueva decoración. Cerró la puerta haciendo algo de ruido, aunque apenas se notó con el barullo que había dentro. Esa mañana, al parecer, había muchos hombres bebiendo en ese local. Por el olor que salía de las cocina, ya habrían empezado la ronda de comidas del medio día.
Levia e encaminó hacia la barra, donde había una mujer de espaldas a ella bien servida de armas, portaba el casco en la manos, sus armas colgadas a la espalda. Su cabello negro estaba suelto, y como una tormenta de rizos caían sobre la armadura del mismo color. Se había puesto esencia de lavanda, un olor que le encantaba y además le ayudaba a tapar su olor a dragón.
-Una jarra de aguamiel- dijo cuando su mirada y la del tabernero se cruzaron. Su cabeza andaba entre recuerdos del pasado y recados pendientes del presente, un trago le sentaría la mar de bien.
Levia
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
El viaje desde las Tierras del Este había sido largo y agotador, pero por por fin se iba acercando a su final.
Tras semanas a pie evadiendo los caminos más transitados y evitando el trato con todo humano llegó a una conclusión: no podía seguir evitándolos eternamente. Si bien la mayoría no se ganaban el aire que respiraban aún había algunos que podían darle cierta guerra al hombre-lagarto, y sus cicatrices así lo atestiguaban.
Puede que fuesen estúpidos, zalameros, falsos y débiles, pero seguían siendo muchos más que cualquier otra raza, al menos por ahora, y si quería traer la baza ganadora a su especie iba a tener que mezclarse con esos detestables primates y aprender de sus costumbres, y qué mejor sitio que Lunargenta para hacerlo, ciudad de ciudades y una de las cunas de esa civilización.
Poco a poco fue acercándose más a los caminos principales, aunque los peatones parecían evitarle igualmente debido a su aspecto, como se esperaba de esos cerdos peludos y cínicos.
La coartada perfecta sería empezar a trabajar como mercenario y cazador a sueldo, puede que de guardabosques si lograba ser aceptado en la comunidad.
Sacando fuerzas de flaqueza e imitando lo mejor que recordaba los deplorables diálogos humanos iba aprendiendo sus "modales", y aunque le seguía costando mucho integrarse de manera pacífica entre otras razas aprendió que un paso fundamental era no portar el arma en las manos al dirigirse a alguien, por el motivo que fuese.
De vez en cuando si tenía un mal día se daba un capricho con la tierna carne de algún viajero incauto, aunque mantenía el número bajo mínimos para evitar levantar muchas sospechas.
En verdad era una carne sabrosa la de los humanos y elfos, aunque estos últimos dejaban un regustillo dulzón que no acababa de convencerle.
Por fin, tras incontables carromatos y falsa camaradería llegó a las puertas de la dichosa ciudad, bien protegida como estaba.
En aquel momento fue consciente de por qué su gloriosa raza aún no se había alzado para acabar de una vez por todas con esa plaga de simios vestidos: su tecnología era mil veces más avanzada.
Por supuesto que los hombres-bestia conocían la mayoría de avances del período, pero otra cosa muy distinta era contar con los medios para su producción en masa.
Semejantes muros de piedra jamás serían un problema frente a espadas, hachas y mazas. Haría falta como mínimo un escuadrón de catapultas para hacerle alguna mella al cordón defensivo que envolvía la ciudad.
Maquinando aún algún plan brillante para acceder a tales maravillas, Fennel cruzó las puertas de la ciudad con cuidado de no establecer contacto ocular con los guardias en ningún momento.
Se encontraba en una gran plaza llena de vendedores y mercachifles que anunciaban sus productos, muchos de ellos de dudosa utilidad ante los atónitos y curiosos ojos del hombre-lagarto.
Las casas, de dos pisos la mayoría y también de piedra, dejaban en ridículo la choza del cacique de su tribu, y algunos edificios de los que salían nubes de humo y hollín, los cuales había aprendido que se llamaban "forjas", parecían arder con llamas salidas del mismísimo Inframundo.
¿Por dónde empezar sus andanzas en tan grande población? Lo más seguro sería ir a una posada o taberna, en la cual se podría informar de la actualidad local y preguntar por algún trabajo que usar de tapadera para su estancia allí.
Tras avanzar unos minutos por las calles de la ciudad llegó a lo que parecía su próximo destino, por lo que podía ver desde fuera.
Haciendo gala de sus toscos y recién adquiridos modales, Escamanegra cruzó la entrada y tomó asiento cerca de la barra, como habían hecho antes que él otras dos mujeres.
Una de ellas iba fuertemente pertrechada con todo tipo de armamento, así que no era buena idea buscar pelea en esta situación.
Además, él seguía siendo un extranjero horrendo y del que era fácil desconfiar en una ciudad de desconocidos hostiles.
Una jarra de hidromiel, ssseñor, dijo levantando la mano para llamar la atención del tabernera.
¿Había dicho bien el nombre de la maldita bebida?
Tras semanas a pie evadiendo los caminos más transitados y evitando el trato con todo humano llegó a una conclusión: no podía seguir evitándolos eternamente. Si bien la mayoría no se ganaban el aire que respiraban aún había algunos que podían darle cierta guerra al hombre-lagarto, y sus cicatrices así lo atestiguaban.
Puede que fuesen estúpidos, zalameros, falsos y débiles, pero seguían siendo muchos más que cualquier otra raza, al menos por ahora, y si quería traer la baza ganadora a su especie iba a tener que mezclarse con esos detestables primates y aprender de sus costumbres, y qué mejor sitio que Lunargenta para hacerlo, ciudad de ciudades y una de las cunas de esa civilización.
Poco a poco fue acercándose más a los caminos principales, aunque los peatones parecían evitarle igualmente debido a su aspecto, como se esperaba de esos cerdos peludos y cínicos.
La coartada perfecta sería empezar a trabajar como mercenario y cazador a sueldo, puede que de guardabosques si lograba ser aceptado en la comunidad.
Sacando fuerzas de flaqueza e imitando lo mejor que recordaba los deplorables diálogos humanos iba aprendiendo sus "modales", y aunque le seguía costando mucho integrarse de manera pacífica entre otras razas aprendió que un paso fundamental era no portar el arma en las manos al dirigirse a alguien, por el motivo que fuese.
De vez en cuando si tenía un mal día se daba un capricho con la tierna carne de algún viajero incauto, aunque mantenía el número bajo mínimos para evitar levantar muchas sospechas.
En verdad era una carne sabrosa la de los humanos y elfos, aunque estos últimos dejaban un regustillo dulzón que no acababa de convencerle.
Por fin, tras incontables carromatos y falsa camaradería llegó a las puertas de la dichosa ciudad, bien protegida como estaba.
En aquel momento fue consciente de por qué su gloriosa raza aún no se había alzado para acabar de una vez por todas con esa plaga de simios vestidos: su tecnología era mil veces más avanzada.
Por supuesto que los hombres-bestia conocían la mayoría de avances del período, pero otra cosa muy distinta era contar con los medios para su producción en masa.
Semejantes muros de piedra jamás serían un problema frente a espadas, hachas y mazas. Haría falta como mínimo un escuadrón de catapultas para hacerle alguna mella al cordón defensivo que envolvía la ciudad.
Maquinando aún algún plan brillante para acceder a tales maravillas, Fennel cruzó las puertas de la ciudad con cuidado de no establecer contacto ocular con los guardias en ningún momento.
Se encontraba en una gran plaza llena de vendedores y mercachifles que anunciaban sus productos, muchos de ellos de dudosa utilidad ante los atónitos y curiosos ojos del hombre-lagarto.
Las casas, de dos pisos la mayoría y también de piedra, dejaban en ridículo la choza del cacique de su tribu, y algunos edificios de los que salían nubes de humo y hollín, los cuales había aprendido que se llamaban "forjas", parecían arder con llamas salidas del mismísimo Inframundo.
¿Por dónde empezar sus andanzas en tan grande población? Lo más seguro sería ir a una posada o taberna, en la cual se podría informar de la actualidad local y preguntar por algún trabajo que usar de tapadera para su estancia allí.
Tras avanzar unos minutos por las calles de la ciudad llegó a lo que parecía su próximo destino, por lo que podía ver desde fuera.
Haciendo gala de sus toscos y recién adquiridos modales, Escamanegra cruzó la entrada y tomó asiento cerca de la barra, como habían hecho antes que él otras dos mujeres.
Una de ellas iba fuertemente pertrechada con todo tipo de armamento, así que no era buena idea buscar pelea en esta situación.
Además, él seguía siendo un extranjero horrendo y del que era fácil desconfiar en una ciudad de desconocidos hostiles.
Una jarra de hidromiel, ssseñor, dijo levantando la mano para llamar la atención del tabernera.
¿Había dicho bien el nombre de la maldita bebida?
Fennel Escamanegra
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Observaba lo variopinta que era la gente en aquel lugar. En Beltrexus todos éramos más o menos parecidos, brujos o bribones la mayoría, pero prácticamente nos conocíamos entre todos nosotros. Allí en cambio, cada uno se dedicaba a sus asuntos y la gente se ignoraba.
De eso me di cuenta cuando sentí sentarse a mi lado a una mujer morena que pidió aguamiel colocarse junto a mí. Tenía un cierto perfume a alguna extraña flor… No sabía mucho de botánica. Aunque olía bien, la verdad. Pero nadie parecía conocerla por allí.
El siguiente que entró, o más bien lo siguiente que entró, fue una especie de reptil gigante bípedo. Seseaba. O al menos cuando pidió una jarra de hidromiel. Este sí que olía a diablos. Madre mía. ¿En serio dejaban andar semejante monstruo por las calles tan tranquilos? Los brujos teníamos fama de racistas. De hecho, yo misma era bastante xenófoba. A fin de cuentas. Cazaba vampiros, aunque estos eran malvados y merecían su destino. Pero además, me mostraba bastante distante con otras razas del continente y me guardaba mis opiniones personales de las mismas. Nunca decía nada a menos que me enfadasen. A fin de cuentas, no quería buscar problemas.
Terminé mi bebida en silencio. Tampoco tardé demasiado. Tenía mucho por hacer, así que sin despedirme siquiera del camarero me di una vuelta rápida sobre mi taburete y me dispuse a salir del local. En cuanto salí por la puerta, la calle estaba aún más abarrotada que cuando la dejé por última vez. Me agobiaba tanta gente.
Nada más salir por la puerta, un humano tropezó conmigo, se disculpó con una sonrisa y siguió avanzando. Me llevé la mano al bolsillo para recolocar mi bolsa de aeros, pero me di cuenta de que… ¡me la había robado! ¡Será cabrón!
-¡Eh! ¡Ladrón! Vuelve aquí. – grité. Pero no tuve ni tiempo de salir corriendo tras él pues otro hombre, moreno, de pelo corto con un pequeño moño, y armado con ropaje de tela y pecho descubierto, le disparó con una ballesta, ligeramente parecida a la mía. Dejándolo ensartado por el hombro contra la pared de la taberna, que era de madera. Le sacudió un puñetazo antes de reclamarle mi dinero, que se lo devolvió suplicándole piedad.
-No tienes estilo para trabajar en este barrio. – le dijo sacudiéndole un nuevo moquete. Justo antes de sacarle la flecha. – Largo de aquí. - El hombre le liberó arrancándole de cuajo el virote, quedando eso sí la punta dentro del hombro del mismo. Salió corriendo. Mientras que el que recuperó mi dinero miró hacia mí y me tiró la bolsa de monedas, que tomé rápidamente. –No tienes pinta de ser de aquí. Lindon Treyson. A su servicio.
Al menos no todo el mundo mostraba descortesía, había encontrado a alguien que parecía ser un buen tipo por su apariencia.
-Beltrexus. – le respondí escuetamente, sin ni siquiera agradecerle su gesto altruista. El don de palabra no era algo muy mío. Solía pensar más que hablar. Sobretodo con la gente con la que no tenía confianza – Busco el barrio de mercaderes. – el hombre volvió a sonreír.
-¡Oh claro! ¿Quieres comprar algo, verdad? Te enseñaré las mejores tiendas por una escueta cantidad de… ¡5 aeros! ¿Te hace? – pidió. Todo mi gozo en un pozo. De tipo altruista y desinteresado nada. Estaba claro que aquello no iba con los humanos. No obstante, asentí de brazos cruzados con la cabeza. No conocía la ciudad y por esa irrisoria cantidad podría encontrar el barrio rápidamente sin preguntar a nadie ni perderme entre toda la gente. Desde luego los precios allí eran mucho más baratos.
-Excelente, señorita. – dijo con una sonrisa – Pues espera un segundo que pregunte en la taberna a ver si alguien quiere aprovechar el viaje. – Así que me quedé allí fuera esperando.
Estaba claro que aquella ciudad sólo había truhanes y gente interesada incapaz de ayudar. Mi primera impresión de la misma no podía ser más decepcionante. Nadie se había esforzado por detener a un ladrón, y el único que lo había hecho quería sacarme dinero. En Beltrexus ya tendría cuatro o cinco brujos encima y no volvería a hacerlo.
De eso me di cuenta cuando sentí sentarse a mi lado a una mujer morena que pidió aguamiel colocarse junto a mí. Tenía un cierto perfume a alguna extraña flor… No sabía mucho de botánica. Aunque olía bien, la verdad. Pero nadie parecía conocerla por allí.
El siguiente que entró, o más bien lo siguiente que entró, fue una especie de reptil gigante bípedo. Seseaba. O al menos cuando pidió una jarra de hidromiel. Este sí que olía a diablos. Madre mía. ¿En serio dejaban andar semejante monstruo por las calles tan tranquilos? Los brujos teníamos fama de racistas. De hecho, yo misma era bastante xenófoba. A fin de cuentas. Cazaba vampiros, aunque estos eran malvados y merecían su destino. Pero además, me mostraba bastante distante con otras razas del continente y me guardaba mis opiniones personales de las mismas. Nunca decía nada a menos que me enfadasen. A fin de cuentas, no quería buscar problemas.
Terminé mi bebida en silencio. Tampoco tardé demasiado. Tenía mucho por hacer, así que sin despedirme siquiera del camarero me di una vuelta rápida sobre mi taburete y me dispuse a salir del local. En cuanto salí por la puerta, la calle estaba aún más abarrotada que cuando la dejé por última vez. Me agobiaba tanta gente.
Nada más salir por la puerta, un humano tropezó conmigo, se disculpó con una sonrisa y siguió avanzando. Me llevé la mano al bolsillo para recolocar mi bolsa de aeros, pero me di cuenta de que… ¡me la había robado! ¡Será cabrón!
-¡Eh! ¡Ladrón! Vuelve aquí. – grité. Pero no tuve ni tiempo de salir corriendo tras él pues otro hombre, moreno, de pelo corto con un pequeño moño, y armado con ropaje de tela y pecho descubierto, le disparó con una ballesta, ligeramente parecida a la mía. Dejándolo ensartado por el hombro contra la pared de la taberna, que era de madera. Le sacudió un puñetazo antes de reclamarle mi dinero, que se lo devolvió suplicándole piedad.
-No tienes estilo para trabajar en este barrio. – le dijo sacudiéndole un nuevo moquete. Justo antes de sacarle la flecha. – Largo de aquí. - El hombre le liberó arrancándole de cuajo el virote, quedando eso sí la punta dentro del hombro del mismo. Salió corriendo. Mientras que el que recuperó mi dinero miró hacia mí y me tiró la bolsa de monedas, que tomé rápidamente. –No tienes pinta de ser de aquí. Lindon Treyson. A su servicio.
Al menos no todo el mundo mostraba descortesía, había encontrado a alguien que parecía ser un buen tipo por su apariencia.
-Beltrexus. – le respondí escuetamente, sin ni siquiera agradecerle su gesto altruista. El don de palabra no era algo muy mío. Solía pensar más que hablar. Sobretodo con la gente con la que no tenía confianza – Busco el barrio de mercaderes. – el hombre volvió a sonreír.
-¡Oh claro! ¿Quieres comprar algo, verdad? Te enseñaré las mejores tiendas por una escueta cantidad de… ¡5 aeros! ¿Te hace? – pidió. Todo mi gozo en un pozo. De tipo altruista y desinteresado nada. Estaba claro que aquello no iba con los humanos. No obstante, asentí de brazos cruzados con la cabeza. No conocía la ciudad y por esa irrisoria cantidad podría encontrar el barrio rápidamente sin preguntar a nadie ni perderme entre toda la gente. Desde luego los precios allí eran mucho más baratos.
-Excelente, señorita. – dijo con una sonrisa – Pues espera un segundo que pregunte en la taberna a ver si alguien quiere aprovechar el viaje. – Así que me quedé allí fuera esperando.
Estaba claro que aquella ciudad sólo había truhanes y gente interesada incapaz de ayudar. Mi primera impresión de la misma no podía ser más decepcionante. Nadie se había esforzado por detener a un ladrón, y el único que lo había hecho quería sacarme dinero. En Beltrexus ya tendría cuatro o cinco brujos encima y no volvería a hacerlo.
Anastasia Boisson
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
En realidad había sido un viaje duro, más que la última vez que había viajado a la tierra de los humanos. Sin saber exactamente cuánto tiempo había tardado, juraría que en aquella ocasión había sido mayor el tiempo de viaje.
Sonrió antes de darle un largo trago a su jarra. Miró de reojo a la mujer que estaba su lado, iba armada hasta los dientes, y olía a magia. Seguramente se trataba de una bruja guerrera, no parecía de allí, así que posiblemente se habría acercado a la gran cuidad a vender algunas piezas para ganar algunos aeros, posiblemente liebres, era lo que más abundaba en aquella época.
Pudo sentir un olor fuerte, acompañado por el sonido de la puerta. Un hombre bestia se sentó al otro lado, también a beber. Levia no pudo evitar mirarle también reojo, se le asemejaba a un drago a dos patas. Pero todo aquello no era asunto suyo, así que continuó bebiendo, cogiendo fuerzas antes de dirigirse a la zona de comercio donde se encontraba la herrería de Einar.
La bruja fue la primera en irse, unos instantes después, un joven con apariencia discutiblemente limpia, pregunto en alta voz si alguien debía ir a la zona comercial. La mujer dragón bebió sin mirarle, escuchando su voz por detrás de su cabello.
Tras pagar al tabernero, la mujer se disponía a salir del establecimiento, cuando reparó en el hacha a dos manos que portaba el hombre bestia. Era un hacha de guerra en toda regla, al igual que la suya, pero eran totalmente diferentes estéticamente. La del hombre lagarto era como más bestia y salvaje, y la de la mujer quizás había sido un poco más cuidada en cuanto a los detalles. No pudo evitar pensar en cómo sería empuñar aquel arma, en lo bien que debería ir para… matar, aquel arma estaba hacha única y específicamente para matar.
Salió de la taberna, y emprendió su camino hacia la herrería. Al parecer, la bruja había contratado al joven para que la guiase, o simplemente se conocían y se dirigían al mismo sitio.
Había mucha gente en la calla, más de lo que a la mujer le gustaba. Debía esquivar a la muchedumbre, ya que algunos se metían por entre medio, cargados de objetos y prisas. Tenía los dientes apretados, y las manos apretadas, formando dos puños blancos. Tenía muchas ganas de poder comenzar a fortalecer sus conocimientos en herrería.
