Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
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El encargo de Sammuel había quedado zanjado, y aunque por desgracia no podía devolverle los cuerpos del par de caballeros dragones que había perdido, Elen abandonaba Sacrestic con la certeza de que nadie más caería en las garras de aquellos vampiros, ni en las de su oscuro líder. Alister cabalgaba a su lado en silencio, aún no podían confiar uno en el otro pero de momento compartirían el camino, aunque la intención del dragón era seguir a la hechicera hasta que ésta le revelase todo lo que necesitaba saber acerca de la maldición de los jinetes, luego sopesaría sus opciones y elegiría si acompañarla definitivamente o tratar de destruirlos por su cuenta.
El arisco joven no tenía idea de a qué pretendía enfrentarse, y la de cabellos cenicientos tardaría un poco en ponerlo al corriente de lo peligrosos que eran, pues hablar de algo tan personal con alguien a quien acababa de conocer, y no de la mejor manera, no le parecía adecuado. Primero tendría que ser él quien contase su historia, y cómo se había convertido en lo que era, quizá entonces se ganase la confianza de la bruja, que por el momento solo podía asegurar una cosa, los jinetes también habían marcado a su hermana pequeña, y ésta ya no vivía.
¿Qué le habría pasado? Se preguntó interiormente, mientras observaba a su nuevo compañero de viaje por el rabillo del ojo. No hacía mucho desde que Tarivius le explicase un poco más sobre las trampas que los Tarmúnil dejaban en Aerandir, aprovechando el miedo de sus víctimas para crear portales que les permitiesen dejarlas en cualquier lado, como aquella maldita bolsa de aeros que aún llevaba consigo, a modo de recuerdo. La pregunta era, ¿cuántas de aquellas trampas habría sueltas por los diferentes reinos? Y lo que era más importante, ¿a cuántos inocentes habrían alcanzado? Quizá algún día se topase con otra persona en sus mismas condiciones, pero puede que ver lo que la maldición les había hecho no les gustase.
- Y esa amiga tuya, ¿dónde está? - preguntó el dragón, rompiendo el silencio. - Debería estar en estas tierras, espero que la encontremos antes de que caiga la noche. - contestó ella, sin dejar de escrutar con la mirada los alrededores, en busca de cualquier signo que pudiese delatar la posición de un campamento. Con un rápido vistazo al cielo, Alister calculó que debían quedarles dos o tres horas de luz a lo sumo, así que debían darse prisa en encontrar a aquella otra maga, antes de que la oscuridad los obligase a detenerse y encender un fuego, para espantar a los vampiros y bestias que hubiese en la zona.
- Elen, no podemos continuar, tenemos que buscar un buen lugar donde pasar la noche. - comentó su compañero, en cuanto el sol terminó de ocultarse tras el horizonte. El tiempo había pasado mucho más rápido de lo que pensaban, y sabiendo los peligros que había en el bosque, no era seguro continuar la búsqueda, ni siquiera contando con las brillantes esferas de energía de la hechicera como guía. - Está bien. - fue lo único que dijo, antes de buscar un pequeño claro en mitad de los árboles y bajar de su caballo.
Por suerte llevaban leña de sobra y el fuego espantaría a la mayor parte de los animales del lugar, con lo que no tendrían problemas aunque la búsqueda de Huracán durase varios días, pero de todos modos tendrían que montar guardia, lo que implicaba confiar la vida al otro durante unas horas. - ¿Quieres que lo encienda? - preguntó el dragón, ofreciéndose a cambiar de forma para utilizar su elemento. - Puedo hacerlo yo. - respondió Elen, justo antes de disparar una potente descarga contra la pila de madera, que lentamente comenzó a humear y luego a arder. - Me encargaré de la primera guardia, tú descansa, te despertaré cuando tengas que relevarme. - añadió al poco, mientras buscaba una posición desde la que pudiese ver con claridad cuanto los rodeaba.
Una vez sentada, y con Alister ya tratando de dormir un poco, la benjamina de los Calhoun comenzó a dar vueltas al tema que la traía de cabeza, ¿cómo iba a explicar a su amiga que no podía dejar que matase al Centinela? Sería algo complicado pero tendría que hacerlo, solo esperaba no llegar demasiado tarde.
Poco después de que el oscuro manto de la noche cubriese el bosque por completo, un desgarrador grito hizo que la bruja se levantase de un brinco, al igual que su compañero, que aún no había terminado de conciliar el sueño. Los chillidos de la mujer fueron aumentando de volumen conforme se acercaba al campamento, y en cuanto atisbaron su figura, supieron que algo no iba nada bien. Tenía la falda del vestido rasgada y una delgada línea de sangre caía por su pierna, pero además parecía que la hubiesen golpeado en el rostro, donde se podía ver otra preocupante herida. - ¡Ayúdenme por favor! ¡Se han llevado a mi marido! - gritó entre lágrimas, sin que el terror abandonase su expresión.
La tensai se adelantó para sujetar por los hombros a la recién llegada e intentar calmarla, solo así obtendrían algo de información. - Tranquila, cuénteme lo que ha pasado. - dijo sin elevar apenas la voz, mientras notaba el temblor que sacudía el cuerpo de la mujer. - Venimos de un asentamiento cercano, queríamos llegar a Sacrestic pero nuestra carreta se averió en el camino. - explicó, sin poder evitar los sollozos. - Creímos que podríamos pasar la noche en el bosque y seguir por la mañana a caballo pero esas cosas llegaron, nos atacaron y se llevaron a mi Cedric, yo escapé por poco. - continuó, tan afectada que casi le costaba mantenerse en pie.
- Por lo que más quieran, ayúdenme. - pidió, buscando las miradas de ambos extraños. - Haré lo que pueda, usted quédese aquí y véndese las heridas con esto, lo último que queremos es que los vampiros de la zona huelan la sangre y decidan acercarse. - indicó, al tiempo que le entregaba unos retazos de tela limpia. - No hace falta que me acompañes. - comentó la de ojos verdes, dirigiéndose ésta vez a su compañero. - Necesitarás mis habilidades de rastreo. - aseguró él, antes de comprobar que su espada estaba bien sujeta al cinturón.
La hoguera mantendría relativamente a salvo a la víctima, pero por si acaso, la centinela se acercó a Sombra y le acarició el hocico, mientras le susurraba una orden. - Espanta cualquier cosa que se acerque. - fueron sus palabras. El fiero carácter del animal lo ayudaría a cumplir su misión, así que no perdió más tiempo, manipuló su elemento para crear un orbe de energía y se lanzó en la dirección por la que había llegado la mujer. Alister la siguió de cerca, y en cuestión de minutos ambos encontraron el lugar en que se había producido el ataque, un modesto campamento creado en torno a la carreta rota.
Todo parecía destrozado, y había grandes manchas de sangre en la hierba que no auguraban un buen final, ni para Cedric ni para el corcel que tendría que haber estado atado al carro. - Wendigos. - pronunció el dragón, que se había agachado junto a unas extrañas huellas para examinarlas. Elen lo observó confusa, sin tener idea de a qué se refería. - Esas criaturas no suelen atacar, son carroñeras por naturaleza… - dijo, sin dejar de observar el suelo. - Aquí hay muchas pisadas, creo que estamos ante un alfa y su manada. - prosiguió, frunciendo el ceño. - Deprisa, si no damos con el lugar en que almacenan los cuerpos pronto ese hombre morirá. - instó, poniéndose de inmediato en pie para seguir el rastro que las bestias habían dejado.
En realidad era probable que ya estuviese muerto, pero habiéndose llevado un caballo entero, quizá los Wendigos solo lo hubiesen herido hasta dejarlo inconsciente, esa era la única oportunidad de sobrevivir que tenía.
El arisco joven no tenía idea de a qué pretendía enfrentarse, y la de cabellos cenicientos tardaría un poco en ponerlo al corriente de lo peligrosos que eran, pues hablar de algo tan personal con alguien a quien acababa de conocer, y no de la mejor manera, no le parecía adecuado. Primero tendría que ser él quien contase su historia, y cómo se había convertido en lo que era, quizá entonces se ganase la confianza de la bruja, que por el momento solo podía asegurar una cosa, los jinetes también habían marcado a su hermana pequeña, y ésta ya no vivía.
¿Qué le habría pasado? Se preguntó interiormente, mientras observaba a su nuevo compañero de viaje por el rabillo del ojo. No hacía mucho desde que Tarivius le explicase un poco más sobre las trampas que los Tarmúnil dejaban en Aerandir, aprovechando el miedo de sus víctimas para crear portales que les permitiesen dejarlas en cualquier lado, como aquella maldita bolsa de aeros que aún llevaba consigo, a modo de recuerdo. La pregunta era, ¿cuántas de aquellas trampas habría sueltas por los diferentes reinos? Y lo que era más importante, ¿a cuántos inocentes habrían alcanzado? Quizá algún día se topase con otra persona en sus mismas condiciones, pero puede que ver lo que la maldición les había hecho no les gustase.
- Y esa amiga tuya, ¿dónde está? - preguntó el dragón, rompiendo el silencio. - Debería estar en estas tierras, espero que la encontremos antes de que caiga la noche. - contestó ella, sin dejar de escrutar con la mirada los alrededores, en busca de cualquier signo que pudiese delatar la posición de un campamento. Con un rápido vistazo al cielo, Alister calculó que debían quedarles dos o tres horas de luz a lo sumo, así que debían darse prisa en encontrar a aquella otra maga, antes de que la oscuridad los obligase a detenerse y encender un fuego, para espantar a los vampiros y bestias que hubiese en la zona.
- Elen, no podemos continuar, tenemos que buscar un buen lugar donde pasar la noche. - comentó su compañero, en cuanto el sol terminó de ocultarse tras el horizonte. El tiempo había pasado mucho más rápido de lo que pensaban, y sabiendo los peligros que había en el bosque, no era seguro continuar la búsqueda, ni siquiera contando con las brillantes esferas de energía de la hechicera como guía. - Está bien. - fue lo único que dijo, antes de buscar un pequeño claro en mitad de los árboles y bajar de su caballo.
Por suerte llevaban leña de sobra y el fuego espantaría a la mayor parte de los animales del lugar, con lo que no tendrían problemas aunque la búsqueda de Huracán durase varios días, pero de todos modos tendrían que montar guardia, lo que implicaba confiar la vida al otro durante unas horas. - ¿Quieres que lo encienda? - preguntó el dragón, ofreciéndose a cambiar de forma para utilizar su elemento. - Puedo hacerlo yo. - respondió Elen, justo antes de disparar una potente descarga contra la pila de madera, que lentamente comenzó a humear y luego a arder. - Me encargaré de la primera guardia, tú descansa, te despertaré cuando tengas que relevarme. - añadió al poco, mientras buscaba una posición desde la que pudiese ver con claridad cuanto los rodeaba.
Una vez sentada, y con Alister ya tratando de dormir un poco, la benjamina de los Calhoun comenzó a dar vueltas al tema que la traía de cabeza, ¿cómo iba a explicar a su amiga que no podía dejar que matase al Centinela? Sería algo complicado pero tendría que hacerlo, solo esperaba no llegar demasiado tarde.
Poco después de que el oscuro manto de la noche cubriese el bosque por completo, un desgarrador grito hizo que la bruja se levantase de un brinco, al igual que su compañero, que aún no había terminado de conciliar el sueño. Los chillidos de la mujer fueron aumentando de volumen conforme se acercaba al campamento, y en cuanto atisbaron su figura, supieron que algo no iba nada bien. Tenía la falda del vestido rasgada y una delgada línea de sangre caía por su pierna, pero además parecía que la hubiesen golpeado en el rostro, donde se podía ver otra preocupante herida. - ¡Ayúdenme por favor! ¡Se han llevado a mi marido! - gritó entre lágrimas, sin que el terror abandonase su expresión.
La tensai se adelantó para sujetar por los hombros a la recién llegada e intentar calmarla, solo así obtendrían algo de información. - Tranquila, cuénteme lo que ha pasado. - dijo sin elevar apenas la voz, mientras notaba el temblor que sacudía el cuerpo de la mujer. - Venimos de un asentamiento cercano, queríamos llegar a Sacrestic pero nuestra carreta se averió en el camino. - explicó, sin poder evitar los sollozos. - Creímos que podríamos pasar la noche en el bosque y seguir por la mañana a caballo pero esas cosas llegaron, nos atacaron y se llevaron a mi Cedric, yo escapé por poco. - continuó, tan afectada que casi le costaba mantenerse en pie.
- Por lo que más quieran, ayúdenme. - pidió, buscando las miradas de ambos extraños. - Haré lo que pueda, usted quédese aquí y véndese las heridas con esto, lo último que queremos es que los vampiros de la zona huelan la sangre y decidan acercarse. - indicó, al tiempo que le entregaba unos retazos de tela limpia. - No hace falta que me acompañes. - comentó la de ojos verdes, dirigiéndose ésta vez a su compañero. - Necesitarás mis habilidades de rastreo. - aseguró él, antes de comprobar que su espada estaba bien sujeta al cinturón.
La hoguera mantendría relativamente a salvo a la víctima, pero por si acaso, la centinela se acercó a Sombra y le acarició el hocico, mientras le susurraba una orden. - Espanta cualquier cosa que se acerque. - fueron sus palabras. El fiero carácter del animal lo ayudaría a cumplir su misión, así que no perdió más tiempo, manipuló su elemento para crear un orbe de energía y se lanzó en la dirección por la que había llegado la mujer. Alister la siguió de cerca, y en cuestión de minutos ambos encontraron el lugar en que se había producido el ataque, un modesto campamento creado en torno a la carreta rota.
Todo parecía destrozado, y había grandes manchas de sangre en la hierba que no auguraban un buen final, ni para Cedric ni para el corcel que tendría que haber estado atado al carro. - Wendigos. - pronunció el dragón, que se había agachado junto a unas extrañas huellas para examinarlas. Elen lo observó confusa, sin tener idea de a qué se refería. - Esas criaturas no suelen atacar, son carroñeras por naturaleza… - dijo, sin dejar de observar el suelo. - Aquí hay muchas pisadas, creo que estamos ante un alfa y su manada. - prosiguió, frunciendo el ceño. - Deprisa, si no damos con el lugar en que almacenan los cuerpos pronto ese hombre morirá. - instó, poniéndose de inmediato en pie para seguir el rastro que las bestias habían dejado.
En realidad era probable que ya estuviese muerto, pero habiéndose llevado un caballo entero, quizá los Wendigos solo lo hubiesen herido hasta dejarlo inconsciente, esa era la única oportunidad de sobrevivir que tenía.
Última edición por Elen Calhoun el Jue Jul 07 2016, 09:07, editado 1 vez
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
“La Hermandad: Historia e ideología”. Aquella breve obra literaria de no más de cien páginas que me encontraba leyendo, o más bien estudiando, apoyada contra un tronco, bajo el amparo de una luna llena que ejercía de estampa en una despejada noche. La luz que proporcionaba la hoguera creada por mi compañero Jules me proporcionaba
Lo había leído ya más de cinco veces desde que lo encontramos junto a la vampiresa Ébano. El libro era toda una mina de información sobre la secta que perseguíamos, pero no ofrecía una lectura sencilla. La mayoría de pasajes estaban escritos en clave, siempre basándose en referencias a pueblos, personajes y lugares que cambiaban en el libro o diferían con su verdadero nombre en la realidad. Por ejemplo, basándome en mis conocimientos sobre Sacrestic Ville, distinguía que ésta en el libro se llamaba simplemente Río de la Salamandra, pero luego pasaba a llamarse Arroyo del Tritón. Así, todas las especies de este tipo de reptiles acompañadas de un tipo de corriente de agua hacían referencia a la capital de los vampiros.
El problema es que el libro estaba lleno de este tipo de referencias y había personajes a los que me resultaba imposible identificar y que encima cambiaban constantemente de nombre. Mortagglia ni siquiera aparecía en el libro, pues en ningún momento se describía la masacre de Sacrestic Ville, momento en el que se unió a ellos.
-¿Cuándo piensas dejar de leer el libro? – me preguntó Jules. La lectura copaba todo mi tiempo en nuestros descansos desde que hacía cinco días habíamos abandonado a la vampiresa Ébano. -
-Cuando descubra dónde se esconde la guarida. Es a lo que hemos venido. – le aclaré con tranquilidad, sin dejar de mirar el libro. Estábamos considerablemente al Norte de los bosques del Oeste. – Pero no es fácil. Los lugares, personajes, acontecimientos, tienen nombres en clave.
-Como tu nombre. Ahí reside el encanto del de las cosas, en el misterio. – comentó - ¿Cuándo te vas a dignar a decirme cómo te llamas? – curioseó el brujo, que estaba tumbado y con los ojos cerrados. Intentando relajarse tras un largo día de búsqueda. Este comentario hizo que sacara una tímida sonrisilla.
–Pregúntaselo a Elen. – respondí en referencia a mi amiga, pasando una hoja y releyendo el texto de la siguiente, que casi me sabía de memoria. – Es curioso. Siempre se describe un lugar boscoso, cerca de lo que creo que parece ser el Lago de la Luna. – aclaré sobre la morada de la Hermandad - Habla de una entrada secreta en las proximidades de un pequeño pueblo abandonado hace siglos, que tiene una estatua de piedra de un perro mastín. Aunque bien podría ser otra cosa. – cerré el libro de golpe y suspiré, apoyando mi cuello sobre el tronco. – Ay, Jules. Me duele la cabeza. – le dije al cazador llevándome las manos a los ojos, éste se reincorporó.
-Deberías descansar un rato, Huracán. – respondió cariñosamente a mi queja. – Anda, duerme un poco, yo guardaré el primer turno.
Sonreí y asentí, siendo yo la que pasó a tumbarse. Cerré los ojos. Trataba de alejar mis pensamientos de toda la preocupación que había tenido los últimos meses, pero me resultaba muy complicado. Y por ello, no terminaba de descansar bien aunque durmiera las horas necesarias.
No había pasado demasiado tiempo desde que me acosté, pero me había sumido en un profundo sueño. Parecía que todo iba a transcurrir tranquilo aquella noche pero algo, pronto, me despertaría. Un agónico sonido aterrador. De una voz grave masculina. Reaccioné rápidamente y vi a mi compañero de pie, algo alejado del campamento.
-¿Qué sucede? – le pregunté alterada, incorporándome. Jules mantenía la vista en los bosques, sin parecer expresar demasiada confianza en saber de qué se trataba aquello.
-Pues no lo sé. – respondió mordiéndose los dientes, tratando de observar si algo se movía entre los arbustos. – Habrá que ir a echar un vistazo.
Cogimos nuestras cosas y comenzamos a caminar con las ballestas en ristre por el bosque, no demasiado convencidos de a donde nos dirigíamos. No sabíamos muy bien de donde había salido la voz en la espesura del bosque, fue un grito tan seco y tan corto que ni siquiera tuvimos tiempo a llegar a ningún sitio.
Tras un rato andando, vimos una hoguera a lo lejos probablemente algún viajero como nosotros. Tal vez allí podríamos preguntar. El lugar estaba en un claro, así que tendríamos que acercarnos sigilosamente, pues no sabíamos si había hostiles. El lugar estaba ocupado por una mujer aparentemente inofensiva y asustada, y por lo que parecía ser su caballo. Un bello rocín de color negro como el carbón. Estaba claro que no había sido ella la que había emitido el grito. Viendo que no había peligro alguno decidimos salir hacia allí. Pero ésta comenzaría a gritar en cuanto nos vio y el caballo, a relinchar.
-¡No os acerquéis, por favor! – suplicó, colocando la mano delante a la vez que llegamos a la altura de ella. – ¡No me hagáis daño! – la mujer debía creer que éramos vampiros o algo así. Jules trató de tranquilizar al animal, que pataleaba y relinchaba, y yo me dirigí a la mujer.
-Tranquila. No pasa nada. Te vamos a ayudar. – me puse en cuclillas a su altura y le tomé la mano para tranquilizarla. – Pero primero dinos qué ha pasado.
Pero no tuvo tiempo ni a responder pues de repente, sentimos algo moverse en los arbustos. Jules y yo descargamos nuestras ballestas y enfocamos nuestra vista hacia donde habíamos escuchado el ruido. Pero no se veía nada. El animal estaba muy asustado y no paraba de moverse y relinchar, se le escucharía a kilómetros a la redonda.
-Aquí somos un blanco fácil. – dijo el cazador. Pero la mujer estaba herida y no podría caminar. No habría más remedio que tomar el caballo, por muy poco que me gustasen a mí, pero el rocín no parecía muy por la labor y cuanto más lo empujaba Jules, más se negaba él a avanzar. - ¡Agh! Maldita bestia. – abdicó tirando de las riendas. Sin embargo, cuando me acerqué a él, aunque no lo distinguía por la oscuridad, pareció tranquilizarse más. Lo que sorprendió al brujo. Le acaricié el hocico. Se fiaba de mí aunque no sabía por qué. – Huracán. La mujer que susurraba a los caballos. – ironizó. – Ya que parece que te quiere a ti, pues súbete tú a él.
Y aunque no me gustaban, así lo hice, el animal podía ser una buena vía de escape de aquel bosque en el que acechaban los peligros. Monté a la mujer tras de mí y Jules iría por el suelo, como era una zona boscosa podría avanzar a nuestro ritmo. Abandonamos el campamento para buscar un lugar más seguro con la permanente sensación de que algo nos perseguía y se abalanzaría sobre nosotros en cualquier momento y, por ello, manteníamos las ballestas siempre alzadas.
Lo había leído ya más de cinco veces desde que lo encontramos junto a la vampiresa Ébano. El libro era toda una mina de información sobre la secta que perseguíamos, pero no ofrecía una lectura sencilla. La mayoría de pasajes estaban escritos en clave, siempre basándose en referencias a pueblos, personajes y lugares que cambiaban en el libro o diferían con su verdadero nombre en la realidad. Por ejemplo, basándome en mis conocimientos sobre Sacrestic Ville, distinguía que ésta en el libro se llamaba simplemente Río de la Salamandra, pero luego pasaba a llamarse Arroyo del Tritón. Así, todas las especies de este tipo de reptiles acompañadas de un tipo de corriente de agua hacían referencia a la capital de los vampiros.
El problema es que el libro estaba lleno de este tipo de referencias y había personajes a los que me resultaba imposible identificar y que encima cambiaban constantemente de nombre. Mortagglia ni siquiera aparecía en el libro, pues en ningún momento se describía la masacre de Sacrestic Ville, momento en el que se unió a ellos.
-¿Cuándo piensas dejar de leer el libro? – me preguntó Jules. La lectura copaba todo mi tiempo en nuestros descansos desde que hacía cinco días habíamos abandonado a la vampiresa Ébano. -
-Cuando descubra dónde se esconde la guarida. Es a lo que hemos venido. – le aclaré con tranquilidad, sin dejar de mirar el libro. Estábamos considerablemente al Norte de los bosques del Oeste. – Pero no es fácil. Los lugares, personajes, acontecimientos, tienen nombres en clave.
-Como tu nombre. Ahí reside el encanto del de las cosas, en el misterio. – comentó - ¿Cuándo te vas a dignar a decirme cómo te llamas? – curioseó el brujo, que estaba tumbado y con los ojos cerrados. Intentando relajarse tras un largo día de búsqueda. Este comentario hizo que sacara una tímida sonrisilla.
–Pregúntaselo a Elen. – respondí en referencia a mi amiga, pasando una hoja y releyendo el texto de la siguiente, que casi me sabía de memoria. – Es curioso. Siempre se describe un lugar boscoso, cerca de lo que creo que parece ser el Lago de la Luna. – aclaré sobre la morada de la Hermandad - Habla de una entrada secreta en las proximidades de un pequeño pueblo abandonado hace siglos, que tiene una estatua de piedra de un perro mastín. Aunque bien podría ser otra cosa. – cerré el libro de golpe y suspiré, apoyando mi cuello sobre el tronco. – Ay, Jules. Me duele la cabeza. – le dije al cazador llevándome las manos a los ojos, éste se reincorporó.
-Deberías descansar un rato, Huracán. – respondió cariñosamente a mi queja. – Anda, duerme un poco, yo guardaré el primer turno.
Sonreí y asentí, siendo yo la que pasó a tumbarse. Cerré los ojos. Trataba de alejar mis pensamientos de toda la preocupación que había tenido los últimos meses, pero me resultaba muy complicado. Y por ello, no terminaba de descansar bien aunque durmiera las horas necesarias.
No había pasado demasiado tiempo desde que me acosté, pero me había sumido en un profundo sueño. Parecía que todo iba a transcurrir tranquilo aquella noche pero algo, pronto, me despertaría. Un agónico sonido aterrador. De una voz grave masculina. Reaccioné rápidamente y vi a mi compañero de pie, algo alejado del campamento.
-¿Qué sucede? – le pregunté alterada, incorporándome. Jules mantenía la vista en los bosques, sin parecer expresar demasiada confianza en saber de qué se trataba aquello.
-Pues no lo sé. – respondió mordiéndose los dientes, tratando de observar si algo se movía entre los arbustos. – Habrá que ir a echar un vistazo.
Cogimos nuestras cosas y comenzamos a caminar con las ballestas en ristre por el bosque, no demasiado convencidos de a donde nos dirigíamos. No sabíamos muy bien de donde había salido la voz en la espesura del bosque, fue un grito tan seco y tan corto que ni siquiera tuvimos tiempo a llegar a ningún sitio.
Tras un rato andando, vimos una hoguera a lo lejos probablemente algún viajero como nosotros. Tal vez allí podríamos preguntar. El lugar estaba en un claro, así que tendríamos que acercarnos sigilosamente, pues no sabíamos si había hostiles. El lugar estaba ocupado por una mujer aparentemente inofensiva y asustada, y por lo que parecía ser su caballo. Un bello rocín de color negro como el carbón. Estaba claro que no había sido ella la que había emitido el grito. Viendo que no había peligro alguno decidimos salir hacia allí. Pero ésta comenzaría a gritar en cuanto nos vio y el caballo, a relinchar.
-¡No os acerquéis, por favor! – suplicó, colocando la mano delante a la vez que llegamos a la altura de ella. – ¡No me hagáis daño! – la mujer debía creer que éramos vampiros o algo así. Jules trató de tranquilizar al animal, que pataleaba y relinchaba, y yo me dirigí a la mujer.
-Tranquila. No pasa nada. Te vamos a ayudar. – me puse en cuclillas a su altura y le tomé la mano para tranquilizarla. – Pero primero dinos qué ha pasado.
Pero no tuvo tiempo ni a responder pues de repente, sentimos algo moverse en los arbustos. Jules y yo descargamos nuestras ballestas y enfocamos nuestra vista hacia donde habíamos escuchado el ruido. Pero no se veía nada. El animal estaba muy asustado y no paraba de moverse y relinchar, se le escucharía a kilómetros a la redonda.
-Aquí somos un blanco fácil. – dijo el cazador. Pero la mujer estaba herida y no podría caminar. No habría más remedio que tomar el caballo, por muy poco que me gustasen a mí, pero el rocín no parecía muy por la labor y cuanto más lo empujaba Jules, más se negaba él a avanzar. - ¡Agh! Maldita bestia. – abdicó tirando de las riendas. Sin embargo, cuando me acerqué a él, aunque no lo distinguía por la oscuridad, pareció tranquilizarse más. Lo que sorprendió al brujo. Le acaricié el hocico. Se fiaba de mí aunque no sabía por qué. – Huracán. La mujer que susurraba a los caballos. – ironizó. – Ya que parece que te quiere a ti, pues súbete tú a él.
Y aunque no me gustaban, así lo hice, el animal podía ser una buena vía de escape de aquel bosque en el que acechaban los peligros. Monté a la mujer tras de mí y Jules iría por el suelo, como era una zona boscosa podría avanzar a nuestro ritmo. Abandonamos el campamento para buscar un lugar más seguro con la permanente sensación de que algo nos perseguía y se abalanzaría sobre nosotros en cualquier momento y, por ello, manteníamos las ballestas siempre alzadas.
