El sueño peninsular [Interp. Libre] [3/3] [Cerrado]

Incluso cuando el guía, de aspecto élfico, intentaba arreglar sus estúpidos hechos con sus entrecortadas palabras, el pobre desdichado no hacía más que meter la pata.
El hombre lagarto había usado su encanto natural para asustar al individuo, o nos dejarle marca de por su castigo, en forma de in hilo rojo que se resbalaba por la piel del hombre. Este, del  miedo, se orinó encima, haciendo que la dragona abriese un poco las piernas para que no la manchase.

Levia alzó una ceja, sorprendida por las palabras de Lindon, todo y su estado y situación. Al parecer aquellos comentarios tampoco habían caído en gracia a la bruja, ya que le propinó un merecido puñetazo en la zona abdominal.
Al menos había cantado.
Como llamados a propósito, un par de guardias llegaron a la posada. Aquello podía transcurrir de dos modos: una serie de desafortunados acontecimientos, con el extremo de la horca en sus cuellos, o con la libertad. Los guardias parecían tener claro cuál de los dos finales debía ser, pero aquello no era una opción para ellos tres.
Levia, mirando como los guardias desenvainaban sus armas dispuestos a capturar a los “fugitivos”, bajó al hombrecillo, ante la señal de su compañera. El guía clavó los pies en el suelo de manera sonora, al parecer, sin importarle estar sobre el charco de orina. Mirando a los que le rodeaban de manera prudente, el hombrecillo se frotaba el cuello, aun algo rojo por la mano de la dragona. La atención de todos los presentes se focalizaba en Lindon, si declaraba la verdad lo mejor que le podía suceder era pasar un tiempo en el talego, pero si mentía su destino sería peor al de la soga.
Declaración, disculpas, libertad… casi les hacen bailar inertes colgando del cuello y todo quedaba en unas simples y meras disculpas. Las leyes de aquella ciudad eran…extrañas, por así decirlo.  
La dragona no contestó ante aquello, tal y como se encontraba de humor habría soltado alguna posible sandez. O dos.
Vio como los guardias salían con el guía cogido de los brazos, se alejaron entre las calles. La puerta de la posada se había cerrado, pero la morena continuaba mirando fijamente al mismo punto. La voz de la mujer la sacó de aquel leve trance.
Escuchó cómo se despedía mientras acomodaba sus armas. Los hombres que habían salido corriendo hasta el extremo opuesto de la posada aun estaban en pie, sin saber qué hacer. Poco a poco colocaron bien las mesas –algunas se habían volcado- y se sentaron, callados y mirando de reojo por si debían salir corriendo de nuevo. Seria y… ¿aquello había sido una sonrisa? La siguió con la mirada mientras subía por las escaleras, deteniéndose a observarla mejor, ya que hasta ahora no había tenido prácticamente ocasión de hacerlo.

-Descansa…- susurró la dragona. No se le daba del todo bien aquello de las despedidas, así que se abstuvo de ello. Continuaba tirándole hacia atrás aquel extraño olor que no alcanzaba a distinguir. Aun miraba las escaleras cuando esta se perdió por ellas. –Me apetece un trago ¿a ti no? – preguntó mirando por un instante al hombre lagarto, antes de dirigirse a la barra y hacerle un gesto al posadero para que le sirviese un par de jarras.

Se había hecho tarde, así que la morena se levantó del taburete.

-Que tus viajes sean prósperos, hombre-bestia.- le dijo a su compañero poniéndole una mano cordialmente en el hombro, antes de salir de la posada. Debía descansar, haciendo que terminase ya aquel largo día.