Sonrió antes de darle un largo trago a su jarra. Miró de reojo a la mujer que estaba su lado, iba armada hasta los dientes, y olía a magia. Seguramente se trataba de una bruja guerrera, no parecía de allí, así que posiblemente se habría acercado a la gran cuidad a vender algunas piezas para ganar algunos aeros, posiblemente liebres, era lo que más abundaba en aquella época.
Pudo sentir un olor fuerte, acompañado por el sonido de la puerta. Un hombre bestia se sentó al otro lado, también a beber. Levia no pudo evitar mirarle también reojo, se le asemejaba a un drago a dos patas. Pero todo aquello no era asunto suyo, así que continuó bebiendo, cogiendo fuerzas antes de dirigirse a la zona de comercio donde se encontraba la herrería de Einar.
La bruja fue la primera en irse, unos instantes después, un joven con apariencia discutiblemente limpia, pregunto en alta voz si alguien debía ir a la zona comercial. La mujer dragón bebió sin mirarle, escuchando su voz por detrás de su cabello.
Tras pagar al tabernero, la mujer se disponía a salir del establecimiento, cuando reparó en el hacha a dos manos que portaba el hombre bestia. Era un hacha de guerra en toda regla, al igual que la suya, pero eran totalmente diferentes estéticamente. La del hombre lagarto era como más bestia y salvaje, y la de la mujer quizás había sido un poco más cuidada en cuanto a los detalles. No pudo evitar pensar en cómo sería empuñar aquel arma, en lo bien que debería ir para… matar, aquel arma estaba hacha única y específicamente para matar.
Salió de la taberna, y emprendió su camino hacia la herrería. Al parecer, la bruja había contratado al joven para que la guiase, o simplemente se conocían y se dirigían al mismo sitio.
Había mucha gente en la calla, más de lo que a la mujer le gustaba. Debía esquivar a la muchedumbre, ya que algunos se metían por entre medio, cargados de objetos y prisas. Tenía los dientes apretados, y las manos apretadas, formando dos puños blancos. Tenía muchas ganas de poder comenzar a fortalecer sus conocimientos en herrería.
Levia
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
No habían pasado ni siquiera diez minutos cuando ya se dio el primer altercado desde que Fennel había llegado a la ciudad.
Un bribón de poca monta había intentado hacerse con la propiedad de la cartera de la mujer armada, pero un hombre intervino rápidamente en su ayuda.
Debía de ser un numerito ya preparado, porque lo primero que hizo nada más librarse del rufián fue pedirle dinero a la joven a cambio de sus servicios como guía.
Tan zalamero como pensssaba...
Aquel hombre se dio una pequeña vuelta por la taberna al acabar de hablar con la chica. Al parecer buscaba más interesados en la guía turística, ocasión que el hombre-lagarto aprovechó para descubrir las principales calles de aquella ciudad.
Tome, a mí también me interesssaría contratar sssusss ssserviciosss, dijo haciéndoles entrega de los 5 aeros que pedía.
En realidad preferiría rajarle el cuello y descuartizar a toda su familia, pero por ahora no era una buena idea hacerlo, Fennel debería contenerse.
Parecía que nadie más se les iba a unir, por lo que abandonaron el establecimiento.
El curioso trío pasaba entre el gentío de la urbe, aunque muchas personas se daban la vuelta para quedarse observando al curioso hombre-bestia un buen rato.
Desde luego la discreción no era la mayor de sus virtudes, pero no tenía nada que ocultar en principio, a no ser que alguien pudiese leerle la mente.
Intentando romper el hielo Escamanegra carraspeó un poco e intentó iniciar un diálogo básico que había memorizado de otros viajeros.
Essstoy bussscando trabajo para alguien de misss cualidadesss. Usssted parece muy conocedor de esssta ciudad, tal vez podría indicarme a quién dirigirme..., le sugirió al peculiar guía.
En estas pequeñas tonterías era en las que se podía notar cuándo alguien decía la verdad, y, sobre todo, en qué grado, pero confiaba en que no resultase una combinación poco afortunada de palabras.
Un bribón de poca monta había intentado hacerse con la propiedad de la cartera de la mujer armada, pero un hombre intervino rápidamente en su ayuda.
Debía de ser un numerito ya preparado, porque lo primero que hizo nada más librarse del rufián fue pedirle dinero a la joven a cambio de sus servicios como guía.
Tan zalamero como pensssaba...
Aquel hombre se dio una pequeña vuelta por la taberna al acabar de hablar con la chica. Al parecer buscaba más interesados en la guía turística, ocasión que el hombre-lagarto aprovechó para descubrir las principales calles de aquella ciudad.
Tome, a mí también me interesssaría contratar sssusss ssserviciosss, dijo haciéndoles entrega de los 5 aeros que pedía.
En realidad preferiría rajarle el cuello y descuartizar a toda su familia, pero por ahora no era una buena idea hacerlo, Fennel debería contenerse.
Parecía que nadie más se les iba a unir, por lo que abandonaron el establecimiento.
El curioso trío pasaba entre el gentío de la urbe, aunque muchas personas se daban la vuelta para quedarse observando al curioso hombre-bestia un buen rato.
Desde luego la discreción no era la mayor de sus virtudes, pero no tenía nada que ocultar en principio, a no ser que alguien pudiese leerle la mente.
Intentando romper el hielo Escamanegra carraspeó un poco e intentó iniciar un diálogo básico que había memorizado de otros viajeros.
Essstoy bussscando trabajo para alguien de misss cualidadesss. Usssted parece muy conocedor de esssta ciudad, tal vez podría indicarme a quién dirigirme..., le sugirió al peculiar guía.
En estas pequeñas tonterías era en las que se podía notar cuándo alguien decía la verdad, y, sobre todo, en qué grado, pero confiaba en que no resultase una combinación poco afortunada de palabras.
Fennel Escamanegra
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Mientras esperaba, la primera en salir fue la mujer morena que se sentó a mi lado. Cruzamos miradas, aunque no dijimos nada. A partir de entonces, no tardó mucho en salir el hombre con una sonrisa aún mayor, pues había conseguido convencer a otro “turista” más, concretamente al lagarto, que parecía andar buscando trabajo. “¿Quién va a contratar a una criatura así?”, pensé para mis adentros sin cambiar el rostro. El guía no tardó en responder a la pregunta que le había formulado el hombre bestia.
-Conozco todo en esta ciudad, no le quepa duda que encontrara trabajo. ¡Lunargenta es la ciudad de las oportunidades! – respondió con una sonrisa franca mientras nos dispusimos a caminar – Díganme, ¿cómo se llaman mis acompañantes?
-¿Es necesario? – aborrecí. ¿Por qué todo el mundo se empeñaba en conocer el nombre del otro? El nombre es algo muy personal que puede traer problemas en manos equivocadas. Y compartirlo con un guía charlatán no era lo mejor.
-No pasa nada. Lo digo de buenas, señorita – respondió con una sonrisa, después de advertir mi gesto de enfado. Sentía ser seca o poco cortés en la mayoría de las ocasiones. Pero no soy de hablar demasiado con quien no debo. Mi humor cambiaba mucho dependiendo si estaba o no en las islas.
Durante el paseo, que duró cerca de media hora a un ritmo rápido, nos encontramos la biblioteca general, interesante la cantidad de libros que podía haber allí, tal vez encontrase algo sobre hechicería del viento, o tal vez algo sobre vampiros, nos mostró también por fuera el castillo donde se supone se albergaría el rey, el puerto, alguna plaza central, el hospital y el consulado. Nos iba explicando la historia de los diferentes edificios a medida que atravesábamos la ciudad, así como otras anécdotas que me sonaban más a leyendas urbanas que a realidad. Fue entonces cuando llegamos a la plaza del mercado.
-Y aquí tenemos la plaza del mercado. Hay curtidores, artesanos, alquimistas, vendedores de comida… hay de todo un poco… - era algo cierto. Estaba claro que aquella ciudad generaba mucho más dinero que Beltrexus. - por ejemplo, este es el puesto del herrero. – dijo llevándonos hacia el primero de los puestos.
Sorpresa fue la mía al volver a encontrar allí a la mujer que había estado en la taberna, junto al herrero. Era toda una casualidad reencontrarse con alguien en una ciudad tan grande.
-¿Qué hay, Lindon? – le dijo el herrero al guía, que se encontraba sentado dando forma a algún hierro sobre un yunque. Era un hombre bastante grande y con barba prominente. –
-¡Einar! – saludó – Aquí estamos, enseñando la ciudad a esta gente. ¿Tienes una nueva aprendiz? – dijo sonriendo y mirando a la mujer morena. - ¿Por qué no les enseñas un poco lo que haces?
El herrero pareció contento de enseñarnos a ver cómo se fabricaba un arma. Crucé los brazos y resoplé. ¿Quién se creía que era aquel tipo? ¿Acaso no se ha fijado en mi equipamiento? Había visto más de una vez forjar un cuchillo y una daga y probablemente les haya dado más uso que él y su amigo, el herrero, juntos.
Resoplar y resignarme. Era lo que quedaba. Quería encontrar un vampirólogo, no un herrero. Lo mejor sería escuchar lo que tuviera que decir y largarme en cuanto fuera posible.
-Conozco todo en esta ciudad, no le quepa duda que encontrara trabajo. ¡Lunargenta es la ciudad de las oportunidades! – respondió con una sonrisa franca mientras nos dispusimos a caminar – Díganme, ¿cómo se llaman mis acompañantes?
-¿Es necesario? – aborrecí. ¿Por qué todo el mundo se empeñaba en conocer el nombre del otro? El nombre es algo muy personal que puede traer problemas en manos equivocadas. Y compartirlo con un guía charlatán no era lo mejor.
-No pasa nada. Lo digo de buenas, señorita – respondió con una sonrisa, después de advertir mi gesto de enfado. Sentía ser seca o poco cortés en la mayoría de las ocasiones. Pero no soy de hablar demasiado con quien no debo. Mi humor cambiaba mucho dependiendo si estaba o no en las islas.
Durante el paseo, que duró cerca de media hora a un ritmo rápido, nos encontramos la biblioteca general, interesante la cantidad de libros que podía haber allí, tal vez encontrase algo sobre hechicería del viento, o tal vez algo sobre vampiros, nos mostró también por fuera el castillo donde se supone se albergaría el rey, el puerto, alguna plaza central, el hospital y el consulado. Nos iba explicando la historia de los diferentes edificios a medida que atravesábamos la ciudad, así como otras anécdotas que me sonaban más a leyendas urbanas que a realidad. Fue entonces cuando llegamos a la plaza del mercado.
-Y aquí tenemos la plaza del mercado. Hay curtidores, artesanos, alquimistas, vendedores de comida… hay de todo un poco… - era algo cierto. Estaba claro que aquella ciudad generaba mucho más dinero que Beltrexus. - por ejemplo, este es el puesto del herrero. – dijo llevándonos hacia el primero de los puestos.
Sorpresa fue la mía al volver a encontrar allí a la mujer que había estado en la taberna, junto al herrero. Era toda una casualidad reencontrarse con alguien en una ciudad tan grande.
-¿Qué hay, Lindon? – le dijo el herrero al guía, que se encontraba sentado dando forma a algún hierro sobre un yunque. Era un hombre bastante grande y con barba prominente. –
-¡Einar! – saludó – Aquí estamos, enseñando la ciudad a esta gente. ¿Tienes una nueva aprendiz? – dijo sonriendo y mirando a la mujer morena. - ¿Por qué no les enseñas un poco lo que haces?
El herrero pareció contento de enseñarnos a ver cómo se fabricaba un arma. Crucé los brazos y resoplé. ¿Quién se creía que era aquel tipo? ¿Acaso no se ha fijado en mi equipamiento? Había visto más de una vez forjar un cuchillo y una daga y probablemente les haya dado más uso que él y su amigo, el herrero, juntos.
Resoplar y resignarme. Era lo que quedaba. Quería encontrar un vampirólogo, no un herrero. Lo mejor sería escuchar lo que tuviera que decir y largarme en cuanto fuera posible.
Anastasia Boisson
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
No tardó mucho en llegar ya que prácticamente iba corriendo por las calles. Odiaba esa sensación de estar acorralada y rodeada.
Nada más llegar a la plaza del comerció, la mujer no perdió tiempo en dirigirse a la herrería, donde Einar estaba picando reiteradamente con un martillo en el yunque. El hombre alzó la vista para ver que era ella, y sin apenas decir nada le hizo una señal con la cabeza para que dejases sus cosas a un lado y se pusiera a trabajar. Juraría que pudo ver una sonrisa en la cara del viejo herrero.
Tenía muy pocos conocimientos en herrería, pero había observado algunas veces como se hacían las armas.
-Comienza por algo fácil, una daga, por ejemplo.- dijo el maestro sin dejar de picar.
Cogió bloques de hierro que había apilados a un lado del suelo, y tras calentarlos, se dirigió al yunque, donde comenzó a golpear el rojo metal. Martilleaba lo más fuerte que podía, con un ritmo constante, moviendo el bloque ligeramente para que no quedase deformado.
Sus músculos, aun no acostumbrados a aquello, estaban tensados y rígidos, pero no quería descansar. Los momentos de descanso era cuando debía introducir lo que llegaría a ser la espada en el agua, haciendo que saliese vapor por el contraste de las temperaturas. De de vuelta a calentar y golpear.
-¿Qué tal esa armadura nueva, Levia?- preguntó el hombre pasando por detrás de la mujer.
-Perfecta, como era de esperar…- susurro la mujer limpiándose el sudor de la frente con el antebrazo.
-...por ejemplo, este es el puesto del herrero. -
-¿Qué hay, Lindon?- dijo el maestro herrero antes de colocarse en el yunque y comenzar de nuevo a trabajar.
-Einar, aquí estamos, enseñando la ciudad a esta gente. ¿Tienes una nueva aprendiz? – Levia había hecho caso omiso a la aparición de aquel tal Lindon, prefería continuar con su trabajo y no distraerse. Pero al nombrarla, la curiosa dragona no pudo evitar alzar la cabeza. El guía, la bruja y el hombre bestia. Al parecer les estaba enseñando la cuidad por algún motivo en particular, y habían llegado hasta ahí. La mujer no tenía cara de ni estar pasándolo bien ni querer hacerlo. La morena de permitió unos segundos para mirarla a los ojos. -¿Por qué no les enseñas un poco lo que haces?- Einar carraspeó, haciendo que la de cabellos negros regresase en sí, para continuar con lo que estaba haciendo.
-Bueno, no es un trabajo sencillo. Aquí estoy dándole forma al metal, que posteriormente será enfriado en aquella agua de allí. Y bueno, no hay mucho secreto, has llegado prácticamente al final del proceso, joven. – dijo Einar sonriéndoles a los tres. –Si queréis, podéis pasar más tarde y ver cómo han quedado. Lo que queda ahora es todo lo mismo. -
La morena continuó dándole martillazos al metal, parecía que comenzaba a tener forma, aunque aun quedaba mucho trabajo hasta que fuese un arma en condiciones.
Se tomó unos minutos de descanso, y mientras se comía una manzana observó a un hombre que estaba en la zona de curtiduría. Estaba preparando algunas tiras de cuero para el trabajo de Einar.
-¿Podrías hacerme algunas a mí, por favor?- preguntó la mujer desde atrás. El hombre accedió asintiendo con la cabeza. Al parecer el maestro herrero ya le había comunicado al joven que preparase algo de cuero para las dagas que le mandaría hacer a la morena.
-Si, en un rato te las llevo.- dijo serio y conciso, cosa que a la mujer no le importó.
Cuando terminó de darle forma a la daga, la mujer se sentó junto a la piedra para afilar la hoja. La piedra giraba rápidamente mientras la hoja se tornaba cada vez más fina. Le daba la sensación de que en cualquier momento se iba a quedado sin nada entre las manos.
Cuando creyó que ya estaba lo suficientemente afilada, se dirigió a la mesa de reparaciones, que ya que no estaba siendo usada, se puso ahí para terminar los últimos ajustes: le colocó el cuelo que le había dejado el joven apartado en la empuñadura. Lo pegó con una especie de pegamento que tenían ahí a base de hueso.
Ya con la daga finalizada en las manos, los brazos prácticamente entumecidos y la cara llena de sudor y manchas negras, la mujer no pudo evitar sonreír.
-Bueno, ahora repítelo dos veces más, quiero que te salgan idénticas. Bueno, si puede ser cada cual mejor que la anterior. – dijo el anciano sonriendo, antes de irse hacia el interior de la herrería.
¿Dos más? Levia podía notar cómo le temblaban los brazos. Pero no pensaba quedarse atrás, y muchos menos quedar mal delante del maestro de los herreros. Así que dejó la daga a un lado y fue de nuevo a por los bloques de nuevo, calentarlos, darles forma…
Sin darse cuenta, prácticamente ya se le había escapado el día.
Nada más llegar a la plaza del comerció, la mujer no perdió tiempo en dirigirse a la herrería, donde Einar estaba picando reiteradamente con un martillo en el yunque. El hombre alzó la vista para ver que era ella, y sin apenas decir nada le hizo una señal con la cabeza para que dejases sus cosas a un lado y se pusiera a trabajar. Juraría que pudo ver una sonrisa en la cara del viejo herrero.
Tenía muy pocos conocimientos en herrería, pero había observado algunas veces como se hacían las armas.
-Comienza por algo fácil, una daga, por ejemplo.- dijo el maestro sin dejar de picar.
Cogió bloques de hierro que había apilados a un lado del suelo, y tras calentarlos, se dirigió al yunque, donde comenzó a golpear el rojo metal. Martilleaba lo más fuerte que podía, con un ritmo constante, moviendo el bloque ligeramente para que no quedase deformado.
Sus músculos, aun no acostumbrados a aquello, estaban tensados y rígidos, pero no quería descansar. Los momentos de descanso era cuando debía introducir lo que llegaría a ser la espada en el agua, haciendo que saliese vapor por el contraste de las temperaturas. De de vuelta a calentar y golpear.
-¿Qué tal esa armadura nueva, Levia?- preguntó el hombre pasando por detrás de la mujer.
-Perfecta, como era de esperar…- susurro la mujer limpiándose el sudor de la frente con el antebrazo.
-...por ejemplo, este es el puesto del herrero. -
-¿Qué hay, Lindon?- dijo el maestro herrero antes de colocarse en el yunque y comenzar de nuevo a trabajar.
-Einar, aquí estamos, enseñando la ciudad a esta gente. ¿Tienes una nueva aprendiz? – Levia había hecho caso omiso a la aparición de aquel tal Lindon, prefería continuar con su trabajo y no distraerse. Pero al nombrarla, la curiosa dragona no pudo evitar alzar la cabeza. El guía, la bruja y el hombre bestia. Al parecer les estaba enseñando la cuidad por algún motivo en particular, y habían llegado hasta ahí. La mujer no tenía cara de ni estar pasándolo bien ni querer hacerlo. La morena de permitió unos segundos para mirarla a los ojos. -¿Por qué no les enseñas un poco lo que haces?- Einar carraspeó, haciendo que la de cabellos negros regresase en sí, para continuar con lo que estaba haciendo.