- Off:
- Te robo el caballo >.< Prometo que te lo devuelvo sano y salvo. Pero si no te gusta, me dices y edito. Jajajaja.
PD: Me he leído la historia de Alistair. Me gusta. Es un Jules 2.0.
Anastasia Boisson
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
El rastro que seguían era realmente fresco, tanto que el dragón no dudó en decir que les llevaban apenas un cuarto de hora de ventaja, con lo que debían moverse silenciosamente y vigilar muy bien cuanto los rodeaba, podrían cruzarse a la manada en cualquier momento. - ¿Cómo son esas criaturas? - preguntó la bruja, que lo seguía de cerca y manipulaba su orbe de energía para iluminar el camino por delante de su compañero. - Hmm… digamos que se parecen un poco a nosotros, al menos en tamaño. - respondió Alister, sin dejar de avanzar a través de la aplastada vegetación, detalle que dejaba claro que era por allí por donde habían arrastrado al caballo.
- Sus cuerpos son oscuros y están cubiertos por una fina capa de pelo en según qué zonas, tienen los brazos más largos que cualquier humano y poseen garras, pero lo más peligroso es su mordisco, o más bien la ponzoña que transmiten con la saliva. - explicó, sin apenas elevar la voz. Elen trató de hacerse una imagen con aquellos datos, pero probablemente no acertase con el aspecto de los Wendigos, necesitaba más información. - Bueno, eso los normales, los alfa son mucho más feos. - añadió el dragón, dejando en el aire la incógnita de en qué situación podría haberse topado antes con aquel tipo de bestias.
Sin querer ahondar más en su pasado de momento, la de ojos verdes se limitó a caminar tras él y estar atenta a cualquier sonido sospechoso, con una mano en la empuñadura de su daga. No sabía que iban a encontrar, ni si tendrían la suerte de hallar con vida aún a Cedric, pero si algo tenía claro era que debían darse prisa, antes de que a los seres de la noche les diese por acercarse al campamento en que habían dejado sus caballos y a la víctima. Los Wendigos no eran las únicas amenazas de aquel bosque, casi se podía sentir que detrás de cada árbol había algo acechándolos, pero en realidad era el ambiente siniestro de las tierras del oeste lo que daba esa sensación, cualquier intruso pasaba a ser una presa, tanto para las bestias del lugar como para los vampiros que moraban en Sacrestic y sus alrededores.
- ¡Apaga eso! - exclamó Alister de forma repentina, al tiempo que sujetaba a la bruja por un brazo para conseguir que se agachase tras unos arbustos. El orbe de energía se desvaneció de inmediato, sumiéndolos en la oscuridad de la noche, únicamente iluminada por la luna llena que brillaba en el cielo. - Pero ¿qué demonios..? - fue lo que alcanzó a decir la tensai, antes de que el dragón le hiciese un gesto para que guardase silencio. - Mira ahí delante. - susurró, señalándole un punto en concreto. - Creo que hemos encontrado su guarida. - añadió al poco, sin perder de vista el lugar.
La hechicera observó lo que parecía ser una entrada en mitad de una pared rocosa, y tras echar un vistazo al suelo, que estaba plagado de huellas como las que habían visto junto a la carreta, asintió con la cabeza en respuesta al comentario de su compañero, aquel debía ser el lugar en que moraban las criaturas que perseguían. - ¿Y ahora qué? - preguntó, permitiendo que Alister llevase un poco las riendas de la situación, ya que conocía bastante acerca de aquellos seres. - No podemos entrar sin saber el tamaño de la cueva o cuántos puede haber dentro. - indicó, para luego comenzar a buscar algo entre los arbustos que habían utilizado para esconderse.
- ¿Y entonces? - formuló la joven, observándolo con interés. - Llamaremos a la puerta. - dijo el dragón, para acto seguido lanzar la piedra que acababa de recoger contra la entrada de la cueva. El sonido atraería al exterior a cualquier animal que se encontrase dentro, pero para sorpresa de la centinela, nada salió de la gruta. - Parece que no hay nadie en casa, vamos. - instó el cazador, dándose prisa en llegar hasta la rocosa pared. Un repugnante hedor los alcanzó nada más acercarse a la entrada, y eso bastó para confirmar las sospechas de Alister, que no dudó en internarse dentro de la cueva.
- Ahora si me vendría bien esa luz tuya. - comentó, y de inmediato, la benjamina de los Calhoun volvió a crear otro orbe eléctrico, que manipuló con una sola mano, para poder cubrirse a medias el rostro con la otra. - ¿Qué es lo que huele tan mal? - preguntó asqueada, aunque no tuvo que esperar mucho para encontrar el origen de aquel olor a muerte. - Los Wendigos no se comen a sus presas nada más cazarlas, las almacenan y esperan a que los cuerpos se pudran antes de devorarlos. - explicó el alado, arrugando la nariz y cubriéndose también con ayuda de la manga de su chaqueta.
El interior de la cueva no era muy amplio, apenas una estrecha galería de unos veinte metros, que daba a un espacio algo más grande al final, donde se podría decir que tenían su despensa. El suelo estaba completamente cubierto por restos de huesos de todos tamaños y formas, mientras al fondo de la sala, se amontonaban los cadáveres que aún estaban en proceso de descomposición. - Han tenido problemas para meter al caballo. - musitó la maga, mientras observaba el destrozado cuerpo del animal, que de no ser por su tamaño habría sido casi irreconocible. - Mejor así, si han tenido que centrarse en él puede que Cedric aún esté vivo. - contestó su compañero, aunque no le gustaba que una noble criatura hubiese tenido que acabar así.
- ¡Elen! - llamó el cazador, tras echar un vistazo al resto de cadáveres. Cedric se encontraba al otro lado del montón, y por suerte para ambos aún respiraba, aunque quizá eso no durase mucho tiempo. - Lo han mordido, parece que esté ardiendo en fiebre. - susurró la de cabellos cenicientos, tras examinar rápidamente a la víctima. La marca de los dientes del Wendigo se podía ver con claridad en su hombro, pero además de eso lo habían golpeado en la cabeza con algo contundente, probablemente alguna roca de la zona. - Tenemos que sacarlo de aquí antes de que regresen. - instó la tensai, para de inmediato rebuscar en su bolsa y extraer vendas y un frasco de pócima antifebril, que destapó y llevó a los labios del herido, obligándole a beber.
Una vez cubierta la zona afectada por el mordisco, ambos se ayudaron para levantar al hombre del suelo, y echándose un brazo por encima de los hombros cada uno, comenzaron a sacarlo de la cueva, tan rápido como el peso del herido les permitía. - ¿A dónde pueden haber ido? - preguntó la bruja, cuyas condiciones físicas no le permitían ayudar mucho en lo que a fuerza se trataba. - Una manada debe necesitar muchas presas para alimentarse, seguramente hayan salido a seguir con la caza, o a perseguir a la mujer que se les escapó. - contestó el dragón, y sus palabras hicieron que la preocupación se dibujase en el rostro de la joven.
- Sombra. - musitó ella, sin querer imaginar ni por un momento que pudiesen hacer daño a su caballo. Sin embargo, los problemas estaban a punto de llegar hasta ellos, impidiéndoles pensar en nada que estuviese más allá de la salida de aquella cueva. Cuando apenas faltaban diez metros para que alcanzasen el exterior, un ser que encajaba perfectamente con la descripción del cazador apareció en la entrada, arrastrando tras de sí el cadáver de un pequeño animal al que acababa de atrapar. Aquel individuo era el miembro de la manada que se ocupaba de guardar la cueva, pero tras escuchar un movimiento entre los arbustos no pudo resistirse a perseguir lo que lo hubiese provocado, y de ese modo había dejado el lugar minutos antes de que ellos llegasen, dándoles la oportunidad de entrar sin ser vistos.
- Mierda. - masculló Alister, mientras la criatura dejaba a un lado su botín para centrarse en aquel par de intrusos que intentaban robarle su comida. - No puedo transformarme aquí dentro Elen, no tengo espacio. - añadió, maldiciendo interiormente que la galería fuese tan estrecha. Allí el dragón no podría mover las alas ni girarse, y en cualquier momento podría verse atascado entre las rocosas paredes de la cueva, cosa que en mitad de un combate lo volvería vulnerable. - Sujétalo, yo me encargo de ese bicho. - indicó la hechicera, dejando que su compañero se ocupase de Cedric mientras ella se adelantaba y permitía que su elemento le recorriese ambos brazos.
- Sus cuerpos son oscuros y están cubiertos por una fina capa de pelo en según qué zonas, tienen los brazos más largos que cualquier humano y poseen garras, pero lo más peligroso es su mordisco, o más bien la ponzoña que transmiten con la saliva. - explicó, sin apenas elevar la voz. Elen trató de hacerse una imagen con aquellos datos, pero probablemente no acertase con el aspecto de los Wendigos, necesitaba más información. - Bueno, eso los normales, los alfa son mucho más feos. - añadió el dragón, dejando en el aire la incógnita de en qué situación podría haberse topado antes con aquel tipo de bestias.
Sin querer ahondar más en su pasado de momento, la de ojos verdes se limitó a caminar tras él y estar atenta a cualquier sonido sospechoso, con una mano en la empuñadura de su daga. No sabía que iban a encontrar, ni si tendrían la suerte de hallar con vida aún a Cedric, pero si algo tenía claro era que debían darse prisa, antes de que a los seres de la noche les diese por acercarse al campamento en que habían dejado sus caballos y a la víctima. Los Wendigos no eran las únicas amenazas de aquel bosque, casi se podía sentir que detrás de cada árbol había algo acechándolos, pero en realidad era el ambiente siniestro de las tierras del oeste lo que daba esa sensación, cualquier intruso pasaba a ser una presa, tanto para las bestias del lugar como para los vampiros que moraban en Sacrestic y sus alrededores.
- ¡Apaga eso! - exclamó Alister de forma repentina, al tiempo que sujetaba a la bruja por un brazo para conseguir que se agachase tras unos arbustos. El orbe de energía se desvaneció de inmediato, sumiéndolos en la oscuridad de la noche, únicamente iluminada por la luna llena que brillaba en el cielo. - Pero ¿qué demonios..? - fue lo que alcanzó a decir la tensai, antes de que el dragón le hiciese un gesto para que guardase silencio. - Mira ahí delante. - susurró, señalándole un punto en concreto. - Creo que hemos encontrado su guarida. - añadió al poco, sin perder de vista el lugar.
La hechicera observó lo que parecía ser una entrada en mitad de una pared rocosa, y tras echar un vistazo al suelo, que estaba plagado de huellas como las que habían visto junto a la carreta, asintió con la cabeza en respuesta al comentario de su compañero, aquel debía ser el lugar en que moraban las criaturas que perseguían. - ¿Y ahora qué? - preguntó, permitiendo que Alister llevase un poco las riendas de la situación, ya que conocía bastante acerca de aquellos seres. - No podemos entrar sin saber el tamaño de la cueva o cuántos puede haber dentro. - indicó, para luego comenzar a buscar algo entre los arbustos que habían utilizado para esconderse.
- ¿Y entonces? - formuló la joven, observándolo con interés. - Llamaremos a la puerta. - dijo el dragón, para acto seguido lanzar la piedra que acababa de recoger contra la entrada de la cueva. El sonido atraería al exterior a cualquier animal que se encontrase dentro, pero para sorpresa de la centinela, nada salió de la gruta. - Parece que no hay nadie en casa, vamos. - instó el cazador, dándose prisa en llegar hasta la rocosa pared. Un repugnante hedor los alcanzó nada más acercarse a la entrada, y eso bastó para confirmar las sospechas de Alister, que no dudó en internarse dentro de la cueva.
- Ahora si me vendría bien esa luz tuya. - comentó, y de inmediato, la benjamina de los Calhoun volvió a crear otro orbe eléctrico, que manipuló con una sola mano, para poder cubrirse a medias el rostro con la otra. - ¿Qué es lo que huele tan mal? - preguntó asqueada, aunque no tuvo que esperar mucho para encontrar el origen de aquel olor a muerte. - Los Wendigos no se comen a sus presas nada más cazarlas, las almacenan y esperan a que los cuerpos se pudran antes de devorarlos. - explicó el alado, arrugando la nariz y cubriéndose también con ayuda de la manga de su chaqueta.
El interior de la cueva no era muy amplio, apenas una estrecha galería de unos veinte metros, que daba a un espacio algo más grande al final, donde se podría decir que tenían su despensa. El suelo estaba completamente cubierto por restos de huesos de todos tamaños y formas, mientras al fondo de la sala, se amontonaban los cadáveres que aún estaban en proceso de descomposición. - Han tenido problemas para meter al caballo. - musitó la maga, mientras observaba el destrozado cuerpo del animal, que de no ser por su tamaño habría sido casi irreconocible. - Mejor así, si han tenido que centrarse en él puede que Cedric aún esté vivo. - contestó su compañero, aunque no le gustaba que una noble criatura hubiese tenido que acabar así.
- ¡Elen! - llamó el cazador, tras echar un vistazo al resto de cadáveres. Cedric se encontraba al otro lado del montón, y por suerte para ambos aún respiraba, aunque quizá eso no durase mucho tiempo. - Lo han mordido, parece que esté ardiendo en fiebre. - susurró la de cabellos cenicientos, tras examinar rápidamente a la víctima. La marca de los dientes del Wendigo se podía ver con claridad en su hombro, pero además de eso lo habían golpeado en la cabeza con algo contundente, probablemente alguna roca de la zona. - Tenemos que sacarlo de aquí antes de que regresen. - instó la tensai, para de inmediato rebuscar en su bolsa y extraer vendas y un frasco de pócima antifebril, que destapó y llevó a los labios del herido, obligándole a beber.
Una vez cubierta la zona afectada por el mordisco, ambos se ayudaron para levantar al hombre del suelo, y echándose un brazo por encima de los hombros cada uno, comenzaron a sacarlo de la cueva, tan rápido como el peso del herido les permitía. - ¿A dónde pueden haber ido? - preguntó la bruja, cuyas condiciones físicas no le permitían ayudar mucho en lo que a fuerza se trataba. - Una manada debe necesitar muchas presas para alimentarse, seguramente hayan salido a seguir con la caza, o a perseguir a la mujer que se les escapó. - contestó el dragón, y sus palabras hicieron que la preocupación se dibujase en el rostro de la joven.
- Sombra. - musitó ella, sin querer imaginar ni por un momento que pudiesen hacer daño a su caballo. Sin embargo, los problemas estaban a punto de llegar hasta ellos, impidiéndoles pensar en nada que estuviese más allá de la salida de aquella cueva. Cuando apenas faltaban diez metros para que alcanzasen el exterior, un ser que encajaba perfectamente con la descripción del cazador apareció en la entrada, arrastrando tras de sí el cadáver de un pequeño animal al que acababa de atrapar. Aquel individuo era el miembro de la manada que se ocupaba de guardar la cueva, pero tras escuchar un movimiento entre los arbustos no pudo resistirse a perseguir lo que lo hubiese provocado, y de ese modo había dejado el lugar minutos antes de que ellos llegasen, dándoles la oportunidad de entrar sin ser vistos.
- Mierda. - masculló Alister, mientras la criatura dejaba a un lado su botín para centrarse en aquel par de intrusos que intentaban robarle su comida. - No puedo transformarme aquí dentro Elen, no tengo espacio. - añadió, maldiciendo interiormente que la galería fuese tan estrecha. Allí el dragón no podría mover las alas ni girarse, y en cualquier momento podría verse atascado entre las rocosas paredes de la cueva, cosa que en mitad de un combate lo volvería vulnerable. - Sujétalo, yo me encargo de ese bicho. - indicó la hechicera, dejando que su compañero se ocupase de Cedric mientras ella se adelantaba y permitía que su elemento le recorriese ambos brazos.
Elen Calhoun
Aerandiano de honor
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
-Odio los caballos. – musité para mí misma mientras trataba de espolear a aquella bestia por los bosques para que caminara. Podría decirle a Jules que iluminara el camino con sus habilidades de fuego, pero no sabía si sería buena idea pues teníamos la extraña y peligrosa sensación de que algo nos acechaba en las sombras, preferíamos avanzar con la escasa luz lunar que penetraba en el frondoso bosque.
La dueña del animal, permanecía tras de mí asustada y pensativa, se atrevió a hablar cuando comenzó a sentirse más segura. - ¿Qué… qué pasará con los otros? – preguntó ella. Lo cual nos descolocó a Jules y a mí, que nos lanzamos una mirada mutua.
-¿Qué otros? – preguntó Jules confuso, girándose para mirar hacia la mujer, acariciando al animal para que estuviera tranquilo. - ¿Hay más indefensos en el bosque?
-Una pareja joven… que apareció antes que vosotros. Iban a ayudarme a encontrar a mi marido. Nos habían atacado unas criaturas rarísimas. – explicó en voz baja. - ¿Cómo nos encontraremos todos? Estoy muy asustada pero… creo que debería volver. Además, el caballo es suyo.
¡A buenas horas se había acordado la señora de darnos esa información! Si había más inocentes perdidos por el bosque teníamos que encontrarlos antes de que fuera demasiado tarde. El mayor problema es que nos habíamos perdido y no teníamos ni idea de volver al campamento. Ni al nuestro ni al otro en el que encontramos a la mujer. – Estamos jodidos. – Dijo Jules con cierto tono de molestia, mirando si identificaba algún camino para poder volver.
De repente, el caballo comenzó a relinchar, se elevó sobre sus patas traseras, tirándonos a mí y a la mujer de su lomo. Si hacía eso era porque algo sentía que lo atormentaba. Los animales tenían ese tipo de sentidos más desarrollados que los humanos.
Efectivamente no tardarían en salir una serie de extrañas criaturas, antropomorfas y de altura parecida a la nuestra. Negras. Su olor era repugnante. Fueron directamente a por el caballo, lo que demostraba que aquellos seres no eran inteligentes, sino que tiraban por lo más grande, ansiando comida.
Jules generó una llamarada para tratar de evitar que se lanzara contra el animal, como así fue, yo me incorporé rápidamente y coloqué en ristre mi ballesta pesada y, en cuanto vi venir uno a por mí le disparé, atravesándolo con un virote por completo y haciéndolo caer muerto al instante. Otro se abalanzó sobre mí, pero con una fuerte corriente de aire pude alejarlo unos metros, momento que me dio tiempo para recargar rápidamente y pude dispararle mientras volvía a abalanzarse sobre nosotras. Mientras tanto, mi compañero hacía lo propio con el otro que le había salido al paso. Parecían peligrosos, aunque no inteligentes.
-¿Qué cojones son estos bichos? – preguntó Jules con su vocabulario poco refinado, observando el cadáver putrefacto de uno de ellos, y dándole la vuelta con el pie para poder ver el rostro.
-No lo sé. – respondí, sin demasiadas ansias de ver aquel repugnante monstruo semidescompuesto.
-Estas criaturas fueron las que nos atacaron antes. – declaró la mujer, que comenzaba a mostrar preocupación en su rostro. – Dios mío, Cedric… - sollozó, probablemente pensando en las posibles consecuencias que tendría un hipotético enfrentamiento entre las criaturas y su marido.
Continuamos la marcha, ahora sí, andando a pie y no a caballo, para no volver a quedar indefensa de nuevo en caso de que nos volvieran a atacar. Lamentándolo por el animal, si se lanzaban primero contra el caballo, esto nos daría una ventaja táctica para prepararnos, por lo tanto, lo deseable era que hiciera de cebo. No debíamos estar demasiado lejos de la guarida, pues el olor a putrefacto era cada vez más intenso.
Terminamos encontrando la entrada a una cueva no muy alejada del lugar en el que nos atacaron los animales. Vimos la figura de una criatura similar a las que nos habíamos enfrentado. Estaba postrada sobre la entrada de la caverna. – Esa debe ser su guarida. – afirmó el brujo. El monstruo arrastraba un cuerpo inerte hacia el interior, que por lo visto había cazado.
El caballo comenzó a relinchar, como si detectara algo en peligro en el interior de la cueva, y sin pensárselo dos veces comenzó a dirigirse hacia el interior, corriendo. - ¡No! ¡Detente! – le ordené, pero no me hizo caso. El animal se lanzó como un poseso a por el monstruo que se encontraba a la entrada de la cueva, como si buscase proteger a alguien. ¿Tal vez a su dueño, que se encontraba en el interior? De ser así, podía imaginarme el final de este.
-Maldito animal. – maljuré con asco hacia el brujo. Los relinchos del caballo tan cerca de la cueva alertaron al resto de criaturas del bosque. Se escucharon sonidos desgarradores provenientes de diferentes partes del interior de éste. Aquellos sonidos eran de advertencia. La manada vendría a salvar su guarida, que estaba siendo atacada.
Permanecer en los matorrales era un suicidio. No podíamos luchar allí, necesitábamos algo más de campo abierto. Tal vez en la cueva el brujo podría hacer alguna barrera de fuego. Comencé a conjurar el viento y a correr hacia la entrada, Jules tomó a la mujer por el brazo y la instó a hacer lo mismo. Los gritos cada vez estaban más cerca, pronto aparecerían los monstruos.
Distinguí varias siluetas, que entre la distancia, la oscuridad y los nervios no pude identificar bien. Uno al menos era una mujer cuyos brazos brillaban, parecía dispuesta a atacar al monstruo contra el que se había lanzado el caballo.
-¡Cuidado! ¡Vienen más!– les grité haciéndoles señas con el brazo hacia atrás, mientras nos aproximábamos a la cueva. Aunque eso es algo que probablemente dedujeran ellos mismos a tenor de los gritos cada vez más próximos.
La dueña del animal, permanecía tras de mí asustada y pensativa, se atrevió a hablar cuando comenzó a sentirse más segura. - ¿Qué… qué pasará con los otros? – preguntó ella. Lo cual nos descolocó a Jules y a mí, que nos lanzamos una mirada mutua.
-¿Qué otros? – preguntó Jules confuso, girándose para mirar hacia la mujer, acariciando al animal para que estuviera tranquilo. - ¿Hay más indefensos en el bosque?
-Una pareja joven… que apareció antes que vosotros. Iban a ayudarme a encontrar a mi marido. Nos habían atacado unas criaturas rarísimas. – explicó en voz baja. - ¿Cómo nos encontraremos todos? Estoy muy asustada pero… creo que debería volver. Además, el caballo es suyo.
¡A buenas horas se había acordado la señora de darnos esa información! Si había más inocentes perdidos por el bosque teníamos que encontrarlos antes de que fuera demasiado tarde. El mayor problema es que nos habíamos perdido y no teníamos ni idea de volver al campamento. Ni al nuestro ni al otro en el que encontramos a la mujer. – Estamos jodidos. – Dijo Jules con cierto tono de molestia, mirando si identificaba algún camino para poder volver.
De repente, el caballo comenzó a relinchar, se elevó sobre sus patas traseras, tirándonos a mí y a la mujer de su lomo. Si hacía eso era porque algo sentía que lo atormentaba. Los animales tenían ese tipo de sentidos más desarrollados que los humanos.
Efectivamente no tardarían en salir una serie de extrañas criaturas, antropomorfas y de altura parecida a la nuestra. Negras. Su olor era repugnante. Fueron directamente a por el caballo, lo que demostraba que aquellos seres no eran inteligentes, sino que tiraban por lo más grande, ansiando comida.
Jules generó una llamarada para tratar de evitar que se lanzara contra el animal, como así fue, yo me incorporé rápidamente y coloqué en ristre mi ballesta pesada y, en cuanto vi venir uno a por mí le disparé, atravesándolo con un virote por completo y haciéndolo caer muerto al instante. Otro se abalanzó sobre mí, pero con una fuerte corriente de aire pude alejarlo unos metros, momento que me dio tiempo para recargar rápidamente y pude dispararle mientras volvía a abalanzarse sobre nosotras. Mientras tanto, mi compañero hacía lo propio con el otro que le había salido al paso. Parecían peligrosos, aunque no inteligentes.
-¿Qué cojones son estos bichos? – preguntó Jules con su vocabulario poco refinado, observando el cadáver putrefacto de uno de ellos, y dándole la vuelta con el pie para poder ver el rostro.
-No lo sé. – respondí, sin demasiadas ansias de ver aquel repugnante monstruo semidescompuesto.
-Estas criaturas fueron las que nos atacaron antes. – declaró la mujer, que comenzaba a mostrar preocupación en su rostro. – Dios mío, Cedric… - sollozó, probablemente pensando en las posibles consecuencias que tendría un hipotético enfrentamiento entre las criaturas y su marido.
Continuamos la marcha, ahora sí, andando a pie y no a caballo, para no volver a quedar indefensa de nuevo en caso de que nos volvieran a atacar. Lamentándolo por el animal, si se lanzaban primero contra el caballo, esto nos daría una ventaja táctica para prepararnos, por lo tanto, lo deseable era que hiciera de cebo. No debíamos estar demasiado lejos de la guarida, pues el olor a putrefacto era cada vez más intenso.
Terminamos encontrando la entrada a una cueva no muy alejada del lugar en el que nos atacaron los animales. Vimos la figura de una criatura similar a las que nos habíamos enfrentado. Estaba postrada sobre la entrada de la caverna. – Esa debe ser su guarida. – afirmó el brujo. El monstruo arrastraba un cuerpo inerte hacia el interior, que por lo visto había cazado.
El caballo comenzó a relinchar, como si detectara algo en peligro en el interior de la cueva, y sin pensárselo dos veces comenzó a dirigirse hacia el interior, corriendo. - ¡No! ¡Detente! – le ordené, pero no me hizo caso. El animal se lanzó como un poseso a por el monstruo que se encontraba a la entrada de la cueva, como si buscase proteger a alguien. ¿Tal vez a su dueño, que se encontraba en el interior? De ser así, podía imaginarme el final de este.
-Maldito animal. – maljuré con asco hacia el brujo. Los relinchos del caballo tan cerca de la cueva alertaron al resto de criaturas del bosque. Se escucharon sonidos desgarradores provenientes de diferentes partes del interior de éste. Aquellos sonidos eran de advertencia. La manada vendría a salvar su guarida, que estaba siendo atacada.
Permanecer en los matorrales era un suicidio. No podíamos luchar allí, necesitábamos algo más de campo abierto. Tal vez en la cueva el brujo podría hacer alguna barrera de fuego. Comencé a conjurar el viento y a correr hacia la entrada, Jules tomó a la mujer por el brazo y la instó a hacer lo mismo. Los gritos cada vez estaban más cerca, pronto aparecerían los monstruos.
Distinguí varias siluetas, que entre la distancia, la oscuridad y los nervios no pude identificar bien. Uno al menos era una mujer cuyos brazos brillaban, parecía dispuesta a atacar al monstruo contra el que se había lanzado el caballo.
-¡Cuidado! ¡Vienen más!– les grité haciéndoles señas con el brazo hacia atrás, mientras nos aproximábamos a la cueva. Aunque eso es algo que probablemente dedujeran ellos mismos a tenor de los gritos cada vez más próximos.
Anastasia Boisson
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
El Wendigo midió con sus negros ojos a los intrusos que había encontrado en el interior de la cueva, estaba solo y se encontraba ante dos oponentes pero eso no importaba, la manada regresaría pronto y hasta entonces, lo único que debía hacer era mantenerlos allí dentro, cortándoles el paso para que no pudiesen escapar de su guarida. Gruñendo amenazadoramente, la criatura avanzó un poco hacia la entrada, dejando atrás el cadáver del pequeño animalillo que había cazado, pues no era lo suficientemente interesante como para centrarse en él ahora que tenía delante dos presas tan grandes.
Mostró los afilados dientes y se puso en pie para parecer más peligroso, manteniendo el cuerpo ligeramente encorvado hacia delante mientras abría y cerraba las manos, dejando a la vista sus largas garras. Con todo esto esperaba asustar a los intrusos y retenerlos en el interior de la caverna hasta que llegasen el alfa y los demás, pero concentrarse tanto en lo que tenía delante le costaría caro en breve. Elen no se había enfrentado antes a aquel tipo de bestia, pero no podía ser muy distinta de las demás, solo debía tener en cuenta lo que su compañero le había dicho acerca de la saliva ponzoñosa, y que pronto llegarían más para unirse a la fiesta.
Lamias, trasgos, Manticores, la hechicera ya se las había visto con seres peliagudos, así que no retrocedería sino todo lo contrario. Manteniendo la electricidad alrededor de ambos brazos, como clara amenaza para el Wendigo, Elen también dio un paso al frente, aunque no llegó a lanzar el ataque que estaba preparando, pues un sonido familiar consiguió que volviese a preocuparse. Habría reconocido los relinchos de su caballo en cualquier lugar, pero ¿cómo había llegado Sombra hasta allí? ¿habría atacado la manada el campamento?
El oscuro corcel corrió de inmediato hacia la entrada y se levantó sobre dos patas para espantar al guardián de la cueva, coceando con fiereza el suelo muy cerca de donde se encontraba el Wendigo, que gruñó en respuesta y se giró para encarar al equino. - ¡Sombra no! ¡Cuidado! - exclamó la bruja, que avanzó hacia la entrada y lanzó una descarga contra la bestia, antes de que ésta pudiese morder o herir a su montura. Otra silueta se acercaba a toda prisa hacia la caverna, seguida por un par más, pero por culpa de la oscuridad y de la tensión del momento, la centinela no consiguió identificarlas, al menos no hasta que reconoció la voz de quien le gritaba.
- ¿Huracán? - preguntó en un susurro, mientras Sombra se encargaba de acabar el trabajo, aplastando la cabeza del aturdido Wendigo con las patas delanteras. Aquel ya no sería una amenaza, pero según las palabras de la cazadora, el resto de la manada ya venía hacia su guarida, lo que podría suponer un grave problema teniendo en cuenta que no solo cargaban con un herido, sino que su mujer tampoco podía defenderse en combate. De llevar la pelea al exterior ambos se convertirían en presas fáciles, y Sombra también se volvería un objetivo muy codiciado gracias al tamaño que tenía, no podía permitir que le ocurriese nada.
- ¡Alister retrocede! - instó a su compañero, para acto seguido correr hacia la entrada y tomar de las riendas a su caballo, dejando que los demás entrasen antes de volver al interior a toda prisa. - ¿Qué ha pasado con mi montura? - preguntó el dragón, mientras la mujer con que se habían topado antes corría hacia él para comprobar que su marido siguiese con vida. - Probablemente se haya asustado, no tenemos tiempo para esto, llévatelos dentro. - insistió la hechicera, al tiempo que guiaba a Sombra por la estrecha galería, creando tras de sí un muro de energía que de momento, les serviría de barrera.
Aquella defensa aguantaría unos minutos, pero luego tendrían que pensar algo para acabar con la manada, o terminarían asfixiados a causa del terrible hedor a muerte que embargaba la cueva. Una vez en la sala del fondo, la única con suficiente espacio para que todos pudiesen permanecer en ella sin agobiarse, la de cabellos cenicientos colocó a su fiero amigo en uno de los laterales del lugar, para que su carácter no complicase más la situación, aunque conocía a casi todos los presentes. Con Huracán no tendría problemas, ya la había llevado en alguna ocasión y sabía que era una amiga, pero con la pareja de viajeros, Jules y Alister, la cosa podría ponerse algo peor.
De hecho la sola presencia del dragón lo ponía algo nervioso, y esto se debía a haber estado presente durante su primer y accidentado encuentro con la benjamina de los Calhoun, pero Elen había aceptado la compañía de aquel extraño, y él también debía acostumbrarse, aunque no le gustase. Resoplando y agitando la cabeza hacia los lados, Sombra se quedó en su sitio y coceó ligeramente el suelo cubierto de huesos, mientras los ruidos en el exterior se volvían cada vez más claros y audibles, la manada había llegado. - Por los dioses, dime que ésta es tu amiga. - comentó el alado, tras depositar el cuerpo de Cedric en el suelo, lo más alejado posible del montón de cadáveres en descomposición. Podía notarse en su voz que estaba bastante incómodo no solo con la situación, sino con estar rodeado de tanta gente en un lugar tan pequeño.
Acostumbrado como estaba a los espacios abiertos, y a volar libremente por las tierras del norte, Alister no se sentía a gusto en sitios como aquel, donde ni siquiera podía cambiar de forma para hacer frente a una amenaza. - Lo es, ya no tendremos que buscar más. - respondió la hechicera, con una extraña sensación en el estómago. Por un lado se alegraba de haber encontrado a Anastasia sana y salva, pero ahora debía librarse de los seres que esperaban en la entrada, para luego contarle a la tensai los sucesos que habían tenido lugar en Lunargenta y tratar de detenerla en su búsqueda del Centinela, tarea que no resultaría fácil.
Lo único que podía hacer era explicarle con detalle todo lo que su maldición acarreaba, no solo las formas que tenían los jinetes de llegar al plano en que se encontraban y el daño que causaban a los inocentes que encontraban a su paso, sino todo lo que había pasado para convertirse en lo que era ahora, y la importancia que Vladimir tendría para acabar con aquel mal en un futuro, lo necesitaba vivo.
Off: Os he dejado pasar delante para usar el muro de energía, si tenías en mente cualquier otra cosa avisa y edito ^^
Mostró los afilados dientes y se puso en pie para parecer más peligroso, manteniendo el cuerpo ligeramente encorvado hacia delante mientras abría y cerraba las manos, dejando a la vista sus largas garras. Con todo esto esperaba asustar a los intrusos y retenerlos en el interior de la caverna hasta que llegasen el alfa y los demás, pero concentrarse tanto en lo que tenía delante le costaría caro en breve. Elen no se había enfrentado antes a aquel tipo de bestia, pero no podía ser muy distinta de las demás, solo debía tener en cuenta lo que su compañero le había dicho acerca de la saliva ponzoñosa, y que pronto llegarían más para unirse a la fiesta.
Lamias, trasgos, Manticores, la hechicera ya se las había visto con seres peliagudos, así que no retrocedería sino todo lo contrario. Manteniendo la electricidad alrededor de ambos brazos, como clara amenaza para el Wendigo, Elen también dio un paso al frente, aunque no llegó a lanzar el ataque que estaba preparando, pues un sonido familiar consiguió que volviese a preocuparse. Habría reconocido los relinchos de su caballo en cualquier lugar, pero ¿cómo había llegado Sombra hasta allí? ¿habría atacado la manada el campamento?
El oscuro corcel corrió de inmediato hacia la entrada y se levantó sobre dos patas para espantar al guardián de la cueva, coceando con fiereza el suelo muy cerca de donde se encontraba el Wendigo, que gruñó en respuesta y se giró para encarar al equino. - ¡Sombra no! ¡Cuidado! - exclamó la bruja, que avanzó hacia la entrada y lanzó una descarga contra la bestia, antes de que ésta pudiese morder o herir a su montura. Otra silueta se acercaba a toda prisa hacia la caverna, seguida por un par más, pero por culpa de la oscuridad y de la tensión del momento, la centinela no consiguió identificarlas, al menos no hasta que reconoció la voz de quien le gritaba.
- ¿Huracán? - preguntó en un susurro, mientras Sombra se encargaba de acabar el trabajo, aplastando la cabeza del aturdido Wendigo con las patas delanteras. Aquel ya no sería una amenaza, pero según las palabras de la cazadora, el resto de la manada ya venía hacia su guarida, lo que podría suponer un grave problema teniendo en cuenta que no solo cargaban con un herido, sino que su mujer tampoco podía defenderse en combate. De llevar la pelea al exterior ambos se convertirían en presas fáciles, y Sombra también se volvería un objetivo muy codiciado gracias al tamaño que tenía, no podía permitir que le ocurriese nada.
- ¡Alister retrocede! - instó a su compañero, para acto seguido correr hacia la entrada y tomar de las riendas a su caballo, dejando que los demás entrasen antes de volver al interior a toda prisa. - ¿Qué ha pasado con mi montura? - preguntó el dragón, mientras la mujer con que se habían topado antes corría hacia él para comprobar que su marido siguiese con vida. - Probablemente se haya asustado, no tenemos tiempo para esto, llévatelos dentro. - insistió la hechicera, al tiempo que guiaba a Sombra por la estrecha galería, creando tras de sí un muro de energía que de momento, les serviría de barrera.
Aquella defensa aguantaría unos minutos, pero luego tendrían que pensar algo para acabar con la manada, o terminarían asfixiados a causa del terrible hedor a muerte que embargaba la cueva. Una vez en la sala del fondo, la única con suficiente espacio para que todos pudiesen permanecer en ella sin agobiarse, la de cabellos cenicientos colocó a su fiero amigo en uno de los laterales del lugar, para que su carácter no complicase más la situación, aunque conocía a casi todos los presentes. Con Huracán no tendría problemas, ya la había llevado en alguna ocasión y sabía que era una amiga, pero con la pareja de viajeros, Jules y Alister, la cosa podría ponerse algo peor.
De hecho la sola presencia del dragón lo ponía algo nervioso, y esto se debía a haber estado presente durante su primer y accidentado encuentro con la benjamina de los Calhoun, pero Elen había aceptado la compañía de aquel extraño, y él también debía acostumbrarse, aunque no le gustase. Resoplando y agitando la cabeza hacia los lados, Sombra se quedó en su sitio y coceó ligeramente el suelo cubierto de huesos, mientras los ruidos en el exterior se volvían cada vez más claros y audibles, la manada había llegado. - Por los dioses, dime que ésta es tu amiga. - comentó el alado, tras depositar el cuerpo de Cedric en el suelo, lo más alejado posible del montón de cadáveres en descomposición. Podía notarse en su voz que estaba bastante incómodo no solo con la situación, sino con estar rodeado de tanta gente en un lugar tan pequeño.
Acostumbrado como estaba a los espacios abiertos, y a volar libremente por las tierras del norte, Alister no se sentía a gusto en sitios como aquel, donde ni siquiera podía cambiar de forma para hacer frente a una amenaza. - Lo es, ya no tendremos que buscar más. - respondió la hechicera, con una extraña sensación en el estómago. Por un lado se alegraba de haber encontrado a Anastasia sana y salva, pero ahora debía librarse de los seres que esperaban en la entrada, para luego contarle a la tensai los sucesos que habían tenido lugar en Lunargenta y tratar de detenerla en su búsqueda del Centinela, tarea que no resultaría fácil.
Lo único que podía hacer era explicarle con detalle todo lo que su maldición acarreaba, no solo las formas que tenían los jinetes de llegar al plano en que se encontraban y el daño que causaban a los inocentes que encontraban a su paso, sino todo lo que había pasado para convertirse en lo que era ahora, y la importancia que Vladimir tendría para acabar con aquel mal en un futuro, lo necesitaba vivo.
Off: Os he dejado pasar delante para usar el muro de energía, si tenías en mente cualquier otra cosa avisa y edito ^^
Elen Calhoun
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
A medida que me acercaba corriendo a la cueva iba distinguiendo con mejor claridad los dos individuos que permanecían de pie en el interior de la misma. No podía creer lo que veía, la primera de ellos era ni más ni menos que Elen. ¿Qué menesteres llevarían a mi amiga hasta allí, a aquel lugar tan alejado de la civilización? Le sonreí de la que pasé a su lado y esperé a que entraran Jules y la mujer tras de mí.
El caballo que nos seguía, además, parecía ser Sombra. Ahora comprendí el por qué se había dejado que subiera a su lomo. Entre la bruja y el propio animal despacharon a la criatura que se encontraba guardando la entrada, y a continuación la hechicera creó una barrera de energía que evitaría que estos odiosos enemigos entraran.
-Es una alegría encontrarte, Elen. – le dije con una sonrisa sincera. Los dioses me habían sonreído en esta ocasión, pues no conocía a nadie más capaz y fiable que mi mejor amiga para ayudarme a destruir al malvado centinela que nos había atormentado en las islas. En aquella ocasión, el vampiro aguó nuestra fiesta de fundación del gremio y destruyó medio bosque. Provocando un enfrentamiento de dimensiones épicas en el mismo corazón de la arboleda, encuentro del que el chupasangres había conseguido escapar con vida. Sin embargo, con Elen de nuestro lado confiaba en que la batalla estaría más a nuestro favor, o al menos mejor que si nos enfrentamos Jules y yo en solitario, que era el plan original. Todo cuanto tenía que hacer era convencerla para que nos ayudara, aunque conociendo la siempre predisposición de la tensái eso no resultaría muy difícil.
Noté que en esta ocasión la bruja no viajaba sola, sino que iba acompañada de un humano que cargaba con un hombre medio moribundo, aunque vivo. - ¡Cedric! – gritó la mujer que habíamos rescatado, echándose a sus brazos. Ahora ya sabíamos que se trataba de su marido perdido.
En cuanto al acompañante de Elen, enigmático cuanto menos, se llamaba Alister por lo que escuché a la bruja, si bien su primer comentario me hizo torcer el rostro que por primera vez en semana había mantenido risueño. Su comentario y la posterior respuesta de Elen me hicieron deducir que probablemente me estuviesen esperando.
-¿Me buscabais? – pregunté con tono de preocupación. - ¿Qué ha ocurrido? – pregunté con cierta preocupación. Si me estaban buscando, es que probablemente alguien les hubiera enviado.
En cualquier caso, estaba ilusionada por la proximidad a mi objetivo después de tantas semanas batiéndome con vampiros de todo tipo. Tan feliz que aún sabiendo que nos encontrábamos en peligro, no pude evitar sonreír a mi amiga. – Sé donde están. – dije mientras sacaba de mi faltriquera el libro que había encontrado en aquella cabaña junto al gran lago y se lo mostraba a mi amiga. Elen podría ver el nombre de una obra desgastada, en cuya portada en rojo sangre se podía leer el título del mismo: “La Hermandad: Historia e ideología”. Lo zarandeé varias veces en mi mano con satisfacción. – Tuve que tirar de una vampiresa que perteneció a la Hermandad para conseguirlo… - dije en referencia a Ébano, aunque ella no la conocería probablemente.
-“Tirar de” o “tirarme a” – interrumpió Jules en voz baja, pasando justo por detrás de mí con la mano en la boca y desternillándose de risa. Lo cual hizo que me girara y le lanzara una mirada sentenciante por tratar de dejarme en mal lugar. Rápidamente volví sobre mi amiga y el brujo se aproximó a la entrada entre risas.
-Sé donde están, Elen. – le dije tratando de obviar el comentario del brujo. - ¿Recuerdas que te dije…? – iba a recordarle lo que le había dicho en nuestro último encuentro sobre un centinela que me había marcado, pero un silbido me interrumpió nuevamente, era mi compañero.
-Chicas, dejad la cháchara para más tarde. Tenemos compañía. – dijo Jules cargando su ballesta pesada. Y es que en la puerta que protegía el muro de energía gruñían unas seis o siete criaturas. Que no podían entrar por el muro de Elen. - ¿Qué narices son estos bichos? – preguntó extrañado, a ver si alguien le daba respuesta.
Acompañé al brujo a su posición y ambos comenzamos a dispararles para tratar de espantarlos. Tenían dos opciones, o huir o permanecer allí recibiendo flechazos. Inteligentemente, optaron por lo primero, conocedores de que el muro de energía no duraría allí eternamente y de que nosotros tendríamos que salir de la caverna en algún momento.
-No creo que salir fuera sea buena idea. – opinó Jules. Era un detalle importante pues podrían aparecer las criaturas nuevamente y, además, teníamos que contar con la pareja indefensa que debíamos proteger. -¿Se os ocurre algo? ¿Creeis que habrá otra salida al otro lado? – preguntó enfocando el interior de la cueva y generando una pequeña llama sobre su mano a modo de antorcha para iluminar la estrecha estancia.
El caballo que nos seguía, además, parecía ser Sombra. Ahora comprendí el por qué se había dejado que subiera a su lomo. Entre la bruja y el propio animal despacharon a la criatura que se encontraba guardando la entrada, y a continuación la hechicera creó una barrera de energía que evitaría que estos odiosos enemigos entraran.
-Es una alegría encontrarte, Elen. – le dije con una sonrisa sincera. Los dioses me habían sonreído en esta ocasión, pues no conocía a nadie más capaz y fiable que mi mejor amiga para ayudarme a destruir al malvado centinela que nos había atormentado en las islas. En aquella ocasión, el vampiro aguó nuestra fiesta de fundación del gremio y destruyó medio bosque. Provocando un enfrentamiento de dimensiones épicas en el mismo corazón de la arboleda, encuentro del que el chupasangres había conseguido escapar con vida. Sin embargo, con Elen de nuestro lado confiaba en que la batalla estaría más a nuestro favor, o al menos mejor que si nos enfrentamos Jules y yo en solitario, que era el plan original. Todo cuanto tenía que hacer era convencerla para que nos ayudara, aunque conociendo la siempre predisposición de la tensái eso no resultaría muy difícil.
Noté que en esta ocasión la bruja no viajaba sola, sino que iba acompañada de un humano que cargaba con un hombre medio moribundo, aunque vivo. - ¡Cedric! – gritó la mujer que habíamos rescatado, echándose a sus brazos. Ahora ya sabíamos que se trataba de su marido perdido.
En cuanto al acompañante de Elen, enigmático cuanto menos, se llamaba Alister por lo que escuché a la bruja, si bien su primer comentario me hizo torcer el rostro que por primera vez en semana había mantenido risueño. Su comentario y la posterior respuesta de Elen me hicieron deducir que probablemente me estuviesen esperando.
-¿Me buscabais? – pregunté con tono de preocupación. - ¿Qué ha ocurrido? – pregunté con cierta preocupación. Si me estaban buscando, es que probablemente alguien les hubiera enviado.
En cualquier caso, estaba ilusionada por la proximidad a mi objetivo después de tantas semanas batiéndome con vampiros de todo tipo. Tan feliz que aún sabiendo que nos encontrábamos en peligro, no pude evitar sonreír a mi amiga. – Sé donde están. – dije mientras sacaba de mi faltriquera el libro que había encontrado en aquella cabaña junto al gran lago y se lo mostraba a mi amiga. Elen podría ver el nombre de una obra desgastada, en cuya portada en rojo sangre se podía leer el título del mismo: “La Hermandad: Historia e ideología”. Lo zarandeé varias veces en mi mano con satisfacción. – Tuve que tirar de una vampiresa que perteneció a la Hermandad para conseguirlo… - dije en referencia a Ébano, aunque ella no la conocería probablemente.
-“Tirar de” o “tirarme a” – interrumpió Jules en voz baja, pasando justo por detrás de mí con la mano en la boca y desternillándose de risa. Lo cual hizo que me girara y le lanzara una mirada sentenciante por tratar de dejarme en mal lugar. Rápidamente volví sobre mi amiga y el brujo se aproximó a la entrada entre risas.
-Sé donde están, Elen. – le dije tratando de obviar el comentario del brujo. - ¿Recuerdas que te dije…? – iba a recordarle lo que le había dicho en nuestro último encuentro sobre un centinela que me había marcado, pero un silbido me interrumpió nuevamente, era mi compañero.
-Chicas, dejad la cháchara para más tarde. Tenemos compañía. – dijo Jules cargando su ballesta pesada. Y es que en la puerta que protegía el muro de energía gruñían unas seis o siete criaturas. Que no podían entrar por el muro de Elen. - ¿Qué narices son estos bichos? – preguntó extrañado, a ver si alguien le daba respuesta.
Acompañé al brujo a su posición y ambos comenzamos a dispararles para tratar de espantarlos. Tenían dos opciones, o huir o permanecer allí recibiendo flechazos. Inteligentemente, optaron por lo primero, conocedores de que el muro de energía no duraría allí eternamente y de que nosotros tendríamos que salir de la caverna en algún momento.
-No creo que salir fuera sea buena idea. – opinó Jules. Era un detalle importante pues podrían aparecer las criaturas nuevamente y, además, teníamos que contar con la pareja indefensa que debíamos proteger. -¿Se os ocurre algo? ¿Creeis que habrá otra salida al otro lado? – preguntó enfocando el interior de la cueva y generando una pequeña llama sobre su mano a modo de antorcha para iluminar la estrecha estancia.
Anastasia Boisson
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
Huracán se alegró de verla, y el sentimiento era mutuo, pero quizá no durase demasiado en cuanto la centinela le explicase el motivo que la había llevado hasta aquellas tierras. - Tengo mucho que contarte. - musitó en cuanto la cazadora se dio cuenta de que la estaban esperando, pero no era el lugar ni momento más indicado para relatarle los sucesos de Lunargenta, mucho menos para hablar de lo relacionado con Vladimir. Sonriendo, a pesar de la situación en que se encontraban allí atrapados, Anastasia se acercó y no dudó en mostrarle un extraño libro que trataba sobre la Hermandad, mientras aseguraba que sabía dónde se encontraban y añadía el origen de aquella valiosa información.
¿Había dado con la guarida de Mortagglia y sus secuaces? Eso sería estupendo, siempre y cuando el centinela de los reinos del oeste no se encontrase allí también, pues su presencia la obligaría a actuar en contra de su amiga y no era algo que quisiese hacer. Jules hizo un comentario que no pareció gustar nada a su compañera, pero cuando la joven intentó volver al tema, ignorando las palabras del brujo, éste se acercó a la entrada y cortó la conversación entre ambas, para recordarles el problema que tenían fuera de la cueva.
La manada al completo los esperaba en el exterior, y algunos de sus miembros comenzaban a impacientarse por culpa de aquella extraña cosa brillante que había aparecido de la nada, y que al parecer, no se iba. Gruñendo de forma furiosa, unos de los Wendigos intentó atravesar el muro de energía, pero solo consiguió llevarse una fuerte descarga, que arrancó un lastimero quejido de su garganta y lo dejó tirado en el suelo durante unos instantes. El resto no osaron acercarse después de aquello, pero tampoco abandonarían fácilmente su guarida, tarde o temprano los intrusos tendrían que salir y hacerles frente, entonces los destrozarían y llenarían su despensa, asegurándose el alimento para varias semanas.
- Se llaman Wendigos, son seres nocturnos y normalmente carroñeros, excepto cuando tienen un alfa, como es el caso. - explicó Alister, señalando al ser que destacaba por encima de los demás, no solo en tamaño, sino también por las púas que le salían de la espalda. Aquel individuo era enorme, casi tan grande como un caballo, y eso supondría un grave problema de cara a un enfrentamiento directo, pero debían acabar con él para que el resto de la manada huyese. - Tanto la saliva como la sangre de estas cosas es ponzoñosa, que no os muerdan. - añadió al poco, desviando durante un instante la mirada hacia Cedric, que seguía luchando contra los efectos de la ponzoña.
Mientras el par de cazadores utilizaban sus ballestas para dispersar un poco a los enemigos, Elen comprobó el interior de la cueva, solo para cerciorarse de que no había otro modo de entrar o salir de allí, tendrían que luchar. - No hay ninguna otra salida, si la hubiese ya la habrían usado para atacarnos por la espalda, tendremos que buscar la manera de salir de aquí y rápido… lo han mordido. - comentó la hechicera, mientras observaba cómo la mujer trataba desesperadamente de mantener a su marido despierto. - Ya me las he visto con estos bichos antes pero aquí dentro no puedo hacer mucho, si pudieseis cubrirme durante el tiempo suficiente… - volvió a tomar la palabra el dragón, mientras calculaba mentalmente cuánto necesitaría para transformarse una vez en el exterior.
Elen lo miró con el ceño fruncido, pero comprendía que pudiese sentirse más cómodo peleando en su otra forma, aunque sería complicado mantenerlo a salvo de tantos enemigos. - No podré mantener la barrera por mucho más sin comenzar a cansarme, tenemos que pensar algo. - instó la tensai, con voz calmada. A fin de cuentas eran tres brujos muy capaces y un dragón, la balanza se inclinaba en favor de su grupo, sobre todo si los cazadores conseguían eliminar algunos de los objetivos con sus ballestas antes de salir a campo abierto. - ¿Puedes desplazar el muro a voluntad? - preguntó Alister, decidido a seguir adelante con su idea. - Cuanto más grande lo haga más me costará mantenerlo, pero podría trasladarlo contigo… - respondió la joven, desviando la vista hacia su amiga y Jules.
- Si lo hago la entrada quedará desprotegida y no estaré a pleno rendimiento para hacer frente a los que decidan atacar. - dijo, para que ambos fuesen conscientes de que necesitaría su ayuda. - Si sale bien no tendréis muchos problemas, solo asegúrate de que no me alcancen hasta que haya terminado. - intervino de nuevo su compañero, enarcando una ceja al tiempo que se deshacía de su larga gabardina. - Iré directamente a por el alfa. - reveló, antes de situarse a medio metro del muro de energía y echar un vistazo a la vegetación que rodeaba la zona. - Esperan entre los matorrales, es el momento. - añadió, antes de traspasar la entrada, bajo la protección de la hechicera. La barrera cambió de forma para convertirse en una cúpula alrededor del dragón, detalle que suponía un mayor desgaste de energías para la benjamina de los Calhoun, pero Alister no iba a continuar por mucho tiempo más en su forma humana.
Todo su cuerpo comenzó a cambiar en cuanto se vio con espacio suficiente para ello, pero los Wendigos no tardarían en centrar su atención nuevamente en la cueva, debía darse prisa. Los brazos fueron sustituidos por alas terminadas en afiladas garras, las piernas por fuertes patas, se cubrió por completo de escamas y de su espalda surgieron largas espinas oscuras, a juego con el resto de su ser. La transformación de su cráneo y aparición de la cola completarían su forma bestial, y en cuanto estuviese listo, Alister se levantaría sobre sus patas traseras y desplegaría las alas para parecer más grande y peligroso ante las criaturas que los acechaban.
El alado rugiría para intimidar a los Wendigos, y su vientre comenzaría a tornarse anaranjado por el fuego que estaba a punto de liberar contra aquellos carroñeros. - Ahora Elen, deshaz la barrera. - pidió, y en cuanto el muro se desvaneciese, Alister alzaría el vuelo y comenzaría a desatar un infierno llameante sobre la posición en que se encontraba el alfa, que gracias a su tamaño no temía enfrentarse a otra bestia.
Off: Dejo a tu elección si el resto de la manada nos ataca o no mientras se transforma y en caso de que sí, como defendéis la entrada.
¿Había dado con la guarida de Mortagglia y sus secuaces? Eso sería estupendo, siempre y cuando el centinela de los reinos del oeste no se encontrase allí también, pues su presencia la obligaría a actuar en contra de su amiga y no era algo que quisiese hacer. Jules hizo un comentario que no pareció gustar nada a su compañera, pero cuando la joven intentó volver al tema, ignorando las palabras del brujo, éste se acercó a la entrada y cortó la conversación entre ambas, para recordarles el problema que tenían fuera de la cueva.
La manada al completo los esperaba en el exterior, y algunos de sus miembros comenzaban a impacientarse por culpa de aquella extraña cosa brillante que había aparecido de la nada, y que al parecer, no se iba. Gruñendo de forma furiosa, unos de los Wendigos intentó atravesar el muro de energía, pero solo consiguió llevarse una fuerte descarga, que arrancó un lastimero quejido de su garganta y lo dejó tirado en el suelo durante unos instantes. El resto no osaron acercarse después de aquello, pero tampoco abandonarían fácilmente su guarida, tarde o temprano los intrusos tendrían que salir y hacerles frente, entonces los destrozarían y llenarían su despensa, asegurándose el alimento para varias semanas.
- Se llaman Wendigos, son seres nocturnos y normalmente carroñeros, excepto cuando tienen un alfa, como es el caso. - explicó Alister, señalando al ser que destacaba por encima de los demás, no solo en tamaño, sino también por las púas que le salían de la espalda. Aquel individuo era enorme, casi tan grande como un caballo, y eso supondría un grave problema de cara a un enfrentamiento directo, pero debían acabar con él para que el resto de la manada huyese. - Tanto la saliva como la sangre de estas cosas es ponzoñosa, que no os muerdan. - añadió al poco, desviando durante un instante la mirada hacia Cedric, que seguía luchando contra los efectos de la ponzoña.