-Bueno, no es un trabajo sencillo. Aquí estoy dándole forma al metal, que posteriormente será enfriado en aquella agua de allí. Y bueno, no hay mucho secreto, has llegado prácticamente al final del proceso, joven. – dijo Einar sonriéndoles a los tres. –Si queréis, podéis pasar más tarde y ver cómo han quedado. Lo que queda ahora es todo lo mismo. -
La morena continuó dándole martillazos al metal, parecía que comenzaba a tener forma, aunque aun quedaba mucho trabajo hasta que fuese un arma en condiciones.
Se tomó unos minutos de descanso, y mientras se comía una manzana observó a un hombre que estaba en la zona de curtiduría. Estaba preparando algunas tiras de cuero para el trabajo de Einar.
-¿Podrías hacerme algunas a mí, por favor?- preguntó la mujer desde atrás. El hombre accedió asintiendo con la cabeza. Al parecer el maestro herrero ya le había comunicado al joven que preparase algo de cuero para las dagas que le mandaría hacer a la morena.
-Si, en un rato te las llevo.- dijo serio y conciso, cosa que a la mujer no le importó.
Cuando terminó de darle forma a la daga, la mujer se sentó junto a la piedra para afilar la hoja. La piedra giraba rápidamente mientras la hoja se tornaba cada vez más fina. Le daba la sensación de que en cualquier momento se iba a quedado sin nada entre las manos.
Cuando creyó que ya estaba lo suficientemente afilada, se dirigió a la mesa de reparaciones, que ya que no estaba siendo usada, se puso ahí para terminar los últimos ajustes: le colocó el cuelo que le había dejado el joven apartado en la empuñadura. Lo pegó con una especie de pegamento que tenían ahí a base de hueso.
Ya con la daga finalizada en las manos, los brazos prácticamente entumecidos y la cara llena de sudor y manchas negras, la mujer no pudo evitar sonreír.
-Bueno, ahora repítelo dos veces más, quiero que te salgan idénticas. Bueno, si puede ser cada cual mejor que la anterior. – dijo el anciano sonriendo, antes de irse hacia el interior de la herrería.
¿Dos más? Levia podía notar cómo le temblaban los brazos. Pero no pensaba quedarse atrás, y muchos menos quedar mal delante del maestro de los herreros. Así que dejó la daga a un lado y fue de nuevo a por los bloques de nuevo, calentarlos, darles forma…
Sin darse cuenta, prácticamente ya se le había escapado el día.
Levia
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Aquel charlatán de guía les había pedido sus nombres, probablemente en parte por curiosidad, en parte por su propia seguridad.
¿Es necesario? , contestó la mujer fuertemente armada.
No pasa nada. Lo digo de buenas, señorita, aclaró el hombre, intentando reducir la tensión.
Escamanegra, que dudaba que su identidad se viese perjudicada por ello, sí accedió a decirlo.
Haciendo un grotesco amago de sonrisa que no convencería ni a la cabeza decapitada de un ciego, se dirigió a él.
Entiendo que mi nombre esss algo difícil de recordar entero para losss extranjerosss...
Llamadme Fennel a sssecasss, por favor.
El grupo avanzó por las calles repletas de variados edificios, pasando primero por la Biblioteca de Lunargenta, famosa como gran almacén de conocimiento del reino.
Después pasaron por delante del castillo de Su Majestad el Rey, aunque a una distancia de seguridad más que suficiente.
El hombre-lagarto se quedó maravillado con el tamaño y esplendor de aquella fortificación.
Cómo de grande ssserá esssa fortaleza... Allí podría gobernar a toda mi gente sssin problemasss...
Tan ensimismado se encontraba con la idea de hacerse algún día con una fortificación tan grande para sí mismo que no prestó atención a ninguno de los otros edificios del recorrido.
Tras unas horas de paseo se detuvieron finalmente en la plaza del mercado, delante de un puesto de herrería.
¿Qué hay, Lindon?
El herrero y el guía parecían conocerse. Además, a Fennel le pareció reconocer a una de las parroquianas de la taberna de hacía un rato en el puesto.
¿Por qué no les enseñas un poco lo que haces?
A pesar de que el jefe herrero y sus ayudantes trabajan arduamente la cazadora no parecía muy interesada por el proceso, probablemente porque tendría cosas mejores que hacer que ver el forjado de una daga.
Por su parte, Escamanegra prestaba atención a la tecnología que usaban para trabajar los metales, para ver qué podría aprovechar para su clan.
¿Es necesario? , contestó la mujer fuertemente armada.
No pasa nada. Lo digo de buenas, señorita, aclaró el hombre, intentando reducir la tensión.
Escamanegra, que dudaba que su identidad se viese perjudicada por ello, sí accedió a decirlo.
Haciendo un grotesco amago de sonrisa que no convencería ni a la cabeza decapitada de un ciego, se dirigió a él.
Entiendo que mi nombre esss algo difícil de recordar entero para losss extranjerosss...
Llamadme Fennel a sssecasss, por favor.
El grupo avanzó por las calles repletas de variados edificios, pasando primero por la Biblioteca de Lunargenta, famosa como gran almacén de conocimiento del reino.
Después pasaron por delante del castillo de Su Majestad el Rey, aunque a una distancia de seguridad más que suficiente.
El hombre-lagarto se quedó maravillado con el tamaño y esplendor de aquella fortificación.
Cómo de grande ssserá esssa fortaleza... Allí podría gobernar a toda mi gente sssin problemasss...
Tan ensimismado se encontraba con la idea de hacerse algún día con una fortificación tan grande para sí mismo que no prestó atención a ninguno de los otros edificios del recorrido.
Tras unas horas de paseo se detuvieron finalmente en la plaza del mercado, delante de un puesto de herrería.
¿Qué hay, Lindon?
El herrero y el guía parecían conocerse. Además, a Fennel le pareció reconocer a una de las parroquianas de la taberna de hacía un rato en el puesto.
¿Por qué no les enseñas un poco lo que haces?
A pesar de que el jefe herrero y sus ayudantes trabajan arduamente la cazadora no parecía muy interesada por el proceso, probablemente porque tendría cosas mejores que hacer que ver el forjado de una daga.
Por su parte, Escamanegra prestaba atención a la tecnología que usaban para trabajar los metales, para ver qué podría aprovechar para su clan.
Fennel Escamanegra
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
La morena se encontraba forjando una daga, tenía buen manejo de las herramientas de forjado. Yo nunca había usado metal a excepción de mi pequeña daga que utilizaba para el combate cuerpo a cuerpo o como cuchillo lanzado. Poco después de que terminara la pequeña exhibición, tanto el lagarto como yo seguimos al guía para alejamos del pequeño grupo. Me acerqué a este a escasos metros para evitar que la criatura oyese nada, no es que tuviera nada en contra de la misma, pero prefería mantener mis planes en el más absoluto secreto.
-Busco al vampirólogo Malcolm ¿sabe quién puede decirme dónde encontrarlo? – pregunté en voz baja apartando al tal Lindon del brazo.
-La única persona a la que escuché hablar de un vampirólogo es a Stan, el boticario – dijo mirando hacia el otro lado de la plaza. – Vive en aquella casa, al otro lado de la plaza.
No respondí, pero le hice un gesto de agradecimiento con la cabeza, mientras observaba dónde se encontraba mi siguiente destino. Abandoné el grupo pasando al lado del hombre lagarto y de nuevo por delante, observé de reojo cómo la mujer morena seguía tallando dagas pero ni siquiera me detuve. Tenía que continuar con mi misión.
Piqué al portal, y, tras varios intentos, un anciano muy envejecido y con una piel arrugada y granuda me abrió la puerta. Preguntándome que quién era yo.
-Mi nombre es Huracán – le dije con semblante serio – Necesito encontrar a Malcolm Forvey.
-No conozco a nadie con ese nombre – dijo el hombre con cara de susto y de una manera muy falsa, tratando de cerrarme la puerta, pero con mi mano derecha evité que lo hiciera. Necesitaba encontrarlo.
-Por favor. Los Cazadores lo necesitamos. No me cierre la puerta – le pedí tratando de poner algo más de sentimiento a mis palabras. El hombre se lo pensó bastante, pero mi expresión pareció hacerle entrar en razón.
-Está bien, pasa – me dijo.
El hombre era bajo, y era un tipo bastante pequeño, con el pelo rizoso y totalmente blanco como la nieve. Vestido con una vieja chaqueta de espiga, se sentó en una mesa. La casa estaba bastante sucia y descolocada, algo lógico si él era el único que vivía allí y era tan anciano. La casa tenía además un fuerte olor a tierra, pues el boticario guardaba bastantes plantas todavía allí, aunque mustias o medio muertas la mayoría de ellas.
-Voy a prepararte algo – dijo – Hace tiempo que me he jubilado, aunque todavía puedo cuidar de mis pequeñas – continuó enorgullecido por la plantación casera que allí tenía. Con variedades que nunca había visto.
Tardó bastante más de lo que esperaba en prepararme una especie de infusión. Té. Probablemente. Y a continuación comenzó a explicarme su vida. Historias que no tenían nada que ver con lo que yo le había preguntado. De joven, de más anciano, anécdotas de la tienda… cosas instrascendentes. Y cuando intentaba preguntarle por Malcolm, volvía de nuevo con una de sus “batallitas”. El tipo era cansino cuanto menos. Pero estaba claro que sabía donde estaba pues me contaba incluso anécdotas de lo que hacía el junto. Tras varias horas de disertación vi como comenzaba a anochecer. Empezaba a entrarme el sopor de escuchar a un viejo hombre sin compañía que solo quería alguien a quien contarle sus aventuras.
-[…] No sé mucho de Los Cazadores, Malcolm no me contaba demasiadas historias de su trabajo. Solo sé que cuando acabaron con todos ellos en Sacresctic Ville, él vino aquí y continuó estudiándolos por su cuenta… Colaboraba conmigo con otras mezclas, andaba buscando algo… no sé el qué. Una posible cura para paliar los efectos o anularlos… Solo sé que el día que me pidió la Ferigis Amobacae, tenía una cena especial con una encantadora dama que… - empecé a cansarme y aborrecer sus historias. No podía perder más tiempo. Había pasado varias horas escuchando aquel monólogo estúpido.
-Por favor, me tengo que ir ya. – le dije – Dígame dónde está Malcolm de una vez.
-¡Haber empezado por ahí, jovencita! – continuó con una sonrisa, como si no lo hubiese preguntado suficientes veces – Ahora tiene una casa cerca del puerto. Pero ¡no se lo digas a nadie! Creo que los vampiros esos que buscas andan buscándolo. Se alegrará cuando sepa que queréis resurgir a los Cazadores.
Le di las gracias al hombre, que todavía quería seguir contándome sus batallitas. No tenía mucho tiempo, así que abandoné la casa.
Cuando salí de la plaza era ya casi de noche. La plaza estaba mucho más despoblada. Y volví a pasar, de nuevo, por donde se encontraba el puesto del herrero. Allí seguía la mujer morena forjando, sin embargo, el herrero no estaba. “Pobre, sí que la tiene explotada”, pensé con cara de lamentación, pues se la veía claramente agotada. Fue entonces cuando escuché unos gritos y un jolgorio en medio de la plaza.
-¡Un asesinato! – se oyó, entre un vaivén de la gente corriendo hacia todas partes y otros colocándose en círculos.
Nada más escuchar esto abandoné el puesto del herrero para ver quién podía haber sido el asesino. Entre toda la multitud de gente pude ver como un hombre tenía asestado en el corazón una daga. Curiosamente muy parecida a las que estaba forjando la mujer, y el herrero no se encontraba en su puesto… algo extraño estaba ocurriendo allí. Lancé una mirada de sospecha a la mujer. Justamente había visto esa misma daga hacía unas horas.
-¡Son las dagas del herrero, Einar! – descubrió alguien que estaba arrodillado al lado del cadáver. Parece que no había sido la única que se había fijado en ese detalle. Todos los ojos se centraron en el puesto del herrero, donde únicamente estaba la mujer morena. Todo el tumulto comenzó a ir hacia allí.
-Busco al vampirólogo Malcolm ¿sabe quién puede decirme dónde encontrarlo? – pregunté en voz baja apartando al tal Lindon del brazo.
-La única persona a la que escuché hablar de un vampirólogo es a Stan, el boticario – dijo mirando hacia el otro lado de la plaza. – Vive en aquella casa, al otro lado de la plaza.
No respondí, pero le hice un gesto de agradecimiento con la cabeza, mientras observaba dónde se encontraba mi siguiente destino. Abandoné el grupo pasando al lado del hombre lagarto y de nuevo por delante, observé de reojo cómo la mujer morena seguía tallando dagas pero ni siquiera me detuve. Tenía que continuar con mi misión.
Piqué al portal, y, tras varios intentos, un anciano muy envejecido y con una piel arrugada y granuda me abrió la puerta. Preguntándome que quién era yo.
-Mi nombre es Huracán – le dije con semblante serio – Necesito encontrar a Malcolm Forvey.
-No conozco a nadie con ese nombre – dijo el hombre con cara de susto y de una manera muy falsa, tratando de cerrarme la puerta, pero con mi mano derecha evité que lo hiciera. Necesitaba encontrarlo.
-Por favor. Los Cazadores lo necesitamos. No me cierre la puerta – le pedí tratando de poner algo más de sentimiento a mis palabras. El hombre se lo pensó bastante, pero mi expresión pareció hacerle entrar en razón.
-Está bien, pasa – me dijo.
El hombre era bajo, y era un tipo bastante pequeño, con el pelo rizoso y totalmente blanco como la nieve. Vestido con una vieja chaqueta de espiga, se sentó en una mesa. La casa estaba bastante sucia y descolocada, algo lógico si él era el único que vivía allí y era tan anciano. La casa tenía además un fuerte olor a tierra, pues el boticario guardaba bastantes plantas todavía allí, aunque mustias o medio muertas la mayoría de ellas.
-Voy a prepararte algo – dijo – Hace tiempo que me he jubilado, aunque todavía puedo cuidar de mis pequeñas – continuó enorgullecido por la plantación casera que allí tenía. Con variedades que nunca había visto.
Tardó bastante más de lo que esperaba en prepararme una especie de infusión. Té. Probablemente. Y a continuación comenzó a explicarme su vida. Historias que no tenían nada que ver con lo que yo le había preguntado. De joven, de más anciano, anécdotas de la tienda… cosas instrascendentes. Y cuando intentaba preguntarle por Malcolm, volvía de nuevo con una de sus “batallitas”. El tipo era cansino cuanto menos. Pero estaba claro que sabía donde estaba pues me contaba incluso anécdotas de lo que hacía el junto. Tras varias horas de disertación vi como comenzaba a anochecer. Empezaba a entrarme el sopor de escuchar a un viejo hombre sin compañía que solo quería alguien a quien contarle sus aventuras.
-[…] No sé mucho de Los Cazadores, Malcolm no me contaba demasiadas historias de su trabajo. Solo sé que cuando acabaron con todos ellos en Sacresctic Ville, él vino aquí y continuó estudiándolos por su cuenta… Colaboraba conmigo con otras mezclas, andaba buscando algo… no sé el qué. Una posible cura para paliar los efectos o anularlos… Solo sé que el día que me pidió la Ferigis Amobacae, tenía una cena especial con una encantadora dama que… - empecé a cansarme y aborrecer sus historias. No podía perder más tiempo. Había pasado varias horas escuchando aquel monólogo estúpido.
-Por favor, me tengo que ir ya. – le dije – Dígame dónde está Malcolm de una vez.
-¡Haber empezado por ahí, jovencita! – continuó con una sonrisa, como si no lo hubiese preguntado suficientes veces – Ahora tiene una casa cerca del puerto. Pero ¡no se lo digas a nadie! Creo que los vampiros esos que buscas andan buscándolo. Se alegrará cuando sepa que queréis resurgir a los Cazadores.
Le di las gracias al hombre, que todavía quería seguir contándome sus batallitas. No tenía mucho tiempo, así que abandoné la casa.
Cuando salí de la plaza era ya casi de noche. La plaza estaba mucho más despoblada. Y volví a pasar, de nuevo, por donde se encontraba el puesto del herrero. Allí seguía la mujer morena forjando, sin embargo, el herrero no estaba. “Pobre, sí que la tiene explotada”, pensé con cara de lamentación, pues se la veía claramente agotada. Fue entonces cuando escuché unos gritos y un jolgorio en medio de la plaza.
-¡Un asesinato! – se oyó, entre un vaivén de la gente corriendo hacia todas partes y otros colocándose en círculos.
Nada más escuchar esto abandoné el puesto del herrero para ver quién podía haber sido el asesino. Entre toda la multitud de gente pude ver como un hombre tenía asestado en el corazón una daga. Curiosamente muy parecida a las que estaba forjando la mujer, y el herrero no se encontraba en su puesto… algo extraño estaba ocurriendo allí. Lancé una mirada de sospecha a la mujer. Justamente había visto esa misma daga hacía unas horas.
-¡Son las dagas del herrero, Einar! – descubrió alguien que estaba arrodillado al lado del cadáver. Parece que no había sido la única que se había fijado en ese detalle. Todos los ojos se centraron en el puesto del herrero, donde únicamente estaba la mujer morena. Todo el tumulto comenzó a ir hacia allí.
Anastasia Boisson
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Einar, tras escuchar su nombre, salió del piso que había arriba de la herrería, al parecer por su aspecto, estaba o durmiendo o preparándose para darse un baño.
-¿Qué demonios ha pasado aquí?- preguntó prácticamente gritando. Al ver el cadáver en el suelo de la plaza, el hombre se llevó las manos a la cabeza. Otro asesinato. En la gran ciudad no debía ser muy raro que se realizaran asesinatos, aunque con tantos guardias pululando por las ciudades más céntricas en los pocos tiempos era algo curioso. No tardaron mucho en llegar los guardias de Lunargenta, armados, hasta el punto del accidente.
-¡Apártense, buena gente!- dijo el que parecía el capitán, con voz fuerte y potente. –Aquí no hay nada que ver, vuelva a sus casas- decía mientras intentaban pasar entre la muchedumbre para rodear el cuerpo.
Al parecer, el hombre, había sido asesinado con una daga, que alguien había reconocido. Einar.
El capitán se acercó al herrero que caminaba hacia allí, encontrándose los dos a medio camino.
-¿Qué ha pasado, Señor Einar?- preguntó el capitán saludándole con un gesto de la cabeza. -¿Reconoce ese arma?- preguntó de nuevo, sin dejar contestar en ningún momento.
-Claro que las reconozco, es una de las que ha forzado mi aprendiz esta mañana.- la gente parecía que corría hacia la herrería para piponear sobre lo que había pasado. La morena, que estaba intentando recrear una especie de tribal de un libro a una espada, se incorporó, y con los ojos muy abiertos, se quedó observando la escena, ya que no se había enterado de nada de lo que había pasado. Se había limpiando un poco la cara, pero las manos aun las tenia negras. Portaba el cabello recogido en una trenza más bien despeinada.
-¡Has sido tú, mujer!- gritó un hombre escuálido con voz chirriante. La morena pudo ver el cadáver a lo lejos, en la plaza, a los guardias y al herrero.
Einar y el capitán se acercaron a la forja.