Mientras el par de cazadores utilizaban sus ballestas para dispersar un poco a los enemigos, Elen comprobó el interior de la cueva, solo para cerciorarse de que no había otro modo de entrar o salir de allí, tendrían que luchar. - No hay ninguna otra salida, si la hubiese ya la habrían usado para atacarnos por la espalda, tendremos que buscar la manera de salir de aquí y rápido… lo han mordido. - comentó la hechicera, mientras observaba cómo la mujer trataba desesperadamente de mantener a su marido despierto. - Ya me las he visto con estos bichos antes pero aquí dentro no puedo hacer mucho, si pudieseis cubrirme durante el tiempo suficiente… - volvió a tomar la palabra el dragón, mientras calculaba mentalmente cuánto necesitaría para transformarse una vez en el exterior.
Elen lo miró con el ceño fruncido, pero comprendía que pudiese sentirse más cómodo peleando en su otra forma, aunque sería complicado mantenerlo a salvo de tantos enemigos. - No podré mantener la barrera por mucho más sin comenzar a cansarme, tenemos que pensar algo. - instó la tensai, con voz calmada. A fin de cuentas eran tres brujos muy capaces y un dragón, la balanza se inclinaba en favor de su grupo, sobre todo si los cazadores conseguían eliminar algunos de los objetivos con sus ballestas antes de salir a campo abierto. - ¿Puedes desplazar el muro a voluntad? - preguntó Alister, decidido a seguir adelante con su idea. - Cuanto más grande lo haga más me costará mantenerlo, pero podría trasladarlo contigo… - respondió la joven, desviando la vista hacia su amiga y Jules.
- Si lo hago la entrada quedará desprotegida y no estaré a pleno rendimiento para hacer frente a los que decidan atacar. - dijo, para que ambos fuesen conscientes de que necesitaría su ayuda. - Si sale bien no tendréis muchos problemas, solo asegúrate de que no me alcancen hasta que haya terminado. - intervino de nuevo su compañero, enarcando una ceja al tiempo que se deshacía de su larga gabardina. - Iré directamente a por el alfa. - reveló, antes de situarse a medio metro del muro de energía y echar un vistazo a la vegetación que rodeaba la zona. - Esperan entre los matorrales, es el momento. - añadió, antes de traspasar la entrada, bajo la protección de la hechicera. La barrera cambió de forma para convertirse en una cúpula alrededor del dragón, detalle que suponía un mayor desgaste de energías para la benjamina de los Calhoun, pero Alister no iba a continuar por mucho tiempo más en su forma humana.
Todo su cuerpo comenzó a cambiar en cuanto se vio con espacio suficiente para ello, pero los Wendigos no tardarían en centrar su atención nuevamente en la cueva, debía darse prisa. Los brazos fueron sustituidos por alas terminadas en afiladas garras, las piernas por fuertes patas, se cubrió por completo de escamas y de su espalda surgieron largas espinas oscuras, a juego con el resto de su ser. La transformación de su cráneo y aparición de la cola completarían su forma bestial, y en cuanto estuviese listo, Alister se levantaría sobre sus patas traseras y desplegaría las alas para parecer más grande y peligroso ante las criaturas que los acechaban.
El alado rugiría para intimidar a los Wendigos, y su vientre comenzaría a tornarse anaranjado por el fuego que estaba a punto de liberar contra aquellos carroñeros. - Ahora Elen, deshaz la barrera. - pidió, y en cuanto el muro se desvaneciese, Alister alzaría el vuelo y comenzaría a desatar un infierno llameante sobre la posición en que se encontraba el alfa, que gracias a su tamaño no temía enfrentarse a otra bestia.
Off: Dejo a tu elección si el resto de la manada nos ataca o no mientras se transforma y en caso de que sí, como defendéis la entrada.
- Forma bestial y voz de Alister transformado:
Elen Calhoun
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
-Buena objeción. – dijo el brujo con una sonrisa señalando a Elen y guiñándole un ojo cuando ésta dijo que no había otra salida, era lógico que de haberla, las criaturas nos habrían atacado desde allí, pero quién sabía, tal vez hubiese un río interno por el que no pudiesen atravesar.
No parecía ser el caso, y los wendigos, como así los había llamado Alister, permanecían postrados en la puerta, esperando que a Elen se le acabaran las fuerzas para mantener el muro de energía que les impedía acceder. La bruja estaba haciendo un sobreesfuerzo para poder mantener aquel muro. Y nuestras flechas los espantaban, pero se escondían entre los matorrales, por lo que hubo un momento en el que, aunque los sentíamos, no podíamos verlos. Observé a las criaturas con un gesto de desagrado. Eran repugnantes. Y además, tenían una especie de veneno corrosivo, que por lo visto era lo que había hecho enfermar a Cedric, así que habría que tener cuidado.
Uno especialmente enorme parecía ser el líder de aquella manada. Tenía el tamaño de un caballo pero era considerablemente más agresivo. El enigmático compañero de Elen decidió que iría a por él. Lo miré con sorpresa, pensando en que aquello era un suicidio. Se quitó la gabardina y pidió a la bruja que detuviera su escudo mágico para ir a por él, y Elen mientras tanto nos pidió ayuda, pues mantener la barrera la había agotado y probablemente el resto de la manada se nos echaría encima.
-Cuenta con nosotros. – le dije mirándola con la cabeza, en un gesto que transmitía seguridad. Y apuntamos con nuestras ballestas cargadas al centro de la zona por si la manada decidía lanzarse contra nosotros.
Pronto se disiparían mis dudas de cómo pensaba llegar Alister hasta el macho alfa. El humano se quitó la gabardina y se convirtió en un portentoso dragón. Su voz imponía considerablemente, era de tal tamaño que apenas entraba a la cueva y a su paso barrió a todos los wendigos menores que trataban de acceder a la entrada.
-Vaya, menos mal que esta vez el dragón está de nuestra parte. – comentó Jules entre risas, recordando el incidente de hacía unas semanas, cuando intentamos cazar al vampiro Bio, y es que de no ser por la dragona Arygos ahora tendría 5000 aeros en mi bolsillo.
Algunos se colaron para venir hacia nosotros, y ahora que Elen no podía. Con las nuevas habilidades que había ensayado durante el camino, observé a la entrada, incrustada en caliza, unas grietas que indicaban un macizo rocoso dañado. Estiré mis brazos y concentré el viento sobre las grietas de la misma y, al paso de los wendigos, haciendo una mezcla de telequinesia y viento pude derribarla, sepultando a unos cuantos y enterrando media entrada de la cueva. Jules empaló con su ballesta al que parecía el más grande entre los pequeños. Y con sus poderes de fuego trató de mantener alejadas a las criaturas con un pequeño hechizo de fuego que provocaba una llama en horizontal.
Desde su espalda pude ir disparando con la ballesta a los animales. Un disparo y recarga. Había gastado bastantes desde que salí de Lunargenta y no me quedaban muchas en el carcaj.
Reconozco que hubo un momento en el que lo pasamos mal para parar a todos cuantos venían, pero en el momento en que Alister terminó con el macho alfa, arrojando su cuerpo muerto contra la entrada de la cueva, el resto comenzaron a correr. El dragón había combatido con valentía. Elen y yo ya sabíamos lo decisivas que podían ser estas criaturas si estaban de tu lado, en aquel momento fue cuando recordé el incidente con Igraine en mi primer y único encuentro hasta el momento con Mortagglia.
-Creo que no volverán. – respondí seria, acercándome a la entrada para comprobar si había alguno. Únicamente quedaba uno donde las rocas que había derribado, agonizante y medio aplastado. Lo observé de cerca y con una de mis ballestas pequeñas lo rematé sin vacilar con un tiro en la frente, en un rápido movimiento de manos.
Salí a las puertas de la misma, y esperé a reunirnos fuera. Habíamos logrado espantar a la manada, pero eso no nos haría estar a salvo ni mucho menos, los wendigos no eran el único peligro existente en los bosques del oeste. Aunque estaba intrigada por saber qué era lo que Elen debía contarme, teníamos que encontrar un lugar en el que descansar.
-Este bosque está lleno de peligros. – dije seria, manteniendo la vista en la espesura, imaginando cuantos peligros podrían albergar aquel lugar. – No deberíamos permanecer mucho tiempo aquí.
La mujer de Cedric se acercó a un pequeño río cercano que pasaba al lado de la cueva, aquel arroyo debía de servir a la manada de bebedero natural. La humana haría una objeción al respecto.
-Hemos avanzado bastante desde el punto en el que nos encontrasteis. Este río pasa por el asentamiento al que nos dirigíamos. No está demasiado lejos de aquí. – dijo la esposa de Cedric, al que había sacado de la cueva como buenamente podía. – No más de media hora en dirección aguas arriba.
-Pues no hay mucho más que hablar, ¿no? – exclamó Jules entre risas dando una palmada y dispuesto a comenzar a andar. Por el camino deberíamos permanecer alerta a posibles peligros, pero, una vez en la aldea. Podríamos descansar y podría conversar con Elen sobre todo lo que había dicho que tenía que contarme, y todo lo que le debía contar yo a ella.
No parecía ser el caso, y los wendigos, como así los había llamado Alister, permanecían postrados en la puerta, esperando que a Elen se le acabaran las fuerzas para mantener el muro de energía que les impedía acceder. La bruja estaba haciendo un sobreesfuerzo para poder mantener aquel muro. Y nuestras flechas los espantaban, pero se escondían entre los matorrales, por lo que hubo un momento en el que, aunque los sentíamos, no podíamos verlos. Observé a las criaturas con un gesto de desagrado. Eran repugnantes. Y además, tenían una especie de veneno corrosivo, que por lo visto era lo que había hecho enfermar a Cedric, así que habría que tener cuidado.
Uno especialmente enorme parecía ser el líder de aquella manada. Tenía el tamaño de un caballo pero era considerablemente más agresivo. El enigmático compañero de Elen decidió que iría a por él. Lo miré con sorpresa, pensando en que aquello era un suicidio. Se quitó la gabardina y pidió a la bruja que detuviera su escudo mágico para ir a por él, y Elen mientras tanto nos pidió ayuda, pues mantener la barrera la había agotado y probablemente el resto de la manada se nos echaría encima.
-Cuenta con nosotros. – le dije mirándola con la cabeza, en un gesto que transmitía seguridad. Y apuntamos con nuestras ballestas cargadas al centro de la zona por si la manada decidía lanzarse contra nosotros.
Pronto se disiparían mis dudas de cómo pensaba llegar Alister hasta el macho alfa. El humano se quitó la gabardina y se convirtió en un portentoso dragón. Su voz imponía considerablemente, era de tal tamaño que apenas entraba a la cueva y a su paso barrió a todos los wendigos menores que trataban de acceder a la entrada.
-Vaya, menos mal que esta vez el dragón está de nuestra parte. – comentó Jules entre risas, recordando el incidente de hacía unas semanas, cuando intentamos cazar al vampiro Bio, y es que de no ser por la dragona Arygos ahora tendría 5000 aeros en mi bolsillo.
Algunos se colaron para venir hacia nosotros, y ahora que Elen no podía. Con las nuevas habilidades que había ensayado durante el camino, observé a la entrada, incrustada en caliza, unas grietas que indicaban un macizo rocoso dañado. Estiré mis brazos y concentré el viento sobre las grietas de la misma y, al paso de los wendigos, haciendo una mezcla de telequinesia y viento pude derribarla, sepultando a unos cuantos y enterrando media entrada de la cueva. Jules empaló con su ballesta al que parecía el más grande entre los pequeños. Y con sus poderes de fuego trató de mantener alejadas a las criaturas con un pequeño hechizo de fuego que provocaba una llama en horizontal.
Desde su espalda pude ir disparando con la ballesta a los animales. Un disparo y recarga. Había gastado bastantes desde que salí de Lunargenta y no me quedaban muchas en el carcaj.
Reconozco que hubo un momento en el que lo pasamos mal para parar a todos cuantos venían, pero en el momento en que Alister terminó con el macho alfa, arrojando su cuerpo muerto contra la entrada de la cueva, el resto comenzaron a correr. El dragón había combatido con valentía. Elen y yo ya sabíamos lo decisivas que podían ser estas criaturas si estaban de tu lado, en aquel momento fue cuando recordé el incidente con Igraine en mi primer y único encuentro hasta el momento con Mortagglia.
-Creo que no volverán. – respondí seria, acercándome a la entrada para comprobar si había alguno. Únicamente quedaba uno donde las rocas que había derribado, agonizante y medio aplastado. Lo observé de cerca y con una de mis ballestas pequeñas lo rematé sin vacilar con un tiro en la frente, en un rápido movimiento de manos.
Salí a las puertas de la misma, y esperé a reunirnos fuera. Habíamos logrado espantar a la manada, pero eso no nos haría estar a salvo ni mucho menos, los wendigos no eran el único peligro existente en los bosques del oeste. Aunque estaba intrigada por saber qué era lo que Elen debía contarme, teníamos que encontrar un lugar en el que descansar.
-Este bosque está lleno de peligros. – dije seria, manteniendo la vista en la espesura, imaginando cuantos peligros podrían albergar aquel lugar. – No deberíamos permanecer mucho tiempo aquí.
La mujer de Cedric se acercó a un pequeño río cercano que pasaba al lado de la cueva, aquel arroyo debía de servir a la manada de bebedero natural. La humana haría una objeción al respecto.
-Hemos avanzado bastante desde el punto en el que nos encontrasteis. Este río pasa por el asentamiento al que nos dirigíamos. No está demasiado lejos de aquí. – dijo la esposa de Cedric, al que había sacado de la cueva como buenamente podía. – No más de media hora en dirección aguas arriba.
-Pues no hay mucho más que hablar, ¿no? – exclamó Jules entre risas dando una palmada y dispuesto a comenzar a andar. Por el camino deberíamos permanecer alerta a posibles peligros, pero, una vez en la aldea. Podríamos descansar y podría conversar con Elen sobre todo lo que había dicho que tenía que contarme, y todo lo que le debía contar yo a ella.
- OFF:
Huri y Jules os seguirán del modo que decidáis ir hasta el pueblo. Si quieres también puedes describirlo como lo veas, lo cierto es que no tengo nada pensado ^.^
Anastasia Boisson
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
El dragón demostró su ferocidad desde el primer instante, no estaba dispuesto a dar tiempo a su enemigo para que se replegase o tratase de huir, así que le cortó el paso con una hilera de llamas, obligándolo a quedarse cerca de la entrada de la cueva y a pelear por su vida. Sin demostrar miedo, el alfa gruñó guturalmente y buscó la manera de alcanzar a aquel que intentaba matarlo, pero Alister estaba fuera de su alcance, las alturas le daban una ventaja que no podría superar. Aun así la criatura no se dio por vencida fácilmente, trató de subirse a los árboles cercanos para tener ocasión de saltar sobre el dragón, en vano. Las ramas en que se apoyaba se partieron bajo su peso, devolviéndolo al suelo y consiguiendo aumentar su enfado, pero pronto entendió que tenía las de perder, en cuanto el alado lo atrapó dentro de un anillo de fuego.
Sin poder moverse, y sin ayuda alguna del resto de la manada, el Wendigo hizo un último intento a la desesperada, aceptando el daño que cruzar las llamas le produciría, en pos de alcanzar las profundidades del bosque y ocultarse allí hasta que pudiese dar caza a aquellos intrusos que habían tomado su guarida. Un lastimero quejido escapó de su garganta en cuanto el fuego le tocó la piel, pero nada comparado con lo que estaba a punto de sentir, en cuanto una nueva llamarada le acertó de lleno, quemándolo casi por completo. El alfa rugió de dolor, mientras se revolvía y rodaba por entre la vegetación en un intento de hallar alivio, pero el calor era abrasante, y su cuerpo no tardó en comenzar a calcinarse.
Fue entonces cuando el dragón decidió dar por finalizada la pelea, sujetando al moribundo animal con las garras de sus patas traseras para arrastrarlo por el suelo y lanzarlo contra la entrada de la cueva, de modo que el resto de la manada pudiese ver con claridad que habían perdido a su líder. Aquello funcionó, y los pocos que aún quedaban con vida salieron corriendo hacia la espesura, ya no habría manada ni nada que los defendiese, así que volverían a su naturaleza solitaria y carroñera, aunque más de uno se quedaría escondido esperando por la zona a que los intrusos se marchasen, para reclamar el botín que había dentro de su guarida.
Seguro de que el peligro había pasado, Alister volvió a posarse frente a la entrada y echó un vistazo a lo que había ocurrido allí, centrando su atención en las rocas con que alguno de los brujos había sepultado parte de la misma. - No nos molestarán más, pero tenéis razón, deberíamos movernos. - comentó el dragón, manteniéndose en su forma bestial por si surgía algún otro problema. Elen, que no había podido ayudar mucho durante el enfrentamiento, despejó la entrada de rocas y dejó que saliesen primero la mujer y el herido, para luego dirigirse al fondo de la cueva en busca de su caballo. - Vamos amigo, tendrás que hacerme un favor. - susurró, mientras guiaba a Sombra hacia el exterior, recogiendo de camino la gabardina de su compañero.
La mujer aseguró que no estaban lejos de un asentamiento, y teniendo en cuenta el estado de su marido, que necesitaba urgentemente llegar a algún lugar en que pudiesen tratarle como era debido, la mejor opción era dirigirse río arriba y cubrir lo más rápido posible la distancia que los separaba del sitio que mencionaba. - Pongámonos en marcha o no podremos hacer mucho por él. - instó la hechicera, acercando su montura al lugar en que descansaba Cedric. Sombra supo lo que debía hacer, y de inmediato dobló las patas para que resultase más fácil subir al hombre en la silla de montar, aunque en el estado en que se encontraba, no podría mantenerse por sí solo.
Una vez en la silla, y con el caballo nuevamente de pie, la de ojos verdes indicó a la mujer que se subiese también, situándose tras el herido para hacer lo posible por sujetarlo durante el trayecto. - Yo llevaré las riendas, usted solo limítese a evitar que se caiga y vigilar que las fiebres no regresen. - dijo con voz tranquila, antes de echar un vistazo al resto y comenzar a seguir el río. - Como parece que he perdido mi montura os seguiré desde arriba, estad atentos, si veo cualquier cosa sospechosa os lo haré saber. - intervino Alister, justo antes de volver a desplegar las alas y salir disparado hacia el oscuro cielo nocturno.
Elen por su parte, manipuló la forma avanzada de su elemento hasta crear un orbe de energía con el que iluminar el camino, viendo así las diferencias del relieve que presentaba el terreno. Media hora, eso era lo que debían aguantar para llegar al asentamiento, y una vez se hubiese ocupado del herido, por fin tendría ocasión de hablar tranquilamente con su amiga, aunque en parte no deseaba que llegase ese momento, por lo que pudiese ocurrir. Sin perder de vista el río, la joven avanzó a buen paso, echando de vez en cuando la vista atrás para cerciorarse de que todo iba bien, y escrutando los alrededores en busca de nuevas amenazas, como vampiros u otras criaturas que hubiesen salido a cazar.
En uno de aquellos barridos algo llamó su atención, el grueso tronco de un árbol cercano, en que se podían ver con claridad varios bultos que a los ojos de los inexpertos, podrían parecer colmenas. - Esperad un momento. - pidió, antes de soltar las riendas de Sombra y aproximarse para comprobar lo que había visto. Tal como esperaba, había encontrado Ayite, hongo que en dosis controladas podía ayudar a expulsar venenos del cuerpo, cosa que vendría muy bien a Cedric para librarse de la ponzoña de los Wendigos. Echando mano a su daga, la de cabellos cenicientos apoyó el filo contra la corteza del árbol y cortó uno de los hongos para llevárselo consigo, tomándose un momento para examinarlo antes de guardarlo en el interior de su bolsa.
- Podemos continuar, ya tengo lo necesario para ocuparme de su mordisco. - reveló, tomando de nuevo las riendas de su caballo para guiarlo hasta el asentamiento. No tardaron mucho en encontrar el lugar que la mujer había mencionado, un humilde conjunto de cabañas en mitad del bosque, probablemente de cazadores o gentes que no deseaban vivir en Sacrestic a causa del miedo a los vampiros. Alister los esperaba justo en el borde del mismo, pero había cambiado de nuevo a su forma humana y mantenía los brazos cruzados a la espalda, mientras observaba con detenimiento las escasas luces que podían verse dentro de las viviendas.
La hechicera le tendió su gabardina en cuanto llegó a donde estaba, y sin perder tiempo, se internó en medio de las cabañas, con la esperanza de encontrar alguna posada en que poder ocuparse de Cedric y descansar. El establecimiento más parecido a lo que buscaba se hallaba justo en el centro del pequeño asentamiento, y tras comprobar a través de una ventana que aún atendían clientes, la bruja no dudó en trasladar dentro al herido. Sombra aguardaría atado en el exterior, mientras el dragón la ayudaba a cargar con el hombre y llevarlo a una de las habitaciones de la planta superior. - Toma esto, dale unas monedas al propietario para que nos suba un caldero con agua. - indicó a su compañero, en cuanto el viajero estuvo acostado en el camastro.
Los aeros hicieron que el anciano se diese prisa en darles lo que pedían, y en cuanto tuvo el recipiente dentro del cuarto, la joven se puso manos a la obra para obtener una infusión de Ayite, que posteriormente administraría a Cedric. Una vez hecho esto decidió dejar al herido para que descansase, bajo la atenta vigilancia de su esposa, que tras lo ocurrido no estaba dispuesta a separarse de él ni un momento. Volviendo junto al resto del grupo, Elen buscó la mirada de su amiga, tenían mucho de qué hablar.
Subrayado el uso de la pasiva conocimiento de plantas.
Off: Las ropas de Alister resisten sus transformaciones, excepto la gabardina, por eso se la quita.
Sin poder moverse, y sin ayuda alguna del resto de la manada, el Wendigo hizo un último intento a la desesperada, aceptando el daño que cruzar las llamas le produciría, en pos de alcanzar las profundidades del bosque y ocultarse allí hasta que pudiese dar caza a aquellos intrusos que habían tomado su guarida. Un lastimero quejido escapó de su garganta en cuanto el fuego le tocó la piel, pero nada comparado con lo que estaba a punto de sentir, en cuanto una nueva llamarada le acertó de lleno, quemándolo casi por completo. El alfa rugió de dolor, mientras se revolvía y rodaba por entre la vegetación en un intento de hallar alivio, pero el calor era abrasante, y su cuerpo no tardó en comenzar a calcinarse.
Fue entonces cuando el dragón decidió dar por finalizada la pelea, sujetando al moribundo animal con las garras de sus patas traseras para arrastrarlo por el suelo y lanzarlo contra la entrada de la cueva, de modo que el resto de la manada pudiese ver con claridad que habían perdido a su líder. Aquello funcionó, y los pocos que aún quedaban con vida salieron corriendo hacia la espesura, ya no habría manada ni nada que los defendiese, así que volverían a su naturaleza solitaria y carroñera, aunque más de uno se quedaría escondido esperando por la zona a que los intrusos se marchasen, para reclamar el botín que había dentro de su guarida.
Seguro de que el peligro había pasado, Alister volvió a posarse frente a la entrada y echó un vistazo a lo que había ocurrido allí, centrando su atención en las rocas con que alguno de los brujos había sepultado parte de la misma. - No nos molestarán más, pero tenéis razón, deberíamos movernos. - comentó el dragón, manteniéndose en su forma bestial por si surgía algún otro problema. Elen, que no había podido ayudar mucho durante el enfrentamiento, despejó la entrada de rocas y dejó que saliesen primero la mujer y el herido, para luego dirigirse al fondo de la cueva en busca de su caballo. - Vamos amigo, tendrás que hacerme un favor. - susurró, mientras guiaba a Sombra hacia el exterior, recogiendo de camino la gabardina de su compañero.
La mujer aseguró que no estaban lejos de un asentamiento, y teniendo en cuenta el estado de su marido, que necesitaba urgentemente llegar a algún lugar en que pudiesen tratarle como era debido, la mejor opción era dirigirse río arriba y cubrir lo más rápido posible la distancia que los separaba del sitio que mencionaba. - Pongámonos en marcha o no podremos hacer mucho por él. - instó la hechicera, acercando su montura al lugar en que descansaba Cedric. Sombra supo lo que debía hacer, y de inmediato dobló las patas para que resultase más fácil subir al hombre en la silla de montar, aunque en el estado en que se encontraba, no podría mantenerse por sí solo.
Una vez en la silla, y con el caballo nuevamente de pie, la de ojos verdes indicó a la mujer que se subiese también, situándose tras el herido para hacer lo posible por sujetarlo durante el trayecto. - Yo llevaré las riendas, usted solo limítese a evitar que se caiga y vigilar que las fiebres no regresen. - dijo con voz tranquila, antes de echar un vistazo al resto y comenzar a seguir el río. - Como parece que he perdido mi montura os seguiré desde arriba, estad atentos, si veo cualquier cosa sospechosa os lo haré saber. - intervino Alister, justo antes de volver a desplegar las alas y salir disparado hacia el oscuro cielo nocturno.
Elen por su parte, manipuló la forma avanzada de su elemento hasta crear un orbe de energía con el que iluminar el camino, viendo así las diferencias del relieve que presentaba el terreno. Media hora, eso era lo que debían aguantar para llegar al asentamiento, y una vez se hubiese ocupado del herido, por fin tendría ocasión de hablar tranquilamente con su amiga, aunque en parte no deseaba que llegase ese momento, por lo que pudiese ocurrir. Sin perder de vista el río, la joven avanzó a buen paso, echando de vez en cuando la vista atrás para cerciorarse de que todo iba bien, y escrutando los alrededores en busca de nuevas amenazas, como vampiros u otras criaturas que hubiesen salido a cazar.
En uno de aquellos barridos algo llamó su atención, el grueso tronco de un árbol cercano, en que se podían ver con claridad varios bultos que a los ojos de los inexpertos, podrían parecer colmenas. - Esperad un momento. - pidió, antes de soltar las riendas de Sombra y aproximarse para comprobar lo que había visto. Tal como esperaba, había encontrado Ayite, hongo que en dosis controladas podía ayudar a expulsar venenos del cuerpo, cosa que vendría muy bien a Cedric para librarse de la ponzoña de los Wendigos. Echando mano a su daga, la de cabellos cenicientos apoyó el filo contra la corteza del árbol y cortó uno de los hongos para llevárselo consigo, tomándose un momento para examinarlo antes de guardarlo en el interior de su bolsa.
- Podemos continuar, ya tengo lo necesario para ocuparme de su mordisco. - reveló, tomando de nuevo las riendas de su caballo para guiarlo hasta el asentamiento. No tardaron mucho en encontrar el lugar que la mujer había mencionado, un humilde conjunto de cabañas en mitad del bosque, probablemente de cazadores o gentes que no deseaban vivir en Sacrestic a causa del miedo a los vampiros. Alister los esperaba justo en el borde del mismo, pero había cambiado de nuevo a su forma humana y mantenía los brazos cruzados a la espalda, mientras observaba con detenimiento las escasas luces que podían verse dentro de las viviendas.
La hechicera le tendió su gabardina en cuanto llegó a donde estaba, y sin perder tiempo, se internó en medio de las cabañas, con la esperanza de encontrar alguna posada en que poder ocuparse de Cedric y descansar. El establecimiento más parecido a lo que buscaba se hallaba justo en el centro del pequeño asentamiento, y tras comprobar a través de una ventana que aún atendían clientes, la bruja no dudó en trasladar dentro al herido. Sombra aguardaría atado en el exterior, mientras el dragón la ayudaba a cargar con el hombre y llevarlo a una de las habitaciones de la planta superior. - Toma esto, dale unas monedas al propietario para que nos suba un caldero con agua. - indicó a su compañero, en cuanto el viajero estuvo acostado en el camastro.
Los aeros hicieron que el anciano se diese prisa en darles lo que pedían, y en cuanto tuvo el recipiente dentro del cuarto, la joven se puso manos a la obra para obtener una infusión de Ayite, que posteriormente administraría a Cedric. Una vez hecho esto decidió dejar al herido para que descansase, bajo la atenta vigilancia de su esposa, que tras lo ocurrido no estaba dispuesta a separarse de él ni un momento. Volviendo junto al resto del grupo, Elen buscó la mirada de su amiga, tenían mucho de qué hablar.
Subrayado el uso de la pasiva conocimiento de plantas.
Off: Las ropas de Alister resisten sus transformaciones, excepto la gabardina, por eso se la quita.
Elen Calhoun
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
Elen cedió su caballo a la pareja indefensa y comenzamos a caminar hacia el asentamiento que habían indicado. El dragón nos escoltaría desde el cielo el corto trayecto, que no duraría más de media hora, que únicamente fue interrumpido por la bruja cuando se detuvo a recoger unos hongos con los que imagino, pensaría curar al herido por la ponzoña.
El asentamiento era justo lo que esperaba, no más de cuatro cabañas, una de ellas algo más grande que parecía hacer de posada. El emplazamiento, aunque aún en los bosques del oeste, se localizaba bastante al Norte, lejos de los dominios de Sacrestic Ville, y durante el día incluso podían verse las montañas de las regiones del Norte al fondo. La Hermandad desde luego había escogido un buen lugar para ocultarse.
Elen llevó al piso de arriba a Cedric para prepararle un brebaje que curara sus males, tal y como había hecho en Lunargenta con el loco del martillo. Yo me acerqué al que parecía ser el hospedero del lugar, un anciano nada entrañable, bastante huraño y poco arreglado, sin el pelo lavar de varios días. Definitivamente, el hombre no invitaba a confianzas, pero dado que era el único que parecía estar dispuesto en aquel pueblo, me acerqué a él.
-¿Sabrá de algún pueblo cercano con la estatua de un mastín? Debo dirigirme allí. – le pregunté con educación, mientras Elen suministraba la poción al hombre. El tipo me miró extrañado, negó con la cabeza y únicamente me respondió.
-¿Por qué quieres ir ahí? – preguntó asustado. - ¡Aléjate! ¡Vete de aquí! No vengas aquí a atraer el mal. – me ordenó y comenzó a empujarme. El tipo parecía empecinado en echarme del lugar. Me revolví y lo aparté de mí con un empujón fuerte, no para derribarlo. Odiaba que la gente me tocara.
-No vuelvas a tocarme, anciano. – Le advertí ahora ya en malos humos, en una frase fría acompañada de una mirada sentenciante. – Me iré en cuanto me digas qué ocurre allí. – pero el hombre seguía en sus trece.
-¡No me oirás mancillar el nombre de los dioses! ¡No iré al infierno! ¡Vete! ¡Bruja! – y comenzó a conjurar una especie de oración en una lengua impronunciable, sin responderme nada, salió de la habitación y corrió a encerrarse y atrancarse tras una vieja puerta de madera.
Aquello nos dejaría descolocados. Jules se extrañó de igual modo. Alcé una ceja mirando a mi compañero, a Alister y a Elen, a ver si alguno sabía que había ocurrido. El brujo, apoyado contra la pared y de brazos cruzados.
-¿Qué le ha pasado al abuelo? ¿Le ha sentado mal la papilla? – preguntó Jules con sorna, sin moverse de su posición. Observé también a Cedric, aún convaleciente, y a su mujer, que ponía cara de circunstancias, tratando de hacerse la sorda a la conversación que había acontecido. Me acerqué a ella con suavidad para preguntarle.
-¿Tú sabes algo de esto, verdad? – le pregunté sin tratar de incomodarla. Me miró y sudaba, estaba algo incómoda con aquella pregunta. Sin dejar de mirar al suelo comenzaría a hablar.
-No… no debería decíroslo, pero me habéis ayudado. Por favor, no digáis a nadie lo que os voy a decir. – comentó y se tomó una pausa larga. Se giró para mirarme a los ojos. – El pueblo que buscas está en el extremo Norte del lago de la Luna, a no más de unas horas de aquí. Está totalmente abandonado, pero todo el que va ahí, jamás vuelve.
-¿Cuál es el mal que habita allí? – pregunté con expectación.
-Cerca del lugar hay una especie de secta peligrosa. Matan a todo el que se aproxima... – explicó. – Pero también tienen atemorizados a todos los aldeanos de los asentamientos de los alrededores, como éste. – comenzó a sollozar. – Aseguran ser dioses y reclaman nuestros hijos e hijas como tributo cuando cumplen la mayoría de edad. Se los llevan a sólo dios sabe donde. Debemos dejarlos frente a la estatua del mastín, y se los llevan, jamás los volvemos a ver. Nuestros dos hijos… se han ido así. – y se derrumbó y comenzó a llorar.
-¿Y qué ocurriría si os negaseis a ello? – preguntó Jules.
-No puedes negarte... Destruirían el pueblo entero. – respondió la mujer entre sollozos. Su declaración me había roto el corazón incluso a mí, que incluso apreté el puño de impotencia. ¿Cómo podía llegar a ser la Hermandad tan repugnante? - Son muchos... pero el que parece el jefe es el más cruel, un hombre pálido y de cabellos cenicientos… - señaló a Elen. – como los de ella. – volvió a mirar sobre mí. – Comete atrocidades. Porta un rubí brillante que le otorga poderes asombrosos. No es el primer pueblo que arrasa por tratar de esconder a un hijo.
Aquella explicación de la mujer me había hecho entender muchas cosas que había leído en el libro y que no comprendía. Aquel era uno de los muchos procedimientos de reclutamiento de la Hermandad que se detallaban en el libro indirectamente. Los pueblos alrededor del claro de la Luna nutrían la secta de Mortagglia, que adoctrinaba jóvenes para sus malévolos planes. En cuanto al hombre del rubí rojo, no había duda, se trataba del Centinela. No era una novedad que aquel ser manipulaba las sombras a su antojo, lo que podía asustar a los más ignorantes y, aunque era muy poderoso, era mortal.
-El hombre del rubí que mencionas no es ningún dios. – le respondí dándome la vuelta y mirándola con determinación. – Ha hecho mucho daño a mi familia y he recorrido medio mundo para venir aquí y darle muerte. – respondí con determinación. En una mezcla de ansia y rabia. Estaba muy cerca de dar con mi objetivo. Y nada ni nadie iba a detenerme. - Cuando termine con él, volveréis a ser libres.
El asentamiento era justo lo que esperaba, no más de cuatro cabañas, una de ellas algo más grande que parecía hacer de posada. El emplazamiento, aunque aún en los bosques del oeste, se localizaba bastante al Norte, lejos de los dominios de Sacrestic Ville, y durante el día incluso podían verse las montañas de las regiones del Norte al fondo. La Hermandad desde luego había escogido un buen lugar para ocultarse.
Elen llevó al piso de arriba a Cedric para prepararle un brebaje que curara sus males, tal y como había hecho en Lunargenta con el loco del martillo. Yo me acerqué al que parecía ser el hospedero del lugar, un anciano nada entrañable, bastante huraño y poco arreglado, sin el pelo lavar de varios días. Definitivamente, el hombre no invitaba a confianzas, pero dado que era el único que parecía estar dispuesto en aquel pueblo, me acerqué a él.
-¿Sabrá de algún pueblo cercano con la estatua de un mastín? Debo dirigirme allí. – le pregunté con educación, mientras Elen suministraba la poción al hombre. El tipo me miró extrañado, negó con la cabeza y únicamente me respondió.
-¿Por qué quieres ir ahí? – preguntó asustado. - ¡Aléjate! ¡Vete de aquí! No vengas aquí a atraer el mal. – me ordenó y comenzó a empujarme. El tipo parecía empecinado en echarme del lugar. Me revolví y lo aparté de mí con un empujón fuerte, no para derribarlo. Odiaba que la gente me tocara.
-No vuelvas a tocarme, anciano. – Le advertí ahora ya en malos humos, en una frase fría acompañada de una mirada sentenciante. – Me iré en cuanto me digas qué ocurre allí. – pero el hombre seguía en sus trece.
-¡No me oirás mancillar el nombre de los dioses! ¡No iré al infierno! ¡Vete! ¡Bruja! – y comenzó a conjurar una especie de oración en una lengua impronunciable, sin responderme nada, salió de la habitación y corrió a encerrarse y atrancarse tras una vieja puerta de madera.
Aquello nos dejaría descolocados. Jules se extrañó de igual modo. Alcé una ceja mirando a mi compañero, a Alister y a Elen, a ver si alguno sabía que había ocurrido. El brujo, apoyado contra la pared y de brazos cruzados.
-¿Qué le ha pasado al abuelo? ¿Le ha sentado mal la papilla? – preguntó Jules con sorna, sin moverse de su posición. Observé también a Cedric, aún convaleciente, y a su mujer, que ponía cara de circunstancias, tratando de hacerse la sorda a la conversación que había acontecido. Me acerqué a ella con suavidad para preguntarle.
-¿Tú sabes algo de esto, verdad? – le pregunté sin tratar de incomodarla. Me miró y sudaba, estaba algo incómoda con aquella pregunta. Sin dejar de mirar al suelo comenzaría a hablar.
-No… no debería decíroslo, pero me habéis ayudado. Por favor, no digáis a nadie lo que os voy a decir. – comentó y se tomó una pausa larga. Se giró para mirarme a los ojos. – El pueblo que buscas está en el extremo Norte del lago de la Luna, a no más de unas horas de aquí. Está totalmente abandonado, pero todo el que va ahí, jamás vuelve.
-¿Cuál es el mal que habita allí? – pregunté con expectación.
-Cerca del lugar hay una especie de secta peligrosa. Matan a todo el que se aproxima... – explicó. – Pero también tienen atemorizados a todos los aldeanos de los asentamientos de los alrededores, como éste. – comenzó a sollozar. – Aseguran ser dioses y reclaman nuestros hijos e hijas como tributo cuando cumplen la mayoría de edad. Se los llevan a sólo dios sabe donde. Debemos dejarlos frente a la estatua del mastín, y se los llevan, jamás los volvemos a ver. Nuestros dos hijos… se han ido así. – y se derrumbó y comenzó a llorar.
-¿Y qué ocurriría si os negaseis a ello? – preguntó Jules.
-No puedes negarte... Destruirían el pueblo entero. – respondió la mujer entre sollozos. Su declaración me había roto el corazón incluso a mí, que incluso apreté el puño de impotencia. ¿Cómo podía llegar a ser la Hermandad tan repugnante? - Son muchos... pero el que parece el jefe es el más cruel, un hombre pálido y de cabellos cenicientos… - señaló a Elen. – como los de ella. – volvió a mirar sobre mí. – Comete atrocidades. Porta un rubí brillante que le otorga poderes asombrosos. No es el primer pueblo que arrasa por tratar de esconder a un hijo.
Aquella explicación de la mujer me había hecho entender muchas cosas que había leído en el libro y que no comprendía. Aquel era uno de los muchos procedimientos de reclutamiento de la Hermandad que se detallaban en el libro indirectamente. Los pueblos alrededor del claro de la Luna nutrían la secta de Mortagglia, que adoctrinaba jóvenes para sus malévolos planes. En cuanto al hombre del rubí rojo, no había duda, se trataba del Centinela. No era una novedad que aquel ser manipulaba las sombras a su antojo, lo que podía asustar a los más ignorantes y, aunque era muy poderoso, era mortal.
-El hombre del rubí que mencionas no es ningún dios. – le respondí dándome la vuelta y mirándola con determinación. – Ha hecho mucho daño a mi familia y he recorrido medio mundo para venir aquí y darle muerte. – respondí con determinación. En una mezcla de ansia y rabia. Estaba muy cerca de dar con mi objetivo. Y nada ni nadie iba a detenerme. - Cuando termine con él, volveréis a ser libres.
- Off:
Off: Si prefieres hablar en privado, puedes llevar a Huri a otro sitio. A tu gusto ^^
Anastasia Boisson
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
Mientras esperaba que su antídoto hiciera efecto en el herido, deteniendo la ponzoña de Wendigo y ayudándolo a expulsarla de su cuerpo, Elen prestó atención a las palabras de su amiga, que no perdió la oportunidad de abordar al anciano y comenzar a hacerle preguntas acerca de un pueblo que se podía diferenciar del resto gracias a una peculiar estatua de mastín. Sin duda aquel lugar tendría algo que ver con sus investigaciones acerca de la Hermandad, pero el tabernero no quiso cooperar, en vez de eso trató de echar a la bruja de la habitación, aunque finalmente, tras verse incapaz de conseguirlo, prefirió salir a toda prisa y encerrarse él mismo en otra estancia cercana.
- Esto tiene mala pinta. - pensó la de cabellos cenicientos, mientras su compañero fruncía el ceño confundido ante tal comportamiento. Alister ignoraba por completo el motivo de que estuviese buscando a Huracán, y teniendo en cuenta lo poco que llevaban viajando juntos, sería mejor que continuase así, aunque tarde o temprano intentaría sonsacarle algo al respecto, sobre todo si la situación entre ambas se volvía tensa. Jules tampoco entendía el drástico cambio en el anciano, pero prefirió tomárselo de un modo diferente, sin darle demasiada importancia a la brusquedad con que había actuado, ni a las palabras que había dicho contra la tensai.
Fue la cazadora quien se percató de la extraña expresión que se había adueñado del rostro de la mujer que habían rescatado, y sin pensárselo dos veces, trató de obtener la información que necesitaba preguntándole directamente a ella. Por suerte o por desgracia, aquella viajera conocía el sitio al que Anastasia se había referido, pero debía haber algo muy oscuro en aquel pueblo, lo suficiente como para que temiesen hablar de él. Cedric pareció reaccionar ligeramente al escuchar las palabras de su esposa, pero en cuanto ésta mencionó el tributo que se veían obligados a pagar para seguir a salvo del mal que moraba en aquel terrible lugar, giró el rostro hacia la pared, impotente.
Dos hijos habían tenido que entregar ya junto a la estatua del mastín, pero ahora que su mujer volvía a estar embarazada, el dolor del pasado regresaba a ellos con más fuerza, recordándoles que la criatura que venía en camino correría la misma suerte si no hacían algo para evitarlo. Huir, esa era la única alternativa que les quedaba para tratar de salvarse, pero debían hacerlo antes de que el vientre de su amada creciese y delatase su estado, condenándolos a perder nuevamente al bebé que albergaba, por miedo a que arrasasen el humilde pueblo del que venían.
De ahí que se hubiesen lanzado a los caminos, con la esperanza de alcanzar las tierras del sur y poder viajar a Lunargenta para intentar rehacer sus vidas allí, lejos de la oscuridad y del dolor que aquel caro tributo les había causado durante años. - Esta vez no querida, no se lo llevarán. - musitó casi sin fuerzas, en cuanto su esposa terminó de describir al cruel individuo que lideraba la secta. Elen apretó los puños y maldijo interiormente, ¿cómo disuadiría a su amiga de matar a Vladimir cuando ella misma quería darle su merecido tras haber escuchado el relato de la mujer? ¿Por qué había abandonado su deber de centinela para convertirse en un mero recaudador de niños para la Hermandad? ¿Tendría Mortagglia algo que ver con todo aquello o sería producto de la corrupción y la oscuridad que portaba en su rubí?
Nada tenía sentido para ella, no cuando las palabras de Tarivius se repetían en su mente. El inmortal llevaba algo más de un siglo siendo el centinela de las tierras del oeste, y a pesar de todo aquel tiempo, su mentor aseguraba que había sido responsable para con su tarea de protector, al menos hasta que se le perdió la pista, hacía más de dos años. ¿Y si Mortagglia se había cruzado en su camino entonces? ¿Podría haber utilizado sus trucos mentales para conseguir que sirviese a la Hermandad? Quizá sí, pero no podía descartar que Vladimir hubiese elegido ayudarla voluntariamente, menos aun sabiendo que ponía a su raza por encima de las demás.
La voz de Anastasia la sacó de sus pensamientos, y tras escuchar lo que decía, Elen supo que había llegado el momento de sincerarse con ella, cosa que no resultaría fácil. - Huracán, tengo que hablar contigo. - comentó, sin usar el verdadero nombre de su amiga delante de los demás, pues sabía que no le gustaba que la gente lo conociera. Ignorando al resto de los presentes, dada la delicadeza de lo que iba a decirle, la hechicera buscó un lugar más privado para tratar el tema con ella, y solo cuando ambas se encontraron en otra habitación, a puerta cerrada, comenzó a hablar. - Me envía tu madre, nos encontramos en Lunargenta hará un par de semanas, durante un ataque de la Hermandad. - explicó, sin querer recordar las imágenes de cómo había quedado la ciudad. - Tenías razón, Mortagglia te estaba buscando, pero no solo eso, llevó a sus seguidores para sembrar el caos y la muerte en las calles…- prosiguió, con seriedad. - Pretendía reclutar a los vampiros que viven allí y eliminar a aquellos que se negasen, pero conseguimos detenerla. - continuó, con el ceño ligeramente fruncido.
- Estuvimos a punto de acabar con ella, pero una de sus seguidoras intervino y permitió que escapase, aunque no sin antes desvelar lo que tiene pensado para ti. - pronunció, tomándose su tiempo. - Anastasia, no debes buscar al centinela, eso es justo lo que ella quiere, quiere que él te transforme en lo mismo que se ha convertido. - reveló, con la preocupación grabada en el rostro. - Tienes que abandonar esta misión, céntrate en encontrarla a ella y acabar de una vez por todas con su vida, pero no persigas a Vladimir, no puedo permitir que lo mates. - añadió, sin saber cómo reaccionaría su amiga ante aquellas últimas palabras. - Hay cosas de mí que desconoces, y sé que no lo entenderás ahora pero lo necesito vivo… - prosiguió, lentamente. - Va siendo hora de que te hable de mi maldición. - finalizó, con la esperanza de que Huracán al menos le diese una oportunidad de explicarse mejor.
- Esto tiene mala pinta. - pensó la de cabellos cenicientos, mientras su compañero fruncía el ceño confundido ante tal comportamiento. Alister ignoraba por completo el motivo de que estuviese buscando a Huracán, y teniendo en cuenta lo poco que llevaban viajando juntos, sería mejor que continuase así, aunque tarde o temprano intentaría sonsacarle algo al respecto, sobre todo si la situación entre ambas se volvía tensa. Jules tampoco entendía el drástico cambio en el anciano, pero prefirió tomárselo de un modo diferente, sin darle demasiada importancia a la brusquedad con que había actuado, ni a las palabras que había dicho contra la tensai.
Fue la cazadora quien se percató de la extraña expresión que se había adueñado del rostro de la mujer que habían rescatado, y sin pensárselo dos veces, trató de obtener la información que necesitaba preguntándole directamente a ella. Por suerte o por desgracia, aquella viajera conocía el sitio al que Anastasia se había referido, pero debía haber algo muy oscuro en aquel pueblo, lo suficiente como para que temiesen hablar de él. Cedric pareció reaccionar ligeramente al escuchar las palabras de su esposa, pero en cuanto ésta mencionó el tributo que se veían obligados a pagar para seguir a salvo del mal que moraba en aquel terrible lugar, giró el rostro hacia la pared, impotente.
Dos hijos habían tenido que entregar ya junto a la estatua del mastín, pero ahora que su mujer volvía a estar embarazada, el dolor del pasado regresaba a ellos con más fuerza, recordándoles que la criatura que venía en camino correría la misma suerte si no hacían algo para evitarlo. Huir, esa era la única alternativa que les quedaba para tratar de salvarse, pero debían hacerlo antes de que el vientre de su amada creciese y delatase su estado, condenándolos a perder nuevamente al bebé que albergaba, por miedo a que arrasasen el humilde pueblo del que venían.
De ahí que se hubiesen lanzado a los caminos, con la esperanza de alcanzar las tierras del sur y poder viajar a Lunargenta para intentar rehacer sus vidas allí, lejos de la oscuridad y del dolor que aquel caro tributo les había causado durante años. - Esta vez no querida, no se lo llevarán. - musitó casi sin fuerzas, en cuanto su esposa terminó de describir al cruel individuo que lideraba la secta. Elen apretó los puños y maldijo interiormente, ¿cómo disuadiría a su amiga de matar a Vladimir cuando ella misma quería darle su merecido tras haber escuchado el relato de la mujer? ¿Por qué había abandonado su deber de centinela para convertirse en un mero recaudador de niños para la Hermandad? ¿Tendría Mortagglia algo que ver con todo aquello o sería producto de la corrupción y la oscuridad que portaba en su rubí?
Nada tenía sentido para ella, no cuando las palabras de Tarivius se repetían en su mente. El inmortal llevaba algo más de un siglo siendo el centinela de las tierras del oeste, y a pesar de todo aquel tiempo, su mentor aseguraba que había sido responsable para con su tarea de protector, al menos hasta que se le perdió la pista, hacía más de dos años. ¿Y si Mortagglia se había cruzado en su camino entonces? ¿Podría haber utilizado sus trucos mentales para conseguir que sirviese a la Hermandad? Quizá sí, pero no podía descartar que Vladimir hubiese elegido ayudarla voluntariamente, menos aun sabiendo que ponía a su raza por encima de las demás.
La voz de Anastasia la sacó de sus pensamientos, y tras escuchar lo que decía, Elen supo que había llegado el momento de sincerarse con ella, cosa que no resultaría fácil. - Huracán, tengo que hablar contigo. - comentó, sin usar el verdadero nombre de su amiga delante de los demás, pues sabía que no le gustaba que la gente lo conociera. Ignorando al resto de los presentes, dada la delicadeza de lo que iba a decirle, la hechicera buscó un lugar más privado para tratar el tema con ella, y solo cuando ambas se encontraron en otra habitación, a puerta cerrada, comenzó a hablar. - Me envía tu madre, nos encontramos en Lunargenta hará un par de semanas, durante un ataque de la Hermandad. - explicó, sin querer recordar las imágenes de cómo había quedado la ciudad. - Tenías razón, Mortagglia te estaba buscando, pero no solo eso, llevó a sus seguidores para sembrar el caos y la muerte en las calles…- prosiguió, con seriedad. - Pretendía reclutar a los vampiros que viven allí y eliminar a aquellos que se negasen, pero conseguimos detenerla. - continuó, con el ceño ligeramente fruncido.
- Estuvimos a punto de acabar con ella, pero una de sus seguidoras intervino y permitió que escapase, aunque no sin antes desvelar lo que tiene pensado para ti. - pronunció, tomándose su tiempo. - Anastasia, no debes buscar al centinela, eso es justo lo que ella quiere, quiere que él te transforme en lo mismo que se ha convertido. - reveló, con la preocupación grabada en el rostro. - Tienes que abandonar esta misión, céntrate en encontrarla a ella y acabar de una vez por todas con su vida, pero no persigas a Vladimir, no puedo permitir que lo mates. - añadió, sin saber cómo reaccionaría su amiga ante aquellas últimas palabras. - Hay cosas de mí que desconoces, y sé que no lo entenderás ahora pero lo necesito vivo… - prosiguió, lentamente. - Va siendo hora de que te hable de mi maldición. - finalizó, con la esperanza de que Huracán al menos le diese una oportunidad de explicarse mejor.
Elen Calhoun
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
Mi última sentencia pareció llamar la atención de Elen, quien me pidió hablar en privado. Me había dicho en la cueva que tenía muchas cosas que contarme y ahora que por fin teníamos algo de tranquilidad podríamos hacerlo. Los cuatro héroes abandonamos la habitación, Jules y Alister se dirigían a dos habitaciones contiguas, el brujo había dicho que se encontraba cansado y que iba a dormir. En cuanto a nosotras, nos dirigimos a una tercera y cerramos la puerta, para que no se oyera nada.
Me mantuve de pie durante todo el discurso de mi amiga observando por la ventana de brazos cruzados, ella fue la primera en hablar. Sus palabras me asustaron y me hicieron girar la cabeza con preocupación. Poco después de que yo abandonara Lunargenta, Elen se había encontrado con mi madre y juntas habían detenido un ataque brutal de Mortagglia y su grupo, que habían devastado las calles.
-Qué tremenda injusticia… - dije con resignación, apoyando el puño y la frente sobre el cristal. Podía ser fría y dura, pero debajo de mi coraza, había un pequeño corazón que sentía muchísimo que muriesen inocentes por mi culpa. – Si hubiese estado allí… podría haberla detenido... – … pero en vez de eso, huí al Oeste, tal y como dijo mi madre que debía hacer. Con aquella orden, Isabella quería protegerme de la vampiresa, encargándose ella personalmente de Mortagglia, algo que finalmente no conseguiría pese a contar con la inestimable ayuda de Elen.
Un respigo recorrió mi cuerpo cuando mencionó los planes que Mortagglia tenía para mí, convertirme en una de los de su repugnante especie para que me uniera a su causa. Ya me lo había dicho en nuestro primer enfrentamiento, incluso el Centinela también lo repitió en las islas. Mi abuela era estúpida pensando en aquella posibilidad, pues podía tener claro que mi objetivo no cambiaría con poderes del viento o con colmillos, o yo sería destruida o lo sería la Hermandad.
Pero mi rostro cambió cuando mi amiga trató de persuadirme para que abandonara mi empresa, recomendándome que me centrara únicamente en Mortagglia y dejase en paz a Vladimir, entendía que se refería al Centinela. ¿Cómo sabía Elen su nombre si aquello era algo que ni siquiera mi madre ni Dorian conocían pese a los meses de investigación que habían empleado estudiándolo? En cualquier caso, lo más grave no era aquello, sino el mensaje de semi-advertencia de mi amiga de que no permitiría que acabara con él. Aquello me dejó a cuadros.
-¿Por qué, Elen? ¿Por qué me pides eso? – le pregunté con expresión de incredulidad, tratando de entender los motivos que podían llevar a la bruja. – Ya ves de lo que es capaz ese desgraciado. – le dije señalando a la pared de la habitación en la que se encontraban Cedric y su esposa. – Ha dejado parapléjico al maestro Dorian, ha arrasado la isla hace unos meses, matando a muchos inocentes, y… - bajé algo el tono de voz. - … te he dicho en Lunargenta que me ha marcado y me ha jurado muerte… - le recordé. - ¿y aún así te pones de su lado? – le volví a preguntar claramente ofendida, me di la vuelta y puse los brazos en jarra. – Mantenerme al margen no es una posibilidad, y te conozco, sé que tú harías lo mismo en mi lugar. ¿Me equivoco?
Miré al suelo y me recogí el pelo. Aquello era lo que me faltaba, que la persona a la que yo consideraba mi mejor amiga viniera hasta mí para detenerme en mi búsqueda y captura de un asesino demostrado. Trataba de razonar qué podía ser lo que había llevado a Elen a proteger a aquel monstruo que únicamente había causado daño y sufrimiento. Ella había hablado de su maldición, pero estaba tan frustrada que aún trataba de relacionar algo por mi propia cuenta. Fue entonces cuando recordé mi enfrentamiento con Bio de hacía dos semanas.
-Tienes razón… hay cosas que desconozco. – repetí sus palabras. Y me giré, mostrando un rostro que reflejaba enfado y tristeza a partes iguales. No con la propia Elen, sino con mi situación en general, y confiaba en que así lo entendiera. – Hace dos semanas me enfrenté a un vampiro, ofrecían 5000 aeros por él. Me enseñó un cartel igual con tu rostro, anterior a que nos conociéramos. ¿En qué líos con vampiros estás metida? – remarqué en lo que era el segundo tema de Elen protegiendo vampiros que había escuchado. - Elen, podré tener mis manías, pero yo siempre te he sido sincera.