-No puede ser, yo mismo le he encargado a un muchacho que entregase estas dagas, tres para ser más concretos, a unos jóvenes que me ha presentado Lindon esta mañana. Dentro tengo los papeles firmados como que las han recibido. – el herrero se tomó unos instantes para sacar unos papeles donde ponía: entrega de las armas. Una estaba firmada por Huracán, la otra por algo parecido a una F, aunque la letra estaba hecha muy rápido, tanto que parecía un arañazo. –Una para la chica armada, otra para el hombre-lagarto y la tercera se la ha quedado mi aprendiz. Levia, trae la daga que te has quedado para ti, vamos. –
La mujer dragón dejó las herramientas y sin decir nada entró al gremio en busca de su daga.
-Einar, la daga no está donde la deje- dijo seria, mirando al hombre a los ojos. Estaba confundida por todo lo que estaba sucediendo, aunque también comenzaba a estar un poco furiosa.
-Claro porque está en el pecho de aquel tipo…- se escuchó desde atrás. Los guardias pusieron orden.
-A ver, buscad a la tal Huracán y al hombre-bestia F, que entreguen sus dagas para resolver este asesinato. – todo el mundo allí reunido comenzó a mirar de un lado a otro, buscando con la mirada a los dos sospechosos restantes.
-¿Qué demonios ha pasado aquí?- preguntó prácticamente gritando. Al ver el cadáver en el suelo de la plaza, el hombre se llevó las manos a la cabeza. Otro asesinato. En la gran ciudad no debía ser muy raro que se realizaran asesinatos, aunque con tantos guardias pululando por las ciudades más céntricas en los pocos tiempos era algo curioso. No tardaron mucho en llegar los guardias de Lunargenta, armados, hasta el punto del accidente.
-¡Apártense, buena gente!- dijo el que parecía el capitán, con voz fuerte y potente. –Aquí no hay nada que ver, vuelva a sus casas- decía mientras intentaban pasar entre la muchedumbre para rodear el cuerpo.
Al parecer, el hombre, había sido asesinado con una daga, que alguien había reconocido. Einar.
El capitán se acercó al herrero que caminaba hacia allí, encontrándose los dos a medio camino.
-¿Qué ha pasado, Señor Einar?- preguntó el capitán saludándole con un gesto de la cabeza. -¿Reconoce ese arma?- preguntó de nuevo, sin dejar contestar en ningún momento.
-Claro que las reconozco, es una de las que ha forzado mi aprendiz esta mañana.- la gente parecía que corría hacia la herrería para piponear sobre lo que había pasado. La morena, que estaba intentando recrear una especie de tribal de un libro a una espada, se incorporó, y con los ojos muy abiertos, se quedó observando la escena, ya que no se había enterado de nada de lo que había pasado. Se había limpiando un poco la cara, pero las manos aun las tenia negras. Portaba el cabello recogido en una trenza más bien despeinada.
-¡Has sido tú, mujer!- gritó un hombre escuálido con voz chirriante. La morena pudo ver el cadáver a lo lejos, en la plaza, a los guardias y al herrero.
Einar y el capitán se acercaron a la forja.
-No puede ser, yo mismo le he encargado a un muchacho que entregase estas dagas, tres para ser más concretos, a unos jóvenes que me ha presentado Lindon esta mañana. Dentro tengo los papeles firmados como que las han recibido. – el herrero se tomó unos instantes para sacar unos papeles donde ponía: entrega de las armas. Una estaba firmada por Huracán, la otra por algo parecido a una F, aunque la letra estaba hecha muy rápido, tanto que parecía un arañazo. –Una para la chica armada, otra para el hombre-lagarto y la tercera se la ha quedado mi aprendiz. Levia, trae la daga que te has quedado para ti, vamos. –
La mujer dragón dejó las herramientas y sin decir nada entró al gremio en busca de su daga.
-Einar, la daga no está donde la deje- dijo seria, mirando al hombre a los ojos. Estaba confundida por todo lo que estaba sucediendo, aunque también comenzaba a estar un poco furiosa.
-Claro porque está en el pecho de aquel tipo…- se escuchó desde atrás. Los guardias pusieron orden.
-A ver, buscad a la tal Huracán y al hombre-bestia F, que entreguen sus dagas para resolver este asesinato. – todo el mundo allí reunido comenzó a mirar de un lado a otro, buscando con la mirada a los dos sospechosos restantes.
Levia
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Llegado el final de la forja de la tercera daga Fennel se comenzó a aburrir también, y a pesar de que hacía sus mejores esfuerzos para intentar contenerse aún tenía que pulir mucho, muchísimo sus modales de sociedad humana.
Tengo... prisssa..., dijo intentando salir del paso.
Graciasss por la visssita guiada, pero debo hacer otrasss cosssasss ahora misssmo...
Un segundo, por favor, le contestó el herrero.
Solo firme aquí conforme ha recibido este pequeño regalo de bienvenida a la ciudad.
Desde luego los humanos eran raros como ellos solos. No se les ocurría mejor cosa que regalarle un arma a un completo desconocido que ni siquiera llevaba un día en la ciudad, a quien nadie conocía y que podría abandonar la población con la misma facilidad con la que entró.
El hombre-lagarto tomó el pequeño objeto que le pasaron e imitó lo mejor que pudo la caligrafía humana, pero apenas acabó la letra "f" perdió la poca paciencia que le quedaba y cesó en su burdo intento de escritura.
Maldita sssea, esssto no esss lo mío...
Gracias, señor, tome, eran meras formalidades legales, para evitar problemas con las autoridades, ¿sabe?
No le entretendré más, tenga un buen día.
Hum, aquel hombrecillo le caía en gracia, quizás le perdonaría la vida para que trabajase en la forja cuando conquistase la ciudad.
Con su nueva daga en la mano, Escamanegra deambuló por las calles de la ciudad, intentando memorizar las localizaciones más relevantes.
Por desgracia la mayor parte de los edificios le parecían iguales, por lo que la noche cayó sin que él pudiera hacer muchos avances en su investigación.
No sabía cómo, pero había acabado de vuelta en aquella plaza de mercado.
Un gran tumulto de gente se apiñaba cerca de la herrería, donde parecía suceder algo.
El hombre-lagarto se acercó todo lo discretamente que se lo permitían su constitución, porte y raza a ver qué acontecía.
Einar, la daga no está donde la dejé, dijo la ayudante de la herrera.
Aquella era la mujer que había forjado las tres dagas.
De nuevo se armó un revuelo entre la gente, convencida de que aquella mujer era una asesina de algún tipo.
A ver, buscad a la tal Huracán y al hombre-bestia F, que entreguen sus dagas para resolver este asesinato, y en seguida vio cómo todas las miradas se dirigían a él, el extraño entre extraños.
No dispuesto a ver truncados sus planes por algo tan nimio como la muerte de un estúpido desconocido, y encima humano.
Yo no he sssido, mirad, aquí essstá mi daga. No ha sssido usssada aún.
Tengo... prisssa..., dijo intentando salir del paso.
Graciasss por la visssita guiada, pero debo hacer otrasss cosssasss ahora misssmo...
Un segundo, por favor, le contestó el herrero.
Solo firme aquí conforme ha recibido este pequeño regalo de bienvenida a la ciudad.
Desde luego los humanos eran raros como ellos solos. No se les ocurría mejor cosa que regalarle un arma a un completo desconocido que ni siquiera llevaba un día en la ciudad, a quien nadie conocía y que podría abandonar la población con la misma facilidad con la que entró.
El hombre-lagarto tomó el pequeño objeto que le pasaron e imitó lo mejor que pudo la caligrafía humana, pero apenas acabó la letra "f" perdió la poca paciencia que le quedaba y cesó en su burdo intento de escritura.
Maldita sssea, esssto no esss lo mío...
Gracias, señor, tome, eran meras formalidades legales, para evitar problemas con las autoridades, ¿sabe?
No le entretendré más, tenga un buen día.
Hum, aquel hombrecillo le caía en gracia, quizás le perdonaría la vida para que trabajase en la forja cuando conquistase la ciudad.
Con su nueva daga en la mano, Escamanegra deambuló por las calles de la ciudad, intentando memorizar las localizaciones más relevantes.
Por desgracia la mayor parte de los edificios le parecían iguales, por lo que la noche cayó sin que él pudiera hacer muchos avances en su investigación.
No sabía cómo, pero había acabado de vuelta en aquella plaza de mercado.
Un gran tumulto de gente se apiñaba cerca de la herrería, donde parecía suceder algo.
El hombre-lagarto se acercó todo lo discretamente que se lo permitían su constitución, porte y raza a ver qué acontecía.
Einar, la daga no está donde la dejé, dijo la ayudante de la herrera.
Aquella era la mujer que había forjado las tres dagas.
De nuevo se armó un revuelo entre la gente, convencida de que aquella mujer era una asesina de algún tipo.
A ver, buscad a la tal Huracán y al hombre-bestia F, que entreguen sus dagas para resolver este asesinato, y en seguida vio cómo todas las miradas se dirigían a él, el extraño entre extraños.
No dispuesto a ver truncados sus planes por algo tan nimio como la muerte de un estúpido desconocido, y encima humano.
Yo no he sssido, mirad, aquí essstá mi daga. No ha sssido usssada aún.
Fennel Escamanegra
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Al poco de que comenzaran a acusar al herrero, éste salió del interior de la herrería desacusándose y diciendo que había dado las dagas, a tres personas que el tal Lindon le había presentado por la mañana. Imagino que esos tres seríamos yo, la morena y el hombre lagarto.
La primera en ser acusada fue la mujer morena que se encontraba en la forja. Por lo visto ella había sido la que había forjado las dagas. Y la suya en cambio no apareció por allí. Declaró no haberla dejado donde la había colocado. Curioso cuanto menos. El hombre cogió los papeles y aseguró estar firmado por un tal “F” y… ¡por mí!
Sin embargo, yo no había recibido ninguna daga de nadie. Estuve todo el rato hablando con el boticario. ¿Cómo podían saber mi nombre? Estaba claro. Cuando me presenté ante el boticario le dije que me llamaba Huracán. Alguien me escucharía y falsificaría mi firma. Esa fue la única ocasión en la que mi nombre resonó. Durante este momento, el hombre lagarto, que también era sospechoso, enseñó su daga para demostrar su inocencia.
-¡Es un monstruo! ¡Seguro que tomó otra daga! – gritó uno de ellos. No parecían creer en la inocencia de la criatura.
Antes de que todo el mundo empezase a buscarme. Preferí presentarme.
-Yo soy Huracán – dije con voz seria. Sería mejor declararme inocente antes de que me culpasen. Tomé el papel en el que supuestamente había firmado. – Esta no es mi firma, y no he recibido ninguna daga de nadie. La única daga que tengo es ésta, que es mía. – dije sacando la daga que llevaba siempre atada al muslo y que formaba parte de mi equipamiento de siempre.
-¡Ha sido ella! – gritó otro –¡Lleva tres ballestas y una daga! ¡Es una asesina! ¡Detenedla!
Había división en el ambiente. Y el capitán de la guardia así lo hacia notar. Unos se declaraban porque yo era la culpable por mi armamento. Otros que el tal Fennel era el asesino por ser un monstruo. Y el resto apuntaba a la morena, que había sido la que creó las dagas y que también perdió la suya. El capitán de la guardia se lo pensó antes de dar un veredicto.
-Pues como no sabemos quienes son, ¡los tres a la horca! – sentenció. Qué gran y justa solución la suya.
-Oiga. Yo no he matado a nadie. Es la primera vez que piso esta ciudad y… - pero ya era tarde ya tenía un guardia tomándome de los brazos por la espalda y empujándome. Me pensé seriamente el escaparme.
Nos arrastraron a los tres por las calles de la ciudad. Desde la plaza del mercado por las calles. Mientras todo el mundo nos lanzaba tomates y objetos como si fuésemos despojos de la sociedad. Menuda gran impresión para ser la primera vez que pisaba aquella ciudad. Ya quería ahorcarme.
-¡Es culpa tuya y de tu herrero, maldita! – acusé a la mujer morena mirándola con desprecio mientras nos arrastraban. Menudo lío en el que me había metido y lo más probable es que ella fuese la culpable. A fin de cuentas había sido ella la que había forjado las dagas.
Nos subieron a lo alto de una tarima. Era ya de noche. Parecían determinados a ahorcarnos. ¿Así decidían los humanos el destino de la gente? En fin. Parece ser que tendría que invocar mis poderes, pero esperaría a ver qué hacían mis compañeros, si preferían seguir la línea del diálogo o atacar. En cualquier caso, yo no quería ser la primera en dar el paso adelante. No quería ser una proscrita de inicio. Les daría un minuto más antes de pasar a la acción.
La primera en ser acusada fue la mujer morena que se encontraba en la forja. Por lo visto ella había sido la que había forjado las dagas. Y la suya en cambio no apareció por allí. Declaró no haberla dejado donde la había colocado. Curioso cuanto menos. El hombre cogió los papeles y aseguró estar firmado por un tal “F” y… ¡por mí!
Sin embargo, yo no había recibido ninguna daga de nadie. Estuve todo el rato hablando con el boticario. ¿Cómo podían saber mi nombre? Estaba claro. Cuando me presenté ante el boticario le dije que me llamaba Huracán. Alguien me escucharía y falsificaría mi firma. Esa fue la única ocasión en la que mi nombre resonó. Durante este momento, el hombre lagarto, que también era sospechoso, enseñó su daga para demostrar su inocencia.
-¡Es un monstruo! ¡Seguro que tomó otra daga! – gritó uno de ellos. No parecían creer en la inocencia de la criatura.
Antes de que todo el mundo empezase a buscarme. Preferí presentarme.
-Yo soy Huracán – dije con voz seria. Sería mejor declararme inocente antes de que me culpasen. Tomé el papel en el que supuestamente había firmado. – Esta no es mi firma, y no he recibido ninguna daga de nadie. La única daga que tengo es ésta, que es mía. – dije sacando la daga que llevaba siempre atada al muslo y que formaba parte de mi equipamiento de siempre.
-¡Ha sido ella! – gritó otro –¡Lleva tres ballestas y una daga! ¡Es una asesina! ¡Detenedla!
Había división en el ambiente. Y el capitán de la guardia así lo hacia notar. Unos se declaraban porque yo era la culpable por mi armamento. Otros que el tal Fennel era el asesino por ser un monstruo. Y el resto apuntaba a la morena, que había sido la que creó las dagas y que también perdió la suya. El capitán de la guardia se lo pensó antes de dar un veredicto.
-Pues como no sabemos quienes son, ¡los tres a la horca! – sentenció. Qué gran y justa solución la suya.
-Oiga. Yo no he matado a nadie. Es la primera vez que piso esta ciudad y… - pero ya era tarde ya tenía un guardia tomándome de los brazos por la espalda y empujándome. Me pensé seriamente el escaparme.
Nos arrastraron a los tres por las calles de la ciudad. Desde la plaza del mercado por las calles. Mientras todo el mundo nos lanzaba tomates y objetos como si fuésemos despojos de la sociedad. Menuda gran impresión para ser la primera vez que pisaba aquella ciudad. Ya quería ahorcarme.
-¡Es culpa tuya y de tu herrero, maldita! – acusé a la mujer morena mirándola con desprecio mientras nos arrastraban. Menudo lío en el que me había metido y lo más probable es que ella fuese la culpable. A fin de cuentas había sido ella la que había forjado las dagas.
Nos subieron a lo alto de una tarima. Era ya de noche. Parecían determinados a ahorcarnos. ¿Así decidían los humanos el destino de la gente? En fin. Parece ser que tendría que invocar mis poderes, pero esperaría a ver qué hacían mis compañeros, si preferían seguir la línea del diálogo o atacar. En cualquier caso, yo no quería ser la primera en dar el paso adelante. No quería ser una proscrita de inicio. Les daría un minuto más antes de pasar a la acción.
Anastasia Boisson
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Sin saber del toco cómo, Levia se vio arrastrada por un par de hombres de la guardia, que la inmovilizaban poniéndole los brazos hacia atrás. Hicieron lo mismo con la bruja y el hombre bestia.
Aquello era una locura.
La muchedumbre gritaba y lanzaba cosas, parecían borregos. La morena ofrecía resistencia a los brazos que la sujetaban como tenazas, pero sin resultado alguno. Los hombres de la guardia le propinaron un puñetazo en uno de los muslos, para que dejase de retorcerse. La mujer apretó los dientes mientras sentía que se le adormecía la extremidad. Tendrían que pasar algunos minutos antes de que pudiera sentir de nuevo la pierna por completo.
-¡Es culpa tuya y de tu herrero, maldita!- pudo escuchar que gritaba la bruja dese uno de los lados. Los tres eran conducidos hacía la horca, haciéndoles subir por unas escuetas escaleras hasta la construcción de madera. Colgaban de ella cinco cuerdas, ennegrecidas por la zona que se suponía que era para su cuello.
-Esto es una locura, se puede abrir una investigación…- comenzó la morena sin hacer caso a las palabras de la bruja. Pero no tardó mucho en ser interrumpida.
-Cállate ya de una vez, ¿o quieres que te propine otro golpe?- le amenazó uno de los guardias que la tenía sujeta.
No pensaba morir aquel día, y menos por algo que ella no había hecho. No pensaba quedarse allí para que la colgasen, hasta que el último expiro de aire de su cuerpo la abandonase, a ojos de todos aquellos pueblerinos. O quizás se le rompería el cuello y todo terminaría de golpe, sin sufrir, sin darse cuenta de nada. Pero aquella tampoco era una opción.
No sabía que pretendían aquellos dos, pero no era su problema, ella tenía que irse de allí.
…
No podía dejarles morir por algo que ellos no había hecho, si realmente eran inocentes, y menos con las dagas que ella misma había forjado.
Alzó la cabeza hacía el cielo, algunas nueves salpicadas por el cielo ahora tapaban el sol, aunque no llovería aquella tarde. Negó con la cabeza, alzando una ceja. Con lo fácil que es hacer las cosas bien… humanos. Pensó la morena antes de impulsarse hacia abajo, aprovechando la distracción de los guardias para abrir los brazos y librarse de su enganche. Alargó los brazos hacia los lados, haciendo que estos se alargasen al momento y adquiriendo una coloración negruzca. Escamas negras y puntiagudas comenzaron a cubrir su cuerpo, que se deformaba en un abrir y cerrar de ojos. Dando un paso atrás y cerrando las alas, la mujer cubrió con su cuerpo a los dos acusados que la acompañaban, mientras terminaba de transformarse. En cuanto lo hizo, cogiendo al hombre bestia y a la bruja por la espalda con sus garras, la dragona salió volando.
Sobrevoló la cuidad, saliendo de los muros de esta. Los pasajeros comenzaban a pesarle, aunque ya empezaba a ver los primeros arboles, donde podrían esconderse mejor.
Los dejó en el suelo de la mejor manera que pudo, aunque quizás estos cayeran un poco mal. Le dolían las extremidades, ya que la trasformación había sido muy rápida y brusca. Ya con su forma humana, se tomó unos instantes para arreglarse la armadura y ver las lesiones que aquellos estúpidos le habían causado.
Aquello era una locura.
La muchedumbre gritaba y lanzaba cosas, parecían borregos. La morena ofrecía resistencia a los brazos que la sujetaban como tenazas, pero sin resultado alguno. Los hombres de la guardia le propinaron un puñetazo en uno de los muslos, para que dejase de retorcerse. La mujer apretó los dientes mientras sentía que se le adormecía la extremidad. Tendrían que pasar algunos minutos antes de que pudiera sentir de nuevo la pierna por completo.
-¡Es culpa tuya y de tu herrero, maldita!- pudo escuchar que gritaba la bruja dese uno de los lados. Los tres eran conducidos hacía la horca, haciéndoles subir por unas escuetas escaleras hasta la construcción de madera. Colgaban de ella cinco cuerdas, ennegrecidas por la zona que se suponía que era para su cuello.
-Esto es una locura, se puede abrir una investigación…- comenzó la morena sin hacer caso a las palabras de la bruja. Pero no tardó mucho en ser interrumpida.
-Cállate ya de una vez, ¿o quieres que te propine otro golpe?- le amenazó uno de los guardias que la tenía sujeta.
No pensaba morir aquel día, y menos por algo que ella no había hecho. No pensaba quedarse allí para que la colgasen, hasta que el último expiro de aire de su cuerpo la abandonase, a ojos de todos aquellos pueblerinos. O quizás se le rompería el cuello y todo terminaría de golpe, sin sufrir, sin darse cuenta de nada. Pero aquella tampoco era una opción.
No sabía que pretendían aquellos dos, pero no era su problema, ella tenía que irse de allí.
…
No podía dejarles morir por algo que ellos no había hecho, si realmente eran inocentes, y menos con las dagas que ella misma había forjado.
Alzó la cabeza hacía el cielo, algunas nueves salpicadas por el cielo ahora tapaban el sol, aunque no llovería aquella tarde. Negó con la cabeza, alzando una ceja. Con lo fácil que es hacer las cosas bien… humanos. Pensó la morena antes de impulsarse hacia abajo, aprovechando la distracción de los guardias para abrir los brazos y librarse de su enganche. Alargó los brazos hacia los lados, haciendo que estos se alargasen al momento y adquiriendo una coloración negruzca. Escamas negras y puntiagudas comenzaron a cubrir su cuerpo, que se deformaba en un abrir y cerrar de ojos. Dando un paso atrás y cerrando las alas, la mujer cubrió con su cuerpo a los dos acusados que la acompañaban, mientras terminaba de transformarse. En cuanto lo hizo, cogiendo al hombre bestia y a la bruja por la espalda con sus garras, la dragona salió volando.
Sobrevoló la cuidad, saliendo de los muros de esta. Los pasajeros comenzaban a pesarle, aunque ya empezaba a ver los primeros arboles, donde podrían esconderse mejor.
Los dejó en el suelo de la mejor manera que pudo, aunque quizás estos cayeran un poco mal. Le dolían las extremidades, ya que la trasformación había sido muy rápida y brusca. Ya con su forma humana, se tomó unos instantes para arreglarse la armadura y ver las lesiones que aquellos estúpidos le habían causado.
Levia
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Aquellos estúpidos pueblerinos le estaban acusando del asesinato a pesar de que había dejado claro que él no era.
Cada vez le costaba más contenerse y no partir en dos de un hachazo a uno de esos simios pelados, pero tenía que aguantar, por lo menos lo suficiente hasta que le declarasen inocente.
Pues como no sabemos quiénes son, ¡los tres a la horca!, dijo el capitán de la guardia.
¿Pero sería posible que fuesen a dar por finiquitado tan rápidamente el asunto? Esto no podía quedar así.
De repente pudo notar como unos guardias les agarraban de las muñecas a los tres y los conducían a empujones hacia un patíbulo de no muy buen aspecto, claramente bastante usado en la ciudad.
La luna iluminaba aquella plataforma letal, y las cuerdas formaban elipses alargadas, casi como la sonrisa de un coyote.
Miró a sus dos compañeras, que permanecían en silencio, quizás para evitar ser las primeras en pasar por la horca.
Una de ellas rompió el hielo entre los abucheos del público de la improvisada ejecución.
Esto es una locura, se puede abrir una investigación…
Sin embargo sus quejas fueron silenciadas por unos cuantos golpes propinados por su "justo" captor.
Uno de aquellos guardias se aproximaba a colocar las sogas sobre sendos pescuezos cuando algo inesperado destrozó la tétrica tranquilidad con la que todo sucedía: el cuerpo de aquella mujer se contorsionó y transformó, dando lugar a una negra figura dracónica que inspiraba temor entre el populacho.
Fennel aprovechó la distracción para agitarse con fuerza, librándose de los guardias que lo mantenían sujeto hasta el momento.
Pudo ver cómo uno de ellos tropezaba y caía del patíbulo, con tal fortuna que partió el cuello al chocar de lleno con él contra el suelo.
La dragona, o lo que quiera que fuese aquello, agarró a la otra mujer y al hombre-lagarto, llevándoselos por el aire contra su voluntad, y tras cruzar los muros de la ciudad los dejó caer en unos matorrales suficientemente grandes y discretos para esconderlos, aunque ella tendría que buscar otro escondite para su figura. Esto no pareció ser un gran problema para ella, ya que volvió a adoptar su forma anterior, tomándose un tiempo para acicalarse y comprobar que todo estuviese en su sitio.
¡¿Qué naricesss ha sssido essso?! ¡Yo no he hecho nada y ya me querían matar!
¡Essstúpidos sssimiosss peladosss, ya lesss enssseñaré, ya!
Desde luego el hombre-lagarto estaba ciertamente alterado, y con motivos, ya que ni siquiera le había dado tiempo a poder romper las reglas.
¿Acaso habrían utilizado algún tipo de poder para leerle la mente? ¿Quizás no era tan buen actor como sospechaba?
Fuera como fuese, esto no iba a quedar así. Pensaba averiguar qué carajo había sucedido con aquel muerto y cómo le habían logrado incriminar a él en ese embrollo.
Cada vez le costaba más contenerse y no partir en dos de un hachazo a uno de esos simios pelados, pero tenía que aguantar, por lo menos lo suficiente hasta que le declarasen inocente.
Pues como no sabemos quiénes son, ¡los tres a la horca!, dijo el capitán de la guardia.
¿Pero sería posible que fuesen a dar por finiquitado tan rápidamente el asunto? Esto no podía quedar así.
De repente pudo notar como unos guardias les agarraban de las muñecas a los tres y los conducían a empujones hacia un patíbulo de no muy buen aspecto, claramente bastante usado en la ciudad.
La luna iluminaba aquella plataforma letal, y las cuerdas formaban elipses alargadas, casi como la sonrisa de un coyote.
Miró a sus dos compañeras, que permanecían en silencio, quizás para evitar ser las primeras en pasar por la horca.
Una de ellas rompió el hielo entre los abucheos del público de la improvisada ejecución.
Esto es una locura, se puede abrir una investigación…
Sin embargo sus quejas fueron silenciadas por unos cuantos golpes propinados por su "justo" captor.
Uno de aquellos guardias se aproximaba a colocar las sogas sobre sendos pescuezos cuando algo inesperado destrozó la tétrica tranquilidad con la que todo sucedía: el cuerpo de aquella mujer se contorsionó y transformó, dando lugar a una negra figura dracónica que inspiraba temor entre el populacho.
Fennel aprovechó la distracción para agitarse con fuerza, librándose de los guardias que lo mantenían sujeto hasta el momento.
Pudo ver cómo uno de ellos tropezaba y caía del patíbulo, con tal fortuna que partió el cuello al chocar de lleno con él contra el suelo.
La dragona, o lo que quiera que fuese aquello, agarró a la otra mujer y al hombre-lagarto, llevándoselos por el aire contra su voluntad, y tras cruzar los muros de la ciudad los dejó caer en unos matorrales suficientemente grandes y discretos para esconderlos, aunque ella tendría que buscar otro escondite para su figura. Esto no pareció ser un gran problema para ella, ya que volvió a adoptar su forma anterior, tomándose un tiempo para acicalarse y comprobar que todo estuviese en su sitio.
¡¿Qué naricesss ha sssido essso?! ¡Yo no he hecho nada y ya me querían matar!
¡Essstúpidos sssimiosss peladosss, ya lesss enssseñaré, ya!
Desde luego el hombre-lagarto estaba ciertamente alterado, y con motivos, ya que ni siquiera le había dado tiempo a poder romper las reglas.
¿Acaso habrían utilizado algún tipo de poder para leerle la mente? ¿Quizás no era tan buen actor como sospechaba?
Fuera como fuese, esto no iba a quedar así. Pensaba averiguar qué carajo había sucedido con aquel muerto y cómo le habían logrado incriminar a él en ese embrollo.
Fennel Escamanegra
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Cuando ya me preparaba a sacar las ballestas cortas para disparar. Sentí a mi lado a la mujer morena transformarse en algo mucho más grande. ¿Pero qué demonios? ¡Es una dragona! Sí. Así era. Y en vez de huir me tomó con sus garras, a mí y al lagarto, y nos sacó volando de la ciudad. A las afueras.
Todo aquello era un disparate. Y comenzaba a tener un humor de perros. Yo no estaba allí para sufrir todo aquello, y claramente me sentí alterada en cuanto me sacaron por los aires. Odiaba que la gente me tocara siquiera del hombro. Y mucho más odiaba que me cogieran como si fuese un muñeco. Y para rematarlo, me posó en el suelo de una forma poco cuidadosa, concretamente encima de unos arbustos con pinchos. No había mejor sitio que ese. En cuanto me levanté pude sacar a la luz todo mi odio por la situación tan estúpida que se había dado en aquella noche.
El tal Fennel también estaba claramente alterado. Tanto o más que yo. Pero él al menos llevaba la daga que le habían dado. Aunque vete tu a saber si robó la mía. Yo ni siquiera había recibido nada. La que parecía más tranquila de los tres era la dragona, que había adoptado su forma humana.
–¡Estúpidos reptiles! – insulté a ambos. Estaba claramente alterada y era una persona fácilmente irascible. - Desde que llegué a la ciudad no he hecho más que encontrarme con vosotros. No sé quién cojones sois ni qué tramáis. Pero me habéis metido en un lío gordo. – Los acusaba a ellos pues no podía haber otros culpables, ya que yo no había hecho nada y, además, era demasiada coincidencia encontrármelos bastantes veces aquel día. – Tengo una misión muy importante aquí y no puedo andarme con tonterías.
El viento había comenzado a soplar fuerte, era algo habitual cuando estaba alterada. Fruto de mi poder que aún no controlaba. Pero eso consumía mi energía y me agotaba. Tenía que tener la cabeza fría. Crucé los brazos con resignación. Tratando de contener mi rabia ante tal injusticia. Observando las puertas de la ciudad desde aquella zona boscosa, cercana a la muralla principal. Ahora tendría un problema para que me dejaran entrar, pues seguramente intentarían ahorcarme de nuevo. ¡Estúpidos humanos! Traté de relajarme poco a poco y en soledad. Un poco apartada del grupo.
Pero tenía que volver a la ciudad, era de noche cerrado y tenía que limpiar mi nombre antes de poder encontrar a Malcolm Forvey. En principio… ¿quién podría hacer un asesinato así? Pensando ya en frío. Ninguno de las dos criaturas que me acompañaban podían serlo, pues se exponían a que les cortasen la cabeza a ellos también. Pensé en más gente. Había dos sospechosos principales. Volví al grupo una vez calmada. Aunque estaba algo arrepentida por haberles tratado algo mal no iba a pedirles perdón ni mucho menos. Era demasiado orgullosa para ello.
-Einar y Lindon – les dije – Tenemos que encontrar a esos dos tipos. Uno de ellos es el culpable – y miré a la dragona. Claramente ella tenía más trato con el herrero así que lo conocería mejor. Lo siento por ella. Pero para mí era un sospechoso igual. – Ellos idearon lo de fabricar las dagas. El herrero sabemos donde vive, ¿pero y el guía? – pregunté. Parecía evidente que primero habría que hacerle una visita al herrero. Investigar su casa y ver si había indicios de un crimen. Miré de nuevo a mis compañeros. Si decidían partir, estaba dispuesta a seguirlos o a escuchar cualquier idea que tuvieran.
Todo aquello era un disparate. Y comenzaba a tener un humor de perros. Yo no estaba allí para sufrir todo aquello, y claramente me sentí alterada en cuanto me sacaron por los aires. Odiaba que la gente me tocara siquiera del hombro. Y mucho más odiaba que me cogieran como si fuese un muñeco. Y para rematarlo, me posó en el suelo de una forma poco cuidadosa, concretamente encima de unos arbustos con pinchos. No había mejor sitio que ese. En cuanto me levanté pude sacar a la luz todo mi odio por la situación tan estúpida que se había dado en aquella noche.
El tal Fennel también estaba claramente alterado. Tanto o más que yo. Pero él al menos llevaba la daga que le habían dado. Aunque vete tu a saber si robó la mía. Yo ni siquiera había recibido nada. La que parecía más tranquila de los tres era la dragona, que había adoptado su forma humana.
–¡Estúpidos reptiles! – insulté a ambos. Estaba claramente alterada y era una persona fácilmente irascible. - Desde que llegué a la ciudad no he hecho más que encontrarme con vosotros. No sé quién cojones sois ni qué tramáis. Pero me habéis metido en un lío gordo. – Los acusaba a ellos pues no podía haber otros culpables, ya que yo no había hecho nada y, además, era demasiada coincidencia encontrármelos bastantes veces aquel día. – Tengo una misión muy importante aquí y no puedo andarme con tonterías.
El viento había comenzado a soplar fuerte, era algo habitual cuando estaba alterada. Fruto de mi poder que aún no controlaba. Pero eso consumía mi energía y me agotaba. Tenía que tener la cabeza fría. Crucé los brazos con resignación. Tratando de contener mi rabia ante tal injusticia. Observando las puertas de la ciudad desde aquella zona boscosa, cercana a la muralla principal. Ahora tendría un problema para que me dejaran entrar, pues seguramente intentarían ahorcarme de nuevo. ¡Estúpidos humanos! Traté de relajarme poco a poco y en soledad. Un poco apartada del grupo.
Pero tenía que volver a la ciudad, era de noche cerrado y tenía que limpiar mi nombre antes de poder encontrar a Malcolm Forvey. En principio… ¿quién podría hacer un asesinato así? Pensando ya en frío. Ninguno de las dos criaturas que me acompañaban podían serlo, pues se exponían a que les cortasen la cabeza a ellos también. Pensé en más gente. Había dos sospechosos principales. Volví al grupo una vez calmada. Aunque estaba algo arrepentida por haberles tratado algo mal no iba a pedirles perdón ni mucho menos. Era demasiado orgullosa para ello.
-Einar y Lindon – les dije – Tenemos que encontrar a esos dos tipos. Uno de ellos es el culpable – y miré a la dragona. Claramente ella tenía más trato con el herrero así que lo conocería mejor. Lo siento por ella. Pero para mí era un sospechoso igual. – Ellos idearon lo de fabricar las dagas. El herrero sabemos donde vive, ¿pero y el guía? – pregunté. Parecía evidente que primero habría que hacerle una visita al herrero. Investigar su casa y ver si había indicios de un crimen. Miré de nuevo a mis compañeros. Si decidían partir, estaba dispuesta a seguirlos o a escuchar cualquier idea que tuvieran.
Anastasia Boisson
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Estaba terminando de ponerse bien la armadura cuando el hombre lagarto comenzó a sisear maldiciones. Estaba enfadado, era normal, ella misma los estaba, aunque lo estaba llevando mejor. Transformarse tan rápido y de manera tan brusca había provocado que le doliesen un tanto las extremidades, pero pasaría en unos instantes, no era la primera vez que le pasaba.
Fue entonces cuando la furia de la bruja salpicó también el ambiente. La morena cerró los ojos, intentando concentrarse en su respiración.
-No te hemos metido en nada, bruja- dijo la morena intentando mantener un tono calmado, aunque era algo difícil dado la situación. Quería morderse la lengua, pasar de aquellos estúpidos comentarios, pero las acusaciones de la bruja estaban siendo un detonante en su cabreo. Sin darse cuenta, se había acercado unos pasos a la bruja, miraba sus ojos con firmeza. Realmente, bajo aquella tez enfurruñada, se escondía una bruja visiblemente bella. Su olor golpeó las fosas nasales de la dragona. Vampiro. No sabía qué relación tenía que aquella mujer oliese tan fuerte a vampiros. Frunció el ceño intentando que la curiosidad no se la llevase de lo realmente importante.
-No son tonterías…- añadió dándose la vuelta para alejarse de nuevo de la bruja, para que sus pensamientos no divagasen de nuevo. El aire se levantaba con más fuerza, y por la cara y gestos de la bruja, aquello era obra suya. Se alejó un poco de ellos, parecía que pensaba como entrar de nuevo en la cuidad.
-Si realmente ninguno de vosotros ha sido, hay alguien que o no quiere que estemos aquí o… quiere algo de nosotros- no encontraba relación alguna entre ellos tres, por lo que cualquiera de las dos opciones parecían una locura.
-Einar y Lindón. Tenemos que encontrar a esos dos tipos. Uno de ellos es el culpable. Ellos idearon lo de fabricar las dagas. El herrero sabemos donde vive, ¿pero y el guía?-
No, Einar no había sido. Lo conocía de hacia algún tiempo, y sabía que no era capaz de aquello. En cambio el guía se había comportado de manera extraña desde el principio, además de ser un sacacuartos. No pensaba dejar que aquellos dos metiesen las manos en casa del herrero. La bruja ahora parecía algo más calmada, aunque el ambiente aun estaba muy caldeado.
-Seguramente podemos encontrar a ese guía en alguna taberna- además a ella misma no le vendría mal un trago. – Tenemos que encontrar una manera de entrar a la ciudad sin ser vistos…- susurró más bien para ella misma, pensativa. Las catacumbas eran una buena forma de moverse por la cuidad sin ser vistos, pero era muy arriesgado. –Si esperamos a la luna esté en su punto más alto, podremos escondernos entre las sombras y llegar hasta la posada de la estrella, si no está ahí –que era lo más seguro- seguro que alguien sabe decirnos donde se encuentra.- calmada y serena, o eso intentaba la dragona. Sus ojos habían ardido con un fuego abrasador por unos instantes, pero debían pensar y actuar rápido, y para ello la rabia no era el mejor aliado.
Fue entonces cuando la furia de la bruja salpicó también el ambiente. La morena cerró los ojos, intentando concentrarse en su respiración.
-No te hemos metido en nada, bruja- dijo la morena intentando mantener un tono calmado, aunque era algo difícil dado la situación. Quería morderse la lengua, pasar de aquellos estúpidos comentarios, pero las acusaciones de la bruja estaban siendo un detonante en su cabreo. Sin darse cuenta, se había acercado unos pasos a la bruja, miraba sus ojos con firmeza. Realmente, bajo aquella tez enfurruñada, se escondía una bruja visiblemente bella. Su olor golpeó las fosas nasales de la dragona. Vampiro. No sabía qué relación tenía que aquella mujer oliese tan fuerte a vampiros. Frunció el ceño intentando que la curiosidad no se la llevase de lo realmente importante.
-No son tonterías…- añadió dándose la vuelta para alejarse de nuevo de la bruja, para que sus pensamientos no divagasen de nuevo. El aire se levantaba con más fuerza, y por la cara y gestos de la bruja, aquello era obra suya. Se alejó un poco de ellos, parecía que pensaba como entrar de nuevo en la cuidad.
-Si realmente ninguno de vosotros ha sido, hay alguien que o no quiere que estemos aquí o… quiere algo de nosotros- no encontraba relación alguna entre ellos tres, por lo que cualquiera de las dos opciones parecían una locura.