Volví a girarme, a mirar por la ventana. No quería decir que sospechaba de su fidelidad porque no era así. Me negaba a creer aquello. No quería contemplar siquiera esa posibilidad. Pero si aquello que me había dicho el vampiro ya me había dejado con la mosca detrás de la oreja, la advertencia que me había enviado sobre el centinela no me había hecho nada de gracia. Aún así, tenía demasiada estima por mi amiga como para dilapidarla por nimiedades puntuales.
–Supongamos que no llegamos a un acuerdo… - le pregunté, contemplando de brazos cruzados por la ventana. – Sé sincera, ¿qué harás? ¿serías capaz de enfrentarte a mí? - Y me tomé una pausa larga, esperando una respuesta. Las dos éramos tercas y podía darse esa posibilidad y, llegado el caso, me gustaría saber hasta dónde estaría dispuesta a llegar. También pensé que haría yo. Desde luego, sería incapaz de hacerle nada a Elen después de todo lo que habíamos vivido y, si tenía que optar entre salvar Lunargenta o ayudarla a ella, sin duda optaría por lo segundo. Tenía sentimiento por los que apreciaba, y ello era lo que más débil me hacía. - Yo no podría. - respondí tras un silencio prolongado.
No obstante, resoplé. - Espero de corazón que tengas una buena explicación para todo esto… – dije deseando que la historia de su maldición fuera un buen argumento para que me retirara del asunto, aunque iba a ser muy difícil que cambiara de parecer. Sólo cabía una opción: Que Elen convenciera a Vladimir para que se desvinculara de la Hermandad y detuviera sus fechorías para siempre.
Me mantuve de pie durante todo el discurso de mi amiga observando por la ventana de brazos cruzados, ella fue la primera en hablar. Sus palabras me asustaron y me hicieron girar la cabeza con preocupación. Poco después de que yo abandonara Lunargenta, Elen se había encontrado con mi madre y juntas habían detenido un ataque brutal de Mortagglia y su grupo, que habían devastado las calles.
-Qué tremenda injusticia… - dije con resignación, apoyando el puño y la frente sobre el cristal. Podía ser fría y dura, pero debajo de mi coraza, había un pequeño corazón que sentía muchísimo que muriesen inocentes por mi culpa. – Si hubiese estado allí… podría haberla detenido... – … pero en vez de eso, huí al Oeste, tal y como dijo mi madre que debía hacer. Con aquella orden, Isabella quería protegerme de la vampiresa, encargándose ella personalmente de Mortagglia, algo que finalmente no conseguiría pese a contar con la inestimable ayuda de Elen.
Un respigo recorrió mi cuerpo cuando mencionó los planes que Mortagglia tenía para mí, convertirme en una de los de su repugnante especie para que me uniera a su causa. Ya me lo había dicho en nuestro primer enfrentamiento, incluso el Centinela también lo repitió en las islas. Mi abuela era estúpida pensando en aquella posibilidad, pues podía tener claro que mi objetivo no cambiaría con poderes del viento o con colmillos, o yo sería destruida o lo sería la Hermandad.
Pero mi rostro cambió cuando mi amiga trató de persuadirme para que abandonara mi empresa, recomendándome que me centrara únicamente en Mortagglia y dejase en paz a Vladimir, entendía que se refería al Centinela. ¿Cómo sabía Elen su nombre si aquello era algo que ni siquiera mi madre ni Dorian conocían pese a los meses de investigación que habían empleado estudiándolo? En cualquier caso, lo más grave no era aquello, sino el mensaje de semi-advertencia de mi amiga de que no permitiría que acabara con él. Aquello me dejó a cuadros.
-¿Por qué, Elen? ¿Por qué me pides eso? – le pregunté con expresión de incredulidad, tratando de entender los motivos que podían llevar a la bruja. – Ya ves de lo que es capaz ese desgraciado. – le dije señalando a la pared de la habitación en la que se encontraban Cedric y su esposa. – Ha dejado parapléjico al maestro Dorian, ha arrasado la isla hace unos meses, matando a muchos inocentes, y… - bajé algo el tono de voz. - … te he dicho en Lunargenta que me ha marcado y me ha jurado muerte… - le recordé. - ¿y aún así te pones de su lado? – le volví a preguntar claramente ofendida, me di la vuelta y puse los brazos en jarra. – Mantenerme al margen no es una posibilidad, y te conozco, sé que tú harías lo mismo en mi lugar. ¿Me equivoco?
Miré al suelo y me recogí el pelo. Aquello era lo que me faltaba, que la persona a la que yo consideraba mi mejor amiga viniera hasta mí para detenerme en mi búsqueda y captura de un asesino demostrado. Trataba de razonar qué podía ser lo que había llevado a Elen a proteger a aquel monstruo que únicamente había causado daño y sufrimiento. Ella había hablado de su maldición, pero estaba tan frustrada que aún trataba de relacionar algo por mi propia cuenta. Fue entonces cuando recordé mi enfrentamiento con Bio de hacía dos semanas.
-Tienes razón… hay cosas que desconozco. – repetí sus palabras. Y me giré, mostrando un rostro que reflejaba enfado y tristeza a partes iguales. No con la propia Elen, sino con mi situación en general, y confiaba en que así lo entendiera. – Hace dos semanas me enfrenté a un vampiro, ofrecían 5000 aeros por él. Me enseñó un cartel igual con tu rostro, anterior a que nos conociéramos. ¿En qué líos con vampiros estás metida? – remarqué en lo que era el segundo tema de Elen protegiendo vampiros que había escuchado. - Elen, podré tener mis manías, pero yo siempre te he sido sincera.
Volví a girarme, a mirar por la ventana. No quería decir que sospechaba de su fidelidad porque no era así. Me negaba a creer aquello. No quería contemplar siquiera esa posibilidad. Pero si aquello que me había dicho el vampiro ya me había dejado con la mosca detrás de la oreja, la advertencia que me había enviado sobre el centinela no me había hecho nada de gracia. Aún así, tenía demasiada estima por mi amiga como para dilapidarla por nimiedades puntuales.
–Supongamos que no llegamos a un acuerdo… - le pregunté, contemplando de brazos cruzados por la ventana. – Sé sincera, ¿qué harás? ¿serías capaz de enfrentarte a mí? - Y me tomé una pausa larga, esperando una respuesta. Las dos éramos tercas y podía darse esa posibilidad y, llegado el caso, me gustaría saber hasta dónde estaría dispuesta a llegar. También pensé que haría yo. Desde luego, sería incapaz de hacerle nada a Elen después de todo lo que habíamos vivido y, si tenía que optar entre salvar Lunargenta o ayudarla a ella, sin duda optaría por lo segundo. Tenía sentimiento por los que apreciaba, y ello era lo que más débil me hacía. - Yo no podría. - respondí tras un silencio prolongado.
No obstante, resoplé. - Espero de corazón que tengas una buena explicación para todo esto… – dije deseando que la historia de su maldición fuera un buen argumento para que me retirara del asunto, aunque iba a ser muy difícil que cambiara de parecer. Sólo cabía una opción: Que Elen convenciera a Vladimir para que se desvinculara de la Hermandad y detuviera sus fechorías para siempre.
Anastasia Boisson
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
Elen escuchó con atención las palabras de su amiga, comprendiendo que le resultase difícil entender por qué quería mantener al centinela con vida, pero no solo eso, Huracán también sabía de la orden de busca y captura que pesaba sobre sus hombros en Dundarak, Bio se la había mostrado. Dejándose caer en un banco cercano, la hechicera juntó las manos y esperó a que su interlocutora acabase de hablar, para luego tomar la palabra y comenzar a arrojar algo de luz acerca de todo aquello. - Ya lo viste en la cueva del segundo pico, no sería capaz de pelear contigo ni aunque me atacases, siempre buscaría una alternativa. - dijo con lentitud, recordando cómo la desgraciada de Mortagglia había conseguido nublar la mente de la cazadora para volverla en su contra.
- En cuanto al cartel… la razón de que me busquen forma parte de lo que tengo que contarte, así que de momento solo diré esto, Bio me ayudó cuando estaba en inferioridad numérica y agotada por culpa de otros enfrentamientos, decantó la balanza en mi favor cuando no tenía por qué intervenir, y no solo eso, ayudó a salvar el honor de un amigo que se negó a arrestarme… le debo una. - explicó, tomándose su tiempo. - Puede que la maldad esté en ellos, pero no todos son iguales, aún hay esperanza para su raza. - añadió instantes después, mientras sus pensamientos volvían a la noche del ataque de Lunargenta. - Cuando la Hermandad llegó a Verisar, regando las calles de sangre y apilando heridos para ofrecer un banquete a aquellos que aceptasen unirse a ellos, creí que tendría que plantarles cara yo sola, pero no, una joven vampira se puso de mi lado, se rebeló contra los de su misma raza y me ayudó a acabar con buena parte de las tropas de la Dama, que la tachó de traidora y ordenó que la matasen. - relató, reviviendo las imágenes de aquella noche.
- Esa muchacha fue muy valiente, y aunque no sé dónde se encuentra ahora, estoy segura de que no se convertirá en otro perro de Mortagglia. - prosiguió, para luego dejar escapar un suspiro de resignación y centrarse en la larga historia que debía contar a su amiga. - En cuanto a mi maldición será mejor que comience por el principio, la fatídica noche de hace casi cuatro años en que cometí la estupidez de salir por mi cuenta a conocer la ciudad. - dijo, tirando levemente de la tela de su camisa para dejar la cicatriz a la vista. - Mi hermano y yo acabábamos de llegar a Lunargenta, solo llevábamos unos días allí y quise explorar una zona cercana a la posada, pero como era de esperar para alguien recién llegado, terminé desorientada en el laberinto de callejuelas secundarias, así que no me quedó más remedio que buscar a alguien para que me ayudase a volver… - pronunció, recordando detalladamente el momento en que se había topado con aquel extraño.
- Di con un hombre que sostenía en sus manos una extraña bolsa de cuero con símbolos grabados, y de repente, un extraño olor emanó de ella y nos nubló la razón a ambos, consiguiendo que nos considerásemos enemigos y comenzáramos a pelear. - relató, al tiempo que extraía la maldita bolsa de entre sus cosas y la mostraba. - Él podría haberme matado, pero conseguí dejarlo inconsciente antes de que eso ocurriese, y entonces el efecto del alucinógeno desapareció, mostrándome la realidad. - dijo, tomando una breve pausa antes de seguir. - Lo desperté justo antes de que las runas dejasen de brillar, antes de que el humo negro viniese a por los dos, para transmitirnos la maldición a través de estas marcas. - continuó, señalando la runa grabada a fuego en su piel.
- Los efectos no se hicieron esperar…- musitó, aunque no le gustaba hablar de aquellos primeros meses que había pasado bajo la oscuridad de los Tarmúnil. - Primero llegaron las cruentas pesadillas donde los jinetes arrasaban todo a su paso, quemando aldeas y asesinando de las peores formas imaginables a sus habitantes, obligándome a ser testigo de ello sin poder hacer nada. - contó, elevando un poco la voz. - Luego las fiebres, que me obligaron a pasar en cama bastantes días, y por último los desvanecimientos repentinos, que podían dejarme a merced de cualquiera si no tenía a Vince cerca. - siguió, con seriedad. - Por suerte mi hermano cuidó bien de mí y no sufrí ningún incidente durante las pérdidas de consciencia, y al cabo de una semana aprendí a llevar conmigo en todo momento un frasco de poción antifebril, pero ¿qué podía hacer para evitar las pesadillas? - reveló, dejando escapar un suspiro.
- Opté por no dormir, y eso funcionó durante unos días, pero luego el cansancio me vencía y volvía la masacre, seguida de una oferta que jamás acepte, aunque llegué a planteármelo en un par de ocasiones. - la voz de la hechicera se apagó ligeramente al pronunciar aquellas palabras. - La sombra quería que me entregase a la muerte, esa era la única escapatoria para todo aquel sufrimiento, pero no me rendí, no podía hacerle eso a Vincent. - explicó, tratando de mantenerse calmada. - Los meses pasaron, y comencé a darme cuenta de que cuanto más controlaba mis emociones, menos se daban los síntomas, así que pude sobrellevarlo algo mejor, al menos hasta que las pesadillas dejaron de tener efecto en mí, ya había visto demasiada muerte. - aseguró, al tiempo que se acomodaba en el banco.
- Sin embargo nunca perdí la esperanza de librarme de aquel mal, y por casualidades del destino, eso me llevó ante Rine, la dama negra de Beltrexus. - continuó, dando un considerable salto en el tiempo. - Ella me habló de Tarivius, un poderoso hechicero que moraba en los bosques, y sin dudarlo fui en su busca, sabiendo que quizá era mi última oportunidad de librarme de los jinetes. - narró, llevándose la diestra al antebrazo izquierdo, como hacía siempre que se acordaba de su mentor. - El mago del que te hablo no era simplemente un estudioso en la materia, era el Centinela del Sur, y aceptó ayudarme a pesar de lo que ello acarrearía para su persona. - la voz de Elen casi pareció quebrarse, pero tras unos instantes, volvió a tomar la palabra.
- No había manera de que me librarse de la maldición, pero sí existía una forma de mantenerla a raya, aunque no iba a ser fácil. Tarivius me habló del dolor de Kinvar, una gema muy antigua y poderosa, que había terminado hecha pedazos y esparcida por diferentes planos, mi misión era reunir tres de sus fragmentos, pero para ello tendría que vencer a sus guardianes. - dijo con tranquilidad, sintiendo el peso del medallón solar sobre su pecho. - Me envío al norte y allí me enfrenté al primero, Ravnik, un dragón de humo. No fui capaz de ganar aquella pelea por mis propios medios, lo que provocó que el centinela interviniese desde la lejanía para ayudarme, eso le costó la vida. - pronunció, cerrando con fuerza los puños mientras la tensión se apoderaba de su rostro, jamás se libraría de aquella culpa.
- Una vez conseguido el corazón del dragón fui enviada al poblado abandonado, y allí tuve que enfrentarme a Keira y a su compañero pulpo. Le di la opción de entregarme el fragmento pero no quiso cooperar, así que me hice con el anillo por las malas, y sí, su ceguera es producto de aquella pelea. - reveló, aunque tras las duras palabras que le había dedicado en el escenario de los Oscars, pocas dudas podían quedar. - Por último fui a Dundarak, y tras perseguir a una banda de ladrones que habían robado el tercer objeto, mis pasos me llevaron a palacio, donde nuevamente tuve que entrar en conflicto, ésta vez con la gran encantadora Abbey. - dijo, y se tomó una breve pausa. - Ella buscaba lo mismo que yo y quiso arrebatarme los fragmentos que había conseguido, pero no obtuvo ningún apoyo por parte de los caballeros dragón, que prefirieron mantenerse al margen antes que obedecerla y arrestarme. - siguió, esbozando una leve sonrisa.
- Ahí es donde entra Bio, y por desgracia para ambos también Lazid y sus hombres, es por ellos que ahora se nos busca. Nos tildan de ladrones, y después de que la venciese, Abbey no descansará hasta tener su revancha conmigo, pero es algo que a día de hoy no me preocupa. - comentó, volviendo a centrarse en lo que realmente importaba. - Gracias a Víctor ya tenía todo lo que necesitaba, así que fui teletransportada a isla lunar, donde tendría lugar el ritual para forjar mi amuleto. - prosiguió, llevándose la mano al pecho en busca del medallón. - Pero antes de lograrlo cometí un nuevo error, uno terrible. - musitó.
- Tarivius me dijo que no hiciera caso a las almas en pena que vagaban por el lugar, pero fui estúpida y no seguí su consejo… yo… yo liberé por error a otro de los jinetes. - confesó, mientras la diestra empezaba a dolerle por la fuerza con que la mantenía cerrada. - Por mi culpa otro de esos seres anda suelto, y puede colocar trampas en nuestro plano valiéndose del miedo de sus víctimas, por mi culpa otras personas pasarán por lo mismo que he pasado yo. - consiguió decir, aunque la rabia se apoderaba de sus palabras. - Es algo que no puedo perdonarme. - susurró, bajando el rostro para que los cenicientos cabellos le cubriesen los ojos.
El silencio se adueñó de la sala durante unos minutos, hasta que Elen fue capaz de continuar con su relato. - Los Tarmúnil disfrutan atormentando a las personas, obligándolas a tomar el camino fácil para eliminar el dolor y las imágenes que quedan grabadas a fuego en sus mentes. Aún las veo cada vez que cierro los ojos, recuerdo las llamas, los gritos de desesperación, todo. - dijo, con un deje de tristeza en la voz. - Pero un mortal no puede dañar a un jinete, tenía que convertirme en algo más. - musitó, mientras tiraba de la cadena y extraía el medallón solar de debajo de la tela de su camisa. - Tarivius se sacrificó para que yo ocupase su lugar, y gracias a él tuve el tiempo suficiente para forjar esto, mi fragmento de Kinvar, un objeto que me permite luchar en igualdad de condiciones con los Tarmúnil. - reveló, sin soltar el colgante. - Me enfrenté al ser que había liberado y conseguí desterrarlo a otro plano, pero eso solo lo mantendrá alejado durante un tiempo, debo destruirlos definitivamente. - ahora tocaba abordar el tema de Vladimir, y esperaba que tras todo lo que le había contado, Huracán comprendiese su posición.
- Ahora yo soy la Centinela del Sur, pero no puedo terminar mi misión yo sola, es por eso que no puedo permitir que mates al inmortal, necesito su ayuda. - explicó, recordando la imagen que tenía de Vlad. - Tarivius me encomendó la tarea de reunir a los demás y convencerlos para luchar contra este mal, y en cuanto lo consiga cruzaremos al plano de los jinetes, solo allí podremos matarlos. - dijo con determinación, pues no estaba dispuesta a rendirse por muy complicado que fuese. - Pero debo hacerlo rápido, antes de que la oscuridad me corrompa a mí también. - añadió, con preocupación. - Los cuatro fragmentos contienen almas malignas, pero el mío es el que más almas alberga, si no termino con esto pronto eso me cambiará, me convertirá en algo que no soy… - dijo la hechicera, buscando la mirada de su amiga.
- Por favor Anastasia, no vayas tras él, lo necesito. - fue lo último que dijo, antes de quedar expectante.
- En cuanto al cartel… la razón de que me busquen forma parte de lo que tengo que contarte, así que de momento solo diré esto, Bio me ayudó cuando estaba en inferioridad numérica y agotada por culpa de otros enfrentamientos, decantó la balanza en mi favor cuando no tenía por qué intervenir, y no solo eso, ayudó a salvar el honor de un amigo que se negó a arrestarme… le debo una. - explicó, tomándose su tiempo. - Puede que la maldad esté en ellos, pero no todos son iguales, aún hay esperanza para su raza. - añadió instantes después, mientras sus pensamientos volvían a la noche del ataque de Lunargenta. - Cuando la Hermandad llegó a Verisar, regando las calles de sangre y apilando heridos para ofrecer un banquete a aquellos que aceptasen unirse a ellos, creí que tendría que plantarles cara yo sola, pero no, una joven vampira se puso de mi lado, se rebeló contra los de su misma raza y me ayudó a acabar con buena parte de las tropas de la Dama, que la tachó de traidora y ordenó que la matasen. - relató, reviviendo las imágenes de aquella noche.
- Esa muchacha fue muy valiente, y aunque no sé dónde se encuentra ahora, estoy segura de que no se convertirá en otro perro de Mortagglia. - prosiguió, para luego dejar escapar un suspiro de resignación y centrarse en la larga historia que debía contar a su amiga. - En cuanto a mi maldición será mejor que comience por el principio, la fatídica noche de hace casi cuatro años en que cometí la estupidez de salir por mi cuenta a conocer la ciudad. - dijo, tirando levemente de la tela de su camisa para dejar la cicatriz a la vista. - Mi hermano y yo acabábamos de llegar a Lunargenta, solo llevábamos unos días allí y quise explorar una zona cercana a la posada, pero como era de esperar para alguien recién llegado, terminé desorientada en el laberinto de callejuelas secundarias, así que no me quedó más remedio que buscar a alguien para que me ayudase a volver… - pronunció, recordando detalladamente el momento en que se había topado con aquel extraño.
- Di con un hombre que sostenía en sus manos una extraña bolsa de cuero con símbolos grabados, y de repente, un extraño olor emanó de ella y nos nubló la razón a ambos, consiguiendo que nos considerásemos enemigos y comenzáramos a pelear. - relató, al tiempo que extraía la maldita bolsa de entre sus cosas y la mostraba. - Él podría haberme matado, pero conseguí dejarlo inconsciente antes de que eso ocurriese, y entonces el efecto del alucinógeno desapareció, mostrándome la realidad. - dijo, tomando una breve pausa antes de seguir. - Lo desperté justo antes de que las runas dejasen de brillar, antes de que el humo negro viniese a por los dos, para transmitirnos la maldición a través de estas marcas. - continuó, señalando la runa grabada a fuego en su piel.
- Los efectos no se hicieron esperar…- musitó, aunque no le gustaba hablar de aquellos primeros meses que había pasado bajo la oscuridad de los Tarmúnil. - Primero llegaron las cruentas pesadillas donde los jinetes arrasaban todo a su paso, quemando aldeas y asesinando de las peores formas imaginables a sus habitantes, obligándome a ser testigo de ello sin poder hacer nada. - contó, elevando un poco la voz. - Luego las fiebres, que me obligaron a pasar en cama bastantes días, y por último los desvanecimientos repentinos, que podían dejarme a merced de cualquiera si no tenía a Vince cerca. - siguió, con seriedad. - Por suerte mi hermano cuidó bien de mí y no sufrí ningún incidente durante las pérdidas de consciencia, y al cabo de una semana aprendí a llevar conmigo en todo momento un frasco de poción antifebril, pero ¿qué podía hacer para evitar las pesadillas? - reveló, dejando escapar un suspiro.
- Opté por no dormir, y eso funcionó durante unos días, pero luego el cansancio me vencía y volvía la masacre, seguida de una oferta que jamás acepte, aunque llegué a planteármelo en un par de ocasiones. - la voz de la hechicera se apagó ligeramente al pronunciar aquellas palabras. - La sombra quería que me entregase a la muerte, esa era la única escapatoria para todo aquel sufrimiento, pero no me rendí, no podía hacerle eso a Vincent. - explicó, tratando de mantenerse calmada. - Los meses pasaron, y comencé a darme cuenta de que cuanto más controlaba mis emociones, menos se daban los síntomas, así que pude sobrellevarlo algo mejor, al menos hasta que las pesadillas dejaron de tener efecto en mí, ya había visto demasiada muerte. - aseguró, al tiempo que se acomodaba en el banco.
- Sin embargo nunca perdí la esperanza de librarme de aquel mal, y por casualidades del destino, eso me llevó ante Rine, la dama negra de Beltrexus. - continuó, dando un considerable salto en el tiempo. - Ella me habló de Tarivius, un poderoso hechicero que moraba en los bosques, y sin dudarlo fui en su busca, sabiendo que quizá era mi última oportunidad de librarme de los jinetes. - narró, llevándose la diestra al antebrazo izquierdo, como hacía siempre que se acordaba de su mentor. - El mago del que te hablo no era simplemente un estudioso en la materia, era el Centinela del Sur, y aceptó ayudarme a pesar de lo que ello acarrearía para su persona. - la voz de Elen casi pareció quebrarse, pero tras unos instantes, volvió a tomar la palabra.
- No había manera de que me librarse de la maldición, pero sí existía una forma de mantenerla a raya, aunque no iba a ser fácil. Tarivius me habló del dolor de Kinvar, una gema muy antigua y poderosa, que había terminado hecha pedazos y esparcida por diferentes planos, mi misión era reunir tres de sus fragmentos, pero para ello tendría que vencer a sus guardianes. - dijo con tranquilidad, sintiendo el peso del medallón solar sobre su pecho. - Me envío al norte y allí me enfrenté al primero, Ravnik, un dragón de humo. No fui capaz de ganar aquella pelea por mis propios medios, lo que provocó que el centinela interviniese desde la lejanía para ayudarme, eso le costó la vida. - pronunció, cerrando con fuerza los puños mientras la tensión se apoderaba de su rostro, jamás se libraría de aquella culpa.
- Una vez conseguido el corazón del dragón fui enviada al poblado abandonado, y allí tuve que enfrentarme a Keira y a su compañero pulpo. Le di la opción de entregarme el fragmento pero no quiso cooperar, así que me hice con el anillo por las malas, y sí, su ceguera es producto de aquella pelea. - reveló, aunque tras las duras palabras que le había dedicado en el escenario de los Oscars, pocas dudas podían quedar. - Por último fui a Dundarak, y tras perseguir a una banda de ladrones que habían robado el tercer objeto, mis pasos me llevaron a palacio, donde nuevamente tuve que entrar en conflicto, ésta vez con la gran encantadora Abbey. - dijo, y se tomó una breve pausa. - Ella buscaba lo mismo que yo y quiso arrebatarme los fragmentos que había conseguido, pero no obtuvo ningún apoyo por parte de los caballeros dragón, que prefirieron mantenerse al margen antes que obedecerla y arrestarme. - siguió, esbozando una leve sonrisa.
- Ahí es donde entra Bio, y por desgracia para ambos también Lazid y sus hombres, es por ellos que ahora se nos busca. Nos tildan de ladrones, y después de que la venciese, Abbey no descansará hasta tener su revancha conmigo, pero es algo que a día de hoy no me preocupa. - comentó, volviendo a centrarse en lo que realmente importaba. - Gracias a Víctor ya tenía todo lo que necesitaba, así que fui teletransportada a isla lunar, donde tendría lugar el ritual para forjar mi amuleto. - prosiguió, llevándose la mano al pecho en busca del medallón. - Pero antes de lograrlo cometí un nuevo error, uno terrible. - musitó.
- Tarivius me dijo que no hiciera caso a las almas en pena que vagaban por el lugar, pero fui estúpida y no seguí su consejo… yo… yo liberé por error a otro de los jinetes. - confesó, mientras la diestra empezaba a dolerle por la fuerza con que la mantenía cerrada. - Por mi culpa otro de esos seres anda suelto, y puede colocar trampas en nuestro plano valiéndose del miedo de sus víctimas, por mi culpa otras personas pasarán por lo mismo que he pasado yo. - consiguió decir, aunque la rabia se apoderaba de sus palabras. - Es algo que no puedo perdonarme. - susurró, bajando el rostro para que los cenicientos cabellos le cubriesen los ojos.
El silencio se adueñó de la sala durante unos minutos, hasta que Elen fue capaz de continuar con su relato. - Los Tarmúnil disfrutan atormentando a las personas, obligándolas a tomar el camino fácil para eliminar el dolor y las imágenes que quedan grabadas a fuego en sus mentes. Aún las veo cada vez que cierro los ojos, recuerdo las llamas, los gritos de desesperación, todo. - dijo, con un deje de tristeza en la voz. - Pero un mortal no puede dañar a un jinete, tenía que convertirme en algo más. - musitó, mientras tiraba de la cadena y extraía el medallón solar de debajo de la tela de su camisa. - Tarivius se sacrificó para que yo ocupase su lugar, y gracias a él tuve el tiempo suficiente para forjar esto, mi fragmento de Kinvar, un objeto que me permite luchar en igualdad de condiciones con los Tarmúnil. - reveló, sin soltar el colgante. - Me enfrenté al ser que había liberado y conseguí desterrarlo a otro plano, pero eso solo lo mantendrá alejado durante un tiempo, debo destruirlos definitivamente. - ahora tocaba abordar el tema de Vladimir, y esperaba que tras todo lo que le había contado, Huracán comprendiese su posición.
- Ahora yo soy la Centinela del Sur, pero no puedo terminar mi misión yo sola, es por eso que no puedo permitir que mates al inmortal, necesito su ayuda. - explicó, recordando la imagen que tenía de Vlad. - Tarivius me encomendó la tarea de reunir a los demás y convencerlos para luchar contra este mal, y en cuanto lo consiga cruzaremos al plano de los jinetes, solo allí podremos matarlos. - dijo con determinación, pues no estaba dispuesta a rendirse por muy complicado que fuese. - Pero debo hacerlo rápido, antes de que la oscuridad me corrompa a mí también. - añadió, con preocupación. - Los cuatro fragmentos contienen almas malignas, pero el mío es el que más almas alberga, si no termino con esto pronto eso me cambiará, me convertirá en algo que no soy… - dijo la hechicera, buscando la mirada de su amiga.
- Por favor Anastasia, no vayas tras él, lo necesito. - fue lo último que dijo, antes de quedar expectante.
Elen Calhoun
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
Elen explicó cuidadosamente las razones que la llevaban a colocarse del lado del centinela, escuché con atención cada detalle de su situación y comencé a rellenar mejor algunos de los huecos que tenía sobre su vida, y que me ayudaban a comprender mejor las motivaciones de mi amiga.
Comenzó la historia desde el principio, desde sus comienzos con su hermano Vincent y sobre cómo había quedado maldita, aquello no era novedoso, algo me había contado en nuestro encuentro en Dundarak, cuando nos enfrentamos al niño poseído. A continuación explicó los horrores y traumas que le ocasionaban los jinetes y también relató cómo había conseguido un medallón que, por lo visto, le permitía enfrentarse a aquellos caballeros oscuros que la atormentaban, detallando las penurias que sufrió para conseguir los fragmentos en los que se dividía aquel colgante, el cual me mostró finalmente. Mientras explicaba esto, sentí una extraña sensación de déjà-vu, pero no era capaz de saber por qué pues ella nunca me lo había contado.
Me mantuve en pie durante todo su discurso, hasta que finalmente me giré a mirar hacia la ventana, de brazos cruzados, mientras terminaba de explicarse. El cargo de Elen parecía ser importante. Ella, al igual que Vladimir, era una Centinela y podía verse corrompida por la maldad del objeto con el que cargaba. La única manera de destruir a los jinetes, a los que había definido como Tarmúnil, era reuniendo al resto de centinelas y enfrentándose a ellos en su propio plano, y ahí residía la imperiosa necesidad de que el inmortal siguiera con vida. Fue al término de esta explicación cuando la bruja terminó pidiéndome que no fuera tras él, mencionando en confianza mi nombre real, Anastasia. Ella era de los pocos que lo sabían, y si permitía que lo utilizara era por el gran aprecio que tenía por la joven de cabellos cenicientos, aquella conversación era, sin duda, la más personal que habíamos tenido nunca.
Continué mirando por la ventana, contemplando cómo chispeaba en el pequeño pueblo. Estaba pensando qué podíamos hacer. A qué acuerdo llegar. No me cabía duda de que la explicación de Elen era verdadera, pero también lo era la mía. Y Vladimir había hecho mucho daño no solo a mí y a mi familia, sino también a muchas otras, y debía pagar por ello. Tras un minuto intenso de reflexión y sin girarme hacia Elen, le di la que había sido mi decisión.
-Convéncele de que abandone la Hermandad.– le sugerí, manteniendo el rostro fijo sobre la oscuridad absoluta del cristal de la ventana por la que miraba. Unos intantes después me giré, manteniendo el rostro serio, hacia donde se encontraba sentada. – Mira. – le dije para que me prestara atención, y me quité la chaqueta oscura, dejando pie a una ligera camisa de manga corta de lino verde, que permitía ver mi brazo y la marca negra en forma de aro curvado que rodeaba mi extremidad bajo el hombro, como si de un brazalete se tratase. – Esto es lo que Vladimir me ha dejado. Como ya te expliqué, ahora Mortagglia puede saber dónde estoy. Necesito además que el inmortal elimine esta marca. – le dije y volví a colocarme mi chaqueta.
Pero estaba segura de aquello no iba a ser una tarea sencilla y Elen ya me había dicho en dos ocasiones que me mantuviera al margen, probablemente no quisiera que me jugara el tipo, pero es posible que ella ignorara el lugar en el que se escondía.
-Por curiosidad, Elen, ¿sabes a qué lugar me refería antes? – le pregunté para saber si era consciente del lío en el que se metería yendo únicamente con Alister. – Es la mismísima guarida de la Hermandad. – le declaré haciendo énfasis en el emplazamiento, para que fuera consciente de que aquello no iba a ser un juego. - No te dejaré entrar sola a la boca del lobo. Es demasiado peligroso. Jules y yo iremos con vosotros. – le aseguré. Y es que entrar en la guarida de la Hermandad era un auténtico suicidio incluso siendo cuatro experimentados como parecíamos ser. Mortagglia no era estúpida y estuviese allí presente o no, seguro que en la base guardaba a sus mejores hombres. – Convence a Vladimir para que se desvincule de la secta y me quite la marca. Tienes mi palabra de que no le atacaré de primeras, pero si veo a ese hijo de puta hacer cualquier atisbo de ataque o agresividad hacia alguno de nosotros, le atravesaré el corazón. No permitiré que nadie corra riesgos. – le advertí esta vez yo, y es que aquellas iban a ser mis condiciones si Elen quería contar con mi ayuda. Bastante me iba a costar reprimir mis ansias de acabar con él la primera vez que lo viera.
Esperé su respuesta y opinión al respecto antes de marchar hacia otra habitación, momento en el que me despediría de ella hasta el día siguiente. El fin de nuestro viaje estaba cerca, o tal vez no. ¿Asestaríamos el golpe definitivo a la peligrosa secta de mi abuela? Lo único claro que había era que los caprichos del azar nos habían vuelto a juntar a ambas, y aquello significaba algo para quienes creíamos en el destino.
Comenzó la historia desde el principio, desde sus comienzos con su hermano Vincent y sobre cómo había quedado maldita, aquello no era novedoso, algo me había contado en nuestro encuentro en Dundarak, cuando nos enfrentamos al niño poseído. A continuación explicó los horrores y traumas que le ocasionaban los jinetes y también relató cómo había conseguido un medallón que, por lo visto, le permitía enfrentarse a aquellos caballeros oscuros que la atormentaban, detallando las penurias que sufrió para conseguir los fragmentos en los que se dividía aquel colgante, el cual me mostró finalmente. Mientras explicaba esto, sentí una extraña sensación de déjà-vu, pero no era capaz de saber por qué pues ella nunca me lo había contado.
Me mantuve en pie durante todo su discurso, hasta que finalmente me giré a mirar hacia la ventana, de brazos cruzados, mientras terminaba de explicarse. El cargo de Elen parecía ser importante. Ella, al igual que Vladimir, era una Centinela y podía verse corrompida por la maldad del objeto con el que cargaba. La única manera de destruir a los jinetes, a los que había definido como Tarmúnil, era reuniendo al resto de centinelas y enfrentándose a ellos en su propio plano, y ahí residía la imperiosa necesidad de que el inmortal siguiera con vida. Fue al término de esta explicación cuando la bruja terminó pidiéndome que no fuera tras él, mencionando en confianza mi nombre real, Anastasia. Ella era de los pocos que lo sabían, y si permitía que lo utilizara era por el gran aprecio que tenía por la joven de cabellos cenicientos, aquella conversación era, sin duda, la más personal que habíamos tenido nunca.
Continué mirando por la ventana, contemplando cómo chispeaba en el pequeño pueblo. Estaba pensando qué podíamos hacer. A qué acuerdo llegar. No me cabía duda de que la explicación de Elen era verdadera, pero también lo era la mía. Y Vladimir había hecho mucho daño no solo a mí y a mi familia, sino también a muchas otras, y debía pagar por ello. Tras un minuto intenso de reflexión y sin girarme hacia Elen, le di la que había sido mi decisión.
-Convéncele de que abandone la Hermandad.– le sugerí, manteniendo el rostro fijo sobre la oscuridad absoluta del cristal de la ventana por la que miraba. Unos intantes después me giré, manteniendo el rostro serio, hacia donde se encontraba sentada. – Mira. – le dije para que me prestara atención, y me quité la chaqueta oscura, dejando pie a una ligera camisa de manga corta de lino verde, que permitía ver mi brazo y la marca negra en forma de aro curvado que rodeaba mi extremidad bajo el hombro, como si de un brazalete se tratase. – Esto es lo que Vladimir me ha dejado. Como ya te expliqué, ahora Mortagglia puede saber dónde estoy. Necesito además que el inmortal elimine esta marca. – le dije y volví a colocarme mi chaqueta.
Pero estaba segura de aquello no iba a ser una tarea sencilla y Elen ya me había dicho en dos ocasiones que me mantuviera al margen, probablemente no quisiera que me jugara el tipo, pero es posible que ella ignorara el lugar en el que se escondía.
-Por curiosidad, Elen, ¿sabes a qué lugar me refería antes? – le pregunté para saber si era consciente del lío en el que se metería yendo únicamente con Alister. – Es la mismísima guarida de la Hermandad. – le declaré haciendo énfasis en el emplazamiento, para que fuera consciente de que aquello no iba a ser un juego. - No te dejaré entrar sola a la boca del lobo. Es demasiado peligroso. Jules y yo iremos con vosotros. – le aseguré. Y es que entrar en la guarida de la Hermandad era un auténtico suicidio incluso siendo cuatro experimentados como parecíamos ser. Mortagglia no era estúpida y estuviese allí presente o no, seguro que en la base guardaba a sus mejores hombres. – Convence a Vladimir para que se desvincule de la secta y me quite la marca. Tienes mi palabra de que no le atacaré de primeras, pero si veo a ese hijo de puta hacer cualquier atisbo de ataque o agresividad hacia alguno de nosotros, le atravesaré el corazón. No permitiré que nadie corra riesgos. – le advertí esta vez yo, y es que aquellas iban a ser mis condiciones si Elen quería contar con mi ayuda. Bastante me iba a costar reprimir mis ansias de acabar con él la primera vez que lo viera.
Esperé su respuesta y opinión al respecto antes de marchar hacia otra habitación, momento en el que me despediría de ella hasta el día siguiente. El fin de nuestro viaje estaba cerca, o tal vez no. ¿Asestaríamos el golpe definitivo a la peligrosa secta de mi abuela? Lo único claro que había era que los caprichos del azar nos habían vuelto a juntar a ambas, y aquello significaba algo para quienes creíamos en el destino.
- Off:
- Tienes permiso para manejar a Huracán y Jules si quieres narrar nuestra partida hacia el poblado
Anastasia Boisson
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
La cazadora escuchó con atención el relato de la centinela, volviéndose hacia la ventana cuando ésta estaba a punto de terminar, para quedarse absorta mirando hacia el oscuro exterior. Apenas había cabañas en aquel asentamiento, y los escasos faroles no eran suficientes para iluminar adecuadamente la zona, no con aquel ambiente sombrío que caracterizaba las tierras del oeste. Un incómodo silencio tuvo en vilo a la tensai durante lo que le pareció una eternidad, pero en cuanto su amiga tomó la palabra, Elen sintió como si se hubiese liberado de un gran peso que llevaba sobre los hombros, quizá si hubiese tratado el tema antes con ella todo hubiese sido diferente.
Huracán aceptaba dejar a Vladimir con vida, siempre y cuando el inmortal dejase de cooperar con la Hermandad y le borrase la marca que ahora llevaba en el brazo, lo que también incluiría la de Isabella. - Es lo mínimo que puedo hacer. - pensó la benjamina de los Calhoun, aunque una vez consiguiese tener al vampiro de su lado, también trataría de buscar una forma con la que enmendar sus acciones. El daño que hubiese causado en el pasado difícilmente podría ser borrado, pero aún podían salvarse muchas vidas, sobre todo si conseguían acabar de una vez con Mortagglia y sus molestos seguidores, hecho que sin duda llevaría la tranquilidad a los pueblos cercanos.
Sin embargo, a pesar de acceder a no matar al centinela del oeste, Huracán estaba decidida a ir hasta aquel lugar del que le había hablado la esposa de Cedric, la guarida de la Hermandad. Aquello era comprensible, y aunque la de cabellos cenicientos sabía que de encontrar a Vladimir el ambiente no sería el mejor, contar con el par de cazadores marcaría una gran diferencia de cara al combate. - Que así sea. - respondió, mientras se levantaba de su asiento. - Ahora sabes con certeza dónde se encuentran, y tras lo ocurrido en Lunargenta es muy probable que Mortagglia también haya optado por ocultarse hasta recuperar sus fuerzas, con suerte la encontraremos allí y podremos acabar con esto. - continuó, sin ignorar la advertencia que su amiga acababa de hacer sobre el inmortal, si éste trataba de atacarlos no habría quien la detuviese.
- Deja que sea yo la que hable con él, aún no me conoce y seguramente tampoco sabe que Tarivius ha muerto… pero reconocerá mi fragmento, espero que eso me dé el tiempo necesario para explicarle la situación. - añadió al poco, a pesar de no tener mucha información acerca del centinela. Con lo poco que el anciano le había contado acerca de él antes de desaparecer, la hechicera solo podía estar segura de una cosa, tendría que enfocar el tema desde un punto de vista que se centrase en la protección de su raza, ya que Vladimir la consideraba superior a todas las demás. A fin de cuentas los vampiros también podían ser víctimas de los jinetes, de hecho había visto cómo se sometían a las órdenes de un demonio menor hacía apenas unos días, y también como éste los había utilizado a su antojo, deshaciéndose de ellos cuando ya no le resultaban útiles.
Los Tarmúnil serían mucho peores, no harían distinción de raza, sexo ni edad, cuando llegasen sería para arrasar todo a su paso, así que nadie quedaría fuera de peligro, ni siquiera los centinelas. Cuatro protectores contra quince jinetes, aquella sería una batalla desigual desde el principio, pero las sorprendentes habilidades de sus nuevos hermanos marcarían la diferencia, lo cual obligaba a Elen a ponerse al nivel del resto, y rápido. Quizá nunca llegase a ser tan efectiva como Amaterasu, pero entrenaría duramente para estar a la altura del enfrentamiento que les esperaba, y no permitiría que nada se interpusiese en su camino hacia la liberación, solo la muerte podría evitar que consiguiese su objetivo.
- Gracias. - fue lo último que alcanzó a decir antes de despedirse, y en verdad agradecía que Anastasia fuese capaz de dejar a un lado sus ganas de vengarse del inmortal, no todos podían hacer algo así. En cuanto la cazadora abandonó la estancia, Elen aprovechó para visitar nuevamente al matrimonio y cerciorarse de que el remedio de Ayite estuviese haciendo efecto, luego dio a la mujer las indicaciones pertinentes para que siguiese administrando el tratamiento hasta que su esposo hubiese sanado del todo, y para terminar les aconsejó que se marchasen de allí en cuanto pudiesen, solo así conseguirían salvar a la criatura que venía en camino.
Una vez fuera de la habitación, la tensai se encontró con la inquisitiva mirada de Alister, que la había esperado en el pasillo, apoyado contra la pared y con los brazos cruzados. - ¿Y bien? - preguntó, sin tener que especificar para que se diese cuenta de que quería saber lo que había pasado entre ambas brujas. - Saldremos temprano, viajaremos con ellos hasta el pueblo que ha mencionado Huracán y nos encargaremos de limpiar ese sitio. - contestó con tranquilidad. - No será fácil ni agradable. - añadió, provocando que el dragón pusiese los ojos en blanco. - ¿Cuándo lo es? - formuló él, aunque no esperaba respuesta. La última vez que había creído estar ante un enfrentamiento fácil se había topado con la centinela, y sin duda se arrepintió de subestimarla por su apariencia.
- Será mejor que descansemos, mañana será un día largo. - comentó la maga, frotándose los ojos ligeramente. - Olvidas que hemos perdido mi montura por culpa de los Wendigos, y ahora somos cuatro. - recordó el alado, frunciendo el ceño. - No es que le tuviese demasiado cariño a ese animal pero nos hubiese facilitado el trayecto. - continuó, relajando la expresión al tiempo que dejaba escapar un suspiro de resignación. - Ten por seguro que Sombra no te permitirá montarlo, sigues sin caerle bien… - intervino Elen, cruzándose de brazos también. - Aunque para un dragón no debería ser un problema tener que viajar. - prosiguió, enarcando una ceja. Alister podría valerse de su forma bestial para volar hasta la guarida de la Hermandad, e incluso tendría una mejor visión del lugar antes de que el resto del grupo se internase en el hostil territorio de Mortagglia.
- Cierto, aunque tendréis que daros prisa para seguir mi ritmo. - finalizó el dragón, al tiempo que se apartaba de la pared para dirigirse a su habitación. - Alister…- llamó la de ojos verdes, consiguiendo que su compañero se detuviese en mitad del pasillo. - ¿Sí? - preguntó, sin darse la vuelta. - Puede que en esa guarida encontremos a alguien, un vampiro de cabellos cenicientos como los míos, que porta una armadura negra y lleva un rubí en mitad de la pechera, él es la excepción, no debes atacarle. - indicó, sin dar más información de la necesaria. - Entiendo… - musitó él, sin poder morderse la lengua ésta vez. - Sabes que en algún momento tendrás que explicarme todo esto. - soltó, girando levemente el rostro para mirarla por el rabillo del ojo. - Sí, pero aún no ha llegado ese momento. - replicó ella, antes de encaminarse hacia su modesto cuarto para descansar lo que quedaba de noche.
Las horas pasaron más rápido de lo que le hubiese gustado, y para cuando se dio cuenta el sol ya comenzaba a salir, marcando el inicio de la jornada y por tanto, de su viaje. Sin poder retrasarlo más, la hechicera abandonó su cama y se preparó para partir hacia la guarida de la Hermandad, donde con suerte encontraría a Vladimir y lo convencería para que se uniese a su causa. Sus compañeros no tardaron en reunirse con ella en el piso inferior, donde el anciano propietario, aún inquieto tras las preguntas de la cazadora, intentó librarse de ellos lo antes posible, para recobrar la calma y volver a su trabajo, ya tendría bastantes problemas por culpa del matrimonio que acababa de llegar, y no quería saber nada más de aquel pueblo con la estatua del mastín.
- Bueno, me mantendré en las alturas, estad atentos. - indicó Alister, en cuanto alcanzaron el borde del asentamiento, justo antes de entregar su gabardina a la benjamina de los Calhoun y transformarse. Los demás avanzarían algo más lento debido a la falta de caballos, pero al menos podrían dejar parte de su carga en las alforjas que colgaban de la silla de Sombra, de modo que el camino se les hiciese más llevadero.
Huracán aceptaba dejar a Vladimir con vida, siempre y cuando el inmortal dejase de cooperar con la Hermandad y le borrase la marca que ahora llevaba en el brazo, lo que también incluiría la de Isabella. - Es lo mínimo que puedo hacer. - pensó la benjamina de los Calhoun, aunque una vez consiguiese tener al vampiro de su lado, también trataría de buscar una forma con la que enmendar sus acciones. El daño que hubiese causado en el pasado difícilmente podría ser borrado, pero aún podían salvarse muchas vidas, sobre todo si conseguían acabar de una vez con Mortagglia y sus molestos seguidores, hecho que sin duda llevaría la tranquilidad a los pueblos cercanos.
Sin embargo, a pesar de acceder a no matar al centinela del oeste, Huracán estaba decidida a ir hasta aquel lugar del que le había hablado la esposa de Cedric, la guarida de la Hermandad. Aquello era comprensible, y aunque la de cabellos cenicientos sabía que de encontrar a Vladimir el ambiente no sería el mejor, contar con el par de cazadores marcaría una gran diferencia de cara al combate. - Que así sea. - respondió, mientras se levantaba de su asiento. - Ahora sabes con certeza dónde se encuentran, y tras lo ocurrido en Lunargenta es muy probable que Mortagglia también haya optado por ocultarse hasta recuperar sus fuerzas, con suerte la encontraremos allí y podremos acabar con esto. - continuó, sin ignorar la advertencia que su amiga acababa de hacer sobre el inmortal, si éste trataba de atacarlos no habría quien la detuviese.
- Deja que sea yo la que hable con él, aún no me conoce y seguramente tampoco sabe que Tarivius ha muerto… pero reconocerá mi fragmento, espero que eso me dé el tiempo necesario para explicarle la situación. - añadió al poco, a pesar de no tener mucha información acerca del centinela. Con lo poco que el anciano le había contado acerca de él antes de desaparecer, la hechicera solo podía estar segura de una cosa, tendría que enfocar el tema desde un punto de vista que se centrase en la protección de su raza, ya que Vladimir la consideraba superior a todas las demás. A fin de cuentas los vampiros también podían ser víctimas de los jinetes, de hecho había visto cómo se sometían a las órdenes de un demonio menor hacía apenas unos días, y también como éste los había utilizado a su antojo, deshaciéndose de ellos cuando ya no le resultaban útiles.
Los Tarmúnil serían mucho peores, no harían distinción de raza, sexo ni edad, cuando llegasen sería para arrasar todo a su paso, así que nadie quedaría fuera de peligro, ni siquiera los centinelas. Cuatro protectores contra quince jinetes, aquella sería una batalla desigual desde el principio, pero las sorprendentes habilidades de sus nuevos hermanos marcarían la diferencia, lo cual obligaba a Elen a ponerse al nivel del resto, y rápido. Quizá nunca llegase a ser tan efectiva como Amaterasu, pero entrenaría duramente para estar a la altura del enfrentamiento que les esperaba, y no permitiría que nada se interpusiese en su camino hacia la liberación, solo la muerte podría evitar que consiguiese su objetivo.
- Gracias. - fue lo último que alcanzó a decir antes de despedirse, y en verdad agradecía que Anastasia fuese capaz de dejar a un lado sus ganas de vengarse del inmortal, no todos podían hacer algo así. En cuanto la cazadora abandonó la estancia, Elen aprovechó para visitar nuevamente al matrimonio y cerciorarse de que el remedio de Ayite estuviese haciendo efecto, luego dio a la mujer las indicaciones pertinentes para que siguiese administrando el tratamiento hasta que su esposo hubiese sanado del todo, y para terminar les aconsejó que se marchasen de allí en cuanto pudiesen, solo así conseguirían salvar a la criatura que venía en camino.
Una vez fuera de la habitación, la tensai se encontró con la inquisitiva mirada de Alister, que la había esperado en el pasillo, apoyado contra la pared y con los brazos cruzados. - ¿Y bien? - preguntó, sin tener que especificar para que se diese cuenta de que quería saber lo que había pasado entre ambas brujas. - Saldremos temprano, viajaremos con ellos hasta el pueblo que ha mencionado Huracán y nos encargaremos de limpiar ese sitio. - contestó con tranquilidad. - No será fácil ni agradable. - añadió, provocando que el dragón pusiese los ojos en blanco. - ¿Cuándo lo es? - formuló él, aunque no esperaba respuesta. La última vez que había creído estar ante un enfrentamiento fácil se había topado con la centinela, y sin duda se arrepintió de subestimarla por su apariencia.
- Será mejor que descansemos, mañana será un día largo. - comentó la maga, frotándose los ojos ligeramente. - Olvidas que hemos perdido mi montura por culpa de los Wendigos, y ahora somos cuatro. - recordó el alado, frunciendo el ceño. - No es que le tuviese demasiado cariño a ese animal pero nos hubiese facilitado el trayecto. - continuó, relajando la expresión al tiempo que dejaba escapar un suspiro de resignación. - Ten por seguro que Sombra no te permitirá montarlo, sigues sin caerle bien… - intervino Elen, cruzándose de brazos también. - Aunque para un dragón no debería ser un problema tener que viajar. - prosiguió, enarcando una ceja. Alister podría valerse de su forma bestial para volar hasta la guarida de la Hermandad, e incluso tendría una mejor visión del lugar antes de que el resto del grupo se internase en el hostil territorio de Mortagglia.
- Cierto, aunque tendréis que daros prisa para seguir mi ritmo. - finalizó el dragón, al tiempo que se apartaba de la pared para dirigirse a su habitación. - Alister…- llamó la de ojos verdes, consiguiendo que su compañero se detuviese en mitad del pasillo. - ¿Sí? - preguntó, sin darse la vuelta. - Puede que en esa guarida encontremos a alguien, un vampiro de cabellos cenicientos como los míos, que porta una armadura negra y lleva un rubí en mitad de la pechera, él es la excepción, no debes atacarle. - indicó, sin dar más información de la necesaria. - Entiendo… - musitó él, sin poder morderse la lengua ésta vez. - Sabes que en algún momento tendrás que explicarme todo esto. - soltó, girando levemente el rostro para mirarla por el rabillo del ojo. - Sí, pero aún no ha llegado ese momento. - replicó ella, antes de encaminarse hacia su modesto cuarto para descansar lo que quedaba de noche.
Las horas pasaron más rápido de lo que le hubiese gustado, y para cuando se dio cuenta el sol ya comenzaba a salir, marcando el inicio de la jornada y por tanto, de su viaje. Sin poder retrasarlo más, la hechicera abandonó su cama y se preparó para partir hacia la guarida de la Hermandad, donde con suerte encontraría a Vladimir y lo convencería para que se uniese a su causa. Sus compañeros no tardaron en reunirse con ella en el piso inferior, donde el anciano propietario, aún inquieto tras las preguntas de la cazadora, intentó librarse de ellos lo antes posible, para recobrar la calma y volver a su trabajo, ya tendría bastantes problemas por culpa del matrimonio que acababa de llegar, y no quería saber nada más de aquel pueblo con la estatua del mastín.
- Bueno, me mantendré en las alturas, estad atentos. - indicó Alister, en cuanto alcanzaron el borde del asentamiento, justo antes de entregar su gabardina a la benjamina de los Calhoun y transformarse. Los demás avanzarían algo más lento debido a la falta de caballos, pero al menos podrían dejar parte de su carga en las alforjas que colgaban de la silla de Sombra, de modo que el camino se les hiciese más llevadero.
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
Todavía a regañadientes, entré en la habitación en la que se encontraba Jules, todavía sin el pleno convencimiento de que lo que habíamos acordado fuera lo correcto. ¿Cómo le explicaría ahora al brujo que no disparara a aquel que había asolado la isla y realizado una masacre en el mismísimo corazón del gremio? En realidad, ni siquiera sabía por qué había aceptado aquella petición de Elen, quizás porque su historia parecía verdadera y Vladimir era alguien importante para su destino. Confiaba en la bruja y si mi madre la había enviado a buscarme era por alguna razón.
-¿Qué me estás contando? – preguntó incrédulo sentado en su cama cuando se lo expliqué. No había entrado en detalles privados sobre Elen, únicamente le había dicho que había un cambio de planes, que iríamos a la guarida pero que no atacaríamos al centinela. – He recorrido medio mundo, he sido vilipendiado por vampiros, me he jugado el tipo contra ellos, y todo para que cuando llegue al destino, me digas que vamos a jugar a ser amigos del centinela, picarle a la puerta de su propia casa y decirle: Lo que haces está mal. ¿Puedes parar ya? – se levantó de la cama furioso. – ¡Estáis chifladas!
-Ella tiene sus razones que no te puedo explicar. – le dije con un tono de voz poco expresivo. Pensativa. Sentada en mi alcoba con las manos juntas y apoyada sobre mi rodilla. Manteniendo la mirada en un punto fijo en el infinito. – No te voy a obligar a que vengas conmigo, puedes volver a Beltrexus si lo prefieres. – Tras esta frase se guardó un expectante silencio durante unos instantes.
-Llevas claro si crees que te abandonaré ahora. – se pronunció al respecto. - Maldita sea, Huracán. Espero que sepas lo que haces. – concluyó, antes de tumbarse definitivamente en su camastro, tampoco sin demasiado convencimiento.
Lo cierto es que no pude dormir demasiado bien lo que quedaba de noche. Pese a que confiaba en las buenas intenciones de mi amiga bruja, no estaba del todo segura de que consiguiera convencer al vampiro. Ella no conocía en persona al centinela y lo cruel que podía ser, simplemente se aferraba a que Vladimir respetara sus labores de centinela, cosa que iba a ser difícil si no le había interesado hacerlo ya.