-Einar y Lindón. Tenemos que encontrar a esos dos tipos. Uno de ellos es el culpable. Ellos idearon lo de fabricar las dagas. El herrero sabemos donde vive, ¿pero y el guía?-
No, Einar no había sido. Lo conocía de hacia algún tiempo, y sabía que no era capaz de aquello. En cambio el guía se había comportado de manera extraña desde el principio, además de ser un sacacuartos. No pensaba dejar que aquellos dos metiesen las manos en casa del herrero. La bruja ahora parecía algo más calmada, aunque el ambiente aun estaba muy caldeado.
-Seguramente podemos encontrar a ese guía en alguna taberna- además a ella misma no le vendría mal un trago. – Tenemos que encontrar una manera de entrar a la ciudad sin ser vistos…- susurró más bien para ella misma, pensativa. Las catacumbas eran una buena forma de moverse por la cuidad sin ser vistos, pero era muy arriesgado. –Si esperamos a la luna esté en su punto más alto, podremos escondernos entre las sombras y llegar hasta la posada de la estrella, si no está ahí –que era lo más seguro- seguro que alguien sabe decirnos donde se encuentra.- calmada y serena, o eso intentaba la dragona. Sus ojos habían ardido con un fuego abrasador por unos instantes, pero debían pensar y actuar rápido, y para ello la rabia no era el mejor aliado.
Levia
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Desde luego todos aparentaban estar agitados y molestos por el altercado, y con motivos.
Por su parte él no tenía ninguna relación con la cazadora aquella y lo que fuese la otra cambiaformas, pero tampoco parecían conocerse de nada entre ellas.
Todo indicaba a una trampa tendida por alguien más, ahora bien, ¿quién?, eso ya era otra historia.
Si realmente ninguno de vosotros ha sido, hay alguien que o no quiere que estemos aquí o… quiere algo de nosotros...
Aquellas palabras de la dragona resultaban un tanto enigmáticas pero bien encaminadas.
Einar y Lindon, respondió la mujer armada. Tenemos que encontrar a esos dos tipos. Uno de ellos es el culpable, ellos idearon lo de fabricar las dagas.
El herrero sabemos dónde vive, ¿pero y el guía?
A la morena no parecía hacerle mucha gracia la inclusión del herrero en la lista de posibles culpables, pero nada indicaba que él estaba libre de culpa.
Seguramente podemos encontrar a ese guía en alguna taberna, tenemos que encontrar una manera de entrar a la ciudad sin ser vistos…
Tras mucho despotricar entre dientes, Fennel logró contener su ira durante unos instantes.
No iba a conseguir nada de esa manera, no sin localizar al cabrón que les había tendido esa trampa y desenmascararlo.
¿Y cómo vamosss a hacer essso? No sssomosss precisssamente fácilesss de ocultar...
Si esperamos a que la luna esté en su punto más alto podremos escondernos entre las sombras y llegar hasta la Posada de la Estrella. Si no está ahí seguro que alguien sabrá decirnos dónde se encuentra.
El plan quizás no era tan malo, pero tres individuos juntos y de tan dispar apariencia llamarían inevitablemente la atención.
No podremosss ir juntosss, no hasssta que essstemosss dentro de la ciudad de nuevo, llamaríamosss demasssiado la atención.
El hombre-lagarto hizo una pausa para tragar saliva de nuevo y calcular cuidadosamente sus siguientes palabras.
Vosssotrasss podréisss camuflarosss entre la gente mejor que yo, ssseparémonosss, y ya encontraré un método de reunirme con vosssotrasss.
Por supuesto, todo esto era una terrible apuesta a ciegas, pero no les quedaban muchas más opciones.
Si no arreglaban rápido el turbio embrollo en el que los habían mezclado podrían ser marcados como forajidos, y entonces ya sí que no habría nada que hacer ante patrullas más numerosas de guardias y cazarrecompensas.
Solo restaba esperar a ver cuál era la respuesta de las dos mujeres, ya que él tenía claro su curso de acción.
Por su parte él no tenía ninguna relación con la cazadora aquella y lo que fuese la otra cambiaformas, pero tampoco parecían conocerse de nada entre ellas.
Todo indicaba a una trampa tendida por alguien más, ahora bien, ¿quién?, eso ya era otra historia.
Si realmente ninguno de vosotros ha sido, hay alguien que o no quiere que estemos aquí o… quiere algo de nosotros...
Aquellas palabras de la dragona resultaban un tanto enigmáticas pero bien encaminadas.
Einar y Lindon, respondió la mujer armada. Tenemos que encontrar a esos dos tipos. Uno de ellos es el culpable, ellos idearon lo de fabricar las dagas.
El herrero sabemos dónde vive, ¿pero y el guía?
A la morena no parecía hacerle mucha gracia la inclusión del herrero en la lista de posibles culpables, pero nada indicaba que él estaba libre de culpa.
Seguramente podemos encontrar a ese guía en alguna taberna, tenemos que encontrar una manera de entrar a la ciudad sin ser vistos…
Tras mucho despotricar entre dientes, Fennel logró contener su ira durante unos instantes.
No iba a conseguir nada de esa manera, no sin localizar al cabrón que les había tendido esa trampa y desenmascararlo.
¿Y cómo vamosss a hacer essso? No sssomosss precisssamente fácilesss de ocultar...
Si esperamos a que la luna esté en su punto más alto podremos escondernos entre las sombras y llegar hasta la Posada de la Estrella. Si no está ahí seguro que alguien sabrá decirnos dónde se encuentra.
El plan quizás no era tan malo, pero tres individuos juntos y de tan dispar apariencia llamarían inevitablemente la atención.
No podremosss ir juntosss, no hasssta que essstemosss dentro de la ciudad de nuevo, llamaríamosss demasssiado la atención.
El hombre-lagarto hizo una pausa para tragar saliva de nuevo y calcular cuidadosamente sus siguientes palabras.
Vosssotrasss podréisss camuflarosss entre la gente mejor que yo, ssseparémonosss, y ya encontraré un método de reunirme con vosssotrasss.
Por supuesto, todo esto era una terrible apuesta a ciegas, pero no les quedaban muchas más opciones.
Si no arreglaban rápido el turbio embrollo en el que los habían mezclado podrían ser marcados como forajidos, y entonces ya sí que no habría nada que hacer ante patrullas más numerosas de guardias y cazarrecompensas.
Solo restaba esperar a ver cuál era la respuesta de las dos mujeres, ya que él tenía claro su curso de acción.
Fennel Escamanegra
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Los malos tenores se fueron calmando, pero yo seguía irritada y de brazos cruzados, no con las dos criaturas en general, sino un malestar general. Aunque poco iba a arreglar con una actitud tan negativa. El hecho de que no me gustase trabajar con desconocidos tampoco ayudaba. Yo era solitaria.
La dragona parecía incómoda cuando comenté que el herrero podía ser el culpable. Puede que fuese conocido, pero eso no le eximía de la sospecha. Pues a fin de cuentas él había ordenado fabricar las dagas y conocía al timador. Lo cual no era bueno. Sugería ir a una taberna, la posada de la estrella, debía ser la taberna cerca del puerto, en la que lo vimos por primera vez.
El hombre lagarto no quería venir con nosotras. Lo cual me hizo sospechar sobre su implicación en el plan. Yo no me fiaba de nadie y que se desmarcara así de la situación sin contar nada de su plan
-¿Acaso quieres huir, criaturita? – le pregunté con humos de enfado e instándole a que nos contara el plan, encarándome con la criatura, aunque hubiese usado un diminutivo para dirigirme a él, me sacaba dos cabezas y una espalda. Pero a menos que fuera alguien descomunal, los tamaños no me imponían, suele ser inversamente proporcional a la inteligencia, y yo temía más a alguien inteligente que a alguien musculoso. Me fijé en sus ojos de reptil para ver si mentía, aunque no lo parecía.
Finalmente, pensé que sería mejor que no nos siguiera. A fin de cuentas llamaría mucho la atención. Finalmente, cuando todo parecía decidido y ya a la luz de la luna, le hice un gesto a la mujer morena para que me guiase hacia la posada. Yo no sabía llegar pues era la primera vez que estaba en una ciudad tan grande.
Aprovechamos la luz de la luna y un carromato para entrar rápidamente sin detenernos, casi corriendo, por la puerta. Nos la jugamos, pero por suerte, la noticia del asesinato aún no había llegado a los guardias de las afueras, así que no había nadie buscándonos ni nos había identificado. Por lo que pudimos pasar sin problemas. Ahora tendríamos más problemas. Pues porque para huir. Iba a tener que sacarnos.
-Espero que esa lagartija bípeda no nos haya traicionado. – le dije a la morena mientras caminábamos a ritmo rápido por las calles. En principio solía y hasta que me demostrasen que valía la pena, solía ser bastante racista casi con todo lo que no tuviera forma humana. Era algo que me venía de familia y no podía evitarlo, aunque trataba de disimularlo.
Llegamos a la posada sin mayores problemas, ya tenía ganas de acabar con todo esto y continuar mi misión en la ciudad. Abrí la puerta de la taberna muy malhumorada y me dirigí al hombre. En la taberna solo había hombres borrachos y marineros de unas pintas cuestionables. El mesonero estaba limpiando con un paño la mesa. Me acerqué a él sin dubitaciones.
-Busco a Lindon, un guía, ¿sabes dónde está? – respondí con semblante serio. El hombre, algo rechoncho con barba y la cabeza rapada, empezó a reírse y en la taberna le siguieron la gracia.
- Aquí no conocemos a ningún Lindon – dijo con una sonrisa, todo el bar le siguió la gracia – ¿Sois las que habéis cometido el asesinato? – preguntó para tratar de hacerse el gracioso, a lo que todos los borrachos continuaron con una carcajada.
Eso ya era una clara evidencia de quién era el culpable de todo aquello. Lindon había estado allí y lo había contado, y era bastante evidente. Ahora ya estaba tranquila. Bastaría con sacarlas la información a aquellos borrachos, algo que no sería muy difícil. No obstante, odiaba que me vacilen, y antes de empezar a repartir virotes, me mojé los labios con la lengua. Con serenidad. Puse los dos brazos sobre la mesa. Tratando de contener mi ira. Odio que me vacilen.
-A lo mejor no me he explicado con suficiente claridad. – le respondí con total serenidad, poniendo los brazos sobre la mesa y acercándome. Ahora sí con una mirada directa e intimidante. - O me lo dices por las buenas o a lo mejor ahora sí que hay un asesinato – Esperaba que Levia también hiciese algo por su parte.
La dragona parecía incómoda cuando comenté que el herrero podía ser el culpable. Puede que fuese conocido, pero eso no le eximía de la sospecha. Pues a fin de cuentas él había ordenado fabricar las dagas y conocía al timador. Lo cual no era bueno. Sugería ir a una taberna, la posada de la estrella, debía ser la taberna cerca del puerto, en la que lo vimos por primera vez.
El hombre lagarto no quería venir con nosotras. Lo cual me hizo sospechar sobre su implicación en el plan. Yo no me fiaba de nadie y que se desmarcara así de la situación sin contar nada de su plan
-¿Acaso quieres huir, criaturita? – le pregunté con humos de enfado e instándole a que nos contara el plan, encarándome con la criatura, aunque hubiese usado un diminutivo para dirigirme a él, me sacaba dos cabezas y una espalda. Pero a menos que fuera alguien descomunal, los tamaños no me imponían, suele ser inversamente proporcional a la inteligencia, y yo temía más a alguien inteligente que a alguien musculoso. Me fijé en sus ojos de reptil para ver si mentía, aunque no lo parecía.
Finalmente, pensé que sería mejor que no nos siguiera. A fin de cuentas llamaría mucho la atención. Finalmente, cuando todo parecía decidido y ya a la luz de la luna, le hice un gesto a la mujer morena para que me guiase hacia la posada. Yo no sabía llegar pues era la primera vez que estaba en una ciudad tan grande.
Aprovechamos la luz de la luna y un carromato para entrar rápidamente sin detenernos, casi corriendo, por la puerta. Nos la jugamos, pero por suerte, la noticia del asesinato aún no había llegado a los guardias de las afueras, así que no había nadie buscándonos ni nos había identificado. Por lo que pudimos pasar sin problemas. Ahora tendríamos más problemas. Pues porque para huir. Iba a tener que sacarnos.
-Espero que esa lagartija bípeda no nos haya traicionado. – le dije a la morena mientras caminábamos a ritmo rápido por las calles. En principio solía y hasta que me demostrasen que valía la pena, solía ser bastante racista casi con todo lo que no tuviera forma humana. Era algo que me venía de familia y no podía evitarlo, aunque trataba de disimularlo.
Llegamos a la posada sin mayores problemas, ya tenía ganas de acabar con todo esto y continuar mi misión en la ciudad. Abrí la puerta de la taberna muy malhumorada y me dirigí al hombre. En la taberna solo había hombres borrachos y marineros de unas pintas cuestionables. El mesonero estaba limpiando con un paño la mesa. Me acerqué a él sin dubitaciones.
-Busco a Lindon, un guía, ¿sabes dónde está? – respondí con semblante serio. El hombre, algo rechoncho con barba y la cabeza rapada, empezó a reírse y en la taberna le siguieron la gracia.
- Aquí no conocemos a ningún Lindon – dijo con una sonrisa, todo el bar le siguió la gracia – ¿Sois las que habéis cometido el asesinato? – preguntó para tratar de hacerse el gracioso, a lo que todos los borrachos continuaron con una carcajada.
Eso ya era una clara evidencia de quién era el culpable de todo aquello. Lindon había estado allí y lo había contado, y era bastante evidente. Ahora ya estaba tranquila. Bastaría con sacarlas la información a aquellos borrachos, algo que no sería muy difícil. No obstante, odiaba que me vacilen, y antes de empezar a repartir virotes, me mojé los labios con la lengua. Con serenidad. Puse los dos brazos sobre la mesa. Tratando de contener mi ira. Odio que me vacilen.
-A lo mejor no me he explicado con suficiente claridad. – le respondí con total serenidad, poniendo los brazos sobre la mesa y acercándome. Ahora sí con una mirada directa e intimidante. - O me lo dices por las buenas o a lo mejor ahora sí que hay un asesinato – Esperaba que Levia también hiciese algo por su parte.
Anastasia Boisson
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Al parecer él plan había sido aceptado por la extraña pareja. El hombre bestia había planteado una separación, argumentando así la mayor facilidad con la que todos podrían acceder de nuevo a la ciudad: las mujeres por un lado y él por otro. La primera reacción hacia aquel añadido no fue muy bien acogido por la desconfiada bruja. Incluso mentiría al decir que ella misma no desconfió del lagarto por un momento, pero eran un trío algo extraño, en el que él era el que más destacaba. Separarse posiblemente era lo más sensato.
- De acuerdo, nos vemos allí- dijo seria la dragona, esperando no equivocarse con el hombre bestia.
La morena se colocó una capa que cubría su cuerpo, y ató su cabello en una larga y negra trenza que le caía algo despeinada sobre uno de sus hombros. Si quería pasar desapercibida, con tapar su armadura y parecer una turista mas debería bastar.
El sol ya había caído, y con su despedida llegó la tan esperada noche. Con una señal de la bruja, la dragona y ella se aproximaron a los muros de la ciudad. Justo en aquel momento un carromato pretendía entrar por las puertas de la ciudad, y las mujeres utilizaron aquella situación para colarse tras él. Extrañamente, y por suerte, nadie reparó en ellas.
-Espero que esa lagartija bípeda no nos haya traicionado- casi todas las palabras, por no decir todas, que escupía aquella mujer eran para reprochar o quejarse de algo. No parecía muy sociable con otras razas que no fuese la propia, algo que la dragona solía detestar, aunque también sentía cierto impulso de desconfiar del hombre bestia, a fin de cuentas no lo conocía.
-Más le vale que no…- susurró la mujer mientras apretaban el paso. No había mucho gentío por las calles, y los pocos que pudieron verlas ya iban suficientemente borrachos como para poder obstaculizarles el paso.
Ante ellas se encontraba la posada. En un abrir y cerrar de ojos la morena ideó un plan en el que ambas entraban en el establecimiento y… La bruja se le adelantó, al parecer improvisando sobre la marcha. La de ojos grises entró tras ella.
Había estado alguna vez en aquella posada, y aunque no la recordaba a la perfección, pudo comprobar que nada había cambiado, haciendo que poco a poco recordase aquel lugar, tarea algo costosa recordando aquella noche…
Había un buen número de hombres ahogados en alcohol, que se volvieron al ver entrar a las dos mujeres. El posadero estaba limpiando una mesa cuando una mujer, armada hasta los dientes, se acercó rápida y estrepitosamente a él.
-Busco a Lindon, un guía, ¿sabes donde esta?- clara y directa. Aquel carácter tan duro de la bruja le parecía algo atractivo a la dragona, jamás había estado con una mujer semejante.Sacudió la cabeza intentando centrarse. A paso lento, mientras todos los hombres del establecimiento arrancaban a reírse, la dragona se acercó a la barra, que ahora estaba desatendida.
Levia torció un poco el gesto, a la par que apretaba los dientes. Podía sentir como todo su cuerpo ardía de rabia, aunque supo disimularlo muy bien. Al parecer, la bruja también tuvo que hacer acopio a toda la serenidad y paciencia que le quedaba para no llevarse de un golpe de aire a aquellos borregos.
-A lo mejor no me he explicado con suficiente claridad.-algunos de los hombres que iban menos acompañados del efecto de la bebida se levantaron lentamente de la mesa, con los ojos clavados en la bruja. Si antes no les había parecido peligrosa con sus llamativas armas, ahora su mirada y el tono de su voz había conseguido alarmarles. La dragona hizo un gesto con los brazos, apartando de la parte delantera la capa que cubría su armadura y la mitad de sus armas, a fin de cuentas ya sabían quiénes eran. – O me lo dices por las buenas o a lo mejor ahora sí que hay un asesinato…- aquellas palabras parecieron encender a los hombres que habían levantado sus traseros de las sillas y taburetes, impulsándoles a saltar sobre la amenazadora mujer. La mujer dragona fue rápida alzando su brazo hasta llevarlo a su espalda y sacar el hacha de guerra, bajándola con todas las fuerzas que pudo con un solo brazo. El arma se clavó en el suelo de madera, haciendo un leve estruendo, impidiendo el paso de los hombres hasta su compañera. Ya estaba harta de tantas mofas, si tan solo uno de aquellos hombres osaba pestañear, no se contendría. Y al parecer pudieron captar la “indirecta”, ya que ninguno de los valientes continuo con su idea principal.
-Ya la ha escuchado, posadero. Contesta.- dijo tajante la morena, mirando al hombre que había frente a la bruja con los ojos entrecerrados. No le hacía falta mirar a los que estaban tras su arma, ya que eran menos silenciosos que un oso en una tienda de campanas de viento. Antes de que ninguno de ellos lograse dar el segundo paso ya tendrían a la dragona sobre ellos.
El hombre parecía no poder aguantarle la mirada a la bruja, incluso parecía que se le habían pasado las ganas de reír.
-Estuvo aquí bebiendo antes de la media noche…- susurró con una voz que parecía que iba a quebrarse de un momento a otro. –Pero ahora no sé donde esta…- aseguró mirando a ambas mujeres repetidas veces.
-Creo que mientes… ¿tú no?- preguntó la morena con una sonrisa ladeada dirigiéndose a su acompañante. Había escuchado su nombre, o al menos su apodo, peri prefirió prescindir de él. En el fondo, aquello la estaba divirtiendo.
- De acuerdo, nos vemos allí- dijo seria la dragona, esperando no equivocarse con el hombre bestia.
La morena se colocó una capa que cubría su cuerpo, y ató su cabello en una larga y negra trenza que le caía algo despeinada sobre uno de sus hombros. Si quería pasar desapercibida, con tapar su armadura y parecer una turista mas debería bastar.
El sol ya había caído, y con su despedida llegó la tan esperada noche. Con una señal de la bruja, la dragona y ella se aproximaron a los muros de la ciudad. Justo en aquel momento un carromato pretendía entrar por las puertas de la ciudad, y las mujeres utilizaron aquella situación para colarse tras él. Extrañamente, y por suerte, nadie reparó en ellas.
-Espero que esa lagartija bípeda no nos haya traicionado- casi todas las palabras, por no decir todas, que escupía aquella mujer eran para reprochar o quejarse de algo. No parecía muy sociable con otras razas que no fuese la propia, algo que la dragona solía detestar, aunque también sentía cierto impulso de desconfiar del hombre bestia, a fin de cuentas no lo conocía.
-Más le vale que no…- susurró la mujer mientras apretaban el paso. No había mucho gentío por las calles, y los pocos que pudieron verlas ya iban suficientemente borrachos como para poder obstaculizarles el paso.
Ante ellas se encontraba la posada. En un abrir y cerrar de ojos la morena ideó un plan en el que ambas entraban en el establecimiento y… La bruja se le adelantó, al parecer improvisando sobre la marcha. La de ojos grises entró tras ella.
Había estado alguna vez en aquella posada, y aunque no la recordaba a la perfección, pudo comprobar que nada había cambiado, haciendo que poco a poco recordase aquel lugar, tarea algo costosa recordando aquella noche…
Había un buen número de hombres ahogados en alcohol, que se volvieron al ver entrar a las dos mujeres. El posadero estaba limpiando una mesa cuando una mujer, armada hasta los dientes, se acercó rápida y estrepitosamente a él.
-Busco a Lindon, un guía, ¿sabes donde esta?- clara y directa. Aquel carácter tan duro de la bruja le parecía algo atractivo a la dragona, jamás había estado con una mujer semejante.Sacudió la cabeza intentando centrarse. A paso lento, mientras todos los hombres del establecimiento arrancaban a reírse, la dragona se acercó a la barra, que ahora estaba desatendida.
Levia torció un poco el gesto, a la par que apretaba los dientes. Podía sentir como todo su cuerpo ardía de rabia, aunque supo disimularlo muy bien. Al parecer, la bruja también tuvo que hacer acopio a toda la serenidad y paciencia que le quedaba para no llevarse de un golpe de aire a aquellos borregos.
-A lo mejor no me he explicado con suficiente claridad.-algunos de los hombres que iban menos acompañados del efecto de la bebida se levantaron lentamente de la mesa, con los ojos clavados en la bruja. Si antes no les había parecido peligrosa con sus llamativas armas, ahora su mirada y el tono de su voz había conseguido alarmarles. La dragona hizo un gesto con los brazos, apartando de la parte delantera la capa que cubría su armadura y la mitad de sus armas, a fin de cuentas ya sabían quiénes eran. – O me lo dices por las buenas o a lo mejor ahora sí que hay un asesinato…- aquellas palabras parecieron encender a los hombres que habían levantado sus traseros de las sillas y taburetes, impulsándoles a saltar sobre la amenazadora mujer. La mujer dragona fue rápida alzando su brazo hasta llevarlo a su espalda y sacar el hacha de guerra, bajándola con todas las fuerzas que pudo con un solo brazo. El arma se clavó en el suelo de madera, haciendo un leve estruendo, impidiendo el paso de los hombres hasta su compañera. Ya estaba harta de tantas mofas, si tan solo uno de aquellos hombres osaba pestañear, no se contendría. Y al parecer pudieron captar la “indirecta”, ya que ninguno de los valientes continuo con su idea principal.
-Ya la ha escuchado, posadero. Contesta.- dijo tajante la morena, mirando al hombre que había frente a la bruja con los ojos entrecerrados. No le hacía falta mirar a los que estaban tras su arma, ya que eran menos silenciosos que un oso en una tienda de campanas de viento. Antes de que ninguno de ellos lograse dar el segundo paso ya tendrían a la dragona sobre ellos.
El hombre parecía no poder aguantarle la mirada a la bruja, incluso parecía que se le habían pasado las ganas de reír.
-Estuvo aquí bebiendo antes de la media noche…- susurró con una voz que parecía que iba a quebrarse de un momento a otro. –Pero ahora no sé donde esta…- aseguró mirando a ambas mujeres repetidas veces.
-Creo que mientes… ¿tú no?- preguntó la morena con una sonrisa ladeada dirigiéndose a su acompañante. Había escuchado su nombre, o al menos su apodo, peri prefirió prescindir de él. En el fondo, aquello la estaba divirtiendo.
siento tardar tanto, con el pc mal se me hace eterno -.-
Levia
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Cuando aquella estúpida simia pelada con ballesta se atrevió a despreciarle el habitante del pantano tuvo que hacer un esfuerzo enorme por no agarrarla del pescuezo con sus zarpas y empezar a golpear su débil cráneo contra el pedregoso suelo cercano hasta hacerlo papilla no digna ni siquiera para carroñeros.
De verdad que estaban logrando ponerle en sus límites sociales, y aunque no era estúpido sabía que acabaría saltando en algún momento si oía una sola muestra de desprecio más.
Finalmente la mujer pareció aceptar el plan, y junto a la morena fueron por su propia vía, dejando al hombre-lagarto solo en el bosquecillo.
El plan de Escamanegra para volver a entrar a la ciudad era sencillo: rodear la ciudad y entrar desde el mar, nadando unos cuantos metros hacia el embarcadero del puerto, para desde allí intentar mezclarse con los trabajadores, y finalmente avanzar al punto de reunión, aquella tal Posada de la Estrella.
Sí, le llevaría algo de tiempo, pero era la única manera de entrar que se le ocurría, ya que no pasaban carros hacia la ciudad a estas horas, por lo que esconderse en su carga era imposible, y escalar los muros era misión imposible.
Camuflado entre los matorrales y árboles cercanos, Fennel avanzó hacia la costa. Por suerte no había excesiva vigilancia en el exterior, a pesar de haber sido llevado a cabo un asesinato en Lunargenta.
Diez minutos de nado esforzado después, un cuerpo escamoso emergió de las aguas por una de las plataformas del puerto, con las ropas aún empapadas. Le había costado cargar con su fiel hacha y su coraza por el agua, a pesar de su relativa ligereza.
Esperó al acecho de la oscuridad a que secasen un poco, lo suficiente para no dejar grandes charcos a su paso, y después continuó con su plan, avanzando de calle en calle, de distrito en distrito, oculto entre callejones, cajas tiradas y mantas ocasionales de mendigos.
Como suele ocurrir en todo recorrido, finalmente llegó a su destino: la Posada de la Estrella.
Dentro se podía oír un pequeño alboroto de borrachos alterados, quizás una trifulca de taberna.
Fuera como fuese, allí era donde había acordado reunirse con las dos mujeres, y eso iba a hacer si no le habían traicionado.
Quizás no era muy discreto entrar con un enorme hacha de dos manos a la espalda, pero peor aún sería si entraba empuñándola de buenas a primeras. Además, siempre le quedarían sus zarpas.
Cuando atravesó la puerta le sorprendió ligeramente la escena: las dos mujeres tenían abucharados y casi bajo su control total a aquella panda de vividores y maleantes. El filo de otra hacha permanecía clavado a través del suelo de madera del edficio.
Ya essstoy aquí..., se hizo anunciar.
De verdad que estaban logrando ponerle en sus límites sociales, y aunque no era estúpido sabía que acabaría saltando en algún momento si oía una sola muestra de desprecio más.
Finalmente la mujer pareció aceptar el plan, y junto a la morena fueron por su propia vía, dejando al hombre-lagarto solo en el bosquecillo.
El plan de Escamanegra para volver a entrar a la ciudad era sencillo: rodear la ciudad y entrar desde el mar, nadando unos cuantos metros hacia el embarcadero del puerto, para desde allí intentar mezclarse con los trabajadores, y finalmente avanzar al punto de reunión, aquella tal Posada de la Estrella.
Sí, le llevaría algo de tiempo, pero era la única manera de entrar que se le ocurría, ya que no pasaban carros hacia la ciudad a estas horas, por lo que esconderse en su carga era imposible, y escalar los muros era misión imposible.
Camuflado entre los matorrales y árboles cercanos, Fennel avanzó hacia la costa. Por suerte no había excesiva vigilancia en el exterior, a pesar de haber sido llevado a cabo un asesinato en Lunargenta.
Diez minutos de nado esforzado después, un cuerpo escamoso emergió de las aguas por una de las plataformas del puerto, con las ropas aún empapadas. Le había costado cargar con su fiel hacha y su coraza por el agua, a pesar de su relativa ligereza.
Esperó al acecho de la oscuridad a que secasen un poco, lo suficiente para no dejar grandes charcos a su paso, y después continuó con su plan, avanzando de calle en calle, de distrito en distrito, oculto entre callejones, cajas tiradas y mantas ocasionales de mendigos.
Como suele ocurrir en todo recorrido, finalmente llegó a su destino: la Posada de la Estrella.
Dentro se podía oír un pequeño alboroto de borrachos alterados, quizás una trifulca de taberna.
Fuera como fuese, allí era donde había acordado reunirse con las dos mujeres, y eso iba a hacer si no le habían traicionado.
Quizás no era muy discreto entrar con un enorme hacha de dos manos a la espalda, pero peor aún sería si entraba empuñándola de buenas a primeras. Además, siempre le quedarían sus zarpas.
Cuando atravesó la puerta le sorprendió ligeramente la escena: las dos mujeres tenían abucharados y casi bajo su control total a aquella panda de vividores y maleantes. El filo de otra hacha permanecía clavado a través del suelo de madera del edficio.
Ya essstoy aquí..., se hizo anunciar.
Fennel Escamanegra
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Pese a toda mi buena fe y “amistosa” comunicación, el tipo de primeras no quería decírmelo. De manera que la dragona alzando el hacha de guerra y posándola estruendosamente en el suelo. Clavándola en este. Ese tipo de negociación me gustaba. Era de las mías. La mandé una sonrisa cómplice. Yo todavía mantenía mi ballesta a la espalda, mirando al tipo.
Había una botella de ron sobre la barra, así como un vaso. Tomé ambos y me serví. Fue cuando nos dijo entonces que el tipo estuvo bebiendo a medianoche, pero que ahora no sabía donde estaba.
Las palabras del tipo parecían tan falsas que Levia de primeras no parecía creerlo, en aquello coincidíamos. La dragona me envió una mirada pícara y me preguntó si había creído al tipo. Fue entonces cuando bebí el chupito de un trago.
-No. – contesté secamente mientras posaba fuertemente el vaso sobre la mesa de madera. Lanzando una mirada fulminante al tabernero. Y acto seguido me llevaba la mano a la espalda para desenfundar la ballesta. Ahora el arma de Levia no era el única enorme en la taberna. Eso hizo al hombre dar un pequeño impulso hacia atrás asustado.
-Vale, vale. – dijo llevándose las manos a la cabeza – No tengo nada que ver en esto – el hombre se había derrumbado – Por favor. No destrocéis el local. Está en hospedado aquí. Arriba. Habitación 12.
-¿Ves como no era tan difícil? – le dije sonriendo forzosamente. – Resérvame una habitación para luego. – Era ya un poco tarde, estaba frío en la calle y no conocía la ciudad como para andar buscando tabernas por ahí. Además no tenía donde hospedarme. El próximo día debía encontrar a Malcolm desde el inicio del día. Ya había perdido bastante tiempo aquel día.
Un tipo con pinta de bruto se levantó de una de las mesas. Acompañado de varios más en la taberna. Parecía que iba a haber gresca allí.
-Vuestras armas gigantes no me intimidan, zorras. – dijo uno de ellos, grande y musculoso, con pinta de poco inteligente. – En esta taberna no hay nadie más grande que yo – Una valiente afirmación para un tipo con un cuerpo descomunal y una cabeza bastante pequeña, que dotaban al hombre de una apariencia caricaturesca.
-¿Para ti o para mí? – le pregunté a Levia con total seriedad y casi sin entonar, ladeando la cabeza hacia la izquierda, estirando las cejas y poniendo morritos. Me encantaba vacilar a tipos valientes de boca y cobardes en cuanto los apuntabas. Ya de paso, eché un vistazo de reojo a todo el arsenal de la dragona, que no era pequeño precisamente. Aquello demostraba que tampoco tendría problemas para hacer frente a aquellos cavernícolas.
Pero justo en ese momento apareció el hombre lagarto. Parecía que finalmente no nos había abandonado. Sonreí al verlo. Más que por él, por la cara de terror que pusieron todos los hombres valientes que querían enfrentarse a nosotras. Corrieron como gallinas asustadas a ponerse a un borde del local. Pobres ineptos. Era un paredón perfecto para acribillarles. Pero aunque sonara muy amenazante durante toda mi estancia en la taberna, no tenía ninguna gana de derramar sangre. No era una asesina. Yo era una profesional. Y sólo cazaba vampiros. Pero eso no era algo que iba a decirles a los tipos.
Oí un chillido de niña de colegio que provenía de las escaleras que daban al piso de arriba. Era Lindon, el tipo flacucho y rubio, que bien visto ahora me parecía un elfo. Creíamos que él nos había metido en aquel fregado. Su reacción al vernos fue reveladora, si no hubiese sido el culpable no haría nada al vernos.
El muy imbécil corrió hacia nosotros, pero sin ningún arma, simplemente quería salir por la puerta, donde se encontraba el hombre lagarto, que la ocupaba casi entera. Menudo cretino el tal Lindon. Nada más pasar a mi lado le puse la zancadilla y cayó al suelo.
-¡No, no, no! ¡Por favor! ¿Por qué no estáis ahorcados? ¡Justicia! – suplicó girándose y andando de culo por el suelo hacia atrás hacia la puerta. Donde se encontró con las piernas del hombre lagarto. Lancé una sonrisilla a mis compañeros. Me estaba divirtiendo en el fondo. El tipo en sí era ridículo a más no poder.
Había una botella de ron sobre la barra, así como un vaso. Tomé ambos y me serví. Fue cuando nos dijo entonces que el tipo estuvo bebiendo a medianoche, pero que ahora no sabía donde estaba.
Las palabras del tipo parecían tan falsas que Levia de primeras no parecía creerlo, en aquello coincidíamos. La dragona me envió una mirada pícara y me preguntó si había creído al tipo. Fue entonces cuando bebí el chupito de un trago.
-No. – contesté secamente mientras posaba fuertemente el vaso sobre la mesa de madera. Lanzando una mirada fulminante al tabernero. Y acto seguido me llevaba la mano a la espalda para desenfundar la ballesta. Ahora el arma de Levia no era el única enorme en la taberna. Eso hizo al hombre dar un pequeño impulso hacia atrás asustado.
-Vale, vale. – dijo llevándose las manos a la cabeza – No tengo nada que ver en esto – el hombre se había derrumbado – Por favor. No destrocéis el local. Está en hospedado aquí. Arriba. Habitación 12.
-¿Ves como no era tan difícil? – le dije sonriendo forzosamente. – Resérvame una habitación para luego. – Era ya un poco tarde, estaba frío en la calle y no conocía la ciudad como para andar buscando tabernas por ahí. Además no tenía donde hospedarme. El próximo día debía encontrar a Malcolm desde el inicio del día. Ya había perdido bastante tiempo aquel día.
Un tipo con pinta de bruto se levantó de una de las mesas. Acompañado de varios más en la taberna. Parecía que iba a haber gresca allí.
-Vuestras armas gigantes no me intimidan, zorras. – dijo uno de ellos, grande y musculoso, con pinta de poco inteligente. – En esta taberna no hay nadie más grande que yo – Una valiente afirmación para un tipo con un cuerpo descomunal y una cabeza bastante pequeña, que dotaban al hombre de una apariencia caricaturesca.
-¿Para ti o para mí? – le pregunté a Levia con total seriedad y casi sin entonar, ladeando la cabeza hacia la izquierda, estirando las cejas y poniendo morritos. Me encantaba vacilar a tipos valientes de boca y cobardes en cuanto los apuntabas. Ya de paso, eché un vistazo de reojo a todo el arsenal de la dragona, que no era pequeño precisamente. Aquello demostraba que tampoco tendría problemas para hacer frente a aquellos cavernícolas.
Pero justo en ese momento apareció el hombre lagarto. Parecía que finalmente no nos había abandonado. Sonreí al verlo. Más que por él, por la cara de terror que pusieron todos los hombres valientes que querían enfrentarse a nosotras. Corrieron como gallinas asustadas a ponerse a un borde del local. Pobres ineptos. Era un paredón perfecto para acribillarles. Pero aunque sonara muy amenazante durante toda mi estancia en la taberna, no tenía ninguna gana de derramar sangre. No era una asesina. Yo era una profesional. Y sólo cazaba vampiros. Pero eso no era algo que iba a decirles a los tipos.
Oí un chillido de niña de colegio que provenía de las escaleras que daban al piso de arriba. Era Lindon, el tipo flacucho y rubio, que bien visto ahora me parecía un elfo. Creíamos que él nos había metido en aquel fregado. Su reacción al vernos fue reveladora, si no hubiese sido el culpable no haría nada al vernos.
El muy imbécil corrió hacia nosotros, pero sin ningún arma, simplemente quería salir por la puerta, donde se encontraba el hombre lagarto, que la ocupaba casi entera. Menudo cretino el tal Lindon. Nada más pasar a mi lado le puse la zancadilla y cayó al suelo.
-¡No, no, no! ¡Por favor! ¿Por qué no estáis ahorcados? ¡Justicia! – suplicó girándose y andando de culo por el suelo hacia atrás hacia la puerta. Donde se encontró con las piernas del hombre lagarto. Lancé una sonrisilla a mis compañeros. Me estaba divirtiendo en el fondo. El tipo en sí era ridículo a más no poder.
Anastasia Boisson
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Como era de esperar, bajo la leve presión de ambas mujeres y sus armas, el tabernero cantó como un Lipakküs. Al parecer había intentado mentir a las jóvenes, opción que casi le cuesta caro.
Escucho al nervioso posadero mientras miraba como la bruja de viento se bebía de un solo trago un vaso de ron que ella misma se había servido. Sonrió de lado mientras terminaban aquella conversación y entuerto, o eso creían.
La dragona pudo escuchar que alguien se levantaba detrás de ella, haciendo gemir la silla al ser arrastrada por el suelo. La morena volvió la cabeza para ver como un bruto se acercaba a ella, acompañado de unos pocos seguidores que tan solo se habían visto con la suficiente valentía para enfrentarse a ellas poniéndose tras el armatoste.