Cuando desperté, él ya estaba en pie y listo para partir. El brujo tampoco había cambiado su habitual rostro risueño y optimista, por una evidente cara seria que reflejaba preocupación y molestia a partes iguales. No hablamos mucho mientras me preparé, y un incómodo silencio dominó la situación. Aceptar que no atacaríamos al centinela era si cabía más difícil para él que para mí.
-Es por Rachel, ¿verdad? – le pregunté, en relación a su rostro serio, tratando de ser cuidadosa y no meterme en terreno pantanoso. Su hermana, que era lo único que tenía, representaba lo más importante para él, y él mismo vio como miembros de la Hermandad la asesinaban y le desprendían de sus miembros con brutalidad, sin que él pudiera hacer nada por salvarla. Por aquella razón, guardaba más odio hacia los vampiros si cabía que yo. Y si me había costado tomar aquella decisión, era más por él que por mí. – Te prometí que la vengaríamos, y no voy a volverme atrás. De verdad que admiro tu determinación, y te prometo que les daremos su merecido, yo soy la primera interesada en ello.
Pero no contestó. Parecía claramente molesto. Me acerqué a la habitación donde estaban la pareja que habíamos rescatado. Para preguntarle alguna indicación más clara sobre dónde se encontraba la estatua del mastín. Tras atender su explicación y desearles buena suerte con su nuevo retoño, salí a la planta baja y nos presentamos ante Elen y Alister, el dragón había dicho que iría volando. Mientras que los demás iríamos andando, sería Sombra quien llevara nuestros víveres. Así pues, partimos hacia el Norte sin demasiada conversación por el camino.
Gracias a las indicaciones que la mujer de Cedric me había dado, llegaríamos al lugar antes del mediodía. Allí, en medio de un bosque muy denso y oscuro, daba la sensación observamos una estatua de piedra relativamente pequeña y desgastada, cuya figura coincidía con la de un perro mastín. Mi corazón se puso en tensión, estábamos muy cerca del peligro, y daba sensación de que todos los árboles tenían ojos. Advertí a mis compañeros que no se pusieran delante de los ojos brillantes rojos de aquella estatua que parecía endemoniada, de manera que nos pusimos frente a un lateral de la misma.
-¿Y qué hacemos ahora? – preguntó Jules en voz muy baja, pues temía que la Hermandad pudiera escucharnos. -Ya que hemos venido aquí a hacer amigos, imagino que tendremos que interactuar con el perro de piedra ese.
-Yo iré. – dije con determinación, ya dispuesta a salir.
-¿Tú? – comenzó a reír a carcajadas. – ¿Y que dirás? “Soy la nieta de la Dama. Habéis destruido medio mundo para encontrarme, así que aquí estoy.”. A ti mejor que no te vean el pelo porque como te pillen se te va a caer. – miró hacia Elen, estaba empleando su tono más sarcástico. – Que vaya Elen. A ella no la conocen por estos lares.
-Mortagglia sí que conoce a Elen y tampoco le desea ningún bien. – aclaré, y luego miré fijamente la estatua del cánido. – Yo soy la única a la que no atacarán de primeras. Debo ser yo quien vaya. – dije con determinación y esperé a que Elen y Alister se pronunciasen al respecto.
Teníamos que planear bien la estrategia pues mostrarnos los cuatro podría ser contraproducente pues formamos un equipo devastador que podría hacer que se preparan, mientras que de ir uno solo, tendríamos que tener cuidado y valorar las cuatro posibilidades que había: Jules y Alister no suponen gran interés para la Hermandad, por su parte, Elen era todavía más odiada por Mortagglia que yo y más después de lo que me contó, y tal vez Vlad no atendiera a razones de primeras. En cuanto a mí, estaba en orden de búsqueda y captura y podía ser arriesgado que me mostrara. Sólo Dios sabe las atrocidades que harían conmigo si me presentaba, pero aún así, estaba dispuesta a sacrificarme si la situación lo requería.
-¿Qué me estás contando? – preguntó incrédulo sentado en su cama cuando se lo expliqué. No había entrado en detalles privados sobre Elen, únicamente le había dicho que había un cambio de planes, que iríamos a la guarida pero que no atacaríamos al centinela. – He recorrido medio mundo, he sido vilipendiado por vampiros, me he jugado el tipo contra ellos, y todo para que cuando llegue al destino, me digas que vamos a jugar a ser amigos del centinela, picarle a la puerta de su propia casa y decirle: Lo que haces está mal. ¿Puedes parar ya? – se levantó de la cama furioso. – ¡Estáis chifladas!
-Ella tiene sus razones que no te puedo explicar. – le dije con un tono de voz poco expresivo. Pensativa. Sentada en mi alcoba con las manos juntas y apoyada sobre mi rodilla. Manteniendo la mirada en un punto fijo en el infinito. – No te voy a obligar a que vengas conmigo, puedes volver a Beltrexus si lo prefieres. – Tras esta frase se guardó un expectante silencio durante unos instantes.
-Llevas claro si crees que te abandonaré ahora. – se pronunció al respecto. - Maldita sea, Huracán. Espero que sepas lo que haces. – concluyó, antes de tumbarse definitivamente en su camastro, tampoco sin demasiado convencimiento.
Lo cierto es que no pude dormir demasiado bien lo que quedaba de noche. Pese a que confiaba en las buenas intenciones de mi amiga bruja, no estaba del todo segura de que consiguiera convencer al vampiro. Ella no conocía en persona al centinela y lo cruel que podía ser, simplemente se aferraba a que Vladimir respetara sus labores de centinela, cosa que iba a ser difícil si no le había interesado hacerlo ya.
Cuando desperté, él ya estaba en pie y listo para partir. El brujo tampoco había cambiado su habitual rostro risueño y optimista, por una evidente cara seria que reflejaba preocupación y molestia a partes iguales. No hablamos mucho mientras me preparé, y un incómodo silencio dominó la situación. Aceptar que no atacaríamos al centinela era si cabía más difícil para él que para mí.
-Es por Rachel, ¿verdad? – le pregunté, en relación a su rostro serio, tratando de ser cuidadosa y no meterme en terreno pantanoso. Su hermana, que era lo único que tenía, representaba lo más importante para él, y él mismo vio como miembros de la Hermandad la asesinaban y le desprendían de sus miembros con brutalidad, sin que él pudiera hacer nada por salvarla. Por aquella razón, guardaba más odio hacia los vampiros si cabía que yo. Y si me había costado tomar aquella decisión, era más por él que por mí. – Te prometí que la vengaríamos, y no voy a volverme atrás. De verdad que admiro tu determinación, y te prometo que les daremos su merecido, yo soy la primera interesada en ello.
Pero no contestó. Parecía claramente molesto. Me acerqué a la habitación donde estaban la pareja que habíamos rescatado. Para preguntarle alguna indicación más clara sobre dónde se encontraba la estatua del mastín. Tras atender su explicación y desearles buena suerte con su nuevo retoño, salí a la planta baja y nos presentamos ante Elen y Alister, el dragón había dicho que iría volando. Mientras que los demás iríamos andando, sería Sombra quien llevara nuestros víveres. Así pues, partimos hacia el Norte sin demasiada conversación por el camino.
Gracias a las indicaciones que la mujer de Cedric me había dado, llegaríamos al lugar antes del mediodía. Allí, en medio de un bosque muy denso y oscuro, daba la sensación observamos una estatua de piedra relativamente pequeña y desgastada, cuya figura coincidía con la de un perro mastín. Mi corazón se puso en tensión, estábamos muy cerca del peligro, y daba sensación de que todos los árboles tenían ojos. Advertí a mis compañeros que no se pusieran delante de los ojos brillantes rojos de aquella estatua que parecía endemoniada, de manera que nos pusimos frente a un lateral de la misma.
-¿Y qué hacemos ahora? – preguntó Jules en voz muy baja, pues temía que la Hermandad pudiera escucharnos. -Ya que hemos venido aquí a hacer amigos, imagino que tendremos que interactuar con el perro de piedra ese.
-Yo iré. – dije con determinación, ya dispuesta a salir.
-¿Tú? – comenzó a reír a carcajadas. – ¿Y que dirás? “Soy la nieta de la Dama. Habéis destruido medio mundo para encontrarme, así que aquí estoy.”. A ti mejor que no te vean el pelo porque como te pillen se te va a caer. – miró hacia Elen, estaba empleando su tono más sarcástico. – Que vaya Elen. A ella no la conocen por estos lares.
-Mortagglia sí que conoce a Elen y tampoco le desea ningún bien. – aclaré, y luego miré fijamente la estatua del cánido. – Yo soy la única a la que no atacarán de primeras. Debo ser yo quien vaya. – dije con determinación y esperé a que Elen y Alister se pronunciasen al respecto.
Teníamos que planear bien la estrategia pues mostrarnos los cuatro podría ser contraproducente pues formamos un equipo devastador que podría hacer que se preparan, mientras que de ir uno solo, tendríamos que tener cuidado y valorar las cuatro posibilidades que había: Jules y Alister no suponen gran interés para la Hermandad, por su parte, Elen era todavía más odiada por Mortagglia que yo y más después de lo que me contó, y tal vez Vlad no atendiera a razones de primeras. En cuanto a mí, estaba en orden de búsqueda y captura y podía ser arriesgado que me mostrara. Sólo Dios sabe las atrocidades que harían conmigo si me presentaba, pero aún así, estaba dispuesta a sacrificarme si la situación lo requería.
- Estatua del mastín:
Así pero con los ojos en rojo, brillantes como una gema.
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Anastasia Boisson
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
A pesar de haber partido con los primeros rayos de la mañana, dejando tras de sí el pequeño asentamiento y al matrimonio al que habían rescatado de los wendigos, el oscuro y engañoso ambiente del bosque no dejaba ver más allá de un centenar de metros, mientras la densa vegetación se encargaba de añadir trabas al camino. Elen avanzaba con cuidado, tirando de las riendas de su caballo para guiarlo a través de los árboles, sin perder de vista cuanto la rodeaba, pues tenía la extraña sensación de que en cualquier momento los atacarían. La boca del lobo, así se había referido su amiga al lugar en que iban a meterse, y sin duda estaba en lo cierto, iban a adentrarse en un territorio totalmente hostil, en que ninguna de las dos sería bien recibida.
Después de frustrar los planes de la Dama en más de una ocasión, la centinela se había convertido en un estorbo para la Hermandad, y no dudarían en intentar matarla a la mínima oportunidad, pero el destino que guardaban para Anastasia era mucho peor, algo que no podía permitir. Sin apenas decir nada durante el trayecto, la hechicera se centró en seguir las indicaciones que su amiga había recibido de la pareja, alzando la vista al cielo de vez en cuando, para tratar de situar a su compañero y hacerse una idea de la hora que podía ser.
Alister volaba a un ritmo constante, manteniéndose a unos veinte metros por delante del resto del grupo y semi escondido entre las nubes que cubrían el bosque, observando con atención cualquier movimiento sospechoso que pudiese delatar la presencia de enemigos, pero para su sorpresa, cubrieron la distancia que separaba el asentamiento de la guarida sin incidentes, así que volvió a tierra, aunque no abandonaría su forma bestial de momento. Una vez allí esperó a que los demás lo alcanzasen, sin quitar ojo a la estatua de mastín de la que tanto habían hablado. Estaban en el sitio correcto, pero ahora venía lo complicado, entrar y llegar hasta el individuo que Elen le había mencionado, ¿para qué? Seguía sin saberlo.
Aquel secretismo por parte de la bruja comenzaba a frustrarle, él ya le había revelado el motivo que lo movía a acompañarla, pero ella seguía sin confiar lo suficiente en él como para contarle lo que pasaba, y llevaban así más de una semana. Tarde o temprano tendría que presionarla para que le hablase de los jinetes, pero por el momento solo podía esperar y limitarse a ayudarla, quizá de ese modo enmendase lo mal que habían empezado las cosas entre ellos. - He echado un vistazo al lugar pero no he visto a ningún vigilante, es algo raro. - comentó, intentando que su voz de dragón no sonase demasiado elevada.
- Queda claro por qué les gustan estas tierras, con estas nubes los vampiros podrían moverse con total libertad durante el día, deberíamos tener cuidado. - añadió, justo después de que el par de cazadores debatiesen sobre quién debía acercarse a la estatua de ojos rojos. - No creo que sea buena idea que vayas sola, no sabemos lo que Mortagglia puede tener en su guarida, y si te encuentras con Vlad a solas… yo no podría intervenir a tiempo. - dijo la tensai, con cierta preocupación por lo que pudiese ocurrir entre Huracán y el centinela de no estar ella presente. - Déjamelo a mí, la hermandad no me conoce ni sabe que viajo contigo, puedo fingir que la he atrapado y vengo a entregarla. - propuso Alister, mientras volvía a adoptar su forma humana.
- Los rumores vuelan, y si no ven a su compañero cerca será más creíble, les diré que me he deshecho de él en los caminos, eso debería bastar. - continuó, alargando una mano para tomar su gabardina de las alforjas que Sombra cargaba. Tras ponerse el abrigo, extrajo un trozo de cuerda de la misma bolsa y se acercó a Anastasia, sin saber aún si su idea sería aceptada. - Vosotros solo tendríais que manteneros cerca pero sin que os vean, al menos hasta que estemos dentro y podamos ocuparnos de despejar la entrada. - siguió, dirigiendo la vista hacia Jules y Elen. - ¿Y bien? ¿qué os parece? - preguntó, casi en un susurro.
De aceptar el plan que proponía, Alister ataría las muñecas de la bruja con un nudo flojo, de modo que la cazadora pudiese deshacerse rápidamente de la cuerda en el momento preciso, y una vez estuviesen listos, la llevaría ante la estatua para dejar que los rojos ojos del mastín la viesen. No podría hacerse pasar por un vampiro, pero si llegaban a preguntarle cómo había logrado capturar a la maga revelaría su naturaleza, y teniendo en cuenta que podía convertir el lugar en un infierno llameante, esperaba que lo respetasen. Una vez dentro de la guarida, contaría con la colaboración de la cazadora para eliminar a los enemigos que guardasen la entrada, limpiando el camino para que tanto Jules como Elen pudiesen unirse a ellos, bordeando la estatua de modo que no los viesen.
Off: Lo de Alister es solo una idea, si no encaja con lo que tenías pensado no hay problema ^^
Después de frustrar los planes de la Dama en más de una ocasión, la centinela se había convertido en un estorbo para la Hermandad, y no dudarían en intentar matarla a la mínima oportunidad, pero el destino que guardaban para Anastasia era mucho peor, algo que no podía permitir. Sin apenas decir nada durante el trayecto, la hechicera se centró en seguir las indicaciones que su amiga había recibido de la pareja, alzando la vista al cielo de vez en cuando, para tratar de situar a su compañero y hacerse una idea de la hora que podía ser.
Alister volaba a un ritmo constante, manteniéndose a unos veinte metros por delante del resto del grupo y semi escondido entre las nubes que cubrían el bosque, observando con atención cualquier movimiento sospechoso que pudiese delatar la presencia de enemigos, pero para su sorpresa, cubrieron la distancia que separaba el asentamiento de la guarida sin incidentes, así que volvió a tierra, aunque no abandonaría su forma bestial de momento. Una vez allí esperó a que los demás lo alcanzasen, sin quitar ojo a la estatua de mastín de la que tanto habían hablado. Estaban en el sitio correcto, pero ahora venía lo complicado, entrar y llegar hasta el individuo que Elen le había mencionado, ¿para qué? Seguía sin saberlo.
Aquel secretismo por parte de la bruja comenzaba a frustrarle, él ya le había revelado el motivo que lo movía a acompañarla, pero ella seguía sin confiar lo suficiente en él como para contarle lo que pasaba, y llevaban así más de una semana. Tarde o temprano tendría que presionarla para que le hablase de los jinetes, pero por el momento solo podía esperar y limitarse a ayudarla, quizá de ese modo enmendase lo mal que habían empezado las cosas entre ellos. - He echado un vistazo al lugar pero no he visto a ningún vigilante, es algo raro. - comentó, intentando que su voz de dragón no sonase demasiado elevada.
- Queda claro por qué les gustan estas tierras, con estas nubes los vampiros podrían moverse con total libertad durante el día, deberíamos tener cuidado. - añadió, justo después de que el par de cazadores debatiesen sobre quién debía acercarse a la estatua de ojos rojos. - No creo que sea buena idea que vayas sola, no sabemos lo que Mortagglia puede tener en su guarida, y si te encuentras con Vlad a solas… yo no podría intervenir a tiempo. - dijo la tensai, con cierta preocupación por lo que pudiese ocurrir entre Huracán y el centinela de no estar ella presente. - Déjamelo a mí, la hermandad no me conoce ni sabe que viajo contigo, puedo fingir que la he atrapado y vengo a entregarla. - propuso Alister, mientras volvía a adoptar su forma humana.
- Los rumores vuelan, y si no ven a su compañero cerca será más creíble, les diré que me he deshecho de él en los caminos, eso debería bastar. - continuó, alargando una mano para tomar su gabardina de las alforjas que Sombra cargaba. Tras ponerse el abrigo, extrajo un trozo de cuerda de la misma bolsa y se acercó a Anastasia, sin saber aún si su idea sería aceptada. - Vosotros solo tendríais que manteneros cerca pero sin que os vean, al menos hasta que estemos dentro y podamos ocuparnos de despejar la entrada. - siguió, dirigiendo la vista hacia Jules y Elen. - ¿Y bien? ¿qué os parece? - preguntó, casi en un susurro.
De aceptar el plan que proponía, Alister ataría las muñecas de la bruja con un nudo flojo, de modo que la cazadora pudiese deshacerse rápidamente de la cuerda en el momento preciso, y una vez estuviesen listos, la llevaría ante la estatua para dejar que los rojos ojos del mastín la viesen. No podría hacerse pasar por un vampiro, pero si llegaban a preguntarle cómo había logrado capturar a la maga revelaría su naturaleza, y teniendo en cuenta que podía convertir el lugar en un infierno llameante, esperaba que lo respetasen. Una vez dentro de la guarida, contaría con la colaboración de la cazadora para eliminar a los enemigos que guardasen la entrada, limpiando el camino para que tanto Jules como Elen pudiesen unirse a ellos, bordeando la estatua de modo que no los viesen.
Off: Lo de Alister es solo una idea, si no encaja con lo que tenías pensado no hay problema ^^
Elen Calhoun
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Re: Lo que acecha en las sombras [Interpretativo] [Libre] [2/3] [Cerrado]
Elen tampoco aprobaba que me aproximara sola hacia donde se encontraba la estatua de los ojos rojos. Si bien mi abuela me quería viva, el centinela tendría aún más ganas de acabar conmigo tras nuestro enfrentamiento en las islas y si me presentaba en soledad podría correr un grave peligro de encontrarse únicamente Vladimir como responsable en aquel momento.
Aquel era un riesgo que nadie parecía estar dispuesto a asumir. Fue en ese momento cuando Alister propuso la idea de que simulásemos que me había capturado, a él no lo conocían y de esta manera esperaba podríamos entrar en la guarida de la Hermandad sin problemas.
-Me parece la idea más absurda que he oído en años. – replicó Jules claramente molesto y alterado. - ¿Queréis entregarle lo que buscan de primeras? ¿Quién os dice que no aparecerán muchos vampiros que os superarán? Hay demasiada incertidumbre. – el brujo había cambiado su habitual tono cómico por una versión más seria e irónica del mismo.
-Tranquilo, Jules. No pasará nada. – dije con decisión y confianza. – Si me tocan, Mortagglia los matará. – Fue entonces cuando me incorporé hacia el dragón y crucé mis muñecas tras mi espalda. – Adelante. – le dije, y a continuación creó un pequeño nudo con el trozo de cuerda que había sacado de las alforjas de Sombra. Podría deshacer el nudo sin problemas.
-Esto es un suicidio… - insistió Jules haciendo varios gestos de negación con la cabeza. – Le habéis comido bien el tarro a mi amiga. – le dijo a Elen cuando Alister y yo ya salíamos tras los arbustos y nos exponíamos ante el mastín. La realidad es que Jules no conocía la historia de Elen y no era capaz de comprender, al igual que yo al principio, el por qué no atacaríamos al Centinela después de todo. – En fin… te sigo.
El dragón me tomó de mi coleta y me empujó hacia delante con fuerza, haciéndome casi trastabillar en el suelo. Parecía demasiado convencido a realizar una actuación creíble. -Tampoco te lo creas demasiado… - le advertí en voz baja y seria, tras notar que me apretaba las muñecas con sus manos considerablemente. Aunque teniendo en cuenta que era un dragón, ya contaba con más fuerza de la habitual. Si era amigo de Elen, imaginaba que sería de fiar y confiaba plenamente en ella y su gente. Por eso yo estaba haciendo lo que hacía, esperaba me lo supiese agradecer algún día.
Reconozco que sentí un escalofrío por todo el cuerpo cuando llegamos a la estatua del mastín de los ojos rojos. La mirada de esa criatura era la viva expresión del terror, resultaba imposible mirarla fijamente. Me quedé inmóvil unos segundos esperando a que el dragón hablara por mí.
-He traído a esta cazadora peleona. – dijo. – He oído que andan buscándola. Sería buena idea que alguien me ayudara con ella. Casi me mata.
Intenté revolverme para tratar de soltarme y hacer gestos por si alguien nos estaba observando a través de esos ojos. – Eres un hijo de puta. No os tengo miedo. – contesté yo con odio y furia. El sonido de los pájaros trinar fue todo cuanto sonó en aquel silencioso y oscuro bosque. Aquel mastín definitivamente, no parecía expresar nada. ¿Serían todo fábulas y leyendas y, en realidad, aquella estatua tendría otra historia diferente? ¿Estaba el libro equivocado? Por si acaso, Alister insistió mientras trataba de revolverme para escapar.
Un largo instante después sonó una voz ronca, un susurro casi inaudible e ininteligible que no reconocía se pronunció.
-Anastasia… - pronunció lentamente aquella voz semimuerta en primera instancia. Un susurro tenue con un cierto deje en la letra “s”. Alister sabría ahora mi nombre auténtico. Lo que quiera que fuera aquella criatura, comenzó a reír. – Has decidido enfrentarte a tu destino. Eres muy valiente. – y se detuvo durante unos instantes, en los que nada sucedió. Mi rostro cambió totalmente a mostrar susto y miedo. Haciéndome arrepentirme por instantes de haber aceptado aquella idea. Ni siquiera me atreví a contestar. ¿Quién era aquel misterioso ser? – Tráela… al centro del bosque.
Y repentinamente, los ojos del mastín se apagaron y una especie de vapor denso salió de su boca y nos atravesó. No sabía que era aquello, pero en ese momento, como por arte de magia los dos sabíamos a donde debíamos dirigirnos, mirando hacia el mismo punto, en dirección opuesta a donde miraban los ojos del mastín.
Sin demasiado convencimiento, observé a Alister con cierta mirada de preocupación. Al dragón le había cambiado el rostro y por momentos parecía que quería no seguir adelante con aquella idea, pero ya era tarde. Aquella sería la única manera de dar con la Hermandad. Avanzamos con tranquilidad y con claros rostros de inquietud, yo sujeta por Alister y con las manos en la espalda, siendo conscientes del grave peligro en el que nos estábamos metiendo, pero confiando en que tanto Jules como Elen nos estuvieran siguiendo en las sombras.
Aquel era un riesgo que nadie parecía estar dispuesto a asumir. Fue en ese momento cuando Alister propuso la idea de que simulásemos que me había capturado, a él no lo conocían y de esta manera esperaba podríamos entrar en la guarida de la Hermandad sin problemas.
-Me parece la idea más absurda que he oído en años. – replicó Jules claramente molesto y alterado. - ¿Queréis entregarle lo que buscan de primeras? ¿Quién os dice que no aparecerán muchos vampiros que os superarán? Hay demasiada incertidumbre. – el brujo había cambiado su habitual tono cómico por una versión más seria e irónica del mismo.
-Tranquilo, Jules. No pasará nada. – dije con decisión y confianza. – Si me tocan, Mortagglia los matará. – Fue entonces cuando me incorporé hacia el dragón y crucé mis muñecas tras mi espalda. – Adelante. – le dije, y a continuación creó un pequeño nudo con el trozo de cuerda que había sacado de las alforjas de Sombra. Podría deshacer el nudo sin problemas.
-Esto es un suicidio… - insistió Jules haciendo varios gestos de negación con la cabeza. – Le habéis comido bien el tarro a mi amiga. – le dijo a Elen cuando Alister y yo ya salíamos tras los arbustos y nos exponíamos ante el mastín. La realidad es que Jules no conocía la historia de Elen y no era capaz de comprender, al igual que yo al principio, el por qué no atacaríamos al Centinela después de todo. – En fin… te sigo.
El dragón me tomó de mi coleta y me empujó hacia delante con fuerza, haciéndome casi trastabillar en el suelo. Parecía demasiado convencido a realizar una actuación creíble. -Tampoco te lo creas demasiado… - le advertí en voz baja y seria, tras notar que me apretaba las muñecas con sus manos considerablemente. Aunque teniendo en cuenta que era un dragón, ya contaba con más fuerza de la habitual. Si era amigo de Elen, imaginaba que sería de fiar y confiaba plenamente en ella y su gente. Por eso yo estaba haciendo lo que hacía, esperaba me lo supiese agradecer algún día.
Reconozco que sentí un escalofrío por todo el cuerpo cuando llegamos a la estatua del mastín de los ojos rojos. La mirada de esa criatura era la viva expresión del terror, resultaba imposible mirarla fijamente. Me quedé inmóvil unos segundos esperando a que el dragón hablara por mí.
-He traído a esta cazadora peleona. – dijo. – He oído que andan buscándola. Sería buena idea que alguien me ayudara con ella. Casi me mata.
Intenté revolverme para tratar de soltarme y hacer gestos por si alguien nos estaba observando a través de esos ojos. – Eres un hijo de puta. No os tengo miedo. – contesté yo con odio y furia. El sonido de los pájaros trinar fue todo cuanto sonó en aquel silencioso y oscuro bosque. Aquel mastín definitivamente, no parecía expresar nada. ¿Serían todo fábulas y leyendas y, en realidad, aquella estatua tendría otra historia diferente? ¿Estaba el libro equivocado? Por si acaso, Alister insistió mientras trataba de revolverme para escapar.
Un largo instante después sonó una voz ronca, un susurro casi inaudible e ininteligible que no reconocía se pronunció.
-Anastasia… - pronunció lentamente aquella voz semimuerta en primera instancia. Un susurro tenue con un cierto deje en la letra “s”. Alister sabría ahora mi nombre auténtico. Lo que quiera que fuera aquella criatura, comenzó a reír. – Has decidido enfrentarte a tu destino. Eres muy valiente. – y se detuvo durante unos instantes, en los que nada sucedió. Mi rostro cambió totalmente a mostrar susto y miedo. Haciéndome arrepentirme por instantes de haber aceptado aquella idea. Ni siquiera me atreví a contestar. ¿Quién era aquel misterioso ser? – Tráela… al centro del bosque.
Y repentinamente, los ojos del mastín se apagaron y una especie de vapor denso salió de su boca y nos atravesó. No sabía que era aquello, pero en ese momento, como por arte de magia los dos sabíamos a donde debíamos dirigirnos, mirando hacia el mismo punto, en dirección opuesta a donde miraban los ojos del mastín.
Sin demasiado convencimiento, observé a Alister con cierta mirada de preocupación. Al dragón le había cambiado el rostro y por momentos parecía que quería no seguir adelante con aquella idea, pero ya era tarde. Aquella sería la única manera de dar con la Hermandad. Avanzamos con tranquilidad y con claros rostros de inquietud, yo sujeta por Alister y con las manos en la espalda, siendo conscientes del grave peligro en el que nos estábamos metiendo, pero confiando en que tanto Jules como Elen nos estuvieran siguiendo en las sombras.
- Voz de la estatua:
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