Alto, de grandes músculos; casi tanto como el mismo torso de las mujeres, manos enormes y ligueramente ennegrecidas por el trabajo, ropa aun más sucia y de una talla con que una familia podría abrigar a sus hijos a lo largo de todo el invierno. En desproporción, cabeza pequeña, de cerebro aun más pequeño por lo único que podía haber escuchado del hombretón, y juraría que aquello no debía ser lo único pequeño en el cuerpo del hombre…
La pregunta de la mujer hijo que la dragona sonriese, esta vez dejando ver sus blancos dientes. Paso la lengua lentamente por uno de sus colmillos.
- Mío.- susurro entrecerrando los ojos, fijando la vista en su oponente. La dragona no solía dejar escapar aquellos impulsos, prefería solucionar las cosas razonando… pero hacia tanto tiempo que no se divertía de aquel modo.
Sujetando el mango del hacha con ambas manos, Levia desclavó el arma de la madera del suelo, dejándola aun en posición baja a la espera de que el armario de pocas dotes se aproximase.
En aquel momento la puerta se abrió, dejando ver una figura que aterraría a los valientes más que la amenaza de dos mujeres armadas: Escamanegra. Todos los hombres que se habían levantado para enfrentarse a ellas, ahora se empujaban entre ellos para poder coger el mejor sitio contra la pared para resguardarse del hombre-bestia.
Patético… pensó la dragona alzando un hacha para guardarla a sus espaldas. Le tentaba la idea de lanzar un par de flechas, las justas para que aquel hombre grande quedase clavado en la pared por sus ropas, nada de dañarle físicamente, ya tenía suficiente con lo suyo. Pero lo mejor sería ignorarlo y no malgastar flechas.
Aun con una ceja alzada, la mujer miró al lagarto, parecía algo mojado.
Un grito de infante la sacó de sus pensamientos, haciendo que volviese la cabeza hacia las escaleras. Para su sorpresa, y la de todos, aquel guía-estafador salió corriendo hacia la puerta de la salida, en la que aun se encontraba el hombre lagarto. Ya se lo podía imaginar estampado contra el pecho del de el hacha, pero la bruja se encargo que no llegase ni ahí, haciéndole caer de bruces contra el suelo con una simple pero efectiva zancadilla.
Imploraba justicia mientras restregaba el trasero hacia la puerta, sorprendido de ver a aquel trió con vida. Realmente tenía cara de haber visto unos fantasmas, e incluso su tez palideció aun más al chocar con la espalda contra las piernas del hombre-bestia, si era posible.
Mentiría al decir que aquello no lo parecía gracioso, pero aquel hombrecillo tenia la peculiar cualidad de enfurecer a la dragona con su simple presencia. Alargando el brazo hasta casi el suelo, la morena agarro sin miramiento alguno a Lindon del cuello de la camisola, levantándole contra su voluntad. Aquel hombre no era mucho más alto que ella, y era delgado, por lo que pudo alzarlo hasta ponerle de puntillas, estampando su espalda contra la pared de al lado de la puerta.
-Habla.-dijo seria e imperativa. El hombrecillo parecía murmurar algo muy bajito, casi parecía rezar por su vida. -¿Tendremos que subir a la habitación para hacerte hablar?- pregunto empezando a perder la paciencia con él, esperando que una pequeña amenaza liberase sus cuerdas vocales.
Escucho al nervioso posadero mientras miraba como la bruja de viento se bebía de un solo trago un vaso de ron que ella misma se había servido. Sonrió de lado mientras terminaban aquella conversación y entuerto, o eso creían.
La dragona pudo escuchar que alguien se levantaba detrás de ella, haciendo gemir la silla al ser arrastrada por el suelo. La morena volvió la cabeza para ver como un bruto se acercaba a ella, acompañado de unos pocos seguidores que tan solo se habían visto con la suficiente valentía para enfrentarse a ellas poniéndose tras el armatoste.
Alto, de grandes músculos; casi tanto como el mismo torso de las mujeres, manos enormes y ligueramente ennegrecidas por el trabajo, ropa aun más sucia y de una talla con que una familia podría abrigar a sus hijos a lo largo de todo el invierno. En desproporción, cabeza pequeña, de cerebro aun más pequeño por lo único que podía haber escuchado del hombretón, y juraría que aquello no debía ser lo único pequeño en el cuerpo del hombre…
La pregunta de la mujer hijo que la dragona sonriese, esta vez dejando ver sus blancos dientes. Paso la lengua lentamente por uno de sus colmillos.
- Mío.- susurro entrecerrando los ojos, fijando la vista en su oponente. La dragona no solía dejar escapar aquellos impulsos, prefería solucionar las cosas razonando… pero hacia tanto tiempo que no se divertía de aquel modo.
Sujetando el mango del hacha con ambas manos, Levia desclavó el arma de la madera del suelo, dejándola aun en posición baja a la espera de que el armario de pocas dotes se aproximase.
En aquel momento la puerta se abrió, dejando ver una figura que aterraría a los valientes más que la amenaza de dos mujeres armadas: Escamanegra. Todos los hombres que se habían levantado para enfrentarse a ellas, ahora se empujaban entre ellos para poder coger el mejor sitio contra la pared para resguardarse del hombre-bestia.
Patético… pensó la dragona alzando un hacha para guardarla a sus espaldas. Le tentaba la idea de lanzar un par de flechas, las justas para que aquel hombre grande quedase clavado en la pared por sus ropas, nada de dañarle físicamente, ya tenía suficiente con lo suyo. Pero lo mejor sería ignorarlo y no malgastar flechas.
Aun con una ceja alzada, la mujer miró al lagarto, parecía algo mojado.
Un grito de infante la sacó de sus pensamientos, haciendo que volviese la cabeza hacia las escaleras. Para su sorpresa, y la de todos, aquel guía-estafador salió corriendo hacia la puerta de la salida, en la que aun se encontraba el hombre lagarto. Ya se lo podía imaginar estampado contra el pecho del de el hacha, pero la bruja se encargo que no llegase ni ahí, haciéndole caer de bruces contra el suelo con una simple pero efectiva zancadilla.
Imploraba justicia mientras restregaba el trasero hacia la puerta, sorprendido de ver a aquel trió con vida. Realmente tenía cara de haber visto unos fantasmas, e incluso su tez palideció aun más al chocar con la espalda contra las piernas del hombre-bestia, si era posible.
Mentiría al decir que aquello no lo parecía gracioso, pero aquel hombrecillo tenia la peculiar cualidad de enfurecer a la dragona con su simple presencia. Alargando el brazo hasta casi el suelo, la morena agarro sin miramiento alguno a Lindon del cuello de la camisola, levantándole contra su voluntad. Aquel hombre no era mucho más alto que ella, y era delgado, por lo que pudo alzarlo hasta ponerle de puntillas, estampando su espalda contra la pared de al lado de la puerta.
-Habla.-dijo seria e imperativa. El hombrecillo parecía murmurar algo muy bajito, casi parecía rezar por su vida. -¿Tendremos que subir a la habitación para hacerte hablar?- pregunto empezando a perder la paciencia con él, esperando que una pequeña amenaza liberase sus cuerdas vocales.
Levia
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Pues sí que se estaban entreteniendo las mozas, sí.
Un elfo intentó salir por patas, pero rápidamente dio con sus dientes en el suelo por obra de una de ellas, y antes de que le diese tiempo a reincorporarse la otra lo zarandeó y empotró contra la pared, exigiéndole respuestas.
¿Tendremos que subir a la habitación para hacerte hablar?
Aquel era el guía, el tal Lindon, y por la cara que mostraba desde luego sabía a qué se referían.
Un pequeño charquito comenzó a filtrar a través de sus ropas, mojando el suelo ya húmedo por las gotas que aún se desprendían de las escamas de Fennel.
No había duda, aquel era su hombre.
El hombre-lagarto se acercó al individuo sin que ninguno de los otros borrachos osase aproximarse a él.
Ahora empezaba su parte. Ni siquiera echó mano a su arma, no, el conocía métodos eficaces de hacer que los humanos hablasen...
Extendió una de las garras que componían su zarpa hacia el pescuezo del muchacho.
Verásss... No tengo mucha paciencia, chico...
Esgrimió la sonrisa más macabra que le permitió su afilada dentadura. Los colmillos sobresalían como pequeños puñales entre las comisuras de sus fauces.
Hizo presión ligeramente con la garra, y la uña comenzó a atravesar la tierna carne de Lindon.
Ya que quieresss que acabe muerto... quizásss me podré dar un último fessstín con tusss ressstosss...
Extrajo con cuidado la uña del cuello de su víctima, dejando brotar un pequeño hilillo de sangre que se deslizó por el cuerpo del elfo.
Por sssupuesssto sssiempre puedesss hablar, pero mejor hazlo rápido, no creo que te sssirva de mucho cuando no tengasss piernasss para moverte...
Un elfo intentó salir por patas, pero rápidamente dio con sus dientes en el suelo por obra de una de ellas, y antes de que le diese tiempo a reincorporarse la otra lo zarandeó y empotró contra la pared, exigiéndole respuestas.
¿Tendremos que subir a la habitación para hacerte hablar?
Aquel era el guía, el tal Lindon, y por la cara que mostraba desde luego sabía a qué se referían.
Un pequeño charquito comenzó a filtrar a través de sus ropas, mojando el suelo ya húmedo por las gotas que aún se desprendían de las escamas de Fennel.
No había duda, aquel era su hombre.
El hombre-lagarto se acercó al individuo sin que ninguno de los otros borrachos osase aproximarse a él.
Ahora empezaba su parte. Ni siquiera echó mano a su arma, no, el conocía métodos eficaces de hacer que los humanos hablasen...
Extendió una de las garras que componían su zarpa hacia el pescuezo del muchacho.
Verásss... No tengo mucha paciencia, chico...
Esgrimió la sonrisa más macabra que le permitió su afilada dentadura. Los colmillos sobresalían como pequeños puñales entre las comisuras de sus fauces.
Hizo presión ligeramente con la garra, y la uña comenzó a atravesar la tierna carne de Lindon.
Ya que quieresss que acabe muerto... quizásss me podré dar un último fessstín con tusss ressstosss...
Extrajo con cuidado la uña del cuello de su víctima, dejando brotar un pequeño hilillo de sangre que se deslizó por el cuerpo del elfo.
Por sssupuesssto sssiempre puedesss hablar, pero mejor hazlo rápido, no creo que te sssirva de mucho cuando no tengasss piernasss para moverte...
Fennel Escamanegra
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Re: El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]
Lancé una sonrisa cómplice a Levia cuando vi al tipo arrastrando su culera contra las piernas de Fennel como si este fuera a ser su salvador. Justo antes de que se diera cuenta de que a él también lo había condenado al mismo destino que nosotras. Levia fue la primera en reaccionar, e hizo el papel “mala” al acercarse a él y levantarlo. Le dejó clavada la espada al lado suyo. Haciéndolo aún sufrir más. El resto de gente del local miraba atemorizada, y todos levantados de sus sillas. Levia trató de persuadir al elfo para que soltara la lengua.
Por si fuera poco, Fennel también estaba que se subía por las paredes. Le puso sus enormes garras sobre el cuello y amenazó con comérselo. Estaba tan acojonado que hasta se orinó encima. Cosa que no pudo hacerme reír más. Creo que con lo que las dos criaturas habían dicho el tipo ya soltaría la lengua. Como así haría.
-Po… Por favor… No me matéis… Que… Queríamos deshacernos del… del tipo de la plaza. – dijo el elfo – ¡Necesitábamos culpar a alguien para que no nos acusasen!
-Claro, y como hay poca gente indefensa en la calle – comencé a decir con ironía de brazos cruzados - qué mejor idea que acusar a un hombre lagarto de dos metros, una mujer con un hacha del tamaño de tu pierna y otra con armamento de asalto a distancia – le dije irónicamente, haciendo alusión a que la elección de las víctimas había sido la equivocada.
-Reconozco que eso no fue una buena idea – respondió - ¡Pero joder! Tenía que ser alguien creíble. ¡Y vosotros tenéis pinta de gente fuerte! – continuó el elfo, con una sonrisa nerviosa – Je, je. ¿Has visto que fuertote? – respondió sudoroso haciendo alusión al brazo de Fennel. - Y vosotras… sois dos mujeres hermosas y maravillosas. Je. Je. Olvidemos las rencillas y seamos amigos. ¡Invito a una copa! – continuó.
El pobre tipo no hacía más que cagarla con sus palabras. Aquello no me hizo ni pizca de gracia como así lo reflejaba mi rostro serio, más bien era una vacilada. Definitivamente aquel tipo se estaba quedando con nosotros. Y que me trataran de imbécil era lo que más odiaba del mundo. Me acerqué a él, todavía sujeto por mis compañeros, y le propiné un fuerte puñetazo en el estómago que le hizo retorcerse de dolor. Se lo había ganado. Por no decir otra cosa peor. Gustosamente le habría metido un virote en la cabeza, pero ya me habían acusado de un asesinato y no quería que me acusaran de otro.
Para nuestra suerte, justamente entró una pareja de guardias por la puerta. Debieron sentir el alboroto, o tal vez la espada de Levia al otro lado de la pared.
-¿Qué pasa aquí? –- ¡Joder! ¡Son los fugitivos! – gritaron en alusión a nosotros, desenvainando sus espadas – De… deténganse – dijeron con cierto respeto. Mirando a estos con los brazos serios, tomé los brazos de Levia y le hice un gesto para que bajara al tipo.
-Diles lo que nos has dicho a nosotros hace un minuto. – insté al elfo – Y más vale que no mientas. Porque hay muchos testigos. – le advertí mirando al público del local en general.
El tipo carraspeó, mirando en general al ambiente. Ahora sabía que toda la presión estaba sobre él. Sabía que no podía mentir, pues sería peor el remedio que la enfermedad.
-Es… está bien. – dijo – Falsificamos las firmas de las dagas para culpar a estas tres buenas gentes por el asesinato del hombre de la plaza. – miró al suelo, arrepentido. – He sido sincero, ¿puedo marchar?
-Sí. Marcharás directo al trullo – dijo uno de los guardias, tomándolo por la camisa e instándolo a caminar. El otro se giró hacia nosotros.
-Vosotros quedáis libres de todos los cargos. – dijo cordialmente – disculpad las molestias que la guardia os haya podido causar.
Yo no respondí, solo asentí con la cabeza y dejé que se marcharan por la puerta. Había perdido demasiado tiempo aquel día en general y ya había avanzado la noche. Un día entero perdido y ni siquiera había encontrado a Malcolm. Lo mejor sería descansar y, al día siguiente, continuar la búsqueda.
Tal y como le dije al posadero. Subiría hacia mis aposentos. Pero antes, tenía que despedirme de los que, como yo, habían sido acusados. Hubo momentos del día en el que había estado tensa y no les dediqué justas palabras ya que, al fin de cuentas, Fennel y Levia habían sufrido lo mismo que yo.
-Bueno. Me retiraré a descansar. – les dije, en mi habitual tono serio – Espero que si volvemos a encontrarnos sea en otras circunstancias. – y mandé una ligera sonrisa, justo antes de subir por las escaleras al piso de arriba. Habían sido unos compañeros agradables.
Por si fuera poco, Fennel también estaba que se subía por las paredes. Le puso sus enormes garras sobre el cuello y amenazó con comérselo. Estaba tan acojonado que hasta se orinó encima. Cosa que no pudo hacerme reír más. Creo que con lo que las dos criaturas habían dicho el tipo ya soltaría la lengua. Como así haría.
-Po… Por favor… No me matéis… Que… Queríamos deshacernos del… del tipo de la plaza. – dijo el elfo – ¡Necesitábamos culpar a alguien para que no nos acusasen!
-Claro, y como hay poca gente indefensa en la calle – comencé a decir con ironía de brazos cruzados - qué mejor idea que acusar a un hombre lagarto de dos metros, una mujer con un hacha del tamaño de tu pierna y otra con armamento de asalto a distancia – le dije irónicamente, haciendo alusión a que la elección de las víctimas había sido la equivocada.
-Reconozco que eso no fue una buena idea – respondió - ¡Pero joder! Tenía que ser alguien creíble. ¡Y vosotros tenéis pinta de gente fuerte! – continuó el elfo, con una sonrisa nerviosa – Je, je. ¿Has visto que fuertote? – respondió sudoroso haciendo alusión al brazo de Fennel. - Y vosotras… sois dos mujeres hermosas y maravillosas. Je. Je. Olvidemos las rencillas y seamos amigos. ¡Invito a una copa! – continuó.
El pobre tipo no hacía más que cagarla con sus palabras. Aquello no me hizo ni pizca de gracia como así lo reflejaba mi rostro serio, más bien era una vacilada. Definitivamente aquel tipo se estaba quedando con nosotros. Y que me trataran de imbécil era lo que más odiaba del mundo. Me acerqué a él, todavía sujeto por mis compañeros, y le propiné un fuerte puñetazo en el estómago que le hizo retorcerse de dolor. Se lo había ganado. Por no decir otra cosa peor. Gustosamente le habría metido un virote en la cabeza, pero ya me habían acusado de un asesinato y no quería que me acusaran de otro.
Para nuestra suerte, justamente entró una pareja de guardias por la puerta. Debieron sentir el alboroto, o tal vez la espada de Levia al otro lado de la pared.
-¿Qué pasa aquí? –- ¡Joder! ¡Son los fugitivos! – gritaron en alusión a nosotros, desenvainando sus espadas – De… deténganse – dijeron con cierto respeto. Mirando a estos con los brazos serios, tomé los brazos de Levia y le hice un gesto para que bajara al tipo.
-Diles lo que nos has dicho a nosotros hace un minuto. – insté al elfo – Y más vale que no mientas. Porque hay muchos testigos. – le advertí mirando al público del local en general.
El tipo carraspeó, mirando en general al ambiente. Ahora sabía que toda la presión estaba sobre él. Sabía que no podía mentir, pues sería peor el remedio que la enfermedad.
-Es… está bien. – dijo – Falsificamos las firmas de las dagas para culpar a estas tres buenas gentes por el asesinato del hombre de la plaza. – miró al suelo, arrepentido. – He sido sincero, ¿puedo marchar?
-Sí. Marcharás directo al trullo – dijo uno de los guardias, tomándolo por la camisa e instándolo a caminar. El otro se giró hacia nosotros.
-Vosotros quedáis libres de todos los cargos. – dijo cordialmente – disculpad las molestias que la guardia os haya podido causar.
Yo no respondí, solo asentí con la cabeza y dejé que se marcharan por la puerta. Había perdido demasiado tiempo aquel día en general y ya había avanzado la noche. Un día entero perdido y ni siquiera había encontrado a Malcolm. Lo mejor sería descansar y, al día siguiente, continuar la búsqueda.
Tal y como le dije al posadero. Subiría hacia mis aposentos. Pero antes, tenía que despedirme de los que, como yo, habían sido acusados. Hubo momentos del día en el que había estado tensa y no les dediqué justas palabras ya que, al fin de cuentas, Fennel y Levia habían sufrido lo mismo que yo.
-Bueno. Me retiraré a descansar. – les dije, en mi habitual tono serio – Espero que si volvemos a encontrarnos sea en otras circunstancias. – y mandé una ligera sonrisa, justo antes de subir por las escaleras al piso de arriba. Habían sido unos compañeros agradables.
Anastasia Boisson
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